el sentimentalismo. tomás melendo

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El SENTIMENTALISMO Tomás Melendo Introducción A estas alturas del escrito, y aunque solo más adelante acabaré de indagar sus fundamentos, me parece oportuno establecer una suerte de criterios, que nos permitan distinguir cuándo y con qué condiciones la afectividad sirve de apoyo al desarrollo personal y cuándo, por el contrario, constituye más bien un freno para lograr tal plenitud y la consiguiente dicha. Quizás nada como estas palabras de Ricardo Yepes para resumir lo expuesto hasta ahora y preparar el balance anunciado. Dicen así, y conservo los subrayados originales: Los sentimientos son importantes, y muy humanos, porque intensifican las tendencias. El peligro que tenemos respecto de ellos es más bien un exceso en esta valoración positiva, el cual conduce a otorgarles la dirección de la conducta, tomarlos como criterio para la acción y buscarlos como fines en sí mismos: esto se llama sentimentalismo, y es hoy corrientísimo, sobre todo en lo referente al amor 1 . Como podemos ver, encontramos en este juicio: 1. Una afirmación sin reservas de la enorme importancia de la vida afectiva. 2. Una exposición sencilla y somera del papel de los sentimientos: multiplicar la eficacia de las tendencias que nos conducen a obtener nuestro fin como personas. 3. Una denuncia del riesgo que corremos hoy día, que es justo el que anuncié en los primeros pasos de este estudio y de inmediato desarrollaré. Los sentimientos son importantes, y muy humanos, porque intensifican las tendencias; pero podemos concederles un valor desproporcionado 1 YEPES STORK, Ricardo, Fundamentos de antropología, Un ideal de la excelencia humana, EUNSA, Pamplona, 1996, p. 59.

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Page 1: El SENTIMENTALISMO. Tomás Melendo

El SENTIMENTALISMO

Tomás Melendo

Introducción

A estas alturas del escrito, y aunque solo más adelante acabaré de indagar sus fundamentos, me parece oportuno establecer una suerte de criterios, que nos permitan distinguir cuándo y con qué condiciones la afectividad sirve de apoyo al desarrollo personal y cuándo, por el contrario, constituye más bien un freno para lograr tal plenitud y la consiguiente dicha.

Quizás nada como estas palabras de Ricardo Yepes para resumir lo expuesto hasta ahora y preparar el balance anunciado.

Dicen así, y conservo los subrayados originales:

Los sentimientos son importantes, y muy humanos, porque intensifican las tendencias. El peligro que tenemos respecto de ellos es más bien un exceso en esta valoración positiva, el cual conduce a otorgarles la dirección de la conducta, tomarlos como criterio para la acción y buscarlos como fines en sí mismos: esto se llama sentimentalismo, y es hoy corrientísimo, sobre todo en lo referente al amor1.

Como podemos ver, encontramos en este juicio:

1. Una afirmación sin reservas de la enorme importancia de la vida afectiva.

2. Una exposición sencilla y somera del papel de los sentimientos: multiplicar la eficacia de las tendencias que nos conducen a obtener nuestro fin como personas.

3. Una denuncia del riesgo que corremos hoy día, que es justo el que anuncié en los primeros pasos de este estudio y de inmediato desarrollaré.

Los sentimientos son importantes, y muy humanos, porque intensifican las tendencias; pero podemos

concederles un valor desproporcionado

Tal vez recuerdes que en las páginas inaugurales de este escrito insinué que la hipertrofia o aprecio desmesurado de las emociones resultaban agravados por el hecho de que bastantes profesionales del obrar humano —psiquiatras, psicólogos, filósofos, pedagogos, educadores…— conceden carta de ciudadanía y refrendo científico a este

1 YEPES STORK, Ricardo, Fundamentos de antropología, Un ideal de la excelencia humana, EUNSA, Pamplona, 1996, p. 59.

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modo de encarar la propia existencia, presidida de manera casi absoluta por los sentimientos.

1. Así ocurre en cuestiones globales y de notable envergadura, como la desmesurada importancia que se otorga a una mal entendida autoestima, a un equivocado sentimiento de la propia valía, con sus ventajas y con las confusiones y peligros que he estudiado en otros lugares (Cfr. Felicidad y autoestima, ya citado).

2. En la búsqueda del placer y, más todavía, en la huida a toda costa del dolor y sufrimiento.

Es este, en la civilización que nos acoge, uno de las caracteres más patentes y, a la par, más demoledor, pues paradójicamente consigue el efecto contrario al que persigue: un aumento del malestar, de visitas al psicólogo y al psiquiatra, etcétera.

Podemos verlo en tres pasos sucesivos.

