el puente del troll (neil gaiman)

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INTRODUCCION AL GUION cátedra MASSARELLI DISEÑO DE IMAGEN Y SONIDO FADU UBA El puente del Troll Neil Gaiman Quitaron casi todas las vías férreas a principios de los sesenta, cuando yo tenía tres o cuatro años. Recortaron drásticamente el servicio de trenes. Eso significaba que no había adonde ir si no era a Londres, y la pequeña ciudad donde yo vivía se convirtió en el final de la línea. El primer recuerdo fiable que tengo: a los dieciocho meses, mi madre está en el hospital dando a luz a mi hermana y mi abuela pasea conmigo hasta un puente y me alza para que vea el tren que pasa por debajo, jadeando y echando vapor como un dragón de hierro negro. Durante los años siguientes, se perdió el último de los trenes a vapor y, con él, desapareció la red de vías férreas que unían pueblo con pueblo, ciudad con ciudad. Yo no sabía que los trenes estaban desapareciendo. Para cuando tenía siete años, habían pasado a la historia. Vivíamos en una casa vieja en las afueras de la ciudad. Los campos de enfrente estaban vacíos y en barbecho. Solía saltar la valla y echarme a leer a la sombra de un juncal pequeño; o si me sentía más intrépido exploraba el parque de la casa solariega vacía que había al otro lado de los campos. Tenía un estanque ornamental atascado por las algas, sobre el que había un puente bajo de madera. Nunca vi a un encargado o a un guarda en mis incursiones en los jardines y bosques y nunca intenté entrar en la casa solariega. Eso habría sido exponerse al desastre y, además, para mí era cuestión de fe que todas las casas viejas y vacías estaban embrujadas. No es que fuera crédulo, simplemente creía en todo lo que era oscuro y peligroso. Parte de mi credo juvenil era que la noche estaba llena de fantasmas y brujas, hambrientos y agitando los brazos y vestidos completamente de negro. Lo opuesto también era válido y eso me tranquilizaba: la luz del día era segura. La luz del día siempre era segura. Un ritual: el último día del tercer trimestre escolar, de camino a casa, me quitaba los zapatos y los calcetines y, sujetándolos con las manos, recorría el camino pedregoso de sílex con pies rosados y tiernos. Durante las vacaciones de verano sólo me ponía los zapatos bajo coacción. Gozaba no teniendo que llevar calzado hasta que el colegio empezase otra vez en septiembre. A los siete años descubrí el sendero que atravesaba el bosque. Era un verano caluroso y radiante y aquel día me alejé mucho de casa. Estaba explorando. Pasé junto a la casa solariega, con sus ventanas cerradas con tablas y tapiadas, crucé el parque y atravesé unos bosques desconocidos. Bajé gateando por un talud empinado y me encontré en un

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El puente del Troll

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  • INTRODUCCION AL GUION ctedra MASSARELLI DISEO DE IMAGEN Y SONIDO FADU UBA El puente del Troll Neil Gaiman

    Quitaron casi todas las vas frreas a principios de los sesenta, cuando yo tena tres o cuatro aos. Recortaron drsticamente el servicio de trenes. Eso signicaba que no haba adonde ir si no era a Londres, y la pequea ciudad donde yo viva se convirti en el final de la lnea.

    El primer recuerdo able que tengo: a los dieciocho meses, mi madre est en el hospital dando a luz a mi hermana y mi abuela pasea conmigo hasta un puente y me alza para que vea el tren que pasa por debajo, jadeando y echando vapor como un dragn de hierro negro.

    Durante los aos siguientes, se perdi el ltimo de los trenes a vapor y, con l, desapareci la red de vas frreas que unan pueblo con pueblo, ciudad con ciudad.

    Yo no saba que los trenes estaban desapareciendo. Para cuando tena siete aos, haban pasado a la historia.

