el santo de lo cotidiano - salvadme reina · el diablo, ronda como león rugiente, buscando a...

10
Salvadme Reina Número 49 Agosto 2007 El santo de lo cotidiano

Upload: others

Post on 25-Apr-2020

4 views

Category:

Documents


0 download

TRANSCRIPT

Salvadme Reina

Número 49 Agosto 2007

El santo de lo cotidiano

Se

rgio

Ho

llman

n

32 «No temas, rebañito mío, porque vuestro Padre se ha complacido en daros el reino. 33 Vended vuestros bienes y dadlos en limos-na. Haceos bolsas que no se gastan, un te-soro inagotable en los cielos, adonde no lle-ga el ladrón ni roe la polilla; 34 porque don-de está vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón.35 «Tened ceñidos vuestros cinturones y encendidas vuestras lámparas, 36 y sed co-mo criados que esperan a que su señor vuelva de la boda, para que, en cuanto lle-gue y llame, al instante le abran. 37 Di-chosos los siervos a quienes el señor al venir encuentre despiertos: yo os asegu-ro que se ceñirá la cintura, los hará po-nerse a la mesa y los servirá de uno en uno. 38 Ya llegue a la segunda vigilia, ya a la tercera, dichosos ellos si los encuen-tra así. 39 Entendedlo bien: si el dueño de casa supiese a qué hora iba a venir el la-drón, no dejaría que le horadasen su ca-sa. 40 También vosotros estad preparados, porque en el momento que no penséis, vendrá el Hijo del hombre.»

41 Dijo Pedro: «Señor, ¿dices esta parábola para nosotros o para todos?»42 Respondió el Señor: «¿Quién es, pues, el administrador fiel y prudente a quien el señor pondrá al frente de su servidumbre para darles a su tiempo su ración conve-niente? 43 Dichoso aquel siervo a quien su señor, al llegar, encuentre haciéndolo así. 44 De verdad os digo que le pondrá al frente de toda su hacienda. 45 Pero si aquel siervo se dice en su corazón: “Mi señor tarda en venir”, y se pone a golpear a los criados y a las criadas, a comer y a beber y a embo-rracharse, 46 vendrá el señor de aquel sier-vo el día que no espera y en el momento que no sabe, y le mandará azotar y le pon-drá entre los infieles. 47 Ese siervo que, co-nociendo la voluntad de su señor, no ha preparado nada ni ha obrado conforme a su voluntad, recibirá muchos azotes; 48 pe-ro el que sin saberlo hace cosas dignas de azotes, recibirá pocos. A quien mucho se le ha dado, mucho se le reclamará; y a quien se le confió mucho, más se le pedirá» (Lc 12, 32-48).

a EVANGELIO: EXHORTACIÓN A LA VIGILANCIA A

“Oración en el Huerto de los Olivos”, vitral de la Catedral de Bayonne, Francia

¿Basta rezar?

P. João Scognamiglio Clá DiasPresidente General

Agosto 2007 · Heraldos del Evangelio 11

Un cofre sin cerradura no sirve para nada. Así también, un alma sin

vigilancia queda a merced del enemigo. Por eso Jesús insiste tanto en esta

virtud , que siempre debe complementar la auténtica piedad.

I – VIRTUD DE LA VIGILANCIA

“Velad y orad, para que no caigáis

en tentación” (Mt 26, 41), dijo el Se-ñor a los tres apóstoles que lo acom-pañaban más de cerca en oración, en el Huerto de los Olivos, la noche en que iba a ser entregado. Por más que el espíritu esté listo, la carne es débil, afirmó en seguida.

Y de hecho, la Historia otorga rea-lismo a esta afirmación de Jesús: no pocas almas pierden fácilmente el fer-vor y caen en la tibieza, a veces inclu-so en pecados graves, por puro des-cuido. A tal punto no nos basta sola-mente la oración, que la recomenda-ción del Salvador empieza por la vi-gilancia, porque así como en una for-taleza que tenga una brecha descui-dada en su muralla facilitará que el enemigo penetre por ella, de la mis-ma forma el demonio acecha los la-dos más débiles de nuestra alma para atacarnos y derrotarnos.