2.1. De manera aún genérica, explica Frankl:

… el placer no puede ser “intentado”, es decir, ser objeto de un intento, sino que ha de resultar, venir espontáneamente sin ser perseguido directamente, quiero decir, ha de derivarse en el sentido de una consecuencia. Porque cuanto más uno se esfuerza en buscar el placer, tanto más se aleja del mismo. El placer elevado a principio, y mantenido consecuentemente como tal, fracasa en sí mismo, porque a sí mismo se cierra el camino. Cuanto más ansiosamente buscamos algo, tanto más dificultamos el conseguirlo. Y si antes decíamos que la angustia realiza aquello mismo que teme, ahora podemos decir que el deseo vivido con excesiva intensidad ahoga aquello mismo que tanto anhela2.

2.2. De forma más concreta y aplicada a nuestros días, lo explica Edith Weisskopf-Joelson, profesora de Psicología en la Universidad de Georgia:

… nuestra actual filosofía de la higiene mental enfatiza la idea de que las personas deberían ser felices, por ello la infelicidad resultaría un síntoma de desajuste. Este sistema de valores puede ser responsable, ante la realidad de la infelicidad inevitable, del incremento del sentimiento de desdicha por el hecho de no ser plenamente feliz3.

2.3. Y yendo ya hasta el mismo núcleo de la cuestión, sostiene Bruckner:

… el hombre de hoy en día sufre también por no querer sufrir, igual que podemos enfermar a fuerza de buscar la salud perfecta. Por otra parte, nuestra

2 FRANKL, Viktor, La idea psicológica del hombre, Rialp, Madrid, 6ª ed., pp. 75-76. Resulta interesante, aunque no pueda comentarla, la excepción que el propio Frankl establece para este principio: «El placer no puede ser objeto de un intento —con una sola excepción: cuando se le intenta como el efecto psíquico de una causa somática, lo que sucede en la embriaguez» (Ibídem, nota 25).

3 Cit. por FRANKL, Viktor, El hombre en busca de sentido, Herder, Barcelona, 2004, p. 135-6.

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época cuenta una extraña fábula: la de una sociedad entregada al hedonismo a la que todo le produce irritación y le parece un suplicio. La desdicha no solo es la desdicha, es algo peor: el fracaso de la felicidad4.

3. El desmesurado predominio de los sentimientos se manifiesta asimismo en la relevancia que ha adquirido el concepto de calidad de vida, también falsamente interpretado —con distintos matices— como mero bienestar físico-psíquico, o incluso simplemente físico, pensando que este es la raíz del equilibrio psíquico y espiritual.

¿Resultados? Entre muchos otros, tabaco-fobia desproporcionada, obsesión auténtica, y a veces letal, por una dieta sana, por cuidar la línea, por mantenerse en forma… origen incluso de enfermedades crecientes, como la anorexia o la bulimia, la vigorexia y bastantes más.

4. Dentro de la familia, ámbito principal de la forja de caracteres, semejante huida del dolor vicia a veces el proceso educativo.

Los padres, por motivos no siempre conscientes, a menudo inconfesables y nunca atinados, se plantean como objetivo supremo el evitar contrariedades y sufrimientos a sus hijos, adelantándose a sus caprichos y satisfaciendo todo lo que les demandan: el resultado suelen ser jóvenes carentes del vigor e imperio sobre sí mismos, incapaces de resistir más tarde a las solicitaciones del ambiente y soportar el más leve contratiempo.

Y es que, según explica Pithod,

… el alternarse de las experiencias placenteras y desagradables es […] un factor de importancia primaria en el desarrollo de la vida afectiva (y aun del pensamiento y de la acción). Spitz afirma que el disgusto constituye para la maduración una experiencia tan importante como la del placer y condena los criterios de educación del niño inspirados en la absoluta gratificación, incluso en el primer año de vida5.

Algo similar expone Castilla del Pino, al apuntar la condición que permite el paso desde una emotividad en ciernes hacia la afectividad madura propia del adulto.

Una condición básica para situarlo definitivamente en esta etapa es hacer que el niño reprima la perentoriedad usada en la dinámica de los proto y presentimientos, postergue la satisfacción de sus requerimientos y los adecue al principio de realidad, es decir, a pautas semejantes a las del adulto. Me parece fundamental que el niño se sienta obligado a hacer un intervalo entre el deseo del objeto y sus posibilidades de logro, esto entre la posesión, aún imaginaria, y la real. Esto hará posible la transformación de las respuestas urgentes en proyectos de comportamiento, es decir, estrategias inteligentes, y

4 BRUCKNER, Pascal, La euforia perpetua. Sobre el deber de ser feliz, Tusquets Editores, Barcelona 2001, p. 18.

5 PITHOD, Abelardo, Psicología y ética de la conducta, Editorial Dunken, Buenos Aires, 2006, p. 132.

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sobre todo la consideración de que toda interacción es una relación de intercambio. Con la socialidad el niño aprende a dar para obtener6.

5. Una última manifestación de este desorden es la difundida costumbre de establecer la valía de una persona en función casi exclusiva de sus buenos sentimientos.

