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1 El Otro como espejo Historias de africanos en Bogotá THOMAS SPARROW BOTERO Trabajo de grado para optar por el título de Comunicador Social con énfasis en Periodismo Maryluz Vallejo Directora de Tesis Pontificia Universidad Javeriana Facultad de Comunicación y Lenguaje Carrera de Comunicación Social Bogotá, 2008.

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El Otro como espejo Historias de africanos en Bogotá

THOMAS SPARROW BOTERO

Trabajo de grado para optar por el título de Comunicador Social con énfasis en Periodismo

Maryluz Vallejo Directora de Tesis

Pontificia Universidad Javeriana Facultad de Comunicación y Lenguaje

Carrera de Comunicación Social Bogotá, 2008.

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Carta de presentación de la directora Julio 29 de 2008 Señor Decano Jürgen Horlbeck Me complace entregar el trabajo de grado titulado “EL Otro como espejo, Historias de africanos en Bogotá, del estudiante Thomas Sparrow B., resultado de una completa y rigurosa investigación periodística que vertió en los géneros del reportaje ensayístico y de la crónica, tomando como modelo al polaco R. Kapuscinski. Con este trabajo de grado, Thomas demuestra sus competencias como reportero y escritor, capaz de explorar culturas diferentes con respeto y sensibilidad. Además, ofrece un valor del metodológico agregado con las bitácoras que acompañan el producto periodístico, y que serán una herramienta útil para futuros investigadores. Atentamente, Maryluz Vallejo Mejía Profesora Asociada Periodismo

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Tabla de contenido 1. Introducción ................................................................................................................ 5 

1.1 El propósito de este trabajo ............................................................................... 6 1.2  El recorrido de la tesis ................................................................................... 7 

2. Marco teórico: migraciones contemporáneas ..................................................... 11 2.1 Los ‘continentes’ de África: una mirada general a una región de contrastes .................................................................................................................. 11 2.2 Las migraciones a la luz de la globalización cultural ................................... 16 

3. Marco histórico: una mirada histórica a Colombia y África ............................... 25 3.1 Las relaciones oficiales entre Colombia y África ......................................... 25 

3.1.1 Colombia en la presidencia de los No Alineados ................................. 29 3.1.2 Algunos casos en la historia de las relaciones entre Colombia y África en las Naciones Unidas ...................................................................................... 32 3.1.3 Las relaciones actuales entre África y Colombia .................................. 36 

3.1.3.1 El caso de Egipto ................................................................................ 38 3.1.3.2 Las relaciones con Kenya ................................................................. 39 3.1.3.3 Sudáfrica como el socio comercial principal .................................. 41 

3.1.3.3.1 Críticas a la embajada de Sudáfrica durante el gobierno Uribe ............................................................................................................... 43 

3.1.3.4 Otras relaciones diplomáticas: los casos de Marruecos, Argelia y Nigeria ............................................................................................................... 45 

3.1.4 Las relaciones culturales entre África y Colombia ............................... 48 3.1.5 Una comparación general entre Colombia y otros países de Sudamérica ........................................................................................................... 52 

3.2 Las relaciones entre África y Colombia desde las migraciones ................ 54 3.2.1 Las migraciones de africanos a Colombia durante el siglo XIX ......... 61 

3.2.1.1 El ideal de inmigración en Colombia durante el siglo XIX ........... 62 3.2.1.2 Propuestas alternativas a la migración europea: viajeros de Asia y África ............................................................................................................... 67 

3.2.2 Colombia y la migración en la primera mitad del siglo XX .................. 70 3.2.3 Migraciones africanas en Colombia como parte de la globalización . 74 

4. Marco metodológico ................................................................................................ 83 4.1 Acercamiento a la crónica ............................................................................... 83 4.2 Kapuściński como faro ..................................................................................... 89 

4.2.1 Las tres facetas de Ryszard Kapuściński .............................................. 90 4.2.2 Kapuściński, viajero ................................................................................... 91 4.2.3 Kapuściński, escritor ................................................................................. 94 4.2.4 Kapuściński, periodista ............................................................................. 98 4.2.5 Las tres facetas de Kapuściński en el trabajo sobre africanos en Bogotá ................................................................................................................. 101 

5. Crónicas: los inmigrantes africanos en Bogotá ................................................ 106 5.1 “Colombia es como una cebolla cabezona” ................................................ 106 

5.1.1 Bitácora de la crónica .............................................................................. 117 5.2 “Yo soy más colombiano que cualquier otro colombiano” ........................ 127 

5.2.1. Bitácora de la crónica ............................................................................. 138 5.3 Los misioneros de la ‘Pequeña África’ ......................................................... 146 

5.3.1 Bitácora de la crónica .............................................................................. 162 

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5.4 La fuerza del destino ...................................................................................... 170 5.4.1 Bitácora de la crónica .............................................................................. 183 

6. Conclusiones .......................................................................................................... 190 7. Bibliografía .............................................................................................................. 196 

7.1 Bibliografía de los marcos teórico e histórico ............................................. 196 7.2 Bibliografía del marco metodológico ............................................................ 203 7.3 Bibliografía utilizada para las crónicas ........................................................ 205 

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1. Introducción El amor fue la poderosa razón que llevó a mi padre, un inglés estricto, a viajar

ocho mil quinientos kilómetros para establecerse el 12 de diciembre de 1982 en

un recóndito país llamado Colombia. Sin saber una palabra de español, esperó

pacientemente en su boda hasta que le indicaron el momento para dar el “sí”,

una afirmación que no sólo afianzó los sentimientos hacia su mujer, sino que

dio comienzo a una historia lejos de su país de origen, Inglaterra.

26 años después continúa en Colombia, pero el amor ya no parece ser la razón

que lo mantiene acá. O tal vez sí. En el fondo, sólo él lo sabe. Lo cierto es que

la mujer que lo convenció de hacer la travesía por el Océano Atlántico ya no

está y él ahora se encuentra solo, en un país que no ha podido hacer del todo

suyo.

Todavía, en su mente, se alojan los recuerdos de su vida en Inglaterra: los

trenes a vapor que perseguía en su juventud hasta que desaparecían a lo lejos,

dejando en el aire una nube de humo blanco; la imagen de su padre, Tom,

cartero de profesión y jardinero aficionado que dedicó sus últimos años de vida

a regalarle a su vecina, Ms. Matthews, las mejores rosas del jardín para recibir

en retribución pasteles típicos ingleses; su pequeño apartamento en

Bournemouth y su carro Triumph Dolomite modelo 75; su amigo John, que

dedica el tiempo libre a reparar locomotoras, sus viajes por Inglaterra, su

estadía en Francia…

Esos recuerdos, uno a uno, se han ido diluyendo con el paso infalible del

tiempo, haciéndose cada vez más borrosos –aunque siempre están presentes–

y también han reforzado un sueño que todavía tiene pendiente: regresar, algún

día, a vivir en Inglaterra.

Mi padre, ante todo, es un inmigrante: uno de los tantos que se han establecido

en Bogotá y que han hecho de este país su hogar temporal. Paso a paso ha ido

descubriendo la ciudad, sus calles, su pasado, las costumbres que sólo se

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revelan al pasar los años, la familia grande y bulliciosa que lo acogió desde su

llegada, el lenguaje que todavía no entiende del todo, el ruido del tráfico, la

gente.

Su sangre es sangre de extranjero. Es sangre diferente a la de los

colombianos. Su fisonomía también resalta en el típico paisaje bogotano: el

pelo blanco, los ojos azules, su voz marcada por un acento fuerte. Ante él y

ante todos, es simplemente un inmigrante.

Su sangre también es su legado. Sangre que corre por mi cuerpo de extranjero.

Porque el hijo de extranjero también es extranjero. Extranjero en mi propia

tierra. Soy colombiano y, a la vez, no lo soy. Tampoco soy inglés. En últimas,

¿quién soy? Soy inmigrante y también soy nativo. Soy viajero, explorador y

aventurero; lo soy todo y no soy nada.

1.1 El propósito de este trabajo Investigar sobre una comunidad de extranjeros en Bogotá es, en mi caso, un

asunto que va mucho más allá de la simple curiosidad; no se trata sólo de un

trabajo de grado, ni de una investigación académica; tampoco, en el fondo, lo

veo como un requisito.

Si pudiera describirlo de alguna manera, lo describiría como un viaje hacia mi

propia historia, como un encuentro conmigo mismo. Y también como un

encuentro con mis raíces, como un viaje a la semilla, para tomar prestado el

título del cuento de Alejo Carpentier. Un viaje a la semilla porque a medida que

avanzaba en las historias de otros, retrocedía en la mía, miraba atrás,

reflexionaba.

Encontrarme con otros extranjeros, con sus percepciones sobre la ciudad,

sobre su vida, sobre lo que implica ser inmigrante, y luego llegar a casa para

ver a mi padre, para verme a mí en relación con él, me enseñó más de lo que

había aprendido hasta entonces. Por eso se trata, ante todo, de mirarse en el

espejo del Otro.

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Por supuesto, esa no fue la única meta. Además de esta situación personal,

traté de fomentar otra necesidad similar, que ha empezado a volverse parte

inevitable de lo que soy: la escritura. Sin temor a equivocarme, puedo afirmar

hoy que no podría vivir sin un papel donde anotar, sin la intención de plasmar la

realidad con palabras, sin el sueño de ser escritor.

Pero para poder escribir sobre la realidad es necesario dedicarle tiempo y

esfuerzo a la investigación. Y esa precisamente fue otra meta trazada desde el

comienzo. Las advertencias sobre las dificultades de hacer un trabajo de un

tema “virgen” como los africanos en Colombia, del cual no hay casi

información, representa para muchos una barrera que los obliga a pensar en

algo distinto. Yo, por el contrario, lo tomé como un reto. El hecho de no tener

“nada” no puede ser una excusa para un investigador, sino un aliciente para

poner la primera piedra. Además, la meta de una tesis no es repetir lo que ya

se ha dicho una y mil veces, sino todo lo contrario: aportar, poco o mucho, pero

aportar.

1.2 El recorrido de la tesis El trabajo de grado se divide en dos grandes grupos: la parte teórica–

metodológica y las cuatro crónicas.

En la parte teórica, lo fundamental consistía en encontrar los diferentes

elementos que pueden ofrecer una mirada general de lo que significa África

para Colombia, desde diferentes perspectivas. Por un lado están las

relaciones diplomáticas, que han sido esenciales para el conocimiento entre

este país y el continente africano; en este apartado hice un breve recuento de

las relaciones políticas, culturales y económicas, tanto en términos generales

como con países específicos que tienen una relación estrecha con Colombia.

Por otro lado están las relaciones personales, que a veces se alejan del plano

político y se insertan más en tramas sociales y culturales: las migraciones.

Por ello, un apartado de la tesis indaga por las relaciones entre África y

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Colombia ya no desde el plano oficial, sino desde los movimientos humanos.

Esto es particularmente interesante en Colombia, un país que ha sido por

tradición cerrado al extranjero y en el cual se ha debatido, desde hace ya varias

décadas, sobre la conveniencia de favorecer la llegada selectiva de

inmigrantes.

La mirada al tema migratorio tiene un énfasis adicional, porque este trabajo de

grado se enfoca principalmente en los migrantes voluntarios, es decir

aquellos que tomaron la decisión de venir a Bogotá por diferentes motivos y no

aquellos que lo hicieron a la fuerza, obligados por circunstancias como la

pobreza o la violencia. Naturalmente hago referencias muy breves a los otros

tipos de migración (refugio, asilo, desplazamiento), pues la historia de los

africanos en este país comienza con viajes forzados de esclavos.

Esta diferenciación no es caprichosa, sino que tiene raíces profundas tanto en

mi vida personal como en las dinámicas propias del estudio de las migraciones

desde las ciencias sociales. Como dije, mi padre es un migrante voluntario; por

el otro, este tipo de desplazamientos llevan consigo toda una serie de

características particulares en relación con el país de destino y la posible

adaptación, diferentes a las del migrante forzado.

Opté por analizar los temas de las relaciones diplomáticas y de las migraciones

con un enfoque histórico. Esta decisión me llevó a encontrar rasgos en el

pasado que dan algunas luces sobre la presencia actual de africanos en

Colombia. Por esa razón investigué temas como la Trata atlántica de esclavos

y la migración desde África en el siglo XIX. No en vano, como lo mencionaron

varios africanos durante la investigación, la presencia de una amplia población

negra en Colombia es un tema que apasiona a muchos de ellos y que genera

vínculos con el país que los ha recibido.

Estas relaciones culturales, políticas y sociales están enmarcadas en

fenómenos como la globalización cultural, la identidad y la nacionalidad, temas

que hacen parte de un marco conceptual que da cuenta de los principales

procesos que ocurren en el mundo contemporáneo alrededor de las

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migraciones. En este apartado, lo principal no era ingresar al mundo africano–

colombiano, aunque sí hago referencias a ello, sino entender, desde una

mirada general, lo que significa migrar en la actualidad, más allá de dónde se

parta y a donde se llegue.

Cada uno de los capítulos teóricos está escrito en forma de ensayo, de tal

manera que funciona independiente, pero también hace parte de la totalidad

del trabajo. Para realizar estos capítulos recurrí a fuentes documentales y

orales. Realicé entrevistas en el Ministerio de Relaciones Exteriores y en el

Ministerio de Comercio, Industria y Turismo; hablé con un sociólogo togolés

residente en Colombia y con el coordinador de la línea de investigación en

migraciones internacionales de la Universidad Externado de Colombia y pedí

asesoría a una antropóloga que ha estudiado el tema de las relaciones

históricas entre África y Colombia.

Además, como tenía la idea desde hace varios semestres de realizar una

investigación que combinara periodismo, literatura e historia con el tema de las

migraciones, organicé parte de mi plan de estudios en ese camino. Para ello

tomé por decisión propia las clases de Historia de África Subsahariana, Historia

de América colonial, Historia de América siglos XIX y XX, Periodismo y

literatura, Migraciones y ciudadanía global, Introducción a la globalización y

Viajeros y relatos de viaje.

Por otro lado están las cuatro crónicas con migrantes voluntarios, fruto de una

investigación de casi un año con un grupo de africanos que vive en Colombia.

Es la puesta en práctica de los argumentos principales del marco teórico e

histórico. No en vano, las relaciones diplomáticas e históricas inciden

notablemente en el conocimiento que hay de Colombia en África (y viceversa) y

son un elemento esencial que tienen en cuenta los migrantes a la hora de salir

de su país de origen.

Los cuatro relatos están basados lectura a fondo de la obra de Ryszard

Kapuściński, el reportero polaco que viajó incansablemente por África y que

sirve como faro metodológico de este trabajo. Principalmente, analicé la obra

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de Kapuściński desde sus facetas de viajero, de escritor y de periodista,

siempre con la mirada puesta en sus textos e investigaciones sobre África.

Tomé algunos de sus trabajos periodísticos más conocidos, pero también me

basé en documentos teóricos que el polaco realizó sobre su labor como

reportero. En esa investigación tomé textos en español, que se consiguen en

Colombia, y otros en inglés, que todavía no han sido traducidos al español y

que no se consiguen en el país.

Esto resulta fundamental, ya que cada una de las cuatro crónicas de este

trabajo es un viaje cultural a diferentes zonas de ese continente y, al mismo

tiempo, a diferentes lugares de Bogotá: hablé con etíopes, con kenyanos, con

ghaneses, con togoleses, con egipcios. Y lo hice en Ciudad Bolívar, en La

Fragüita, en El Vergel, en Floresta de la Sabana, en San Cristóbal Norte, en

Patio Bonito, en Cedro Golf, en La Candelaria. Es una mirada a África desde

Bogotá. Una mezcla entre lo global y lo local, aspecto típico de la globalización.

Además, es una apuesta por construir, desde la memoria particular de los

personajes, una historia colectiva que todavía no ha sido contada en Colombia.

Y en esto retomo a Kapuściński, quien también intentó construir la historia de

África desde la mirada no sólo de los poderosos, sino sobre todo desde las

historias de las personas comunes y corrientes.

Los relatos van acompañados por una bitácora que tiene como objetivo mostrar

el proceso de investigación: cómo contacté a los africanos, cómo fue el trabajo

de reportería y cómo planeé la escritura de cada crónica. Esto, además, es una

apuesta metodológica novedosa para un trabajo de grado: no se trata

únicamente de mostrar las cuatro historias, sino de ir más allá para explorar

también el proceso de creación de cada uno de ellos, el “cómo hice lo que

hice”. Espero que la experiencia recogida tanto en la investigación como en la

escritura pueda servirles a los cronistas–estudiantes que decidan aventurarse

en su trabajo de grado a escribir relatos sobre los “Otros”.

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2. Marco teórico: migraciones contemporáneas

2.1 Los ‘continentes’ de África: una mirada general a una región de contrastes África es un continente de agudos contrastes: ocupa una de las regiones más

grandes del planeta, pero a la vez es una de las más invisibles en el concierto

mundial; su historia, milenaria y multifacética, es opacada constantemente por

las imágenes –todas similares– de conflictos en muchos de los países; la

diversidad cultural inigualable de sus más de 800 millones de habitantes, con

alrededor de 2.000 lenguas y decenas de religiones autóctonas, desentona con

la pobreza y las limitaciones extremas observadas en el continente, que se han

ahondado a causa de los estereotipos sobre el llamado –despectivamente–

“continente negro”.

En otras palabras, así como África es un continente de dicotomías, también es

uno de imágenes sesgadas que refuerzan los medios de comunicación y de

ignorancia sobre la heterogeneidad que se esconde detrás de las muertes, la

desnutrición y las crueldades que son –y deben ser– mostradas a diario.

Al mismo tiempo, África también es mirada como un todo, como un solo ente

histórico y cultural, cuando su realidad parte de todo lo contrario: la palabra

África designa exclusivamente una unidad geográfica, pero las realidades de

cada país, sus legados históricos y sus tradiciones son particulares. El

continente, por tanto, no es uno solo, sino la unión de varias regiones con

características muy particulares, a veces opuestas entre ellas, que permiten

hablar no sólo de una África, sino de muchas Áfricas. Así lo resumió la revista

Nacional Geographic, en su edición especial sobre el continente, cuando

afirmó: “Desde luego, África no es un solo lugar: es un millón de lugares1”.

1 QUAMMEN, David. En busca de la huella humana. EN: National Geographic en español.

África, cuna de la historia humana. El último lugar en estado salvaje. Septiembre de 2005.

P.20.

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Y es cierto: en el norte cinco países de mayoría árabe (Egipto, Argelia, Túnez,

Marruecos y Libia) tienen una historia y cultura que han sido mediadas histórica

y culturalmente tanto por África y los procesos desarrollados en ese continente

como por la influencia del Mar Mediterráneo y la cercanía con Europa y con

Asia.

Incluso entre esos países árabes africanos hay diferencias y algunas de las

naciones son agrupadas en otras regiones. Analistas como la editora María–

Ángels Roque definen el “Magreb” –es decir lo que habitualmente describe

indistintamente el norte de África– como el “Occidente del mundo islámico, que

comprende Argelia, Marruecos, Túnez, Libia y Mauritania2”, y el Mashrek como

el oriente de ese mundo, en el que están naciones asiáticas como Siria y

Palestina y el país africano Egipto.

De cualquier manera, un rasgo característico de los países del norte de África

es su condición mediterránea, pues en su mayoría son “antropológicamente

idénticos a los italianos del sur, a los españoles, a los habitantes de las islas

del Mediterráneo occidental, de Provenza o de Languedoc”3. A medida que se

viaja en dirección al sur, los rasgos van cambiando. En el caso de Egipto, los

nubios, de piel más oscura, ocupan el territorio que colinda con otro país

africano, Sudán.

Además, estas naciones tienen como característica principal sus dominios

desérticos, que hacen parte del Sahara, el más grande del mundo. Se destaca,

en medio de la sequedad, el río más largo del planeta, el Nilo, un hilo en la

esquina nororiental del territorio continental que rompe la monotonía del

desierto. Si se mira geográficamente, los países al sur del Trópico de

Capricornio son aquellos que dan comienzo al África subsahariana. Sudán,

Chad, Níger, Malí y Mauritania hacen parte de esa primera línea geográfica en

la que se mezclan tanto los rasgos árabes como los africanos. 2 ROQUE MARÍA–ÁNGELS (ed.). Las culturas del Magreb. Antropología, historia y sociedad.

Icaria Editorial. Barcelona. 1996. P. 230 3 CAMPS, Gabriel. Los bereberes: ¿mito o realidad? EN: ROQUE MARÍA–ÁNGELS (ed.). Las

culturas del Magreb. Antropología, historia y sociedad. Icaria Editorial. Barcelona. 1996. P.42.

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En la costa este, en la región del Cuerno de África, se encuentran cuatro

países que han estado marcados, en las últimas décadas, por sequías,

hambrunas y problemas políticos y sociales: Etiopía (el país independiente más

antiguo de África), Yibuti, Somalia y Eritrea, este último un pequeño país en la

costa del Mar Rojo que obtuvo su independencia en 1993. La región, ubicada

estratégicamente y con una historia que puede remontarse incluso hasta reinos

y dinastías en los primeros siglos después de Cristo, ha sido objeto del interés

continuo de potencias europeas y de Estados Unidos.

Al sur del Cuerno de África, países como Kenia, Uganda y Tanzania (que

hicieron parte de la ruta que trató de imponer Gran Bretaña en la época

colonial) concentran no sólo una variedad cultural e histórica, sino también

algunos de los más importantes emblemas geográficos de la región, como el

monte Kilimanjaro y el Lago Victoria. Ruanda y Burundi, recordados más por la

cruenta guerra entre Hutus y Tutsis, también hacen parte de esta región.

El centro del continente está ocupado, en su mayoría, por un solo país: La

República Democrática del Congo, llamada Zaire hasta 1997. En su historia

moderna resaltan la brutal colonización belga, la posterior crisis política de los

años 60 y un conflicto armado que llenó las primeras planas de los periódicos

internacionales en los años 90. Es uno de los países con mayor diversidad

biológica del planeta.

Al oeste, en el Golfo de Guinea, el petróleo se ha convertido en las últimas

décadas en el común denominador de varios países, que bajo el mando de

Nigeria han exportado crudo en grandes cantidades, al tiempo que tratan de

solucionar los conflictos políticos y sociales que han marcado su historia desde

la independencia. La región aglutina, además, el mayor número de países en el

continente, que van desde países diminutos como Gambia y Guinea–Bissau

hasta países dominantes –y grandes en extensión– como Camerún y Nigeria.

Además, esta región cuenta con el único país africano de habla hispana,

Guinea Ecuatorial, que fue colonizado por España.

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En el sur, Sudáfrica marca la pauta y se convierte, gracias a sus recursos

naturales, como el diamante, el oro y el platino, en la primera potencia

económica del continente y en un ejemplo mundial de superación de conflictos

–“Apartheid”–, aunque todavía persisten diferencias sociales abismales.

Zimbabue también ha llamado la atención recientemente por los problemas

políticos relacionados con su presidente, Robert Mugabe, y el opositor Morgan

Tsvangirai.

Mozambique y Angola, en las costas este y oeste, representan los enclaves

principales de los portugueses en la época colonial y, durante la Guerra Fría,

fueron lugares que tuvieron una marcada influencia del comunismo (como

ocurrió también con Etiopía, en el nororiente de África). Hoy luchan contra la

pobreza y las dificultades económicas.

Las anteriores divisiones no deben entenderse como segmentaciones fijas e

inamovibles. Por el contrario, son sólo formas maleables –entre muchas otras

posibles– de agrupar naciones geográficamente cercanas con algunos rasgos

en común. No obstante, hay otros elementos –como los culturales, religiosos e

históricos– que escapan del componente geográfico y que permiten entender el

continente de otras maneras.

Uno de esos rasgos es la historia colonial y poscolonial. Las colonias

británicas, que originalmente debían componer la ruta desde El Cairo, en

Egipto, hasta la Ciudad del Cabo, en Sudáfrica, se diferencian no sólo en la

lengua sino también en elementos culturales de aquellas colonias francesas,

belgas, españolas o portuguesas. Así ocurrió con las relaciones que los

colonizadores tuvieron con los habitantes locales, con las diferentes

oportunidades que les dieron y con la forma en que gobernaron.

La época poscolonial tuvo un doble efecto en el continente africano: por un

lado, con la delimitación de fronteras se reforzaron esas diferencias tanto

geográficas como culturales entre los países y las regiones del continente; por

el otro, se dio un fenómeno que el continente no había experimentado antes: la

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lucha por la independencia y las expectativas por conseguir la libertad unieron

a todo el continente.

Los países, desde ese momento libres, empezaron una lucha por buscar,

dentro de sus límites territoriales, su propia identidad, aquellos rasgos que

hacen de cada país africano un área específica, en ocasiones muy diferente de

todas las demás. La tarea no ha resultado fácil, pues las fronteras geográficas

no siempre han coincidido con las fronteras culturales o étnicas. Y esa lucha

por la identidad, marcada con sangre en las primeras épocas de la era

poscolonial por las dictaduras y las guerras civiles, todavía continúa con

regiones que buscan su independencia como Somalilandia y Sahara

Occidental. De hecho, dentro de un mismo país puede haber más de una

nación y esto, sin duda, complica aún más una posible descripción general de

África.

Hoy, los países africanos hacen parte de un continente (o de varios semi–

continentes) que se inserta en las dinámicas comerciales y culturales de la

globalización: la presencia china es cada vez mayor y los recursos naturales de

los que se precian las naciones africanas –fuente histórica de disputa– les han

servido para hacer parte de la economía mundial. En efecto, la variable

económica también permite agrupar a los países del continente, de acuerdo

con los productos que exporten. Por ejemplo, los países cafeteros (como

Kenya, Etiopía, República del Congo, Uganda y Côte d’Ivoire) se diferencian de

los petroleros (principalmente los del Golfo de Guinea, Libia, Angola y Argelia)

y de los que tienen industrias de extracción minera (como República

Democrática del Congo, Zambia, Sudáfrica, Sierra Leona, entre otros).

Además, otras dinámicas propias de la globalización inciden en la forma como

se observa el continente africano. La migración internacional masiva, por

ejemplo, ha llevado a un intercambio cultural entre los habitantes de esos

países de África –desconocidos para muchos– y el resto del mundo.

La salida de los africanos al exterior también ha tenido otro efecto: mientras en

África predomina la visión etnocéntrica sobre la nacional (y casi nunca la

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continental), en el extranjero los africanos han empezado a promover una

visión más general del continente: por ejemplo, ya no se trata de diferentes

etnias en Etiopía, sino, ante todo, de etíopes en el extranjero. Y ocurre también

que cuando hay grupos de africanos de varias naciones, ellos mismos se ven

ya no sólo desde su etnicidad y su nacionalidad, sino también como africanos.

Lo cierto es que más allá de esas diferencias, África continúa siendo un

continente emblemático; no es una sola región homogénea, sino todo lo

contrario: una mezcla cultural, étnica, histórica, lingüística y religiosa que

convierte al continente en la unión de varias regiones muy diferentes entre

ellas.

2.2 Las migraciones a la luz de la globalización cultural

“la migración significa mucho más que economía: es

corazón, llanto, miedo, tristeza, así como es creatividad,

aprendizaje, ilusión y esperanza. Es cambio e

inestabilidad, callejuela cerrada y avenida sin rumbo”.