Por eso nos advierte san Pedro: “Sed

sobrios y velad. Vuestro adversario, el

Diablo, ronda como león rugiente, bus-

cando a quién devorar” (1 Ped 5, 8).

Relación con la prudencia

Esa vigilancia tiene sus raíces en la virtud cardenal de la prudencia. “La

prudencia no se oculta, sino que vela

con una admirable diligencia. Tal mie-

bre, como lo es también de la exte-rior y humana, está claro que la vigi-lancia adquiere un lugar importante en nuestra vida espiritual y moral 2.

Con la práctica de esta virtud va-mos al encuentro del celo que Dios tiene por nuestra perseverancia, pa-ra lo cual envía sus ángeles “para que

te guarden en todos tus caminos” (Sal 90, 11); “vela sobre nosotros, incansa-

ble y cuidadoso, aquel singular ojo avi-

zor de la clemencia divina” 3.

Celo por la salvación del alma propia

Dios creó todas las cosas perfectas y buenas, sin que el mal pueda pro-ceder de él. Los ángeles que se rebe-laron inmediatamente al principio de la creación y fueron arrojados al in-fierno por san Miguel, fueron los in-troductores del mal ya en el Paraíso Terrenal, y buscan hasta hoy hacer-lo penetrar en lo íntimo de las almas. “El que combate a Israel no duerme ni

dormita. Todo el intento, todo el afán

de las milicias espirituales en su guerra

contra nosotros, es conducirnos y me-

motirate

90bl

zo

Cede

y celalafitrTe

“Sed

sobrios y

velad. Vuestro

adversario,

el Diablo,

ronda como león

rugiente,

buscando

a quién devorar”

(1 Ped 5, 8)

do tiene de ser sorprendido por los se-

cretos ardides de los malvados” 1.Santo Tomás de Aquino deja claro

que, si la prudencia es virtud rectora de la vida moral y espiritual del hom-

12 Heraldos del Evangelio · Agosto 2007

ternos en su camino, para que les siga-

mos y nos lleven al desastroso fin que a

ellos está destinado” 4.Ésta es una de las razones por las

que debemos cuidar nuestras almas en cualquier circunstancia de nuestra existencia, ya sea en la serena clausu-ra de un convento contemplativo, ya en la más intensa de las actividades en el mundo.

Por eso, el consejo dejado en he-rencia por nuestra Doctora, santa Te-resita del Niño Jesús: “Os entregáis

con exceso a las cosas que hacéis; vues-

tros quehaceres os preocupan demasia-

do. Yo leí hace tiempo que los israelitas

construían los muros de Jerusalén tra-

bajando con una mano, mientras que

con la otra tenían su espada. He ahí la

imagen de lo que tenemos que hacer: no

trabajar más que

con una mano; la

otra, para defen-

der nuestra alma

de los peligros que

pueden impedir la

unión con Dios” 5.Los tratados

de vida espiritual insisten sobre un punto de suma importancia: evi-tar la ociosidad. “Era un adagio de

los padres del desierto decir: ‘Que el de-

monio te halle siempre ocupado’, y cuen-

tan que, al quejarse san Antonio de que

no podía estar continuamente en ora-

ción, recibió respuesta del cielo que le de-

cía: ‘Cuando no puedas orar, trabaja’” 6.El pasaje del Evangelio para es-

te 19º domingo de Tiempo Ordina-rio, tomando como base tres parábo-las propuestas por Jesús, se circuns-cribe a consideraciones sobre la virtud de la vigilancia. La exhortación conte-nida en estos versículos de Lucas tam-bién se la puede encontrar en Mateo y Marcos. Estos dos últimos la ponen al final del “discurso escatológico” mien-tras que Lucas, tal vez para acentuar el carácter moral de la misma, la ubica en una secuencia diferente.