Y así, se oyen a menudo frases del estilo:

— Mi hijo (o mi nieto… o mi sobrino) es buenísimo; lo que ocurre es que no estudia.

Ante lo que siempre experimento una fuerte inclinación a corregir:

— Lo siento, señora (o señor, tanto da), pero si su hijo no cumple con una de sus principales obligaciones, la de estudiar, será bondadoso o bonachón o buenecito… ¡o como prefiera llamarlo!; pero, desde luego, nunca podrá convencerme de que es “bueno”, si esta afirmación pretende tener algún sentido serio7.

6. El peligro que cuanto acabo de apuntar lleva consigo resulta patente en estas nuevas palabras de Yepes, con las que concuerdo de manera absoluta:

La conducta no mediada por la reflexión y la voluntad, es decir, la conducta apoyada únicamente en los sentimientos, el sentimentalismo, produce insatisfacción con uno mismo y baja autoestima: adoptar como criterio para una determinada conducta la presencia o ausencia de sentimientos que la justifican genera una vida dependiente de los estados de ánimo, que son cíclicos y terriblemente cambiantes: las euforias y los desánimos se van entonces sucediendo, sobre todo en los caracteres más sentimentales, ya la conducta no responde a un criterio racional, sino a cómo nos sintamos. El ejemplo más claro son “las ganas” (de estudiar, de trabajar, de discutir, de dar explicaciones, etc.). Las ganas como criterio de conducta no conducen a la excelencia…8

La afectividad no mediada por la reflexión y la voluntad, es decir, el sentimentalismo, produce insatisfacción con

uno mismo y baja autoestima

2. Sobre sentimentalismos, subjetivismos y egoísmos

La inmersión en el yo

6 CASTILLA DEL PINO, Carlos, Teoría de los Sentimientos, Tusquets, Barcelona, 2ª ed., 2003, pp. 137-138.

7 Si añado: «mi marido es muy bueno, pero no trabaja ni aporta lo que le corresponde a la economía familiar»… normalmente no necesito dar más explicaciones.

8 YEPES STORK, Ricardo, Fundamentos de antropología, Un ideal de la excelencia humana, EUNSA, Pamplona 1996, pp. 62-63.

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Para hacer frente a la situación descrita, en lo que tiene de mejorable, y para sacar todo el partido posible a sus aspectos de más valor, debemos intentar conocer sus causas más íntimas.

Existen unas afirmaciones de von Hildebrand que nos sitúan tras la pista correcta. Él las atribuye a ciertos «enfermos de sentimentalismo», pero pienso que describen bastante bien el tono general de nuestra época… enferma precisamente de sentimentalismo.

Von Hildebrand explica que existen dos modos fundamentales de vivir mal la afectividad. Y añade que, junto a lo que en sus tiempos solía calificarse como histeria y hoy normalmente como neurosis, que es el primero de ellos,

… otro tipo de falta de autenticidad afectiva está causado por una profunda inmersión en uno mismo. Este tipo no es retórico, no es dado a frases ampulosas y no se deleita en la declamación y en la gesticulación de respuestas afectivas, pero disfruta del sentimiento en cuanto tal. El rasgo específico de esta falta de autenticidad estriba en que, en lugar de centrarse en el bien que nos afecta o que origina una respuesta afectiva, la persona se centra en su propio sentimiento. El contenido de la experiencia se desplaza de su objeto al sentimiento ocasionado por el objeto. El objeto asume así el papel de un medio cuya función es proporcionarnos un cierto tipo de sentimiento. Un típico ejemplo de esa falta de autenticidad introvertida lo constituye la persona sentimental que goza conmoviéndose hasta las lágrimas como medio de procurarse un sentimiento placentero. Mientras que “conmoverse”, en su sentido genuino, implica “concentrarse” (being focused) en el objeto, en la persona sentimental [sentimentaloide, diría yo] el objeto queda reducido a la función de un puro medio que sirve para originar la propia emoción. Lo que debería ser algo que nos afecta intencionalmente, queda así degradado a un puro estado emocional originado o activado por un objeto9.

Formularé, entonces, no sin cierta prevención y sabiendo que me la juego, la pregunta clave: ¿qué característica del mundo contemporáneo deja una huella más profunda en el modo de (mal)-entender y (mal)-vivir la afectividad?

Dicho en pocas y muy graves y un tanto ofensivas palabras, aunque sin afán de molestar a nadie, lo que hay es un predominio exacerbado del yo, una especie de egocentrismo (y egolatría y, a veces, de egoísmo) disparatado y universal, que contraría a lo más elevado del ser humano —que, por su condición de persona, se encuentra llamado a amar a los demás y entregarse a ellos— y llega a producir, por eso, incluso enfermedades mentales severas.