    Vivamos en una casa vieja en las afueras de la ciudad. Los campos de enfrente estaban vacos y en barbecho. Sola saltar la valla y echarme a leer a la sombra de un juncal pequeo; o si me senta ms intrpido exploraba el parque de la casa solariega vaca que haba al otro lado de los campos. Tena un estanque ornamental atascado por las algas, sobre el que haba un puente bajo de madera. Nunca vi a un encargado o a un guarda en mis incursiones en los jardines y bosques y nunca intent entrar en la casa solariega. Eso habra sido exponerse al desastre y, adems, para m era cuestin de fe que todas las casas viejas y vacas estaban embrujadas.

    No es que fuera crdulo, simplemente crea en todo lo que era oscuro y peligroso. Parte de mi credo juvenil era que la noche estaba llena de fantasmas y brujas, hambrientos y agitando los brazos y vestidos completamente de negro.

    Lo opuesto tambin era vlido y eso me tranquilizaba: la luz del da era segura. La luz del da siempre era segura.

    Un ritual: el ltimo da del tercer trimestre escolar, de camino a casa, me quitaba los zapatos y los calcetines y, sujetndolos con las manos, recorra el camino pedregoso de slex con pies rosados y tiernos. Durante las vacaciones de verano slo me pona los zapatos bajo coaccin. Gozaba no teniendo que llevar calzado hasta que el colegio empezase otra vez en septiembre.

    A los siete aos descubr el sendero que atravesaba el bosque. Era un verano caluroso y radiante y aquel da me alej mucho de casa.

    Estaba explorando. Pas junto a la casa solariega, con sus ventanas cerradas con tablas y tapiadas, cruc el parque y atraves unos bosques desconocidos. Baj gateando por un talud empinado y me encontr en un

  • sendero sombreado que para m era nuevo y que estaba cubierto de rboles; la luz que atravesaba las hojas estaba teida de verde y oro, y pens que me hallaba en el pas de las hadas.

    Un riachuelo corra junto al sendero, repleto de renacuajos diminutos y transparentes. Cog algunos y observ cmo se removan y daban vueltas. Luego los devolv al agua.

    Pase por el sendero. Era totalmente recto y estaba cubierto de hierba corta. De vez en cuando encontraba unas rocas fantsticas: cosas fundidas y llenas de burbujas, marrones y violetas y negras. Si las ponas a contraluz veas todos los colores del arco iris. Estaba convencido de que tenan que ser sumamente valiosas y me llen los bolsillos.

    Camin y camin por el silencioso pasillo dorado y verde y no vi a nadie.

    No tena ni hambre ni sed. Slo me preguntaba adnde ira el sendero. Iba en lnea recta y era totalmente llano. El sendero nunca cambiaba, pero el campo que lo rodeaba s. Al principio estuve caminando por el fondo de un barranco, con pendientes cubiertas de hierba que ascendan abruptamente a ambos lados. Ms tarde, el sendero estaba encima de todo y, mientras andaba, vea las copas de los rboles que haba abajo y los tejados de las casas lejanas y aisladas. El sendero era siempre llano y recto, y camin por l atravesando valles y mesetas y ms valles y ms mesetas. Al final, en uno de esos valles, llegu al puente.

    Estaba hecho de ladrillos rojos y limpios, un arco enorme sobre el sendero. A un lado del puente haba unos escalones de piedra excavados en el terrapln y, en lo alto de la escalera, una verja pequea de madera.

    Me sorprend al ver una prueba de la existencia de la humanidad en mi sendero, pues ya estaba convencido de que se trataba de una formacin natural, igual que un volcn. Entonces, con un sentido ms de curiosidad que de otra cosa (al n y al cabo, haba recorrido cientos de millas, o eso crea, y poda estar en cualquier sitio), sub los escalones de piedra, abr la verja y pas.

    No estaba en ningn sitio.

    La parte de arriba del puente estaba pavimentada con barro. A cada extremo del puente haba un prado. El prado de mi extremo era un campo de trigo; en el otro campo slo haba hierba. En el barro seco se vean las huellas endurecidas de las ruedas enormes de un tractor. Cruc el puente para asegurarme: no se oy ningn trip-trap, mis pies descalzos no producan ningn sonido.

    No haba nada en varias millas a la redonda; slo campos y trigo y rboles.

    Cog una espiga de trigo y saqu los granos dulces, los pel entre los dedos y los mastiqu meditabundo.

