el principe que ha de venir evis l carballosa

136
EL PRINCIPE QUE HA DE VENIR LA MARAVILLOSA PROFECIA DE LAS SETENTA SEMANAS DE DANIEL, CON RESPECTO AL ANTICRISTO. Por Sir Robert Anderson Prologo Evis L. Carballosa PUBLICACIONES PORTAVOZ EVANGÉLICO

Upload: osiel-moreno

Post on 01-Apr-2016

1.856 views

Category:

Documents


388 download

DESCRIPTION

 

TRANSCRIPT

EL PRINCIPE QUE HA DE VENIR LA MARAVILLOSA PROFECIA DE LAS SETENTA SEMANAS DE DANIEL, CON RESPECTO AL ANTICRISTO.

Por Sir Robert Anderson

Prologo

Evis L. Carballosa

PUBLICACIONES PORTAVOZ EVANGÉLICO

2

Índice

Prólogo — Evis L. Carballosa ............................................... 2

Prefacio a la décima edición inglesa ..................................... 4

Prefacio a la quinta edición inglesa ....................................... 8

1. INTRODUCCIÓN ............................................................... 23

2. DANIEL Y SU ÉPOCA .................................................... 30

3. EL SUEÑO DEL REY Y LAS VISIONES DEL PRO-

FETA ....................................................................... 33

4. LA VISION JUNTO AL RIO ULAY ............................... 38

5. EL MENSAJE DEL ÁNGEL ........................................... 41

6. EL AÑO PROFETICO ..................................................... 47

7. EL TIEMPO MÍSTICO DE LAS SEMANAS .................. 50

8. «EL MESÍAS PRINCIPE» ............................................... 54

9. LA CENA PASCUAL ...................................................... 60

10. EL CUMPLIMIENTO DE LA PROFECÍA …………… 64

11. PRINCIPIOS DE INTERPRETACIÓN ............................ 68

12. LA PLENITUD DE LOS GENTILES ............................. 75

13. EL SEGUNDO SERMÓN DEL MONTE ...................... 79

14. LAS VISIONES DE PATMOS........................................ 84

15. EL PRINCIPE QUE HA DE VENIR ……………….... 90

Prólogo

«CUANDO SE PUBLICA un libro nuevo, lee uno viejo.» Ese

pensamiento de la pluma de un literato que vivió hace más de un

siglo es, en cierto sentido, apropiado para la obra El Príncipe que ha

de Venir. Dicha obra es vieja porque vio la luz por primera vez en el

idioma inglés en el año 1882, pero es nueva porque su contenido es

tan pertinente en nuestros días como lo fue hace un siglo.

Sir Robert Anderson, autor de El Príncipe que ha de Venir, fue, sin

duda, un hombre extraordinario. Nacido en Inglaterra en el año

1841, Anderson procede de un trasfondo presbiteriano. Su

instrucción no fue en el campo de la teología, sino más bien en

asuntos legales. Trabajó como abogado en Dublín y en Londres.

Entre los años 1868-1888 fue consejero de la oficina británica de

Asuntos Internos en el área de crímenes políticos. También trabajó

como comisionado asistente de la policía metropolitana de Londres y

como jefe del departamento de investigación criminal de Scotland

Yard de 1888 a 1901.

Aunque Sir Robert Anderson no podría clasificarse como un teólogo

profesional, no cabe duda que fue un estudiante ferio de la Palabra

de Dios. En medio de sus ocupaciones fue un conferenciante muy

solicitado y un escritor de pluma ágil.

Sus trabajos trataron principalmente temas de apologética y profecía

bíblica, aunque dio atención también a otros temas. Las obras más

conocidas de Anderson fueron El Evangelio y sus ministerios (1876),

3

El Príncipe que ha de Venir (1882), El Silencio de Dios (1897), La

Biblia y la Crítica Moderna (1902) y Racionalismo Cristianizado y la

Alta Crítica,* escrito poco antes de su muerte, en 1918.

El lector de habla castellana, no importa su persuasión teológica,

debe sentirse complacido con la publicación de El Príncipe que ha de

Venir. Esta obra consiste de un estudio esmerado y sobrio de la

profecía de Daniel 9:24-27, con particular énfasis en lo relacionado

a la septuagésima semana y más concretamente las enseñanzas

tocantes a la persona del Anticristo.

Varios son los méritos del trabajo de Sir Robert Anderson.

Primeramente, el hecho de que vivió y escribió en una época en que

el mundo teológico estaba embriagado con el vino que llenaba el

cáliz de la alta crítica y que era ávidamente ingerido por los

racionalistas europeos. Es muy notable que Anderson no cayera

víctima del desatino teológico de su tiempo sino que defendió con

valentía la integridad las Sagradas Escrituras.

En segundo lugar, el autor de El Príncipe que ha de Venir aboga por

un sistema congruente de interpretación 'bíblica. Un método que sea

aplicable de manera consecuente a la totalidad de la Palabra de

Dios sin exceptuar la profecía. O como él mismo afirma: «No hay

una sola profecía cuyo cumplimiento se registre en las Escrituras,

que no se haya cumplido con absoluta exactitud, y en cada detalle; y

es totalmente injustificable asumir que un nuevo sistema de

cumplimiento haya sido inaugurado después de haberse cerrado el

canon sagrado» (p. 147).

Además, Sir Robert Anderson estaba interesado en exponer el Texto

Sagrado. De modo que su trabajo es eminentemente exegético. Es

evidente que Anderson estaba interesado en descubrir qué enseña la

Palabra de Dios. Su mente analítica e investigadora lo llevó también

a trazar una cronología de las setenta semanas de Daniel, trabajo

éste que ha servido de base para muchos estudiosos de temas

proféticos

* Estos libros han sido editados en inglés por Kregel Publications,

Grand Rapids, Michigan, EE.UU.

Puede observarse, además, que Sir Robert Anderson estaba

compenetrado tanto con la historia bíblica como con la historia

secular. Prueba de esto es el uso constante de fuentes bibliográficas

apropiadas y los apéndices cronológicos al final de la obra. Sin

embargo, su obra está saturada de un tinte pastoral y a veces hasta

devocional.

Finalmente, debe recordarse que la obra El Príncipe que ha de Venir

fue escrita originalmente en el año 1882. Es decir, hace casi un

siglo. Su autor murió en 1918, o sea hace más de seis décadas.

Muchas cosas han pasado desde entonces. Algunas como el

establecimiento del estado moderno de Israel, la situación en él

Oriente Medio y la formación de cuatro esferas de influencia

mundial han fortalecido lo que Sir Robert Anderson escribió hace

más de medio siglo. Seguramente si viviese, Anderson hubiese

revisado y aclarado algunos de los detalles de su obra. Pero general-

mente hablando hubiese podido decir lo mismo que escribió hace un

siglo.

Recomendamos, pues, a todos los estudiosos de la Biblia en él mundo

de habla castellana la obra El Príncipe que ha de Venir. No importa

la persuasión teológica del lector, debe prestar atención cuidadosa a

este trabajo. Nuestra felicitación sincera a Publicaciones Portavoz

Evangélico por él esfuerzo realizado. Quiera Dios usar esta obra

para estimular a muchos a un estudio más profundo del Texto

Sagrado.

Evis L. CARBALLOSA

Guatemala, C A., 14 de julio de 1980

4

Prefacio a la décima edición inglesa

EL PRÍNCIPE QUE HA DE VENIR ha estado agotado por más de un año;

no parecía adecuado reimprimirlo durante la guerra 1. Pero la guerra

parece haber creado un mayor interés hacia las profecías de Daniel; y

como este libro está en demanda, se ha decidido publicar una nueva

edición sin más tardanza. No es debido a que estas páginas contengan

ninguna teoría sensacional respecto a «Armagedón». Porque «el

lugar que en hebreo se llama Armagedón» no está situado

Ni en Francia ni en Flandes, sino en Palestina; y el futuro de la tierra

y del pueblo del pacto será el asunto principal en la gran batalla que

todavía debe librarse en aquella histórica llanura.

Los estudiosos de la profecía son susceptibles de adherirse a una u

otra de las escuelas rivales de interpretación.

La enseñanza de los «futuristas» sugiere que esta dispensación

cristiana es un blanco completo en el esquema divino de la profecía.

Y los «historicistas» desacreditan las Escrituras frivolizando con el

significado de palabras llanas a fin de hallar el cumplimiento de las

mismas en la historio. Evitando los errores de ambas escuelas, este

volumen ha sido escrito siguiendo el aforismo de Lord Bacon, de que

«las profecías divinas tienen cumplimiento inicial y germinal a lo

largo de muchas épocas, aunque su cumbre o plenitud pueda

pertenecer a una época determinada».

1. Se refiere a la Primera Guerra Mundial. (N. del T.)

5

Y esta guerra mundial pertenece, indudablemente, al esquema

profético, aunque no constituya el cumplimiento de ningún pasaje

especial de las Escrituras.

Hace ya muchos años que mi atención fue atraída hacia un volumen

de sermones de un devoto rabí judío de la sinagoga de Londres, en el

cual él intentaba desacreditar la interpretación cristiana de ciertas

profecías mesiánicas. Y al tratar de Daniel 9, acusaba a los

expositores cristianos de entremeterse no ya tan sólo con la

cronología, sino con las mismas Escrituras, en sus esfuerzos de

aplicar la profecía de las Setenta Semanas al Nazareno. Mi

indignación ante tan grave acusación dio paso al dolor cuando el

proceso de estudio al que me abocó me proveyó de pruebas de que no

se trataba en absoluto de un libelo infundado. Mi fe en el libro de

Daniel, ya perturbada por la incrédula cruzada alemana de la «Alta

Crítica», fue así más socavada. Y decidí asumir el estudio de este

asunto con la fija determinación de aceptar sin reserva alguna no

solamente el lenguaje de las Escrituras, sino también las fechas

normativas de la historia tal como han sido establecidas por nuestros

mejores cronólogos.2

Lo que sigue a continuación es un breve resumen de los resultados de

mi indagación por lo que respecta a la gran profecía de las «Setenta

Semanas». Empecé con la asunción, basada en la lectura de muchas

obras clásicas, de que la era en cuestión se refería a los setenta años

de la cautividad de Judá, y que tenía que finalizar con la Venida del

Mesías. Pero pronto hice el sorprendente descubrimiento de que esto

era totalmente erróneo.

2. No obstante, por lo que se refiere a los años de reinado de los reyes judíos, las

fechas de los meses de Fynes Clinton quedan aquí modificadas siguiendo la

Mishná hebrea, que era un libro cerrado, para los lectores ingleses cuando el Fasti

Hellenici fue escrito. Por lo que respecta a una fecha de importancia fundamental

estoy especialmente en deuda con el difunto canónigo Rawlinson y con el difunto

Sir George Airey.

Porque la Cautividad duró tan sólo sesenta y dos años; y las setenta

semanas estaban relacionadas con el juicio totalmente distinto de las

Desolaciones3 en Jerusalén. Y además de ello, el período «hasta el

Mesías Príncipe», como Daniel 9:25 afirma de una manera tan llana,

no era de setenta semanas, sino de 7 + 62 semanas.

El fallo de no distinguir entre los diversos juicios de la Servidumbre,

de la Cautividad y de las Desolaciones, constituye una fructífera

fuente de error en el estudio de Daniel y de los libros históricos de las

Escrituras. Y es extraño que esta distinción sea ignorada, no tan sólo

por parte de los críticos, sino también por parte de los cristianos.

Debido a su pecado nacional, Judá fue sometido a servidumbre bajo

Babilonia durante setenta años; esto sucedió en el tercer año del rey

Joacim (606 a.C). Pero el pueblo continuó endurecido, y en el año

598 a.C. cayó sobre ellos el juicio mucho más severo de la

Cautividad. En la primera conquista de Jerusalén, Nabucodonosor

dejó intocada la ciudad y sus habitantes, siendo sus únicos

prisioneros Daniel y otros jóvenes de familias principales. Pero en

esta segunda ocasión deportó a la masa de los habitantes a Caldea.

No obstante, los judíos permanecían impenitentes a pesar de las

amonestaciones divinas por boca de Jeremías en Jerusalén y por

medio de Ezequiel entre los cautivos; y después de un lapso de otros

nueve años, Dios trajo sobre ellos el terrible juicio de «las

Desolaciones», que fueron decretadas para una duración de setenta

años. Así, para el año 589 a.C. los ejércitos babilónicos invadieron

Judea de nuevo, y la ciudad fue devastada e incendiada.

Ahora bien, tanto la «Servidumbre» como la «Cautividad»

finalizaron con el decreto de Ciro en 536 a.C, que permitía el retorno

de los expatriados. Pero como bien claramente lo indica el lenguaje

de Daniel 9:2, fueron los setenta años de «las Desolaciones» que

sirvieron de base a la profecía de las setenta semanas.

3. A lo largo de este libro, y siempre que aparezca, se utilizará «el juicio de las

Desolaciones» como un término técnico. Este término no aparece en la versión

Reina-Valera en Jeremías 25:11-12, pero sí en la Versión Moderna, y naturalmente

en la versión inglesa Revised Versión de la que se sirvió el autor. (N. del T.)

6

Y la época de los setenta años se inició en el día en que Jerusalén fue

sitiado —el décimo de Tabeth en el noveno año de Sedequías— día

éste que se observa desde entonces como día de ayuno por los judíos

en todos los países en que están (2° Reyes 25:1). Daniel y el

Apocalipsis indican definitivamente que el año profético es un año de

360 días. Así, además, era el año sagrado del calendario judío; y,

como es bien sabido, así era el año antiguamente en las naciones del

Oriente. (Ver el capítulo 6: El año profético). Pero setenta años de

360 días consisten exactamente de 25.200 días; y como el Año

Nuevo judío dependía de la luna equinoccial, podemos asignar el 13

de diciembre como la «fecha Juliana» del décimo de Tabeth del 589

a.C. Y 25.200 días contados a partir de esta fecha finalizaron el 17 de

diciembre del 520 a.C, que fue el día veinticuatro del mes noveno del

segundo año del rey Darío de Persia —el mismo día en que se

echaron los cimientos del segundo Templo (Hag. 2:18-19. Ver pp. 94

y ss.).

Aquí hay algo que debería hacer pensar tanto a críticos como a

cristianos. Un decreto de un rey persa era tenido como divino, y

cualquier intento de obstaculizarlo era objeto generalmente de un

castigo rápido y drástico; y, no obstante, el decreto que ordenaba la

reconstrucción del Templo, emitido por el rey Ciro en el cénit de su

poder, fue frustrado durante diecisiete años por insignificantes

gobernadores locales. ¿Cómo piulo ser esto? La explicación es que

hasta que no hubiera expirado el último día de «las Desolaciones»,

Dios no iba a permitir que se pusiera piedra sobre piedra en el monte

Moriah.

Así, pues, apartando de nuestras mentes todas las meras teorías

respecto a este asunto, llegamos a los siguientes hechos

definitivamente averiguados:

1. La época de las Setenta Semanas arranca de la emisión de un

decreto para restaurar y edificar a Jerusalén. (Dn. 9:25.)

2. Nunca ha habido más de un decreto para la reconstrucción de

Jerusalén. (Ver p. 94.)

3. El dicho decreto fue emitido por Artajerjes, rey de Persia, en el

mes de Nisán en el año 20 de su remado, o sea, en el 445 a.C. (Ver

pp. 95-97.)

4. La ciudad fue realmente construida en obediencia a la orden

dada. 5. La fecha juliana del 1° de Nisán del 445 fue el 14 de marzo. (Ver

p. 140.)

6. Sesenta y nueve semanas de años —o sea, 173.880 días—

contados a partir del 14 de marzo del 445 a.C. finalizaron el 6 de

abril del 32 d.C. (Ver p. 143.)

7. Aquel día, en el que tuvieron su fin las sesenta y nueve semanas,

fue el día fatal en que el Señor Jesús cabalgó a Jerusalén en

cumplimiento de la profecía de Zacarías 9:9; cuando por primera y

única vez en toda su peregrinación terrena lúe aclamado como

«Mesías, Príncipe, el Rey, el Hijo de David». (Ver p. 142.)

Y aquí, de nuevo, debemos limitarnos a las Escrituras. Aunque Dios

no ha registrado en ningún sitio la fecha del nacimiento de Cristo en

Belén, ninguna fecha en la historia, sea ésta sagrada o profana, está

fijada con mayor precisión que la del año en el que el Señor empezó

Su ministerio público. Me refiero, naturalmente, a Lucas 3:1-2. (Ver

pp. 117-118.) Afirmo esto enfáticamente, debido a que expositores

cristianos han intentado de manera persistente establecer una fecha

lie Licia para el reino de Tiberio. Por lo tanto, la primera Pascua del

ministerio del Señor cayó en Nisán del 29 d.C; y podemos fijar la

fecha de la Pasión como Nisán del 32 d.C. con certeza total. Que

escritores incrédulos o judíos se dedicaran a confundir y corromper la

cronología de estos períodos no sería de sorprender. Pero es a

expositores cristianos a quien debemos esta mala obra. Felizmente,

empero, podemos apelar a las labores de historiadores y cronólogos

seculares para la demostración de la divina exactitud de las Sagradas

Escrituras.

El ataque general contra el libro de Daniel, brevemente considerado

en el «Prefacio a la quinta edición», es tratado con más detalle en la

reimpresión de 1902 de Daniel in the Critic's Den (Daniel en el foso

de los críticos). El lector hallará allí una respuesta a los ataques de la

Alta Crítica a Daniel, basada en la filología y la historia; y hallará

también que los críticos quedan refutados por sus propias admisiones

con respecto al Carón del Antiguo Testamento.

7

La mayor parte de los «errores históricos» de Daniel, que el profesor

Samuel R. Driver copió de la obra de Bertholdt del siglo pasado4

han

sido mostrados no ser tales errores gracias a la erudición e

investigación de nuestros propios días. Pero, al escribir sobre este

asunto, me di cuenta de que la identidad de Darío el Meda era todavía

una dificultad. Pero desde entonces he hallado una solución de esta

dificultad en un versículo en Esdras, utilizado hasta ahora por

Voltaire y otros para desacreditar las Escrituras.

Esdras 5 nos dice que en el reino de Darío Histaspes los judíos

solicitaron al trono, apelando al decreto por el cual Ciro había

autorizado la reconstrucción del Templo. La fraseología de la

petición indica claramente que, por lo que los líderes judíos sabían, el

decreto había sido archivado en la casa de los archivos en Babilonia.

Pero la búsqueda que se hizo allí no dio frutos, y al final se encontró

en Ecbatana (o Acmeta: Esdras 6:2). ¿Cómo fue posible que un

documento de estado fuera transferido a la capital de Media?

La única explicación razonable de este extraordinario hecho completa

el conjunto de pruebas de que el rey vasallo a quien Daniel denomina

Darío de Media fue Gobryas (o Gubaru), que llevó al ejército de Ciro

a Babilonia. Como varios autores han señalado, el testimonio de las

inscripciones señala hacia esta conclusión. Por ejemplo, la tablilla de

los Anales de Ciro registra que, después de tomar la ciudad, fue

Gobryas quien designó a los gobernadores o sátrapas; designaciones

que Daniel afirma haber sido hechas por Darío. El hecho de que era

un príncipe de la casa real de Media, y presumiblemente bien

conocido por Ciro, que había residido en la corte de Media,

explicaría el que se le tuviera en tan alta consideración. Fue el que

gobernó Media como Virrey cuando aquel país fue reducido a la

posición de provincia; y para cualquier persona acostumbrada a tratar

con evidencias, parecería natural inferir que, por una u otra razón, fue

enviado de nuevo a su trono provincial y que, al volver a Ecbatana,

se llevó consigo los archivos de su breve reinado en Babilonia.

4. O sea, el siglo XVIII, pues la obra está escrita a fines del siglo XIX. (N del T.)

En el intervalo entre la ascensión de Ciro y la de Darío Histaspes, el

decreto referente al Templo pudo haber quedado olvidado por todos

menos para los mismos judíos. Y a pesar de que era algo muy grave

impedir la ejecución de una orden dada por el rey de Persia (Esdras

6:11), no obstante n esta ocasión, como ya se ha señalado, un decreto

divino se sobre impuso al decreto de Ciro, y vetó su toma de acción

referente a él.

La elucidación de la visión de las Setenta Semanas, tal como se

desarrolla en las siguientes páginas, es mi personal contribución a la

controversia sobre Daniel. Y ya que la investigación crítica a la que

ha sido sujeto ha sido incapaz de detectar en él un solo error o

defecto5 se puede aceptar en la actualidad sin dudas ni reservas.

5. Un punto puede ser digno de una nota de pie de página. La traducción de la R.

V. de Hechos 13:20 parece eliminar mi solución del perturbador problema de los

480 años de 1." Reyes 6:1 (ver pp. 111-112). Pero aquí, siguiendo (los revisores de

la versión inglesa) sus prácticas acostumbradas, y negligiendo los principios por los

cuales los expertos se guían en caso de evidencias en conflicto, los Revisores han

seguido servilmente a ciertos de los MSS (manuscritos) más antiguos. Y el efecto

■obre este pasaje es desastroso. Porque lo cierto es que ni el apóstol dijo, ni el

evangelista escribió, que el disfrute de la tierra por parte de Israel estuviera

limitado a 450 años, ni que transcurrieran 450 años antes de la época de los Jueces.

El texto adoptado por los Revisores es, por ello, claramente erróneo.

(Desafortunadamente, esta lectura errónea se halla también en nuestra excelente

Versión Moderna y en la encomiable Versión 1977 de Reina-Valera, que siguen

este punto la misma línea que los Revisores de la versión inglesa. (N. del T.) Dean

Alford lo considera como «un intento de corregir la difícil cronología del versí-

culo»; y, añade, «si se toman las palabras tal como son, no se puede dar otro

sentido que el que el tiempo de los Jueces duró 450 años». Esta es, como sigue

explicando, la era dentro de la cual tuvo lugar el gobierno de los Jueces. No

significa que los Jueces gobernaran durante 450 años —en cuyo caso se utilizaría el

acusativo, como en el versículo 18— sino, como implica la utilización del dativo,

que el período hasta Saúl, caracterizado por el gobierno de los Jueces, duró 450

años.

Apenas necesito señalar la objeción de que en la página dejo de tener en cuenta la

servidumbre mencionada en Jueces 10:7-8. Esta servidumbre afectó solamente a las

tribus más allá del Jordán.

8

El único comentario despreciativo que el profesor Driver ha podido

ofrecer acerca de el en su Book of Daniel es que es «un

reavivamiento en una forma ligeramente modificada» del esquema de

Julio Africano, y que deja la septuagésima semana sin explicar. Pero

lo cierto es que el hecho de que mi esquema esté en la misma línea

que la del «padre de los cronólogos cristianos» crea una muy fuerte

presunción en su favor. Y bien en contra de dejar la Septuagésima

semana sin explicación, la he tratado según la creencia de los padres

primitivos. Porque ellos contemplaban la semana ésta como futura,

siendo así que esperaban al Anticristo de las Escrituras —«una

persona individual, la en carnación y concentración del pecado».6

R. ANDERSON

6. Alford's Greek Testament, prólogo a 2 Tesalonicenses, n.° 5

Prefacio a la quinta edición inglesa

Una defensa del libro de Daniel

contra la «Alta Crítica»

ESTE LIBRO ha sido menospreciado en algunos círculos debido a que,

según se afirma, ignora la crítica destructiva que supuestamente ha

conducido a «todas las personas con discernimiento» a abandonar la

creencia en las visiones de Daniel.

La acusación no es completamente justa. No tan solamente se da

respuesta a algunas de las principales objeciones de los críticos desde

estas páginas, sino que al demostrar la genuinidad de la gran profecía

central de este libro, se establece la autenticidad del todo. Y puede

explicarse la ausencia de un capítulo especial sobre este asunto. La

práctica, demasiado Común en controversia religiosa, de dar una

representación ex parte de los puntos de vista de los oponentes, en

lugar de Aceptar la propia afirmación de ellos, nunca es satisfactoria,

y pocas veces honesta. Y no había ningún tratado disponible de parte

de los críticos que fuera lo suficientemente conciso como para

permitir una consideración detallada, aunque breve, y lo

suficientemente plena y autorizada como para permitir su aceptación

como adecuada.

No obstante, esta falta ha sido suplida desde entonces por la

Introduction to the Literatura of the Old Testament,1 del profesor

Driver, obra ésta que incorpora los resultados de la denominada

«Alta Crítica» tal como son aceptados por el sobrio juicio del autor.

Evitando siempre la maliciosa extravagancia de los racionalistas

alemanes y de sus imitadores ingleses, no omite nada que la

erudición pueda presentar como honestidad en contra de la

9

autenticidad del Libro de Daniel. Y si se puede demostrar que los

argumentos hostiles que el aduce son erróneos y no convincentes, el

lector puede aceptar el resultado, sin ningún tipo de temores, como

un «punto final a la controversia» sobre este asunto.2

Aquí tenemos la tesis que el autor intenta establecer:

En vista de los hechos presentados por el libro de Da niel, la

opinión de que éste sea obra del mismo Daniel m puede sustentarse.

La evidencia interna muestra, con una fuerza irresistible, que no

puede haber sido escrito antes dj c. 300 a.C., y eso en Palestina y es

como mínimo probable que fuera compuesto bajo la persecución de

Antíoco Epífanes, el 168 ó 167 a.C.

El profesor Dríver ordena sus pruebas bajo tres títulos:

1) hechos de naturaleza histórica; 2) la evidencia lingüística de

Daniel; y 3) la teología del Libro.

1. An Introduction to the Lilerature of the Old Testament, por S. R. Driver, D.

D., Profesor Regius de Hebreo, y Canónigo de Christ Church, Oxford. 3a edición

(T. & T. Clark, 1892). Deseo, desde aquí re conocer la cortesía del profesor Driver

al darme respuesta a varias preguntas que rne aventuré a dirigirle. 2. De acuerdo con el plan de la obra, el capítulo 11 empieza con un examen del

contenido de Daniel, juntamente con unas nota* exegéticas. Estas notas no son de

mi incumbencia, aunque parecen pensadas para preparar al lector para la secuela.

Las dejaré de lado con solamente un par de comentarios. Primero, en su crítica de

Dn. 9:24-271 él ignora el esquema de interpretación que yo he seguido, aunque es

adoptado por algunos escritores de mayor eminencia que algunos de, los que él

cita; y los cuatro puntos que enumera en contra de la interpretación mesiánica

«comúnmente comprendida» son ampliamente, considerados en estas páginas. Y en

segundo lugar, su comentario acerca del cap. 9, de que «difícilmente puede ser

legítimo, en una descripción continua, sin cambio aparente de sujeto, referir una

parte al tipo y otra parte al antitipo»; deja de lado con una extraordinaria superficia-

lidad ¡un canon de interpretación profética aceptado casi universalmente desde los

días de los Padres post-Apostólicos hasta nuestros días!

Bajo (1) él enumera los siguientes puntos:

(a) «La posición del Libro en el canon judío, no entre los profetas

sino en la colección miscelánea de escritos llamados Hagiografa, y

entre los últimos de éstos, cerca de Ester. Aunque es poca cosa

definida lo que se sabe con respecto a la formación del canon, la

división conocida como de «los Profetas» fue indudablemente

formada antes que la de la Hagiografa; y si el libro de Daniel hubiera

existido en aquel tiempo, es razonable suponer que hubiera tenido el

rango de la obra de un profeta, y que hubiera sido incluido en la

dicha clasificación.»

(b) «Jesús, el hijo de Sirac (escribiendo alrededor del 200 a.C), en

su enumeración de dignidades israelitas, capítulos 44-50, en la que

menciona a Isaías, Jeremías, Ezequiel y (colectivamente) a los doce

profetas menores, no obstante, guarda silencio con respecto a

Daniel.»

(c) «Que Nabucodonosor cercara Jerusalén y se llevara parte de

los utensilios sagrados en "el año tercero del reinado de Joacim" (Dn.

1:1 ss) es —aunque no pueda, hablando estrictamente, demostrarse

falso— altamente improbable: no solamente guarda silencio sobre

ello el libro de los Reyes, sino que Jeremías, al año siguiente (cap.

25, etc.), habla de los caldeos en una manera que parece implicar de

una manera clara que sus armas no habían sido todavía vistas por

Judá.»

(d) «Los "caldeos" son sinónimos en Daniel con la casta de

magos. Este sentido "es desconocido en el lenguaje asirio-babilónico,

y, allí donde aparece, ha surgido después del fin del imperio

babilónico, y es por ello una indicación de la redacción post-exílica

del Libro" (Schrader).»

(e) «Se presenta a Belsasar como rey de Babilonia; y se menciona

a Nabucodonosor por el capítulo 5 como su padre (vv. 2, 11, 13, 18,

22).»

(f) «Darío, hijo de Asuero, un Medo, es —después de la muerte

de Balsasar— "hecho rey sobre el reino de los caldeos". No parece

haber sitio para este gobernante. Según todas las otras autoridades,

Ciro es el inmediato sucesor de Nabunahid, y gobernante de todo el

imperio persa.»

10

(g) «En 9:2 se afirma que Daniel "miró atentamente en los libros"

el número de años que, según Jeremías, Jerusalén debía estar

arruinada. La expresión utilizada implica que las profecías de

Jeremías formaban parte de una colección de libros sagrados que, no

obstante, se puede afirmar con seguridad que no se formó con

anterioridad a; 536 a.C.»

(h) «Otras indicaciones aducidas para mostrar que el libro no es

obra de un contemporáneo son como las que siguen»: los puntos son

la improbabilidad, primero, de que un judío estricto hubiera entrado

en la clase de los «magos», o de que él hubiera sido admitido por los

mismos magos; segundo, la locura de Nabucodonosor y su edicto;

tercero, los términos absolutos en los que él y Darío reconocen a

Dios, todo y manteniéndose en su idolatría.

Desecho (f) y (h) dé inmediato, pues el mismo autor con su

acostumbrada honestidad, renuncia a imponerlas. «Deberían —

admite— ser utilizadas con reserva.» La mención de Darío el Medo

es quizá la mayor dificultad a que se enfrenta el estudiante de Daniel,

y el problema que ella implica espera todavía su solución.3

El rechazo incondicional de la narración por parte de muchos autores

eminentes demuestra tan sólo la incapacidad, incluso por parte de

resultados eruditos de suspender el juicio ante cuestiones de este tipo.

La historia de aquella época es demasiado incierta y confusa para

justificar dogmatismos, y, como muy justamente remarca el profesor

Driver, «una crítica cauta no edificará demasiado sobre el silencio de

las inscripciones, campo éste en la que ciertamente muchas esperan

aún ver la luz» (p. 469). En la reciente obra del señor Sayce4 se

descuida esta precaución. Aún más, el señor Sayce acepta, con una fe

indebidamente simple, todo lo que Ciro dijo acerca de sí mismo.

Evidentemente, le interesaba a Ciro representar la adquisición de

Babilonia como una revolución pacífica, y no como una conquista

militar.

3. Esta solución ya ha llegado. Ver Prefacio a la décima edición en esta misma

obra, y el amplio estudio de J. C. Whitcomb: Darius the Mede (Reformed and

Presbyterian Pub. Co., Nutley, N. J., 1977). (N. del T.)

4. The Higher Criticism and the Verdict of the Monuments, A. H. Sayce.

Pero es que el libro de Daniel no entra en conflicto con ninguna de

estas hipótesis. Aquí el señor Sayce «introduce sus preconcepciones

en la lectura», como tan constantemente se hace, leyendo ahí lo que

de ninguna manera se afirma, ni tan siquiera se implica. No se dice ni

una palabra con respecto a un cerco ni una captura. Belsasar «fue

muerto», y Darío «tomó el reino»; pero la forma en que estos eventos

toman lugar tenemos que aprenderlas de otras fuentes. El profesor

Driver admite aquí de una manera expresa «que Darío el Medo"

puede mostrarse, después de todo, como personaje histórico»5 y esto

es ya suficiente para nuestro propósito presente.

Y paso a considerar los puntos que quedan, por orden:

(a) Este punto está correctamente colocado en primer lugar, al ser

el más importante. Pero su aparente importancia disminuye más y

más cuando se examina más de cerca. Nuestra Biblia inglesa (y la

castellana), siguiendo a la Vulgata, divide al Antiguo Testamento en

treinta y nueve libros. El canon judío reconocía solamente

veinticuatro. Estos estaban clasificados bajo tres encabezamientos —

la Torah, los Neveeim, v los Kethuvim (La Ley, los Profetas y los

Otros Escritos). El primero contenía el Pentateuco.

5. Página 479, nota. Pero la apelación del autor bajo (f) a «todas las otras

autoridades» es difícilmente honesta, ya que Daniel es el único historiador

contemporáneo, y ya que la exploración de las ruinas de Babilonia ha de efectuarse

aún.

Por lo que respecta a (h), es poco lo que precisa decirse. El profesor Driver admite

cándidamente que «existen buenas razones para suponer que la licantropía descansa

sobre una base de hecho». Ningún estudiante de la naturaleza humana hallará nada

extraño en la acción registrada de estos reyes paganos cuando se enfrentaban con

pruebas de la presencia y del poder de Dios. Vemos la contrapartida actual, cada

día, en la conducta de los hombres impíos cuando les acontecen sucesos que ellos

consideran como juicios divinos. Y nadie que esté acostumbrado a tratar con

evidencias entretendrá la sugerencia de que la historia de Daniel viniendo a ser un

«Caldeo» sería inventada por un judío educado bajo el estricto ritual de los días del

post-exilio. Y la sugerencia de que habría rehusado la admisión en el círculo a

Daniel frente a la orden del gran rey de que se le admitiese no merece ninguna

respuesta.

11

El segundo contenía ocho libros, que de nuevo se clasificaban en dos

grupos. Los primeros cuatro —esto es, Josué, Jueces, Samuel y

Reyes— recibían el nombre de los «Profetas Primeros»; y los otros

cuatro —esto es, Isaías, Jeremías, Ezequiel y «los Doce» (o sea los

profetas menores, que se contaban como un solo libro) — recibían el

nombre de los «Profetas Postreros». La tercera división contenía once

libros —esto es, Salmos, Proverbios, Job, el Cantar de los Cantares,

Rut, Lamentaciones, Eclesiastés, Ester, Daniel, Esdras y Nehemías

(que se contaban como uno solo), y Crónicas. Ahora bien, el examen

de la lista hace que sea imposible dejar de aceptar una de las

siguientes dos posiciones. O el canon fue confeccionado bajo

dirección divina, o la clasificación de los libros entre la segunda y la

tercera división fue arbitraria. Si alguien adopta la primera

alternativa, la inclusión de Daniel en el canon decide la cuestión. Si,

por otra parte, se asume que el arreglo fue humano y arbitrario, el

hecho de que Daniel esté en el tercer grupo demuestra —no que el

libro fuera mirado como de dudosa reputación, pues en tal caso

habría quedado excluido del canon, sino— que el gran expatriado de

la Cautividad no era considerado un «profeta».

A personas superficiales esto podrá parecerles un completo abandono

del caso. Pero si se utiliza la palabra «profeta» en su sentido aceptado

ordinario, Daniel no pretende en absoluto a este título, y si no fuera

por Mateo 24:15 es probable que nunca se le hubiera aplicado. Sus

visiones tienen su contra partida en el Nuevo Testamento, pero a

pesar de ello nadie habla del «profeta Juan». Según 2.a de Pedro 1:21

loa profetas «hablaron siendo inspirados (griego: movidos) por el

Espíritu Santo». Esto caracterizó las declaraciones de Isaías,

Jeremías, Ezequiel y «los Doce». Fueron las palabras de Jehová por

boca de los hombres que las proclamaron. Los profetas se mantenían

aparte del pueblo como testigos da parte de Dios; pero la posición y

el ministerio de Daniel eran totalmente diferentes. «No hemos

obedecido a tus siervos loa profetas, que en Tu Nombre hablaron»:

tal era su humilde actitud. La alta crítica puede desdeñar la distinción

en qua aquí insistimos; pero la cuestión es, cómo era él considerado

por los hombres que establecieron el canon; y en el juicio de ellos era

de inmensa importancia. Daniel contiene el registro, no de palabras

inspiradas por Dios proclamadas por el vidente, sino de palabras

dichas a él, y de sueños y visiones que le fueron concedidos. Y las

visiones de la última mitad del libro le fueron concedidas después de

más de sesenta años empleados en asuntos de estado-años que

hubieran registrado en la mente popular su fama como estadista y go-

bernante.

El lector reconocerá así que la posición de Daniel en el canon es

precisamente la que sería de esperar. El crítico habla de su posición

«en la colección miscelánea de escritos llamada la Hagiografa, y

entre los últimos de éstos, cerca de Ester». Pero, al adoptar este punto

de otros autores anteriores el autor citado es culpable de lo que se

podría denominar como deshonestidad inintencionada. Daniel está

situado antes que Esdras, Nehemías, y Crónicas, en un grupo de

libros que incluye a los Salmos —aquellos Salmos que los judíos

apreciaban más que ninguna otra parte de su canon— aquellos

Salmos, muchos de los cuales, muy correctamente, consideraban

como proféticos en el sentido más elevado y estricto.6

Pero Daniel, se nos dice, fue colocado «próximo a Ester». ¿Qué

quiere decir el crítico con esto? No puede querer sugerir con esto que

Ester esté teñido en baja reputación por los judíos, pues él mismo

declara que llegó a ser «considerado por ellos como superior tanto a

los escritos de los profetas como a las otras partes de la Hagiografa»

(p. 452). Por lo que respecta al libro de Ester estando situado antes

que el de Daniel, no puede habérsele pasado por alto que está

incluido en el canon con los cuatro libros que le preceden —el

Megilloth. No puede significar la implicación de que los libros de los

Kethuvim estén dispuestos de manera cronológica; y ciertamente no

puede querer crear un ignorante prejuicio. Por lo tanto su afirmación

constituye un enigma, y la consideración bajo este título puede

cerrarse con la siguiente consideración general de que (a) implica que

los judíos estimaban los libros en la tercera división de su canon

como menos sagrada que «los profetas».

6. Como los Salmos eran el primer libro en los Kethuvim, dieron su nombre a

toda la sección; como, por ejemplo, cuando nuestro Señor hablaba de «la ley de

Moisés, los Profetas, y los Salmos» (Lc. 24:44), se refería a todas, las escrituras.

12

Pero esto no tiene base alguna. Juntamente con el resto, se aceptaban,

como nos dice Josefo, «justamente creídos ser divinos, por lo que,

antes que hablar en contra de ellos, estaban prontos a sufrir tortura, o

incluso la muerte».7

(b) Poco es lo que tiene que decirse con respecto a esto. El canónigo

Driver admite que este argumento es tal «que, si estuviera solo, sería

arriesgado adelantarlo», y esto es precisamente lo que sucede si la

posición (a) queda refutada. Si el asunto consistiera en la omisión de

Daniel de una lista formal de los profetas, todo lo que se ha dicho

antes se podría aplicar aquí con la misma fuerza; pero el lector no

debe suponer que el hijo de Sirac da ninguna lista de este tipo. Los

hechos son los siguientes: El libro apócrifo del Eclesiástico que es el

que aquí se cita, finaliza con una rapsodia en alabanza a «varones

gloriosos». Este panegírico, esto es cierto omite el nombre de Daniel.

Pero, ¿en relación a qué se incluiría aquí su nombre? Daniel era un

expatriado en Babilonia desde su temprana juventud, y nunca pasó un

solo día de su larga vida entre su pueblo, nunca se asoció

abiertamente en sus luchas ni en sus tristezas. Además, el crítico deja

de mencionar que el hijo de Sirac deja también de mencionar no sólo

a dignidades como Abel, y Melquisedec, y Job, y Gedeón y Sansón,

sino también a Esdras, que, a diferencia de Daniel, jugó un papel de

capital importancia en la vida nacional, y que también dio su nombre

a uno de los libros del canon.

Que el mismo lector decida después de leer por sí mismo el pasaje en

que deberían aparecer los nombres de Daniel y de Esdras.8 Si alguien

está constituido mentalmente de tal manera que la omisión le guía a

decidirse en contra la autenticidad de estos dos libros, ninguna

palabra mía será capaz de influenciarle.

(c) Se declara improbable la afirmación histórica con que se inicia

el libro de Daniel, sobre dos bases: primero, a causa de que «el libro

de los Reyes guarda silencio» sobre ello; y segundo, porque Jeremías

25 parece inconsistente con ella.

7. Contra Apión, i. 8.

8. Esta sección de Eclesiástico empieza con el capítulo 44, pero el pasaje en

cuestión es 49:6-16.

El primer punto parece que está señalado de manera equivocada,

puesto que 2° Reyes 24:1 afirma, de manera explícita, en los días de

Joacím, Nabucodonosor vino contra Jerusalén, y que el rey judío

pasó a ser vasallo suyo.9

Y el segundo punto está exagerado. Jeremías 25 guarda silencio

sobre el asunto, y esto es todo lo que se puede decir. Ahora bien, el

peso que se le dé al silencio de un testigo o documento dado con

respecto a cualquier asunto es un problema familiar al tratar con

evidencias. Depende totalmente de circunstancias el que cuente

mucho, o poco, o nada. Siendo el libro de los Reyes un registro

histórico, su silencio aquí significaría algo. Pero ¿por qué una

admonición y una profecía como el capítulo 25 de Jeremías, debería

contener el relato de un suceso anterior en unos meses, suceso que

nadie en Jerusalén podría nunca olvidar?10

Pero es innecesario discutir más en esta línea, pues la exactitud de la

afirmación de Daniel puede establecerse sobre bases que el crítico

ignora completamente. Me refiero a la cronología de las épocas de la

«servidumbre» y de las «desolaciones». Ambas son comúnmente

confundidas con «la cautividad», que solamente en parte se solapaba

con ellas. Estas varias épocas representaron tres juicios sucesivos de

Judá (ver p. 92). La cronología de éstas queda completamente

explicada en la secuela, y el examen de la detallada consideración de

las pp. 216-224, o incluso un solo vistazo a las tablas que siguen (pp.

225-230),

9. Posiblemente el crítico quiere poner en duda el que Jerusalén hubiera sido

realmente tomada, esto es, asaltada, en esta ocasión. Yo, lo admito, lo he asumido

en estas páginas. Pero las Escrituras no lo dicen en ningún lugar. Reuniendo todos

los relatos, podemos solamente afirmar que Nabucodonosor vino contra Jerusalén,

y que la sitió, que, de alguna manera, Joacim cayó en sus manos y fue encadenado

para llevarlo a Babilonia, y que Nabucodonosor cambió su propósito y lo dejó

como rey vasallo en Judea. Puede ser que saliese a encontrarse con el rey caldeo,

como su hijo y sucesor hizo más tarde (2° R. 24:12); y es muy probable que la

acción de Joaquín a este respecto hubiera sido sugerida por la leniencia mostrada

hacia su padre. 10. las palabras «como hasta hoy», en el versículo 18, parecen ser una alusión a

la subyugación acabada de Judea. Según el versículo 19, Egipto era el siguiente a

caer bajo Nabucodonosor; y el capítulo 46:2 registra la victoria sobre el ejército

egipcio en aquel mismo año.

13

suministrará prueba absoluta y completa de que la servidumbre

empezó en el año tercero de Joacím, precisamente como lo certifica

el libro de Daniel.

(d) Me referiré a este tema de la cuestión filológica aquí involucrada

en el segundo capítulo del cuerpo de la obra. No es en ningún

sentido, una dificultad histórica.

(e) El lector hallará este punto tratado a partir de la página 211 y ss.

El canónigo Driver remarca: «Se puede admitir como probable que

Bel-sar-usur mantuviera el mando de su padre en Babilonia;... pero es

difícil pensar que esto podría darle derecho a ser mencionado como

rey por un contemporáneo», Si Belsasar era regente, como indica la

narración, es difícil que un cortesano hablara de él de otra manera

que como rey. Si hubiera dejado de darle el título ¡ello hubiera

podido costarle la cabeza! Daniel 5:7, 16, 29 lo corrobora de una

manera más notable de lo que pueda parecer debido a que no está

preparado intencionadamente. Nabucodonosor había hecho a Daniel

el segundo hombre en el reino: ¿por qué Belsasar le hace el tercero?

Presumiblemente, porque el mismo sólo poseía el segundo lugar.

Para evitar esto, los críticos, manejando una posible traducción

alternativa del arameo (como la que se da en el margen de la Revised

Versión), conjeturan un «Buró de tres». Pero asumiendo que las

palabras puedan significar un triunvirato en el sentido del capítulo

6:2, la cuestión de si éste es su verdadero significado debe ser

apelando a la historia. Y la historia no da una sola indicación de que

un tal sistema de gobierno prevaleciera en el Imperio Babilónico.

Una verdadera exégesis, por tanto, debe decidirse en favor de la

alternativa más natural, de que Daniel debía gobernar como tercero,

siendo el primero el rey ausente, y el rey regente el segundo.

Pero Belsasar es llamado el hijo de Nabucodonosor. El lector hallará

esta objeción plenamente contestada por el Dr. Pusey (Daniel, pp.

406-4Ü8). El remarca con mucha justicia que «el enlace matrimonial

con la familia de un monarca conquistado, o con una línea lateral, es

evidentemente una manera de fortalecer el trono recientemente

adquirido y es probable a priori que Nabunahit reforzara así su pre

tensión», y el profesor Driver mismo admite (p. 468) que

posiblemente el rey se hubiera casado con una hija de

Nabucodonosor, «en cuyo caso este último podría ser mencionado

como padre de Belsasar (= abuelo, por costumbre hebrea)». Añadiré

tan sólo dos observaciones: primera, los críticos olvidan que incluso

desde el propio punto de vista de Daniel la existencia de una

tradición es prueba prima facie de su verdad; y la segunda, si el

usurpador hubiera elegido ser llamado hijo de Nabucodonosor, aun

sin ninguna base para el título, nadie en Babilonia hubiera osado

impedírselo.

(g) Aquí están las palabras de Daniel 9:2: «Yo Daniel llegué a

entender por medio de los libros, la cuenta de los años de que había

revelado Jehová al profeta Jeremías, que hubiesen de cumplirse

setenta años de las desolaciones de Jerusalén». Reconocidamente, la

profecía que aquí se menciona es Jeremías 25:11-12. Ahora bien, la

palabra sepher, traducida «libros» en Daniel 9:2, significa

simplemente un rollo. Puede denotar un libro, como es tan a menudo

el caso en las Escrituras, o meramente una carta. Ver, a guisa de

ejemplo, en Jeremías 29:1 (la carta que Jeremías escribió a los

expatriados en Babilonia), o Isaías 37:14 (la carta de Senaquerib al

rey Ezequías). De nuevo, Jeremías 36:1-2 registra que en el cuarto

año del rey Joacím, el mismo año en que se proclamó la profecía de

Jeremías 25, se registraron todas las profecías dadas hasta aquel

tiempo en «un libro». Y en Jeremías 51:60-61 hallamos que unos

diez años más tarde se escribió otro libro, y fue enviado a Babilonia.

¿Dónde, pues, se halla la dificultad? Además, el profesor Driver

mismo da una completa respuesta a su propia crítica al adoptar «la

suposición de que en algunos casos los escritos de Jeremías

estuvieron en circulación durante un tiempo como profecías aisladas,

o como pequeños grupos de profecías» (p. 254). Estos pueden haber

sido los rollos o «libros» de Daniel 9. Pero supongamos, por amor

del argumento, que admitamos que «los libros» tiene que significar

los escritos sagrados hasta aquel período, ¿qué justificación existe

para poder afirmar que no existía una «colección» tal en el año 536

a.C.? Nunca se ha hecho una afirmación más arbitraria, ni dentro del

campo de la controversia. ¿No es absolutamente increíble que los

rollos de la Ley no se guardaran juntos? Y considerando la intensa

piedad de Daniel, y los extraordinarios medios y recursos que tenía a

14

su disposición bajo Nabucodonosor, ¿no se puede «afirmar con

seguridad» que no había hombre sobre la tierra con más posibilidades

que el de tener copias de todos los escritos sagrados?11

Paso ahora al segundo argumento del crítico, que está basado en el

lenguaje del libro de Daniel. El apela, primero, al número de palabras

persas que contiene; segundo, a la presencia de palabras griegas;

tercero, al carácter del árame en que está escrito parte del libro; y,

por último, al carácter del hebreo.

Sosteniendo el argumento basado en la presencia de palabras

extranjeras está en realidad la asunción implícita de que los judíos

eran una tribu inculta que había vivido hasta entonces en rústico

aislamiento. Y ello, no obstante, cuatro siglos antes de Daniel se

hablaba de la sabiduría y de las riquezas de Salomón por todo el

mundo entonces conocido Era un naturalista, botánico, filósofo y

poeta. ¿Y por qué no también un lingüista? ¿O es que todas sus

comunicaciones con sus esposas extranjeras fueron efectuadas por

medio de intérpretes? Comerció con naciones cercanas y distantes, y

cada uno de nosotros sabe cómo el lenguaje es influenciado por el

comercio. ¿Y podemos dudar que la fama de Nabucodonosor atrajera

extranjeros a Babilonia? Lo que sus relaciones con las cortes

extranjeras fueran, no lo sabemos. ¿Por qué no pudo Daniel haber

sido un erudito persa? La posición que se le asignó bajo el gobierno

persa muestra que ello es extremadamente probable. Según el

profesor Driver, el número de palabras persas en el libro es de

«probablemente de quince por lo menos»; y aquí tenemos su

comentario acerca de ellas:

Que tales palabras se tengan que hallar en libros escritos

después de la organización del Imperio Persa, y cuando la influencia

Persa prevalecía, no es más de lo que sería de esperar (p. 470).

Pero fue precisamente en estas circunstancias que se escribió el libro

11. La sugerencia del profesor Bevan en este punto es, en mi opinión, Insostenible. Pero

me refiero a ella para mostrar cómo un avanzado exponente de la Alta Crítica puede

desechar (g). Commentary on Daniel, p. 146, No tengo ninguna duda de que si Daniel tuvo

ante sí el libro de Levítico, como, bien pudiera haber sido, era la ley de los años sabáticos lo

que tenía en mente, y no 26:18, etc.

de Daniel. La visión del capítulo 10 fue dada cinco años después del

establecimiento de la dominación Persa, y estas visiones fueron la

base del libro. Indudablemente, el autor tenía registros y notas de las

porciones anteriores e históricas; pero constituye una razonable

asunción que el todo fuera redactado después que le fueran

concedidas las visiones.

Por lo que respecta al arameo y al hebreo de Daniel, naturalmente no

puedo expresar ninguna opinión mía propia. Pero mi posición no

quedará en absoluto prejuzgada por mi incompetencia a este respecto.

En primer lugar, no tenemos aquí nada nuevo. El crítico nos sirve

simplemente de una manera condensada lo que los alemanes han

instado ya; todo este terreno ha sido ya cubierto por el Dr. Pusey y

otros que, habiéndolo examinado con igual erudición y cuidado han

llegado a conclusiones totalmente diferentes. Pero, en segundo lugar,

es innecesario; porque la notable honestidad con que el profesor

Driver afirma los resultados de su argumento me posibilita aceptar

todo lo que él dice a este respecto, y dejar la discusión de ello a la

secuela. Aquí están sus palabras:

Así, el veredicto del lenguaje de Daniel es claro. Las palabras

persas presuponen un período después del establecimiento del

Imperio Persa de una manera firme; las palabras griegas demandan,

el hebreo apoya, y el arameo permite, una fecha posterior a la

conquista de Palestina por Alejandro el Grande (332 a.C). Con

nuestro conocimiento actual esto es todo lo que el lenguaje nos

autoriza a afirmar de manera definitiva (p. 476).

¿Puedo afirmarlo en otras palabras? Los términos persas suscitan una

presunción de que Daniel estaba escribiendo después de una cierta

época. El hebreo fortalece esta presunción, el arameo es consistente

con ella, y se utilizan las palabras griegas para establecerla con

certeza. Precisamente problemas similares a éste exigen decisión

cada día en nuestros tribunales.12

12. Será interesante hacer notar en este punto que el autor, Sir Robert Anderson,

caballero comandante de la Orden del Baño (K. C. B.) era doctor en Leyes, y fue

durante muchos años director de Scotland Yard, (N. del T.)

15

Toda la fuerza del caso depende del último punto afirmado.

Cualquier número de presunciones argumentables pueden ser

rechazadas; pero aquí se alega que tenemos una prueba irrefutable:

Las palabras griegas demandan una fecha que destruye la

autenticidad de Daniel.

¿Podrá el lector creer que la única base sobre la que descansa esta

superestructura es la afirmación de que se hallan dos palabras griegas

en la lista de instrumentos musicales que se halla en el tercer

capítulo? En un bazar que se celebró hace un cierto tiempo en una de

nuestras ciudades diocesanas, bajo el patrocinio del obispo de la

diócesis, se dio la alarma de que un ladrón estaba operando entre los

presentes, y que dos damas presentes habían perdido sus bolsos. En

la confusión consiguiente se hallaron los bolsos robados, vaciados de

sus contenidos, ¡en el bolsillo del obispo! ¡La «Alta Crítica» le habría

entregado a la policía! Quizá debería pedir perdón por esta

divagación; pero, con sobria seriedad, lo cierto es que es oportuno

investigar si es que estos críticos comprenden las mismas bases del

arte de ponderar evidencias. La presencia de los dos bolsos robados

no «demandaban» la culpabilidad del obispo. Ni tampoco la

presencia de dos palabras griegas debería decidir la suerte de

Daniel.13

La cuestión todavía permanecería: ¿Cómo llegaron a estar

allí? Según el profesor Sayce, quien era una autoridad hostil, la

evidencia proveniente de monumentos ha refutado enteramente este

argumento de los críticos.14

13. Hablo solamente de dos palabras griegas, porque kitharos está prácticamente

abandonada. El doctor Pusey niega que estas palabras sean de origen griego.

(Daniel, pp. 27-30.) El doctor Driver argumenta que en el siglo V a.C. «las artes y

los inventos de la vida civilizada fluyeron así hacia Grecia desde Oriente, y no

desde Grecia hacia Oriente) Pero lo cierto es que la figura que él utiliza aquí

distorsiona su juicio. Las influencias de la civilización no «fluyen» en el sentido en

que el agua «fluye». Hay, y siempre debe haber, un intercambio; y las arte y los

inventos que pasan de un país a otro llevan consigo sus nombres Estoy obligado a

repasar de manera rápida estas cuestiones filológicas pero el lector las hallará

plenamente discutidas por Pusey y otros. E doctor Pusey señala: «Tanto las

palabras arameas como las asirías son apropiadas a su verdadera edad», y, «su

hebreo es, precisamente, el que sería de esperar en la época en la que él vivió» (p.

578).

Ahora parece ser que había colonias griegas en Palestina en tiempos

tan tempranos como los de Ezequías, y que había relaciones entre

Grecia y Canaán en períodos aún más tempranos.

Pero admitamos, por amor del argumento, que las palabras son

realmente griegas, y que no se conociesen tales palabras en Babilonia

en los días del exilio. ¿Es legítima la inferencia hecha basada en su

presencia en el libro? Mientras que algunos apologistas de Daniel han

insistido indebidamente en la hipótesis de una revisión, tal hipótesis

provee una explicación muy razonable de las dificultades de este tipo

particular. ¿Por qué deberíamos dudar de la veracidad de la tradición

judía de que «los hombres de la gran sinagoga escribieron» (esto es:

editaron) el libro de Daniel? Y si ello es cierto, estas palabras griegas

pueden ser fácilmente explicadas. Si en la lista de instrumentos

musicales, y en el título de «magos», los editores hallaron términos

que les eran extraños, cuan natural les sería sustituirlos por palabras

que les fueran familiares a los judíos de Palestina.15

Cuan natural,

también, escribir los nombres de Nabucodosor y de Abed-nego de la

manera que ha venido a ser normal. Este es precisamente el tipo de

cambio que ellos adoptarían; cambios de ninguna importancia vital,

pero adecuados para hacer que el libro fuera más apropiado para

aquellos para quienes estaban revisando el libro.

La última base de ataque del crítico es la teología del libro de Daniel.

Esta, señala el Dr. Driver, «apunta a una época más tardía que la del

exilio». No se sugiere ninguna acusación de error, pues el profesor

Driver tiene cuidado desde el principio de repudiar lo que él

denomina las «exageraciones» de los racionalistas alemanes y de sus

imitadores ingleses. Pero su alianza con hombres así, distorsiona su

juicio y le obliga a adoptar afirmaciones engendradas de su mescla de

ignorancia y malicia. Un solo ejemplo será suficiente «Es asimismo

notable —dice él—, que Daniel —tan distinto de la generalidad de

los profetas— no exhiba ningún interés en el bienestar o esperanzas

de sus contemporáneos».

14. Higher Criticism and the Monuments, pp. 424 y 494.

15. Sobre este asunto, ver el artículo del Obispo de Durham en el Smith Bible

Dictionary.

16

Ahora la cuestión aquí es, no si la doctrina del libro es verdadera,

porque esto no está bajo discusión, sino si una verdad de un carácter

tan avanzado y definido podría haber sido revelada en un período tan

temprano en el esquema de la revelación. No es fácil fijar los

principios sobre los que deba ser considerada esta cuestión. Y la

discusión puede ser evitada suscitando otra, la respuesta de la cual

decidirá todo el asunto en discusión. Conocemos la «posición

ortodoxa» del libro de Daniel. ¿Cuál es la alternativa que propone el

crítico a nuestra aceptación? Aquí él hablará por sí mismo, y las dos

citas siguientes serán suficientes:

Daniel, esto es indudable, fue una persona histórica, uno de los

judíos expatriados a Babilonia que, juntamente con sus tres

compañeros, sobresalió de su fiel adhesión a los principios de su

religión, que consiguió una posición de influencia en la corte de

Babilonia, que interpretó los sueños de Nabucodonosor, y que

predijo como vidente algo de la suerte futura de los imperios

caldeo y persa (p; 479).

Por otra parte, si el autor hubiera sido un profeta viviendo en la

época misma de los infortunios, se pueden explicar de manera

consistente todas las características de libro. Él vive en la época por

la que manifiesta su interés y que necesita los consuelos que tiene

que proveerle. No escribe después del final de las persecuciones (en

cuyo caso las profecías no tendrían objeto), sino al principio, cuando

su mensaje de aliento tendría valor para los judíos piadosos en el

tiempo de su aflicción. Así, él proclama: predicciones genuinas; y la

llegada de la era mesiánica sigue de cerca al final de Antíoco, así

como en Isaías o Miqueas sigue de cerca a la caída del Asirio: en

ambos casos el futuro es abreviado (p. 478).

La primera de estas citas se refiere a Daniel mismo, el doble del

supuesto autor del libro que lleva su nombre. En esta primera cita

pasamos por un momento afuera de la niebla de meras teorías y

argumentos a la clara y transparente luz del hecho. «Esto es

indudable», o, en otras palabras, es absolutamente cierto, que no tan

sólo Daniel fue «una persona histórica» sino además «un vidente» —

esto es, un profeta—. Pero volviendo de nuevo a las oscuridades,

vamos a conjeturar la existencia de otro profeta en los días de

Antíoco —un profeta real—, porque «proclama predicciones

genuinas» para alentar a «los judíos piadosos en el tiempo de su

aflicción».

Ahora, la posición del escéptico es, en cierto sentido, inacatable. Es

como el individuo del jurado que arrima su espalda contra la pared y

rehúsa aceptar la evidencia. Pero obsérvese lo que este compromiso

aquí sugerido involucra. Como ya se ha señalado, Daniel no tenía

pretensiones al manto del profeta en el sentido en que Jeremías y

Ezequiel lo llevaron. El mismo no hizo ninguna pretensión de serlo

(ver Dn. 9:10). Además, su vida transcurrió en el espléndido

aislamiento de la corte de Babilonia, mientras que ellos eran figuras

centrales entre su pueblo —uno de ellos en medio de aflicciones de

Jerusalén, el otro entre los expatriados. No sería extraño, por ello, si

el nombre y la fama de Daniel no tenían el mismo lugar que el de

ellos en la memoria popular. Pero aquí se nos pide que creamos que

otro profeta, surgido en tiempos históricos, cuyo «mensaje de

aliento» puede haber estado en boca de todos a través de la noble

lucha macabea, quedó limpiamente olvidado de la memoria de la

nación. El historiador de esta lucha no puede haber vivido más que

una generación después, y a pesar de ello ignora su existencia,

aunque se refiere en los términos más concretos al Daniel de la

Cautividad.16

La voz del profeta había estado callada durante siglos.

¡Con qué desenfrenado y apasionado entusiasmo la nación no habría

saludado el surgimiento de un nuevo vidente en un momento tal! Y

cuando el resultado de aquella fiera lucha colocó el sello de la verdad

sobre sus palabras, su fama hubiera eclipsado la de los viejos profetas

de la antigüedad. Pero el hecho es que no sobrevivió ni un vestigio de

su fama ni de su nombre. Ningún escritor, sagrado o secular, parece

haber oído hablar de él. No quedó ninguna tradición referente a él.

¿Se ha visto una invención más insostenible que ésta?

No es posible un compromiso tal entre fe e incredulidad. No hay

escape posible a aceptar una de las dos alternativas.

16. 1° Mac. 2:60; ver también 1:51. El primer libro de los Macabeos es una

historia de la mejor reputación, y su exactitud es universalmente admitida.

17

O el libro de Daniel es lo que proclama ser, o es totalmente inválido.

«Tiene que ser o todo verdad o todo impostura.»

Es en vano hablar de él como constituyendo la obra de algún profeta

de una época posterior. Data de Babilonia en los días de la

Deportación, o es un fraude literario, forjado después de la época de

Antíoco Epífanes. Pero entonces, ¿Cómo llegó a ser citado en el

libro de los Macabeos —y ello no de una manera incidental, sino en

uno de los pasajes más solemnes y notables de todo el libro— las

últimas palabras del viejo Matatías antes de su muerte? ¿Y cómo

llegó a quedar incluido en el canon? Los críticos hablan mucho de su

posición en el canon: ¿cómo explican ante todo el que tenga su lugar

allí?

Es razonablemente cierto que las primeras dos divisiones del canon

fueron establecidas por la Gran Sinagoga mucho antes de los

macabeos, y que su finalización fue la obra del Gran Sanedrín, no

más tarde que el segundo siglo antes de Cristo. Y se nos pide que

supongamos que esta gran institución, compuesta de los más eruditos

varones de la nación habría aceptado un fraude literario de reciente

factura, o que podría haber sido engañada por él. Esta es una de las

hipótesis más desenfrenada y arbitrarias que se pueda imaginar. Y

tampoco queda este argumento debilitado si los críticos insistieran

que el canon podría haber quedado abierto todavía durante unos

cien años después de la muerte Antíoco.17

Si hubiera quedado así

abierto, el hecho hubiese constituido otra prenda y prueba de que

hubieran estado ejerciendo el cuidado más vigilante y celoso de

manera incesante. La presencia del libro de Daniel en el canon es un

hecho de más peso que todas las críticas de los críticos. Son miles

los que se adhieren al libro de Daniel, y que a pesar de ello sienten

espanto de tener que enfrentarse a esta crítica destructiva, por temor

de que la fe sucumbiera ante su influencia. Y a pesar de ello, esto es

todo lo que los críticos pueden exponer, tal y como lo formula

17. El Sanedrín, aunque dispersado durante la revuelta macabea fue reconstituido

a su finalización. Ver los artículos del doctor Ginsburg «Sanedrín» y «Sinagoga»

en la Cyclopedia de Kitto.

uno de sus mejores portavoces. De todos estos argumentos no hay ni

siquiera uno que no pueda quedar refutado en cualquier momento por

el descubrimiento de más inscripciones. En presencia de algún

cilindro que pueda descubrirse pronto de las aún inexploradas ruinas

de Babilonia18

todas estas teorizaciones acerca de improbabilidades y

frivolidades acerca de palabras pudieran ser acalladas en un solo día.

Y siendo así, es evidente, en cualquiera que no le falte la facultad de

juzgar, que los críticos exageran la importancia de su crítica. Incluso

si todo lo que ellos alegan fuera verdadero y tuviera entidad, sólo

debería guiarnos a suspender el veredicto. Pero los críticos son

especialistas, y es cosa proverbial que los especialistas son malos

jueces. Y aquí es posible que alguien que no pueda alardear de ser

teólogo o erudito pueda enfrentarse con ellos sobre mejores bases que

la de la igualdad. Para ellos es suficiente con que la evidencia de un

cierto tipo señale en una dirección. Pero en aquellos en quienes se ha

desarrollado la facultad judicial se detendrán y pedirán, «y ¿qué es lo

que se puede decir desde el otro lado?» y « ¿la decisión propuesta

armoniza con todos los hechos?» No obstante, las cuestiones de este

tipo no existen para los críticos. Y si jamás se han presentado en la

mente del profesor Driver, es de lamentar que dejara de tenerlas en

cuenta al afirmar los resultados generales de sus investigaciones. Y si

fueron ignoradas por un autor tan dispuesto a llegar a la verdad, es

inútil tratar de verlas mencionadas en los escritos de los escépticos y

de los apóstatas.

Hasta aquí he estado tratando con presunciones, inferencias y

argumentos. Negar que tengan entidad sería a la vez deshonesto e

inútil. Se podría conceder que si el libro de Daniel hubiera salido a

luz dentro de la era cristiana, podrían ser suficientes para impedir su

admisión al canon. Pero para el cristiano el libro de Daniel está

acreditado por el mismo Señor Jesús; y ante este hecho toda la fuerza

de estas críticas se desvanece como la niebla ante el sol.

18. Las ruinas de Borsippa están prácticamente inexploradas; y considerando el

carácter de las inscripciones halladas en otras localidades caldeas, podemos esperar

hallar en el futuro registros estatales muy completos de la capital.

18

La misma predicción ante la cual los racionalistas presentan tantos

reparos, la adopta El en aquel discurso que es la clave a toda la

profecía pendiente de cumplimiento;19

y si se puede demostrar que

Daniel es un fraude, Aquel a quien reconocemos Señor queda

también desacreditado por lo mismo.

Los racionalistas de la escuela alemana desprecian este tipo de

razonamiento. Y para ellos no cuenta para nada el lecho de que

Daniel esté mencionado en el libro de Ezequiel, aunque según sus

propios cánones debería contrapesar en mucho la evidencia negativa

que ellos aducen. Daniel no es mencionado por otros profetas; por lo

tanto, argumentan, Daniel es un mito. En tres ocasiones hablan de él

las profecías de Ezequiel; por lo tanto, se está tratando de algún otro

Daniel. Su argumento está basado en el silencio de los libros

sagrados, y otros, de los judíos. Un hombre tan eminente como el

Daniel del exilio no habría sido ignorado de esta manera, adelantan

ellos. Y a pesar de ello ¡conjeturan la carrera de otro Daniel de igual,

o mayor, eminencia, cuya mismísima existencia ha quedado

olvidada! No es fácil tratar con casuistas como ellos. Pero hay un

argumento, por lo menos que no nos pueden arrebatar.

Ellos se han librado del segundo capítulo y del séptimo y de la visión

que cierra el libro, pero la gran profecía de las Setenta Semanas

permanece; y ésta da prueba de la autoridad divina de Daniel, que no

puede ser destruida. Que fijen la fecha del libro cuando quieran, no

pueden dar cuenta de ella, no pueden explicarla. Porque a partir de un

suceso histórico definitivamente registrado —el edicto de reconstruir

Jerusalén, hasta otro suceso histórico definitivamente registrado— la

manifestación pública del Mesías, hay un intervalo de tiempo que fue

predicho de antemano; y es con total exactitud y día por día se

cumplió la predicción. Este volumen se ha escrito con el fin de

dilucidar esta profecía, y como el resultado constituye mi

contribución personal a la controversia, se me podrá perdonar que

explique los pasos por medio de los cuales he llegado a él. La visión

se refiere a 70 hebdómadas de años, pero trataré aquí solamente de

las 69 «semanas» del versículo veinticinco. Aquí están las palabras:

19. Mateo 24.

Sabe, pues, y entiende, que desde la salida de la orden para

restaurar y edificar a Jerusalén hasta el Mesías Príncipe, habrá siete

semanas, y sesenta y dos semanas; se volverá a edificar la plaza y el

muro, pero esto en tiempo angustiosos.

Ahora bien, es un hecho indiscutido que Jerusalén fue reconstruida

por Nehemías, bajo un edicto emitido por Artajerjes (Longimano), en

el año vigésimo de su reinado. Por lo tanto, a pesar de las dudas que

la controversia arroja sobre todo, la conclusión es obvia e irresistible

que ésta era la época del período profético. Pero el mes era el de

Nisán y el año sagrado de los judíos empezaba con la fase de la luna

pascual. Solicité entonces al Astrónomo Real, el difunto George

Airy, que me calculase la posición de la luna en marzo del año en

cuestión, y conseguí así la fecha que precisaba, 14 de marzo del 445

a.C.

Teniendo esto establecido, tan sólo quedaba una cuestión pendiente:

¿de qué tipo de años consiste la era? Y la respuesta a ello es

definitiva y clara. Es el antiguo año de 360 dias,20

lo que puede

quedar llanamente probado de dos maneras. Primero, porque según

Daniel y el Apocalipsis, 3 años y medio proféticos equivalen a 1.260

días; y segundo, porque se puede demostrar que los 70 años de las

«Desolaciones» tienen este carácter; y la conexión entre el período de

las «Desolaciones» y la era de las «semanas» es uno de los pocos

hechos universalmente admitidos en esta controversia.

Las «Desolaciones» tuvieron su comienzo en 10 de Tebeth de 589

a.C. (un día que ha sido conmemorado por los judíos durante

veinticuatro siglos con ayunos), y finalizaron el 24 de Quisleu de 520

a.C.21

Habiendo así establecido el terminas a quo de las «semanas», y el

tipo de año de que están compuestas, tan sólo queda calcular la

duración de la era. Así, se puede calcular con certeza su terminus ad

quem. Ahora bien, 483 años de 360 días contienen 173.880 días.

