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conjunto de relatos periodísticos que nos conduce al corazón de un país que se perfila para ser la siguiente cultura hegemónica en el mundo. A través de estremecedoras y punzantes entrevistas a personajes marginales ladrones, mendigos, niños de la calle, prostitutas, limpia baños, profesores, campesinos, pervertidos sexuales, burócratas, monjes, adivinos, músicos, artistas callejeros, y un largo etcétera, nos adentra a la terrible historia reciente de un país en el que el comunismo y el desarrollo económico han convivido con realidades de hambruna y canibalismo, de tortura y control político, de violencia, muerte e injusticia.

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El paseante de cadáveres Retratos de la China profunda

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El paseante de cadáveresRetratos de la China profunda

Liao YiwuTraducción de Leonor Sola Comino

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Todos los derechos reser vados.Ning una parte de esta publicación puede ser reproducida,

transmitida o almacenada de manera alg una sin el permiso prev io del editor.

Este libro se realizó con apoyo del Fondo Nacional para la Cultura y las A rtes a través del Programa de Fomento a Proyectos y Coinversiones Culturales 2011

título original: The Corpse Walker

Copyright: © 2002 by Liao Yiwu

This translation was published by arrangement with Pantheon Books, an imprint of The Knopf Doubleday Group, a division of Random House, Inc.

Primera edición: 2012

Fotografía de portada Andrew Mcconnell / robert HArding world iMAgery / getty iMAges

Traducciónleonor solA coMino

Copyright © Editorial Sexto Piso, S.A. de C.V., 2012París 35-AColonia del Carmen, Coyoacán, 04100, México D. F., México

Sexto Piso España, S. L.Camp d’en Vidal 16, local izq.08021, Barcelona, España

www.sextopiso.com

DiseñoEstudio Joaquín Gallego

FormaciónQuinta del Agua Ediciones

ISBN: 978-84-15601-13-5

Impreso en México

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ÍNDICE

El infame ladrón 9

El doliente profesional 23

El maestro de feng shui 33

El saqueador de tumbas 47

El abad 65

El condenado a muerte 85

La dama de compañía moderna 93

El director de la junta de vecinos 103

La masacre de Tiananmen 115

El paseante de cadáveres 133

El adivino 145

La practicante del falun gong 153

El espiritista 165

Canibalismo en tiempos de hambruna 175

El maestro de pueblo 189

El limpiador de baños 203

El traficante de mujeres 211

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El emperador agricultor 219

El contrarrevolucionario 227

El compositor 239

El embalsamador 259

El adicto al sexo 269

El terrateniente 281

El derechista 293

Niños vagabundos 305

La artista ambulante 315

El sonámbulo 325

El emigrante 337

El pasajero clandestino 347

El rey de los mendigos 359

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EL INFAME LADRóN

El séptimo día del primer mes del calendario lunar de 1991, acompañé a un abogado amigo mío a una prisión de Chongqing para visitar al ladrón Cui Zhixiong. En cumplimiento de la pena de muerte a la que había sido condenado, Cui Zhixiong sería ejecutado en cuarenta y cinco días. «Me queda el equivalente a una Fiesta de la Primavera»,* dijo.

Lo condenaron a los treinta y nueve años. Cui, con grandes ojos y pobladas cejas, un tipo de complexión fuerte que en un día tan frío como aquél llevaba tan sólo una camiseta sin ropa inte-rior, se comportaba como si no lo fueran a ejecutar. Su actitud me recordó a la disposición propia de los soldados de infantería que protagonizan muchas películas. Aun llevando pesadas cadenas, se mostró sereno ante nosotros y perspicaz al hablar de su caso.

Varios años después, cuando me dispuse a ordenar los re-cuerdos de su historia, no quedaría de él más que cenizas, pero en cuanto me acordaba, un sudor frío bañaba mis manos. Dios mío, ¿todo aquello ocurrió de verdad? ¿Seguirá Cui siendo un preso a la fuga en el infierno?

Liao Yiwu: ¿No fumas? Es raro en un preso.Cui Zhixiong: En la cárcel no está permitido fumar.Liao: Las reglas están para romperlas, así es la naturaleza

humana. Además, la situación de ahora es particular y podrías hacerlo.

* La Fiesta de la Primavera es la celebración más importante para los chi-nos, similar en importancia a la Navidad en Occidente. (Ésta y todas las notas del libro son de la traductora).

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Cui: La dignidad de las personas es más importante que su propia naturaleza. Quizás incluso la razón por la que se me-nosprecia a los presos no es por el delito por el que hayan sido encarcelados sino porque ellos mismos han perdido su propia dignidad. ¿Quién no va a querer fumar aquí dentro? Quieres fumar aunque no seas fumador y más en una situación como la mía, cuando ves que sólo esperas a que pasen los días hasta que llegue el momento de tu ejecución. Pero un cigarro pue-de hacer que pierdas la dignidad, puesto que puedes terminar recogiendo las colillas que encuentras tiradas y atesorándolas como si fuera algo preciado. Y a veces son los abogados o los policías quienes nos los ofrecen… ¿Cuántos cigarros no se habrán cambiado por vete a saber cuántas confesiones a los policías?, ¿cuántos trozos de carne habrán sido intercambia-dos por un par de delaciones?… Y sólo cuando estés a punto de morir te darás cuenta de lo mezquina que ha sido tu vida.

Liao: No te negaré que ir recogiendo colillas por el suelo no sea vergonzoso, pero no creo que llegue al extremo de hacer perder la dignidad a alguien. Durante la Revolución Cultural, mi padre asistió a un curso sobre crímenes organizados y ma-fias cuyas normas eran muy estrictas y todos los días los temas principales eran o «declaraciones y confesiones» o «denun-cias». Su adicción al tabaco era tal que también llegaba a fu-marse las colillas que encontraba por los suelos e incluso liaba hierbajos y se los fumaba. Una vez, durante una asamblea, se agachó tantísimo que los allí presentes pensaron que estaba haciendo una reverencia como muestra de educación y buenas maneras, pero en realidad no sabían que a unos pocos centí-metros había una colilla que uno de los guardias había tirado. Faltó poco para que se cayera de bruces.

Cui: No es comparable una situación con otra. Tu padre no cometió ningún delito. En mi profesión, mucho más difícil que la suya, estás obligado a controlarte a ti mismo. Me irri-ta que los presos se fumen las colillas del suelo. Me gustaría abrirle la boca a todo aquél que posa una de las colillas en sus labios y hacérsela tragar.

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Liao: Tranquilo, hablemos de otros asuntos.Cui: Estoy tranquilo. ¿De qué quieres hablar, de mi caso?Liao: Tú eliges.Cui: Mi caso concluyó ayer. Ayer apareció el comisario

junto con dos periodistas que grabaron todo. Me hicieron con-tar con pelos y señales las técnicas de mi modus operandi al robar cajas fuertes, toda mi historia delictiva antes de ejecutar-me, pues los casos archivados aumentan cada vez más y, entre ellos, hay uno cuya técnica es muy parecida a la mía. Al menos el comisario tuvo la decencia de no engañarme diciendo que recibiría indulgencia. ¿Y tú?

Liao: ¿Yo qué?Cui: Por tu aspecto no pareces policía ni periodista, te

asemejas más a un monje indisciplinado. Sin pelo, con la mi-rada vivaz… Al verte con tu pluma, ¿qué escribes, artículos freelance?

Liao: Sí que tienes ojo, estoy impresionado, ¿te dedicas a adivinar la profesión de la gente o qué?

Cui: Me dedico a reconocer maquinarias, no a la gente. Desde que entré aquí, aparte de criminales, sólo me visitan policías, abogados y algún doctor para comprobar que estoy bien físicamente. No eres de este círculo. Y como tampoco a ningún hombre de negocios le interesaría venir a verme, lo más probable es que te dediques a escribir.

Liao: Al parecer no estás muy dispuesto a hablar de tu caso. Ya lo habrás contado tantas veces que estarás harto.

Cui: Charlemos de mi fuga.Liao: Tu principal delito es el robo de cajas fuertes, ¿cierto?Cui: El robo de cajas fuertes se queda en nada comparado

con el delito de fuga. Eso sí que fue asombroso. Dios nos ense-ñó que debemos hacer buenas acciones en vida y mis asombro-sas fugas también constituyen buenas acciones, pues satisfacen la curiosidad del hombre.

Liao: Soy todo oídos.Cui: La primera vez que me agarraron, hace dos años, me

encerraron en una comisaría de Geleshan. Se trataba de una

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prisión de la vieja escuela, una reliquia del Kuomintang,* que, a pesar de tener varias docenas de años, parecía más sólida que las cárceles de hoy en día, pues los muros son de piedra y los vigilantes no paran de pasearse por los cuatro costados. El patio al aire libre, el comedor y la sala de reuniones eran espacios rectangulares divididos en dos partes. Los automóvi-les entraban por la puerta principal y, al franquearla, se abría una pequeña zona al aire libre que, al traspasarla, conducía al bajo de la prisión. La planta baja estaba compuesta por la sala de interrogatorios, la cocina, los baños separados en dos salas, una con las regaderas y otra con los inodoros, y un almacén. En la segunda planta se encontraban las celdas, con un total de dieciséis, incluyendo una celda especial para mujeres. Y, claro, también había una sala de policía muy soleada en la segunda planta orientada al sur. En medio de la cárcel, corría un pasillo circular, frío y tan oscuro que por la mañana ya tenía que te-ner las lámparas encendidas. En mi celda, de un solo salto, se podían agarrar los barrotes que protegían el exterior de la cla-raboya y, alzando la mirada, se vislumbraba el pinar donde los agentes secretos del Kuomintang asesinaron a Yang Hucheng.