    Entonces me di cuenta de que empezaba a tener hambre y baj las escaleras hasta la va frrea abandonada. Era hora de irse a casa. No me haba perdido; lo nico que tena que hacer era volver a seguir el sendero hasta casa.

    Haba un troll esperndome, debajo del puente.

    Soy un troll dijo. Entonces hizo una pausa y aadi, como si se le hubiese ocurrido despus, Sig el seng derg.

    Era inmenso: su cabeza rozaba el arco de ladrillos. Era ms o menos transparente: yo vea los ladrillos y los rboles que haba detrs de l, borrosos pero no perdidos. Era todas mis pesadillas en carne y hueso. Tena dientes enormes y alados, zarpas desgarradoras y manos fuertes y peludas. Tena el pelo largo, como una

  • de las muecas de plstico de mi hermana, y los ojos saltones. Estaba desnudo y el pene le colgaba de la mata de pelo de mueco que tena entre las piernas.

    Te he odo, Jack susurr en una voz como el viento. He odo el trip-trap de tus pasos por mi puente. Y ahora me voy a comer tu vida.

    Yo slo tena siete aos, pero era de da y no recuerdo que estuviese asustado. A los nios les va bien encontrarse con los elementos de un cuento de hadas, estn muy preparados para enfrentarse a ellos.

    No me comas le dije al troll. Yo llevaba una camiseta a rayas marrones y pantalones de pana marrn. Tena el pelo castao y me faltaba un diente de delante. Estaba aprendiendo a silbar entre los dientes, pero an me faltaba un poco.

    Me voy a comer tu vida, Jack dijo el troll. Le mir fijamente.

    Mi hermana mayor vendr por el sendero muy pronto ment y est mucho ms sabrosa que yo. Cmetela a ella.

    El troll olisque el aire y sonri.

    Ests completamente solo dijo. No hay nada ms en el sendero. Absolutamente nada.

    Entonces se inclin y me pas los dedos por encima: fue como si unas mariposas me rozasen la cara, como si me palpara un ciego. Luego se olfate los dedos y neg con la cabeza.

    No tienes una hermana mayor. Slo una hermana menor y hoy est en casa de su amiga.

    Has adivinado todo eso por el olor? pregunt, atnito.

    Los trolls pueden oler los arcos iris y tambin pueden oler las estrellas susurr tristemente. Los trolls pueden oler los sueos que soaste antes de que hubieras nacido. Acrcate y me comer tu vida.

    Llevo piedras preciosas en el bolsillo le dije al troll. Qudate con ellas y no conmigo. Mira. Le ense las rocas preciosas de lava que haba encontrado antes.

    Escoria de hulla dijo el troll. Los residuos de los trenes a vapor. Para m no tienen ningn valor.

    Abri bien la boca. Dientes alados. Aliento que ola a hongos y a la parte de abajo de las cosas.

    Comer. Ahora.

    Se fue volviendo ms y ms slido, ms y ms real; y el mundo exterior se volvi ms llano y empez a desvanecerse.

    Espera clav los pies en la tierra hmeda bajo el puente, mov los dedos de los pies, me agarr fuerte al mundo real. Le mir jamente a los ojos grandes. T no quieres comerte mi vida. An no. Y yo tengo slo siete aos. An no he vivido nada. Hay libros que no he ledo todava. Nunca me he subido a un avin. An no s silbar, no mucho. Por qu no dejas que me vaya? Cuando sea mayor y ms grande y sea una comida mejor que ahora, volver contigo.

    El troll me mir con ojos como faros. Despus asinti con la cabeza.

    Cuando vuelvas, entonces dijo. Y sonri.

  • Me di la vuelta y camin por el sendero recto y silencioso donde antes haban estado las vas frreas.

    Despus de un rato empec a correr.

    Recorr el camino con pasos pesados, a la luz verde, bufando y resoplando, hasta que sent un dolor punzante bajo el trax, el dolor del ato; y, apretndome el costado, llegu a casa a trompicones.

    Los campos empezaron a desaparecer a medida que me haca mayor. Una a una, hilera a hilera, surgieron casas con calles a las que les haban puesto el nombre de plantas silvestres y escritores respetables. Vendieron nuestra casa, un edicio victoriano viejo y ruinoso, y la tiraron abajo; casas nuevas cubrieron el jardn.