II – EXHORTACIONES DE JESÚS A LOS DISCÍPULOS

«32 No temas, rebañito mío, porque vuestro Padre se ha complacido en daros el reino.»

Justo después de la parábola del rico insensato (vs. 16-21), Lucas en-cadena una serie de consejos del Di-vino Maestro sobre la necesidad de primero –y sobre todo– buscar el rei-no de Dios y su justicia, porque al

obrar así, el resto se nos dará por aña-didura. Pero dada la fuerza de nues-tra concupiscencia, los sentidos difi-cultan la práctica de estos consejos, por más sabios que sean. La doctri-na convence, pero “la carne es débil”.

El temor se con-centra justamen-te en este punto: ¿cómo abando-narnos en manos de la Divina Pro-videncia? De ahí el énfasis de este “no temas”.

El “rebañito” de los elegidos

Además, les confiere el título

de “rebañito”, figura que con cierta frecuencia encontramos al recorrer las páginas del Antiguo Testamento, dado el carácter pastoril de la socie-dad en ese extenso período histórico.

Sobre el por qué de este título da-do a los discípulos, se multiplican las conjeturas entre los autores. Teofilac-to comenta: “El Señor llama pequeña

grey a los que quieren hacerse discípulos

suyos, ya porque en esta vida aparecen

pequeños los santos en virtud de su po-

breza voluntaria, ya porque son aventa-

jados por la multitud de ángeles que nos

son incomparablemente superiores” 7.Beda analiza el referido título bajo

otro prisma: “También llama el Señor

pequeña grey a los escogidos, ya com-

parándolos con el mayor número de

réprobos, o más bien por su amor a la

humildad” 8.En realidad, la Iglesia naciente era

de minúsculo porte, número y fuerza. No pasaba más allá de un granito de mostaza . Esos pocos no deberían te-mer que les faltara lo necesario para su subsistencia ya que el Padre, por efecto de su amor gratuito, les había concedido su reino. ¡Y qué Reino! Él es el mismo Dios y Soberano Señor, todopoderoso y absoluto, que no co-noce obstáculo capaz de impedir la determinación de sus voluntades.

San Pedro duerme en el Huerto de los Olivos: le hizo falta, sobre

todo, vigilancia

San Antonio

recibió esta

respuesta del

Cielo: “Cuando

no puedas orar,

trabaja”

Agosto 2007 · Heraldos del Evangelio 13

No se trata de un reino terrenal: “Mi reino no es de este mundo” (Jn 18, 36) dijo Jesús a Pilatos. Si fuera un reino en cualquier lugar de la tie-rra, estaríamos ansiosos de recibirlo cuanto antes y emprenderíamos to-dos los esfuerzos para poseerlo. Este reino es eterno y celestial. Por eso es indispensable que este “rebañito” de-muestre su plena reciprocidad con Pa-dre tan dadivoso. Jesús nos da la ga-rantía de su palabra absoluta: “Mani-

fiesta por qué no deben temer, añadien-

do: ‘Porque agradó a vuestro Padre’,

etc. Como diciendo: ‘¿Como aquél que

concede gracias tan extraordinarias, de-

jará de tener clemencia con vosotros?

Aun cuando aquí sea pequeña esta grey

(por su naturaleza, su número y su glo-

ria), sin embargo la bondad del Padre

ha dispensado a este pequeño rebaño la

suerte de los espíritus celestiales; esto es,

el reino de los cielos” 9.Maldonado hace un bello comen-

tario a la segunda parte de este versí-culo: “Cada palabra de éstas tiene es-

pecial sentido y dulzura. Dice ‘agradó’,

con lo cual se muestra la particular be-

nevolencia y libe-

ralidad de Dios

para con ellos; di-

ce ‘a vuestro Pa-

dre’ llamando a

Dios, padre de

ellos, que como

tal no puede olvi-

darse de sus hijos

(Is. 49, 15); aña-

de ‘daros a voso-

tros’ como a hijos

y herederos suyos;

‘el reino’, o sea

el celestial y eter-

no, no el terreno y

temporal” 10.

