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El patrimonio abierto a todas y todos: Proyectos de Inclusión Por: Luisa María Gómez Siente, cultura accesible. Granada INTRODUCCIÓN Si miramos a nuestro alrededor vemos que, a pesar de lo que dicen las leyes, las personas con discapacidad siguen sin poder ejercer, entre otros, un derecho fun- damental para el desarrollo personal y la participación: el derecho de acceder físi- ca, sensorial y cognitivamente al medio. Y aquí es donde entran los Proyectos de Inclusión, cuyo objetivo es cambiar una situación negativa, no sólo para las per- sonas con discapacidad. Éste es un campo nuevo –y en una evolución casi precipitada– que hunde sus raí- ces en los años inmediatamente posteriores a las 2 Guerras Mundiales, cuando se produce un brusco incremento de adultos jóvenes –varones que vuelven de los campos de batalla– con discapacidad. Y así, por necesidad y al abrigo de las nue- vas utopías como el “estado del bienestar”, las sociedades empiezan a asumir el hecho de la discapacidad al que, hasta ahora, no se le había dado una respuesta social. Pero en aquellos años de posguerra, estaba vigente lo que se llamó la “pertinencia de la normalidad”, que implica que la sociedad establece unos patrones “norma- les” en los que todos sus miembros tienen que encajar. En este contexto, las prime- ras actuaciones se encuadran en “el paradigma de la diferencia”: las personas con discapacidad son personas diferentes a las que hay que atender de modo dife- rente. Pero en los años 60 nace otra idea que, poco a poco, va ganando terreno y es la que fundamenta los proyectos de inclusión: se trata del principio de normaliza- ción, según el cual no sólo no existen patrones de normalidad en los que las per- sonas tengamos que encajar sino que, precisamente, son nuestras diferencias individuales las que conforman la sociedad. Desde este punto de vista, la socie- dad no es una masa con excepciones que hay que ir embutiendo en la normalidad, sino una realidad múltiple y diversa, en la que caben infinitas variantes. PROYECTOS de INCLUSIÓN En esta línea, cuando hablamos de Proyectos de Inclusión ya no hablamos de ofre- cer, a quienes no puedan acceder a la oferta general, una oferta alternativa. Hablamos de eliminar el elemento diferenciador –público en general / personas con discapacidad– y situar en el mismo plano las diferentes realidades personales. O dicho de otro modo, asumimos la normalidad social de todas las personas en

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EL PATRIMONIO ABIERTO A TODAS Y A TODOS , PROYECTOS DE INCLUSIÓN

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El patrimonio abierto a todas y todos: Proyectos de Inclusión

Por: Luisa María Gómez

Siente, cultura accesible. Granada

INTRODUCCIÓN Si miramos a nuestro alrededor vemos que, a pesar de lo que dicen las leyes, las personas con discapacidad siguen sin poder ejercer, entre otros, un derecho fun-damental para el desarrollo personal y la participación: el derecho de acceder físi-ca, sensorial y cognitivamente al medio. Y aquí es donde entran los Proyectos de Inclusión, cuyo objetivo es cambiar una situación negativa, no sólo para las per-sonas con discapacidad. Éste es un campo nuevo –y en una evolución casi precipitada– que hunde sus raí-ces en los años inmediatamente posteriores a las 2 Guerras Mundiales, cuando se produce un brusco incremento de adultos jóvenes –varones que vuelven de los campos de batalla– con discapacidad. Y así, por necesidad y al abrigo de las nue-vas utopías como el “estado del bienestar”, las sociedades empiezan a asumir el hecho de la discapacidad al que, hasta ahora, no se le había dado una respuesta social. Pero en aquellos años de posguerra, estaba vigente lo que se llamó la “pertinencia de la normalidad”, que implica que la sociedad establece unos patrones “norma-les” en los que todos sus miembros tienen que encajar. En este contexto, las prime-ras actuaciones se encuadran en “el paradigma de la diferencia”: las personas con discapacidad son personas diferentes a las que hay que atender de modo dife-rente. Pero en los años 60 nace otra idea que, poco a poco, va ganando terreno y es la que fundamenta los proyectos de inclusión: se trata del principio de normaliza-ción, según el cual no sólo no existen patrones de normalidad en los que las per-sonas tengamos que encajar sino que, precisamente, son nuestras diferencias individuales las que conforman la sociedad. Desde este punto de vista, la socie-dad no es una masa con excepciones que hay que ir embutiendo en la normalidad, sino una realidad múltiple y diversa, en la que caben infinitas variantes.

