el reparto de la accion

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Manuel Cruz responsabilidad

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  • El reparto de la accin

  • El reparro de la accinEnsayos en romo a la responsabilidad

    CoordinadoresManuel Cruz y Roberro R. Aramayo

    Eplogo de Ernesto Garzn Valds

    E D T O R A L T R O T T A

  • COLECCiN ESTRUCTURAS Y PROCESOSSerie Filosofa

    /Cl Editorial Trona, 1999Sagasra, 33. 28004 Madrid

    Telfono, 91 593 9040Fa., 91 593 9] 1 J

    Email: [email protected]:llwww.trorra.es

    Q Manuel Cruz y Roberto R. Aramaya, 1999

    DiseoLuis Arenas

    ISBN, 84-8 J64-359-9Depsito Legal: M-47372J99

    Impresinrea Printing, S.A.

  • CONTENIDO

    Nota previa: Manuel Cruz y Roberto R. Aramayo 9Introduccin: Acerca de la necesidad de scr responsable:

    Manuel Cruz 11

    1. MS AC DEL DEBER

    Los confines ticos de la responsabilidad: Roberto R. Aramayo ...... 27Razones y propsitOs: el efecto boomerang de las acciones

    individuales: Concha Ro/M" 47Teodicea, nicotina y virtud: Antonio Valdecmltos 61Dilemas de la responsabilidad. Una aproximacin weberiana:

    Jos Luis Villacaas Berlanga 89

    JI. OTRAS FORMAS DE RESPONDER

    Responsabilidad negativa: Antonio Agui/era 115Responsabilidad polrtica. Reflexiones en torno a la accin

    y la memoria: Fina 8iruls 141Realizaciones individuales del orden: Rom4n G. Cuartango 153Hacerse cargo u okupar: Santiago L6pa Petit 173

    A modo de eplogo: Los enunciados de responsabilidad:Emesto Garzn Va/dis 181

    Nota biogr4fica de los autores 215Indice.................................................................. ........................... 219

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  • NOTA PREVIA

    Incluso la Administracin, a veces, juega buenas pasadas. Este volu-men colectivo es la materializacin -o la expresin final, pblica-de un trabajo facilitado en gran medida por esa figura que, en ellenguaje tcnico, se denomina Unidad Asociada. Merced a ellas, dosgrupos que llevaban trabajando en cuestiones anlogas desde hacatiempo (pertenecientes al Instituto de Filosofa del CSIC y al Depar-tamento de Historia de la Filosofa de la Universidad de Barcelona, ycuyos integrantes eran a su vez miembros de sendos Proyectos deInvestigacin -PS94-0049 y PS94-0873, para que conste dondehaga falta-) dispusieron de los medios para confrontar sus investi-gaciones. Ello ocurri alo largo de las jornadas que, con el ttulo queresuena como trasfondo en alguno de los trabajos (ese .hacerse car-go- que recorre el texto -unas veces de forma abierta, otras encu-bierta- C0l110 un leitmotiv) se celebraron en nuestras respectivasinstituciones a finales de 1997 y principios de 1998.

    En ellas, adems de los miembros de ambos equipos, participa-ron tambin Ernesto Garzn Valds y Javier Muguerza, y fue preci-samente lo satisfaerorio del resultado obtenido, tanto en lo que res-peera a la asistencia de pblico a las sesiones como ala viveza de losdebates a que estas dieron lugar, lo que nos persuadi a convertiraquellos materiales en libro. Quiere decirse con ello que lo que eneste momento tiene el lector en sus manos no son precisamente lasaaas o la mera transcripcin de los materiales entonces presentados,sino que todos los colaboradores han procedido a un minucioso tra-bajo de revisin y, en algn caso, de modificacin para convertiraquella intervencin en textO autnomo y autosuficieme.

    Por supuesto que es competencia irrenunciable delleeror vaJo-

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  • NOTA PREVIA

    rar el libro que se le ofrece, pero, a pesar de ello -y sin nimoalguno de interferir en esa opinio-, se nos permitir el pequeoprivilegio de que manifestemos nuestro sentimiento de agrado porhaber cumplido con la rarea prevista. Sentimiento que no lleva aninguna modalidad de autocomplacencia, sino que constituye unestmulo, un aliciente, para perseverar en esta particular forma derrabajo en comn. Este libro en el que el lecror est a punto deadentrarse constituye para sus aurores la mejor prueba de que lailusin con que emprendieron la tarea de la colaboracin, lejos deser una ilusin aventurada o insensata, estaba cargada de buen senti-do. Era una i/U5in p/aU5ib/e. y aunque una formulacin as a al-guien le podr sonar en exceso moderada -por autocontenida-,no deja de rener su punto. Porque una ilusin plausible es un poqui-to ms que una ilusin que da sus frutos: es una ilusin que todavapuede crecer.

    Barcelona I Madrid, 9 de junio de 1999MANUEL CRUZ V ROBERTO R. ARAMAvo

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  • Introduccin

    ACERCA DE LA NECESIDAD DE SER RESPONSABLE

    Man.ul CrllZ

    1. Advertencia. Las introducciones a volmenes colectivos no acabande constituir por s solas un gnero literario con su tradicin propia,usos establecidos y, menos an, normas o criterios consolidados.Como mucho podra decirse que es frecuente aprovechar este espa-cio inicial para dar cuenta de alguna circunstancia concreta que pue-da estar en el origen del libro, o anticipar una breve sinopsis del con-tenido de las diversas colaboraciones. Como en el presente caso loprimero ya se hace en la Nota Previa, y lo segundo he de confesar quesiempre me ha parecido una dudosa (por reiterativa) deferencia allector vacilante y perezoso, se me permitir que en lo que sigue re-grese a un procedimiento que en alguna otra ocasin anterior puseen prctica con aceptables resultados, y que se podra describir di-ciendo que consiste en explicitar el entramado de creencias que haanimado y, por ello, posibilitado en lo que le es ms propio (esto es,las ideas) ese producto final complejo que es el presente libro.

    La razn que ha permitido a los colaboradores del volumen coin-cidir aqu es el hecho de que comparren una conviccin en aparienciabien simple, a saber, la de que el asunto del que se ocupan en lo quesigue cada uno asu manera es un asunto que nos concierne de mane-ra directa, urgente e importante. Pero que no se malinterprete lo queles une: una conviccin no es un principio metafsico fundacional, nitampoco una valoracin que se postule sin ms y que por ranto noadmita objecin terica alguna. Menos aun es mero protocolo me-todolgico, wittgensteiniana escalera de la que podamos prescindiruna vez consumada la ascensin. Una conviccin, para ser de las bue-nas, debe poder ser discutida. De otro modo, se corre el (serio) peli-gro de que el convencimiento a que d lugar, lejos de estar emparen-

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  • MANUel CRUZ

    tado con el entusiasmo crtico ----

  • INTRODUCCiN

    ra con mayor nitidez. Sin duda, sectores conservadores se estn sir-viendo de la nocin de responsabilidad individual con el poco en-mascarado propsito de vaciar de contenido la nocin de responsabi-lidad colectiva, que a ellos les incomoda en la medida en que implicacostosos compromisos de solidaridad con los segmentos sociales msdesfavorecidos. De ah que prefieran no continuar hablando de laresponsabilidad de la sociedad con los parados, con los enfermos,con los refugiados o, en general, con todos los excluidos, y, en sulugar, propongan hacerlo de la responsabilidad individual de los des-empleados en la obtencin de su puesro de trabajo, de la de los enfer-mos en el consumo de sus medicinas, de la de los trabajadores hoy enaaivo en la previsin de su propia jubilacin, y as sucesivamente.

    Ahora bien, si del mbito (vamos a llamarlo as) filosfico-polti-co pasramos al de lo filosfico-moral, comprobaramos que ah tam-bin el empleo de la idea de responsabilidad da lugar a muy frecuen-res confusiones. Como, por ejemplo, la que se produce cuando seidentifica, mecnicamente, responsabilidad con culpa, concepto esteltimo respecto del cual, segn sus crticos, apenas nada parece nece-sario comentar puesto que ya viene descalificado de origen, debido ala marca de nacimiento judeocristiana que lo define. Al igual que enel caso anterior, tambin en este buena parte de la explicacin de laactitud se encuentra en el pasado, en concreto y en lugar destacadoen las propuestas nienseheanas respecto a la libertad, que han contri-buido enormemente a la antipatfa del concepto.

    No procede entrar ahora en la crtica de estos tpicos'. Pero sconviene puntualizar algn extremo. En primer lugar, hay que sea-lar que cuando se entra a considerar -aunque sea muy someramen-te- las diferencias entre los conceptos de culpa y de responsabilidadse percibe, quiz mejor que de otra forma, los elementos positivosque ofrece el segundo. El hecho de que la responsabilidad se puededelegar, acordar o incluso contratar nos da la indicacin adecuadapara lo que queremos sealar. En la medida en que responsable esaquel-o aquella instancia- que se hace cargo de la reparacin delos daos causados, la generalizacin de ese mecanismo informa deun cambio de actitud colectiva. Un cambio que podda sintetizarseas: a partir de un cierto momento de desarrollo de las sociedadesmodernas, se asume que, con independencia de quien pueda ser elculpable, cualquier mal debe ser reparado.

    1. Hice alguna referencia a dIos en mi libro HaGerse cargo. Sobre responsabi-lidad e identidad personal, Paid6s, BarccJOIl2. 1999.

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  • MANUEL CRUZ

    No es obvia ni triviaJ esta nueva actitud. Durante la mayor partede la historia de la humanidad, los hombres tendan a reaccionar anteel dolor, la catstrofe o la injusticia en una clave de resignacin o defatalidad que, en el mejor de los casos, pospona a una vida ultrate-rrena la reparacin de los sufrimientos padecidos en esta. Hoy he-mos incorporado a nuestra mentalidad, a nuestro sentido comn,algo tal vez ms importante aun que el principio de que el delito nodebe quedar impune, y es la idea de que el mal (aunque sea el malnatural, por decirlo a la vieja manera, esto es, aqul sin responsablepersonal alguno posible) debe ser subsanado. La mejor prueba de lageneralizacin de esa idea es precisamente la algaraba de quejas, dereclamaciones, de exigencia de resarcimientos, materiales y morales,tan caracterstica, segn algunos, de nuestra sociedad (hasta el extre-mo de que en ocasiones se habla de la enorme capacidad que tienenlos ciudadanos de algn pas para reclamar responsabilidades sobrecualquier cosa como un autntico indicador del desarrollo social delmismo).

    Vista la cosa desde aqu, habra motivos para valorar muy crtica-mente las posiciones -a las que hicimos referencia un poco antes-de quienes defienden la necesidad de desactivar la responsabilidad enla esfera de lo colectivo: con tal propuesta, bien podra decirse que loque en realidad estn defendiendo es un cierto retorno al estado denaturaleza en la vida social. Y podramos aadir algo ms: desde loque estamos comentando valdra la pena reconsiderar incluso aque-lla descalificacin tan rotunda del concepto de culpa que hoy en daparece haberse convertido en un autntico tpico. Porque, si se nospermite esta apresurada manera de hablar, lo malo de nuestra socie-dad no es que proliferen tanto las personas dispuestas a repartir cul-pas por doquier, sino que escaseen en una medida tan grande lasdispuestas a aceptar para s la ms mnima. Siguiendo con las formu-laciones demasiado rotundas: mucho peor que una (por lo demsinexistente) tendencia general a la autocu]pabUizacin, es esa exten-didsima tentaGi6n de la inocenGia, a la que se hace alguna alusin eneste libro.