Gerardo Ardila en “Queríamos brazos y nos llegaron

personas4”.

“La globalización, en su primer y más amplio sentido, se define mejor como la

cristalización del mundo entero como un solo lugar y como la emergencia de

una condición humana global5”.

La cita anterior, que pertenece al filósofo y sociólogo Johann P. Arnason, da

luces sobre uno de los procesos históricos y cambios conceptuales que más

han sido debatidos en el paso del siglo XX al siglo XXI: la globalización.

4 ARDILA, Gerardo. Queríamos brazos y nos llegaron personas. EN: Revista Perspectiva

número 14. Dossier “Migración: Oportunidad o riesgo”. 2007. P. 45 5 ARNASON, Johann. Nationalism, Globalization and Modernity. EN: Global Culture:

nationalism, globalization and modernity. Mike Featherstone (Ed.). Sage Publications. Londres,

1990. P.220

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17

Los debates en torno a este término se han hecho, con mucha frecuencia, a

partir de su influencia en la economía (supresión de barreras al libre comercio,

crecimiento de los flujos de capital mundial, integración de economías

nacionales) y de las maneras como ha afectado la política (riesgos para el

Estado–Nación, para las identidades nacionales y para la soberanía). No

obstante, como lo asevera la introducción del libro “Comunicación, cultura y

globalización”, de la Pontificia Universidad Javeriana, “es importante analizar la

globalización desde la noción de cultura mundializada, que ofrece una nueva

perspectiva conceptual y que se desvía de los tradicionales puntos de vista

económicos y políticos6”.

Principalmente a través de la cultura es posible entender por qué la

globalización encarna una condición humana global –como la definió Arnason–,

o por qué implica el desarrollo de una conciencia global –en palabras de Jürgen

Osterhammel y Niels P. Petersson7–. La globalización, como fenómeno

multifacético y cambiante, encuentra en la cultura uno de sus campos de

batalla.

Lo anterior alude a que la cultura global es el territorio de disputa en el que se

encuentran los intentos colectivos de hallar una respuesta a las

contradicciones, a las ambigüedades y a las complejidades de la globalización.

Varias de estas contradicciones son, por ejemplo, definir cuándo prima lo global

y cuándo lo local, pensar entre proteccionismo y librecambio, definir si peligra el

Estado–nación o debatir si todavía existe diversidad en medio de la aparente

homogenización. Como es posible ver, las tensiones políticas, las económicas

y las sociales confluyen en la cultura, que, como lo afirma Ulf Hannerz, “está

ligada, por definición, a las interacciones y a las relaciones sociales8”. Dicho de

otro modo, no es posible encontrar el sentido de los cambios que produce la

6 PEREIRA, José Miguel, y VILLADIEGO, Mirla. Cátedra UNESCO de Comunicación.

Comunicación, cultura y globalización. Bogotá, CEJA, 2003. P.11 7 OSTERHAMMEL, Jürgen, y PETERSSON, Niels. Globalization, a short history. Princeton

University Press. 2005. P. ix 8 HANNERZ, Ulf. Cosmopolitans and Locals in World Culture. EN: Global Culture: nationalism,

globalization and modernity. Mike Featherstone (Ed.). Sage Publications. Londres, 1990. P.239

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globalización si no se toma como prioritaria la dimensión cultural, porque ésta

irriga la vida social entera.

Así, aunque hay un nexo claro e indivisible entre los ámbitos cultural,

económico y político, es primordialmente en el campo cultural donde se

desarrolla, tal vez, una de las características más notorias de la globalización:

el reconocimiento dialógico, una política del reconocimiento del Otro en todas

sus dimensiones.

Lo anterior se manifiesta en uno de los fenómenos que más han sido

estudiados y que en la globalización adquiere dimensiones particulares gracias,

en parte, a los notorios avances de la comunicación: las migraciones humanas. Las definiciones del término migración han variado con frecuencia,

dependiendo del enfoque teórico o la disciplina del autor y de las condiciones

políticas, económicas y culturales de la época. A pesar de esas variaciones, las

migraciones pueden considerarse, de manera general, como “un movimiento

espacial con objetivos duraderos y con resultados; la población que emigra ha

tomado una decisión como resultado de una evaluación comparativa entre su

situación en el lugar de origen y la que esperan tener en el lugar de destino9”.

Sin embargo, no todos los movimientos espaciales son migraciones. En el día a

día de cada ser humano se presentan incontables cambios espaciales, pero no

con tanta frecuencia se dan movimientos migratorios. Para que un movimiento

espacial pueda ser considerado migratorio, el Departamento Administrativo

Nacional de Estadística, Dane, toma en consideración elementos como el

traspaso de fronteras político–administrativas (tanto las de un país como entre

varios), el cambio de residencia y también un proyecto migratorio asociado a

las historias de vida de los migrantes.

9 MÖRNER, Magnus. Aventureros y proletarios. Los emigrantes en Hispanoamérica. Editorial

Mapfre. 1992. Pp. 14-15.

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19

Las anteriores condiciones llevan a que haya diferentes categorías de

migración. Por un lado están los migrantes voluntarios, que con frecuencia

dejan su lugar de origen para buscar mejores condiciones económicas en otras

naciones o en otras ciudades. Así ocurre, por ejemplo, con buena parte de los

colombianos que han decidido buscar la residencia en España o en Estados

Unidos y con los africanos que son objeto de mi investigación.

Por otro lado está el caso de los desplazados y los refugiados, dos tipos de

migración que tienen como elemento central un temor fundado de persecución

en razón de su raza, su religión, su opinión política, su pertenencia a un

determinado grupo social o su nacionalidad, que origina un traslado forzoso. La

diferencia entre los dos tipos reside en que, con frecuencia, se habla de

desplazados cuando su movimiento es interno, mientras los refugiados cruzan

una frontera internacional.

Ariel Riva, Oficial de Protección de la Oficina del Alto Comisionado de las

Naciones Unidas para los Refugiados, ACNUR, destaca, en relación con las

categorías de migrantes que “desplazados y refugiados son dos categorías de

protección y migrante internacional es aquel que busca mejores condiciones de

vida pero que no ha sufrido violaciones a sus derechos humanos […] y migra

por factores no relativos a una persecución10”.

Más allá del tipo de migración, lo cierto es que las características propias de los

movimientos de población han variado en diferentes épocas y hoy, lo novedoso

es el contexto en el que se desarrollan –la globalización– y la forma en que se

potencia ese fenómeno: aumento en el número de países involucrados en las

redes migratorias, concentración de países receptores de migrantes, diseño

activo de políticas, nuevos tipos de migración, crecimiento progresivo en el

número de migrantes, etc.

10 Entrevista realizada por el autor en las oficinas de Acnur, Colombia, el 28 de noviembre de

2007.

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Los anteriores cambios –que no son los únicos– han llevado también a una

progresiva reorientación teórica y metodológica de los estudios migratorios, en

la que se busca un enfoque multidisciplinar que aborda las dicotomías de la

globalización ya mencionadas. Éstas influyen de manera notoria en la

complejidad actual del fenómeno migratorio. Dicho de otro modo, se ha hecho

necesario prestar tanta “atención a los contextos estructurales (mundial,

regional y local) como al comportamiento individual, a la organización familiar y

a las redes sociales11”.

Volvemos, así, a reconocer la importancia de la cultura. Como en el caso de la

globalización, ya no son suficientes los análisis económicos y políticos, aunque

sí relevantes. Más que nunca, se hace imperativo buscar argumentos que

sustenten el fenómeno migratorio contemporáneo. Argumentos que se

encuentran en el campo de batalla, en el territorio en disputa en el que se ha

convertido la cultura.

Muy bien lo afirma Joan Lacomba, en su texto “Teorías y prácticas de la

inmigración. De los modelos explicativos a los relatos y proyectos migratorios”:

El factor económico ha sido señalado tradicionalmente como el

principal e, incluso, hasta el único condicionante del proceso

migratorio. En contraste, actualmente, en el vasto campo de estudio

de las migraciones se observa una progresiva diversificación de los

motivos que empujan a cada vez más un mayor número de personas

a tomar el camino de la emigración. Y ello porque resulta inadecuado

atribuir a un factor único, válido para todas las situaciones, el poder

explicativo de tan complejo fenómeno, a riesgo de ofrecer una visión

tan simplificada como alejada de la realidad migratoria.12

Si se aceptan los argumentos planteados, entonces es claro que se da una

doble influencia: por un lado, las condiciones globales afectan al individuo, que

11 LACOMBA, Joan. Teorías y prácticas de la inmigración. De los modelos explicativos a los

relatos y proyectos migratorios. Tomado de http://www.ub.es/geocrit/sn–94–3.htm. [Disponible

el 27 de septiembre de 2007] 12 Ibíd.

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decide migrar; por el otro, el individuo, con su movimiento, está reafirmando

esas condiciones que lo convierten en un “agregado de pertenencias

múltiples13”, como lo reconoce la chadiana Madeleine Alingué, directora del

Centro de Estudios Africanos de la Universidad Externado de Colombia.

Surge, entonces, una serie de preguntas: específicamente, ¿cómo afecta esa

cultura global al individuo migrante? ¿Qué procesos lleva a cabo éste en su

lugar de destino? ¿Qué rol juegan, en estas dinámicas, términos como

identidad, nacionalidad y religión, intrínsecamente ligadas a la cultura?

Una respuesta parcial la entrega Alingué, cuando afirma que “ser migrante es

siempre estar en el doble juego de estar dentro y por fuera de la propia

conciencia”. Con ello, ante todo, se refiere a que esa doble conciencia

posibilita “la diferencia, la capacidad de asumir a los otros como identidades

diferentes, la capacidad de asimilar otros polos de conocimiento. No se trata de

reducir la diferencia, sino de desarrollar la capacidad de convivir sin

contradicción dentro de la paradoja de dos o más identidades14”.

El migrante, cuando deja su lugar de origen, encuentra una dualidad que lo

acompañará el resto de su vida: su equipaje, cargado con sus tradiciones, su

idioma, su religión y su identidad se verá confrontado una y otra vez,

incesantemente, con el equipaje de las personas en su nuevo lugar de

residencia. Las dos culturas –la del lugar de origen y de destino– chocan

simbólicamente: cada una, desde su orilla, trata de llamar la atención del

migrante; cada una, de manera algo egoísta, trata de llevarse silenciosamente

aspectos de la otra.

Dicho de otro modo, el migrante, portador de una cultura, se encuentra, desde

que llega a un nuevo territorio, en medio de un proceso de aculturación, que a

13 ALINGUÉ, Madeleine. Migración: doble conciencia y construcción de la cultura global. EN:

ALINGUÉ, Madeleine (ed.). Migraciones internacionales: un mundo en movimiento. Universidad

Externado de Colombia y Organización Internacional para las Migraciones, OIM. 2004. Pp. 344. 14 Ibíd. Pp. 341 y 347.

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grandes rasgos define la interacción y el entrelazamiento de dos o más

culturas en contacto.

Naturalmente, el proceso de aculturación depende primordialmente del

individuo: “De la proporción en que el inmigrante incorpore los valores nuevos,

dependerá el papel que se le atribuya en la sociedad adoptiva15”.

Por argumentos como los anteriores, en los que la proporción puede llegar a

límites muy bajos, los procesos de aculturación pueden tener el efecto

contrario al que muchos esperan: en vez de adaptación y apropiación de

nuevos elementos, el contacto de un migrante con una cultura extraña puede

terminar, más bien, en expresiones como xenofobia o aislamiento.

Pero esta aculturación no sólo depende del individuo. De manera evidente, hay

culturas que históricamente han estado más abiertas a la recepción de los

“Otros”. Construcciones como la Gran Muralla China, las torres y las puertas

de Babilonia o las murallas de piedra de los Incas obedecen más a una

voluntad de protección que de apertura. En la actualidad, los muros que se

construyen en la frontera entre Estados Unidos y México o en Cisjordania

tienen un propósito similar.

Lo que sí es claro en cuanto a la aculturación es que el contacto que tiene un

individuo con otra cultura pone a temblar los cimientos de la suya, incluidos

elementos como la identidad, la nacionalidad y la religión. Se dan, a la

larga, dos procesos simultáneos: reafirmación y cuestionamiento.

Reafirmación porque, ante el contacto con la cultura del Otro, el migrante

tiende a entender y a aceptar aspectos su propia cultura que le quedan claros

sólo con la distancia, estando lejos del lugar físico donde se desarrolla

15 WILLEMS, Emilio, y GONZÁLEZ, Enrique. Asimilación y aculturación. EN: Revista mexicana

de sociología. Vol. 6, No. 3. Septiembre–diciembre 1944. Tomado de

http://links.jstor.org/sici?sici=0188–

2503%28194409%2F12%296%3A3%3C293%3AAYA%3E2.0.CO%3B2–0. [Disponible el 15 de

febrero de 2007].

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normalmente su cultura. A través del contraste, salen a la luz elementos que,

por la costumbre y la cotidianidad, a veces quedan relegados a un plano

secundario.

Un ejemplo de lo anterior se da, por ejemplo con la raza. Cuando un habitante

de África Subsahariana se encuentra en un país mayoritariamente blanco,

entiende de manera mucho más precisa lo que significa ser negro. Ocurre

también al contrario: una persona de piel blanca se preguntará inevitablemente

por lo que implica su color de piel en el momento en que hace parte de una

región mayoritariamente de color.

Otro caso evidente ocurre con la nacionalidad. En todos los casos, un grupo

de extranjeros trata de afirmar, a través de la música, la comida y el idioma los

elementos que lo diferencian de aquellos con quienes convive. No en vano hay

restaurantes colombianos en ciudades como Londres y París o restaurantes

chinos en todo el mundo. En su propio país, los habitantes se reconocen más

desde sus lugares de origen, desde su religión o desde su etnia. En el

extranjero, el reconocimiento se lleva a cabo desde la nación y, en algunos

casos, desde el continente.

Esto lo reconoce Maguemati Wabgou, sociólogo togolés residente en

Colombia, refiriéndose a los migrantes africanos: “La diáspora –argumenta–

tiene a debilitar nuestra referencia étnica, de tal modo que el africano puede

fácilmente asociarse con otro africano en el extranjero sin mucha resistencia,

porque lo que es importante es ser africano, es esa pertenencia a un grupo

racial y también a una entidad africana16”.

El cuestionamiento se da en la misma manera: a través del contraste. E implica

que el individuo, al dudar sobre aspectos de su cultura, empieza a asimilar –a

tomar prestados– elementos de la cultura en el lugar en que se encuentra.

16 Entrevista realizada por el autor a Maguemati Wabgou, en la Universidad Nacional de

Colombia, el 12 de mayo de 2008.

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En el caso de África, por ejemplo, esto ocurre ocasionalmente con tradiciones

como la ablación del clítoris o la circuncisión, prácticas habituales que no son

vistas con mayor riesgo en las etnias que las practican. Fuera del continente

africano, en cambio, son analizadas con preocupación por los riesgos que

encarnan para la salud y para el desarrollo psicológico. Un africano emigrante

puede cuestionar la ablación o la circuncisión en la medida que entiende los

argumentos de otra cultura en la que estas prácticas no tienen cabida.

Estos préstamos entre culturas, sin embargo, no siempre se dan por rechazo o

por reafirmación. Se dan también por necesidad: si un migrante no encuentra

en su nueva tierra ingredientes con los que normalmente hace la comida de su

lugar de origen, tomará elementos locales para mezclarlos con su receta

tradicional.

Ante todo, el migrante debe considerarse como un sujeto móvil, dinámico, que

siempre está haciendo esos procesos simultáneos de reafirmación y rechazo.

“Más allá del antagonismo entre las dos identidades, [la nueva

identidad global] incita a conciliar los contrarios: segregación y

armonía, heterogeneidad y homogeneidad, discriminación y

asimilación. Adaptarse no implica pérdida de identidad, ni dilución de

la identidad original; debe, más bien, permitir la conciencia de la

adquisición de nuevas visiones, capacidades y alcances: es la

posibilidad de nuevos referentes identitarios17.

Los procesos simultáneos que describe Alingué pueden darse en diferentes

etapas, dependiendo del momento en el que se encuentre el migrante y de las

condiciones por las cuales haya emigrado. Por ejemplo, es frecuente que se

dé, en un comienzo, un proceso simultáneo de nostalgia por lo dejado atrás y

temor ante las novedades que encontrará en el lugar de destino. A medida que

se va adaptando, las dualidades tienden a cambiar y la comprensión que el

viajero tiene de su pasado y de su país de origen comienza a estar mediada

indefectiblemente por las experiencias en su nuevo lugar de residencia. Por

17 ALINGUÉ, Madeleine. Op. Cit. 347.

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ejemplo, es común que cuando los extranjeros llevan mucho tiempo fuera de su

país, sientan un temor por regresar a él y encontrar cómo todo ha cambiado.

Los rezagos del tiempo y las experiencias adquiridas como migrante, que le

pertenecen sólo a él y que frecuentemente son incomprensibles en su lugar de

origen, llevan a que se sienta extranjero en su propio país.

Por lo anterior, las experiencias propias de los migrantes deben ser tenidas en

cuenta de manera prioritaria en los estudios sobre las migraciones. Éstos se

han limitado a estudiar las grandes causas económicas o políticas que influyen

en la migración en masa y han olvidado las historias y los relatos de viaje

personales que, en últimas, entregan los elementos para comprender el

fenómeno migratorio no desde la teoría, sino de la experiencia misma de los

protagonistas.

A final de cuentas, lejos de la economía y la política, el migrante es un sujeto

de contradicciones, de luchas internas, un hombre o una mujer que siempre

están poniendo a prueba sus conocimientos y su identidad. Ese migrante es

también un sujeto creador, una persona que está moldeando su nuevo

entorno; es mezcla y, a la vez, pureza; es historia viva y nostalgia; es soledad

en un medio desconocido; y es extrañeza y, curiosamente, también similitud.

3. Marco histórico: una mirada histórica a Colombia y África

3.1 Las relaciones oficiales entre Colombia y África El primer momento clave para entender las relaciones actuales que tiene África

con el resto del mundo debe situarse en la segunda mitad del siglo XX, cuando

la lucha de los pueblos africanos llevó a la creación de estados independientes

donde antes habían reinado las potencias europeas.

Desde ese momento, cada nuevo país debió analizar la mejor manera para

relacionarse con el resto del mundo, al tiempo que buscaba definirse a sí

mismo como nación y encontrar los rasgos de una identidad colectiva. Ya el

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dominio de los colonizadores europeos había quedado atrás y ahora el

problema residía en que ese “resto del mundo” era, inicialmente, una lucha

ideológica entre la Unión Soviética y Estados Unidos. Eran tiempos de la

Guerra Fría.

África no fue ajena a esa confrontación ideológica y no fueron pocos los países

que, en su búsqueda por encontrar el desarrollo, decidieron relacionarse de

manera estrecha con uno de los dos bloques. Ejemplo de ello fueron los

Tratados de Amistad y Cooperación entre Angola y Mozambique –dos antiguas

colonias portuguesas– y la Unión Soviética.

En otras regiones del planeta una situación similar estaba ocurriendo y como

en el caso de África, la confrontación ideológica entre las dos potencias

también se había transferido a América Latina. Colombia, al igual que buena

parte del continente, se había comportado como un amigo incondicional de

Estados Unidos, con la Alianza para el Progreso como uno de sus pilares más

importantes. Esa unión la ratificó con una claridad sorprendente el entonces

Presidente Guillermo León Valencia, cuando afirmó el 8 de agosto de 1962 que

nos consideramos dentro de la órbita de los Estados Unidos de

América, como potencia hegemónica, y hoy lo hacemos además con

fervor y entusiasmo porque la gran democracia del Norte ha rectificado

con nobleza, justicia y valor indiscutibles viejos métodos

imperialistas18.

Tanto los países africanos como Colombia, sin embargo, estaban también

particularmente interesados en lograr un desarrollo que estuviera mediado por

la exportación de las materias primas que los hacían atractivos en el resto del

18 LIZARAZO, Nelsy Julieta. Política Exterior Colombiana 1962–1966: Anticomunismo,

Multilateralismo e Integración Fronteriza. Tomado de

http://colombiainternacional.uniandes.edu.co/view.php/62/1.php. [Disponible el 19 de marzo de

2008]

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27

mundo. Y por eso, lentamente, empezaron a buscar alternativas –o

complementos, más bien– a las dos grandes potencias.

No en vano, durante esa época, varios gobiernos de África firmaron acuerdos

comerciales con países que podían resultar importantes a la hora de comerciar.

Uno de esos países fue Colombia, que durante las presidencias de Alfonso

López (1974–1978), Julio César Turbay (1978–1982) y Belisario Betancur

(1982–1986) estuvo especialmente activa en sus relaciones diplomáticas y

comerciales con el fin de no depender de manera exclusiva de Estados Unidos.

Por ejemplo, el 4 de febrero de 1980, durante la Presidencia de Turbay, los

gobiernos de Colombia y de Kenya aprobaron un acuerdo comercial que se

había expedido en Nairobi, capital de esa nación africana, el 6 de abril de 1977,

cuando el Presidente era López. Si bien la ley 9 de 1980, que resume ese

acuerdo, no explicita qué tipo de productos se comerciarían entre ambas

naciones, es probable que se tratara especialmente de café.

Este producto ha sido una de las razones que ha unido a Colombia con África,

si bien han sido competidores en el comercio cafetero. Tanto el país

sudamericano como algunos del continente africano –como Kenya, Côte

D’Ivoire o Etiopía– han tenido la exportación del grano como uno de sus pilares

en las relaciones comerciales. El hecho de que tanto unos como otros se

encuentren del mismo lado –es decir como productores– ha creado un vínculo

cercano, que se manifestó especialmente en el Acuerdo Internacional del Café.

Es diciente, además, que durante esa época, el Gobierno colombiano incluso

tuvo embajadas en algunos de esos países cafeteros, como Etiopía y Côte

D’Ivoire, que cerraron cuando decayó el Acuerdo Cafetero. Hoy, la única

embajada colombiana que persiste con un país productor del grano en África

es con Kenya, aunque las razones por las cuales todavía se mantiene no se

deben únicamente al café (ver siguiente apartado).

Los organismos multilaterales y de comercio –como en el caso del café– han

resultado elementos centrales de las relaciones entre Colombia y África y se

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han manifestado de manera específica en la Organización de Naciones Unidas

(ONU) y en el Movimiento de los Países No Alineados (Noal).

En el caso de este último, las ventajas del ingreso de Colombia, durante la

presidencia de Belisario Betancur, respondieron principalmente a “la

independencia de criterio internacional que asumiría Colombia al diversificar y

ampliar sus relaciones exteriores y los beneficios de multilateralizar la actividad

diplomática del país19”.

Durante esta época, además, Colombia mantenía varios puestos en los

cuerpos directivos de órganos o comisiones de Naciones Unidas que tenían

incidencia tanto en los problemas del país como en asuntos de otros países del

llamado “Tercer Mundo”, como los africanos. Colombia tenía su asiento en el

Consejo Económico y Social, con incidencia en los procesos de desarrollo;

jugaba un papel importante en el programa de Naciones Unidas para el Medio

Ambiente y en el Consejo Mundial de Alimentación; y era integrante del Comité

ad hoc para la Conferencia Mundial del Desarme.

En el Gobierno de Virgilio Barco, ese interés por participar en organismos

multilaterales continuó, al tiempo que se buscó una apertura en las relaciones

diplomáticas y comerciales. El mismo Presidente lo ratificó en un informe que

presentó ante el Congreso Nacional, el 20 de julio de 1989. En esa ocasión,

dejó en claro que

En desarrollo de este objetivo de universalizar nuestras relaciones

internacionales se han establecido en los últimos años relaciones

diplomáticas con más de 40 países. Nos hemos aproximado a zonas

del mundo que son cada vez más significativas para la política

internacional y para Colombia, de las cuales estuvimos aislados

durante muchos años20.

19 TOKATLIÁN, Juan. El ingreso de Colombia a los No Alineados. Tomado de

http://www.nuso.org/upload/articulos/1070_1.pdf. [Disponible el 18 de marzo de 2008] 20 BARCO, Virgilio. Política exterior para una Colombia nueva. Apartes del Informe del

Presidente de la República, Virgilio Barco, al Congreso Nacional el 20 de Julio de 1989.

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De esos 40 países con los que Barco intentó realizar un primer acercamiento,

27 son del continente africano: la República Popular de Angola, Burkina Faso,

la República de Burundi, Cabo Verde, la República del Chad, la República

Federal Islámica de Comoros, la República de Djibouti, Gambia, Ghana,

Liberia, Mali, Mauricio, la República Islámica de Mauritania, la República

Popular de Mozambique, Niger, la República Centroafricana, la República

Democrática de Santo Tomás, la República Democrática de Somalia, Sierra

Leona, Sudán, la República de Togo, Uganda, Zimbabwe, Benin, Camerún,

Guinea–Bissau y Botswana.

La década que inició en 1990, es decir una vez se disolvió la lucha entre

Estados Unidos y la Unión Soviética, fue la más significativa en las relaciones

entre África y Colombia. Esta relación estuvo marcada de nuevo por la

presencia colombiana en los organismos multilaterales.

3.1.1 Colombia en la presidencia de los No Alineados La Presidencia del Movimiento de los No Alineados que ejerció Colombia entre

1995 y 1998 (que Noemí Sanín consiguió en El Cairo, Egipto, un año antes) fue

un hito en las relaciones internacionales del país. En su momento se consideró

como “uno de los mayores retos en la historia de las relaciones internacionales

de Colombia21” y como la primera vez en que Colombia sería visible en el

escenario internacional22.

Tomado de http://colombiainternacional.uniandes.edu.co/view.php/49/1.php. [Disponible el 19

de marzo de 2008] 21 PARDO, Rodrigo. Cumbre de los no alineados en Cartagena. Documento, antecedentes y

perspectivas al asumir Colombia la presidencia del movimiento. Tomado de

http://www.banrep.gov.co/blaavirtual/revistas/credencial/septiembre1995/septiembre3.htm.

[Disponible el 20 de marzo de 2008]. 22 Revista Semana. El mayor reto. EN: edición 702. 13 de noviembre de 1995. Tomado de

http://www.semana.com/wf_InfoArticulo.aspx?IdArt=43857. [Disponible el 20 de marzo de

2008].

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Esta misión al frente de los No Alineados le permitió a Colombia encontrarse

con regiones que tradicionalmente habían sido ignoradas o con las cuales las

relaciones eran pocas, como lo manifestó el entonces canciller Rodrigo Pardo:

Las supuestas grandes distancias que nos separan con zonas del

mundo como Asia y África han sido creadas por nosotros mismos a

causa de nuestro tradicional aislamiento y etnocentrismo, que nos

impidió durante décadas recibir los vientos del mundo entero. Sin

embargo, Asia y África están más cerca de lo que siempre hemos

asumido. Estas regiones son de vital importancia para nuestro

desarrollo, paz y estabilidad, y desde luego debemos ocuparnos de

ellas con seriedad y decisión. Tal objetivo requiere de un esfuerzo

sostenido que tenga a la Presidencia del Movimiento No Alineado sólo

como el comienzo de una estrategia de largo plazo23.