PROYECTOS de INCLUSIÓN En esta línea, cuando hablamos de Proyectos de Inclusión ya no hablamos de ofre-cer, a quienes no puedan acceder a la oferta general, una oferta alternativa. Hablamos de eliminar el elemento diferenciador –público en general / personas con discapacidad– y situar en el mismo plano las diferentes realidades personales. O dicho de otro modo, asumimos la normalidad social de todas las personas en

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los diferentes momentos de nuestra vida: personas con discapacidades relaciona-das con la movilidad, con ceguera o sordera, personas con discapacidad intelectual –y aquí subrayo porque tendemos a olvidarnos de ellas, especialmente en espacios patrimoniales–, pero también quienes en un momento dado tienen una fractura, están embarazadas, llevan un carrito, tienen medidas corporales que no encajan con ese patrón “normal” –porque son más bajas, o más obesas, o niñas y niños–, personas mayores, personas sin conocimientos del tema que se está tratando… etc. Es decir, cuando hablamos de inclusión no pensamos en que hay un grupo de “personas diferentes”, sino en que todas y todos somos diferentes. PROYECTOS DE INCLUSIÓN - ESPACIOS PATRIMONIALES

Aunque esto sirve para cualquier tipo de espacio, es especialmente importante te-nerlo en cuenta a la hora de intervenir en los de carácter expositivo o patrimo-nial, porque nos dan la oportunidad de relacionarnos directamente con evidencias materiales de nuestra existencia como especie, de nuestra propia historia. Y esto nos ayuda a satisfacer una de las necesidades básicas del ser humano: conocer nuestro mundo. Pero, a la vez, de aquí deriva la principal dificultad de los Proyectos de Inclusión en espacios patrimoniales: si en otros ámbitos –que podemos llamar funcionales– hay que resolver la comprensión y uso eficaz del espacio físico y sus elementos –o, dicho de otro modo, de la realidad evidente, la que podemos percibir con nues-tros sentidos–, aquí, además, hay que transmitir conceptos de diferente índole, interrelacionados y situados a varios niveles de abstracción –a veces, muy altos–, de modo que puedan comprenderlos, con el menor esfuerzo posible, personas con dificultades en diferentes áreas. Esto implica que un Proyecto de Inclusión en un espacio patrimonial tendrá que conjugar requerimientos, a veces divergentes, 1º de personas con y sin discapaci-dad y 2º de la institución. Entre ellas:

• La necesidad de conservar una colección o un espacio sin modificaciones.

• Las limitaciones de movilidad y acceso visual de quienes tienen discapacidad física, enanismo, de las niñas y niños...

• La especificidad perceptiva y de comprensión de ciertos conceptos de las personas con ceguera o sordera, bien porque sean conceptos de carácter sen-sorial –como muchos de los relacionados con el arte–, bien por las dificultades que estas personas encuentran para establecer relaciones código-referente o, dicho de otro modo, palabra o imagen-idea que representa.

• La sobrecarga de memoria a corto plazo que tienen las personas con ceguera a la hora de realizar muchas tareas: desplazarse, leer imágenes, etc. Pensemos que las personas con vista tienen a su disposición, sin necesidad de recordar-los, gran cantidad de datos espaciales, que las personas con ceguera tienen que recordar.

• Las variadas consecuencias de la discapacidad intelectual: reducida capaci-dad de concentración, coordinación y memorización, y dificultades de ubicación espacio-temporal y comunicación.

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• La menor resistencia física de muchas personas mayores o con otras dificul-tades.

• La escasa formación general en conceptos básicos de áreas específicas: arte, historia, ciencias...

Es decir, una larga serie de “condicionantes del diseño”, que se suman a otros más conocidos por las y los profesionales. Así, el objetivo de un Proyecto de Inclusión en un espacio patrimonial es garanti-zar:

1. La seguridad del público, 2. que la visita sea confortable y, 3. fundamental, que sea eficaz.

PROYECTOS DE INCLUSIÓN – ESPACIOS PATRIMONIALES – BARRERAS Para lograr dicho objetivo, tendremos que evitar que, entre persona y espacio, se interpongan barreras. Éstas pueden ser:

- Barreras para la accesibilidad física. - Barreras sensoriales. - Barreras cognitivas. - Barreras sociales.

