el pobre de asis

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  • 8/8/2019 El Pobre de Asis

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    En El pobre de Ass, la ltima obra que escribi

    Kazanttakis antes de su muerte, se recrea la vida de

    san Francisco de Ass a travs del relato del hermano

    Len, un compaero en su recorrido por los caminos de

    la tierra. Gracias a l asistimos al peregrinaje de

    san Francisco, de monasterio en monasterio, de aldea

    en aldea, de desierto en desierto, en busca de Dios.

    Francisco libra una terrible batalla entre la santidad

    y la humanidad, de la que saldr victorioso gracias al

    espritu, gracias al amor. "Slo existe un amor

    siempre el mismo, sea cual fuere su objeto: una mujer,

    un hijo, una madre, la patria, una idea, Nos."

    Nikos Kazantzakis naci en la isla de Creta en 1883.

    tuvo una vida azarosa; se licencl en Derecho, fue monjeen el monasterio de Athos, ministro de su pas,

    revolucionario, director de un departamento de la Unesco

    y un gran escritor. Fue uno de los ms grandes

    novelistas griegos contemporneos y sin duda, el ms

    famoso Internacionalmente. Sus obras han sido llevadas

    al cine, medio en el que han logrado un notable xito,

    como la Inolvidable Zorba el griego y la polmica La

    ltima tentacin de Cristo.

    El

    pobre

    de Ass

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    NikosKazantzakis

    SALVA

    T

    Diseo de cubierta: Ferran Cartes/Montse

    Plass Traduccin: Emique Pezzoni

    Al Doctor Albert

    Schweitzer, el San

    Francisco de Ass de

    nuestro tiempo.

    K

    .

    1995 Salvat Editores, S.A. (Para la presente

    edicin) Helena Kazantzakis De la versin

    castellana, Carlos Lohl 1989 Editorial Debate

    ISBN: 84-345-9042-5 (Obra completa) ISBN: 84-

    345-9111-1 (Volumen 68) Depsito Legal: B-

    37853-1995 Publicado por Salvat Editores,

    S.A., Barcelona

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    Impreso por CAYFOSA. Noviembre1995Printed in Spain - Impreso en

    Espaa

    INTRODUCCI

    N

    Recuerdas, padre Francisco, a este indigno que hoy toma la pluma para escribirtus hechos y tus gestos? Yo era un mendigo humilde y feo el da de nuestro

    primer encuentro. Humilde y feo, hirsuto el pelo de la nuca a las cejas,

    cubierto el rostro de barba, temerosa la mirada. En vez de hablar, balaba como

    un cordero. Y t, para burlarte de mi fealdad y mi humildad, me apodaste

    hermano Len. Pero cuando te cont mi vida, te echaste a llorar y me dijiste,

    atrayndome a tus brazos:

    -Perdona que me haya burlado de ti Ilamndote len; porque ahora veo que eres

    un verdadero len, y lo que persigues slo un len verdadero podra

    perseguirlo.

    Yo iba de monasterio en monasterio, de aldea en aldea, de desierto en desierto,

    en busca de Dios. No me cas, no tuve hijos porque buscaba a Dios. Olvid comer

    el mendrugo de pan y el puado de aceitunas que me daban porque iba en busca

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    deDios.Tena seca la garganta a fuerza de pedir, hinchados los pies a fuerza de

    caminar. Me cans de llamar a las puertas para mendigar, primero mi pan, despus

    una palabra de bondad, al fin la salvacin. Todo el mundo se burlaba de m y me

    llamaba simple de espritu. Me zarandeaban, me expulsaban, ya no poda ms.

    Aprend a blasfemar. Despus de todo, soy un hombre; estaba cansado de caminar,

    de tener hambre y fro, de llamar a las puertas del cielo sin recibir nunca

    respuesta. Una noche, en el colmo de la desesperacin, Dios me tom de la mano.

    Padre Francisco, tambin a ti te haba tomado de la mano, y as nos encontramos.

    Y ahora, sentado ante el ventanuco de mi celda, miro las nubes primaverales. En

    el patio del claustro, el cielo est bajo; llueve suavemente; la tierra huele

    bien. Los limoneros estn floridos, a lo lejos canta un cuclillo. Todas lasflores ren, porque Dios se ha hecho lluvia y llueve sobre el mundo. Qu

    dulzura, Seor, qu felicidad! Cmo se confunden la lluvia y la tierra, el olor

    del estircol y el del limonero, con el corazn del hombre! En verdad, el hombre

    es de tierra y por eso se regocija tanto como ella con esa tranquila y

    acariciadora lluvia de primavera. El agua del cielo riega mi corazn que se

    hiende para que crezca en l un retoo y surjas t, padre Francisco.

    Padre Francisco, en mi florece la tierra toda, ascienden los recuerdos, la

    rueda del tiempo se mueve hacia atrs y as resucitan las horas santas en que

    recorramos juntos los caminos de la tierra, t al frente y yo pisando tus

    huellas, en el terror.

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    Recuerdas nuestro primer encuentro? Fue una noche de agosto. Acababa de

    llegar a Ass, la famosa. Haba luna llena, el hambre me haca vacilar...

    Muchas veces -a Dios se lo agradezco- haba gozado de la noble ciudad, pero esa

    noche me pareci

    diferente, irreconocible. Casas, iglesias, torreones, ciudadela, bogaban bajo

    un cielo malva, en medio de un mar de leche.

    Cuando entr, hacia el crepsculo, por la nueva puerta de San Pedro, una luna

    perfectamente redonda se levantaba, roja, pacfica como un sol amable, y

    difunda su luz en cascadas silenciosas desde la fortificacin de la Rocca hasta

    los techados de las casas y los campanarios, transformando las callejas en

    arroyos y haciendo desbordar de leche los zanjones. Los rostros de los hombres

    resplandecan, como iluminados por el pensamiento de Dios. Transportado, me

    detuve e hice la seal de la cruz, preguntndome si era sa, en verdad, laciudad de Ass, la ciudad de las casas, los campananos y los hombres, o si haba

    entrado, antes de morir, en el Paraso.

    Tend las manos: se llenaron de luna, una luna compacta y dulce como la miel.

    Sent sobre los labios y las sienes la gracia de Dios que flua. Entonces

    comprend: "Un santo ha pasado por aqu", exclam, "estoy seguro, respiro su

    olor en el ai re".

    Sub por callejas estrechas y tortuosas, chapoteando en el claro de luna, hasta

    la plaza de San Justo. Era un sbado, haba all mucha gente, se oan voces

    cascadas,

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    canciones, aires de mandolina. El olor mareante de los pescados que se frean,

    el de la carne que se asaba sobre las brasas se mezclaban con los perfumes del

    jazmn y de las rosas. El hambre me atormentaba las entraas. Me acerqu a un

    grupo.

    -Buenas gentes -les dije-, habra alguien aqu, en Ass, la famosa, que

    pudiera darme limosna? Tengo hambre y sueo, pero no he de quedarme: maana

    partir.

    Me observaron de la cabeza a los pies y empezaron a burlarse: -Y quin

    eres t, hermoso joven? Acrcate un poco, que te admiremos... -Quiz sea

    Cristo -dije entonces para asustarlos-. A veces desciende a la

    tierra con figura de

    mendigo.

    -Un buen consejo, desdichado: no se te ocurra repetir lo que acabas de decir.

    No juegues al aguafiestas, sigue bien tu camino. Si no, cuantos estamos aqu

    te atraparemos y te crucificaremos!

    Se echaron de nuevo a rer. Sin embargo, el ms joven de ellos se compadeci dem:

    -Acude a Francisco, el que llaman "cesta agujereada", el hijo de Pedro

    Bernardonc. El site dar limosna. Tienes suerte. Ayer mismo volvi de Spoleta.

    Slo debes ir en su busca.

    Entonces intervino un mocetn con cara de rata y tez olivcea. Se llamaba

    Sabattino. Aos despus volvimos a encontrarnos, cuando tambin l se hizo

    compaero de Francisco: juntos, descalzos, recorrimos muchas veces los caminos

    de la tierra.

    Esa noche, al or el nombre de Francisco, se puso a cloquear malignamente:

    -Se march a Spoleta, empenachado y pimpeante en su coraza de oro... Era para

    cubrirse de gloria, hacerse armar caballero y volver en seguida para pavonearse

    ante nosotros, como un gallo. Pero Dios es justo: lo hiri en plena frente y

    nuestro

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    valient

    eregres a su casa no como un gallo, sino como un polluelo desplumado. Dio

    un salto y batiendo las palmas agreg con una risa estpida: -Si hasta han

    hecho una cancin sobre l! Vamos todos, en coro! Se pusieron a cantar a

    grito pelado, llevando el comps con palmadas:

    A Spoleta se march en

    busca de su armadura; de

    Spoleta regres tal como

    lo hizo natura...

    La vista de la carne y el vino me hizo desfallecer; tuve que apoyarme contra la

    puerta.

    -

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    Despu5ira a entibiarme en los brazos de una viuda, porque tengo odo que no hay

    calor m~ suave que el de una viuda. Mejor que un brasero!"

    Caminaba rpidamente, para tener menos fro, corra para escapar a la tentacir

    de la came asada y las viudas... As llegu a las alturas de la ciudadela, la

    clebre Rocca. Las altivas murallas estaban en ruinas, las puertas calcinadas.

    Slo dos torre~ agrietadas subsistan, y ya la hierba silvestre creca en los

    intersticios de las piedras Pocos aos antes, el pueblo se haba sublevado. Sin

    poder soportar ya la tirana dt los seores, se haba lanzado contra ese nido

    de gavilanes para saquearlo. Yo querh recorrerlo para alegrarme hasta hartarme

    de la desgracia de los grandes. Ellos habiat bebido bien, haban comido bien!

    Ahora nos tocaba a nosotros! Pero soplaba un vient glacial y tena fro. De

    modo que baj a la carrera.

    En las casas, las luces se haban apagado y todo el mundo roncaba despus de h

    pitanza. Esos pinges burgueses haban encontrado en la tierra a un Dios

    conform a sus deseos, a la talla del Hombre, que no prohiba ni las mujeres, ni

    los nios, n la buena vida; mientras que yo, imbcil de m, recorra las calles

    de Ass implorand al cielo, descalzo, famlico, castaeteando los dientes.

    Blasfemaba y rezaba sucesiva mente para calentarme cuando, hacia medianoche,

    cerca de la iglesia del obispado o sonar guitarras y lades. Me acerqu en

    puntas de pie y me ocult en un prtico Frente a la casa del conde Scifi vi

    entonces a seis o cinco adolescentes que daban um serenata. Uno de ellos, de

    baja estatura, una gran pluma en el sombrero, tenso

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    el cue lo, fija la mirada en una ventana con rejas, cruzados los brazos sobre

    el pecho, canta ba... Los dems, evidentemente bajo el hechizo de su voz, lo

    acompaaban con su Instrumentos. Qu voz, Dios mo, qu dulzura, qu pasin!

    Mandato y rezo a la vez No recuerdo ya las palabras de su cancin para

    transcribiras aqu, pero s que hablab~ de una blanca paloma perseguida por un

    gaviln y de un joven que llamaba a la paloma ofrecindole el refugio de su

    pecho. Cantaba en voz baja, como temiendo desperta a la muchacha que deba de

    dormir tras la ventana enrejada. El espectculo me conmo vi y los ojos se me

    llenaron de lgrimas. Cundo, dnde haba odo yo esa voz, esa dulzura en el

    mandato y la plegaria? Cundo, dnde haba odo yo esa llamada? La paloma que

    gritaba de terror, el gaviln que la persegua con chillidos penetrantes y, muy

    lejana, la voz de la Salvacin...