Lo confirma Matláry, una mujer que ha ocupado cargos de relevancia en la política de su país:

Si yo tuviese que determinar un hecho de nuestro tiempo que es un problema para lograr la felicidad humana, señalaría que es precisamente el subjetivismo.

9 HILDEBRAND, Dietrich von, El corazón, Palabra, Madrid, 1997, pp. 41-42.

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Con esto me refiero a la presunción consensuada de que todo se resuelve en torno a mí mismo; que yo, mi ego, es el centro del universo. Mi tesis es que el hombre contemporáneo es infeliz en la medida en que está atrapado consigo mismo. En muchos casos es un prisionero de sí mismo10.

Otro tipo de falta de autenticidad afectiva está causado por una profunda inmersión en uno mismo

El testimonio de la psiquiatría

No extraña, entonces, que la escuela de psiquiatría varias veces mencionada —la logoterapia, fundada y dirigida durante años por Viktor Frankl— haya acentuado, con notable insistencia, la necesidad de poner remedio a este desenfoque: la conveniencia absoluta de recuperar la grandeza de nuestra condición de personas, es decir, de apartar la mirada y la atención del propio ego para dirigirlas hacia el entorno y, muy en particular, hacia las personas que nos rodean.

Por la enorme relevancia existencial del problema, aduzco algunos ejemplos textuales, entre muchísimos posibles, respecto a la actitud adecuada a la persona humana, para desarrollarse como tal e incluso para no enfermar psíquicamente:

1. Del propio Frankl:

La segunda capacidad humana, la de la auto-trascendencia, denota el hecho de que el ser humano siempre apunta y se dirige a algo o alguien distinto de sí mismo —para realizar un sentido o para lograr un encuentro amoroso en su relación con otros seres humanos—. Solo en la medida en que vivimos expansivamente nuestra autotrascendencia, nos convertimos realmente en seres humanos y nos realizamos a nosotros mismos.

Esto siempre me hace recordar el hecho de la capacidad del ojo de percibir visualmente el mundo que le rodea, la que irónicamente es consectaria de su incapacidad para percibirse a sí mismo. Cada vez que el ojo ve algo de sí mismo, su función está perturbada. Si yo estoy afectado por una catarata, veo una nube —mi ojo ve su propia catarata—. O si estoy afectado por un glaucoma, veo un halo como el arco iris alrededor de las luces, es como si mi ojo percibiera la tensión ocular aumentada producida por el glaucoma. El ojo que funciona normalmente no se ve a sí mismo, no se percibe a sí mismo.

Análogamente, nosotros somos humanos en la medida que somos capaces de no vernos, de no notarnos y de olvidarnos de nosotros mismos dándonos a una causa para servir, o a otra persona para amar. Sumergiéndonos en el trabajo o en el amor, nos estamos trascendiendo, y por tanto nos estamos realizando a nosotros mismos11.

2. De nuevo de Frankl:

10 MATLÁRY, Janne Haaland, El amor escondido. La búsqueda del sentido de la vida, Belacqua, Barcelona, 2002, pp. 53-54.

11 FRANKL, Viktor, La idea psicológica del hombre, Rialp, Madrid, 6ª ed., pp. 26-27.

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En el Diario de un cura rural, de Bernanos, hay una bella frase que dice: “Odiarse es más fácil de lo que parece; la merced auténtica consiste en olvidarse de sí”.

Si se nos permite modificar esta afirmación, podremos decir algo que tantas personas neuróticas no son lo suficientemente capaces de recordar: mucha más importante que despreciarse en demasía o considerarse en exceso sería olvidarse completamente de uno mismo, es decir, no pensar nunca más en sí mismo y en todas las circunstancias interiores, sino estar interiormente entregado a una tarea concreta cuya realización se encuentra personalmente reservada y restringida a cada uno.

No nos liberamos de nuestras dificultades personales examinándonos a nosotros mismos ni mirándonos al espejo, sino renunciando a nosotros mismos a través de la entrega a una cosa merecedora de tal obra12.

No nos liberamos de nuestras dificultades personales examinándonos a nosotros mismos, sino renunciando al

propio yo a través de la entrega a una tarea que merezca la pena

3. De E. Lukas, probablemente quien mejor ha entendido, proseguido y tal vez superado a Frankl:

La persona que encuentra un sentido en la vida —sea esta agradable o desagradable— no se interesa por los efectos aparentes de un entusiasmo artificial creado por el alcohol o las drogas o de un apaciguamiento postizo salido de una caja de pastillas. Lo que le interesa a esta persona no es otra cosa que lo real, los valores reales, las pérdidas reales, el mundo transpsíquico y no las frustraciones intrapsíquicas que, dicen, hay que quitarse de encima lo antes posible13.