    Quede claro: decimos que es peor porque sita a quienes incu-rren en ella en el limbo de una permanente minora de edad, en unaespecie de estado virginal originario en el que nada, absolutamentenada, les puede ser requerido. TaJes individuos se hallan siempre-cabra pensar que por principio- en el lado de los reclamantes,en el seaor de los agraviados por uno u otro motivo, cuando no portodos a la vez. Es esta una ubicacin imposible -metafsicamenteimposible si se me apura- puesto que si la responsabilidad es en lo

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  • INTRODUCCIN

    fundamental por los propios actos, solo consigue estar a salvo de lasreclamaciones ajenas aquel que nunca yerra, el que no lleva a caboacto alguno o, la ms inaceptable de las hiptesis, aquel cuyos actos,como los del nio o el loco, no son tomados en cuenta por nadie.Pero, a pesar de ello, se dira que ese estar a salvo de todo reprocheha terminado por convertirse en una de las fantasas dominantes ennuestra sociedad, cuya caricatura cruel es el desenvuelto cinismocon el que los mayores criminales, los ms grandes estafadores, losautores de Jos ms mostruosos genocidios, acostumbran a declararque no se sienten culpables de nada. Ser por eso que querer serculpable ha devenido ya argumento de novelas de ciencia-ficcin(estoy pensando en la del escritor dans Henrik Stangerup, El hom-bre que quera ser culpable).

    En todo caso, habra que ir con cuidado para que el matiz nointrodujera una nueva confusin. Lo que se intentaba sealar con lapuntualizacin anterior es que tal vez no sea tan fiera la culpa comola pintan, no que se identifique con la responsabilidad. Son diferen-tes, ciertamente, y dicha diferencia puede plantearse de variadas for-mas. En el texto con el que se cierra este libro, Ernesto Garzn desta-ca con acierto una, la que tiene que ver con la posibilidad de la quedisponemos de hablar de una responsabilidad a futuro (esto es, poractos que an no han tenido lugar), posibilidad del todo impensablepara la culpa. Cuando se emplea de tal forma, la responsabilidad seidentifica con la idea del deber (como se puede ver en el enunciado:los padres son responsables de la educacin de sus hijos, que sinmerma de significado se deja traducir por .Ios padres deben ocuparsede la educacin de sus hijos).

    Tal vez si quisiramos englobar en un solo dibujo --

  • MA.NUEl CRUZ

    ralmente intersubjetiva. Sin un ante quin responder, esto es, sin al-guien que nos exija respuesta, que nos interpele con su reclamacin,no hay responsabilidad posible.

    3. Hiptesis, tal vez. Hablar de intersubjetividad podr parecerpoco, pero es algo. La intersubjetividad se dice de muchas mane-ras, desde la ms personal hasta la ms pblica. En todo caso, esagradacin, lejos de difuminar las cosas, debiera permitirnos preci-sarlas mejor. Porque si la respoosabilidad exigida por alguien lo essiempre en nombre de algo -

  • INTRODUCCiN

    Para ilustrar esta ltima afirmacin tal vez baste, de momento,con un ejemplo. Se ha convertido en un lugar comn en los ltimosaos --en parte debido a la enorme resonancia alcanzada por lastesis de Hansjonas-la afirmacin de que la responsabilidad de loshombres de hoy se ha ampliado hasta alcanzar a las generacionesvenideras. Ha aparecido, por seguir con el mismo orden de formula-ciones utilizadas hasta ahora, un nuevo ante quin responder de nues-tras acciones presentes: aquellos que an no son. Pero dicha apari-cin no es, en lo bsico, la consecuencia de la introduccin de unnuevo crirerio terico para entender la responsabilidad -pongamospor caso, porque hubiramos ensanchado tanto nuestra idea de uni-versalidad moral que hubiera terminado por abarcar incluso a losque estn por llegar-, sino el resulrado de que en la aerualidad nues-tro poder ha alcanzado una magnitud histricamente indita y nues-rra capacidad para llevar a cabo acciones que desarrollan efeeros delargo alcance se ha desarrollado de forma extraordinaria hasta poderalcanzar a los futuros habitantes del planeta. Por decirlo con exrremaverticalidad: ese nuevo ante quin (responder) es el cfecto necesariode un nuevo de qu (se es responsable).

    Establecida la conexin, realizado el contacto entre categoras,podemos recuperar alguna de aquellas afirmaciones del inicio --queentonces se tuvieron que plantear de forma meramente program~rica-, esperando que abora obtengan adecuada justificacin. Es por-que existe esa profunda conexin entre las ideas de responsabilidady de accin por lo que una reconsideracin de la primera terminaresonando de manera inevitable en la segunda y viceversa. As, de laconstatacin, bsicamente correcta, de que con nuestros comporta-mientos modificamos la vida de los otros, de que constantementeactuamos en sus sentimientos, en sus impulsos, en sus odios y en sussimpatas podemos extraer la conclusin de que -puesto que tantopodemos influir en los dems- nada es gratuito y estamos cargadosde responsabilidad. Pero tambin podemos enunciar esto mismo des-de el otro lado, evocar a Arendt', parafrasear a Wittgenstein y decirque, de la misma forma que no puede haber lenguaje rigurosamenteprivado, as tampoco cabe hablar en sentido fuerte de accin huma-

    2, La que escribe: con la palabra y la accin nos inscnamos en el mundo huma-no-o O: solo la accin y el discurso estn conectados especficamente con el hecho deque vivir siempre significa vivir entre los hombres_ (H, Arendt, Labor, Trabajo, Ac-cin., en De /o historia a la au:in. Paids-ICE de la UAB, Barcelona, 1995, p. 103).Aunque, como es sabido, e1/ocus clsico en el que expone este tpico es el captulo Vde La condicin humana (Paids, Barcelona, 1993),

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  • MANUEL CRUZ

    na privada. Eorre orras razones porque ello significara idenrificarexclusivamente la condicin humana de esa accin en el agente, yeso, pudiendo ser correcto en algn aspecto, en absoluto agota laidea.

    Pero si la accin no pertenece nicamente al agente, se desembo-ca de manera inevitable en la pregunta: Entonces, a quin ms per-tenece?. Podramos considerar que todo lo planteado hasta aqu havenido a proporcionarnos los elementos para la elaboracin de larespuesta. Una respuesta que bien pudiera formularse as: la accinpertenece tambin a todos aquellos que reclaman responsabilidad porella. Vale la pena destacar que no se trata de una afirmacin exentade consecuencias. Introducir esta idea implica, es verdad, cuestionartpicos ampliamente extendidos, como se intentar mostrar en losucesivo, pero ral vez ello constituya el ms alentador de los indiciosque pudiramos enconrrar. No en vano se dijo al principio que lapotencia de una conviccin se reconoce precisamente por su capaci-dad de sacudir los lugares comunes, las verdades establecidas en nues-tra sociedad. Si fuera esto lo que ahora estuviera ocurriendo, noshallaramos ante la mejor prueba de que no andbamos del todo des-encaminados al apostar por aquella conviccin inicial respecto a laresponsabilidad.

    4. Para poder concluir. Cuestionada la idea en cuanto tal de accinprivada, llevada hasta el mismo lmite del absurdo (cul podra sersemejante accin?: quiz nicamente aquella que carece por comple-to de efectos que repercutan sobre otros, pero acaso existe cosaas?), se plantea a continuacin lo que quiz constituya la dificultadterica de ms calado, esto es, la de establecer el procedimiento arravs del cual instituimos a alguien como legtimo reclamaore (y, enese mismo sentido, co-propietario de la accin). Podra pensarse quees el hecho de haber recibido un dao provocado por una accinhumana el que le concede al damnificado el derecho de reclamar.Pero esa situacin es, por as decirlo, demasiado fcil, en la medidaen que tiene un anclaje objetivo que parece proporcionarnos desdesu mismo planteamiento la perspectiva de su solucin. El problemasobreviene en orros casos. Por ejemplo, cuando el dao causado essufrimiento y, por tanto, no es intuitivamente evidente de qu formapodra repararse ese dolor.

    A veces uno lee cosas tales como: cualquier vctima es inocen-te. Y tambin: los que sufren tienen siempre raron. Quiz estnlejos de ser afirmaciones obvias, pero se conoce que tienen un efectobalsmico sobre las conciencias, a la vista de la cuasi unanimidad con

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  • INTRODUCCiN

    que acostumbran a ser aceptadas. Ahora bien, la solidaridad -aun-que posiblemente fuera mejor hablar en este contexto de compa-sin- con los que sufren no debiera imposibilitar que nos pregunt-ramos explcitamente: podemos reclamar por haber sufrido? Quieredecirse: cuJ es el contenido concreto de semejante reclamacin?Conviene plantearlo de forma abierta, no por ningn nimo provoca-dor O iconoclasta, sino porque en muchas ocasiones parece subyacera la exigencia un convencimiento que merece ser discutido. Me refie-ro a todos esos casos en los que parece darse por descontado queexiste un bien precedente -al que por lo visto se tiene derecho--,que podramos llamar el bienestar o la felicidad, bien que fue destrui-do a causa del sufrimiento provocado por la conducta de alguien, yque ahora debe ser reparado, restituyendo la placidez inicial.

    No se trata de oponer a un ingenuo optimismo, de inspiracinlevemente rousseauniana, un pesimismo de corre ntidamenteconservador -variante hemos venido a este mundo a sufrir, esta-mos en un vaJle de lgrimas, o similares- sino de llamar la atencinsobre los efectos de mantener determinadas premisas. y qu es loimportante del hecho de que la reclamacin de responsabilidad suelapresentarse como la mera exigencia de restablecimiento del estadode cosas existente antes de la intervencin daina? Muy simple: queel reclamante aparece como alguien que no hace nada, casi completa-mente pasivo. Alguien que se limita a reclamar que todo vuelva aestar Gomo antes.

    Pero es evidente que quien, pongamos por caso, no pudo ser felizcuando nio, perdi definitivamente su oportunidad. Por tanto, unaeventual reclamacin no puede perseguir un restablecimiento impo-sible sino, si acaso, una reparacin (que es cosa distinta) o tal vezincluso una venganza (a veces oculta bajo la forma del castigo). Nadaque objetar en este contexto ni a una ni a otra, siempre que no en-mascaren su autntico carcter. Porque ambas constituyen formasdiferenciadas de accin, que tal vez, en el grado menor, se les pudierallamar reaui6n, pero que quiz conviniera englobarlas para enten-derlas correctamente en un contexto mayor de interaGcin. Una inte-raccin que se desconoce a s misma -i.e., que se niega a reconocersu condicin de tal-, pero interaccin a fin de cuentas. La exigenciade castigo a la que aludamos en el parntesis anterior puede servirpara ilustrar el autntico signo de esa operacin conceptual. Porqueel castigo con el que alguien paga la deuda adquirida con el recla-mante, por decirlo a la manera nietzscheana, no permite restituirnada, ni volver a lo que haba (vale, como mucho, para quitarle de lacabeza al responsable la tentacin de reincidir, o para disuadir a ter-

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  • MANUel CRUZ

    ceros de llevar a cabo conductas anlogas). El castigo es, manifiesta-mente, una fotma de actuar sobre quien obr primero. No se limita areclamar del otro respuesta sino que responde, l mismo, a la accinperjudicial.

