el paradero

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El Paradero Folletín literario virtual, alimentado por escritos literarios de promotores de lectura y usuarios del programa Paradero Paralibros Paraparques de Bogotá realizado en el marco del convenio 00051 de 2013 entre la Secretaría Distrital de Cultura, Recreación y Deporte y Fundalectura Edición 001 del 04 de julio de 2013 CULTURA, RECREACIÓN Y DEPORTE-Secretaría Distrital de Cultura, Recreación y Deporte S antiago la agarra por la cin- tura, hunde su aliento en su cara. Le implora que no se vaya. Ella, sentada en su cuarto, imagina el llanto de su novio, un ruego ardiente, un par de ojos suplicantes. Pero hace tre- ce meses terminaron. No hay nadie quien la llore. ¿De qué le sirve haber estudiado inglés y saber español, si no habla ni con unos ni con otros? Tiene que irse. No pue- de más. Su padre está en Colombia, arriba. A ella le gustaría que estuviera abajo, sólo porque se siente más a gusto en todo lo que no está encima: los sótanos, el subte- rráneo, debajo de la escalera, cubierta de las cobijas. El mapa dice que ese país está arriba. Aunque, si se va por todo el sur desde la Argentina, se puede llegar por esa ruta a Colombia. Pero María Laura no puede dejar de sentir que va para arriba, y no está cómoda con eso. Se limpia la lá- grima que se ha colado en su boca y estre- lla sin querer los dedos contra los dientes largos. Le duele, siente un calambre, sus dientes han sido siempre tan frágiles. Qué torpe, piensa, menos mal Santiago no está ahí para verla. Llega al aeropuerto, no se olvida de nada. Una maleta, ella sola. Cuando llegue va a estrenar un cepillo para lavarse la boca, que viene con una brocha incluida para limpiar la lengua. Piensa en eso, hace tiempo no estrena nada. Quería bragas nuevas, esas amarillas afelpadas tan coquetas que vio el lunes pasado. Pero no alcanzó la guita, piensa en voz alta. Compró el cepillo, en- María Laura Ángela Valeria Dimaté Promotora de lectura PPP la Esmeralda

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Folletín literario virtual, alimentado por escritos literarios de promotores de lectura y usuarios del programa Paradero Paralibros Paraparques de Bogotá realizado en el marco del convenio 00051 de 2013 entre la Secretaría Distrital de Cultura, Recreación y Deporte y Fundalectura

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El ParaderoFolletín literario virtual, alimentado por escritos literarios de promotores de lectura y

usuarios del programa Paradero Paralibros Paraparques de Bogotá realizado en el marco del convenio 00051 de 2013 entre la Secretaría Distrital de Cultura, Recreación y Deporte y

Fundalectura

Edición 001 del 04 de julio de 2013

CULTURA, RECREACIÓN Y DEPORTE-Secretaría Distrital de Cultura, Recreación y Deporte

Santiago la agarra por la cin-tura, hunde su aliento en su cara. Le implora que no se vaya. Ella, sentada en su cuarto, imagina el llanto de su novio, un ruego ardiente,

un par de ojos suplicantes. Pero hace tre-ce meses terminaron. No hay nadie quien la llore. ¿De qué le sirve haber estudiado inglés y saber español, si no habla ni con unos ni con otros? Tiene que irse. No pue-de más. Su padre está en Colombia, arriba. A ella le gustaría que estuviera abajo, sólo porque se siente más a gusto en todo lo que no está encima: los sótanos, el subte-rráneo, debajo de la escalera, cubierta de las cobijas. El mapa dice que ese país está

arriba. Aunque, si se va por todo el sur desde la Argentina, se puede llegar

por esa ruta a Colombia. Pero María Laura no

puede dejar de sentir que va para arriba, y no está cómoda con eso. Se limpia la lá-grima que se ha colado en su boca y estre-lla sin querer los dedos contra los dientes largos. Le duele, siente un calambre, sus dientes han sido siempre tan frágiles. Qué torpe, piensa, menos mal Santiago no está ahí para verla.

Llega al aeropuerto, no se olvida de nada. Una maleta, ella sola. Cuando llegue va a estrenar un cepillo para lavarse la boca, que viene con una brocha incluida para limpiar la lengua. Piensa en eso, hace tiempo no estrena nada. Quería bragas nuevas, esas amarillas afelpadas tan coquetas que vio el lunes pasado. Pero no alcanzó la guita, piensa en voz alta. Compró el cepillo, en-

María LauraÁngela Valeria Dimaté

Promotora de lectura PPP la Esmeralda

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tonces, en esa misma tienda. Nunca ha comido en un avión. Se desilusiona, una tarta de pollo del tamaño de la palma de su mano la deja con hambre, y se toma el refresco de naranja en diez segundos. Los cuenta.Piensa que no tiene nada en qué pensar. Aprieta los labios, se concentra en el techo aburrido del avión. No le tocó en la ventana y quiere mirar hacia abajo. Ese Buenos Aires ahora no está encima, ha de ser muy hermoso, le gustaría estar allí. Pero ya no hay modo. Igual no habría nada que hacer en esa ciudad. ¿Cierto? Son las seis horas más aburridas de su vida. Se baja, algo lanoso le hace cosquillas en el cuerpo. Su papá la espera. No quiere pa-recer desagradecida, lo abraza, mira todo como si fuera la primera vez. Le pregunta por su vida, padre cuánto te extraño, cómo está la casa. Él le cuenta que le ha tocado preparar el piso de abajo para arrendarlo a un joven conocido suyo porque la si-tuación no está fácil. Que lo han adapta-do para una carpintería. Que su llegada lo hace muy feliz.