Liao: ¿Cómo estás tan familiarizado con la ubicación?Cui: Al igual que hay genios que no olvidan jamás lo que

han estudiado, yo soy un genio del robo y tengo memoria fo-tográfica de todos los sitios por los que paso. Y, la verdad, los dos meses en los que estuve encerrado me bastaron para me-morizar cada piedra y ladrillo de la prisión. Se decía que nun-ca nadie se había escapado de esa cárcel, pero vete a saber. La piedra también puede romperse… Yo había conseguido entrar y salir tantas veces de celdas de aislamiento que parecían ca-jas fuertes que… ¿quién sería capaz de frenarme? La mayor dificultad es pasar desapercibido, pero es imposible estando

* Kuomintang, Partido Nacionalista de China, es un partido político na-cionalista chino. Actualmente, está considerado un partido conservador, miembro de la Unión Internacional Demócrata, a la que pertenecen par-tidos como el Partido Republicano de los Estados Unidos o el Partido Po-pular español.

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como estábamos encerrados bajo el mismo techo, cada uno con un motivo oculto en su interior. Durante el primer mes, como me interrogaron diariamente, mi mente no estaba muy clara, pero los encargados de mi caso se dieron por contentos con mis confesiones y quisieron continuar la investigación y definir el siguiente paso de la estrategia, de manera que decidieron pos-poner los interrogatorios.

Liao: Las investigaciones siempre se basan en palizas, ¿a ti no te pegaron?

Cui: Los novatos reciben palizas como aviso por parte de los superiores. Hay muchos tipos de tortura, pero yo no soy un criminal cualquiera y, además, mi coeficiente intelectual es altísimo. Por eso los guardias se encargaron personalmente de buscar al director de la cárcel y hablar con él para evitar que lle-gáramos a las manos. Pero la verdad es que con todos aquellos interrogatorios no tenía ni un momento para poder pensar con tranquilidad en el modo de escapar, pues los presos hacíamos absolutamente todo a la vez y siempre teníamos vigilantes por los cuatro costados: durante la comida, en el tiempo del par de descansos que nos estaban permitidos… Todo menos ir al baño. Con la puerta cerrada, bajo una luz sombría y con olor a jabón, la sala de inodoros y la sala de regaderas se convertían en el mejor lugar para que una mente solitaria como la mía pudiera pensar.

Liao: ¿Y el resto de los presos no iba al baño?Cui: Sí, claro. Las letrinas de la cárcel eran muy grandes,

como la mitad de una persona de bastante altura. Como el siste-ma de desagüe era antiguo, cuando se atascaban dos inodoros, se tenían que vaciar las letrinas. Y por esa razón, en cuanto traían una bomba de agua para vaciarlas, cientos de presos aprovecha-ban y se ponían a lavar ropa en el patio, salían para contemplar el cielo y respirar un poco de aire fresco, algunos también se de-dicaban a intercambiar cosas. Como te he dicho, trataba de acla-rar mis ideas allí, pero ni aun estando yo, un ladrón de mi nivel, diez minutos en los baños, era capaz de olvidar que aquello era una cárcel. En las únicas dos ocasiones en las que podía ir al baño, tenía que poder pensar en un plan y, claro, no podía

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permanecer mucho rato dentro para no levantar sospechas. La ventana del baño daba a un gran muro, una salida sin escapato-ria, pero se me ocurrió que, al ser una cárcel antigua, el sistema de tuberías por donde caían los excrementos no contaría con un sistema de extracción por bombeo, de manera que quizás pudiera escaparme por el canal de desagüe. Así que la primera pregunta era dónde se encontraba la boca de entrada, si den-tro o fuera de la cárcel, y, la segunda, si estaría cerrada por una tapa y cuánto pesaría esa tapa. También me preguntaba si estaría protegida por alguna trampilla de hierro. A decir verdad, jus-to una semana antes de mi fuga tuve mis dudas, porque un día, mientras me bañaba, desde el orificio por donde caía el agua, advertí que por la pared corría un canal que afortunadamente era un punto muerto para los custodios. Después, oí el ruido que hace un gato al atrapar a un ratón justo al otro lado de la pa-red. Y entonces pensé que si cabía un gato, yo podría meterme tumbado. Sólo con pensar en esa fuga me emocioné sobrema-nera, pero ese plan necesitaba la colaboración de tres personas. Primero tenía que despistar al guardia, pues cuando los de la dirección acabaran de bañarse, él tenía el privilegio de entrar primero a la regadera, así que necesitaría que alguien vigilara la puerta. También a dos personas más para que me levantaran y así poder agarrarme a las tuberías y meterme por el conducto.

Liao: Y eso sería demasiado arriesgado.Cui: Sí, tener que confiar en tres personas me aterraba

más que estar en la cárcel, de manera que lo único que podía hacer era meterme por el conducto del inodoro. Por fin llegó mi oportunidad: oí que un hombre con acento de pueblo estaba tirando los excrementos del inodoro. El corazón me latía tan fuerte que temí que se me saliera del pecho, pero finalmente lo logré. Yo estaba seguro de que escaparía de la muerte. Una vez dentro, el siguiente paso era calcular el tiempo necesario para hacer todo el recorrido al ritmo previsto. Quince minutos de descanso menos varios minutos para recorrer los seis inodoros eran un total de diez minutos, más tres minutos de recuento de personal; luego, descubrir que falta alguien, buscar al su-

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sodicho y llamar al equipo de búsqueda, seis minutos más; más dos minutos para que salieran a la búsqueda… La diferencia de tiempo entre el momento en que yo había iniciado el recorrido y el momento en que ellos emprendieran la búsqueda, nueve minutos, es decir, que disponía de una media hora para poder salir de la zona, bajar al pie de la montaña y perderme entre el gentío de alguna población grande.

Liao: Parece una película.Cui: ¡Qué película ni qué nada! Cuando me arrestaron hi-

cieron falta veinte minutos en coche para trasladarme desde el pie de la montaña a la cima y supuse que tardaría lo mismo yo haciendo el camino a pie, por ser ladera abajo. Y tampoco corría peligro si me retrasaba ocho minutos en el canal de ex-crementos o por los alrededores. Justo al lado de la cárcel había una academia de ciencias desde donde reverberaba el sonido de los estudiantes que memorizaban las lecciones repitien- do textos y seguramente supondrían que me escondería allí, por la montaña, bastante cerca.

Liao: Claro, ¿pero no crees que era un riesgo poder en-contrarte con algún visitante que estuviera subiendo por la montaña mientras tú descendías por ella?

Cui: En ese caso, habría ido directamente hacia él para asustarlo. Había pensado docenas de veces en mi fuga, soña-ba en ella hasta el punto de despertarme a medianoche sin dejar de mover las piernas, como si corriera. Y, sorprenden- temente, las cosas salieron a la perfección, incluso me acuer-do que era el 6 de mayo de 1990, sólo me faltaban tres días para cumplir los treinta. Por la tarde, metí en una bolsa de plástico una camiseta, pantalones cortos, unos tenis de lona y una toalla, y me la até a la cintura, debajo de mi uniforme. En cuanto sonó la campana del descanso, seguí a los demás pre-sos por el pasillo y, a los dos minutos, ya estaba bajando por las escaleras hacia el patio de la prisión. Me giré resguardan-do la puerta y dirigí una mirada hacia la cámara que había en la segunda planta, vislumbré a los dos guardias que allí había charlando amistosamente. Acto seguido, me colé en el baño

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y me metí por el canal de desagüe. Mis pantalones eran dema-siado holgados y me dificultaban los movimientos. Un preso entró a orinar y yo tuve que permanecer de cuclillas ansioso por no perder ni un solo segundo. Acto seguido, con lágrimas en los ojos por el fuerte mal olor de los excrementos, me quité el uniforme. El canal era tan estrecho que de cuclillas mi cabe-za rozaba el techo. Mis manos me guiaban y avanzaba temero-so de que se me desgarraran las orejas y el pene me explotara en aquella posición tan incómoda. No sabía la profundidad de la letrina. A mi alrededor todo eran excrementos apestosos y, mientras avanzaba, alguna que otra rata se cruzó en mi cami-no. Temí que el corazón se me saliera del pecho. El tiempo pasaba jodidamente despacio, como si hubieran pasado años, mi cuerpo entero se agitaba en temblores y no me atrevía a abrir los ojos. Al menos no tenía que nadar entre heces, pues las aguas fecales eran espesas y podía ir avanzando de cucli-llas. Si bien el agua sólo me llegaba al cuello, temía terminar ahogado. Continué avanzando y avanzando hasta llegar por fin a la red metálica. Al abrir los ojos vi la salida a tan sólo un metro. En ese instante temí perder los nervios. La rejilla sólo podía abrirse hasta la mitad, así que no tuve más remedio que meterme a la fuerza y hacerme dos cortes. Pasar me costó mu-chísimo, pero yo estaba en forma y, por los nervios, creí que ya habrían pasado diez minutos, pero había sido más rápido y no habían pasado ni seis. Abrí la bolsa de plástico y me lim-pié los excrementos con la toalla. Después me cambié de ca-miseta y me puse los pantalones cortos y los tenis, para salir corriendo ladera abajo como si fuera un atleta en plena carrera, un atleta que apestaba, eso sí, pero un atleta.