    Estamos lejos de una discusin escolstica, o meramente ter-minolgica. De plantear las cosas de una u otra forma se siguenconsecuencias tericas y prcticas de muy distinto signo y considera-ble alcance. En todo caso, si resulta necesario fundamentar de mane-ra adecuada la idea de responsabilidad es justamente porque cabehacer un uso no deseable de la misma. La superioridad categorial dela responsabilidad sobre la culpa, a la que antes se hizo referencia, noconstituye una garanta absoluta de la validez de la primera en cuales-quiera contextos. Y no solo porque tambin de la culpa pudieranseaJarse aspectos positivos --cuestin en la que, nadie se ajarme, novamos a entrar ahora- sino tambin porque, a la inversa, la propiaresponsabilidad presenta sus peligros, siendo el ms destacado el depropiciar un cierto oscurecimiento de la naturaleza de nuestro obrar.

    El oscurecimienro no se reduce al mencionado hecho de que lapropia accin, cuando se presenta como reclamacin, no sea percibi-da como tal accin: podemos bablar, ms all, de la produccin deun autntico mecanismo de desconocimiento. Lo ms negativo delvict,imismo, de esa tan generalizada disposicin a instalarse onrol6gi-camente en el lugar del reclamante, es la tendencia a la desracionali-zacin que genera y propicia. Porque lo que concede a la vctima sucondicin de tal no son las razones que la amparan, sino los agraviosde que ha sido objeto. Probablemente desde esta perspectiva resultems fcil explicar algunas de las actitudes, en relacin con cmoafrontar el debate poltico, que en los ltimos tiempos no han hechootra cosa que proliferar.

    El tpico ya se haba planteado en relacin con la cuestin de latolerancia, pero ahora ha reaparecido en la discusin acerca de laexpresin poltica que deben alcanzar determinadas diferencias na-cionales. Si entonces se deca: la tolerancia implica un paternalismo,una jerarqua en el que el de arriba se permite el lujo de mostrarsecomprensivo con el de abajo, en la actualidad el argumento es: deje-mos de preocupamos porque en Madrid nos entiendan, ya que esoen el fondo lo que nicamente expresa es la permanencia de un cier-to complejo de inferioridad por nuestra parte. Pues bien, habra queextraer las conclusiones ltimas de un argumento como este. Porque,en qu transformamos el debate poltico si renunciamos a la persua-sin racional, al esfuerzo por intentar convencet al interlocutor de locorrecto de nuestras posiciones?

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  • INTRODUCCIN

    La pregunta tiene algo de retrica, puesto que conocemos almenos una de sus respuestas: convertimos el debate poltico en unautoafirmat;vo (e irracional) memorial de agravios. Y de las conse-cuencias de inyectar irracionalidad en la poltica, algo debiramossaber a estas alturas de la Historia. As, cambiando la escala y ponin-donos en el ejemplo ms sangrante del siglo xx, la ideologa vicrimis-ta del fascismo no consiste solo en la doctrina de la raza superiorsino, con propiedad, en la de la raza superior humillada. A partir deesta premisa, debidamente blindada por la renuncia a la exigencia dejustificar racionalmente las propias posiciones, el resto va de suyo yel discurso/excusa de la reparacin puede ser utilizado a discrecin:hay que restablecer un (mtico) orden originario que otros alteraron.No se est demandando nada nuevo, distinto, sino simplemente elrestablecimiento de lo que haba.

    A dnde se pretende ir a parar con tanta advertencia? Pues aintentar dejar un poco claro el contenido de nuestra reivindicacin-si cabe utilizar tan enftico trmino en este caso--. No se trata depostular o proponer un retorno de la responsabilidad a cualquierprecio. Pero de algo debiera servirnos haber sido tan ponderadoshasta aqu: al menos para poder ser en el momento final discreta-mente rotundos. La apelacin a la responsabilidad no ha de conver-tirse en la sistemtica ocasin para un resentimiento paralizante. An-tes bien, debera servir para lanzarnos hacia la accin, a sabiendas deque algo hay en ella que es nuestro, que 1105 pertenece -aunque noen rgimen de propiedad privada-o Es evidente que, en primera ins-tancia, sonar raro hablar de pertenencia a propsito de la accin,pero ms raro debiera sonar lo de la pertenencia hablando de laspersonas, y no hacen sino bombardearnos por doquier con el mensa-je de que pertenecemos a una comunidad. En realidad, lo que se hapretendido con todo lo anterior ha sido enfatizar que la accin no esun territorio ocasionalmente atravesado por los sujetos, sino una delas dimensiones constituyentes de su identidad. se es el elemento deprofunda verdad que contienen afirmaciones como -somos aquelloque hacemos-o En todo caso, la responsabilidad, tomndole prestadopor un momentO el juego de palabras a Kant, debiera ser el test denuestra mayora de edad, no la excusa para permanecer en un peter-panismo irremediable.

    Despejada la maleza argumentativa, debiera aparecer ante nues-tros ojos un paisaje terico bien diferente del inicial. El concepto deresponsabilidad ha servido, finalmente, para restituirle a los sujetos(represe en el plural) lo que es suyo, lo que nunca se les debiescapar. Lo hecho por los agentes no tiene el mismo estatuto que los

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  • MANUel Cll.UZ

    hechos de la naturaleza, por la obvia razn de que en esta no hayactores. Pero es naturalizar, en el peor sentido, la vida humana en-redarse a discutir acerca del tamao o los lnites de las acciones encuanto tajes, como si ellas se hubieran autonomizado, como si hu-bieran alcanzado un estatuto tal que resultara posible e.laborar undiscurso acerca de las mismas que no hiciera mencin alguna a losagentes.

    No se debe aceptar acrticamente un determinado recone onto-lgico del mundo, como si las acciones ya nos vinieran dadas en esacondicin -precortadas, empaquetadas, definidas-, de manera quede tales acciones, que desfilaran en procesin delante del sujero,este no hiciera otra cosa que irse declarando (o no) responsable. Deuna imagen as lo que se desprende es una concepcin de la respon-sabilidad a la carta, que deja sin pensar lo que realmente importa.No est en cuestin la conveniencia de que nos hagamos responsa-bles de aquello que nos compete: a favor de eso ya se ha argumenta-do lo suficiente. Pero hay que ir ms all y empezar a intrnducir laidea de una responsabilidad mucho ms genrica, una responsabili-dad por lo que nos va pasando. La idea nos autorizara, en ellnite,a hablar de responsabilidad por la propia vida. se podra ser elcontenido adecuado' de la expresin ser responsable. Sera respon-sable aquel que se hiciera cargo de la propia vida en su conjunto:quien fuera capaz de asumirla como el que asume un destino.

    Aquel ya lejano convencimiento inicial ha ido cobrando conteni-dos, y ha terminado por obtener el mejor bodn que a un convenci-miento le es dado esperar: un convencimiento mayor, esto es, msfuerte, ms elaborado. Empezamos sosteniendo que la responsa-bilidad nos concierne de manera directa, urgente e importante, yquiero pensar que aquella propuesta ha desplegado buena parte desus virtudes. La responsabilidad no nos importa nicamente porqueconstituya un genrico _tema de nuestro tiempo, o cosa parecida,sino porque apunta al corazn de lo existente. Hace que lo real pasea ser visto bajo toda otra luz: que las acciones muestren su oscuroenvs agazapado. De ah que el prrafo anrerior concluyera propo-niendo un cambio de escala, exhortando a la responsabilidad por la

    3. Los inadecuados son muchos: por ejemplo, cuando se utiliza la expresincomo sinnimo de su prwdente (lo que ocurre en el debate poltico cuando alguienpresume de no haber hecho uso de cierta informacin -por responsabilidad_). o comoequivalente de obediente, o educado (lo que ocurre cuando padres o edua:dores afir-man: _este nio es muy responsable-). Me he referido a esto en mi Haarsecargo. cit.,pp. 61 ss.

    22

  • INTRODUCCIN

    propia vida. Alguien, al leerlo, habr caldo en la cuenta de que en loprecedente qued anunciada, yen apariencia sin respuesta, una cues-tin que se defini como .de gran calado, la del procedimiento atravs del cual atribuimos a alguien el derecho a reclamar. Cambian-do la escala no hemo intentado difuminar la cuestin, sino, por elcontrario, colocarla en su justo lugar. Porque la exhortacin a serresponsables -as, en general- lo que hace, en realidad, es subir laapuesta, elevarla al rango de un compromiso mayor, de carcter casiuniversal. Hans Jonas hubiese hablado, probablemente, de un com-promiso con el gnero humano, con la propia especie. Compromisoque, en todo caso, nos obliga a encarar una nueva-ltima-pregunta:quin tendra derecho a reclamar por tanto? Lo que es como decir:ante quin somos responsables con esta otra responsabilidad glo-bal? Probablemente la respuesta vaya de suyo, como de suyo van lascosas: somos responsables ante quienes nos necesitan.

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  • Ms AC DEL DEBER

  • LOS CONFINES TICOSDE LA RESPONSABILIDAD

    Roberto R. Aramayo

    "La ficcin jurdica el asesino bien puede merecer lapena de muene, no el desventurado que asesin, ur-gido por su historia pretrita y quiz -ioh marqusde Laplace!- por la historia del universo. Madamede 5tae) ha compendiado estos razonamientos en unasentencia famosa: Tout compre'Jdre e'est tout pardon-nen.,

    Uorge Luis Borges, El verdugo piadoso)

    1. QUERER NO ES PODER

    En orden a ir perfilando los contornos ticos del concepto de res-ponsabilidad, as como las lincles que demarcan sus dominios, qui-siera traer a colacin un par de ancdotas que quiz puedan ayudar aestablecer una primera definicin del trmino en cuestin. Hace tansolo unos cuantos meses que una mujer alemana cuyo nombre desco-nozco se desplaz hasta Gernika con el objetivo de pedir disculpas asus habitantes. Era la hija de un aviador que hace seis dcadas bom-barde esa ciudad. Tal vez, muy probablemente, nuestra protagonis-ta ni tan siquiera hubiera nacido todava cuando la Legin Cndorquiso probar su nuevo armamento arrasando una poblacin civil conmuy escaso valor militar. Sin embargo, esta mujer necesitaba descar-gar su conciencia y decide acudir a Gernika para disculparse por algoen lo que no haba participado de ningn modo.

    Nunca he comprendido bien este curioso fenmeno. Me refie-ro al hecho de que muchos alemanes experimenten algo similar y

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  • ROBERTO R. ARA MAYO

    se vean obligados a responsabilizarse personal o colectivarnenre dela barbarie nazi, como si hubieran heredado alguna culpa de losactos cometidos por sus ancestros y el holocausto judo perpetradopor los nazis pudiera estigmatizar a sus descendientes e incluso supropia lengua. A esta perversa identificacin de todo lo alemncon el nazi mo contribuy, sin ir ms lejos, aquella filmografanorteamericana, tan tpica de la posguerra, en donde se asociaba elalemn con aquella jerga incomprensible hablada por los malos.de la pelcula. Muchos espectadores infantiles tardaramos algntiempo en averiguar que dicha lengua no era monopolio exclusivode quienes admiraron a Hitler, sino que tambin un pensador comoKant haba escrito sus obras en esa lengua o que la Nouetla sitlfo-na de Beethoven se cierra con unos esplndidos versos escritosasimismo en alemn.

    Algo parecido pasa hoy entre nosotros con los nombres vascos oquienes viven en Euskadi. Hay mucha gente que los relaciona auto-mticamente con ETA y viene a identificarlos con el terrorismo. Esaperversa identificacin queda suficientemente testimoniada por unode los esloganes ms coreados en las ltimas manifestaciones anri-terroristas; aquel que reza: teVascos s, ETA no. Se dira que hacefalta realizar un esfuerzo adicional para no confundir las cosas y nocaer en la tentacin de idenrificar ciertos apellidos, la matrcula deun coche o el propio euskera con las absurdas tropelas etarras, co-mo si acaso cupiera corresponsabilizar de tales desmanes a todo unpueblo.