20. Ver p. 102. .

21. Ver pp. 91, 103-104, 222.

19

Y un período de 173.880 días, principiando el 14 de marzo del 445

a.C, finalizan en aquel domingo de la semana de la crucifixión

cuando, por primera y última vez a lo largo de Su ministerio, el Señor

Jesucristo, en cumplimiento de la profecía de Zacarías, hizo una

entrada pública en Jerusalén, e hizo que su mesiazgo fuera

proclamado abiertamente por «toda la multitud de los discipulos».22

No es necesario discutir más este asunto de momento.

En los siguientes capítulos se considera cada cuestión que

Incide en este asunto, y se da respuesta a cada objeción.23

Es suficiente repetir que en presencia de los hechos y de las cifras así

detalladas no es posible la mera negación de creer. Estos tienen que

explicarse de alguna manera. «Existe un punto más allá del cual la

incredulidad es imposible, y la mente al rehusar la verdad, tiene que

buscar refugio en un tipo de incredulidad que constituye una mera

credulidad.»

No fue hasta después de tener las páginas anteriores en prensa que

llegó a mis manos el libro Daniel del arcediano Farrar. Quizá se

deben pedir excusas al profesor Driver por poner juntamente con el

suyo una obra tal, pero The Expositor's Bible será leído por muchos

para los que The Introduction (libro escrito por el doctor Driver) es

un libro desconocido. Ambos autores concuerdan en impugnar la au-

tenticidad del libro de Daniel; pero sus posiciones relativas son

ampliamente diferentes, y no lo son menos sus argumentos y sus

métodos. El erudito cristiano escribe para eruditos, deseoso tan sólo

de determinar la verdad. El teólogo popular escribe detalladamente

las extravagancias del escepticismo alemán para la ilustración de un

público fácilmente engañado. Al pasar de un libro al otro, nos viene a

la mente la diferencia entre un proceso criminal cuando está a cargo

de un fiscal responsable de la Corona, y cuando lo promueve un

acusador privado vengativo.

En el primer ejemplo el único propósito del abogado es el de asistir al

tribunal a llegar a un veredicto justo. En el segundo ejemplo podemos

prepararnos a oír argumentos temerarios, o incluso desaprensivos.

22. Lucas 19. ,

23. Ver capítulos 5-10, especialmente, pp. 138-143.

Y aquí es donde debemos trazar la distinción entre la Alta Crítica

cuando es utilizada legítimamente por eruditos cristianos en interés

de la verdad, y el movimiento racionalista que se atribuye este

nombre. Si este movimiento lleva a la incredulidad, es obedeciendo a

la ley de que «de tal palo tal astilla». Es en sí mismo hijo del

escepticismo. Su reconocido fundador lo inició con el deliberado

designio de eliminar a Dios de la Biblia. Desde el punto de vista del

escéptico las teorías de Eichorn eran inadecuadas, y De Wette y otros

las han mejorado. Pero su intención y objetivo son los mismos. Se

tiene que dar cuenta de la Biblia, y se tiene que explicar la existencia

del cristianismo, en base a principios naturales. Los milagros, por

ello, tenían que ser eliminados, y la profecía es el mayor de los

milagros. En el caso de la mayor parte de las Escrituras Mesiánicas el

escepticismo que se había depositado como una niebla nocturna

sobre Alemania hizo que la tarea fuera cosa fácil; pero Daniel

constituía una dificultad. Pasajes tales como los del capítulo

cincuenta y tres de Isaías se podían eliminar a la ligera, pero el

incrédulo no podía hacer nada con las visiones de Daniel. El libro

permanece como testigo de Dios, y tiene que ser silenciado no

importa por qué medios, limpios o sucios. Y hay tan sólo un método

para conseguirlo. Los conspiradores se impusieron la tarea de

demostrar que fue escrito después de los sucesos que predice. La

evidencia que han reunido es de un tipo que no sería suficiente para

demostrar la culpabilidad de un reconocido ladrón de un pequeño

latrocinio —y desde luego, muchas de estas «evidencias» han sido ya

descartadas—; pero cualquier tipo de evidencias serán suficientes

para un tribunal prejuiciado, y desde el primer momento el libro de

Daniel estaba ya sentenciado.

El libro del doctor Farrar reproduce cada fragmento de estas

evidencias en su forma más desnuda y cruda. Su contribución

original a la controversia se limita a la retórica que cubre la debilidad

de argumentos falaces, y el dogmatismo con que a veces deja de lado

resultados acreditados por el juicio de autoridades de la mayor

eminencia. Dos ejemplos típicos de ello serán suficientes. El primero

se relaciona con una cuestión de pura erudición. Refiriéndose al

quinto capítulo de Daniel, escribe así:

20

Agarrándose a un clavo ardiendo, aquellos que intentan vindicar

la exactitud del autor ... creen que mejoran el caso al adelantar que

Daniel fue hecho «el tercer gobernante del reino» —¡siendo

Nabunaid el primero, y Belsasar el segundo! Desdichadamente para

su muy precaria hipótesis, la traducción «tercer gobernante» se

presenta sin fundamento alguno. El significado es «uno de un

triunvirato».

«¡Sin fundamento alguno!» En vista de la decisión de la compañía

de Revisiones del Antiguo Testamento, la afirmación denota un

extraordinario descuido o una arrogancia intolerable. Y estoy

completamente autorizado a afirmar que los revisores dieron a esta

cuestión una exhaustiva consideración, y que fue tan sólo en la última

revisión que se admitió en el margen la versión alternativa, «gobernar

dentro de un triunvirato». En ningún momento se consideró la

posibilidad de aceptar esta versión en el texto.24

La correcta traducción de 5:29 es, admitidamente, «el tercer

gobernante» en el reino; pero las autoridades difieren con respecto a

los versículos 7 y 16. El profesor Driver me dice que, en su opinión,

la traducción absolutamente literal allí es «gobernar como una tercera

parte en el reino», o parafraseando ligeramente las palabras

«gobernar dentro de un triunvirato» (como en el margen de la

Versión Revisada). El profesor Kirkpatrick, de Cambridge, ha sido lo

bastante amable como para referirme al Die Heilige schrift des alten

Testaments, de Kautzsch, como representante de la mejor y más

reciente erudición alemana, y su traducción del versículo 7 es «el

tercer gobernante en el reino», con la nota, «esto es, ya como uno

entre tres sobre todo el reino (cp. 6:3), o como tercero al lado del rey

y de la reina madre». Y el Gran Rabino (cuya cortesía hacia mí

quiero aquí reconocer) escribe:

No puedo encontrar ninguna falta en absoluto con-----

por traducir las palabras «la tercera parte del reino», ya que sigue

con ello a dos de nuestros comentaristas hebreos de gran reputación,

Rashi y Ibn Ezra.

24. Al haber asumido este asunto como uno de ensayo crucial, lo he investigado

con sumo cuidado.

Por otra parte, otros de los comentaristas, como Saadia, Jachja, etc.,

traducen el pasaje como «él será el tercer gobernante en el reino».

Esta traducción parece estar más estrictamente de acuerdo con el

significado literal de las palabras, como lo muestra el doctor Winer

en su Grammatik des Cháldaismus. También recibe confirmación

gracias al notable descubrimiento de Sir Henry Rawlinson, por la

cual Belsasar era el hijo mayor del rey Nabónido, y que estaba

asociado con él en el gobierno, por lo que la persona que le siguiera

en honor sería la tercera

Queda así perfectamente claro que la afirmación del doctor Farrar es

totalmente injustificable. ¿Se tiene que atribuir a falta de erudición o

a falta de integridad? De nuevo, y refiriéndose a la tercera visión del

profeta el arcediano Farrar escribe:

El intento de relacionar la profecía de las setenta semanas

primaria o directamente a la venida y muerte de Cristo... se puede

apoyar solamente por medio de inmensas manipulaciones, y por

hipótesis tan crudamente imposibles que hubieran conducido a una

profecía prácticamente sin significado tanto para Daniel como para

el lector posterior (p. 287).

No es fácil tratar con esta afirmación siquiera con un respecto

convencional. Ninguna persona honesta negará que, ya sea que el

noveno capítulo de Daniel sea profecía o fraude, las bendiciones

especificadas en el versículo 24 son mesiánicas. En este punto

coinciden todos los expositores cristianos. Y a pesar de que los

puntos de vista de algunos de ellos están marcados por chocantes

excentricidades incluso el más desatinado de ellos contrastará

favorablemente frente a la exégesis de Kuenen que, en toda su cruda

extravagancia, adopta el arcediano Farrar.25

25. Su capítulo acerca de Las Setenta Semanas provoca la exclamación ¡Esto es a

dónde ha venido a parar la teología inglesa! No aludo a los vulgares fallos de

llamar a Gabriel «el Arcángel» (p. 275), ni a su confusión de la era de la

Servidumbre con la de las Desolaciones (p. 289), «sino al estilo y al espíritu de

estudio como un todo. Ningún tratado reciente inglés se puede comparar con éste

con respecto a «inmensas manipulaciones» y a «hipótesis crudamente imposibles».

21

Las opiniones del profesor Driver son de la mayor autoridad dentro

de la esfera en la que él posee una tal erudición.26

Pero aquí he

aventurado la sugerencia de que su eminencia como erudito da un

peso indebido a sus declaraciones sobre las generalidades

involucradas, y que él sufre de la proverbial incapacidad de los

expertos al tratar con una masa de evidencia aparentemente en

conflicto. El tono y manera en que su investigación ha sido efectuada

muestran una prontitud a reconsiderar su posición a la luz de

cualquier tipo de descubrimientos posteriores. En contraste a ello no

hay reserva alguna en las denuncias de Farrar. Para él es imposible la

retirada, sin importar lo que el futuro pueda descubrir. Pero no es mi

propósito analizar su libro. Ya se ha pasado revista a lo único que

cuenta seriamente en la acusación contra Daniel. No obstante, su

tratado suscita una cuestión general de importancia trascendente, y a

ella me quiero referir para concluir.

Para él el libro de Daniel es una mera ficción, difiriendo de otras

ficciones del mismo tipo sólo en razón de la multiplicidad de sus

inexactitudes y errores. Su historia es una vana leyenda. Sus milagros

son tan sólo fábulas sin fundamento. Es, en cada sección, una obra de

la imaginación. «Ficción reconocida» (p. 43), la llama, porque es tan

evidentemente un romance que la acusación de fraude es debida tan

sólo a la estupidez de la Iglesia Cristiana al no reconocer el propósito

del «santo y dotado judío» (p. 119) que lo escribió.

Tal es el resultado de su crítica. ¿Qué acción debemos tomar en vista

de ello? ¿No deberíamos, tristemente, pero con firme propósito,

arrancar el libro de Daniel del sagrado canon? No, en absoluto.

26. Aludo a su intento de fijar la fecha del libro por el carácter de su hebreo y

arameo. Este es, además, un punto en el que los eruditos disienten. Ya he citado la

afirmación del doctor Pusey. El profesor Cheyne afirma: «No se puede hacer

ninguna inferencia importante a partir del hebreo del libro de Daniel con respecto a

su edad con alguna certeza» (Encyc Brit., «Daniel», p. 804); y una de las más

eminentes autoridades en Inglaterra, que ha sido citado en favor de la asignación de

una fecha tardía para el libro de Daniel, escribe, en respuesta a una pregunta que le

dirigí: «Soy ahora de la opinión de que es muy difícil establecer la edad de

cualquier porción de este libro por medio de su lenguaje. No creo, por lo tanto, que

debiera citar más mi nombre en esta discusión.»

Estos resultados —afirma el doctor Farrar— no son en absoluto

detractores de la preciosidad de este Apocalipsis del Antiguo

Testamento. Ninguna palabra mía puede describir el alto valor que

asigno a esta porción de nuestras Escrituras Canónicas... Su derecho

a un puesto en el canon es indiscutible e indiscutido, y apenas hay un

solo libro del Antiguo Testamento que pueda hacerse más ricamente

aprovechable para enseñar, para redargüir, para corregir, para

instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios se enteramente

apto, bien pertrechado para toda buena obra (p. 4).

Esta no es una afirmación aislada que la caridad pudiera atribuir a un

desliz del pensamiento. Parecidas palabras son utilizadas una y otra

vez en alabanza de este libro.27

¡Daniel no es nada más que una

novela religiosa, y con todo y esto «apenas hay un solo libro del

Antiguo Testamento» que sea de más valía!

La cuestión aquí no es la de la autenticidad de Daniel, sino del

carácter y valor de las Sagradas Escrituras. Los eruditos cristianos

cuyos estudios les guíen a rechazar alguna porción del canon tienen

que actúan confesando que, al hacer esto, aumentan la autoridad, y

subrayan la valía del resto.

Pero el arcediano de Westminster, al impugnar el libro de Daniel,

aprovecha la ocasión para degradar y menospreciar la Biblia como un

todo.

El obispo Westcott afirma que ningún escrito del Antiguo

Testamento tuvo una parte tan importante en el desarrollo del

cristianismo como Daniel.28

O, citando a un testigo hostil, el

profesor Bevan escribe: «En el Antiguo Testamento se menciona a

Daniel en una sola ocasión, pero la Influencia de su libro es evidente

casi en todas partes.»29

«Son pocos los libros --dice Hengstenberg--

cuya autoridad divina queda tan plenamente establecida por el

testimonio del Nuevo Testamento, y en particular por nuestro mismo

Señor, como la del libro de Daniel.»

27. Ver ex. gr., pp. 36-37, 90, 118, 125.

28. Smith, Bible Dictionary, «Daniel».

29. Commentary on Daniel, p. 15.

22

Así como la niebla y la tormenta pueden esconder la roca sólida de la

vista, así esta verdad puede quedar oscurecida por el casuismo y la

retórica; pero cuando éstos se han agotado aquélla se mantiene llana

y clara. En toda esta controversia se pasa comúnmente por alto, o se

esconde muy estudiadamente, uno de los resultados del rechazo del

libro de Daniel. Si «el Apocalipsis del Antiguo Testamento» es

excluido del canon, el Apocalipsis del Nuevo debe participar en esta

exclusión. Las visiones de san Juan están tan inseparablemente

entrelazadas con las visiones del gran profeta expatriado que se

mantienen o caen juntas. El crítico tiene el derecho de ignorar este

resultado, pero el predicador no puede ignorarlo en absoluto. Y ello

da importancia al hecho, tan a menudo olvidado, de que la Alta

Crítica pretende una posición que no se le puede acordar en absoluto.

Su verdadero puesto no está en el sitial del juez, sino en el estrado de

los testigos. El teólogo cristiano tiene que tomar en cuenta muchas

cosas que la crítica no puede sin abandonar enteramente su esfera y

función legítimas.

Nadie se apropia de esta posición con más libertades que el arcediano

Farrar. El evade el testimonio del capítulo 24 de san Mateo al rehusar

creer que nuestro Señor pronunciara las palabras que se le atribuyen a

Él. Pero esto socava el cristianismo; porque, repito, el cristianismo

reposa sobre la Encarnación, y si los Evangelios no son inspirados, la

Encarnación es un mito. ¿Cuál es su respuesta a esto? Cito sus

palabras:

Pero nuestra fe en la Encarnación, y en los milagros de Cristo,

descansa sobre una evidencia que, después de repetidos exámenes,

es para nosotros abrumadora. Aparte de todas las cuestiones de

verificación personal, o del Testimonio Interno del Espíritu, podemos

mostrar que esta evidencia está apoyada, no solamente por los

registros existentes, sino, además, por miríadas de testimonios

externos e independientes.

Esto merece una atención más cuidadosa, no solamente a causa de su

relevancia con respecto a lo que se está considerando en este

momento, sino como una buena muestra del razonamiento de este

autor en esta extraordinaria contribución a nuestra literatura

teológica. Aquí tenemos el argumento cristiano: «El Nazareno era

reconocidamente el hijo de María. Los judíos declararon que Él era

hijo de José; el cristiano le adora como el Hijo de Dios. El fundador

de Roma fue declarado ser el hijo divinamente engendrado de una

virgen vestal. Y en los antiguos misterios babilónicos se adscribía

una paternidad similar al hijo martirizado de Semíramis, proclamada

Reina del Cielo. ¿Qué base tenemos entonces para distinguir entre el

milagroso nacimiento en Belén de estas y otras leyendas parecidas

del mundo antiguo? Señalar la resurrección es una petición de

principio transparente. Apelar al testimonio humano sería una total

necedad. En este punto nos encontramos cara a cara con aquello que

ningún mero testimonio humano podría proveernos siquiera con una

probabilidad a priori.»30

¿Sobre qué, entonces, basamos nuestra fe en el gran hecho central del

sistema cristiano? Aquí el dilema es inexorable: el desprecio de los

Evangelios, como el que este autor evidencia, implica la admisión de

que el fundamento de nuestra fe es simplemente una leyenda galilea.

En absoluto, nos dice el doctor Farrar, tenemos solamente la

«verificación personal, y el Testimonio Interno del Espíritu, sino que

además tenemos miríadas de testigos externos e independientes».

Ningún cristiano ignorará el Testimonio del Espíritu. Pero

recordemos que la cuestión aquí es una de hechos. Todo el sistema

cristiano depende de la veracidad del último versículo del primer

capítulo de san Mateo —no lo voy a citar. ¿De qué otra manera

puede el Espíritu Santo impartirme el conocimiento del hecho allí

afirmado, si no es por la Palabra escrita? Acepto este hecho porque

acepto el registro como la escritura inspirada de Dios, una revelación

autorizada y verdadera que procede del cielo. Pero hablar de

verificación personal, o apelar a algún instinto trascendental, o de

decenas de millares de testigos externos, es divorciar las palabras de

los conceptos, y salir de la esfera de la afirmación inteligente y del

sentido común.31

R. ANDERSON

30. A Doubter's Doubts, p. 76.

31. El profesor Driver me ha llamado la atención, desde entonces, a una nota en

la «Addenda» a la tercera edición de su Introduction, en la que condiciona sus

23

admisiones con respecto a Belsasar. Me ha informado también que el profesor

Sayce es la «eminente autoridad en Asiriología» a que allí se refiere. Esto nos

permite descontar su retractación. Cuando estaba escribiendo mis comentarios

acerca de (e) en este Prefacio, tenía ante mí las páginas 524-529 del Higher

Criticism and the monuments, y me impresionó la fuerza de los argumentos que se

adelantaban allí en contra de la historia de Belsasar en Daniel. Fue grande la

reacción de mis sentimientos cuando descubrí que los argumentos del profesor

Sayce dependían de su mala lectura de la tablilla Ánnalística de Ciro, Es cosa

reconocida que la tablilla se refiere continuamente a Belsasar como «el hijo del

rey», pero cuando registra su muerte en la toma de Babilonia, el profesor Sayce lee

«esposa del rey» en lugar de «hijo del rey», y de aquí pasa a argumentar que, como

Belsasar no está mencionado en este pasaje, ¡no puede haber estado en Babilonia

en aquella ocasión! Que las tablillas de contratos estén fechadas con referencia al

reinado del rey, y no del regente, es precisamente lo que sería de esperar.

He tratado exhaustivamente la cuestión de Belsasar en mi libro Daniel in the

Critics' Den, al que quisiera referir para una réplica más completa al libro del Deán

Farrar. Si se considera el testimonio de la tablilla Annalística, se puede considerar

el caso como cerrado. Y si, al escribir esta obra, hubiera tenido ante mí lo que el

Rev. J. Urquart saca a luz en su Inspiration and Accuracy of Holy Scripture,

debería haber considerado que ésta, la única dificultad que permanecía en pie en la

controversia acerca de Daniel, ya no lo era más de una manera seria

.

1

Introducción

PARA LOS HOMBRES VIVIENTES ningún momento puede ser tan

solemne como «el presente vivo» sean cuales sean sus características;

y esta solemnidad queda inmensamente ahondada en una época de

progreso sin paralelo en la historia del mundo. Pero surge la cuestión

de si estos días en que vivimos ¿son sin comparación, por causa de

ser, en el sentido más estricto, los últimos? ¿Está a punto de cerrarse

la historia del mundo? ¿Está casi agotada la arena de su reloj, y está a

mano el choque final de todas las cosas?

Los pensadores profundos no permitirán que las disparatadas

afirmaciones de los alarmistas, ni las extravagancias de los traficantes

de profecías, les separen de una investigación que es a la vez tan

solemne y tan razonable. Es solamente el incrédulo que duda que

haya un límite predeterminado a este «presente siglo malo». Que

Dios impondrá un día Su poder para asegurar el triunfo del bien es,

en cierto sentido, digo evidente. El misterio de la revelación es, no

que Él lo hará, sino que espera hacerlo. Si juzgáramos por los hechos

que vemos a nuestro alrededor, Él es un espectador indiferente de la

desigual lucha entre el bien y el mal sobre la tierra. «Me volví y vi

todas las violencias que se hacen debajo del sol; y he aquí las

lágrimas de los oprimidos, sin tener quien los consuele; y la fuerza

estaba en la mano de sus opresores, y para ellos no había

consolador.»1¿Y cómo pueden ser estas cosas así, si realmente el

Dios que rige sobre todo es todopoderoso y totalmente bueno?

1. Ec. 4:1.

24

El vicio, la impiedad, la violencia y la injusticia crecen lozanos por

todas partes, y a pesar de ello los cielos arriba guardan silencio.

El incrédulo apela a ello como prueba de que el Dios de los cristianos

es tan sólo un mito.2 El cristiano halla en ello prueba adicional de

que el Dios a quien adora es paciente y lento para la ira —«paciente

porque Él es eterno»— y lento para la ira porque Él es todopoderoso,

y porque la ira es un último recurso del poder.

Pero se está acercando el día cuando «vendrá nuestra Dios, y no

callará»?3 Esta no es una opinión, sino un asunto de fe. El que lo

ponga en tela de juicio no puede tener pretensión alguna al nombre

de cristiano, pues es una verdad tan esencial del cristianismo como lo

es el registro de la vida y de la muerte del Hijo de Dios. Las viejas

escrituras rebosan de ello, y de todos los escritores del Nuevo

Testamento no hay ni siquiera uno que no hable explícitamente de

ello. Fue el asunto de que trató la primera proclamación profética que

las Sagradas Escrituras registran;4 y el libro que cierra el sagrado

canon, desde el primer capítulo hasta el último, confirma y amplifica

el testimonio.

Así, la única investigación que nos concierne se refiere a la

naturaleza de la crisis y a la época de su cumplimiento.

2. Según Mill, el curso del mundo da prueba de que tanto el poder como la

bondad de Dios están limitadas. Sus Essays on Religión muestran de una manera

evidente que el escepticismo es una actitud mental prácticamente imposible de

mantener. Incluso con un razonador tan claro y capaz como Mill, degenera

inevitablemente a una forma degradante de fe. «La actitud racional de una mente

pensante hacia lo sobrenatural» (dice Mili) «es la de escepticismo, distinguiéndose

éste de la creencia, por una parte, y del ateísmo por otra»; y a pesar de ello procede

a continuación a formular un credo: no es que no haya un Dios, pues ello es tan

sólo probable, pero si hubiera un Dios Él no es todopoderoso, y su bondad hacia el

hombre es limitada (Essays. etc., pp. 242-243). El no da una demostración a este

credo, naturalmente. Su verdad es evidente a «una mente pensante». Es también

evidente que el sol se mueve alrededor de la tierra. Un hombre sólo necesita

ignorar tanto de astronomía como el incrédulo del cristianismo, ¡y hallará la más

indiscutible prueba de este hecho cada vez que examine los cielos!

3. Sal. 50:3.

Así, la única investigación que nos concierne se refiere a la

naturaleza de la crisis y a la época de su cumplimiento. Y la clave de

esta investigación es la visión de las Setenta Semanas del profeta

Daniel. No es que una correcta comprensión de la profecía nos

capacitará a profetizar. Este no el propósito para el cual fue dada.5

Pero demostrará ser una suficiente salvaguardia durante el estudio.

Lo notable es que nos librará de los desatinos a que inevitablemente

conducen los falsos sistemas de cronología profética a aquellos que

los siguen. No es solamente en nuestra época que se ha predicho el

fin del mundo. Se esperaba su consumación con mucha más certeza a

principio del siglo vi. Toda Europa vibraba de ello durante los días

del papa Gregorio el Grande. Y al final del siglo x la aprensión llegó

a desembocar en un verdadero pánico general «Fue entonces

predicho a menudo, y escuchado por multitudes sin aliento; el asunto

en que todos meditaban, y de que todos conversaban» «Bajo esta

impresión, innumerables multitudes —dice Mosheim—, habiendo

donado sus propiedades a monasterios o Iglesias, viajaron a

Palestina, donde esperaban que Cristo descendiera en juicio. Otros se

ataron a sí mismos con solemnes juramentos a ser siervos de las

iglesias o de los sacerdotes, con la esperanza de una sentencia más

suave al ser siervos de los siervos de Cristo. En muchos lugares se

dejaron edificios a perder, como cosas que en el futuro ya no serían

necesarias. Y en las ocasiones de eclipses de sol y de luna, la gente

huía a esconderse a las cavernas y a las rocas.»6

Y así en años recientes, fecha tras fecha ha sido emitido de manera

confiada como la de la crisis suprema; pero el mundo continúa. El

año 581 d.C. fue una de las primeras fechas determinadas para este

evento,7 y 1881 entre las últimas.

4. Jud. 14.

5. «La profecía no nos es dada para profetizar, sino como testigo de Dios cuando

venga el tiempo.» Pusey, Daniel, p. 80.

6. Elliot, Horae Apoc. (3.a ed.), I, 446; ver también cap. iii, pp. 362-376.

7. Elliot, op. cit., p. 373. Hipólito predijo el año 500 d.C.

25

Estas páginas no llevan el designio de perpetuar los dislates de este

tipo de predicciones, sino de intentar de una manera humilde la

elucidación del significado de una profecía que debería librarnos de

todos estos errores y rescatar esta área de estudio del descrédito que

le ha sido impuesto.

No sería necesario tener que decir nada para reforzar la importancia

de este asunto, y a pesar de todo el descuido de las Escrituras

proféticas, incluso por parte de aquellos que profesan creer que toda

la Escritura está inspirada, es cosa proverbial. Poniendo el argumento

en su nivel más elemental, se podría mencionar que si es necesario un

conocimiento del pasado, un conocimiento del futuro tiene que ser

aún de mayor valor, al ampliar los horizontes de la mente y al

remontarla por encima de la estrechez producida por una

contemplación limitada y sin luz del presente. Si Dios ha concedido

una revelación a los hombres, su estudio debería ciertamente producir

un interés entusiasta, y atraer el ejercicio de todos nuestros talentos

que puedan ser útiles en su aprovechamiento.

Y esto sugiere otro terreno sobre el cual, en nuestros días especial-

mente, el estudio profético proclama especial prominencia; esto es, el

testimonio que provee al carácter divino y al origen de las Escrituras.

A pesar de que la infidelidad fue muy grande en tiempos pretéritos,

entonces tenía sus propias banderas en su propio terreno, y chocaba

contra la masa de la humanidad que, aunque ignorante del poder

espiritual de la religión, no obstante, se aferraba con gran tenacidad a

sus dogmas. Pero la especial característica de nuestra época, —y muy

apropiada para provocar ansiedad y alarma a todos los hombres que

piensen— es el surgir de lo que podría ser denominado escepticismo

religioso, un cristianismo que niega la revelación --una forma de

piedad que niega aquello que es el poder de la piedad.8

La fe no es la actitud normal de la mente humana hacia las cosas de

Dios; por lo tanto, el que duda honestamente merece respeto y

simpatía. Pero, ¿de qué calificación serán dignos aquellos que se

deleitan en proclamarse personas que dudan, afirmando a la vez ser

ministros de una religión en la que la FE es la característica esencial?

8. 2.' Ti. 3:5.

No son pocos en la actualidad aquellos cuya fe en la biblia es aún

más profunda y firme precisamente porque han tomado parte en la

revuelta general en contra del clericalismo y de la superstición; y

para éstos no hay discusión real de tomar ningún lado en la lucha

entre la libertad de pensamiento y la servidumbre de los credos y de

los clérigos. Pero en el conflicto entre fe y escepticismo dentro de la

cristiandad, sus simpatías no están tan divididas. Por un lado puede

haber mojigatería, pero, por lo menos, hay honestidad; y en un caso

así ciertamente se ha de considerar el elemento moral procediendo a

las pretensiones de vigor mental e independencia. Además, cualquier

pretensión de este tipo precisa de investigación. La persona que

afirma su libertad de recibir y de enseñar lo que él considera la

verdad, sea la que ésta sea, no debe ser acusado a la ligera de vanidad

ni de ser voluntarioso. Sus motivos pueden ser rectos y veraces, y

dignos de alabanza. Pero si él se ha suscrito a un credo, debería ser

muy cuidadoso al afirmar un terreno tal. No es precisamente en el

terreno de las vaguedades que nuestros credos británicos tienen sus

fallos, y los hombres que se vanaglorian de ser librepensadores

merecerían más respeto si mostraran su independencia rehusando

suscribirse a ellos, en lugar de socavar las doctrinas a las que se han

comprometido defender, y por lo cual reciben un sueldo para

enseñarlas. Pero lo que aquí nos concierne es el indiscutible hecho

de que el racionalismo, en su forma más sutil, está leudando la

sociedad. Las universidades son sus principales seminarios. Los

pulpitos le sirven de plataforma. Algunos de los líderes religiosos

más populares están entre sus discípulos. Ninguna clase está libre de

su influencia. E incluso si se pudiera fijar el presente, estaría bien así;

pero hemos entrado en una pendiente, y tienen que ser ciegos los que

no ven a donde ella lleva. Si no se socava la autoridad de las

Escrituras se pueden perder verdades vitales por una generación, y la

siguiente recobrarlas; pero si se toca ésta, se socava el fundamento de

toda verdad, y se pierde todo el poder de recuperación. El escéptico

cristianizado de hoy dará lugar al incrédulo cristianizado, cuyos

discípulos y sucesores serán incrédulos a su vez, pero sin ningún

barniz de cristianismo sobre ellos. Algunos, indudablemente,

26

escaparán; pero para la mayoría Roma será el único refugio para

escapar de la meta a la que esta sociedad se está apresurando.

Así, se están formando las fuerzas para la gran lucha profetizada del

futuro entre la apostasía de una falsa religión y la apostasía de la

incredulidad abierta.9

¿Es la Biblia una revelación de Dios? Esta se ha convertido ahora

en la cuestión más importante y urgente. Podemos rechazar de una

vez el sofisma de que se reconoce que las Escrituras contienen una

revelación. ¿Es que el sagrado volumen no es mejor cosa que un

tambor de lotería del que se sacan premios y perdidas al azar, sin

poder distinguir entre ellos hasta el día que el descubrimiento habrá

llegado demasiado tarde?

9. No puedo dejar de dar el siguiente extracto de un artículo del profesor Goldwin

Smith, en Macmillan's Magazine de febrero de 1878: «La negación de la existencia

de Dios y de un estado futuro, en una palabra, constituye el destronamiento de la

conciencia; y la sociedad pasará, por decir poco, a través de un peligroso intervalo

antes de que la ciencia social pueda ocupar el trono vacante... Pero en el ínterin, la

humanidad, o algunas porciones de ella, pueden estar en peligro de una anarquía de

intereses propios, reducida, por el propósito de orden político, por un despotismo

brutal. »Que la ciencia y la crítica, actuando --gracias a la libertad de opinión

ganada por el esfuerzo político-- con una libertad nunca antes conocida, nos han

librado de una masa de supersticiones oscuras y degradante, lo reconocemos con

una gratitud cordial a los liberadores, y en la firme convicción de que la

eliminación de las falsas creencias, y de las autoridades e instituciones fundadas

sobre ellas, no va a resultar al final que en otra cosa que en una bendición para la

humanidad. Pero al mismo tiempo han sido sacudidas, inevitablemente, las bases

de la moralidad general, y se ha suscitado una crisis cuya gravedad nadie puede

dejar de ver, y que nadie, excepto un fanático del materialismo, puede ver sin

sentir los más serios recelos. »No ha habido nada en la historia del hombre como

la situación actual. La decadencia de las antiguas mitología está muy lejos de dar-

nos un paralelo... La Reforma fue un tremendo terremoto: sacudió la fábrica de la

religión medieval, y como consecuencia de la perturbación de la esfera religiosa,

llenó al mundo de revoluciones y de guerras. Pero dejó inamovible la autoridad de

la Biblia, y los hombres podían sentir que el proceso destructivo tenía un límite, y

que tenían una base de diamante bajo sus pies. Pero un mundo intelectual y

agudamente despierto al significado de estas cuestiones, y que lee todo lo que se

escribe acerca de ellas con avidez casi apasionada, se ve abocado a una crisis de

cuyo carácter cada uno puede darse cuenta si se presenta a sí mismo de una manera

clara la idea de una existencia sin un Dios.»

Y en la fase actual de la cuestión no es menos sofisma aducir que hay

pasajes, e incluso libros, que pueden haber sido introducidos errónea-

mente en el canon. Rehusamos someter las Sagradas Escrituras a los

tiernos cuidados de aquellos que la manejan con la ignorancia de los

paganos y con el ánimo de apóstatas. Pero para el propósito de la

presente controversia podríamos consentir en dejar de lado aquello

sobre lo cual la ilustrada crítica haya arrojado la sombra de una duda.

Pero esto solamente serviría para allanar el camino a la verdadera

cuestión que se debate, y que no es la de la autenticidad de una

porción o de otra, sino del carácter y valor de lo que admitida mente

es auténtico. Ahora estamos mucho más allá de la discusión de las

teorías rivales acerca de la inspiración; lo que nos importa es con-

siderar si las Sagradas Escrituras son lo que ellas proclaman ser, «los

oráculos de Dios».10

En medio del error y de la confusión e incertidumbre que van en

aumento por todos los lados, ¿pueden las almas devotas y honestas

volverse a una Biblia abierta, y hallar allí «palabras de vida eterna»?

«La actitud racional de una mente pensante hacia lo sobrenatural es

la de escepticismo»11

La razón puede inclinarse ante los shilobets y

trucos del clericalismo —«la voz de la Iglesia», como es llamada—;

pero esto es pura credulidad. Pero si DIOS habla, entonces el escep-

ticismo da paso a la fe. Y esto no es meramente una petición de

principio.

10. (Ro. 3:2). Las viejas Escrituras hebreas estaban así consideradas por aquellos hombres

que eran los custodios divinamente señalados para ello (ib.). No solamente era por los

devotos entre los judíos sino, como Josefo testifica, por todos, que «eran tenidas con justicia

como Divinas», de tal manera que los hombres estaban dispuestos a sufrir torturas de todo

tipo antes que hablar en contra de ellas, incluso «a morir decididamente por ellas» (Josefo,

Contra Apión,, I, 8). Este hecho es de inmensa importancia en relación con la propia

enseñanza del Señor sobre este asunto. En su trato con una nación que creía en la santidad y

el valor de cada palabra de las Escrituras, nunca perdió ni una oportunidad para confirmarles

en esta creencia. El Nuevo Testamento nos ofrece pruebas abundantes de cómo dio esta

enseñanza sin ningún tipo de reservas a Sus discípulos. (Por lo que respecta a los límites y

fecha de cierre del canon de la Escritura, ver Pusey Daniel, p. 294, etc.)

11. Mill, Essays on Religión.

27

La prueba de que la voz es realmente divina tiene que ser absoluta y

concluyente. En tales circunstancias, el escepticismo revela una

degradación mental o moral, y la fe no es la negación de la razón,

sino el más elevado acto de la razón. Mantener que una prueba tal es

imposible es equivalente a afirmar que el Dios que nos ha hecho no

nos puede hablar de manera que la voz lleve con ella la convicción de

que es de Él; y esto no es en absoluto escepticismo, sino incredulidad

y ateísmo. «Dios ...tuvo a bien revelar a su Hijo en mí», fue el relato

de San Pablo de su conversión. Las bases de su fe eran subjetivas, y

no podían sacarse a luz. En demostración a otros de su realidad podía

apelar tan sólo a los hechos de su vida; aunque éstos eran eterna-

mente el resultado, y en ningún sentido ni en ningún grado la base, de

su convicción. Tampoco su caso fue excepcional, San Pedro fue uno

de los tres que fue testigo de cada milagro, incluyendo el de la trans-

figuración, y a pesar de ello su fe no fue el resultado de ellos, sino

que surgió de una revelación dada a él. En respuesta a su confesión,

«Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente», el Señor afirmó: «No

te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos.»12

Tampoco fue esta gracia exclusiva de los apóstoles. «A lo que habéis

alcanzado... una fe igualmente preciosa que la nuestra»,13

fue el

saludo de san Pedro a los fieles en general. Les describe cómo

«habiendo renacido de nuevo... por medio de la Palabra de Dios».

Así, también san Juan habla de los tales como los que «no han sido

engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de

varón, sino de Dios».14

«El, por designio de Su voluntad, nos hizo

nacer por la palabra de verdad» es la parecida afirmación de

Santiago.15

Sea cual fuere el significado de estas palabras, de cierto que signi-

fican algo más que la simple llegada a una correcta conclusión a

partir de las suficientes premisas, o que la aceptación de los hechos a

partir de la suficiente evidencia. Ni tampoco valdrá para nada aducir

12. Mt. 16:16-17. 13. 2.

a P. 1:1.

14. Jn. 1:13. 15. Stg. 1:18.

que este nacimiento lo constituye simple simplemente el cambio

moral o mental provocado naturalmente por la verdad a la que se

haya así llegado por medios naturales. El lenguaje de las Escrituras es

inequívoco de que el poder del testimonio para producir este cambio

depende de la presencia y de la operación de Dios.

Se podrían rellenar páginas con citas para demostrar este extremo,

pero con dos será suficiente. San Pedro declara que ellos predicaban

el Evangelio «por el Espíritu Santo enviado del cielo»;16

y las

palabras de san Pablo son todavía más definitivas: «Nuestro

Evangelio no llegó a vosotros solamente en palabras, sino también en

poder, en el Espíritu Santio,»17

Y si el nuevo nacimiento y la fe del cristianismo fueron así produ-

cidas en el caso de personas que recibieron el evangelio directamente

de los apóstoles, no será menos lo que nos será suficiente a nosotros,

que vivimos dieciocho siglos después de los testigos y de su testi-

monio. Dios está aún con su pueblo. Y El habla a los corazones de

los hombres, ahora, con tanta realidad como lo hacía en los tiempos

antiguos; desde luego no por medio de apóstoles inspirados, y aún

menos por sueños y visiones, sino por medio de los Sañudos Escritos

que El mismo inspiró;18

y como resultado de ello los creyentes son

«nacidos de Dios», y obtienen el conocimiento del perdón de los

pecados y de la vida eterna.

Este fenómeno no es natural, como resultado del estudio de las

evidencias; es totalmente sobrenatural.

16. 1.

a P. 1:12.

17. (1.a Ts. 1:5). Pero también en poder, sí, en el Espíritu Santo.» No hay aquí

ningún contraste entre Dios por una parte y poder por otra, ni tampoco entre

diferentes tipos de poder. Objetar que esto se refiere a los milagros que

acompañaban la predicación es evidenciar ignorancia de las Escrituras. Hechos 17

representa el tipo de predicación al que aludía el apóstol, Que el poder milagroso

existía en las iglesias de los gentiles queda evidente en 1.a Corintios 12; pero la

cuestión es: El evangelio que produjo estas iglesias ¿apeló a los milagros para

confirmarlo? ¿Puede alguien leer los primeros cuatro capítulos de 1.a Corintios y

retener alguna duda con respecto a la respuesta? 18. Dios es omnipresente; pero existe un sentido real en el cual el Padre y el Hijo

no están en la tierra, sino en el cielo, y en aquel mismo sentido el Espíritu Santo no

está en el cielo, sino en la tierra.

28

«Las mentes pensantes», considerándolo objetivamente, pueden, si

así lo quieren, mantener hacia ello lo que ellas denominan «una

actitud racional»; pero por lo menos que reconozcan que existen

miles de personas creíbles que pueden testificar de la realidad de la

experiencia de que aquí se habla, y además que reconozcan que está

totalmente en consecuencia con las enseñanzas del Nuevo

Testamento.

Y estas personas poseen una prueba trascendental de la verdad del

cristianismo. Su fe descansa, no sobre el fenómeno de la propia

experiencia que han tenido, sino sobre las grandes verdades objetivas

de la revelación. Pero su convicción primaria de que son verdades

divinas no depende de las «evidencias» que el escepticismo se

complace en criticar, sino de algo que el escepticismo no tiene en

cuenta.19

No se puede escribir ningún libro en defensa de la Biblia como

la misma Biblia. Las defensas humanas son la palabra del hombre;

pueden servir de ayuda para vencer los ataques, pueden exponer

alguna parte de su significado. La Biblia es la Palabra de Dios, y

por medio de ella Dios el Espíritu Santo, que la ha hablado, habla al

alma que no se cierra frente a ella.20

Pero aún más, el creyente bien instruido hallará dentro de ella

pruebas inagotables de que es de Dios. La Biblia es mucho más que

un texto de teología y de moral, e incluso más que una guía al cielo.

Es el registro de la progresiva revelación que Dios ha concedido al

hombre, y la historia divinamente dada de nuestra raza en relación a

Su revelación. La ignorancia puede fallar en no ver en ella más que la

literatura religiosa de la raza hebrea, y de la iglesia de los tiempos

apostólicos; pero el estudiante inteligente que pueda leer entre líneas

hallará allí diagramado, algunas veces de manera patente, otras veces

19. Tal fe está inseparablemente conectada con la salvación, y la salvación es el

don de Dios (Ef. 2:8). De ahí las solemnes palabras de Cristo: «Te alabo, Padre,

Señor del cielo y de la tierra, porque ocultaste estas cosas a los sabios y a los

entendidos, y las revelaste a los niños.» (Mt. 11:25.) 20. Pusey, Daniel, pref., p. xxv.

oscuramente, pero siempre discernible al investigador devoto y

paciente, el gran esquema de los consejos y actos de Dios en y para

este mundo nuestro de eternidad a eternidad. Y el estudio de la

profecía rectamente entendido tiene un campo no menos extenso que

éste. Su valor principal no es el de darnos un conocimiento de «los

eventos del porvenir», contemplados como sucesos aislados, a pesar

de la importancia que ello tiene; sino el de capacitarnos a conectar el

futuro con el pasado como parte del gran propósito y plan de Dios

revelado en las Sagradas Escrituras. Los hechos de la vida y de la

muerte de Cristo fueron una abrumadora prueba de la inspiración del

Antiguo Testamento. Cuando, después de Su resurrección, El

buscaba confirmar la fe de Sus discípulos, «comenzando desde

Moisés, y siguiendo por todos los profetas», se puso a explicarles en

todas las Escrituras lo referente a él.21

Pero se habían dado muchas

promesas, y se habían registrado muchas profecías, que parecían

haberse perdido en la oscuridad de la extinción nacional de Israel y

de la apostasía de Judá. El cumplimiento de ellas dependía del

Mesías; pero ahora el Mesías había sido rechazado, y Su pueblo

estaba a punto de ser entregado, y los gentiles podían ser admitidos

en la bendición. ¿Tenemos que llegar a la conclusión de que el

pasado ha sido borrado para siempre, y que los grandes propósitos de

Dios para la tierra han quedado frustrados debido al pecado del hom-

bre? De la manera como los hombres juzgan la revelación en la

actualidad, el cristianismo se encoge hasta llegar a ser un mero «plan

de salvación» para individuos, y si se les deja con el evangelio de san

Juan y unas pocas de las epístolas se quedan satisfechos. ¡Cuán

diferente fue la actitud de la mente y el corazón mostrada por san

Pablo! Desde el punto de mira del apóstol, la crisis, que parecía una

catástrofe para todo lo que los profetas antiguos habían predicho

acerca de los propósitos divinos para la tierra, abría un propósito aún

más amplio y más glorioso, que incluiría el cumplimiento de todos

ellos; y extasiado en su contemplación, exclamó: «¡Oh profundidad

de las riquezas de la sabiduría y del conocimiento de Dios! ¡Cuán

inescrutables son sus juicios, e insondables sus caminos!»22

21. Le. 24:27. 22. Ro. 11:33

29

El verdadero estudio profético es una investigación de estos

inescrutables consejos, estas profundas riquezas de sabiduría y

conocimientos divinos. Bajo la luz que éste da, la Escritura ya no es

más una heterogénea compilación de libros religiosos, sino un todo

armonioso, del que no se podría omitir ninguna parte sin destruir la

plenitud de la revelación. Y aun así se desprecia su estudio en las

iglesias como careciendo de importancia práctica. Si las iglesias están

leudadas con escepticismo en este momento, su negligencia en el

estudio profético, en éste su aspecto más verdadero y amplio, ha

hecho más que todo el racionalismo alemán para promover el mal.

Los escépticos pueden vanagloriarse de poseer eruditos profesores y

doctores entre sus filas, pero podemos desafiarles a que nos nombren

a uno solo de ellos que haya dado pruebas de que conoce algo dé

estos más profundos misterios de la revelación.

El intento de detener la inundación en crecida del escepticismo es

vano. Lo cierto es que este movimiento es tan sólo una de las muchas

fases de intensa actividad mental que marcan esta edad. El reinado de

los credos ha pasado. Han pasado los días, para siempre, en los que

los hombres creían, sin suscitar dudas, lo que sus padres creían.

Roma, en alguna de las fases de su desarrollo, muestra un extraño

atractivo para las mentes de una cierta casta, y el racionalismo es

fascinante para no pocos; pero la ortodoxia en el sentido antiguo ha

muerto, y si algunos han de ser librados de estas tendencias, ello será

tan sólo por medio de una comprensión más profunda y más

completa de las Escrituras.

Estas páginas son tan solamente esfuerzo en este sentido; pero si son

útiles en alguna medida para promover el estudio de las Sagradas

Escrituras su principal propósito se habrá cumplido. El lector puede

así esperar hallar vindicada la exactitud de la Biblia en puntos que

parecen de valor insignificante. Cuando David llegó al trono de Israel

y fue a elegir a sus generales, nombró como jefes supremos a los

hombres que se habían distinguido por sus actos de valor. Entre los

tres más importantes había uno de ellos de quien el registro afirma

que defendió un pequeño terreno lleno de lentejas, y que rechazó y

derrotó a una tropa de filisteos.23

Para otros esto hubiera podido parecer poco más que un campo de

malas hierbas, e indigno de ser defendido, pero era muy precioso

para el israelita, como porción que era de la herencia dada por Dios,

y, además, el enemigo lo hubiera podido utilizar como base de

futuras incursiones desde la cual conquistar fortalezas. Así es con la

Biblia. Toda ella es de valor intrínseco si ciertamente es de Dios; y,

además, la afirmación objeto de ataque, y que puede parecer que

carece de importancia, puede mostrarse como un eslabón en la

cadena de verdad de la que dependemos para la vida eterna.

23. 2.° S. 23:11-12.

30

2

Daniel y su época

« DANIEL el profeta.» Nadie tiene un derecho más elevado A este título, pues así es como el Mesías lo denominó. Y aún así es

indudable que el gran príncipe de la Cautividad no lo hubiera

pretendido. Isaías, Jeremías, Ezequiel, y el resto «hablaron siendo

inspirados por el Espíritu Santo»;1 pero Daniel no proclamó tales

«palabras inspiradas por Dios».2

Como el «discípulo amado» de los tiempos mesiánicos, él contempló

visiones, y registró lo que vio. La gran predicción de las Setenta

Semanas fue un mensaje que le fue entregado por un ángel, que habló

con él como un hombre habla con otro hombre. Un extraño a la

mesa3 y al vestido de un profeta, vivió en medio de todos los lujos y

de 1a pompa de una corte oriental. Después del rey, fue el hombre

más destacado del mayor imperio de la antigüedad; no fue hasta el

1. 2.a P. 1:21. 2. Mi creencia en el carácter divino del libro de Daniel aparecerá, espero yo, de manera

llana en estas páginas. La distinción que deseo subrayar aquí es entre profecías de hombres

que fueron inspirados a pronunciar y profecías como las de Daniel y S. Juan, que fueron

simplemente receptores de la revelación. Con ellos, la inspiración empezó al registrar por

escrito lo que habían recibido.

3. Citar Dn. 1:12 en oposición a esto involucra un evidente anacronismo. La

palabra «legumbre», además, se refiere generalmente a alimentos vegetales, e

incluiría platos tan sabrosos como aquel a causa de cual Esaú vendió su

primogenitura (cp. Gn. 25:34). Comer alimento y animales procedentes de la mesa

de los gentiles hubiera significado una violación de la ley; por ello Daniel y sus

compañeros se volvieron «vegetarianos».

final de una larga vida dedicada al servicio del Estado que recibió las

visiones registradas en los últimos capítulos de su libro. Para comprender correctamente estas profecías, es esencial no perder

de vista los eventos principales de la historia política de aquellos

tiempos.

El verano de la gloria nacional de Israel demostró ser tan breve

como brillante. El pueblo nunca se inclinó de corazón al decreto

divino que, en la distribución de dignidades tribales, entregó el cetro

a la casa de Judá, mientras que pasó el derecho de primogenitura a la

casa de José;4

sus celos mutuos y sus feudos, aunque mantenidos a

raya por la influencia personal de David, y por el inmenso esplendor

del reino de Salomón, produjeron una disgregación de la nación

cuando la ascensión de Roboam. Al rebelarse contra Judá, los

israelitas también cometieron apostasía contra Dios; y al abandonar

la adoración a Jehová, cayeron en una idolatría abierta y flagrante.

Después de dos siglos y medio de una historia sin un rayo de luz en

toda su historia, pasaron a cautividad a Asiría;5 y cuando Daniel

nació ya había transcurrido un siglo desde la fecha de su extinción

nacional. Judá todavía retenía una independencia nominal, aunque,

de hecho, la nación había caído en un estado de vasallaje total. La

posición geográfica de su territorio la señalaba particularmente para

esta suerte. Extendiéndose a medio camino entre el Nilo y el

Éufrates, la soberanía sobre Judea iba a ser de manera inevitable la

prueba de la supremacía entre el viejo enemigo al sur de la frontera y

el imperio que el genio de Nabopolasar estaba suscitando en el norte.

El nacimiento del profeta cayó sobre la mitad del mismo año que

abrió la época del segundo Imperio Babilónico.6 Era todavía un

muchacho en la época de la fracasada invasión de Caldea por parte

del faraón Necao. En aquella lucha el buen rey Josías se puso del

4. «Judá llegó a ser el mayor sobre sus hermanos, y príncipe sobra ellos; mas el

derecho de primogenitura fue de José.» (1.° Cr. 5:2.)

5. La separación tuvo lugar en 975 a.C, la cautividad a Asiria e 721 a.C.

6. 625 a.C.

31

lado del rey de Babilonia, y no solamente perdió su vida sino que

comprometió aún más la suerte de su casa y la libertad de su país.7

Apenas había finalizado el luto público por Josías cuando el faraón,

en su retorno a su patria, apareció ante Jerusalén para reafirmar su

soberanía exigiendo un fuerte tributo sobre la tierra y decidiendo la

sucesión al trono. Joacaz, un hijo joven de Josías, había recibido la

corona a la muerte su padre, pero fue depuesto por el faraón en favor

de Eliaquim, que, indudablemente, cayó en favor del rey de Egipto

por las mismas cualidades que probablemente indujeran a su padre a

desheredarle. El faraón cambió su nombre por el de Joacim, y lo

estableció en el reino como vasallo de Egipto.8

El tercer año después de estos sucesos, Nabucodonosor, príncipe

Real de Babilonia,9 se puso en expedición de conquista, al mando de

los ejércitos de su padre; y entrando en Judea demandó la sumisión

del rey de Judá. Después de un sitio del que la historia no nos ofrece

ningún detalle, capturó la ciudad y se llevó al rey como prisionero de

guerra. Pero Joacim volvió a conseguir su libertad y su trono compro-

metiéndose con Babilonia en una alianza; y Nabucodonosor se fue

sin más despojos que una parte de los utensilios del Templo, que se

llevó a la casa de su dios, y no se llevó más cautivos que unos pocos

jóvenes de la simiente real de Judá, grupo al que Daniel pertenecía, y

que fueron seleccionados para adornar su corte como príncipes

vasallos.10

Tres años más tarde Joacim se rebeló; pero aunque su territorio fue

escenario de múltiples incursiones de «tropas de caldeos», cinco años

más tuvieron que transcurrir antes de que los ejércitos de Babilonia

asegurasen la conquista de Judea.11

7. 2.° R. 23:29; 2." Cr. 35:20.

8. 2.° R. 23:33-35; 2.° Cr. 36:3,4.

9. Beroso afirma que la expedición fue en tiempo de Nabopolasar (Josefo Contra

Apión, i, 19), y la cronología lo demuestra. Ver Apéndice I por lo que respecta a las

fechas de estos sucesos y su cronología.

10. 2.° R. 24:1; 2.° Cr. 36:6,7; Dn. 1:1,2.

11. 2.° R. 24:1, 2. Según Josefo (Antigüedades, x, 6,3). Nabucodonosor halló a

Joacim todavía en el trono durante su segunda invasión, y fue él el que lo hizo

ejecutar y puso a su hijo en el trono. Continúa diciendo que pronto el rey de

Joaquín, un joven de dieciocho años, que acababa de subir al trono,

se rindió en el acto con su familia y su corte,12

y de nuevo quedaba

Jerusalén a discreción de Nabucodonosor. En su primera invasión

mostró ser magnánimo y clemente, pero ahora no tenía solamente

que afirmar su supremacía, sino además castigar la rebelión. Así,

saqueó la ciudad despojándola de todo lo que hubiera de valor, y

«llevó en cautiverio a toda Jerusalén», no dejando tras si nada más

que «los pobres del pueblo de la tierra».13

Sedequías, tío de Joaquín,

fue dejado como rey o gobernador de la despoblada y despojada

ciudad, habiendo jurado por Jehová ser leal a su soberano. Esta fue

«la deportación del rey Joaquín», correspondiente con la era del pro-

feta Ezequiel, quien estuvo entre los cautivos.14

La servidumbre a Babilonia había sido predicha con tanta antelación

como la época del rey Ezequías;15

y después del cumplimiento de la

profecía de Isaías a este respecto, se le encomendó a Jeremías un

mensaje divino de esperanza a los deportados, de que cuando se

cumplieran setenta años serían vueltos a su tierra.16

Pero mientras que los deportados recibían este aliento con

promesas de bien, el rey Sedequías y el «resto de Jerusalén que

quedó en esta tierra» fueron advertidos de que la resistencia al

decreto divino que les sujetaba al yugo de Babilonia les conllevaría

unos juicios mucho más terribles que los que habían conocido.

Nabucodonosor volvería «para exterminarlos», y hacer de toda la

tierra «horror y calamidad».17

No obstante, surgieron falsos profetas

Babilonia empezó a sospechar de la fidelidad de Joaquín, y volvió de nuevo a

destronarle, y puso a Sedequías en el trono. Estas afirmaciones, aunque no son

inconsistentes con 2° Reyes 24 de una manera total, se ven bastante improbables al

comparar ambos registros. Esta posición es la adoptada por el Canónigo Rawlinson

en Five Great Monarchies (vol. iii, p. 491), pero el doctor Pusey se adhiere a la

narración de las Escrituras {Daniel, p. 403).

12. 2° R. 24:12.

13. 2° R. 24:14.

14. Ez. 1:2.

15. 2° R. 20:17.

16. Jer. 29:10

17. Jer. 24:8-10; 25:3-8.

32

para alimentar la vanidad nacional prediciendo una pronto

recuperación de su independencia,18

y a pesar de las advertencias

solemnes y repetidas y las recomendaciones de Jeremías, el débil y

malvado rey fue engañado por el testimonio de ellos, y habiendo

recibido una promesa de apoyo militar de Egipto,19

se rebeló

abiertamente.

A causa de ello, los ejércitos caldeos volvieron a sitiar Jerusalén.

Los sucesos parecieron al principio justificar la conducta de

Sedequías, porque las fuerzas egipcias se apresuraron a asistirle, y los

babilonios se vieron obligados a levantar el sitio y a retirarse de

Judea.20

Pero este triunfo momentáneo de los judíos sirvió solamente

para exasperar al rey de Babilonia, y para hacer la suerte de ellos aún

más terrible cuando al final cayeron en sus manos. Nabucodonosor

determinó infringir un escarmiento señalado a la ciudad y a la gente

rebelde; y poniéndose al frente de todas las fuerzas de su imperio,21

invadió Judea una vez más y puso sitio a la Santa Ciudad.

Los judíos resistieron con fanatismo ciego como el que solo las falsas

esperanzas inspiran; y es una prueba clara de la inexpugnabilidad de

la antigua Jerusalén el que mantuvieron al enemigo a raya durante

dieciocho meses,22

y que al final sucumbieron al hambre, y no a la

fuerza. La ciudad fue así entregada al fuego y a la espada.

Nabucodonosor «mató a espada a sus jóvenes en la casa de su

santuario, sin perdonar joven ni doncella, anciano ni decrépito; todos

los entregó en sus manos. Asimismo todos los utensilios de las casas

de Dios, grandes y chicos, los tesoros de la casa de Jehová, y los

tesoros de la casa del rey y de sus príncipes, todo lo llevo a

Babilonia. Y quemaron la casa de Dios, y rompieron el muro de

Jerusalén y consumieron a fuego todos sus palacios, y destruyeron

todos sus objetos deseables.

18. Jer. 28:1-4.

19. Ez. 17:15.

20. Jer. 37:1,5, 11.

21. 2° R. 25:1; cp., Jera. 34:1.

22. 2° R. 25:1-3.

Los que escaparon de la espada fueron llevados cautivos a Babilonia,

donde fueron esclavos de él y de sus hijos, hasta que vino el reino de

los persas; para que se cumpliese la palabra de Jehová por boca de

Jeremías.»23

Así como Él había sobrellevado a sus padres durante cuarenta años

en el desierto, así durante cuarenta años aplazó su juicio definitivo,

«porque Él tenía misericordia de su pueblo y del lugar de su

morada».24

Durante cuarenta años no había callado la voz del profeta

en Jerusalén; «mas ellos hacían escarnio de los mensajeros de Dios, y

menospreciaban sus palabras, burlándose de sus profetas, hasta que

subió la ira de Jehová contra Su pueblo, y no hubo ya remedio».25

Tal es la descripción del cronista sagrado de la primera destrucción

de Jerusalén, rivalizada en tiempos posteriores por los horrores de

aquel evento bajo cuyos efectos aún yace postrada, 26

y destinado a

ser todavía sobrepasado en magnitud en días todavía futuros, cuando

se cumplirán las predicciones de la suprema catástrofe de Judá.27

23. 2° Cr. 36:17-21.

24. 2° Cr. 36:15.

25. 2° Cr. 36:16. Este período es, indudablemente, el de los cuarenta años del

pecado de Judá, especificado en Ezequiel 4:6. Jeremías profetizó desde el año

decimotercero de Josías (627 a.C.) hasta la caída de Jerusalén en el año undécimo

de Sedequías (587 a.C). Ver Jer. 1:3 w 25:3.

Los 390 años del pecado de Israel, según Ezequiel 4:5, parecen haber sido contados

desde la fecha del pacto de bendición a las diez tribus, hechos por el profeta Ahítas

con Jeroboam, por lo que parece el segundo año antes de la división (esto es, 977

a.C, 1° R. 11:29-39).

26. Recordemos que el autor estaba escribiendo por el año 1882.

27. Los horrores del sitio y de la captura de Jerusalén por Tito sobrepasan todo lo

que la historia recuerda de eventos similares. Josefo, que fue él mismo testigo de

ellos, los narra en todo su terrible detalle. Su estimación del número de judíos que

perecieron en Jerusalén es de 1.100.000. «La sangre se enfría, y el corazón se

enferma, ante estos horrores sin ejemplo; y nos refugiamos en la esperanza de que

hayan sido exagerados por el historiador.» «Podría parecer que Jerusalén es un

lugar sobre el que cae una maldición peculiar; probablemente haya sido testigo de

más miserias humanas que cualquier otro lugar sobre la tierra.» Milman, History of

the Jews.

33

3

El sueño del rey y las visiones del profeta

LA DISTINCIÓN entre las porciones hebreas y caldeas de los escritos

de Daniel1 permite una división natural, la importancia de la cual

aparecerá evidente ante una cuidadosa consideración del todo. Pero

por lo que respecta al propósito de la presente investigación, el libro

queda dividido, de manera más conveniente, entre los seis primeros

capítulos y los últimos, constituyendo la primera sección una porción

principalmente histórica y didáctica, y recogiendo la última el

registro de las cuatro grandes visiones concedidas al profeta en sus

años finales. Aquí nos ocupamos de manera especial de esas visiones.

La narración de los capítulos, tercero, cuatro, quinto y sexto queda

fuera del propósito de estas páginas, al no tener relación directa con

la profecía.

1. «La sección caldea de Daniel comienza en el cuarto versículo del segundo

capítulo, y continúa hasta el final del séptimo capítulo» Tregelles, Daniel, p. 8.

No obstante, el segundo capítulo es de gran importancia, al dar la

base de las últimas visiones.2

En un sueño, el rey Nabucodonosor vio una gran estatua, cuya

cabeza era de oro, su pecho y sus brazos de plata, su vientre y caderas

de bronce, sus piernas de hierro, y sus pies en parte de hierro y en

parte de barro cocido. Después, una piedra, sin intervención de mano,

golpeó a la estatua en sus pies, y cayó y quedó hecha polvo, y la

piedra fue hecha un gran monte que llenó toda la tierra.3

La interpretación se da en estas palabras:

Tú, oh rey, eres rey de reyes; porque el Dios del cielo te ha dado

reino, poder, fuerza y majestad. Y dondequiera que habitan hijos de

hombres, bestias del campo y aves del cielo, él los ha entregado en tu

mano, y te ha dado el dominio sobre todo, tú eres aquella cabeza de

oro. Y después de ti se levantará otro reino inferior al tuyo; y luego

un tercer reino de bronce, el cual dominará sobre toda la tierra.

Habrá un cuarto reino fuerte como hierro, semejante al hierro que

2. El siguiente análisis del Libro de Daniel puede ser de ayuda para su estudio:

Capítulo 1. La captura de Jerusalén. La cautividad de Daniel y de sus tres

compañeros, y la suerte de ellos en Babilonia (año 606 a.C.).

Capítulo 2. El sueño de Nabucodonosor de UNA GRAN ESTATUA años 603-

602 a.C).

Capítulo 3. La estatua de oro erigida por Nabucodonosor para ser objeto de

adoración por parte de todos sus súbditos. Los tres compañeros de Daniel son

arrojados al horno de fuego.

Capítulo 4. El sueño de Nabucodonosor acerca de su propia locura, y su

interpretación por parte de Daniel. Su cumplimiento.

Capítulo 5. La fiesta de Belsasar. Babilonia tomada por Darío el Medo (538 a.C).

Capítulo 6. Daniel es promovido por Darío; rehúsa adorarle, y es arrojado a un

foso de leones. Su liberación y consiguiente prosperidad (¿? 537 a.C).

Capítulo 7. La visión de Daniel de LAS CUATRO BESTIAS (¿? 541 a.C).

Capítulo 8. La visión de Daniel de EL CARNERO Y EL MACHO CABRIO

(¿?539 a.C).

Capítulo 9. La oración de Daniel: La profecía de LAS SETENTA SEMANAS

(538 a.C).

Capítulos 10-12. ULTIMA VISION de Daniel (534 a.C). Capítulos 10-12. ULTIMA VISION de Daniel (534 a.C)

3. La dificultad relacionada con la fecha de esta visión (el segundo año de

Nabucodonosor) se considera en el Apéndice I.

34

rompe y desmenuza todas las cosas; como el hierro que todo lo hace

pedazos, así él lo quebrantará todo. Y lo que viste a los pies y los

dedos, en parte de barro cocido de alfarero y en parte de hierro, será

un reino dividido; mas habrá en él algo de la fuerza de hierro, así

como viste hierro mezclado con barro cocido. Y por ser los dedos de

los pies en parte de hierro y en parte de barro cocido, el reino será

en parte fuerte, y en parte frágil. Así como viste el hierro mezclado

con barro, se mezclarán por medio de alianzas humanas; pero no se

unirán el uno al otro, como el hierro no se mezcla con el barro. Y en

los días de estos reyes el Dios del cielo levantará un reino que no

será jamás destruido, ni será el reino dejado a otro pueblo;

desmenuzará y consumirá a todos estos reinos, pero él permanecerá

para siempre, de la manera que viste que del monte fue cortada una

piedra, sin intervención de manos humanas, la cual desmenuzó el

hierro, el bronce, el barro, la plata y el oro. El gran Dios ha

mostrado al rey lo que ha de acontecer en lo por venir; el sueño es

verdadero, y fiel su interpretación.4

La profetizada soberanía de Judá pasaba mucho más allá de una mera

supremacía entre las tribus de Israel. Era un Cetro imperial que

estaba confiado al Hijo de David. «Yo también le nombraré mi

primogénito, el más excelso de los reyes de la tierra.»5 «Todos los

reyes se postrarán delante de él; todas las naciones le servirán.»6

Tales eran las promesas que heredó Salomón; y la breve gloria de su

reinado dio prueba cabal de la plenitud con que se hubieran

realizado,7 si no hubiera ido tras de necedades, y no hubiera

cambiado por placeres sensuales presentes las perspectivas más

espléndidas que jamás se abrieron ante el hombre mortal. El sueño de

Nabucodonosor de la gran estatua, y la visión de Daniel dando la

interpretación de esta imagen, constituían una revelación divina de

que el cetro había sido arrebatado a la casa de David, y que había

4. Dn. 2:37-45

5. Sal. 89:27

6. Sal. 72:11

7. 2° Cr. 9:22-28

pasado a manos de gentiles, para permanecer en ellas hasta el día en

que «el Dios del cielo levantará un reino que no será jamás

destruido»8

Es innecesario discutir aquí detalladamente las secciones más tem-

pranas de esta profecía. De hecho, no hay controversia alguna con

respecto a su carácter y extensión generales; y si se mantiene en la

mente la distinción entre las cosas que son dudadas y las cosas que

son dudosas, no es preciso que exista ninguna controversia con

respecto a la identificación de los reinos allí descritos con Babilonia,

Persia, Grecia y Roma. Que el primero fuera el reino de Nabucodo-

nosor queda definitivamente afirmado,9 y una visión posterior

nombra con la misma claridad al imperio medo-persa y al imperio de

Alejandro como imperios distintos dentro del campo de la profecía.10

Por tanto, el cuarto imperio tiene que ser necesariamente Roma. Pero

es suficiente enfatizar aquí el hecho, revelado en los términos más

claros a Daniel en su exilio, y a Jeremías en medio de las aflicciones

de Jerusalén, que así la soberanía de la tierra, a cuyo título había

perdido Judá todo derecho, había sido solemnemente encomendada a

los gentiles.11

8. Dn. 2:44 9. Dn. 2:37- 38.

10. Dn. 8:20- 21.

11. Cp. Dn. 2:38, y Jer. 27:6, 7. La afirmación de Gn. 49:10 puede parecer chocar con

esto a primera vista: «No será quitado el cetro de Judá, ni el legislador de entre sus

pies, hasta que venga Siloh.» Pero, como lo demuestran los sucesos, esto no puede

significar que se tuviese que ejercer el poder real por la casa de Judá hasta la venida de

Cristo. Hengstenberg lo ha interpretado de una manera correcta (Christology, traducción

de Arnold, n.° 78): «Judá no dejará de existir como tribu, ni perderá su superioridad,

hasta que sea exaltada a un honor más elevado y mayor gloria por el gran Redentor,

que surgirá de ella, y a quien no solamente los judíos, sino además, todas las naciones

obedecerán.» Como él señala, «no es infrecuente que hasta signifique hasta entonces y

después». (Ver. ex. gr. Gn. 28:15.) Por lo tanto, el significado de la profecía no es

que Judá tuviera que ejercer poder real hasta Cristo, y entonces perderlo, que es la

coja e insatisfactoria glosa frecuentemente adoptada; sino que la preeminencia de Judá

ha de ser irrevocablemente establecida en Cristo —no espiritualmente, sino de hecho,

en el reino acerca del cual Daniel profetiza.

35

Las únicas cuestiones que se suscitan se refieren, primero al carácter

de la catástrofe final simbolizada por la caída y la destrucción de la

imagen, y segundo al tiempo de su cumplimiento; y todas las difi-

cultades que aquí se han suscitado no se refieren al lenguaje de la

profecía, sino que tan solamente dependen de las preconcepciones de

los intérpretes. Ningún cristiano duda que «la piedra cortada sin

intervención de manos humanas» es un tipo ya de Cristo mismo o de

Su reino. Es igualmente claro que la catástrofe debía ocurrir cuando

el imperio quedase dividido, y fuera «en parte fuerte, y en parte

frágil». Por lo tanto, su cumplimiento no podía tener lugar en el

tiempo de la primera venida. No es menos claro que su cumplimiento

tenía que ser por medio de una crisis repentina, que sería seguida por

el establecimiento de «un reino que no será jamás destruido». Por

ello, se trata de eventos aún por venir. Aquí estamos tratando, no de

teorías proféticas, sino del significado de las palabras; y lo que la

profecía nos predice no es el surgimiento y expansión de un «reino

espiritual» en medio de los reinos terrenos, sino el establecimiento de

un reino que «desmenuzará y consumirá a todos estos reinos».12

La interpretación del sueño real elevó de golpe al exiliadlo cautivo

al puesto de Gran Visir de Babilonia,13

posición de confianza y de

honor que probablemente poseyó hasta que fuera destituido o él

mismo se retirara del cargo bajo uno u otro de los dos últimos reyes

que sucedieron a Nabucodonosor en el trono. La escena de la noche

fatal de la fiesta de Belsasar sugiere que había estado retirado durante

tanto tiempo, que el joven rey-regente no sabía nada de su fama.14

Pero a pesar de ello, su fama era tan grande entre los hombres de más

edad, que a pesar de su edad avanzada, fue de nuevo llamado a

12. Creer que tal profecía puede llegar a realizarse puede denotar lunatismo y necedad,

pero, por lo menos, aceptemos el lenguaje de las Escrituras, y no caigamos en la

absurda ceguera de esperar el cumplimento de teorías basadas en lo que los

hombres conjeturan que los que los profetas hubieran debido predecir.