“Vended vuestros bienes”, un consejo de Jesús

«33 Vended vuestros bienes y dadlos en limosna. Haceos bol-sas que no se gastan, un tesoro

inagotable en los cielos, adonde no llega el ladrón ni roe la po-lilla; 34 porque donde está vues-tro tesoro, allí estará también vuestro corazón.»

Al principio del cristianismo era común que los primeros fieles siguie-ran este consejo a pie juntillas, y to-davía se pueden encontrar hoy algu-nos casos en esta línea. En su esencia, incide sobre dos puntos:

– En primer lugar, nuestra propie-dad no la constituyen solamente los bienes materiales o riquezas sino tam-bién toda suerte de posibles apegos: ciencia, erudición, amistad, comodi-dades, placeres lícitos (y más inten-samente los ilícitos cuando nos entre-gamos a ellos), etc. Mientras más des-prendido esté nuestro corazón de los objetos terrenales, sean del espíritu o de la materia, tanto más gozaremos la felicidad en el tiempo e inconmensu-rablemente más en la eternidad.

– Un segundo punto dice respecto a la obligación, positiva o no, de vender lo que se posee y darlo como limos-

na. A propósito, podríamos hacer junto a Maldo-nado la siguien-te pregunta: “Pe-

ro ¿cómo es que

manda aquí Cris-

to a todos en gene-

ral vender cuan-

to tienen y darlo

a los pobres, sien-

do así que en otro

lugar (Mt. 19, 21)

lo aconseja só-

lo a los que quie-

ran ser perfectos?

No es difícil la res-

puesta: o bien ha-

bla aquí a solas

con los discípulos, los cuales querían ser

perfectos, o si es con todos los cristia-

nos, se refiere a la disposición de ánimo,

como dicen los teólogos. Porque, si bien

no es necesario a todos vender cuanto

tengan, sí lo es tener como cristianos tal

disposición de ánimo que, si fuese me-

nester, vendan todos sus bienes por no

perder a Cristo” 11.

Dar en la tierra para recibir en el Cielo

Diremos aquí una palabra sobre los beneficios recibidos por quien da limos-na. De por sí gana más el que da que el que recibe: “Mayor felicidad hay en dar

que en recibir” (Hch 20, 35). “No hay pe-

cado que no pueda borrar la limosna, que

es remedio contra toda llaga. Pero la li-

mosna no se hace sólo con dinero, sino

Mientras los Apóstoles dormían, los enemigos de Jesús

tramaban su muerte

na. podrjuntnadote pro ¿

ma

to a

ral

to t

a lo

do a

luga

lo a

lo a

ran

No

pues

bla

Mientras más

desprendido

esté nuestro

corazón de los

objetos terrenales,

tanto más

gozaremos la

felicidad en

el tiempo y la

eternidad

14 Heraldos del Evangelio · Agosto 2007

también por las obras; como cuando al-

guno protege a otro, cuando un médico

cura, o cuando un sabio aconseja” 12.Por eso, nuestra riqueza distribuida

a los necesitados en esta tierra es un te-soro inagotable en el Cielo. Las virtudes practicadas ante Dios para darle culto y alabanza, las buenas obras, los consejos dados a otro, la enseñanza, la oración por los afligidos y necesitados, así como dar limosnas, constituyen un tesoro en el Cielo. En esta categoría se inclu-

de género que, aunque reforzadas, po-dían llegar a gastarse con el tiempo o ser dañadas por la polilla, arriesgando su contenido. La situación era mucho peor cuando la habilidad de algún ladrón ha-cía desaparecer esas bolsas de su lugar habitual, para ya no volver más.