Abre la puerta de su nuevo cuarto y se encuentra con un rosado infantil. Tiene ya trein-ta y un años, pero su padre sólo la ha visto siete. Él lo ha arreglado con mucho cariño, se lo agradece, le dice que no le ha podido traer nada por falta de guita. El padre regresa al traba-jo. Ella camina los siete pasos del largo de su nueva habita-ción, descubre un baño peque-ño. Entra. Se mira al espejo he-cho a su medida. Se sorprende. En Buenos Aires alcanzó la se-guridad de que cuando llegara a

Colombia se vería distinta, nueva. Pero no. Se ve algo apagada. No quiere eso, ha via-jado para transformarse. Sonríe. Una man-cha beige salpica su sonrisa y se acerca al espejo para mirarla de frente. María Lau-ra tiene un trocito de tarta de pollo entre los dientes de arriba, en el centro. Piensa de inmediato en su padre, por eso pintó el cuarto con ese rosado, es una niñita torpe. Se avergüenza y repasa en la mente las personas con las que se cruzó. A ninguna le sonrió, sólo a él. De ahora en adelante tiene que demostrarle en todos sus actos que es toda una mujer, que el viaje es una decisión valiente, coherente con un claro proyecto de vida. Ella quiere ser escritora. Su padre dice que eso de los “cuentitos” es para niños. Pero se lo va a demostrar. Lo primero que hay que hacer es lavarse los dientes.

Saca el cepillo del envoltorio. Llena un vaso con agua, hace gárgaras. Crema dental roja, de esas no hay en Buenos Ai-res. Siente un espasmo en las encías con el agua helada. Cómo es que sale agua tan fría en el baño de su cuarto. ¿La caliento?, piensa. No, no sabe cómo se prenden las hornillas. Prefiere soportar. Empieza por los dientes de adelante, por los que siem-pre se ha comparado con una coneja de madriguera. Un golpe certero del cepillo le infiere un dolor insoportable que retumba

en su cabeza. Se tapa la boca, se mira al espejo, los ojos llorosos, sangre en la comisura de los labios. Pavor, eso de la crema dental roja era un avi-so, su madre le decía que prestara atención a esas cosas. La imagen

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de esa mujer lejana pasa en un segundo por su cabeza. La impresión supera al do-lor. Siente algo en su mano derecha, se la quita de la boca, dos largos dientes con breves raíces la espantan, cruje un pito, los nervios de las encías están expuestos, un chillido sale de su garganta. Recubre los dientes en un pañuelo, los mete en el bolsillo derecho de su pantalón azul. Hun-de su boca en el agua, los dedos de sus pies se retuercen y se congelan, el resto del cuerpo ha dejado de sentir, sólo están las encías rosadas, enrojecidas, y un do-lor insufrible. Mantiene su boca repleta de agua y esta infla los cachetes, se convierte en estanque. Se mira al espejo, no es la misma, ahora sí ha cambiado.

“Nos tardaremos poco menos de un mes diseñándote nuevos incisivos, María Lau-ra. Por ahora, unos postizos”. Nunca se sintió tan débil. Una mujer argentina que conoce en una diligencia con su padre le da trabajo en una pastelería. Allí está sola, atiende, limpia, organiza, hace las cuen-tas. Indefensa, teme que alguien entre y le pida un bizcocho, hay de tres sabores diferentes. No quiere hablar, qué tal ese plástico se caiga de su boca. Y pensar que estudió Educación Bilingüe y Comunica-ción Social en Buenos Aires. Indefensa, ofrece bizcochos de piña, de naranja, de manzana. Si Colombia estuviera abajo, todo habría sido distinto, asegura para sus adentros. Vuelve a casa, no quiere subir a su cuarto, le trae malos recuerdos, muy re-cientes todavía. Ahora no hay nadie en el piso de abajo, de todos modos. Consigue las llaves, se encierra, se sienta en una si-lla de madera, bajo un techo de madera, frente a mesas de madera, un escritorio de madera, en compañía de figuras de made-

ra. Sola, se puede quitar los incisivos pos-tizos.

Uno de esos días se despierta a trabajar, siente un frío en el túnel frontal de su boca, se viste, hay un vacío, pero sueña con re-gresar y encerrarse en la carpintería. Hoy nadie pidió bizcochos, piensa, y con torpe-za se come dos para que al día siguiente los clientes sólo puedan pedir de a un sa-bor. Ya lo ha hecho durante una semana, ha subido de peso, le toca pagar los bizco-chos que se come, atenderse a sí misma.

Otro día consigue abrir el único cajón del escritorio de la carpintería. Soy tan feliz acá, piensa, incluso cuando me den mis dientes nuevos, vendré a descansar. Le voy a decir a mi padre que me deje traba-jar, puedo aprender, no se necesita nin-gún hombre, ningún Santiago que haga de carpintero. Abre, pues, el cajón. Un cofre pequeño, de quince de largo por diez de ancho. Lo descubre con fuerza, está a me-dio hacer, hay un diente incisivo superior recostado en el centro. Toca el bolsillo de su pantalón color azul ¿Y el otro? Al meter la mano, siente una bola afelpada que se mueve. La saca. Una mirada roja sobre un gesto casi mueco la mira. Un sólo diente se asoma descarado. María Laura no en-tiende, se angustia, le parece que la at-mósfera de Bogotá es confusa. Presiente, sin notarlo, un futuro incierto. Duerme en la carpintería con lágrimas que se riegan, no quiere más bizcochos, quiere buenos aires.