13. Dn. 2:48.

14. Ello se deduce de la manera de hablar de la reina madre, Dn. 'i: 10-12. Pero el

capítulo 8:27 muestra que incluso entonces Daniel mantenía algún cargo en la

corte.

ocupar el cargo más elevado por Darío, cuando el rey medo se hizo el

dueño de la ciudad amurallada.15

Pero fuera que él estuviera en prosperidad o en retiro, Era fiel al

Dios de sus padres. Los años en que transcurrió su niñez en Jerusa-

lén, aunque políticamente oscuros y angustiosos, constituyeron el

período del mayor avivamiento espiritual que su nación hubiera

nunca disfrutado, y él había llevado consigo a la corte de Nabucodo-

nosor una fe y una piedad que se mantuvo frente a todas las influen-

cias adversas que abundan en tal escena.16

El Daniel del segundo capítulo era un hombre joven que recién

entraba en el ejercicio de un cargo de extraordinaria dignidad y

poder, tal como pocas personas lo hayan conocido. El Daniel del

capítulo séptimo era un santo envejecido, que, habiendo pasado

incólume por la prueba, poseía todavía un corazón tan devoto hacia

Dios y hacia Su pueblo como cuando, unos sesenta años antes, había

entrado por las puertas de las anchas murallas de la ciudad, cautivo,

extranjero y sin amigos. La fecha de la primera visión fue alrededor

del tiempo de la revuelta de Joacim, cuando su ingobernable orgullo

de raza y de credo impulsaba aún a los judíos a soñar con la indepen-

dencia. Hacia el tiempo de la última visión habían transcurrido más

de cuarenta años desde que Jerusalén había sido asolada, y que el

último rey de la casa de David hubiera entrado por las puertas de

bronce de Babilonia cargado de cadenas. Aquí de nuevo aparecen

con claridad los principales trazos de la profecía. Así como los cuatro

imperios que fueron destinados a ejercer sucesivamente poder sobe-

rano durante «los tiempos de los gentiles» están representados en el

15. Dn. 6:1, 2. Daniel no puede haber tenido menos de ochenta años por esta

época. Ver tabla cronológica, Apéndice I.

16. Es improbable que Daniel tuviera menos de veintiún años de edad cuando fue

puesto a la cabeza del imperio al segundo año de Nabucodonosor. La edad hasta la

que vivió hace también improbable que fuera de más edad. Así, la fecha de su

nacimiento caería, como se ha sugerido antes, alrededor del 625 a.C, durante el

tiempo de Nabopolasar, teniendo lugar unos tres años después la pascua de Josías,

que fue como ninguna otra había tenido lugar desde los tiempos de Samuel en todo

Israel (2.° Cr. 35:18-19).

36

sueño de Nabucodonosor por las cuatro secciones de la gran estatua,

quedan en esta visión tipificados por cuatro animales salvajes.

A continuación citamos la visión relatada en Daniel 7: 2-14:

Daniel comenzó su relato diciendo:

Miraba yo en mi visión de noche, y he aquí que los cuatro vientos

del cielo irrumpieron en el gran mar. Y cuatro bestias grandes,

diferentes la una de la otra, salieron del mar. La primera era como

un león, y tenía alas de águila. Mientras yo la miraba le fueron

arrancadas las alas, fue levantada del suelo y se puso erguida sobre

sus patas a manera de hombre, y le fue dado un corazón de hombre.

A continuación, otra segunda bestia, semejante a un oso, la cual se

alzaba de un costado más que del otro, y tenía en su boca tres

costillas entre los dientes; y le fue dicho así: levántate, devora mucha

carne.

Después de esto, yo seguía mirando y vi otra, semejante a un

leopardo, con cuatro alas de ave en sus espaldas; esta bestia tenía

cuatro cabezas; y le fue dado poder. Después de esto seguí mirando

en las visiones de la noche, y he aquí una cuarta bestia, espantosa y

terrible y en gran manera fuerte, la cual tenía unos dientes grandes

de hierro; devoraba y desmenuzaba, y lo sobrante lo pisoteaba con

sus patas, y era muy diferente de todas las bestias que vi antes de

ella, y tenía diez cuernos. Mientras yo contemplaba los cuernos, he

aquí que otro cuerno pequeño salió de entre ellos, y delante de él

fueron arrancados tres cuernos de los primeros; y he aquí que este

cuerno tenía ojos como de hombre, y una boca que hablaba con gran

arrogancia. Estuve mirando hasta que fueron puestos tronos, y se

sentó un Anciano de muchos días, cuyo vestido era blanco como la

nieve, y el pelo de su cabeza como lana limpia; su trono, llama de

fuego, y las ruedas del mismo, fuego ardiente. Un río de fuego

procedía y salía de delante de él; millares de millares le servían, y

miríadas de miríadas asistían delante de él; el Juez se sentó, y los

libros fueron abiertos. Yo entonces miré atraído por el sonido de las

grandes palabras que hablaba el cuerno; estuve mirando hasta que

mataron a la bestia, y su cuerpo fue destrozado y arrojado al fuego

para que se quemase. Habían también quitado a las otras bestias su

dominio, pero les había sido prolongada la vida hasta cierto tiempo.

Seguía yo mirando en la visión de la noche, y he aquí con las nubes

del cielo venía uno como un hijo de hombre, que vino hasta el

Anciano de días, y le hicieron acercarse delante de él. Y le fue dado

dominio, gloria y reino, para que todos los pueblos, naciones y

lenguas le sirvieran; su dominio es dominio eterno, que nunca

pasará, y su reino, un reino que no será destruido jamás.

Los diez dedos de los pies de la imagen en el segundo capítulo tienen

correlación con los diez cuernos de la cuarta bestia del séptimo

capítulo. El carácter y la carrera del cuatro imperio son el asunto

prominente en esta otra versión, pero ambas profecías son igualmente

explícitas acerca de que aquel imperio, en su última y definitiva fase,

terminará de una manera repentina y señalada por una manifestación

de poder divino sobre la tierra.

Los detalles de la visión, aunque son interesantes e importantes,

pueden aquí ser pasados por alto, porque la interpretación que

reciben es tan sencilla y tan definitiva que las palabras no pueden

dejar lugar a ninguna duda para una mente sin prejuicios. «Estas

cuatro grandes bestias son cuatro reyes (reinos; cp. con el v. 23), que

se levantarán en la tierra. Después recibirán el reino los santos del

Altísimo, y poseerán el reino eternamente, por eternidad de

eternidades.» I7

El profeta procede a continuación a recapitular la visión, y su manera

de hablar ofrece una respuesta explícita a la única cuestión que pueda

suscitarse de una manera razonable acerca de las palabras que se

acaban de citar; o sea, si el «reino de los santos» seguirá de manera

inmediata a la finalización del cuarto imperio gentil.18

17. Vv. 17, 18.

18. Ciertos autores abogan por una interpretación de estas visiones que distribuye

los «cuatro reinos» entre Babilonia, Media, Persia, y Grecia. Este punto de vista,

con el que se identifica el profesor Westcott, reclama atención aunque sólo sea para

distinguirlo de otro con el que ha sido confundido, incluso en una obra de tantas

pretensiones como la del The Speaker's Commentary(vol. VI, p. 333, Excursus on

the Four Kingdoms). El erudito autor de Ordo Saeculorum (n.° 616, etc.), citando a

Maitland, que a su vez sigue a Lacunza (Ben Ezra), argumenta que la ascensión de

Darío el Medo al trono de Babilonia no implicó un cambio de imperio. (sigue pie)

37

Luego, tuve deseo de saber la verdad acerca de la cuarta bestia,

que era tan diferente de todas las otras, espantosa en gran manera,

que tenía dientes de hierro y uñas de bronce, que devoraba y

desmenuzaba, y pisoteaba con sus patas lo sobrante; asimismo

acerca de los diez cuernos que tenía en su cabeza, y del otro que le

había salido, delante del cual habían caído tres; el mismo cuerno

que tenía ojos, y boca que hablaba con gran arrogancia, y cuya

apariencia era mayor que la de los otros. Y veía yo también que este

cuerno hacía guerra contra los santos, y los vencía, hasta que vino el

Anciano de muchos días, y se dio el juicio a los santos del Altísimo; y

llegó el tiempo en que los santos recibieron en posesión el reino (Dn.

7:19-22).

Tal era el interrogante del profeta. Y aquí tenemos la Interpretación

que se le dio como respuesta:

La cuarta bestia será un cuarto reino en la tierra, el cual será

diferente de todos los otros reinos; devorará toda la tierra, la

pisoteará y la triturará. Y los diez cuernos significan que de aquel

reino se levantarán diez reyes; y tras ellos se levantará otro, el cual

será diferente de los primeros, y derribará a tres reyes. Y hablará

palabras contra el Altísimo, y tratará duramente a los santos del Al-

tísimo, y pretenderá cambiar los tiempos y la ley; y serán entregados

en su mano hasta un tiempo, y tiempos, y medio tiempo. Pero se

sentarán los jueces, y le será quitado su dominio para que sea

destruido y arruinado totalmente, y que el reino, y el dominio y la

majestad de los reinos debajo de todos los cielos sean dados al

pueblo de los santos del Altísimo, cuyo reino es un reino eterno, y

todos los imperios le servirán y obedecerán (Dt. 7:23-27).19

…Viene 18. Estos autores argumentan, además, que la descripción del tercer reino se parece

más a Roma que a Grecia. Según este punto de vista, por ello, los reinos son, el 1.°

Babilonia, incluyendo Persia, el 2.° Grecia, el 3.° Roma, el 4.° un reino futuro que

ha de surgir en los últimos tiempos. Pero como ya se ha señalado (p. 74), el libro de

Daniel distingue claramente a Babilonia, Media-Persia, y Grecia como «reinos»

dentro del campo profético.

19. Acerca de esta visión, ver Pusey, Daniel, pp. 78, 79.

El que la historia registre algún evento que pueda quedar dentro del

campo de esta profecía es asunto de opiniones. Que no ha sido aún

cumplida es un hecho evidente.20

La tierra romana quedará un día

distribuida entre diez reinos separados, y de uno de éstos surgirá el

terrible enemigo de Dios y de Su pueblo, cuya destrucción será uno

de los eventos de la segunda venida de Cristo.

20. Se ha apelado al estado de Europa durante o después de la división del

Imperio Romano como su cumplimiento, ignorando el hecho de que el territorio

que Augusto gobernó incluía una considerable sección de África y de Asia. Y esto

no es todo. No existen presunciones en contra de hallar en el pasado un

cumplimiento parcial de tal profecía, pero el hecho de que se han preparado

veintiocho diferentes listas, incluyendo sesenta y cinco «reinos», en esta

controversia, constituye una prueba de cuan poco valor posee la evidencia de que

haya habido aún un cumplimiento. La verdad es que la escuela histórica de

interpretación ha hecho caer el descrédito sobre todo su sistema, a pesar de

contener tantas cosas que reclaman atención (ver Apéndice II, nota C).

38

4

La visión junto al rio Ulay

«Los TIEMPOS de los gentiles»; así es como Cristo mismo describió

la era de la supremacía gentil. Los hombres han llegado a considerar

la tierra como el propio dominio de ello, y se ofenden con el pensa-

miento de que Dios intervenga en sus asuntos. Pero a pesar de que

parezca que los monarcas deben sus tronos a derechos dinásticos, a la

espada, o a la urna electoral —y en su capacidad individual sus

derechos sólo pueden descansar sobre éstos— el poder que esgrimen

es delegado divinamente, porque «el Altísimo tiene el dominio sobre

la realeza de los hombres, y ….la da a quien él quiere».1 En el

ejercicio de esta elevada prerrogativa Dios volvió a tomar el cetro

que había confiado a la casa de David, y lo puso en manos gentiles; y

la historia de este cetro durante todo este período, desde aquella

época hasta la finalización de los tiempos de los gentiles, es el sujeto

de las primeras visiones del profeta.

La visión del capítulo 8 de Daniel tiene un campo más restringido.

Trata solamente de los dos reinos que estaban representados en la

sección central, o sea brazos y tronco, de la imagen del segundo

capítulo. El Imperio Medo-Persa, y la relativa superioridad de la

1. Dn. 4:25.

nación más joven, quedan representados en la visión del carnero de

dos cuernos, uno de los cuales era más alto, aunque el último en

crecer. Y el surgimiento del Imperio Griego bajo Alejandro, seguido

por su división entre sus cuatro sucesores, queda tipificado por un

macho cabrío con un solo cuerno entre sus ojos, cuerno este que se

quebró, dando lugar a cuatro cuernos que surgieron en su lugar. De

uno de estos cuernos surgió un cuerno pequeño, representando a un

rey que se haría infame como blasfemo de Dios y perseguidor de Su

pueblo.

Que el curso de Antíoco Epífanes estuvo de una manera especial

dentro del campo y del significado de esta profecía es algo indis-

cutido. Que su cumplimiento definitivo pertenezca a un tiempo futuro

es cosa que, aunque no está generalmente admitida, está lo suficiente-

mente clara. La prueba es doble. Primero, no puede por menos que

reconocerse que sus detalles más notables permanecen completa-

mente sin cumplir.2 Y, segundo, se afirma expresamente aquí que los

sucesos han de tener lugar «al fin de la ira»,3 que es «la gran tribu-

lación» de los ú l t imos días,4 «tiempo de angustia» que debe

preceder inmediatamente a la completa liberación de Judá.5

Es necesario recargar más el especial asunto de estas páginas con

más consideraciones de este tipo. Por ahora, la investigación que nos

concierne, la visión del carnero y del macho cabrío es importante

principalmente como explicación de las visiones que la preceden. Lo

que sigue es la visión del capítulo 8:

Miré durante la visión y me vi yo en Susa, que es la plaza fuerte de la

provincia de Elam; vi, pues, en visión que me hallaba junto al río

Ulay. Alcé los ojos y miré, y vi un carnero que estaba delante del

2. Me refiero a los 2.300 días del versículo 14, y a la afirmación del versículo 25,

«y se levantará contra el Príncipe de los príncipes, pero será quebrantado, aunque

no por mano humana».

3. Dn. 8:19.

4. Mt. 24:21.

5. «Y será tiempo de angustia, cual nunca fue desde que hubo gente hasta

entonces; pero en aquel tiempo será libertado tu pueblo» (esto es, los judíos, Dn.

12:1, RV. 1960).

39

río; tenía dos cuernos, y aunque ambos cuernos eran altos, uno era

más alto que el otro, aunque el más alto había empezado a crecer

después del otro. Vi que el carnero acometía con los cuernos contra

el poniente, el norte y el sur, y que ninguna bestia podía resistirle, ni

había quien escapase de su poder, y hacía conforme a su voluntad, y

se engrandecía. Mientras yo consideraba esto, he aquí que un macho

cabrío venía del lado del poniente sobre la superficie de toda la

tierra, pero sin tocar el suelo; y aquel macho cabrío tenía un cuerno

bien visible entre sus ojos, y vino hasta el carnero de dos cuernos,

que yo había visto de pie delante del río, y corrió contra él con la

furia de su fuerza. Y lo vi que alcanzaba al carnero, y se levantó

contra él y le acometió, quebrándole sus dos cuernos, y el carnero no

tenía fuerza para resistirle; lo derribó, por tanto, en tierra, y lo piso-

teó, y no hubo quien librase al carnero de su poder. Y el macho

cabrío se engrandeció en gran manera; pero estando en su mayor

fuerza, aquel gran cuerno fue quebrado, y en su lugar le salieron

otros cuatro cuernos bien visibles hacia los cuatro vientos del cielo.

Y de uno de ellos salió un cuerno pequeño, que creció mucho hacia

el sur y el oriente, y hacia la tierra gloriosa. Y se engrandeció hasta

el ejército del cielo; y parte del ejército y de las estrellas echó por

tierra, y las pisoteó. Aun contra el príncipe de los ejércitos se irguió

y por él le fue quitado el continuo sacrificio, y el lugar de su san-

tuario fue echado por tierra. Y a causa de la iniquidad le fue entre-

gado junto con el continuo sacrificio; y echó por tierra la verdad, e

hizo cuanto quiso, y le acompañó el éxito. Entonces oí a un santo que

hablaba; y otro de los santos preguntó a aquel que hablaba: ¿Hasta

cuándo durará la visión del continuo sacrificio abolido, y la iniqui-

dad asoladora puesta allí, y del santuario y el ejército pisoteados? Y

él dijo: Hasta dos mil trescientas tardes y mañanas; luego el san-

tuario será purificado. Y aconteció que mientras yo, Daniel, contem-

plaba la visión y procuraba comprenderla, he aquí que se puso de-

lante de mí uno con apariencia de hombre. Y oí una voz de hombre

entre las riberas del río Ulay, que gritó y dijo: Gabriel, explícale a

éste la visión. Vino luego cerca de donde yo estaba; al acercarse, me

sobrecogí y me postré sobre mi rostro. Pero él me dijo: Presta aten-

ción, hijo de hombre, porque la visión es para el tiempo del fin.

Mientras hablaba conmigo, perdí el conocimiento y caí en tierra

sobre mi rostro. El me tocó, y me hizo estar en pie. Y dijo: He aquí,

voy a enseñarte lo que ha de venir al fin de la ira; porque el fin está

fijado. En cuanto al carnero que viste, que tenía dos cuernos, éstos

son los reyes de Media y de Persia. El macho cabrío es el rey de

Grecia, y el cuerno grande que tenía entre sus ojos es el primer rey.

Y en cuanto al cuerno que fue quebrado, y sucedieron cuatro en su

lugar, significa que se levantarán de esa nación cuatro reinos,

aunque no con la fuerza de él. Y al fin del reinado de éstos, cuando

las transgresiones lleguen a su colmo, se levantará un rey altivo de

rostro y experto en intrigas. Y su poder se fortalecerá, mas no con

fuerza propia; y causará grandes ruinas, y se alcanzará éxitos en sus

empresas, y destruirá a los fuertes y al pueblo de los santos. Con su

sagacidad hará prosperar la intriga en su mano; y se ensoberbecerá

en su corazón, y destruirá a muchos por sorpresa, y se levantará

contra el Príncipe de los príncipes, pero será quebrantado, aunque

no por mano humana. La visión de las tardes y mañanas que se ha

referido es verdadera; y tú guarda la visión, porque es para días

lejanos (Dn. 8:2-26).

Un punto de contraste con la profecía del cuarto reino gentil demanda

un reconocimiento muy enfático. La visión del reino de Alejandro,

seguido por la división de su imperio en cuatro, sugiere una rápida

secuencia de eventos, y la historia de los treinta y tres años que trans-

currieron entre las batallas de Issos y de Ipsos6 comprenden el total

cumplimiento de la profecía, pero el surgimiento de diez cuernos

sobre la cuarta bestia en la visión del séptimo capítulo parece tener

6. Fue la batalla de Issos el año 333 a.C, no la victoria de Granico el año anterior,

lo que hizo de Alejandro el dueño de Palestina. La batalla definitiva, que marcó el

fin del imperio Persa, fue la de Arbela el año 331 a.C. Alejandro murió el 323 a.C,

y la distribución definitiva de sus territorios fue entre sus cuatro generales princi-

pales, seguida de la batalla de Ipsos el 301 a.C. En esta partición, la parte de

Seleuco incluyó a Siria («el rey del norte»), y Ptolomeo retuvo la Tierra Santa con

Egipto («el rey del sur»); pero más tarde Palestina fue conquistada y mantenida por

los seléucidas. Casandro obtuvo Macedonia y Grecia, y Lisímaco se quedó con

Tracia, partes de Bitinia, y los territorios entre ésta y los de Menandro.

40

lugar en un período tan breve como el del surgimiento de los cuatro

cuernos sobre el macho cabrío en el capítulo octavo; mientras que es

evidente en las páginas de la Historia que esta división del imperio

romano no ha tenido todavía lugar. Se pueden dar fechas definidas al

surgimiento de los tres primeros reinos de la profecía; y si se asigna

la fecha de la batalla de Accio como la del principio de la época del

monstruo híbrido que llenaba las escenas finales de la visión del

profeta —y no se le puede asignar ninguna fecha más tardía— se

sigue de ello que, al interpretar la profecía, podemos eliminar la

historia del mundo desde la época de Augusto hasta la actualidad, sin

perder la secuencia de la visión.7 O, en otras palabras, la percepción

del profeta hacia el futuro pasó completamente por alto estos

diecinueve siglos de nuestra Era. Así como los picos de montañas se

ven juntos en el horizonte, pareciendo casi tocarse, aunque un gran

valle de ríos, campos y colinas puede extenderse entre ellas, así se

presentaron ante la visión del profeta estos eventos de épocas ya en el

pasado remoto, y de tiempos todavía futuros.

Y con el Nuevo Testamento en nuestras manos, traicionaría la

realidad de una extraña y voluntaria ignorancia si pusiéramos en duda

el deliberado designio que ha dejado este largo intervalo de nuestra

era cristiana como un espacio en blanco en las profecías de Daniel.

La revelación más lícita del capítulo 9 cuenta los años antes de la

primera venida del Mesías. Pero si estos diecinueve siglos hubieran

sido añadidos a la cronología del período. ¿Cómo hubiera podido el

haber tomado el testimonio del próximo cumplimiento de estas

mismas profecías, y haber proclamado que el reino se había

acercado?8 Aquel que conoce todos los corazones, conocía bien este

asunto; pero es impío pensar que la proclamación no era genuina en

el sentido más estricto y verdadero; y hubiera sido engañosa e

incierta si la profecía hubiera predicho un largo intervalo de rechazo

7. La misma observación se aplica a la visión del segundo capítulo, el surgimiento

del imperio Romano, su futura división, y su condenación final, que se presentan

como una sola figura.

8. Esto es, el reino tal como Daniel lo había profetizado. Acerca de esto, ver

Pusey, Daniel, p. 84.

de Israel antes de que pudiera llevarse a cabo lo prometido.

Es por ello que las dos venidas de Cristo parecen estar tan juntas

en las Escrituras. Las corrientes superficiales de la responsabilidad y

culpabilidad humanas no quedan afectadas por la presciencia y

soberanía inmutables y subyacentes de Dios. La responsabilidad de

ellos era real, y su culpabilidad era inexcusable, al haber rechazado a

su largamente prometido Rey y Salvador. Ellos no eran víctimas de

un hado inexorable que les arrastrase a su condenación, sino los

agentes libres que habían utilizado de su libertad para crucificar al

Señor de la gloria. «Su sangre sea sobre nosotros, y sobre nuestros

hijos», fue el terrible e impío clamor ante el sitial de Pilato, y durante

dieciocho siglos les ha caído encima este juicio, que llegará a su

aterradora culminación en aquel «tiempo de angustia, cual nunca lo

hubo hasta entonces, desde que existen las naciones».9

Estas visiones estaban impregnadas de misterio para Daniel, y

llenaron la mente del viejo profeta de angustiosos pensamientos.10

Una larga Lista de sucesos parecían así interponerse antes de la

consecución de las bendiciones prometidas a su nación, y aun así

estas mismas revelaciones hacían que estas bendiciones fueran más

seguras. No pasó mucho tiempo sin ser testigo de la caída del

Imperio Babilónico, y ver a un extranjero entronizado dentro de la

amurallada ciudad. Pero el cambio no trajo esperanzas para Judá.

Daniel fue desde luego restaurado al puesto de poder y de dignidad

que había ejercido durante tanto tiempo bajo Nabucodonosor,11

9. Dn. 12:1; Mt. 24:21. Discutir lo que hubiera sido el curso de los eventos si los

judíos hubieran aceptado a Cristo es una mera ligereza. Pero es legítimo inquirir

cómo el judío creyente, inteligente en las profecías, hubiera esperado el reino,

sabiendo que tenía que tener lugar primero la división del Imperio Romano en diez

partes y el surgimiento, del «cuerno pequeño». La dificultad desaparecerá si vemos

cuan repentinamente se desmembró el imperio de Alejandro a su muerte. De la

misma manera, la muerte de Tiberio hubiera podido llevar a la inmediata fragmen-

tación del Imperio Romano, y al surgimiento del perseguidor predicho. En una

palabra, todo lo que permanecía sin cumplir de la profecía de Daniel podría haberse

cumplido en los años que tenían que pasar aún para cumplir las setenta semanas.

10. Dn. 7:28; 8:27.

11. Dn. 2:48; 6:2.

41

pero no por ello dejó de ser un exilado; su pueblo estaba en cautivi-

dad, su ciudad permanecía asolada, en ruinas, y su tierra era un

desierto. Y el misterio sólo quedó acrecentado cuando consideró la

profecía de Jeremías, que fijaba en setenta años el tiempo dispuesto

para «las desolaciones de Jerusalén».12

Así, «en oración y ruego, en

ayuno, cilicio y cenizas», se presentó ante Dios; como príncipe de su

pueblo, confesando su apostasía nacional, y orando por su restaura-

ción y perdón. Y ¿quién puede leer aquella plegaria sin conmoverse?

Oh Señor, conforme a todos tus actos de justicia, apártese ahora tu

ira y tu furor de sobre tu ciudad Jerusalén, tu santo monte; porque a

causa de nuestros pecados, y por la maldad de nuestros padres,

Jerusalén y tu pueblo son el oprobio de todos los que nos rodean.

Ahora pues, Dios nuestro, escucha la oración de tu siervo, y sus rue-

gos; y haz que tu rostro resplandezca sobre tu santuario asolado, por

amor de ti mismo, oh Señor. Inclina, oh Dios mío, tu oído, y escucha;

abre tus ojos, y mira nuestras ruinas, y la ciudad sobre la cual es

invocado tu nombre; porque no elevamos nuestros ruegos ante ti

confiados en nuestras justicias, sino en tus grandes misericordias.

¡Señor, escucha! ¡Señor, perdona! ¡Señor, presta atención y actúa!

¡No tardes más, por amor de ti mismo, Dios mío! Porque tu nombre

es invocado sobre tu ciudad y sobre tu pueblo (Dn. 9:16-19).

Mientras que Daniel estaba así «hablando y orando» Gabriel —aquel

mismo mensajero angélico que llevó el anuncio del nacimiento del

Salvador en Belén—, se le apareció una vez más,13

y, en respuesta a

sus súplicas, dio al profeta la gran predicción de las setenta semanas.

12. Dn. 9:2.

13. Dn. 9:21. Ver 8:16.

5

El mensaje del ángel

Setenta semanas están determinadas sobre tu pueblo y sobre tu

santa ciudad, para acabar con las prevaricaciones y poner fin al

pecado, y sellar la visión y la profecía, y ungir al santo de los

santos.1 Sabe, pues, y entiende, que desde la salida de la orden

2

para restaurar y edificar a Jerusalén hasta el Mesías Príncipe, habrá

siete semanas, y sesenta y dos semanas, se volverá a edificar la plaza

y el muro, pero esto en tiempos angustiosos. Y después de las sesenta

y dos semanas se quitará la vida al Mesías, y no por él mismo; y el

pueblo de un príncipe que ha de venir destruirá la ciudad y el

santuario; y su fin será en una inundación, y hasta el fin de la guerra

durarán las devastaciones. Y hará que se concierte un pacto3 con

muchos por una semana; y a la mitad de la semana hará cesar el

1. «La expresión no se aplica en un solo caso a ninguna persona.» Tregelles,

Daniel, p. 98.

«Estas palabras son aplicadas al Nazareno, a pesar de que esta expresión nunca

se aplica a ninguna persona a través de toda la Biblia, sino que invariablemente

denota una parte del templo, el lugar santísimo ». Doctor Hermán Adler, Sermons,

p. 109 (Trübner, 1869).

2. «A partir de la promulgación de la orden.» Tregelles, Daniel, pg. 96.

42

sacrificio y la ofrenda; y en el ala del templo estará la abominación

horrible, hasta que la ruina decretada se derrame sobre el desolador

(Dn. 9:24-27).

TAL FUE EL MENSAJE confiado al ángel en respuesta a la oración del

profeta por misericordia sobre Judá y Jerusalén.

¿A quién deberemos apelar para tener una interpretación de este

anuncio? Desde luego, no al judío, pues aunque él mismo es el objeto

de esta profecía, y de todos los hombres el más interesado en su

significado, está obligado, al rechazar el cristianismo, a falsificar no

solamente su propia historia, sino, además, sus propias Escrituras.

Tampoco el teólogo que tiene teorías proféticas que defender, y que

al descubrir, quizás, alguna era de siete veces setenta en la historia de

Israel, llega a la conclusión de que ha resuelto el problema, ignoran-

do el hecho de que la extraña historia de este maravilloso pueblo está

marcada a lo largo de todo su curso por ciclos cronológicos de

setentas y de múltiplos de setentas. Pero cualquier hombre sin

prejuicios que lea las palabras sin otro comentario aparte del que dan

las mismas Escrituras y la historia de aquellos tiempos, admitirá pres-

tamente que en ciertos puntos clave su significado es inequívoco y

claro.

I. Se reveló así que toda la provisión de bendiciones prometida a

los judíos sería suspendida hasta el final de un período de tiempo

descrito como «setenta sietes», después de los cuales la ciudad y el

pueblo de Daniel4 han de ser establecidos en una bendición de la

máxima plenitud.

II. Otro período compuesto de siete semanas y de sesenta y dos

semanas se especifica con la misma certeza.

3. No el pacto (RV. 1960), sino un pacto (RV. 1977). Esta palabra se traduce

pacto cuando se trata de cosas divinas, y liga cuando se trata, como aquí, de un

tratado ordinario (Cp. ex. gr., Jos. 9:6, 7, 11, 15, 16, donde se usa la palabra

alianza).

4. Sí las palabras del versículo 24 y del 25 no llevan por sí mismas la convicción

de que son Judá y Jerusalén los sujetos de la profecía, el lector sólo tiene que

compararlos con los versículos precedentes, especialmente el 2, 7, 12, 16, 18 y 19.

III. Esta segunda era data desde la emisión de un edicto para

reconstruir Jerusalén —no el templo, sino la ciudad—, porque para

impedir cualquier tipo de dudas, «la plaza y el muro» 5 son mencio-

nados de una manera expresamente enfática; y un evento definido,

descrito como quitarle lo vida al Mesías, marca su final.

IV. El comienzo de la semana precisa (que se ha de añadir a las

sesenta y nueve) para completar las setenta, debe quedar señalada por

el establecimiento de un pacto o tratado por una persona descrita

como «el Príncipe que ha de Venir», pacto que él violará a la mitad

de la semana con la supresión de la religión de los judíos.6

V. Y de esta manera el tiempo completo de las setenta semanas, y

el período más corto de las sesenta y nueve semanas, datan a partir de

la misma época.7

Por lo tanto, la primera cuestión que se suscita es si existen

registros históricos que marquen el principio de dicho tiempo.

Ciertos autores, tanto cristianos como judíos, han asumido que las

setenta semanas empezaron el primer año de Darío, la fecha en que

se emitió la profecía; y así, al caer en un craso error en el mismo

principio de su investigación, todas sus conclusiones son necesaria-

mente erróneas. Las palabras del ángel son inequívocas: «Desde la

salida de la orden para restaurar y edificar a Jerusalén hasta el Mesías

Príncipe, habrá siete semanas, y sesenta y dos semanas».

5. Literalmente, «el foso o escarpa». Tregelles, Daniel, p. 90.

6. La persona mencionada en el versículo 27 no es el Mesías, sino el segundo

príncipe nombrado en el versículo 26. La teoría, que ha ganado seguidores en la

actualidad, de que el Señor hizo un pacto durante siete años con los judíos al

principio de Su ministerio, merecería un importante lugar en una enciclopedia de

extravagancias del pensamiento religioso. Conocemos el antiguo Pacto, que ha sido

abrogado, y el nuevo Pacto, que es eterno, pero la extraordinaria idea de un pacto

de siete años entre Dios y los hombres no tiene ni una sombra de base sobre la letra

de las Escrituras, y está totalmente opuesta a su espíritu.

7. El período entero de setenta semanas queda dividido en tres periodos sucesivos:

siete, sesenta y dos, una. Y la última semana se divide en dos partes. Es evidente

por sí mismo que ya que estas partes, siete, sesenta y dos, y una, son iguales al

total, o sea, setenta, es que así estaba dispuesto que fuera.» Pusey, Daniel, p. 170.

43

Que Jerusalén fue, de hecho, reconstruida como ciudad fortificada es

cosa totalmente cierta e indudable; y el único punto que aquí nos

concierne es si la historia nos registra el edicto de su restauración.

Cuando nos volvemos al libro de Esdras, hay tres decretos de

varios reyes persas que reclaman nuestra atención. Los versículos

iniciales nos hablan del extraño edicto por el que Ciro autorizó la

reconstrucción del templo. Pero la «casa a Jehová Dios de Israel»

queda especificada con una claridad tan excluyente que no puede, en

manera alguna, satisfacer las palabras de Daniel. Verdaderamente, la

fecha de aquel decreto da prueba concluyente de que no constituía el

principio de las setenta semanas. Setenta años era la duración deter-

minada de la servidumbre en Babilonia.8 Pero se decretó otro juicio

de setenta años, de desolaciones durante el reinado de Sedequías,9

debido a la continua desobediencia y rebelión. Así como transcurrió

un intervalo de diecisiete años entre la fecha de la servidumbre y la

época de las «desolaciones», así el segundo período finalizó dieci-

siete años después del primero. La servidumbre finalizó con el

decreto de Ciro. Las desolaciones continuaron hasta el segundo año

de Darío Histaspes.10

Y era el tiempo de las desolaciones, y no de la

servidumbre lo que Daniel tenía ante sí.11

8. Jer. 27:6-17; 28:14; 29:10.

9. Fue profetizado en el cuarto año de Joacim, esto es, el año después que tuviera

lugar el principio de la servidumbre (Jer. 25:1, 11).

10. Las Escrituras distinguen así tres distintos tiempos, que se solapan entre ellas,

y que han llegado a recibir el nombre de «la cautividad». Primero, la servidumbre;

después, la cautividad de Joacim; y tercero, las desolaciones. «La servidumbre»

tuvo su comienzo en el tercer año de Joacim, esto es, el 606 a.C, o antes del 1° de

Nisán (Abril) del año 605 a.C, y llegó a su término con el decreto de Ciro setenta

años más tarde. «La cautividad» empezó en el octavo año de Nabucodonosor,

según el tiempo escritural de su reinado, o sea, el año 598 a.C; y las desolaciones

empezaron en su decimoséptimo año, el 589 a.C, y finalizaron el segundo año de

Darío Histaspes —de nuevo otro período de setenta años. Ver Apéndice I acerca de

las cuestiones cronológicas aquí involucradas.

11. Dn. 9:2 es explícito a este respecto: «Yo, Daniel, miré atentamente en los

libros sagrados el número de los años de que habló Jehová al profeta Jeremías, que

habían de cumplirse sobre los ruinas de Jerusalén: setenta años [ruinas: desola-

ciones en otras versiones. Son sinónimos].»

El decreto de Ciro era el cumplimiento divino de la promesa dada a

los de la cautividad en el capítulo 29 de Jeremías, y de acuerdo con la

promesa se garantizó la máxima libertad a los deportados para su

retorno a Palestina. Pero hasta que no hubiera finalizado el tiempo de

las desolaciones no se iba a poder poner piedra sobre piedra sobre el

Monte Moriah. Y esto explica el hecho aparentemente inexplicable

de que el firman para construir el templo, concedido a agentes deseo-

sos de cumplirlo por Ciro en lo más exaltado de su poder, permane-

ció inefectivo hasta su muerte; porque les fue permitido a un puñado

de samaritanos reluctantes que impidiesen la ejecución del edicto

más solemne jamás emitido por un déspota oriental, un edicto

además que parecía estar confirmado por una sanción divina apoyan-

do la voluntad inalterable de un rey Medo-Persa.12

Cuando expiraron los años de las desolaciones, se promulgo un

mandato divino para la construcción del santuario, y en obediencia a

este mandato y sin esperar permisos de la capital, los judíos retorna-

ron a la obra que tan a menudo les había sido impedida.13

La oleada

de excitación política que llevó a Darío al trono de Persia, fue engro-

sada con un fervor religioso en contra de la idolatría mágica.14

Así,

aquellos momentos eran oportunos para los Israelitas, cuya adoración

a Jehová atraía las simpatías de la fe zoroástrica; y cuando las noti-

cias llegaron a palacio acerca de su aparente sedición en Jerusalén,

12. «La ley de Media y de Persia, la cual no puede ser abrogada» (Orí. 6:12). El

canónigo Rawlinson asume que el templo estuvo quince o dieciséis años constru-

yéndose, antes de que la obra cesase por el decreto de Artajerjes mencionado en

Esdras 4. (Five Great Mon., vol. iv. Pag 398.) Pero ello es enteramente opuesto a

las Escrituras. Los cimientos del templo se echaron en el segundo año de Ciro (Esd.

3:8-11), pero no se hizo ningún progreso hasta el segundo año de Darío, cuando se

volvieron a echar los cimientos, pues, todavía no se había levantado ni una sola

piedra de la casa (Hag. 2:10, 15, 18). El edificio, una vez empezado, fue finalizado

en cinco años (Esd. :15).Se debe tener en mente que el altar fue establecido, y el

sacrificio fue renovado inmediatamente a la vuelta de los deportados (Esd. 3:3-6).

13. Esd. 5:1, 2, 5.

14. Five Great Mon., vol. 4, p. 405. Pero el canónigo Rawlinson está totalmente

equivocado al deducir que fue el sabido celo religioso de Darío el motivo que puso

en marcha a los judíos. Ver Esd. 5.

44

Darío hizo una investigación en archivos babilónicos de Ciro, y

hallando el decreto de su predecesor, emitió a su vez un firman

propio para darle efecto.15

Y este es el segundo suceso que permite un posible comienzo de

las setenta semanas.16

Pero, aunque se puedan presentar argumentos

plausibles con el fin de demostrar, ya sea considerándolo como un

edicto independiente, o como dando efecto práctico al decreto de

Ciro, que el acto de Darío dio comienzo al período profético, hay una

respuesta clara y contundente a ello, en que deja de satisfacer las

palabras del ángel. Sea como se quiera dar cuenta de los hechos, lo

cierto es que, a pesar de que se habían cumplido las «desolaciones»,

aun así el alcance del edicto real, y la acción de los judíos en el

cumplimiento de este edicto, no fueron más allá de construir el

Templo Santo, mientras que la profecía predecía un decreto para la

construcción de la ciudad; no tan sólo de la calle, sino de las fortifi-

caciones de Jerusalén.

Cinco años fueron suficientes para la construcción del edificio que

sirvió de santuario a Judá durante los cinco siglos que siguieron.17

Pero, en notable contraste con el templo que habían erigido en los

días cuando la magnificencia de Salomón hizo que en Jerusalén el

oro fuera tan barato como el bronce, ningún ornamento costoso

adornaba la segunda casa, hasta que en el séptimo año de Artajerjes

Longimano los judíos obtuvieron un firmán «para honrar [hermosear]

la casa de Jehová que está en Jerusalén».18

Esta carta autorizaba,

además, a Esdras a volver a Jerusalén con todos los judíos que

deseasen volver con él, y allí restaurar de una manera total la adora-

ción del templo y las ordenanzas de su religión. Pero este tercer

decreto no hace referencia alguna a la construcción, y podría haber

sido pasado por alto si no fuera porque muchos autores lo han

señalado como el comienzo de la época de la profecía.

15. Esd. 6.

16. Esta es la época asignada por el señor Bosanquet en su Mesiah the Prince. 17. El Templo fue empezado en el segundo año de Darío, y finalizado en el séptimo (Esd.

4:24; 6:15). 18. Esd. 7. Ver vv. 19 y 27.

El templo había sido reconstruido hacía muchos años ya, y la ciudad

permanecía desolada después de trece años. Es en vano investigar en

el libro de Esdras por un decreto de restaurar y construir Jerusalén.

Pero tan sólo tenemos que ir al libro que le sigue en el canon de la

Escritura para hallar el registro que buscamos.

El libro de Nehemías abre sus páginas relatándonos que estando él en

Susa,19

donde él era el copero del gran rey, «un honor nada pequeño

en Persia»,20

ciertos de sus hermanos llegaron de Judea, y él preguntó

«por los judíos que habían escapado, que habían quedado de la

cautividad, y por Jerusalén». Los emigrantes declararon que todos

estaban «en gran mal y afrenta», «el muro de Jerusalén derribado, y

sus puertas quemadas a fuego».21

El primer capítulo concluye con el

dato de las súplicas de Nehemías al «Dios de los cielos». El segundo

capítulo narra cómo «en el mes de Nisán, en el año veinte del rey

Artajerjes», él estaba cumpliendo los deberes de su oficio, y que

mientras él estaba ante el rey, su cara traicionó su pesar, y Artajerjes

le dijo que le explicara su angustia. «Para siempre viva el rey»,

respondió Nehemías. «¿Cómo no estará triste mi rostro, cuando la

ciudad, casa de los sepulcros de mis padres, está desierta, .y sus

puertas consumidas por el fuego?» «¿Qué es lo que deseas?» le

preguntó el rey. Con lo que Nehemías le respondió así: «Si le place al

rey, y tu siervo ha hallado gracias delante de ti, envíame a Judá, a LA

CIUDAD de los sepulcros de mis padres, y LA REEDIFICARE».22

Artajerjes concedió la petición, y emitió las órdenes necesarias para

su ejecución. Cuatro meses más tarde, manos bien dispuestas estaban

ocupadas en las arruinadas murallas de Jerusalén, y antes de la Fiesta

de los Tabernáculos la ciudad estaba de nuevo rodeada de muros con

puertas y baluartes.23

19. Para una descripción de las ruinas del gran palacio de Susa, ver W. Kennett

Loftus, Travels and Researches in Chaldea and Susiana, cap. 28.

20. Herodoto, iii, 34.

21. Neh. 1:2.

22. Neh. 2:5.

23. Neh. 6:15.

45

Pero se ha alegado que «el decreto del año vigésimo del rey

Artajerjes es tan sólo una extensión y una renovación del primer

decreto, así como el decreto de Darío confirmaba el de Ciro».24

Si

esta afirmación no estuviera apoyada por un gran nombre, no

merecería ni tan siquiera dar cuenta de ella de pasada. Si se

mantuviera que el decreto del séptimo año de Artajerjes era «tan

solamente una ampliación y renovación» de los edictos de su

predecesor, la afirmación sería estrictamente exacta. El decreto

autorizaba a los judíos principalmente «a honrar [hermosear] la casa

de Jehová que está en Jerusalén»,25

extendiendo los decretos de Ciro

y de Darío por los que se permitió su construcción. El resultado fue

el de tener un maravilloso santuario en medio de una ciudad en

ruinas. El movimiento que tuvo lugar en el año séptimo de Artajerjes

fue simplemente un avivamiento religioso,26

aprobado y financiado

con el favor real; pero el suceso que tuvo lugar en el año vigésimo de

24. Pusey, Daniel, p. 171. El doctor Pusey añade: «La pequeña colonia que

Esdras llevó consigo de 1.683 varones (y si añadimos mujeres y niños la cantidad

se aumenta a unas 8.400 almas) era en sí misma una adición considerable a

aquellos que ya habían retornado antes, e implicó una reconstrucción de

Jerusalén. Esta reconstrucción de la ciudad y reorganización de la política,

principiada por Esdras, y continuada y perfeccionada por Nehemías, se corresponde

con las palabras de Daniel, "desde la salida de la orden para edificar y restaurar

Jerusalén"» (p. 172). Este argumento es el más débil que se pueda imaginar, y

ciertamente esta referencia al decreto del año séptimo de Artajerjes es una mancha

en el libro del doctor Pusey. SI Una emigración de 8.400 almas involucró la

reconstrucción de la ciudad, y por ello marcó el principio de las setenta semanas,

¿qué deberemos decir de la emigración de 49.697 almas setenta y ocho años antes?

(Esd. 2:64, 65.) ¿No implicó ello una reconstrucción? Pero el doctor Pusey

continúa afirmando: «El término también se corresponde», esto es, los 483 años, al

tiempo de Cristo. Aquí tenemos evidentemente la base, el motivo real, de que él

haya fijado la fecha en el 457 a.C, o, más apropiadamente, 458 a.C., según

Prideaux, a quien desafortunada-mente Pusey ha seguido en este punto. Con mucha

simpleza el autor de la Connection argumenta que los años no concordarán si se los

asigna otra fecha, y, por ello, ¡el decreto del año séptimo de Artajerjes tiene que ser

el referenciado! (Prid ., Con., I, 5, 458 a.C.) Este tipo de sistemas de interpretación

han hecho mucho para provocar el descrédito total del estudio profético.

25. Esd. 7:27.

26. Esd. 7:10.

Artajerjes fue nada menos que la restauración de la autonomía de

Judá. La ejecución de la obra que Ciro autorizó fue detenida bajo la

falsa acusación que los enemigos de los judíos llevaron al palacio, de

que su objeto no era meramente el de construir el Templo, sino la

cuidad. «La ciudad rebelde» como se había mostrado hacia cada

soberano sucesivo, «por lo que esta ciudad fue destruida», declararon

ellos correctamente. «Hacemos saber al rey que si esta ciudad es

reedificada», añadieron ellos, «y son levantados sus muros, la región

de más allá del río no será tuya».27

Permitir la construcción del

templo significaba simplemente permitir a una raza conquistada el

derecho de adorar siguiendo la ley de su Dios, pues la religión de los

judíos no conoce ninguna adoración aparte del monte Sión. Fue un

evento muy diferente en carácter cuando se les permitió erigir de

nuevo las muy famosas fortificaciones de su ciudad, y, atrincherados

tras aquellas murallas, restaurar bajo Nehemías la antigua política de

los Jueces.28

Este fue el avivamiento de la existencia nacional de

Judá, y por ello se escoge apropiadamente como el comienzo de la

época de las setenta semanas.

27. Esto es, el Éufrates, Esd. 4:16. 28. «Este último es el único decreto que hallamos registrado en las escrituras que

se relaciona con la restauración y la reconstrucción de la ciudad. Se tiene que tener

presente que la misma existencia del lugar como ciudad dependía de la existencia

de tal decreto; pues antes de ello cualquiera que volviera de la tierra del cautiverio

salía tan solo en la condición de transeúntes; fue el decreto lo que les dio una

existencia política reconocida y distinta.» Tregelles, Daniel, p. 98.

«No obstante, de repente, en el vigésimo año de Artajerjes, Nehemías, un

hombre de linaje judío, copero del rey, recibió el mandato de reconstruir la ciudad

con toda la urgencia posible. La causa de este cambio en la política persa debe

buscarse, no tanto en la influencia personal del copero, como en la historia exterior

de aquellos tiempos. El poder de Persia había recibido un golpe fatal en la victoria

obtenida en Cnido por Conon, el almirante ateniense. El gran rey se vio obligado a

someterse a una paz humillante, entre cuyos artículos se hallaba el abandono de las

ciudades marítimas, y la condición de que el ejército persa no debería aproximarse

más que a tres jornadas del mar. Jerusalén, estando a esta distancia, aproximada-

mente, de la costa, y estando tan cerca de la línea de comunicaciones con Egipto,

llegó a ser un puesto de suma importancia.» Milman, History of the Jews (3.a ed.),

i., 435.

46

La duda que se ha suscitado acerca de este punto puede servir como

ilustración del extraordinario prejuicio que parece gobernar la

interpretación de las Escrituras, en consecuencia del cual se deja de

lado el significado llano de las palabras en favor de lo remoto e

improbable. Y a la misma causa se debe atribuir la duda que algunos

han sugerido con respecto a la identidad del rey que aquí se menciona

co m o Artajerjes Longimano.29

La cuestión permanece en pie, de si la fecha de este edicto puede

ser determinada de una manera exacta. Y aquí un hecho muy notable

nos llama la atención. En la narración sagrada la fecha del suceso que

marcó el principio de las setenta semanas se da solamente con

referencia el tiempo del reinado de un rey de Persia. Así, tenemos

que dirigirnos a la historia secular a fin de conseguir determinar la

época, y la Historia data de este mismo período. Herodoto, «el padre

de la historia», fue contemporáneo de Artajerjes, y visitó la corte

persa.30

Tucídides, «el príncipe de los historiadores», fue también su

contemporáneo. En las grandes batallas de Maratón y de Salamis, la

historia de Persia quedó entrelazada con los sucesos de Grecia, por

los que se puede conocer su cronología y se puede comprobar su

certeza; y las principales eras cronológicas de la antigüedad estaban

ya funcionando en aquellos tiempos.31

No nos falta entonces

ningún elemento para facilitamos la exactitud y la certeza para poder

fijar la fecha del edicto de Nehemías.

Es cierto que en historia ordinaria la mención del «año vigésimo

de Artajerjes» nos dejaría en la duda de si se refería a su ascensión

real, o a la muerte de su padre;32

pero la narrativa de Nehemías evita

toda ambigüedad a este respecto. El asesinato de Jerjes y el comienzo

del reino del usurpador Artaban (o (Gautama), de siete meses de

duración, fue en julio del 465 a.C; la ascensión de Artajerjes tuvo

lugar en febrero del 464 a.C.33

Una u otra de estas fechas, por tanto,

tiene que ser la del comienzo del reinado de Artajerjes. Pero como

Nehemías menciona el mes de Quisleu (Noviembre) de un año, y el

siguiente Nisán (Marzo) como perteneciendo al mismo año del reino

de su señor, es evidente que, como hubiera sido de esperar de un

miembro de la corte, él cuenta a partir de la fecha de la ascensión de

derecho, esto es, desde julio del 465 a.C. Así, el año vigésimo del

reinado de Artajerjes empezó en julio del 446 a.C, y el mandato de

reconstruir Jerusalén fue dado el siguiente Nisán. La época del ciclo

profético queda así definitivamente fijada en su comienzo en el mes

judío de Nisán del año 445a.C34.

29. «Artajerjes I, reinó cuarenta años, desde el 465 hasta el 425 a.C. es

mencionado en una ocasión por Herodoto (vi. 98), y por Tucídides con frecuencia.

Ambos escritores fueron sus contemporáneos. Todas las razones nos indican que él

fue el rey que envió a Esdras y a Nehemías a Jerusalén, y que dio su aprobación a

la restauración de las fortificaciones.» Rawlinson, Herodotus, vol. iv., p. 217.

30. El año en que se dice que recitó sus escritos en los juegos olímpicos fue el

mismo año en que le fue encomendada a Nehemías su misión.

31. La era de las Olimpiadas empezó el 776 a.C. La era de Roma (A. U. C.) el

753 a.C; y la era de Nabonasar, 747 a.C.

32. «Los siete meses de Artaban fueron añadidos por algunos al último año de

Jerjes, y otros lo incluyeron en el reino de Artajerjes.» Clinton, Fasti Hellenici, vol.

i, p. 42.

33. Ya se ha mostrado que la ascensión de Jerjes queda determinada al comienzo

del 485 a.C. Su año vigésimo fue completado al principio del 465 a.C, y su muerte

hubiera tenido lugar al principio del arcontado de Lisiteo. Los siete meses de

Artabán, completando los veintiún años, rebajarían la ascensión de Artajerjes

(después de la eliminación de Artabán) al principio del 464, en el año 284 de

Nabonasar, donde está situado por el canon. «Podemos colocar la muerte de Jerjes

en el primer mes de aquel arcon (esto es, del de Lisiteo), julio del 465 a.C, y la

sucesión de Artajerjes en el mes octavo, febrero del 464 a.C.» Clinton, Fasti

Hellenici, vol. ii, p. 380.

34. Ver Apéndice II, nota A, acerca de la cronología del reinado de Artajerjes

Longimano.

47

6

El año profético

PUEDE QUE SUENE a pedante en oídos castellanos el que se hable de

«semanas» en otro sentido que no sea el generalmente aceptado. Pero

para el judío era muy distinto. El efecto de sus leyes era que «se

pudiera traducir la palabra semana de manera que pudiera significar

siete años de una manera tan natural como siete días. Y, desde luego,

la generalidad de la palabra tendría de cualquier manera este efecto.

De ahí que su utilización en profecía no sea un mero simbolismo

arbitrario, sino que constituye el empleo de una manera de hablar

familiar y fácil de comprender.»1

La oración de Daniel se refería a setenta años cumplidos: la

profecía que vino como respuesta a aquella oración predijo un

período de setenta veces siete todavía por venir.

Pero aquí se suscita la cuestión que nunca ha recibido la suficiente

atención en la consideración de este asunto.

1. Smith, Bible Dictionary, III, 1726, «Week». «Los filósofos griegos y latinos

conocieron también las "semanas de años."» Pusey, Daniel, pg. 167.

Nadie dudará que el período de que se trata sea un período de años;

pero, ¿qué tipo de años? Que el año judío era lunisolar parece ser

razonablemente cierto. Si se puede confiar en la tradición, Abraham

conservó con su familia el año de 360 días, que él había conocido en

su hogar caldeo.2 Las fechas mensuales del diluvio (se especifican

150 días como el intervalo transcurrido entre el día decimoséptimo

del segundo mes, y el mismo día del mes séptimo) parece indicar quo

esta forma de año es la más antigua conocida en nuestra raza. Sir

Isaac Newton afirma que «todas las naciones, antes de que fuera

conocida la verdadera duración del año solar, contaban los meses por

el curso de la luna, y los años por el retorno del invierno y verano,

primavera y otoño; y al hacer calendarios para sus fiestas, contaron

treinta días para el mes lunar, y doce meses lunares por año,

aceptando los números redondos más próximos, de donde proviene

la división de la eclíptica en 360º grados». Y al adoptar esta

afirmación, sir G. C. Lewis afirma que «todo el testimonio creíble y

toda la probabilidad antecedente nos lleva al resultado de que el año

solar, conteniendo doce meses lunares, y determinado dentro de

ciertos límites de error, fue generalmente reconocido por las naciones

de alrededor del Mediterráneo, desde la antigüedad más remota.3

Pero las consideraciones de este tipo no van más allá de demostrar la

importancia de la cuestión aquí planteada. Continúa pendiente el que

exista alguna base para rechazar la presunción que existe en favor de

que sea el año civil normal. Ahora bien, el tiempo profético es

claramente siete veces los setenta años de las «desolaciones» que

estaban ante la mente de Daniel cuando se dio la profecía. ¿Es, pues,

posible, aclarar el carácter de los años de este último tiempo?

Una de las ordenanzas características de la ley judía era que cada

séptimo año la tierra tenía que quedar sin cultivar, y es en relación a

esta negligencia con respecto a esta ordenanza que fue decretada la

era de las desolaciones.

2. Enciclopedia Británica (6.a ed.). Título «Chronology». Ver también Smith,

Bible Dictionary, título «Chronology», p. 314.

3. Astronomy of the Ancients, cap. I, n.° 7. ¿Y no se ve que los ciento ochenta

días de la gran fiesta de Jerjes implican la equivalencia a seis meses? (Est. 1:4.)

48

Tenía que durar hasta que la tierra haya disfrutado de sus Sábados

«todo el tiempo de su asolamiento reposó, hasta que los setenta años

fueron cumplidos».4 El elemento esencial en este juicio fue, no una

ciudad arruinada, sino una tierra yaciendo asolada por la terrible

plaga de una invasión hostil, 5 cuyos efectos fueron perpetuados por

el hambre y la pestilencia, las pruebas continuadoras del enojo

divino. Es así evidente que el verdadero tiempo de este juicio no

tiene, Como se ha asumido generalmente, su comienzo en la captura

de Jerusalén, sino en la invasión de Judea. A partir del tiempo en que

los ejércitos babilónicos entraron en la tierra, se suspendieron todas

las actividades agrícolas, y por ello se pueden contar las desolaciones

a partir del día en que Jerusalén fue sitiada, o sea, el día décimo del

décimo mes del año noveno de Sedequías. Esta fue la fecha que le

fue revelada al profeta Ezequiel en su exilio en las riberas del

Eufrates,6 y durante veinticuatro siglos este día ha sido observado

por los judíos con ayunos en todos los países.

El final del tiempo queda indicado en las Escrituras con igual

claridad, como «desde el día veinticuatro del noveno mes» en el

segundo año de Darío.7 «Considerad, pues decía la palabra del

profeta] desde este día en adelante, desde el día veinticuatro del

noveno mes, desde el día que se echó el cimiento del templo de

Jehová; considerad ...desde este día os bendeciré». Ahora, desde el

día décimo de Tebeth de 589 a.C.8 hasta el día vigesimocuarto del

Quisleu de 520 a.C.9

transcurrieron 25.202 días; y setenta años de

360 días contienen exactamente 25.200 días. Podemos así concluir en

que el tiempo de las «desolaciones» fue un periodo de setenta años de

360 días, empezando el día después de que el ejército Babilónico

4. 2.° Cr. 36:21. Cp. Lv. 26:34, 35.

5. Cp. con Jer. 27:13; y Hag. 2:17.

6. Ez. 24:1, 2.

7. Hag. 2:10, 15-19. Los libros de Hageo y Zacarías registran in toto las

proclamaciones proféticas que la narración de Esdras menciona (4:24; 5:1-5) como

la autorización y el incentivo bajo el cual los |judíos volvieron a la obra de erigir su

templo.

8. El año noveno de Sedequías. Ver Apéndice I.

9. El segundo año de Darío Histaspes.

sitio Jerusalén y finalizando el día antes de que se echaran los

cimientos del segundo templo.10

Pero es posible llevar esta búsqueda aún más lejos. Ya que el

tiempo de las «desolaciones» fue fijado en setenta años, debido a

haber dejado de celebrar los años sábaticos,11

podríamos esperar

hallar que un período de setenta veces siete años, contados a partir

del final de los setenta años de «ira contra Judá», y contados hacia

atrás, nos llevaría al tiempo en que Israel entró al disfrute de sus

privilegios nacionales de manera plena, y así incurrió en una plena

responsabilidad. E investigándolo se demuestra que este es el caso.

Desde el año que siguió a la dedicación del Templo de Salomón

hasta el año anterior al que se echaran los cimientos del segundo

templo, transcurrió un período de 490 años de 360 días.12

No obstante, se debe admitir que ningún argumento basado en

cálculos de este tipo es definitivo.13

Los únicos datos que nos

autorizarían a decidirnos sin reservas de ningún tipo de que el año

profético consta de 360 días, sería si hallásemos alguna porción del

tiempo subdividido en los días de lo que está compuesto. No hay otra

prueba que pueda ser totalmente satisfactoria, pero si ésta apareciese

sería absoluta y concluyente. Y esto es precisamente lo que el libro

del Apocalipsis nos provee.

Como ya hemos señalado, el tiempo profético queda dividido en

dos períodos, el primero de 7 + 62 hebdómadas, el otro de una sola

10. La fecha de la luna nueva pascual, por la que se regula el año Judío, fue por la

tarde del 14 de marzo de 589 a.C, y alrededor del mediodía del 1º de abril de 520

a.C. Según la fase de la Luna, el l° de Nisán correspondió probablemente al 15 o 16

de marzo en el primer caso, y al 1° o 2° de abril en el segundo.

11. 2ª Cr. 36:21; Lv.-26:34, 35.

12. El templo fue dedicado en el año undécimo de Salomón, y el segundo templo

fue fundado en 520 a.C. El período intermedio fue de 483 años = 490 años luniso-

lares de 360 días. Es cosa digna de señalarse que el intervalo entre la dedicación del

templo de Salomón y la dedicación del segundo templo (515 a.C), fue de 490 años.

Un período igual había transcurrido entre la entrada de los israelitas en Canaán y el

establecimiento de la monarquía bajo Saúl. Estos ciclos de 70, y de múltiples de 70,

en la historia hebrea son notables e interesantes. Ver Apéndice I.

13. Aunque queda confirmado de una manera señalada por el hecho indudado de

que el año judío sabático era coincidente con el año eclesiástico, no con el solar.

49

hebdómada.14

Relacionados con estas dos eras hallamos a dos

«príncipes» mencionados muy especialmente; primero, al Mesías, y

segundo, a un príncipe de aquel pueblo por el cual Jerusalén sería

destruida —un personaje de tal preeminencia que, a su venida, su

identidad será tan cierta como la de Cristo mismo. El primer período

se cierra con el arrebatamiento de la vida al Mesías, el principio del

segundo período data a partir de la firma de un «pacto», o tratado,

por este segundo «príncipe», con, o quizás en favor, de «los

muchos»,15

esto es, la nación judía como distinguida probablemente

de un sector de personas piadosas entre ellos que se mantendrá al

margen. A la mitad de la hebdómada habrá de ser violado el tratado

con la supresión de la religión de los judíos, y seguirá un tiempo de

persecución.

La visión de Daniel de las cuatro bestias nos da un notable

comentario acerca de ello. La identificación de la cuarta bestia con el

Imperio Romano no es dudosa, y leemos que un «rey» se levantará,

relacionado territorialmente con aquel Imperio, pero perteneciendo

históricamente a un tiempo posterior; será un perseguidor de «los

santos del Altísimo», y su caída deberá ser seguida inmediatamente

por el cumplimiento de las bendiciones divinas sobre el pueblo

favorecido —el evento preciso que marca el final de las «setenta

semanas»—. La duración de aquella persecución, además, se afirma

que es de «tiempo, tiempos, y medio tiempo», expresión mística,

cuyo significado podría ser dudoso, si no fuera que se utiliza de

nuevo en las Escrituras como sinónimo de tres años y medio, o media

semana profética.16

Tampoco puede haber dudas razonables de la

identidad del rey de Daniel 7:25 con la primera «bestia» del capítulo

13 de Apocalipsis.

En Apocalipsis se le asemeja a un leopardo, un oso y un león —las

14. La división de las 69 semanas en 7 + 62 tiene su explicación en el hecho de

que los primeros 49 años, durante los que se completó la restauración de Jerusalén,

finalizaron con una gran crisis en la historia judía, el cierre del testimonio

profético. El transcurso de cuarenta y nueve años a partir de 445 a.C, nos lleva a la

fecha de la profecía de Malaquías.

15. «La multitud.» Tregelles, Daniel, p. 97.

16. Ap. 12:6, 14.

figuras utilizadas para las tres primeras bestias de Daniel. En Daniel

hay diez reinos, representados por diez cuernos. Así es también en

Apocalipsis. Según Daniel, «hablará palabras contra el Altísimo, y

tratará duramente a los santos del Altísimo». Según Apocalipsis,

«abrió su boca en blasfemias contra Dios», «y se le permitió hacer

guerra contra los santos, y vencerlos». Según Daniel, «serán entrega-

dos en su mano hasta un tiempo, y tiempos, y medio tiempo», o tres

años y medio: según Apocalipsis, «se les dio autoridad para actuar

durante cuarenta y dos meses».

Naturalmente, es posible que la profecía pudiera predecir la carrera

de dos hombres distintos, respondiendo a la misma descripción, que

seguirán un curso similar en circunstancias similares por un período

similar de tres años y medio; pero la suposición más evidente y

natural es que los dos son el mismo. Debido a la misma naturaleza

del asunto, su identidad no se puede demostrar por lógica, pero

descansa precisamente sobre el mismo tipo de prueba por la que los

jurados exponen la convicción de crímenes a sus autores, y por la que

se castiga a los convictos. Ahora bien, admitidamente esta semana

septuagésima es un período de siete años, y la mitad de este período

es descrito en tres ocasiones como «un tiempo, tiempos, y medio

tiempo», o «la división de un tiempo».17

En dos ocasiones como

cuarenta y dos meses;18

y en dos ocasiones como 1,260 días.19

Pero

1,260 días son exactamente equivalentes a cuarenta y dos meses de

t re in ta días, o a tres años y medio de 1,360 días, mientras que tres

años y medio julianos contienen 1.278 días. De ello se sigue que el

año profético no es el año juliano, sino el antiguo año de 360 días.20

17. Dn. 7:25; 12:7; Ap. 12:14.

18. Ap. 11:2; 13:5.

19. Ap. 11:3; 12:6.

20. Es cosa digna de señalarse que la profecía fue dada en Babilonia, y que el

año babilónico consistía de doce meses de treinta días. Que el año profético no es el

ordinario no es ningún descubrimiento nuevo. Ya fue señalado hace dieciséis siglos

por Julio Africano en su Cronografía, en la que él replica las setenta semanas como

semanas de años judíos (lunares), empezando con el año vigésimo de Artajerjes, el

cuarto año de la 83° Olimpíada, y terminando en el segundo año de la 202°

Olimpíada; 475 años julianos equivalen a 490 años lunares.

50

7

El tiempo místico

de las semanas

LAS CONCLUSIONES a las que se ha llegado en el capítulo interior

sugieren un notable paralelo entre las primeras visiones de Daniel y

la profecía de las setenta semanas. La historia no posee ningún relato

que pueda satisfacer el curso preanunciado de la septuagésima

semana. El libro de Apocalipsis no estaba ni tan siquiera escrito

cuando aquel período hubiera debido cerrarse cronológicamente, y

aunque dieciocho siglos han transcurrido desde entonces, la restaura-

ción de los judíos parece todavía la quimera de unos fanáticos

optimistas.1 Pero recuérdese que el propósito de la profecía no es el

de satisfacer el interés de los curiosos ni el de divertir o entretener. Es

preciso que las proclamaciones proféticas estén caracterizadas por un

cierto misticismo, pues de otra manera hubieran podido ser

«cumplidas bajo petición» por hombres calculadores; pero una vez

que tenemos la profecía al lado de los sucesos de los que habla,

dejaría de cumplir uno de sus principales propósitos si la relación que

1. Esto fue escrito a finales del siglo xix. Pero el estado de Israel fue proclamado

por Ben Gurión en mayo de 1948. (N. del T.)

tiene con ellos fuera dudosa. Si alguien quiere aprender la relación de

la profecía con su cumplimiento, que lea el capítulo cincuenta y tres

de Isaías, y que lo compare con la historia de la pasión: tan desdibu-

jado y figurativo que nadie hubiera podido haber fabricado el drama

que predecía; pero a pesar de ello tan definido y claro que, una vez

cumplido, un niño puede comprender su propósito y significado. Así,

si el suceso que constituye el principio del tiempo de las setenta

semanas tiene que ser tan pronunciado y cierto como la comisión

encargada a Nehemías y como la muerte del Mesías, es necesaria-

mente aún futuro.

Y esto es precisamente lo que el estudio del séptimo capítulo de

Daniel nos hubiera debido de hacer esperar. Todos los intérpretes

cristianos están de acuerdo en que entre el surgimiento de la cuarta

bestia y el crecimiento de los diez cuernos hay una discontinuidad o

paréntesis en la visión; y, como ya se ha señalado, esta discontinui-

dad incluye todo el período entre el tiempo de Cristo y la división de

la tierra romana en diez reinos, de entre los cuales deberá surgir el

gran perseguidor del futuro. Además, se admite que este período no

queda señalado con las otras visiones del libro. Había así una gran

probabilidad, a priori, de que no fuera incluido en la visión del

capítulo noveno.

Pero aún más, no sólo existen las mismas razones para este acorta-

miento místico en la visión de las setenta semanas, como en las otras

visiones,2 sino que, además, estas razones se aplican aquí con una

fuerza especial. Las setenta semanas fueron interpuestas como el

período durante el cual se posponían las bendiciones de Judá. En

común con toda la profecía, el significado de esta profecía será

inequívoco cuando tenga lugar su cumplimiento definitivo, pero fue

emitida necesariamente en forma mística, a fin de encerrar a los

judíos en la responsabilidad de aceptar a su Mesías. La inspirada

proclamación de san Pedro a la nación en Jerusalén, relatada en el

tercer capítulo de los Hechos, estaba de acuerdo con esto. Los judíos

esperaban meramente un retorno a su supremacía nacional, pero el

principal propósito de Dios era la redención por medio de la muerte

2. Ver pp. 84-85.

51

del gran Sustituto por el pecado. Ahora, el sacrificio había sido

cumplido y san Pedro señaló al Calvario como el cumplimiento de

aquello que Dios «había antes anunciado por boca de tollos los

profetas, que su Cristo había de padecer»; y a conminación añadió

este testimonio, «así que, arrepentíos y convertíos, para que sean

borrados vuestros pecados; para que vengan de la presencia del Señor

tiempos de refrigerio, y él envíe a Jesucristo, designado de antemano

para vosotros».3

La realización de estas bendiciones hubiera consti-

tuido el cumplimiento de la profecía de Daniel, y la semana septuage-

sima hubiera corrido su curso sin interrupción. Pero Judá se mostró

impenitente y endurecida, y las promesas de bendición quedaron de

nuevo pospuestas hasta la finalización de esta extraña era de la dis-

pensación gentil. Pero se puede preguntar: ¿No fue la Cruz de Cristo

el cumplimiento de estas bendiciones? Un cuidadoso estudio de las

palabras del ángel4 nos mostrará que ni tan sólo una de ellas ha sido

todavía cumplida. La semana sexagésimo novena tenía que finalizar

con la muerte del Mesías; el final de la semana septuagésima tenía

que traer sobre Judá el total disfrute de las bendiciones que

resultaban de aquella muerte. La transgresión de Judá tiene que ser

aún acabada, y sus pecados no han sido aún suprimidos. Todavía es

futuro el día en que se abrirá un manantial para la iniquidad del

pueblo de Daniel,5 y cuando la justica les será introducida. ¿En qué

sentido les ha sido sellada la visión y la profecía a la muerte de

Cristo, considerando que la mayor de todas las profecías tenía aún

que ser proclamada,6 y que todavía tenían que llegar los días en que

se tenían que cumplir las palabras de los profetas?7 Y, sea el que

fuere el significado que se le aplique a «ungir al Santo de los santos»,

está claro que el Calvario no fue su cumplimiento.8

3. Hch. 3:18-20. 4. Dn. 9:24. 5. Zac. 13:1. 6. El Apocalipsis. 7. Le. 21:22.

8. Ver la p. 89. Todas estas palabras señalan los beneficios prácticos a ser

concedidos, de una manera práctica sobre el pueblo, a la segunda venida de Cristo.