Salté zanjas y fosas a toda velocidad. Si existiera, seguro que superé el récord de los mil metros en campo abierto. Para no perder ni un segundo, no seguía la ruta de los caminos serpenteantes, propios de aquellas montañas, si no que iba recto, saltando de un nivel a otro, ladera abajo, acortando. Creo que los montañeros con los que me topé se tapaban la nariz al pasar por su lado. También me pareció oír tras de mí

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varias sirenas de coches, pero debieron de ser alucinaciones. Cerca del cementerio Los Mártires hay una escuela de idiomas y me dirigí a ella. Atravesé su pista de deportes. Corrí a pleno pulmón, tan tenso que mis músculos parecían estallar bajo la camiseta y los pantalones. Y por eso pasé desapercibido: parecía un deportista. Me dirigí al edificio de los dormitorios de los estudiantes y, después de darme allí un regaderazo, me vestí con una camiseta y un pantalón medio húmedos que vi colgados en la ventana, para, acto seguido, volver a emprender la carrera.

En aquella zona, perteneciente a la ciudad-distrito de Sha-pingba, había un gran hospital donde pensaba esconderme. Entonces decidí parar a un taxi para recorrer unos kilómetros lo más rápido posible. Cuando estábamos pasando por el hos- pital le dije: «Perdone, pero será mejor que pare, pues he ol-vidado la cartera». El taxista se giró y me preguntó: «¿Quiere que demos la vuelta para ir por ella?», pero para entonces yo ya había abierto la puerta y me había bajado. Se oían las sirenas de alarma, el equipo de búsqueda ya había llegado para comen-zar a rastrear el lugar. Entré al hospital, atravesé el ala donde se distribuían las habitaciones y alcancé el depósito de cadáveres. La sala, de unos veinte metros cuadrados, tenía seis planchas de piedra con tres cadáveres tumbados y otros dos recubiertos de hielo. No tenía alternativa, lo único que podía hacer era tum-barme y taparme con una de las sábanas azules que cubrían al resto de los cadáveres. En principio, el clima en mayo no era frío, pero después de estar recostado sobre esa piedra duran-te horas, el frío se te calaba por los huesos. Aquella sala tenía una luz mortecina y el olor putrefacto de los cadáveres que, por el charco de sangre que vi en el suelo, debían de ser víctimas de accidentes de tráfico, impregnaba toda la estancia. Deses-perado, ansiaba que anocheciera, pero el cielo no se oscurecía nunca. Se oía el graznido de los cuervos que descansaban en los árboles del exterior y el rugido que provocaban los remoli- nos de viento al colarse por la puerta hacía que se me pusieran los pelos de punta. Si por alguna casualidad entraba alguien, yo estaría acabado. En el momento en el que me destaparan ten-

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dría que agarrar a quien fuera y estrangularlo en el acto.Liao: En tu situación, más te habría valido entregarte a la

policía.Cui: Ya no había marcha atrás. Y, además, no hay que te-

mer a los muertos sino a los vivos.Liao: ¿Cuánto tiempo permaneciste tumbado?Cui: Una vida entera. Cuando me incorporé tenía el cuer-

po adormecido del frío. Liao: ¿Cómo eras consciente de cuánto tiempo iba pasan-

do si no tenías reloj?Cui: Contaba mis propios latidos. Cuando se me aceleraba

el corazón, tres equivalían a un segundo y, cuando me tran-quilizaba, un latido era un segundo. Después acabé durmién-dome. Cuando me desperté, oí ruidos en la sala contigua, el entrechocar de cubiertos y platos de la cena de los enfermeros de guardia. Y aquello despertó tanto mi apetito que empecé a sentir dolor de estómago. Más de una vez tuve la tentación de levantarme y caminar un poco para que se me aliviara, pero a cabé conteniéndome. Durante dos horas estuvieron cenan-do y bebiendo y, antes de que se fueran a dormir, se pusieron a dar voces cantando una ópera, cuya letra recuerdo tan bien que te podría recitar ahora mismo las estrofas.

Liao: ¿Todavía te acuerdas?Cui: No sé cómo, pero sí, me acuerdo. Cuando salí de la

morgue debía de ser medianoche. Di vueltas por los pasillos del hospital en busca del comedor y encontré a dos enfermeras que salían de la cocina cargadas con bandejas con la comida ca-liente, sin dejar de hablar y reír. No pasé desapercibido, pues gritaron un «¿Quién anda ahí?», tiraron sus bandejas al suelo y se fueron a llamar a alguien. Yo me largué de allí, no había un solo lugar en el que pudiera estar a salvo, así que pensé que lo mejor que podía hacer era esconderme otro rato en la mor-gue. Y entonces encontré un termo eléctrico con agua caliente y bebí un poco, lo justo para calmar la sed que sufría. Me aga-ché un rato para entrar en calor y después continué avanzan-do. Subí las siete plantas. Cuando iba por la quinta, di con una

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sala vacía con las luces encendidas. A hurtadillas entré y tomé una bata blanca, un gorro, una mascarilla y un estetoscopio. Y disfrazado de doctor, me dirigí directamente a la segunda planta, a la zona de ginecología y obstetricia, pues simulando hacer la ronda por las habitaciones podría encontrar cosas que me fueran de utilidad. Encontré mil yuanes y, además, me hice con un trozo de pastel, leche y fruta.

Justo al lado del hospital estaba la universidad militar de medicina y allí me dirigí. Alcancé los dormitorios de los estu-diantes y me llevé un uniforme. El cielo ya clareaba. En frente de la sala de audiovisuales había un autobús estacionado. Subí y me tumbé en la última fila. Tenía tanto sueño que caí ren-dido, hasta que una marabunta de soldados me despertó para que me recolocara en una esquina. El sol resplandecía y el au-tobús estaba repleto de militares. El oficial que se sentó a mi lado me preguntó a qué grupo pertenecía, pero no supe qué responderle, sólo pude levantar la mano y señalar los cables del autobús eléctrico. «¿El de mecánica?», me preguntó al mirar los cables. Yo asentí con la cabeza. Al escuchar a los mi-litares del autobús me di cuenta de que era domingo. Nos diri-gimos al centro de la ciudad, donde pude volver a contemplar a montones de chicas guapas y, sobre todo, a volver a saborear la libertad.

Liao: ¿Qué pasó después?Cui: Fui fugitivo y di vueltas por todo el país, de mal en

peor. Robaba tanto dinero que perdí el gusto de gastarlo. Lo único que quería era estar solo. Ni siquiera después de com-prar una casa en Beihai me sentí en paz. No me gusta tener que hablar con hombres de negocios, no me interesa lo más mínimo. En serio, en cuanto no tienes nada que hacer, empie-zas a darle vueltas a la cabeza y hasta sueñas con policías que te persiguen. Aparte de pasarla bien, el sentido de la vida es llegar a lo más alto de tu profesión, y yo ya lo había conseguido. Cambiar de profesión, hacerme hombre de negocios, y tener que llegar otra vez a la cima era para mí imposible.

Liao: ¿Formaste una familia?

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Cui: Tuve una amante que compartía conmigo el gusto por las canciones de Angus Tung, el cantante taiwanés. Quería ca-sarme con ella, pero no podía, pues una amante puede no sa-ber a qué te dedicas, pero tu mujer lo tiene que saber todo de ti. Así es la tradición en China.

Liao: ¿Y cómo te detuvieron?Cui: Habían pasado ya dos años desde que me escapé de

la cárcel y, como creía que no pasaría nada, regresé a Chong-qing y volví a mi vida anterior. Salía con mis amigos a jugar y apostar dinero, pero un día forcé la sala de la caja fuerte de una empresa. No te engaño si te digo que entré por la puerta principal y que el sistema de alarma exterior saltó pasados los diez minutos, cuando yo sólo había tardado ocho en abrirla. Escuché el tictac de la alarma, introduje la hoja del cuchillo por una raja de la puerta y corté el cable de la alarma. Demo-nios, ¿ése era todo el sistema antirrobo con seguridad refor-zada por infrarrojos? Estaba regalado. Me di la vuelta, me metí un chicle en la boca y salí haciendo bombas. Me fue tan fácil que no sentí el más mínimo placer. En esa ocasión fueron qui-nientos mil yuanes y algunas acciones. Justo en el momento en que empecé a alegrarme, justo en el momento en el que mi entusiasmo iba a dispararse, como una mecha que se conver-tiría en llamas, me descubrieron. Me agarraron cuando aún tenía dibujada la sonrisa en el rostro. Fue como tocar el cielo y descender a las profundidades. He de decir que esa vez por fin encontré la paz. Me levanté y extendí las manos para que me colocaran las esposas y dije: «Vámonos».