    Los jvenes se colgaron en bandolera las guitarras y, disponindose a partir,

    se dirigieron al que haba cantado:

    -Eh, Francisco! Qu esperas? No ha llegado el momento de que la princesita

    abra su ventana para arrojarte la rosa!

    Pero el cantante no respondi y se volvi hacia la plaza desde la cual suban

    los cantos de las tabernas, todava an abiertas.

    Fue entonces cuando, en el temor de perderlo, me precipit hacia l. Porque

    sbitamente lo haba sentido: la paloma no era otra que mi alma, y el gaviln

    era el diablo, y ese joven, el pecho en que deba encontrar mi refugio. Su

    cuerpo exhalaba un olor de miel, de cera, de rosa. Comprend; era el olor de la

    santidad, ese mismo olor

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    que sube de las reliquias de un santo cuando se abre su relicario de plata. Me

    quit la capa acribillada de agujeros y cubr con ella la tierra para que

    Francisco la pisara. Se volvi, me mir y sonri:

    -Por qu? -pregunt en voz

    baja.-No lo s, mi joven seor. Por si sola, la capa ha abandonado mis hombros y se

    ha tendido en el suelo, bajo tus pies.

    Su sonrisa se extingui. Suspir y, despus de una ligera vacilacin, se

    inclin hacia mi, turbado:

    -Has visto alguna seal en el

    aire?-No lo s, mi joven seor. Todo es seal: mi hambre, este claro de luna, tu

    voz... Si continas preguntndome, estallar en sollozos.

    Entonces repiti en un susurro: "Todo es seal", y mir a su alrededor con

    inquietud. Despus tendi la mano hacia mi y movi los labios, como si todavahubiese querido interrogarme, pero pareci no resolverse. Dio un paso hacia m

    y me inclin para escuchar lo que iba a decirme. Entonces sent su aliento

    vinoso en mi cara.

    -Nada... -dijo irritado-. No me mires as. No tengo nada que decirte.

    Apret el paso. -Ven conmigo. Lo segu. Estaba vestido de seda, una larga

    pluma roja adornaba su toca

    de terciopelo y un clavel floreca en su oreja. "Este es uno que no busca a

    Dios", pens; "su alma est hundida en su carne". De pronto le tuve lstima. Le

    toqu el codo.

    -Perdname, mi joven seor, pero quisiera hacerte una pregunta. T comes,

    bebes, te vistes de seda, cantas bajo las ventanas.., en fin, tu vida es una

    verdadera fiesta... Pero, no te falta algo?

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    El joven se volvibruscamente.

    -Nada me falta! -respondi, irritado-. Por qu me preguntas eso? No me gusta

    que me interroguen.

    Sent un nudo en la garganta. -Porque tengo

    lstima de ti, mi joven seor. Alz

    orgullosamente la cabeza:

    -Lstima de m! -dijo, echndose a rer-.

    T?Despus, bajando el tono: -Por qu tienes lstima de mi2

    -pregunt con voz anhelante. Se inclin y me mir en los ojos.

    -Quin eres bajo tus harapos de mendigo? Quin?

    Despus, alzando nuevamente la voz: -Habla! Di la

    verdad! Alguien te ha enviado? Quin? Y al no

    recibir respuesta:

    -No me falta de nada! -grit, golpeando el suelo con el pie-. No quiero que me

    compadezcan. Quiero que me envidien. No! No ile falta nada! Baj la cabeza y

    call. Despus de una pausa breve:

    -El cielo est demasiado alto, no puedo alcanzarlo. La tierra es buena y

    hermosa. Y est muy cerca, adems...

    -Nada est ms cerca de nosotros que el cielo. La tierra est bajo nuestros

    pies y caminamos sobre ella, pero el cielo est en nosotros.

    Raleaban las estrellas, declinaba la luna, de los barrios alejados llegaban

    serenatas apasionadas. El aire de esa noche estaba cargado de perfumes, de

    amor. Abajo, la plaza bulla.

    -Si, el cielo est en nosotros, mi joven seor -repet. -Cmo lo sabes?

    -me pregunt con inquietud -He tenido hambre, he sufrido. Me tom del

    brazo. -Ven a mi casa. Comers y dormirs, pero no vuelvas a hablarme del

    cielo.

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    Bast

    aya por hoy! Los ojos le brillaban de clera y tena la voz ronca. En torno a la

    plaza del mercado las tabernas retumbaban de gritos. Una

    linterna roja arda frente a una vieja barraca en la que entraban jvenes

    borrachos. De las aldeas vecinas ya llegaban mulos cargados de legumbres y

    frutos. Dos saltimbanquis plantaban estacas, tendan cuerdas. En todas partes

    se disponan mesas y se alineaban botellas de vino, de aguardiente y de ron.

    Eran los preparativos para el mercado del da siguiente, el domingo.

    Dos borrachos advirtieron a Francisco en la luz de la luna y rieron sin poder

    contenerse. Uno de ellos tom la guitarra que llevaba en bandolera y empez a

    cantar, mirndolo con aire burln:

    El nido haces tan alto

    que la rama ceder, y

    el pjaro volar: Qu

    triste sobresalto!

    Con la cabeza baja, Francisco escuchaba inmvil: -Tiene

    razn -murmur-, tiene toda la razon... Deb callar, pero

    torpe como soy, no pude retener mi lengua: -Qu pjaro? L

    11

    Francisco me mir. Haba en su rostro tal dulzura que, abandonndome a mi

    impulso, le tom la mano y se la bes:

    -Perdname! Entonces

    pareci serenarse.

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    -Qu pjaro? -susurr-. Lo s yo mismo, acaso? Suspir profundamente.

    -No lo s -gimi-, no lo s. Ven, no me hagas preguntas! Me tom

    firmemente de la mano, como temiendo yerme escapar. Escaparme

    yo? Y para ir adnde? Desde ese momento, nunca lo

    dej.

    Eras t, entonces, padre Francisco, aquel a quien buscaba desde hacia tantos

    aos? He nacido nicamente para servirte? Lo que me dijiste, a nadie lo has

    dicho. Me tomaste de la mano y mientras atravesbamos los bosques y

    franquebamos las montaas, hablaste... Y yo aguzaba el odo y te escuchaba,

    sin pronunciar palabra.

    -Si no te tuviera a ti, hermano Len -me decas-, hablara a las piedras, a las

    hormigas, a las hojas del olivo... Tengo el corazn demasiado lleno; si no lo

    abro, estallar.

    Supe as ms cosas sobre ti que nadie en el mundo. Cometiste ms pecados de los

    que nadie imaginaria; hiciste ms milagros de los que nadie creera. Desde elfondo

    mismo del Infierno tomaste impulso para remontarte hasta el

    Cielo.Me lo decas a menudo: "Cuanto ms bajo sea tu punto de partida, ms alta ser

    tu elevacin. El mayor mrito del cristiano militante no consiste en su virtud,

    sino en el combate que libra para trasmutar en virtud su impudor, su cobarda,

    su incredulidad, su malicia. Un da, un glorioso arcngel ir a situarse a la

    diestra de Dios: no ser Miguel, ni Gabriel, ser Lucifer, que por fin habr

    trasmutado su horrible negrura en luz".

    Yo lo escuchaba boquiabierto. "Qu dulces de oir son esas palabras!", pensaba.

    "De modo que tambin el pecado puede convertirse en el sendero que nos lleva a

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    Dios? De modo que el pecador tambin puede esperar la

    salvacin?"

    Y tu amor por Clara, la hija del noble Favorini Scifi? Soy el nico que lo

    sabe. Las gentes, con su espritu timorato, creen que slo amabas su alma. Pero

    t amabas su cuerpo, ante todo. Partiste de ese amor y por un camino lleno de

    tentaciones y tram-pas, despus de una larga lucha, llegaste, con el auxilio de

    Dios, hasta el alma de Clara. Y amaste esa alma sin renunciar nunca a ese

    cuerpo, pero sin tocarlo nunca. Lejos de ser obstculo, ese amor carnal te

    llev a Dios, ya que te permiti conocer un gran secreto: las vas y la pugna

    mediante las cuales la carne se hace espritu. Slo existe un amor, siempre el

    mismo, sea cual fuere su objeto: una mujer, un hijo, una madre, la patria, una

    idea, Dios. Obtener una victoria, siquiera en la etapa ms baja del amor, es

    abrir el camino que lleva al cielo. T combatiste la carne, la amasaste con tus

    lgrimas y tu sangre, y al cabo de una larga y terrible batalla en que fue

    inexorablemente vencida, la hiciste espritu. Del mismo modo hiciste espritu

    todas tus virtudes, que tambin eran carne y otras tantas Claras: llorando,

    riendo, desgarrndote. Es el camino, el nico; no hay otro. T lo comprendiste

    y yo me sofocaba siguindote.

    Un da te pusiste en pie, gimiendo, entre las piedras manchadas con tu sangre;

    tu cuerpo no era sino una llaga. Me precipit hacia ti, desgarrado el corazn

    de piedad, y me abrac a tus rodillas gritando:

    -Hermano Francisco, por qu atormentas tu cuerpo? Es una criatura de Dios y

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    debes respetarlo. No tienes lstima de la sangre que sederrama?

    -Hoy, en el punto a que ha llegado la humanidad -me respondiste sacudiendo la

    cabeza-, el virtuoso debe poseer la virtud hasta la santidad y el pecador ha de

    pecar hasta la bestialidad. Hoy no existen trminos medios.

    Otra vez, mirando con desesperacin la tierra que quera perderte y el cielo

    que te rehusaba su auxilio, me dijiste, y an me estremezco:

    -Hermano Len, escucha bien. He de decirte algo muy grave. Si es demasiado

    pesado para ti, corderillo de Dios, olvidalo. Me escuchas?

    -Te escucho, padre

    Francisco.Yo temblaba de pies a cabeza. Entonces, ponindome la mano sobre el hombro como

    para impedir que cayera:

    -Hermano Len, el verdadero santo es el que ha renunciado a todos los goces de

    la tierra... y a todos los goces del cielo.

    Pero no bien salieron de tus labios esas palabras mas, tuviste miedo y,

    recogiendo un puado de tierra, te. llenaste con l la boca. Despus inc

    miraste, horrorizado:

    -Qu he dicho? He hablado? No... cllate! Y estallaste en sollozos.

    Cada noche, a la luz de la lmpara, yo anotaba escrupulosamente todas tus

    palabras para que no se perdieran. Y tambin tus hechos. Me deca que una sola

    de tus palabras poda salvar un alma y que si no la entregaba a los hombres,

    esa alma perdera su salvacin por mi culpa.

    Muchas veces tom la pluma para escribir, pero renunciaba lleno de temor. Si, y

    que Dios me perdone: las letras del alfabeto me aterrorizaban. Son genios malos,

    astu

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    tos, impdicos, prfidos. Cuando se abre la escribana para librarlos, huyen

    desatados, indomables. Se animan, se unen, se separan, se alinean a su antojo

    sobre el papel, negros, con sus colas y sus cuerpos. Y es intil llamarlos al

    orden y suplicarles; todo hacen segn les place. As, en su enloquecida

    zarabanda, destacan socarronamente lo que queramos ocultar y, al revs, se

    niegan a expresar lo que, en lo ms hondo de nuestro corazn, lucha para salir

    y hablar a los hombres.

    Un domingo, saliendo de la iglesia, sent que mi temor desapareca. ",Acaso

    Dios no sujet a esos genios perversos, mal de su grado, para escribir el

    Evangelio?", me dije. "Entonces, coraje, alma ma, no tengas miedo. Toma la

    pluma y escribe!" Pero tambin esa vez mi pgina permaneci en blanco. Los que

    escribieron el Evangelio eran apstoles. Uno tenda al ngel, otro al Len, el

    tercero al Buey y el cuarto al Aguila para dictarles lo que deban escribir.