Por barreras para la accesibilidad física solemos entender “aquello que impide el paso a algunas personas”, pero una barrera para la accesibilidad física es todo aquel elemento espacial que, por deficiencias:

- formales,

- de ubicación o

- de material, dificulta el uso seguro, confortable, eficaz y normalizado, de sitios y objetos. Existen infinidad: escaleras –bien, o mal diseñadas–; rampas con mucha pendiente; pavimentos en mal estado o deslizantes –en seco o en mojado, como ocurre en muchos pasos de peatones–; tapas de registro no enrasadas; alfombras con los bordes no fijados al suelo; excrementos de animales; vidrios no señalizados –o mal señalizados–; puertas estrechas; pomos de difícil giro; mobiliario con aristas y can-tos no redondeados; mostradores, perchas, teléfonos, etc. situados a mucha altura; toldos y otros elementos colgantes por debajo de la Altura Libre Peatonal (2,10 m - 2,20 m); iluminación escasa o deslumbrante...

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Barreras sensoriales. Dificultan la percepción. Es decir, dificultan el acceso a la información, bien porque no se ofrece para vista, tacto y oído, bien porque el men-saje tiene deficiencias formales, de tamaño o intensidad, o de contraste. 1. Entre las primeras: avisos sonoros que no aparecen en un panel visual; o la ¡tan corriente! falta de información en braille y/o en lengua de signos, falta de imágenes en relieve (con muchísimas posibilidades que estamos desaprovechando)… 2. En cuanto a las segundas: imágenes y textos demasiado pequeños, o escritos con tipos poco legibles, o que apenas contrastan con el fondo (un texto en gris so-bre fondo blanco es muy elegante, pero ¿se ve?).

Barreras cognitivas. Las barreras cognitivas entorpecen la comprensión. Es decir, el soporte del mensaje –sean textos, planos, maquetas, réplicas, piezas ori-ginales–, en otras palabras, el código, se percibe, pero el mensaje no se entiende. Como las barreras sociales, que veremos a continuación, pasan desapercibidas, quizá porque explicamos sus efectos con razones que no responden a la realidad: si yo no puedo entrar a un sitio, porque hay una barrera física, soy consciente de que no puedo entrar porque ahí, fuera de mí, hay algo que me lo impide; si no hay intérprete de signos, o cartelas en braille, o son tan pequeñas que me obligan a poner la nariz delante, soy consciente de que si eso fuera diferente, yo podría per-cibirlo. Pero si no entiendo un texto –o una imagen–, suelen pasar dos cosas: 1. O no me doy cuenta (por ejemplo, en una exposición de pintura clásica, ¿qué sale diciendo mucha gente? ¡hay que ver qué encajes, qué puntillas y qué caballos que parecen de verdad! ¿Mensaje entendido? ¿Y somos conscientes? Salimos creyendo, igual que cuando entramos, que entender a Velázquez es reconocer que “copia” muy bien la realidad). 2. Otras veces, comprendo que no he “pillado la idea” pero, en vez de pensar que la causa está fuera de mí –un mal diseño–, pienso que mis capacidades no son su-ficientes para entender lo que me están contando: “Es que lo abstracto es muy moderno para mí”. Esto significa olvidar una ley básica de la comunicación: la res-ponsabilidad de que el mensaje se entienda es de quien lo emite, no de quien lo recibe. Por tanto, la responsabilidad de la comunicación en un espacio patrimonial no es del público, sino de la institución. Y este olvido, de por sí negativo, en las per-sonas con discapacidad tiene, además, un efecto rebote muy, muy desmotivador. Pero, ¿a qué se deben las barreras cognitivas? Las barreras cognitivas aparecen cuando el diseño de la información no respeta las condiciones de recogida y asimilación de datos del ser humano. Por ejemplo: sabemos que es imposible aprender si el nuevo conocimiento no se apoya en conocimientos ya asimilados o si, haciéndolo, no se dan las condiciones que nos permiten establecer la relación entre lo que ya sabemos y los nuevos datos; sabemos también que cuanto más familiares son las palabras, más fácil es entenderlas; sabemos que los términos técnicos, hay que explicarlos; y que, en vez de encadenar ideas en ristras de ora-ciones subordinadas, es mejor ir acotándolas con puntos; sabemos que las pala-bras situadas al final de la frase se recuerdan peor; etc. Todo esto, referente al len-guaje verbal. Para entrar en las imágenes, que sería interesante, necesitaríamos más tiempo.