Liao: Y ahora que estás sentenciado a pena de muerte, ¿si-gues encontrándote en paz?

Cui: Pienso mucho en la fuga que llevé a cabo hace dos años y me parece increíble. Además, nadie puede escapar a su destino. Y el mío es éste. Aunque mi cuerpo ha sido libre, mi alma no. Le debo muchas cosas a esta sociedad: debí ha-ber donado el dinero robado para ayudar a los necesitados, a niños analfabetos, a desempleados, a prostitutas… ¿Qué me

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diferencia de los oficiales corruptos? Olvidémoslo… Tú has podido estudiar y, como ya sabrás, para hacer cualquier cosa en esta vida se necesita pasión, y yo ya he perdido la pasión por continuar viviendo. ¿A ti aún te queda?

Liao: ¿A mí? ¡Quién sabe!

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EL DOLIENTE PROFESIONAL

El 2 de septiembre de 1994 volví a visitar junto a mi novia Songyu la población de Jiangyou, al suroeste de la provincia de Sichuan. Mientras contemplábamos el paisaje desde la montaña de Baouyuande, conocimos al famoso trompetista Li Chang geng, un hombre que rondaba los setenta años. Aunque hacía muchos años que había abandonado Henan, su ciudad natal, todavía le quedaba un poco de acento del lugar. Li era un hombre de complexión fuerte, algo más alto que la media de los hombres de Sichuan, que decía que tocar la suona, un instrumento de viento requiere mucho esfuerzo. Ya hacía bas-tante tiempo que había pasado su momento de gloria, pero él se obstinaba en adaptarse a los nuevos tiempos, una actitud que a mí siempre me resulta algo triste.

Liao Yiwu: Señor Li, ¿desde hace cuánto que se dedica a su profesión?

Li: Desde hace cuarenta y siete años. A los dieciocho años ya era un trompetista muy conocido que sonaba en decenas de cadenas de radios. Continué trabajando en las bodas y los funerales que se celebraban en mi pueblo. Tras la Revolución, viví otra época de éxitos, pero hoy en día escasea el trabajo.

Liao: ¿Por qué motivo? La música es imperecedera.Li: Eso era lo que yo pensaba, pero llegan nuevos tiem-

pos y con ellos nacen modas en las grandes ciudades que luego llegan a las pequeñas poblaciones, videos de Hong Kong que los jóvenes imitan… Es cierto que en los pueblos todavía no se celebran las bodas al estilo occidental, pero la tradición se ha ido modernizando.

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Liao: Pero durante las bodas tradicionales continúa to-cando la suona, ¿no?

Li: Pues depende de en qué lugares. Hay algunas bodas en las que prescinden de la ceremonia y sólo se dedican a la cele-bración. Contratan a una especie de presentador para echarse unas risas, animar la fiesta y ya está. Y en esos casos, cualquiera, los padres, los familiares o los amigos, todos, pueden presidirla.

Liao: Tampoco es totalmente así. En todas las bodas hay alguien que toca la suona, pero sí es cierto que ya no está tan de moda. ¿Y en los funerales? El sonido característico de este instrumento de viento está ligado a la marcha del alma de los difuntos. Yo todavía recuerdo ese sonido de mi infancia, en mi pueblo, y me impresionaba mucho.

Li: Al parecer usted sabe de lo que habla, pero desconoce el funcionamiento del mercado. Mi pueblo está a tan sólo vein-te kilómetros de Jiangyou y está muy bien comunicado. Con tan sólo una llamada de teléfono ya tienes coche fúnebre, coronas de flores, banda musical de renombre… Servicios de todo tipo. Antes se invitaba a un monje para que leyera las escrituras y a un músico para que acompañara a despedir al alma, pero aho-ra un funeral es otra fiesta en la que se invita a los familiares y amigos a cantar canciones al muerto. Lo único que importa es que sean canciones conocidas para que la gente cambie la letra a su antojo y cante, animando a los presentes. Ya no se lleva el ataúd en procesión con la bandera sino que se traslada en un coche fúnebre. Se ponen los altavoces con una banda de toque occidental a todo volumen y así en todos los alrededores se sabe que hay un funeral.

Liao: Y, ante esta nueva situación, ¿qué solución le queda a usted?

Li: Sólo hay que alejarse de la ciudad y adentrarse en pue-blos de montaña, pero no es tarea fácil, pues ya estoy mayor para tener que buscar trabajo y tampoco es de buen gusto en-trometerse en mitad de una boda o un funeral para preguntar si me necesitan.

Liao: ¿No tiene discípulos?

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Li: Tuve varios, pero al final se cambiaron de profesión. Con las nuevas modas, nadie quiere aprender a tocar la suona.

Liao: Una pena que yo viva tan lejos, pues si no fuera así, me habría gustado que me enseñara. ¿Podría hablarme de su mejor momento?

Li: No me gusta alardear, pero, si soy sincero, tengo mu-chas buenas historias, aunque ya haya pasado mucho tiempo. En mi juventud, mi profesión no estaba bien vista, apenas nos prestaban atención y nos miraban por encima del hombro por-que la gente no veía más que la superficie y nos consideraba ignorantes, pero lo cierto es que el mismo Confucio no sólo tocaba la suona para los vivos para poder mantener a su madre, sino que con su música también lloraba a los muertos, razón por la que en casa de todos mis colegas hay lápidas conme-morativas en su nombre.

Liao: Así que tocar la suona no sólo era tocar canciones sino que también suponía llorar a los muertos, ¿no?

Li: Sí.Liao: ¿Y cómo se llora a los muertos estando uno rodeado

de decenas de vivos?Li: Uno debe ser profesional: en mi oficio, también debes

actuar y, como los actores, cuanta más experiencia, más fácil te resulta. Los actores se basan en un guión y nosotros en las par-tituras. A los doce años ya dominaba el instrumento y conocía las canciones que se interpretan en las bodas y los funerales. Las ensayaba una y otra vez hasta la perfección. Las fuerzas del Kuomintang iniciaron la guerra civil y hubo millones de refugiados. Nosotros nos diferenciábamos de los refugia-dos en que ellos se morían y ahí se quedaban. Yo soy de He-nan, ¿lo has notado por mi acento? Ya no es tan marcado, me ha cambiado, como todo, todo está cambiando… A los dieci-séis años me fui a la provincia de Sichuan, allí uno puede ga-narse un buen dinero tocando en bodas y funerales y, al poco tiempo, me hice bastante famoso. Como los de la generación de los noventa, en esa época también había grupos musica-les de bodas y entierros. Mi abuelo era el líder del suyo. En

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aquel entonces se diferenciaban en dos grupos, uno para los vivos y otro para los muertos. Mi abuelo cantaba a los vivos y mi padre lloraba a los muertos con el instrumento. La vida en las llanuras de China era muy dura, las calles estaban plagadas de bandidos y la mayoría de la gente estaba desempleada. El horno no estaba para bollos, así que a mi padre se le ocurrió que se unificaran los dos grupos. Quizás la gente no estaba de humor para bodas, pero los funerales eran otra historia. A mi abuelo le pareció buena idea y se unieron, como dos amigos. No había nada malo en ello. Así que el grupo aumentó en una docena de personas intrépidas. Mi abuelo no tocaba la suona, él cantaba. Tenía una voz tan potente que podía escucharse en todas partes, retumbaba en paredes y suelos, de manera que facilitaba el trabajo al resto de los músicos con las melodías.

Liao: ¿Con las melodías?Li: Sí. Todas las melodías que tocábamos tenían tonos muy

difíciles que fueron pasando de generación en generación tras muchos años de práctica. Requerían un enorme dominio. Por norma general, los familiares, en cuanto veían al fallecido, in-mersos en una enorme tristeza, no podían controlarse, no po-dían con el dolor y parecían conmocionados. Nosotros nos adaptábamos al ambiente, ajustábamos nuestra actuación y tocábamos. Si el evento era multitudinario, nuestros hono-rarios también. Y además teníamos la oportunidad de actuar ante más público.

Liao: ¿Cuánto tiempo ha sido lo máximo que llegó a tocar seguido?

Li: Dos días y dos noches. En cuanto sonaba la melodía de la suona, todos los componentes de nuestro grupo tenían que hacer las reverencias pertinentes a los muertos, vestidos de luto. Nos dividíamos en grupos de dos o tres y, mientras unos se lamentaban, otros lloraban o incluso gemían al muer-to. No había caos alguno, pues siguiendo tu corazón dabas con el camino: por ejemplo, tú te lamentas y yo toco o, lo que es lo mismo, tú descansas y yo trabajo, y el llorar era sólo una transición.

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Liao: ¿Y no sentía que estaba usted robando el protago-nismo con su dolor falso al dolor verdadero de los allegados?

Li: La actuación con la suona se ajusta a los sentimientos y el ambiente del funeral. Los sentimientos se contagian rápi-damente. El papel principal, naturalmente, lo tienen los más mayores, pero se vienen abajo con facilidad y acaban marchán-dose pronto, de manera que abandonan sus papeles a mitad del espectáculo. En otras palabras, el dolor de quienes permane-cen allí hasta el final es un dolor falso. Antes era distinto. Aho-ra, en cuanto terminan los preparativos del funeral y disponen las mesas, empiezan a jugar al mahjong y, obsesionados enton-ces en apostar dinero, se olvidan de fingir su dolor.