En efecto, la presidencia colombiana de los No Alineados sirvió para

acercarse, como nunca antes había ocurrido, al continente africano. Dentro del

marco de ese liderazgo, que coincidió con la presidencia de Ernesto Samper

(1994–1998), se realizaron visitas oficiales a países africanos para estrechar

las relaciones comerciales y culturales y para promover la cooperación

internacional en los conflictos que en ese entonces desangraban al continente

africano.

El canciller Rodrigo Pardo, por ejemplo, visitó nueve ciudades africanas para

buscar una solución pacífica al “Conflicto de los Grandes Lagos”, disputa que

involucró a Ruanda, Burundi y Uganda. Las ciudades en las que estuvo Pardo

fueron Rabat (Marruecos), El Cairo (Egipto), Addis Abeba (Etiopía), Dar Es

Salaam (Tanzania), Nairobi (Kenia), Lusaka (Zambia), Harare (Zimbabwe),

Maserú (Lesoto) y Johannesburgo (Sudáfrica).

Ernesto Samper también realizó una gira por cinco países africanos:

Marruecos, Argelia, Egipto, Kenya y Sudáfrica, que han sido tradicionalmente

23 PARDO, Rodrigo. Op.Cit.

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los países más cercanos a Colombia. Prueba de eso es que en esas cinco

naciones ha habido embajadas colombianas.

Los objetivos del Presidente, al realizar esa gira en 1997, se centraron de

manera especial –aunque no única– en temas de cooperación internacional: en

Sudáfrica buscó acuerdos para el control del narcotráfico; en Kenya,

cooperación bilateral en los campos del medio ambiente y el ecoturismo,

además de la actualización del convenio comercial y la firma de un tratado

cultural; en Argelia, cooperación bilateral en temas de gas y petróleo; y con

Marruecos, cooperación entre ambos países en los campos de pesca, energía

y turismo.

Además, la gira de Samper sirvió para darle un reconocimiento a la comunidad

afrocolombiana y a las raíces históricas que comparte Colombia con África,

especialmente con la parte central y occidental. Samper lo reconoció (citado en

de Friedemann, 1997) en su discurso desde Nairobi, Kenya, cuando afirmó que

“es increíble que a pesar de que vivan más de seis millones de colombianos de

origen africano en Colombia, ningún presidente de Colombia hubiera visitado

este continente24”.

En 1998, cuando Andrés Pastrana entregó, en Durban, Sudáfrica, la

presidencia de los No Alineados a Nelson Mandela, Colombia todavía no salía

de la crisis del Proceso 8.000, que dejó al país con una imagen muy

desfavorable en el plano internacional. Incluso, a pesar de la importancia de

haber presidido el movimiento de los No Alineados, algunos columnistas de

opinión vieron la labor realizada por el gobierno Samper con escepticismo. En

la revista Semana, María Isabel Rueda comentó en marzo de 1997 que “a los

no alineados les hemos sacado un mínimo de kilometraje diplomático: apenas

24 SAMPER, Ernesto. EN: DE FRIEDEMANN, Nina. Viaje presidencial de Colombia por rutas

del África. Abril 30–mayo 11 de 1997. EN: América Negra, a la zaga de la América oculta

número 13. Junio de 1997. P.193.

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32

una visita a Francia y ahora una al África25” y Plinio Apuleyo Mendoza afirmó,

en mayo del mismo año, que “frivolidad y derroche son las dos palabras que

mejor definen su gira por el África y el Medio Oriente al frente de una copiosa

comitiva de turistas oficiales, y las incidencias pintorescas que rodean este

costoso e inútil safari26”.

Más allá de las opiniones, lo cierto es que la presidencia de Colombia en ese

organismo de más de cien países sirvió para estrechar las relaciones entre el

país y el continente africano.

3.1.2 Algunos casos en la historia de las relaciones entre Colombia y África en las Naciones Unidas

La Organización de Naciones Unidas ha sido, desde su fundación en 1945, un

escenario amplio y diverso para el fomento de las relaciones internacionales de

los países que son miembros. La presencia colombiana, desde su misma

fundación, le ha permitido al país sentar posiciones y fortalecer nexos con otras

partes del mundo. África, en ese contexto, no ha sido la excepción.

Antes de la independencia de varias naciones africanas, Colombia tuvo una

posición variable en el seno de Naciones Unidas con respecto al racismo y a

los movimientos de descolonización, que afectaron principalmente a Asia y a

África.

En términos generales, Colombia apoyó el movimiento de descolonización,

aunque en los años cincuenta matizó un poco su postura debido a su cercanía

con Estados Unidos en medio de la Guerra Fría.

25 RUEDA, María Isabel. El trampolín de María Emma. EN: Revista Semana número 772. 17 de

marzo de 1997. Tomado de http://www.semana.com/wf_InfoArticulo.aspx?IdArt=34162.

[Disponible el 20 de marzo de 2008]. 26 APULEYO, Plinio. Los mil días. EN: Revista Semana número 784. 9 de mayo de 1997.

Tomado de http://www.semana.com/wf_InfoArticulo.aspx?IdArt=33212. [Disponible el 20 de

marzo de 2008].

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33

Un ejemplo de lo anterior ocurrió a principios de la década que inició en 1950.

Varias regiones árabes, entre quienes se encontraba Egipto, hicieron una

petición a la Asamblea General de las Naciones Unidas para que se tratara el

tema de Marruecos, por ese entonces un protectorado francés, bajo el título de

“Violación por Francia y Marruecos de los Principios de la Carta y de la

Declaración de los Derechos Humanos”. Francia, obviamente, presentó su

inconformismo y llamó a la solidaridad de los países occidentales en el frente

anticomunista de Naciones Unidas. Por ese entonces, Colombia hacía parte

por segunda vez del Consejo de Seguridad y, apoyando la postura del país

europeo, adujo que la ONU no debía inmiscuirse en los asuntos internos de

cada país, si bien el delegado colombiano Francisco Urrutia Holguín también

afirmó que

confío en que nuestros amigos, los representantes de los países

árabes, comprendan que si hoy vamos a votar contra la inscripción en

el Orden del Día, no es porque no compartimos con ellos el deseo de

ver a todos los países árabes obtener una independencia a la cual

pueden tener derecho, sino por el problema de la competencia del

Consejo (…)27.

Otro caso en el que Colombia manifestó frecuentemente su posición fue con el

problema de segregación racial en Sudáfrica. Inicialmente, en 1948, el

delegado colombiano, Alfonso López Pumarejo, abogó por la competencia de

la Organización con el argumento de que la discriminación racial o religiosa es

de carácter internacional. Años más tarde, en 1954, la postura cambió

radicalmente y se opuso aduciendo que se trataba de una cuestión

esencialmente interna. Los argumentos colombianos volvieron por su cauce

original a partir del gobierno de Alberto Lleras Camargo (1958–1962). Para no

dejar dudas de ese cambio, el embajador alterno de Colombia, Alberto Zuleta

Ángel, reprobó públicamente las medidas de la Unión Sudafricana en cuanto a

la segregación racial.

27 TIRADO, Álvaro, y HOLGUÍN, Carlos. Colombia en la ONU 1945–1995. Tomado de

http://www.colombiaun.org/colombia_onu/colombia_onu_cap6.htm. [Disponible el 20 de marzo

de 2008].

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34

Es importante dejar en claro que la postura colombiana en rechazo de la

colonización no se debía sólo a un interés altruista. También se debía a una

estrategia para conformar un bloque que pudiera representar los intereses de

muchos países con necesidades similares. No hay que olvidar que, en 1961,

más de 40 de los 99 Estados que hacían parte de Naciones Unidas

pertenecían al grupo afroasiático y empezaban a ganar peso como grupo de

países No Alineados.

Durante los años sesenta, Colombia también participó activamente en las

deliberaciones sobre Rhodesia del sur (hoy Zimbabwe). Bajo el mando de Ian

Smith, una minoría blanca tomó el poder en esa región y decidió separarse

unilateralmente del dominio británico con el propósito de fomentar la política

del “apartheid” en ese país.

El rechazo de Naciones Unidas fue inmediato, pero poco efectivo. Colombia,

durante esta época, se pronunció en contra del régimen racista impuesto por

los blancos, y ratificó su apoyo a los países africanos: “En el ámbito de las

Naciones Unidas los países africanos han encontrado en la Delegación de

Colombia una comprensión amplia, un tratamiento equitativo y honesto, y un

interés en sus problemas, no desmentidos hasta el presente, y de los cuales

existen pruebas abundantes28”.

Uno de los casos más importantes de participación colombiana ocurrió con la

independencia de Namibia, otro país del sur del continente como Sudáfrica y

Zimbabwe. Colombia estuvo presente en este proceso desde 1966, cuando se

creó el Consejo para Namibia, y estuvo hasta que este país logró su

independencia en 1990 y su posterior entrada a Naciones Unidas.

Con Colombia como parte relevante, la Organización de Naciones Unidas

consiguió

aspectos tan importantes como la garantía de la libre determinación

del pueblo de Namibia, el cumplimiento de las resoluciones

28 Ibíd.

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35

anteriormente mencionadas por parte de Sudáfrica y de la SWAPO

[South Western Africa People’s Organisation], la disolución de los

grupos paramilitares en el territorio y la revocación de las leyes

restrictivas para la realización de elecciones en Namibia29.

Por esa misma época, Colombia también tuvo injerencia en la resolución del

conflicto entre Libia y Estados Unidos, que ocurrió en enero de 1990 cuando

dos aviones norteamericanos derribaron dos aviones de ese país africano en el

Mar Mediterráneo. Esto creó tensiones en Naciones Unidas y Colombia, que

declaró su imparcialidad, presentó junto con Malasia, Argelia, Senegal, Etiopía,

Nepal y Yugoslavia una propuesta ante el Consejo de Seguridad para que los

dos países en disputa pudieran llegar a un acuerdo de paz. Sobre este caso en

particular, Jerónimo Delgädo, del Centro de estudios africanos de la

Universidad Externado, afirma que “de esta manera Colombia ayudó a

suavizar la situación y se volvió a convertir en protagonista ante la comunidad

internacional, pero sobre todo, ante Libia y el continente africano30”.

Más recientemente, desde que la globalización ha generado problemas

transnacionales, Colombia ha tratado de manifestar su preocupación por África

en Naciones Unidas, dado que tanto el país sudamericano como los africanos

comparten conflictos y necesidades que deben ser combatidos en conjunto (de

ahí que Colombia pertenezca a grupos de países en vía de desarrollo como el

G–77). Algunos de esos problemas transnacionales son el tráfico de armas, el

narcotráfico, las migraciones, el drama de los refugiados y el cuidado del

medio ambiente.

Así concluyó, por ejemplo, la Ministra de Relaciones Exteriores en 2002,

Carolina Barco, para referirse al tema de la protección de los civiles en los

conflictos armados, un tema que toca tanto a Colombia como a varios países

en África:

29 DELGÄDO, Jerónimo. África, un nuevo mundo para Colombia. Tomado de

http://www.uexternado.edu.co/africa/articulojdcnuevomundo.htm. [disponible el 18 de marzo de

2008]. 30 Ibíd.

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36

El desbordamiento de algunos conflictos internos, o la

internacionalización de los mismos en razón de su asociación con

actividades criminales, nos indica que no siempre un problema

nacional se supera o resuelve con un tratamiento puramente nacional.

Se vuelve necesario enfocarlo en el contexto de la responsabilidad

compartida31.

Como conclusión general, es importante destacar que las relaciones de

Colombia con países africanos, tanto en Naciones Unidas como en el

Movimiento de los No Alineados, han estado enfocadas de manera particular a

combatir problemas en los que ambas partes han sido protagonistas y que hoy

afectan al mundo entero.

Más allá de lo anterior, es diciente que con los 53 países que hoy hacen parte

del continente africano, Colombia ha tenido algún tipo de relación, ya sea

desde los organismos internacionales o multilaterales –como la ONU, los No

Alineados, el G–77 o el G–24–, desde cumbres como la que reúne a los países

de África y Sudamérica o directamente entre naciones con el fin de buscar

acuerdos que fortalezcan los nexos bilaterales.

3.1.3 Las relaciones actuales entre África y Colombia

En la actualidad, las relaciones de Colombia con el continente africano no

tienen la relevancia que tuvieron en otros momentos, como cuando Colombia

presidió el movimiento de los No Alineados. África no es una prioridad para el

país sudamericano, preocupado más por fortalecer sus nexos con Estados

Unidos, con América Latina, con Europa y con Asia–Pacífico.

Los países africanos, a su vez, tampoco han manifestado un interés particular

por ampliar las relaciones con Colombia. Como lo manifiesta el Ministerio de

Relaciones Exteriores de Colombia, “es muy difícil que uno de estos países [se

31 BARCO, Carolina. Intervención de su Excelencia Carolina Barco. Ministra de Relaciones

Exteriores de Colombia. Protección de civiles en conflictos armados. Tomado de

http://www.un.int/colombia/consejo_seguridad/DisProtecCivilesConflicArmados–MRE––Dic–10–

02.htm. [Disponible el 21 de marzo de 2008].

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37

refiere a los africanos] logre o estime necesario abrir una embajada en Bogotá.

Colombia no representa un interés especial para estos países32”.

Así como Colombia prioriza sus relaciones con otras zonas del mundo antes

de preocuparse por África, los países africanos, que generalmente tienen un

presupuesto bajo para abrir embajadas, también prefieren fomentar sus

vínculos con Estados Unidos, con los países europeos colonizadores, con sus

vecinos africanos, con Brasil y más recientemente con China, un socio

comercial con un peso considerable en el continente. En promedio, los países

africanos tienen entre seis y diez embajadas en total, por lo que es poco

probable que una de ellas esté en Colombia.

Tanto las naciones africanas como Colombia se encuentran del mismo lado de

la balanza mundial: son países en vía de desarrollo que buscan conexiones de

manera prioritaria con los países más poderosos. Sus relaciones diplomáticas

se basan ya sea en vínculos históricos o en beneficios comerciales y no tanto

en una apertura hacia otros lugares del mundo.

Colombia tiene tres embajadas en África, ubicadas en Egipto, en Kenya y en

Sudáfrica. De esos tres países, Egipto es el único que le corresponde a

Colombia con una embajada en este país. La embajada de Kenya en

Washington es concurrente para Colombia, y Sudáfrica cuenta con un cónsul

honorario (Fred–Erik Jacobsen Leyva). Además, en Colombia están las

embajadas de Marruecos y de Argelia.

De lo anterior es importante dejar en claro algunas observaciones:

a) Es diciente que sólo con un país de África, Egipto, haya embajadas

tanto en El Cairo como en Bogotá. Si bien con las otras naciones hay

concurrencias, las relaciones pueden dificultarse al no haber un vínculo

estrecho representado por embajadas en ambos países.

32 Comunicación escrita, enviada por la Dirección de África, Asía y Oceanía del Ministerio de

Relaciones Exteriores, en relación con un cuestionario formulado previamente por el autor de

este trabajo.

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38

b) Las tres embajadas de países africanos en Colombia pertenecen al

norte del continente, es decir a los países árabes. Esto demuestra el

interés que tiene Colombia por esta parte de África –en desmedro de la

región subsahariana– y es una prueba de los vínculos históricos que

unen a la comunidad árabe con el país sudamericano.

c) Las tres embajadas de Colombia en África están distribuidas por buena

parte del continente. La de Egipto se encarga del norte, la de Kenya de

la franja media y la de Sudáfrica de la región meridional. No obstante, es

difícil que con sólo tres embajadas se pueda aglutinar a un continente

tan amplio y variado. Actualmente, está en proceso un plan de

fortalecimiento para ampliar el personal y aumentar el presupuesto en

cada una de esas embajadas.

Las razones por las cuales Colombia tiene esas tres embajadas en África son

variadas.

3.1.3.1 El caso de Egipto

Egipto es un país que, para Colombia, tiene una importancia geoestratégica.

No sólo es una conexión con la parte árabe de África, sino que es una puerta

de entrada al Mar Mediterráneo y al Medio Oriente, una región por la cual

Colombia se ha interesado en la historia de sus relaciones diplomáticas. No en

vano, el país tiene embajadas en el Líbano y en Israel y estos países, además

de Palestina, cuentan con misiones en Colombia. Además, Egipto es un país

que concentra más de 50 embajadas y consulados de todo el mundo. Las

relaciones entre Colombia y Egipto, además, son de las más estables y

antiguas, pues se establecieron el 23 de enero de 1957.

El comercio entre Colombia y Egipto, si bien representa poco, es uno de los

más importantes a nivel africano, después de Sudáfrica, Marruecos y Nigeria.

El Ministerio de Comercio, Industria y Turismo define las relaciones

comerciales con ese país del norte de África de la siguiente manera:

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39

El comercio global entre Colombia y Egipto entre 1995 y 2005 ha sido

fluctuante, con cifras que han oscilado entre el millón y los tres

millones de dólares estadounidenses, pero presentando grandes

oscilaciones entre 1997 y 2003, que se explican por el momentáneo

incremento del valor de las exportaciones colombianas, sobre todo de

azúcar33.

Además de lo anterior, una forma en que Colombia hace presencia en la

península del Sinaí, Egipto, es con el Batallón Colombia número 3, en la

Fuerza Multinacional de Observadores (FMO), que vigila la frontera entre ese

país e Israel desde el 8 de octubre de 1981.

El propósito del batallón colombiano, que cubre un área de 4 mil cuatrocientos

kilómetros cuadrados, es “cuidar y evitar actividades que amenacen los

acuerdos de Paz Camp David de 1978 y el Tratado de Paz de 1979, firmado

entre Israel y Egipto34”. Allá comparten con mil ochocientos soldados de once

países.

3.1.3.2 Las relaciones con Kenya Kenya es otro país relevante para Colombia, desde que se iniciaron las

relaciones diplomáticas en enero de 1975. En primer lugar, este país es sede

del Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), la

institución internacional más importante en ese tema que afecta tanto a África

como a Colombia por su biodiversidad. Kenya, además, es otro país que

agrupa buena cantidad de misiones diplomáticas internacionales.

33 MINISTERIO DE COMERCIO, INDUSTRIA Y TURISMO. Relaciones económicas y

comerciales entre Colombia y Egipto. Tomado de

www.mincomercio.gov.co/econtent/Documentos/RelacionesComerciales/Perfiles/Egipto.pdf.

[Disponible el 21 de marzo de 2008]. 34 Ejército Nacional de Colombia. “Con sacrificio y disciplina uno puede lograr lo que quiere”.

Tomado de http://www.ejercito.mil.co/index.php?idcategoria=87056&print&inf=0. [Disponible el

3 de abril de 2008].

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40

Un tercer factor para la presencia colombiana en Kenya es la presencia de

ciudadanos del país sudamericano. Según datos del Ministerio de Relaciones

Exteriores, hay 58 colombianos registrados en Kenya, pero esa suma puede

ascender a 200. El intercambio de misioneros es una de las conexiones más

fuertes entre este país africano y Colombia.

Un caso particular que puede ilustrar la llegada de colombianos a Kenya se da

con los “Misioneros Javerianos de Yarumal”, que en África trabajan en seis

países. Uno de sus miembros, el misionero Jairo Franco, resumió la labor de

esos colombianos en África con sus palabras: “Somos diocesanos, estamos en

misión en Kenya, entre los samburu, porque la Iglesia, también la nuestra de

Jericó, es por naturaleza misionera35”. Otro de ellos, Leonardo Grisales Villán,

expresó en medio de los recientes conflictos electorales en Kenya que “en el

norte del país donde trabajamos los misioneros de Yarumal las cosas no han

estado fáciles” y lo complementó afirmando que “En Nairobi no hemos sido

ajenos a la situación. El ‘slum’ de Kibera, donde se encuentra la casa de

formación nuestra, ha presenciado la muerte de más de 15 personas a manos

de los organismos de seguridad36”.

Con Kenya, las relaciones comerciales tienen como característica principal su

fluctuación. Así como en el año 2000 el comercio global entre los dos países

ascendió a US $9,67 millones, dos años después no sobrepasó los 38 mil

dólares. El alto valor en el año 2000 se debió al azúcar, que representó el

99,8% de las exportaciones colombianas. Si bien las cifras generales son

bajas, el Ministerio de Comercio, Industria y Turismo resalta que “el comercio

35 FRANCO, Jairo. Sacerdotes diocesanos ad gentes. Un testimonio. Tomado de

http://www.yarumal.org/yarumal/sacerdotes_asociados.html. [Disponible el 21 de marzo de

2008]. 36 GRISALES, Leonardo. Misión en un contexto difícil. Tomado de

http://www.yarumal.org/yarumal/home/sec1.html. [Disponible el 21 de marzo de 2008].

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41

con Kenya es regular y constante así no supere el millón de dólares

estadounidenses37”.

3.1.3.3 Sudáfrica como el socio comercial principal En cuanto a Sudáfrica, la presencia oficial colombiana en ese país tiene un

carácter predominantemente comercial. No en vano han llegado a Colombia

compañías originarias de ese país como SAB Miller y otras multinacionales,

con participación sudafricana, tienen altas participaciones accionarias en las

minas de El Cerrejón y Cerromatoso.

Según el Ministerio de Comercio, Industria y Turismo, Sudáfrica es el principal

socio comercial de Colombia. Por ejemplo, en 2005, el 54% del valor exportado

por Colombia a África se destinó a ese país del sur del continente, que registró

un comercio global con Colombia de US $84,1 millones. A modo de

comparación, el comercio global entre esos dos países, diez años antes, había

sido de US $ 16,1 millones.

Si se analizan cifras de 2007, también se puede ver la relevancia de Sudáfrica.

El total de exportaciones colombianas a África, entre enero y noviembre, fue de

US $ 164,5 millones (el total al mundo fue de US $ 26.835 millones). De esa

cifra, US $ 115,7 millones correspondieron a las exportaciones a Sudáfrica.

Además, Colombia importó en ese mismo periodo US $ 35.7 millones de su

socio africano, especialmente productos industriales (63,3%).

En términos generales, en las relaciones comerciales con Sudáfrica

predominan pocos productos: Colombia exporta ferroníquel, artículos de

confitería como bombones y caramelos y café, principalmente. Las

importaciones se centran en material militar: bombas, granadas, torpedos,

minas, accesorios de guerra, piezas de artillería, cañones, obuses, morteros y

cartuchos.

37 MINISTERIO DE COMERCIO, INDUSTRIA Y TURISMO. Relaciones económicas y

comerciales entre Colombia y Egipto. Documento entregado al autor en el Ministerio, el día 10

de marzo de 2008.

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42

Las relaciones comerciales con Sudáfrica también han generado, en épocas

recientes, flujos migratorios. Por poner un ejemplo, según datos del

Departamento Administrativo de Seguridad (DAS), en octubre de 2007

ingresaron 193 sudafricanos a Colombia y salieron 179. Por su parte, cinco

colombianos entraron al país procedentes de esa nación africana y salieron 32

con ese destino. Esa misma entidad registró, en enero de 2008, la salida de 29

colombianos hacia Sudáfrica. No es de extrañar que buena parte de esas

personas hayan emprendido sus viajes entre Colombia y Sudáfrica por

cuestiones comerciales.

Un caso concreto se dio a conocer en septiembre de 2007, cuando 20

arquitectos colombianos fueron contratados por la empresa Osmond Lange

para construir la infraestructura necesaria para el mundial de fútbol de 2010.

Ya un año antes habían viajado otros siete arquitectos. Como bien se narró en

la prensa colombiana en su momento, “esta es la primera vez en la historia que

el consulado de Sudáfrica en Caracas (el más cercano a Colombia) va a

expedir tal cantidad de visas de trabajo para personas de nacionalidad

colombiana38”.

Es importante dejar en claro que, si bien las relaciones colombianas con

Sudáfrica tienen un claro interés comercial, los dos países también comparten

intereses políticos, que han tratado de fomentar desde que se establecieron las

relaciones diplomáticas con ese país el 12 de abril de 1994.

Ese interés común se ha dado especialmente en el marco del conflicto armado

y de la reconciliación, que Sudáfrica logró cuando puso fin al Apartheid.

Colombia ha buscado el apoyo de esa nación y ha invitado a ganadores del

Premio Nobel de la Paz como el arzobispo Desmond Tutu (llegó al país en

2005) y el ex presidente Frederik de Klerk (en 2007). Así mismo, algunas

38 LOBOGUERRERO, Catalina. La selección colombiana en Sudáfrica. Tomado de

http://portal.conexioncolombia.com/wf_InfoArticuloNormal.aspx?IdArt=93524. [Disponible el 17

de septiembre de 2007].

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delegaciones colombianas han viajado a ese país africano para conocer más

de cerca del proceso de paz. En 2006, la entonces canciller Carolina Barco

afirmó, en el marco de su visita oficial, que “en Sudáfrica vamos a revisar la

agenda bilateral, con el fin de ver cómo podemos fortalecer el comercio y la

cooperación. Así mismo uno de los temas interesantes es el de la reparación:

voy a tener la oportunidad de entrevistarme con expertos que hicieron parte del

proceso en ese país39”.

3.1.3.3.1 Críticas a la embajada de Sudáfrica durante el gobierno Uribe En lo transcurrido del gobierno Álvaro Uribe Vélez, y especialmente desde su

reelección, la diplomacia colombiana ha sido objeto de críticas tanto por parte

de analistas como desde los medios de comunicación.

En 2005, por ejemplo, la revista Semana llamó la atención sobre “la politización

del servicio exterior y la manera como se han intensificado las solicitudes de

puestos desde que el presidente Uribe se metió en la aventura de la

reelección40”.

Una de las embajadas que definitivamente ha estado en el ojo del huracán ha

sido la de Pretoria, en Sudáfrica. La razón es la designación de Carlos Moreno

de Caro como su máximo representante.

En el momento de su designación, diarios como El Tiempo y El Heraldo

manifestaron su descontento con que Álvaro Uribe hubiera nombrado al

político en ese puesto.

Por ejemplo, el diario barranquillero afirmó en “Una cómica diplomacia” que

“con ese nombramiento [el de Moreno de Caro], el Gobierno da una señal

39 Presidencia de la República de Colombia. Boletín de prensa del 16 de junio de 2006.

Tomado de http://www.presidencia.gov.co/Ingles/mundo/sudafrica/2006/junio/16.htm.

[Disponible el 21 de marzo de 2008]. 40 Revista Semana. El costo de la reelección. Marzo de 2005. Tomado de

http://www.semana.com/wf_InfoArticulo.aspx?IdArt=85334. [Disponible el 3 de abril de 2008].

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desconcertante sobre el rigor con que se manejan los asuntos de nuestra

política internacional, y la nociva persistencia de la utilización de los cargos

diplomáticos para pagar favores políticos41”.

Más adelante, el editorial añade:

es como si [el Gobierno] no comprendiera la importancia geopolítica

que en todo el continente africano juega Sudáfrica desde el fin del

apartheid o, más grave aún, no tuviera conocimiento de las grandes

inversiones que tienen varias compañías de ese país en Colombia,

específicamente en nuestra Costa Caribe42.

El texto de El Heraldo atina al describir la importancia que tiene Sudáfrica no

sólo para Colombia, sino para el mundo entero. No en vano, Pretoria es la

segunda ciudad en el mundo, después de Washington, con más embajadas

acreditadas.

