el sacerdote

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EL SACERDOTE, FUENTE DE GRACIAS PARA LAS ALMAS Escrito por el Beato Columba Marmion de su obra, "Jesucristo, Ideal del Sacerdote". El sacerdocio eterno de Cristo es la fuente de donde brotan todas las gracias que los hombres reciben en este mundo y la felicidad de la que

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EL SACERDOTE, FUENTE DE GRACIAS PARA LAS ALMAS Escrito por el Beato Columba Marmion de su obra, "Jesucristo, Ideal del Sacerdote".

El sacerdocio eterno de Cristo es la fuente de donde brotan todas las gracias que los hombres reciben en este mundo y la felicidad de la que han de gozar durante toda la eternidad: De plenitudine ejus nos omnes accepimus (Jo., I, 16).

El sacerdocio cristianoes prcticamente el canal ordinario de todos los dones sobrenaturales que Dios concede al mundo, porque su misin es la de continuar en la tierra la obra de Jess y se ejerce en virtud de su poder.

Si consideramos nuestra dignidad de sacerdotes bajo este aspecto, descubriremos en ella una grandeza incomparable.

Puede Dios en su liberalidad soberana dispensar librrimamente sus gracias independientemente de nuestro ministerio. Sin embargo, segn el plan de la sabidura eterna, ha querido que la adopcin divina, el perdn de los pecados, los socorros del cielo y toda la enseanza de la revelacin nos llegue por mediacin de otros hombres investidos del poder de lo alto.

Este orden de cosas es una prolongacin de la economa de la encarnacin, de la misma suerte que el mundo fue rescatado por el sacrificio de un hombre, nuevo Adn cuyos mritos eran de un valor infinito, as tambin ahora las gracias de la redencin se comunican por mediacin de otros hombres que hacen en la tierra las veces de Cristo.

Esta dispensacin de las gracias, que se ajusta enteramente a la voluntad del Padre, es un motivo de continua glorificacin para el Hijo. Porque, cuando los fieles recurren al sacerdote para ser iluminados y fortalecidos, reconocen prcticamente que, en la obra de su salvacin y de su santificacin, de Cristo es de quien se derivan todos los bienes espirituales. Los miembros del Cuerpo Mstico que viven esta fe contribuyen a la exaltacin universal del Salvador, y participan a su manera en los designios del Padre, que dijo: Le he glorificado y le glorificar (Jo., XII, 28).

La encarnacin tiene por fin elevar a la criatura al orden sobrenatural. Este fin se realiz radicalmente en Jesucristo, pero an es necesario que cada alma, sirvindose de las gracias que la Iglesia dispensa, llegue a realizar en s misma esta exaltacin divina. Por los dones de que son portadores, todos los cristianos son capaces, al menos por su ejemplo, de atraer a su prjimo al camino de la virtud. Pero el sacerdote debe ser un centro de irradiacin de vida divina. El es quien debe comunicar los dones sagrados, y en especial el don por excelencia, que es Jesucristo. Por la condicin misma de su oficio, es director y debe conducir al religioso lo mismo que al simple fiel por los caminos de la perfeccin. A l le corresponde, en una palabra, hacer que en todos los corazones resuene el eco del mensaje evanglico: Prdicate Evangelium omni creatur (Mc., XVI, 15).

Leemos en la misa de los Doctores: Vosotros sois la sal de la tierra: Vos estis sal terr (Mt., V, 13). Esto lo dijo Jess a sus apstoles. El sacerdote ofrece este germen de incorrupcin a todos los que entran en contacto con l. Y debiera poder decirse de l con toda verdad que de l sala una virtud que curaba a todos (Lc., VI, 19). Pero esto depende en gran parte de su santidad personal.

Cuando la sal pierde su sazn, no sirve para otra cosa que para arrojarla como un deshecho intil. Lo mismo sucede con el sacerdote. A poco que pierda el fervor de su consagracin sacerdotal, la accin espiritual que ejerce sobre las almas tiende a disminuir.

Por el contrario, cuando est lleno de amor de Dios y fervientemente unido a Jess, hace un gran bien, aunque no tenga confiado ningn ministerio sagrado. La experiencia de todos los das nos ensea que un profesor de filosofa, de ciencias, de humanidades, o un prefecto de disciplina, si vive realmente su sacerdocio, ejerce infaliblemente una bienhechora influencia sobre sus discpulos, an sin percatarse muchas veces de ello. Ningn laico puede ejercer una influencia tan profunda, por muy ejemplar y edificante que sea, ya que nicamente el sacerdote es por vocacin la sal de la tierra. No olvidemos jams que somos causas instrumentales de las que Jesucristo se sirve para la santificacin del mundo. La causa instrumental debe estar ntimamente unida al agente que la mueve: su accin no se ejerce sino en virtud del agente principal. Seamos nosotros este instrumento humilde y dcil en las manos de Dios, sin atribuirnos a nosotros mismos lo que Dios realiza por medio de nosotros. La validez de nuestro ministerio sacramental depende de nuestra ordenacin y de la jurisdiccin que recibimos del obispo. Pero la fecundidad santificadora de nuestra palabra en el confesionario, en la predicacin y en todas las relaciones que tenemos con los fieles se debe en gran parte a nuestra unin con Cristo.