Liao: No creo que antes las actuaciones duraran hasta el final, los músicos terminarían desmayados… Y, además, con tan elevada densidad de población, el ruido sobrepasaría los límites permitidos y los vecinos acabarían quejándose de con-taminación acústica.

Li: El problema es que la moralidad de ahora no es la de antes. En los años ochenta todos se quedaban alrededor can-tando al alma ida.

Liao: Sí, asistía muchísima gente. Cuando se celebraba un funeral, la asistencia era masiva.

Li: Nuestro grupo también debía dominar la ópera de Sichuan. En resumen, teníamos que preparar el funeral de principio a fin. Insisto tanto en los cánticos porque can-tar aquellas canciones era mucho más difícil que tocar la suo-na y porque nuestra retribución dependía del buen hacer. El momento en el que se entierra el ataúd o cada vez que los familiares veían al difunto eran momentos culminantes. Yo me mantenía a un lado y, de un vistazo, sabía quién de los presentes lloraba de verdad al muerto y quién estaba hacien-do teatro. Nosotros no sólo debíamos crear ambiente sino también actuar como refugio y prestar mucha atención a los reunidos. Hasta que no se hubieran marchado todos, éramos nosotros los encargados de controlar ese ambiente trágico y, antes del enterramiento, dependiendo del tamaño, cinco o

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seis de nosotros alzábamos el ataúd varias veces hasta que se hacía el más completo silencio.

Liao: ¿También se distinguían entre el cantante y el acom-pañamiento?

Li: Sí. Y también ensayamos. Si tenemos un funeral en breve, organizamos un ensayo. Después, nos reunimos todos y hacemos una evaluación para corregir los tonos y hacer los arreglos pertinentes. El aire que inspiras, el aire que espiras, la expresión de la cara, la posición de tus manos, de tus hom-bros, del cuerpo entero, todo es muy importante. Uno debe saber escuchar las críticas para poder mejorar.

Liao: Usted me ha comentado que su grupo llegó a Sichuan tras la Liberación de la guerra contra Japón. Según tengo en-tendido, los sichuaneses son muy tradicionales en la celebra-ción de bodas y funerales y cuentan con muchísimos grupos folclóricos, ¿cómo se las arreglaron no siendo del lugar?

Li: Entiendo lo que quieres decir. Cuando llegamos fue así, la gente solía contratar a los grupos locales: por un lado, contrataban a músicos de Sichuan y, por otro, a monjes para que cantaran las escrituras. No había sitio para los músicos de Chengdu, mucho menos para alguien nacido en Jiangyou. Así que teníamos que alejarnos por lo menos veinte kilómetros de la ciudad. Al principio, para sobrevivir, trabajamos a cam-bio de tres comidas diarias, nada de dinero. En 1948 moría la gente a centenares, pero esa plaga nos salvó. La enfermedad no distinguía clases sociales y comenzamos a trabajar en funerales de familias ricas y así, poco a poco, tocando la suona y cantando nos fuimos dando a conocer. Y, la verdad, tocábamos tan bien que nos contrataban en casi todas las bodas que se celebraban en los alrededores Jiangyou.

Liao: Y ya que les empezó a ir bien, ¿por qué no volvieron a intentarlo en la ciudad?

Li: Porque en Sichuan estaba la Sociedad de los Herma-nos Mayores, ¿y quién se iba a atrever a hacer negocios con la mafia?

Liao: ¿Es que en los pueblos no había mafia?

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Li: Claro que sí. Una vez un mafioso que se hacía llamar El Quinto de la Bandera Roja, un hombre que regentaba una casa de té en Qinglian, nos amenazó diciendo que si no nos largábamos de allí, nos partiría las piernas. Afortunadamente por entonces ya teníamos reputación de grupo serio y un señor de creencias budistas pidió clemencia por nosotros y le pagó veinte monedas de plata. Después de aquello El Quinto de la Bandera Roja se contuvo un poco y se le ocurrió hacer un con-curso entre dos bandas. Mi padre preguntó: «¿Y cómo vamos a hacer el concurso si no hay muerto al que tocar?». El mafioso respondió: «Eso es fácil».

Y al día siguiente, delante de nuestra puerta, apareció muerto un mendigo. Así que lo único que se nos ocurrió era hacerlo pasar por algún noble y celebrar un gran funeral. Lo vestimos con ropajes elegantes, preparamos el ataúd y lo tras-ladaron al lugar donde sería la celebración. Después de haber acordado las condiciones del concurso, los dos grupos cons-truimos dos tarimas diferentes. Tanto los músicos de suona locales como los plañideros profesionales y sus amigos y fami-liares, nadie escatimó en el pago para la contratación de músi-cos de prestigio, listos para sumirnos en la derrota.

Primero se abrió el funeral con el sonido de la suona, siempre con la misma melodía trágica. Unas filas más atrás del escenario, estaban sentados el capo, el alcalde y varias per-sonalidades. Yo, por entonces joven y competitivo, quería co-menzar por la canción más difícil, pero mi maestro me paró los pies. Mi maestro tendría cincuenta años. Su físico era ro-busto y, aunque llevaba un traje oscuro, se llenaba de reflejos blanquecinos bajo el sol. Con la suona en los labios, subió al escenario al mismo tiempo que su oponente. Al agitar la ban-dera blanca la competición comenzó y se escucharon los so-nidos de las dos suonas. Ambos eran músicos experimentados y luchaban sin descanso, con los labios doloridos y mancha-dos de sangre y saliva, pero aun así mi padre parecía tranqui-lo, porque sabía que mi maestro tenía el coraje suficiente. Al cabo de una hora, el oponente jadeó. La victoria se adivinaba

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cuando dejó de soplar la suona y todo acabó al agitarse la ban-dera blanca.

Dirigí la mirada hacia el maestro y sólo podía ver su boca ensangrentada. Al parecer alguien le había tirado una piedra con una resortera para sabotearlo. Mi reacción fue rápida, no me dio mucho tiempo a pensar, así que me subí al escenario. Mi padre fue más lento que yo y, como no cabíamos los dos, me gritó: «¡Baja de ahí ahora mismo!». Y justo entonces vi que mi adversario subía a su escenario. Mi padre no podía su-bir y gritó ansioso: «¿Quieres que te derroten?». Su voz se apagó y mi oponente y yo comenzamos a tocar. Con el maestro herido y mi padre asustado a los pies del escenario, yo creía que ya estábamos acabados. Habíamos recorrido tantos ki- lómetros… ¿A cuántos muertos habíamos llorado con nuestra música y para qué? ¿Sería aquel funeral una inminente derro-ta? ¿La gente empezaría a menospreciarnos?

El hecho de que el difunto sólo fuera un mendigo no era motivo suficiente para que el grupo se desintegrara y, de ser así, ¿qué íbamos a hacer?, ¿cómo nos ganaríamos la vida? Quién sabía si no tendríamos el mismo final que aquel pobre mendigo del funeral…

Y con esos pensamientos tan negros terminé tan hundido que estallé en llanto. Y resultó que mi oponente había deja- do de tocar hacía diez minutos y yo, sin advertirlo, había con-tinuado tocando la suona de tal manera que hasta los mafiosos se emocionaron y, con lágrimas en los ojos, reconocieron mi victoria.

Liao: ¡Vaya! Usted es todo un héroe.Li: Tampoco es una hazaña como para considerarme un

héroe, mi actuación sólo fue fruto de la desesperación. Cuando no te movías por tu región, trabajar costaba muchísimo porque siempre se te negaba todo.

Más tarde, el mismo año de la liberación, mi padre falle-ció. Como su cuerpo descansaba en tierras a las que no per-tenecíamos, me casé aquí y ya no hubo manera de abandonar el lugar.

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Liao: ¿Y en todo este tiempo no volvió a su tierra para vi-sitar a sus familiares?

Li: Sí, muchas veces, pues tenía muchos familiares, pero yo me considero sichuanés. Viví tiempos difíciles, aprendí mucho, pero guardo buenos recuerdos.

Liao: Con todos los cambios que hubo tras la liberación y con la Revolución Cultural, ¿pudo seguir dedicándose a lo mismo?

Li: Sólo tuve que adaptarme a los nuevos tiempos. Como un movimiento político, cantar y actuar moviliza a la gente. Los líderes ordenaban que tocáramos tal canción, pues se tocaba. Para músicos como nosotros era suficiente poder gozar de tres comidas al día y tener un lugar donde descansar al caer la no-che. Se dice que hoy en día el control del Partido se ha relajado, pero si un ciudadano dice de verdad lo que piensa, terminarán enviándolo a un campo de trabajo.

Liao: ¿Y su grupo acabó separándose?Li: Sí. Sí, nos separamos en 1951. Me animaban a formar

otro grupo, pero yo no quise hacerlo porque se trataría de un grupo no gubernamental y, al final, en China sería declarado ilegal y yo no iba a tolerar que ningún grupo mío fuera consi-derado fuera de la ley.

Liao: Lo admiro muchísimo. Me gustaría hacerle otra pregunta.