    Nadie pondr reparos a reconocer que la hija del aviador nazino puede responsabilizarse de las acciones cometidas por su padre, aligual que los ciudadanos vascos no son en absoluto corresponsablesde la locura etarra por el mero hecho de pertenecer a una determina-da comunidad. El concepto tico de responsabilidad atae ante todoa la esfera individual y no cabe generalizarla sin ms a los miembrosde un determinado colectivo, al menos antes de que los componentesde dicho colectivo tomen cartas en el asunto y decidan suscribir de-terminados hechos.

    Ahora bien, resulta igualmente obvio que justificar en trminospolticos un asesinato, como sucedi en el caso de Francisco Toms yValiente (por escoger un solo ejemplo entre los muchos posibles),convierte a quien asuma esa justificacin en corresponsable de dichocrimen, no solo desde un punto de vista tico, sino asimismo desdeuna perspectiva estrictamente jurdica y penal. En un artculo publi-cado en El Pafs, Antonio Muoz Malina ha comentado lo siguiente aeste respecto:

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  • LOS CONfINES ETICOS DE LA RESPONSABILIDAD

    Como una piedra arrojada en el agua, el crimen provoca ondas con-cntricas de culpabilidad y responsabilidad de las que es muy difcilque mucha gente se salve, a excepcin de las vfctimas. Hay una ondaconcntrica inmediata de culpabilidad: la de quienes dirigen la orga-nizacin polftica que alienta a los criminales, aprovechndose detodas las vencajas de un Estado democrtico para conspirar ms re-galadarnente contra ~I; todos ellos estn manchados por la sangre.Pero tampoco carecen de responsabilidad quienes difunden sistem-ticamente una ideologa del narcisismo colectivo que socava la con-vivencia civil l .

    As, pues, dirase que no cabe ser sujero pasivo de la responsabili-dad, sino que, bien al contrario, se requiere una participacin activaen determinados hechos o, cuando menos, el tomar partido en prode los mismos. La responsabilidad no parece, por tanto, algo quepueda heredarse. sin ms, como pretenda esa mujer alemana cuyopadre perteneci a la Legin Cndor y se autoinculpaba del bombar-deo de Gernika; ni tampoco parece algo de lo que uno pueda -conta-giarse. por el simple hecho de pertenecer a un determinado colecti-vo y antes de que sus miembros decidan asumir individualmente lasacciones alentadas O uscritas por esa colectividad.

    Por descontado, eStas afirmaciones no estn reidas con otraposibilidad, cual es la de poder asumir ciertas responsabilidades porvra de omisin, siempre que esta sea una omisin intencionada y con-lleve, por tanto, una toma de postura en favor del acto que hubierapodido impedirse u obstaculizarse gracias a nuestra posible interven-cin en el mismo. -Es claro-ha escrito Manuel Cruz-que en la basede la idea de omisin, fundamentndola, hay otra idea que convieneexplicitar, la de que existe un curso de los acontecimientos tal que, deno mediar la intervencin de la accin humana, tiende a su consuma-cin. l . Pero, si bien es cierto que una omisin intencionada puedevaler tanto como cualquier accin a la hora de aquilatar nuestra res-ponsabilidad, no es menos cierto que dichas omisiones presentan a suvez una distinta graduacin en lo tocante a las cuotas de responsabi-lidad y que no cabe homologar las posibles abstenciones del ciudada-no corriente con la inhibicin de un poltico.

    El ciudadano comn puede no acertar a sobreponerse al miedo einhibirse, por ejemplo, de arrancar un cartel donde se hace apologadel terrorismo, cuando est convencido de que un gesto tan trivial

    t. A. Muoz Molina, ..Los responsables y los culpables, en El Pais, 14 de juliode 1997.

    2. Cf. M. Cruz, ..Conviene cambiar de figuras. (Sobre 2(Ci6n y rrsponsabili-cUd)., l>

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    podra llegar incluso a costarle la vida. Sin embargo, al polrico scabe demandarle responsabilidades por dejar en su sirio ese mismocane! y propiciar con su abstencionismo un clima de impunidad paraqujenes cultivan la violencia como nica herramienta poltica. En unasunto como este viene a cobrar toda su vigencia aquel djaamenweberiano conforme al cual _[e! poltico] debe conrrarresrar e! malcon la violencia, [si ello es necesario,] puesro que, de no hacerlo as,se hace responsable de su predominio.'. Pero semejante responsabili-dad, fruto de la omisin, se cie nica y exclusivamente al poltico,sin alcanzar a quienes no tienen ni pueden tener sus competenciasinstitucionales.

    Hans jonas, en su obra El principio de responsabilidad, ha queri-do destacar la existencia de dos figuras paradigmticas para quienpretenda disear una teora sobre las responsabilidades: los padres yel poltico. Ambos consrituyen para jonas los ejemplos arquetpicosdonde se manifiesta la esencia de toda responsabilidad'. Ellos tienenen sus manos el propiciar una u otra formacin para desarrollar lasporencialidades del hijo y de los ciudadanos, as como la capacidadpara instaurar unas determinadas pautas o reglas de juego.

    Para decirlo en dos palabras, con la responsabilidad ocurre algoparecido a lo que sucede con las ofensas. Bien dice nuestro refraneroque no nos ofende quien quiere, sino tan solo quien puede hacerlo,,;yeso mismo es lo que pasa con el rema de la responsabilidad. Nuesrracuota de responsabilidad siempre depender de las fuerzas que tenga-mos para realizar o impedir el hecbo respecto del cual se deban rendircuentas. En este sentido, cabra sostener que la impotencia nos absuel-ve de toda responsabilidad. Como advierte Hans jonas, el poder esuna conditio sine qua non del hacerse responsable'. Sin duda, el que-rer constituira en principio un requisito igualmente necesario de laresponsabilidad, pero dista mucho de ser una condicin suficiente parasu comparecencia. Desde luego, a nadie se le ocurrir pedirnos cuentapor imaginar las mayores iniquidades, toda vez que nos mostremosperfectamente incapaces de llegar a ejecutarlas o propiciarlas.

    y en este orden de cosas, jonas nos propone invertir e! clebredictum kantiano del .puedes, puesto que debes., a fin de conferirle

    3. CI. M. Weber, lA poli'... como profesin, tr.Id. dejo Abelln, Esposa Calpc,Madrid, 1992, p. 152.

    4. C. H. Jomas, El principio de resfJOnSlJbilidad. (Ensayo de "na ~tit;Q paro lacivilizacin uenolgiaJ), trad. de J. M. Fernnda. Retenaga e nttod. de A. Snchez

    Pascu:l~ Herder, Barcelona, 1994. pp. 172 ss.5. Cf. bid., p. 162.

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  • LOS CONfINES ETICOS DE LA "ESPONSAalLIDAD

    un mayor protagonismo dentro del discurso tico al principio de res-ponsabilidad. Para enfatizar jusramente tal principio y convertirlo enun centro de gravedad para la reora moral, nuestro autor opta poresra otra formulacin: .debes, puesro que puede..'. Nuestro poder,esto es, nuestra capacidad potencial para ejecurar O hacer abortardeterminadas acciones, representa un factor primordial e inexcusa-ble a la hora de atribuir cualesquiera responsabilidades.

    Dentro del mbito de la responsabilidad el querer no basta y tie-ne que verse necesariamente acompaado por el poder. Para respon-sabilizarnos de algo se requiere una capacidad porencial para llevarloa cabo u obstaculizarlo. Por eso no cabe responsabilizar al ciudadanocomn de unas negligencias que solo corresponden cabalmente a lospolticos, al igual que la hija de quien bombarde Gernika no puederesponsabilizarse del genocidio cometido por su padre, aun cuandoquiera mosrrarse culpable por ello. y es que, pese al esrrecho vnculoque suele convertir a la culpa en una hermana siamesa de toda res-ponsabilidad, hacindolas prcticamente indisociables, tambin esverdad que la culpa puede llegar a experimentarse sin mediar ningu-na responsabilidad tangible y, viceversa, el autnrico responsable vie-ne a mostrarse muchas veces bastante ayuno respecto del sentim.ientode culpa. Pero dejemos a la responsabilidad guardar las relacionesque sean con el sentimiento de culpa y sigamos abordando la cues-tin de los confines que delimitan sus dominios.

    Segn lo dicho hasra el momento, habramos arribado hasra unantida lnea fronteriza del mbito de la responsabilidad moral. Estafrontera viene delimitada por el poder, entendido en su sentido msamplio, esto es, como una capacidad cuando menos potencial parahacer o dejar de hacer, sin la cual no cabe hacerse responsable de nada.El querer, la volicin, supone una especie de salvoconducto para cru-zar esa frontera e ingresar en los dominios de la responsabilidad, peroes claro que no representa estrictamente una de sus lindes. En )0 to-cante a la responsabilidad, ya sea sta moral o de ndole jurdica, hayuna cosa que resulta bastante clara: -querer no es poder_o

    2. ACASO VALE MS LA INTENCiNQUE LAS CONSECUENCIAS DE NUESTRAS ACCIONES?

    En principio, nuestras acciones u omisiones han de ser incencionadaspara hacernos responsables. Pero de poco servir nuesua sola incen-

    6. cr. ;bid., pp. 212213.

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  • R08ERTO R. ARAHAYO

    cin, si no se ve flanqueada por una capacidad que nos permita mate-rializarla en el mundo de los hechos. Es ms, radicalizando el argu-mento, cabra observar que, bajo el prisma de la responsabilidad, lasconsecuencias de nuestros actos u omisiones parecen contar para estaperspectiva mucho ms que la mera intencin, mal que le pese a Kant.

    Cuando se confronTa el valor moral de la intencin con sus con-secuencias, todos venimos a evocar una de las premisas del formaJis-mo tico kantiano, cual es ella del papel estelar asignado a una vo-luntad buena en y por s misma. El autor de la Fundamentacin de lameta(fsica de las costumbres dej escritas estas lneas, tantas vecescitadas:

    La buena voluncad no es cal por lo que consiga o realice, no es buenapor su idoneidad para lograr cualquier fin que nos hayamos pro-puesto, sino can solo por el querer, o sea, es buena de suyo; y, auncuando, merced a un particular disfavor de la fortuna o al mezquinoequipamiento de una naturaleza madrastra, fuese perfectamente in-capaz de llevar a cabo su propsito, si pese a su mayor empeo y elacopio de todos los medios a su alcance no lograse nada, con todo,esa buena voluntad seguira brillando por sf misma cual una joya,como algo que detenta en s mismo su pleno valor, siendo asf que lautilidad o esterilidad no pueden aadir ni restar nada en absoluto adicho valor?,

    El argumento de Kant busca emancipar la tica del azar. La moralno puede imponer rareas de imposible cumplimiento, y exigir quenuestra buena intencin se viera coronada por el xito supondratanto como pretender domesticar a la fortuna. Por eso, todo cuantodependa de la suerte queda descontado del discurso tico. Pero elproblema es que la responsabilidad no parece muy sensible al pode-roso planteamiento kantiano y no deja de poner cierto nfasis en lasconsecuencias producidas por nuestras acciones, propendiendo aobviar el carcrer de la intencin que las anima. Tal es cuando menosla opinin de Adam Smith, quien en su Teorfa sobre los sentimientosmorales desliza el siguiente razonamiento:

    Las nicas consecuencias de las cuales puede uno ser hecho respon-sable son aquellas que revelan alguna cualidad en la intencin. A ellaha de corresponder en ltima instancia toda loa O censura que pue-dan ser asignados a cualquier accin. Todas las personas admitenque, por desiguales que sean las consecuencias accidentales, no in-

    7. er. 1. Kam, Fundamentacin paTa una metafiGa de las costumbres, AJe. IV,394.