Isaías 1:26 es un comentario acerca de «traer la justicia». Tomar esto como sinó-

Pero ¿es consecuente con una correcta argumentación o con el sen-

tido común argüir que un tiempo así definido cronológicamente

debiera quedar interrumpido indefinidamente en su curso? La rápida

respuesta que se podría dar es, que si el sentido común y la correcta

argumentación --si el juicio humano--, deben decidir la cuestión, la

única duda debe ser si el último período del ciclo, y las bendiciones

prometidas a su finalización, no deben quedar para siempre abrogado

nimo de declarar la justicia de Dios (Ro. 3:25) es doctrinalmente un error y un

anacronismo. Para cualquiera cuyos puntos de vista acerca de la «reconciliación»

no estén basados en la utilización de dicha palabra en las Escrituras, «expiar [hacer

reconciliación] la iniquidad» podrá parecer una excepción. La palabra hebrea

caphar (verbo que significa hacer expiación, o reconciliación) significa literal-

mente «cubrir» el pecado (ver su utilización en Gn. 6:14), anular la acusación en

contra de una persona mediante el derramamiento de sangre, o en otras maneras (p.

ej., por intercesión, Ex. 32:30), a fin de asegurar su aceptación al favor divino. A

continuación sigue una lista de pasajes donde se utiliza esta palabra en los primeros

tres libros de la Biblia: Génesis. 6:14 (brea); 32:20 (apaciguar); Éxodo. 29:33,

36, 37; 30:10, 15, 16; 32:30; Levítico. 1:4; 4:20, 26, 31, 35; 5:6, 10, 13, 16, 18; 6:7,

30; 7:7; 8:15, 34; 9:7; 10:17; 12:7, 8; 14:18, 19, 20, 21, 29, 31, 53; 15:15, 30;

16:6, 10, 16, 17, 18, 20, 24, 27, 32, 33, 34; 17:11; 19:22; 23:28. Se verá que nunca

se utiliza caphar de la expiación o del derramamiento de sangre considerado obje-

tivamente, sino de los resultados que de ella se deriva para el pecador, algunas

veces inmediatamente después de la muerte de la víctima, otras veces condicionado

a la acción del sacerdote que estaba encargado de la función de aplicar la sangre. El

sacrificio no constituía por sí mismo la expiación, sino el medio por el que se lo-

graba la expiación. Por ello, «la preposición que marca la sustitución no se utiliza

nunca en relación con la palabra caphar». (Synonyms, de Girdlestone, p. 214.)

Hacer reconciliación, o expiación, por lo tanto, si ha de ser en el sentido escritural

de la palabra, implica la eliminación del alejamiento de hecho entre el pecador y

Dios, la obtención del perdón de los pecados; y las palabras en Daniel 9:24 señalan

al tiempo en que este beneficio será aplicado a Judá. «En aquel tiempo habrá un

manantial abierto... para los habitantes de Jerusalén, para la purificación del pecado

y de la inmundicia» (Zac. 13:11); esto es, las bendiciones del Calvario serán suyas,

la reconciliación habrá sido cumplida para el pueblo. De acuerdo con ello, la preva-

ricación será acabada (ver la utilización de la misma palabra en Gn. 8:2; Ex. 36:6);

en otras palabras, dejarán de transgredir; los pecados serán puestos a su fin,

sellados en el original, la palabra ordinaria para cerrar una carta (1.° R. 21:8), o una

bolsa de tesorería (Job 14:17); o sea, los pecados se habrán acabado y habrán sido

alejados en un sentido real; y la visión y la profecía serán asimismo cerradas, o sea,

sus funciones tendrán su fin, pues todo habrá sido cumplido.

52

y perdidos a causa de la abrumadora culpabilidad de aquel pueblo

que «mato al autor de la vida».9

De cierto, que no existe ninguna

presunción en contra de suponer que el flujo del tiempo profético

queda detenido durante todo este intervalo de la apostasía de Judá.

Permanece la cuestión de si puede hallarse algún precedente a esto en

la cronología mística de la historia de Israel.

Según el libro de los Reyes, Salomón empezó a construir el

templo en el año 480 después de que los hijos de Israel hubieran

salido de Egipto.10

Esta afirmación, que por lo que parece no podría

ser más exacta, ha perturbado amargamente a los cronólogos. Por

algunos de ellos ha sido condenada como una falsificación, por otros

ha sido rechazada como un error; pero todos están de acuerdo en

rechazarla. Además, la misma Escritura parece chocar con ella. En su

sermón en Antioquía de Pisidia,11

Pablo compendia así la cronología

de este período de la historia de la nación: cuarenta años en el

desierto; 450 años bajo los jueces, y cuarenta años del reinado de

Saúl; hacen un total de 530 años. A ellos se les tiene que añadir los

cuarenta años del reinado de David y los tres primeros años de

Salomón, con lo que se llega a 573 años para el mismo período que

se describe en Reyes como de 480 años. ¿Se pueden compaginar

estas conclusiones, aparentemente tan inconsistentes?12

9. Hch. 3:15.

10. 1.° R. 6:1.

11. Hch. 13:18-21.

12. Según Browne (Ordo Saec, n.° 254 y 268), el éxodo tuvo lugar el viernes, 10

de abril del año 1586 a.C; el paso del Jordán fue el 14 de abril del 1546 a.C. La

ascensión de Salomón fue en 1016 a.C., y los cimientos del Templo fueron echados

el 20 de abril de 1013 a.C. Así, él acepta las afirmaciones de Pablo sin reservas de

ningún tipo. Clinton conjetura que hubo un intervalo de unos veintisiete años antes

del tiempo de los jueces, y otro de doce años antes de la elección de Saúl, fijando

así el año 1625 a.C. como la fecha del éxodo, extendiendo todo el periodo a 612

años. La cuenta de Josefo es de 621 años, y esto lo adopta Hules, que dice que la

afirmación de Reyes es «una falsificación». Otros cronólogos asignan períodos que

varían desde 741 años para Julio Africano hasta los 480 años para Ussher, cuya

fecha para el éxodo ha sido adoptada en nuestra Biblia --1491 a.C.-- aunque es

claramente errónea, por lo menos, por noventa y tres años. El asunto es totalmente

considerado por Clinton en Fasti Hell., vol. i, pp. 312-313, y por Browne, que

Si seguimos la historia de Israel tal y como queda detallada en el

libro de Jueces, hallaremos que por cinco períodos su existencia na-

cional como pueblo de Jehová estuvo en suspenso. En castigo por su

idolatría, Dios los entregó una y otra vez, y «los vendió en manos de

sus enemigos». Fueron a ser esclavos del rey de Mesopotamia duran-

te ocho años, del rey de Moab durante dieciocho años, del rey de

Canaán por veinte años, de los madianitas por siete años, y finalmen-

te de los filisteos durante cuarenta años.13

Pero la suma de 8 + 18 +

20 + 7 + 40 son 93 años, y si a 573 años se le restan 93, el resultado

es 480 años. Es evidente entonces que los 480 años del libro de

Reyes desde el éxodo hasta el Templo es el tiempo místico formado

eliminando cada período durante el cual el pueblo había sido recha-

zado por Dios.14

Así, si este principio fuera inteligible para el judío

por lo que respecta a la historia, sería a la vez natural y legítimo

introducir éste en relación con un tiempo esencialmente místico

como el de las setenta semanas.

Pero esta conclusión no depende de argumentos, por fuertes que

éstos sean, ni de deducciones, por muy justas que resulten. Queda

indiscutiblemente establecido por el mismo Cristo. «¿Cuál será la

señal de tu venida, y del final de esta época?» le preguntaron los

discípulos cuando se reunieron con el Señor en uno de los últimos

revisa los argumentos de Clinton, en Ordo Saec, n.° 6, etc. Las conclusiones de

Browne tienen mucho de recomendables. Pero si otros están en lo cierto al insertar

períodos conjeturales, mi argumento permanece igual, pues .si tales períodos

existieron, fueron evidentemente excluidos de los 480 años bajo el mismo principio

en que lo fueron los tiempos de las servidumbres. (Este .asunto se considera con

más extensión en el Apéndice I.)

13. Jue. 3:8, 14; 4:2, 3; 6:1; 13:1. La servidumbre de Jueces 10:7, 9 afectó tan

sólo a las tribus más allá del Jordán, y no suspendió la posición nacional de Israel.

14. Los israelitas eran, nacionalmente, el pueblo de Dios de una manera en que

ninguna otra nación puede serlo; por ello recibieron un trato en algunos conceptos

sobre principios similares a aquellos que se utilizan en el caso de individuos. Una

vida sin Dios es muerte. La justicia tiene que mantener un registro estricto y juzgar

con severidad; o la gracia puede perdonar. Y si Dios perdona, El además olvida el

pecado (He. 10:17); lo que indudablemente significa que el registro queda borrado,

y el período de que se trata es considerado como un espacio en blanco. Asimismo,

los días de nuestra servidumbre a la maldad son ignorados en la cronología divina.

53

días de su ministerio sobre la tierra.15

Como contestación les habló de

la tribulación predicha por Daniel, y les amonestó que la señal de

aquella temible persecución iba a ser precisamente el evento que

marca la mitad de la septuagésima semana, o sea, la contaminación

del lugar santo por la «abominación de la desolación» probablemente

una imagen que el falso príncipe erigirá de sí mismo en el templo,

violando su tratado y sus obligaciones de respetar y defender la

religión de los Judios.16

Que esta profecía no fue cumplida por Tito

es una cosa tan cierta que la historia puede certificarlo;17

pero,

además, las Escrituras mismas no dejan ningún margen de duda

acerca de este punto.

Parece, por los pasajes ya citados, que la predicha tribulación

tiene que durar tres años y medio, y que tendrá su principio en la

violación del tratado a la mitad de la septuagésima semana. Lo que

tiene que seguir queda así descrito por el mismo Señor en palabras de

una solemnidad peculiar:

E inmediatamente después de la tribulación de aquellos días, el

sol se oscurecerá, y la luna no dará su resplandor, y las estrellas

caerán del cielo, y las potencias de los cielos serán sacudidas.

Entonces aparecerá la señal del Hijo del Hombre en el cielo; y

entonces harán duelo todas las tribus de la tierra, y verán al Hijo del

Hombre viniendo sobre las nubes del cielo, con poder y gran

gloria.18

Se asume aquí que esta profecía se relaciona con las últimas escenas

de la dispersación.19

Y como que estas escenas tienen que seguir

15. Mt. 24:3. 16. Mt. 24:15. Cp. con 1º Macabeos 1:54, este pasaje en Mateo nos da prueba

irrefutable de que todos los sistemas de interpretación que hacen que las setenta

semanas finalicen con la venida o muerte de Cristo, y por ello antes de la destruc-

ción de Jerusalén por Tito, son completamente erróneos. Y que aquel suceso no

fue de hecho, el término del tiempo, queda evidente de Mt. 24: 21-29, y Dn. 9:24.

17. Teniendo en cuenta la despreciable contemporización de Josefo y su admira-

ción por Tito, su testimonio acerca de este extremo es demasiado pleno y explícito

como para admitir alguna duda (Guerra de los judíos, vi, 2, 4).

18. Mt. 24:29.

inmediatamente después de una persecución, que queda dentro de la

septuagésima semana, la irrefutable deducción es que los eventos de

aquella semana pertenecen a una época aún futura.20

Podemos así concluir en que, cuando manos malvadas erigieron la

cruz en el Calvario, y Dios pronunció su temido «Lo-ammi»21

sobre

Su pueblo, el curso de la era profética dejó de fluir. Y no volverá a

fluir de nuevo hasta que se restaure la autonomía de Judá; y, con una

evidente propiedad, esto sucederá a partir de que su readmisión en la

familia de las naciones sea reconocida por un tratado.22

Así, sea pues

decidido aquí que la primera porción del tiempo profético ha corrido

su curso, pero que los sucesos de los últimos siete años tienen todavía

que ser cumplidos. Por lo tanto, el último punto necesario para

completar la cadena es averiguar la fecha de «el Mesías Príncipe».

19. Estoy al corriente de los sistemas de interpretación que disuelven el signi-

ficado de todas estas Escrituras, pero no se cumpliría ningún propósito tratándolos

de refutar en detalle (ver cap. 11, y el Apéndice, nota C).

20. Tal era la creencia de la iglesia primitiva; pero se ha discutido profundamente

debido a nuestra deferencia a autores modernos que han abogado por una interpre-

tación diferente de Dn. 9:27. Hipólito, obispo y mártir, que escribió a principios del

siglo III, es bien definitivo a este respecto. Citando el versículo, él dice: «Por una

semana él significaba la última semana, que tiene que ser al final de todo el

mundo; de esta semana los profetas Enoc y Elías tomarán la mitad; porque ellos

predicarán durante 1.260 días, vestidos de saco» (Hipólito en Christ and

Antichrist). Según Browne (Ordo Saec., p. 386, nota), esta era también la posición

del padre de los cronólogos cristianos, Julio Africano. Que la mitad de la semana

ha sido cumplida, pero que los siguientes tres años y medio son aún futuros es cosa

que mantiene el mismo Browne (n.° 339), que nota lo que tantos autores modernos

han pasado por alto, que los sucesos que pertenecen a este período están conectados

con el tiempo del Anticristo.

21. Ro. 9:25, 26; cp. Os. 1:9, 10.

22. O sea, el pacto mencionado en Dn. 9:27

54

8

El Mesías Príncipe

ASI COMO VEMOS que en ciertos círculos personas de piadosa repu-

tación corren el riesgo de ser tenidos por sospechosos, así parece que

cualquier escrito que proclame la autoridad o aprobación divinas

inevitablemente suscita desconfianza. Pero si los evangelistas

pudieran ganar la misma atención justa que los historiadores profanos

reciben; en sus afirmaciones fueran contrastadas por los mismos

sobre los que se juzgan los registros del pasado por parte de los

eruditos, y como se juzga la evidencia en nuestros tribunales de

justicia, se aceptaría como un hecho bien establecido por la historia

que nuestro Salvador nació en Belén, en la época en que Cirenio era

gobernador de Siria, y Herodes era rey en Jerusalén. La narración de

los dos primeros capítulos de san Lucas no es como la página ordi-

naria de la historia que no lleva consigo otra garantía de exactitud

excepto la que pueda suministrar el crédito general del autor. El

evangelista está tratando de hechos de los que él ha «investigado todo

con esmero desde su origen»;1 en los cuales, además, su propio

interés personal era bien intenso, y con respecto a lo cual un solo

error evidente hubiera provocado prejuicios no sólo acerca del valor

de su libro, sino contra el triunfo de aquella causa a la cual su vida

estaba dedicada, y con la cual se identificaban sus esperanzas de

felicidad eterna.

El asunto ha sido tratado como si su referencia a Cirenio fuera

simplemente una alusión incidental, con respecto a lo cual un error

1. Lc. 1:3.

no tendría ninguna importancia; mientras que, de hecho, sería abso-

lutamente vital. Que el verdadero Mesías debe nacer en Belén era

cosa afirmada por el judío y concedida por el cristiano: que el

Nazareno nació en Belén el judío lo negaba persistentemente. Si

incluso en la actualidad él pudiera demostrar que este hecho fuera

falso, justificaría su incredulidad; porque si el Cristo que nosotros

adoramos no fuera heredero por derecho de nacimiento al trono de

David, Él no es el Cristo de la profecía. Muy pronto olvidaron esto

los cristianos cuando ya no tenían que mantener su fe frente a una

línea judía monolítica, sino que sólo tenían que proclamarlo al mun-

do pagano. Pero no fue olvidado por los inmediatos sucesores de los

apóstoles, Así fue como al escribir a los judíos, Justino Mártir afirmó

con tanto énfasis que Cristo nació durante el censo de Cirenio, ape-

lando a las listas de aquel censo como documentos entonces existen-

tes y disponibles para referencia, para demostrar que, aunque José y

María vivían en Nazaret, fueron a Belén a ser censados, y que así fue

cómo sucedió que el Niño nació en la ciudad real, y no en el

despreciado pueblo galileo.2

Y estos hechos del linaje y del nacimiento del Nazareno ofrecían

prácticamente el único terreno sobre el que se podría debatir el

asunto, donde un lado mantenía, y el otro lado negaba, que Su

carácter y misión divinos quedaban establecidos por pruebas

trascendentes. Nadie podría poner en tela de juicio que Sus actos eran

más que humanos, pero la ceguera y el odio podían adjudicarlos al

poder satánico; y las sublimes proclamaciones que en cada época

sucesiva han atraído la admiración de millones, incluso por parte de

aquellos que le han rehusado el homenaje más profundo de su fe, no

podía tener ningún atractivo para hombres con prejuicios tan fuertes.

2. «Belén, en la que Jesús nació, como puedes también aprender de las listas del

censo que fue hecho en el tiempo de Cirenio, el primer gobernador vuestro en

Judea.» Apol., i, n.° 34.

«Afirmamos que Cristo nació hace ciento cincuenta años, bajo Cirenio.» Ibid., n.°

46.

«Pero cuando hubo un censo en Judea, que se hizo primeramente entonces bajo

Cirenio, El subió de Nazaret, donde vivía, a Belén, el lugar de donde era, para ser

censado», etc. Dial. Trifo, n.° 78.

55

Pero estas afirmaciones acerca del censo que llevó a la Madre Virgen

a Belén no preciaban de una adecuación moral para que pudieran ser

apreciadas. Que en un asunto tal un escritor como Lucas pudiera

haber caído en error es totalmente improbable, pero que el error

hubiera permanecido sin recusación es absolutamente increíble; y

hallamos a Justino Mártir escribiendo cerca de cien años después del

evangelista, apelando al hecho como irrefutable. Así, se puede

aceptar como uno de los hechos mejor establecidos de la historia que

el primer censo de Cirenio se hizo antes de la muerte de Herodes, y

que mientras que éste estaba en marcha Cristo nació en Belén.

No hace muchos años esta afirmación hubiera sido recibida con

ridículo o con indignación. La mención por parte del evangelista de

Cirenio parecía ser un anacronismo imposible de reconciliar; y, según

la indiscutida historia, el período de su gobierno y la fecha de su

«censo» tuvieron lugar nueve o diez años después de la natividad.

Denigrado y ridiculizado por Strauss y otros de su misma laya, y

rechazado por innumerables autores ya como un enigma o como un

error, el pasaje ha sido vindicado y explicado en años recientes con

los trabajos del doctor Augustus Zumpt de Berlín.

Por una extraña razón, hay una discontinuidad en la historia de

este período, por siete u ocho años empezando con el 4 a.C.3 Por

ello, la lista de gobernantes de Siria nos falla, y durante el mismo

intervalo P. Sulpicio Quirino, el Cirenio de los griegos, desaparece de

la historia. Pero gracias a una serie de investigaciones y argumentos

separados, todos ellos independientes de las Escrituras, el doctor

Zumpt ha establecido que Quirino fue gobernador de la provincia en

dos ocasiones, y que su primer término en el cargo tuvo su principio

a últimos del año 4 a.C, cuando sucedió a Quintilio Varo. La unani-

midad con que se ha aceptado esta conclusión hace innecesario

discutir aquí este asunto.

Pero no estará fuera de lugar una observación al respecto. Las bases

de las conclusiones del doctor Zumpt pueden ser adecuadamente

3. Josefo deja aquí un hueco en su narración; y por medio de la pérdida del

manuscrito, la historia de Dión Cassio, la única otra autoridad para este período, no

es asequible para suplir la omisión.

descritas como una cadena de evidencias circunstanciales, y sus

críticos están de acuerdo en que el resultado es razonablemente

cierto.4 Para hacer que ello fuera absolutamente cierto, nada falta

excepto el testimonio positivo de algún historiador de reputación. Si,

por ejemplo, uno de los fragmentos perdidos de la historia de Dión

Cassio saliera a la luz, conteniendo la mención de Quirino como

gobernador de la provincia durante los últimos meses del reinado de

Herodes, se tendría por cierto el hecho, tanto como que Augusto era

el emperador de Roma. Un escritor cristiano puede ser perdonado si

le otorga el mismo peso al testimonio de Lucas. Por ello, se acepta

como absolutamente cierto que el nacimiento de Cristo tuvo lugar en

alguna fecha no anterior al otoño del año 4 a.C.5

La sentencia de nuestro más eminente cronólogo, no habiendo nadie

4. Los trabajos del doctor Zumpt sobre este asunto fueron hechos públicos por

primera vez en un tratado en Latín que apareció en 1854. Más recientemente los ha

publicado en Das Geburtsjahr Christi (Leipzig, 1869). El lector inglés hallará un

resumen de sus argumentos en el Greek Testament del Deán Alford (nota sobre

Lucas 2:1), y en su artículo sobre Cyrenius en el Smith's Bible Dictionary los

describe como «muy notables y satisfactorios». El doctor Farrar señala: «Zumpt,

con una diligencia y una investigación increíble, ha llegado casi a establecer a este

respecto la exactitud, de Lucas, al demostrar la extrema probabilidad de que

Quirino fuera gobernador de Siria en dos ocasiones» (Life of Christ, vol., i, p. 7,

nota). Ver también un artículo en el Quaríerly Review de abril de 1871, que

describe las conclusiones de Zumpt como «muy posiblemente ciertas», «casi

ciertas». La cuestión es también discutida en la Chron. Syn, de Wieseler

(traducción al inglés de Venable). En su historia de Roma, el señor Merivale adopta

estos resultados sin ninguna reserva. Dice él (vol. 4, p. 457): «Una luz notable ha

sido arrojada acerca de este punto por la demostración, por lo que parece ser, de

Augustus Zumpt en su segundo volumen de Commentationes Epigra-phicae, de

que Quirino (El Cirenio de Lucas 2) fue primeramente gobernador de Siria a partir

del final del año 750 A.U. (4 a.C), hasta el año 753 A.U. (1 a.C.).»

5. El nacimiento de nuestro Señor es asignado al 1 a.C. por Pearson y Hug; 2 a.C.

por Scaliger; 3 a.C. por Baronius, Calvisius, Süskind, y Paulus; 4 a.C. por Lamy,

Bengel, Anger, Wieseler, y Greswell; 5 a.C. Ussber y Petavius; 7 a.C. por Ideler y

Slanclementi (Smith, Bible Wclionary, «Jesús Christ», p. 1.075). Se debería añadir

que la fecha de Zumpt para la Natividad queda ligada sobre una base independiente

en el 7 a.C. Siguiendo a Ideler, él concluye en que la conjunción de los planetas

Júpiter y Saturno, que tuvo lugar en aquel año, fue la «estrella» que guió a los

magos a Palestina.

56

más digno de confianza que él en estas materias, es una suficiente

garantía de que esta conclusión es consecuente con todo lo que la

erudición pueda aportar en relación a este asunto. Fynes Clinton

resume esta conclusión de la siguiente manera: «La natividad tuvo

lugar no más de dieciocho meses antes de la muerte de Herodes, y no

menos de cinco o seis. La muerte de Herodes tuvo lugar en la

primavera del año 4, o del 3 a.C. Así, la fecha más temprana posible

para la natividad es el otoño del año 6 a.C. (748 A.U.), dieciocho

meses antes de la muerte de Herodes el 4 a.C. La más tardía sería

el otoño del 4 a.C. (750 A.U.), unos seis meses antes de su muerte,

asumiendo que ésta hubiera ocurrido en la primavera del año 3 a.C.»6

Esta opinión es de peso, no sólo debido a la eminencia del autor

como cronólogo, sino también debido a que su propia posición acerca

del nacimiento de Cristo le hubiera guiado a ajustar aún más los

límites dentro de los cuales tuvo que ocurrir, si su sentido de justicia

se lo hubiera permitido. Además, Clinton escribió sin saber nada de

lo que Zumpt ha sacado desde entonces a la luz con respecto al censo

de Quirino. La introducción de este nuevo elemento en la

consideración de este asunto nos permite asignar con total confianza,

utilizando la sentencia de Clinton, la fecha de la muerte de Herodes

al mes de Adar del año 3 a.C, y la Natividad al otoño del año 4 a.C.

El hecho de que la más mínima incertidumbre hubiera de existir

con respecto a la fecha de un suceso de un interés tan trascendente

para la humanidad constituye un hecho de extraño significado. Pero

sea la que fuere la duda acerca de la fecha del nacimiento del Hijo de

Dios, no se debe a ninguna omisión si se sienten algunas dudas

acerca de la época de su ministerio sobre la tierra. No existe en todas

las Escrituras una afirmación cronológica más definida que la que

está contenida en los versículos introductorios del tercer capítulo de

Lucas.

En el año decimoquinto del reinado de Tiberio César, siendo

Poncio Pilato gobernador de Judea, Herodes tetrarca de Galilea, su

hermano Felipe tetrarca de la región do Iturea y de Traconítide, y

Lisanias tetrarca de Abilene, durante el sumo sacerdocio de Anas y

de Caifás, vino palabra de Dios sobre Juan el hijo de Zacarías, en el

desierto.

Ahora bien, la fecha del reinado de Tiberio César se conoce con total

exactitud; y su año decimoquinto, contado a partir de su ascensión,

empezó el 19 de agosto del año 28 d.C. Y además, se sabe también

que durante aquel año, así contado, cada uno de los personajes

mencionados en el pasaje ejercían los cargos allí asignados a ellos.

Así, se podría suponer que ninguna dificultad ni dudas se le presentan

a nadie. Pero el evangelista continúa hablando del principio del

ministerio del Señor mismo, y menciona que «al comenzar, tenía

unos treinta años».7 Esta afirmación tomada en relación con la fecha

comúnmente asignada a la Natividad, había hecho suponer que «el

año decimoquinto de Tiberio» tenía que referirse, no a la época de su

reinado, sino a una fecha más temprana, cuando la historia testifica

que Augusto le confirió ciertos poderes durante sus dos últimos años.

Pero todas estas hipótesis «están sujetas a una objeción abrumadora,

cual es la de que el reinado de Tiberio, empezando el 19 de agosto

del año 14 d.C, era una fecha tan bien conocida en los tiempos de

Lucas como el reinado de la reina Victoria lo es en nuestros propios

días; y no se ha hallado ni tan sólo un caso en que se trate los años de

Tiberio de cualquier otra manera».8

6. Fasti Romani, 29 d.C.

7. Lucas 3:23. Tal es la correcta traducción del versículo, que se podría poner de

otra manera: «Y Jesús mismo, cuando empezó a enseñar, tenía alrededor de treinta

años.»

8. Lewin, Fasti Sacri, p. líii Diss., cap. vi. La teoría de la coprincipalidad del rei-

nado de Tiberio, argüida de manera muy elaborada por Greswell, es esencial para

autores como él, que asignan la fecha de la crucifixión a 29 ó 30 d.C. San Clementi

mismo, al hallar que «ni en historias, ni en monumentos, ni en monedas, hay un

solo vestigio que nos diga la manera de contar sus años de emperador», se libra de

esta dificultad tomando la fecha en Lucas 3:1 como refiriéndose, no al ministerio

de Juan el Bautista, sino a la muerte de Cristo. Browne adopta esta hipótesis en una

forma modificada, reconociendo que la hipótesis referida «cae bajo fatales

objeciones». Señala él que «es improbable en grado sumo» que Lucas, que escribía

especialmente para un funcionario romano, y en general para los gentiles, se

hubiera expresado de manera como para que le malinterpretasen. Por ello, aunque

la afirmación del evangelista choca con sus conclusiones referentes a la fecha de la

Pasión, reconoce su obligación de aceptarla. Ver Ordo Saec, n.° 71 y 95.

57

Tampoco existe ninguna incoherencia entre estas afirmaciones de

Lucas y la fecha de la Natividad (tal como la fija el mismo evange-

lista), bajo Cirenio, en el otoño del año 1 a.C.; porque el ministerio

del Señor, datando del otoño del año 28 d.C, puede de hecho haber

empezado antes de que expirara su año trigésimo, y no puede haber

ido más que unos meses más allá de este año. La expresión «unos

treinta años» implica un margen así. Ya que por ello es completa-

mente innecesario, llega a ser totalmente injustificable asignar un

significado especial a las palabras del evangelista; y al mencionar el

año decimoquinto de Tiberio César tiene que haber querido decir lo

que todo el mundo estaría asumiendo que quería decir, o sea, que se

trataba del año que empezó el 19 de agosto del año 28 d.C. Así,

saliendo del campo de la discusión y de la controversia, llegamos a

una fecha bien precisada, de importancia vital en esta investigación.

La primera Pascua del ministerio público del Señor en la tierra

queda así definitivamente fijada por la misma narración evangélica,

en Nisán del año 29 d.C. Y podemos así filar el año 32 d.C. como la

fecha de la crucifixión.9

Esto se opone, indudablemente, a las tradiciones incorporadas de la

espúrea Acta Pilati que tan a menudo se cita en esta controversia, y

9. «A mí me parece absolutamente cierto que el ministerio del Señor duró por un

período alrededor de tres años» (Pusey, Daniel, p. 176, y ver nota 7 en p. 177).

Esta opinión se mantiene ahora con tanta universalidad, que ya no es necesario

presentar con detalle las bases sobre las que descansa; de cierto, autores recientes

asumen por lo general, sin prueba alguna, que el ministerio incluyó cuatro Pascuas.

La discusión más satisfactoria de esta cuestión que yo conozca es la de

Hengstenberg en su Christology (traducida al inglés por Arnold, n.° 755-765). Juan

menciona expresamente tres Pascuas a las que el Señor estuvo presente; y sí la

fiesta de Juan 5:1 fue una Pascua, la cuestión queda cerrada. En la actualidad se

admite por lo general que la fiesta era o Purim o la Pascua, y las pruebas de

Hengstenberg a favor de la última son abrumadoras. La fiesta de Purim no tenía

sanción divina. Fue instituida por un decreto de Ester, reina de Persia, en el año

13.° de Jerjes (437 a.C), y era más bien una fiesta social y política que religiosa, en

la que el servicio en la sinagoga era más bien secundario frente a los excesos en

comer y en beber que caracterizaban el día. Es dudoso que el Señor hubiera

observado esta fiesta; pero que, saliendo de la práctica normal, hubiera subido a

Jerusalén especialmente a celebrarla, es cosa totalmente increíble.

en los escritos de algunos de los padres, para quienes el año decimo-

quinto de Tiberio era precisamente la fecha de la muerte de Cristo;

«por algunos, porque confundieron la fecha del bautismo con la fecha

de la Pasión; por otros, porque transcribieron de sus predecesores sin

examinarlo».10

Se puede citar un impresionante cúmulo de nombres en apoyo de

cualquiera de los años entre 29 d.C. y 33 d.C; pero tal testimonio

tiene fuerza solamente si no se encuentra otro mejor. Así como una

cadena aparentemente perfecta en evidencias circunstanciales cae

ante el testimonio de un solo testigo de veracidad y valor recono-

cidos, y la voz unida de medio país no apoyará un derecho prescrip-

tivo, si se opone una sola hoja de pergamino, así las tradiciones acu-

muladas de la Iglesia, incluso si fueran definidas y claras, cuando de

hecho son contradictorias y vagas, no podrían contrapesar las pruebas

a las que se ha apelado aquí.

No obstante, otro punto reclama nuestra atención. Numerosos es-

critores, algunos de ellos eminentes, han discutido el asunto como si

no se necesitara nada más para establecer la fecha de la Pasión que la

de hallar un año, dentro de ciertos límites, en el cual la luna pascual

estuviera llena en un viernes. Pero ello traiciona un extraño olvido de

la complicación del problema. Cierto es que si el sistema por el cual

se establece el año judío en la actualidad hubiera estado vigente hace

dieciocho siglos, toda la controversia giraría en torno a la fecha se-

manal de la Pascua en un año determinado; pero a causa de nuestra

ignorancia del tema embolismal utilizado entonces, no se le puede

dar ningún peso.11

10. Clinton, Fasti Rom., 29 d.C.

11. «El mes empezaba con la fase de la luna...y ello sucede cuando, según

Newton, la luna tiene dieciocho horas. Así, el decimocuarto día de Nisán pudiera

empezar cuando la luna era de 13 días y 18 horas, y le faltaban 1 día, 0 horas y 22

minutos para llegar a llena. [La edad de la luna cuando está llena será de 14 días,

18 horas, 22 minutos.] Pero en algunas ocasiones la fase era retrasada hasta que la

luna tenía 1 día y 17 horas; y así, si el primero de Nisán se posponía hasta la fase,

el decimocuarto empezaría sólo a 1 día y 22 minutos después de la luna llena. No

obstante, esta precisión para ajustar el mes con la luna no existía en la práctica. Los

judíos, como otras naciones que adoptaron el año lunar, y que suplían el defecto

58

Mientras que el año judío era el antiguo año lunisolar de 360 días, no

es improbable que los ajustaran, como durante siglos lo habían hecho

con probabilidad en Egipto, añadiendo anualmente los «días de

costumbre» de los que habla Herodoto.12

Pero no debe de suponerse

que cuando adoptaron la forma presente de año que continuaron

corrigiéndolo de la misma manera. Su utilización del ciclo metónico

para estos propósitos es comparativa-mente moderno.13

Y es proba-

ble que con el año lunar obtuvieran también bujo los Seléucidas el

antiguo ciclo de ocho años para su ajuste. El hecho de que este ciclo

estaba en uno entre los cristianos primitivos para sus cálculos de la

Pascua.14

suscita la presunción de que estaba tomado de los judíos;

pero no tenemos un conocimiento cierto acerca de ello.

Realmente, la única cosa razonablemente cierta acerca de este

asunto es que la Pascua no cayó dentro de los días que son asignados

por autores cuyos cálculos acerca de ello se hacen con una exactitud

astronómica estricta,15

porque la Mishná nos da la prueba clara de

que el principio del mes no quedaba determinado por la verdadera

luna nueva, sino por la primera aparición de su disco; y a pesar de

que en un clima como el de Palestina esto quedaría en raras ocasiones

…Viene 11. con los meses intercalados, no obtenían una exactitud total. No sabemos cuál era su

método de cálculo cuando empezó la era cristiana.» (Fasti Rom., vol. ii, p. 240); 30

d.C. es el único año entre el año 29 y 33 en el que la fase de la luna llena cayó en

viernes. En el año 29 d.C. la luna llena cayó en sábado, y la fase en lunes. (Ver la

Tabla de Wurms, en la Chron. Syn., de Wieseler, traducción al inglés de Venable,

p. 407).

12. Herodoto, ii, 4.

13. Fue alrededor del año 360 d.C. cuando los judíos adoptaron el ciclo metónico

de diecinueve años para el ajuste de su calendario. Antes de esta época utilizaban

un ciclo de ochenta y cuatro años, que era, evidentemente, el período calípico de

setenta y seis años con un octaeterio griego añadido. Algunos autores afirman que

estaba en uso en tiempos de nuestro Señor, pero la afirmación es muy dudosa.

Parece descansar en el testimonio de los últimos rabinos. Julio Africano afirma, por

su parte, en su Cronografía, que «los judíos insertan tres meses intercalados cada

ocho años». Para una descripción del calendario judío moderno, Ver la Encyclo-

pedia Británica (9.a ediciones, vol. v, p. 714).

14. Browne, Ordo Saec, n.° 424.

retardado por causas que operarían en latitudes más lóbregas, es

indudable que en algunas ocasiones no aparecían «ni sol ni estrellas

por muchos días».16

Estas consideraciones justifican la afirmación de

que en cualquier año el 15 de Nisán hubiera podido caer en un

viernes.17

Por ejemplo, el año 32 d.C, la fecha de la luna nueva verdadera,

por la cual se regulaba la Pascua, cayó en la noche (10 h 57 m) del 29

de marzo. La fecha ostensible del 1° de Nisán, entonces, según la

fase, fue el 31 de marzo.18

Puede que hubiera sido retardado, a pesar

de todo, hasta el 1° de abril; y en este caso el 15° de Nisán hubiera

15. Por ejemplo, ver Browne, Ordo Saec, n.° 64. El afirma que «si en un año dado

la luna pascual estuvo llena en cualquier instante entre la puesta de sol de un jueves

y la puesta del sol de un viernes, el día incluido entre las dos puestas de sol era el

15 de Nisán»; y sobre este terreno él afirma que el año 29 d.C. es el único posible

de la crucifixión. Pero como su propia tabla muestra, ninguno de los años posibles

(esto es, ningún año entre el 28 y 33) satisface esta condición; porque la luna

pascual de 29 d.C. fue el sábado, 16 de abril, y no el viernes 18 de marzo. Esta

posición también la mantienen Ferguson y otros. Se puede explicar quizá por el

hecho de que no ha sido hasta hace poco que la Mishná no ha sido traducida al

inglés.

16. Hch. 27:20. El tratado Rosh Hashanah de la Mishná trata del modo en que,

en los días del «segundo templo», se regulaba la fiesta de la luna nueva. La

evidencia de dos testigos competentes era demandada por el Sanhedrín teniendo

que declarar que habían visto la luna, y las numerosas, reglas para el viaje y

examen de estos testigos demuestran que con no poca frecuencia venían de una

buena distancia. Verdaderamente, se tiene en cuenta el hecho de poder estar «todo

un día y una noche en camino» (cap. i, n.° 9). Así, la proclamación por parte del

Sanhedrín puede haber quedado retrasada, en ocasiones, por un día e incluso dos

después de la fase, y en algunas ocasiones la fase se retrasaba hasta que la luna

tenía 1 día y 17 horas de edad [Clinton, Fasli Rom., vol. ii, p. 20]; con lo que el 1.°

de Nisán puede haber caído más tarde, por algunos días, que la verdadera luna

nueva. Además, es posible que hubiera estado más retrasado por la operación de

normas tales como las del moderno calendario judío a fin de impedir que ciertas

fiestas caigan en días incompatibles. Por lo que se ve de la Mishná (Pesachim),

estas normas no estaban aún en vigor; pero podrían haber existido reglas similares

en vigor.

17. Ver Fasti Rom., vol ii, p. 240, acerca de la imposibilidad de determinar en

qué años cayó la Pascua en viernes.

18. Ver p. 122 (nota 12).

59

caído por lo que parece en el martes 15 de abril. Pero, además, el

calendario hubiera podido quedar perturbado por intercalaciones.

Según el sistema del ciclo de ocho años, el mes embolico se inter-

calaba en los años tercero, sexto y octavo, y un examen de los calen-

darios desde 22 d.C. hasta 45 d.C. mostrará que 32 d.C. era el tercero

de un ciclo así. Ya que la diferencia entre el año solar y el lunar es de

11 1/4 días, llegaría en tres años a ser de 33 3/4 días, y la intercala-

ción de un decimotercer mes (Ve-adar) de treinta días dejaría todavía

un sobrante de 3 3/4 días; y la «luna eclesiástica» caería antes que la

luna real, con lo que el día de la fiesta hubiera caído el viernes (11 de

abril), exactamente como lo demanda la narración de los evange-

lios.19

Esto, además, explicaría lo que, a pesar de toda la poesía utilizada

acerca de las arboledas y grutas del Getsemaní, continúa consti-

tuyendo una dificultad. Judas no necesitó ninguna antorcha ni lin-

terna a fin de poder localizar a su Maestro en medio de las más

oscuras sombras y recovecos del huerto, ni tampoco se acercó allí

19. Lo que sigue es el esquema del octaeterio: El año solar tiene una duración de

365 1/4 días; 12 meses lunares hacen 354 días. La diferencia, que recibe el nombre

epacta o epagomené, es de 11 1/4 días. Esta es la epacta del primer año. De ahí que

la epacta del segundo año sea = 22 1/2 días; del tercero 33 3/4. Estos 33 3/4 días

hacen un mes lunar de 30 días, que se añaden al tercer año lunar como mes interca-

lar o decimotercer mes, y un resto, o epacta de 3 3/4 días. De ahí la epacta del

cuarto año = 11 1/4 + 3 3/4 = 15 días; el del quinto año = 26 1/4; del sexto, 37 1/2,

que da el segundo embolismo de 30 días con una epacta de 7 1/2. La epacta, por

tanto, del año séptimo. 18 3/4, y la del octavo =18 3/4+11 1/4 = 30 exacto, con lo

que el tercer embolismo queda sin ninguna epacta.» Browne, Ordo Saec, n.° 424.

Los días de la luna llena pascual en los años 22-37 d.C. fueron como sigue; se

marcan los años embolísmicos, según el octaeterio, con una E:

d.C. d.C.

22...... 5 de abril 30...... 6 de abril

23...... 25 de marzo 31...... 27 de marzo

24...... 12 de abril 32 E... 14 de abril

25...... 1 de abril 33...... 3 de abril

26...... 21 de marzo 34...... 23 de marzo

27 E… 9 de abril 35 E.... 11 de abril

28...... 29 de marzo 36…. 30 de marzo

29 E… 17 de abril 37 E... 18 de abril

la multitud, por lo que parece, a prender a su víctima hasta que él

cumplió su rastrera y malvada misión. Y el Sanedrín no hubiera

necesitado sobornar a un traidor para que les entregase a medianoche

al objeto de su ira, si no fuera que no se atrevía a prenderlo excepto

furtivamente.20

Cada antorcha y linterna les hubiera hecho correr el

riesgo de despertar a los millones de durmientes alrededor de ellos,

porque en aquella noche todo Judá estaba reunido en la capital para

guardar la fiesta de la Pascua.21

Entonces, si la luna llena estaba alta

sobre Jerusalén, no se necesitaba de ninguna otra luz para guiarlos en

su culpable comisión; pero si, por otra parte, la luna pascual hubiera

tenido solamente diez u once días en aquella noche de jueves, hubiera

estado muy baja en el horizonte, si es que ya no se hubiera puesto,

antes de que ellos salieran. Estas sugerencias no se presentan con el

ánimo de confirmar la prueba ya ofrecida de la fecha del año de la

muerte de Cristo, sino meramente para mostrar lo fácil que es respon-

der a objeciones que parecen fatales a primera vista

20. Lucas 22:2-6. 21. Josefo testifica que «multitud innumerable» se congregaba a la fiesta

(Antigüedades, xvii, 9, n.° 3); y él computa que en la Pascua anterior al asedio de

Jerusalén hasta unas 2.700.200 personas realmente participaron de la cena pascual,

además de los extranjeros presentes en la ciudad (Guerra, vi, 9, n.° 3).

60

9

La Cena Pascual

LA CONFIABILIDAD de los testigos es comprobada, no por la cantidad

de verdad que su evidencia contiene, sino por la ausencia de errores.

Un solo error craso puede servir para desacreditar un testimonio que

parecía de la mayor credibilidad. Este principio tiene aplicación para

estimar la credibilidad de las narraciones de los Evangelios, y le

asigna una importancia que difícilmente puede ser exagerada a la

cuestión que se suscita en esta controversia, ¿tuvo lugar la traición en

la noche de la Cena Pascual? Si, como se mantiene tan comúnmente,

uno o todos los evangelistas cayeron en error en un asunto real tan

definido y llano, es en vano pretender que sus escritos sean inspi-

rados por Dios.1

1. 2ª Ti. 3:16. Ver Ordo Saec, de Browne, n.° 65-70, para una discusión exhaus-

tiva de esta cuestión, para demostrar que «los tres primeros evangelios muestran su

diferencia con el cuarto en este punto». Este asunto está tratado en libros sin

cuenta. Me ocupo aquí solamente de los puntos más importantes de esta

controversia. Siendo inconsecuentes los argumentos basados en el cumplimiento

sabático del 15 de Nisán con los sucesos de la mañana de la crucifixión, no tienen

valor. «Colar el mosquito y tragar el camello» era característico de los hombres que

fueron los actores de estas escenas. Si alguien duda de ello, que lea la Mishná. Y

puntos tales como que los judíos tenían prohibido dejar sus casas en la noche de la

Cena dependen de la confusión de los mandatos dados para la noche del éxodo con

la ley referente a su celebración anual. Igual se podría aducir que el Señor tuvo

parte y aprobó la violación de la ley a causa de que se reclinó a cenar, en lugar de

sentarse ceñido y calzado tal como está ordenado en Ex. 12!

El testimonio de los primeros tres evangelios es unánime, en cuanto a

que la Ultima Cena fue celebrada en la Pascua judía. El intento de

demostrar que fue una celebración anticipada, sin el sacrificio

pascual, aunque hecho con el mejor de los motivos, es totalmente

fútil. «El primer día de la fiesta de los panes sin levadura» (afirma

Mateo),2 «se acercaron los discípulos a Jesús y le dijeron: ¿Dónde

quieres que te hagamos los preparativos para comer la pascua?» Fue

propuesta, no del Señor, sino de los discípulos, que, con el conoci-

miento del día y de los ritos que le eran propios, se dirigieron al

Maestro en busca de instrucciones. Con una claridad aún más grande,

Marcos narra que esto tuvo lugar «en el primer día de la fiesta de los

panes sin levadura, cuando estaban sacrificando el cordero

pascual».3 Y el lenguaje de Lucas es quizá todavía más inequívoco:

«Llegó el día de los panes sin levadura, en el cuál se debía sacrificar

el cordero de la pascua.»4

Pero afirman confiadamente que el testimonio de Juan es claro y

sin ambigüedades que la crucifixión tuvo lugar precisamente aquel

mismo día, y se insiste en ocasiones que en la misma hora que el

sacrificio pascual. Muchos autores eminentes se podrían citar en

apoyo de esta posición, y la controversia desarrollada en su defensa

no tiene fin. Pero no se puede tolerar ninguna apelación a grandes

nombres por un solo momento cuando lo que está en juego es la

integridad de las Sagradas Escrituras; y a pesar de la erudición que se

ha invertido para demostrar que en este punto los Evangelios están en

desesperada contradicción, nadie que haya aprendido a valorarlos

como revelación divina se sorprenderá de que la mayor dificultad se

apoya en la prevaleciente ignorancia acerca de las ordenanzas judías

y de la ley de Moisés

2. Mt. 26:17. En la Versión Autorizada (el autor se refiere a la versión inglesa del

Rey Jaime I). (N. del T.), nuestros traductores han pervertido el versículo. No era el

primer día de la fiesta, sino el día en que se sacaba la levadura de sus casas, el 14

da Nisán, por la noche en el que se comía la Pascua.

3. Mr. 14:12.

4. Le. 22:7.

61

Todos estos escritores confunden la Cena Pascual con la fiesta que

le seguía, y a la que le daba su nombre. La cena era un memorial de

la redención de los primogénitos de Israel en la noche anterior al

éxodo; la fiesta era el aniversario de su verdadera liberación de la

casa de esclavitud. La cena no era una parte de la fiesta; era moral-

mente la base sobre la que la fiesta se sostenía, así como la Fiesta de

los Tabernáculos estaba basada en la gran ofrenda por el pecado del

día de la expiación que la precedía. Pero de la misma manera que la

Fiesta de las Semanas vino a ser comúnmente designada Pentecostés,

la Fiesta de los Panes sin Levadura vino a ser llamada popularmente

la Pascua.5 Aquel título era común a la cena y a la fiesta, y las incluía

a ambas; pero el judío inteligente nunca confundiría las dos; y si él

hablaba enfáticamente de la Fiesta de la Pascua, con ello estaría

hablando de la fiesta con exclusión de la cena.6

No hay palabras que puedan expresar con más claridad esta distin-

ción que aquéllas que nos da el Pentateuco en la promulgación final

de la Ley: «Pero en el mes primero, a los catorce días del mes, será la

Pascua de Jehová. Y a los quince días de este mes, la fiesta solemne;

por siete días se comerán panes sin levadura.»7

Abriendo el capítulo decimotercero de Juan a la luz de esta sencilla

explicación, toda dificultad desaparece. La escena es la de la Cena

Pascual, en la víspera de la fiesta, «antes de la fiesta de la pascua»;8 y

después de la narración del lavamiento de pies, el evangelista conti-

5. Ver Lucas 22:1, y comparar con Josefo, Antigüedades, xiv, 2,1, y xvii, 9, 3:

«La fiesta de los panes sin levadura, que nosotros llamamos la Pascua.»

6. O, si el énfasis descansaba sobre la palabra «fiesta», la distinción seria entre la

Pascua y Pentecostés o Tabernáculos.

7. Nm. 28:16, 17. Comparar con Ex. 12:14-17, y Lv. 23:5-6, y ver que en la

enumeración de fiestas en Éxodo 23 se omite la Pascua (o sea, la cena Pascual)

totalmente.

8. Jn. 13:1. El lector debe distinguir cuidadosamente entre versículos tales como

éste y aquellos versículos donde en nuestra versión inglesa la palabra «fiesta» está

en cursiva, denotando que no está en el original. (Lamentablemente, en la mayor

parte de las versiones castellanas no se sigue esta recomendable práctica, ni en la

Reina Valera revisión 1960 ni siquiera en la revisión 1977. Sí lo hacen la Reina

Valera 1909 y la Versión Moderna de Pratt. (N. del T.)

núa explicando la apresurada salida de Judas, explicando que, para

algunos, lo que el Señor le quería decir era, «compra lo que necesi-

tamos para la fiesta».9 El día de la fiesta era un sábado, en el que era

ilícito comerciar, y puede parecer que los suministros necesarios para

la festividad podían aún ser comprados la noche precedente; porque

otro de los errores en los que esta controversia abunda es la asunción

de que el día judío era invariablemente contado, empezando por el

anochecer.10

Tal, indudablemente, era la norma acostumbrada, y notablemente

en cuanto a la ley de limpieza ceremonial. Ciertamente, este mismo

hecho nos capacita para concluir sin dudas de ningún tipo que la

Pascua, a causa de la cual los judíos rehusaron entrar en el pretorio, a

fin de no contaminarse, no era la Cena Pascual, porque aquella cena

no se comía hasta después de la hora en que hubiera cesado la conta-

minación. En el lenguaje de la Ley, «cuando el sol so ponga, será

limpio; y después podrá comer las cosas sagradas, porque su

alimento es».11

Pero éste no era el caso con las ofrendas santas del

día de la fiesta, que de necesidad tenían que comer antes de la hora

en que hubiera cesado su contaminación.12

La única cuestión pen-

diente, por lo tanto, es el que la participación de los sacrificios de

paces de la fiesta pudiera o no designarse con el término de «comer

la Pascua». La misma ley de Moisés nos da la respuesta:

«Sacrificaras la Pascua a Jehová tu Dios, de las ovejas y de las vacas

9. Jn. 13:29.

10. De esta manera era, por ejemplo, el día de la expiación (Lv» 23:32) y también

el sábado semanal. Pero, aunque la Pascua se comía entre las seis de la tarde y la

medianoche, este período quedaba destinado por la ley, no como el principio del 15

de Nisán, sino como la tarde o noche del 14 (cp. con Ex. 12:6-8, y Lv. 23:5). El 15,

o día de la fiesta, se contaba, indudablemente, desde las seis de la mañana siguiente

porque, según la Mishná (tratado Berachoth), el día empezaba a las seis de la

mañana. Estos autores nos quisieran hacer creer que los discípulos suponían que

estaban allí comiendo, la Pascua, y que a pesar de ello ¡supusieron que Judas fue

enviado a comprar lo que se necesitaba para la Pascua!

11. Lv. 22:7.

12. Debido a que el día acababa a las seis. Además, sabemos por escritores judíos

que estas ofrendas (llamadas Chagigah en el Talmud) se comían entre las tres y las

seis, y que la impureza ceremonial permanecía hasta las seis de la tarde.

62

... No comerás con ella pan con levadura; siete días comerás con ella

pan sin levadura.»13

Así, si las palabras de Juan son inteligibles tan sólo cuando se

interpretan de esta manera, y si cuando se interpretan de esta manera

son consistentes con el testimonio de los otros tres evangelistas, no

nos queda ningún elemento de duda, llegando a la absoluta certeza de

que los sucesos del capítulo decimoctavo tuvieron lugar en el día de

la fiesta. O, si aún se necesitase confirmación, los versículos finales

de este mismo capítulo la dan, pues, según la costumbre citada, era

en la fiesta que el gobernador le soltase un preso al pueblo.14

Te-

miendo, a causa del populacho, prender al Señor durante el día de la

fiesta,15

los fariseos estaban ansiosos de buscar su entrega por la no-

che de la Cena Pascual. Y así vino a suceder que la presentación ante

Pilato tuvo lugar en el día de la fiesta, como todos los evangelistas

declaran. Pero ¿no afirma Juan de una manera expresa qué era «la

prepa-ración de la Pascua», y no tiene que significar ello necesaria-

mente el catorce de Nisán? La llana respuesta es que no se ha hallado

ni tan sólo un pasaje, ni de escritos sagrados ni profanos, en los que

se describa así este día; mientras que entre los judíos «la prepara-

ción» era el nombre usual para el día antes del sábado, y así lo utili-

zan todos los evangelistas. Y, teniendo esto en mente, compare el

lector el versículo 14 del capítulo 19 de Juan con los versículos 31 y

42 del mismo capítulo, y no hallará ninguna dificultad en traducir las

palabras de que estamos tratando así: «Era el viernes de la Pascua.»16

13. Dt. 16:2, 3, y cp. 2° Cr. 35:7, 8.

14. Jn. 18:39. Cp. Mt. 27:15; Mr. 15:6; y Le. 23:17.

15. Mt. 26:5; Mr. 14:1, 2.

16. Cp. Los versículos 31 y 42, y también Mt. 27:62; Mr. 15:42; Le. 23:54.

Josefo (Antigüedades, xvi, 6,2) cita un edicto imperial eximiendo a los judíos de

comparecer ante tribunales tanto en sábado como a partir de la novena hora del día

de la preparación. Es injustificable decir que la ausencia del artículo en Juan 19: 14

impide que le podamos dar este significado a la palabra napacxeu en este pasaje.

En tres de los otros cinco versículos citados esta palabra carece de artículo, pues de

hecho había llegado a ser el nombre usual del día, y la expresión «viernes de

Pascua» era tan natural para el judío como para nosotros «lunes de pascua». (Ver la

nota de Alford en Mr. 15:42. Todavía más valiosa es su explicación de Mt. 27:62.)

Pero aún se cita otra afirmación de Juan en esta controversia.

«Aquel sábado era de gran solemnidad», declara, y, por ello, se

insiste, tiene que haber sido el 15 de Nisán. La fuerza de este «.por

ello» depende en parte de pasar por alto el hecho de que los grandes

sacrificios a los cuales el 15 de Nisán debía mayormente su

solemnidad distintiva, se repetían diariamente a lo largo de toda la

fiesta.17

Tan sólo por este motivo aquel sábado era «de gran solem-

nidad». Pero, aparte de ello, era un día especialmente señalado al ser

el día en el que se ofrecían las primicias en el Templo; porque, por lo

que respecta a esta ordenanza, como en la mayoría de puntos de

divergencia entre los judíos caraítas, que mantenían las Escrituras

como su sola guía, y los judíos rabínicos, que seguían las tradiciones

de los ancianos, estos últimos siempre estaban en error.

La ley ordenaba que se debería mecer la gavilla de las primicias

delante del Señor «el día siguiente del día de reposo la mecerá»,18

y a

partir de aquel día se tenían que contar las siete semanas que

culminaban en la fiesta de Pentecostés. Pero como el libro de Deute-

ronomio ordena expresamente que las semanas se deberían contar

desde el primer día de la cosecha,19

es evidente que el día siguiente

al sábado no debería ser él mismo un sábado, sino un día laborable.

Así, el verdadero día para la ordenanza era el día de la resurrección,

«el primer día de la semana» después de la Pascua,20

cuando, según

17. Nm. 28:19-24. Cp. Josefo, Antigüedades, iii, 10, 5.

18. Lv. 23:10-11.

19. Dt. 16:9, y cp. Lv. 23:15, 16.

20. El calendario judío actual está ajustado de tal manera que el 14 de Nisán

nunca coincidirá con su «Sabbath» (ver Encyclopedia Británica, 9a ed., artículo

Hebrew Calendar); y esto, indudablemente, so hizo de intento, porque los deberes

del día eran inconsistentes con la debida observación del cuarto mandamiento. Por

ello, «el día siguiente del día de reposo» sería, invariablemente, un día laborable,

con lo que la ley es perfectamente consistente en procurar que la gavilla fuera

mecida el primer día de la cosecha. Es tan sólo en un ciclo de años, por esto, que la

ofrenda de las primicias cae realmente en el tercer día a partir de la Pascua; pero en

el año de la crucifixión, el gran anti tipo, la resurrección de Cristo de entre los

muertos (1.a Co. 15:20, 23), tuvo lugar en el mismo día que Dios había señalado

para el rito. De ello se sigue que el verdadero Pentecostés debe siempre caer en el

primer día de la semana (ver Lv. 23:15, 16), y por ello en aquel mismo año el

63

el propósito de la ley, se debería empezar la cosecha de la cebada, y

cuando debería llevarse la primera gavilla recogida al santuario, y

mecerse solemnemente ante Jehová.

Pero con los judíos todo esto se había perdido en el vacío rito de

ofrecer en el templo una medida de alimento preparado de maíz que,

además, violando la ley, había sido recogido hacía días. Este rito se

celebraba invariablemente en el 16 de Nisán; así, sincronizando con

las solemnidades tanto de la fiesta de la Pascua como del sábado,

aquel día no podía dejar de ser «de gran solemnidad».21

El

argumento que intenta demostrar que la muerte de Cristo tuvo lugar

en el mismo día en que se sacrificaba el

Cordero pascual ha conseguido un interés y valor ficticio a partir de

la aparente oportunidad del sincronismo involucrado. Pero una inves-

tígación más ajustada del asunto, combinada con una visión más

amplia de los tipos mosaicos, dispara la fuerza de esta conclusión.

La enseñanza distintiva del calvinismo está basada en darle un lugar

exclusivo a la gran ofrenda por el pecado de Levítico, en la que la

sustitución, en su sentido más claro y definido, es esencial. Por el

otro lado, la Pascua ha sido siempre el más popular de los tipos. Pero,

aunque se han ignorado casi completamente los otros sacrificios

típicos en nuestras escuelas más importantes de pensamiento

teológico, se les da no poca importancia en las Escrituras. Las

ofrendas que se presentan en primer lugar en el libro de Levítico

tienen una amplia representación en la teología de la epístolas a los

Hebreos —el ―Levítico‖ del Nuevo Testamento—, mientras que la

Pascua no es siquiera mencionada.22

Ahora bien, estas ofrendas

….Viene 20. verdadero Pentecostés fue, no el día de sábado en el cual los judíos observaban la

fiesta, sino el día que le seguía, un hecho que confirma la presunción de que la

palabra a propósito ambigua que se utiliza en lechos 2:1 significa «cumplido» (ver

RV 1977, margen) en el sentido de pasado, y que fue cuando estaban reunidos «en

el primer día de la semana» que la Iglesia recibió el don del Espíritu Santo.

21. La verdad es que no hubiera podido dejar de ser el mayor sábado del año, y es

vano pretender que no es suficiente de explicar por la mención que se hace de él.

22. La mención histórica de la Pascua en Hebreos 11:28 no es ninguna excep-

ción. No tiene un lugar en la doctrina de la epístola.

levíticas23

señalan al día de la fiesta23

en la cual, según los evan-

gelios, «se quitó la vida al Mesías».

Y no faltan otros sincronismos, aún más notables y significativos.

Durante todo Su ministerio en la tierra, aunque transcurrió en

humillación y vituperio, no se le echó mano al Bendito, excepto en

súplica insistente o en servicio devoto. Pero en ocasiones en que Sus

enemigos bien hubieran deseado apresarle, se hablaba de una miste-

riosa hora a venir, en la cual se desataría sin obstáculos el odio de

ellos. «Esta es vuestra hora, y la potestad de las tinieblas», exclamó

El, mientras que Judas y los impíos compañeros de maldad le rodea-

ban en el huerto.25

Su hora, él la llamaba, cuando Él pensaba en Su

misión en esta tierra: la hora de ellos, cuando en el cumplimiento de

su misión se encontró a su alcance.

Las agonías infligidas sobre El por los hombres han capturado las

mentes de la cristiandad; pero más allá y por encima de todo ello el

misterio de la Pasión es que Él fue abandonado y maldecido de

Dos.26

Ciertamente, en cierto sentido Sus sufrimientos por parte de

los hombres eran sólo una consecuencia de ello; de ahí viene Su

respuesta a Pilato: «No tendrías ninguna autoridad contra mí, si no te

fuere dado de arriba.» Si los hombres le habían apresado y lo

mataron, fue porque Dios le entregó en sus manos. Cuando aquella

hora señalada llegó, la poderosa mano dejó de mantener lo que hasta

entonces le había escudado de ultraje. Su muerte no fue el principio,

sino el final de Sus sufrimientos; la verdad es que fue la hora de Su

triunfo.

La agonía en la media noche en Getsemaní fue así el gran antitipo

de aquella escena de la medianoche en Egipto cuando el ángel des-

tructor recorrió la tierra.

23. El holocausto, con su ofrenda, el sacrificio de paz (la Chagigah del Talmud), y

la ofrenda por el pecado (Lv. 1-4).

24. Nm. 28:17-24.

25. Le. 22:53.

26. Ninguna mente reverente intentará analizar el significado de tales palabras,

excepto hasta allí donde testifican del gran hecho de que Sus sufrimientos y muerte

fueron en expiación por nuestros pecados. Pero el creyente no tolerará una sola

duda con respecto a la realidad y profundidad de su significado.

64

Y así como Su muerte era el cumplimiento de la liberación de Su

pueblo, así tuvo lugar en el aniversario de «aquel mismo día (que)

sacó Jehová a los hijos de Israel de la tierra de Egipto en orden de

campaña».27

27. Ex. 12:51. La Pascua anual era tan sólo una celebración en memoria de la

Pascua en Egipto, la cual era el verdadero tipo. Además, se sacrificaba no a la hora

en que el Señor murió, sino después de aquella hora, entre la hora novena y la

undécima (Josefo, Guerra, vi, 9, 3). «La elucidación de la doctrina de los tipos,

ahora totalmente descuidada, es un importante problema para los teólogos futuros.»

Esta sentencia de Hengstenberg [Christology (edición de Arnold) n.° 765] puede

todavía citarse como un merecido reproche a la teología, y mucho de lo que se ha

escrito en esta controversia podría citarse para demostrar su veracidad.

El día de la crucifixión fue el aniversario no solamente del éxodo, sino de la

promesa a Abraham (cp. Ex. 12:41).

El día de la resurrección fue el aniversario del paso del mar Rojo, y de nuevo el

del asentamiento del Arca sobre Ararat (Gn. 8:4). Nisán, que había sido el mes

séptimo, pasó a ser el mes primero al tiempo del Éxodo. (Ver Ex. 12:2; cp. Ordo

Saec, n.° 299.) En el 17 de Nisán la tierra renovada emergió de las aguas del

diluvio; el pueblo redimido emergió de las aguas del mar; y el Señor Jesús resucitó

de entre los huertos.

10

El Cumplimiento de la Profecía

«LAS COSAS SECRETAS pertenecen a Jehová nuestro Dios, más las

reveladas son para nosotros y para nuestros hijos para siempre.»1 Y

entre las cosas «reveladas» la profecía cumplida tiene un lugar

prominente. A la vista de los eventos en los que ha sido cumplida, su

significado sale a la superficie. Admitamos los hechos de la Pasión, y

su relación con el Salmo 22 es indiscutible. Hay profundidades de

significado espiritual en las palabras del salmista, debido a la natura-

leza de los hechos que las han cumplido; pero el testimonio que la

profecía da se dirige a todos, y el que se apresure puede leerlo. ¿Es

posible, preguntará alguien, que esta profecía de las Setenta Semanas

exija tanta investigación y discusión?

Tal objeción es perfectamente legítima; pero la respuesta que se le dé

dependerá de la distinción que se haga entre las dificultades que

surgen de la profecía misma, y aquellas que dependen completamente

de la controversia a la que ha dado origen. Los escritos de Daniel han

sido más el objeto de la crítica hostil que cualquier otra parte de las

1. Dt. 29:29.

65

Escrituras, y los versículos finales del capítulo 9 han sido siempre un

punto principal de ataque. Y ello por necesidad, porque si este solo

pasaje se puede comprobar como profecía genuina, éste establece el

carácter del libro como revelación divina. Reconocidamente, las

visiones de Daniel describen eventos históricos desde los días de

Antíoco Epífanes; por ello el escepticismo asume que el autor vivió

en los días de los macabeos. Pero esta asunción, que se arguye sin tan

siquiera una pretensión decente de pruebas, queda totalmente refu-

tada al señalar una porción de la profecía cumplida en una fecha más

posterior; y por ello es de necesidad vital al escéptico poder desacre-

ditar la predicción de las Setenta Semanas.

La profecía no ha sufrido nada de los ataques de sus enemigos, pero

mucho a manos de sus amigos. No se precisaría de ningún argumento

elaborado para dilucidar su significado, si no fuera por las dificul-

tades suscitadas por los expositores cristianos. Si todo lo que los

autores cristianos han escrito acerca de este tema pudiera ser borrado

y olvidado, el cumplimiento de la visión, hasta allí donde ha sido

cumplido, quedaría claro sobre la página abierta de la Historia. Por

respeto a estos autores, y también con la esperanza de eliminar

prejuicios que son fatales a la recta comprensión del asunto, se han

considerado aquí estas dificultades. Ahora solamente queda reca-

pitular las conclusiones que se han registrado en las anteriores

páginas.

El cetro del poder terreno que había sido confiado a la casa de

David fue traspasado a los gentiles en la persona de Nabucodonosor,

para permanecer en manos gentiles «hasta que se cumplan los

tiempos de los gentiles».

Las bendiciones prometidas a Judá y a Jerusalén fueron pospues-

tas hasta después del período descrito como «setenta semanas»; y al

final de las sesenta y nueve semanas «se le quitaría la vida al

Mesías». Estas setenta semanas representan setenta veces siete años

profé-ticos de 360 días, a ser contados a partir de la promulgación del

decreto mandando la reconstrucción de Jerusalén —«la plaza y el

muro» de Jerusalén. El edicto de referencia fue el decreto promul-

gado por Artajerjes Longimano en el año vigésimo de su reinado,

autorizando a Nehemías a reconstruir las fortificaciones de Jerusalén.

La fecha del reinado de Artajerjes puede determinarse de una

manera cierta, no por medio de elaboradas disquisiciones de comen-

taristas bíblicos, sino por la voz unida de los historiadores y cronó-

logos seculares. La afirmación de Lucas es explícita e inequívoca,

que el ministerio público de nuestro Señor empezó en el año deci-

moquinto del reinado de Tiberio César. Es igualmente claro que

empezó poco antes de la Pascua. Así, se puede fijar su fecha entre

agosto de 28 d.C. y abril de 29 d.C. La Pascua de la crucifixión fue

entonces el año 32 dic., cuando Cristo fue traicionado en la noche de

la Cena Pascual, y llevado a la muerte el día de la Fiesta Pascual.

Así, si las anteriores conclusiones estuviesen bien fundadas,

deberíamos esperar que el período intercalado entre el edicto de

Artajerjes y la Pasión fuera de 483 años proféticos. Y una exactitud

tan absoluta como la que lo permite la naturaleza misma del caso es

todo lo que se está aquí permitido esperar. No puede existir ninguna

cuenta inexacta en la cronología divina; y si Dios se ha dignado

señalar en calendarios humanos el cumplimiento de Sus propósitos,

tal como éstos están predichos en la profecía, el escrutinio más

cuidadoso no detectará fallos ni equivocaciones en los cálculos.

El edicto persa que restauró la autonomía a Judá fue promulgado

en el mes judío de Nisán. De hecho, bien pudo haber sido fechado

desde el 1° de Nisán, pero no mencionándose otro día, el período

profético tiene que contarse, según la práctica común entre los judíos,

a partir del día de Año Nuevo judío.2 Así, las setenta semanas se

tienen que contar a partir del primero de Nisán del año 445 a.C.3

2. «El primero de Nisán es un año nuevo para el cálculo del reinado de los reyes,

y para las fiestas.» Mishná, tratado «Rosh Hash». (Ver p. 124, nota.)

3. «Fue terminado, pues, el muro el veinticinco del mes de Elul, en cincuenta y

dos días» (Neh. 6:15). Cincuenta y dos días, contados a partir del día veinticinco

del mes de Elul, nos llevan hacia atrás al 3 de abril. Por ello, Nehemías no pudo

haber llegado más tarde que el 1° de abril, por lo que parece llegó varios días antes

(Neh. 2:11). Compárese esto con el viaje de Esdras trece años antes. «Pues había

fijado para el día primero del primer mes su salida de Babilonia, y al primer día del

mes quinto [el mes de abril], llegó a Jerusalén, estando con él la buena mano de

Dios» (Esd. 7:9). De ello deduzco que Nehemías también partió tempranamente en

el primer mes.

66

Ahora bien, la gran característica del año sagrado judío ha perma-

necido sin cambios desde aquella memorable noche cuando la luna

llena lanzaba sus rayos sobre las chabolas de Israel en Egipto, ensan-

grentadas por el sacrificio pascual; y ahí no hay dudas ni dificultades

en fijar dentro de límites muy estrechos la fecha juliana del 1° de

Nisán en cualquier año. En el año 445 a.C. la luna nueva por la que la

Pascua se regulaba tuvo lugar el 13 de marzo a las 7 h. 9 m. de la

mañana.4 Y por ello el 1° de Nisán se puede asignar al 14 de marzo.

Pero el modo de hablar de la profecía es claro: «Desde la salida de la

orden para edificar y restaurar a Jerusalén hasta el Mesías Príncipe,

habrá siete semanas y sesenta y dos semanas». Por lo tanto, una era

de sesenta y nueve «semanas», o 483 años proféticos contados a

partir del 14 de marzo de 445 a.C, deberían consumarse con algún

suceso que satisfaciese las palabras, «hasta el Mesías Príncipe».