Li: Dispara.Liao: Cuando era pequeño y vivíamos en el campo, mi

abuelo me contaba historias sobre el paseante de cadáveres, ¿ha oído usted hablar de eso?

Li: ¿Te lo contó tu abuelo?Liao: Sí, me contó que se trataba de una ocupación que

daba mucho dinero, pues recogían cadáveres que se encon-traban a cientos o incluso a miles de kilómetros y los llevaban de vuelta a su hogar.

Li: Sí. Antes existían los denominados paseantes de ca-dáveres. Solían emprender la búsqueda por la noche y el pa-seante, con el cadáver detrás, iba andando y vociferando a su paso, de ahí el nombre.

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Liao: ¿El cadáver caminaba?Li: El muerto y el vivo caminaban al mismo paso, man-

teniendo el mismo ritmo. Si tienes la mala suerte de meterte en una zona salvaje y te topas con un cadáver, sólo te queda apartarte a un lado, si no te lo encontrarás de frente y no po-drás escapar.

Liao: ¿Usted llegó a ver a alguno?Li: Sólo durante el día. Y ocurrió en 1949, cuando un co-

merciante al que yo conocía fue asesinado. En aquel entonces, Jiangxi no estaba bien comunicado y sus amigos buscaron su cuerpo por todas partes, sin éxito alguno, razón por la que aca-baron recurriendo a un paseante y, al cabo de una semana, el cadáver volvió a casa.

Liao: Parece de película.Li: Sí, pero yo conocí a aquel paseante de cadáveres. Se

llamaba Lu. Los paseantes solían dormir por el día y, al llegar la noche, no dejaban más rastro que los gatos negros que los seguían.

Liao: Después de haber escuchado todas sus vivencias, he de confesar que despierta en mí verdadera admiración.

Li: Tú podrías tener vivencias semejantes pero aún más increíbles cuando alcances mi edad. Tienes una voz bastante buena, podrías dedicarte a esto…

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EL MAESTRO DE Feng shui

El 5 de septiembre de 1998, mis amigos Lao Xie, Lao Yu y yo montamos en barca por el río Suwu, hasta el condado autó- nomo de Pengshui, donde cambiamos a un pequeño bote hasta Gongtanzui, muy cerca de la frontera con Miaozu, en la provin-cia de Guizhou. Hace unos años trabajé en esa región recogien-do información sobre su folclore y estaba contentísimo por poder volver. Rechacé las recomendaciones de mi compañero Xiangxie de que durante tres días visitara Youyang, Xiushan y Zhangjiajie y, cuando me disponía a tomar el camino que tan bien conocía entre las montañas, me encontré con el maestro de feng shui Huang Tianyuan.

Liao Yiwu: Disculpe, señor, ¿podría charlar con usted?huang TianYuan: ¿Acaso hay algún tema del que hablar?Liao: Hummm…huang: Yo no soy el maestro de feng shui del que tanto ha-

blan, no hagas caso de lo que dice la gente.Liao: No me malinterprete, no vengo para descubrir mi

feng shui. No soy de aquí, así que aunque me interesara des-cubrir mi feng shui, como tampoco estaré aquí cuando muera, no me serviría de nada…

huang: Deja de seguirme. Ya está anocheciendo y aquí sólo hay dos carreteras posibles, una cuesta arriba y otra hacia aba-jo… ¿Por cuál vas a ir tú?

Liao: Quiero ir por la que había hace doce años.huang: Desde hace ya mucho tiempo no es la misma.Liao: Me pregunto dónde estará el caminito que cruzaba la

montaña. Por aquel entonces yo trabajaba en el centro cultural,

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con el director Peng. Juntos seguíamos el río Youshui reco-giendo información del folclore de allí. Si no mal recuerdo, en esta unión de la carretera había una granja con una casa muy humilde. La dueña era una señora ciega de ochenta y un años que se llamaba Ruan Hongyu. Cuando cantaba, su voz se volvía dulce, más dulce que la de cualquier joven de dieciocho años. Incluso la grabé una noche, seguro que usted ha oído hablar de ella.

huang: Murió hace seis años. Yo mismo fui quien escogió el lugar donde enterrarla, está justo ahí encima.

Liao: ¿Y la casa? ¿Y sus familiares?huang: Se mudaron hace mucho. A decir verdad, ella daba

mala suerte a los demás, así que temían que la mala suerte ba-jara de lo alto de la montaña y contagiara a los vivos.

Liao: ¿Puedo ver su tumba?huang: Ya es muy tarde.Liao: ¿Y de qué se preocupa? Hace doce años el mismo

director Peng lo invitó a usted para que le analizara su feng shui. Por aquel entonces usted iba rapado y la barba aún no le blanqueaba. Por su apariencia diría que tendría unos sesenta años. «¿Qué ve usted en un bol de agua clara?». ¿Se acuerda? Eso fue lo que le pregunté de pie en una esquina. Usted sólo pronunció una palabra, «espíritus», y ordenó al director Peng que enterrara a su padre. Él le respondió que ya lo había he-cho y acto seguido usted golpeó tres veces la punta de la varilla de incienso en el bol y dijo: «El espíritu está enfadado». Al pronunciar esas palabras, la cara del director Peng palideció del susto, pues lo cierto es que la urna con los restos del padre estaba todavía en su casa. Decían que usted tenía un pupilo, un niño prodigio que también podía analizar el feng shui…

huang: Me pagaban por ayudar a la gente…Liao: Y, entonces, ¿cuánto va a cobrarme a mí?huang: Como el punto de tu entrecejo irradia luz, no tie-

nes ningún problema que resolver. Así que, bueno, como no eres ningún desconocido sólo te cobraré cincuenta yuanes por la información. En cuanto al centro de cultura donde

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trabajabas, cambiaron su ubicación muchísimas veces y, en todas las ocasiones, venían a pedirle a mi aprendiz que «mira-ra a través del agua» para predecir el futuro. Incluso los uni-versitarios asentían a las palabras de aquel niño de nueve años. Para aquel entonces ya había pasado un tiempo desde que yo me había retirado… Mira, ya hemos llegado, aquí está la tumba de Hongyu… ¿Qué más dará ya? Yo era tres años más joven que ella y en mi juventud la pretendí cantándole cancio-nes desde el valle. Ella era como una flor en mitad de un prado, rodeada de muchísimos pretendientes, pero no había nadie capaz de superarla cantando. En la región, para cortejar a una joven, los enamorados cantan canciones el uno al otro desde cimas de diferentes montañas y, si ella deja de cantar antes que tú, la muchacha es tuya. Yo duré sólo medianoche, así que la perdí, pero no volveré a perderla… Era como una flor que se alza fuerte y hermosa, tan orgullosa que nunca habría recono-cido que se equivocó de persona… Por eso quise buscarle un buen lecho, un lugar con un feng shui mejor que el que pudiera tener el mismo cacique Ruan, ¿sabes?

Liao: ¿Qué relación mantenían ustedes dos?huang: Digamos que en esta vida se casó con la persona

equivocada. Así que lo que quiero es cambiar ese error a través del feng shui de la tumba.

Liao: Pero los muertos no pueden volver a la vida, ¿cómo va a cambiarlo?

huang: Quiero que seamos marido y mujer en el más allá.

Liao: ¿Como la leyenda de Liang Shanbo y Zhu Yingtai? Vivir en habitaciones diferentes y morir en un mismo aguje-ro, ¿no?

huang: «El cielo y la tierra, la luna y el sol, todo sigue unas reglas. Ella abandonó el mundo primero, él aún se quedó… Cuando alguien parte, otra vida llega».

Liao: ¿Qué ha citado?huang: Uno de los cinco clásicos de la dinastía Song.

Cuando yo me vaya, comenzará la fortuna de mis tres futuras

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generaciones. La canción dice: «Mil trazos hacia el dragón, tres estaciones para florecer».

Liao: No he entendido ni una sola palabra.huang: Habla de la región de Bijiashan. Si alzas la cabe-

za y te fijas en las montañas, no sólo verás un pico sino tres. Comparamos su forma con un pincel chino de escritura. «Tres trazos arriba y abajo, tres por tres son nueve, y el gran nue-ve entre sí mismo se reduce al más pequeño, cuando se ago-te cielo y tierra, se agrupará lo bueno de ellos, como el yin y el yang». Con mi brújula busqué este lecho, desde donde se unen el primero y segundo pico, con un trazo de mil li* hasta Wujiang… Como dice el proverbio, «El dragón se halla donde el pincel levanta el trazo».

Liao: ¿El dragón se halla donde el pincel levanta el trazo? ¿Ahora está usted hablando de caligrafía?

huang: ¡Qué caligrafía! ¡Ésa es la explicación de «mil trazos para el dragón»! Una pena que nunca nadie, durante generacio-nes, haya descubierto ni ocupado el lugar que describe, que no haya surgido un emperador, tan sólo un cacique llamado Ruan…

Liao: Antaño los caciques eran déspotas a los que nadie podía controlar. Cuenta la leyenda que tras morir el cacique Ruan, el héroe del reino de Shu, Zhugeliang, encontró en las montañas sus setenta y dos tumbas. Todo aquél que intentó abrirlas murió en ellas, razón por la que siempre ha perma-necido como un misterio que atraía a cientos de ladrones que arriesgaron sus vidas. No hay absoluta certeza, pero se dice que justo en esa ladera se encuentran las tumbas y, aunque usted considera que se trata de un buen lugar, los ladrones hace mu-cho que rompieron ese feng shui.

huang: La responsabilidad no recaía en el feng shui, sólo la de que algún sucesor de Ruan hubiera alcanzado el poder. Además, el feng shui fluye.