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  • lOS CONFINES ~TICOS DE lA RESPONSABILIDAD

    tencionadas e imprevistas, de diferentes acciones, las intenciones, yasean &[as correctas y benficas, o impropias y malvadas, determinanel mrito o demrito de las acciones y granjean al agente la gratitudo el resentimiento correspondientes. Pero, por ms profundamentepersuadidos que nos hallemos de tan equitativa mxima en trminosabstraeros, una vez que descendemos a los casos concretos, las con-secuencias praicas emanadas de cualquier accin determinan so-bremanera nueStro sentir sobre su mrito o demrito, y acostum-bran 3 expandir o aminorar nuestra valoracin de ambost'.

    Este razonamiento tiene como colofn justamente aquello queKant quera evitar, pues Smith reconoce que: como todas las conse-cuencias de las acciones estn bajo el imperio de la fortuna, de ahproviene su influencia sobre los sentimientos de la humanidad en lotocante al mrito o demrito'. Para demostrar su tesis nuestro autorno duda en apelar a la jurisprudencia y aduce mltiples ejemplos decmo los cdigos penales no castigan tan scveramente los delitos fa-llidos como aquellos otros que s son consumados. Un intenro deviolacin, los conspiradores polticos que son descubiertos antes deperpetrar su traicin o el asesino cuya vctima sobrevive, no son sus-ceptibles de penas tan severas como cuando tales tentativas tienenxito. Y, al contrario, una negligencia extremadamente lesiva suelequedar parangonada con el ms malicioso de los designios. Todo ellosc debe a que -nuestra indignacin propende a verse avivada por lasconsecuencias reales de las acciones 10.

    Tras constatar el dato incontestable de que solemos juzgar porlos hechos y no tanto por las acciones, Adam Smith no deja de felici-tarse por ello. Se pregunta qu sera del mundo si se sancionasen lasintenciones con la misma severidad que los hechos. He aqu su res-puesta:

    Cualquier tribunal se transformara entonces en una verdadera inquisicin. Los comportamientos ms inocentes y circunspectos noestadan seguros. Se sospechara de los malos deseos y)as malas opi-niones o los malos designios nos expondran al castigo y la ira 11.

    Mas afortunadamente no es as, dado que, dentro del mbito dela responsabilidad cuentan sobre todo las consccuencias. Aqu el pri-

    8. Cf. A. Smith, La leoria de Jos sentimientos morales, ed. de: C. Rodrfgue:z.8raun, Alianza, Madrid, 1997, p. 198.

    9. CI. bld., p. 205.10. CI. bld., p. 215.11. CI. b.d., p. 219.

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  • ROBERTO R. A"AMAYO

    mado kantiano de la buena voluntad se desvanece y queda telegado aun plano harto secundario. A la tesponsabilidad le importan bastantems los hechos que las intenciones, tal como viene a sealar tcita-mente Adam Smith en La teoria sobre los sentimientos morales ysubraya explcitamente HansJonas en su Tractatus technologico-ethi-Clts".lndicaJonas:

    El poder causal es condicin de 13 responsabilidad. El agente ha deresponder de su acto; es considerado responsable de las consecuen-cias del acto. El dao causado tiene que ser reparado, y eso aunquela causa no fuera un delito, aunque la consecuencia no estuviera niprevista ni querida intencionadamente. A nadie se le llama a respon-sabilidad por la impotente imaginacin de las ms horrorosas fecho-ras. Es preciso haber cometido o al menos haber iniciado un acto enel mundo. y no deja de ser verdad que el acto que ha tenido xitopesa ms que el que no lo ha tenido lJ

    Creo que Jonas est en lo cierto. Las intenciones no pueden res-ponsabilizarnos de nada, siempre que no se asomen al mundo de loshechos. En cambio, las consecuencias de un acto, aun cuando puedantener un carcter fortuito e inintencionado, siempre generan una uotra clase de responsabilidad, ya sea esta de ndole moral, poltica ojurdico-penal, habida cuenta de que alguien debe responder del daocausado. y ello debe ser as, aunque las consecuencias de nuestrasacciones estn sujetas al concurso del azar y no dependan nicamen-te de nosotros.

    J. LAS COARTADAS DE LA RESPONSABILIDAD

    Las intenciones tienen poco que decir en el marco de la responsabili-dad, un terreno en el que no cuentan sino los hechos y el mal ptodu-cido, aun cuando la intencin Uegue incluso a brillar por su ausencia,como sera el caso de una negligencia que conlleve alguna desgraciainintencionada, segn observa de nuevo Adam Smith:

    Cuando suceden algunas consecuencias desaforrunadas a partir deun simple descuido, la persona responsable del mismo suele ser cas-tigada como si realmente hubiese pretendido esas consecuencias'.

    12. Asr apoda l mismo a su obra El principio de responsabilidad (d. ed. cit., p.17).

    IJ. Cf. H. Jonas, op. cit, pp. 161 y 162.14. el. A. Smirh, op. cit., p. 215.

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  • LOS CONfiNES tTlCOS DE LA RESPONSABILIDAD

    Desde luego, el poner de relieve las circunstancias que han pro-piciado cienas consecuencias funestas, incluso al margen de lospropios designios, puede mOStrarse til para matizar nuestras res-ponsabilidades, pero bajo ningn concepto debe servirnos como unacoartada que nos absuelva de roda responsabilidad. En caso contra-rio, sucumbiramos a eso que Pascal Bruckner ha dado en llamartentacin de la inocencia. Dicha tentacin constituye, segn el diag-nstico de Bruckner, un rasgo caraceerstico de la sociedad contem-pornea y se plasma en dos tendencias tales como el infantilismo yla uictimizaci6n. Ambas estrategias estn orientadas a conseguir pordiferentes caminos una y la misma meta: el procurarnos una ventu-rosa irresponsabilidad que nos permita zafarnos de las consecuen-cias generadas por nuestros propios aceos". Pero el espritu de lairresponsabilidad no es en absoluto un fenmeno indito y desdesiempre se las ha ingeniado para inventar sus muy variopintas coar-tadas.

    Hay una coartada que compendia todas las dems, y es la de quenuestro comportamiento se vera predeterminado por diversos fac-tores ajenos a nuestro control. Como pueden imaginarse, aqu cabede todo. Desde un trauma infantil hasta toda suerte de supersticio-nes, la creencia en una instancia rectora llamada destino, naturalezao providencia, el que somos comparables a la ecuacin resultante deconjugar herencia y medio ambiente... La lista es interminable. Kantsupo resumir bastante bien todos esos posibles argumentos en su Cri-tica de la raz" prctica:

    Un hombre puede sutilizar cuanto quiera para explicar una infrac-cin y pretender disculparse describindola como un mero descuidoin intencionado, como una simple imprevisin de la que uno nuncapuede sustraerse por completo, en suma como algo a lo que se havisto arrastrado por el torrente de la necesidad naturaI 1'.

    Sin embargo, aun cuando pretenda explicar su falta como un co-rolario necesario de [Odos esos condicionamientos, por mucho inge-nio que derroche, a pesar de toda su brillante retrica, este hombre,concluye Kant, no lograr convencer a nadie, ni a sr mismo tan si-quiera, pues dentro de su fuero interno ese abogado defensor noconsigue acallar la voz del fiscal y el tribunal de su propia concienciasigue diceaminando que cometi una infraccin, declarndole a l

    IS. Cf. P. Bruckncr, I tenta6n de la inoam:.ia, Anagrama, Barcelona, 1995,pp. 14-15.

    16. Cf. 1. Kant, Critica de la r~dn prdiGa, Ak. V, 98.

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  • ROBERTO R. ARA","YO

    como nico responsable moral de la misma pese a todas las alegacio-nes presentadas para inrenrar disculparse por ella. y es que la respon-sabilidad no se muesrra nada complaciente con los atenuantes ni laseximentes, pues no sabe aceptar que haya ciertas consecuencias delas que nadie se haga responsable.

    Quiz nadie se haya mosrrado ms radical en este punto queSchopenhauer, para quien la responsabilidad sobrevive a cualquierposible naufragio. Enfrentado al gran problema de la libertad, estepensador dictamina que sencillamente no existe semejante quimera,siempre que nos empecinemos en definirla como la capacidad paraoptar entre varias alternativas posibles. Bajo la hiptesis de un librearbitrio al que le resultara indiferente toda encrucijada, cualquieraccin humana constituira un milagro tan inexplicable como el deque aconteciese algn efecto sin causa,. 17. Pues, a su modo de ver, laley de la causalidad no es tan complaciente como para dejarse utilizarcual un cocbe de alquiler, al que despedimos tras habernos conduci-do a donde queramos; ms bien se parece a esa escoba descrita porGoethe, la cual, una vez puesta en danza por el aprendiz de brujo, nocesa de acarrear agua hasta que su maestro exorciza el hechizo,.ll. Esevidente que los hombres no se hallan expuestos nicamente al est-mulo presente, como le sucede a los animales, y que sus motivos acos-tumbran a dar un alambicado rodeo antes de imponerse sutilmente,trocndose la cuerda del estmulo en un hilo virtualmente invisible.Sin embargo, esta mayor complejidad no cambia para nada el resulta-do del proceso causal.

    Una piedra tiene que verse impelida, mientras que un hombre puedeobedecer a una mirada, pero en ambos casos estn respondiendo auna razn suficiente y son movidos con idntica necesidad 1'.

    Lo que damos en llamar motivacin solo es la causalidad vistadesde dentro',

    En tan escasa medida como una bola de billar se pone a rodar antesde ser golpeada por el taco, tampocO un hombre puede levantarse

    17. eL A. Schopenh.auer, En tomo a la libntad d~ la IJOI"n14d humana, cap. 3(li\ VI, 84).

    18. CL A. Schopenhauer, De 14 ,u4druple ratz tkl principio de nu:6n s,,(u;inrte,20 (U V, 53).

    19. er. bid., U V, 63.20. Cf. ibid. 43 (ZA V, 162). Se trata de un.a c.ausalid.ad mediatizada por el cono-

    cimiento.

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  • LOS CONFINES ETICOS DE LA RESPONSABILIDAD

    de su silla sin verse incitado a ello por algn rnmivo, aun cuandoluego se incorpore de un modo tan necesario e inevitable como labola rueda tras recibir el golpe11

    Si bien podemos desear cosas opuestas, tan solo nos cabe queteruna de tales posibilidades: aquella que salga victoriosa de la contien-da librada por los diferentes motivos en liza frente a nuestro peculiarcarcter. Aunque nuestra fantasa nos haga creer que podemos fijaren cualquier momento la veleta de nuestra deliberacin, lo cierro esque la bisagra de nuestro carcter solo nos permite orientarla en unadeterminada direccin, al comps del motivo ms poderoso de cuan-tos concurran en un momento dado!2. Todo lo que se nos antojacomo fortuito, aquello que nos parece contingente o azaroso, no dejade tener sus ancestros causales por muy remotos que puedan ser.Segn Schopenhauer, bastara con remontar el rbol genealgico delazar, para comprobar que lo casuaJ tiene un desconocido linaje cau-sal y nicamente ignora su estirpe, cuando en realidad casualidad ycausalidad .cpueden haJlarse remotamente originadas por una causacomn y estar emparentadas entre s como esos tataranietos que com-parten algn antepasadoltu.