Gracias a las críticas, la labor de Moreno de Caro no ha pasado inadvertida.

Desde su puesto de embajador ha participado de los Consejos Comunitarios

del Presidente e incluso invitó a varios futbolistas y reinas de belleza

colombianos –como René Higuita, Carlos Valderrama o Vanesa Mendoza–

para que integraran su comitiva43.

En uno de sus informes desde Pretoria para las transmisiones de los Consejos

Comunitarios, en abril de 2007, destacó algunas de las labores que ha

realizado: se reunió con “el próximo heredero de Nelson Mandela”, con el

empresario Cyril Ramaphosa, hizo parte del Congreso Mundial de Mujeres

41 Diario El Heraldo. Una cómica diplomacia. Tomado de

http://www.elheraldo.com.co/anteriores/07–01–16/editorial/index.htm. [Disponible el 3 de abril

de 2008]. 42 Ibíd.. 43 Información tomada del archivo de prensa del Ministerio de Comercio, Industria y Turismo.

Artículos de febrero 12 de 2007. Tomado de

www.mincomercio.gov.co/eContent/Documentos/Prensa/PrensaNacional/Febrero12.doc.

[Disponible el 3 de abril de 2008].

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45

Campesinas –donde no hubo mujeres colombianas– y anunció una cita con el

presidente de Klerk, quien vino a Colombia el año pasado. Además, afirmó que

“Los angelitos reinsertados se han portado muy bien. En todas partes los

aplauden y les dan un abrazo44”.

De manera particular, una de las labores de Moreno de Caro que merecen ser

resaltadas ha sido la asesoría que prestará Colombia para que algunas

ciudades sudafricanas, como Port Elizabeth, implementen sistemas de

transporte masivo como Transmilenio. Esta asesoría también se piensa prestar

para el caso de Uganda.

Además, según un informe de la Cancillería del 1 de abril de 2008, el Gobierno

de Sudáfrica “exaltará públicamente mañana el programa de rehabilitación de

jóvenes de la calle que desde hace un año lidera la Embajada de Colombia45”.

3.1.3.4 Otras relaciones diplomáticas: los casos de Marruecos, Argelia y Nigeria Los países del norte de África han sido, tradicionalmente, socios importantes

para Colombia. Al caso de Egipto se le suman dos naciones con las cuales

Colombia ha tenido relaciones de importancia: el Reino de Marruecos y

Argelia.

En enero de 1979 se establecieron las relaciones entre Colombia y Marruecos.

En 1986, el país árabe abrió su misión diplomática en Bogotá y Colombia hizo

lo propio en Rabat, en 1990. Sin embargo, esta embajada colombiana debió

44 Presidencia de la República. Declaración del embajador de Colombia en Sudáfrica. Tomado

de http://www.presidencia.gov.co/prensa_new/sne/2007/abril/28/11282007.htm. [Disponible el 3

de abril de 2008]. 45 Ministerio de Relaciones Exteriores. Con café colombiano rehabilitan a jóvenes de la calle en

Sudáfrica. Abril 1 de 2008. Tomado de

http://www.cancilleria.gov.co/WebContentManager/webapp/display.jsp?sid=281474976713775

&pid=17195&Op=1. [Disponible el 3 de abril de 2008].

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46

cerrarse en diciembre de 2002 por el recorte presupuestal que ordenó el recién

nombrado presidente Álvaro Uribe.

Al lado de Sudáfrica, Marruecos es uno de los principales socios comerciales

de Colombia. Por un lado, ambos países tienen firmados una serie de

convenios comerciales, acuerdos de cooperación técnica y científica e incluso

de cooperación turística. Entre enero y noviembre de 2007, alrededor del 20%

de las exportaciones colombianas a África tuvieron como destino el Reino de

Marruecos. Un año antes, en ese mismo periodo, la proporción había sido del

10%.

Las ventajas que tienen las relaciones entre Colombia y Marruecos, si se

comparan con otros países del continente africano, se deben a varios factores.

En primer lugar, Marruecos tiene una posición estratégica para Colombia, pues

está a pocos kilómetros de España. Además, tiene costas tanto en el Mar

Mediterráneo como en el Océano Atlántico.

Además, en cuanto a los bienes que cada país produce y a las características

geográficas, tanto Marruecos como Colombia pueden complementarse,

mientras que otros países africanos terminan compitiendo con Colombia por

los mismos productos. Por ejemplo, es diciente que en 2005, el valor de las

importaciones colombianas de Marruecos creció un 618% en comparación con

el año anterior. El aumento se debió al interés de Colombia por abonos

minerales o químicos fosfatados. Del mismo modo, las exportaciones

colombianas de carbón hicieron que, en 2004, se alcanzara un récord en la

cifra de comercio bilateral.

Otro argumento, un poco más subjetivo, es el que esgrime Jerónimo Delgädo

para argumentar la importancia que tiene Marruecos para Colombia, en

comparación con otros países de la región subsahariana. Según el

investigador colombiano

Es claro que la percepción que tenemos los colombianos sobre el

África es bastante limitada. Existe un sentimiento de superioridad con

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47

respecto al África negra que impide que podamos llegar a considerar a

este continente como una posibilidad de expansión para nuestros

horizontes comerciales. Côte d’Ivoire se acopla perfectamente a esa

percepción errónea del África negra, subdesarrollada y tribal.

Marruecos, por el contrario, no sigue este estereotipo; tal vez por su

pertenencia al mundo árabe o por su cercanía a Europa. Marruecos

para los colombianos es una posibilidad mucho más válida que Côte

d’Ivoire.

En el caso de Argelia, las relaciones con Colombia pasan primordialmente por

la embajada de ese país en Bogotá y por la importancia estratégica de Argelia

en el contexto del norte de África y de los países árabes. Colombia tiene las

intenciones de reabrir su misión en ese país, al igual que en Marruecos. Entre

ambos países hay acuerdos y convenios de varios tipos y, además, se ha

buscado la cooperación bilateral en los campos de gas y petróleo.

Por ejemplo, el decreto 00133 de 2004 promulgó un acuerdo comercial entre

ambas naciones, firmado en 1997, que reemplaza el convenio que data

inicialmente de 1981. Otro caso concreto ha sido la intención de fomentar

seminarios en Colombia sobre negocios con el norte de África y,

particularmente, con Argelia.

Aunque estables, las relaciones comerciales entre estos dos países no son

muy significativas. El promedio de exportaciones colombianas entre 2005 y

2007 (enero–noviembre) es de US $ 1,1 millones de dólares (de un promedio

total de US $ 95 millones a África). Por otro lado, Colombia sólo importó en

2006 US $ 78 mil de Argelia de un total a África de US $ 81 millones.

Nigeria es otra nación con la cual las relaciones comerciales no son

significativas, con un promedio de exportaciones colombianas de US$ 2,3

millones (enero–noviembre 2005–2007) e importaciones por valor aproximado

de US$ 306 mil (enero–diciembre 2004–2006).

No obstante, Colombia tiene las intenciones de abrir un consulado en ese país,

de suscribir un convenio de intercambio cultural y de fortalecer el acuerdo de

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48

cooperación vigente con Nigeria. Las intenciones colombianas responden a

dos situaciones en particular. La primera es la relevancia de Nigeria como país

exportador de petróleo en el contexto del Golfo de Guinea y también a nivel

global.

La segunda razón es la presencia de colombianos en ese país, como

trabajadores de las empresas petroleras. Un caso en concreto en el que se

evidenció esa presencia colombiana ocurrió en septiembre de 2007, cuando un

colombiano Libardo Valderrama fue secuestrado en ese país por una veintena

de hombres que se lo llevó junto con un compañero filipino de las oficinas de la

compañía italiana Saipem, donde trabajaba. En ese ataque fue asesinado el

también colombiano Henry Torano46.

Sobre la contratación de colombianos para trabajar en empresas petroleras

nigerianas, el gobierno ha advertido que puede tratarse de estafas. En 2007, el

embajador en Pretoria, Carlos Moreno de Caro, resaltó que los colombianos

que deseen trabajar en ese país africano deben cerciorarse de que no sea una

propuesta falsa, especialmente si proviene de sitios en Internet donde se

anuncian los puestos.

3.1.4 Las relaciones culturales entre África y Colombia Además de las relaciones diplomáticas y comerciales, Colombia también ha

promovido un intercambio cultural con algunas naciones del continente

africano. Este tipo de nexo cultural se manifiesta, de manera particular, de dos

formas.

En primer lugar, a través de acuerdos culturales entre Colombia y alguna

nación africana. Según el Ministerio de Relaciones Exteriores de Colombia,

“con África se tiene convenios de intercambio cultural vigentes con Egipto y

46Diario El Tiempo. Tomado de

http://www.eltiempo.com/internacional/otrasregiones/noticias/ARTICULO–WEB–

NOTA_INTERIOR–3760553.html. [Disponible el 10 de octubre de 2007].

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49

Marruecos y están proyectados suscribir en los próximos meses con Nigeria y

Kenia47”.

Es diciente que los dos acuerdos vigentes son con países del norte de África.

En el caso de Egipto, el convenio cultural data del 24 de marzo de 1960, fue

aprobado mediante la ley 11 de 1968 y está en vigor desde el 31 de octubre de

ese mismo año. Es el más antiguo de los que se han suscrito con ese país,

pues además del cultural, Colombia y Egipto tienen un acuerdo comercial y

uno de cooperación técnica y científica.

Actualmente, el Ministerio de Relaciones Exteriores trabaja para fomentar una

relación cultural con Egipto que se base en “el trabajo conjunto para las áreas

de literatura y canje de publicaciones, cine, patrimonio, arqueología y artes48”.

Específicamente en 2007 Colombia realizó actividades en Egipto como la

Exposición "Dualidad: Naturaleza/ Nutrimento" del pintor y escultor colombiano

Américo Lozano, una jornada cultural con motivo del octogésimo aniversario

del natalicio de Gabriel García Márquez, que contó con el investigador y

académico Conrado Zuluaga, un ciclo de cine colombiano, una exposición

botánica y la participación en el Festival de Verano de El Cairo y Alejandría con

el grupo Tradiciones Folclóricas de Bolívar. Egipto, además, fue el país invitado

de honor en el XXIV Festival de Cine de Bogotá, en octubre de 2007, en el cual

presentó siete películas.

Marruecos también suscribió un acuerdo cultural con Colombia, el 13 de

diciembre de 1991. La ley 414 de 1997, que lo aprobó, deja en claro que el

objetivo de dicho convenio es facilitar intercambios culturales, científicos,

educativos, deportivos y en relación con los medios de comunicación.

47 Comunicación escrita, enviada por la Dirección de África, Asía y Oceanía del Ministerio de

Relaciones Exteriores, en relación con un cuestionario formulado previamente por el autor de

este trabajo. 48 Información entregada al autor por Luis Carlos Rodríguez Gutiérrez, Consejero de la

Dirección de Asuntos Culturales del Ministerio de Relaciones Exteriores de Colombia, en abril

de 2007.

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50

Además del caso marroquí, Colombia trabaja actualmente para lograr un

acuerdo de Cooperación Cultural con Kenya y planea actividades en ese país

para 2008. Una de ellas es “Bogotá: Renacimiento de una Ciudad”, que está

planeada para julio y agosto de 2008, que tiene el objetivo, según el Ministerio

de Relaciones Exteriores, de “pasear la ciudad por África y así, venderla como

algo repetible en capitales del continente49”.

Una segunda manera en que Colombia y África se relacionan culturalmente es

a través de eventos que se realizan tanto en países de ese continente como en

Colombia, sin la necesidad de que haya un acuerdo cultural vigente.

“El Mono de Saudieu”

Un ejemplo claro de la presencia

cultural africana en Colombia ocurrió

en el Festival Iberoamericano de

Teatro, en marzo de 2008, con la

presentación de dos obras de sala

coproducidas por Francia con un país

africano: “El Mono de Saudieu”, con

Guinea, y “P.I. (Países) o

Presentaciones Íntimas”, con Benín.

Además, entre el 21 y el 25 de mayo de 2008 se realizó en Bogotá la Primera

Semana de África en Colombia, que contó con invitados internacionales como

Martin Kalulambi, de la República Democrática del Congo; Madeleine Alingué,

de Chad; las embajadas africanas en Colombia y algunas concurrentes como

las de Nigeria y Sudáfrica.

La actividad se realizó para conmemorar dos fechas significativas: el Día de la

Afrocolombianidad, el 21 de mayo, y el Día Internacional de África, el 25 del

mismo mes.

49 Ibíd.

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51

Inauguración de la Primera Semana de África en

Colombia. En la imagen se encuentran la embajadora de

Sudáfrica para Venezuela y Colombia, Xoliswa

Nomatamsanga Ngwevela (segunda de izq. a der.); el

Embajador de Marruecos en Colombia, Mohamed

Khattabi (tercero) y Madeleine Alingué (de vestido

blanco).

Según la Alianza Panafricana de

Colombia KONI, organizadora de la

actividad, algunos de los objetivos

fueron “profundizar en el legado

histórico de las potencialidades de

África y sus descendientes en la

construcción de la modernidad en las

Américas”, y “trascender los

estereotipos sobre la cultura

africana50”.

Colombia también ha hecho presencia cultural en África, como parte de Plan

de Promoción de Colombia en el Exterior, que “permite organizar

sistemáticamente las actividades encaminadas a mostrar la riqueza cultural

colombiana51”.

En el caso de Sudáfrica, por ejemplo, Colombia tiene una serie de eventos

programados para 2008. En el calendario cultural hay encuentros sobre cultura

colombiana, enfatizando la música del litoral pacífico, un concierto de música

popular de la Zona Andina y la proyección de películas colombianas en salas

de Pretoria y Johannesburgo. Además, Colombia apoyará a los cortometrajes

nacionales que asistirán al evento internacional Input 2008.

De manera específica, Colombia realizó entre agosto de 2002 y mayo de 2006

94 eventos culturales en Asia, África y Oceanía. En comparación con los

demás eventos durante ese periodo, representa apenas un 4,86% del total.

Las exposiciones de artes visuales –que son la mayoría de los eventos

realizados en África, Asia y Oceanía– son el 5,3% de los realizados en el resto

50 ALIANZA PANAFRICANA DE COLOMBIA KONI, Justificación de la Primera Semana de

África en Colombia, “un escenario para crecer”. Entregado en la inauguración. 51 BARCO, Carolina. Reflexiones sobre la política exterior de Colombia, 2002–2006. Ministerio

de Relaciones Exteriores de Colombia. Bogotá, agosto de 2006. P.70

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52

del mundo y los conciertos de música –segundos en cantidad para los tres

continentes– equivalen al 7,37%.

Llama la atención, además, que se agruparon los eventos realizados en tres

continentes grandes y variados como Asia, África y Oceanía, lo que demuestra

el poco interés que hay por parte de Colombia para estrechar los lazos con

esas regiones.

3.1.5 Una comparación general entre Colombia y otros países de Sudamérica El hecho de que Colombia sólo tenga tres embajadas en África es un indicio de

lo poco prioritario que es ese continente para Colombia. ¿Ocurre igual con el

resto de Sudamérica? ¿Cuántas embajadas tienen otros países de la región en

África?

Sin duda alguna, el país más importante de Sudamérica, en sus relaciones con

África, es Brasil. Este país tiene vínculos históricos fuertes con África –su

población negra es relevante– y es uno de los países del llamado “Tercer

Mundo” más desarrollados. Las naciones africanas, en su búsqueda por no

depender exclusivamente de su ex colonia o de Estados Unidos y para mejorar

su posición de negociación, han visto en Brasil un aliado significativo.

El país sudamericano también ha visto las ventajas de abrir sus puertas hacia

África. No en vano, “los africanos son considerados vecinos del Brasil, aunque

no se use más la expresión (…) de “nuestra frontera Este52”. Además, “el Brasil

es tan o más africano que latino. Pertenece a la América afrolatina53”.

En la actualidad, según el Ministerio de Relaciones Exteriores de Brasil, las

relaciones bilaterales se llevan a cabo con 51 países de África, además de

organismos regionales como la Unión Africana y la Comunidad Económica de

52 NUNES, José María. Relaciones Brasil–África: problemas y perspectivas. EN: Nueva

Sociedad, número 60. Mayo–junio de 1982. Tomado de Tomado de

www.nuso.org/upload/articulos/961_1.pdf. [Disponible el 20 de marzo de 2008]. P. 12 53 Ibíd. P.7

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53

Países de África Occidental. Para abarcar las relaciones con ese continente, el

MRE tiene a disposición, en del Departamento de África, tres grupos de trabajo

distintos (Divisão da África I, II y III)54. Además, según esa misma entidad,

Brasil tiene 30 embajadas en países africanos (de 112 en total) y 26 naciones

de ese continente tienen representación oficial en Brasilia55.

El caso de Brasil es emblemático para las relaciones diplomáticas entre

Sudamérica y África. ¿Qué tipo de nexo tienen otros países latinoamericanos?

La siguiente tabla con las embajadas, que es el resultado de la consulta en los

ministerios de relaciones exteriores de cada uno de los Estados, servirá como

un acercamiento general comparativo entre los países latinoamericanos y las

relaciones con África. Esto se debe a que, si bien las relaciones entre los

países no tienen que estar mediadas necesariamente por embajadas, la

presencia de delegaciones oficiales permanentes sí es un indicio del interés

que hay por fomentarlas.

Cuadro número 1: Embajadas sudamericanas en África y de África en Sudamérica

País Número de embajadas

en África

Número de embajadas

africanas

Argentina 9 9

Brasil 30 26

Bolivia 1 1

Chile 5 ND

Colombia 3 3

Ecuador 1 1

Paraguay 2 0

54 Ministerio de relaciones exteriores de Brasil. Tomado de

http://www.mre.gov.br/index.php?option=com_content&task=category&sectionid=5&id=11&Item

id=557&limit=50&limitstart=0. [Disponible el 22 de marzo de 2008]. 55 Datos tomados de http://www.mre.gov.br/portugues/enderecos/embaixadas3.asp. [Disponible

el 21 de marzo de 2008].

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54

Perú 4 4

Uruguay 2 1

Venezuela 9 7 Datos recopilados de las páginas web los Ministerios de Relaciones Exteriores de cada país

Al analizar esta tabla, es claro que, después de Brasil, Argentina y Venezuela

tienen la mayor cantidad de embajadas en y de África. A su vez, esto explica

por qué algunos de los países vecinos de estas tres naciones sudamericanas

tienen pocas misiones. Por ejemplo, varias de las embajadas que tienen sede

en Brasil o en Venezuela son concurrentes con Colombia. Sucede lo mismo

con Uruguay y Paraguay: muchas de las que están ubicadas en Buenos Aires,

también se encargan de las relaciones con estos dos países.

El hecho de que Argentina y Venezuela tengan ese número de embajadas

responde a la estabilidad que tiene Argentina –es uno de los principales países

de la región y de los más grandes– y, en el caso de Venezuela, a las

exportaciones de petróleo y a la apertura que ha buscado el Presidente Hugo

Chávez para fortalecer sus relaciones con el continente africano.

Como conclusión general, es importante hacer evidente –así sea de manera

breve– que Colombia ocupa el sexto lugar en número de embajadas en África

y el quinto en embajadas africanas (sin contar a Chile), lo que deja entrever

que, en comparación con los países más importantes del continente, a

Colombia todavía le falta mucho trabajo para fortalecer sus relaciones con

África.

3.2 Las relaciones entre África y Colombia desde las migraciones Cuando Ernesto Samper Pizano realizó en 1997 su gira por cinco países

africanos, reivindicó los lazos culturales e históricos que unen al país

sudamericano con ese continente. En ese momento, desde Nairobi, Kenya,

afirmó que “aquí en el corazón del África se siente como un extraño sentimiento

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55

de estar uno en su propia casa” e invitó a los colombianos a “mantener su

identidad, la identidad que tiene sus raíces aquí en el África56”.

Tal como lo afirmó en esa ocasión el presidente Samper, Colombia es un país

que tiene, en la base misma de su identidad, rasgos africanos. ¿De dónde

surgieron esos rasgos? ¿Cómo se dio la llegada de habitantes de ese

continente a lo que hoy es Colombia?

De manera particular, la llegada de africanos a la Nueva Granada se dio entre

1533 y 1850. En términos generales, se puede afirmar que en Colombia existe

actualmente una población que desciende, en buena medida, de pobladores de

África Central y África Occidental, lo que actualmente son países como

Senegal, Benín, Togo, Costa de Marfil, Burkina Faso, Nigeria, Camerún, Gabón

y Angola.

En cuanto a las cifras, las estimaciones varían y se ha convertido en un

problema histórico definir con exactitud cuántas personas salieron de las costas

africanas como parte de la Trata. Las cifras fluctúan entre 8.5 millones y 14

millones57, pero situaciones como el contrabando o la muerte por enfermedad

durante las extenuantes travesías han dificultado el conteo de quienes dejaron

África para siempre. Otros estudios cuantitativos revelan “una cantidad de

200.000 esclavos importados durante el período total de la trata para lo que

hoy son Colombia, Panamá y Ecuador”. De esa cantidad “podría especularse

que algo más de la mitad le cupo al actual territorio colombiano58”.

56 DE FRIEDEMANN, Nina. Viaje presidencial de Colombia por rutas del África. Abril 30 a mayo

11 de 1997. EN: América Negra: A la zaga de la América oculta. Número 13. Junio de 1997. P.

193. 57 QUINTERO, Patricia. En el nombre del padre, de la madre y del Espíritu Santo. Dimensión

afro de la religiosidad católica bogotana. Tesis de maestría en antropología. Facultad de

ciencias humanas. Universidad Nacional de Colombia. 2005. P.5. Entregada al autor por la

escritora de la tesis. 58 DE FRIEDEMANN, Nina. La saga del negro. Tomado de

http://www.lablaa.org/blaavirtual/antropologia/saga/indice.htm. [Disponible el 26 de junio de

2008].

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56

Sin embargo, por más imprecisas que puedan resultar las cifras, lo cierto es

que los africanos que llegaron a América y el Caribe cambiaron el panorama de

estas regiones definitivamente. No en vano, todavía hoy hay poblaciones en

Colombia, como Palenque, donde se conservan casi intactos los ritos y las

raíces africanas, e incluso departamentos (como Chocó), en los que la

población es mayoritariamente negra.

¿Por qué Nueva Granada, en particular, se convirtió en un lugar atractivo para

la llegada de africanos? ¿Cómo incidieron ellos en las economías y sociedades

locales? ¿Qué tipo de africanos viajaron?

La respuesta está en la Trata Atlántica de esclavos, que se basó desde la

época de la Conquista en un comercio triangular entre África, Europa y el

Caribe. En especial, los africanos viajaron como mano de obra esclava y se

dedicaron a explotar yacimientos auríferos, a trabajar en labores domésticas,

en plantaciones de azúcar, tabaco, algodón y cacao, o en la agricultura.

La Nueva Granada resultó ideal para la llegada de africanos –desde el punto

de vista europeo–, pues la extracción de recursos minerales requería de

grandes cantidades de mano de obra. La población indígena, que estaba

diezmada por las epidemias y el trabajo forzado, no resultó suficiente y,

además, las leyes de la América española no daban cabida a que la población

nativa fuera obligada, por los conquistadores, a trabajar jornadas de tiempo

completo. Esa carencia se suplió con la “importación” masiva de africanos. No

en vano, Cartagena de Indias fue uno de los principales puertos negreros de

toda la América Hispánica.

Por el tipo de labor que desempeñaron, es factible que la mayoría de africanos

gozaban de buena salud y formaban parte de la población más activa y menos

propensa a sufrir por las inclemencias del trópico. Así lo afirman Nina de

Friedemann y Jaime Arocha en el documento de Patricia Quintero:

Otra muy distinta habría sido la evolución humana sobre este planeta

si los europeos no hubieran arrancado del seno de África los diez

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57

millones de individuos que nutrieron el comercio esclavista. Casi sin

excepción, se trataba de los jóvenes más bellos y saludables, cuya

ausencia se tradujo en aniquilamiento étnico y subdesarrollo

económico para el continente negro59.

La cita de Friedemann y Arocha clarifica un aspecto esencial: tanto para África

como región de salida como para América, que recibió a estos individuos, la

trata resultó fundamental. Además, para Europa, también fue uno de los

componentes esenciales para su expansión y para su establecimiento como

una región poderosa y rica.

Si bien la idea predominante resalta el hecho de que los africanos trabajaron

como esclavos, hubo también algunos que pudieron liberarse de ese yugo para

participar en las expediciones españolas por toda América. Matthew Restall, en

su libro Los siete mitos de la Conquista española, documenta los principales

rasgos biográficos de los conquistadores negros. En el caso específico de la

Nueva Granada, Restall resalta la presencia de africanos en los viajes de Lope

de Aguirre, de Diego de Orgaz por el Orinoco y de Diego de Losada en la

conquista de Caracas. Además, describe a Antonio Pérez, que nació en el

norte de África y tuvo al territorio actual de Venezuela como uno de sus lugares

de conquista. La recompensa que recibió por sus combates fue su ascenso a

capitán60. La participación de estos africanos en el Ejército es poco conocida y

la razón es que los conquistadores no quisieron resaltar sus labores.

De manera específica, la llegada de africanos tuvo un impacto de dos maneras,

según afirma el autor John Thornton en su libro “Africa and Africans in the

Making of the Atlantic World, 1400–1800”. Por un lado, hicieron una

contribución a la economía del mundo Atlántico con su trabajo constante y, por

el otro, trajeron una riqueza cultural, lingüística, estética y filosófica que influyó

en la construcción de la identidad de cada una de estas regiones.

59 QUINTERO, Patricia. Op.Cit. P.6 60 RESTALL, Matthew. Los siete mitos de la Conquista española. Editorial Paidós Ibérica.

Barcelona, 2004. Pp. 99–101.

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58

Hay que anotar que el aporte cultural de los africanos resultó aún más

importante y decisivo si se tiene en cuenta que en los procesos de

colonización, la deculturación es un fenómeno esencial. “La clase dominante –

afirma Manuel Moreno Fraginals– aplica al máximo sus mecanismos de

deculturación como herramienta de hegemonía y la clase dominada se refugia

en su cultura como recurso de identidad y supervivencia61”.

Las manifestaciones culturales de los africanos se desarrollaron de acuerdo

con su inserción en las sociedades locales y con la forma como se integraron a

los modelos imperantes. No siempre les resultó fácil, pero de cualquier manera

desempeñaron un papel como actores culturales. De acuerdo con la postura de

los autores Sidney Mintz y Richard Price, las dificultades que afrontaban por las

extensas jornadas laborales y la inestabilidad a la que debieron acostumbrarse

hicieron más difícil que pudieran dejar un legado cultural en las áreas

geográficas en las que trabajaron como esclavos62.

Si bien esto afectó la manera en que fueron tratados los africanos, no impidió

que ellos se adaptaran a su nuevo entorno, aunque en esas nuevas vivencias

incluyeron también rasgos típicos de las culturas con las que entraron en

contacto. Según John Thornton, la cultura “afroatlántica” mezcló las diversas

culturas africanas que trajeron los viajeros de sus lugares de origen con

elementos indígenas y europeos. Por ello, el autor indica que los esclavos

“mostraron gran flexibilidad para adaptarse y cambiar su cultura63”.