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Las barreras cognitivas afectan a: 1. datos instrumentales, o sea, a los conocimientos sobre la mecánica de la acti-vidad que necesito para desenvolverme eficazmente en ella, 2. al espacio que acoge la muestra, es decir, cómo es éste sitio y cómo puedo lle-gar a cada una de sus partes –¡e identificarla! – y/o 3. a la muestra en sí: qué hay aquí, cual es su valor, porqué esto es importante, porqué se considera bello y, sobre todo, qué tiene que ver conmigo…

Así, son barreras cognitivas tanto la falta de información sobre horarios, normas, etc., como la falta –o mal diseño– de planos y señalización, la organización incohe-rente de piezas o datos; los mensajes poco precisos; la información pobre, excesiva o que no diferencia niveles y, desde luego, los enunciados –sean verbales o icóni-cos– que no tienen en cuenta las especificidades cognitivas de cada tipo de disca-pacidad, es decir, qué particularidades tiene, para una persona con ceguera, disca-pacidad intelectual, etc., el aprendizaje por diferentes vías: leyendo, escuchando, tocando imágenes, etc.

Y, por último, en la base de todas las barreras anteriores, están las barreras socia-les. Se producen cuando –de modo consciente o no– excluimos a las personas con discapacidad del público objetivo (y, lógicamente, ellas perciben esa exclu-sión). P.e.: entradas accesibles que parecen secundarias; aseos para hombres, mujeres y personas con discapacidad; trato bienintencionado pero no adecuado por parte del personal, como hablar a una persona adulta con discapacidad intelectual como si fuera una niña o un niño, subir la voz al dirigirse a una persona ciega, “im-ponerles” ayuda en cosas que pueden hacer por sí mismas; el uso de lenguaje dis-criminatorio (disminuidos, minusválidos, deficientes…); los folletos con fotos de visi-tantes… sólo sin discapacidad; una oferta de actividades accesibles, pero diferen-ciadas de las del público en general –que, además, son una disyuntiva para sus acompañantes–; etc. Pero como es fácil comprobar, este preciso conocimiento de las barreras que impi-den a las personas con discapacidad ejercer su derecho de acceso al medio, no ha evitado que las sigamos encontrando en la inmensa mayoría de los espacios patri-moniales. Y no sólo eso: es muy difícil convencer a quienes los gestionan de que eliminarlas es rentable; tanto, que cabe preguntarse si la pertinencia de la norma-lidad sigue vigente, ya que aún no se ha interiorizado la necesidad de diseñar para toda la sociedad. Esta lentitud hace que todavía no tengamos una tradición de diseño inclusivo en la que apoyarnos a la hora de trabajar. Es decir, aún nos faltan tenemos herramien-tas de evaluación más o menos normalizadas (aunque estamos en ello), soluciones verificadas en espacios reales y, sobre todo, la posibilidad de adquirir un “catálogo mental”, una cultura de cosas hechas que y se vaya cociendo con los nuevos en-cargos… Es como si nos planteásemos diseñar un coche sin haber visto ninguno: tendríamos que decidir si el volante es redondo y hasta cuántas ruedas necesita. Y, en muchos sentidos, aún estamos ahí.

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PROYECTOS DE INCLUSIÓN – ESPACIOS PATRIMONIALES – PLANTEA-MIENTO Pero, a la vez, parece innegable que tanto la presión social –cada vez mayor– de los colectivos de personas con discapacidad, como la legislación, obligarán pronto a estos espacios a realizar intervenciones en este sentido. Para ello, serán necesa-rios equipos multidisciplinares que, a través de un trabajo sistemático, identifiquen y delimiten tanto los límites y necesidades, como las posibilidades de las personas con discapacidad en cada espacio o actividad, y apliquen los medios que les permi-tan optimizarlos. Su trabajo tendrá que abordar, de modo coherente y de acuerdo con los principios del Diseño Universal1, dos vertientes fundamentales:

- Acceso físico y

- Acceso conceptual.