    Con arreglo a estas reflexiones,la ilusin de una libertad absolu-ta e indiferente se sustentara en una mera ignorancia con respecto asus dbitos causaJes y no equivaldra sino a un olvido ms o menosintencionado de sus determinaciones. Desconocer u olvidar las cau-sas o motivos de nuestras resoluciones representa el nico caminopara sentirnos fantasmagricamente libres. La desazonante conclu-sin de tales premisas es que todos y cada uno de nuestros actos-:podran verse certeramente pronosticados y calculados, a no serporque, adems de que no resulta nada fcil sondear nuestro carc-ter, tambin el motivo suele ocultrsenos tanto como sus contrape-sos.". Desterrado lo contingente del imperio de la causalidad, todocuanto sucede, tanto lo ms decisivo como el menor de los detalles,ocurre de un modo -:cstrietamente necesario, siendo intil discurrirsobre cun insignificantes y azarosas fueron las causas que provoca-ron talo cual acontecimiento, as como lo sencillo que hubiera re-

    21. Cf. En tomo a la libertad de la voluntad humana, C3p. 3 (ZA VI, 83).22. ef. bid., cap. 2 (ZA VI, 56) y cap. 3 (ZA VI, 75 y 82).23. Cf. A. Schopcnh3ucr, E.spuulac.in transu"dent~ sobre los visos de intencio

    nJJlidad en el Destino del ind,viduo, ZA VII, 236; d. Los designios del Destino. Tec-nos, Madrid, 1994, p. 32.

    24. Cf. En tomo a la libertad de la voluntad humana. ap. 3 (ZA VI, 95).

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  • R08ERTO R. ARAMAYO

    sultado la confluencia de otras diferentes, al ser esto algo ilusorio,dado que todas eIJas entraron en juego con una necesidad tan inexo-rable y una fuerza tan consumada como aquella merced a la cual elsol sale por oriente. Ms bien debemos contemplar cualquier eventoacaecido con Jos mismos ojos que leemos un texto impreso, sabien-do que las lerras ya esraban ah antes de leerlas.". Pues bien, inclusoen un escenario aparentemente tan adverso, donde todo estuvieraescrito y el menor de los detalles estuviese predeterminado por unafrrea concarenacin causal, la responsabilidad no naufragara.

    Pese al automatismo con que vienen a ejecutarse las accionescorno meros corolarios del encuentro entre un determinado carctery tales o cuales motivos, Schopenhauer no destierra de su meditacinmoral la responsabilidad. Para l, resulta innegable que albergamosla certeza inquebrantable de sabernos responsables por cuanto hace-mos, identificndonos a cada momento como autores de nuestrospropios actos, y este hecho de la conciencia (que bien podramosllamar el factum de la imputabilidad) nos impide disculpar cualquieraccin en virtud del mencionado automatismo26

    Por muy estricta que sea esa necesidad con la cual, ante un carcterdado, los actos quedan suscitados por los motivos, a nadie se le ocu-rrir, por muy convencido que se halle de tal cosa, disculparse mer-ced a todo ello y pretender descargar la culpa sobre los motivos, 31saber perfectamente que, con arreglo a las circunstancias, esto es,objetivamente, tal accin bien podda haber sido tQ[almcnte distinta,con tal de que tambin l hubiera sido muy otro. Por eso, aunque laresponsabilidad moral del hombre se refiera primaria y ostensible-mente a lo que hace, en el fondo atae a lo que es. Cualquiera denosotros habrfa podido ser otro, y ah es donde radica la culpa o elmrito!7.Las recriminaciones de la conciencia se refieren, ante todo y ostensi-blemente, a lo que hemos huho, pero en realidad y en el fondo, a loque somos, algo sobre lo cual solo nuestros actos proporcionan untestimonio vlido, al comportarse con respecto a nueStro carctercomo el sntoma en una enfennedad2l

    25. CI. bid., ZA VI, ID!.26. CI. bid., cap. 5 (ZA VI, 134).27. er. A. Schopenhauer,km:a del fundamento de la moral. S10 (ZA VI, 217).28. CI. bid. S20 rzA VI, 297).

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  • LOS CONFINES tTlCOS DE LA RESPONSAIILIOAD

    4. COMPRENDER NO EQUIVALE A EXCULPAR,EL ARCTER ANFI80LGICO DE LA EXPRESIN

    HACERSE CARGO

    De todo lo expuesto, solo quisiera retener una sola cosa. La convic-cin schopenhaueriana de que, al margen de cualesquiera considera-ciones re pecto a las complejas motivaciones y circunstancias quepuedan determinar inexorablemente nuestro comportamiento, siem-pre somos los autore de nuestros actos y no hay nada que nos ab-suelva de nuestra responsabilidad moral sobre los mismos. A pesar deque todo tenga una explicacin causal ms o menos conocida, esadilucidacin sobre los innumerables condicionamientos que intervie-nen en todas nuestras acciones u omisiones nunca debera servir comocoartada para responder de las mismas, pues no vale transferir hacianinguna otra instancia una imputabilidad que solo corre ponde anuestro particular e idiosincrsico elhos o talante moral, del que so-mos responsables.

    Todas esas atenuantes o eximentes que se utilizan para exonerarde responsabilidad a los delincuentes no suponen con frecuencia sinouna burla para la justicia. Puestos a poner algn ejemplo, quisierarecordar aquella escandalosa sentencia en donde cierto magistradodemostr en vidiar al violador que le tocaba juzgar e hizo recaer casitoda la responsabilidad en el platillo de quien haba sido agredida,una chica que haba osado vestir minifalda sin reparar en las conse-cuencias de tan funesta provocacin, mxime cuando hada calor yera la hora de la siesta; en tajes circunstancias y ante la visin deaquellas apetitosas piernas, el agresor pareca compelido a cometeruna violacin, segn este preclaro juez que con su comprensin seconvirti en cmplice del violador, aun cuando no fuera encausadopor ello.

    En Colombia la mafia del narcotrfico ha encontrado unos mer-cenarios tan baratos como reciclables para llevar a cabo sus ajustes decuentas, pues echa mano de adolescentes que, al no haber cumplidotodava la edad penal, obtendrn una condena bastante inferior a laque le correspondera de ser algo ms mayores. Las leyes inglesas hantenido que revisarse, al encontrarse con que nios de tan solo nueveaos pueden asesinar cruelmente a un beb desconocido. Los droga-dictos no son considerados enteramente responsables de sus delitos,tal como le sucede a un marido celoso que alegue una enajenacintransitoria tras el asesinato de su mujer. Sin duda, el deterioro socio-cultural de una comunidad subdesarrollada, la violencia irradiadaconstantemente por los programas televisivos, una clara falta de ho-

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  • ROBERTO R. ARAMAYO

    rizontes vitales para la juventud actual o ciertas patologas mentalespueden ayudar a explicarnos todas y cada una de tales conductas,pero e as aclaraciones no sirven para exonerarla de las graves res-ponsabilidades que han contrado con sus actos. Pues comprenderno equivale a exculpar. Como bien sabe Manuel Cruz, que me hizoreparar en ello, la expresin .hacerse cargo tiene dos acepcionesbien diferenciadas en castellano, a saber: mostrarse comprensivo yasumir l/na responsabilidad. Entiendo que importa mucho el no en-tremezclarlas, porque, muy a menudo, se dira que la comprensinde las causas tiende a eliminar los efectos ocasionados por ellas. Quenos hagamos cargo de tales o cuales circunstancias, que se nos alcan-cen las razones ms o menos atinadas de los mviles del agente, nodeberla significar nunca una disolucin de su re ponsabilidad.

    0, para decirlo de orro modo, la consideracin que pueda tener-se para con las motivaciones del verdugo nunca puede hacernos olvi-dar los infortunios causados a sus vlctimas. En el Pals Vasco se hallegado a matar para reivindicar un presunto derecho de los presosetarras, a quienes al parecer nadie podra negarles el estar juntos y loms cerca posible de sus familiares, dado que sus ideales polticos lesdiferenciarla de los presos comunes, convirtindolos en mrtires deuna causa justa. Poco importa que desde hace mucho tiempo se hayapasado del tiranicidio a la barbarie ms absurda e indiscriminada.Segn este perverso mecanismo, el verdugo transfiere la responsabi-lidad a su vctima e intercambia sus respectivos roles. Como apunta-ba Borges en el texto del comienzo, se dira que una cosa es la ficcinjurdica del asesino y otra el desventurado que asesina urgido por suhistoria pretrita o la del mundo. Sin embargo, aunque ciertos datosde la biograffa personal del verdugo ayuden a explicar mejor deter-minados hechos, esa comprensin no puede anular su obligacin deresponder de los mismos.

    As lo pensaba Kant, el cual-eomo hemos visto- alzaprimabala intencin sobre las consecuencias para mejor aquilatar el valor ti-co de nuestro talante moral, pero solo repara en los resultados cuan-to se trata de fijar una responsabilidad penal, suscribiendo sin titu-beos la ley del talin. A buen seguro es preferible no llegar tan lejos,pero tampoco parece aconsejable caer en el extremo contrario y per-mitir que cenas conveniencias coyunturales rebajen o incluso supri-man las correspondientes cuotas de responsabilidad (moral o jurdi-ca) a que se hagan acreedores nuestros actos.

    Si hubiera que hacer un pequeo balance de lo afirmado hasta elmomento, podramos destacar lo siguiente. Sin duda, no puede res-ponsabilizarse a entelequias tales como la televisin, el sistema o los

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  • LOS CONFINES ETlCOS DE LA RESPONSABILIDAD

    ms disparatados avatares de unos actos que son cometidos y auspi-ciados directa o mediaramenre por personas concreras. El individuoes la nica insrancia susceptible de responsabilidad y esta no puededisolverse mediante su adscripcin a uno u otro sujeto colectivo. Porsupuesto, como seala Stuart Mill,.eI individuo no debe rendir cuen-tas por sus actos, en cuanto estos no se refieran a los intereses deninguna otra persona salvo J mismo, pero s es responsable de aque-l/os actos que resulten perjudiciales para los intereses ajenos".

    Desde luego, no cabe ser sujeto pasivo de responsabilidad algu-na. Es necesario que nuestros actos u omisiones estn sancionadaspor nuestra volicin y cometamos, justifiquemos o secundemos de-terminadas acciones. Pero tampoco basta con querer asumir una res-ponsabilidad, siendo absolutamente imprescindible que poseamoscapacidad para ello. No es responsable quien quiere, sino tan soloaquel que puede serlo. Dentro del mbito de la responsabilidad elpoder es lo nico que cuenta y la impotencia nos absuelve automti-camente de toda responsabilidad. En este sentido, la culpa y los re-mordimientos de la conciencia no siempre guardan una estricta co-rrespondencia con ciertas responsabilidades que ataen en realidad aotros, al igual que tampoco se siente siempre culpable quien es elautntico destinatario de la responsabilidad en cuestin.

    Intramuros del imperio de la responsabilidad cuentan mucho mslas consecuencias generadas por nuestros actos que su intencin:

    Cuando un suceso desborda los lmites de lo puramente privado,por ms tolerantes que selmos con los impulsos ajenos, nuestra aten-cin se desplaza del protagonista a los efectos de su conducta. Pier-den importancia las intenciones para ponerse en primer plano losresu 1rados30.