Uno de los elementos centrales en cualquier cultura –y las africanas que

llegaron a América no fueron la excepción– son las lenguas. Durante los siglos

de la trata, muchos de los idiomas africanos, como lo que hoy es el Akan o

Twi, se hablaron profusamente. Incluso, en lugares con alta densidad

poblacional africana, sus lenguas predominaron en relación con las europeas.

Además, elementos típicos de África, como la religión, la música y las danzas, 61 QUINTERO, Patricia. Op.Cit. P.10. 62 THORNTON, John. Africa and Africans in the Making of the Atlantic World, 1400–1800.

Cambridge University. 1998. Pp. 152–153. 63 THORNTON, John. Op.Cit. P.206.

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59

se manifestaron en reuniones grupales, que sirvieron como punto de encuentro

y de identificación entre quienes viajaron a América y El Caribe.

Más allá del papel que desempeñaron los africanos –como esclavos o como

conquistadores– lo cierto es que su presencia creció durante el dominio

español. Entre 1680 y 1800 aumentaron las cifras de manera evidente y los

últimos años del siglo XVIII fueron los de mayor actividad en el comercio

transatlántico de esclavos.

Las razones para ese crecimiento se deben a los avances en los medios de

comunicación y transporte y también al aumento en la demanda de esclavos

que llegaron a América a trabajar en las plantaciones azucareras del Caribe o

en Brasil. Sin embargo, del total, menos de un diez por ciento de los africanos

que salieron en el siglo XVII llegaron a la América española.64

En las primeras tres décadas del siglo XIX, a diferencia de los años anteriores,

los primeros intentos por ponerle fin a la esclavitud llegaron de la mano de las

contradicciones, sentimientos y aspiraciones nacionalistas con las que se

buscó la independencia del dominio español.

En esas batallas independentistas, la población negra jugó un papel

importante. La bandera antiesclavista fue llevada por libertadores como Simón

Bolívar, José de San Martín y Antonio José de Sucre, y el ofrecimiento de la

libertad a los esclavos resultó una efectiva variable política para engrosar sus

ejércitos.65

Sobre este aspecto, Manuel Moreno Fraginals argumenta que “Bolívar reafirmó

su tesis antiesclavista no obstante el hecho de que el ejército realista contó

64 Ibíd. P.317. 65 DÍAZ, Rafael. ¿Es posible la libertad en la esclavitud? A propósito de la tensión entre la

libertad y la esclavitud en la Nueva Granada. Tomado de

http://www.lablaa.org/blaavirtual/revistas/rhcritica/diaznv.htm. [Disponible el 26 de junio de

2008].

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60

siempre con el apoyo de los batallones de pardos y morenos y de muchos

otros negros y mulatos, libres y esclavos66”.

La cita de Moreno Fraginals revela, además de la participación de los esclavos

en las guerras de independencia, que en esta época la población negra ya

contaba con un número alto de descendientes de africanos, más que africanos

propiamente dichos. Nina de Friedemann, citando a Curtin, resalta este

aspecto67:

Para 1810 en la Nueva Granada la población de origen africano sin

mezcla era de 72.270, pero la proporción de mulatos en la población

total ya era del 50%. Ello sugiere que en esta fecha la población de

origen africano contenía una alta proporción de criollos, es decir que

había un crecimiento natural de la misma.

Con la independencia definitiva, los sueños de libertad parecían estar cerca de

realizarse. Durante esa época, se promulgaron las primeras leyes para buscar

la libertad de los esclavos. Entre otras, el 19 de julio de 1821 se redactó una

ley “sobre libertad de los partos, manumisión y abolición del tráfico de

esclavos” y, posteriormente, el 18 de febrero de 1825, el Vicepresidente de la

República, Francisco de Paula Santander, aprobó una ley para imponer penas

al tráfico de esclavos desde África. La ley resalta que los ciudadanos y

súbditos de Colombia

que se encuentren llevando, conduciendo, transportando una o más

personas extraídas de África, como esclavos, o que ayudaren a

embarcar, llevar, o transportar esclavos extraídos de África, o que

trafiquen, comprando o vendiendo uno o más de ellos, serán

considerados y juzgados por cualquiera de estos actos como piratas y

castigados con la pena de muerte.68

66 MORENO FRAGINALS, Manuel. Historia general de América Latina. Volumen 6. Madrid.

Ediciones Unesco, editorial Trotta. 2003. P.468. 67DE FRIEDEMANN, Nina. La Saga del negro. Op.Cit. 68Colombia, Congreso Nacional de la República. (1825, 18 de febrero). “Ley de 18 de febrero

de 1825, que determina las penas en que incurran los que se emplean en el tráfico de esclavos

de África. Tomado de

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61

Sin embargo, Manuel Moreno Fraginals detalla cómo una de las grandes

contradicciones coloniales de la América hispana fue “que los caudillos de la

libertad política se pronunciasen contra la esclavitud, dictasen leyes de

manumisión y, sin embargo, el régimen esclavista se mantuviese casi treinta

años después de consumada la independencia69”.

En efecto, luego de una larga controversia jurídica y filosófica, la ley 21 de

mayo de 1851, firmada en la presidencia de José Hilario López, determinó el

final de la esclavitud de los africanos y sus descendientes y la igualdad formal

entre los grupos sociales. Y si bien resultó un hito en la formación de un

Estado más igualitario y se celebró como un logro democrático, autores como

Nina de Friedemann concluyeron con escepticismo que “el proceso propició el

desconocimiento de la diversidad y de los derechos asociados con la identidad

cultural e histórica de los descendientes de la diáspora africana”.70

3.2.1 Las migraciones de africanos a Colombia durante el siglo XIX Con la llegada de la independencia y la posterior abolición de la esclavitud, las

relaciones entre África y Colombia debieron modificarse. Por obvias razones, el

número de africanos que viajó a América Latina se redujo y el interés de la

región por atraerlos también cambió, hasta tal punto que se reforzó la imagen

negativa hacia ese grupo de población.

Por ejemplo, el Papel Periódico de la Ciudad de Santa Fe de Bogotá, en su

edición del viernes 2 de marzo de 1792, publicó una disertación sobre la

agricultura dirigida a los habitantes del Nuevo Reino de Granada, en la que se

menciona a los africanos desde una perspectiva de bárbaros y pueblos

feroces: http://negrosyesclavos2.archivogeneral.gov.co:8080/memoriaagn.nsf/legis1825.html?OpenPag

e. [Disponible el 26 de junio de 2008]. 69 MORENO FRAGINALS, Manuel. Op.Cit. P.469. 70 DE FRIEDEMANN, Nina. Huellas de la africanía en la diversidad colombiana. Tomado de

http://www.lablaa.org/blaavirtual/geografia/geofraf1/huellas.htm. [Disponible el 26 de junio de

2008].

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62

No se han conocido en el globo de la Tierra gentes tan incultas y

bárbaras que de algún modo no exerciten la labranza, aunque sea con

aquella estupidez y poquedad propias de su abandono brutal, poca

instrucción y grande desidia, que reynan entre ellas. Hasta las

naciones más feroces de la América, África y Asia la han praticado

siempre; y la pratican todavía: pues aunque tan estúpidas no dexan de

conocer las utilidades que de ella se les siguen71.

De todos modos, de manera muy reducida, se mantuvo un interés por fomentar

la llegada de hombres de quienes ya se había comprobado su poder de

adaptación en tierras americanas.

Antes de analizar este aspecto desde las pocas fuentes que han abordado el

tema, conviene hacer un breve recuento de las políticas migratorias de

Colombia durante el siglo XIX; posteriormente, con las bases políticas claras,

podrán entenderse de manera más clara los esporádicos intentos por fomentar

la llegada de miembros del continente africano.

3.2.1.1 El ideal de inmigración en Colombia durante el siglo XIX

Cuando América Latina se vio inmersa en la delimitación de fronteras para

crear repúblicas independientes, los sueños de los líderes de estos nuevos

países estuvieron centrados en buscar el desarrollo, en dejar atrás las

relaciones y los problemas de la época colonial para ingresar definitivamente a

la modernidad. Una de las maneras con que intentaron hacer realidad ese

sueño fue atrayendo grandes grupos de inmigrantes, en quienes estaba puesta

la esperanza de tener un papel “civilizador” que impulsara definitivamente el

desarrollo, la cultura y el crecimiento económico.

“El sueño de una inmigración europea concebido como instrumento de

modernización de la sociedad –escribe Frédéric Martínez–, figura sin duda

71 Papel periódico de la ciudad de Santa Fe de Bogotá, 1791–1797. 1978. Pp. 28–29

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63

entre los rasgos comunes de la cultura política hispanoamericana del siglo

XIX72”.

En efecto, las nuevas naciones buscaban atraer inmigrantes de países

avanzados, pero diferentes a España y Portugal. Esto se debió a las

hostilidades que se generaron entre los criollos y los ibéricos durante las

guerras de independencia y a las medidas que tomó España para “prohibir la

emigración de sus súbditos hacia los territorios de América Latina por medio

de una legislación que entró en vigor entre 1836 y 185373”. En opinión de los

españoles, las nuevas repúblicas no habían mantenido su lealtad hacia la

Madre Patria.

Por tanto, los ojos de los nuevos mandatarios de América Latina se centraron

en atraer ciudadanos de otros países europeos. Las primeras corrientes de

inmigrantes de ese continente habían venido durante las guerras de

independencia y muchos decidieron permanecer en los nuevos países

después de finalizadas las luchas. Ese fue el caso, por ejemplo, de algunos de

los mil voluntarios británicos e irlandeses que sobrevivieron luego de estar en

las armadas de Bolívar.

Ya en la época independiente, este interés continuó, pero no todos los países

de América Latina lograron triunfar como polos de atracción de inmigrantes, ni

todos los países lograron un desarrollo económico similar. Colombia74, por

ejemplo, se diferenció de los principales países de la región (Argentina,

Uruguay, Brasil) por su imposibilidad de hacer realidad el sueño de la

72 MARTÍNEZ, Frédéric. Apogeo y decadencia del ideal de la inmigración europea en Colombia,

siglo XIX. EN: Biblioteca Luis Ángel Arango. Boletín cultural y bibliográfico. Volumen XXXIV,

número 44. 1997. Editado en 1998. Santa Fe de Bogotá, D.C. P.3. 73 MÖRNER, Magnus. Op.Cit. P.38. 74 Es importante aclarar que se hablará de Colombia como entidad nacional, si bien se tienen

en cuenta los cambios de nombre durante el siglo XIX: República de la Nueva Granada,

Estados Unidos de Colombia y desde 1886, República de Colombia. Por facilidad de términos y

para evitar confusiones y desviaciones del tema principal, se hablará siempre de Colombia.

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64

inmigración europea y por las dificultades iniciales que encontró para impulsar

el desarrollo económico.

Lo anterior es clave si se tiene en cuenta que el desarrollo económico es

fundamental como un polo de atracción de inmigrantes. En el caso de América

Latina, las dificultades en ese sentido se dieron porque el logro de la

independencia no vino acompañado de un cambio radical en las estructuras

que sustentaban el régimen anterior, sino todo lo contrario: muchas de ellas se

resistieron al cambio y sólo desaparecieron progresivamente (y no

necesariamente del todo), a medida que las nuevas naciones se adaptaban a

relaciones más compatibles con el sistema capitalista mundial y entraban al

modelo agroexportador, encargado de guiar su desarrollo hasta las primeras

décadas del siglo XX.

Ese modelo, basado en la exportación de materias primas y en el sector

exportador como el motor de crecimiento, favoreció la llegada de inmigrantes

europeos, pues le permitió a la región recién independizada ingresar al

mercado mundial con el objetivo principal de obtener capital extranjero para

promover la modernización económica. No sólo implicó la integración de

bienes y de capital, sino también la de trabajo, basada específicamente en los

flujos de migrantes internacionales.

En primer lugar, después de la independencia, la llegada de extranjeros a

América Latina fue, durante la primera mitad del siglo XIX, más esporádica que

planeada y respondió a intereses particulares bastante heterogéneos:

mercaderes, artesanos, marineros, aventureros y militares. Sin embargo, como

lo afirma Magnus Mörner, en la mayoría de estos casos, “la estancia en

América Latina no parece una verdadera inmigración, sino más bien un nuevo

episodio en la vida de desarraigo y exilio75”.

Responde, esta primera etapa de migración, a la etapa de organización estatal

en la que los nuevos países de América Latina debieron sortear dificultades de

75 MÖRNER, Magnus. Op.Cit. P.40.

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65

todo tipo hasta encontrar estabilidad como repúblicas independientes. Cuando

esto empezó a ocurrir, la migración se modificó al mismo tiempo y se convirtió

en un verdadero fenómeno de masas.

Algunos de los cambios que marcaron el paso de una migración esporádica y

poco influyente a una política y a un fenómeno mayor son el establecimiento

incipiente de centros urbanos y la sustitución de los esclavos por trabajadores

contratados en América, además de factores que cambiaron en el contexto

europeo: una explosión demográfica que causó que más de 50 millones de

europeos emigraran a ultramar entre 1830 y 1930.

Por ende, durante el segundo periodo de inmigración confluyeron tanto los

factores de atracción de inmigrantes como las razones de expulsión del lugar

de origen: América empezó a buscar inmigrantes como un motor de desarrollo

y como mano de obra, mientras Europa buscó deshacerse de algunos de sus

habitantes para regular el crecimiento urbano y la industrialización.

Colombia tuvo muchos problemas para atraer a esos emigrantes europeos. A

pesar de las ilusiones que se hicieron los dirigentes colombianos de la época,

la historia de la inmigración durante el siglo XIX se caracteriza esencialmente

por su fracaso. Una cifra demuestra lo anterior: entre 1824 y 1924, es decir en

la época de mayor inmigración europea, aproximadamente 11 millones de

habitantes de ese continente llegaron a América Latina. De esos 11 millones,

91% se instalaron en Argentina, en Uruguay o en Brasil, dejando a 16 países

con el restante 9%.

Hay varias razones que demuestran la imposibilidad de Colombia para atraer

migrantes:

a) En comparación con otros países de la región, el conocimiento que

tenían los europeos de Colombia era bastante precario.

b) No ayudaba que Colombia, a diferencia de las naciones del Cono Sur,

no contaba con algunas de las características esenciales que ellos, al

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66

migrar, encontraron al sur del continente: estabilidad política, clima

templado, y desarrollo económico. Como lo afirma Mauricio Pontín C.S.,

“el trópico era una muralla; las guerras civiles y la inestabilidad política

la reforzaron y ello explica uno de los rasgos más característicos del

desarrollo histórico colombiano76”.

c) La ausencia de flujos de migración no permitió que se iniciara un

proceso mediante el cual los primeros inmigrantes atrajeran a más

personas de su país de origen. Mauricio Pontín argumenta que una

razón para ello es que “mientras por un lado se quería fomentar la

inmigración, por el otro a la llegada de los extranjeros se los dejaba a su

suerte77”.

d) En la época que está siendo analizada, el país no cuenta con una

actividad “suficientemente importante y estable, que requiera la

importación masiva de mano de obra agrícola, como es el caso en otros

países latinoamericanos78”. Si bien el café y el tabaco fueron actividades

importantes a nivel nacional, buena parte de los trabajadores se

conseguían localmente, por lo que no fue tan necesaria la inmigración.

Es diciente que, en la historia colombiana del siglo XIX, la única ocasión

en que se necesitó de inmigrantes extranjeros fue durante la excavación

del Canal de Panamá.

e) Una condición básica para la inmigración era el sistema de

comunicación y de transportes, que en Colombia no estaba

suficientemente desarrollado, especialmente por las dificultades

climáticas y geográficas. Las pocas vías terrestres, fluviales y marítimas

también encarecían los pasajes para los inmigrantes, muchos de los

cuales llegaron al resto del continente gracias a subvenciones estatales.

76 PONTÍN, Maurizio. Los emigrantes colombianos y los extranjeros en Colombia. Conferencia

episcopal de Colombia. Bogotá, D.C. 1995. Pp. 82–83. 77 Ibíd. P.83. 78 MARTÍNEZ, Frédéric. Op.Cit. P.5.

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f) La inmigración en Colombia fue vista eminentemente como un proyecto

estatal, mas no como un proyecto nacional. De ahí la falta de apoyo de

sectores industriales y la indiferencia de buena parte de los propietarios

colombianos ante las iniciativas.

Las anteriores seis características, que dificultaron la llegada de inmigrantes a

Colombia, no impidieron que, de todos modos, los intentos oficiales por atraer

extranjeros fueran del todo en vano.

Entre 1882 y 1924, por ejemplo, llegaron al país 2.635 españoles, 4.392

italianos y 6.242 alemanes, además de un contingente de asiáticos y algunos

africanos, que fueron vistos como una solución alternativa para colonizar

tierras calientes (ver siguiente apartado). Hay que anotar que esos 40 años

analizados coinciden con la Regeneración y los intentos de una inmigración

restringida y con la Primera Guerra Mundial, en la que frenó temporalmente el

auge de inmigrantes en la región (que llegó a 250.000 por año hasta 1914)79.

Estos números, si bien demuestran que Colombia, a pesar de todo, logró

cautivar una serie de extranjeros, también revelan que en comparación con

otros países de la región –como los del Cono Sur– no pudo realizar su sueño.

“La lenta disipación de la quimera inmigracionista –concluye Martínez– llevará

progresivamente a los ideólogos de la nación –conservadores o liberales– a

convencerse de aceptar a una Colombia tal como es y no como la habían

soñado80”.

3.2.1.2 Propuestas alternativas a la migración europea: viajeros de Asia y África 79 La región se nutrió, durante esta época, de personas que venían huyendo de la guerra o del

régimen comunista en Rusia. Sin embargo, en términos generales, la Primera Guerra Mundial

representó una caída en el número de inmigrantes. Sólo durante la década de 1920 el número

inicial se restableció, pero de nuevo hubo una caída pronunciada durante la Gran Depresión.

Además hay que anotar que la disrupción del mercado de bienes y las tendencias inflacionarias

durante la Primera Guerra Mundial también repercutieron sobre el mercado de trabajo, por lo

que los flujos de inmigración se redujeron temporalmente. 80 MARTÍNEZ, Frédéric. Op.Cit. P.44.

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Si bien la atracción de europeos fue el objetivo central de los políticos

colombianos del siglo XIX, la llegada de personas de otras regiones también

ocupó la agenda de quienes tuvieron como misión diseñar las estrategias para

la llegada de extranjeros a Colombia. Esto se dio de manera especial porque

esos inmigrantes tendrían la facultad de adaptarse a las condiciones climáticas

y geográficas del país. Sin embargo, no siempre fue bien vista, como afirma

Frédéric Martínez:

Las propuestas que apuntan a hacer venir poblaciones asiáticas o

africanas están lejos de entusiasmar a los defensores de la unidad

católica de la nación colombiana. En la búsqueda desenfrenada de la

inmigración, uno de los objetivos originales, el de “blanquear” a la

población, ha sido olvidado por algunos81.

A pesar de las críticas, en la década de 1870, por ejemplo, se estudió la

llegada de personas de Asia como una alternativa para colonizar tierras

calientes. El secretario de Relaciones Exteriores de la época, Jacobo Sánchez,

explicó en 1875 al Congreso que “las razas asiáticas que habitan en climas

más abrasadores que los de nuestros territorios son las adecuadas para

colonizarlos y establecer industrias análogas a las que sostiene la densa

población que mora en las riberas del Ganges82”.

Además, la inmigración china fue objeto de polémica y de intensos debates.

Inicialmente se pensó en la llegada de chinos coolies, como en Perú, pero

rápidamente el diplomático Lino de Pombo concluyó que la propuesta peruana

había sido un fracaso y, de manera posterior, se rechazó un plan de

inmigración chino. En otro momento, la polémica sobre la “importación” de

chinos revivió, especialmente por el reclutamiento de trabajadores de esa

región para la construcción del Canal de Panamá.

De todos modos, Martínez concluye que la propuesta de atraer chinos no

resultó favorable y, por el contrario, generó más polémica, a causa de un

81 Ibíd. P.35. 82 Ibíd. P.32.

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“miedo de la invasión, sumado a la convicción de que los asiáticos son unos

bárbaros que nunca se integrarán, ajenos a toda idea de progreso, y a las

objeciones tanto económicas como éticas, suscitadas por el hecho que la

inmigración china organizada corresponde a un estado de semiesclavitud83”.

El caso africano se vio durante esa época de manera similar al asiático, es

decir, como un modelo alternativo a la llegada de europeos. En 1864, el

político liberal Felipe Pérez argumentó que los africanos podrían ser efectivos

para poblar las planicies calientes del Bajo Magdalena: “no es una inmigración

europea de que suele hablarse entre nosotros sin criterio alguno, sino una

inmigración africana, la cual, en cambio de las costas arenosas desiertas de su

país, tendrá acá un vergel por morada, y la libertad civil por regalo84”.

Otros casos que encontró Frédéric Martínez sobre la inmigración africana a

Colombia incluyen un estudio sobre las probabilidades de una inmigración

egipcia a Colombia, escrito por A.E. Escobar y L.M. Girón, y una propuesta

para poblar con africanos los Llanos Orientales titulada “Inmigración a los

Llanos de Casanare y San Martín”.

Sobre este último intento, el botánico José Francisco Bayón redactó en 1881

un análisis que envió al presidente Rafael Núñez, en el que concluyó que los

pueblos más aptos para poblar las planicies del Casanare y San Martín eran

los canarios y los negros de Mozambique, que están “habituados a un medio

pantanoso, a la subalimentación, a enfermedades similares a las que estarían

habituados en los Llanos Orientales” por lo que “podrían desmontar con éxito

estas grandes zonas salvajes85”. El mismo Bayón explica en su estudio que

“no son hombres de ciencia ni de empresas grandiosas los que se necesitan

para una inmigración: son los que puedan llevar el azadón entre esos

bosques86”.

83 Ibíd. Pp. 36–37. 84 Ibíd. P.33. 85 Ibíd. P.33. 86 Ibíd. P.33.

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La búsqueda de alternativas distintas a los europeos no gozó de mucha

acogida en Colombia durante el siglo XIX. Sólo en los últimos años del siglo se

empezó a documentar la llegada de sirios y libaneses, mientras el registro de

africanos es un tema que ha pasado prácticamente inadvertido en la historia de

Colombia87. Los rezagos de la época de la esclavitud y la imagen negativa

hacia ese grupo poblacional se mantuvieron desde el momento mismo de la

abolición y durante buena parte del siglo XIX.

3.2.2 Colombia y la migración en la primera mitad del siglo XX

Los debates en el siglo XIX sobre la conveniencia de fomentar la llegada de

extranjeros a Colombia se mantuvieron durante el siglo XX. Y también

permaneció la preferencia por la llegada de europeos, con el objetivo de que

poblaran el territorio, ayudaran a su desarrollo y “blanquearan” a la población

nativa.

Durante los primeros años del siglo XX se dieron en Colombia dos fenómenos

simultáneos en relación con la llegada de foráneos: por un lado, las propuestas

positivistas, según las cuales los extranjeros eran agentes de prosperidad y

riqueza cultural; por el otro, xenofobia hacia algunos grupos como los judíos,

que eran mal vistos por la prensa conservadora. Además, también se rechazó

a los negros, a pesar de que Colombia para ese entonces contaba con una

población negra importante, en su mayoría descendientes de los africanos que

vinieron durante la Trata88.

En 1914, cuando se dio una polémica por un proyecto de colonización en el

Putumayo, el periódico de línea conservadora El Nuevo Tiempo afirmó que “lo 87 Prueba de lo anterior es que en la edición especial que la Revista Semana dedicó a los

extranjeros en Colombia, (edición 1.278, octubre 30 a noviembre 6 de 2006), no hay ninguna

mención sobre la llegada de africanos al país. 88 Jesús Arango Cano, en su libro Inmigrantes para Colombia, explica que el 4% de la

población colombiana era de raza negra pura, mientras el 15% era mulata (mezcla de blanco y

negro) y el 3% era zamba (mezcla de indio y negro). En otras palabras, más del 20% de la

población de Colombia en 1951, cuando fue publicado el libro, tenía una composición étnica

con una raíz negra o africana.

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que nos debe preocupar no es traer inmigrantes sino impedir que lleguen

negros, indios, chinos, japoneses y apaches89”.

El afán para que llegaran migrantes selectivos, con las características que los

legisladores y políticos esperaban, llevó a los políticos a promulgar una serie

de leyes sobre inmigración, en las que clarificaron el tipo de individuo que

debía poblar el territorio colombiano.

La ley 48 del 3 de noviembre de 1920 afirmó que Colombia estaba abierta a

todos los extranjeros, pero también indicó una serie de excepciones para

impedir el ingreso de quienes padecían enfermedades agudas, graves y

contagiosas, de quienes sufrían de enajenación mental, de los mendigos

profesionales, de los vagos, de los anarquistas, de los comunistas y de los que

hubieran sufrido condena por crímenes.

Otra ley, promulgada el 30 de diciembre de 1922, explicó que el fin de la

llegada de extranjeros era “propender al desarrollo económico e intelectual del

país y al mejoramiento de sus condiciones étnicas, tanto físicas como morales”

y que, por esa razón, “el Poder Ejecutivo fomentará la inmigración de

individuos y de familias que por sus condiciones personales y raciales no

puedan o no deban ser motivo de precauciones respecto del orden social90”.

Esa condición racial se mantuvo tanto en las esferas oficiales como en los

medios de comunicación y marcó la dirección en la que se pensó a los

africanos y a los negros como sujetos de migración. En este caso, ocurrió

también un proceso de doble vía. Ocasionalmente se pedía una migración de

razas fuertes y musculosas para labores agrícolas (como los africanos), pero

era más frecuente que se rechazara a los negros.

89 VALLEJO, Maryluz. A plomo herido. Una crónica del periodismo en Colombia (1880-1980).

Editorial Planeta, Bogotá, 2006. P.160 90 Colombia, Congreso Nacional de la República, (30 de diciembre de 1922). Ley 114 de 1922,

por la cual se emiten legislaciones sobre inmigración y colonias agrícolas, tomado de

http://www.lexbase.biz/. [disponible el 8 de abril de 2008].

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72

Por ejemplo, Enrique Naranjo afirmó en el Diario Nacional, el 14 de marzo de

1935, que “nuestro actual stock racial no es muy bueno, hay que confesarlo.

Somos un conglomerado de blancos, de indios y de negros con todas sus

mezclas y deformidades morales. Abramos nuestros territorios al inmigrante

europeo” y más adelante indicó: “el que nos conviene es el nórdico, austriaco,

alemán, danés; razas sobrias, limpias y disciplinadas que absorberían el

componente indio que tenemos91”.

Otro intelectual colombiano, Jesús Arango Cano, también se manifestó al

respecto, aunque lo hizo después de la Segunda Guerra Mundial, cuando las

condiciones de migración cambiaron a causa de los problemas en Europa:

Las tres naciones de la Gran Colombia (Venezuela, Colombia y

Ecuador) necesitan urgentemente de una inmigración masiva de

europeos blancos, seleccionados por su aspecto biológico… se

debería dar primacía a los requisitos eugenésicos al seleccionar los

posibles emigrantes con el fin de formar el género americano humano

que más se aproxime a la perfección biológica92.