    Pero yo...

    Fue as como durante aos, sin poder decidirme, transportaba tus palabras,

    transcritas fielmente, una a una, a pellejos de animales, trozos de papel y de

    corteza. "Cundo llegar el momento~, me deca, ~en que la vejez me tornar

    incapaz de correr por el mundo? Entonces me retirar a un convento para que Dios

    me d fuerzas, en la calma de mi celda, a fin de poner sobre el papel, como en

    la leyenda, tus palabras y tus obras. Para la salvacin del mundo, padre

    Francisco".

    Estaba impaciente. Vea las palabras cobrar vida y agitarse sobre las pieles,

    los trozos de papel y las cortezas. E imaginaba a Francisco errante, sin techo,

    agotado,

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    12 13

    la mano tendida como un mendigo. Lo vea deslizarse en el patio del convento

    -era el nico que lo vea- y entrar en mi celda.

    Anteayer. todava, durante el crepsculo, soplaba el viento del norte, hacia

    fro y yo haba encendido mi hornillo de barro cocido (el padre superior me ha

    dado permiso para hacerlo, porque ya soy viejo y no tengo resistencia).

    Inclinado sobre un pergamino, lea la Vida de los santos. El aire estaba

    poblado de milagros que me laman como llamas. Ya no me encontraba sobre la

    tierra. De pronto, siento que hay alguien detrs de m. Me vuelvo: Francisco

    estaba junto al fuego. Me pongo de pie de un brinco.

    -Padre Francisco -exclam-. Has dejado el Paraso? -Tengo fro -respondi-,

    tengo fro y hambre, busco dnde posar mi cabeza.

    Tena miel y pan. Me precipito para darle de comer, pero en el instante en queme vuelvo: nadie.

    Era un signo de Dios, un mensaje manifiesto: "Francisco yerra por la tierra,

    sin fuego ni techo. Hazle una morada!".

    Me invadi el mismo temor y luch largo tiempo contra mi mismo. Despus, fatiga-

    do, pos la cabeza sobre el pergamino y, en cuanto me dorm, tuve este sueo:

    Estaba tendido bajo un rbol florido. Una brisa primaveral soplaba desprendiendo

    las flores que caan sobre mi. Qu dicha, qu dulzura, qu felicidad! Era como

    si el sopo de Dios me acariciara, semejante a una brisa perfumada. No poda

    ser otro que el rbol del Paraso! Sbitamente, mientras contemplaba el cielo a

    travs de las ramas, fueron

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    a posarse en cada una de ellas pjaros diminutos como las letras del alfabeto.

    Uno solo al principio, despus dos, luego tres que se pusieron a brincar por

    todo el rbol, formando grupos de dos, de tres o de cuatro, cantando a coro,

    arrebatados de entusiasmo. El rbol ya no era sino un canto suave, un canto de

    pasin, de amor y de indecible tristeza,

    Y advert que era yo mismo, profundamente hundido en la tierra primaveral,

    cruzados los brazos sobre el pecho, que eran mis propias entraas el punto de

    donde parta ese rbol cuyas races, envolviendo mi cuerpo, absorban su savia.

    Las alegras y las penas de mi vida se haban vuelto pjaros canoros.

    Despert. El canto an vibraba en mi, la brisa de Dios me

    acariciaba.Haba dormido toda la noche sobre el pergamino. Era el alba. Me alc y me puse

    ropas limpias. Las campanas redoblaban los maitines, me persign y baj a laiglesia. Apliqu la frente, la boca, el pecho sobre las lajas. Comulgu.

    Acabada la misa, no dirig la palabra a nadie, para conservar puro el aliento,

    y volv corriendo, volando casi, a ini celda. Sin duda me sostenan ngeles. No

    los vea, pero oa el ruido de sus alas. Al fin tom la pluma, hice la seal de

    la cruz y empec a escribir tus Hechos y tus Gestos, padre Francisco.

    Que Dios me

    asista!

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    Seor, juro decir la verdad; ayuda a mi memoria. Ilumina mi espritu, Seor, no

    me dejes pronunciar una palabra superflua. Montaas y llanuras de Umbra,

    erguios y testimoniad! Piedras manchadas con su sangre de mrtir, caminos

    polvorientos o cubiertos de fango, sombras cavernas, cimas nevadas, navo que

    lo llevaste a la Arabia salvaje, leprosos, lobos, bandidos, y vosotros, pjaros,

    que lo osteis orar, acudid! Yo, el hermano Len, tengo necesidad de vosotros,

    venid, ayudadme a decir la verdad, toda la verdad; la salvacin de mi alma

    depende de ello.

    Tiemblo, pues suele ocurrirme que no puedo distinguir entre la verdad y la

    mentira. Francisco se vierte en mi espritu como el agua, cambia constantementede rostro y ya no puedo encontrarlo. Era bajo? Era un coloso? No puedo

    afirmar nada con la mano sobre el corazn. Muchas veces se me mostr enclenque,

    de cara ingrata, seca, con barba raa, labios gruesos e inmensas orejas

    velludas, tiesas como las de un conejo, siempre atentas al mundo visible e

    invisible. Sin embargo, sus manos eran delicadas, sus dedos ahusados como los

    de un hombre de noble ascendencia... Cuando hablaba

    o rezaba, cuando crea estar solo, flmulas celestes brotaban de su cuerpo; era

    un arcngel que bata vivamente el aire con sus alas rojas. Quien lo sorprenda

    as, en mitad de la noche, retroceda aterrorizado para no quemarse con el

    fuego.

    -Padre Francisco -le gritaba yo-, vas a quemar el mundo. Entonces

    avanzaba hacia mi, tranquilo, sonriente; su rostro ya haba

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    recobrado

    ladulzura, la amargura, la debilidad de un rostro humano. Un da recuerdo que le

    pregunt: -Padre Francisco, cmo se te aparece Dios cuando te encuentras solo

    en

    la

    oscuridad? Me respondi: -Como un vaso de agua fresca, hermano Len, un vaso de

    agua de Juvencia.

    Teng

    osed, bebo esa agua y mi sed se calma por la eternidad. Sorprendido, exclame: -

    Como un vaso de agua fresca? Dios? -Por qu te asombras? Nada hay ms

    simple, ms refrescante y ms

    apropiado para los labios del

    hombre que Dios.

    Pero aos despus, agotado, el padre Francisco, que no era ya sino un montn de

    huesos y pelos, me dijo en voz baja para que no lo oyeran otros hermanos:

    -Dios es un incendio, hermano Len. Arde y nosotros ardemos con l. Cuanto msprocuro abarcarlo en mi recuerdo, ms segura me parece una cosa:

    1

    5

    L desde la tierra que hollaban sus pies hasta su cabeza, su talla era ms bien

    pequea, estoy seguro de ello. Pero a partir de su cabeza, Francisco era

    inmenso.

    Recuerdo con nitidez dos partes de su cuerpo: sus pies y sus ojos. Soy un

    mendigo, me he pasado la vida con mendigos, he visto millares de pies condenados

    a caminar

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    por las piedras, el polvo, el fango, la nieve. Pero nunca he visto pies tan

    sufridos, tan lastimosos, tan flacos, rodos por los caminos y cubiertos de

    llagas sangrientas. A veces, cuando el padre Francisco dorma, me inclinaba y

    le besaba los pies. Era como si besara todo el sufrimiento humano.

    Y sus ojos? Quien los vea una vez ya no poda olvidarlos. Eran grandes,

    rasgados en forma de almendra, de un negro profundo. Las gentes decan: "Nunca

    he visto ojos tan dulces, tan claros", y mientras lo decan esos ojos se abran

    como trampas y descubran las entraas, corazn, riones y pulmones, que

    ardan. A menudo miraba a alguien pero sin verlo. Porque a travs de la piel y

    la carne, a travs de la cabeza del hombre que se encontraba ante l, perciba

    el crneo, la cabeza del muerto.

    -Me gustas, hermano Len -me dijo un da acaricindome el rostro-, me gustasporque dejas que el gusano se pasee libremente por tus labios y tus orejas, sin

    espantarlo.

    -Qu gusano? No lo

    veo!-Lo ves, sin duda, cuando rezas o cuando sueas con el Paraso. Pero no lo

    espantas porque sabes bien que ese gusano es un enviado de Dios, nuestro Gran

    Rey. Dios celebra una gran boda en el cielo y nos enva al gusano para

    invitarnos: Saludos de parte del Gran Rey! Acudid!".

    Cuando estaba acompaado, le gustaba jugar y rer. A veces tomaba dos trozos de

    madera y finga tocar el violn e improvisaba canciones en honor de Dios. Lo

    hacia para infundir coraje a los hombres, porque sabia que los sufrimientos del

    alma y del

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    cuerpo hambriento superan la resistencia humana... Pero cuando estaba solo

    estallaba en sollozos. Se golpeaba el pecho, rodaba sobre las ortigas y las

    zarzas, levantaba los brazos al cielo gritando: "Todo el da te busco

    desesperadamente, oh mi Dios; por la noche, cuando duermo, eres T el que me

    busca! Cundo nos encontraremos?.

    En una ocasin lo oi gritar, con los ojos perdidos en el Cielo: -No quiero

    seguir viviendo, desvisteme, Seor, librame de mi cuerpo, tmame!

    Por la maana, cuando naca el da y los pjaros empezaban a cantar, o al

    medioda, cuando se sumergan en la fresca sombra del bosque, o bien por la

    noche, bajo las estrellas, al claro de luna, Francisco se estremeca con una

    felicidad indecible.

    -Hermano Len -me deca con los ojos llenos de lgrimas-. Qu prodigio! Cmo

    imaginar a Aquel que cre tanta belleza? Cmo nombrarlo?

    -Dios, padre Francisco -le responda

    yo.-No, no con ese nombre! -exclamaba-. Ese nombre es terrible, rompe los huesos.

    No, no Dios, sino Padre!

    Una noche la luna era un disco perfecto en medio del cielo y la tierra,

    inmaterial, flotaba en el espacio. Francisco recorra las calles de Ass,

    asombrado de que las gentes no estuvieran en los umbrales de sus casas para

    admirar ese milagro. De sbito, corri, trep por el campanario de la iglesia y

    empez a tocar a rebato. La gente despert sobresaltada, temiendo un incendio,

    y se precipit semidesnuda en el patio de San Rufino. Y al ver que Francisco

    agitaba furiosamente la campana, le preguntaron:

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    E -Por qu tocas? Qu pasa? -Levantad los ojos -les respondi l desde lo

    alto del campanario-. Mirad esa luna!

    Tal era el pobre Francisco; al menos, as lo vea yo. Porque, habr manera de

    saber quin era en realidad? Lo saba acaso l mismo?

    Un da de invierno, en la Porcincula, Francisco se calentaba al sol en el

    umbral de una puerta, cuando lleg un hombre joven, sin aliento, y se detuvo

    frente a l.

    -Dnde est Francisco, el hijo de Bernardone? -pregunt-. Dnde est el nuevo

    santo? Quiero arrojarme a sus pies. Hace meses y meses que vago por los caminos

    en su busca. Por el amor de Cristo, hermano, dime dnde se encuentra.

    -Dnde est Francisco, el hijo de Bernardone? -respondi Francisco sacudiendo

    la cabeza-. Francisco? El hijo de Bernardone? Tambin yo, hermano, lo busco.Hace aos que lo busco. Dame la mano y vayamos en pos de l.

    Se puso de pie, tom al joven de la mano y lo llev

    consigo.