    Esta observacin de Manuel Cruz coincide con los dictmenesemitidos anteriormenre por Hans Jonas o Adam Smith. Segn estosdos ltimos autores, ante los ojos de la responsabilidad, un acto con-sumado pesa bastante ms que uno abortado y, por otra parte, unanegligencia impremeditada puede juzgarse como si respondiese a undesignio malicioso, siempre que comporte algn efecto particular-mente daino.

    29. Cf. J. S. Mili, Sobre la libertad, trad. de P. de Azclrnte, prlogo de 1. Berlin,Alianza, Madrid, 1994. pp. 179180; la cursiva es mfa.

    30. Cl. M. Cruz, M quin pertmeu lo ocurrido! (At:eJCQ del sentido de la accinhumana), Tauros, Madrid, 1996, p. 263.

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  • R08ERTO R. ARAMAYO

    Finalmente, cabra decir que los confines mora/es de /a responsa-bilidad no deberan verse alterados por ninguna coartada y las expli-caciones del proceso causal en donde se ven inmersas todas nuestrasacciones no sirven para exonerarnos de tener que responder por ellas.Hacerse cargo de las motivaciones o circunstancias que propicianuna determinada conducta para intentar comprender su proceso ge-ntico nunca puede servir para sentirnos absueltos del otro hacersecargo, esto es, de asumir nuestras responsabilidades. y esto es algoque conviene subrayar en unos tiempos donde, como ha sealadoPascal Bruckner, cunde cierto espritu de irresponsabilidad y todosparecemos aspirar a una confortable minora de edad, cuando no aesa victimizaci6n mediante la cual los verdugos adoptan el papel devctimas.

    S. EL OLVIDO DE LAS VICTIMAS y LA CEGUERA MORAL

    Como digo, esta enfatizacin de ciertos rasgos inherentes a la res-ponsabilidad no solo se me antoja recomendable, sino incluso nece-saria, dados los tiempos que corren, tan propicios a poner entre pa-rntesis toda suerte de responsabilidades en cuanto se presente lamenor ocasin para ello. Ante la suma facilidad con que las responsa-bilidades contradas por los ms perversos criminales son transferi-das casi automticamente a su ambiente familiar o socioculruraJ, hayquien se ha preguntado con toda irona si Mengele, uno de los jerar-cas nazis que ms descollaron por su sadismo, no sera consideradohoy en da sino una pobre vctima tlmerecedora de un tratamientopsicoteraputico financiado por la seguridad social.3 '.

    Carlos Moya, en un trabajo publicado recientemente por la re-vista [segora, ha bautizado a este fenmeno tan contemporneo conel nombre de .ceguera moral. En su opinin, las consideracionesmorales brillan cada vez ms por su ausencia y dejan el campo libre aotros tipos de consideraciones que, al ser homogneas o conmensu-rables entre s, admiten ser ordenadas en una serie de menor a ma-yor fuerza o peso e impiden que se lleguen a plantear los dilemaspropios de la responsabilidad moral. En definitiva, el agente deja deser moralmente responsable, por cuanto no se le toma por .el origen

    31. ef. H. M. Enzesberger, P~lilJQ.$ tU guemJ cil/il, Anagnll'na, Barcerlona,1994, p. 36; cit. por M. C~ -Elementos para una ontologta de la accin: la respon-sabilidad_, inuoduccin a H. Arendt, De la historio Q la ou;rt. tr.Id. de F. Sirul&,Paid6s, Sarcdona. 1995, pp. 1516.

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  • LOS CONfINES tTlCOS DE LA RESPONSABILIDAD

    ltimo de un cambio, sino como un mero eslabn de una cadenacausal que se remonta indefinidamente hacia el pasadolt,n.

    El problema de la responsabi]jdad se ha trivializado tanto quesencillamente no llegamos a vislumbrarlo salvo en muy contadas oca-siones. Acaso Kant no hubiese sabido escribit ahora las lneas con quese cerraba su Critica de la razn prctica: -Dos cosas colman el ni-mo de admiracin y respeto en cuanto me detengo a meditar sobrelas mismas: el cielo estrellado sobre m y la ley moral dentro de m.".Pues, al igual que la iluminacin artificial de nuestras grandes ciuda-des nos impide ver las estrellas, tambin estamos deslumbrados portoda una constelacin de consideraciones extramorales que nos haceobviar cualquier criterio tico. Este queda sepultado bajo una ingen-re acumulacin de consideraciones psicobiolgicas y socioculruralesque no dejan resquicio alguno a la responsabilidad moral. En tal esce-nario el agente no aparece sino como una marioneta movida por loshilos de todos esos innumerables factores ajenos a su control. Cmoconvencer al _asesino del rol. que no debera haber matado a su vc-tima, cuando l est ntimamente persuadido de haberse limitado aseguir las reglas del juego en que se hallaba involucrado?, se preguntaCarlos Moya en el trabajo al que acabo de aludir. Se trata de unenfermo mental o simplemente padece una -ceguera moral.? Sea cualfuere la respuesta que demos a esta pregunta, esa ceguera tica no leabsuelve de la grave responsabilidad contrada por su accin. Junto atodos los condicionamientos y determinaciones que podamos anali-zar, hay un juicio moral que permanece inalterable: alguien ha muer-to a manos de una persona y no por causa de una catstrofe natural,razn por la cual hay un responsable ltimo del evento.

    A mi modo de ver, esta ceguera moral tendra una de sus msperniciosas manifestaciones en ese olvido al que acostumbran a verserelegadas las vctimas. Pasado un brevsimo lapso de tiempo, la vcti-ma suele quedar eclipsada por las atenciones derrochadas hacia suverdugo. Me pregunto si, dentro del universo tico de la responsabi-lidad, puede caber semejante olvido. El protagonista de Plenilunio, laltima novela de Antonio Muoz Malina, nos participa una reflexinque a m me parece muy digna de ser tenida en cuenta:

    Las vctimas no le importan a nadie y merece mucha ms atencin suverdugo, el cual queda rodeado enseguida de asiduos psiclogos, depsiquiauas, de confesores, de asistentes sociales, vindose persegui-

    32. Cf. C. J. Moya, _Libertad, responsabilidad y razones morales_: lsqorla 17(1998), p. 61.

    33. eL l. Kant, CrlliGD de la razn pr4cliGD, Ak. V, 161.

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  • "'OBERTO R. A"'AMAYO

    do hasta el interior de la crcel por emisarios de peridicos y decadenas de televisin que le ofrecen dinero por contar su vida y suscrmenes. por ceder los derechos para una pelrcula o una serie. Todoeso. cuando no se le rinden homenajes pblicos, como hacen en elnorte, donde ponen su nombre a una calle, sacan su retrato de unaiglesia y lo pasean en alto como si fuera un estandarte religiosoJ.4.

    Tal como nos advierte Agnes Heller, el actor siempre es respon-sable. O, para usar la formulacin de Goethe, el actor siempre esculpable y solo el espectador es inocente; pues el proceso de la accintransmuta lo reversible en irreversible_". Alguien debe respondersiempre de tamaa transmutacin y asumir su responsabilidad, pormuy explicables que puedan resultar sus motivaciones desde una pers-pectiva distinta de la ptica moral.

    Definida con toda sobriedad en trminos kantianos, una perso-na es aquel sujeto cuyas acciones le son imputables-". Quien abdi-que de semejante condicin se convierte, para el Kant de la Metafsi-ca de las costumbres, en una mera cosa y, por tanto, admite versetratado como un simple medio. Tal sera el precio a pagar por todoaquel que decline ser considerado responsable de sus acciones". Porlo que atae a la perspectiva tica, el comprender O hacerse cargode las motivaciones y los antecedentes causales del obrar no debe nipuede servir nunca como coartada eximente de la responsabilidad,habida cuenta de que, desde un punto de vista moral, nada nos exo-

    34. er. A. Muoz Malina. Plenilunio, AIraguara. Madrid, 1997. p. 455.35. ef. A. Heller, tica general. trad. de . Rivera, Cenero de Esrudios Constitu

    cianales, Madrid. 1995, p. 89.36. Cf. 1. Kant. Metafsica de las costumbres. Ak. VI. 223.37. Javier Muguerza explicita del siguiente modo esta c~lebre distincin kantia

    na entre personas y cosas, invocando asimismo el criterio de la responsabilidad como){nea fronteriza enrre ambos estatutos rico--morales: .cuando nosotros describimoslas acciones de nuestros semejantes no es del todo ilegtimo que lo hagamos en trminos causales, explicndonos su conducta en virtud de los condicionamientos naturaleso sociales que les llevan a comportarse de tal o cual manera. y asf es como decimos,por ejemplo, que "dadas las circunstancias Fulano no pocUa actuar de otra manera".As es como hablamos de Fulano en tt!TUTa persona. Pero

  • LOS CONFINES ETlCaS DE LA RESPONSABILlOAD

    nera del otro hacerse cargo, esto es, del asumir las consecuencias denuestros actos u omisiones. Ese sujeto tico al que sus acciones le sonimputables en ltima instancia no puede llegar a verse abolido porexplicacin causal alguna y sigue siendo responsable de sus actos almargen del contexto que los haya propiciado. A fin de cuenras, conla responsabilidad moral viene a ocurrir exactamenre lo mismo quecon el cielo estrellado. Este siempre sigue ah, aunque a veces no loveamos y prefiramos dejarnos deslumbrar por las luces artificiales olos fuegos fatuos.

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  • RAZONES y PROPSITOS:EL EFEcrO BOOMERANG DE LAS ACCIONES

    INDIVIDUALES

    Concha Roldn

    Aunque una parte de este trabajo ba de hacer referencia obligada a-los lmites ticos de la responsabilidad., aspecto en el que he traba-jado con Roberto R. Aramayo en los proyectos de investigacin delos ltimos aos, mi propsito es dejar que su contribucin en tornoal tema Hacerse cargolt se ocupe de situar ms pormenorizadamente la responsabilidad tica en su espacio propio, mientras que yo meencargar de poner el acento en otra cara de las acciones individuales, a saber, la -al menos aparente- vida propia que toma una ac-cin una vez que ha sido ejecutada por el agente y la relevancia queesto tiene tanto para la responsabilidad del mismo como para la li-bertad de los dems individuos. De ah la metfora del boomerang,que una vez lanzado describe su propia trayectoria y no siempre vuelve a la mano de quien lo lanz, o al menos no tal y como este loprevi. En este sentido, tambin habra podido titular mi contribu-cin como _los lmites de las acciones individuales. Este enfoqueplantea, en primer lugar, el ya antiguo dilema entre la libertad-res'ponsabilidad y el azar-detetminismo, esto es, la cuestin de qu es loque realmente pueden hacer los seres humanos respecto de aquelloque quieren o pretenden. Y, en segundo lugar -quiz el ms relevan-te, teniendo en cuenta que la comunidad filosfica no se ha consegujdo poner de acuerdo durante siglos en la polmica mencionada-apunta a la bsqueda de un campo tico que se ocupe de invesrigarqu hacer con los .efectos perversos O las consecuencias no desea-das de aquellas -cadenas causales por libertad. (por emplear la temu-nologa kantiana), esto es, de aquellas acciones que generan los sereshumanos para ver cmo se les escapan de las mano y se conviertenen irreversibles a su pesar en un mundo en el que la contingencia se

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  • CONCHA 1Il0LOAN

    empea en comerle el terreno a la racionalidad. Por eso, como ma-gistralmente enunciaba Manha Nussbaum hace unos aos, la tareatica no puede olvidarse de la relevancia de la fortuna y los aconteci-mientos contingentes, es decir, hacer de la percepcin de la fragili-dad humana pane prioritaria de la empresa moral'.