    Construyeron casas por todas partes.

    Una vez me perd en una urbanizacin que cubra dos prados de los que antes haba conocido cada centmetro. Sin embargo, no me importaba demasiado que los campos estuvieran desapareciendo. Una multinacional compr la antigua casa solariega y el parque se convirti en ms casas.

    Pasaron ocho aos antes de que regresara a la vieja lnea frrea y, cuando lo hice, no estaba solo.

    Tena quince aos; haba cambiado de colegio dos veces durante ese tiempo. Ella se llamaba Louise y era mi primer amor.

    Amaba sus ojos grises y su no cabello castao claro y su forma desgarbada de andar (como un cervato que est aprendiendo a andar, lo que suena muy tonto as que pido disculpas): la vi masticando chicle, cuando yo tena trece aos, y me perd por ella como un ciego en un laberinto.

    El problema principal de estar enamorado de Louise era que ramos respectivamente el mejor amigo del otro, y que ambos salamos con otra gente.

    Nunca le haba dicho que la amaba, ni siquiera que me gustaba. ramos colegas.

    Haba estado en su casa aquella noche: nos quedamos en su habitacin y pusimos Rattus Norvegicus, el primer LP de los Stranglers. Era el principio del punk y todo pareca tan emocionante: las posibilidades, tanto en msica como en todo lo dems, eran innitas. Al nal fue hora de irse a casa y ella decidi acompaarme. Nos cogimos de la mano, inocentemente, como amigos, y paseamos los diez minutos que haba hasta mi casa.

    La luna brillaba, el mundo era visible e incoloro y haca una noche clida.

    Llegamos a mi casa. Vimos luces dentro y nos quedamos en el camino de entrada y hablamos del grupo que yo estaba montando. No entramos.

    Entonces decidimos que yo la acompaara a ella hasta su casa. As que nos pusimos en camino.

    Me habl de las batallas que tena con su hermana menor, que le robaba el maquillaje y el perfume. Louise sospechaba que su hermana estaba acostndose con chicos. Louise era virgen. Ambos lo ramos.

    Estbamos en la calle que haba delante de su casa, bajo la luz amarillo sodio de la farola, y nos mirbamos los labios negros y las caras amarillo plido.

    Nos sonremos.

    Entonces nos pusimos a andar, escogiendo calles silenciosas y senderos vacos. En una de las urbanizaciones nuevas, un sendero nos llev al bosque y lo seguimos.

  • El sendero era recto y oscuro, pero las luces de las casas lejanas brillaban como estrellas en la tierra y la luna nos daba luz suciente para ver. Una vez nos asustamos, cuando algo buf y resopl delante de nosotros. Nos apretujamos, vimos que era un tejn, nos remos y nos abrazamos y seguimos andando.

    Hablbamos en voz baja, de tonteras, de lo que sobamos y lo que queramos y lo que pensbamos.

    Y todo el tiempo quera besarla y tocarle los pechos y, quiz, meterle la mano entre las piernas.

    Al nal vi mi oportunidad. Haba un puente de ladrillos viejo encima del sendero y nos paramos debajo de l. Me apretuj contra ella. Abri la boca para besarme.

    Entonces se qued fra y rgida y dej de moverse.

    Hola dijo el troll.

    Solt a Louise. Estaba oscuro debajo del puente, pero la figura del troll llenaba la oscuridad.

    La he congelado dijo el troll, para que podamos hablar. Ahora me voy a comer tu vida.

    El corazn me lata con fuerza y senta que estaba temblando.

    No.

    Dijiste que volveras conmigo. Y lo has hecho.

    Aprendiste a silbar?

    S.

    Eso est bien. Yo nunca supe silbar husme y asinti con la cabeza. Estoy satisfecho. Has crecido en vida y experiencia. Ms para comer. Ms para m.

    Agarr a Louise, una zombi tiesa, y la empuj hacia delante.

    No me cojas a m. No quiero morir. Cgela a ella. Apuesto a que est mucho ms deliciosa que yo. Adems, es dos meses mayor que yo. Por qu no te la llevas a ella?