En efecto, el componente biológico y las eventuales mezclas sanguíneas entre

nativos y extranjeros, resultaban de vital importancia y fueron unas de las

razones principales por las cuales se fomentó la llegada de europeos. De esta

manera, si ellos se asentaban en tierras colombianas podrían ir “eliminando

paulatinamente a los demás elementos [raciales], absorbiéndolos,

disolviéndolos en sí mismo”, como explicó Jesús Arango Cano en su libro

“Inmigrantes para Colombia93”.

El mismo Magnus Mörner destaca en su estudio que “el racismo también tuvo

cabida en la legislación que regulaba la inmigración en muchos países de

91 VALLEJO, Maryluz. Op.cit. P.161 92 MÖRNER, Magnus. Op.Cit. P.137. 93 ARANGO, Jesús. Inmigrantes para Colombia. Talleres editoriales de la Librería Voluntad.

Bogotá, 1951. P.88.

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América Latina, normalmente excluyendo los inmigrantes de África y limitando

o intentando contrarrestar la inmigración asiática94”.

De cualquier manera, lo cierto es que si bien Colombia fomentó la inmigración,

especialmente la europea, ésta no tuvo mayor impacto en la población total del

país. El censo de 1928 registra 34.351 extranjeros en Colombia, en una

población total del país de 7’851.000, lo que representa un 0,43%. Ese mismo

documento, titulado “Memoria y cuadros del censo de 1928” afirma que “la

inmigración hasta hoy es casi nula. El aumento de la población en Colombia,

dice el profesor René Roger, se debe a su propia fecundidad, pues la

inmigración es sumamente reducida95”.

Diez años más tarde, en el Censo General de Población de 1938, la proporción

de extranjeros no había variado mucho. De un total de 8’701.816 habitantes,

56.418 personas eran de origen extranjero, lo que equivale a un 0,648 % de la

población.

Uno de los apartados de este censo está dedicado a la población extranjera en

Colombia, la mayoría de la cual provenía de Europa (24.396 personas), de

Venezuela (13.418) y de países que el Censo General denominó como

“asiáticos y de otras nacionalidades que sí tienen restricción96”. Básicamente

se trataba de la población árabe registrada en Colombia, entre quienes se

encontraban nacionales de Egipto y Marruecos, dos países africanos. Sobre el

resto de África no hay mención alguna en el documento.

94 MÖRNER, Magnus. Op.Cit. Pp. 138-139. 95 REPÚBLICA DE COLOMBIA, CONTRALORÍA GENERAL DE LA REPÚBLICA. Memoria y

cuadros del censo de 1928. P.33.Tomado de

http://www.colombiestad.gov.co/index.php?option=com_jbook&task=view&Itemid=&id=165.

[Disponible el 7 de julio de 2008]. 96 REPÚBLICA DE COLOMBIA, CONTRALORÍA GENERAL DE LA REPÚBLICA. Censo

general de población. 5 de julio de 1938. P.143. Tomado de

http://www.colombiestad.gov.co/index.php?option=com_jbook&task=view&Itemid=99999999&c

atid=21&id=14. [Disponible el 7 de julio de 2008].

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74

3.2.3 Migraciones africanas en Colombia como parte de la globalización El panorama general de los colombianos en relación con los inmigrantes se

debatió, durante buena parte del siglo, entre la inclusión y el rechazo. Los

intensos debates sobre la conveniencia de los extranjeros en la política, la

economía y la cultura colombianas influyeron en toda la sociedad.

No obstante, una serie de procesos después de la Segunda Guerra Mundial –y

en especial desde los años 80– empezó a cambiar las perspectivas anteriores,

en las que predominaba una visión del mundo restringida.

Estos eventos pueden resumirse con el desarrollo de la globalización, en la

que se crearon nuevos espacios transnacionales (como la Organización de

Naciones Unidas), países en todo el mundo lograron su independencia y se

fortalecieron los intercambios comerciales intercontinentales de manera

creciente con base en una mayor libertad en el flujo de bienes y de capitales.

Esto, a su vez, llevó a una interdependencia económica y a un crecimiento

desigual entre los países. Además, las comunicaciones y el transporte

evolucionaron como nunca antes y generaron un conocimiento del mundo más

integral.

En otras palabras, se empezaron a establecer redes globales que cambiaron

tanto las estructuras internacionales como las internas de cada país. Uno de

estos cambios se presentó de manera particular en los flujos migratorios. No

en vano, como afirma Cristina Blanco Fernández de Valderrama, “las

migraciones humanas consisten un fenómeno social de primera magnitud en

nuestro mundo contemporáneo97”.

Es cierto que los flujos migratorios no son nuevos. La novedad reside en la

magnitud actual que ha cobrado este fenómeno y en las implicaciones que

tiene. El volumen de migrantes ha crecido, el número de países involucrados

97 BLANCO, Cristina. Migraciones. Nuevas modalidades en un mundo en movimiento.

Anthropos editorial. Barcelona. 2006. P.7

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en las redes migratorias es cada vez mayor y los tipos de migración también se

han diversificado. Sólo entre los años 1980 y 2000, el número de migrantes

internacionales creció de 100 millones en el mundo a 175 millones.

Actualmente, “África, Asia, América Latina y el Caribe ven reducir su

proporción de inmigrantes extranjeros de 1990 a 2000, mientras que Europa,

América del Norte y Oceanía experimentan un crecimiento en esta

proporción98”.

La cita anterior demuestra que en el mundo globalizado, tanto Colombia como

los países africanos se encuentran del mismo lado, es decir, como países de

origen para los inmigrantes y no como países de destino. Una de las razones

que explican este fenómeno es que son zonas en las que hay tasas altas de

natalidad, mientras las zonas de destino –como Europa– presentan

decrecimiento en este sentido y envejecimiento de la población.

En el caso específico de Colombia, además, la tendencia se ha revertido en

comparación con épocas anteriores. Si a principios de siglo la preocupación

más grande era cómo fomentar la llegada de europeos a Colombia, el interés

actual es cómo afrontar la salida masiva de colombianos al exterior. Lo que sí

se ha mantenido estable es la poca proporción de inmigrantes en comparación

con la población total. Ya se demostró que en 1928 ese porcentaje era de

0,43% y en 1938 era de 0,648%. Casi 70 años después, esa tendencia no ha

crecido mucho y, según el Censo General de Población de 2005, los

extranjeros no superan actualmente el 0,8%.

De cualquier manera, el fenómeno de la globalización ha generado tantos

movimientos humanos y en tantas direcciones, que Colombia, inevitablemente,

ha tenido que afrontar la llegada de extranjeros de todas las nacionalidades.

Ya no es posible sólo atraer europeos y rechazar a los indios y a los negros,

como ocurría anteriormente, ni es posible pensar en que con la llegada de un

grupo en específico podrán cambiarse los componentes étnicos en el país.

98 Ibíd. Pp. 12-13.

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Blanco reconoce este aspecto. “Lo cierto –argumenta– es que hay un

importantísimo volumen de movimientos que no se producen del Sur al Norte,

o del Este al Oeste, como es habitualmente aceptado por la ciudadanía, sino

entre países menos desarrollados; esto es, dentro del Sur y dentro del Este99”.

Del argumento de Blanco se desprende que Colombia, a pesar de su interés

primordial por los nacionales en el exterior, continúa manifestando su interés

en atraer migrantes. Según el Proyecto para el diseño de la Política Integral

Migratoria, PIM, del programa Colombia Nos Une que dirige el Ministerio de

Relaciones Exteriores, una de las prioridades del país en torno a la llegada de

extranjeros es “facilitar la inmigración calificada que contribuya al desarrollo

económico, social y cultural del país100”.

Además, Colombia se ha sumado a la tendencia internacional basada en

controlar la llegada de extranjeros con el argumento de mantener la seguridad

en el país. Actualmente, el tema migratorio pasa a nivel mundial por una

dicotomía, de la cual Colombia no ha sido ajena: por un lado, como naciones

democráticas, deben respetar la libertad que tienen los individuos de migrar;

por el otro, deben garantizar la soberanía del Estado y la seguridad de los

nacionales.

Por esa razón, otro de los lineamientos que destaca el Proyecto de Política

Integral Migratoria en cuanto a la inmigración es “contribuir a la autoridad

migratoria en temas de seguridad nacional y pública, a la seguridad regional y

al combate contra el crimen organizado, impulsando un adecuado control y

registro de entradas, salidas y estancia en el país101”.

99 Ibíd. Pp. 15-16. 100 MINISTERIO DE RELACIONES EXTERIORES DE COLOMBIA, Proyecto para el diseño de

una política integral migratoria. Documento preliminar de mayo de 2007. P.8. Documento

entregado al autor en el Ministerio de Relaciones Exteriores. 101 Ibíd. P.8.

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Sin embargo, más allá de esos intentos colombianos por propiciar la llegada de

extranjeros cualificados y restringir la de aquellos que pueden vulnerar la

seguridad del país, lo cierto es que han llegado migrantes de todas partes del

mundo a instalarse en Colombia, por diferentes motivos: algunos lo hacen por

motivos económicos; otros vienen al país por una relación amorosa o para

estudiar y algunos más como un paso obligado en su ruta hacia Estados

Unidos. Incluso, hay algunos que llegaron inicialmente como turistas y deciden

radicarse acá y hay otros que llegan por error y no encuentran maneras de

devolverse.

Como parte de esos procesos se ha venido documentando la llegada de

africanos a Colombia, que actualmente desempeñan en el país distintas

labores: algunos son profesores universitarios reconocidos, otros han tenido

éxito en profesiones como la medicina y hay varios que han buscado fortuna

en labores como la venta de libros, la enseñanza escolar y el comercio. La

mayoría de los africanos son hombres, pero también se han instalado en el

país algunas mujeres provenientes de ese continente (dos casos son los de la

egipcia Lucy Toukmanian y la chadiana Madeleine Andebeng Alingué).

Según un documento interno de trabajo del Departamento Administrativo de

Seguridad, DAS, en Colombia hay 83 africanos registrados. La población

mayoritaria de africanos en Colombia proviene de Egipto, con once personas

registradas, situación que no es de extrañar pues los vínculos diplomáticos

más estables de Colombia han sido históricamente con los países del norte de

África. El 30% de los africanos en Colombia registrados proviene de esa región

del continente.

Más allá de esa cifra, el documento del DAS registra 25 países africanos, 14

de los cuales hacen presencia en Colombia con más de un individuo. Además

de las naciones que históricamente han tenido contacto con el país

sudamericano (como Sudáfrica y Kenya), se destaca la presencia de ocho

benineses, dos comoranos, un nacional de Cabo Verde, otro de las Islas

Mauricio y cinco de la República Centroafricana. En este caso, como en otros,

el documento del DAS presenta algunos problemas. Por ejemplo, registra un

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individuo de Zaire, un país africano que ya no existe (actualmente se trata de

República Democrática del Congo) y anota la presencia de un “leonés”, que es

un gentilicio que se refiere a la región española de León y que no tiene por qué

estar en un documento sobre las nacionalidades de los extranjeros en

Colombia (probablemente se refería a sierraleonés, proveniente de Sierra

Leona). Además, este documento no registra la presencia de africanos de

otras nacionalidades que se encuentran en Colombia, como el caso de los

togoleses Maguemati Wabgou (sociólogo, profesor de la Universidad Nacional)

e Idris Yaya (que hace parte de la crónica sobre los musulmanes africanos en

Bogotá).

Bogotá es la ciudad con mayor presencia de africanos. El 55% de quienes

están registrados en el DAS habita en la capital de Colombia. Los

departamentos de Antioquia y Bolívar también registran una cantidad

aceptable de africanos, con el 9,6% y el 7,2%, respectivamente. Es importante

destacar que, aunque los africanos se concentran en las ciudades principales

del país, también han llegado individuos de ese continente a pequeños pueblos

en el territorio colombiano. Lugares como Calamar (Bolívar), Choachí

(Cundinamarca), Tumaco (Nariño), Cartago (Valle del Cauca) y Copacabana

(Antioquia) cuentan con algún africano registrado.

Las siguientes estadísticas amplían la información de los africanos en el país.

Cuadro número 2: presencia de africanos registrados en Colombia

Total africanos: 83

Lugar de residencia:

Total de africanos en Bogotá: 46

Total de africanos en Valle del Cauca: 5

Total de africanos en Antioquia: 8

Total de africanos en Santander: 3

Total de africanos en Bolívar: 6

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Total de africanos en Atlántico: 5

Otros: 10

Nacionalidades mayoritarias:

Total de egipcios: 11

Total de argelinos: 7

Total de sudafricanos: 9

Total de marroquíes: 5

Total de benineses: 8

Total de nigerianos: 5

Total de kenyanos: 7

Adaptado por el autor con base en documento interno de trabajo del DAS:

¿Dónde residen los extranjeros en Colombia por región y ciudad?

El documento interno del DAS tiene en cuenta únicamente los lugares de

residencia registrados por los mismos africanos; en otras palabras, las cifras

que proporciona la entidad pueden distar de la realidad. No todos los africanos

están registrados, muchos llegan de paso, algunos tienen doble nacionalidad y

otros prefieren no registrarse. Incluso, en el proceso de investigación para este

trabajo de grado pude constatar mayor presencia de algunas nacionalidades en

comparación con el documento del DAS. Es el caso de los etíopes: el DAS

registra sólo uno, en Bogotá, pero yo conocí al menos cinco.

De todos modos, el texto que proporciona el DAS da una idea de la cantidad de

africanos que hay en Colombia. Es claro que no hay muchos, en comparación

con extranjeros de otros países. Sin embargo, su poca cantidad no es un

impedimento para pensar en las razones de su llegada a Colombia y en los

nexos que tiene el país con África en torno a las migraciones.

Las principales razones para los flujos de individuos entre África y Colombia

son:

a) Una buena cantidad de africanos llega a Colombia por razones

amorosas, como constatan varias de las historias presentes en este

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trabajo. La salida de colombianos al exterior permite que en algún país

del mundo se encuentren con africanos y decidan instalarse en

Colombia para la vida en pareja. En este caso, el factor esencial es que

tanto África como Colombia son países de origen para las migraciones y,

por ello, la mayoría de relaciones amorosas tienen un comienzo en un

tercer país.

b) Las comunidades misioneras y religiosas constituyen una de las

maneras más comunes para la llegada de africanos a este país y la

salida de colombianos para África. Por lo general, son migrantes que

duran alrededor de cinco o seis años en el país y tienen la posibilidad de

conocerlo a profundidad y entablar relaciones muy estrechas con

miembros de la sociedad. Al mismo tiempo, sin embargo, se pueden ir

en cualquier momento a otro país donde sean necesitados. Dos

comunidades misioneras que tienen presencia en Colombia son los

misioneros de la Consolata y los misioneros Comboni.

c) Las razones comerciales y económicas han generado un flujo constante

de individuos entre estas dos zonas. De hecho, como lo afirma

Maguemati Wabgou, sociólogo togolés residente en Colombia, la salida

de africanos hacia regiones como América Latina tiene como fin principal

mejorar su situación económica102. Ocurre algo similar con los migrantes

colombianos, como en el caso de la historia de quienes están en

Sudáfrica para construir los aeropuertos y estadios del Mundial (descrita

en el apartado de las relaciones entre Colombia y ese país africano).

Además, es interesante anotar que el presidente actual de Bavaria, Karl

Lippert, nació en Namibia y se crió en Sudáfrica.

d) El narcotráfico es una problemática que ha vinculado a Colombia con

África, especialmente en lo relacionado con narcotraficantes

colombianos que se refugian en países africanos como Guinea–Bissau,

102 Entrevista realizada por el autor a Maguemati Wabgou, en la Universidad Nacional de

Colombia, el 12 de mayo de 2008.

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una nación que tiene una posición geográfica estratégica y en la que hay

pocos mecanismos de control. Esta situación la dieron a conocer la

revista Cambio, el 26 de septiembre de 2007, y el diario El Espectador,

el 15 de julio de 2008.

e) En los últimos años han crecido las peticiones de refugio de africanos en

Colombia. Un reportaje de marzo de 2007 de la revista Cambio revela

que de las 301 solicitudes de asilo que registró el país entre 2003 y

2008, un 8,1% corresponde a somalíes y un 5% a etíopes. De las 127

peticiones en 2007, 17,3% provienen de Somalia y 7,8% de Etiopía.

f) Maguemati Wabgou afirma que “todavía Colombia está percibido como

un lugar de paso en el imaginario del africano103”. En efecto, para

muchos habitantes de ese continente, Colombia es un país de tránsito

hacia Estados Unidos. La posición estratégica del país, y las pocas

restricciones de ingreso lo hacen atractivo como una parada en la larga

travesía que realizan muchos africanos desde sus países de origen

hasta Norteamérica.

g) Las redes sociales también influyen en la llegada de africanos a

Colombia, en opinión de Wabgou. En su libro “Migraciones

subsaharianas. África entre el orden mundial y las redes sociales”,

afirma que éstas “juegan un papel complejo al facilitar y sostener el

desarrollo de flujos migratorios entre dos ejes espaciales104”. En el caso

de los migrantes africanos en Colombia, las redes también se han hecho

evidentes. Un ejemplo es el de Madeleine Andebeng Alingué, de Chad,

quien convenció a su sobrino, Douna, de venir a Colombia. En el caso

de los misioneros católicos también han funcionado: algunos deciden

postularse para venir a Colombia por recomendación de otros

compatriotas que ya vivieron un periodo en este país.

103 Ibíd. 104 WABGOU, Maguemati. Migraciones subsaharianas. África entre el orden mundial y las

redes sociales. Editorial Universidad Pontificia Bolivariana. Medellín, 2006. P. 51.

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Tanto Colombia como los países africanos se han vinculado al fenómeno actual

de las migraciones. Hoy, es fácil determinar cuáles son los países de origen –

entre ellos los de África y Colombia– y cuáles los de destino –principalmente

Europa y Norteamérica–. Sin embargo, también son evidentes los casos de

personas que se han sustraído de ese flujo y han preferido migrar de sus

países a otros que tienen condiciones económicas, sociales y étnicas similares.

Éste es el caso, por ejemplo, de los africanos que han decidido establecerse en

Colombia.

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4. Marco metodológico

4.1 Acercamiento a la crónica En su libro “Escribiendo historias: el arte y el oficio de narrar en el periodismo”,

el periodista colombiano Juan José Hoyos pregunta cómo es posible contar de

manera novedosa las historias que los lectores ya han visto y oído decenas de

veces en otros medios como la televisión y la radio. “Cómo seducir usando el

lenguaje escrito, a personas que a través de otros medios han sentido con la

vista y con el oído todas las complejidades de un hecho real. Y muchas veces

[los editores] no hallan la respuesta105”.

Tal vez no la hallan porque ante el frenesí de los acontecimientos, muchas

veces predomina la información escueta que la narración. Y en este punto –

según Juan José Hoyos– está la clave: en volver a narrar, en regresar a la

fuerza y a la vivacidad de las historias.

Hoyos no rema solo en esa dirección. Otros periodistas también han preferido

rebelarse silenciosamente de la ubicuidad de la información para retornar a la

narración, a “mostrar en sus historias las vidas de todos, de cualquiera”. Uno

de ellos es el argentino Martín Caparrós, que en un hermoso texto titulado “Por

la crónica” argumenta que este género “es una forma de pararse frente a la

información y su política del mundo: una manera de decir que el mundo

también puede ser otro106”.

Así, muchos periodistas se encuentran a diario ante un dilema: cómo acercarse

a los hechos que ocurren en un determinado lugar y que son la razón de ser de

los medios de comunicación. Unos prefieren escribir una noticia sobre el

105 HOYOS, Juan José. Escribiendo historias: el arte y el oficio de narrar en el periodismo.

Editorial Universidad de Antioquia. Medellín, Colombia. 2003. P.32. 106 CAPARRÓS, Martín. Por la crónica. EN: SILVA, Miguel y MOLANO, Rafael (eds.). Las

mejores crónicas de Gatopardo. Colección Actualidad de Debate. Editorial Random House

Mondadori. 2006. P.10.

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acontecimiento, en la que predomina la famosa pirámide invertida, las pocas

palabras y un tono impersonal. Otros, por el contrario, han tomado ese mismo

acontecimiento y han preferido narrarlo con herramientas que –en teoría– son

más cercanas a la literatura que al periodismo clásico.

Porque hay que decir que la crónica –así como otros géneros periodísticos

narrativos como el reportaje y el perfil– se nutren en todo momento de la

literatura: el manejo del tiempo, la creación de personajes y de escenas y el

narrador son elementos esencialmente literarios. Pero la crónica no hace parte

sólo de la literatura y esto tiene una razón trascendental: los hechos que se

narran siempre deben ser reales. Por eso, ante todo, la crónica es periodismo.

Esto lo ratifica Martín Caparrós: “La crónica –argumenta el argentino– es el

género de no ficción donde la escritura pesa más. La crónica aprovecha la

potencia del texto, la capacidad de hacer aquello que ninguna infografía,

ningún cable podrían: armar un clima, crear un personaje, pensar una

cuestión107”.

Y en eso radica la importancia de la crónica: en que se narran historias que

pueden llamar la atención de cualquier lector. “A la gente, en su condición

ciudadana, le interesa un informe de corrupción –escribe con humor el peruano

Julio Villanueva Chang–. Pero a la gente, en su condición de aburrida, le

encanta que le cuenten nuevas historias108.”

Pero no sólo se trata de “nuevas historias”. Se trata, ante todo, de “buenas

historias”. Y por eso escribir una crónica es un asunto que requiere planeación,

dedicación y conocimiento sobre el género. Para abordar este tema, el libro ya

mencionado de Juan José Hoyos sirve como ejemplo.

107 Ibíd. P.8. 108 VILLANUEVA, Julio. El que enciende una luz. ¿Alguien entiende qué es escribir una

crónica? Texto completo de la exposición de Villanueva durante el Encuentro Nuevos Cronistas

de Indias. Bogotá, 1 al 3 de mayo de 2008. El texto fue enviado al autor de esta tesis después

del evento.

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Según el colombiano, una primera forma de acercarse a la crónica es con la

búsqueda de un tema. Y éste, a veces caprichosamente, escapa en un

comienzo de las reglas que han sido descritas por los manuales de redacción

como las características para la elección de un tema periodístico: actualidad,

proximidad, prominencia, curiosidad, conflicto, suspenso, emoción y

consecuencias.

En la mayoría de los casos, una buena crónica sí termina respondiendo, al

final, a varias de estas características. Pero en la elección juegan con más

frecuencia valores propios del cronista: “Los combates por la narración en el

periodismo –escribe Patricia Nieto en el prólogo del libro de Hoyos– se libran

en la arena de lo subjetivo, y ello sugiere que los periodistas desean conquistar

la ambigua franja donde se unen lo público, lo político, lo colectivo con lo

privado, lo íntimo, lo individual109”.

Y Hoyos lo complementa más adelante en su texto: “En el periodismo de estilo

narrativo, en contravía del periodismo de estilo noticioso, la calificación de los

temas obedece a factores muy subjetivos que están más relacionados con la

sensibilidad y la idiosincrasia del narrador que con valores objetivos de los

temas en sí mismos110”.

¿Cómo, entonces, puede el cronista saber si un tema vale la pena para narrar?

La respuesta está en el trabajo de campo, en lo que algunos llaman “reportería”

y otros “inmersión”. Sólo a través de ese contacto directo con otras personas, el

propio periodista juzgará si su crónica cumple con una condición: un interés

humano. Como dice Caparrós, “el cronista mira, piensa, conecta para encontrar

–en lo común– lo que merece ser contado. Y trata de descubrir a su vez en ese

hecho lo común: lo que puede sintetizar el mundo. La pequeña historia que

puede contar tantas. La gota que es el prisma de otras tantas111”.

109 NIETO, Patricia. EN: HOYOS, Juan José. Op.cit. P.xii. 110 HOYOS, Juan José. Op.Cit. P.92. 111 CAPARRÓS, Martín. Op.Cit. P.9.

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El trabajo de campo, en realidad, es un arte. Y como arte, no tiene reglas

establecidas. Las formas de acercarse a un tema son tan variadas como los

mismos temas. Tal vez la única condición obligatoria para cualquier cronista es

tener un conocimiento vasto del tema antes de escribir la primera palabra. Y

para ello, debe procurar acercarse lo más posible a los personajes de la

crónica.

El libro “Unos buenos zapatos y un cuaderno de notas”, de Anton Chéjov, es

una muestra de cómo el periodista puede acercarse a sus personajes para

lograr la inmersión. El escritor ruso destaca varios elementos que sirven

durante la reportería: la observación atenta de los personajes en su entorno

natural, la participación en los eventos típicos de ese lugar y la curiosidad, tanto

por los signos de distinción social como por las inscripciones y los nombres de

los lugares. Además, destaca que el investigador debe hacer uso no sólo de la

vista para conocer los detalles, sino del gusto, del olfato, del oído y del tacto.

Otro autor que describe el proceso de inmersión es Norman Sims, en el prólogo

del libro “Los periodistas literarios o el arte del reportaje personal”. En él cita al

periodista literario John McPhee, quien narró su experiencia personal con la

inmersión: “Descubrí que uno tiene que comprender una gran cantidad de

cosas aunque sólo sea para escribir un pequeño fragmento. Una cosa lleva a la

otra. Hay que meterse dentro del asunto para hacer que casen las piezas112”.

En términos prácticos, según Sims, la inmersión significa el tiempo que el

periodista le dedica a la investigación. Así, llegará un punto en el que la gente

olvida la presencia del periodista y lo convierten en parte de su mundo. Pero en

realidad es mucho más. El cronista puede dedicarle horas enteras al trabajo y

no inmiscuirse verdaderamente en la vida de los otros. Debe haber un contacto

emocional que impulse al cronista a tratar de conocer todo lo que hay sobre un

determinado tema.

112 SIMS, Norman. EN: McPHEE, John (et.al.) Los periodistas literarios o el arte del reportaje

personal. Selección y prólogo de Norman Sims. Bogotá. El Áncora. 1996. Pp. 18–19.

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El periodista Juan José Hoyos también aborda el tema de la inmersión con

muchos detalles. Argumenta que el proceso es muy parecido al trabajo de

campo que desarrollan los antropólogos y los etnógrafos, porque la labor

“consiste en observar la realidad de modo profundo y total, y en muchos casos

su objetivo final es la escritura” y porque el objetivo es “retratar con palabras la

vida en toda su complejidad113”.

Pero también, en ese proceso, debe tener en cuenta una limitación, como

relata Julio Villanueva Chang: “un reportero trata a la gente sólo por minutos u

horas, y suele cuidarse de la tentación de emitir sentencias fácilmente

ingeniosas114”.

Con base en esa relación entre periodismo y antropología, Hoyos describe el

método etnográfico, que consiste básicamente en observación de actividades

sociales, entrevistas abiertas y estructuradas (cercanas a una conversación

dirigida) y participación. Para ello, el cronista está ante una obligación: es

necesario ir al sitio donde ocurren los hechos de su investigación, permanecer

en él y encontrar, en medio de todos los datos que recoge, una historia que

merezca ser contada.

Una vez la encuentra, el reto cambia: cómo narrar esa historia, qué elementos

sirven para construir un relato y cómo se tejen unos hilos con otros hasta

formar una tela completa.