…Viene 3 Los paralelismos cronológicos entre los viajes respectivos de Esdras y Nehemías

han sugerido la ingeniosa teoría de que ambos subieron a Jerusalén juntos, siendo

Esdras 7 y Nehemías 2 dos relatos del mismo acontecimiento. Ello se basa sobre la

suposición de que los años del reinado de Artajerjes, según el cálculo persa, eran

contados a partir de su nacimiento, suposición ésta, no obstante, que es caprichosa

y arbitraria, aunque su autor la describa como «en absoluto improbable» (Trans.

Soc. Bib. Arch., ii, 110: Rev. D. H. Haigh, 4 de febrero, 1873)

4. Para estos cálculos, tengo pendiente una deuda de gratitud al Astrónomo Real,

cuya respuesta a mi pregunta sobre este asunto adjunto a continuación:

ROYAL OBSERVATORY, GREENWICH.

26 junio, 1877

Señor. He hecho calcular las posiciones de la luna de las Tablas de Largetau,

Adición a la Connaisance des Temps, 1846, por uno de mis ayudantes, y no tengo

ninguna duda de su exactitud. Habiéndose calculado la posición para el año -444,

12 de marzo a las 20 h, por la norma francesa, o 12 de marzo a las 8 de la tarde, se

ve que en este momento le faltaba para ser Luna Nueva unas 8 horas 47 minutos, y

por ello la Luna Nueva tuvo lugar a las 4 h 47 m de la mañana el 13 de marzo, hora

de París.

Quedo suyo, etc.

«(Firmado), G. B. Airy.»

Por lo tanto, la Luna Nueva tuvo lugar en Jerusalén el 13 de marzo de 445 a.C.

(444 astronómico) a las 7 h 9 m de la mañana.

La fecha de la Natividad no hubiera podido ser la culminación de

este período, porque entonces la finalización de las sesenta y nueve

semanas hubieran tenido que terminar treinta y tres años antes de la

muerte del Mesías.

Si el principio del ministerio público de Cristo es el que se toma

como punto de partida, se presentan dificultades de otro tipo. Cuando

el Señor empezó a predicar, no se presentaba al reino como un hecho

ya cumplido en Su venida, sino que era una esperanza, el cumpli-

miento de la cual, aunque a las puertas, tenía todavía que cumplirse.

Él tomó sobre sí el testimonio del Bautista: «el reino de los cielos se

ha acercado». Su ministerio fue de una preparación para el reino,

guiando hacia el tiempo cuando en cumplimiento de las Escrituras

proféticas Él se proclamaría a Sí mismo el Hijo de David, el Rey de

Israel, y reclamaría el homenaje de la nación. Fue la culpa de la

nación que la Cruz y no el trono fuera la culminación de Su vida en

la tierra.

Ningún estudioso de la narración del evangelio puede dejar de ver

que la última visita del Señor a Jerusalén fue no sólo de hecho, sino

en su mismo propósito, la crisis de Su ministerio, la meta hacia la

cual aquella había estado preparada. Después de que habían apare-

cido las primeras indicaciones de que la nación rechazaría Su procla-

mación mesiánica, El rehuyó cualquier reconocimiento público de tal

cosa. Pero ahora Él había dado el doble testimonio de Sus palabras y

de Sus obras de una manera plena, y Su entrada en la Ciudad Santa

era para proclamar Su mesianismo y para recibir Su sentencia. Una y

otra vez les había mandado a Sus apóstoles que no le dieran a cono-

cer. Pero ahora El aceptaba las aclamaciones de «toda la multitud de

los discípulos», y silenció el reproche de los fariseos con la indignada

respuesta: «Os digo que si éstos callan, las piedras clamarán».5

El pleno significado de las palabras que siguen en el Evangelio de

san Lucas queda escondido por una ligera interpolación en el texto.

Mientras que los discípulos prorrumpían en gritos:

«¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en el nombre del

Señor! ¡Bendito el rey que viene en nombre del Señor!»

5. Lc. 19:30-40.

67

El miró hacia la Ciudad Santa y exclamó:

«¡Si también tú conocieses, y de cierto en este tu día, lo que es para

tu paz! Mas ahora está oculto a tus ojos».6

El tiempo de la visitación de Jerusalén había venido, y ella no lo

conoció. Mucho antes la nación ya le había rechazado, pero éste era

el día predestinado cuando la elección de ellos se haría irrevocable

aquel día tan claramente señalado en las Escrituras como el cumpli-

miento de la profecía de Zacarías:

«Alégrate mucho, hija de Sión; da voces de júbilo, hija de Jerusalén;

he aquí que tu rey viene a ti, justo y victorioso, humilde y cabalgando

sobre un asno, sobre un pollino, hijo de asna».7

De todos los días del ministerio de Cristo sobre la tierra, ningún

otro satisfará tan bien las palabras del ángel, «hasta el Mesías

Príncipe». Y la fecha de aquel día se puede determinar. De acuerdo

con las costumbres judías, el Señor fue a Jerusalén alrededor del 8 de

Nisán, «seis días antes de la Pascua».8 Pero como el 14, en el que se

comía la Cena Pascual, caía aquel día en jueves, el 8 era el viernes

anterior. Tiene que haber pasado el sábado en Betania, y en la noche

del 9, después de que el sábado hubiera finalizado, tuvo lugar la cena

en casa de Marta. El día siguiente, el 10 de Nisán, El entró en

Jerusalén tal como está registrado en los Evangelios.9

La fecha juliana de aquel 10 de Nisán era el domingo 6 de abril

del año 32 d.C. ¿Cuál fue entonces el período entre la salida del

decreto para reconstruir Jerusalén y el advenimiento público del

«Mesías Príncipe» —entre el 14 de marzo de 445 a.C, y el 6 de abril

de 32 d.C?

6. Lucas 19:42, «Tú también, como éstos mis discípulos.» «incluso» (Alford, Gr.

Test, in loco). La Versión Revisada (inglesa) dice: «Si tú hubieras sabido en este

día», etc.

7. Zac. 9:9.

8. «Cuando la multitud vino en gran número a la fiesta de los panes sin levadura

en el octavo día del mes Xantico», o sea, Nisán (Josefo, Guerra, vi, 5, 3).

«Y estaba cerca la Pascua de los judíos; y muchos subieron de aquella región a

Jerusalén antes de la Pascua para purificarse... Seis días antes de la Pascua, vino

Jesús a Betania» (J. 11:55; 12:1).

9. Lewin, Fasti Sacri, p. 230.

EL INTERVALO CONTENÍA EXACTAMENTE, Y DÍA POR DÍA

173.880 DÍAS; O SEA, SESENTA Y NUEVE VECES SIETE

AÑOS PROFETICOS DE 360 DÍAS, las primeras sesenta y nueve

semanas de la profecía de Gabriel.10

10. El 1° de Nisán en el año vigésimo de Artajerjes (el edicto para reconstruir

Jerusalén) fue el 14 de marzo de 445 a.C. [En base de un trabajo posterior de

Harold W. Hoehner, se reveló una discrepancia de 10 días en la Cronología con

respecto al comienzo de las hebdómadas. Ver esquema en Carballosa, E. L., Daniel

y el Reino Mesiánico, Barcelona: Publicaciones Portavoz Evangélico, 1979, p. 284.

(N. del T.)] El 10 de Nisán de la Semana de Pasión (la entrada de Cristo en

Jerusalén) fue el 6 de abril de 32 d.C.

El período entre estas dos fechas fue de 476 años y 24 días (contándose los días de

una manera inclusiva, tal como lo requiere la forma de hablar de la profecía, y

conforme a la práctica judía).

Ahora bien: 476 X 365 = 173.740 días

Añádanse del 14 de marzo al 6 de abril (ambos inclusive) 24 días

Añádanse por años bisiestos 116 días

173.880 días

Y 69 semanas de años proféticos de 360 días (69 X 7 x 360) = 173.880 días.

Será aquí conveniente ofrecer las siguientes aclaraciones.

Primera: al contar los años desde a.C. hasta d.C, siempre se tiene que omitir un

año; porque es evidente, por ejemplo, que del año 1 a.C. al año 1 d.C. no hubo dos

años, sino tan solo uno.

1 a.C. debería ser denominado con propiedad como 0 a.C, y así es denotado por los

astrónomos, que denotarían la fecha histórica 445 a.C. como 444 (ver nota en p.

141).

Y, segunda, el año Juliano tiene 11 minutos 10,46 segundos más que el año solar

medio. Por ello, el año Juliano contiene tres años bisiestos de más cada cuatro

siglos, un error que se acumuló a once días en 1752 d.C, cuando se corrigió

nuestro calendario al declarar al 13 de septiembre como 1 de septiembre, y al

introducir la reforma Gregoriana que tres años seculares de cada cuatro como años

normales; por ej.: 1700, 1800 y 1900 son años comunes, y el 2000 es un año

bisiesto. «El antiguo día de Navidad» está aún señalado en nuestros calendarios, y

se observa en algunas localidades, en el 6 de enero; y hasta nuestros días el

calendario continúa sin corregir en Rusia. (El autor está hablando de Inglaterra con

respecto a la tardía reforma del calendario, y desde que él escribió esta obra se

corrigió el calendario en lo que ahora es la Unión Soviética. (N. del T.)

68

Hay muchas cosas en las Sagradas Escrituras que la incredulidad

puede tener en valor y reverenciar, aun sin aceptarlas en absoluto

como divinas; pero la profecía no admite media fe. La predicción de

las «setenta semanas» era ya una burda e impía impostura, ya en el

sentido más pleno y estricto inspirada por Dios.11

Bien podría ser

que en años todavía por venir, cuando la gran llegada de Judá a su

hogar restaurará a Jerusalén a los verdaderos dueños de su suelo,12

los judíos mismos escarbarán de debajo de las ruinas los registros del

decreto del gran rey y del rechazamiento del Nazareno, y aquellos

para quien se escribió la profecía se quedarán enfrentados con las

pruebas de su cumplimiento. Entretanto, ¿qué decisión deberían

tomar ante esto las personas reflexivas y rectas? Creer que los hechos

y cifras aquí barajados no constituyen más que afortunadas coinci-

dencias envuelve el ejercicio de una fe mucho mayor que la del

cristiano que acepta el libro de Daniel como divino. Se llega a un

punto en el que la incredulidad es imposible, y en el que la mente, al

rehusar la verdad, tiene que buscar refugio en una forma de falsa

creencia que es tan sólo una desnuda credulidad.

11. 2.

a Ti. 3:16.

12. Reiteramos que desde que este autor escribió esta obra (1882) ha tenido lugar

la restauración de Judá en Palestina, con el advenimiento del Estado de Israel en

mayo de 1948. (N. del T.)

11

Principios de Interpretación

«ESTA ES UNA OBRA que hallo deficiente; pero se tiene que hacer con

sabiduría, sobriedad, y reverencia, o no debe hacerse en absoluto.»

Así escribía Lord Bacon al tratar de lo que él denominaba como

«historia de la profecía».

«La naturaleza de una obra así», continúa explicando, «debería ser

que cada profecía de las Escrituras se seleccionase con el suceso que

la cumpliese, a través de las edades del mundo, a la vez para la mejor

confirmación de la fe y para la mejor iluminación de la Iglesia en lo

que toca a aquellas partes que no están aún cumplidas: permitiendo,

no obstante, aquella amplitud que corresponde a las profecías

bíblicas; siendo ellas de la naturaleza de su Autor, para quien mil

años son como un día, y por lo cual no se cumplen al momento, sino

que tienen cumplimientos embrionarios y germinales a lo largo de

muchas edades, aunque la culminación o plenitud de ellas pueda

referirse a alguna edad concreta».

Si los muchos autores que han contribuido desde entonces a cubrir

la necesidad que Lord Bacon señaló hubieran prestado la debida

atención a estas sabias y pertinentes palabras, posiblemente el estudio

profético hubiera podido escapar al vituperio que ahora le alcanza

debido a la división de sus seguidores en campos hostiles. Para el

cristiano el cumplimiento de la profecía no pertenece al campo de lo

69

opinable, ni tampoco meramente al de los hechos; es un asunto de fe.

Por ello tenemos derecho a esperar que sea definido y claro.

Pero aunque los principios y máximas de interpretación conseguidos

por medio del estudio de aquella parte de la profecía que se ha

cumplido dentro de la era de las Sagradas Escrituras no debe en

absoluto de echarse a un lado cuando pasamos a nuestros tiempos

post-apostólicos, ciertamente que no puede esgrimirse ninguna

presunción en contra de hallar escondidos en estos dieciocho siglos

un cumplimiento parcial y primario de profecías, incluso de aquellas

que sin duda alguna tendrán su cumplimiento pleno y definitivo en

días aún por venir.

Tan sólo no olvidemos la «sabiduría, sobriedad y reverencia» que

una investigación de esta clase demanda. En nuestros días, los estu-

diosos de las profecías se han tornado profetas, y con mezcla de

necedad y atrevimiento han tratado de fijar la fecha del mismísimo

año del retorno de Cristo a la tierra, predicciones éstas que posible-

mente los hijos de nuestros hijos tendrán que recordar cuando otro

siglo se haya añadido a la historia de la cristiandad. Si tales divaga-

ciones tan sólo atrajeran descrédito sobre sus autores, ello estaría

bien. Pero a pesar de que ello está en directa oposición a las

Escrituras, han atraído reproche sobre las mismas Escrituras, y han

dado estímulo al activo escepticismo de nuestros días. Pudiéramos

haber esperado que, aunque se hubieran podido olvidar otras cosas,

las últimas palabras que nuestro Señor Jesús pronunció estando aún

en esta tierra no hubieran sido echadas a un lado de esta manera:

«No os toca a vosotros conocer los tiempos o las sazones que el

Padre puso en Su sola potestad».1

Pero lo que se negó a los inspirados apóstoles en los días de fe y

poder prístinos, los fabricantes de profecías de estos últimos tiempos

se atreven a pretenderlo; y el resultado ha sido que la solemne y

bendita esperanza del retorno del Señor ha sido denigrada al nivel de

las predicciones de los astrólogos, para confusión y dolor de

corazones fieles, y para diversión del mundo.

1. Hch. 1:7.

Cualquier persona que, evitando extravagancias o posturas imagina-

tivas, tanto acerca de la Historia como de las Escrituras, señala a

eventos del presente o del pasado como los correlativos de una

profecía, merece una consideración calmada y sin prejuicios por parte

de las personas reflexivas. Pero que no se olvide que, aunque las

Escrituras a las que él apela puedan así recibir un «cumplimiento

germinal», «la culminación o plenitud de ellas pueda referirse» a una

edad aún futura. Lo que es verdadero de las Escrituras es particular-

mente cierto de la profecía. Es asunto nuestro asignarle un signifi-

cado; pero el que realmente crea que la profecía es divina titubeará

antes de limitar su significado a la medida de su propia comprensión

de ella.

Las profecías del Anticristo nos ofrecen una ilustración muy apta

y señalada a este respecto. Si no fuera por el prejuicio creado por

afirmaciones extremas, los estudiosos de las profecías probablemente

coincidirían en que la gran apostasía de la Cristiandad desarrolla en

sus líneas generales muchas de las características del Hombre de

Pecado. Existe desde luego, en nuestros días, un falso liberalismo que

nos enseñaría a abandonar la acusación que la historia presenta contra

la Iglesia Romana; pero mientras que ninguna mente generosa

rehusará reconocer la dignidad moral de aquellos que, por lo menos

en Inglaterra, conducen ahora los asuntos de esta Iglesia, la verdadera

cuestión de que se trata es con respecto al carácter, no de individuos,

sino de un sistema.

Es la parte que le toca, entonces, no a la mojigatería intolerante, sino

a la sabiduría verdadera, la de investigar los registros del pasado,

terribles registros, como medios para juzgar aquel sistema. La inves-

tigación que nos ocupa no trata de si se hallan hombres buenos bajo

el palio de Roma —¡como si toda la excelencia de la tierra pudiera

cubrir los anales de la abominable culpa que ella tiene sobre sí! Nues-

tra verdadera investigación es acerca de si ella ha sufrido un

verdadero cambio en estos días de ilustración. ¿Está reformada la

Iglesia de Roma? ¡Con qué vehemencia se gritaría la respuesta desde

cada altar bajo su mando! Y si no se acepta como cierto, dejemos que

vengan de nuevo tiempos oscuros, y algunas de las escenas más viles

y negros crímenes en la historia de la cristiandad podrían repetirse en

70

Europa. «La verdadera prueba de una persona no consiste en lo que

hace, sino en, dados los principios que sustenta, lo que haría»; y si

ello es cierto de individuos, es aún más intensamente cierto de comu-

nidades. Hacen, pues, un buen servicio, los que mantienen ante la

mente del público el verdadero carácter de Roma como el desarrollo

de la apostasía en nuestro día presente.

Pero, cuando estos autores continúan hasta llegar a afirmar que las

predicciones respecto al Anticristo tienen su realización plena y final

en el Papado, su posición viene a ser de peligro positivo para la

verdad. Se mantiene al precio de rechazar algunas de las profecías

más definidas, y de imponer una interpretación laxa o imaginativa

sobre estas mismas Escrituras a las que apelan.

Ciertamente, el peor mal práctico de este sistema de interpretación

es que crea e impulsa un hábito de leer las Escrituras de una manera

laxa y superficial. Se toman impresiones generales, derivadas de una

lectura de corrido y superficial de las profecías, y se sistematizan, y

sobre este fundamento se construye un sistema lleno de pretensiones.

Como ya hemos señalado, la Iglesia de Roma exhibe las principales

características del Hombre de Pecado. Y por ello constituye un

axioma para esta escuela de interpretación que la Bestia de diez

cuernos es el Papado. Pero de la Bestia se escribe que «se le dio

autoridad sobre toda tribu, pueblo, lengua y nación. Y la adorarán

todos los moradores de la tierra cuyos nombres no están escritos

desde la fundación del mundo en el libro de la vida».2 ¿Están

conscientes estos comentaristas de que la mitad de la Cristiandad está

afuera del campo de Roma y que es antagónica a las pretensiones del

Papado? ¿0 suponen ellos que todos los que pertenecen a las iglesias

griegas o protestantes están escritos en el libro de la vida? En

absoluto. Pero ellos nos dirían que este versículo no significa

exactamente lo que dice?3

2. Ap. 13:7, 8.

3. Según estos intérpretes, tal afirmación debe tomarse cum grano salis, como se

dice vulgarmente; y la misma observación se aplica a su posición acerca de cada

versículo de Apocalipsis 13.

De nuevo, la Bestia de diez cuernos es el Papado; la segunda

Bestia, el falso profeta, es la clerecía Papal; Babilonia es la Roma

Papal. Y a pesar de ello, cuando contemplamos la visión del juicio de

Babilonia, vemos que ¡éste se cumple mediante la instrumentalidad

de la Bestia!

Y los diez cuernos que viste, y la bestia, éstos aborrecerán a la

ramera [Babilonia], y la dejarán desolada y desnuda; y comerán sus

carnes, y la quemarán con fuego; porque Dios ha puesto en sus

corazones el ejecutar lo que él se propuso: ponerse de acuerdo, y dar

su reino a la bestia, hasta que se cumplan las palabras de Dios.

Estos tienen un mismo propósito, y entregarán su poder y autoridad

a la bestia.4

Así, ¡los gobiernos de la cristiandad van a entregar su poder al

Pontífice Romano y al sacerdocio a fin de poder destruir la Roma

Papal!5 ¿Pueden haber contrasentidos más transparentes y

completos?

La cuestión de que aquí se trata no debe ser prejuzgada por falsas

representaciones, ni echada a un lado pasando a puntos colaterales de

importancia secundaria. No se trata de si las grandes crisis en la his-

toria de la cristiandad, tales como la caída del paganismo, el surgi-

miento del Papado y del poder del Islam, y la Reforma protestante

del siglo xvi quedan dentro del campo de las visiones de Juan. Esto

puede concederse sin problemas. Tampoco se trata del hecho de que

la cronología de algunos de estos eventos está marcada por ciclos de

años compuestos de los múltiplos precisos de setenta especificados

en el libro de Daniel y en el Apocalipsis, lo que constituiría una

4. Ap. 17:16, 17, 13. En el versículo 16 la mejor versión, como la que se da en la

Versión Revisada, es «y la bestia», en lugar de «en la Bestia». (Cp. las versiones

RV 1960 y RV 1977 que también presentan esta diferencia, con la correcta versión

en RV 1977. N. del T.)

5. La novela del señor Elliot acerca de este asunto queda eliminado por los

sucesos de los últimos años, que han hecho de Roma la capital pacífica de Italia.

De la bestia y del falso profeta se escribe: «Estos dos fueron lanzados vivos dentro

de un lago de fuego que arde con azufre» (Ap. 19:20). Puede ser placentero para el

celo protestante suponer que la jerarquía y el sacerdocio romano tienen «reservada»

esta suerte.

71

prueba de que todo forma parte de un gran plan. Cada nuevo

descubrimiento de este tipo debería ser bienvenido por todos los

amantes de la verdad. En lugar de debilitar la confianza en la

exactitud y claridad de las profecías, debería reforzar la fe que espera

su cumplimiento absoluto y literal. La cuestión no es de si la historia

de la cristiandad estaba o no dentro de la visión del Divino Autor de

las profecías, sino de si estas profecías han sido cumplidas; no de si

estas Escrituras tienen o no el alcance y significado que los intér-

pretes históricos les asignan, sino si su alcance y significado han sido

cumplidos y satisfechos por los eventos a los cuales ellos apelan

como el cumplimiento de ellos. Así, es innecesario entrar en consi-

deración detallada del sistema histórico de interpretación, porque sí

fracasa al ensayarlo en algún punto crucial, fracasa totalmente.

Entonces, ¿pertenece el Apocalipsis a la esfera de la profecía

cumplida? O, para reducir esta controversia a un asunto aún más

limitado, ¿se han cumplido las profecías de los sellos, trompetas y

copas? Nadie discutirá la rectitud de este modo de presentar la

cuestión, y la manera más recta de tratar el tema será exponer una de

las visiones principales, y a continuación citar plena y fielmente lo

que los intérpretes históricos exponen como su significado.

La apertura del sexto sello es relatado por Juan de la siguiente

manera:

Miré cuando abrió el sexto sello, y se produjo un gran terremoto;

y el sol se puso negro como un saco hecho de crin, y la luna se volvió

toda como sangre; y las estrellas del cielo cayeron sobre la tierra,

como la higuera deja caer sus higos cuando es sacudida por un

fuerte viento. Y el cielo desapareció como un pergamino que se

enrolla; y todo monte y toda isla fueron removidos de su lugar. Y los

reyes de la tierra, los magnates, los ricos, los tribunos, los podero-

sos, y todo siervo y todo libre, se escondieron en las cuevas y entre

las peñas de los montes; y decían a los montes y a las peñas: Caed

sobre nosotros, y escondednos del rostro del que está sentado sobre

el trono, y de la ira del Cordero; porque el gran día de su ira ha

llegado: ¿y quién podrá sostenerse en pie?6

6. Ap. 6:12-17.

Lo que sigue es el comentario del señor Elliot acerca de visión:

Cuando consideramos --declara él-- los terrores de estos reyes

blasfemos anticristianos de la tierra romana, así derrotados junto

con sus partidarios frente al ejército cristiano, y huyendo y pere-

ciendo miserablemente, de cierto que había aquello en este suceso

que, de acuerdo a la construcción general de estas figuras escri-

túrales bien merecería corresponderse a los símbolos de la visión

prefigurativa que tenemos ante nosotros: en cuya visión reyes y

generales, libres y siervos, aparecen en huida, buscando las cuevas

de las peñas para esconderse: para esconderse del rostro de Aquel

que se sienta en el trono del poder, de la ira del Cordero.

Así, bajo los primeros choques de este gran terremoto, se agitó la

tierra romana, y los enemigos de los cristianos fueron destruidos o

puestos en huida y confusión. Así, en los cielos políticos se había

oscurecido el sol de la supremacía pagana, la luna se había ensan-

grentado, y no pocas estrellas habían sido arrojadas violentamente a

la tierra. Pero la profecía no había recibido aún su pleno cumpli-

miento. Las estrellas del cielo pagano no habían caído todas, ni el

cielo mismo había sido completamente enrollado como un pergamino

y desaparecido. En el primer triunfo de Constantino, y después de los

primeros terrores por parte de los emperadores opuestos al cristia-

nismo y por parte de sus ejércitos, aunque su edicto imperial dio al

cristianismo todos sus derechos y libertad, permitía aún a los paga-

nos una libre tolerancia en su adoración. Pero muy pronto siguieron

medidas de marcada preferencia hacia los cristianos y su fe. Y al

final, conforme Constantino iba avanzando en la vida, a pesar de la

indignación y de los resentimientos de los paganos, promulgó edictos

para la supresión de sus sacrificios, la destrucción de sus templos, y

la intolerancia de toda forma de adoración pública excepto la cris-

tiana. Sus sucesores en el trono siguieron el mismo objetivo, impo-

niendo graves penas a la profesión pública del paganismo. Y el re-

sultado fue que, antes que hubiera finalizado aquel siglo, sus estre-

llas habían caído al suelo, su mismo cielo, o sistema político reli-

gioso, había desaparecido, y en la tierra las antiguas instituciones

paganas, leyes, ritos, y adoración, habían sido completamente

aniquiladas.7

7. Horae Apoc, vol. i, pp. 219-220.

72

«No se puede imaginar ningún ejemplo más notable de interpretación

inadecuada.»8 ¿Cómo nos vamos a asombrar si hay personas que se

burlan de las terribles advertencia» de la ira que ha de venir, cuando

se les dice que EL GRAN DÍA DE SU IRA ya ha pasado, y que no

consistió en nada más que en la derrota de los ejércitos paganos ante

los ejércitos de Constantino —suceso éste que ha tenido su paralelo

en miles de ocasiones en la historia del mundo?9

Pero dejemos que

el asunto en juego permanezca bien enfocado. Si el reinado de

Constantino, o alguna otra era en la historia de la cristiandad, fuera

presentada como constituyendo un cumplimiento intermedio de la

visión, podría pasar como una exposición débil, pero inocua; pero

estos expositores aseveran atrevidamente que la profecía no tiene

otro alcance ni otro significado.10

Con ello se comprometen a probar

que la visión del sexto sello ha tenido su cumplimiento; o resulta

evidente que todo lo que sigue espera aún su cumplimiento también.

8. «Otro punto distintivo se halla, creo yo, en la interpretación del sexto sello: si es

que no estuviese ya expuesto en lo que acabo de decir. Todos sabemos lo que este

simbolismo significa en el resto de las Escrituras. Cualquier sistema que exija que

ello pertenezca a cualquier otro período que la aproximación inminente del gran día

del Señor, queda por ello mismo sentenciado. Puedo ilustrarlo con referencia al

sistema histórico-continuo del señor Elliot, que demanda que tenga que significar

la caída del paganismo bajo Constantino. No se puede imaginar ningún ejemplo

más notable de interpretación inadecuada. «Relacionado de cerca con este último

hay otro punto fijo de interpretación. Como los siete sellos, así las siete trompetas y

las siete copas transcurren hasta el tiempo que toca al fin. Al fin de cada serie se da

la nota inequívoca que tal es el caso. De los sellos ya hemos hablado. Por lo que

respecta a las trompetas, pueden ser suficiente remitirnos a Apocalipsis 10:7;

11:18; y en cuanto a las copas, a su misma designación del capítulo 16:17.

Cualquier sistema que no reconozca este común final de los tres, me parece a mí

que queda por ello convicto de error.» Alford, Greek Testament, IV, parte II,] cap.

viii, núms. 5, 21, 22.

9. Si tales afirmaciones se hicieran en rebeldía, en lugar de en ignorancia,

sugerirían la referencia a las solemnes palabras: «Si alguno quita de las palabras

del libro de esta profecía» (Ap. 22:19).

10. Cuando los intérpretes históricos tratan de la Segunda Venida, pierden la

valentía de sus opiniones, e intensamente luchan en favor de la literalidad, aunque

si su esquema fuera genuino, el predicho retorno de Cristo pudiera de seguro tener

su cumplimiento en el reavivamiento actual de la religión y en la consiguiente

Si, por ello, su sistema falla en este solo punto, su fallo será

absoluto y completo; pero en realidad el ejemplo citado es tan sólo un

recto ejemplo de la manera en que se libran del significado de las

palabras que profesan explicar.

Estamos ahora, nos dicen ellos, en la era de las copas. En este

mismo momento la ira de Dios está siendo derramada sobre la

tierra.11

Bien cierto que podrán muchos exclamar —comparando el

presente con el pasado, y juzgando que esta época es mucho más

favorecida, más deseable para vivir que cualquier otra edad que la

haya precedido—. ¡Esto es todo lo que la ira de Dios es! Las copas

son las siete últimas plagas, «porque en ellas se consumaba el furor

de Dios», y se nos dice que la sexta está teniendo lugar en este

momento, ¡siendo cumplida en la destrucción del Imperio Turco!

¡Cómo puede nadie estar tan perdido en el país de los sueños de sus

propias elucubraciones como para poderse imaginar que el colapso

del Imperio Turco es un juicio divino sobre un mundo no arrepen-

tido! 12

Tal cosa puede ser cierta a la camarilla de Pachas que, como

vampiros, se engordan con la miseria que hay a su alrededor; pero

millones de personas lo saludarían como una bendición para la hu-

manidad sufriente, y se preguntarían con asombro: si esto es la

prueba cumbre de la ira de Dios, ¡cómo van a poder distinguir las

almas sencillas entre las pruebas de Su favor y las de Su ira más

amarga!

expansión del cristianismo.

11. «Y vi en el cielo otra señal, grande y admirable: siete ángeles que tenían siete

plagas, vestidos de lino limpio y resplandeciente, y ceñidos alrededor del pecho

con ceñidores de oro. Y uno de los cuatro seres vivientes dio a los ángeles siete

copas de oro, llenas del furor de Dios, que vive por los siglos de los siglos... Oí una

gran voz que decía desde el santuario a los siete ángeles: Id y derramad sobre la

tierra las siete copas del furor de Dios» (Ap. 15:1, 6, 7; 16:1).

12. El diario Pester Lloyd de Austria del 21 de noviembre de 1879, al comentar

sobre la política británica en relación con los asuntos turcos, acusó a Lord

Beaconsfield de confundir al islamismo con los turcos, habiendo sido estos últimos

considerados como la hez del islamismo por todas las naciones islámicas que esta-

ban conscientes de su propia fuerza. Los estudiosos de la profecía parecen estar

totalmente poseídos por este error.

73

Si esta profecía fuera citada como un cumplimiento primario, dentro

de este día de gracia, de una profecía que pertenece estrictamente al

día de la ira que ha de venir merecería una consideración respetuosa;

pero apelar al desmembramiento de Turquía como el cumplimiento

de esta visión de una manera plena, es entrometerse de la manera más

banal con el lenguaje solemne de las Escrituras, y constituya además

un ultraje al sentido común.

Pero existen unos principios involucrados en este sistema de

interpretación mucho más profundos y de mayor importancia que lo

que parece a simple vista. Y ello en directo antagonismo con la gran

verdad fundamental del cristianismo.

Lucas narra13

como, después de la tentación, el Señor «regresó a

Galilea en el poder del Espíritu», y entrando en la sinagoga de

Nazaret en día de sábado como era su costumbre, se levantó a leer.

Le entregaron el libro del profeta Isaías, mientras que todos los ojos

de la sinagoga estaban fijos en él, y lo abrió y leyó estas palabras:

El Espíritu del Señor está sobre mí, por lo cual me ungió para

predicar el evangelio a los pobres. Me ha enviado a sanar a los

quebrantados de corazón; a proclama la liberación a los cautivos, y

recuperación de la vista a los ciegos; a poner en libertad a los

oprimidos, a proclamar un año favorable del Señor.

«Y el día de la venganza de nuestro Dios» eran las palabras que

seguían, sin interrupción alguna, en la página abierta ante El. Pero

añade el relato: «Luego, enrollando el volumen, lo devolvió al

asistente, y se sentó». En una era futura, cuando la profecía tenga su

cumplimiento definitivo, se mezclará el día de venganza con la

bendición a Su pueblo.14

Pero la carga de Su ministerio en la tierra

fue solamente paz.l5

Y esta es aún la carga del evangelio. La actitud

de Dios hacia los hombres es de gracia. «LA GRACIA REINA».

13. Lc. 4:19, 20.

14. Cp. con Is. 63:4: «Porque el día de la venganza que estaba en mi corazón, y el

año de mis redimidos ha llegado.»

15. «Y vino y anunció las buenas nuevas de paz» (Ef. 2:17).

No se trata tan sólo de que hay gracia para el arrepentido o para el

elegido, sino que la gracia es el principio sobre el que Cristo ahora se

sienta sobre el trono de Dios. «Sobre Su cabeza hay muchas coronas,

pero Su mano horadada sostiene ahora el cetro único», porque el

Padre le ha dado el Reino; toda potestad le ha sido dada en los cielos

y en la tierra. «Ni aun el Padre juzga a nadie, sino que ha dado todo

juicio al Hijo»,16

pero Su misión en la tierra no fue la de juzgar, sino

tan solo la de salvar. Y aquel que es así el único Juez es ahora exal-

tado como Salvador, y el trono sobre el que se sienta es el trono de

gracia. La gracia está reinando, por la justicia, para vida eterna.17

«La

luz de este glorioso evangelio brilla ahora sin trabas sobre la tierra.

Ojos ciegos pueden dejarla afuera, pero ni pueden apagarla ni

rebajarla. Los corazones Impenitentes pueden amontonar para sí ira

para el día de la ira, pero no pueden oscurecer este día de miseri-

cordia, ni oscurecer la gloria del reino de la gracia.» 18

Será en el «día de la ira» que «las siete plagas últimas», en las

«que se consumaba el furor de Dios», correrán su curso; y es

frivolizar con solemnes y terribles verdades el hablar de que ya se

han cumplido. Sea el que fuere el cumplimiento intermedio que esté

teniendo ahora la visión, el cumplimiento pleno y final de ella

pertenece a un tiempo todavía futuro.

Y estas páginas no tienen el designio de tratar con el cumpli-

miento primario histórico de las profecías, o, como lo expresa Lord

Bacon, sus «cumplimientos embrionarios y germinales a lo largo de

muchas edades». El asunto de que trato es exclusivamente el

cumplimiento absoluto y final de las visiones en aquella «edad

concreta» a la cual pertenece «la culminación o plenitud de ellas».

16. Jn. 5:22. Cp. 3:17 y 12:47.

17. Ro. 5:21.

18. Anderson, R. The Cospel and his Ministry, p. 136. Es cierto que los grandes

principios del gobierno moral de Dios sobre el mundo permanecen inmutables, y

que el pecado siempre va en busca de su castigo. Pero no se debería confundir esto

con la acción inmediata de Dios en juicio. «Sabe el Señor... reservar a los injustos

para ser castigados en el día del juicio (RV 1960)» (2.a P. 2:9). O, según Romanos

2:5: «Pero por tu dureza y corazón no arrepentido, atesoras para ti mismo ira para

el día de la ira.»

74

Las Escrituras mismas ofrecen algunos ejemplos notables de tales

cumplimientos intermedios o primarios; y en estos tienen su cumpli-

miento las principales líneas de la profecía, pero no los detalles. La

predicción de la venida de Elías es un ejemplo.19

El Señor declaró de

la manera más expresa que el ministerio del Bautista quedaba dentro

del alcance de aquella profecía. En términos igualmente expresos El

anunció que sería cumplida en días todavía por venir, mediante la

reaparición sobre la tierra del mayor de los profetas.20

Las palabras

de Pedro en Pentecostés nos aportan otra ilustración. La profecía de

Joel será aún cumplida al pie de la letra, pero no obstante, el bautis-

mo del Espíritu Santo fue relacionado con ella por el apóstol

inspirado.21

Hablar del cumplimiento de estas profecías como si ellas fueran

asunto del pasado es utilizar el lenguaje de una manera falsa a la vez

que antibíblica. Todavía menos premisible es la aseveración de la

consumación, que se hace tan confiadamente, de las profecías que se

relacionan con la apostasía. No existe una sola profecía cuyo

cumplimiento se registre en las Escrituras, que no se halla llevado a

cabo con absoluta exactitud, y con todo detalle; y es completamente

injustificable asumir que se inauguró un nuevo sistema de cumpli-

miento después de que se cerrara el sagrado canon.

Hace unos dos mil años, ¿quién se hubiera atrevido a creer que las

profecías acerca del Mesías iban a tener un cumplimiento literal? «He

aquí que la virgen concebirá, y dará a luz un hijo.»22

«He aquí que tu

rey viene a ti, justo y victorioso, humilde y cabalgando sobre un

asno, sobro un pollino, hijo de asna.»23

«Y pesaron por mi salario

treinta piezas de plata.» «Y tomé las treinta piezas de plata, y las eché

al tesoro en la casa de Jehová.»24

19. «He aquí que yo os enviaré el profeta Elías, ante que venga el día grande y

terrible de Jehová» (Mal. 4:5).

20. Mt. 11:14, y 17:11, 12.

21. Joel 2:28-32; Hch. 2:16-21.

22. Is. 7:14. 23. Zac. 9:9.

24. Zac. 11:12, 13. Cp. con Mt. 27:5, 7.

«Repartieron entre sí mis vestidos, y sobre mi túnica echaron

suertes.»25

«Horadaron mis manos y mis pies.»26

«En mi sed me

dieron a beber vinagre.»27

«Cortado fue de la tierra de los vivientes, y

por la rebelión de mi pueblo fue herido.»28

Incluso para los mismos profetas, el significado de tales palabras

constituía un misterio.29

E, indudablemente, que la mayoría de las

personas las consideraban tan sólo como poesía o leyenda. Y aun así

estas profecías del advenimiento y de la muerte de Cristo tuvieron su

cumplimiento de una manera literal, hasta la jota y la tilde. Por ello,

se puede aceptar la literalidad del cumplimiento como un axioma

para guiarnos en el estudio de la profecía.

25. Sal. 22:18. Cp, con Jn. 19:23, 24. 26. Sal. 22:16. 27. Sal. 69:21.

28. Is. 53:8.

29. 1.a P. 1:10-12.

75

12

La plenitud de los gentiles

LA PRINCIPAL CORRIENTE de profecía se desliza por el canal de la

historia hebrea. Ello es ciertamente verdadero en toda la revelación.

Once capítulos de la Biblia bastan para cubrir los dos mil años

anteriores a la llamada de Abraham, y el resto del Antiguo Testa-

mento se relaciona con la raza abrahámica. Si por un corto espacio de

tiempo la luz de la revelación descansó sobre Babilonia o Susa, ello

fue debido a que Jerusalén estaba desolada, y a que Judá estaba en el

exilio. Por un tiempo los gentiles han obtenido el principal puesto en

la bendición sobre la tierra; pero ello es enteramente anómalo, y el

orden normal en los tratos de Dios con el hombre va a ser restaurado.

«Que ha acontecido a Israel endurecimiento en parte, hasta que haya

entrado la plenitud de los gentiles; y así todo Israel será salvo, como

está escrito.»1

1. Ro. 11:25, 26. No se debe de confundir la llegada de la plenitud de los gentiles

con el cumplimiento de los tiempos de los gentiles (Le. 21:24). Lo primero se refiere

a bendición espiritual, lo segundo al poder terrenal. Jerusalén no debe ser la capital de

una nación libre, independiente del poder gentil, hasta que el Hijo de David venga a

reclamar el cetro. Ver nota n.° 25 de p. 174.

Las Escrituras están llenas de promesas y profecías en favor de

esta nación, ni una de ellas ha tenido todavía su cumplimiento. Y

mientras que se hace de la apasionada poesía, en que muchas de las

antiguas profecías están moldeadas, un pretexto para tratarlas como

descripciones hiperbólicas de las bendiciones del Evangelio, no se

puede apelar a la misma excusa en el caso de la Epístola a los

Romanos. Escribiendo a los gentiles, el apóstol de los gentiles razona

allí este asunto en presencia de los hechos de la dispensación gentil.

Las ramas naturales de la raza de Israel han sido rotas del olivo de los

privilegios y bendiciones terrenas, y, «contra naturaleza», se han

puesto en su lugar las ramas de olivo silvestre de sangre gentil. Pero a

pesar de la amonestación del apóstol, nosotros, los gentiles, hemos

llegado a ser «sabios en nuestra propia soberbia», olvidando que el

olivo «de cuya raíz y rica savia» participamos, es esencialmente

hebreo, porque «los dones y el llamamiento de Dios son irrevo-

cables».

Las mentes de la mayor parte de las personas están esclavizadas a

los hechos normales de su experiencia diaria. Las profecías de un

Israel restaurado les parecen a muchos tan increíbles como las

predicciones de los presentes triunfos de la electricidad y del vapor

hubieran podido parecer a nuestros antepasados hace un siglo.2

Mientras que se aparenta independencia al juzgar de esta manera, la

mente da solamente prueba de su propia impotencia e ignorancia.

Además, la posición que los judíos han mantenido durante dieciocho

siglos es un fenómeno que por sí mismo desmonta cualquier aparente

presunción en contra del cumplimiento de las profecías.

No se trata aquí de cómo una falsa religión como la de Mahoma

puede mantener un frente sin fisuras en presencia de una fe verda-

dera; el problema es muy distinto. No solamente en la edad pasada,

sino también al principio de la presente dispensación, los judíos

gozaron de una preferencia en la bendición, que, en la práctica,

llegaba a significar casi un monopolio del favor de Dios. En su

infancia la Iglesia cristiana era esencialmente judía.

2. Reiteramos aquí que esta obra fue escrita en 1882, cuando el imperio turco era

señor y dueño de la Tierra Prometida. (Ñ. del T.)

76

Los judíos bajo su techo se contaban por miles, los gentiles por

decenas. Y a pesar de ello, este mismo pueblo llegó a ser, y por

dieciocho siglos lo ha continuado siendo, más muerto a la influencia

del Evangelio que cualquier otra clase de personas en el mundo.

¿Cómo puede darse razón de «este misterio», como lo denomina el

apóstol, excepto de la manera en que las Escrituras lo dan, o sea, que

la era de la gracia especial a Israel se cerró con el período histórico

de los Hechos de los Apóstoles, y que desde aquel período de su

historia «ha acontecido a Israel endurecimiento en parte?»

Pero esta misma palabra, la verdad de la cual queda tan claramen-

te probada por los hechos públicos, continúa declarando que este

endurecimiento judicial ha de continuar solamente «hasta que haya

entrado la plenitud de los gentiles»; y el inspirado apóstol añade: «Y

así todo Israel será salvo; como está escrito: Vendrá de Sión el

Libertador, que apartará de Jacob la impiedad. Y éste será mi pacto

con ellos.»3

Pero puede preguntarse, con toda la razón: ¿no implica ello

meramente que Israel será introducido a las bendiciones del

Evangelio, y no que los judíos serán bendecidos bajo un principio

que es totalmente inconsistente con el Evangelio? El cristianismo,

como sistema, asume el hecho de que en una edad anterior los judíos

poseían un puesto peculiar de bendición: «Cristo Jesús se puso al

servicio de los de la circuncisión para mostrar la verdad de Dios,

para confirmar las promesas hechas a los padres, y para que los

gentiles glorifiquen a Dios por Su misericordia.»4 Pero los judíos han

perdido su peculiar terreno debido al pecado, y ahora se hallan sobre

el terreno común de una humanidad arruinada. La cruz ha derruido

«la pared intermedia de separación» que les separaba de los gentiles.

Ha nivelado todas las diferencias. Con respecto a la culpabilidad «no

hay diferencia, por cuanto todos pecaron»; y en cuanto a misericordia

«no hay diferencia entre judío y griego, pues uno mismo es el Señor

de todos, que es rico para con todos los que le invocan».

3. Ro. 11:25, 26. No cada israelita, sino Israel como nación (Alford, Greek

Testament, in loco).

4. Ro. 15:8, 9.

Entonces, si no hay diferencia, ¿cómo puede Dios dar bendición

bajo un principio que implica que hay una diferencia? En una

palabra, el cumplimiento de las promesas a Judá sería totalmente

inconsistente con las verdades distintivas de la dispensación actual.

La cuestión que aquí tratamos es una de inmensa importancia, y

reclama nuestra consideración más dedicada. Tampoco es suficiente

aseverar que el undécimo capítulo de Romanos supone que en esta

época el gentil posee una ventaja, aunque ésta no constituya una

prioridad, y que, por lo tanto, Israel puede disfrutar del mismo

privilegio después de ello. Constituye parte de la misma revelación

que, aunque la gracia desciende al gentil allí donde él se halla, no le

confirma en su posición como gentil, sino que le eleva de este

terreno, y le desnacionaliza; porque en la Iglesia de esta dispensación

«no hay judío ni griego».5 Por el contrario, las promesas hechas a

Judá implican que la bendición llega al judío como judío, no tan sólo

reconociendo su posición nacional, sino confirmándolo en ella.

Por ello, la conclusión es inevitable, que antes de que Dios pueda

actuar así, debe haber cesado la especial proclamación de la gracia en

la presente dispensación, y se debe haber inaugurado un nuevo prin-

cipio en los tratos de Dios con la humanidad.

Pero aquí sólo parece que las dificultades se multipliquen y se

hagan mayores. Pues, podría preguntarse: ¿nuestra dispensación no

sigue su curso hasta el retorno de Cristo a la tierra? ¿Cómo pueden

ser hallados los judíos a Su venida sobre un terreno de bendición

nacional, del mismo tipo del que mantenían en una era pasada?

Todos deberán admitir que las Escrituras parecen enseñar que éste

será el caso.6 La cuestión aún es planteada de si éste es el significado

que realmente tiene. ¿Hablan las Escrituras de alguna crisis en rela-

ción a la tierra, que tenga que tener lugar antes «del día en que el

Hijo del hombre se manifieste»?

5. Gá. 3:28. Comparar esto con las palabras del Señor en Juan 4:22 «la salvación

viene de los judíos».

6. En prueba de ello se puede apelar a estas mismas profecías de Daniel; y otras pro-

fecías testifican de ello de una manera más llana aún, particularmente el libro de

Zacarías.

77

Nadie que busque diligentemente la respuesta a esta cuestión puede

dejar de quedarse impresionado por el hecho de que a primera vista

parece haber una cierta confusión en las afirmaciones de las Escri-

turas a este respecto. Ciertos pasajes afirman que Cristo volverá a la

tierra, y que estará de pie en el mismo monte de los Olivos donde sus

pies lo tocaron por última vez antes de que ascendiera a Su Padre;7 y

otros nos dicen de la manera más llana que El vendrá, no a la tierra,

sino al aire por encima de nosotros, y llamará a Su pueblo a encon-

trarse allí con El, y para estar con Él.8 De nuevo, estas Escrituras nos

demuestran de la manera más clara que es Su pueblo creyente que

será «arrebatado hacia arriba»,9 dejando que el mundo siga su curso

hasta su juicio; mientras que otras Escrituras nos afirman de manera

igualmente inequívoca que no es Su pueblo, sino los malvados los

que serán entresacados, dejando a los justos que «resplandecerán

como el sol en el reino de Su Padre».10

Y parece que la confusión

aumenta cuando notamos que las Sagradas Escrituras parecen señalar

a los justos que van a ser así bendecidos en ocasiones como judíos, y

en ocasiones romo cristianos de esta dispensación en la cual el judío

es rechazado por Dios. Esas dificultades admiten tan sólo una

solución, una solución tan satisfactoria como sencilla; la de que lo

que llamamos la segunda venida de Cristo no es un solo evento, sino

que incluye varias y distintas manifestaciones. En la primera de ellas,

El llamará a Sí mismo a todos los justos muertos, juntamente con Su

pueblo propio que esté entonces viviendo sobre la tierra. Con este

evento cesará el día especial «de la gracia», y Dios volverá otra vez a

«los pactos» y las «promesas», y aquel pueblo a quien le pertenecen

los pactos y las promesas11

volverá a ser de nuevo el centro de la

acción divina hacia la humanidad. Todo lo que Dios ha prometido

queda dentro del campo de las esperanzas del creyente;12

pero éste es

su horizonte próximo.

7. Zac. 14:4; Hch. 1:11, 12. 8. 1a Ts. 4:16, 17.

9. Ibid., 1.a Co. 15:51, 52.. 10. Mt. 13:40-43.

11. Ro. 9:4. 12. «Pero esperamos, según su promesa, cielos

nuevos y tierra nueva» (2.a P. 3:13). Largas épocas de tiempo e innumerables suce-

sos deben tener lugar antes de la consecución de esta esperanza.

Todas las cosas esperan este cumplimiento. Antes del retorno de

Cristo a la tierra son muchas las páginas de las Escrituras que han de

cumplirse, pero ni tan sólo una línea de las Escrituras se interpone

ante la realización de esta esperanza especial de la Iglesia, de Su

venida para tomar a Su pueblo consigo mismo. Aquí tenemos, pues,

la gran crisis que pondrá fin al reino de la gracia, y que introducirá

los predeterminados ayes del más fiero juicio sobre la tierra —«días

de venganza, para que se cumplan las cosas que están escritas».13

La objeción de que una verdad de esta magnitud hubiera sido

afirmada con una claridad más dogmática es olvidar la distinción

entre enseñanza doctrinal y proclamación profética. La verdad de la

segunda venida pertenece a la profecía, y las afirmaciones de las

Escrituras respecto a ella están marcadas por las mismas caracte-

rísticas que marcaron las profecías del Antiguo Testamento acerca

del Mesías.14

«Los sufrimientos de Cristo, y las glorias que vendrían detrás de

ellos» fueron predichos de tal manera que un lector superficial de las

antiguas Escrituras no hubiera advertido que iban a haber dos venidas

del Mesías. E incluso el estudiante cuidadoso, si no hubiera estado

versado en el esquema general de la profecía, hubiera podido suponer

que las dos venidas, aunque moralmente distintas, debían estar ínti-

mamente conectadas en el tiempo. Así es con respecto a la venida

futura. Algunos contemplan la segunda venida como un solo evento;

otros reconocen su verdadero carácter, pero dejan de ver el intervalo

que tiene que separar su primera etapa de la última. Una aprehensión

inteligente de la verdad con respecto a esto es esencial para la recta

comprensión de la profecía aún sin cumplir.

Pero, habiendo ya fijado así claramente estos límites básicos para

que nos guíen en nuestro estudio, no podemos dejar de reprochar

intensamente los intentos de llenar el intervalo con mayor precisión

que lo que exigen las Escrituras.

13. Lc. 21:22.

14. Para un tratado admirable acerca de estas características de la profecía, ver

Christology de Hengstenberg (Grand Rapids: Kregel Publications), p. 222.

78

Existen eventos definidos que han de tener su cumplimiento, pero

nadie puede dogmatizar con respecto al instante o manera de su

cumplimiento. Ningún cristiano que estime rectamente el asombroso

peso de sufrimiento y pecado que cada día que pasa añade a la

culpabilidad y al sufrimiento de este mundo, puede dejar de ver que

ciertamente el fin puede estar cerca; pero que no se olvide del gran

principio de que «la longanimidad de nuestro Señor es para

salvación»,15

ni del lenguaje de los Salmos, «porque mil años delante

de tus ojos son como el día de ayer que pasó, y como una de las

vigilias de la noche».16

Hay mucho en las Escrituras que parece

justificar la esperanza de que la consumación no se retardará pero,

por otra parte, no es poco lo que sugiere el pensamiento de que antes

de que se cumplan estas escenas finales, la civilización habrá retor-

nado a su antiguo hogar en Oriente y, quizás, que una Babilonia

restaurada habrá llegado a ser el centro de progreso humano y de

religión apóstata.17

Mantener que todavía tienen que transcurrir largas edades sería tan

injustificado como lo son las predicciones hechas tan confiadamente

de que todo se cumplirá dentro de nuestro siglo. Es tan sólo en cuanto

a la profecía que queda dentro del campo de las setenta semanas de

Daniel que entra en el reino de la cronología, y la visión de Daniel se

relaciona principalmente con Judá y Jerusalén.18

15. 2a P. 3:15.

16. Sal. 90:4.

17. Isaías 53 parece conectar la caída final de Babilonia con el gran día que se

aproxima (cp. los versículos 1, 9, 10, 19); y en Jeremías 1, el mismo suceso queda

relacionado con la futura restauración y unión de las dos casas de Israel (v. 20). Pero

presento la sugerencia solamente como un caveat en contra de la idea de que ya

hemos llegado a los últimos días de la dispensación. Si la historia de la cristiandad

tuviera que llenar otros mil años, esta espera no desacreditaría en absoluto la verdad

de una sola afirmación de las Sagradas Escrituras.

18. Desde luego, ninguna de las visiones de Daniel presenta una extensión mayor.

Isaías, Jeremías, y Ezequiel tratan de Israel (o las diez tribus); pero Daniel trata

solamente de Judá.

79

13

El segundo Sermón del Monte

EL LAZO QUE CONECTA el pasado con el futuro, entre lo cumplido y lo

que queda por cumplir, se hallará en el Evangelio de Mateo.

Las principales promesas mesiánicas quedan agrupadas en dos

grandes clases, conectadas respectivamente con los nombres de

David y Abraham, y el Nuevo Testamento abre sus páginas con el

relato del nacimiento y del ministerio del Mesías como el «Hijo de

David, Hijo de Abraham»,1 porque en un aspecto de Su obra El «se

puso al servicio de los de la circuncisión para mostrar la verdad de

Dios, para confirmar las promesas hechas a los padres».2 La pregunta

de los Magos, «¿dónde está el que ha nacido rey de los judíos?»,

suscitó una esperanza que constituía una parte de la política nacional

de Judá; e incluso el indigno Idumeo que entonces usurpaba el trono

era sensible a su significado: «Herodes se turbó, y toda Jerusalén con

él».3

1. Mt. 1:1.

2. Ro. 15:8.

3. No debe imaginarse que al rey le moviera ninguna emoción do tipo religioso.

El anuncio de los Magos fue para él lo que el nacimiento de un heredero es para un

presunto heredero. Los Magos le preguntaron: «¿Dónde está el que ha nacido Rey

de los Judíos"?» Por ello, la pregunta de Herodes al Sanedrín fue: «¿Dónde había

de nacer el Cristo?» Y, al serle mencionada la profecía que indicaba Belén de una

manera tan clara, decidió destruir a todos los niños de corta edad en aquella ciudad

y distrito. Herodes y el Sanedrín no habían aprendido a espiritualizar las profecías.

Y cuando la proclamación se hizo después, primero por parte de

Juan al Bautista, y al final por el mismo Señor y por Sus apóstoles,

«el reino de los cielos se ha acercado», los judíos conocían bien su

importancia. No se trataba del «Evangelio» tal y como lo entende-

mos en la actualidad, sino el anuncio del inminente cumplimiento de

la profecía de Daniel.4 Y este testimonio tuvo un doble acompaña-

miento. «El Sermón del Monte» es registrado como incorporando las

grandes verdades y principios asociados con el Evangelio del Reino;

y los milagros que le seguían daban prueba de que todo ello era

divino. Y en las primeras etapas del ministerio de Cristo, Sus mila-

gros no estaban reservados a aquellos cuya fe respondía a Sus pala-

bras; la única cualificación que se demandaba era que el receptor

tenía que pertenecer a la raza favorecida.

No vayáis por camino de gentiles, ni entréis en ciudad de samari-

tanos, sino id más bien a las ovejas perdidas de la casa de Israel. Y

al ir, predicad, diciendo: El reino de los cielos se ha acercado.

Sanad enfermos, limpiad leprosos, resucitad muertos, echad fuera

demonios; de regalo recibisteis, dad de regalo.5

Tal fue la comisión que los doce se dedicaron a cumplir a través

de aquel pequeño país, a cada rincón en los que la fama de su

Maestro ya les había precedido.6

Pero el veredicto de la nación, por medio de sus líderes acreditados y

responsables, fue el de rechazar Sus afirmaciones mesiánicas.7

4. Cp. Pusey, Daniel, p. 84.

5. Mt. 10:5-8. El capítulo es profético, siguiendo el carácter de este libro, y llega

en su testimonio hasta los últimos tiempos (ver p. ej. v. 23).

6. Mt. 4:24-25.

7. En nuestra propia época los judíos han tenido la temeridad de publicar una

traducción de la Mishná, y el lector que lea sus tratados puede juzgar con qué des-

precio y repulsión el Señor tuvo que haber contemplado la religión de aquellos

hombres miserables. El tratado Sabbath permitirá un invalorable comentario sobre

el capítulo 12 de Mateo. La Mishná es una compilación de las tradiciones orales de

los rabinos, ejecutada en el siglo II d.C, para impedir que quedasen perdidos a

causa de la diáspora; las mismas tradiciones, muchas de ellas, que prevalecían

cuando el Señor estaba en la tierra, y que condenó con tan pocas contemplaciones

80

Los hechos y palabras de Cristo recogidas en el capítulo doce de

Mateo constituyeron una condena abierta y deliberada y un desafío a

los fariseos, y la respuesta de ellos fue la de reunirse en consejo

solemne y decretar Su muerte.8

A partir de aquel momento Su ministerio entró en una nueva fase.

Los milagros continuaron, porque Él no podía hallarse en presencia

del sufrimiento y rehusar remediarlo; pero aquellos a los que de esta

manera El bendecía eran ordenados «que no le descubriesen».9 El

Evangelio del Reino cesó; Sus enseñanzas vinieron a ser camufladas

en parábolas,10

y los discípulos tuvieron prohibido enseñar que Él era

el Mesías.11

El capítulo 13 de Mateo es profético del estado de cosas que ha de

dominar entre la época de Su rechazamiento y Su retorno en gloria

para reclamar el puesto que en Su humillación se le negó. En lugar de

la proclamación del reino, les enseñaba «los misterios del reino»12

Su

misión cambió de carácter, y en lugar de un rey venido a reinar, se

describió a Sí mismo como un Sembrador sembrando semilla. De las

parábolas que siguen, las tres primeras, pronunciadas a la multitud,

describen el carácter y los resultados exteriores del testimonio en el

…Viene 7 como minando las Escrituras, pues entonces como ahora los judíos las aceptaban

como poseyendo aprobación divina (Cp. Jewish Cal., Introduc. de Lindo; History

of the Jews de Milman, libro XVIII).

8. Mt. 12:1-4.

9. Mt. 12:16.

10. Mt. 13:3, 13. «Por la expresión en Marcos, comparada con la pregunta de los

discípulos en el versículo 10 --y con el versículo 34-- parece ser que éste fue el

preciso momento en que el Señor empezó a enseñar en parábolas por vez primera,

expresamente dadas como tales, y propiamente así llamadas. Y la secuencia natural

de las cosas concuerda aquí y confirma la disposición del relato de Mateo en contra

de aquellos que los situarían (como Ebrard) entero antes del Sermón del Monte.

Allí El habló sin parábolas, o principalmente sin ellas; y así continuó hasta que el

rechazo que sufrió y la mala comprensión de Sus enseñanzas le llevaron a adoptar

este rumbo judicialmente, tal como aquí se indica, Alford, Greek Testament, Mt.

13:3.

11. Mt. 16:20.

12. Mt. 13:11.

mundo; las tres últimas, dirigidas a los discípulos,13

hablan de las

realidades escondidas reveladas a mentes espirituales.

Pero estas mismas parábolas, mientras que enseñaban a los

discípulos, de la manera más clara, que todo quedaba pospuesto de lo

que los profetas les habían enseñado a esperar en relación con el

Reino, les enseñó de una manera no menos clara que el día vendría

con toda seguridad cuando todo se cumpliría; cuando la maldad sería

desarraigada, y el Reino establecido en justicia y paz.14

Así, ellos

aprendieron que iba a existir una «edad» de la cual la profecía no

había registrado su existencia, y otro «Advenimiento» a su final; y

«el Segundo Sermón del Monte» fue la respuesta del Señor a la

pregunta: «¿Cuál será la señal de Tu venida, y del fin de esta

época?»15

El capítulo 24 de Mateo ha sido bien descrito como «la clave de la

interpretación apocalíptica», y «la piedra de toque de los sistemas

apocalípticos».16

El versículo 15 especifica un evento que marca una época, por la

cual podemos conectar las palabras del Señor con las visiones de

Juan, y ambas con las profecías de Daniel.

El pasaje entero es, evidentemente, profético, y su cumplimiento

pertenece claramente a los tiempos del fin. La aplicación más plena y

definida de las palabras tiene que ser así para aquellos que van a ser

testigos de su cumplimiento.

13. Como también lo fueron las interpretaciones de las parábolas del Sembrador y de la

Cizaña.

14. Mt. 13:41-43.

15. Mt. 24:3. «Y estando él sentado en el monte de los Olivos, los discípulos se le

acercaron aparte.» Cp. con Mt. 5:1: «Subió al monte; y sentándose, se acercaron a

Él sus discípulos.»

El Sermón del Monte desarrolló los principios sobre los cuales se establecería el

Reino. Habiendo sido rechazado el Rey por la nación, el segundo Sermón del

Monte expone los sucesos que tienen que preceder a Su retorno.

16. Alford, Greek Testament, vol. iv, part. II. Proleg. Rev.

81

Es a ellos que se dirige especialmente la advertencia de que no

sean engañados por una falsa esperanza del retorno inmediato de

Cristo.17

Una serie de terribles sucesos ha de tener lugar todavía; pero

«todo esto será el principio de dolores»; «pero aún no es el fin». La

duración de estos «dolores» no se revela. El primer signo seguro de

que el fin está cerca será el advenimiento de la prueba más terrible

que hayan conocido jamás los redimidos sobre la tierra. El cumpli-

miento de la visión de Daniel de la contaminación del Santuario ha

de ser la señal para la huida inmediata; «porque habrá entonces gran

tribulación»,18

que no habrá tenido paralelo ni siquiera en la historia

del judaísmo. Pero como ya se ha señalado, esta última gran perse-

cución pertenece a la segunda mitad de la semana septuagésima de

Daniel,19

y por ello permite un punto de referencia por el que pode-

mos determinar el carácter y fijar el orden de los principales sucesos

que marcan las escenas finales predichas en la profecía.

Con la clave así obtenida del Evangelio de Mateo, podemos diri-

girnos confiadamente al estudio de las visiones apocalípticas de Juan.

Pero primero se debe reconocer claramente que en el capítulo 24,

como en el libro de Daniel, Jerusalén es el centro de la escena con la

que se relaciona la profecía; y esto, necesariamente, implica que los

judíos habrán sido restaurados a Palestina antes del tiempo de su

cumplimiento.20

Las objeciones basadas en la supuesta improbabilidad de tal suceso

quedan suficientemente contestadas señalando la relación entre pro-

17. Mt. 24:4-6. Esto es, la etapa final de Su advenimiento no Su venida tal cual

está profetizada en la 1a Ts. 4 y en otros lugares, la cual no tiene ningún signo que

la preceda. Ver la p. 163. Referir el v. 5 a los tiempos de Bar Cochba constituye un

anacronismo evidentísimo. La referencia primaria en los vv. 15-20 y, por ello, a la

porción más anterior de esta profecía, era el período que finalizaba con la destruc-

ción de Jerusalén.

18. V. 15-21. Cp. con Dn. 12-1. Ver p. 113.

19. Ver p. 113.

20. La cuestión de la restauración de ellos a la posición de bendición ya se ha

considerado en páginas precedentes. Ver pp. 159-161.

profecía y milagro.21

La historia de la raza abrahámica, con la que la

profecía se relaciona tan estrechamente, es poco más que el registro

de interposiciones milagrosas.

Su salida de Egipto fue milagrosa. La entrada de ellos a la tierra

prometida fue milagrosa. Sus tiempos de prosperidad y de adver-

sidad en aquella tierra, sus servidumbres y sus liberaciones, sus

conquistas y sus cautividades, fueron todas milagrosas. Toda la

historia desde el llamamiento de Abraham hasta la construcción del

Templo constituyó una serie de milagros. Este período constituye

tanto el principal objeto de los historiadores sagrados que poca cosa

más queda registrada... No hay historiadores en el sagrado volumen

del período en que se retiró la intervención milagrosa. Después de la

declaración por medio de Malaquías de que un mensajero sería

enviado para preparar el camino, el siguiente suceso registrado por

un escritor inspirado es el nacimiento de aquel mensajero. Pero del

intervalo de 400 años entre la promesa y su cumplimiento no se da

ningún relato.22

Los setenta años desde el nacimiento del Mesías hasta la dispersión

de la nación fueron fructíferos en milagros y en cumplimiento de

profecías. Pero la existencia nacional de Israel es como si fuera el

escenario único donde el drama de la profecía puede representarse en

su plenitud; y desde la era apostólica hasta nuestra era presente no se

puede apelar a ni un solo evento público que dé una prueba indispu-

table de intervención inmediata de parte de Dios en esta tierra.23

Un cielo silencioso es una de las características principales de la

dispensación en la que nuestra suerte ha sida echada. Pero la historia

21. Es algo asombroso considerar que desde que este libro fue escrito (fue

publicado en 1882), Israel ha sido ya restaurado, y que Dios se valió de las

atrocidades cometidas por el régimen de Hitler para acelerar la emigración de los

judíos a Palestina, donde en 1948 proclamaron el Estado de Israel. Sal. 76:10.

(N. del T.)

22. Clinton, Fasti H., vol. i, p. 243.

23. Existe, sin duda alguna, lo que puede llamarse el milagro privado de la

conversión individual, y el creyente tiene prueba trascendente no sólo de la

existencia de Dios, sino además de Su presencia y poder con los hombres (ver pp.

57-60).

82

de Israel tiene que ser aun completada; y cuando aquella nación salga

de nuevo a escena, el elemento de interposición milagrosa volverá de

nuevo a marcar el curso de los eventos en la tierra. Por otra parte, la

analogía del pasado nos guiará a esperar un solapamiento en el paso

de una dispensación a la otra, más bien que una transición brusca; y

la cuestión es de particular interés, en líneas generales, de si los

sucesos actuales no están llevando a esta consumación misma, la

restauración de los judíos en Palestina.

La decadencia del poder musulmán es uno de los hechos públicos

más patentes; y si el desmembramiento del Imperio Turco se retrasa

aún, ello es debido enteramente a los celos mutuos entre las naciones

de Europa, cuyos intereses rivales parecen hacer imposible una distri-

bución amistosa de sus territorios. Pero la crisis no puede retrasarse

indefinidamente; y cuando ésta llegue, la cuestión de la máxima

importancia, siguiente en importancia a la de Constantinopla, será: ¿y

qué ha de ser de Palestina? Es improbable en alto grado una anexión

por parte de cualquier estado Europeo. El interés de varias de las

potencias principales lo impide. Así, el camino quedará abierto a los

judíos, cuando sus inclinaciones o su destino les devuelvan de nuevo

a la tierra de sus padres. No solamente dejaría de impedirles su

retorno cualquier influencia hostil, sino que las probabilidades del

caso (y en esto estamos tratan-do de probabilidades)24

están en favor

de la colonización de Palestina por aquel pueblo a quien histórica-

mente le pertenece. Hay razones para creer que ya ha empezado un

movimiento de este tipo; y si, ya sea debido a que el Cercano Oriente

llegue a ser lugar de paso a la India, o por alguna otra causa, surgiera

la prosperidad en cierto grado a aquellas costas que fueron en su

tiempo el centro comercial del mundo, los judíos emigrarían hacia

allí por miles desde todos los países.

24. Es digno de notar cómo Sir Anderson distingue entre meras probabilidades y

la brillante exposición de las Escrituras mismas. Es curioso ver que, al final, la

emigración judía a Palestina se efectuó contra viento y marea, y frente a la oposi-

ción del mismísimo país de Sir Anderson, Inglaterra, que no quería malquistarse a

los árabes y su posible influencia en la región. Ciertamente, los judíos fueron

conducidos a Israel no por circunstancias favorables, sino a pesar de todas las

imposibilidades. (N. del T.)

Es cierto que colonizar un país es una cosa, mientras que crear una

nación es algo muy distinto. Pero el testimonio de las Escrituras es

explícito de que la independencia25

nacional de Judá no ha de ser

conseguida mediante la diplomacia ni la espada. Jerusalén ha de

permanecer bajo supremacía gentil hasta aquel día en que se cumplan

las visiones de Daniel. En el lenguaje de las Escrituras, «Jerusalén

será pisoteada por los gentiles, hasta que los tiempos de los gentiles

se cumplan».26

Pero mucho antes de ello la Cruz tiene que suplantar a

la Media Luna en Judea, pues si no es increíble que la Mezquita de

Omar deje su puesto al Templo Judío en el Monte Sión.27

Si la operación de causas como las anteriormente indicadas,

juntamente con la decadencia del poder musulmán, guiara a la

formación de un protectorado en un estado judío en Palestina,

posiblemente mediante la ocupación militar de Jerusalén por o para

alguna de las potencias Europeas, no se precisaría de nada más que

suponer un avivamiento religioso entre los judíos, para preparar el

camino al cumplimiento de las profecías.28

25. Aquí, desdichadamente, se confunde independencia nacional con la soberanía

sobre Jerusalén. En 1948 los judíos consiguieron lo primero, pero no la soberanía

sobre la Jerusalén propia, la Ciudad de David, en la que entraron en 1967. En

efecto, desde el punto de vista de Dios, Jerusalén «el lugar que Jehová tu Dios

escogiere para poner allí Su nombre» es el monte de Sión, y en particular la era de

Arauna Jebuseo, el lugar del Templo, que tiene en su centro la Mezquita de Omar,

lugar santo del Islam, y en otros rincones la Mezquita de El Aqsa y la Casa del

Tesoro, o Qubbet es Silsile. Estos lugares, precisamente en el área del Templo,

están aún bajo soberanía y protección del Islam, y, desde el punto de vista objetivo,

Jerusalén continúa estando pisoteada por los gentiles. Así, aunque los judíos están

ya de vuelta a Israel, y poseen la ciudad de Jerusalén, el elemento definitorio de la

ciudad y que realmente define al judaísmo como tal, la adoración judía en el

Templo, está aún fuera del alcance de ellos, y está esperando al tiempo que Dios ha

marcado. (N. del T.)