Liao: ¿Será emperador alguno de sus sucesores?

* Medida de longitud china, que en la actualidad equivale a quinientos metros.

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huang: No voy a desvelar el secreto.Liao: ¿Qué piensan sus familiares sobre su idea de «mari-

do y mujer en el más allá»? Una vez muerto ya no habrá mucho que hacer y, además, los hijos de Hongyu no querrán que los entierren juntos…

huang: Se trata de un problema del pasado, por lo que tendré que explicar a los familiares de ambos lo ocurrido. Us-ted ya habrá advertido que últimamente se cree más y más en el feng shui. Es nombrar la palabra «casa» o «tumba» y, acto seguido, se invita a algún maestro para descubrir el feng shui y a eso se añade que hasta que no determines la fecha no moverán ni un solo dedo para su construcción. He dedicado toda mi vida a ayudar a los demás y ahora, a mis noventa años, creo que ya ha llegado el momento de mirar por mí. En realidad, lo llevo preparando desde hace mucho tiempo: primero, enterrarla a ella, después… Si al final la familia no respeta mi voluntad…

Liao: ¿Qué hará entonces?huang: Lo haré yo.Liao: ¿No se enterrará usted mismo, no?huang: Mi tumba ya está preparada.Liao: ¿Dónde se encuentra?huang: Por las rocas que hay hacia el oeste. Ni tú ni nadie

sabe llegar al lugar.Liao: ¿Tan oculta está? Tenía entendido que abriría la

tumba de Hongyu y pondría la suya al lado.huang: ¿Es que crees que quiero que todo el mundo se en-

tere? Me basta sólo con que estemos conectados secretamente.Liao: La tarea resulta algo difícil. No creo que pueda ha-

cerlo sin que se note.huang: Creo que la gran fama del feng shui no radica en él

mismo. Si se supiera el lugar que escojo para mí, ya no podría descansar en paz. En estos años el feng shui y la adivinación se han hecho cada vez más populares, tanto en las ciudades como en las zonas rurales. Si hubiera ganado algo más de dinero, hace mucho que me habría ocupado de los detalles que conlleva morirse. No me quedo corto al decir que el año

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pasado ayudé a unas cincuenta familias a analizar el feng shui, pero este año, pase lo que pase, me retiro. No he hecho nada tan grandioso como para que todos acudan a mí, sólo hacer que el enterrarse sea más importante. ¡La tumba del alcal- de del pueblo, un hombre que roza los cincuenta, es más grande que su casa! Sí, precisamente a él le escogí un terre-no el año pasado. Hizo trasladar las tumbas de sus familiares de siete generaciones al lugar de la suya, y eso que estaban a unos cincuenta kilómetros, por el buen feng shui del lugar, y contrató a albañiles especializados en piedra, en escayola, en ladrillo… Total, un montón de obreros que trabajaron duran-te unos tres meses a pleno pulmón hasta convertir su tumba en todo un palacio. Cuando acabaron las obras, el alcalde nos invitó a unas veinte personas, pero yo no pondré jamás un pie allí ni loco, pues la gente avariciosa tiene mal karma y temo que me lo transfiera.

Li ao: Pero la localización del lugar la escogió usted mismo…

huang: En efecto, pero para conseguir que una tumba ten-ga un feng shui en perfecto equilibrio, se deben seguir unas normas y hay que tener en cuenta que, dependiendo del ran-go de una persona, su karma varía. Las condiciones del feng shui deben ser perfectas para poder encontrar el punto de equilibrio entre el yin y el yang. No debe ni quedarse corto ni pasarse. Y el alcalde rompió todas estas normas… Decoró la tumba con esculturas de todo tipo de productos de lujo: que si un Volks wagen Santana, que si una cama tallada con dragones, clubes nocturnos, salas de karaoke, la silla presidencial de una empresa multinacional… Hasta quería tallar unas señoritas de compañía, pero como la habilidad del albañil no iba muy allá, la cara en la piedra de las estatuas quedó muy basta, has-ta el punto de no diferenciarse si eran mujeres o varones… Por desgracia se dio tanta importancia a su tumba que se hicieron reportajes para televisiones y periódicos. Sus supe-riores se hicieron eco de la noticia y ordenaron una investi-gación que concluyó con que el alcalde había utilizado fondos

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públicos para la construcción de su tumba. Un auténtico es-cándalo. Salieron implicados diferentes mandatarios de nive-les inferiores, ni uno salió limpio. Muchos de sus seguidores, incluso aquéllos que no confiaban en el feng shui, construyeron sus tumbas alrededor de la tumba del alcalde. Se pueden ver en la parte soleada de ese camino.

Liao: ¿Y a usted no le pasó nada?huang: Pues sí… Después de estar construidas las tumbas,

el alcalde le dio la vuelta a la tortilla y me tachó de impostor dedicado a contagiar supersticiones feudales. Me escondí en las tumbas y nadie supo de mi paradero, pero la tomaron con mi aprendiz, incluso la televisión emitió un reportaje titulado Las mentiras del niño adivino que todo el mundo vio, y la gente hablaba por la espalda mal de mi familia. Sin duda alguna, la divulgación de todos esos rumores estaba relacionada con el alcalde, pues dijo que todo le salió mal por creer en mi pala-bra, que tuvo problemas judiciales que no sólo lo afectarían a él sino también a sus descendientes.

Liao: Tonterías. Imposible que la ley de China pudiera implicarlos.

huang: Si a algún mandatario le va bien, todo el mundo le hace caso, pero si tropieza y cae, si te he visto no me acuerdo.

Liao: Así es.huang: Por eso el alcalde me echó la culpa de su infortu-

nio. Los lugareños no me conocían, pero todos me acusaron y, como la policía no dio con mi paradero, interrogaron a mi familia. Sí, el asunto terminó salpicando a todos, retiraron a más de veinte nuevos maestros de feng shui, confundieron a unos con otros y a todos juntos nos tacharon de criminales. Los campos de trabajo de reeducación social estaban atesta-dos y a los adivinos que solían estar a la salida de los templos les prohibieron practicar la adivinación. Y, por supuesto, no tenía ningún sentido atrapar a un nonagenario: a mi edad ya no me pueden mandar a uno de esos campos ni puedo ha- cer trabajo físico alguno, pero tampoco podrían impedir que personas interesadas en el feng shui y la adivinación me

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preguntaran sobre el tema. Durante la Revolución Cultural, la lucha contra la adivinación y las supersticiones feudales fue mucho más dura que hoy.

Liao: En los dos días que llevo aquí ya no hay movimiento alguno. Al parecer, tras las reformas políticas, todo lo relacio-nado con el feng shui y la adivinación ha desaparecido.

huang: Todo está ahora en Guizhou y Hunan. Se han ido todos de aquí. Las fronteras están cerca y los medios de transporte han mejorado mucho. En Sichuan ahora se ha prohibido por ley el feng shui y, en el resto de las ciudades, su práctica resulta riesgosa. Si a los maestros de Guizhou y Hunan los negocios no les van bien, pueden irse aún más lejos, pero en Fujian y Zhejian creen a los maestros de Sichuan, pues es la cuna del feng shui. En esta profesión, hablar por hablar puede costar caro, pues hay mucha competencia, pero el que posee habilidades ganará dinero con facilidad, pues se apoya en su propia sabiduría.

Liao: Según tengo entendido, el Partido ha prohibido en todo el país cualquier tipo de creencias y supersticiones feudales.

huang: ¿Con supersticiones feudales te refieres a la prác-tica de exorcismos? Con estos problemas del feng shui y la adivinación, el negocio de la bruja Chen se ha hecho muy po-pular, no paran de llamar a su puerta, pero lo único que sabe hacer es quemar ese dinero falso que se ofrece a los muertos y mezclarlo con agua, que más tarde hace beber a la gente. Después se pone a dar saltos alrededor, diciendo que es el espíritu de la Reina Madre. Quién sabe qué demonio la po-see… No sabe ni leer caracteres, pero, eso sí, en cuanto ter-mina de hacer uno de sus bailes, cobra cincuenta yuanes. Hay que tener cara…

Liao: Bueno, poseída o no, a sus setenta años, bailar du-rante una hora entera con una olla o un cuenco de bambú en la cabeza ya es todo un logro.

huang: Y qué sabrás tú… Los pueblerinos son unos inú-tiles, ¿no ves lo gordos que están?, y, claro, ella lo único que

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consigue haciendo esos bailes es adelgazar, qué va a poder curar enfermos o adivinar el futuro. ¡Se prohíbe el feng shui y se per-mite la brujería!… Cuanto peor me va a mí, más fa mosa se hace ella. En este mundo, el feng shui fluye constantemente, unas veces hacia el este y otras al oeste, es como atrapar a un ratón bajo una manta: tapas un lado y el ratón sale por otro.