4. Y otra vez Lukas, pero citando a su maestro:

Por tanto, todo desarrollo sano de la identidad requiere un “salto” del auto-olvido embriagador al auto-olvido natural y abnegado. Pero ¿qué aporta este salto? La respuesta, como suele suceder en la vida, es relativamente sencilla: aporta el conocimiento de que la realidad es más importante que su aceptación por parte de nuestros sentimientos; que esta realidad sigue existiendo incluso cuando huimos de ella para refugiarnos en otro sitio; que se trata de la realidad que nos rodea porque ella es el material del impulso creativo que nos mueve desde tiempos inmemoriales; y que no podemos escabullirnos de intervenir constructivamente en la realidad, por bueno o malo que sea nuestro estado de ánimo en cada momento.

Quizá sea un discurso duro, pero esconde una sabiduría que Viktor E. Frankl reflejó, por ejemplo, en estos dos breves fragmentos.

No cabe duda de que, al fin y al cabo, siempre es mejor experimentar un malestar y que los médicos nos aseguren que no hay nada fisiológico detrás. Siempre será mejor que el caso contrario, es decir, no notar nada y, sin embargo, arrastrar una lenta enfermedad latente […].

12 FRANKL, Viktor, Die Psychotherapie in der Praxis. Eine kasuistische einführun für Ärzte, Piper, Munich, 3ª ed., 1995, p. 229; la traducción es mía.

13 LUKAS, Elisabeth, Libertad e identidad. Logoterapia y problemas de adicción, Paidós, Barcelona, 2005, pp. 18-19.

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Paciente: Todo me parece vacío, sin sentido.

Frankl: ¿Qué es lo que cuenta para usted, la manera como le parecen las cosas, o sea, vacías o llenas… o más bien lo que cuenta para usted es que todo sea importante?

La argumentación de Frankl es obvia. Por supuesto, siempre es mejor no estar enfermo aunque uno se sienta enfermo (como les sucede a los hipocondríacos) que estar enfermo y no notarlo (de momento). Siguiendo la misma lógica irrefutable, también es mejor acometer algo con sentido y sentirse (de momento) miserable (como en el “salto al auto-olvido natural y abnegado”) que hacer algo carente de sentido y sentirse de maravilla (por ejemplo, al consumir drogas). Por tanto, el mensaje que una ayuda eficiente para adictos deberá transmitir es el siguiente: el ser tiene preferencia sobre cualquier ilusión emocional.

Y, simultáneamente, de manera inadvertida y espontánea, se producirá el milagro de la obtención de identidad…14

El ser humano sano y normal siempre apunta y se dirige a algo o alguien distinto de sí

3. Emotividad fecunda y emotividad desbocada

El subjetivismo engendra sentimentalismo

Todo lo anterior se encuentra resumido en esta breve sentencia de Max Scheler, que compendia en pocas palabras lo que constituye la sublime dignidad de la persona:

Solamente quien quiere perderse a sí mismo en una cosa [en una tarea, en otra persona, diría yo] puede lograrse auténticamente a sí mismo15.

Palabras decisivas, que iluminan el tema que nos ocupa —la afectividad y su crecimiento incontrolado— con solo advertir que la prioridad absoluta y desaforada concedida al yo provoca de ordinario los siguientes efectos nocivos:

1. Exacerba la proliferación de sentimientos, que se multiplican sin fin y se transforman en el centro de nuestra atención (recuérdese lo que apunté sobre los metasentimientos).

2. Incrementa de forma desmesurada la importancia que se les concede.

3. Y desemboca de manera casi inevitable en sentimentalismo o sensiblería, con todas las connotaciones que ello lleva consigo.

14 LUKAS, Elisabeth, Libertad e identidad. Logoterapia y problemas de adicción, Paidós, Barcelona, 2005, pp. 42-43.

15 SCHELER, Max, Philosophische Weltanschauung, Berlín, 1954, p. 33.

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Lo explica, con fundamento en largas horas de trato con los enfermos mentales, Cardona Pescador:

Cuando el hombre se obsesiona —y hoy es muy frecuente este tipo de obsesión— por hacerse “autónomo”, desligado de toda vinculación o dependencia que considera “alienante”, pierde su conexión con la verdad objetiva, y la consecuencia de esta actitud, es la angustia de sentirse inmerso en un mundo vacío de valores. Ese hombre, desconectado de la realidad, no hace más que buscar continuamente algo estable, un valor perdurable, escoge como único criterio sus sensaciones subjetivas y las absolutiza. El enquistamiento en su propio “yo” le conduce a no saber salir de sí mismo, absolutiza su propio vivir, busca lo agradable y elude todo lo desagradable. Así el principio del placer es elevado a la categoría de principio supremo.

El egocentrismo absolutiza su propio yo y, en vez de tomar el lugar que le corresponde en el sistema universal de relaciones, se hace a sí mismo centro del mundo y tiende fatalmente a construir una jerarquía de valores dictada por sus sensaciones inmanentes. Así como el sentido de la vida dice Igor Caruso solo se revela por la adhesión a una jerarquía de valores estables, así se oscurece más y más por el subjetivismo consiguiente a la precaria apoyatura en el propio yo.