    Creo que todos coincidiremos en que, en la discusin del temade las responsabilidad, se ha operado un desplazamiento del mbitode la intencin al de las consecuencias de las acciones. Con otraspalabras, nos fijamo ms en los aspectos externos que en los inter-nos de la accin, abandonando tanto la herencia kantiana defensorade la .buena voluntad. como las ms prximas discusiones en mbi-tos de la filosofa analtica de la mente y de la eleccin racional', quecentran las explicaciones de la accin voluntaria en las intenciones ycreencias del agente, constituidas en causas y razones de su accin.

    La cuestin que esto nos plantea es si no estaremos asistiendo aun primado de la responsabilidad jurdica y poltica en detrimento dela responsabilidad tica.

    La tan trada y llevada .bsqueda de responsabilidades. tomadimensiones gigantescas en un mundo que a duras penas discurreentre el determinismo metafsico y la ms absoluta contingencia histrica. Parece imposible, desde un punto de vista jurdico que exis-tan cierras consecuencias de las que nadie se haga responsable, pues.Ia ignorancia de la ley no exime de su cumplimiento. y lo mismosucede en el mbito de la poltica, en el que se busca paliar hasta lasfatales consecuencias procedentes de catstrofes naturales.

    No quisiera cuestionar si estas apreciaciones son o no correctas,sino ver si es posible deslindar un mbito genuinamente tico (aun-que est en conexin estrecha con la petspectiva jurdico-poltica) enla responsabilidad de las consecuencias de las acciones.

    1. .EL INFIERNO EST EMPEDRADO DE BUENAS INTENCIONES.,NECESIDAD PERO INSUFICIENCIA DE LA INTENCiN

    El anlisis aristotlico llevado a cabo, por ejemplo, en la tica a Ni-c6maco acerca de la accin humana, sent las bases de lo que todavahoy se entiende por accin de un agente humano, a saber: algo dis-

    1. cr. Lol.It!'s Knowlt:gtk. Essays on Pbi/osophie and Literature, OUP, ew YorkOxford, 1990.

    2. cr. E. Ascombe, intencin (l9Sn. A. Danto, Filosofa atw/{'iu tk la accin(1973) o D. Davidson, EnsDyos sobre ,,"ion.. y .,."tos (1980).

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  • RAZONES Y PROPSITOS: El EFECTO 500MfRANG DE LAS ACCIONES ..

    tinto de lo que le pasa O acaece, realizado voluntariamente por inicia-tiva propia y dirigido a un fin elegido por el agente de acuerdo consus deseos y creencias. Pero como pone de manifiesto Elisabeth As-combe en su libro Intencin -algo que tambin ha subrayado Mar-tha NussbaumJ-, lo que Aristteles pretende es dar una explicacinadecuada de la accin, sin entrar en un razonamiento prctico moral,esto es, describe cmo funcionan los mecanismos de la accin y nocmo deberan funcionar; con palabras de Ascombe:

    El problema es muy obvio, pero se ha visto oscurecido por la con-cepcin del silogismo prctico como si poseyera una naturaleza ticay, por lo tanto, como una prueba de lo que se debera hacer, lo cualculmina naturalmente y de algn modo en una acci6n 4

    La explicacin de la accin que se fija en la intencin, as comoen los motivos o propsitos, carga, pues, el acento en la flecha queest en el arco -por emplear la conocida metfora-o Ahora bien,qu sentido tiene una intencin que no se procura llevar a la prcti-ca? Como recuerda Jess Mostern en la introduccin al mencionadolibro de Ascombe, desde su punto de vista etimolgicoS, la intencinconsiste en el proponerse, en tender la voluntad como un arco enuna cierta direccin, mientras que el intento requiere, adems de laintencin, el disparo del arco, el emprender la ejecucin del desig-nio, independientemente de que la flecha d luego en el blanco o no,o que el intenro culmine o se frustre.

    Llegados a este punto, el problema sobreaadido que se le plan-tea a una teora de la responsabilidad moral de la accin que va msall de la mera explicacin racional de la misma es dnde colocardicha responsabilidad: en la intencin previa al acto de tensar elarco, en el momento del disparo mismo o en las consecuencias delmismo, al margen de la eficacia O no de la accin. Parto de la base deque solo puede imputarse responsabilidad moral a los individuos,nicos sujetos de la accin, y lo que me estoy planteando aqu con

    3. CL La fragilidad del bien, Visor, Madrid, 1995.4. E. Ascombe, op. cit., S41, trad. de A. t. Stcllino, Paids, Barcelona, 1991, p.

    138.5. ef. ibid., p. 14: ..Tambin, etimolgicamente, intencin e intento tienen or-

    genes distintos. Intencin viene de intcntio, del verbo intendere (tender hacia, propo-nerse), que a su vez deriva de tendere ([endcr ---el arco, las redcs-, es[irar, tenderhacia). Intentar viene de attemtare (intentar, emprender, atentar), que deriva detemptare (tentar, tantear, poner a prueba).

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  • CONCHA ROLDAN

    esta metfota espacial es -siguiendo las cuatro pteguntas que Ma-nuel Cruz emplea para centrar la discusin- de qu y ante quinson responsables estos individuos.

    Si colocarnos la responsabilidad en la intencin, solo el agentepodra juzgar de la misma y su propia conciencia sera el nico tribu-nal ante el que tal juicio tuviera lugar. Pues, como deca Leibniz.ningn ser humano es cardignosts, esto es, el que puede leer en loscorazone.... y los espectadores de una accin solo ven esta cuando seexpresa, esto es, en el ejemplo en que nos movamos, en el momentode tensar el arco y disparar.

    Ahora bien, por mucho que subrayemos la vertiente social de laresponsabilidad moral o su eticidad. lo que realmente distingue la res-ponsabilidad moral de la social. poltica o jurdica, es el hecho deque el agente mismo es tambin la ltima instancia capaz de juzgar laaccin. Con otras palabras, moralmente hablando. el individuo res-ponde slo ante su propia conciencia. de aquello que ha realizadointencionalmente.

    Pero es entonces moralmente responsable el agente de todo /0que suceda a par/ir de su accin? La eficacia de la accin. desde elpunto de vista de la explicacin racional, se fijara en si la flecha daen el blanco o no, la responsabilidad se fijara adems en cuestionescomo si el agente tena la intencin de dar en el blanco. si ha hechoperder a su equipo por no hacer diana o si. por no dar en el blanco. laflccha continu su traycctoria y mat a un transente ocasional quese encontraba ya fuera del campo de tiro.

    Sera moralmente responsable el agente de la prdida de su equi-po o de matar ocasiona/mente a alguien?

    Thomas Reid (el fundador de la llamada escuela escocesa del sen-tido comn y el ms preciso y profundo crtico del escepticismo tan-to terico como moral de su contemporneo y compatriota DavidHume) insista a mediados del siglo XVIII en sus Ensayos sobre lospoderes actiuos de /0 mente humat/a:

    En sentido estrictamente fiJosfico no podemos denominar acci6nde un hombre sino aquella que ~I concibi6 previamenre y quiso odetennin6 hacer. En moral empleamos habitualmente la palabra enesre sentido y jams imputamos a UD hombre como aao uyo aquelen el que su voluntad no intervino. Ahora bien, cuando no hace alcaso impucacin moral alguna, denominamos acciones del hombre amuchas cosas que ~I ni previamente concibi ni quiso'.

    6. ef. Ensayo 111: De los principios de la acci6n, parte: 1, cap. 1.

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  • "AZONES y HOPOSITOS EL EFECTO aOOMERANG DE LAS ACCIONES

    y Kant nos recuerda en la Fundamentacin de la metafFsica delas costumbres:

    La buena voluntad no es tal por lo que consiga O realice, no es buenapor su idoneidad para lograr cualquier fin que nos hayamos pro-pueSto, sino tan solo por el querer, o sea, es buena de suyo'.

    Por otra parte, entre nuestros contemporneos, Agnes Hellerafirma:

    Donde hay accin, hay responsabilidad. La cualidad yel grado de laresponsabilidad dependen no del carcter voluntario del acto sinode numerosos (actore .

    y HansJonas alude a la responsabilidad como imputacin causalde los actos cometidos, con estas palabras:

    El poder causal es condicin de la responsabilidad. El agente ha deresponder de su aeta: es considerado responsable de las consecuen-cias del acto y, llegado el caso, hecho responsable en sentido jurdi-co. Esto tiene por lo pronto un sentido legal y no propiamente mo-ral. El dao causado tiene que ser reparado, y eso aunque la causano fuera un deliro, aunque la consecuencia no estuviera ni previstani querida intencionalmente. Basra con que yo haya sido la causaactiva. Sin embargo, eso solo ocurre cuando se da una estrecha co-nexin causal con el acto, de modo que la atribucin sea inequvocay la consecuencia no se pierda en lo imprevisible~.

    He escogido estas citas diversas, porque me parece que en ellas seaprecia el desplazamiento paulatino que se va operando en nuestrosdCas, y que mencionaba al principio, del mbito de la intencin al delas consecuencias de la accin. Acaso esto se deba a que hemos aban-donado la preocupacin dieciochesca por contraponer la libertad delos individuos al determinismo natural. Sin tener que llegar a cOtastan radicales como las schopenhauerianas que nos recuerda Aramayoen su trabajo titulado .Los confines ticos de la responsabilidad.,hemos aprendido a contar en nuestras acciones libres con un elevadocomponente de determinaciones que en definitiva terminan confun-dindose con factores azarosos que limitan la racionalidad y respon-

    7. AJe. IV, 394.8. BiGa gmnal. Centro de Esrudios Constitucionales, Madrid, 1995, p. 70.9. EJ primipio de responsDbidad, trad. de j. Femndez Retenaga, revisada por

    A. Sincha Pascual. crrculo de lectores., Barcelona, 1994, p. 161.

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  • CONCHA. ROLDN

    sabilidad de nuestro comportamiento, tiendo la teora de la accinde incertidumbre: quin es responsable de su carga gentica, de sushabilidades y talentos, de su posicin socia! o, incluso, de la mayorade sus preferencias y creencias? En este sentido, escriba no hacemucho Fina Biruls a! hilo de la mencionada cita de Agnes Heller:

    Cuando aquf se habla de agente, ya no apelamos a aquella imagen desujeco moderno dotado de una absoluta autonoma o de libertad dela voluntad, sino a un sujeto encarnado, a un sujeto traspasado por loque excede a su control. Con lo cual, no est en absoluto claro quepodamos seguir, como a menudo se haba pensado, asumiendo oatribuyndonos responsabilidad solo por aquellas acciones cuyasconsecuencias estn bajo nuestro conuol, puesro que nos hallamosante un sujeto dotado de una identidad inestable. derivada de lossucesivos intencos de hallar un hilo de sentido a las acciones realiza-das en un medio donde roda accin genera una reaccin en cadena,una identidad inestable derivada de los sucesivos intentos de decirsea rmisma10.

    El individuo es, pues, responsable de lo que hace (no quiero en-trar ahora en el tema de la omisin) y con ello de las consecuenciasde su accin, incluso de las no deseadas, de los llamados -efectosperversos. Pero, puede afirmarse que el individuo es mora/menteresponsable de esa dimensin contingente de su obrar que escapa asu control?

    En el ltimo apartado voy a intentar explicar cmo podemos eincluso debemos hacernos moralmente responsables de lo que nohicimos intencionalmente. Por el momento, permtasernc afirmar que,en sentido estricto, no podemos considerar a! individuo como moral-mente respo