    El troll se qued callado.

    Olisque a Louise de pies a cabeza, olfatendole los pies y la entrepierna y los pechos y el pelo.

    Entonces me mir.

    Es una inocente dijo. T no. No la quiero a ella.

    Te quiero a ti.

    Fui hasta la abertura del puente y me qued mirando las estrellas del cielo nocturno.

    Pero es que hay tantas cosas que no he hecho nunca

    dije, en parte a m mismo. O sea, nunca he... bueno, nunca me he acostado con nadie. Nunca he ido a Amrica. Y no he... hice una pausa. No he hecho nada. An no.

    El troll no dijo nada.

    Podra volver contigo. Cuando sea mayor. El troll no dijo nada.

  • Volver. De veras que s.

    Que volvers conmigo? dijo Louise. Por qu?

    Adnde vas?

    Me di la vuelta. El troll haba desaparecido y la chica que haba credo que amaba estaba envuelta por las sombras bajo el puente.

    Nos vamos a casa le dije. Venga. Regresamos y no dijimos ni una palabra.

    Louise sali con el batera del grupo de punk que yo haba montado y, mucho despus, se cas con otro. Nos encontramos una vez, en un tren, despus de que se hubiera casado, y me pregunt si recordaba aquella noche.

    Le dije que s.

    Me gustabas mucho, aquella noche, Jack me dijo. Pens que ibas a besarme. Pens que ibas a pedirme que saliera contigo. Te hubiera dicho que s. Si me lo hubieses pedido.

    Pero no lo hice.

    No dijo. No lo hiciste llevaba el pelo muy corto. No le quedaba.

    No la volv a ver. La mujer estilizada de la sonrisa tensa no era la chica que yo haba amado y hablar con ella me hizo sentir incmodo.

    Me fui a vivir a Londres y, entonces, unos aos despus, volv, pero la ciudad a la que regres no era la ciudad que yo recordaba: no haba campos, ni granjas, ni caminitos de pedernal; y me mud lo antes que pude a un pueblo diminuto a diez millas de all.

    Me mud con mi familia ya estaba casado y tena un nio pequeo a una casa vieja que haba sido, mucho aos antes, una estacin de tren. Haban quitado las vas y la anciana pareja que viva enfrente de nuestra casa utilizaba aquel terreno para cultivar verduras.

    Estaba envejeciendo. Un da me encontr una cana; otro, escuch una cinta en la que me haba grabado hablando y me di cuenta de que sonaba exactamente igual que mi padre.

    Trabajaba en Londres, en el departamento de contratacin de una de las compaas discogrcas ms importantes. Iba en tren a Londres casi todos los das y volva a casa algunas noches.

    Tena que alquilar un pisito en Londres; es difcil ir y volver a casa cada da cuando los grupos que ests examinando no salen tambalendose al escenario hasta medianoche. Eso tambin signicaba que era bastante fcil echar un polvo, si quera, y as era.

    Pens que Eleonora as se llamaba mi mujer; debera haberlo mencionado antes, supongo no saba nada sobre las otras mujeres; pero regres de una excursin de dos semanas a Nueva York un da de invierno y, cuando llegu, la casa estaba vaca y fra.

    Me haba dejado una carta, no una nota. Quince pginas, muy bien mecanograadas, y todas y cada una de las palabras que haba escrito eran ciertas. La posdata incluida, que deca: En realidad no me quieres. Nunca me has querido.

  • Me puse un abrigo grueso y sal de casa y camin, estupefacto y un poco atontado.

    No haba nieve en el suelo, pero haba una escarcha dura y las hojas crujan bajo mis pies mientras andaba. Los rboles eran de un negro desnudo contra el cielo invernal crudo y gris.

    Camin junto a la carretera. Me pasaban los coches, que iban o venan de Londres. Una vez tropec con una rama, medio escondida entre un montn de hojas secas, y me ca, me rasgu los pantalones y me hice un corte en la pierna.