    Poda yo adivinar esa noche, cuando lo encontr en Ass, el destino de ese

    muchacho que cantaba bajo las ventanas de su amada, con una pluma roja en el

    sombrero? Me tom de la mano, atravesamos la ciudad corriendo y llegamos ante

    la morada de Bernardone.

    Entramos con precaucin para no despertar al ogro; Francisco me llev a comer y

    me prepar una cama. Al alba, despus de haber dormido bien, me levant, abr

    la puerta sin hacer ruido y me deslic afuera. Era domingo, haba una gran misa

    en la

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    iglesia de San Rufino y fui a instalarme ante el prtico para

    mendigar.Me sent sobre el len de piedra que se encuentra a la izquierda del portal de

    la iglesia y esper a la multitud de cristianos. En esos das los cristianos

    cambian de alma al cambiar de hbito, el Infierno y el Paraso los preocupan,

    tienen miedo, esperan y abren su bolsa a los menesterosos. Me haba quitado la

    caperuza y de cuando en cuando caan monedas tintineando. Una dama de alcurnia,

    vieja y medio loca, se inclin y me pregunt quin era yo, de dnde venia y si

    haba visto a su hijo, aprisionado durante la guerra por los caballeros de

    Siena.

    Cuando abra la boca para contestarle, el seor Bernardone, padre de Francisco,

    apareci. Lo conoca de antiguo, pero nunca me haba dado limosna. Tienes

    brazos y piernas!, me gritaba siempre, trabaja!. Un da le respond:

    -No trabajo, pero busco a Dios! -As te cuelguen! -grit con su voz de

    trueno, y su sequito estall en una carcajada.

    Llegaba con paso majestuoso acompaado de su mujer, doa Pica, para oir la misa

    en la iglesia. Mi Dios, qu hombre terrible! Llevaba una larga tnica de seda

    escarlata, bordada con ribetes de plata, una gran toca de terciopelo negro y

    zapatos a la polaca de igual color. Su mano izquierda jugaba con una cruz que

    colgaba de una cadenilla de oro. Bernardone era fornido, de ancha mandbula,

    gran papada, nariz aquilina, ojos grises y fros semejantes a los de un halcn.

    No bien lo vi, me encog en mi rincn. Tras l trotaban cinco o seis mulos

    cargados hasta reventar de mercancas preciosas: sedas, terciopelos, galones de

    oro y

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    brocados

    U maravillosos. Cinco arrieros armados vigilaban las bestias, porque las calles

    eran un hervidero de bandidos. Bernardone acuda, pues, a la iglesia con sus

    mercancas. Quera que el Santo las bendijera y pudiera reconocerlas en caso de

    que se encontraran en peligro. Como cada vez que parta de viaje, propondra a

    san Rufino: Protege mis mercancas y te traer de Florencia una lmpara

    cincelada de plata... todos los dems santos, que no tienen ms que lmparas de

    vidrio, se pondrn celosos...

    Junto a l, cruzadas las manos sobre el vientre, altivo el andar, bajos los

    ojos y el pelo cubierto con un velo azul, estaba doa Pica, la Francesa. Era

    hermosa, graciosa, dulce. Adivin en su rostro que sola dar limosnas. Tend la

    mano, pero no me vio. O ms bien prefiri no darme limosna delante de su

    marido. Cruzaron el umbral de la gran puerta y desaparecieron en la iglesia.

    Muchos aos despus, una maana, a punto de partir a predicar la Buena Nueva en

    las aldeas, Francisco, que pensaba en su madre y su padre, suspir:

    -Ah, todava no he podido reconciliarlos! -A quines? De quines

    hablas, hermano Francisco? -De mi padre y mi madre. Luchan en mi desde

    hace aos y, te lo aseguro,

    esa lucha es toda mi vida. Pueden tomar nombres diferentes: Dios y Satans,

    espritu y carne, bin y mal, luz y tinieblas, pero nunca son otros que mi

    padre y mi madre. Mi padre grita: "Gana dinero, enriqucete, cambia tu oro'

    Slo el rico y el seor

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    son dignos de vivir. No seas bueno, te perders; si te rompen un diente, rompe

    una mandbula. No trates de que te quieran, procura ser temido. No perdones,

    golpea!". Y la voz de mi madre, aterrorizada, me dice quedamente, para que mi

    padre no pueda orla: "S bueno, mi Francisco, ama a los pobres, a los

    humildes, a los desheredados! Perdona a quienes te hayan ofendido!. Mi padre

    y mi madre luchan en mi y me esfuerzo por reconciliarlos. Pero no se

    reconcilian, hermano Len, y sufro..

    En efecto, el seor Bernardone y doa Pica se haban reunido en el corazn de

    Francisco y lo atormentaban. Pero fuera del corazn de su hijo, cada uno tena

    su propio cuerpo y ese da iban a la iglesia, el uno junto a la otra, para oir

    la misa.

    Cerr los ojos, escuch las voces frescas de los nios que cantaban y el sonido

    del rgano que manaba del triforio haciendo vibrar el aire con sus acordes.Pens: Es la voz de Dios, la voz del pueblo, severa, todopoderosa...". Los ojos

    cerrados, escuchaba, era feliz. As, a horcajadas sobre el len de mrmol, me

    pareci que entraba en el Paraso. Un canto muy dulce, el perfume del benju y,

    en una cestilla, pan, olivas y vino.., el Paraso no es otra cosa. Porque yo, y

    que Dios me perdone, no comprendo ni jota de esos espritus, esas almas sin

    cuerpo de que hablan los telogos. Si cae una migaja de pan, me inclino, la

    recojo y la beso, porque s con certeza que esa migaja representa un pedazo del

    Paraso.

    Pero nicamente los mendigos pueden comprender esas cosas. Y a los mendigos

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    me

    dirijo.Mientras me paseaba por el Paraso montado en el len de mrmol, una sombra se

    extendi sobre mi. Abr los ojos: Francisco estaba all. El oficio haba

    terminado, acaso me haba dormido, y los mulos cargados con las mercancas

    preciosas haban salido del patio de la iglesia.

    Francisco estaba ante m, plido, con los labios temblorosos y los ojos llenos

    de visiones.

    -Ven, te necesito -me dijo con voz

    ronca.Se adelant apoyado en su bastn de pomo de marfil. Pero las rodillas se le

    doblaban y de cuando en cuando tena que apoyarse en una pared. Se volvi:

    -Estoy enfermo -me anunci-. Sostnme hasta la casa, voy a acostarme. Y te

    quedars junto a m. Tengo que pedirte algo.

    En la plaza, los saltimbanquis haban terminado de plantar sus mstiles y de

    tender sus cuerdas. Llevaban trajes abigarrados y bonetes rojos, puntiagudos ycon cascabeles. Era domingo. Ancianos, hombres y mujeres, sentados en el suelo,

    un pan en el delantal, vendan gallinas, huevos, queso, hierbas medicinales,

    blsamos para las quemaduras y amuletos contra el mal de ojo. Un viejo

    malicioso, que tena una rata blanca en una jaula, deca la buenaventura.

    -Seor Francisco -exclam-, hazte decir la buenaventura! Se dice que estas

    ratas vienen directamente del Paraso. Por eso son blancas y conocen secretos.

    Pero Francisco, asido de un mstil, respiraba con dificultad. Entonces lo tom

    por el talle y lo llev a la morada del seor Bernardone.

    Dios mio, cmo pueden resignarse a morir los ricos? Escaleras de mrmol,

    cma

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    ras con cielos rasos dorados, sbanas de lino y de seda!... Lo ayud a tenderse

    en su cama, cerr los ojos en seguida,

    agotado.

    Sentado a su cabecera, vea pasar sucesivamente por su cara plida sombras y

    relmpagos. Sus prpados se estremecan como si una claridad enceguecedora los

    hiriera. Sospech una presencia terrible por encima de l.

    Al fin lanz un grito, abri los ojos y se sent en la cama, aterrorizado. Me

    precipit, puse una almohada de plumas bajo su espalda y me prepar a

    preguntarle qu tena, cuando me cerr la boca con un gesto.

    -Cllate

    -murmuro.Despus se acurruc en el almohadn de plumas, tiritando. Sus ojos iban de un

    lado a otro: miraban con espanto hacia el interior de su ser. Le temblaba el

    mentn.

    Entonces comprend: -Has visto a Dios, lo has visto! -exclame. Seprendi de mi brazo. -Cmo lo sabes? -pregunt con angustia-. Quin te

    lo ha dicho! -Nadie. Pero al verte temblar, he adivinado. Slo la vista

    de un len o

    de

    Diospuede hacer temblar de ese modo. Irgui la cabeza en el almohadn: -No, no lo

    he visto -murmur-. Lo he odo. Mir a su alrededor con angustia. -Sintate!

    -me dijo-. No te acerques. no me toques! -No te toco, tengo miedo de tocarte.

    Si te tocara en este momento, mi

    mano

    sevolvera ceniza. Sacudi la cabeza y sonri. Los destellos reaparecieron en sus

    ojos. -Tengo algo que preguntarte -dijo-. Ante todo, ha vuelto mi madre de la

    misa? -Todava no. Debe de estar conversando con sus amigas.

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    18 19 -Tanto mejor; cierra la puerta Call, y poco despus: -Tengo algo

    que preguntarte -repiti. -Estoy a tu servicio, mi joven seor. Te

    escucho. -Me has dicho que te pasabas la vida buscando a Dios. Cmo lo

    buscas?

    Gritando? Llorando? Cantando? O ayunando? Cada uno debe de tener su

    propio camino que lo lleve a Dios. Cul es el tuyo?

    Baj la cabeza, preocupado, vacilante. Saba qu camino segua para buscar a

    Dios, pensaba en l con frecuencia, pero no me atreva a hablar. En esa poca

    me avergonzaba ante los hombres porque no tena pudor ante Dios.

    -Por qu no me respondes? -dijo Francisco con tono quejoso-. Pase por un

    momento difcil y te pido que me ayudes. Aydame! Me apenaba. Senta un nudo

    en la garganta, y tom la decisin de contarle.

    -Te parecer extrao, seor, pero la va que he elegido para ir al encuentro deDios es la pereza. Si no hubiera sido perezoso habra llevado una vida ordenada

    como todos los hombres, habra aprendido un oficio, habra abierto tina tienda

    de carpintero, de tejedor, de zapatero, habra trabajado el da entero, me

    habra casado y no habra tenido tiempo para buscar a Dios. Para qu buscarle

    tres pies al gato?, me habra dicho. Habra derrochado toda mi energa para

    ganarme el pan, tener hijos, dirigir a una mujer. En tales condiciones, dnde

    encontrar el tiempo de vagabundear, cmo conservar un corazn puro para pensar

    en Dios? Por suerte, nac perezoso. Me aburra ttabajar, casarme, tener hijos,

    crearme preocupaciones. En el invierno, me tenda al sol, y en el verano, a

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    la sombra. Por la noche, acostado en la terraza de una casa, de cara al cielo,

    miraba la luna y las estrellas. Pero, cmo quieres no pensar en Dios mirando

    la luna y las estrellas? Ya no poda dormir. Me deca: Quin hizo esto y por

    qu? Quin me hizo ami mismo y por qu? O bien: Dnde puede encontrarse

    Dios?. Pues quera encontrarlo y plantearle todas estas cuestiones. Has de

    saber que la piedad necesita de la peeza y el ocio; no escuches lo que te

    dicen. Un obrero que vuelve fatigado a su casa al atardecer olvida la existencia

    de Dios. Tiene hambre y slo piensa en comer. Rie con su mujer, castiga a sus

    hijos sin motivo, sencillamente porque est fatigado, irritado. Despus cierra

    los puos y duerme... Despus despierta un instante, su mujer est a su lado, la

    abraza, vuelve a cerrar los puos y se hunde otra vez en el sueo. Ni un minuto

    para pensar en Dios! Pero quien no tiene trabajo, ni mujer, ni hijos tiene todo

    el tiempo posible para pensar en l. Al principio lo hace por curiosidad, pero

    poco apoco lr~ angustia va insinundose... No sacudas la cabeza, seor, me has

    preguntado, te respondo.