El hombre, por la fuerza de su propia naturaleza, no puede dejar de buscar la felicidad, ya sea en este mundo, ya sea en la eternidad, don-

de él coloque el objetivo de sus

nueva raza que san Luis Mª Grignion de Montfort denomina “la raza de la Virgen”, raza que constituye el ta-lón de la Soberana Señora, llamada a aplastar la cabeza de la serpiente. Ella nos enseña a hacer de esta tierra una escuela preparatoria para el Cie-lo, pues aquí los tesoros perecen, son viles, a menudo nos degradan, afligen y empobrecen. La muerte los arranca de nuestras manos sin apelación.

Con los tesoros del Cielo suce-de al revés: nos ennoblecen, consue-lan y aseguran una feliz eternidad. La muerte misma nos entrega la pose-sión irreversible de estos bienes.

III – “TENED CEÑIDOS VUESTROS CINTURONES

Y ENCENDIDAS VUESTRAS LÁMPARAS”

35 «Tened ceñidos vuestros cintu-rones y encendidas vuestras lám-paras, 36 y sed como criados que esperan a que su señor vuelva de la boda, para que, en cuanto lle-gue y llame, al instante le abran. 37 Dichosos los siervos a quienes el señor al venir encuentre des-piertos: yo os aseguro que se ce-ñirá la cintura, los hará poner-se a la mesa y los servirá de uno en uno. 38 Ya llegue a la segunda vigilia, ya a la tercera, dichosos ellos si los encuentra así.»

Sin una ilación muy precisa, san Lucas reproduce enseguida dos pará-bolas afines en cuanto a su sustancia. La primera de ellas está contenida en estos cuatro versículos. Ambas están precedidas por una incisiva recomen-dación del Divino Maestro: la necesi-dad de mantener ceñida la cintura y de conservar encendidas las lámparas.

Simbolismo del acto de ceñirse y de las lámparas encendidas

Las propias Escrituras Sagradas (cf. Ex 12,11; 17,13) describen cómo los hebreos –y los orientales en gene-

anhelos. Abandonado a las inclina-ciones de su concupiscencia, se entre-gará a la voluptuosidad de la materia y en ella pondrá su corazón.

El ejemplo de María

María, dentro de nuestra natura-leza, elevó su alma virginal para en-grandecer al Señor y convertirlo en su tesoro. De su fidelidad nació una

María buscó exclusivamente los tesoros celestiales

“Anunciación”, vitral de la Catedral de Notre-Dame, París

Se

rgio

Ho

llman

n

yen: la invocación a los santos, la con-fianza en su intercesión, la frecuencia de los sacramentos, al igual que todo acto de piedad y cualquier obra santa.

Poner el corazón en los tesoros eternos

Por las costumbres de la época, la bolsa para monedas era de uso común a hombres y mujeres. Se trataba de piezas

Agosto 2007 · Heraldos del Evangelio 15

ral– utilizaban un cíngulo atado a la cintura para recoger un poco sus lar-gas túnicas, y de esta forma poder ca-minar con más desembarazo o facili-tar también el servicio de la mesa.

Pero el conocimiento de estas cos-tumbres induce más a perplejidad que a una perfecta comprensión del significado del simbolismo de las fi-guras empleadas por el Salvador en este pasaje: ¿Por qué los servidores deben colocarse en situación de viaje cuando solamente esperan el regreso del dueño de casa? Además, ¿cuál es la razón de disponerse a servir la me-sa cuando el señor llegaría satisfecho por haber comido en la fiesta?

Tales dificultades quedan completa-mente superadas por la real explicación de las minucias de las costumbres orien-tales de aquellos tiempos. Como ya vi-mos anteriormente, ellos utilizaban tú-nicas bastante holgadas que llegaban a los pies. Para caminar y para el servi-cio era indispensable recoger las extre-midades de la vestimenta, reteniéndola y acortando su extensión mediante un cíngulo bien ajustado a la cintura.