Así, el criterio fundamental de valoración se deposita en la sensación, en la búsqueda de placer, que continuamente necesita nuevas comprobaciones. Tomar el placer como criterio de vida conduce forzosamente a un profundo disgusto y a la tristeza16.

Solamente quien sabe perderse en una tarea o en otra persona puede lograrse auténticamente a sí mismo

¿Que cómo me siento?

Para intuir el peligro engendrado por el sentimentalismo, de momento bastaría rememorar que los sentimientos, afectos, emociones, etc., son siempre percepción del estado en que se encuentra el propio yo —o alguno de sus componentes, que redunda en los restantes—, aunque sea en relación a otras personas, situaciones o realidades, o incluso causado o motivado por ellas.

En lo que ahora nos importa, la manifestación de cualquier estado de ánimo comienza siempre con un «(yo) me siento…» o «(yo) me encuentro…», en los que queda claro que el primer punto de referencia de la afectividad es uno mismo, el propio yo.

Por poner ejemplos comprensibles, aunque un tanto banales, resulta muy distinto afirmar:

1. «Me arrebata la belleza de este paisaje», «sí, no me parece mal la puesta del sol» o, yendo hasta el extremo, «la exposición será preciosa, pero a mí me importa un bledo».

16 CARDONA PESCADOR, Juan, Los miedos del hombre, Rialp, Madrid, 1998, p. 43.

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2. Que sostener: «este atardecer es impresionante, aunque hoy no me diga nada», «El Quijote es la máxima expresión de la novela castellana, por más que algunos no sepan advertirlo», «la película es fantástica, sin duda, con independencia de cuántos y quiénes logren apreciarla».

En los tres primeros supuestos, el centro de interés y lo especialmente resaltado, aunque de distinto modo, es el yo.

En los siguientes, por el contrario, nuestra afirmación recae y subraya un atributo de la realidad, haciendo pasar a segundo plano, o simplemente omitiendo, nuestra reacción frente a ella y manifestando de este modo, al menos de manera implícita, que lo que a mí me suceda o deje de suceder, aunque relevante, no resulta, en fin de cuentas, lo decisivo.

Que es, como leemos en las citas precedentes, lo defendido por la logoterapia como condición de salud mental y perfeccionamiento humano.

Según la relevancia que demos a nuestros sentimientos, el centro de gravedad del universo lo pondremos en nuestro propio yo o en los distintos elementos de la realidad que

nos circunda, conforme al valor que realmente tienen

Pues… ¡fatal!

Con otras palabras: la prioridad concedida al yo se expresa de manera muy clara en una atención exagerada a uno mismo y, para lo que nos interesa, en una percepción obsesiva de cómo me encuentro, de si me siento bien o mal, satisfecho o incómodo, pletórico o hundido, triunfante o fracasado…; es decir, en una especie de dictadura de los sentimientos.

Lo cual —lo digo con cierto retintín irónico, pero es bastante serio— suele conducir a la hipocondría e incluso a la neurosis.

1. Como sentenciaba aquel viejo amigo mío (¡no amigo mío viejo… aunque ya va empezando a serlo!): «si, cumplidos los 40 años, un día te levantas y no te duele nada, es… que estás muerto»; de ahí que, con sentido común, resulte preferible levantarse —y seguir levantado, dentro de ciertos límites— sin atender siquiera a lo que a uno le duele o le deja de doler, a si ha dormido bien o mal o, simplemente, no ha dormido, al tiempo que lleva sin sentirse pletórico, etc.

2. Y es que la reiterada inquisición sobre nuestra salud o nuestro bienestar o sobre nuestra felicidad lleva consigo, de ordinario, el recrudecimiento de las molestias y la fijación y persistencia del estado de desdicha o depresión.

Nos lo aseguran los especialistas en salud mental. Allport, por ejemplo, asevera:

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A medida que el foco del problema se reorienta hacia objetivos ajenos al yo del paciente, la vida en su totalidad se vuelve más plena de sentido17.

Algo parecido, pero más concreto, sostiene Lukas:

Es un hecho largamente demostrado que el exceso de introspección resulta perjudicial. El ser humano se caracteriza por tener una naturaleza volcada hacia el mundo. Si se pega a su ego de manera hipocondríaca, cae en la vorágine de miedos propia de una criatura desvalida, mientras que la abundancia de valores salvadora desaparece literalmente de su alrededor. La psicología también nos enseña que las personas que no se gustan están permanentemente dedicadas a sí mismas, mientras que las que, por así decirlo, están de acuerdo consigo mismas apenas reflexionan sobre ellas. ¡Ignórate y te tendrás en cuenta! La consideración se traslada hacia el yo en cuanto uno no está seguro de sí mismo, desconfía de sí mismo o no se cree a sí mismo18.