26. Lc. 21:24. Esto es, hasta después del período durante el cual la soberanía

terrena, confiada a Nabucodonosor hace veinticinco siglos, tiene que permanecer

entre los gentiles (ver p. 73).

27. Ver nota 25.

28. El siguiente extracto de la Jewish Chronicle del 9 de noviembre de 1849 es

citada en Ten Kingdoms del señor Newton (2.a ed., p. 401): «Los potencias

europeas no tendrán que preocuparse por restaurar a los judíos individual o

83

«Dios no ha desechado a Su pueblo»; y cuando la actual dispen-

sación cierre sus páginas, y el gran propósito para lo que fue intro-

ducida haya quedado satisfecho, los cabos sueltos de la profecía y de

la promesa volverán a ser anudados, y la dispensación históricamente

interrumpida en los Hechos de los Apóstoles, cuando Jerusalén era el

centro designado por Dios para Su pueblo sobre la tierra,29

volverá a

seguir su curso. Judá volverá a ser una nación, Jerusalén será

restaurada, y se volverá a construir aquel templo en el que ha de

erigirse «la abominación de la desolación».30

…Viene 28. colectivamente. Désele a Palestina una constitución como la de los Estados

Unidos... y los judíos se restaurarán a sí mismos. Ellos volverían alegre y

confiadamente, y allí esperarían piadosamente hasta que un Mesías inspirado

celestialmente venga, quien tiene que restaurar la luz mosaica a su esplendor

original.

29. Los gentiles eran entonces admitidos dentro del círculo, no como iguales, sino

en cierto sentido como prosélitos que habían sido aceptados en el seno de la nación.

La Iglesia era esencialmente judía. El templo era el lugar en que se encontraban

(Hch. 2:46; 3:1; 5:42). El testimonio de ellos estaba en consonancia con las

antiguas profecías de la nación (Hch. 3:19-26, ver p. 108), e incluso cuando fueron

dispersados por la persecución, los apóstoles permanecieron en la metrópolis, y

aquellos que habían sido dispersados predicaban tan sólo a los judíos (Hch. 8:1, 4,

y 11:19). Pedro rehusó ir entre gentiles hasta que le fue dada una revelación

especial (Hch., cap. 10), y tuvo que defenderse ante la iglesia por haber ido (Hch.

11:2-18. Cp. con el cap. 15).

30. Esparcido entre el pueblo habrá un «resto» quienes «guardan los manda-

mientos de Dios y tienen el testimonio de Jesucristo» (Ap. 12:17); judíos, y a pesar

de ello cristianos; judíos, pero creyentes en el Mesías, a quien la nación continuará

rechazando hasta el momento de Su aparición. Tiene que ser evidente a las mentes

reflexivas que profecías tales como la 24 de Mateo implican que existirá un pueblo

creyente que tendrá que ser consolado y guiado por ellas en aquel tiempo y en

medio de aquellas escenas de su cumplimiento.

84

14

Las visiones de Patmos

LA ESTRECHEZ de interpretación es la ruina del estudio apocalíptico.

«Las palabras de esta profecía», «cosas que deben suceder en

seguida»: tal es la descripción divina del libro de Apocalipsis y de su

contenido. Nadie, pues, está justificado para negar que ninguna parte

de él tenga una aplicación futura. Todo el libro es profético. Incluso

las siete cartas, aunque fueron escritas, indudablemente, a iglesias

entonces existentes, y aunque su inmediata referencia a la historia de

la cristiandad es también evidente, bien pueden dar una palabra

especial en días por venir para aquellos que entrarán en las terribles

pruebas que precederán al final.1

1. La Biblia no está solamente destinada para la presente dispensación, sino para

el pueblo de Dios en toda edad; y es increíble que aquellos que van a ser tan

duramente probados no encuentren en ella palabras especialmente adecuadas y

destinadas a aconsejarles, y a consolarles en vista de lo que tendrán que soportar.

«Esta profecía» es la descripción divina del Apocalipsis como un todo (Ap. 1:3).

Comparar el «deben suceder en seguida» del Ap. 1:1 con el «deben suceder

pronto» del 22:6 (RV 77). El saludo (1:4,5) parece fijar el puesto dispensacional

del libro como futuro. No es el Padre, sino Jehová no el Señor Jesucristo, sino

«Jesucristo el testigo fiel, el soberano de los reyes de la tierra»; y el libro habla de

un tiempo cuando el Espíritu Santo, como persona, volverá de nuevo a estar en el

cielo, para unirse al saludo, cosa que El nunca hace en las epístolas del Nuevo

Testamento.

Apocalipsis 1:19 es citado con frecuencia para demostrar que el libro está dividido,

y que tan sólo la última parte es profética. Para refutar esta posición, me remito al

más cándido de los comentaristas apocalípticos. el deán Alford, que así traduce el

versículo: «Escribe, por tanto, las cosas que viste, y las cosas que significan, y las

En el cuarto capítulo el trono es establecido en el cielo El juicio está

ahora esperando en la gracia; pero cuando haya pasado el día de la

gracia, tiene que intervenir el juicio antes de que las promesas y

pactos, con toda su rica reserva de bendiciones, puedan ser cum-

plidos. Pero ¿quién puede abrir aquel rollo que está en la mano de

Aquel que se sienta sobre el trono?2 Ninguna criatura del universo

3

puede atreverse a mirarlo, y Dios mismo no va a romper uno solo de

sus sellos, porque el Padre ha cedido la prerrogativa de juicio. El

ministerio de gracia puede ser compartido por todos aquellos que han

sido bendecidos por la gracia, pero el Hijo del hombre es el único Ser

en el universo que puede tomar la iniciativa de juicio;4 y en medio de

los himnos de los seres celestes alrededor del torno, y el retumbante

coro de miríadas y miríadas de ángeles, que tenía su eco en toda la

creación de Dios, el Crucificado del Calvario, «un Cordero, como

inmolado», toma el libro y se prepara a romper los sellos.5

Es en el sello quinto que la visión se entrecruza con las líneas de

la cronología de la profecía.6

cosas que están para acontecer después de éstas.» Él explica que «las cosas que

viste» son «la visión que acaba de serle dada», y las palabras finales como «las

cosas que están para acontecer después de éstas, o sea, una visión futura» (Greek

Testament, in loco). En Apocalipsis 4:1 Alford se inclina a dar el significado

general de «más adelante». Pero la presunción es que estas palabras se utilizan al

final del versículo en el mismo sentido que cuando al principio, es decir, «después

de estas cosas». Las palabras implican que el cumplimiento de las subsiguientes

visiones sería cosa del futuro, en relación con el cumplimiento de la visión

precedente, y no simplemente relativas al tiempo en que se dio la visión, lo cual era

algo propio de sí.

2. Ap. 5:2.

3. Ap. 5:3. No es, como en la versión de King James, «ningún hombre». La

Versión Revisada traduce de manera adecuada «ninguno».

4. Jn. 5:22-27.

5. Ap. 5:5-14.

6. Debido a que el quinto sello se relaciona con la gran persecución del futuro

que, como ya se ha señalado, queda dentro de la septuagésima semana. Los cuatro

primeros sellos se relacionan con los eventos que preceden en el tiempo al

cumplimiento del versículo 15 del capítulo 24 de Mateo. Cp. los versículos 6 y 7 de

aquel capítulo con Ap. 6:1-8.

85

De los primeros sellos, por tanto, es innecesario hablar en detalle.

Son evidentemente descriptivos de los sucesos referidos en Mateo 24,

en el que el Señor los conecta como precedentes a la gran persecu-

ción final: guerras y amenazas incesantes de guerra, reinos en arma

destruyéndose unos a otros; y después hambre, para ser de nuevo

seguida por pestilencia, hambre y la espada reclamando aún sus

víctimas, mientras que otras son arrebatadas por extrañas muertes

innombradas en los horrores en aumento de estos ayes acumulativos.7

Según el capítulo 24 de Mateo, la tribulación debe ser inmediata-

mente seguida por los signos y portentos que los antiguos profetas

habían declarado que introducirían «el día grande y terrible de

Jehová». Así en el Apocalipsis los mártires de la tribulación son

vistos en el quinto,8 y en el sexto sello, se proclama el advenimiento

del gran día de la ira, siendo nombrados los precisos sucesos que el

Señor había mencionado en el Monte de los Olivos, y que Joel e

Isaías habían precedido hacía ya muchos siglos.9

De manera parecida a la calma chicha y bochornosa que precede a

las tormentas más fieras, se hace un silencio en el cielo cuando se

rompe el último sello,10

porque el día de la venganza ha amanecido.

7. Ap. 6:2-8.

8. Ap. 6:9.

9. «Viene el día de Jehová... el sol se convertirá en tinieblas, y la luna en sangre,

antes que venga el día grande y espantoso de Jehová» (Jl. 2:1, 31). «El día de

Jehová viene... el sol se oscurecerá al nacer, y la luna no dará su resplandor»

(Is. 13:9, 10). «Inmediatamente después de la tribulación de aquellos días, el sol se

oscurecerá, y la luna no dará su resplandor, y las estrellas caerán del cielo»

(Mt. 24:29). «Habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas» (Le. 21:25).

«El sol se puso negro como un saco hecho de crin, y la luna se volvió toda como

sangre» (cp. con Jl. 2:31), «y las estrellas del cielo cayeron sobre la tierra» (Ap.

6:12, 13).

Estoy completamente de acuerdo con la siguiente nota del deán Alford (Greek

Testament, Mt. 24:29): «Tales profecías se han de entender literalmente y, desde

luego, sin entenderlas así, perderían su verdad y significado. Las señales físicas

ocurrirán como acompañamiento e intensificación del terrible estado de cosas que

la descripción tipificada.» No es, naturalmente, que la luna se volverá realmente de

sangre, como tampoco las estrellas caerán. Las palabras describen fenómenos que

las personas verán, y que les aterrorizarán.

10. Ap. 8:1.

Los eventos de los sellos anteriores eran juicios divinos, cierto, pero

de un carácter providencial, y del tipo que los hombres pueden

atribuir a causas secundarias. Pero por fin Dios se ha declarado a Sí

mismo, y tal como había sido en el pasado, así ahora la ocasión la da

un ultraje cometido contra Su pueblo. El clamor de los mártires ha

venido a la presencia de Dios,11

y constituye la señal para los toques

de trompeta que introducen el derramamiento de la ira largo tiempo

contenida.12

Sería imposible escribir un comentario sobre el libro de Apoca-

lipsis dentro de los límites de este capítulo, y el intento involucraría

una desviación del propósito y asunto especiales de estas páginas.

Pero es esencial tener en cuenta y mantener a la vista el carácter y el

método de las visiones apocalípticas. Recordemos que al vidente no

se le permitió leer una sola de las líneas de lo que estaba escrito «por

dentro y por fuera» del libro enrollado y sellado del capítulo 5; pero

según se iban rompiendo los sellos, se le comunicaba alguna

característica sobresaliente de una parte de su contenido en una

visión. Por lo tanto, la principal serie de las visiones representan

eventos en secuencia cronológica. Pero su transcurrir queda

ocasionalmente interrumpido por visiones parentéticas o episódicas;

en algunas ocasiones, como la que se halla entre el sexto y el séptimo

sello, llegando hasta el tiempo del fin, y, con más frecuencia, como la

que se halla entre la sexta y séptima trompetas, que representa

detalles que están cronológicamente dentro de las visiones anteriores.

Por ello, el primer paso y más importante para una recta comprensión

del Apocalipsis es distinguir entre las visiones en serie y las

parentéticas de este libro, y se ofrece el siguiente análisis a fin de

promover y ayudar a la investigación de esta materia:13

11. Ap. 8:3.

12. Ap. 8:6.

13. Los pasajes que contienen las visiones parentéticas quedan dentro de

corchetes.

86

Cap. 6. Las visiones de los seis primeros sellos; representa

eventos en su orden cronológico.

[Cap. 7. Parentético; la primera visión se relaciona ya con el resto

fiel del quinto sello, o a una elección en vista de los juicios del

séptimo sello; la segunda llega hasta la liberación final.]

Caps. 8-9. La apertura del séptimo sello. Las visiones de las

primeras seis trompetas; juicios consecutivos, en su orden

cronológico.

[Caps. 10-11:13. Parentético, conteniendo el misterio escondido

de los siete truenos (10:3, 4) y el testimonio de los testigos (quedando

esta última probablemente dentro de la era del quinto sello.)]

Cap. 11:15-19. La séptima trompeta; el tercero y último |y (cp.

8:13; 9:12; 11:14), prediciendo el establecimiento del reino (cp. 10:7;

11:15),

[Caps. 12-18. Parentéticos.]

Cap. 13. El surgimiento y la historia de los dos grandes blasfemos

y perseguidores de los últimos días.

Cap. 14. El remanente, del capítulo 7, visto en bendición. El

Evangelio eterno (vv. 6, 7). La caída de Babilonia (v. 8). La

condenación de los adoradores de la Bestia (vv. 9-11).

La revelación de Cristo, y juicios finales (vv. 14-20). .

Cap. 15. Una visión de eventos cronológicamente dentro del

capítulo 8, la apertura del séptimo sello. (Esto se ve en el hecho de

que los fieles del quinto sello se ven aquí como alabando a Dios en

vista de los juicios inminentes —ver vv 2-4—; juicios estos que caen

dentro del séptimo sello.)

Cap. 16. Las siete copas; una segunda serie de visiones de los

eventos de las siete trompetas. Esto es así debido a que:

Primero, debido a que la séptima trompeta y la séptima copa se

relacionan con la catástrofe final. Bajo la séptima trompeta, el

misterio de Dios se habrá consumado (10:7), y el templo de Dios es

abierto, y hay relámpagos, voces, truenos, y un terremoto (11:19).

Bajo la séptima copa, «¡Hecho está!» se oye desde el templo, y hay

voces, truenos, relámpagos, y un terremoto (16:17, 18).

Segundo, debido a que la esfera de los juicios es la misma en las

visiones correlativas de ambas series: 1, la tierra; 2, el mar; 3, los

ríos; 4, el sol; 5, el abismo, el asiento de la bestia; 6, el Éufrates; 7, el

cielo, el aire.

[Caps. 17, 18. Visiones detalladas del desarrollo y caída de

Babilonia, «la ramera», cuya caída queda dentro de la séptima trom-

peta y de la séptima copa; la última serie de juicios del séptimo sello

(11:18; 16:19).]

Cap. 19. Habiéndose cumplido la condenación de la ramera (v. 2)

sigue a continuación la gloria de la esposa (v. 7); la gloriosa revela-

ción de Cristo, y la consiguiente destrucción de la Bestia y del falso

profeta (v. 20).

Cap. 20. Satanás es atado. El reino milenial de los santos (vv. 1-4).

Después del reino milenial, Satanás es soltado, y de nuevo engaña a

las naciones. Satanás es echado al lago de fuego. El juicio del Gran

Trono Blanco.

Caps. 21, 22:1-5. El cielo nuevo y la tierra nueva.

Cap. 22:6-21. Conclusión.14

14. Paso por alto a propósito el cap. 12, debido a las excepcionales dificultades

que se involucran en su interpretación. «Cualquier cosa dentro de una considera-

ción razonable de las analogías y el simbolismo del texto parece mejor que la

interpretación histórica en la actualidad demasiado bien recibida, con sus

desenfrenadas imaginaciones y asignaciones arbitrarias de palabras y figuras»

(Alford, Greek Testament, Ap 12:15, 16). La única interpretación razonable que he

visto es la que contempla al «hijo varón, que va a pastorear con vara de hierro a

todas las naciones», y que fue «arrebatado hacia Dios y hacia Su trono», como

siendo el Señor Jesucristo, y la mujer representando al pueblo «de los cuales, según

la carne, procede Cristo» (Ro. 9:5). Pero las objeciones a esto son considerables.

Primero, se introducen hechos del pasado histórico en una visión que se relaciona

con el futuro. No estoy consciente de ningún otro ejemplo de ello en las Escrituras.

Segundo, las principales características de la visión después del v. 5 no están

justificadas por los hechos.

Las siguientes observaciones son ofrecidas meramente para ayudar a la

investigación y en absoluto expresando una opinión ya formada acerca de este

asunto. Los 1.260 días durante los que esta mujer es perseguida son precisamente el

período de «la gran tribulación». El 7 declara que durante la huida de la mujer, el

Arcángel Miguel luchó en su favor, Dn. 12:1, que se refiere al tiempo del poder del

Anticristo, afirma que «en aquel tiempo se levantará Miguel, el gran príncipe que

87

Al abrazar los últimos juicios del día de la venganza, que

necesariamente preceden al adviento del glorioso reino, la última

trompeta y la última copa incluyen necesariamente la condenación de

los dos grandes poderes anticristianos de los últimos días, el imperial,

representado por la bestia de diez cuernos, y el eclesiástico, repre-

sentado por la mujer vestida de escarlata. Las visiones de los capítu-

los 13 y 17 están entonces interpuestas, siendo descriptivas del surgi-

miento y desarrollo de estos poderes. Ellos nos dan, por lo tanto, los

detalles que se relacionan con los eventos dentro de los anteriores

sellos, porque los mártires del quinto sello son las víctimas del gran

perseguidor del capítulo 13.

Si el esquema anterior es correcto en sus líneas generales, las eras

que se incluyen en el Apocalipsis pueden dividirse de la siguiente

manera:

1. Las siete iglesias: el período de transición que sigue al cierre de

la dispensación cristiana.15

2. Los siete sellos: el período durante el cual todo lo que la profecía

ha predicho que sucedería antes del establecimiento del reino será

cumplido.

3. El reino: para ser sucedido, después de un intervalo final de

apostasía, por:

4. El estado eterno; el cielo nuevo y la tierra nueva.

Es cosa manifiesta que es dentro del período de los sellos que las

profecías de Daniel tienen su cumplimiento, y la siguiente investí-

gación debería dirigirse a determinar los puntos de contacto entre las

...Viene 14 está de parte de los hijos de tu pueblo; y será tiempo de angustia», etc.,

describiendo la gran tribulación que tiene que durar 1.260 días.

De nuevo, el Antiguo Testamento nos señala claramente el curso de un futuro

David, un libertador de los judíos, que devendrá en su líder terreno en aquel

tiempo, y que reinará sobre ellos en Jerusalén después. Ver, p. ej., Ez. 37:22-25,

sobre el Príncipe David, que ciertamente no es Cristo, sabiendo que ha de tener un

palacio en Jerusalén y que, además, ha de ofrecer holocaustos, etc. (Ez. 45:17).

Supongo que este será el gran conquistador militar de Is. 63:1-3. ¿Acaso no puede

ser que Ap. 12 se refiera a esta persona, que ha de ser el virrey de Cristo sobre la

tierra y que, de hecho, gobernara sobre todas las naciones?

15. Esto es, asumiendo que esta porción del libro tenga un aspecto profético.

visiones de Juan y las profecías anteriores.

Como ya se ha señalado, es tan sólo hasta donde la profecía cae

dentro de las setenta semanas que queda dentro de la cronología

humana. Y, además, la semana septuagésima será un período

definido, cuya mitad y final quedan definitivamente señalados.

La época de la primera semana, esto es, del período profético

como tal, tuvo su principio no en el retorno de los judíos de

Babilonia, ni tampoco en la reconstrucción del templo, sino en la

firma del decreto persa que restauraba la posición nacional de ellos.

Así también, el principio de la última semana datará, no de su

restauración a Judea, ni tampoco de la futura reconstrucción de su

santuario, sino de la firma del tratado por parte «del Príncipe que ha

de venir», que, probablemente, les reconocerá de nuevo como

nación.16

Pero es evidente que este personaje tiene que haber conseguido el

poder antes de la fecha de este suceso; y se afirma de manera

expresa17

que su surgimiento será después del de los diez reinos que

entonces deberán formar la tierra romana. De ello se sigue que el

desarrollo de estos reinos, y el surgimiento de un gran Kaiser que ha

de blandir el cetro imperial en los últimos días, tiene que ser anterior

al principio de la septuagésima semana.18

Y dentro de ciertos límites, podemos también fijar el orden de los

eventos subsiguientes. La violación del tratado por la contaminación

del Santuario tiene que tener lugar «a la mitad de la semana».19

De nuevo, este suceso marcará el inicio de la época de gran persecu-

ción por parte del Anticristo,20

y que tiene que durar precisamente

16. Ver p. 114.

17. Dn. 7:4.

18. No afirmo de una manera expresa que él habrá llegado al cénit de su poder

antes de esta fecha. Al contrario, parece extremadamente probable que el tratado

con los judíos constituirá uno de los peldaños de su ascensión al lugar que tiene

destinado a ejercer, y que tan pronto como haya conseguido sus fines, se sacará la

careta y se declarará perseguidor. Así lo enseña Ireneo, y él, posiblemente, expone

lo que era la tradición de la edad apostólica.

19. Dn. 9:27.

20. Mt. 24:15-21.

88

tres años y medio; porque su poder para perseguir a los judíos va a

ser limitado a este período definido.21

«Inmediatamente después de la

tribulación de aquellos días, el sol se oscurecerá, y la luna no dará su

resplandor.»22

Tal es la afirmación del capítulo 24 de Mateo; y el

capítulo 6 de Apocalipsis coincide exactamente con él, porque la

visión del quinto sello abraza el período de «la tribulación»; y cuando

se abrió el sexto sello, «el sol se puso negro como un saco hecho de

crin, y la luna se volvió toda como sangre», y se gritó la voz «el gran

día de Su ira ha llegado».23

De nuevo, concuerda con esto la profecía

de Joel: «El sol se convertirá en tinieblas, y la luna en sangre, antes

que venga el día grande y espantoso de Jehová.»24

Los sucesos de

aquel día de venganza constituyen la carga de la visión del séptimo

sello, incluyendo el juicio de Babilonia, la mujer de escarlata —o

religión apóstata— por medio del poder imperial25

—la bestia, cuyo

horrible final lleva el terrible drama a su final.

Así, estamos sobre buenas bases para asignar el siguiente orden a

los sucesos de los últimos días:

1. El desarrollo de los diez reinos.

2. La aparición dentro de los límites territoriales de estos reinos de

un undécimo «rey», que someterá a tres de ellos, y que a la postre

será aceptado como soberano por todos.

3. La firma de un tratado por este rey con, o a favor de, los judíos.

Empieza la época de la septuagésima semana.

4. Violación del tratado por parte de este rey después de tres años y

medio.

5. «La gran tribulación» de las Escrituras, la terrible persecución de

los últimos días, que continuará por tres años y medio.

6. La liberación de los judíos de su gran enemigo, para ser seguida

del final establecimiento de ellos en bendición. Fin de la septuagé-

sima semana.

7. «El día grande y terrible de Jehová», el período del séptimo

sello, empezando con una revelación de Cristo a Su pueblo en

21. Dn. 7:25; Ap. 13:5. 22. Mt. 24:29.

23. Ap. 6:12, 17. 24. Jl. 2:31.

25. Ap. 17:16, 17.

Jerusalén, acompañada de asombrosas manifestaciones de poder

divino y finalizando con Su última y gloriosa venida.

Que la septuagésima semana serán los siete últimos años de la

dispensación, y el término del reinado del Anticristo, o una creencia

tan antigua como los escritos de los Padres Ante-Nicenos. Pero una

cuidadosa revisión de las afirmaciones de las Escrituras nos llevará a

algunas modificaciones de este punto de vista. El cumplimiento a

Judá de las bendiciones especificadas en Daniel 9:24 es todo lo que la

Escritura afirma que marcará el final de la septuagésima semana. El

Anticristo será entonces barrido de Judea; pero no hay razón alguna

para suponer que perderá entonces su poder. Como ya se ha

mostrado, la septuagésima semana finaliza con el período del quinto

sello, mientras que la caída de Babilonia queda dentro de la era del

séptimo sello. Nadie puede asegurar que esta época sea de gran

duración, y será probable mente breve; pero la única indicación de su

duración es que quedará dentro de una vida humana, pues a su final

el Anticristo tiene que ser apresado vivo, y lanzado a su horrible

condenación.26

La analogía del pasado nos podría guiar a esperar que los sucesos

predichos al final de la septuagésima semana debieran ocurrir

inmediatamente a su final. Pero el libro de Daniel nos enseña de

manera expresa que habrá un intervalo. Sea la que fuere la postura

que se tome con respecto a la primera porción del capítulo undécimo

de Daniel, es evidente que «el rey» de los versículos treinta y seis y

siguientes es el gran enemigo de los últimos días. Sus guerras y con-

quistas son predecidas,27

y el capítulo 12 se abre con la mención del

predicho tiempo de angustia, «la gran tribulación» de Mateo y de

Apocalipsis. El versículo 7 especifica la duración de este «tiempo de

angustia» como «tiempo, tiempos y la mitad de un tiempo», que,

como ya hemos mostrado, es la media semana, o 1.260 días.

26. Ap. 19:20.

27. Él no es ni el rey del norte ni el del sur, porque ambos reyes invadirán su

territorio (v. 40), esto es, los poderes que dominarán entonces en Siria y en Egipto.

89

Pero el versículo 11 declara que desde la fecha del evento que tiene

que dividir la semana y que, según Mateo 24, constituye la señal de

la persecución, habrá 1.290 días; y el versículo 12 pospone la bendi-

ción hasta 1.335 días, o sea, setenta y cinco días más allá del final de

las semanas proféticas.

Por lo tanto, si «el día de Jehová» sigue inmediatamente al final de la

septuagésima semana, parece que la completa liberación de Judá no

tiene lugar hasta después que empieza aquel período final. Y ello es

expresamente confirmado por el capítulo 14 de Zacarías. Es una

profecía como las hay pocas de definidas, y las dificultades que se

hallan en la interpretación de ellas no se hallan en modo alguno

resueltas mediante el rechazo de leerlo literalmente. Parece enseñar

que en aquel tiempo Jerusalén va a ser tomada por las armas aliadas

de las naciones, y que, en el momento en que un grupo de prisioneros

estén siendo conducidos afuera de ella, Dios intervendrá de alguna

manera milagrosa, tal como destruyó el ejército de Faraón en el

Éxodo.29

29. «El día de la batalla» (Zac. 14:3). El profeta añade: «Y se posarán sus pies en

aquel día sobre el monte de los Olivos.» No puedo concebir cómo alguien puede

suponer que éste sea el gran y último advenimiento en gloria tal como se describe

en Mt. 24:30 y en otras Escrituras. «La profecía (Zac. 14) parece literal. Si el

Anticristo es el líder de las naciones, parece ser inconsistente con la afirmación de

que estará en aquel tiempo sentado en el templo como Dios en Jerusalén; así, el

Anticristo de afuera estaría haciendo sitiar al Anticristo de dentro de la ciudad. Pero

las dificultades no echan a la revelación a un lado; el evento mismo clarificará las

dificultades aparentes» (Fausset, Commentary, in locó). No tiene mucho sentido

especular acerca de este asunto, pero yo supongo que la ciudad estará en revuelta

contra el gran enemigo durante su ausencia al frente de los ejércitos del imperio, y

que entonces se volverá para reconquistarla. La historia se repite. Además, no hay

razón por la que tenga que residir en Jerusalén, aun cuando seguramente tendrá allí

un palacio, y como parte de una exhibición pagana se siente entronizado en el

templo. Que Jerusalén sea conquistada por un ejército hostil en aquel tiempo

parecerá menos extraño si se recuerda, primero, que el verdadero pueblo de Dios

habrá sido advertido de dejar la ciudad al principio de estas angustias (Mt. 24:15,

16), y segundo, que la liberación de la capital va a ser el último acto de liberación

de Judá (ver Zac. 12:7)

La comparación con la profecía del capítulo 24 de Mateo es la

comprobación más estricta y segura que se puede aplicar a estas

conclusiones. Después de fijar la fecha y de describir el carácter de la

gran persecución de los últimos días, el Señor enumera los eventos

que han de seguir a su final:30

primero, es predicha la aparición de

grandes fenómenos en la naturaleza; a continuación, la aparición del

signo del Hijo del Hombre en el cielo; después, el duelo de las tribus

de la tierra; y, finalmente, la gloriosa venida.

El hecho de que no habrá ningún intervalo entre la persecución y

las «grandes señales en el cielo» que tienen que seguirla se expresa

de manera clara; tienen que ocurrir «inmediatamente» después de la

tribulación de aquellos días». Que un intervalo separará los otros

eventos de las series es igualmente claro. Desde la contaminación del

Santuario hasta el día que termine la tribulación, y que «las grandes

señales» y «prodigios» del cielo aterrorizarán los corazones de los

hombres, habrá un período definido de 1.260 días;32

pero cuando Él

va a hablar de Su advenimiento, el Señor declara que aquel día

solamente es conocido del Padre: La porción de Su pueblo deberá ser

la de esperar y vigilar. Él ya les había advertido en contra de ser

engañados a esperar Su advenimiento antes del cumplimiento de

aquello que tiene que suceder.33

30. «E inmediatamente después de la tribulación de aquellos días, el sol se

oscurecerá, y la luna no dará su resplandor, y las estrellas caerán del cielo, y las

potencias de los cielos serán sacudidas. Entonces aparecerá la señal del Hijo del

Hombre en el cielo; y entonces harán duelo todas las tribus de la tierra, y verán al

Hijo del Hombre viniendo sobre las nubes del cielo, con poder y gran gloría.» (Mt.

24:29, 30.)

32. Por ello, si el adviento quedara sincronizado con estos sucesos, cualquiera

que entonces viviera podría fijar su fecha, una vez que se conociera la fecha de la

tribulación; mientras que el capítulo enseña claramente que seguirá un Intervalo

después que ésta haya cumplido, lo suficiente largo como para eliminar a meros

profesantes que, cansados de esperar, apostatarán (Mt. 24:48), y como para llevar

incluso a verdaderos discípulos al sueño del que la venida del Señor les despertará

(Mt. 25:5).

33. Mt. 24:4-28.

90

Ahora les advierte contra la apostasía después del cumplimiento de

todas las cosas, debido al intervalo que aún entonces marcará Su

venida.34

Las palabras de Cristo son inequívocamente verdaderas, y El

nunca enseña a Su pueblo a vivir en la expectación de Su venida

excepto en aquel tiempo en que nada se halla entre la esperanza y su

cumplimiento. El fatalismo es tan popular entre los cristianos como

entre los seguidores de Mahoma; y nos olvidamos que a pesar de que

la dispensación ha corrido un curso de dieciocho siglos, podría haber

sido cerrada en cualquier momento. De ahí que al cristiano se le

exhorta a vivir, «aguardando la esperanza bienaventurada».35

Será

distinto en días por venir, cuando la presente dispensación haya sido

cerrada con la primera etapa del Adviento. Entonces la admonición

no será «Velad, pues, porque no sabéis a qué hora ha de venir vuestro

Señor»36

—esto pertenecerá al tiempo cuando todo habrá sido

cumplido—, sino, «Mirad que nadie os engañe... aún no es el fin».37

34. Mt. 24:42-51, y 25:1-13: «ENTONCES el reino de los cielos será semejante a

diez vírgenes.» Aunque es aplicable a cada época en que haya un pueblo en espera

sobre la tierra, la parábola tendrá su aplicación plena y especial en los días

postreros para aquellos que estarán mirando hacia atrás, a la página profética

completa y ya cumplida. Todo el pasaje desde el 24:31 hasta el 25:30 es

parentético, refiriéndose expresamente a aquel tiempo.

35. Tito 2:12, 13.

36. Mt. 24:42.

37. Mt. 24:4, 6.

15

El Príncipe que ha de Venir

«¿QUÉ ES LO QUE TODA EUROPA está buscando?» —las palabras se

citan en un editorial del diario Times, acerca del reciente hallazgo de

la tumba de Agamenón.1 «¿Qué es lo que toda Europa está buscando?

Es al REY DE LOS HOMBRES, a la gran cabeza de la raza helénica,

el hombre a quien mil galeras y cien mil hombres se sometieron al

simple reconocimiento de sus cualidades personales, y a quien

obedecieron durante diez largos años... El hombre que pueda atrever-

se a hacerse suyo el escudo de Agamenón, que está ahora vacante, es

el verdadero emperador de Oriente, y la salida más fácil a las

presentes dificultades.»

La realización de este sueño será el cumplimento de la profecía.

Cierto es que los movimientos populares caracterizan nuestra edad,

más que el poder de las mentes individuales. Es la época del popu-

lacho. La democracia, no el despotismo, es la meta a la que tiende la

civilización. Pero la democracia en su pleno desarrollo es uno de los

caminos más seguros para llegar al despotismo. Primero, la revolú-

ción; después, el plebiscito; a continuación, el déspota. El César a

menudo le debe su cetro al populacho. Además, un hombre de

grandeza trascendente nunca deja de imprimir su marca sobre el

tiempo en que vive.

Y el verdadero Rey de los hombres tiene que poseer una

extraordinaria combinación de grandes cualidades. Tiene que ser «un

erudito, un estadista, un hombre de valentía inflexible y de empresa

1. The Times, lunes, 18 de diciembre, 1876.

91

irresistible, lleno de recursos, y listo a mirar a los ojos a un rival o a

un enemigo».2 La oportunidad tiene, además, que sincronizar con su

advenimiento. Pero la voz de la profecía es clara de que la HORA

está llegando, y el HOMBRE.

En relación con este sueño o leyenda de la reaparición de

Agamenón, es notable el hecho de que el lenguaje de la segunda

visión de Daniel ha guiado a algunos a Grecia como el lugar preciso

del que surgirá el Hombre de la profecía;3 y no hay duda de ningún

tipo de que aparecerá dentro do los límites territoriales del antiguo

Imperio Griego.

Habiendo predicho la formación de los cuatro reinos en que las

conquistas de Alejandro quedaron divididas a su muerte, el ángel

Gabriel —el intérprete divinamente señalado de la visión— procedió

así a explicar los sucesos que han de tener lugar en los días por venir.

Y al fin del reinado de éstos, cuando las transgresiones lleguen a

su colmo, se levantará un rey altivo de rostro y experto en intrigas. Y

su poder se fortalecerá, mas no con fuerza propia; y causará grandes

2. ídem.

3. Que el Anticristo ha de surgir de la parte oriental del Imperio Romano, y,

además de aquella parte que quedó bajo el gobierno de los sucesores de Alejandro,

es cosa que queda más allá de toda duda en este capítulo. Pero, viendo que en el

capítulo 11 se le menciona como luchando contra el rey del norte (esto es, el rey de

Siria), y también contra el rey del sur (esto es, el rey de Egipto), es evidente que no

surge ni de Egipto ni de Siria. Tiene que surgir entonces o de Grecia o de los dis-

tritos inmediatamente contiguos a Constantinopla. Es cierto que si surgiera de estos

últimos, o de cualquiera de los otros, sería considerado como de origen griego, ya

que las cuatro zonas fueron parte del Imperio Griego; pero parece mucho más

probable que sea Grecia misma el lugar de su surgimiento. Se le describe como

creciendo mucho «hacia el sur y hacia el oriente, y hacia la tierra gloriosa»; esto es,

hacia Egipto, Siria, y Palestina; descripción ésta que se ajustaría a la posición geo-

gráfica de alguien que estuviera en Grecia.

«Además, un "cuerno pequeño" (símbolo no de lo que él es como individuo, sino

de lo que es como monarca), es algo que es muy apropiado para alguien que surja

de algún pequeño principado de los que abundaban por Grecia, y que aún tienen su

memoria en el trono de los soberanos de Montenegro.» Newton, Ten Kingdoms, p.

193.

ruinas, y alcanzará éxitos en sus empresas, y destruirá a los fuertes y

al pueblo de los santos. Con su sagacidad hará prosperar la intriga

en su mano; y se ensoberbecerá en su corazón, y destruirá a muchos

por sorpresa, y se levantará contra el Príncipe de los príncipes, pero

será quebrantado, aunque no por mano humana.4

En la visión del capítulo 7, el último gran monarca de los gentiles

fue representado tan sólo como un blasfemo y un perseguidor: «Y

hablará palabras contra el Altísimo, y tratará duramente a los santos

del Altísimo»; pero aquí, además, se le describe también como gene-

ral y como diplomático. Habiendo así obtenido un puesto reconocido

en la profecía, se alude a él en la siguiente visión como «el Príncipe

que ha de venir»,5 un personaje bien conocido, cuya venida ya había

sido predicha antes; y la mención de él a Daniel en la cuarta y última

visión es tan explícita, que teniendo en cuenta la importancia vital de

establecer la personalidad de este «rey» exponemos aquí el pasaje en

toda su longitud:

Y el rey hará lo que quiera, y se ensoberbecerá, y se engreirá por

encima de todos los dioses; y proferirá cosas inauditas contra el

Dios de los dioses, y prosperará, hasta que sea colmada la ira;

porque lo determinado se cumplirá. No respetará ni aun al Dios de

sus padres, ni al deseo de las mujeres; no respetará a dios alguno,

porque sobre todos se exaltará a sí mismo. Mas honrará en su lugar

al dios de las fortalezas, dios que sus padres no conocieron; lo

honrará con oro y plata, con piedras preciosas y con cosas, de gran

precio. Con ese Dios extraño combatirá las fortalezas más

inexpugnables, y colmará de honores a los que le reconozcan, y les

repartirá la tierra como recompensa. Pero al tiempo del fin, el rey

del sur contenderá con él; y el rey del norte se levantará contra él

como una tempestad, con carros y gente de a caballo, y muchas

naves; y entrará por las tierras, las invadirá como un torrente y las

pasará. Entrará en la tierra gloriosa, y muchas caerán; mas estas

escaparán de su mano1. Edom y Moab y la mayoría de los hijos de

4. Dn. 8:23-25.

5. Dn. 9:26.

92

Amón. Extenderá su mano contra las tierras, y no escapará el país

de Egipto. Y se apoderará de los tesoros de oro y plata, y de todas

las cosas preciosas de Egipto; y los de Libia y de Etiopía le seguirán.

Pero noticias del oriente y del norte lo atemorizarán, y saldrá con

gran ira para destruir y matar a muchos. Y plantará las tiendas de

su palacio entre los mares y el monte glorioso y santo; mas llegará a

su fin, y no tendrá quien le ayude. En aquel tiempo se levantará

Miguel, el gran príncipe que está de parte de los hijos de tu pueblo, y

será tiempo de angustia, cual nunca lo hubo hasta entonces, desde

que existen las naciones; pero en aquel tiempo serán salvados todos

los que de tu pueblo se hallen inscritos en el libro.6

6. Dn. 11:36-45; 12:1. Me siento inclinado a creer que todo el pasaje desde el

versículo 5 de Daniel 11 recibirá un cumplimiento futuro, y no tengo ningún tipo

de dudas por lo que respecta al pasaje que empieza con el versículo 21. Ver

especialmente el versículo 31. Pero la futura aplicación del texto citado aquí no

puede ponerse en duda. Aunque el capítulo se refiere en parte a Antíoco Epífanes,

«hay características que no tienen ninguna correspondencia en Antíoco, pero que

reaparecen en el relato que nos da Pablo acerca del Anticristo que ha de venir».

Cito del doctor Pusey. Añade él (Daniel, p. 93): «La imagen del Anticristo del

Antiguo Testamento se funde en el perfil del Anticristo mismo... Tan sólo una

característica antirreligiosa del Anticristo fue cierta de Antíoco "y proferirá cosas

inauditas contra el Dios de los dioses". La blasfemia en contra de Dios es una

característica esencial de cualquier poder o individuo opuesto a Dios. Pertenece

tanto a Voltaire como a Antíoco, todas las demás características no le pertenecen...

Las características del rey Infiel son: 1) exaltación propia por encima de todos los

dioses; "se engreirá por encima de todos los dioses"; 2) desprecio por toda religión;

3) blasfemia contra el verdadero Dios; 4) apostasía del Dios de sus padres; 5)

despreciar el deseo de las mujeres; 6) rendir honor a un dios que sus padres no

conocieron. De todas estas, tan sólo una, en todo, concuerda con Antíoco.» Este

pasaje entero es valioso, y los argumentos son concluyentes. Una observación en la

página 90 sugiere que el doctor Pusey identifica a este rey con la segunda «Bestia»

de Ap. 13, y este punto de vista es mantenido por otros con el argumento de que en

la profecía una «Bestia» significa poder real. Esto es generalmente verdad, pero la

segunda Bestia de Ap. 13 es llamada expresamente «el falso profeta» (Ap. 19:20);

y el pasaje demuestra que él está inmediatamente relacionado con la primera

Bestia, y que no reclama ninguna posición independiente de él. Las dificultades que

afronta la posición de que él es un rey aparte son insuperables.

El tema de las profecías de Daniel es Judá y Jerusalén, pero las

visiones apocalípticas del discípulo amado poseen un campo de

visión más amplio. En algunas ocasiones se presentan las mismas

escenas, pero se desarrollan en una escala más amplia. Aparecen los

mismos actores, pero en relación con mayores intereses y con

eventos de mayor magnitud. En Daniel, el Mesías se menciona tan

sólo en relación al pueblo terreno, y es en la misma relación también

que el falso Mesías aparece en el escenario. En el Apocalipsis el

Cordero aparece como Salvador de una innumerable multitud «de

todas naciones, tribus, pueblos y lenguas»,7 y se ve a la Bestia como

el perseguidor de todos los que invocan el nombre de Cristo en la

tierra. Además, las visiones de Juan incluyen un cielo abierto,

mientras que los vislumbres que se le concedieron a Daniel de

«eventos del porvenir» están limitados a la tierra.

El intento de determinar el significado de cada detalle de la visión

constituye ignorancia de las lecciones que se deberían derivar de las

profecías mesiánicas cumplidas en la primera venida.8 Las Escrituras

antiguas enseñaban al judío piadoso a esperar a un Cristo personal,

no un sistema ni una dinastía, sino una persona. Ellas le capacitaban,

además, a anticipar los hechos principales de Su aparición. Por ejem-

plo, la pregunta de Herodes «¿dónde había de nacer el Cristo?»

recibió la pronta y segura respuesta: «En Belén de Judea».9 Pero

poder asignar su puesto y significado a cada pasaje de la mezclada

visión de sufrimiento y de gloria estaba más allá del poder de incluso

los profetas inspirados.10

Así pues, sucede lo mismo con las profecías

acerca del Anticristo. Ciertamente que el caso resulta más claro,

porque mientras que aquellos «que aguardaban la redención» en Is-

rael tenían que recoger las profecías mesiánicas de Escrituras que

parecían al lector descuidado que se referían a los sufrimientos de los

7. Ap. 7:9.

8. Una observación similar se aplica al rechazo de reconocer las principales

características del carácter y de la historia del Anticristo. La profecía cumplida es

nuestra sola guía segura en el estudio de la que no se ha cumplido.

9. Mt. 2:4. Cp. Miq. 5:2.

10. 1.a P. 1:10-12.

93

antiguos profetas hebreos o a las glorias de sus reyes, las prediccio-

nes del Anticristo son tan delineadas y definidas como si las afirma-

ciones fueran históricas en lugar de profeticas.11

Y, a pesar de ello, la tarea del expositor está fraguada de dificul-

tades. Si el libro de Daniel pudiera ser leído por el mismo, no surgiría

ninguna cuestión acerca de ello, «El Príncipe que ha de venir» es allí

presentado como el caudillo del Imperio Romano restaurado del

futuro, y como perseguidor de los santos. No hay una sola afirmación

con respecto a él que suscite la más mínima dificultad. Pero algunas

de las afirmaciones de Juan parecen inconsistentes con las profecías

anteriores. Según las visiones de Daniel la soberanía del Anticristo

parece estar confinada a los diez reinos, y su curso parece estar

limitado a la duración de la semana septuagésima. ¿Cómo, pues, se

puede reconciliar esto con la afirmación de Juan de que se le dio

autoridad sobre toda tribu, pueblo, lengua y nación. Y le adorarán

todos los moradores de la tierra.12

Además, ¿es increíble que un hom-

bre dotado de vastos poderes sobrenaturales así, y ocupando un

puesto así maravilloso en la profecía, quede restringido a los

estrechos límites de la tierra romana?

Si se presentan otros puntos como objeciones a la verdad de las

Escrituras es suficiente con señalar que las profecías acerca de Cristo

estaban fraguadas de dificultades similares. Tales profecías son como

las piezas desordenadas de un elaborado e intrincado mosaico.

Colocar cada pieza donde le corresponde desafiaría nuestro ingenio

más desarrollado. Descubrir los trazos principales es todo a lo que

podemos aspirar; o, si se nos pide más, es suficiente con mostrar que

ninguna de sus partes es inconsistente con el resto.

11. El escéptico religioso puede rehusar aceptar su significado literal, y el

escéptico profano, al rechazar las imaginativas interpretaciones del piadoso, puede

despachar las profecías mismas como increíbles; pero ello es tan sólo una prueba

más de que su claridad es demasiado pronunciada para admitir la fe a medias

depositada sobre otras Escrituras.

12. Ap. 13:7, 8. En la mejor variante del versículo 7, aparecen las mismas cuatro

palabras que en 7:9: «naciones, tribus, pueblos y lenguas».

Y estos resultados recompensarán al estudioso de las visiones apoca-

lípticas de Daniel y de Juan, si tan sólo las enfoca sin el estorbo de

los distorsionados puntos de vista que prevalecen con respecto a la

carrera del Anticristo.

Estas visiones no son una historia, sino un drama. En el capítulo 12

del Apocalipsis vemos a la mujer en sus dolores. En el capítulo 21 es

manifestada en su gloria final. Los capítulos intermedios permiten

breves vislumbres de eventos que llenan el intervalo. Es con los

capítulos 13 y 17 que tenemos que tratar especialmente en relación

con el tema que nos ocupa, y es evidente que la última visión desa-

rrolla eventos que cronológicamente vienen los primeros. La falsa

iglesia y la verdadera son tipificadas bajo emblemas relacionados.

Jerusalén, la Esposa, tiene su contrapartida en Babilonia, la Ramera.

En el mismo sentido en que la Nueva Jerusalén es la Iglesia judía, así

Babilonia es la apostasía de Roma. La ciudad celestial es la madre de

los redimidos desde hace siglos:13

la ciudad terrena es la madre de las

rameras y de las abominaciones de la tierra.14

Las víctimas que han

perecido en las persecuciones de la anticristiana Roma Papal están

estimadas en cincuenta millones de seres humanos; pero incluso este

abrumador registro no será la medida de su condenación. La sangre

de los «santos, apóstoles y profetas» —los mártires muertos mucho

antes de que surgiera el papado, e incluso de los tiempos premesiá-

nicos, será demandada de ella cuando llegue el día de la venganza.15

13. Gá. 4:26.

14. Ap. 17:6.

15. Ap. 18:20. Así también en 17:6, los santos (los degollados de la época del

Antiguo Testamento) se distinguen de los mártires de Jesús. Lucas 11:50,51 expone

los principios de los juicios de Dios.

16. En las Escrituras la Iglesia de esta dispensación queda simbolizada como el

Cuerpo de Cristo, nunca como la Esposa. Desde la clausura del ministerio de Juan

el Bautista no se menciona nunca a la Esposa hasta que aparece en el Apocalipsis

(Jn. 3:29; Ap. 21:2-9). En Efesios 5:33 el sentido del «por lo demás» es «sin

embargo» o «empero», y depende del hecho de que la Iglesia es el Cuerpo, no la

Esposa. La relación terrena se reajusta con una norma celeste. El hombre y la mujer

no son un cuerpo, pero Cristo y Su Iglesia son un cuerpo, por lo que el hombre

debe amar a su esposa «como a sí mismo.»

94

Ya que es tan sólo en sus aspectos judíos que la Iglesia es simboli-

zada como la Esposa,16

así es que en este tiempo cuando se ha vuelto

a reanudar esta relación normal por parte del pueblo del pacto, que la

iglesia apóstata de la cristiandad, en el desarrollo total de su iniqui-

dad viene a aparecer como la Ramera.17

La visión indica, además, de una manera clara, un avivamiento

marcado de su influencia. Se la ve entronizada sobre la Bestia de diez

cuernos, y ella misma vestida con ropas reales y adornadas con oro y

costosas piedras. La infame grandeza de la Roma papal en tiempos ya

pasados habrá de ser sobrepasada por el esplendor de su gloria en

negros días aún por venir cuando, habiendo atraído a su seno, puede

que a todo lo que usurpa el nombre de Cristo sobre la tierra,18

reclamará como a sumiso vasallo al gran último monarca del mundo

gentil.

Por lo que respecta a la duración de este período de los triunfos

finales de Roma, las Escrituras guardan silencio; pero la crisis que la

lleva a su final queda señalada de una manera definida: «y los diez

cuernos que viste, y la bestia, éstos aborrecerán a la ramera, y la

dejarán desolada y desnuda; y comerán sus carnes, y la quemarán

con fuego».19

Uno de los puntos de la descripción angélica de la Bestia en

relación a la Ramera demanda una atención particular. Las siete

cabezas tienen un doble simbolismo. Cuando se contemplan en

relación con la Ramera, son «siete montes, sobre los cuales se sienta

la mujer»; pero en su especial relación con la Bestia tienen un

significado distinto.

17. Esto, según yo creo, es el elemento de verdad que existe en la posición de

Auberlen y otros, que la mujer del capítulo 17 es la misma que la del capítulo 12:

«¡Cómo se ha convertido en ramera la ciudad fiel!» (Is. 1:21).

18. «Mé inclino a pensar que el juicio (18:2) y la fornicación espiritual (18:3)

aunque hallando su culminación en Roma, no se queda restringida a ella, sino que

comprende a toda la iglesia apóstata, griega, romana, e incluso protestante, en tanto

que ha sido seducida de mi primer amor hacia Cristo, y ha dado sus afectos a la

pompa mundana y a los ídolos.» A. R. Fausset, Commentary.

19. Ap. 17:16, ver p. 149 (nota).

El ángel añade «y son siete reyes»; esto es, «reinos», siendo la

palabra utilizada «conforme a su significado profético estricta, y a la

analogía de aquella porción de la profecía que está aquí

especialmente a la vista».20

En el séptimo capítulo de Daniel, la Bestia se identifica con el

Imperio Romano. En Apocalipsis 13 es también identificado con el

león, el oso y el leopardo, los tres primeros «reinos» de la visión de

Daniel. Pero aquí se ve cómo el heredero y representante, no sola-

mente de éstos, sino de todos los grandes poderes mundiales que se

han puesto en oposición a Dios y a Su pueblo. Las siete cabezas tipi-

fican a estos poderes. «Cinco han caído, y uno es.» Egipto, Nínive,

Babilonia, Persia y Grecia habían caído; y Roma sujetaba entonces el

cetro de la soberanía terrena, el sexto en la sucesión de los imperios

ya nombrados.21

«Y el otro aún no ha venido, y cuando venga, es

necesario que permanezca por un poco tiempo». Aquí la profecía

queda marcada por el mismo extraño «acortamiento profético» que

ya se ha señalado en cada una de las visiones de Daniel. Mientras que

Roma era el sexto reino, el séptimo es la confederación de los últi-

mos días, culminando en «el Príncipe que ha de venir». El mismo

Príncipe Futuro, en el pleno y final desarrollo de su poder, recibe la

denominación de octavo, aunque perteneciendo al séptimo.

La importancia de esta conclusión aparecerá en secuela. El tema

del capítulo 12 es el dragón, la mujer en sus dolores de parto, el naci-

miento del hijo varón y su arrebatamiento al cielo; el conflicto en el

cielo entre el arcángel y el dragon;23

el precipitamiento del dragón a

20. Alford, Greek Testament in loco, cp. Dn. 5:17-23.

21. Justo como la mención de los diez cuernos sobre la Bestia ha inducido a

muchos a tratar de descubrir en el pasado una división de la tierra romana en diez

partes, así estas siete cabezas han sugerido la idea de siete formas de gobierno

sucesivas en el Imperio Romano.

No se hubiera oído nunca de ninguna de estas concepciones si no hubiera sido por

la profecía de la que se suponía eran el cumplimiento. La segunda, aunque no tan

visionaria como la primera, está sujeta a la objeción especial de que la palabra se

ajusta a una caída violenta, tal como la catástrofe de la antigua Babilonia, o de la

Babilonia del Apocalipsis (Cp. Ap. 18:2). Es totalmente inapropiado expresar tales

cambios como marcados por los gobiernos de Roma,

95

la tierra; su persecución de la mujer, y la huida de ella al desierto,

dónde es mantenida «por un tiempo, y tiempos, y la mitad de un

tiempo», o 1.260 días24

(la segunda mitad de la septuagésima semana

de Daniel). El capítulo finaliza con la afirmación de que, burlado en

su intento de destruir a la mujer, el dragón «se fue a hacer guerra

contra el resto de la descendencia de ella, los que guardan los

mandamientos de Dios y tienen el testimonio de Jesucristo». El

capítulo 13, que se entrecruza con las líneas de las visiones de

Daniel, representa el cumplimiento de los propósitos del dragón por

medio de la agencia del hombre de la profecía, a quien él da energía

para este fin. Sea el que fuere el significado asignado al nacimiento y

al arrebatamiento del hijo de la mujer, no puede haber ninguna duda

razonable de que el obediente y fiel «resto de la descendencia de

ella» es la Iglesia judía de los últimos días, los perseguidos «santos

del Altísimo» de la profecía de Daniel.

La serpiente, la mujer y el hombre aparecen juntos en las primeras

páginas de las Escrituras, y vuelven a aparecer en las últimas, pero

qué cambio más terrible y significativo.

…Viene

22. Ap. 17:10 afirma tan expresamente que la duración del séptimo será breve. El

comentario del deán Alford acerca de esto no va marcado de un candor habitual.

Las palabras en el versículo 11 no pueden significar solamente que la Bestia es «el

sucesor y el resultado de los» (Alford), porque el versículo 10 limita la sucesión

entera a siete. Aunque a causa de su abrumadora preeminencia se le describe como

el octavo, es, no obstante, la cabeza suprema del séptimo.

23. Ap. 12:7; | |>. Dn. 12:1.

24. Vv. (). 14, VM I'- IK2 <nota).

25. Ap. 12:3. «Quizá sea debido a las razones combinadas de las consumidoras

propiedades del fuego, y de lo rojo de la sangre» A Huid, (Grcek Testament, in

locó). Cp. con el v. 9: «Y fue lanzado fuera el gran dragón, la serpiente antigua,

que se llama diablo y Satanás.» El dragón, tanto en las Escrituras como en la

mitología pagana, es una serpiente, y ambas se refieren a Satanás. Es descrito por

Homero como de gigantesco tamaño, enrollado como una serpiente, de color rojo

sangre u oscuro, y con muchas cabezas. «Parece utilizar indistintamente la palabra

serpiente» (Liddell y Scott).

Ya no más el sutil tentador, Satanás, es mostrado en toda su

horripilante naturaleza como el fiero gran dragón,2s

que busca

destruir a la simiente prometida de la mujer. Y en lugar del humilde

hombre arrepentido de Edén, el hombre aparece romo una bestia

salvaje,26

un monstruo, tanto en poder como en maldad. La víctima

de la serpiente ha llegado a ser su dedicado esclavo y aliado.

Dios ha hallado a un hombre para cumplir toda Su voluntad, y a

Él le ha dado Su trono, y le ha dado toda potestad en el cielo y «en la

tierra». Esto será después imitado por Satanás, y al hombre del futuro

«el dragón le dio su poder y su trono, y gran autoridad».27

Tanto el

Dragón como la Bestia aparecen coronadas con diademas reales.28

Es

tan sólo en otra ocasión que se menciona la diadema en las Escritu-

ras, y es cuando la lleva Aquel cuyo nombre es «Rey de reyes, y

Señor de señores».29

Tiene que ser como pretendientes a Su poder

que la Bestia y el Dragón las reclaman.

La personalidad de Satanás y sus intereses y la cercana relación

con nuestra raza a lo largo de su historia es una de las cosas más

ciertas aunque más misteriosas de la revelación. La clasificación

popular de ángeles, hombres y diablos, como inclusiva de la creación

animada de inteligencia, es engañosa. Los ángeles30

que cayeron

están guardados «bajo oscuridad, en prisiones eternas, para el juicio

del Gran Día».31

A los demonios se les menciona frecuentemente en

la narración de los Evangelios, y tienen también un puesto en la

enseñanza de las Epístolas.

26. La bestia salvaje de Ap. 13, etc., no debe ser confundida con el ser viviente

del capítulo 4, que muy desafortunada mente se traduce (bestia) en la versión

autorizada inglesa y animales en la versión Reina Valera de 1909.

27. Ap. 13:2.

28. Ap. 12:3; 13:1.

29. Ap. 19:12-16.

30. Esto es, los seres que antes de su caída eran ángeles de Dios. La palabra ángel

en su sentido secundario no significa más que mensajero o asistente, y Satanás

tiene sus ángeles (Ap. 12:7). La palabra es utilizada por los discípulos de Juan el

Bautista en Lucas 7:24.

31. Judas 6.

96

Pero el DIABLO es un ser que, como el Arcángel, parece no tener

rival en su propio dominio.32

Otro hecho que reclama nuestra atención aquí es la atracción que

la adoración de la serpiente ha ejercido sobre la humanidad. Entre las

naciones del mundo antiguo a duras penas hallaríamos una sola en la

que no tuviera un lugar en su sistema religioso. En la mitología paga-

na apenas hallamos un héroe o un dios cuya historia no esté relacio-

nada de una u otra manera con la serpiente sagrada. «En donde el

diablo reinara se tenía a la serpiente como objeto de peculiar venera-

ción».33

El verdadero significado de ello depende de la justa aplicación de la

naturaleza de la adoración idolátrica. Se puede poner en tela de juicio

el que la idolatría, tal como popularmente se entiende, nunca haya

prevalecido excepto entre la razas más degradadas e ignorantes. No

es el emblema que es adorado, sino un poder o ser que el emblema

representa. Cuando el apóstol advirtió a la iglesia en Corinto en con-

tra de participar de algo ofrecido a un ídolo, tuvo el cuidado de expli-

car que el ídolo, en sí mismo, no era nada. «Pero (dice él)) bien digo

que lo que los gentiles sacrifican, lo sacrifican a los demonios, y no a

Dios; y no quiero que vosotros tengáis comunión con los

demonios.»34

32. Los traductores (de la versión inglesa) han utilizado la palabra devil (diablo)

como genérica de los seres caídos que no sean hombres, pero la palabra de la que

se deriva no tiene este uso en griego. Es un acusador calumniador, y así se utiliza la

palabra en 1.a Ti. 3:11; 2.

a Ti. 3:3; Tit. 2:3. Pero Satanás, a quien sólo se le aplica a

él el título en todo el Nuevo Testamento, excepto solamente en Jn. 6:70, donde se

aplica a Judas Iscariote. La palabra aparece en cincuenta y dos ocasiones en los

Evangelios, y en siete ocasiones en el resto del Nuevo Testamento, es traducida

invariablemente devil (diablo), excepto en Hch. 17:18 (dioses). En griego clásico

significa generalmente la Deidad, especialmente un dios inferior; y en el Nuevo

Testamento, un espíritu maligno, un demonio. (La versión de Reina-Valera, así

como muchas otras en lengua castellana, no padecen este defecto. N. del T.)

La referencia definitiva de Ez. 28 parece ser Satanás, y en el pasaje que empieza:

«En Edén, en el huerto de Dios estuviste», él es llamado «querubín protector» (v.

14). Los querubines parecen tener alguna especial relación con nuestra raza y

mundo, y de ahí su relación con el tabernáculo. ¿Podría ser que nuestra tierra fuera

durante un tiempo su dominio, que Satanás estuviera entre ellos, y que él recono-

Esto nos permitirá vislumbrar algo del carácter de la profetizada

adoración de la serpiente en los últimos días.35

La mentira maestra de

Satanás será una falsificación de la encarnación: él energizará a un

hombre que reclamará la adoración universal como manifestación de

la Deidad en forma humana. Y no habrá solamente un falso Mesías,

sino otro ser, su igual en poder milagroso, pero que tendrá por única

misión la de obtener para el primero la adoración de la humanidad.

Así será parodiado el misterio de la Deidad por el misterio de la

iniquidad, y el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo tendrán la contrapar-

tida en el Dragón, la Bestia, y el Falso Profeta.36

Un cielo silencioso es la señal de esta era de gracia. El huracán, el

terremoto y el fuego pueden maravillar pero, como en los días del

antiguo profeta hebreo,37

Dios no está en ellos, sino en «la voz

apacible y delicada» que habla de misericordia y que busca ganar a

hombres perdidos del poder de las tinieblas a Sí mismo. Pero el

mismo silencio que da la prueba de que el trono de Dios es ahora un

trono de gracia es presentado como la prueba principal de que Dios

es tan sólo un mito; y el truco favorito del vulgar blasfemo es el de

desafiar al Todopoderoso a declararse a Sí mismo por medio de algún

acto señalado de juicio.

ciera en Adán a una criatura señalada para sustituirle en la misma escena de su

gloria y caída?

33. El obispo Stillingfleet; citado en Encyclopedia Metro, artículo sobre «Serpent

Worship» (Adoración de la Serpiente), q. v. En la Ancient Mythology de Rryant se

hallará un capítulo sobre Ophiolatry (Ofidolatría, vol. ii, p. 197, 3." ed., y ver

también p. 458) que apoya completamente las afirmaciones generales del texto.

34. 1.a Co. 10:20. Ver p. 201».

35. «Se maravilló toda la tierra en pos de la bestia, y adoraron al dragón que

había dado autoridad a la bestia; y adoraron a la bestia.» (Ap. 13:3-4.)

36. La Bestia, parecida a un cordero, de Ap. 13:11, recibe el nombre de falso

profeta en Ap. 19:20. El lenguaje de 13:3, 12, sugiere que habrá una impía

imitación de la resurrección de nuestro Señor.

37. «Y he aquí Jehová que pasaba, y un grande y poderoso viento que rompía los

montes, y quebraba las peñas delante de Jehová, pero Jehová no estaba en el viento.

Y tras el viento un terremoto; pero Jehová no estaba en el terremoto. Y tras el

terremoto un fuego; pero Jehová no estaba en el fuego. Y tras el fuego un silbo

apacible y delicado» (1.° R. 19:11, 12.)

97

En días por venir, Satanás aceptará el desafío y la muerte llegará a los

hombres que rehúsen arrodillarse ante la imagen de la Bestia.38

El Anticristo será algo más que un perseguidor profano y brutal

como Antíoco Epífanes y algunos de los emperadores de la Roma

pagana; más que un vulgar impostor como lo fue Bar Cochbá.39

Tan

sólo los milagros pueden silenciar el escepticismo de los apóstatas, y

en el ejercicio de todo el poder delegado del Dragón, la Bestia

demandará y conseguirá la adoración de un mundo que ha rechazado

la gracia. «Todos los moradores de la tierra cuyos nombres no están

escritos en el libro de la vida» le adorarán.40

Si ello fuera posible, los

mismos elegidos serían engañados por estos poderosos «prodigios y

grandes señales»;41

pero la fe dada por Dios, es una salvaguarda

segura, la única, en contra de la credulidad y de la superstición.

Pero esto es lo que él llegará a ser en el cénit de su poder, en su

origen él es descrito como un «cuerno pequeño»,42

como Alejandro

el Macedonio, el rey de un pequeño reino. Posiblemente, será el

caudillo de algún nuevo principado que tenga que surgir de la final

fragmentación di Turquía; puede que sea en las riberas del Éufrates, o

quizá sobre la orilla Egcti de Asia. El nombre de Babilonia está

extrañamente relacionado con los eventos del porvenir, y Pérgamo,

(durante tanto tiempo la patria de la adoración de la serpiente en su

forma más vil, es el único lugar de la tierra que la Escritura ha

38. En las persecuciones bajo la Roma pagana, la muerte era a menudo la pena

infringida por rehusar adorar la imagen del emperador; pero en Ap. 13:15 se señala

de una manera clara que una misteriosa muerte caerá en la presencia misma de la

imagen del futuro César. El mismo poder que posibilitará al falso profeta a dar vida

a la imagen, destruirá la vida del que rehúse adorarla.

39. En una de las horas más oscuras de su historia, cuando la continua persecu-

ción en contra de los judíos amenazaba a la raza con una completa extinción, Bar

Cochbá se proclamó a sí mismo el Mesías, y les acaudilló en una revuelta en contra

de los romanos, que terminó en una carnicería del malhadado pueblo, más horrible

que ninguna que le hubiera precedido (130-132 d.C). Aquel hombre parece haber

sido un impostor despreciable que engañó al pueblo con trucos de malabarista, tales

como echar fuego por la boca; y a pesar de ello consiguió una eminencia tan

grande, y atrajo desastres tan terribles, que algunos han tratado de hallar en su

curso el cumplimiento de las profecías del Anticristo.

40. Ap. 13:8. 41. Mt. 24:24. 42. Dn. 7:8.

identificado con el trono de Satanas.43

De los grandes cambios políticos que tienen que preceder a su

venida, los más significativos y más notorios son la restauración de

los judíos a Palestina, y la división en diez países de la tierra romana

predicha en la profecía. El primero de estos eventos ya ha sido consi-

derado en capítulo anterior y, por lo que respecta al último, no hay

mucho que decir. El intento de enumerar los diez reinos del futuro se-

ría una investigación sin provecho alguno.44

La historia se repite a sí

misma; y si hay algún tipo de periodicidad en las enfermedades polí-

ticas con que son afligidas las naciones, Europa pasará inevitable-

mente por otra crisis como aquélla que oscureció la última década del

siglo XVIII. Y si otra revolución produjera otro Napoleón, es imposi-

ble determinar en qué magnitud puedan consolidarse los reinos, o en

qué manera se puedan cambiar las fronteras.

Además, en la determinación del cumplimiento de estas profecías

estamos tratando con eventos que, mientras que pudieran suceder

dentro de la vida de esta generación, pudieran bien posponerse aún

por siglos. Nuestra obligación no es profetizar, sino sólo interpretar;

y podemos quedar bien satisfechos con la certeza de que cuando las

visiones apocalípticas se cumplan, su cumplimiento será evidente, no

tan sólo para aquellos educados en el misticismo, sino para aquellos

que son capaces de observar hechos públicos.

Por medio del desarrollo gradual de influencias que están operan-

do ahora, podría ser; o con mucha más probabilidad como resultado

de alguna gran crisis europea del futuro, esta confederación de nacio-

nes45

será desarrollada, y así se preparará el escenario en el que

aparecerá aquel terrible Ser, el gran líder de los hombres en los días

repletos de acontecimientos que han de cerrar la era de la supremacía

gentil.

43. Ap. 2:13.

44. Ver Apéndice II, nota D.

45. Digo naciones, y no reinos, de una manera avisada, porque aunque al final las

naciones serán reinos, esto es, bajo régimen monárquico, no obstante, antes del

advenimiento del Kaiser puede ser que ello no sea así. El hecho de que su aparición

será posterior a la división está afirmado de una manera expresa; pero que esto

vaya a tener lugar un año, una década, o un siglo antes, es algo que no sabemos.

98

Si hemos de comprender correctamente el curso predicho del

Anticristo, se tienen que mantener a la vista ciertos puntos

relacionados con él. El primero es que, hasta cierta época él será, a

pesar de su preeminencia, solamente un ser humano. Y aquí tenemos

que juzgar el futuro por el pasado. A los veintidós años Alejandro

cruzó el Helesponto, siendo el príncipe de un pequeño estado griego.

Cuatro años más tarde él había fundado un imperio y había cambiado

de dirección la historia del mundo.

En la carrera de Napoleón Bonaparte, la historia moderna nos provee

un paralelo todavía más notable y completo. Cuando, justo ahora

hace cien años, entró en la escuela militar francesa de Brienne, era un

chico desconocido, sin ni siquiera la ventaja que puedan dar el rango

o las riquezas, Tan absolutamente oscura era su posición que, no

solamente debió su admisión en la escuela a la influencia del gober-

nador de Córcega, sino que la calumnia ha hallado posible utilizar

aquel pequeño acto de amistosa protección para arrojar desprecio

sobre el nombre de su madre. Así, si un hombre tal, debido a la

fuerza gigantesca de sus cualidades personales, combinadas con el

accidente de circunstancias favorables, pudo acceder al puesto que la

historia le ha asignado, el hecho provee la respuesta más plena a

cualquier tipo de objeción que se pueda presentar en contra de la

credibilidad del curso del hombre de la profecía.

Tampoco vale argüir que los últimos cincuenta años han desarrollado

de tal manera la actividad mental de las razas civilizadas, y que han

producido un espíritu tal de independencia que la sugerencia de que

una carrera así como la de Napoleón pueda repetirse en días por

venir involucra un anacronismo,

En la proporción en que aumenta el nivel general de desarrollo

mental, y en que el hombre es hecho igual al hombre, el poder

ordinario del genio es disminuido, pero su poder extraordinario se

aumenta, su alcance se profundiza, y su sujeción se hace más fuerte.

Según los hombres se familiarizan con las consecuencias y con el

ejercicio del tálenlo, aprenden a menospreciar y a ignorar sus ejem-

plos diarios, y a hacerse más independientes de los meros hombres

capaces; pero ello tan sólo les hace caer más bajo el poder de

hombres de intelectualidad gigantesca, y hacerlos esclavos del

talento preeminente e inalcanzable.46

Con el simple poder de un genio trascendente el hombre de la

profecía conseguirá un puesto de preeminencia indiscutida en el

mundo; pero si los hechos de su posterior carrera han de ser com-

prendidos, se tienen que tomar en consideración elementos de un tipo

muy distinto. Al principio un protector de la religión, un verdadero

«hijo predilecto de la Iglesia», llega a ser un desenfrenado y profano

perseguidor. Al principio un mero rey de los hombres, poseyendo la

obediencia de la tierra romana, demanda después la adoración de la

cristiandad, proclamando ser divino.