A su vez, los cinturones ceñidos hacían parte de la buena compostu-ra y educación, sobre todo para reci-bir o servir a alguien de superior ca-tegoría. Dentro de la propia casa se podía estar a gusto en la intimidad fa-miliar, sin usar turbante, sandalias ni tampoco el cinturón. Andar descalzo, descubierto y sobre todo con la ropa suelta era la nota típica de intimidad, despreocupación y hasta de cierto re-lajamiento. Pero justamente ésa es la nota inconveniente de ostentar fren-te al señor que llega de la fiesta.

En cuanto a la figura de las lámpa-ras, se hace fácil su comprensión si nos reportamos a la parábola de las vírge-nes prudentes y las vírgenes necias (cf. Mt 25, 1-13). “Cuando viene el amo de

noche, suelen los criados ir delante de él

con la antorcha encendida en la mano.

Y así quiere Cristo que hagamos tam-

bién nosotros. Las antorchas encendi-

das no significan otra cosa sino que he-

mos de tener todas las cosas arregladas

para recibir a Cristo cuando viniere al

juicio, de modo que no nos quede na-

da por arreglar en aquella sazón. ¿Qué

puede parecer más sencillo que, mien-

tras el amo llama a la puerta, encender

la luz necesaria? Pues aun esto quiere

el Señor que esté ya hecho antes de que

venga. Pues, además de que no espera-

ría mientras el otro enciende la antor-

cha, resultaría esta espera indecorosa e

impropia de la dignidad del amo” 13.

La llegada del Señor

En seguida (v. 36) empieza la pri-mera parábola propiamente dicha. En

Debemos

velar sin

interrupción

para que

la llegada del

Juez Supremo

no nos tome

por sorpresa

sus detalles se percibe que sobrepa-sa la realidad. Se trata de una alego-ría, pues para recibir al señor no ha-ría falta que toda la servidumbre estu-viera despierta. Tanto más cuando se sabe siempre la hora de partida a una fiesta pero no la de regreso, que ade-más tampoco suele ser temprana.

En las relaciones humanas norma-les no sucedería nunca un hecho co-mo el que describen los versículos más arriba. Ningún señor le exigiría a sus siervos –ni siquiera en aquellos tiempos– que esperaran despiertos su regreso de una fiesta. Cuando mucho el portero, y eso se comprende. Ade-más, encontrándolos a todos despier-tos, después de un saludo determina-ría que se fueran a dormir, pero ja-más los pondría a servir la mesa, so-bre todo a horas tan avanzadas.

Ante esa pluralidad de hechos in-sólitos, se discierne claramente que tales excesos sólo pueden verificarse en el plano sobrenatural de la gracia de Dios: “El significado verdadero y

completo es que si, cuando llegue Cris-

to, nos encuentra, vigilantes y prepara-

dos con obras buenas, en el cielo nos

hará como señores, porque comeremos

y beberemos como tales en la mesa de

su reino” 14. (P. Juan de Maldonado, S. I., op. cit. – pág. 603).

La insistencia sobre una posible segunda o tercera venida del señor evidentemente busca reforzar la gran necesidad de estar vigilantes.

Necesidad de la vigilancia

«39 Entendedlo bien: si el due-ño de casa supiese a qué hora iba a venir el ladrón, no dejaría que le horadasen su casa.»

Este versículo no ofrece ninguna dificultad de interpretación, porque todo ladrón busca una ocasión fácil para su acción y quiere pasar inadver-tido. Ante esta prerrogativa el due-ño de la casa, conociendo la hora en que sucedería el robo, estaría aguar-dando para impedirlo. Así también nosotros, imbuidos con la certeza de que el Juez Supremo ha de venir, pe-ro desconociendo el momento, debe-mos estar vigilando ininterrumpida-mente para que su llegada no nos to-me por sorpresa.