    -Sigue, hermano Len, habla, no te detengas. Entonces, en ese caso, tambin el

    diablo, como la pereza, podra llevar a Dios? Me das valor, sigue hablando.

    -,Qu ms puedo decirte, seor? Conoces lo dems. Mis padres ne haban dejado

    algn dinero, lo he gastado todo. Entonces tom mi alforja y part ea busca de

    Dios, de puerta en puerta, de convento en convento, de aldea en aldea... Dnde

    est? Alguien lo ha visto? Era como si persiguiera a una fiera terrible.

    Algunos rean, otros

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    me arrojaban piedras, otros me golpeaban. Pero yo, insistente, volva a partir

    cada vez en busca de Dios. -Y lo has

    encontrado? Senta sobre mi el jadeo

    de Francisco.

    -Cmo encontrado, mi joven seor? Ped consejo a toda clase de gente: sabios,

    santos, locos, prelados, trovadores, centenarios. Pero cada uno me indicaba un

    camino diferente: cul elegir? Perda la cabeza. El camino que lleva a Dios,

    me dijo un sabio de Bolonia, es la mujer y el hijo. Csate. Y otro, un loco:

    "Si quieres encontrar a Dios, no lo busques. Si quieres verlo, cierra los ojos,

    si quieres orlo, tpate las orejas. Eso es lo que hago yo!. Y cerr los

    ojos, junt las manos y se ech a llorar. Una mujer que viva enteramente

    desnuda en un bosque slo pudo darme este grito como respuesta: "Amor!

    Amor!. Corra bajo los pinos y se golpeaba el pecho. En otra ocasin encontr

    a un santo en una gruta. A fuerza de llorar haba perdido la vista; la suciedad

    y la santidad haban hecho escamosa su piel. Fue el que me dio la respuesta ms

    justa y terrible. Al solo pensar en ella se me eriza el pelo.

    -Qu respuesta es sa? Quiero conocerla! -dijo Francisco

    temblando.-Me prostern ante l y le pregunt: "Santo ermitao, voy en busca de Dios.

    Mustrame el camino!. No hay camino, me respondi, golpeando el suelo con

    el bastn. Qu hay, entonces?, dije, espantado. Un abismo: salta! Un

    abismo? se es el camino? se es el camino! Todos los caminos llevan a la

    tierra, el abismo lleva a Dios. Salta! No puedo, anciano. Entonces,

    csate y deja de pensar en Dios!

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    Y me despidi con una seal de su brazo esqueltico. De lejos, oa sus

    sollozos.-Todos lloraban? -murmur Francisco, aterrorizado-. Todos? Los que haban

    encontrado a Dios y los que no lo haban encontrado?

    -Todos! -Por qu,

    hermano Len?

    Callamos. Francisco haba hundido la cara en el almohadn. Respiraba con

    dificultad. Para reconfortarlo, le dije:

    -Escucha, seor, creo haber visto la huella de Sus pasos dos o tres veces en la

    vida. Un da... aunque esta vez estaba borracho... Lo vi detrs de m, un

    instante. Abri simplemente la puerta de la taberna donde yo hacia hulla con mis

    amigos y despus desapareci. Otra vez fue en el bosque, durante una noche de

    tormenta. A la luz de un relmpago vi la punta de su manto. Pero me pregunto si

    el relmpago mismo no era su manto. Otra vez, durante el ltimo invierno, en una

    alta montaa, vi huellas de pasos sobre la nieve. Mira, los pasos de Dios!,

    dije a un pastor. Pero el pastor se ech a rer. No ests en tu sano juicio, mipobre viejo.., me dijo. "Son los pasos del lobo. Un lobo ha pasado por aqu. No

    contest. Qu poda decir a ese pastor? Una mente grosera, llena de corderos y

    de lobos, qu poda comprender? Pero estoy seguro de que eran los pasos de Dios

    sobre la nieve... Seor, perdname, hace ya doce anos que Lo busco y no he

    encontrado otra cosa.

    Francisco baj la cabeza y se sumi en sus pensamientos: -Quin sabe -murmur

    despus de un corto silencio-si Dios no es justamente

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    la busca deDios.Esas palabras me asustaron. Tambin Francisco tuvo miedo, ya que ocult su

    rostro entre las manos.

    20 21 ~Qu demonio habla por mi boca? -gimi, desesperado. En cuanto a

    m, temblaba, estupefacto. Dios seria la busca de Dios? Ay

    de

    nosotros!Nos callamos. Los ojos de Francisco se haban cerrado. Tena las mejillas rojas

    y le castaeteaban los dientes. Lo cubr con una gruesa manta de lana, pero la

    apart bruscamente de si.

    -Quiero tener fro -dijo-. Djame! Y adems, no me mires. Mira a otro

    lado! Me puse de pie para marcharme, pero su rostro expres la clera.

    -Sintate. Adnde vas? Por qu me dejas solo en el peligro? T has

    hablado, has aliviado tu corazn. Ahora me corresponde a mi... En qu piensas?

    Tienes hambre? Come, abre la despensa y come. Bebe vino tambin, adquierefuerzas. Es grave lo que tengo que decir.

    -No tengo ganas de comer ni de beber -le respond, herido-. Crees que no soy

    ms que un vientre! Sabe que he nacido para escuchar. Habla, pues; soportar

    cualquier cosa que digas.

    -Dame un vaso de agua. Tengo

    sed.Bebi, se apoy en el almohadn, entreabri la boca, aguz el odo y escuch.

    Todo estaba en calma. La casa, vaca. En el patio, un gallo empez a cantar.

    -Se dira que nos hemos quedado solos en el mundo, hermano Len. Oyes a alguien

    en la casa? Y fuera? Hemos escapado del diluvio.

    Call, y poco

    despus:

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    Alabado sea Dios!

    -exclam.Hizo la seal de la cruz y me mir. Sent que su mirada me atravesaba el alma

    de lado a lado.

    Call de nuevo y me puso la mano sobre una rodilla. -Bendceme, padre

    Len -dijo-. Eres mi confesor, confisame. Y al ver que yo vacilaba: -Pon

    tu mano sobre mi cabeza -dijo, imperativo-y di: En el nombre de

    Dios, confisate, pecador Francisco, hijo de Bernardone! Tu corazn est lleno

    de pecados, vacialo y sers aliviado!

    Pero yo no

    hablaba.~Haz lo que te digo! -estall encolerizado. Puse la mano sobre su frente.

    Arda. -En el nombre de Dios -murmur-, confisate, pecador Francisco, hijo de

    Bernardone. Tu corazn est lleno de pecados, vacialo y sers

    aliviado!

    Entonces, con serenidad al principio, pero conmovido y jadeando cada vez ms amedida que hablaba, Francisco empez su confesin.

    -Hasta ahora, mi vida no era ms que festines, borracheras y canciones, trajes

    de seda y plumas rojas. Durante el da engaaba a la gente, amontonaba dinero y

    lo gastaba sin cuenta. Por eso me han apodado cesta agujereada. Por la noche,

    todo no era sino goces. S, sa es la vida que he llevado. Pero ayer, despus

    de medianoche, cuando regresamos y te dormiste, una sombra se abati sobre mi.

    La casa se haba vuelto demasiado estrecha y me ahogaba. Baj silenciosamente

    la escalera y me deslic en el patio. Abr la puerta como un ladrn y me

    precipit a la calle. La luna empezaba a borrarse en el cielo. Todo estaba

    tranquilo, las luces apagadas, la ciudad dormitaba

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    en los brazos de Dios. Respirar el aire fresco me hizo bien. Al pasar frente a

    la iglesia de San Rufino me sent fatigado y me sent sobre el len de mrmol

    que custodiaba su entrada, precisamente en el lugar en que hoy te encontr

    mendigando. Lo acarici largamente pasando la mano por su garganta hasta que

    ca sobre el hombrecillo que devora el len. Tuve miedo. Me dije: Qu len es

    ste? ,Por qu le han confiado la custodia de esta puerta? Quin puede ser

    para que devore as a los hombres? Dios? Satans?. De pronto, me encontr

    entre dos precipicios, haciendo equilibrio sobre una franja de tierra ancha

    como un pie. Sent vrtigo. Grit: "No hay nadie? Nadie que me oiga? Me he

    quedado solo en la tierra? Dnde est Dios? No oye, no tiende Su mano sobre

    mi cabeza? Siento vrtigo, voy a caer....

    Enmudeci. Su respiracin se haba vuelto an ms difcil. Inmvil, miraba

    fijamente al cielo, a travs de la ventana. Quise tomarle la mano para

    calmarlo, pero me rechaz bruscamente y exclam:

    -Djame, no quiero calmarme. Su voz habiase vuelto ronca y anhelosa.

    -Clamaba a Dios y al diablo sucesivamente -continu-. Poco me importaba

    que fuera uno u otro el que acudiera. Lo que quera era no sentirme solo. Por

    qu, tan de repente, ese temor a la soledad? En ese instante habra entregado

    mi alma a cualquiera, a Dios o a Satans. Me era lo mismo. A toda costa

    necesitaba un compaero. Y mientras escrutaba el cielo con desesperacin, oi

    una voz.

    Se detuvo, en la imposibilidad de recobrar su

    aliento.

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    -Oi una voz -repiti mientras el sudor le brotaba en gruesas gotas sobre

    la frente. -Una voz? -dije-. Qu voz, Francisco? Qu deca? -No pude

    distinguir las palabras. No, no era una voz, ms bien era el

    rugido de una fiera. Acaso sala del len de mrmol sobre el que estaba

    sentado... Me puse de pie de un salto. Naca el da. El rugido an resonaba en

    mi, corra de mi corazn a mi cintura, de un hueco de mis entraas a otro, como

    un trueno. Las campanas redoblaban los maitines; hu hacia lo alto de la ciudad,

    hacia el lado de la ciudadela. Corra sin parar. Y de sbito, mi sangre se

    hiela... Detrs de mi, alguien me llamaba: Adnde corres, Francisco? Adnde

    corres? Nada puede salvarte!. Me vuelvo: nadie! Reinicio la carrera y al cabo

    de un instante, la voz de nuevo: "Francisco, Francisco, has nacido para esta

    vida de libertinaje? Para divertirte, cantar y seducir a las muchachas?. Esta

    vez no me vuelvo. Tena miedo. Corra para escapar a la voz, y entonces una

    piedra empez a gritar ante m: "Francisco, Francisco, has nacido para esta

    vida de libertinaje? Para divertirte, cantar y seducir a las muchachas?. Con

    el pelo erizado de miedo, continu mi carrera. Pero la voz me persegua.

    Comprend entonces muy ntidamente que no provena del exterior. Era intil que

    corriera, no poda escapar de ella. La voz estaba en m; alguien gritaba en mi,el hijo de Bernardone, el libertino, pero era otro que el habitual, otro mejor

    que yo. Quin? No lo s. Otro, sencillamente. Al fin llegu a la ciudadela, sin

    aliento. En ese momento preciso, el sol

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    apareci tras la montaa. El mundo se ilumin y entibi. Me detuve. La voz

    volvi a hablarme, pero muy quedo, como si me descubriera algn secreto. Con la

    cabeza reclinada sobre el pecho, escuchaba. Digo toda la verdad, padre Len, te

    lo juro. La voz murmur: Francisco, Francisco, tu alma es una paloma y el

    gaviln que la persigue es Satans.