    Llegu al pueblo de al lado. Un ro formaba un ngulo por la derecha con la carretera y haba un sendero junto a l que no haba visto nunca, y camin por el sendero mientras miraba el ro medio helado. Borboteaba, salpicaba y cantaba.

    El sendero llevaba por unos campos; era recto y estaba cubierto de hierba.

    Encontr una roca, medio enterrada, a un lado del sendero. La cog, le quit el barro. Era un pedazo fundido de una sustancia violcea, con un extrao brillo multicolor. Me la puse en el bolsillo del abrigo y la sostuve en la mano mientras andaba, sintiendo su presencia clida y tranquilizadora.

    El ro se alej serpenteando por los campos y yo segu andando en silencio.

    Llevaba una hora caminando cuando vi las casas, nuevas y pequeas y cuadradas, en el terrapln que haba delante de m.

    Entonces vi el puente y supe dnde estaba: me hallaba en el sendero de las viejas vas frreas y lo haba estado siguiendo desde la otra direccin.

    Haba gratis a un lado del puente: JODER y BARR QUIERE A SUSAN y el omnipresente FN del Fre Nacional.

    Me puse bajo el arco de ladrillos rojos del puente, entre envoltorios de helado y bolsas de patatas fritas y un nico condn triste y usado, y observ el vapor de mi aliento en la tarde fra.

    La sangre se haba secado y se me haba quedado enganchada a los pantalones.

    Pasaban coches por el puente que haba sobre m; o una radio muy alta en uno de ellos.

    Hola? dije, en voz baja, avergonzado, sintindome como un idiota. Hola?

    No hubo respuesta. El viento hizo susurrar las bolsas de patatas fritas y las hojas.

    He vuelto. Dije que lo hara. Y lo he hecho. Hola? Silencio.

    Entonces empec a llorar, estpida y silenciosamente, bajo el puente.

    Una mano me toc la cara y alc la vista.

    Cre que no volveras dijo el troll. Ahora tena mi estatura, pero aparte de eso no haba cambiado. Llevaba hojas enredadas en su pelo de mueco largo y despeinado y tena los ojos muy abiertos y tristes.

    Me encog de hombros, luego me sequ la cara con la manga del abrigo.

    He vuelto.

    Tres nios pasaron por encima de nosotros, por el puente, gritando y corriendo.

  • Soy un troll murmur el troll, con una vocecita asustada. Sig el seng derg.

    Estaba temblando.

    Alargu la mano y le cog la zarpa enorme. Le sonre.

    No pasa nada le dije. En serio. No pasa nada. El troll asinti con la cabeza.

    Me empuj al suelo, sobre las hojas y los envoltorios y el condn, y se me ech encima. Entonces alz la cabeza y abri la boca y se comi mi vida con sus dientes fuertes y afilados.

    Cuando acab, el troll se puso en pie y se sacudi. Se puso la mano en el bolsillo del abrigo y sac un pedazo de escoria negra y llena de burbujas.

    Me la dio.

    Esto es tuyo dijo el troll.

    Le mir: llevaba mi vida puesta cmodamente, con facilidad, como si la hubiera estado llevando durante aos. Cog la escoria de hulla y la olisque. Poda oler el tren de donde haba cado, haca tanto tiempo. La agarr fuertemente con la mano peluda.

    Gracias dije.

    Buena suerte dijo el troll.

    S. Bueno. Ati tambin. El troll sonri con mi cara.

    Me dio la espalda y empez a andar por el camino por el que yo haba venido, hacia el pueblo, a la casa vaca que yo haba dejado aquella maana; y silbaba mientras andaba.

    He estado aqu desde entonces. Escondido. Esperando.

    Parte del puente.

    Observo desde las sombras cuando pasa la gente: paseando a sus perros o hablando o haciendo las cosas que hace la gente. Algunas veces alguien se para debajo de mi puente, para quedarse un rato, mear o hacer el amor. Yo les observo, pero no digo nada; y ellos nunca me ven.

    Sig el seng derg.

    Simplemente me voy a quedar aqu, en la oscuridad bajo el arco. Os oigo a todos ah fuera, oigo el trip-trap, trip- trap de vuestros pasos por mi puente.

    Oh, s, os oigo.

    Pero no pienso salir.