Y hemos visto cómo este cambio extraordinario tiene lugar en su

curso en la época del futuro, el principio de los 1.260 días de la úl-

tima mitad de la septuagésima semana de Daniel. Es entonces que

este misterioso suceso tiene lugar, descrito como «una gran batalla

en el cielo» entre el Arcángel y el Dragón. Como resultado de esta

asombrosa lucha, Satanás y sus ángeles son lanzados, «arrojados a la

tierra», y el Vidente se lamenta por la humanidad porque el Diablo

ha descendido en medio de ellos, «con gran furor sabiendo que tiene

poco tiempo».47

La siguiente característica de la visión es el surgimiento de la Bestia

de diez cuernos.48

Este no es el evento descrito en el capítulo 7 de

Daniel. Sin duda alguna, la Bestia es la misma, tanto en Daniel como

en Apocalipsis, representando al último gran imperio sobre la tierra;

pero en el Apocalipsis aparece en una etapa más avanzada de su

desarrollo. Hay tres períodos de su historia señalados en Daniel. En

el primero tiene diez cuernos. En el segundo tiene once cuernos,

porque el cuerno pequeño sube entre los diez. En el tercero tiene tan

sólo ocho, porque el undécimo ha incrementado su poder, y tres de

los diez han sido desgajados por él.

Hasta aquí, la visión de Daniel representa tan sólo a la Bestia como

«un cuarto reino en la tierra», el Imperio Romano revivido en tiem-

pos futuros, y aquí la visión se aparta de la Bestia para describir al

47. Ap. 12:7, 12.

48. Ap. 13:1.

99

pequeño cuerno como blasfemo y perseguidor.49

Es en esta época que el capítulo 13 de Apocalipsis empieza. Las tres

primeras etapas del desarrollo del imperio han pasado ya, y ha sur-

gido la cuarta. Ya no es más una confederación de naciones aliadas

por medio de un tratado, con un Napoleón a su frente surgiendo en

medio de ellas y luchando por conseguir la supremacía, sino una

confederación de reyes que son los lugartenientes de un gran Kaiser,

un hombre cuya grandeza trascendente le ha asegurado una preemi-

nencia indiscutida. Y éste es el hombre a quien señalará el Dragón

para administrar su terrible poder en la tierra en días por venir.

Y a partir del momento en que se vende a Satanás estará tan

energizado por él que «TODO poder y señales y prodigios

mentirosos» le caracterizarán en su último trayecto.50

Existe el peligro de que al dedicarnos a estas visiones como si

contuvieran enigmas a resolver podamos olvidar lo asombroso que

son los hechos de los que hablan, y cuan tremendas son las fuerzas

que estarán en marcha en el tiempo de su cumplimiento. Durante esta

edad de gracia el poder de Satanás sobre la tierra está tan restringido

que los hombres casi se olvidan de su existencia misma. Esto, cierta-

mente, será el secreto de sus triunfos futuros. Y no obstante, ¡cuán

terrible más allá de toda descripción tiene que ser el poder del

Dragón, como testifica la tentación del Señor! Está escrito:

El diablo le condujo a un alto monte y le mostró en un momento

todos los reinos de la tierra habitada; y le dijo el diablo: te daré todo

este poderío y la gloria de estos reinos, pues a mí me ha sido

entregados, y se lo doy a quien quiero. Por tanto, si tú te postras

delante de mí, todo será tuyo.51

49. Este pasaje (Dn. 7:2-14) se cita completo en las pp. 77-78. Las distinciones

que se señalan arriba son suficientes para clarificar cualquier aparente inconsis-

tencia entre las visiones de Daniel y el Apocalipsis, a las que se aluden en la p. 196.

50. (2.a Ts. 2:8, 9).

51. Le. 4:5-7.

52. Ap. 13:2.

Es este mismo terrible Ser que le dará a la Bestia su trono, su poder,

y gran autoridad52

—todo lo que Cristo rechazó en el día de Su

humillación. La mente que haya aceptado la realidad de este

maravilloso hecho no encontrará difícil de aceptar lo siguiente:

Se le dio autoridad sobre toda tribu, pueblo, lengua y nación. Y le

adorarán todos los moradores de la tierra cuyos nombres no están

escritos desde la fundación del mundo en el libro de la vida del

Cordero que fue inmolado.53

De los eventos que tienen que suceder a continuación sobre la tierra,

nos corresponde hablar de ellos con profunda solemnidad y estudiada

reserva. El fenómeno de la oscuridad repentina y absoluta es inconce-

biblemente terrible, incluso cuando se espera ansiosamente con com-

pleto entendimiento de las causas que lo producen.54

¡Cuan más allá

de toda descripción será entonces su terror, si es inesperada, sin

explicación, prolongada, y puede ser por varios días seguidos. Y éste

será el signo que las Sagradas Escrituras declaran que va a constituir

la señal de la llegada a la tierra del último gran ay.55

Las señales y

prodigios del poder satánico atraerán aún la adoración de la huma-

nidad, mientras que los truenos de un cielo ya no más silencioso

caerán sobre la raza apóstata. Llegará entonces la época de «las siete

últimas plagas», en las que se consuma «el furor de Dios» —la época

cuando «las copas del furor de Dios» serán derramadas sobre la

tierra.56

Y si en este día de gracia las alturas y profundidades de la

paciente misericordia de Dios trascienden todos los pensamientos

humanos, Su IRA no será menos divina.

53. Ap. 13:7, 8.

54. El Astrónomo Real (Sir G. B. Airy) utilizó estas palabras en una conferencia

pronunciada ante la Royal Institution el 4 de julio de 1853, acerca de los eclipses

solares de 1842 y 1851: «Este fenómenos es, de hecho, uno de los más terribles que

el hombre pueda jamás observar, y ningún tipo de eclipse parcial da ninguna idea

de su horror.»

55. «El sol se convertirá en tinieblas, y la luna en sangre, antes que venga el día

grande y espantoso de Jehová.» (Jl. 2:31.) Ver p. 179.

56. Ap. 15:1; 16:1. Ver pp. 153-155.

100

«El día de la venganza de nuestro Dios», «el día grande y espantoso

de Jehová», tales son los nombres que recibe aquel tiempo de

horrores sin paralelo.

Pero incluso en la medianoche oscura de la última apostasía, la

paciencia divina servirá tan sólo para cegar y endurecer, y la miseri-

cordia misma dará la bienvenida al terrible comienzo del día de la

venganza, porque la bendición espera más allá de él. Otro día tiene

que amanecer aún. La historia del mundo, tal como se desarrolla en

las Escrituras, se proyecta hasta una edad sabática de bendición y de

verdad; una edad en la que el cielo gobernará sobre la tierra, cuando

«se alegrará Jehová en sus obras»,57

y se mostrará como el Dios de

cada criatura que Él ha hecho.58

Más aún, el velo es levantado, y se nos permite un breve vislumbre

de una gloriosa eternidad más allá, cuando cada traza de pecado

habrá sido borrada para siempre, cuando el cielo se unirá a la tierra, y

«el tabernáculo de Dios» ―el lugar de habitación del Todopoderoso‖

estará «con los hombres», «y El morará con ellos; y ellos serán Su

pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios».59

Fue una calamidad para la Iglesia de Dios cuando la luz de la

profecía quedó apagada por una controversia estéril, y el estudio de

estas visiones, concedidas por Dios para advertir, y guiar, y animar a

Sus santos en los días malos, fue despachado como totalmente sin

provecho. Ellas abundan en promesas que Dios dispuso para alimen-

tar las esperanzas de Su pueblo, y para hacer arder el celo de ellos, y

una bendición especial descansa sobre aquellos que las leen, que las

escuchan, y que las guardan.60

Una de las características más

esperanzadoras de la actualidad es el interés creciente con que se las

recibe en todas partes; y si estas páginas sirvieran para profundizar o

dirigir el entusiasmo incluso de unos pocos en el estudio de un tema

que es interminable, la labor que ha costado habrá quedado abundan-

temente recompensada.

57. Sal. 104:31.

58. Sal. 145:9-16.

59. Ap. 21:3. El orden de estos eventos se indica en las pp. 181-181.

60. AP. 1:3.

APÉNDICE I

Tratado cronológico y tablas

EL PUNTO DE CONTACTO entre la cronología sagrada y la profana, y,

por lo tanto, la primera fecha cierta en la historia bíblica, es la

ascensión de Nabucodonosor al trono de Babilonia (cp. Dn. 1:1 y Jer.

25:1). A partir de esta fecha contamos hacia adelante hasta Cristo y

hacia atrás hasta Adán. El acuerdo de los cronólogos destacados es

una suficiente garantía para afirmar que David empezó a reinar en

1056-5 D.C., y que, por ello, todas las fechas posteriores a aquel

evento pueden fijarse con certeza. Pero más allá de esta época la

certeza se desvanece. Las fechas marginales que hallamos en

nuestras Biblias inglesas representan principalmente a la cronología

del arzobispo Ussher,1 y a pesar de su eminencia como cronólogo,

algunas de estas fechas son dudosas, y otras totalmente erróneas.

1. El obispo Lloyd, a quien le fue confiada la tarea de editar la Versión

Autorizada, hizo a este respecto unas pocas alteraciones, como, por ejemplo, en el

libro de Nehemías rechazó la cronología de Ussher, e insertó la verdadera fecha

histórica del reinado de Artajerjes Longimano.

101

De las fechas dudosas en el esquema de Ussher los reinados de

Belsasar y de Asuero pueden servir de ejemplo. El caso de Belsasar

es especialmente interesante. Las Escrituras afirman de manera clara

que él era el rey de Babilonia cuando fue conquistada por los medo-

persas, y que él fue muerto la noche en que Darío entró en la ciudad.

Por otra parte, no solamente ningún historiador antiguo menciona a

Belsasar, sino que todos concuerdan en que el último rey de

Babilonia era Nabónido, que estaba ausente de la ciudad cuando los

persas la capturaron, y que más tarde se sometió a los conquistadores

en Borsippa. Así, la contradicción entre los historiadores y la Biblia

parece ser absoluta. Los escépticos apelaron a la historia para desa-

creditar el libro de Daniel; y los comentaristas resolvieron o evitaron

la cuestión rechazando la historia. No obstante, las inscripciones

cuneiformes han resuelto ahora la controversia de una manera tan

satisfactoria como inesperada. En cilindros de arcilla descubiertos

por Sir H. Rawlinson en Mughier y otras localidades caldeas,

Belsasar es nombrado por Nabónido como su hijo primogénito. La

deducción se hace evidente de que durante los últimos años del

reinado de su padre, Belsasar era Rey-Regente en Babilonia. Según el

canon de Ptolomeo, Nabónido reinó diecisiete años (desde el 555

a.C. hasta el 538 a.C.) y Ussher da estos años a Belsasar.

En común con muchos otros autores, Ussher ha asumido que el rey

del libro de Ester era Darío Histaspes, pero se reconoce en la

actualidad de manera general que es el hijo y sucesor de Darío el que

allí se menciona como Asuero —«un nombre que se corresponde con

el nombre griego Jerjes».2

El gran durbar (banquete) del primer capítulo de Ester, que tuvo

lugar en el año tercero (v. 3), fue, presumiblemente, celebrado con

vistas a su expedición contra Grecia (483 a.C.); y el casamiento de

Ester tuvo lugar en su séptimo año (2: 16), habiendo sido retrasado

hasta entonces debido a su ausencia al estar en campaña. Por ello, las

fechas marginales en el libro de Ester en nuestras Biblias inglesas

2. Herodotus de Rawlinson, iv, p. 212. «Jerjes (antiguo nombre persa,

Khshayarshá) es derivado por sir H. Rawlinson de Khshayá, "un Rey".» (Ibid. III,

446, ap. libro VI, nota A.)

deberían empezar con el 486 a.C. en lugar del 521 a.C, que es la que

se da en ellas.

Pero estos son punto comparativamente triviales, mientras que el

error principal de la cronología de Ussher es de importancia real.

Según 1a Reyes 6:1, Salomón empezó a construir el Templo «en el

año 480 de la salida de los hijos de Israel de Egipto». El carácter

místico de este período de 480 años ya ha sido mencionado en un

capítulo anterior.3

Ussher asumió que representaba un período estric-

tamente cronológico, y contando hacia atrás a partir del tercer año de

Salomón, fijó la fecha del éxodo en el año 1491 a.C --error éste que

vicia todo su sistema.

En Hechos 13:18-21 Pablo, al mencionar el intervalo entre el éxodo

y el final del reinado de Saúl, especifica tres períodos; son: 40 años,

alrededor de 450 años, y 40 años = 530 años. Desde la ascensión de

David hasta el tercer año de Salomón, cuando fue fundado el

Templo, hubo cuarenta y tres años. Según esta enumeración, enton-

ces, el período entre el éxodo y el Templo fue de 530 + 43 = 573

años. No obstante, Clinton, cuya cronología ha sido generalmente

aceptada, conjetura que hubo un intervalo de veintisiete años entre la

muerte de Moisés y la primera servidumbre, y un intervalo de doce

años entre «Samuel el profeta» (1a S. 7) y la elección de Saúl. Por

ello él estima el período entre el éxodo y el Templo como 573 +27 +

12 años = 612 años.4

Por ello, las principales fechas de Clinton son como siguen:

4138 a.C Adán

2482 a.C El diluvio

2055 a.C. La llamada de Abraham

1625 a.C. El éxodo

1096 a.C. La elección de Saúl

1056 a.C. David

3. Pp. 111-113.

4. Josefo parece confirmar esto en Antigüedades, xx, 10, 1, donde él especifica

612 años entre el éxodo y el Templo, pero en Antigüedades, víii, 3, 1 fija el mismo

período en 592 años. Se supone que en el período más largo se incluye los veinte

años durante los que se estuvo construyendo el Templo y el palacio.

102

1016 a.C. Salomón

976 a.C. Roboam

606 a.C. La Cautividad (o sea, la Servidumbre en Babilonia).

Browne propone tres correcciones a esta cronología (Ordo Saec,

núms. 10, 13); a saber, él rechaza los dos términos conjeturales de

veintisiete y doce años anteriormente mencionados; y añade dos años

al período entre el Diluvio y el éxodo. Si se adoptara esta última

corrección (y es perfectamente legítima, considerando que una

exactitud aproximada es todo lo que el cronólogo más capaz puede

afirmar haber obtenido para este período), si añadimos tres años al

período entre el Diluvio y el pacto con Abraham, este último suceso

viene a ocupar exactamente, como de todas maneras lo ocupa

aproximadamente, la época central entre la Creación y la Crucifixión.

La fecha del Diluvio llega así al 2485 a.C, y por ello la Creación

queda en el 4141 a.C.

De la siguiente manera aparecen en la cronología las siguientes

notables características:

Desde Adán hasta el Pacto con

Abraham (4141 a.C. a 2055 a.C.) hay....……………...... 2.086 años

Desde Abraham hasta la Crucifixión

de Cristo (2055 a.C. a 32 d.C.) hay……...…………........2.086 años

Desde Adán hasta el Diluvio

(4141 a.C. hasta el año 2485 a.C.) hay…………….......1.656 años

Desde el Diluvio hasta el Pacto

(2485 a.C. a 2055 a.C.) hay…………................................430 años

Desde el Pacto al Éxodo

(2055 a.C. hasta el año 1625 a.C.) hay……………...........430 años

Desde el Éxodo hasta la Crucifixión

(1625 a.C. hasta el año 32 d.C.) hay………………........1.656 años5

El Pacto aquí mencionado es el que se registra en Génesis 12 en

relación con la llamada de Abraham.

5. Cp. Browne, Ordo Saec, n.° 13. No obstante, su sistema le obliga a especificar

la destrucción de Jerusalén (70 d.C.) como el punto final de la economía mosaica,

lo que es ciertamente incorrecto. La crucifixión fue la gran crisis en la historia de

Judá y del mundo.

Las afirmaciones de las Escrituras en relación a esta parte de la cro-

nología pueden parecer precisar explicación en dos casos.

Esteban declara en Hechos 7:4 que la salida de Abraham de Harán

(o Charrán) tuvo lugar después de la muerte de su padre. Pero

Abraham tenía solamente setenta y cinco años cuando entró en

Canaán; mientras que si asumimos a partir de Génesis 11:26 que

Abraham nació cuando Tare tenía casi setenta, tiene que haber tenido

ciento treinta años cuando su hijo fue llamado, porque Taré murió

con doscientos cinco años.6 No obstante, es evidente a partir de estas

afirmaciones que, aunque mencionado el primero entre los hijos de

Taré, Abraham no era el primogénito, sino el más joven: Taré era de

setenta años cuando nació su primogénito, y tuvo estos tres hijos:

Harán, Nahor y Abraham. Para determinar su edad al tiempo del

nacimiento de Abraham precisamos dirigirnos a la historia, y allí nos

enteramos que tenía 130 años.7 Y eso también da cuenta de la

deferencia con que Abraham trataba a Lot que, aunque su sobrino

era, no obstante, su igual en años, o posiblemente mayor que él; y,

además, como hijo del hermano mayor de Abraham, nominalmente el

cabeza de familia.8

Otra vez. Según Éxodo 12:40 «el tiempo que los

hijos de Israel habitaron en Egipto fue cuatrocientos treinta años».

Si se tiene que tomar esta afirmación como significado (como tam-

bién parece decir esto la afirmación de Génesis 15:13, citada por

Esteban en Hechos 7:6) que los israelitas estuvieron cuatro siglos en

Egipto, se tendrá que cambiar toda la cronología. Pero como Pablo

explica en Gálatas 3:17, estos 430 años han de ser calculados desde

el llamamiento de Abraham, y no desde la bajada de Israel a Egipto.

La afirmación de Génesis 15:13 queda explicada y cualificada por las

palabras que siguen en el versículo 16. El período entero de las pere-

grinaciones de Israel tenía que ser de cuatro siglos, pero cuando el

6. Cp. Gn. 11:26, 31, 32; 12:4.

7. Clinton, F. H., vol. i., p. 299. Los comentarios arrogantes de Alford sobre esto

(Greek Testament, Hechos, vii, 4), podrían ser fácilmente rebatidos si la ocasión

fuera oportuna para la discusión que ello involucraría. Ciertamente, una referencia

de paso a Gn. 25: I. 2 hubiera modificado sus afirmaciones.

8. Gn. 13:8, 9.

103

pasaje habla explícitamente de su estancia en Egipto, dice: «en la

cuarta generación volverán a salir» --palabra ésta que fue cumplida

con exactitud, pues Moisés era el cuarto en la descendencia desde

Jacob.9

No fue hasta 470 años después del pacto con Abraham que sus

descendientes tomaron su lugar como una entre las naciones de la

tierra. Fueron esclavos en Egipto, y peregrinos en el desierto; pero

bajo Josué entraron en la tierra prometida y vinieron a ser una nación.

Y con este último suceso empieza una serie de ciclos de «setenta

semanas» de años. A partir de la entrada en Canaán (1586-5) hasta el

establecimiento del reino bajo Saúl (1096 a.C.) pasaron 490 años.

Desde el reino (1096 a.C.) hasta la servidumbre en Babilonia (606

a.C.) hubo 490 años.

Desde la época de la servidumbre (606 a.C.) hasta el edicto real

del año vigésimo de Artajerjes la independencia nacional de Judá

estuvo suspendida, y con esta última fecha empezó la era mística de

490 años, que forman las «setenta semanas» de la profecía de Daniel.

De nuevo, el período entre la dedicación del primer templo en el

año undécimo de Salomón (1006-5 a.C.) y la dedicación del segundo

templo en el año sexto de Darío Histaspes de Persia (515 a.C), hubo

490 años.10

¿Habremos acaso de concluir en que estos resultados son puramente

accidentales? Ninguna persona reflexiva dudará en aceptar la alterna-

tiva más razonable de que la cronología del mundo es parte de un

plan divino o «economía de los tiempos y de las sazones». La inves-

tigación cronológica sugerida por los datos que nos ofrecen los libros

de 2a Reyes, 2

a Crónicas, Jeremías, Ezequiel y Daniel, es de capital

importancia, no tan sólo para establecer la total exactitud de las

Escrituras, sino también a causa de que arroja luz sobre la principal

cuestión de los varios períodos de la cautividad, que de nuevo están

estrechamente relacionados con el tiempo de las setenta semanas.

9. Su madre era una hija de Leví (Ex. 2:1).

10. Constituye una notable coincidencia el que la era del segundo templo fue

igual a aproximadamente 490 años, del 515 a.C. hasta el 18 a.C, cuando Herodes lo

reconstruyó.

El estudiante del libro de Daniel encuentra que cada paso está cuaja-

do de dificultades, suscitadas ya por enemigos declarados, o por

quasi expositores, de las Sagradas Escrituras. Incluso la afirmación

que abre sus páginas ha sido asaltada desde todos los ángulos. Que

Daniel hubiera sido llevado cautivo en el tercer año de Joacim «es

simplemente una invención en los días cristianos posteriores»,

declara el autor de Messiah the Prince (p. 42), manteniéndose en el

estilo en que este autor desecha la historia sagrada y profana, a fin de

apoyar sus propias teorías.

En la History of the Jews del deán Milman, la página en que trata

de esta época está llena de inexactitudes. Al principio confunde los

setenta años de las desolaciones, predicho en Jeremías 25, con los

setenta años de la servidumbre, que ya habían empezado. Entonces,

como la profecía de Jeremías 25 había sido dada en el cuarto año de

Joacim, él fija la primera captura de Jerusalén en aquel año, a pesar

de que las Escrituras afirman de manera expresa que ello tuvo lugar

en el tercer año de Joacim (Dn. 1:1). Continúa especificando el año

601 a.C. como el de la invasión de Nabucodonosor; y aquí la confu-

sión es ya indescriptible, al mencionar dos períodos de tres años entre

aquella fecha y la muerte del rey que, no obstante, asigna correcta-

mente al año 598 a.C.

Otra vez, el doctor F. W. Newman es autor de un artículo acerca de

las cautividades (Captivities) en la Cyclopaedia de Kitto, que bien

merece ser señalado como un espécimen del tipo de crítica que se

halla en libros normativos que aparentemente están destinados a

ayudar al estudiante de las Escrituras.

La afirmación con que el libro de Daniel abre sus páginas —él

asevera— está en abierta contradicción con los libros de Reyes y de

Crónicas, que asignan a Joacim un reinado de once años, y también

con Jeremías 25:1. Descansa parcialmente en 2a

Crónicas 36:6 que,

a su vez concuerda perfectamente con 2a Reyes 24. En la historia

anterior la guerra se desató durante el reinado de Joacim, que murió

antes de su final; y cuando su hijo y sucesor Joaquín había reinado

por tres meses, la ciudad y su rey fueron capturados. Pero en las

Crónicas se hace que el mismo evento ocurra en dos ocasiones en un

intervalo de tiempo de tres meses y diez días (2.° Cr. 36:6 y 9); y a

104

pesar de ello no obtenemos concordancia con la interpretación

recibida de Dn. 1:1-3.

Las conclusiones de este autor son adoptadas por el deán Stanley

en su Jewish Church (vol. ii., p. 459), donde él enumera entre los

cautivos tomados con Joaquín en el año octavo de Nabucodonosor ¡al

profeta Daniel, que había obtenido una posición en la corte de

Babilonia seis años antes de que Joaquín ascendiera al trono!11

Una referencia al Five Great Monarchies (vol. iii., pp. 488-494), y

al Fasti Hellenici, mostrará con qué consistencia le parece la historia

sagrada de este período al cronólogo o historiador; y, además, cuan

completamente se armoniza con los fragmentos existentes de la

historia de Beroso.

Joacim, desde luego, reinó durante once años. En su año tercero vino

a ser el vasallo del rey de Babilonia. Durante tres años pagó tributo, y

en el sexto se rebeló. No hay ni la sombra de una razón en la acepta-

ción de que el primer versículo de Daniel sea falso; y aparte de

cualquier afirmación de la aprobación divina del libro, la idea de que

un escritor tal —un hombre de rango principesco y de cultura

superior,12

y exaltado a la posición de más altura entre los sabios y

nobles de Babilonia— ignorase la fecha y circunstancias de su propia

deportación, es simplemente absurda. Pero según el doctor Newman,

él tenía que remitirse al libro de las Crónicas, ¡y fue engañado por

ello! Una comparación de las afirmaciones de Reyes, Crónicas y

Daniel establece claramente que las narraciones son independientes,

cada una de ellas dando detalles omitidos en los otros libros. El se-

gundo versículo de Daniel aparece inconsistente tan sólo a una mente

capaz de suponer que el rey vivo de Judá fue colocado como adorno

en el templo de Belus entre los utensilios del templo; pues así parece

que el doctor Newman se lo ha leído. Y la aparente inconsistencia en

2a Crónicas 36:6 desaparece cuando se lee con el contexto, porque el

versículo 8 muestra el conocimiento del escritor de que Joacim

finalizó su reinado en Jerusalén. Además, la exactitud de la historia

11. Cp. 2° R. 24:12, con Dn. 2:1.

12. Dn. 1:3, 4.

entera queda establecida de manera señalada al fijar la cronología de

los sucesos, una prueba, ésta, crucial.

Jerusalén fue tomada primero por los caldeos en el tercer año de

Joacim (Dn. 1:1). Su cuarto año coincidió con el primero de Nabuco-

donosor (Jer. 25:1). Esto concuerda con la afirmación de Beroso que

Nabucodonosor fue a Jerusalén en su primera expedición antes de su

ascensión al trono (Josefo, Apión, i.19). Según el canon de Ptolomeo

la exactitud del cual ha sido plenamente establecida, el reinado de

Nabucodonosor data del año 604 a.C, es decir, su ascensión tuvo

lugar en el año que empezaba con el primero de Thoth (que caía en

enero) de 604 a.C, y la historia no deja lugar a dudas de que fue a

principios del año. Pero la cautividad, según el tiempo de Ezequiel,

empezó en el octavo año de Nabucodonosor (cp. Ez. 1:2 y 2° R.

24:12); y en el año trigésimo séptimo de la cautividad, el sucesor de

Nabucodonosor se hallaba en el trono (2° R. 25:27). Ello le daría a

Nabucodonosor un reinado de, por lo menos, cuarenta y cuatro años,

mientras que, según el canon (y Beroso lo confirma) él reinó sólo por

cuarenta y tres, sucediéndole Evil-Merodac (el Iluoradam del canon),

el año 561 a.C. De ello se sigue que las Escrituras antedatan los años

de Nabucodonosor desde el 605 a.C.13

Esto sería suficientemente

explicado por el hecho de que, a partir de la conquista de Jerusalén

por parte de Nabucodonosor el tercer año de Joacim, los judíos

reconocieron a Nabucodonosor como el soberano de ellos. No

obstante, se ha pasado por alto el principio ordinario sobre el que

ellos contaban los años reales, contándolos desde Nisán a Nisán.14

En

604 a.C. el primero de Nisán cayó sobre el 1° de abril,15

y según el

cómputo judío, el según-do año del rey comenzaría en aquel día, sin

importar lo recientemente que hubiera ascendido al trono. Por ello,

«el cuarto año de Joacim, el cual era el año primero de

Nabucodonosor» (Jer. 25:1), fue el año que empezó en Nisán de 605

a.C; y el tercer año de Joacim, en el que Jerusalén fue tomada y

empezó la servidumbre, fue el año que empezó en Nisán de 606 a.C.

13. Clinton, F. H., vol. i, p. 367.

14. Ver p. 224.

15. La luna nueva pascual, el 604 a.C, tuvo lugar el 31 de marzo.

105

Este resultado es notablemente confirmado por Clinton, que fija

en el verano del año 606 a.C. la fecha de la primera expedición de

Nabucodonosor.16

Queda, además, confirmada de nuevo por, y proporciona una

explicación a una afirmación de Daniel que ha sido utilizada de

manera triunfante para depreciar el valor de este libro. Si, se arguye,

el rey de Babilonia mantuvo a Daniel durante tres años educándolo,

¿cómo hubiera podido el profeta haber interpretado el sueño del rey

en su segundo año? (Dn. 1:5, 18; 2:1). Daniel, ciudadano de

Babilonia, y, además un cortesano allí, contaba de manera natural el

reinado de su soberano conforme al tiempo común a su alrededor

(como después que él lo hizo Nehemías en parecidas circunstan-

cias).17

Pero como el profeta fue deportado en 606 a.C, su prueba de

tres años terminó al final de 603 a.C, mientras que el segundo año de

Nabucodonosor, contados a partir de su verdadera ascensión, se

extendía a alguna fecha en los primeros meses de 602 a.C.

Otra vez. La época de la cautividad de Joaquín tuvo lugar en el año

octavo de Nabucodonosor (2° R. 24:12), es decir, su año octavo

contado a partir de Nisán. Pero el año noveno de la cautividad estaba

todavía en curso en el décimo de Tebeth en el año noveno de

Sedequías y séptimo de Nabucodonosor (cp. Ez. 24:1, 2, con 2.° R.

25:1-8). Y el año decimonoveno de Nabucodonosor y undécimo de

Sedequías, en el que Jerusalén fue destruida, fue en parte coincidente

con el año duodécimo de la cautividad (cp. 2° R. 25:2-8 con Ez.

33:21). De ello sigue que Joaquín (Jeconías) tiene que haber sido

apresado al final del año judío («a la vuelta del año», RV 1960, 2°

Cr. 36:10), esto es, el año precediendo al 1° de Nisán de 597 a.C; y

Sedequías fue hecho rey (después de un breve interregno) temprano

en el año que empezó en aquel año.18

16. Clinton, F. H., vol. i, p. 328.

17. Ver p. 237,

18. Esto queda confirmado en Ez. 40:1, comparando con 2.° R. 25:8, porque el

año vigésimo quinto de la cautividad era el año decimocuarto después de la

destrucción de Jerusalén (es decir, el decimonoveno de Nabucodonosor),

contándolo inclusivamente según la práctica ordinaria de los judíos.

Y de ello también se sigue que, sea que se calcule según el tiempo de

Nabucodonosor, o de Sedequías, o de la cautividad, el año 587 a.C

fue el año en que «fue azotada la ciudad».19

El primer eslabón en esta cadena de fechas es el tercer año de Joacim,

y cada nuevo eslabón confirma la prueba de la exactitud e importan-

cia de aquella fecha. Ha sido denominada con toda justicia el punto

de contacto entre la historia sagrada y la profana; y su importancia en

la cronología sagrada es inmensa a causa de que es el principio de la

época de la servidumbre de Judá al rey de Babilonia.

La servidumbre no debe ser confundida con la cautividad, como lo

es con tanta frecuencia. Fue la rebelión contra el decreto divino que

confió el cetro imperial a Nabucodonosor, que atrajo sobre los judíos

el juicio adicional de la deportación nacional, y el castigo aún más

terrible de las «desolaciones». El modo de hablar de Jeremías es el

más definido a este respecto. «Y ahora yo he puesto todas estas

tierras en mano de Nabucodonosor, rey de Babilonia, mi siervo». «Y

a la nación y al reino que no sirva a Nabucodonosor, rey de

Babilonia ... visitaré a tal nación con espada y con hambre y con

pestilencia, dice Jehová, hasta que la haya consumido yo por su

mano.» «Mas a la nación que someta su cuello al yugo del rey de

Babilonia y le sirva, la dejaré en su tierra, dice Jehová, y la labrará

y morará en ella» (Jer. 27:6, 8, 11; y cp. 38:17-21).

La duración señalada de esta época de servidumbre era de setenta

años, y el capítulo 29 de Jeremías era un mensaje de esperanza a los

deportados, de que a la expiración de aquel período volverían a

Jerusalén (v. 10). Por otra parte, el capítulo 25 fue una predicción

para los judíos rebeldes que permanecían en Jerusalén después de que

había comenzado la servidumbre, advirtiéndoles de que su terca

desobediencia les atraería una destrucción total, y que por setenta

años toda la tierra quedaría en ruinas, o «desolaciones».

Para recapitular. El año trigésimo de la cautividad estaba en curso

cuando Evil-Merodac subió al trono (2° R. 25:27), y el principio del

reinado de aquel rey fue el año 561 a.C. Por lo tanto, la cautividad

19. Estos resultados aparecerán de un solo vistazo al examinar la tabla adjunta al

final.

106

databa desde el año que empezó el Nisán de 598 y que acabó el Adar

de 597. Pero éste era el octavo año de Nabucodonosor según el cóm-

puto de las Escrituras. Por ello su primer año fue desde Nisán de 605

hasta Nisán de 604. La primera toma de Jerusalén y el principio de la

servidumbre tuvo tugar el año anterior, 606-605. La destrucción final

de la ciudad tuvo lugar en el año decimonoveno de Nabucodonosor,

es decir, 587, y el sitio empezó el 10 de Tebeth (o alrededor del 25 de

diciembre) de 589, que marcó el principio de las Desolaciones. El

incendio de Jerusalén no puede haber tenido lugar el año 588 a.C.

dado por Ussher, Prideaux, etc., pues en tal caso20

la cautividad

hubiera empezado en 599 a.C, y el año trigésimo séptimo hubiera

expirado antes de la ascensión de Evil-Merodac. Y tampoco hubiera

podido ser 586 a.C. dado por Jackson, Hales, etcétera, pues entonces

el año trigésimo séptimo no hubiera empezado en el año primero de

Evil-Merodac.21

Este esquema es prácticamente el mismo que el de Clinton,22

y se

puede reclamar la garantía de su nombre para él, pues en lo único en

que se difiere de él es en que él fecha el reinado de Joacim desde

agosto de 609 a.C. y el de Sedequías desde junio de 598 a.C, no

habiéndose fijado él en la práctica judía de calcular los reinados a

partir de Nisán; mientras que yo he asignado Nisán de 608 a.C como

el inicio del reinado de Joacim, y Nisán de 597 como inicio del de

Sedequías. No que fuera Nisán el verdadero mes de ascensión al

trono, naturalmente, sino que, según la norma de la Mishná y de la

práctica de la nación, así es como se debía calcular el reinado. La

fecha de Joacim no podía ser Nisán de 609 a.C, debido a que su

cuarto año era también el primero de Nabucodonosor, y el trigésimo

séptimo año, contado a partir del octavo de Nabucodonosor, fue el

primero de Evil-Merodac, es decir, el año 561 a.C, fecha ésta que fija

definitivamente toda la cronología, como el mismo Clinton argumen-

20. Ya que este evento tuvo lugar en el año decimonoveno de Nabucodonosor (2°

Reyes 25:8), y que la cautividad empezó en su año octavo (2° Reyes 24:12).

21. Clinton, F. H., vol. i,- p. 319.

22. Ibid., pp. 328-329.

ta de manera concluyente.23

De esto se sigue también que la fecha de

Sedequías tiene que ser la de 597 a.C y no 598.

La cronología adoptada por el doctor Pusey24

es esencialmente la

misma que la de Clinton. El esquema aquí propuesto difiere del suyo

solamente en la magnitud y sobre las bases indicadas anteriormente.

Su sugerencia de que el ayuno proclamado en el año quinto de

Joacim25

se relacionaba con la toma de Jerusalén en su año tercero no

es improbable, y señala al mes de Quisleu (noviembre) del año 606

a.C. como la fecha de este evento. Por las razones afirmadas anterior-

mente, no hubiera podido ser el año 607 a.C, como supone el doctor

Pusey, y el mismo argumento demuestra que la fecha del Canónigo

Rawlinson para la fecha de la expedición de Nabucodonosor (605

a.C.) es un año demasiado tarde.26

Se admitirá, espero yo, la exactitud de este esquema por lo que

respecta a los puntos principales de discrepancia entre él y la

cronología de Clinton, es decir, que los reinados de los reyes judíos

se cuentan desde Nisán. Sólo queda señalar los puntos de diferencia

entre los resultados aquí ofrecidos y la hipótesis de Browne (Ordo

Saec, núms. 162-169). Asume él de manera arbitraria que la cauti-

vidad de Joaquín y el reinado de Sedequías empezaron el mismo día.

Ello le lleva a asumir, además:

(1) que tenían que contarse a partir del mismo día, es decir, el 1° de

Nisán, y

(2) que los años reales de Nabucodonosor databan de alguna fecha

entre el 1° de Nisán y el 10° de Ab de 606 (núm. 166). Ambas

posiciones son insostenibles.

(1) Cierto que los judíos contaban los reinados de sus reyes desde el

1° de Nisán, pero no hay pruebas de que contasen de esta manera los

años de períodos o eras ordinarias, como la cautividad.

(2) Hay una fuerte presunción, que queda confirmada por todos los

23. Fasti H., vol. i, p. 319.

24. Daniel, p. 401.

25. Jer. 36:9.

26. Five Creat Monarchies, iv, 488.

107

sincronismos de la cronología, de que calculaban la era real de

Nabucodonosor ya según el mismo sistema caldeo, como en Daniel,

ya según su propio sistema, como en los otros libros.

La siguiente tabla mostrará de un vistazo las varias eras de la

servidumbre en Babilonia, la cautividad del rey Joaquín y las

desolaciones de Jerusalén.

Al utilizar esta tabla es esencial mantener a la vista dos puntos ya

señalados:

1.- El año que se da en la primera columna es el año judío

empezando el 1° de Nisán (marzo-abril). Por ejemplo 604 a.C. es el

año principiando el 1° de abril de 604; y 589 a.C. es el año

empezando el 15 de marzo de 589.

Según la Mishná:27

«El primero de Nisán es un nuevo año para el cómputo del reinado

de los reyes, y de las festividades». A lo cual los editores de la

traducción inglesa le añaden esta nota: «El reinado de los reyes

judíos, fuera la que fuera la fecha de su ascensión al trono, se

computaba siempre a partir del 1o de Nisán que le precedía; así que,

por ejemplo, si un rey judío empezaba a reinar en Adar, el siguiente

mes (Nisán) sería considerado como el comienzo del segundo año de

su reinado. Esta norma era observada en todos los contratos legales,

en el cual el reinado de los reyes se mencionaba siempre.»

2.- Los años de las diferentes eras coinciden sólo en parte Por

ejemplo, el primer año de las desolaciones data del día 10o de Tebeth

(25 de diciembre) de 589 a.C, y el año décimo de la cautividad

empieza incluso más tarde, mientras que el año noveno de

Nabucodonosor data del 1o de Nisán (15 de marzo) de 589 a.C.

Si se mantienen estos puntos a la vista se hallará que la cronología de

la tabla armoniza con cada afirmación relacionada con el período

abarcado en ella, que se contenga en los libros de Reyes, Crónicas,

Jeremías, Ezequiel y Daniel.

27. Tratado Rosh Hashanah, I, 1.

28. Ver la p. 220.

108

109

110

111

CIERTAS FECHAS PRINCIPALES EN LA HISTORIA,

SAGRADA Y PROFANA»

a.C.

2055 El Pacto con Abraham

1625 El éxodo. La promulgación de la Ley

1585 La entrada en Canaán bajo Josué

1096 Saúl. Establecimiento de la Monarquía

1056 David

1016 Salomón

1014 Los cimientos del Templo

1006 Dedicación del Templo

976 Roboam. Israel se rebela contra Judá, y pasa a ser un reino

separado bajo Jeroboam

776 Empieza la era de las Olimpiadas

753 Empieza la era de Roma (A.U.C.)

747 Empieza la era de Nabonasar

726 Ezequías rey de Judá (reinó por 29 años)

721 Israel (las diez tribus) son deportadas a Asiría

697 Manases (55 años)

642 Amón (2 años)

640 Josías (31 años)

627 Jeremías empezó a profetizar

608 Joacim (11 años)

606 BABILONIA. Jerusalén tomada por Nabucodonosor.

Empieza la Servidumbre

598 Jerusalén es tomada de nuevo por los babilonios. Cautividad

del rey Joaquín

589 Jerusalén sitiada por tercera vez por los babilonios. Las

desolaciones

587 Jerusalén tomada y destruida

1. Estas fechas son de Clinton, y están sujetas a las observaciones expuestas en el

Ap. I, p. 101B. Se seleccionan principalmente para arrojar luz sobre las visiones de

Daniel. Se introducen los nombres de los historiadores, etc., en el siglo V a.C. a fin

de indicar el carácter histórico de la época en que empezó el tiempo profético de las

setenta semanas.

561 Muerte de Nabucodonosor y ascensión de Evil-Merodac

559 Ciro empieza a reinar en Persia

538 PERSIA. Babilonia tomada por los medos y los persas

536 Ciro sucede a Darío en el imperio. Decreta la construcción

del templo

521 Darío Histaspes de Persia

520 Los cimientos del Segundo Templo. Hageo y Zacarías

profetizaron

515 Dedicación del Segundo Templo

490 Batalla de Maratón

485 Jerjes sucede a Darío; el Asuero de la historia de Ester

484 Herodoto, el historiador, nace

480 Batallas de las Termopilas y de Salamis

471 Temístocles es desterrado y ostracizado. Nace Tucídides

El historiador

468 Nace Sócrates (murió en 399)

466 Huida de Temístocles a Persia

465 Artajerjes Longimano de Persia

458 Decreto de Artajerjes de hermosear el Templo (Esd. 7)

449 Los persas son derrotados por los atenienses en Salamis

en Chipre

445 Empieza el tiempo de las 70 semanas. Año vigésimo de

Artajerjes: Jerusalén restaurada. Herodoto, alrededor de 39

años, dedicado a su historia

429 Nace Platón (murió en 347)

424 Darío Notus de Persia (Neh. 12:22)

405 Artajerjes Mnemón de Persia

397 Malaquías. Se cierra la dispensación de «los profetas». Fin

de la primera semana de las 70 semanas de Daniel

359 Ochus de Persia

336 Darío Codomano de Persia

333 GRECIA Batalla de Issos. (Batalla de Granico, 334; y de

Arbela el 331)

323 Muerte de Alejandro el Magno

312 Empieza la era seléucida

301 Batalla de Ipsos.

112

170 Jerusalén tomada por Antíoco Epífanes

168 El templo contaminado por Antíoco

165 Jerusalén es reconquistada por Judas Macabeo. El Templo es

purificado, y se señala la Fiesta de la Dedicación (1a Mac.

4:52-59; Jn. 10:22)

63 ROMA. Pompeyo toma Jerusalén

40 Herodes el grande es designado rey de Judea por los romanos.

37 Herodes toma Jerusalén, y es reconocido como rey por los

judíos

31 Batalla de Accio

12 Augusto Emperador de Roma

4 La Natividad

3 Muerte de Herodes. Arquelao es tetrarca de Judea, y Herodes

Antipas es puesto sobre Galilea

d.C.

14 Tiberio Emperador de Roma (desde el 19 de agosto)

28 15.° año de Tiberio, desde el 19 de agosto de 28 d.C, hasta

el 19 de agosto de 29. El ministerio del Señor empezó en

este año (Lc. 3)

32 La crucifixión (en la cuarta Pascua del ministerio del Señor)

LOS MESES JUDÍOS 2

Nisán, o Abib marzo-abril

Zif, o lyar abril-mayo

Siván mayo-junio

Tammuz junio-julio

Ab julio-agosto

Elul agosto-septiembre

Tisri, o Etanim septiembre-octubre

Bul, o Marchesvan octubre-noviembre

Quísleu noviembre-diciembre

Tebeth diciembre-enero

Sebat enero-febrero

Adar febrero-marzo

Ve-Adar (mes intercalar)

2. Se hallará plena información sobre el tema del Calendario Hebreo actual en

el artículo titulado «Hebrew Calendar» de la Encyclopaedia Britannica (9.a ed.),

y también en el Jewish Calendar de Lindo y en Habla el Antiguo Testamento,

S. J. Schultz (Barcelona: Publicaciones Portavoz Evangélico), p. 56. La Mishná

es el trabajo más antiguo acerca de ello.

113

APÉNDICE II

NOTA A

Artajerjes Longimano

y la cronología de su reinado

TAN ABSOLUTA es la unanimidad con que en la actualidad se

admite que el Artajerjes de Nehemías es el Longimano, que ya no es

preciso aportar ninguna prueba de ello. Es cierto que Josefo atribuye

estos sucesos a Jerjes, pero su historia de los reinados de Jerjes y

Artajerjes está sumida en una confusión tal que es totalmente carente

de valor. De hecho, llega a trasponer los sucesos de estos respectivos

reinados (ver Antigüedades XI, caps, v y vii). El señor de Nehemías

reinó no menos de treinta y dos años (Neh. 13:6), y su reinado

sucedió al de Darío Histaspes (cp. Es. 6:1 y 7:1), y anterior, por lo

tanto, al de Darío Notus (Neh. 12:22). Por lo tanto, tiene que haber

sido el Longimano o Mnemón, porque ningún otro rey después de

Darío Histaspes reinó treinta y dos años, y es cierto que la misión de

Nehemías no tuvo lugar en un tiempo tan posterior como el año

vigésimo de Artajerjes Mnemón, es decir, el año 385 a.C.

Ello se ve, primero, en la naturaleza general de la historia; segundo,

debido a que esta fecha es posterior a la de Malaquías, cuya profecía

tuvo que haber sido considerablemente posterior al tiempo de Nehe-

mías; y tercero, porque Eliasib, que era el sumo sacerdote cuando

Nehemías llegó a Jerusalén, era nieto de Josué, que había sido sumo

sacerdote en el primer año de Ciro (Neh. 3:1; 12:10; Esd. 2:2, 3:2); y

del primer año de Ciro (536 a.C.) hasta el año vigésimo de Artajerjes

Longimano (445 a.C), había noventa y un años, dejando precisamen-

te el espacio para tres generaciones.1

Además, el capítulo 11 de Daniel, si se lee rectamente, provee de

una manera concluyente de que la era profética databa de la época de

Longimano. El segundo versículo se interpreta generalmente como si

fuera un fragmento desconectado de historia, dejando una disconti-

nuidad de 130 años entre éste y el versículo tercero, mientras que el

capítulo es una predicción consecutiva de eventos dentro del período

de las setenta semanas. Tenía que haber todavía (es decir, después de

la promulgación de la orden de construir Jerusalén) «tres reyes en

Persia». Estos fueron Darío Notus (mencionado en Neh. 12:22),

Artajerjes Mnemón y Ochus; se pasan por alto los breves reinados de

Jerjes II, Sogdiano y Arogo, ya que fueron, como así fue en realidad,

totalmente irrelevantes, y ciertamente dos de ellos se omiten en el

Canon de Ptolomeo. «El cuarto» (y último) rey fue Darío Codomano,

cuya fabulosa riqueza -el botín acumulado durante dos siglos-; atrajo

la codicia de los griegos. Las cantidades de dinero que Alejandro

encontrara en Susa son desconocidas, pero los lingotes de plata y la

púrpura de Hermiona que consiguió de botín después de la batalla de

Arbela tenían un valor superior a £ 20.000.000.2 Así, el versículo 2

llega al cierre del Imperio Persa; el versículo 3 predice el surgimiento

de Alejandro el Magno; y el versículo 4 se refiere a la división de su

reino entre sus cuatro generales.

Según Clinton (F. H., vol. ii, p. 380) la muerte de Jerjes sucedió

en julio de 465 a.C, y la ascensión de Artajerjes tuvo lugar en febrero

de 464 a.C. Naturalmente, Artajerjes ignoró el reinado del usurpador,

que estaba intercalado, y contó su propio reinado a partir de la muerte

de su padre. Otra vez lo mismo, siendo Nehemías un funcionario de

la corte, siguió el mismo cómputo. Si hubiera contado el reinado de

su señor a partir de febrero del año 464, Quisleu y Nisán no hubieran

podido caer en el mismo año de su reinado (Neh. 1:1; 2:1).

1. Encyclopedia Británica, 9.

a ed., título: «Artajerjes».

2. W. K. Loftus, «Chaldea and Susiana», p. 341. (Nótese que se refiere a £ —libras

esterlinas— del año 1895 o antes.) (N. del T.)

114

Ni tampoco podría ser esto así si hubiera seguido la práctica judía, y lo hubiera contado desde Nisán.

El doctor Pusey señala3 aquí:

La ascensión de Artajerjes después de siete meses del asesino Artabano caería a la mitad de 464. Porque es claro de la secuencia de los meses en Nehemías 1, 2, y en Esdras 7:7-9, que Quisleu caía antes en el año de su reinado que Nisán, y Nisán que Ab. Entonces, el reinado de Artajerjes tuvo que haber empezado entre Ab y Quisleu de 464 a.C.

Ello constituye un error cabal. Como ya se ha mencionado, Quisleu y Nisán caían en el mismo año de reinado; y también sucedía lo mismo con Nisán y el primer día de Ab (Esd. 7:8, 9). Pero el 1.° de Ab de 459 a.C. (el séptimo año de Artajerjes) caía en, o alrededor, del 16 de julio, y por ello los pasajes citados son perfectamente consistentes con la cronología recibida, y nos sirven simplemente para fijar la cronología con más precisión aún, y para decidir que la muerte de Jerjes y el principio del reinado de Artajerjes deberían ser asignados a la última parte de julio del año 465 a.C. Aquellos que no están familiarizados en lo que los escritores acerca

de la profecía han escrito sobre este asunto, se quedarán sorprendidos

al saber que esta fecha es atacada como siendo nueve años demasiado

tardía. Todos los cronólogos concuerdan en que Jerjes empezó a

reinar en 485 a.C, y que la muerte de Artajerjes tuvo lugar en 423

a.C; y en cuanto a lo que yo conozco, ningún autor de reputación, y

sin prejuicios en el estudio de la profecía, le asigna otra fecha al

principio del reinado de Artajerjes que la de 465 a.C4

(o 464). Esta

fue la fecha según el Canon de Ptolomeo, que ha sido aceptada por

todos los historiadores, y queda con firmada por el testimonio inde-

pendiente de Julio Africano que, en su Cronografía,5 describe el año

vigésimo como a] 115.° año del Imperio Persa (contado desde Ciro,

en 559 a.C.) y el cuarto año de la octogésimo tercera Olimpiada.

3. Daniel, p. 160.

4. Acerca de este punto he consultado al autor de The Five Great Monarchies, un

libro al que se hacen frecuentes referencias en estas páginas, y tengo una deuda de

gratitud por la cortesía y amabilidad del canónigo Rawlinson en la siguiente contesta-

ción: «Yo creo que se puede decir con certeza que los cronólogos concuerdan en la

actualidad en que Jerjes murió en el año 465 a.C. El Canon de Ptolomeo, Tucídides,

Diodoro y Maneto concuerdan; la única autoridad es Ctesias, que no es digno de

confianza.»

Ello nos fija el año 464 como el del año primero del rey, que fue, de

hecho, el año de su verdadera ascensión.

Fue el arzobispo Ussher el que primero suscitó una duda acerca

de este punto. Dando conferencias acerca de «Los Setentas de

Daniel»6 en el Trinity College, Dublin, en el año 1613, las dificul-

tades asociadas con este asunto sugirieron una investigación que le

llevó, al fin, a retrasar el reinado da Longimano hasta el año 474 a.C,

que es la fecha que se da en sus Anuales Vet. Test. Esta misma fecha

fue más tarde adoptada por Vitringa, y un siglo más tarde por Krüger.

Pero Hengstenberg es considerado como el campeón de esta posi-

ción, y el tratado acerca de ello en su Christology7 no omite nada que

pudiera argüirse en su favor.

Las objeciones suscitadas frente a la cronología recibida dependen

principalmente de la afirmación de Tucídides, de que Artajerjes

estaba en el trono cuando Temístocles llegó a la corte persa; porque

se argumenta que la huida de Temístocles no hubiera podido tener

lugar en una época tan tardía como el año 464 a.C.8 Pero como señala

el doctor Pusey,9 «no han impresionado demasiado a nuestros autores

ingleses que se han dedicado a la historia griega».10

En común con

los autores alemanes, el doctor Pusey ignora completamente a Ussher

en la controversia, a pesar de que el doctor Tregelles11

le asigna

correctamente el principal puesto de erudición entre aquellos que han

abogado por la fecha más temprana. La dificultad aparente en hacer

coincidir la profecía y la cronología ha llevado al doctor Pusey,

siguiendo a Prideaux, en oposición a las Escrituras, a fijar el año

séptimo de Artajerjes como el principio de las setenta semanas,

mientras que indujo al doctor Tregelles,12

refugiándose detrás del

nombre de Ussher, a adoptar el año 455 a.C. como el año vigésimo

5. Ante-Nicene Christian Library, vol. ix, segunda parte, p. 184 6. Works, vol. xv, p. 108. 7. Traducido por Arnold, pp. 443454. 8. Los argumentos de Krüger son examinados por Clinton en F. H., p. 217. 9. Daniel, p. 171 * nota. 10. Ver, p. ej., Mitford, ii, 226; Thirwall, ii, 428; Grote, v. 379; y de los alemanes ver Niebuhr, Lect. Anc. Hist. (Schmitz ed.) ii, 180-181. 11. Daniel, p. 266. 12. Ibid., p. 99, nota

115

del reinado de aquel rey. El obispo Lloyd revertió a la cronología

recibida al fijar las fechas de Ussher en nuestra Biblia inglesa, al

tratar con el libro de Nehemías.

Es innecesario entrar ahora a discutir esta cuestión. Nada menos

que una reproducción de la discusión entera en favor de la nueva

cronología satisfaría a los que abogan en su favor; y para mis

propósitos actuales constituye una suficiente respuesta el que, a pesar

de que se ha traído a colación todo lo que el ingenio y la erudición

podían aportar en su apoyo, ha sido rechazada por todos los autores

seculares. La profecía incumplida es tan sólo para el creyente, pero la

profecía cumplida tiene una palabra para todos. Por ello, es

afortunado que la prueba del cumplimiento de esta profecía de las

setenta semanas no dependa de una disquisición elaborada, como la

de Hengstenberg, para alterar las cronologías recibidas.

Sólo señalaré un punto. Se presenta en favor de limitar el reinado

de Jerjes a once años, ya que no se menciona ningún evento en

relación con su reinado a partir de su año undécimo. La respuesta es

evidente: primero, que es a los historiadores griegos, escribiendo

después de su tiempo, que les debemos principalmente nuestro

conocimiento de la historia persa; y segundo, que las batallas de las

Termopilas y de Salamis bien pudieran haberle inducido, en un rey

del temperamento y carácter de Jerjes a que se entregara a una vida

de indolencia y de placeres sensuales.

Pero, además, el año duodécimo de Jerjes se menciona expresa-

mente en el libro de Ester (3:7), y la narración demuestra que el rei-

nado continuó hasta el mes duodécimo (judío) de su año decimoter-

cero.13

13. La fiesta de Purim deriva su nombre del hecho de que cuando Aman planeó

la destrucción del pueblo de Mardoqueo, echó suertes día a día a fin de hallar un

«día propicio» para la ejecución de sus maquinaciones. Se consumió así un año

entero —el año duodécimo de Jerjes (Est. 3:7), y el decreto de la matanza de los

judíos se promulgó el 13 de Nisán del año siguiente (Est. 3:12). El decreto en favor

de ellos fue promulgado dos meses después (Est. 8:9), y al rey se le menciona en

relación con la ejecución de aquel decreto en el décimo mes de aquel año (Est. 9:1,

13-17). Por ello el reinado de Jerjes continuó con toda certeza hasta el último mes

de su año decimotercero. El último capítulo de Ester, además, muestra que su

Hengstenberg responde a ello afirmando que era costumbre de los

autores hebreos incluir en una era de un reinado los años de co-

regencia, allí donde ellos hubieran existido, y apela al caso de Nabu-

codonosor como prueba de tal costumbre.14

Si el reinado de Nabuco-

donosor fue de hecho contado así, este ejemplo solitario no demos-

traría el establecimiento de tal costumbre, pues no demostraría nada

más que el que los judíos de Jerusalén, no conociendo nada de la

política y costumbres de Babilonia, computaron en este caso el

reinado de Nabucodonosor mediante un sistema propio de ellos. Pero

creo que esta teoría acerca de Nabucodonosor es un error craso. Si

recibe el nombre de rey de Babilonia, en relación con su invasión de

Judea, ello es debido a que los escritores eran contemporáneos de él.

«Lord Beaconsfield fue Canciller del Exchequer durante la adminis-

tración de Lord Derby» es una afirmación que sería correctamente

condenada como anacronismo si la efectuara un historiador futuro,

pero es precisamente el lenguaje que habría sido utilizado por un

autor contemporáneo a ellos, y familiarizado con el estadista aún

vivo. Ya he señalado en páginas anteriores (Ap. I) que los judíos

contaban el reinado de Nabucodonosor según la propia costumbre de

ellos, como datando del Nisán anterior a su ascensión. Por ello, a no

ser que se pudiera presentar un alegato totalmente nuevo en apoyo de

la teoría de la corregencia en el reinado de Jerjes, permanece el que el

libro de Ester está totalmente en contra de la fecha de Ussher y en

favor de la cronología recibida.

reinado no terminó con los eventos relatados en el libro, sino que su nombramiento

de Mardoqueo fue el principio de una nueva era en su carrera. 14. Chrisíology (traducción de Arnold), n.° 737.

116

NOTA B

La fecha de la Natividad

AL TRATAR de la fecha del nacimiento de nuestro Señor, se conocen

muy bien los argumentos en favor de una fecha más anterior que la

aquí propuesta para dejarlos de lado sin más. El doctor Farrar trata de

esta cuestión en su Life of Christ (Excursus I):

Uno de nuestros datos más seguros se obtiene del hecho de que

Cristo nació antes de la muerte de Herodes el Grande. La fecha de

este evento es conocida con total certeza por cuanto 1) Josefo nos

relata que él murió treinta y siete años después de haber sido

declarado rey por los romanos. Ahora bien, se sabe que fue

declarado rey por los romanos en 714 A.U.C., y por tanto, como

Josefo siempre cuenta los años desde Nisán hasta Nisán, y cuenta las

fracciones iniciales y finales de Nisán como años completos, Herodes

debe haber muerto entre Nisán de 750 A.U.C. y 751 A.U.C., es decir,

entre el año 4 a.C. y el 3 a.C. de nuestra era. 2) Josefo dice que en la

noche en que Herodes ordenó que Judas, Matías y sus cómplices

fueran quemados, había un eclipse de luna. Pero este eclipse tuvo

lugar el 12 de marzo del año 4 a.C, y Herodes murió por lo menos

siete días antes de la Pascua, la cual, si aceptamos el cómputo judío,

caía aquel año en el 12 de abril. Pero según la clara indicación de

los Evangelios, Jesús tiene que haber nacido por lo menos cuarenta

días antes de la muerte de Herodes. Es claro, por ello, que bajo nin-

guna circunstancia pudo la Natividad haber tenido lugar antes de

febrero del año 4 a.C

Este pasaje es una ilustración típica del valor relativo asignado a

las afirmaciones de historiadores sagrados y profanos. Basta que en

las historias de Josefo aparezca la mención incidental de un eclipse o

de la duración de un reinado para dar «certeza absoluta», ante lo que

las afirmaciones más claras y definidas de las Sagradas Escrituras

tienen que ceder terreno, a pesar de que se relacionan con asuntos de

un interés tan trascendente para los autores que, incluso si se rebajara

a los evangelistas a la categoría de meros historiadores, no habría

error posible.

Lo que sigue es una afirmación más prudente acerca de la cuestión,

por el arzobispo de York, en un artículo (Jesús Christ) aportado al

Smith's Bible Dictionary:

Herodes el Grande murió, según Josefo, en el año trigésimo sép-

timo de haber sido proclamado rey. Su ascensión coincide con el

consulado de Cn Domicio Calvino y de C. Asinio Pollio, y ello deter-

mina la fecha de 714 A.U.C. Hay razones para pensar que en tal

cálculo Josefo cuenta los años desde Nisán hasta el mismo mes, y

también que la muerte de Herodes tuvo lugar al principio del año

trigésimo séptimo, o justo antes de la Pascua; así, si se añaden

treinta y seis años completos a partir de su ascensión, se llega a la

muerte de Herodes en el año 750 A.U.C.

Según esto, la postura generalmente aceptada, la muerte de Herodes

tuvo lugar dentro de los primeros seis días de un año judío, y estos

días se computan como un año completo en su era de reinado. Ahora

bien, se admite que, al calcular el tiempo, los judíos incluían general-

mente ambas unidades terminales de un período dado. Un ejemplo

señalado y bien conocido de ello lo proveen las mismas palabras de

nuestro Señor, cuando El declaró que yacería en la tumba muerto

durante tres días y tres noches. ¿Qué significado sacaban los judíos

de estas palabras? Veinticuatro horas después de que El fuera

enterrado fueron ellos a Pilato y le dijeron:

1. El libro del doctor Farrar ha hecho mucho para popularizar la controversia que,

hasta ahora, había interesado tan sólo a unos pocos. Así, será bueno señalar que su

rotunda afirmación con respecto a la fecha de la muerte de Herodes es dudosa (ver

Clinton, Fasti Rom., 29 d.C), y que Josefo no siempre cuenta los reinados de la

manera indicada.

117

«Nos acordamos que aquel engañador dijo, viviendo aún: Después de

tres días resucitaré. Manda, pues, que se asegure el sepulcro hasta el

tercer día2». Si el domingo hubiera pasado sin la rotura del sello

sobre la tumba, los fariseos hubieran proclamado abiertamente su

triunfo; mientras que, según nuestra manera de calcular la

resurrección, hubiera tenido que acontecer no antes de la noche del

lunes, o el martes por la mañana.3

Así, puede asumirse que la ascensión de Herodes databa, de hecho,

del año 40 a.C, y que, por lo tanto, el 4 a.C. fue su año trigésimo

séptimo y último de su reinado. Además, es probable que muriera

poco antes de una Pascua. Lo que permanece sin resolver es el que su

muerte ocurriera al principio, o hacia el final del año judío.

Josefo relata que cuando tuvo lugar el suceso, Arquelao perma-

neció encerrado durante siete días, y después se presentó pública-

mente ante el pueblo. La primera recepción no fue desfavorable,

aunque tuvo que acceder a muchas demandas populares que se le

presentaron entonces; y después de la ceremonia él «fue y ofreció

sacrificio a Dios, y a continuación se dedicó a festejar juntamente con

sus amigos».

No obstante, pronto empezó a extenderse el descontento la insatis-

facción, y nuevas exigencias empezaron a llover sobre el rey. De

nuevo accedió a éstas, aunque con menos gusto, instruyendo a su

general que reprendiera al pueblo, y a que les persuadiera a que

2. Mt. 27:63-64; cp. con 2° Cr. 10:5-12. «Volved a mí de aquí a tres días... Vino,

pues, Jeroboam con todo el pueblo a Roboam al tercer día.»

3. El que este sistema de cómputo parezca extraño o natural depende del hábito

mental de la persona. Un profesor de teología pudiera tener problemas defendién-

dola en su clase, ¡pero un capellán de prisiones no tendría ninguna dificultad en

explicárselo a su congregación! Nuestro propio día civil es empezando a la

medianoche, y la ley no toma nota de una parte de día. Por ello, en una sentencia

de prisión de tres días, el término prescrito es igual a setenta y dos horas; pero

aunque el preso casi nunca llega al calabozo hasta la noche, la ley le considera

haber cumplido un día entero de prisión en el momento en que toca la medianoche,

y el carcelero le puede soltar legalmente en el momento en que se abre la prisión la

segunda mañana. De hecho, un preso encerrado por tres días casi nunca está más de

cuarenta horas en el calabozo. Este modo de computar y de hablar le era tan

familiar al judío como lo es a los habituales de nuestros tribunales.

difirieran sus peticiones hasta su retorno de Roma. Estas apelaciones

sólo incrementaron la insatisfacción prevaleciente, y tuvo lugar un

motín. El rey continuó parlamentando con los sediciosos, pero, «al

acercarse la fiesta de los panes sin levadura», cuando la capital del

estado rebosaba de judíos del país, el estado de cosas se hizo tan

alarmante que Arquelao se decidió a suprimir a los amotinados por la

fuerza de las armas. Esto fue «al acercarse la fiesta», y los judíos

consideraban que la fiesta estaba «a las puertas» sobre el octavo de

Nisán, cuando se dirigían a Jerusalén para la fiesta.4

La Pascua empezó el 14 de Nisán. Este último motín tuvo lugar

durante la semana precedente. El motín anterior tuvo lugar otra vez

antes, es decir, antes de la fecha de la llegada de judíos a la

festividad, el 8 de Nisán. Ello fue a su vez precedido por un cierto

intervalo, medido desde el día que siguió al luto de la corte por

Herodes, que había tenido una duración de siete das. Por ello, la

historia establece concluyentemente que la muerte de Herodes tuvo

lugar más de catorce días antes de la Pascua, y por ello al final y no

al principio de un año judío.

Pero ¿qué año? Su muerte tiene que haber tenido lugar después

del eclipse del 13 de marzo de 4 a.C.5 Pero el eclipse tuvo lugar solo

4. «Cuando el pueblo venía en grandes multitudes a la fiesta de los panes sin

levadura en el día octavo del mes Xanticus» (es decir, Nisán) (Josefo, Guerras, vi,

5, 3. Cp. J. 11:55; 12:1). «Y estaba cerca la pascua de los judíos; y muchos subie-

ron de aquella región a Jerusalén antes de la pascua para purificarse... Seis días

antes de la pascua vino Jesús a Betania...»

5. No hubo ningún eclipse lunar visible desde Jerusalén entre el 13 de marzo de 4

a.C. y el del 9 de enero de 1 a.C. Muchos autores toman este último como siendo el

correspondiente al de Herodes, y asignan su muerte a este año. El del año 1 a.C. fue

un buen eclipse total, llegando la totalidad a los quince minutos de haber pasado la

medianoche, mientras que el de 4 a.C. fue tan sólo un eclipse parcial, y su mayor

magnitud no llegó sino hasta las 2 h 34 m de la madrugada. Pero aunque todas las

consideraciones de este tipo señalan que el año 1 a.C. fue la fecha de la muerte de

Herodes, el peso de la evidencia cae general-mente en favor del año 4 a.C. De

autores recientes, el año 1 a.C. es adoptado por el doctor Geikie (Life of Christ, 6.a ed.,

p. 150), y de manera notable por el difunto Bosanquet, que discurre sobre esta

cuestión en su Messiah the Prince, y de manera más concisa en un artículo leído ante la

Society of Biblical Archaeology el 6 de junio de 1871.

118

un mes antes de la Pascua de aquel año, y su muerte tuvo lugar por lo

menos catorce días antes de la Pascua; ¿podría ser que los sucesos

narrados por Josefo como habiendo ocurrido dentro del intervalo

entre el eclipse y la muerte del rey podían haber ocurrido en dos

semanas? Que el lector consulte Antigüedades y juzgue si ello es

posible. La inferencia natural de la historia es que su muerte no fue

semanas, sino meses después del eclipse y, por lo tanto, de nuevo al

final del año.

En su Guerras (ii, 7,3), Josefo asigna el destierro de Arquelao al

año noveno de su reinado; en su obra más tardía (Antigüedades, xvii,

13,3), afirma que fue en su año décimo. Y estas fechas se dan con

una decisión que impiden la idea de un error. Van relacionadas con la

narración de un sueño en el que Arquelao vio una cantidad de mazor-

cas de maíz (nueve en Guerras, diez en Antigüedades), devoradas por

bueyes —presagiando que los años de su reinado iban a tener un final

brusco. Ahora bien, sea que el gobernante sea cristiano, judío, o

turco, su año noveno es el año que empieza con el octavo aniversario

de su gobierno, y su año décimo empezará con su noveno aniversa-

rio; y es mera casuística pretender que haya ningún misterio o difi-

cultad en este asunto. Es evidente que la diferencia entre ambas

afirmaciones es intencionada por parte del historiador, y que en sus

dos historias él calculó el gobierno del Etnarca a partir de dos

tiempos diferentes. Pero si Herodes murió en la primera semana del

año judío, ello sería imposible, porque la verdadera ascensión de

Arquelao sincronizaría con su ascensión según el cómputo judío.

Mientras que si su gobierno databa de finales de un año judío, el 6

d.C.6 sería de hecho su año décimo según la norma de la Mishná del

cómputo de los reinados a partir de Nisán.

En numerosos tratados acerca de este tema se hallara un argumento

basado en Juan 2:20, «En cuarenta y seis años fue edificado este

Templo». Según Josefo (se argumenta), «la reconstrucción del

Templo por parte de Herodes empezó en el año decimoctavo de su

reinado», y cuarenta y seis años a partir de aquella fecha nos llevaría

6. Este es el año citado por Dión Cassio para la expulsión del Etnarca Clinton,

Fasti H. Hellenici, 6 d.C.

a 26 d.C. como el año en que fueron pronunciadas estas palabras, y

por ello como el primer año del ministerio de nuestro Señor. Que

autores de reputación hayan escrito esto tiene que considerarse un

fenómeno literario. No solamente Josefo no dice esto que se le

atribuye sino que su narración lo desmiente. La base de la afirmación

anterior es que en su año decimoctavo o decimonoveno. Herodes

pronunció un discurso proponiendo la reconstrucción del Templo.

Pero añade el historiador que sus intenciones y promesas no lograban

la confianza del pueblo:

El rey les animó, y les dijo que no derruiría su templo hasta que todo

no estuviera listo para reconstruirlo de nuevo. Y tal como les había

prometido de antemano, así lo cumplió, preparando mil carros que

tenían que traer piedras para el edificio, y eligió diez mil de los

obreros más hábiles, y compró mil vestiduras sacerdotales para los

sacerdotes, y a algunos de ellos les enseñó el arte de tallar la piedra,

y a otros de carpintería, y entonces empezó a construir; pero ello no

fue sino hasta que todo estuvo preparado para la obra.7

El tiempo que todos estos preparativos tomaran es evidentemente

imposible de decidir, pero si, como Lewin supone, la obra empezó

durante la Pascua de 18 a.C, entonces cuarenta y seis años a partir de

entonces nos llevarían exactamente a 29 d.C. —la primera Pascua del

ministerio del Señor.