    22 23

    Ven a refugiarte en mi seno. Eran las palabras de mi cancin, las que cantaba

    todas las noches bajo una ventana... Pero ahora, hermano Len, s por qu las

    he compuesto y cul es su profundo sentido...

    Call y sonri. Despus inclin la cabeza y repiti en un

    murmullo:-Francisco, Francisco, tu alma es una paloma y el gaviln que la persigue esSatans. Ven a refugiarte en mi seno...

    Volvi a

    callar.Pareca ms sereno. Comprend que ahora poda tocarlo sin peligro de quemarme.

    Me inclin, le tom la mano y se la bes.

    -Francisco, hermano mio -le dije-, cada hombre, hasta el menos creyente, lleva a

    Dios profundamente oculto en su corazn, envuelto en su carne... Es Dios quien

    ha gritado en ti.

    Francisco cerr los ojos. No haba dormido en toda la noche y tena sueo.

    -Duerme, Francisco -le dije dulcemente-, el sueo es tambin un ngel de Dios.

    Ten confianza!

    Pero dio una especie de brinco en su cama y abri desmesuradamente los ojos:

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    -Y ahora, qu hacer? -dijo ahogadamente-.Aconsjame.

    Me dio lstima. Tambin yo, desde hacia aos, erraba mendigando

    consejos.-Mantn la cabeza apoyada contra el pecho -respond-y escucha. Ese otro que hay

    en ti volver a hablar, sin duda. Haz, entonces, lo que te diga.

    Oi que se abra suavemente la puerta del patio. Se oy un ruido ligero. Doa

    Pica volva de la iglesia. Estaba sola... respir. El seor Bernardone deba

    estar en camino hacia Florencia, a caballo. Dije:

    -Tu madre ha vuelto, Francisco. Duerme. Me voy. -No te vayas. El viejo no est

    aqu. Dormirs en casa. No me dejes solo, por favor!

    -Ya no ests solo, Francisco, lo sabes muy bien. Abrigas a un compaero podero-

    so, has odo su voz. Entonces, de qu tienes miedo?

    -Pero es justamente de l de quien tengo miedo, hermano Len. No lo compren-

    des? Qudate.

    Le puse la mano sobre la frente. A..rdia. Su madre entr en el cuarto,

    sonriendo.

    -Hijo mio, te traigo el auxilio de la Virgen -dijo ponindole en la mano una

    rama de albahaca.

    Cuntos das y cuntas noches dur la enfermedad de Francisco? No puedo decir-

    lo, porque no tengo la nocin del tiempo. Slo s que cuando se acost aquel

    famoso domingo, la luna estaba en su ltimo cuarto y tuvo tiempo de volverse

    llena y de reiniciar su mengua antes de que Francisco dejara el lecho. Se lo

    oa luchar en su sueo. A veces lanzaba gritos furiosos debatindose en la

    cama, a veces se acurrucaba

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    en un rincn, temblando. Ms tarde, cuando se restableci, nos cont que

    durante toda su enfermedad se haba batido ya contra los sarracenos, ante

    Jerusaln, ya contra los demonios que surgan de la tierra, descendan de los

    rboles, brotaban de las entraas de la noche y lo perseguan.

    Su madre y yo nos habamos quedado solos a su cabecera. A veces doa Pica se

    levantaba e iba a llorar en un rincn. Despus se secaba los ojos con su

    pauelito blanco, volva a sentarse, tomaba un abanico de plumas de pavo real y

    abanicaba a su hijo, que arda de fiebre.

    Una noche, Francisco tuvo un sueo. Nos lo cont al da siguiente. No por la

    maana, porque la emocin an ofuscaba su espritu, sino al atardecer, a la

    hora en que sopla una brisa refrescante y en que la lmpara de aceite difunde

    su dulzura sobre el mundo. Haba soado que agonizaba y en el momento deentregar su alma, la puerta se abra, dando paso a la Muerte. No llevaba una

    hoz, sino una larga pinza de hierro como las que utilizan los verdugos para

    atrapar a los perros rabiosos. Se acerc a su cama: De pie, hijo de

    Bernardone! Partamos!. Adnde? Te atreves a hacerme esa pregunta? Tenias

    tiempo por delante, pero lo derrochaste en el libertinaje, el lujo y las

    canciones. Blandi su pinza, y Francisco se acurruc en sus almohadas,

    temblando. Djame, djame un ao siquiera, dame el tiempo de arrepentirme. La

    Muerte se ech a rer dejando caer sus dientes sobre las sbanas de seda. Es

    demasiado tarde ahora, todo eso era tu vida, no tienes otra. La has jugado y

    has perdido. En

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    marcha! ~Slo tres meses!, suplicaba Francisco. Un mes... tres das... un

    da! Pero la Muerte, sm responder, acerc su pinza y atrap a Francisco, que

    despert con un grito desgarrador.

    Francisco mir a su alrededor. El canario que doa Pica haba llevado a su

    cuarto y cuya jaula haba colgado en la ventana para distraer al enfermo

    trinaba con el pico vuelto hacia el cielo.

    -Alabado sea el Seor! -exclam Francisco alegremente, con la frente baada en

    sudor-. Alabado sea el Seor!

    Palpaba las sbanas, las barras de la cama, buscaba las rodillas de su madre.

    Al fin se volvi hacia mi.

    24 25

    -Es cierto, pues... -murmur, y sus ojos relampagueaban-. Es cierto... Estoy

    vivo? -Ests bien vivo, mi joven seor. No tengas miedo! Batid las palmas y surostro se ilumin.

    -Entonces, tengo tiempo todava! Dios sea alabado! Rea y besaba las manos de

    su madre al mismo tiempo. -Has tenido un sueo, hijo mo? -pregunt doa

    Pica-. Que te traiga suerte! Hasta la noche, Francisco no dijo una sola

    palabra. Doa Pica lo abanicaba con plumas de pavo real. Record una cancin de

    cuna que tarareaba cuando era nio para hacerlo dormir. Entonces entreabri los

    labios y se puso a cantar en provenzal con voz baja y niuy dulce.

    Cant largo rato, agitando el abanico. Mientras tanto, inclinado sobre

    Francisco, yo contemplaba su rostro, inundado por una luz misteriosa. Alrededor

    de su boca se haban borrado las arrugas, y tambin entre las cejas. La piel se

    le haba

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    puestolisacomo la de un nio, su cara brillaba como un guijarro acariciado por un mar

    tranquilo y fresco...

    Hacia la noche, abri los ojos, con aire sereno. Se incorpor, mir a su

    alrededor como si viera el mundo por primera vez y nos sonri. Entonces nos

    cont su sueo... Pero a medida que lo contaba, el miedo se apoderaba nuevamente

    de l y su mirada se llenaba de sombra. Su madre le acarici la mano y entonces

    se calm.

    -Madre -dijo-, hace un instante, mientras dorma, me cre nio. Y t me mecas,

    temblorosa. Madre, me parece que me has dado a luz por segunda vez!

    Le tom la mano, se la cubri de besos y su voz se hizo acariciadora como la de

    un nio:

    -Madre, mamita, cuntame uncuento.Su rostro babia adquirido una expresin cndida, tartamudeaba. Su madre tuvo

    miedo. Uno de sus hermanos, clebre trovador en Avin, derrochador y libertino

    como l, haba perdido la razn a fuerza de beber y cantar. Caminaba en cuatro

    patas, balaba, mordisqueaba la hierba tomndose por un carnero... Y ahora

    Francisco le peda cuentos como si hubiera vuelto a caer en la infancia! Dios

    mio, seria el castigo de un pecado! Estara manchada su sangre?

    -Qu cuento, hijo mo? -pregunt, ponindole la mano sobre la frente para re-

    frescara.

    -El que quieras. madre. Cuntame una historia de tu pas. Por ejemplo, la de

    Pedro, el monje salvaje que caminaba descalzo.

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    -Qu Pedro? -El heresiarca de Lyon. -Pero se no es un cuento! -Me

    hablabas mucho de l cuando yo era nio. Crea que era un cuento y

    tema tanto miedo de ese santo como del coco. Cuando no me portaba bien,

    recuerdas, t me decas: "Espera, vendr el monje a buscarte!, y yo me

    esconda tras un silln por miedo a ser descubierto.

    -Pedro, el famoso monje de Lyon? -dije yo, interesado-. Lo conociste, seora?

    He odo contar cosas terribles y extraordinarias sobre l... Te lo suplico,

    seora, lo has visto?, cuntame... Lo conociste? Cmo era? Tambin yo me

    puse en marcha para verlo, pero cuando llegu ya estaba muerto.

    Francisco sonri y para burlarse de su

    madre:-Mam haba mandado a paseo sus sandalias y quera seguirlo descalza, segn

    parece. Pero no se lo permitieron, la secuestraron, despus la casaron y el

    nacimiento de su hijo la hizo olvidarse de todo. Era un hijo lo que ella queray no Dios.

    -No lo he olvidado, pero ahora tengo otras preocupaciones -dijo suspirando-.

    Cmo podra olvidarlo? An lo veo en sueos.

    Francisco se apoy en sus almohadones. Haba dormido el da entero y su cuerpo

    gozaba de un dulce reposo.

    -Escucho -dijo, cerrando los

    ojos.Doa Pica haba enrojecido. Con la cabeza inclinada sobre el pecho, call un

    largo rato. Sus prpados batan como las alas de un pjaro herido. El famoso

    monje estaba profundamente hundido en la noche de sus entraas y ella vacilaba,

    se resista a llevarlo a la luz.

    -No quieres or un cuento de veras, hijo mio? -dijo al fin con voz

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    suplicante.

    Francisco abri los ojos y frunci el

    ceo.-No. quiero se. Ese y no otro. Cuntanos cmo conociste al monje, cundo,

    dnde y qu te dijo. Y cmo te escapaste. O montones de cosas sobre l, pero

    no las creo. Por fin ha llegado el momento de saber la verdad!

    Se volvi hacia m: -Cada uno de nosotros tiene un secreto en su vida.

    Ese es el secreto de

    mi madre. -Y bien, hijo mio, te dir todo -dijo doa Pica, conmovida-. Clmate.

    Puso ambas manos en el hueco de su delantal; sus dedos eran ahusados como

    los de su hijo. Empez a atormentar nerviosamente su

    pauelito.

    -Era un atardecer -empez lentamente, como recordando con esfuerzo-. El atar-

    decer de un sbado. Yo estaba en el patio de nuestra casa y regaba

    tranquilamente los tiestos de albahaca, de mejorana, de claveles. Un geranio

    rojo acababa de florecer. Ante la planta, admiraba su belleza cuando de sbito

    oi golpear violentamente la puerta. La puerta se abre y me vuelvo, asustada...Un monje hosco estaba frente a m. Llevaba una tnica hecha jirones con una

    gruesa cuerda en la cintura. Estaba descalzo. Abr la boca para gritar pero me

    lo impidi con un gesto. Que la paz sea en esta casa, dijo. Su voz era grave y

    ruda, pero sent, oculta en el fondo de esa aspereza, una tristeza indecible.