Y, la misma doctora, con expresión aún más directa:

Un número de dificultades en la vida normal —enfermedades psicosomáticas, paranoia o fijación de un pensamiento—, existen mientras les prestemos atención, empeoran si cavilamos sobre ellas […], pero desaparecen cuando son ignoradas19.

Pero también lo descubren, todo ello, la experiencia y el sentido común:

2.1. Pues, por más que a los jóvenes les resulte imposible de imaginar —a mí, por lo menos, me lo resultaba—, es muy difícil que en la vida de un adulto madurito no haya algo, en cualquiera de los terrenos de su existencia, que vaya mal o, cuando menos, no del todo bien.

2.2. Por eso, si se pone a buscarlo, no hay duda de que lo encontrará y ese hallazgo multiplicará sus dolencias físicas o psíquicas o ambas, mutuamente realimentadas, en una especie de espiral, cuyo término puede ser… el psiquiatra o el cementerio (elija cada cual lo más libremente que pueda, si es que, ante las opciones que le ofrezco, le quedan ganas de escoger).

De nuevo con palabras de Lukas:

Las personas que viven constantemente preocupadas por su bienestar, nunca se sentirán bien, y aquellas que continuamente se observan buscándose síntomas de enfermedad, ya están enfermas.

Las personas psicológicamente sanas también tienen problemas, pero limitan sus preocupaciones a aquellos sobre los que pueden ejercer algún control; e intentan trascender sus metas, cambiando de actitud, cuando se enfrentan con una situación difícil, inalterable20.

17 Cit. por FRANKL, Viktor, El hombre en busca de sentido, Herder, Barcelona, 2004, p. 148, nota 33.

18 LUKAS, Elisabeth, Paz vital, plenitud y placer de vivir, Paidós, Barcelona, 2001, p. 65.19 LUKAS, Elisabeth, También tu sufrimiento tiene sentido, Ediciones LAG, México D.F., 2ª

reimp., 2006, pp. 37-38.20 LUKAS, Elisabeth, También tu sufrimiento tiene sentido, Ediciones LAG, México D.F., 2ª

reimp., 2006, p. 47.

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La prioridad concedida al yo se expresa en una atención exagerada a uno mismo y desemboca en la dictadura de

los propios sentimientos

Y el sentimentalismo engendra egoísmos

Había llegado a esta conclusión casi sin quererlo, en el intento de poner título a este parágrafo, cuando me encuentro con las siguientes palabras de Lukas:

Una vez, visité un hogar para niños con severo retraso mental, en compañía de dos estudiantes. Uno de ellos comentó: ¡“Qué terrible! ¡Cómo sufren estos pequeños! Yo nunca podría trabajar aquí”. El otro dijo: “Bueno, si supiera que no hay suficientes ayudantes disponibles, no me importaría trabajar aquí, porque se necesita mucho apoyo y amor”. Ambos eran compasivos, pero el primero pensó en sus propios sentimientos, el otro acerca del bienestar de los niños. Si nos damos cuenta de que somos necesarios, crece nuestra fuerza para superarnos, pero si nos concentramos en averiguar si esas energías son suficientes, atendemos más a nuestras debilidades y nos sentimos frustrados21.

Si nos paramos a reflexionar sobre este asunto, advertiremos hasta qué extremos la primacía de lo subjetivo-sentimental impregna casi toda la vida contemporánea, en la esfera pública y en la privada y cuán desproporcionada resulta la preponderancia de lo mío sobre lo del resto.

1. Por ejemplo, aunque existan gloriosas excepciones y aunque con frecuencia se afirme lo contrario, lo habitual —considerado culturalmente— es que el propio interés se imponga al bien común, en el ámbito personal-familiar, nacional e internacional: expresiones del tipo «yo paso» o «ese es tu/su problema», dejan bien al descubierto el núcleo de la cuestión.

2. Y ya en los dominios afectivos, es fácil comprobar que a muchos de nosotros nos importa más cómo nos sentimos al hacer o dejar de hacer algo que si lo realizado es bueno o malo, resulta beneficioso o perjudicial para los otros.

3. Más todavía, bastantes de nuestros contemporáneos no tienen otro criterio para calificar algo como bueno o malo que la repercusión sentimental-afectiva que aprecian en sí mismos: el modo como se sienten al verlo, considerarlo, realizarlo, repudiarlo, etc.

(Según me comentaron unos buenos amigos, una visita guiada a China —las visitas a China solo pueden ser guiadas— es tal vez lo que mejor ponga de manifiesto la tendencia, establecida gubernamentalmente y, según quien dirigía el tour, plena y libremente aceptada por los ciudadanos —¡al menos, por los guías!—, a centrarlo todo en el propio bienestar).