An hay un motivo ms para que admiremos la sabidura de la economa divina. En sus designios misericordiosos, el Padre no ha querido limitar el fin de la encarnacin a la obra de la salvacin del mundo, sino que tambin ha querido que podamos encontrar en el Mediador divino un corazn como el nuestro, un corazn rebosante de ternura y de compasin, que ha experimentado todos nuestros sufrimientos y todas nuestras miserias, a excepcin del pecado.

El sacerdote es el continuador en el mundo de la misin del Salvador. Esta es la razn de porqu el Seor no ha elegido los dispensadores de su gracia de entre los ngeles, por puros que sean y por mucho amor que le profesen, sino precisamente de entre los hombres. Los que as hayan sido elegidos, por la experiencia personal que tienen del peso de su debilidad humana y por el sentimiento de su propia indigencia, se compadecern mejor de las debilidades y de las ignorancias de los pecadores: Qui condolere possit iis qui ignorant et errant, quoniam et ipse circumdatus est infirmitate (Hebr., V, 2).

Si la divinidad de Jesucristo nos llena de admiracin y reverencia, su bondad y su misericordia nos confortan y nos subyugan. Lo mismo sucede al pueblo cristiano que venera la sublimidad del sacerdocio; pero lo que le atrae en el sacerdote y lo que excita su amor hacia el ministro de Dios es principalmente su bondad, su compasin para toda suerte de dolores y debilidades y su entrega absoluta al servicio de todos, semejante a la de San Pablo, que le impulsaba a escribir con santo orgullo a los romanos: Me debo tanto a los sabios como a los ignorantes: Sapientibus et insipientibus debitor sum (I, 14).

En mi pas, que durante tres siglos ha sufrido la persecucin religiosa, el sacerdote es no solamente el que ha conservado la integridad de la fe en el alma del pueblo, sino el consejero a quien siempre se le escucha, tanto en el seno de la familia como en los problemas personales que le presentan los fieles, y por eso todos le estiman como el consolador y el amigo ms fiel.

A esta gran bondad, que se alimenta en la misma fuente que la de Jess, debe aadir el sacerdote una fe viva en la eficacia de la gracia, de la que es dispensador. Sean cuales sean las deficiencias y los pecados que se le presenten, el ministro de Cristo deber creer firmemente en el poder de la gracia para remediar las necesidades de todos y de cada uno. Como dice un autor antiguo, Jess transforma toda alma que tenga buena voluntad. Se encuentra con un publicano y hace de l un evangelista; encuentra un blasfemos y lo hace apstol; un ladrn y lo lleva al cielo; una meretriz y la transforma en ms casta que una virgen [Pseudo-Crisstomo, Serm. I in Pent., P. G. 52, col, 803. (Breviario monstico, martes de Pentecosts)].

Ocurre a veces que el sacerdote, que est entregado en cuerpo y alma a su misin, se siente muy por debajo de su ideal. Pero esta impresin no debe desanimarle, porque este sentimiento de humildad es una de las mejores disposiciones para atraer sobre s mismo y sobre su ministerio la bendicin de Dios.

Mas para que este convencimiento de su propia nada sea agradable al Seor, deber ir acompaado de una confianza sin lmites en los mritos de Jess: Porque en l, dice San Pablo, habis sido enriquecidos en todo; en toda palabra y en todo conocimiento, de suerte que no escaseis en don alguno (I Cor., I, 5-7). Si mucho importa que reconozcamos nuestra pobreza, ms necesario nos es an decir con el Apstol: Todo lo puedo en Aqul que me conforta (Philip., IV, 13). Para cumplir su misin salvadora, Cristo recibi del Padre la vida divina; y tambin nosotros recibimos la gracia de lo alto para ejercer nuestro ministerio con las almas.

Todas las maanas volvemos a encontrarnos con Jesucristo: su carne y su sangre nos vivifican. Lo que debemos hacer es recibirle con fe para revestirnos de l: Induimini Dominum Jesum Christum (Rom., XIII, 14). Entonces, nuestro corazn se llenar de amor y de compasin hacia los pecadores, los ignorantes, los atribulados, los que penan y sufren. Y podremos, a ejemplo de Jess, desear que vengan todos a nosotros para ser aliviados: Venite ad me omnes qui laboratis et onerati estis, et ego reficiam vos (Mt., XI, 28).