    Tena ganas de hacerle una multitud de preguntas: quin era? Qu buscaba? Lo

    perseguan? Y por qu? Pero ningn sonido poda salir de mi garganta. Si, me

    persiguen, dijo, adivinando mi pregunta por el movimiento de mis labios. "Son

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    los enemigos de Cristo quienes me persiguen. Soy el monje Pedro. No has odo

    hablar de m? Yo soy aquel que alz el pendn de Cristo bordado con azucenas

    blancas, el que recorre las provincias y las aldeas con los pies desnudos,

    famlico, el que ha tomado el ltigo de manos de Cristo y arroja del templo de

    Dios a los sibaritas, a los mentirosos, a los miserables. No acab de hablar

    cuando se oy un gran ruido en la calle. Eran pisadas, corridas, gritos de

    amenaza y golpes violentos contra las puertas. La

    26 27 campana de la iglesia del barrio empez a sonar furiosamente. El monje

    cerr los puos, se volvi hacia la puerta dcl patio y apret los labios con

    aire sarcstico. "Han olido en el aire a su gran enemigo, a Cristo", gru, y

    se precipitan para crucificarlo por segunda vez. Eh, Pilato y Caifs! ;Se

    acerca, se acerca el Juicio Final!". La multitud se alej sin atreverse a

    golpear en nuestra puerta y se dirigi hacia el puente. Qued a solas en el

    patio COfl el monje. Con los ojos fijos en el geranio rojo, temblaba. La fuerzaque brotaba de ese hombre me paralizaba. Su mirada posada en mi expresaba a la

    vez la clera y la ternura. Tom el geranio, lo arranc, lo deshoj. Lanc un

    grito y mis ojos se llenaron de lgrimas. Entonces frunci las espesas cejas:

    "No tienes vergienza de mirar las criaturas en vez de mirar al Creador? Todas

    las bellezas y los primores de la tierra deben perecer, pues son las que nos

    impiden ver y admirar con sumo placer al Gran Invisible".

    Francisco, que hasta entonces haba escuchado, se

    sobresalt.

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    ANo, no es cierto!-grit.

    Se volvi hacia mi. ~Qu dices t, hermano I.en? -No s qu decir, mi joven

    seor. soy un hombre simple y, para creer,

    tengo que ver, oir y tocar. Slo mirando lo visible puedo imaginar lo

    invisible.

    -La belleza es hija de Dios -dijo Francisco, mirando, por la ventana abierta,

    el patio, la madreselva y algunas nubecillas que bogaban en el cielo-. La

    belleza es hija de Dios, eso es lo que yo s. Slo mirando a nuestro alrededor

    podemos imaginar el rostro del Seor. Ese geranio que tu monje deshoj lo

    precipitar al Infierno.

    1Lo hizo para salvar mi alma! -respondi doa Pica-. Qu es un geranio com-

    parado con un alma humana? Mi monje, como t dices, entrar en el Paraso con

    ese geranio en la mano, porque salv mi alma.

    ~,Salv tu alma? -dijo Francisco mirando a su madre con sorpresa-. Cmo?Porque tu padre intervino y lo expuls. Eso es lo que me habas dicho... Por

    qu haberme ocultado la verdad.

    -Cuando eras nio no hubieras comprendido, hijo mo... Despus, te habras

    redo... Ahora, con la enfermedad, tu carne se ha calmado y puedes escuchar los

    mensajes secretos de Dios sin burlarte. Por eso te dir la verdad.

    Habla, madre, habla! -exclam Francisco, conmovido-. Te escuchar no slo sin

    burlarme, sino llorando, quiz. Tienes razn, ha llegado el momento de

    escuchar.

    Y antes de acabar su frase se deshizo en lgrimas. Su madre tuvo miedo y

    lo tom en sus brazos.

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    LQuieres que salga. noble dama?-dije.

    Pero Francisco extendi la mano y orden: -Qudate. No irs a ninguna parte. No

    tengas vergenza, madre, sigue... Mir a doa Pica, que me ech una mirada

    penetrante; frunca el ceo, me

    juzgaba... -Qudate -dijo por fin-. No tengo vergenza, mi corazn es puro.

    Hablar. -Entonces? -dijo Francisco mirando a smi madre con impaciencia. -El

    monje puso su mano sobre mi cabeza -dijo doa Pica reanudando su

    relatoy sent que una llama descenda a mi cerebro, me apretaba la garganta,

    quemaba mis entraas. Tena ganas de estallar en sollozos o de ponerme a bailar

    en medio del patio

    o de precipitarme en la calle. Tena ganas de quitarme las sandalias y de

    partir por los caminos para no volver nunca a la casa de mi padre... Arda.

    Qu llama era sa? Debe de ser Dios", grit en mi interior. "Es as como

    penetra en el hombre."

    Las mejillas, el cuello de doa Pica habanse vuelto de prpura. Se alz, tomla jarra de cristal de sobre la ventana, llen un vaso de agua y bebi. Despus

    volvi a llenar el vaso y bebi por segunda vez como queriendo extinguir el

    fuego que arda en ella.

    -y entonces? -dijo Francisco, impaciente-~ Entonces? Doa Pica baj la

    cabeza. -Y bien, hijo mo, perd la razn. La casa de mi padre habiase

    vuelto

    demasiado estrecha para mi y cuando el monje abri la puerta y me hizo seales

    de que lo siguiera, sin vacilar arroj mis sandalias en medio del patio y corr

    hacia l.

    Francisco abri desmesuradamente los ojos. Quera hablar, pero no poda. Yo lo

    mir con inquietud. Era el miedo 1o que trastornaba de tal modo su expresin?

    El

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    miedo, la alegra o la burla? Acaso los tres estados, uno tras otro. O bien los

    tres al propio tiempo.

    Al fin pudo mover los labios para decir: -,Partiste? 1o seguiste?

    Abandonaste tu casa? -Si -contest doa Pica y su voz estaba ahora

    tranquila, sin angustia-.

    Tena diecisis aos, el corazn abierto de par en par. dispuesto a admitir

    todos los milagros... Y ese da, Dios se me haba aparecido... A ciertas

    muchachas. El se muestra como un seor joven y hermoso. A mi, se me mostr como

    un monje rudo, rotoso, descalzo. Caminaba rpidamente y yo trotaba detrs. Me

    hablaba de la miseria, de la ignorancia, del Paraso y del Infierno, y la

    tierra se deslizaba bajo mis pies desnudos; un brinco y subira al cielo...

    Cuntas montaas atravesamos! Entrbamos en las aldeas como conquistadores. El

    monje trepaba a una piedra en mitad de la plaza, levantaba los brazos y lanzaba

    el anatema sobre los ateos, los impos y los poderosos de la tierra. Y cuando

    empezaba a anochecer, lo preceda con una antorcha para iluminar su rostro

    terrible, para que los campesinos temblaran vindolo. Mientras tanto, mi padre

    haba enviado caballeros en mi busca. Despus de recorrer montaas y aldeas, me

    descubrieron. Mi hermano, que estaba con ellos, me tom, me alz a la grupa desu caballo y me devolvi a casa.

    Call. Mir a su hijo y le sonri. -Pocos das despus, me casaban...

    Francisco cerr los ojos. Entonces, en el gran silencio, se oy cantar al

    canario, tendido el cuello hacia el cielo. Haba debido cantar mientras hablaba

    mi ama, pero

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    no lo habamos odo. Nuestro espritu estaba colmado por la visin de esa

    muchach

    aque corra descalza, sin aliento, detrs de un monje salvaje. De pronto

    Francisco abri los ojos. Su voz era grave: -Quiero estar solo! -dijo. 28 29

    Su madre y yo salimos sin decir una palabra. Francisco no permiti que nadie

    entrara en su cuarto esa noche. Lo omos

    suspira

    ry levantarse de cuando en cuando para ir a tomar aire a la ventana. Por la

    maana lo oi gritar: "Hermano Len!". Acud. Tendido sobre las sbanas,

    temblaba y su cara era cerosa. -Hermano Len -me dijo sin mirarme-, soy un

    hombre perdido. A mi derecha

    est el abismo de Dios, y a mi izquierda, el de Satans. Sin alas, estoy

    perdido. Caigo!

    -Qu tienes, Francisco? -le dije, estrechndolo entre mis brazos-. Por qu

    tiemblas?

    -La sangre de mi madre! -murmur-. La sangre de mi madre! La locura!-No era la locura, Francisco, era Dios quien la empujaba. -Era la

    locura! Durante toda la noche so que arrojaba mis sandalias en

    el patio de mi madre y que caa en un precipicio... Tenda las manos para

    coger algo de qu asirme, pero slo vea el vacio!

    Mientras hablaba, Francisco levant los brazos muy alto y los agit como alas.

    Le acarici la frente lentamente, tiernamente. Se calm poco a poco. Despus su

    cabeza cay sobre su pecho, como la de un pjaro herido, y poco despus se

    durmi. Mientras dorma, lo contempl procurando, a la luz del sueo que haba

    abierto en l todas las puertas, adivinar qu lo atormentaba. Por qu su

    rostro cambiaba as a cada instante? A veces levantaba las cejas, asombrado, o

    bien frunca los

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    labios, expresando una pena inmensa. En otros momentos, una gran claridad

    inundaba su rostro y entonces sus prpados mariposeaban, incapaces de soportar

    la luz.

    Bruscamente estir un brazo y me tom de un hombro, espantado. -Hermano

    Len, lo has visto? -A quin? -Acaba de desvanecerse en el aire. No,

    an est ah! -Pero de qu hablas, mi joven seor? Ests soando? -No,

    no sueo! Hermano Len, hay algo ms cierto que la verdad? Y

    bien, era eso! Se sent en la cama frotndose los ojos. -No dorma -continu-.

    Lo he visto entrar a travs de la puerta cerrada,

    los brazos adelante como un ciego, vestido con harapos mil veces remendados...

    Ola a carne podrida. Se acerc a mi cama, me busc con la mano y me encontr.

    "Eres t el hijo de Bernardone?" Soy yo." Vamos, levntate, desvisteme,

    lvame y dame de comer!" No imploraba, ordenaba. Me levant y empec a

    desvestirlo. Qu de andrajos, Dios mio! Y qu pestilencia! Cuando qued

    desnudo, vi su cuerpo lamentable, sus piernas hinchadas, sus pies cubiertos de

    llagas, sus sienes marcadas por un hierro enrojecido. En la frente haba unaherida roja en forma de cruz. Pero lo que ms me horroriz fueron los grandes

    agujeros sangrantes que tena en las manos y en los pies. Una vez ms le

    pregunt: Quin eres?", mirndolo con terror. Respondi: Lvame!". Fui a

    calentar agua y lo lav. Despus se sent all, en ese cofre. "Ahora quiero

    comer!" Le traje un gran plato lleno. Se inclin, tom un puado de cenizas del

    hogar, lo extendi sobre su alimento y se puso a comer. Despus se puso de pie

    y me tom

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    la mano. Su rostro estaba ms sereno; me miraba con ternura y compasin. Ahora

    eres mi hermano", me dijo. Si te inclinas sobre m, vers tu cara. Si me

    inclino sobre

    t, ver mi cara, porque eres mi hermano. Hasta pronto, me voy." Adnde vas?"

    "Adonde

    t vayas. Hasta pronto!" Y desapareci. An huelo su hedor. Quin poda ser?

    Quin? Qu piensas t, hermano Len?

    No respond y me deslic ligeramente desde el cofre en que estaba sentado,

    temiendo tocar al Invisible. Quin poda ser, en efecto? Un mensajero de las

    fuerzas tenebrosas o un enviado de los poderes luminosos? Lo que era evidente,

    y yo lo senta claramente, era que en torno de ese joven seor se libraba una

    gran batalla.

    Pasaron tres das. La sangre empez a colorear las plidas mejillas de

    Francisco, sus miembros readquirieron fuerzas, sus labios enrojecieron y l

    pidi de comer. Al mismo tiempo que su cuerpo, su alma se afirmaba y al mismo

    tiempo que su alma, el mundo mismo. Todo regresaba a la vez: los objetos del

    cuarto, el patio, los pozos, la vid, los gritos de la calle y, por la noche,

    las constelaciones del cielo. Todas las cosas retornaban a los lugares que Dios

    y el tiempo les haban asignado.