7. Josefo, Antigüedades, xv, 11, 27.

119

NOTA C

El sistema histórico continúo

de interpretación profética

Los INTÉRPRETES HISTÓRICOS de la profecía han reconocido un

principio cuya importancia es probada de manera abundante por los

notables paralelismos entre las visiones de Apocalipsis y los sucesos

de la historia de la cristiandad. Pero no contentos con ello, por un

lado han acarreado descrédito al estudio profético gracias a sus

desenfrenadas predicciones acerca del fin del mundo y, por el otro,

han reducido su principio de interpretación a un sistema, y después lo

han degradado a un hobby. Esto constituye un resultado afortunado,

de que el mal no puede dejar de curarse a sí mismo, y de que no

puede estar muy distante el tiempo en que la «interpretación continuo

histórico», en la forma y manera que sus campeones la han propues-

to, será considerada como una extravagancia del pasado. Los sucesos

de la primera mitad del siglo xix produjeron tal impresión en las

mentes de los cristianos a su favor, que logró ganar una aceptación

general. Pero la gran obra del difunto Elliot ha expuesto de una

manera cabal sus debilidades. La lectura de los primeros cinco

capítulos de Horae Apocalypticce no puede dejar de impresionar al

lector con un sentido de genuinidad y de importancia del esquema del

autor, ni dejará éste de apreciar la erudición que allí se expone y la

sobriedad con que se utiliza. Pero cuando el lector pasa del comen-

tario acerca de los primeros cinco sellos al relato del sexto sello, se

tiene que sentir una fuerte reacción negativa cuya intensidad irá en

proporción directa a su comprensión de la veracidad y solemnidad de

las Sagradas Escrituras. El que lea los últimos versículos del capítulo

6 de Apocalipsis, un pasaje cuya terrible solemnidad tiene a duras

penas un paralelo en todas las Escrituras, ¡con qué sentimientos no se

sentirá al consultar el libro de Mr. Elliot, para hallar que estas pala-

bras no son nada más que una predicción de la caída del paganismo

en el siglo iv! (ver p. 150).

Las palabras de la visión apocalíptica en relación con el gran día

de la ira divina (Ap. 6:17), constituyen el lenguaje de Isaías (13:9-10)

con respecto al «día del Señor», y, de nuevo, el de la profecía de Joel

(Jl. 2:1, 30, 31), citados por Pedro en el día de Pentecostés (Hch.

2:16-20). Y tampoco esto es todo. El capítulo 24 de Mateo constituye

un comentario divino acerca de las visiones del capítulo 6 de Apoca-

lipsis, y cada uno de los sellos tiene su contrapartida en las predic-

ciones del Señor de eventos que preceden a Su segunda venida,

finalizando con la mención de estas mismas terribles convulsiones de

la naturaleza aquí descritas. Por lo tanto, incluso si la mente está

«educada» hasta el punto de aceptar una interpretación así del sexto

sello, estas otras Escrituras permanecen sin explicación.

Muchos otros puntos del esquema de Elliott podrían considerarse

como igualmente erróneos. Tomemos, por ejemplo, el elaborado

ensayo sobre el tema de los dos testigos, culminando en el asombroso

anticlímax de que su ascensión al cielo (Ap. 11:12) fue cumplido

cuando los protestantes obtuvieron «un avance a la dignidad política

y al poder» (Horae Apocalíptico, ii, 410). Aún más desenfrenada y

absurda es su exposición de Apocalipsis 12:5:

Parece claro —afirma él— que fuera la que fuera la esperanza de la

mujer en sus dolores, la consumación menor fue la que queda prefi-

gurada por el nacimiento y la asunción del hijo varón, es decir, la

elevación de los cristianos, primero a su reconocimiento como

cuerpo político, y después muy rápidamente a la supremacía del

trono en el Imperio Romano (vol. III, 12).

120

La referencia a Wilberforce en relación con Apocalipsis 15 es casi

grotesca (vol. iii, 430). Y al final, a la deriva, se estrella contra la

roca contra la que cualquiera que siga este falso sistema tiene siem-

pre que naufragar —la cronología de la profecía: demostrando por

evidencia acumulada que el año 1865 introduciría el milenio, y si no

1865, entonces el 1877, o el 1882 (vol. iii, 256-266).

«Un comentario apocalíptico que lo explica todo se condena a sí

mismo como erróneo». Esta sentencia del deán Alford (Greek

Testament: Ap. 11:2) se puede aplicar en toda su fuerza al libro de

Elliot. Manteniendo, como lo hace él, que estas visiones han recibido

su cumplimiento final y absoluto, está comprometido «a explicarlo

todo»; y como resultado estas elucubraciones estropean una obra que,

si fuera reescrita por algún estudioso inteligente en profecía, sería de

la mayor utilidad. En días como éste, cuando hemos de luchar por las

mismísimas palabras de las Escrituras, no nos podemos permitir el

tratarlas como si fueran una puerilidad inofensiva. Ello ha dado un

ímpetu al escepticismo de este siglo, y ha animado a personas cristia-

nas a tratar las advertencias más solemnes de la ira que ha de venir

como si fueran meros truenos de escenario.

El manto de Elliot parece ahora haber descendido sobre el autor

del Approaching End of the Age. El tratado de Grattan Guinness

acerca de ciclos lunisolares y epactas será considerado por muchos

como la parte más interesante y valiosa de su libro. El estudio de este

libro me confirmó aún más la impresión que he tenido durante mucho

tiempo, de que en cierta manera mística de interpretar los períodos

proféticos de Daniel, se halla escondida la cronología de la suprema-

cía gentil y de la dispensación cristiana. No obstante, el profesor

Birks señala de una manera muy acertada que es «muy dudoso que la

especialidad en la que Guinness funda esta parte de su teoría no sea

debida a una selección parcial hecha inconscientemente de algunos

números epactas entresacados entre muchos, y que las especiales

relaciones de las epactas a los números 6, 7, 8, 13, probablemente

desaparecerían bajo un examen que abarcase todos los números

epactas» (Thoughts on Sacred Prophecy, p. 64).

Se podría también observar que con la amplitud obtenida al

calcular en ocasiones con años lunares, algunas veces en años

lunisolares, y otras veces en años ordinarios julianos, la lista de coin-

cidencias cronológicas aparentes y de paralelismos podría también

aumentar. El período desde el Concilio de Nicea (325 d.C.) hasta la

muerte de Gregorio XIII (1585) fue de 1.260 años. Desde el edicto de

Justiniano (533) hasta la revolución francesa hubo 1.260 años; y otra

vez, desde 606 d.C, cuando el Emperador Focas le confirió el título

de Papa a Bonifacio III, hasta el hundimiento del poder temporal del

papado (1866-1870) hubo también 1.260 años. Si estos hechos

prueban algo, prueban, no que los períodos mencionados sean el

cumplimiento de las visiones de Daniel, porque las visiones de

Daniel se relacionan con la historia de Judá, sino que las cronologías

de estos eventos van marcadas por ciclos compuestos de múltiplos de

setenta. Por lo tanto, refuerzan mucho la presunción a priori de que

hay una característica general de «los tiempos y las sazones», tal

como están planeadas divinamente, y que las visiones se cumplirán

literalmente, a su debido tiempo. En una palabra, estas pruebas

demuestran demasiado para la causa que se pretende que ellas

demuestran.

Ya he señalado la transparente falacia de suponer que la Bestia de

diez cuernos y la Babilonia de Apocalipsis pueden ser tipo a la vez de

Roma (p. 148). En el Approaching End of the Age se acepta esta

falacia por lo que parece sin la más mínima sospecha o malestar,

porque el autor ni adopta ni mejora el placentero romance por medio

del cual Elliot intenta esconder lo insostenible de tal posición.

Ya que la Ramera va a su condenación mediante la agencia de la

Bestia, es absolutamente cierto que no son idénticas; y cada prueba

que estos autores presentan para establecer que la Iglesia de Roma es

Babilonia, sirve también para probar que el papado no es la Bestia, el

Hombre de Pecado. Todo este sistema es como un castillo de naipes

que cae derrumbado en el momento de la prueba. Ya que este tipo de

libros es leído por muchas personas que no están versadas en historia,

será adecuado repetir de nuevo que la división de la tierra romana en

diez reinos aún no ha tenido nunca su cumplimiento.

Que ha sido dividida es un asunto claro de historia y de hecho: que

haya sido dividida en diez es una mera pretensión de los autores de

121

esta escuela.1

Acerca de Daniel 9:24-27 escribe Guinness: «Desde la

orden, que ya se estaba aproximando, de restaurar y construir Jeru-

salén de nuevo, hasta la venida de Mesías Príncipe, tenía que haber

setenta semanas» p. 417). Este es un ejemplo típico de la dejadez con

que la escuela histórica trata las Escrituras. Las palabras de la

profecía son «desde la salida de la orden para restaurar y edificar a

Jerusalén hasta el Mesías Príncipe, habrá siete semanas, y sesenta y

dos semanas»2 Y como este error corre subyacente a toda su expo-

sición de la profecía que forma el objeto especial de estas páginas, es

innecesario discutirlo. El sigue a Prideaux en su cómputo de las

semanas desde el año séptimo de Artajerjes (ver p. 96).

De nuevo, y en común con casi todos los comentaristas él confun-

de los setenta años de la servidumbre de Judá con los setenta años de

las desolaciones de Jerusalén. La profecía que él cita de Jeremías (p.

414) fue dada en el cuarto año de Joacim, mientras que la servidum-

bre empezó en el año tercero; y predecía un juicio que se cumplió

diecisiete años más tarde (ver p. 223). Podría parecer una falta de

benignidad señalar inexactitudes menores, como la de confundir a

Belsasar con Nabónido, el último rey de Babilonia (ver p. 212).

Un libro así es útil en tanto que trata positivamente con el cum-

plimiento histórico como un cumplimiento primario y parcial de las

profecías; y como una acusación plena y sin temor de la Iglesia de

Roma es extremadamente valiosa.

Pero por su negación dogmática de un cumplimiento literal, y por su

ciega y determinada obstinación en establecer, sin importar con qué

perjuicio para las Escrituras, que Apocalipsis ha sido «CUMPLIDO

con los eventos de la era cristiana», tal obra no puede dejar de ser

dañina y peligrosa.

1. Ver la página 79. La lista de Elliot de los diez reinos es la siguiente: Los

anglosajones, francos, alemanes, borgoñones, visigodos, suevos, vándalos,

ostrogodos, bávaros y lombardos. Si alguien lee el capítulo 7 de Daniel y el 13 de

Apocalipsis y puede aceptar esta interpretación, no hay en realidad ningún terreno

común sobre el que discutir el asunto.

2. Niego la idea de que mi objeto sea el de examinar este o aquel otro libro. Si tal

fuera mi intención podría señalar muchos errores similares. Como ejemplo, en Pt.

III, cap. 1, el autor enumera cinco puntos de identidad entre la ramera y la iglesia

Lo que realmente está aquí en juego es el carácter y el valor de la

Biblia. Si la posición de estos autores fuera correcta, el lenguaje de

las Sagradas Escrituras en pasajes tales como el capítulo 6 de

Apocalipsis sería de una ampulosidad extrema.

Y si una imaginación desenfrenada fuera la característica de una

porción de las Escrituras, ¿qué confianza podríamos poner en las

otras partes? Si el gran día de la ira divina, descrita en términos de

una solemnidad nunca sobrepasada, no fueran otra cosa que una

breve crisis en la historia de una campaña de ya tiempo ha, las

palabras que nos hablan del gozo de los bienaventurados y de la

condenación de los no arrepentidos podrían ser a fin de cuentas una

mera hipérbola, y la fe cristiana una mera credulidad.

de Roma, y de estos cinco los dos últimos son errores crasos: «El ministro de la

ramera hace bajar fuego del cielo», y «la ramera hace que todos reciban su marca»

(cp. Ap. 13:13, 16).

122

NOTA D

Los diez reinos

«LA PROFECÍA no nos es dada para hacernos profetizar», y nadie que

haya efectuado este estudio de una manera digna dejará de sentir

inquietud al aventurarse por el tentador terreno de predecir «eventos

del porvenir». Por medio de una paciente contemplación podemos

discernir de una manera clara las líneas maestras del terreno del

futuro; pero «hasta que el día amanezca», nuestra visión de las

distancias y de los detalles puede ser inadecuada, si no totalmente

falsa. Los grandes hechos acerca del futuro, tan llanamente revelados

en las Escrituras, han sido tocados en las páginas precedentes. Para lo

que sigue aquí no se pide ninguna deferencia excepto la que se pueda

acordar a una «opinión piadosa» basada en una búsqueda intensa y

cuidadosa.

Después de la restauración de los judíos, la característica más

prominente del futuro, según las Escrituras, la constituye la división

en diez partes de la tierra romana. El énfasis y la llaneza con que se

mencionan los diez reinos, no sólo en Daniel, sino también en

Apocalipsis, prohíbe que interpretemos tales palabras como simple-

mente describiendo una división de poderes tal como la que ha

existido siempre desde la fragmentación del Imperio Romano,

aunque ésta es indudablemente una característica de la profecía.

Babilonia, Persia, Grecia y Roma buscaron, cada una en su tiempo,

conseguir el dominio universal. Que fuera a existir una confederación

de naciones viviendo en buena vecindad era una concepción que nada

en la historia del mundo la hubiera sugerido.

La principal clave que las Escrituras nos proveen acerca de este

tema es la relación entre estos reinos y el Imperio Romano.1 Pero

probablemente se debe conceder una cierta amplitud por lo que res-

pecta a fronteras, pues si no deberíamos tener que elegir entre dos

alternativas igualmente improbables, las cuales son o que nuestra

propia nación habrá caído al nivel de provincia, sin ni siquiera

Irlanda bajo su dominio,2 o que Inglaterra, que tiene que estar entre

los diez reinos, incluirá el vasto imperio del que esta isla es el cora-

zón y centro. ¿No podemos acaso acariciar la esperanza de que Ingla-

terra, por mucho que caiga de la elevada posición que, con todos sus

fallos, ha mantenido como la campeona de la libertad y la verdad, sea

salvada de la degradación de participar en la vil confederación de los

últimos días?

Estas consideraciones, por lo que respecta a fronteras, se aplican

también a Alemania, aunque en menor grado; y Rusia queda desde

luego fuera de esta cuenta. La importancia e interés especiales de

estas conclusiones dependen del hecho de que el Anticristo debe ser

al principio un protector y patrón de la apostasía religiosa de la

cristiandad (ver página 94), y que Inglaterra, Alemania y Rusia son

precisamente las tres potencias principales que se hallan fuera del

campo de Roma.

Pero no hay duda alguna de que Egipto, Turquía y Grecia estarán

entre las diez naciones;3 y ¿es probable que estas naciones acepten

alguna vez el liderazgo de un hombre que va a aparecer como cam-

peón y patrón de la Iglesia latina? Una solución notable a esta difi-

cultad se hallará probablemente en la definida predicción de que

mientras que los diez reinos reconocerán al final su soberanía, tres de

ellos serán sometidos por la fuerza de las armas (Dn. 7:24.

1. «Los diez cuernos de su reino» (cp. Dn. 7:24).

2. Irlanda estaba completamente fuera de los límites del Imperio Romano, y Escocia

lo estaba en parte.

3. En Dn. 11:40, Egipto y Turquía (o la potencia que posea entonces el Asia Menor)

quedan mencionados expresamente por sus títulos proféticos como reinos separados en

este mismo tiempo.

123

Volviendo de nuevo a Occidente, los nombres de Francia, Austria,

Italia y España vienen solos; y así tenemos diez países ya señalados.

¿Se podrá completar la lista? Quedan Bélgica, Suiza y Portugal, y

éstos también demandarían un puesto si estuviéramos tratando de la

Europa de hoy; pero como estamos tratando del futuro, parece fútil

tratar de llevar el asunto más lejos. Se ha argüido confiadamente, por

parte de algunos, que así como los diez reinos estaban simbolizados

por los diez dedos de los pies de la estatua de Nabucodonosor —

cinco en cada pie—, cinco de estos reinos tienen que surgir en el

Este, y cinco en el Oeste. Este argumento es plausible, y posiblemen-

te cierto; pero su fuerza principal depende de olvidar que desde el

punto de vista del profeta el Levante, y no el Adriático, Jerusalén y

no Roma, es el centro del mundo.

Al esquema aquí indicado se puede suscitar de una manera natural

la objeción siguiente: ¿Es posible que las naciones más poderosas del

mundo, Inglaterra, Alemania y Rusia, no vayan a tener parte en el

drama de los últimos días? Pero se debe recordar, primero, que la

importancia relativa de las grandes potencias puede ser diferente en

el tiempo que esto tenga que ser cumplido, y segundo, que las dificul-

tades de este tipo pueden depender enteramente del silencio de las

Escrituras o, en otras palabras, de nuestra ignorancia. Pero me siento

obligado a señalar que las dudas que se han suscitado en mi mente

acerca de la rectitud de las interpretaciones recibidas del capítulo 7

de Daniel señalan a una solución más satisfactoria de las dificultades

en cuestión.

Al especificar la visión del segundo capítulo los cuatro imperios

que habían de gobernar sucesivamente el mundo, y como el capítulo

7 enumera también cuatro «reinos», e identifica de una manera

expresa al cuarto de ellos con el cuarto reino de la visión anterior,

parece legítima la inferencia de que el alcance de ambas visiones es

el mismo en todo su curso. Y esta conclusión es por lo que parece

confirmada por algunos de los detalles dados de los reinos tipificados

por el león, el oso y el leopardo. Ciertamente, tan fuerte es el alegato,

a primera vista, en apoyo de esta postura, que no me he sentido con la

libertad de apartarme de ella en las páginas anteriores. Igualmente,

me siento obligado a reconocer que el caso tampoco es tan firme

como parece serlo, y que surgen graves dificultades en relación con

él; y las siguientes observaciones se presentan de una manera

provisional a fin de promover la investigación del asunto:

1.- Daniel 2 y 7 están en la porción caldea del libro, y, por lo

tanto, van unidos entre sí y separados de lo que sigue. Ello fortalece

la presunción, que se presentaría en todo caso, de que la postrera

visión no es una repetición de la primera. La repetición es muy rara

en las Escrituras. .

2.- La fecha de la visión del capítulo 7 es del primer año de

Belsasar, y por ello solamente unos dos o tres años antes de la caída

del Imperio Babilónico.4 ¿Cómo, entonces, se podría tomar el

surgimiento del Imperio Babilónico como asunto de profecía? El

versículo 17 muestra llanamente que el surgimiento de todos estos

reinos era todavía futuro.

3.- En la historia de Babilonia no hay nada que se corresponda con

el curso predicho de la primera Bestia, porque difícilmente sería

legítimo suponer que esta visión era una profecía del curso de

Nabucodonosor, cuya muerte había tenido lugar unos veinte años

antes de que se diera la visión. Además, la transición del león con

alas de águila a la condición humana, aunque pueda corresponderse

con un declive de poderío, tipifica llanamente una señalada

elevación, tanto moral como intelectualmente.

4.- Tampoco hay nada en la historia de Persia que responda a la

Bestia parecida a un oso con la precisión y la plenitud que demanda

la profecía. El lenguaje de la versión inglesa sugiere una referencia a

Persia y a Media (y la castellana también —N. del T.—) pero la

verdadera traducción parece ser: «Se hizo para ella un dominio»,5 en

lugar de «se alzaba de un costado más que de otro».

4. Ver tabla cronológica, apéndice I, pp. 225-230.

5. Tregelles, Daniel, p. 34.

124

5.- Mientras que el simbolismo del versículo 6 parece a primera

vista señalar definidamente al Imperio Griego, se verá, al examinarlo

de cerca, que es a su llegada que el leopardo tiene cuatro alas y

cuatro cabezas. Esta era su condición primaria y normal, y fue en esta

condición que «le fue dado poder». Ciertamente, esto es bien

diferente de lo que hallamos en lo que se describe en Daniel 8:8, y lo

que realizó el curso del Imperio de Alejandro, es decir, el surgimien-

to de un solo poder, que en su decadencia continuó existiendo en un

estado dividido.

6.- Cada uno de los tres diferentes imperios del capítulo 2

(Babilonia, Persia y Grecia) fue a su vez destruido y asimilado por su

sucesor; pero los reinos del capítulo 7 continuaron todos juntos hasta

el final (Dn. 7:12). El versículo 3 parece implicar que las cuatro

Bestias surgieron juntas, y en todo caso no hay nada aquí que sugiera

una serie de imperios, cada uno destruyendo a su predecesor, aunque

el simbolismo de la visión estaba (en contraste con el del capítulo 2)

admirablemente adaptado para haber representado esto. Comparar el

lenguaje de la siguiente visión (Dn. 8:3-6).

7.- Mientras que la cuarta Bestia es indiscutiblemente Roma, el

lenguaje de los versículos 7 y 23 no nos deja ninguna duda de que es

el Imperio Romano en su fase futura reavivada. Sin endosar la pos-

tura de Maitland, Brawne, etc., se tiene que reconocer que no había

nada en la historia de la Roma antigua que se correspondiera con la

principal característica de esta Bestia, a no ser que se interprete el

simbolismo utilizado de una manera muy laxa. «Devorar toda la

tierra», «pisotearla y triturarla», sería una descripción justa de otros

imperios, pero la Antigua Roma era precisamente el poder que

añadió el gobierno a la conquista, y que en lugar de pisotear y de

triturar a las naciones que subyugaba, buscó más bien el amoldarlas a

su propia civilización y política.

Todo esto —y más se podría añadir—6 sugiere que toda la visión

del capítulo 7 pueda tener referencia al futuro.

6. Las Bestias de Dn: 7 son las que se nombran en Ap. 13:2, para representar al

Anticristo. Aunque esto admite la explicación dada en la p. 199, se podría utilizar

también como un fuerte argumento en favor de la posición arriba expuesta.

Hemos visto ya que el poder soberano tiene que ser detentado por

una confederación de naciones que al final tomarán como caudillo a

un gran Káiser, y que varios de los que ahora son grandes potencias

van a estar fuera de esta confederación: Por ello, es improbable en

grado sumo que se obtenga una supremacía tal, excepto después de

una tremenda lucha. En este momento la política internacional se

centra en la Cuestión Oriental, que es, a pesar de todo, meramente

una cuestión del equilibrio de poderes en el Mediterráneo («el Gran

Mar») como la escena del conflicto entre las cuatro Bestias. ¿No será

que la porción inicial de esta visión se refiera a una gigantesca lucha

que algún día habrá de venir por la supremacía en el Mediterráneo,

que indudablemente conllevará la supremacía mundial? El león

podría quizás tipificar a Inglaterra, cuyo inmenso poderío naval

podría quedar tipificado por las alas de águila. El desprendimiento de

sus alas podría representar la pérdida de su posición como señora de

los mares. Y si tal fuera el resultado de la inminente lucha, estaría-

mos ansiosos por creer que su curso posterior quedará marcado por

una preeminencia moral y mental: la Bestia, leemos, «fue levantada

del suelo, y se puso erguida sobre sus patas a manera de hombre, y

le fue dado un corazón de hombre».

Si el león británico tuviera un puesto en la visión, no podría omitirse

el oso moscovita; y se puede afirmar con certeza que el oso profético

puede representar a la Rusia de hoy tan bien como a la Persia de Ciro

y de Darío. La claridad del simbolismo utilizado con respecto al

leopardo (o pantera) de la visión hace más difícil referir esta parte de

la profecía a Alemania o a cualquier otra nación en particular. Sería

fácil montarse un alegato ad captandum en apoyo de cada postura

así, pero será suficiente observar que, si la profecía está aún sin

cumplir, su significado será irrebatible cuando llegue su tiempo.

125

126

APÉNDICE III

Una mirada retrospectiva

y una réplica

«MIRAD QUE NADIE OS engañe.» Tales fueron las primeras palabras

de la contestación de nuestro Señor a la pregunta: «¿Cuál será la

señal de tu venida y del final de esta época?» Y la admonición es

necesaria todavía hoy. «No os toca a vosotros conocer los tiempos o

las sazones que el Padre puso en Su sola potestad»,1 fue casi su

última declaración sobre la tierra, antes de que fuera tomado arriba.

Y si este conocimiento fue negado a Sus santos apóstoles y profetas,

podemos estar seguros de que no nos ha sido revelado en la

actualidad. Tampoco puede un secreto, que como el Señor declaró,

«el Padre puso en Su sola potestad», descubrirse mediante

investigación astronómica o los vuelos de las altas matemáticas.

Pero por otra parte, ningún cristiano reflexivo puede ignorar los

portentos y señales que marcan los días en que vivimos. Poco pen-

saba yo, al escribir el capítulo introductorio de este libro, que el

adelanto de la incredulidad tomaría unos pasos tan agigantados. En

los pocos años que han transcurrido desde entonces, el crecimiento

del escepticismo dentro de las iglesias ha excedido incluso a la

predicción más pesimista. Y codo a codo con esto, también, el creci-

miento del espiritismo y de la adoración de demonios ha sido asom-

brosa. Sus partidarios se cuentan por decenas de miles; y en América

ha llegado ya a ser sistematizada como una religión, con un credo y

culto reconocidos.

1. Hch. 1:7.

Pero estas oscuras características de nuestros tiempos, notables y

solemnes como son, no son las más significativas. Mientras que la

apostasía de los últimos días, de la que hemos sido advertidos, parece

así acercarse, nos alegramos por los señalados triunfos de la Cruz. No

es tan sólo en nuestra patria y en el extranjero que se está predicando

el Evangelio por tales multitudes y con una libertad nunca conocida

antes, sino que, de una manera sin precedentes desde los días de los

apóstoles, los judíos están viniendo a la fe de Cristo. Se conoce poco

el hecho de que durante los últimos años más de un cuarto de millón

de ejemplares del Nuevo Testamento en hebreo han sido distribuidas

entre los judíos en Europa Oriental, y el resultado ha sido la conver-

sión al cristianismo, no por uno y dos, como en el pasado, sino en

grandes y crecientes números. Comunidades enteras en algunos luga-

res han aceptado, mediante la lectura de la Palabra de Dios, al despre-

ciado Nazareno como al verdadero Mesías. Esto es algo sin paralelo

desde los tiempos de Pentecostés.

Nuevamente, el retorno de los judíos a Palestina es uno de los

hechos más extraños de nuestros días. A duras penas hay un solo país

en el mundo que no pueda ofrecer más ventajas al emigrante, sea

agricultor o comerciante; y a pesar de ello, desde que se escribió El

Príncipe que ha de Venir, más judíos han emigrado a la tierra de sus

padres que los que retornaron con Esdras cuando el decreto de Ciro

concluyó con la servidumbre. Pero ayer la profecía de que Jerusalén

sería habitada «sin muros» parecía pertenecer a un futuro bien remo-

to. Las casas fuera de las puertas eran pocas en número, y nadie se

atrevía a ir afuera después de caer la noche. Ahora, la existencia de

una ciudad judía grande y creciente afuera de las murallas es un

hecho de conocimiento de cualquier turista, y año tras año la emigra-

ción y la construcción continúan.

Si me atrevo a tocar la política internacional de Europa, será de

manera breve, y en relación con la gran profecía del capítulo 7 de

Daniel. He dado de una manera detallada mis razones para sugerir

que la interpretación «histórica» de aquella visión no agota su

significado, y reconozco una convicción más profunda cada día de

que cada parte de ella espera su cumplimiento. Allí, como en otras

partes de las Escrituras, «el Mar Grande» tiene que significar el

127

Mediterráneo; y parece que una terrible lucha por la supremacía en

Levante es el tema de la parte primera de esta visión. La cercanía de

esta lucha se está discutiendo ahora ansiosamente en cada capital de

Europa, y en ningún sitio con más ansiedad que en nuestra patria (se

refiere, claro, a Inglaterra -N. del T-). Ciertamente, que nunca, desde

los tiempos de Pitt, ha habido tanta causa de ansiedad racional; y la

cuestión del equilibrio de poderes en el Mediterráneo ha conseguido

recientemente una importancia y un interés mayor y más agudo que

el que nunca se le había asignado.

No voy a tratar de tópicos de un carácter más dudoso, sino que me

mantendré en estos; tampoco intentaré, con adornos de palabras,

exagerar su significado. Pero aquí estamos, cara a cara, con grandes

hechos públicos, Por una parte, hay la gran expansión de incredulidad

y de adoración de demonios, que está preparando el camino a la gran

apostasía incrédula de inspiración satánica de los últimos días; y, por

otra parte, hay estos movimientos espirituales y nacionales entre los

judíos, completamente sin precedentes durante todos los dieciocho

siglos que han transcurrido desde su dispersión. Y, finalmente, los

gobiernos de Europa están vigilando atentamente el principio de una

lucha como la que la profecía nos advierte que introducirá el surgi-

miento del último gran monarca de la cristiandad. ¿Se ha de ignorar

todo esto? ¿No hay aquí la suficiente base sobre la cual basar, no diré

yo la creencia, pero sí la intensa esperanza, de que el final puede

estar ya aproximándose? Si su cercanía se puede presentar como una

esperanza, me animo y gozo en ello; si se presenta como un dogma, o

como un artículo de fe, lo repudio y condeno totalmente.

Al considerar estas cosas será oportuno dar una palabra de adver-

tencia. Esos eventos no son, en sí mismos, el cumplimiento de las

profecías, sino meramente indicaciones sobre las que basar la espe-

ranza de que el tiempo de su cumplimiento se está acercando.

Cualquiera que hubiera escudriñado en sus Biblias entre los extraños,

inquietantes, y solemnes eventos de hace un siglo tiene que haber

concluido que la crisis estaba ya a las puertas; y bien podría ser que

la marea que ahora parece avanzar tan rápida pueda de nuevo

retroceder, y que generaciones de cristianos aún no nacidas puedan

tomar su turno en la espera y la vigilancia sobre la tierra. ¿Quién se

atreverá a imponer un límite a la paciencia de Dios? Y esta es Su

propia explicación de su «tardanza» aparente.3

Además, necesitamos ser advertidos en contra del error en el que

cayeron los cristianos Tesalonicenses. Su conversión fue descrita

como un volverse de los ídolos al Dios verdadero, y «esperar de los

cielos a Su Hijo». Y la venida del Señor les fue presentada a ellos

como una esperanza práctica y presente, para consolarles y alegrarles

en tanto que hacían duelo por sus muertos.4 Pero cuando el apóstol

pasó a hablar de «los tiempos y sazones» y del «día de Jehová»,5 no

comprendieron bien la enseñanza; y suponiendo que la venida del

Señor estaba directamente relacionada con el día de Jehová, llegaron

a la conclusión de que aquel día estaba empezando. En ambos puntos

estaban totalmente equivocados. En la segunda epístola el Apóstol les

escribió:

Pero con respecto a la venida de nuestro Señor Jesucristo, y

nuestra reunión con él, os rogamos, hermanos, que no os dejéis

mover fácilmente de vuestro modo de pensar, ni os alarméis, ni por

espíritu, ni por palabra, ni por carta como si fuera nuestra (refirién-

dose naturalmente a su Primera Epístola), en el sentido de que el día

del Señor ha llegado.6

«Los tiempos y las sazones» están relacionadas con la esperanza de

Israel y los eventos que precederán a su cumplimiento.7 La esperanza

de la Iglesia es totalmente independiente de ellos. Y si a los cristianos

de los primeros días se les enseñó a vivir «aguardando la esperanza

bienaventurada», ¡cuánto más nosotros! Ni una sola línea de profecía

tiene que cumplirse; ni un solo suceso necesariamente ha de interpo-

nerse. Y cualquier sistema de interpretación que choca con esto, y así

3. 2.

a P. 3:9.

4. 1." Ts. 1:9, 1.0; 4:13-18.

5. 1.a Ts. 5:1-3.

6. 2.a Ts. 2:1, 2.

7. Hch. 1:6, 7.

128

falsea el testimonio de los Apóstoles de nuestro Señor queda por ello

mismo condenado.8

Así, tengamos la precaución de no caer en el error común de exa-

gerar la importancia de los movimientos y eventos contemporáneos,

por grandes y solemnes que ellos sean; y que el cristiano tenga pre-

caución, no sea que la contemplación de estas cosas le lleve a olvidar

su ciudadanía celestial y su esperanza celestial. El cumplimiento de

su esperanza dará vía libre al desarrollo del gran drama de la historia

de la tierra tal como lo ha predicho la profecía.

Si se puede perdonar la digresión, será importante ampliar esto, y

explicar lo que quiero decir de una manera más amplia. El hecho de

que Israel será restaurado al puesto de privilegio y de bendición sobre

la tierra no es asunto de opiniones, sino de fe; y nadie que acepte las

Escrituras como de parte de Dios puede poner esto en tela de juicio.

En este punto el lenguaje de los profetas hebreos es desacostumbra-

damente explícito. Aún más enfático, debido a la ocasión en que fue

dado, es el testimonio de la Epístola a los Romanos. La misma posi-

ción de esta Epístola en el sagrado Canon subraya el hecho de que los

judíos habían sido dejados de lado. El Nuevo Testamento abre sus

páginas registrando el nacimiento de Aquel que era Hijo de Abraham

e Hijo de David,9

la simiente a quien fueron hechas las promesas y el

legítimo Heredero del cetro una vez confiado a Judá; y los Evange-

lios registran Su muerte en manos del pueblo favorecido.

Siguiendo a los Evangelios viene la renovada oferta de misericordia

a aquel pueblo, y su rechazo de ella. «Al judío primeramente» está

grabado en cada página de los Hechos de los Apóstoles; y ello carac-

terizó la dispensación pentecostal de transición de la que trata este

libro. La Iglesia Pentecostal era esencialmente judía. No solamente

estaban los gentiles en minoría, sino que la posición de ellos era de

un tutelado relativo, como da prueba de ello el relato del Concilio de

8. Ver 1

a Co. 1.1:26. «Porque todas las veces que comáis este pan, y bebáis de

esta copa, la muerte del Señor estáis proclamando hasta que El venga.» Ningún

pasado excepto la Cruz; ningún futuro excepto la Venida. Separar al creyente de la

venida es un ultraje tan grande sobre el cristianismo como separarlo de la Cruz.

9. Mt. 1:1.

Jerusalén.10

Incluso el Apóstol de los gentiles, en todo el curso de su

ministerio, llevó el Evangelio primero a los judíos. «Era necesario

que la palabra de Dios os fuera anunciada primero a vosotros», les

dijo a ellos en Antíoquía.11

«Sabed, pues, que a los gentiles ha sido

enviada esta salvación de Dios; y ellos oirán», fue su testimonio

final a ellos en Roma cuando rechazaron su testimonio y «se

fueron».12

Y el siguiente libro en el Canon es dirigido a creyentes gentiles.

Pero en esta misma epístola se advierte a los gentiles que «Dios no

ha rechazado a Su pueblo». Por su incredulidad las ramas fueron

desgajadas, pero la raíz permanece, y «Dios es poderoso para

volverlos a injertar». «Y así todo Israel será salvo, como está

escrito: Vendrá de Sión el Libertador, que apartará de Jacob la

impiedad».13

En aquel día el juicio se mezclará con la misericordia,

porque Aquel que «Su bieldo estará en Su mano» limpiará entonces

con esmero su era, y recogerá el trigo en su granero, pero quemará la

paja con fuego inextinguible. El verdadero remanente del pueblo del

pacto vendrá a ser el «todo Israel» de los días de bendición futura.

Aquel remanente estaba tipificado por los «hombres de Galilea»

que estaban alrededor de El en el monte de los Olivos mientras que

«fue alzado, y le tomó sobre sí una nube que le ocultó de sus ojos». Y

mientras que forzaban la vista hacia el cielo contemplándole, dos

ángeles mensajeros se les aparecieron para renovar la promesa que

Dios les había dado hacía siglos por medio de Zacarías el profeta:

«Este mismo Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, vendrá

así, tal como le habéis visto ir al cielo»; 14

10. Hch. 15. Ver también 11:19.

11. Hch. 13:46; cp. 17:2, 18:4.

12. Hch. 18:29.

13. Ro. 11; ver vv. 1, 2, 11, 12, 15-26. Nótese que «todo Israel» no significa todo

israelita, porque en griego no hay la ambigüedad que hay en inglés (o en castella-

no); y las aparentes contradicciones en este capítulo quedan explicadas por el hecho

de que el «desechar» de los vv. 1, 2, es una palabra completamente distinta de la

«exclusión» en el v. 15 (en inglés se utiliza una misma palabra, «cast away»). (N.

del T.) Así como la «caída» del v. 11 es otra palabra distinta de la caída en el v. 12.

14. Hch. 1:1-19.

129

«y se posarán sus pies en aquel día sobre el monte de los Olivos, que

está enfrente de Jerusalén al oriente».15

Un vistazo a la profecía mostrará como el evento del que se habla

aquí es totalmente distinto del advenimiento mencionado en la

Primera Epístola a los Tesalonicenses. Ciertamente, es el mismo

Señor Jesús el que vuelve a por Su Iglesia de esta dispensación, y que

vendrá a por Su pueblo terreno reunido en Jerusalén en una dispensa-

ción futura; pero por otra parte estas «venidas» no tienen nada más en

común. La manifestación última -Su retorno al monte de los Olivos-

es un evento tan definidamente localizado como lo fue su ascensión

desde aquel mismo monte de los Olivos; y su propósito declarado es

traer liberación a Su pueblo en la tierra en la hora de su peligro supre-

mo. La venida anterior no tendrá relación con ninguna localidad. A

todo lo largo y ancho del mundo, en cualquier parte en que Sus

muertos hayan sido puestos a dormir, la «trompeta de Dios» les

volverá a llamar a la vida, en «cuerpos espirituales» como el Suyo

propio; y allí donde se hallen «santos» vivientes, ellos serán

«transformados, en un instante, en un abrir y cerrar de ojos», y

todos seremos arrebatados juntos a encontrarnos con El en el aire.

Mientras que el escéptico profano ridiculiza todo esto, y el escéptico

religioso lo ignora, el creyente recuerda que es así como su Señor fue

arrebatado al cielo; y mientras que considera la promesa, su maravilla

le lleva a la adoración, no a la incredulidad.

Y este evento, que es la esperanza propia de la Iglesia, es tan

independiente de la cronología, como lo es de la geografía, de esta

tierra. Es con respecto al cumplimiento de las promesas a Israel que

tienen que ver los «tiempos y las sazones», y las señales y portentos

que le pertenecen. La manifestación pública del Señor al mundo es

otro evento distinto de los dos. Nuestro Jehová Dios vendrá con todos

Sus santos;16

el Señor Jesús será revelado en llama de fuego, para

dar el pago.17

15. Zac. 14:4.

16. Zac. 14:5.

17. 2.a Ts. 1:7, 8. «Los ángeles de Su poder» de la profecía son, creo yo, «los

santos» de Zac. 14:5.

El intervalo de tiempo que vaya a separar las etapas sucesivas de «la

Segunda Venida» no podemos saberlo. Es un secreto que no nos ha

sido revelado. Todo lo que a nosotros nos toca es, «trazando

rectamente la palabra de verdad», señalar que ellas son distintas en

todos los aspectos.18

La expresión «Segunda Venida» la utilizo aquí meramente como

una concesión a la teología popular, porque no tiene apoyo en las

Escrituras. Sería mucho mejor descartarla, porque es la causa de

mucha confusión de pensamiento y no poco de error positivo. Es un

término puramente teológico, y pertenece propiamente a la gran y

definitiva venida para juzgar al mundo. Pero mientras que muchos

rehúsan creer que habrá alguna revelación de Cristo a Su pueblo

sobre la tierra hasta la época de la gran crisis, el estudiante más

cuidadoso de las Escrituras encuentra en ellas la prueba más clara de

8. Entre la primera y segunda etapas habrá sin duda un intervalo de tiempo, por lo

menos, tan largo como el que intervino entre Su venida a Belén y Su manifes-

tación a Israel en Su primera venida, y probablemente un período más prolongado.

Que el intervalo entre la segunda y la tercera se mida en días o años, me siento

completamente incapacitado para determinarlo. La única indicación clara de su

duración es que el Anticrísto, cuyo poder será destruido en la segunda, será

verdaderamente destruido en la tercera.

Aquí, yo asumo que los eventos que han de cumplirse todavía lo serán en un

período comparativamente breve. Pero deseo guardarme de la idea de que lo

afirmo. Rechazo la idea, tan común en la actualidad, de que los estudiosos de la

astronomía y de las matemáticas han resuelto el misterio que Dios ha puesto de

forma manifiesta en Su propia potestad. ¿Podría haber soñado cualquier estudioso

del Antiguo Testamento que casi dos mil años quedarían intercalados entre los

sufrimientos del Señor y Su retorno en gloría? ¿Hubieran tolerado los cristianos

antiguos una sugerencia tal? Y si otros mil años tuvieran que interponerse antes de

que la Iglesia sea arrebatada, o si mil años intervinieran entre este evento y la

venida al Monte de los Olivos, ni una sola de las palabras de la Escritura sería rota.

Como ya he dicho en la p. 184. «Es tan sólo en tanto que la profecía cae dentro de

las setenta semanas que queda dentro del campo de la cronología humana.» (Ver

también las pp. 162-165.) Se hace mucho de supuestas eras de 1260 y 2520 años.

Pero incluso si se pudiera fijar la época de cualquier era de éstas, la cuestión

permanecería si no pudieran ser períodos místicos, como los 480 años de 1a R. 6:1.

(Ver p. 52)

130

que habrá una «venida» antes de la era popularmente denominada «el

milenio». De nuevo, los hay que, a pesar de que reconocen una

«venida premilenial», han dejado de advertir la diferencia, tan

claramente marcada en las Escrituras, entre la venida a por la Iglesia

de la presente dispensación, la venida al pueblo terreno en Jerusalén,

y la venida para destruir al impío, y para establecer el reino.

Pero, se podrá argüir: ¿no queda esta expresión justificada por el

último versículo del capítulo 9 de Hebreos? La contestación es que

sólo el lector superficial del pasaje lo puede utilizar así. «Y aparecerá

por segunda vez... a los que le esperan ansiosamente», es como lo

traduce nuestra versión Autorizada (inglesa, La Versión Reina Valera

también lo traduce así -N. del T-). Y se toman estas palabras como si

fueran equivalentes a «Su segunda aparición», siendo «la Aparición»

un sinónimo reconocido de «la venida». Pero esto es un mero manejo

del lenguaje de nuestra versión inglesa.

La palabra que realmente se emplea es totalmente diferente. Es una

palabra general, y es la misma palabra utilizada frecuentemente para

Su manifestación a Sus discípulos después de la Resurrección.19

Y,

además, se tiene que omitir el artículo definido: «Y de la misma

manera que está reservado a los hombres el morir una sola vez, y

después de esto el juicio, así también Cristo fue ofrecido una sola vez

para llevar los pecados de muchos; y aparecerá por segunda vez, sin

relación con el pecado, a los que le esperan ansiosamente para salva-

ción.» 20

Esta afirmación no es profética, sino doctrinal; y la doctrina

de que se trata no es la de la venida, sino el sacerdocio. No es la

predicción de un evento que haya de ser experimentado por aquellos

que estarán vivos y en la tierra en aquel tiempo del fin, sino que es la

declaración de una verdad y de un hecho para ser disfrutado por cada

creyente, sin importar en qué dispensación pueda caer su peregrina-

ción sobre la tierra.

Por lo tanto, el pasaje no puede ser apelado en apoyo del dogma

de que nunca más sino que en otra ocasión única Cristo se aparecerá

a Su pueblo sobre la tierra. Y como la expresión «segunda venida»

19. Ocurre 4 veces en 1.a Co. 15:5-8.

20. He. 9:27, 28.

está conectada tan íntimamente con este dogma, sería cosa buena que

todos los estudiantes inteligentes de las Escrituras se unieran en

descartarlo. La venida de Cristo es la esperanza de Su pueblo en

todas las edades.

* * *

La única crítica adversa que he visto a El Príncipe que ha de Venir

ha aparecido en las últimas ediciones de The Approaching End of the

Age. Mis sentimientos de amistad y de estima hacia el autor influen-

ciaron mis comentarios acerca de su libro, pero ninguna considera-

ción de este tipo ha frenado su pluma al replicar a ellos; y el hecho de

que un escritor tan capaz y tan abiertamente hostil no se haya aventu-

rado a dar respuesta a un solo punto de las principales conclusiones

aquí establecidas es señalada prueba de que son irrefutables.

El doctor Grattan Guinness se queja de que no he efectuado ningún

intento de «replicar» a su libro. Mi única referencia a él ha sido inci-

dental en una nota en el apéndice; y en tanto que trate de «el cumpli-

miento parcial y primario de las profecías» me he tomado la libertad

de alabarlo. ¿Por qué, pues, debería «replicar» a un libro con respecto

de lo cual lo valoro y lo adopto? Estas páginas dan prueba de cómo

realmente yo acepto una interpretación histórica de la profecía; 21

y si

alguien pregunta por qué entonces no le he dado mayor importancia,

traeré a la memoria las palabras de Santiago cuando se acusó a los

apóstoles de descuidar en su enseñanza los escritos de Moisés.

«Moisés –dijo- tiene en cada ciudad quien le predique.» Lo que se

precisaba, entonces, si es que se fuera a establecer el equilibrio doc-

trinal, es que ellos tenían que enseñar la gracia. Sobre una base

similar a la obra a la que aquí me he dedicado ha sido la de tratar con

el cumplimiento de las profecías. Pero no tengo controversia alguna

con aquellos que utilizan todos sus talentos en desarrollar su interpre-

tación «histórica». Mi lucha es tan sólo con aquellos que en la prác-

tica niegan la paternidad divina de la palabra sagrada, al afirmar que

su comprensión de la misma constituye el límite de su extensión, y

21. Ver, p. ej., capítulo 9 y Apéndice I, nota C.

131

que agota su significado. Y El Príncipe que ha de Venir es una aplas-

tante réplica al sistema que se atreve a escribir cumplida a través de

la página profética. «Lo que realmente está aquí en juego -repito de

nuevo-, es el carácter y el valor de la Biblia». El doctor Guinness

afirma que las visiones apocalípticas han sido cumplidas en los

sucesos de la era cristiana. Le tomo en este punto y los ensayo por

una referencia a la visión del capítulo 6. ¿Ha sido ésta cumplida,

como de hecho él insiste en que así ha sido? La cuestión es vital,

porque si esta visión espera aún su cumplimiento, ello será también

cierto de las profecías que la siguen. Que el lector lo decida por sí

mismo, después de haber estudiado los versículos finales del

capítulo, que finalizan con las palabras, «PORQUE EL GRAN DÍA

DE SU IRA HA LLEGADO: ¿y quién podrá sostenerse en pie?»

Los antiguos profetas hebreos fueron inspirados por Dios para

describir los terrores del «gran día de Su ira» y el Espíritu Santo ha

reproducido aquí sus propias palabras.22

La Biblia no contiene

palabras más terribles en su solemnidad y llaneza. Pero así como el

abogado escribe «agotado» sobre un estatuto cuyo propósito ha sido

satisfecho, así estos hombres quisieran enseñarnos a escribir

«cumplido» sobre la sagrada página. Ciertamente, nos dicen ellos, la

visión no significa ¡nada más que la predicción de la derrota

infringida sobre las hordas paganas por Constantino!23

Hablar de esta

manera es acercarse peligrosamente al pecado del que «quita de las

palabras del libro de esta profecía». Pero cuando nuestros pensamien-

tos se vuelven a estos maestros mismos, nos refrenamos al recordar

su piedad y celo, porque «su alabanza está en todas las iglesias».

Olvidémonos, pues, de todos los pensamientos acerca de los

hombres, y examinemos el sistema que ellos abogan y apoyan. No se

debería hacer caso de ninguna apelación a nombres honorables.

Nombres igual de honorables, y cientos de veces más numerosos,

podrían ser citados en defensa de algunos de los errores más crasos

que corrompen la fe de la cristiandad. ¿Cuál pues –pregunto- deberá

ser nuestro juicio de un sistema de interpretación que así blasfema al

22. Cp. Is. 13:9, 10 y Jl. 2:31; 3:15; ver también Sof. 1:14, 15.

23. Ver pp. 71-72, y especialmente la cita del deán Alford.

Dios de verdad al exponer las más terribles advertencias de las

Escrituras como desenfrenadas exageraciones de un tipo que no iría

lejos de la falsedad?

Si se arguye que los sucesos de hace quince siglos, o de alguna

otra época de la dispensación cristiana, estaban dentro del campo de

la profecía, podemos considerar la sugerencia sobre sus méritos; pero

cuando se nos dice que la profecía fue así cumplida, no podemos

parlamentar en absoluto con una enseñanza tal. Es una pura

frivolización de las Escrituras. Y más que esto, choca con la gran

verdad fundamental del cristianismo. Si el día de la ira ya ha venido,

entonces el día de la gracia ha pasado ya, y el Evangelio de la gracia

ya no es más un mensaje divino a la humanidad. Suponer que el día

de la ira puede ser un episodio en la dispensación de la gracia es

mostrar ignorancia de la gracia y provocar desprecio de la ira de

Dios. La gracia de Dios en este día de gracia sobrepasa al pensa-

miento humano; su ira en el día de la ira no será menos divina. La

apertura del sexto sello introduce el amanecer de aquel terrible día;

las visiones del séptimo sello desarrollan su terror más allá de toda

descripción. Pero se nos dice que el derramamiento de las copas, las

«siete plagas, las últimas, porque en ellas se consumaba el furor de

Dios»,24

se está efectuando ahora. Por lo tanto, ¡el pecador puede

consolarse con el conocimiento de que la ira divina es tan sólo un

trueno de teatro que, en un mundo ocupado y práctico, puede ser

ignorado con tranquilidad!.25

En el texto llamé la atención a la afirmación del doctor Guinness de

que «desde la orden, que ya se estaba aproximando, de restaurar y

construir Jerusalén de nuevo, hasta la venida del Mesías Príncipe,

tenía que haber setenta semanas»; y yo, añadía, «este es un ejemplo

típico de la dejadez con que la escuela histórica trata las Escrituras».

De este, y de otros errores que había señalado, la única defensa que él

ofrece es que «expresiones no estrictamente correctas, y, no obstante

legítimas, debido a que son evidentemente elípticas, se emplean por

24. Ap. 15:1.

25. Es sólo debido a su casi inconcebible tontez que esta enseñanza puede

escapar de la acusación de profanidad.

132

motivo de brevedad». No puedo concebir cómo se puede conseguir

ninguna brevedad con el uso de la palabra «setenta» en lugar de

«sesenta y nueve». Aquella afirmación es una llana perversión de las

Escrituras, hechas inconscientemente, sin duda alguna, para concor-

dar con las exigencias de un sistema falso de interpretación. La profe-

cía declara de una manera clara que el período «hasta el Mesías

Príncipe» había de ser de sesenta y nueve semanas, dejando a la sep-

tuagésima semana para después de la época especificada; pero el

sistema del doctor Guinness no puede dar ninguna explicación razo-

nable de la septuagésima semana y, así, inconsciente, repito, él evita

la dificultad leyendo mal el pasaje. Insístase en su lectura correcta y

en que se expliquen los últimos siete años del período profético, y su

interpretación de la visión queda denunciada y refutada en el acto.

Cuando el lenguaje de las Escrituras se trata de una manera tan

laxa por parte de este autor, nadie debería sorprenderse si mis

palabras sufrieran en sus manos. El autor citado es totalmente

incapaz de distorsionar deliberadamente, y a pesar de ello su arrai-

gado hábito de hablar de manera inexacta le ha llevado a leer al revés

El Príncipe que ha de Venir en casi cada punto en que lo cita.26

26. Por ejemplo, actúa de manera vehemente al denunciar mi afirmación de que

«todos los intérpretes cristianos concuerdan» en reconocer un paréntesis en la

visión profética de Daniel de las Bestias. Indudablemente, él leyó el pasaje como si

yo hubiera hablado en él de la caída del Imperio Romano, y no de su

«surgimiento»; porque esta afirmación es indiscutiblemente cierta, y él mismo está

dentro del número de los «intérpretes cristianos» que concuerdan en ello.

Aquí tenemos otro espécimen. Con referencia a la cuestión de los diez reinos, él

dice que, «el doctor Anderson y otros autores futuristas... enseñan:

1) que los diez cuernos no han surgido todavía;

2) que cuando surjan cinco de ellos lo harán en territorio griego, y cinco tan sólo en

el romano; y que cuando al final se desarrollen,

3) al cabo de una discontinuidad de 1400 años de los que la profecía no tiene

ninguna noticia, y

4) durarán por tres años y medio» (p. 737).

He numerado estas frases para poder recordar brevemente al lector inteligente que,

excepto la número (1), todo lo que se me atribuye está en llana oposición a algunas

de las afirmaciones más llanas de mi libro. De la misma manera me atribuye a mí la

invención de que el Anticristo se verá limitado a un curso de tres años y medio. ¡En

El hecho es que él solamente conoce dos escuelas de interpretación

profética, la futurista y la suya propia; y por ello parece incapaz in-

cluso de comprender un libro que constituye una protesta en contra

de la estrechez de unos, y la mezcla de estrechez y de desenfreno de

los otros. Pero las referencias personales son indignas del autor y del

asunto. Paso a tratar de los únicos puntos de su crítica que son de

interés o de importancia general; me refiero a la predicha división de

la tierra romana, y a las relaciones entre el Anticristo y la Iglesia

apóstata.

Mi afirmación era: «La división de la tierra romana en diez reinos no

ha tenido nunca lugar todavía. Que ha sido fragmentada es un claro

asunto de la historia y de hecho; que nunca haya sido dividida en diez

es una mera invención de los escritores de esta escuela».

«Una afirmación asombrosamente descuidada» es la calificación

que recibe del doctor Guinness, y a pesar de ello, no tenemos sino

algunas ocasiones me he llegado a preguntar si es que él se ha leído en absoluto El

Príncipe que ha de Venir.

Una palabra con respecto a sus observaciones referentes a mi título. Naturalmente,

estoy consciente de que en el hebreo de Dn. 9:26 no está el artículo, pero no me

extravío por la inferencia que él deduce de su omisión. Si se hubiera utilizado el

artículo, el príncipe mencionado hubiera sido claramente «el Mesías Príncipe» del

versículo 25. En inglés el artículo no tiene esta función, y, por lo tanto, ha sido

correctamente interpuesto, como tanto los traductores como los revisores lo han

reconocido. Aquí señala el doctor Tregelles: «Esta destrucción es llevada a cabo

por un cierto pueblo, no por el príncipe que ha de venir, sino por su pueblo: esto

nos lleva, creo yo, a los romanos como últimos detentadores del poder gentil

indiviso; ellos efectuaron la destrucción hace largo tiempo. El príncipe que vendrá

es la última cabeza del poder romano, la persona acerca de la cual Daniel recibió

tanta información.» Tal es la preeminencia de este gran líder que es incluido

juntamente con el Señor mismo en esta profecía, y el pueblo del Imperio Romano

es descrito como siendo su pueblo. Y, a pesar de esto, ¡Mr. Guinness cree que es

Tito el aquí mencionado! Realmente, ya han pasado los días en que se discutían

sugerencias así.

Me resta señalar aquí que la traducción de Dn. 9:27 en la versión revisada en inglés

se libra de la falsedad de que fuera el Mesías el que hiciera un pacto de siete años

con los judíos. El hacer cesar el sacrificio no constituye un incidente a la mitad de

la «semana», sino una violación del tratado «durante la media semana».

133

que girar la página para hallar de su propia pluma la admisión más

llana de su verdad. Se tiene que tener presente -dice él- que los diez

reinos deben buscarse «solamente en el territorio al oeste de

Grecia». Y, si estamos listos para aceptar su teoría, encontraremos

que, después de hacerle grandes concesiones con respecto a las

fronteras, que en esta porción, que es proféticamente la mitad menos

importante de la tierra romana, «la cantidad de reinos de la

comunidad europea ha sido, generalmente, de un promedio de diez».

El doctor Guinness da unas doce listas —y nos dice que tiene unas

cien más en reserva— para demostrar que, con una inestabilidad y

vaguedad digna de un caleidoscopio, o, para citar sus propias

palabras, «entre crecientes, y casi innumerables, fluctuaciones, los

reinos de la Europa moderna han sido desde su nacimiento hasta

nuestros días, siempre unos diez como promedio». «Unos diez como

promedio», notémoslo, aunque la profecía específica diez con una

llaneza que viene a ser absoluta por su mención de un undécimo rey

surgiendo y sometiendo a tres de ellos. Y ¡la «Europa moderna»,

también! El celo por la causa protestante parece cegar a estos

hombres ante las afirmaciones más claras de las Escrituras. Jerusalén,

y no Roma, es el centro de las profecías divinas y de los tratos de

Dios con Su pueblo; y el intento de explicar las visiones de Daniel

por medio de un sistema que ignora completamente la ciudad y el

pueblo de Daniel hace violencia a los rudimentos mismos de la ense-

ñanza profética. Este jactancioso sistema de interpretación, que lee

«Europa moderna» en lugar de la tierra profética es, repito, una

«mera invención de los escritores de esta escuela». Primero, ellos

minimizan y violentan el lenguaje de la profecía, y a continuación

exageran y distorsionan los hechos de la historia a fin de armonizarlo

con su desordenada lectura. «¿Pueden ellos —nos demanda el doctor

Guinness—, alterar o añadir a esta lista de diez grandes reinos que

ocupan ahora la esfera de la antigua Roma? —Italia, Austria, Suiza,

Francia, Alemania, Inglaterra, Holanda, Bélgica, España y Portugal.

¡Diez, y no más! ¡Diez, y no menos!» Mi respuesta es: Sí, podemos

tanto alterarla como añadirle. La lista incluye territorios que nunca

estuvieron dentro de «la esfera de la antigua Roma» en absoluto, y

omite, además, cerca de la mitad del territorio.

Esto ya es de por sí bastante malo, pero no es todo. Porque si

aceptamos sus afirmaciones, e intentamos interpretar el capítulo 13

de Apocalipsis mediante ellas, en el acto cambia su terreno y protesta

en contra de nuestra enumeración de «naciones protestantes» entre

los diez cuernos. Nos dice que «cronológicamente están fuera de esta

cuestión». Aquí está el lenguaje de esta visión con respecto al

Anticristo: «También se le dio autoridad sobre toda tribu, pueblo,

lengua y nación. Y la adorarán todos los moradores de la tierra cu-

yos nombres no están escritos... es el libro de la vida».27

¿Qué

significan estas palabras tan superlativamente definidas y solemnes?

Nada más, nos dice él, que «a lo largo de la Edad Oscura», y «antes

del surgimiento del Protestantismo», el Catolicismo Romano debería

prevalecer en la mitad occidental del Imperio Romano. Esto, él nos

declara, es «el cumplimiento de la predicción». A esto él le llama

«explicar» las Escrituras. ¡La mayor parte de la gente diría que esto

es echarlas a un lado¡

Ahora llegamos al último punto. «Nuestros críticos mantienen –escri-

be el doctor Guinness-, que Babilonia sigue su curso, y que es des-

truida por los diez cuernos, que a continuación hacen un acuerdo y

dan su poder al Anticristo, o a la Bestia. Esto es, ellos mantienen que

el reinado de Cristo sigue a la destrucción de Babilonia por los diez

cuernos.»

El fundamento de esta afirmación deberá encontrarse en las propias

elucubraciones del autor, porque nada que se parezca a ello se hallará

en las páginas que él critica; y una mención similar se aplica a sus

referencias a El Príncipe que ha de Venir en los párrafos que siguen.

No aludiré a ellos en detalle, pero en unas pocas líneas rebatiré la

posición que él trata de defender.

Hemos llegado ahora al capítulo 17 de Apocalipsis. Su argumento es

éste: la octava cabeza de la Bestia tiene que ser una dinastía; la Bestia

lleva a la Mujer; la Mujer es la Iglesia de Roma. Por lo tanto, la

dinastía simbolizada por la octava cabeza tiene que haber durado

tanto como la Iglesia de Roma; y así la interpretación protestante

27. Ap. 13:7, 8.

134

queda fundamentada «sobre unos fundamentos que no pueden ser

sacudidos».

No vale realmente la pena hacer una pausa aquí para mostrar lo

gratuitas que son algunas de las asunciones que aquí se implican.

Aceptémoslas todas, por amor del argumento, y ¿qué pasa con todo

esto? En primer lugar, que el doctor Guinness se queda enredado en

la clara falacia contra la que le advertí en la página 121 de este

volumen. La Mujer es destruida por la Bestia. ¿Cómo va él a separar

al Papa de la Iglesia apóstata de la cual él es la cabeza y que, según la

«interpretación protestante» dejaría de ser la Iglesia apóstata si él de-

jara de ser reconocido como la cabeza?

El historicista tiene que hacer en este punto su elección entre la

Mujer y la Bestia. Son distintos a lo largo de toda la visión, y están

en directo antagonismo al final. Si la Ramera representa a la Iglesia

de Roma, su sistema no da ninguna explicación a lo que sea la Bestia:

ignora por completo la figura principal en la profecía, y la cacareada

«base» de la pretendida «interpretación protestante» se desvanece en

el aire. O, si él toma refugio en la otra alternativa, y mantiene que la

Bestia simboliza a la Iglesia apóstata, se queda sin explicar a la

Ramera. Y se olvida, además, que la Bestia aparece en la visión de

Daniel en relación con Jerusalén y Judá. Supóngase que admitié-

semos todo lo que dice, ¿en dónde quedaría? Simplemente, una

insistencia en que «los cumplimientos embrionarios y germinales» de

estas profecías «a lo largo de muchas edades» (cito aquí de nuevo las

palabras de Lord Bacon) son más plenos y claros que lo que sus

críticos quisieran admitir, o que lo que los hechos de la historia per-

mitirán. La verdad continúa siendo llanamente que «la culminación o

plenitud de ellas» pertenece a una edad por venir, cuando Judá habrá

sido recogido de nuevo en la Tierra Prometida, y cuando la luz de la

profecía que ahora descansa débil sobre Roma volverá a enfocarse

sobre Jerusalén. Es indudable que la popularidad del sistema histó-

rico es debida a la llamada que hace al «espíritu protestante». Pero es

bien cierto que nos podemos permitir el ser «sensatos y justos en

nuestras denuncias de la Iglesia de Roma. ¿Quién puede dejar de

percibir el crecimiento del movimiento anticristiano que pronto

puede hacer que saludemos en el devoto católico a un aliado? Para

los tales, la Biblia, aunque descuidada, es todavía aceptada como

sagrada, como palabra inspirada de Dios; y nuestro divino Señor es

reverenciado y adorado, a pesar de que la verdad de Su divinidad

queda oscurecida por el error y la superstición. Apelo aquí a la carta

Encíclica del Papa del 18 de noviembre de 1893, acerca del estudio

de las Sagradas Escrituras. Lo que sigue es un extracto de ella:

Deseamos fervientemente que un mayor número de personas de los

fieles se dedicase a la defensa de los escritos santos, y que se

dediquen a ello con constancia; y, sobre todo, deseamos que aquellos

que han recibido Órdenes Sagradas por la gracia de Dios se

dedicasen diariamente, más estrictamente y con más claro celo a

leer, meditar, y explicar las Escrituras. Nada hay que sea más

apropiado a su estado. Además de la excelencia de tal conocimiento

y la obediencia debida a la palabra de Dios, otro motivo nos impulsa

a creer que se debería aconsejar el estudio de las Escrituras. Este es

el de la ventaja abundante que fluye de ello, y de lo cual tenemos la

garantía en las palabras de la Santa Escritura: «Toda Escritura es

inspirada por Dios y útil para enseñar, para redargüir, para

corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea

eternamente apto, bien pertrechado para toda buena obra.»28

Es con

este propósito que Dios dio las Escrituras al hombre; los ejemplos de

nuestro Señor Jesucristo y de Sus apóstoles lo muestran. Jesús

mismo acostumbraba a apelar a los santos escritos en testimonio de

Su misión divina.

Ciertamente, aquí tenemos, por lo menos, en un cierto sentido, el

terreno para una fe común, por lo que respecta a cristianos individua-

les, que podría ser reconocida como un lazo de hermandad; pero un

abismo infranqueable nos divide del ejército en constante incremento

de pretendidos protestantes que niegan la Deidad de Cristo y la inspi-

ración de las Escrituras. Estos tienen su verdadero lugar en el gran

ejército de la incredulidad que al final se unirá bajo la bandera del

Anticristo.

28. 2a Ti. 3:16-17.

135

Hago esta afirmación, no en defensa del papado, sino de la Biblia.

Si alguien puede señalar un solo pasaje de las Escrituras que se

relacione con el Anticristo, sea en el Antiguo o en el Nuevo

Testamento, y que pueda, sin retorcerlo, y sin echar a un lado el

significado de las palabras, hallar su cumplimiento en el papado, me

retractaré públicamente, y confesaré mi error. Tómese 2a de

Tesalonicenses 2:4 como un ejemplo del resto. El «hombre de

pecado» «se opone y se exalta sobre todo lo que se llama Dios o es

objeto de culto; tanto que se sienta en el santuario de Dios como

Dios, haciéndose pasar por Dios». Esto significa, meramente, que en

ciertas ocasiones el asiento del Papa es levantado por encima del

nivel del altar ¡donde se guarda «la hostia sagrada»! Tales

afirmaciones -no me importa qué nombres puedan ser citados en su

favor- son un insulto a nuestra inteligencia y un ultraje sobre la

Palabra de Dios.29

29. La referencia al Templo se explica por Dn. 9:27, 12:11, y Mt. 24:15. Estos

maestros nos piden que creamos que, mientras que la iglesia romana es la Bestia y

la Ramera y cualquier cosa que es corrompida e infame en la cristiandad apóstata, a

pesar de ello, San Pedro, el gran lugar santo central de la apostasía, es reconocido

por Dios como siendo el Templo de Dios. Al sacrificio de la misma lo denuncian

como idolátrico y blasfemo, y a pesar de ello, ¡hemos de suponer que la Sagrada

Escritura se refiere a él como representando todo lo que hay divino sobre la tierra!

Las palabras sagradas admiten tan sólo un significado, cual es que el Anticristo,

reclamando que él mismo es divino, suprimirá toda adoración rendida ante

cualquier otro dios.

Tales son las desenfrenadas extravagancias y puerilidades de interpretación y de

predicción que estropean los escritos de estos escritores, que se ha llegado a

considerar a estas visiones, que deberían inspirar reverencia y maravilla, como

«principales objetos de ridículo» —la especialidad de místicos y de chiflados.

¡Cuán grande es la, necesidad de un esfuerzo unido y sostenido para poder rescatar

este estudio del desprecio en el que ha caído!

Cada una de las escuelas reconocidas de interpretación tiene verdades que las

escuelas rivales niegan. Una nueva era amanecería si los cristianos se volvieran de

todas estas escuelas —Preterista, Historicista y Futurista— y aprendiesen a leer las

profecías como leen las otras Escrituras: como constituyendo la palabra de Aquél

que es, que era, y que ha de venir, nuestro Jehová Dios, para quien el presente, el

pasado y el futuro son tan sólo un «eterno ahora».

Tenemos de nuevo, en el versículo 9, la venida del «Inicuo», de la

que se dice que «su advenimiento es por la actuación de Satanás, con

todo poder, y señales, y prodigios mentirosos». Estas palabras son

explicadas por la visión de la Bestia en el capítulo 13 del Apoca-

lipsis, que declara que «el dragón le dio su poder y su trono, y gran

autoridad». Y tenemos de los mismos labios de nuestro Señor la

advertencia de que «las grandes señales y prodigios», que así serán

efectuadas por el poder satánico serán de tal naturaleza como para

«engañar, si fuera posible, aun a los escogidos»30

En una palabra, el

terrible y misterioso poder de Satanás será atraído sobre la cristian-

dad con un efecto tan terrible que el intelecto humano será completa-

mente confundido. El agnosticismo y la incredulidad capitularán en

presencia de la abrumadora prueba de que hay agencias sobrenatu-

rales a la obra. Y si la fe misma, dada divinamente, se mantendrá

firme ante la prueba, es tan sólo porque es imposible que Dios

permita que Sus elegidos perezcan.

Cuando demandamos el significado de esto, se nos da como

respuesta: «el papado». Pero preguntamos nosotros: «¿Dónde están

las grandes señales y los prodigios del sistema papal? Y como

respuesta se nos señala su ritualismo, su ceremonialismo, y los bien

conocidos trucos clericales, que constituyen su principal artículo de

muestra. ¡Como si hubiera algo en todo eso para engañar a los

elegidos de Dios! Ya tan sólo tomando la baja base del mero protes-

tantismo, es cosa notoria que aquí en Inglaterra nadie ha sido atra-

pado en las trampas de Roma excepto aquellos que ya se habían

quedado enervados en el sacerdotalismo y en la superstición dentro

de la comunión que abandonan. Y no es cosa menos notoria que, en

los países católico-romanos, la mayor parte de los hombres mantie-

nen hacia ella una actitud de indiferencia, ya benevolente o despre-

ciativa. Además, recordando que los seguidores de la Bestia son

condenados a una destrucción sin esperanza y sin fin, deseamos

inquirir si ello es la suerte cierta de cada católico-romano.

30. Mt. 24:24.

136

En absoluto, se nos asegura; porque a pesar de las maldades y

errores de la Iglesia Romana, algunos dentro de su círculo quedan

contados dentro del número de los «elegidos de Dios».

Entonces, ¿a qué conclusión hemos de llegar? ¿Tenemos que

aceptar como un canon de interpretación el que la Escritura nunca

significa lo que dice? ¿Tenemos que mantener que su lenguaje es tan

laxo y poco confiable como para llegar a ser prácticamente falso?

Repudiamos esta profana sugerencia; y, adoptando la única

alternativa posible, afirmamos confiadamente que todas estas

palabras solemnes aguardan aún su cumplimiento. En una palabra,

quedamos encerrados en la conclusión de QUE EL ANTICRISTO

TODAVÍA TIENE QUE VENIR.