21 LUKAS, Elisabeth, También tu sufrimiento tiene sentido, Ediciones LAG, México D.F., 2ª reimp., 2006, pp. 60-61.

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Bastantes de nuestros contemporáneos no tienen otro criterio para calificar algo como bueno o malo que la

repercusión sentimental o afectiva que experimentan en sí mismos: el bien-para-sí, y no el bien-en-sí

Una afectividad desbocada

Que todo lo anterior se deriva de una incorrecta comprensión y de un uso defectuosos de la afectividad se atisba —¡por contraste: porque en la actualidad no se atiende al objeto o causa, o motivo, sino a la pura emoción en sí!— en esta idea capital de von Hildebrand, sobre la que luego me detendré con la parsimonia que hace al caso:

Quizá la razón más contundente para el descrédito en que ha caído toda la esfera afectiva se encuentra en la caricatura de la afectividad que se produce al separar una experiencia afectiva del objeto que la motiva y al que responde de modo significativo. Si consideramos el entusiasmo, la alegría o la pena aisladamente, como si tuvieran su sentido en sí mismas, y las analizamos y determinamos su valor prescindiendo de su objeto, falsificamos la verdadera naturaleza de tales sentimientos. Solamente cuando conocemos el objeto del entusiasmo de una persona se nos revela la naturaleza de ese entusiasmo y especialmente “su razón de ser”. Como dice San Agustín: “Finalmente nuestra doctrina pregunta no tanto si uno debe enfadarse, sino acerca de qué; por qué esta triste y no si lo está; y lo mismo acerca del temor” (La Ciudad de Dios, 9, 5)22.

Concluyo con unas nuevas palabras de Scheler, también en esta ocasión necesitadas de ciertas correcciones, pero certeras en lo que atañe a la esencia de su mensaje, que me permito poner en cursiva.

Y advierto que, en contra del uso más habitual de las expresiones, que rechaza como desviación desordenada el amor propio, mientras que considera neutro el mero amor de sí, Scheler distingue entre un legítimo amor propio y un ilícito e incorrecto amor de sí, del que afirma:

En el amor de sí mismo lo vemos todo, incluso a nosotros mismos, con “nuestros” ojos, y referimos todo lo dado, inclusive nosotros mismos, a nuestros estados afectivos sensibles […]. Podemos, por tanto, movido por él, hacer de nuestras más elevadas potencias, actitudes, fuerzas […] esclavos de nuestro cuerpo y sus estados. Cubiertos y arropados por un tejido de abigarradas ilusiones, entretejido con insensibilidad, vanidad, codicia y orgullo, lo aseguramos todo en el amor a nosotros mismos…23

Es decir, como he explicado en otros lugares —y a ellos remito—, cada cual convierte el amor con que se quiere en fundamento y raíz de la bondad o maldad de cualquier otra persona o cosa: si me proporciona un beneficio las torno buenas; si me perjudica, por ese mismo y exclusivo motivo se transforman en negativas y malas.

22 HILDEBRAND, Dietrich von, El corazón, Palabra, Madrid, 1997, p. 36.23 SCHELER, Max, Ordo amoris, Caparrós Ed., Madrid, 1996, p. 37.

Page 14: El SENTIMENTALISMO. Tomás Melendo

Pero con ello entraríamos en un tema amplísimo, que no es posible abordar por ahora.

Si no me he equivocado en mi análisis, la primacía de lo subjetivo empapa casi toda la vida actual, en la esfera

pública y en la privada; en una y otra, lo mío se impone de forma desmesurada sobre lo de los otros; y este es el

origen de una insatisfacción tremendamente extendida, casi universal

Tranquilidad.

El conocimiento humano es progresivo. Normalmente no se comprende del todo lo que se lee por primera vez.

Lo medio-entendido entonces prepara para estudiar lo que sigue, y el nuevo conocimiento aclara lo ya aprendido. A menudo es preciso «ir y venir», leer más

de una vez lo mismo. Pero el resultado final suele provocar una notable satisfacción.

Ánimo.

Ayuda para la reflexión personal

En cierto modo, lo pertinente ahora es que hagas balance de todo lo que llevamos visto, y adviertas hasta qué punto te ha servido para entender un poco mejor el complejo mundo de la afectividad.

Pero te advierto —para bien y para mal— que no hemos sino dado un primer y fundamental paso: adquirir los conocimientos previos iniciales para comenzar a comprender de veras, hasta donde es posible en función de mis propios conocimientos y de las características de este escrito, la vida sentimental o afectiva de cualquier persona humana.

Todavía nos queda, pues, bastante trecho por recorrer. En el plano teórico —perfilando algunos elementos de los que aún no he hablado— y, sobre todo, en la vida vivida: poniendo en juego, por decirlo de algún modo, los distintos componentes de la afectividad para ver cómo se van constituyendo y desarrollando y cómo influyen en el conjunto de una existencia.

Te aconsejo, entonces, que te des un reposo, tomes aliento, reflexiones por última vez sobre lo que has aprendido… y te dispongas a iniciar una nueva andadura.