Norman Sims recurre de nuevo a John McPhee para hablar de la forma como

se construye el texto: “El escrito –afirma– tiene una estructura interior.

Empieza, se encamina hacia alguna parte y termina de una manera pensada

de antemano. Yo siempre sé la última línea de una historia antes de que haya

escrito la primera115”.

113 HOYOS, Juan José. Op.Cit. P.99. 114 VILLANUEVA, Julio. Op.Cit. 115 SIMS, Norman. Op.Cit. P.22.

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La escritura, según la cita de McPhee, tiene dos características esenciales: la

primera, que es un acto premeditado; la segunda, que es un proceso

acumulativo y sucesivo, con un comienzo, un nudo y un final.

Villanueva Chang aporta una tercera característica: la relación con el lector.

“Escribir –argumenta– es siempre un verbo transitivo, un acto de migración

verbal en su intento de encontrarse con otros ojos, en esa cita a ciegas con un

lector X”. Y más adelante afirma: [Manuel] Rivas, cuando escribe, se siente un

emigrante: «La escritura, cuando está viva, avanza como nómada –dice–(...). El

desplazamiento que supone la escritura es una migración116».

La relación que se establezca con ese lector X depende, principalmente, de la

manera como esté construido el relato. En esa construcción entran a jugar

decisiones que el propio autor toma en relación directa con el proceso de

inmersión que llevó a cabo y con el tema sobre el que está escribiendo. Así,

puede preferir un relato breve para generar mayor intensidad en el efecto

dramático, o puede narrar paso a paso los sucesos recurriendo al manejo del

tono y de la atmósfera más que a los incidentes (Julio Cortázar lo llamó

“tensión”).

Siguiendo este tipo de decisiones, el cronista también puede narrar a través de

escenas, o preferir descripciones y resúmenes, o mezclar estos elementos

durante su relato. Depende, ante todo, de la intención que tenga al escribir. No

hay que olvidar una condición clave: la escritura es un acto premeditado. Y,

como tal, también entra en juego la forma como se construyen los personajes,

el tiempo que utiliza y –un aspecto esencial– la construcción del narrador y del

foco narrativo. Muy bien lo ratifica Hoyos: “Lo cierto es que el punto de vista

representa para el autor la decisión más importante a la hora de narrar117”.

Porque muchos de los factores mencionados varían de acuerdo con la

intención que tenga el autor. Pero siempre, en la crónica, se mantiene una

116 VILLANUEVA, Julio. Op.Cit. 117 HOYOS, Juan José. Op.Cit. P.225.

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regla: “La crónica es el periodismo que sí dice yo. Que dice existo, estoy, yo no

te engaño […Es] la forma de decir aquí hay, señoras y señores, sujetos que te

cuentan, una mirada y una mente y una mano118”, afirma Caparrós.

En resumidas cuentas, la crónica tiene más incertidumbres que certezas. ¿Qué

es, en últimas, la crónica? “Es un género camaleónico y excéntrico”, afirmó

Julio Villanueva Chang. Juan Villoro no se quedó atrás y la llamó “el ornitorrinco

de la prosa119” y Martín Caparrós se refirió a ella como un “género sudaca” y

“un anacronismo120”. Es un género de fronteras difusas, pero tal vez por eso,

por las muchas dudas que genera, también se ha convertido en un reto tanto

para el periodismo como para la literatura.

4.2 Kapuściński como faro Periodismo, escritura, viajes y africanos. Al pensar en esas cuatro palabras,

inmediatamente se viene a la mente la figura de Ryszard Kapuściński, el

reportero polaco que recorrió África para narrar, a través del contacto con las

personas, la historia en desarrollo de ese continente.

En este trabajo también entran a jugar las mismas cuatro palabras: periodismo,

escritura, viajes y africanos. Si se miran de manera literal, las diferencias son

obvias: en esta investigación el viajero no soy yo, sino los africanos, y África no

es el lugar físico en el que se desarrollan las crónicas, sino Bogotá.

Una mirada más detallada cambia la perspectiva. Al entender el viaje como lo

describió Kapuściński –es decir como una travesía cultural más que

geográfica– entonces yo también he sido un viajero que, por lo menos

simbólicamente, ya ha puesto un pie en África.

Y lo he puesto a través del contacto humilde con los africanos, a través de sus

relatos, de sus sueños y expectativas. Lo he puesto como escritor y como

118 CAPARRÓS, Martín. Op.Cit. Pp. 10–11. 119 VILLANUEVA, Julio. Op.Cit. 120 CAPARÓS, Martín. Op.Cit. P.8

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periodista. Como viajero cultural y como admirador de los trabajos periodísticos

de Kapuściński, que son el faro metodológico que ha iluminado, desde el

comienzo, esta aventura que he hecho por África sin moverme de Bogotá.

4.2.1 Las tres facetas de Ryszard Kapuściński

Cuando se trata de definir a Ryszard Kapuściński, las palabras a veces resultan

insuficientes y las definiciones, incompletas. Algunos lo identifican como uno de

los mejores reporteros del siglo XX y tienen razón. Otros, como el español

Manuel Vincent, han especificado sencillamente que se trataba de “un buen

tipo, un tipo legal121”; para algunos más, Kapuściński fue, ante todo, un escritor.

Y sí, lo fue. Fue un gran escritor. Otros se quedan con su faceta de viajero y

otros más, muchos más, no saben todavía cómo definirlo. Entonces, en

últimas, ¿quién fue Kapuściński? ¿Dónde reside su importancia?

Reside precisamente en una oración del periodista mexicano Ricardo Cayuela

Gally, publicada en una edición de la revista Letras Libres que se dio a conocer

poco después de la muerte del autor polaco. Según el mexicano, “Ryszard

Kapuściński no fue un autor de libros de viaje, ni un narrador, ni un historiador,

ni, en sentido estricto, un periodista: fue una suma caprichosa de lo mejor de

estos géneros. Ahora tiene la palabra ese insobornable sinodal que es la

posteridad122”.

Cayuela Gally tiene razón. Kapuściński fue, al mismo tiempo, todo lo anterior:

publicó crónicas y reportajes, y por ello fue admirado; también recibió loas por

su faceta de escritor y no pasaron desapercibidos sus ensayos y análisis con

descripciones detalladas, antropológicas, de lo que son hoy los seres humanos.

No hay, por tanto, un solo Kapuściński; hay muchos “Kapuścińskis” que se

entrelazan, que juegan y que se complementan: Kapuściński–escritor, 121 VINCENT, Manuel. El gran viaje de Kapuściński. Seminario virtual de literatura y periodismo.

Tomado de http://www.elboomeran.com/minisites/kapuscinski/index.html. [Disponible el 27 de

abril de 2008]. 122 CAYUELA Gally, Ricardo. El caso Kapuściński. EN: Revista Letras Libres. Marzo de 2007.

P.55. Tomado de http://www.elboomeran.com/minisites/kapuscinski/index.html. [Disponible el

27 de abril de 2008].

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Kapuściński –viajero, Kapuściński–historiador. En suma, esta es la historia de

muchos Kapuścińskis en un solo Kapuściński.

4.2.2 Kapuściński, viajero Todas las labores que desarrolló Ryszard Kapuściński se nutrieron,

esencialmente, de una característica: los viajes del polaco por el mundo.

Kapuściński no sólo conoció África de primera mano, si bien esas travesías son

las que más famoso lo han hecho; como reportero en el exterior de la Agencia

de Prensa Polaca (PAP) durante dos décadas, Kapuściński tuvo la oportunidad

de conocer América Latina, Asia y también Europa, la región de la que salió

inicialmente.

En sus relatos, Kapuściński demostró lo que para él significó la posibilidad de

viajar por todo el mundo, especialmente por el Tercer Mundo. Por ejemplo, en

El Mundo de Hoy, un collage de citas del autor organizadas por Agata

Orzeszek, afirma que “a menudo me preguntan cómo es posible que un

periodista hubiese visto tantas cosas, con el añadido de haber sido testigo

ocular de veintisiete revoluciones. Porque en eso consistía mi trabajo,

respondo. <<Responsable>> de cincuenta países, me veía rebosante de

relatos que contar123”.

En cada uno de sus viajes, Kapuściński se vio en la necesidad de responder a

un dilema: por un lado, debía enviar las noticias y los reportes escuetos a la

Agencia de Prensa, que requería la información más sucinta posible; por el

otro, él quería narrar “la atmósfera, el clima, el ambiente de la calle, los

rumores que circulan por la ciudad, esos miles de elementos que encierran la

esencia del acontecimiento relatado, que al día siguiente aparece en la edición

de la mañana resumido en apenas seiscientas palabras124”.

Ese interés de Kapuściński por encontrar las otras historias, aquellas que se

alejaban de los relatos oficiales y de las “superficiales abreviaturas” que

123 Kapuściński, Ryszard. El Mundo de hoy. Editorial Anagrama. Barcelona.2004. P.29 124 Ibíd. P.30.

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requería la agencia de prensa, están en la esencia misma de lo que

Kapuściński entendía por viajar. Para él, el viaje representaba mucho más que

un simple cambio geográfico en el que tomaba un avión o cualquier otro medio

de transporte para aparecer, en pocas horas o en algunos días, en otra zona

del planeta. Viajar era conocer a las personas, escuchar sus historias, hablar

con ellas más allá de la importancia que tuvieran, significaba dejarse encantar

por el ambiente y fascinarse por los detalles que a veces pasan

desapercibidos. Significaba aprender de una travesía por el Serengeti, de un

ataque de malaria y de una pelea a muerte con una cobra venenosa. Viajar era

más un cruce cultural que un cruce geográfico, se trataba más de ingresar a

otras culturas que ingresar a otros lugares.

Kapuściński lo dejó en claro en cada uno de sus libros. En The Shadow of the

Sun, un libro sobre África que no ha sido traducido al español, el polaco dedica

un apartado a lo que más le impresionó de ese continente:

Y, finalmente, el descubrimiento más importante: la gente. Los

nativos. Cómo ellos hacen parte de este paisaje, de esta luz, de estos

olores. Cómo están en armonía con ellos. Cómo el hombre y el

ambiente están unidos en un todo indisoluble, complementario y

armónico. Estoy impresionado por la firmeza con que cada raza está

conectada con el terreno en el cual vive, con su clima. Nosotros

moldeamos nuestro paisaje y éste, a su vez, moldea nuestra

fisionomía125.

Al tratar de comprender a las personas con las que se encontraba, Kapuściński

se vio en la necesidad de comprender todo lo que rodeaba a estos individuos:

su religión, su composición familiar, sus idiomas, su cultura:

La de lengua es para mí una noción más amplia de como se la suele

encasillar. A mi entender, situaciones, gestos, colores y formas

también son <<lengua>>. La información que me llega no sólo de las

palabras que me dirige una persona, sino también de todo el paisaje

125 Kapuściński, Ryszard. The Shadow of the Sun. Vintage books. New York. 2002. P.5

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que la envuelve, de la atmósfera, del comportamiento de la gente, de

mil detalles: todo lo que me rodea dice cosas126.

Entender el viaje como “traducción cultural” implica necesariamente que

Kapuściński se sentía parte de esos nuevos lugares con los que se encontraba

en cada viaje. No era simplemente un observador, distante de las personas y

del ambiente. Era parte de él. Por eso Kapuściński, en sus travesías, decidió

vivir en barrios pobres de Nigeria, caminar con grupos de nómadas en el

Sahara e inmiscuirse con todo tipo de personas sin ningún tipo de prevención.

Kapuściński entendía que así como él estaba observando, a él también lo

observaban. Y así como él estaba viajando a otra cultura, aquellos con quienes

se encontraba también hacían lo mismo: viajaban a la cultura del polaco.

Viajero y nativo se confunden. En últimas, ¿quién era el observado y quién el

observador?

El polaco se refiere a este asunto en su libro Encuentro con el Otro, una serie

de ensayos sobre lo que representa el contacto con otros seres humanos,

especialmente en el trabajo del reportero: “Es cierto que el Otro a mí se me

antoja diferente, pero igual de diferente me ve él, y para él yo soy el Otro. En

ese sentido, todos vamos en el mismo carro. Todos los habitantes de nuestro

planeta somos Otros ante otros Otros: yo ante ellos, ellos ante mí”.127

Kapuściński viajaba, entonces, sin asomo de superioridad, con la intención de

acoplarse de la manera más natural posible a la vida cotidiana de las demás

personas.

Cuando me invitan al Ritz me siento perdido, incómodo, no logro

encontrar mi lugar”. En cambio en el Tercer Mundo lo encuentro al día

siguiente de llegar. Me gusta vivir en las aldeas y me gustan los

aldeanos porque son personas muy sencillas, hospitalarias y muy

cordiales. Siento una fuerte ligazón interior que me une a ellos y

recuerdo lo mucho que debo a su bondad128.

126 Kapuściński, Ryszard. El Mundo de hoy. Op.Cit. P.40. 127 Kapuściński, Ryszard. Encuentro con el Otro. Editorial Anagrama. Barcelona. 2007. P.20. 128 Ibíd. P.42.

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Por obvias razones, el hecho de que Kapuściński se alejara de los grupos de

reporteros que preferían alojarse en los hoteles más lujosos de cada ciudad y

simplemente asistir a ruedas de prensa o hablar con los poderosos, influyó en

sus análisis y en sus maneras de viajar. Kapuściński no sólo trató de entender

a los demás en cada una de sus travesías, sino que terminó por entenderse a

sí mismo. Así lo describió en The Shadow of the Sun: “En medio de estas

palmeras y de estos viñedos, de montes y selvas, el hombre blanco es una

especie de intruso extravagante e indecoroso”, que “está continuamente

atormentado por la sed y se siente impotente, melancólico129”.

La faceta de Kapuściński como viajero representó, por tanto, mucho más que el

viaje físico. Como él mismo confirmó en un texto titulado “Apuntes nómadas”,

“viajar significa para mí atención, paciencia para informarme, deseo de saber,

de ver, de comprender y de acumular todo el conocimiento. Viajar así supone

entrega y un trabajo duro130”.

4.2.3 Kapuściński, escritor No importaba el suceso o el tipo de persona: Kapuściński estaba ahí. Y viajaba

precisamente para poder estar ahí, en el lugar adecuado y con las personas

adecuadas. “Escribo de lo viajado –afirmó–. No soy un inventor. No hablo de

mundos imaginarios ni tampoco del mío propio. Describo el mundo real, el que

está ahí, tal como lo he visto”.

Los viajes nutrieron tanto a Kapuściński, que él sintió la necesidad de escribir y

de relatar todo lo que estaba viviendo. Viaje y escritura, para el polaco, hacían

parte de un todo cuyas partes él no contempló nunca por separado: “Todo

trabajo creativo exige concentración y soledad. Se escribe poesía estando solo.

Y también estando solo se pinta un cuadro. Si desde la misma perspectiva

129 Kapuściński, Ryszard. The Shadow of the Sun. Op.Cit. P.5 130 Kapuściński, Ryszard. Apuntes nómadas. Tomado de

http://www.elboomeran.com/minisites/kapuscinski/index.html. [Disponible el 27 de abril de

2008].

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contemplamos el conocimiento del mundo, también hay que estar solo durante

el viaje131”.

Aunque inseparables, escritura y viaje no siempre fueron una mezcla

homogénea para Kapuściński, pues plasmar en un papel todas las experiencias

e impresiones, además de la carga emocional de cada travesía, trajo consigo

dificultades. “La paradoja de este oficio –dice Kapuściński– consiste en que la

escritura nace del viaje y el viaje imposibilita la escritura, pues es demasiado

precioso como para restarle siquiera un ápice de tiempo132”.

¿Qué escribía Kapuściński? ¿Cómo son sus relatos? Como en otros casos,

definir exactamente el género al que pertenecen sus textos resulta una tarea

difícil. En realidad, ni siquiera él mismo tenía plena certeza de ello: “Cuando me

preguntan qué escribo, sin plantearme cuestiones propias de la teoría de la

literatura, contesto: un texto. ¿Y qué tipo de texto? Un texto bueno. Todo

escritor desea crear un buen texto133”.

Kapuściński habla precisamente de texto porque no logró encontrar el término

adecuado para agrupar sus escritos. “Siempre he intentado –afirmó en una

ocasión– crear un nuevo género literario; algo que no fuese el reportaje típico

pero que al mismo tiempo tampoco fuese ficción”. Y más adelante

complementó: “mis esfuerzos van dirigidos hacia una <<ensayización>> del

reportaje. La mera descripción no basta en los tiempos que corren, nos ha sido

arrebatada por la cámara134”.

Los escritos de Kapuściński han sido agrupados de diferentes maneras. En su

libro “Encuentro con el Otro”, el autor polaco describe el “reportaje

antropológico”, basado en una reportería sobre el terreno, similar a la forma

como trabajan los antropólogos.

131 Kapuściński, Ryszard. El Mundo de hoy. Op.Cit. P.75 132 Íbid. Pp. 68–69. 133 Ibíd. P. 13. 134 Ibíd. P.87.

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En “El Mundo de hoy”, Kapuściński ya no habla de reportaje antropológico, sino

de “reportaje de autor”, “consistente en que el cronista estudia el tema a fondo,

lo pule y repule y lo pasa por la criba de su personalidad. No creo que la

demanda de este tipo de reportaje desaparezca135”.

Kapuściński, además, fue poeta. De hecho, sus primeros experimentos como

escritor, en la época del colegio, no fueron en el periodismo, sino en la poesía.

Y también gracias a su talento con los versos pudo luego presentarse en un

periódico, donde comenzó su carrera como reportero.

La faceta de Kapuściński–poeta ha pasado prácticamente desapercibida ante

los elogios que han suscitado sus trabajos periodísticos, pero no por ello quiere

decir que la poesía está totalmente ausente de su obra. En primer lugar,

algunos de sus reportajes y crónicas –porque también escribió crónicas, en el

sentido literal de la palabra– tienen cierto aire poético, como él mismo afirma:

“para lograr un reportaje serio, que hay ser un poco romántico. No sería bueno

dispensar a la escritura un tratamiento meramente técnico136”.

Un ejemplo de lo anterior se evidencia, de nuevo, en The Shadow of the Sun,

cuando Kapuściński emprendió un viaje por el Serengeti con un corresponsal

griego. Con un tinte poético, el polaco revela sus impresiones sobre los

animales salvajes que encontró en el camino:

Todo es improbable, increíble. Como si uno estuviera evidenciando el

nacimiento del mundo, ese preciso momento cuando la tierra y el

cielo ya existen, pero no todavía Adán y Eva. Es este el mundo recién

nacido, el mundo sin humanidad y, por tanto, también sin pecado, el

que uno puede imaginar estando acá137.

En segundo lugar, la poesía se hace presente en la obra de Kapuściński como

una alternativa con la que el autor pudo dar a conocer sus vivencias, sus

135Ibíd. Pp. 66–67. 136 Ibíd. P.54. 137 Kapuściński, Ryszard. The Shadow of the Sun. Op.Cit. P.43.

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impresiones, sus análisis. Su libro Bloc de notas (en inglés Notes. No está

traducido al español), es una compilación de poemas y una muestra de su fina

pluma como escritor. Estas dos características –escritor y poeta– las combinó

Kapuściński en un poema que tituló “El taller del escritor”:

Hallar la palabra certera

en plenitud de sus fuerzas

tranquila

que no caiga en la histeria

que no tenga fiebre

ni una depresión

Digna de confianza

Hallar la palabra pura

que no haya calumniado

que no haya denunciado

que no tomó parte en ninguna persecución

que nunca dijo que el blanco era negro

Se puede tener esperanza

Hallar palabras alas

que permitiesen

un milímetro siquiera

elevarse por encima de todo esto138.

Kapuściński nunca renunció a la poesía, así dedicara la mayoría de su tiempo a

sus libros de prosa. En realidad, nunca pudo renunciar a ella, ni a la precisión

del lenguaje. “Necesito de la poesía como un ejercicio de la lengua –explicó–.

La prosa debe tener música y la poesía marca el ritmo139”.

Poeta, escritor, cronista, reportero. Ante todo, un autor que buscó, como su

poema, “hallar la palabra pura que no haya calumniado”. También en este

aspecto se puede hablar de muchos “Kapuścińskis”, aunque tal vez el autor

logró reunir en una faceta –la de periodista– la mayoría (si no todos) de estos

géneros.

138 Kapuściński, Ryszard. El Mundo de hoy. Op.Cit. P.81 139 Ibíd. P.87.

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4.2.4 Kapuściński, periodista Para Kapuściński, su concepto de “viaje” resultó fundamental en cada uno de

sus escritos. Como, ante todo, se trataba de entablar una relación

desprevenida con las personas, sin importar su origen o su condición social,

sus reportajes y sus crónicas se vieron marcados, desde un principio, por las

impresiones que pudo recoger de esos individuos.

Él mismo reconoció ese enfoque humanista. Si lo importante de la experiencia

del viajero es precisamente el contacto con los demás, entonces el periodismo

–que se basa en hechos verídicos– tampoco puede despreciar estas

experiencias. “No hay periodismo posible –escribió Kapuściński– al margen de

la relación con otros seres humanos”. Y luego afirmó: “Para ejercer el

periodismo, ante todo, hay que ser un buen hombre o una buena mujer140”.

Kapuściński, por tanto, entendió el ejercicio periodístico como un trabajo que

debe conjugar las intenciones del periodista con las historias de los demás. En

realidad, Kapuściński no consideró que él fuera el único autor de los reportajes,

así salieran firmados con su nombre. El trabajo periodístico, según el polaco,

es colectivo y se hace de común acuerdo entre el escritor y los protagonistas.

Sin el uno o sin el otro, la labor se dificulta o se hace imposible.

Por esa razón, Kapuściński consideró que “todo buen reportaje es un trabajo

colectivo, y sin un espíritu de colectividad, de cooperación, de buena voluntad,

de comprensión recíproca, escribir es imposible141”.

Además, el polaco tuvo otro aspecto en consideración. El autor debe

desaparecer, de tal manera que la primacía esté en el personaje y no en el

periodista. La italiana María Nadotti, que tuvo encuentros frecuentes con

Kapuściński y que editó el libro “Los cínicos no sirven para este oficio”, se

refirió a este aspecto: “La regla número uno parece ser la de saber

140 Kapuściński, Ryszard. Los cínicos no sirven para este oficio. Sobre el buen periodismo.

Editorial Anagrama, Barcelona, 2002. P.38. 141 Íbid. P.40.

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mimetizarse, de renunciar a los discutibles y narcisistas beneficios de la

hipervisibilidad a favor de las bastante más útiles ventajas del anonimato142”.

Esto, naturalmente, no quiere decir que el periodista no pueda escribir en

primera persona, ni involucrarse en la crónica para narrar sus experiencias,

pues la crónica siempre pone en evidencia una mirada subjetiva. Así el escrito

esté narrado en tercera persona, siempre hay un “yo” que está presente.

De hecho, una de las características recurrentes en la obra de este reportero

es el cambio frecuente de narrador. Descripciones en tercera persona se

entrelazan con la riqueza de las opiniones del autor. En varios de sus libros,

Kapuściński juega con los narradores. Lo hace de manera explícita y sus

impresiones en primera persona aparecen en letra cursiva, como ocurre en “La

guerra del fútbol y otros reportajes”:

Desgraciado de mí, llevo dos meses en Lagos postrado en la cama

como el bíblico Lázaro, luchando contra la enfermedad. Ignoro si se

trata de una infección tropical, una intoxicación de la sangre o los

efectos de un veneno misterioso, pero lo cierto es que mi cuerpo,

además de hincharse, se ha cubierto de llagas, ampollas y úlceras.

Ya no me quedan fuerzas para soportar y combatir el dolor, y he

solicitado a Varsovia que me dé permiso para regresar. (…) Hay algo

que provoca una desolación y una devastación del cuerpo y la mente

mucho mayores que la malaria, las amebas, todas las fiebres e

infecciones del mundo. Ese algo es la enfermedad de la soledad, la

sensación de abatimiento que nos invade en el trópico.143

La riqueza de los viajes por el Tercer Mundo llevó a Kapuściński a narrar por un

lado las noticias políticas y, por el otro, los detalles de esos acontecimientos y

sus experiencias como viajero, como escritor y como reportero. Por esta razón

prefirió la escritura de crónicas y reportajes –que dan licencias al autor– que la

elaboración de noticias, si bien trabajó en las dos. Como corresponsal para una

142 Ibíd. P.10. 143 Kapuściński, Ryszard. La guerra del fútbol y otros reportajes. Editorial Anagrama.

Barcelona. 1992. Pp.169–170.

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agencia polaca, debió cumplir con la descripción de los sucesos políticos que

se desenvolvían en el Tercer Mundo. Como cronista, en cambio, pudo cambiar

las noticias oficiales por la cotidianidad de sus personajes, como argumenta

María Nadotti con base en el libro El Imperio, de Kapuściński:

Para el cronista además de la capacidad de observación, se convierte

en fundamental el oído, el talento de la escucha, la consciencia de la

abismal diferencia “que en nuestra época se produce entre el tiempo

de la cultura material (o, dicho de otra forma, de la vida cotidiana) y el

de los acontecimientos políticos144.

Kapuściński mezcló los relatos de vida y las experiencias cotidianas –tanto las

suyas como las de los africanos– con la historia de los lugares que visitó. Y

este aspecto lleva los textos de Kapuściński más allá de la anécdota y los

convierte en relatos que presentan el contexto –una de las características del

buen periodismo– y que tienen significado histórico. Pero no es un significado

que parte de los poderosos, ni tampoco es una historia oficial. Todo lo

contrario: “una historia construida desde abajo. Una historia atenta a las

pequeñas cosas, a los detalles, a los humores. Nunca burocrática, unilateral,

embalsamada, nunca de tesis”.145

De hecho, Kapuściński se licenció como historiador, pero no se convirtió en

profesor de historia o en académico, sino que estudió la historia en el momento

mismo en que acontece. “Todo periodista es un historiador –afirmó–. Lo que él

hace es investigar, explorar, describir la historia en su desarrollo146”.

Describir la historia en su desarrollo: Esa frase resume la labor de Kapuściński

como periodista, en la que reunió las facetas mencionadas anteriormente. Sus

relatos parten de sus viajes, se nutren de su conocimiento de las personas y de

la historia y se plasman en el papel con base en su experiencia y dedicación

144 Ibíd. P.19. 145 Kapuściński, Ryszard. Los cínicos no sirven para este oficio. Sobre el buen periodismo. Op.

Cit. P.11. 146 Ibíd. P.58.

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como escritor. Y de nuevo, como al principio, salen a relucir los muchos

Kapuścińskis en un solo Kapuściński.

4.2.5 Las tres facetas de Kapuściński en el trabajo sobre africanos en Bogotá En uno de sus viajes, Ryszard Kapuściński prefirió alojarse en un barrio popular

de Lagos, en Nigeria, que en las ostentosas zonas donde acostumbran a

permanecer los europeos y los africanos de clases altas. Así describió el

polaco su decisión: “Pude haber escogido vivir en Ikoyi, un barrio lujoso y

seguro de nigerianos ricos, europeos, diplomáticos, pero es un lugar

demasiado artificial, exclusivo, cerrado y cuidadosamente protegido. Yo quiero

vivir en una calle africana, en un edificio africano. ¿Cómo más puedo conocer

esta ciudad? ¿Este continente?147”

Ese hecho, por sí solo, representa una de las condiciones básicas de cualquier

reportero, de cualquier cronista: ver todo, hasta donde le sea posible, con sus

propios ojos.