«40 También vosotros estad pre-parados, porque en el momento que no penséis, vendrá el Hijo del hombre.»

Los servidores vigilantes nos pro-porcionan el conocimiento del pre-mio inmerecido que nos espera si procedemos tal como ellos, aman-do al Señor sin límites, y si en razón de dicho amor guardamos su pala-bra y observamos sus mandamientos. Al regresar al Salvador, él nos servi-rá. Por otro lado, el maestro vigilante nos incita a ser cuidadosos para evi-

16 Heraldos del Evangelio · Agosto 2007

tar nuestro encuentro con el Señor en una circunstancia desfavorable, por falta de vigilancia. Son dos conse-jos armónicos y fundamentales.

El Señor vendrá. Es absolutamen-te segura su venida. Por eso: “Voso-

tros estad preparados, porque en el

momento que no penséis, vendrá el Hi-

jo del hombre”. Por tanto, podrá ser un día inesperado; a una edad en que no había nada que temer, cuando se multiplicaban grandes proyectos de, quizá, placeres, logros, negocios…

Nada mejor para obtener una in-cansable, robusta y continua vigilan-

cia, que recurrir a la Madre de Mise-ricordia. Y si incluso así llegamos a fallar, ella nos obtendrá el perdón de nuestras miserias.

IV – LA PARÁBOLA DEL ADMINISTRADOR FIEL

En los versículos finales (41-48), respondiendo a una pregunta de Pe-dro que deseaba saber si la parábo-la era para ellos o para todos, el Di-vino Maestro elabora otra más para la generalidad: la del “administra-dor fiel y prudente”. Se hace paten-

te el carácter universal de su ense-ñanza, y por ende, se aplica a cual-quiera de nosotros. Basta conside-rar con atención la incertidumbre sobre la hora de nuestra muerte pa-ra caer en cuenta de la enorme im-portancia que tiene la virtud de la vigilancia.

Obligaciones de quien tiene autoridad sobre otros

Al hacer uso de la imagen del ad-ministrador, Cristo busca represen-tar a los que tienen alguna autori-dad o poder sobre otros. La aplica-ción recaía directamente sobre Pe-dro y los apóstoles, que recibirían de sus manos la institución de la Igle-sia, y también abarcaría a padres, tu-tores, etc.

En estos versículos el prisma si-gue siendo el de la vigilancia, pe-ro ahora con otra nota característi-ca: la de la prudente fidelidad. La primerísima obligación del admi-nistrador es la de no apropiarse de ninguno de los bienes confiados por su señor, y por esto mismo no per-seguir su propio placer, su gloria ni su voluntad, sino el puro interés de su señor. En segundo lugar de-be ser prudente, distinguiendo con buen criterio de jerarquía la forma de distribuir los trabajos en propor-ción a los talentos y fuerzas de ca-da uno. Además, deberá proveer las necesidades de todos, ofreciéndoles los medios, instrucciones, sustento, etc., para el desempeño de las fun-ciones respectivas.

Procediendo con este amor a la perfección, la autoridad, al encon-trarse con su señor, además de la bienaventuranza, recibirá la adminis-tración de todas sus posesiones.

El castigo del administrador infiel

En cuanto al administrador infiel, también con trazos irreales, el Divi-no Maestro busca delinear la princi-pal causa de sus delitos: olvidar que tiene un señor y que éste volverá, o también, convencerse de que su amo

Jesús entrega a Pedro las llaves para administrar fielmente la Iglesia

“Cristo entrega las llaves a San Pedro”, G. Reni, Museo del Louvre, París

Se

rgio

Ho

llman

n

de nuestro encuentro con el Señor, el que podrá darse en el momen-to menos esperado. Que usemos bien nuestro tiempo, palabras y ac-tos. En síntesis, que seamos siempre santos.²

1 S. Agustín: De moribus Ecclesiae, c. 24.

2 S. Tomás de Aquino: Suma

Teológica II – II q. 47 a.9

3 S. Bernardo: Serm. 11 sobre el Salmo 90, § 1.

4 S. Bernardo, íbidem.

5 S. Teresita de Lisieux: Consejos

y recuerdos N. 376 P. Alonso Ro-

dríguez: Ejercicio

de perfección y vir-

tudes cristianas, p. 2ª tr. 4 c. 18.