    El cuarto da, al alba, mientras las campanas de San Rufino redoblaban, doa

    Pica se encamin a la iglesia, seguida de su vieja nodriza. Bernardone no haba

    regresado de su viaje. Las campanas sonaban alegremente, porque en ese 23 de

    setiembre se

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    festejaba a san Damiano, el santo bienamado de Ass. Su capillita, junto al

    camino que conduca a la llanura, se caa en ruinas. Antao, haba sido

    gloriosa. Cada ao, en ese mismo da, se celebraba en ella al santo con gran

    pompa y se cubra su imagen de presentes de oro y plata. Pero ahora la capilla

    estaba medio derruida y slo quedaba en ella una gran cruz bizantina sobre la

    cual pesaba un Cristo ensangrentado y verdoso. Una bien extraa dulzura emanaba

    de ese Cristo. Un sufrimiento no divino, pero si humano; se lo oa llorar y

    morir como un hombre. Los fieles que se arrodillaban a sus pies mirndolo se

    estremecan como si ellos mismos fueran crucificados.

    Yo haba acudido muy temprano junto a Francisco. Doa Pica me haba concedido

    un cuartito cerca del de su hijo, pues el enfermo me reclamaba sin cesar y no

    deba alejarme. Esa maana lo encontr sentado en su cama, con aire dichoso. Me

    esperaba.

    -Ven, len de Dios -me grit-. Veo que te has peinado la melena y qtme te has

    atusado el bigote a la manera de los leones. Te has lamido... Has comido'?

    -Bendita sea tu madre -respond-. Antes de partir para la iglesia. me ha hecho

    llevar pan, queso y leche. A fe ma, mi joven seor, me parece que empiezo a

    volverme len.

    Ri. -Sintate -me dijo, mostrndome el cofre esculpido cercano a su

    cama. El canario cantaba siempre. El sol lo haba achispado, y su

    garganta

    estaba llena de canciones. -Un canario es como un alma humana -murmur

    Francisco-. Ve los barrotes que lo aprisionan, pero no desespera, canta. Canta

    y, t vers, hermano Len, un

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    dasu canto romper los

    barrotes.Sonrei. Es tan fcil romper los barrotes?", pens. Pero Francisco, que haba

    visto mi sonrisa, se entristeci.

    -Qu! No lo crees? Nunca se te ha ocurrido la idea de preguntarte si el

    cuerpo, los huesos, la carne, los pelos existen de veras? O bien slo existe

    el alma, en definitiva?

    -No, nunca me lo he preguntado. Soy un hombre simple, t lo sabes, y miespritu tambin es simple.

    -Tampoco a mi, herrmano Len, se me haba ocurrido esa duda. Pero despus de la

    enfermedad... A ti Dios te ha llamado y te ha conducido por el sendero de la

    pereza. Mientras que a mi me ha llevado a l por el camino de la enfermedad. Y

    no durante el da, sino durante la noc~he, mientras dorma y no poda resistirme

    a El. En mis sueos pensaba: existe el c-uerpo? No habr sino el alma? Se

    llamar cuerpo la parte visible y tangible de esa alma? Todas las noches,

    durante mi enfermedad, senta que mi cuerpo se levantaba s. uavemente sobre la

    cama. Despus sala por la ventana, se paseaba en el patio, se po saba sobre la

    vid y por fin se detena, suspendido en

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    elvacio,sobre los tejados de Ass. Entonces descubr el Gran Secreto. No hay cuerpo,

    hermano Len, no hay cuerpo. Slo existe el alma!

    Salt en su cama, radiante el rostro de

    alegra.-Y si slo existe el alma -exclam-, slo el alma, hasta dnde podemos ir,

    her-mano Len? Puesto que no hay cuerpo que nos estorbe, de un salto podemos

    llegar al Cielo!

    Yo callaba. No comprenda bien las palabras de Francisco, pero mi corazn lo

    comprenda todo.

    -Y ese salto lo he dado ya en mis sueos -sigui Francisco-. Cuando se suea,

    no hay nada ms simple Pero lo dar tambin despierto, ya vers. He tomado la

    decisin, la sangre de mi niacire grita en mi. S que ser muy difcil... Me

    ayudars, her-mano Len?

    -Si, pero, cmo? Tengo escasa instruccin y mi espritu es limitado. Desde

    luego, me queda el corazn, paro qu hars t con l? Es loco de nacimiento el

    desdichado, y orgulloso, como un mendigo que es. No te fes de l. Cmo

    quieres que te ayude en tales condiciones?

    ~T puedes ~ Escucha! Maana me levantar, me tomars en tus brazos e iremos a

    la capilla de San Damiano. ~,A San Damiano? Sabes que hoy se celebra su

    fiesta? No has odo las campanas?

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    te ha ocurrido? No ests en el Paraso?". "Tambin en el Paraso se llora", me

    respondi6 sacudiendo la cabeza, porque nos da pena de quienes todava se

    arrastran sobre la tierra. Te he visto, acostado, tranquilo en tu lecho de

    plumas, y tuve lstima de ti. Duermes, Francisco! No tienes vergenza? La

    Iglesia est en peligro". Est en peligro? Pero qu puedo hacer yo? Qu

    quieres que haga? "Tiende la mano, prstale tus hombros, no la dejes caer!"

    Yo? Yo? El hijo de Bernardone?" "T, Francisco de Ass! El mundo se

    desmorona, Cristo est en peligro! Levntate! Sostn el mundo para que no

    caiga. La Iglesia est a punto de caer en ruinas como mi propia capilla.

    Reconstryela!" Me puso la mano en los hombros y me empuj violentamente.

    Entonces despert, espantado.

    Descubri su espalda: ~Mira. creo que todava se ve

    la marca de sus dedos.

    Me acerqu, pero retroced en seguida, haciendo la seal de la cruz. .Dios sea

    loado! -murmur, temblando. Sobre el hombro de Francisco se podan apreciar con

    notable claridad

    huellas azuidas, parecidas a extraas marcas de dedos. .Son los

    dedos de san Damiano -dijo Francisco-, no tengas miedo. Y poco

    despus:

    Comprendes ahora por qu iremos la capillita? Est desmoronndose y somos

    nosotros quienes la reconstruiremos. Nosotros dos, hermano Len, con piedras y

    cal. llenaremos de aceite la lamparilla extinguida del santo para poder iluminar

    de nuevo su rostro. ~Eso es todo lo que l tena que ordenarte, Francisco? O

    bien...

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    eso es todo! -dijo Francisco obligndome a callar, como si hubiera temido

    que yo agregara algo-. Empecemos por eso ahora y calla! Call. Pero mi corazn

    lata con fuerza porque senta que ese sueo de Francisco de Dios y se trataba

    de un mensaje secreto y terrible. Sabia que cuando Dios apodera de un hombre,

    lo arrastra inexorablemente de cima en cima, hasta destrozarlo en mil pedazos.

    Y mientras Francisco se incorporaba alegremente en su cama, yo temmblaba de

    miedo.

    Al da siguiente, al despertarme, Francisco ya estaba en pie. Apoyado en el

    brazo de su madre, recorra la casa en todo sentido. Con los ojos bien

    despiertos, alegre,

    los cuartos espaciosos, los cofres labrados, las santas imgenes sobre el

    triptico como si todo lo viera por primera vez. En el momento en que lo

    distingu, de pie el patio, admiraba los brocales con sus rebordes de mrmol, y

    los tiestos de plantas wrosas: albahaca, mejorana, claveles, que recordaban adoa Pica su querida patria soleada. Y en un nicho cavado en la pared, la

    estatuilla de piedra de la virgen de Avicon el nio Jess en los brazos. -

    Salud, len de Dios! -exclam al verme, con la risa retozndole en los

    labios-. es el len que se dirige a los corderos y les pide limosna en vez de

    comrselos. Se volvi hacia su madre. -Madre, cul es el evangelista que tena

    un len por camarada? Lucas? -No, hijo mo, Marcos -respondi su madre

    suspirando-. Vas tan poco a la igleque no puedes saberlo. -Entonces yo soy

    Marcos y ste es mi len -dijo Francisco apoyndose en mi-. marcha! -Adnde

    vas, hijo mio? -exclam la madre-. No ves que apenas puedes tenerte pie?

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    -Nada temas, madre. Mira: tengo a milen.

    Me tom del brazo y dijo: -Bendito sea Dios! Despus se

    persign. Pero en el umbral de la puerta. se detuvo.

    32 33

    -Madre, qu da eshoy?-Domingo, hijomio.

    -S, pero qu da delmes?-Veinticuatro de setiembre, hijo mio. Por

    qu?-Entra en la casa, madre, y escribe detrs de la imagen de Cristo en nuestro

    trptico: Hoy, domingo 24 de setiembre del ao de gracia de 1206 despus del

    nacimiento del Salvador, mi hijo Francisco naci por segunda vez. III

    Qu partida maravillosa! La alegra nos daba alas que nos llevaban a travs de

    las callejas de Ass. Pasamos la plaza de San Jorge, despus la puerta de la

    ciudad y por fin el camino que bajaba a la llanura.

    Era una maana de otoo. Una bruma impalpable cubra los olivos y los viedos.

    Colgaban los racimos y otros esperaban a los vendimiadores en el suelo. Los

    becafigos volaban hambrientos piando alrededor de las higueras, donde quedaban

    algunos frutos llenos de miel. En cada hojuela de olivo temblaba una gota de

    luz, y ms all, la campia dorma porque la dulce bruma matinal no se haba

    levantado an. Los campos segados estaban dorados y, entre el rastrojo,

    brillaban las ltimas amapolas vestidas de

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    prpura, como los prncipes, con una cruz negra sobre el pecho Qu alegra! La

    tierra entera saltaba de dicha. Francisco estaba desconocido. Dnde encontraba

    tanto mpetu y tanta

    fuerza? Ya no necesitaba de mi, me preceda, esbelto, ligero como un ngel,

    cantando aires de trovadores en la lengua de su madre. Pareca ver el mundo por

    primera vez.

    Dos bueyes blancos pasaron, coronados de hierbas. Francisco se detuvo,

    sorprendido, y los contempl: balanceaban lentamente su pescuezo lustroso, y de

    un lengetazo laman sus hocicos hmedos. Francisco levant la mano y los

    salud:

    -Qu nobleza! -murmur-. Son colaboradores de Dios y grandes combatientes.

    Se acerc, acarici los anchos flancos y los bueyes se volvieron para mirarlo

    con expresin humana.

    -Si fuera Dios -me dijo riendo-, permitira a los bueyes entrar en el Paraso,

    con los santos... Puedes imaginarte un paraso sin asnos, sin bueyes y sinpjaros?

    Los ngeles y los santos no bastan! Ri de nuevo. -Y

    sin un len? -agreg-. Sin ti, hermano Len?

    -Y sin un trovador, sin ti, Francisco? -dije, acaricindole los largos

    cabellos sobre los hombros.

    Reanudamos el camino. La pendiente nos ayudaba, corrimos. De pronto, Francisco

    se detuvo, sorprendido: -Adnde vamos?

    Por qu corremos?

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    -A San Damiano, mi joven seor! Ya lo hasolvidado?

    Francisco sacudi la cabeza, esta vez conamargura.

    -Y yo que crea que bamos a liberar el Santo Sepulcro -dijo lastimosamente.

    -Los dos solos? -dije en tono burln. 34 35 -No somos dos -contest

    Francisco, y su rostro se ilumin-. Somos tres. Me estremec. Era cierto,

    ramos tres, y de ello provena nuestro mpetu

    y nuestra confianza. En verdad, nuestra marcha no era una marcha de paz.

    Parecamos un ejrcito: el joven seor, el mendigo y Dios a la cabeza, al

    a