Liao: No se preocupe, usted tiene un gran prestigio.huang: Por eso, no es que la haya tomado con la bruja

Chen, es simplemente que quemar los billetes y mezclarlos con agua no cura enfermedades. Es como una ráfaga de viento, que va y viene. Ya se acordarán todos de mí. De joven estudié a Confucio y a su seguidor Mencio, así como el i Ching o Libro de las mutaciones, los Ocho Diagramas de la adivinación, el méto-do de adivinación de la flor del ciruelo, la filosofía de los cinco elementos y los fundamentos del yin y el yang. Hasta me sé de memoria el Tubeitu,* el Tiangong shu, que es el conocido libro celestial, y el canon interno del emperador que versa sobre medicina tradicional china. Si yo hubiera vivido en el pasado, ¡Jiangziya habría conocido de joven al rey Wen!**

Liao: Creo que es admirable que a su edad todavía man-tenga grandes aspiraciones.

huang: Tener grandes aspiraciones no resulta muy útil. En esta vida puedo decir que he admirado a Ziya, pero la suerte no me favoreció debido al feng shui que rodeaba las tumbas de mis antepasados. Después de haber pasado varios años estudiando esta región, por fin he llegado a averiguar dónde se encuentra el punto tan preciado de «El dragón que se halla donde el pin-cel levanta el trazo». Según mi estudio astral: «Cuando al otro lado goce, junto a Ruan Hongyu como esposa, de la familia de los Huang, en sus tres próximas generaciones, un rey emergerá.

* Libro más importante de la adivinación en China, tan importante que se ha comparado con las profecías de Nostradamus y que ha sido censurado tras la prohibición de la adivinación.

** Historia popular en la que un valido soldado, Ziya, espera pescando en el río Weibin a que un día un rey lo necesite. Cuando es anciano, el rey Wen lo necesita y se convierte en todo un héroe.

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Conquistarán diez mil territorios y el prestigio volverá. En la quinta generación, el dragón sobrepasará mares, sirviéndose de la cultura, no de la fuerza, y será conocido en cielo y tierra».

Liao: Si el feng shui es tan poderoso, ¿por qué no ayudó a sus familiares?

huang: Mi mujer murió muy joven y, además, se sucedie-ron tantas catástrofes naturales que la gente se moría de ham-bre. Ante una situación así, ¿quién piensa en el feng shui? Mi familia era grande, así que cavé un hoyo pequeño y enterré a mis familiares. Todos habían muerto de hambre. Sí, el destino de mi mujer fue muy desafortunado, una vida perdida y, justo al enterrarla, el feng shui que había se rompió, pues al que-darme yo solo el yin y el yang se desequilibró. Laozi dijo que el porqué de las cosas va más allá de las palabras o el entendi-miento. Todo este conocimiento centenario del que hablo no lo explica con mucha claridad y tampoco me entenderías por más que te explicara, pero aun así, en el ciclo de la vida, nada ni na-die podrá separar lo que el cielo ha destinado a que esté junto.

Liao: Esos clásicos que ha estudiado son tan complejos que nadie los entiende.

huang: Por eso el mundo está yendo a peor y, ante una desgracia, la gente, en cuanto tiene la oportunidad, sale co-rriendo.

Liao: ¿Que la gente se marcha? Ya no estamos en la anti-güedad, ya no quedan lugares en los que no haya nadie. Esta montaña y este lago serán puntos de interés turístico y, si el negocio va bien, hasta colocarán anuncios para publicitarlo como el lugar del que hablan los poemas de la dinastía Song. Se convertirá en una zona de herencia histórica y natural car-gada de turistas. Incluso usted mismo, cuando muera, quién sabe si se convertirá también en una atracción turística.

huang: ¿Te has dado un golpe en la cabeza? Bajemos de la montaña.

Liao: ¿Pero usted no vive aquí?huang: Vivo en la aldea. Mis hijos y nietos viven en el con-

dado.

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Liao: Antes dijo que una vez se escondió en la tumba. Mire, la luna ha ascendido entre el primer y segundo pico de la montaña y sopla un aire que parece venir directamente del cielo, con una delicada fragancia. Si en este momento la se-ñora Ruan asomara la cabeza, seguro que volvería de nuevo a la vida. Los fantasmas son espíritus buenos, almas bellas que deambulan por los campos y que hacen que la gente se tropie-ce. Volvamos.

huang: De acuerdo. Acostumbrarme a meterme en la tumba me ha costado mucho tiempo, a mi edad no es nada fá-cil. En rea lidad, yo ya me había mudado, había visto el dinero que se puede ganar con el feng shui, construí dos casas que lue-go vendí, después de que mis hijos se marcharan decididos a vivir sus vidas junto a los suyos en edificios repletos de gente. Este viejo está muy tranquilo. No me iré a ninguna parte. Y, si hay que repartir el dinero, que se reparta, pero yo no me mo-veré de aquí. Ya estoy viejo para eso. Las arrugas de mi cara se marcan profundas como cicatrices. La gente joven es incapaz de acostumbrarse a verlas. Además, el hecho de que tengan la obligación de limpiarme mis excrementos por respeto a los mayores no quita que no me sienta como una carga. Ni hablar. Tras la muerte de Ruan, todo me es indiferente y, aunque he hecho algunos trabajos de feng shui, los hice por obligación… Mira las rocas que hay en ese precipicio, algunas sobresalen y en la base sólo hay rocas y más rocas, ninguna grieta. Todas están pegadas como con cemento. Sólo yo sé entrar a mi tum-ba. En los sesenta, en esta montaña sólo había tigres que se morían de hambre y tenían que bajar a la aldea a cazar huma-nos. Un día las personas se armaron con antorchas y, al ritmo del sonido de un gong, fueron a cazar al tigre a la montaña. El animal, acorralado en el precipicio sin escapatoria, saltó de las rocas y murió. Esa noche lo desollaron y despedazaron la carne para más tarde compartirla con cientos de hombres. Se dice que se trataba del último tigre de Sichuan y Guizhou. Yo me dirigí en busca de la guarida del tigre, de unos veinte metros de profundidad. Desde entonces todos los meses bajo

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a su guarida, que ahora es mi tumba, y al estar conectado con Ruan, mis días son más llevaderos. Fíjate, huele a flores sil-vestres y a otras plantas que he sembrado yo mismo. Aquí la tierra es muy fértil. En primavera planto como unos veinte ti-pos diferentes de hierbas que brotan en verano. Hay un tipo de hierbas que recojo y me lo coloco debajo de la lengua, tie-ne un efecto saciante y de bienestar interior y exterior. Esas hierbas tienen propiedades desintoxicantes, para la vista, para repeler insectos… Tienes que hacer una pasta e impregnarla en la boca, nariz, oídos, axilas y ano, así ayudarás a prevenir muchas enfermedades y repelerás insectos o malos espíritus. Ahora paso muchos días sin comer y sólo duermo en la tumba, donde todo está muy oscuro, hasta me como los insectos que se cuelan en la boca y he de decir que el sabor de los gusanos me encanta. Ni las mismísimas serpientes ni los mismísi- mos escorpiones se atreven a molestarme… Dicen que estos animales son peligrosos, pero para mí la gente es más peli-grosa todavía, y más ahora. Antes se luchaba por poder be-ber leche y ahora la leche se ha convertido en un producto que mueve un negocio sucio que por dinero la llena de productos tóxicos que matan a nuestros familiares. Es increíble… Si le diéramos un mordisco a una serpiente, al minuto ya habría muerto. Antiguamente la gente no era tan tóxica como ahora, porque comían sano y tenían mentes sanas, no había ningún fertilizante. Ya lo recitaba bien el sanzi, el libro de ética es-crito de tres en tres caracteres: «Que hasta los más pequeños les cedan su comida a sus mayores». No me extraña que Con-fucio hablara sobre construir un país con buenas conductas. En la vida hay muchos cambios, lo que aumenta luego dismi-nuye. Mucha gente se pasa la vida haciendo cosas, queriendo más y más, pero acaba tan cansada que no levanta cabeza. El primer emperador combatió contra Jiangshan. Tras su con-quista, acabo cediendo Jiangshan a sus hijos, nietos y futuras generaciones. Un ejemplo de cómo no parar de «sumar» co-sas. De hecho, ¿cuál es la diferencia entre el emperador y un hombre de negocios? Jiangshan también era un negocio que

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no era para siempre, que no podía «sumar» eternamente. Por eso, algunas «sumas» conllevan inevitable mente algunas pér-didas. Tengo noventa años y dentro de poco mi vida se reducirá a «cero». Cero es algo natural, como un feng shui sin carácter, como el oro, la madera, el fuego o la tierra. Y mis descendien-tes, cuando yo sea cero, sumarán un poco más, serán igual a uno, es decir, su comienzo.

Liao: Abandona la fama y la riqueza, pues nadie se pre-ocupará por tu paradero. Un caballero se ha de comportar, no mostrarse ansioso para conseguir el éxito, ni enterrarse vivo precipitadamente…

huang: Éste es mi hogar. Disfrutaré hasta el último mo-mento de mi vida y, por mis sucesores, haré que surja «el dra-gón que se halla donde el pincel levanta el trazo».

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