Acceso físico Siempre que sea posible, se eliminarán o salvarán con ayudas técnicas las barre-ras que lo limiten. Cuando no, se compensarán con materiales que favorezcan el acceso cognitivo, y sirvan para entender el elemento al que no se puede llegar: ré-plicas, maquetas, ilustraciones, textos… Es necesario diseñar esquemas de circu-lación y zonificación coherentes, que faciliten tanto la movilidad independiente y el acceso físico a cada elemento como, entrando ya en el apartado siguiente, la orien-tación y comprensión del mensaje expositivo. Acceso conceptual La información debe tratarse de modo global, atendiendo tanto a la selección –y, en su caso, ubicación– de piezas, espacios, etc., como a los mediadores que ayudarán a entenderlos. Para ello, es necesario:

a. Seleccionar los datos imprescindibles: instrumentales, espaciales y concep-

tuales. b. Determinar el código más adecuado para transmitir mejor cada tipo de datos:

textos, maquetas, dibujos, vídeo… c. Estructurar las ideas: en qué orden deben ofrecerse, por dónde hay que ir cor-

tando y cómo establecer –de modo explícito o no– las interrelaciones que tienen que darles coherencia.

1 Uso equiparable; uso flexible; uso simple e intuitivo; información perceptible; tolerancia al error; poco esfuerzo físico; tamaño y espacio adecuados.

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d. Precisar los canales perceptivos que utilizaremos en cada caso, sabiendo que los datos deben estar disponibles para más de un sentido y tienen que adecuar-se a las particularidades de cada uno de ellos. Nuestro trabajo siempre será mul-tisensorial.

e. Y, por último, dar forma –diseñar paneles, crear imágenes, redactar textos…–, teniendo en cuenta las pautas que fundamentan tanto la legibilidad –o facilidad con la que puede percibirse el mensaje– como la lecturabilidad –o facilidad con la que puede entenderse su sentido–.

Y todo esto, estableciendo relaciones coherentes y explícitas entre espacios, me-diadores y contenidos. Es decir, se trata de realizar un esfuerzo de comunicación global, no excluyente, capaz de resolver los desajustes que puedan producirse, y que generalice una ex-periencia autónoma, activa y centrada en la percepción individual. O, dicho de otro modo, se trata de adecuar la intervención en el medio a la persona y no la per-sona a la intervención.

PROYECTOS DE INCLUSIÓN – ESPACIOS PATRIMONIALES – POSIBILIDA-DES

Ahora bien, si los Proyectos de Inclusión resuelven óptimamente cada uno de los aspectos anteriores, ¿todo será accesible para todos y todas? La respuesta es Sí y No. Si hablamos de acceso físico, en espacios patrimoniales prevalecen criterios de conservación y, en muchos sitios, habrá limitaciones objetivas que impidan, por ejemplo, que una silla de ruedas entre en una alcazaba. Ahora, ¿podrán garantizar el acceso conceptual, de manera que las personas con discapacidad, lo más cer-ca posible de los originales, puedan entender su valor? Desde luego. Y no sólo esto. Quienes trabajamos en este campo vamos por ahí atreviéndonos a asegurar que los estos proyectos mejoran las visitas de todo el público, porque:

• Disminuyen los accidentes y el cansancio.

• El esfuerzo cognitivo se rentabiliza: aprendemos más cosas, y las entendemos y recordamos mejor.

• Nos permiten entrar en contacto con lenguajes diferentes y disfrutar de senti-dos que, casi olvidados –¡y hasta prohibidos!– en nuestra cultura, son fuente de aprendizaje y placer (aunque estamos muy bien educados/as, y no lo hacemos: ¿a quién no le dan ganas de tocar en muchos sitios?).

• En los espacios inclusivos nos sentimos competentes y protagonistas de la actividad, y tendemos a establecer lazos afectivos con ella.

• Su carácter lúdico y distendido favorece nuevas visitas, al mismo o a otros espacios patrimoniales.

• Y tenemos la oportunidad de coincidir –y compartir– con personas diferentes, lo que nos ayuda a adquirir una visión de la sociedad más real, alejada de este-

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reotipos que nos adjudican roles en función de nuestras capacidades persona-les.

Por eso, al hablar de Proyectos de Inclusión, no hablamos de proyectos para per-sonas con discapacidad, sino de proyectos que permitan, a cualquier persona, ac-ceder a la actividad en condiciones favorables de seguridad, confort y, fundamen-tal en espacios patrimoniales, eficacia. Es decir, hablamos de abrir el patrimonio a todas y todos.