7 Apud S. Tomás de Aquino in Cate-

na Aurea – In Lc.8 Op. cit. ibid.9 S. Cirilo de Jerusalén, apud S. To-

más de Aquino, Catena Aurea.10 P. Juan de Maldonado, s.j. Comen-

tarios a los cuatro Evangelios, BAC, Ma-drid, 1951, V. II, pp. 597-598.

11 Idem ibidem, pp. 597-598.12 S. Juan Crisóstomo: In Matthaeum

ex homil. 26.13 Maldonado, op. cit. pág. 600.14 Idem ibidem, p. 603.15 Isidro Gomá y Tomás: El Evange-

lio explicado, Ediciones Acervo, Barce-lona, 1967, vol. II, pág. 194.

Aq

47

íb

Liy

de

tu

Como no

hay igualdad

de premios

en la otra vida,

así tampoco la

hay de castigos,

dice San Basilio

no volverá tan temprano. De ahí los malos tratos, la injusticia, el abando-no a la gula y a los desórdenes. És-te también será sorprendido por el señor y castigado con la separación eterna…

A continuación, trata de la pro-porcionalidad de los castigos, mos-trando cómo, por justicia, “a quien

mucho se le ha dado, mucho se le re-

clamará” (v. 48). Es aquí donde se concentra especialmente la respues-ta ofrecida por el Maestro a San Pe-dro, cuya sustancia a casi todos los santos hace temer y temblar. ¡Cuán-tos entre ellos buscaron una vida pe-nitencial al considerar estas palabras divinas!

Comenta el cardenal Gomá acer-ca de este pasaje: “Como no hay

igualdad de pre-

mios en la otra

vida, así tampo-

co la hay de cas-

tigos, dice San

Basi l io . Todos

serán condena-

dos a las llamas

los que las hayan

merecido, pero

unos las sufrirán

más intensas que

otros; todos se-

rán roídos por el

gusano inextin-

guible; mas és-

te será más fuer-

te o más remiso. Por eso, dice Teofi-

lacto, los sabios y doctores, que de-

bieron obrar según su doctrina, y sa-

car de ella incremento para los de-

más, serán con más rigor atormen-

tados. Debiera este pensamiento ha-

cernos temblar, si Dios nos ha favo-

recido con dones de privilegio en el

conocimiento de su voluntad, o nos

ha concedido gracias extraordina-

rias, o nos ha conferido poderes pa-

ra hacer conocer a los demás su vo-

luntad” 15.Que esta liturgia de hoy nos con-

venza a fondo de la gran necesidad de ser diligentes en la preparación

Jesús será el Supremo Juez que pedirá cuentas a cada uno según

su responsabilidad

“Jesús bendiciendo”Pórtico de la Catedral de Barcelona

Se

rgio

Ho

llman

n

O

Gu

sta

vo

Kra

lj

“Asunción de la Virgen” Iglesia Trinità dei Monti, Roma

h Virgen bienaventurada, que no se hable más de tu misericordia

si hay acaso un solo hombre que, habiendo rogado ti en sus penas, recuerde haberos encontrado insensible a su petición. Siempre exaltaremos

tus virtudes, pero por sobre todas apreciamos la misericordia, ya que somos miserables y pecadores. A tu misericordia, tan dulce para los desdichados, le dirigimos nuestras oraciones fervorosas.

(Colección de Oraciones de la Condesa de Flavigny)