Leer estos relatos de Kapuściński, en los que él habla y se inmiscuye con todo

tipo de personas, más allá de su condición social, política o racial, me llevó a

buscar en cada una de mis crónicas ese legado de Kapuściński. En vez de

quedarme con los relatos de los africanos, con su narración sobre sus

experiencias en Bogotá –que sin duda habría sido más fácil– decidí

acompañarlos en sus travesías por la ciudad para poder hacer mi narración,

como cronista, de sus vivencias en la capital.

Esas experiencias, cada una más valiosa que la anterior, también entrañan un

segundo aspecto presente en las obras de Ryszard Kapuściński: su concepción

de viajero. Él mismo, en los sucesos que vivió en su apartamento en Lagos,

deja ver la influencia de doble vía que tiene aceptar el viaje como un encuentro

con el “Otro”:

147 Kapuściński, Ryszard. The Shadow of the Sun. Op.Cit. P.109.

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No es para nada simple para un hombre blanco trastearse a un barrio

africano (…) Tomemos, por ejemplo, algo tan simple como el agua. El

agua debe ser traída del otro lado de la calle, porque allí está la

bomba. Los niños lo hacen. A veces, las mujeres. ¿Los hombres?

Nunca. Y acá está un caballero blanco, de pie, con los niños, en la fila

para la bomba. ¡Ja, ja, ja! ¡Esto es imposible!148

Cada uno de mis encuentros con los africanos presentó el mismo dilema:

aunque, en el papel, yo era el periodista que los estaba entrevistando,

terminaba siendo el extraño en medio de un ambiente que, para ellos, ya

resultaba familiar. Ocurrió en Ciudad Bolívar, con el etíope; también sucedió en

La Fragüita y en El Vergel, con el keniano; así pasó cuando visité, con el

tanzano, la parroquia en el barrio Patio Bonito. En todos los casos la

experiencia fue de doble vía: el cronista se ve afectado –positivamente– por las

crónicas que investiga.

Y esto lo logra, siempre y cuando tenga presente otra característica

fundamental, descrita en varias ocasiones por Kapuściński: “en mi opinión –

afirmó– humildad y empatía son los rasgos fundamentales para ejercer este

oficio149”. En otras palabras, se trata de llegar sin prejuicios, abierto a las

posibilidades, fascinado por el encuentro con los “Otros”. Kapuściński lo

promovió y traté de seguirlo: sin ningún tipo de pensamiento previo –más allá

de la inquietud que produce lo desconocido y con el encanto que implica

aprender de los demás– me senté a tomar té con caramelo en el norte de

Bogotá, caminé por las calles de Ciudad Bolívar con algunos niños de la

localidad, canté con jóvenes en Patio Bonito, comí en el Parque de la 93 y en el

centro de Bogotá, deambulé con paciencia por San Cristóbal Norte, olí papiros

antiguos, conversé con niños en la Fragüita, jugué fútbol en El Vergel, tomé

tinto en la Avenida Primera con un grupo de señoras que acababa de conocer,

probé especias etíopes y comida ghanesa, alabé a Dios e ingresé sin zapatos

en la mezquita del centro. Y siempre, mientras estaba allá, me acordé de la

148 Ibíd. P.109. 149 Kapuściński, Ryszard. El Mundo de hoy. Op.Cit. P.44

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frase de Kapuściński: “El reportero nunca está solo. Siempre tiene que

encontrarse con gente, hablar con alguien150”.

Cuando recorría la ciudad con los africanos comprendí otro aspecto que

describe el reportero polaco, especialmente en su libro “Encuentro con el Otro”:

“los Otros –repitámoslo una vez más– son el espejo en que nos reflejamos y

que nos hace conscientes de quiénes somos.” Esto se hizo especialmente

evidente en el proceso de reportería, pues los africanos comparten conmigo

una característica muy particular: todos tenemos sangre de inmigrantes. Por

eso, no fue difícil generar empatía: yo quería saber de ellos, de sus viajes y sus

percepciones de Bogotá y ellos, sin falta, preguntaban por mi vida y por mi

familia inglesa.

A medida que recogía los datos sobre las crónicas, que iban a parar siempre a

un diario de campo–y que nutren las bitácoras que siguen después de cada

relato–, pensaba en la manera en que pondría esas historias en el papel. La

forma debe compenetrarse con el fondo: la manera de contar las historias debe

estar en concordancia con la historia misma.

Esto, en la práctica, se llevó a cabo a través de varios métodos, todos descritos

por Kapuściński en sus libros. El primero de ellos, que tiene como finalidad

encontrar las problemáticas generales en los casos particulares, es la

investigación, “horas y horas de lecturas y reflexiones para no terminar en la

mera descripción sino para crear un relato–reflexión o una descripción–

pensamiento151”. Para esto sirvieron libros de historia, relatos de viajes, análisis

antropológicos, crónicas. Todos, a su manera, nutrieron cada una de las

reflexiones que, en mi caso, nunca se terminaron: ¿Qué sucesos de la vida de

un africano sirven para encontrar rasgos típicos de los inmigrantes en

Colombia? ¿Específicamente qué aspectos de mis relatos pueden dar luces

sobre la forma como los colombianos se comportan con los extranjeros?

150 Ibíd. P.46 151 Kapuściński, Ryszard. El Mundo de hoy. Op.Cit. P.88

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¿Cómo puedo narrar sucesos que demuestren la falta de interés y de

conocimiento que hay de África?

El segundo método consiste en buscar las palabras precisas y el ritmo

adecuado para “crear un texto que se aproxime lo más posible a lo que deseo

transmitir152”. ¿Qué es lo que deseo transmitir? La idea es escribir sobre lo

auténtico o, en otras palabras, sobre los hechos y los acontecimientos que

puedo percibir en la medida en que estoy con los africanos. En palabras de

Kapuściński, “todo el lado humanista de nuestra escritura de reporteros radica

en el esfuerzo de transmitir la imagen del mundo auténtica, verdadera, y no una

colección de estereotipos153”.

Por supuesto hay diferencias importantes entre mis crónicas y las de

Kapuściński: el polaco, por ejemplo, rechazaba abiertamente el uso de la

grabadora; a mí, en casos muy particulares, me fue muy útil, sobre todo cuando

recurrí a ella para recabar información adicional que no fuera directamente con

los africanos (por ejemplo, para preguntar por la historia de los misioneros de la

Consolata).

Otra diferencia está en la planeación de la escritura. El reportero polaco

destacaba, en su libro Lapidarium I, su incapacidad para planear y definirlo

todo con antelación. Prefería sentarse con la hoja en blanco y dejar que las

palabras precisas fluyeran. Encontrar la primera frase y dejar que ésta tirara de

las siguientes. No en vano definió la escritura como un “happening”. Y no le

falta razón. Sin embargo, mis crónicas sí tuvieron como elemento central una

planeación detallada (mas nunca una camisa de fuerza): un comienzo y un final

pensados con anterioridad, una serie de datos organizados y la elección de un

ritmo general. Ya el resto, como en el caso de Kapuściński, fue un “happening”:

hilar con suavidad las palabras hasta que éstas, unidas, me permitieran narrar

lo que estaba buscando.

152 Ibíd. P.90. 153 Ibíd. P.54.

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El efecto ya no está en mis manos, sino en las del lector. El escritor, por lo

general, no queda del todo satisfecho con lo que ha escrito. Pero hay que

saber poner el punto final. Kapuściński lo puso en todos sus libros y, sin duda,

muchas historias quedaron inconclusas. Después de todo, como me ocurrió a

mí, la vivencia personal del reportero, de ese viajero que se inmiscuye sin

prejuicios en las historias de los Otros, es mucho más rica y detallada que la

que es capaz de plasmar en un papel.

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5. Crónicas: los inmigrantes africanos en Bogotá

5.1 “Colombia es como una cebolla cabezona”

Ezana Eyassu Habte–Gabr es profesor de la

Universidad de la Sabana, en Bogotá.

Ezana Eyassu Habte–Gabr está sentado en la cabecera de la mesa del

comedor de su casa, ubicada en el barrio Cedro Golf, al norte de Bogotá. Con

su imponente figura y sus manos grandes nos distribuye los alimentos, que se

sirven en bandejas hondas y blancas con grandes cucharones. En el fondo,

suavemente, suena música de todo el mundo: canciones populares de Chile,

un grupo moderno de Sudáfrica, sonidos tradicionales de las ceremonias

ortodoxas en Etiopía y la más famosa de las cumbias colombianas: La Pollera

Colorá.

El olor fuerte a condimentos es el primer indicio de la comida que cada uno de

los seis comensales tiene en el plato: un estofado de carne rojizo y picante

llamado Sega–wat, un espeso puré de garbanzos que lleva el nombre de

Shiro–wat y una ensalada común de tomates, cebolla, lechuga y zanahorias.

Grandes cantidades de pan francés ocupan el centro de la mesa y sirven como

una paleta para comer y rebañar los platos. Reemplazan al tradicional Injera,

un pan plano y esponjoso producido con un pequeño grano llamado Teff, que

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es una rareza fuera del norte de África. Para soportar el picante, etíopes y

colombianos tomamos cerveza Águila.

Al lado derecho de Ezana se encuentran Yolanda, su esposa, y Brayan, su hijo

adoptivo de 18 años. Los dos prepararon con cuidado cada uno de los platos y

mezclaron los ingredientes con un condimento de color naranja fuerte llamado

berbere, que es una mezcla de chiles rojos secos, cardamomo, jengibre,

cilantro, clavos, bayas de pimienta de Jamaica y semillas de ajowan. Es la

esencia de la comida etíope y Ezana la trajo como un tesoro en su más

reciente viaje a su país natal, en diciembre de 2007.

Durante la preparación del almuerzo, Ezana, que nació el 30 de junio de 1967,

conversa con cada uno de los invitados en la sala. Con Yohannis Keddir, un

etiope que llegó a Colombia hace un año por problemas políticos, conversa con

fluidez en su idioma nativo, amárico; con la novia de éste, Mari, lo hace en

español; conmigo no cambia el inglés, su segundo idioma, que practica poco

en Colombia.

Los temas de conversación varían, dependiendo de con quién hable y quién

pregunte: si es Mari la que habla, el tema central es el comercio de zapatos

“plagiados” en San Andresito; si Ezana conversa conmigo, prefiere narrar

detalles de su país natal, Etiopía, aunque antes de responder corrobora los

datos con Yohannis en amárico. De vez en cuando, Ezana se levanta de su

poltrona, trae fotos y postales de su país o explica los adornos de varios

continentes que ocupan las paredes y las mesas de su apartamento. La

música, como en el almuerzo, cambia frecuentemente de ritmo: ahora, los

vallenatos de Alejo Durán y de Los Inquietos marcan la pauta.

La mayoría de los cuadros en el apartamento de la familia Habte–Gabr

Rodríguez fueron pintados por el maestro santandereano Segundo Agelvis,

paisano de Yolanda. Sus obras coloridas rompen con la monotonía de las

paredes blancas y aportan un aire colombiano a la casa. En las mesas de la

sala, libros del pintor y escultor Fernando Botero se mezclan con una vasija de

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plata que tiene una imagen del ibis, un ave de pico largo y plumaje blanco, y

con un sello de marfil del emperador etiope Teodoro.

Escondidos en los cuartos se destacan la réplica

de un arpa de Villavicencio y la joya de la familia:

un lienzo de cuero de vaca, pintado a mano con

muchos colores, que representa paso a paso el

matrimonio del Rey Salomón con la Reina de

Saba, del cual nació Menelik I, rey de Etiopía.

Cuadro etíope

El drama en Gondar

Cuando Ezana tenía diez años, su vida empezó a cambiar inesperadamente.

Hasta entonces, había vivido tranquilamente con sus padres y sus hermanos

en Gondar, una ciudad secundaria en Etiopía que se caracteriza por sus

imponentes palacios amurallados originarios del siglo XVIII. Allá, Eyassu, su

padre, trabajaba como profesor universitario de medicina, mientras la familia

disfrutaba de la casa tradicional italiana en la que vivían y que había servido de

refugio para un estratega de ese país en la Segunda Guerra Mundial.

Durante esos años, las tensiones políticas en Etiopía estaban moldeando un

nuevo país. Un golpe de estado el 12 de septiembre de 1974 terminó con el

mandato del emperador Haile Selassie, a quien muchos veneraban como El

Elegido de Dios por su supuesta descendencia del Rey Salomón.

Llevaba más de 40 años como monarca absoluto cuando un grupo de oficiales

conocido como el Derg y bajo el mando del brutal coronel Mengistu Haile–

Mariam dio comienzo a una época de confusión y de violencia en todo el país.

En ese momento empezó el proceso que convertiría a Etiopía en el enclave

soviético más importante de África.

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El nuevo régimen militar se encargó de acosar, encarcelar y matar a todos los

que representaran una amenaza por discrepar con sus políticas o dudar de

quienes ostentaban el poder. Entre ellos, los primeros perseguidos fueron los

miembros de la minoría intelectual que se había formado en el exterior y que

traía consigo pensamientos liberales y la fuerza del movimiento de Mayo del

68.

Eyassu, para ese entonces, reunía muchas de las características que

resultaban incómodas para el Derg: además de ser intelectual, pertenecía a un

movimiento estudiantil de orientación trotskysta. Se había formado en la

Universidad Americana de Beirut, en el Líbano, gracias a una beca que le

entregó el Emperador y, como si fuera poco, provenía de una pequeña pero

estratégica región –Eritrea– que durante esa época estaba buscando cómo

independizarse de Etiopía (lo conseguiría finalmente en 1993).

Esas cuatro particularidades llamaron la atención del Derg y pusieron en alerta

a Eyassu. De repente, la tranquila casa del profesor universitario empezó a

recibir las visitas esporádicas de militares, que revisaban meticulosamente los

cuartos, mientras el pequeño Ezana y su hermano jugaban con las pistolas sin

cargar de los visitantes. Al mismo tiempo, en la ciudad se escuchaban

balaceras y algunos vecinos y padres de familia desaparecieron. El momento

para Eyassu estaba por llegar.

Una mañana, mientras los niños estudiaban, dos Land Rovers verdes, con

doce soldados, recogieron en el trabajo al padre de Ezana, sin dejar rastro

alguno. Lucy, la madre, buscó desesperadamente a su esposo anhelando no

confirmar la noticia que ya presentía. Lo encontró poco después en un campo

para prisioneros en el pequeño pueblo de Azozo, de donde fue transferido

hasta la prisión de la ciudad.

El cambio de ubicación resultó fundamental para la familia. Ya, por lo menos,

podían hablar con su padre y esposo y visitarlo los domingos. También, al

verlo, pudieron comprobar que no lo estaban torturando, aunque sí existía el

riesgo de que algún día, sin previo aviso, desapareciera para siempre.

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La suerte, sin embargo, favoreció a Eyassu. Cuando estaba a punto de ser

fusilado, el prisionero pudo salvarse porque un mal cálculo de los militares

terminó con las reservas de municiones.

Poco tiempo después, cuando cumplió tres meses lejos de su hogar, lo dejaron

en libertad. Las razones, todavía hoy, resultan inciertas. Sin embargo, Ezana

cree que la influencia de su madre, una enfermera palestina que curaba a los

soldados heridos, resultó fundamental.

Lo cierto es que a la semana de haber sido liberado Eyassu, la familia dejó

Gondar para siempre y se instaló en Addis Abeba, la capital de Etiopía. La

tranquilidad volvió lentamente y Ezana entendió que, desde ese momento,

tendría que cargar con esa historia por el resto de su vida.

Una historia de amor que nació en Estados Unidos

Ezana define a Colombia como una cebolla cabezona: hermosa por fuera, a

medida que uno llega a las capas más profundas empieza a llorar. Esto lo

afirma un sábado, mientras viaja por la Avenida Caracas de Bogotá en un

Transmilenio que, atípicamente, transita con pocos pasajeros.

Eso, sin embargo, no lo sabía cuando llegó a Colombia para radicarse, el 11 de

abril de 1997. En ese entonces, el país que lo recibió estaba inmerso en una

profunda crisis política denominada Proceso 8.000, en la que se acusaba al

Presidente de la República, Ernesto Samper Pizano, de haber recibido dinero

del narcotráfico para financiar su candidatura presidencial.

Además, el caos político había repercutido en la estabilidad financiera y los

políticos no vislumbraban todavía cómo se podría recuperar uno de los peores

desempeños económicos en toda la década. En definitiva, no parecía ser el

mejor momento para que un extranjero como Ezana, con un pregrado, una

maestría y experiencia laboral en Estados Unidos, llegara a una nación en

crisis como Colombia.

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A Ezana no le importó mucho la situación, pues él llegó al país por otros

motivos. En Iowa, Estados Unidos, se había enamorado de Yolanda Rodríguez

González, una santandereana alta, de rasgos perfilados y ojos oscuros, que

había dejado su puesto como gerente de una empresa en Colombia para

cumplir su sueño de estudiar inglés en el país del norte.

Ezana con su esposa, Yolanda.

Y ella aprendió el idioma, aunque

también conoció en una fiesta de

integración a quien luego sería su

esposo. Una pareja conformada por un

amigo indio de Ezana y una amiga

venezolana de Yolanda dio el primer

paso para unir a la colombiana y al

etíope.

A partir de ese momento, estuvieron seis meses juntos, hasta que ella debió

regresar a su país natal. Diez meses después, la ausencia de Yolanda colmó la

paciencia de Ezana y decidió aventurarse hacia Colombia para estar de nuevo

con la mujer que lo enamoró con su sinceridad y su belleza.

El amor pesó más que una vida estable en Iowa, a donde Ezana había llegado

el 11 de noviembre de 1984 con su familia para empezar una nueva vida lejos

de Etiopía. El país africano soportaba momentos difíciles a causa de la

inestabilidad política y de una hambruna que estaba devastando al país y que

lo situó, repentinamente, en las primeras planas de los periódicos del mundo.

Ahora, lejos de la vida tranquila en Estados Unidos, la pareja debía empezar a

acomodarse en una metrópoli como Bogotá, que en ese entonces contaba con

cinco millones ochocientos mil habitantes y que escritores como Plinio Apuleyo

Mendoza habían calificado como una ciudad “corroída por una lepra de

pobreza y delito” y capital de un país “enfermo y desorientado”.

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Ignorante de todos esos problemas, Ezana se dejó atrapar rápidamente por

Bogotá: se dedicó a recorrer la ciudad en bus, sin importarle mucho perderse

en lugares como el barrio El Cartucho; caminaba horas enteras sin rumbo

definido y empezó a aprender español hablando con las personas “en las

tiendas, mientras tomábamos Águila”. Todavía hoy, con frecuencia, este

hombre solitario y pensativo se dedica a recorrer Bogotá, una ciudad en la que

se orienta con una claridad asombrosa: camina los domingos por la ciclovía o

sube el cerro de Monserrate a pie para hacer ejercicio y observar con

detenimiento la inmensa urbe que lo acoge y lo sorprende día a día.

Recién llegado, Ezana dictaba clases de inglés en el colegio Nueva Granada.

Con excepción de su trabajo, debía recurrir a la traducción de su esposa

cuando no podía hacerse entender en su nueva ciudad, pues él no dominaba el

español y los bogotanos con quienes trataba de conversar no sabían inglés. El

hecho de que en un país como Colombia sólo el 0,08% de los habitantes

domine con excelencia el idioma universal es uno de los asuntos que lo afectó

negativamente y que hoy, once años después de su llegada, todavía no logra

aceptar.

La comunicación, por tanto, resultó la barrera más grande para Ezana, incluso

en las tareas más cotidianas. Por ejemplo, si necesitaba enviar una carta a su

familia, su esposa tenía que decirle exactamente lo que debía preguntar en la

oficina de correos y él lo memorizaba una y otra vez:

–Buenos días, me gustaría enviar esta carta a los Estados Unidos. ¿Cuánto

vale la estampilla?–.

Por su apariencia física, Ezana ha podido mezclarse sin mayor problema en la

sociedad colombiana. Su piel es morena clara, tiene pelo negro corto y

ensortijado y su nariz es redonda e imponente; sus ojos son tan negros que

dan una inequívoca impresión de profundidad, de inquietud sobre las muchas

historias que él tiene por contar. Es acuerpado y sus manos, al saludar,

denotan fortaleza. Es tímido y habla con prudencia: escoge cada palabra de

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manera meticulosa y frecuentemente, mientras conversa, prefiere observar un

punto fijo en algún lugar distante.

No suele usar vestidos tradicionales de su país. Prefiere pasar inadvertido y

lleva un típico traje occidental al trabajo: un pantalón azul, camisa de rayas

blancas y negras, una corbata roja y una chaqueta negra. Tampoco lleva

anillos ni accesorios particulares. En la casa o durante los fines de semana, su

vestimenta se vuelve más informal y, curiosamente, más africana: el día del

almuerzo etiope, llevaba una camisa café de mangas cortas con una serie de

imágenes de animales como zebras y jirafas.

Sus rasgos físicos y sus vestidos occidentales llevan a que el ciudadano común

lo confunda con cualquier otro colombiano. Sólo hasta cuando habla y sale a

relucir su marcado acento es posible determinar con claridad que Ezana no

proviene de este país.

Para demostrar que es africano, el proceso es un poco más largo. En

ocasiones, el conductor de un taxi o el cajero del banco preguntan

indirectamente por su origen, y como desconocen todo sobre África, prefieren

proponer temas de conversación e incluso hablar mal de los propios

colombianos para que Ezana responda con naturalidad, como parte del

diálogo, con información sobre sus compatriotas o sobre su país.

Lentamente, conversando con la gente común y corriente, aprendió a

defenderse en español. Todavía no lo habla a la perfección y él es consciente

de ello. Prefiere comunicarse, si es posible, en inglés. Por eso ahora, desde su

trabajo en la Universidad de la Sabana, dicta sus clases sobre África en ese

idioma: no sólo le queda más fácil a él, sino que también ayuda a sus

estudiantes a practicar una lengua que se habla poco en Colombia.

Un embajador espontáneo

La experiencia de dictar una clase de África en inglés le ha resultado novedosa.

Por un lado, representa una forma en la que él puede mantenerse actualizado

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sobre los sucesos que ocurren a diario en su continente; por el otro, le permite

entender de primera mano los intereses (o el desinterés) de los estudiantes

colombianos por ese mundo desconocido. Es como un puente que él crea entre

el África que añora y Colombia, el país en el que actualmente vive.

Frecuentemente invita a sus amigos africanos para que les hablen a los

estudiantes de cada uno de los países o de los problemas más agudos en cada

región; otras veces lleva fotos y diapositivas de su país para discutir con sus

alumnos sobre lo que ellos ven. Por eso, no le sorprende que una niña afirme

desde la parte de atrás del salón que una foto de un bosque de eucalipto en la

región central de Etiopía se parece a su finca en Guatavita o que otro alumno

argumente, cuando ve la imagen de un barrio de casas pobres en África, que

se asemeja a Altos de Cazucá, en el sur de Bogotá.

Sus alumnos se interesan cuando Ezana habla de su idioma, amárico, y les

enseña unas pocas palabras: ighzeryistlign (gracias o literalmente “Dios lo

recompense de mi parte”), tenastilign (saludo o literalmente “que Él le dé salud

de mi parte”) o wey ye ferenj neger (“ah, las costumbres de los extranjeros”).

También quedan perplejos cuando explica que el año pasado, el 12 de

septiembre, Etiopía celebró con una gran fiesta la llegada del nuevo milenio.

Esto se debe a que el calendario etiope –el de la Iglesia Ortodoxa Copta– es

distinto al de Colombia: la navidad es el 6 o el 7 de enero, el año nuevo se

celebra el 11 o el 12 de septiembre y tiene siete años de retraso en

comparación con el calendario occidental.

Ezana, en el fondo, entiende que sus alumnos sepan muy poco de Etiopía. Al

fin y al cabo, cada cual habla desde su propio mundo. La diferencia está en que

el mundo de Ezana es bastante más grande que el de muchos. No en vano es

etíope, hijo de un eritreo y de una palestina, que se enamoró de una

colombiana en Estados Unidos gracias a un amigo indio y a una amiga

venezolana y que tiene un hijo adoptivo colombiano. Su madre es de religión

anglicana, él es cristiano ortodoxo y su esposa es católica practicante.

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Viaje sabatino al sur de Bogotá

Cuando Ezana habla del centro de la cebolla cabezona, se refiere a lo que más

le disgusta de Colombia: una burocracia extrema que inunda todos los

estamentos de la sociedad y que él ha denominado “xenofobia burocrática”.

Además, no comparte el egoísmo de las personas, que no respetan las normas

mínimas de convivencia.

Explica esto mientras viaja, un sábado por la mañana, hacia el sur de la capital

colombiana. El etíope se dirige al colegio distrital Estrella del Sur, en Ciudad

Bolívar, una localidad en la que, siguiendo la analogía de la cebolla, lo más

sencillo sería llorar. Pero Ezana está feliz. Su paseo sabatino lo saca de su

rutina como docente en la Universidad de la Sabana y lo transporta al lugar

opuesto: una pequeña escuela para niños de escasos recursos que, en 2007,

contaba con 4.050 estudiantes.

El colegio, aunque modesto y muy pequeño para la excesiva cantidad de

alumnos, es hermoso y colorido: sus paredes están decoradas con dibujos de

todos los estilos, desde magos y castillos, hasta hadas y caballeros que viajan

por el universo. El silencio del sábado aumenta también su particularidad: sólo

se escuchan las conversaciones y los juegos de los 13 niños ruidosos y

espontáneos que hoy tienen clase de inglés con Ezana y de algunos

trabajadores que se dedican a limpiar los salones y los baños.

También se escucha, en medio de este paisaje bogotano, la particular voz del

profesor en inglés americano. Ezana trata de acercarse a sus estudiantes, que

tienen entre 12 y 13 años. Les pregunta sobre Millonarios y Nacional, sus

equipos de fútbol preferidos; les enseña vocabulario sobre el Parque El Tunal y

los pone a dibujar en el tablero mientras juegan “Ahorcado”.

Después, deja que salgan a recreo y observa orgullosamente desde una

esquina cómo ellos improvisan un juego con un tubo de PVC y una botella

vacía de gaseosa que encontraron en la calle. Mientras corretean en frente del

salón, muchos hacen alarde de su celular de última tecnología y otros ya

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piensan en divertirse, tan pronto termine la clase, con las populares consolas

de juego de video que ya inundan las calles de Ciudad Bolívar. Aunque no

tengan mucho más que ese moderno celular y a pesar de las dificultades para

suplir sus necesidades básicas, se les nota la alegría.

Y Ezana también está feliz, si bien en el fondo acepta la dificultad de su trabajo:

puede que sus alumnos nunca salgan de Ciudad Bolívar, que continúen con el

ciclo de pobreza que ha llevado a sus abuelos y a sus padres a sobrevivir con

lo mínimo. Los niños, inocentes, no intuyen todavía la magnitud de ese

problema. Ellos se contentan, en el último ejercicio del sábado, con responder

una pregunta sobre sus sueños: unos fantasean sobre estudiar en la

universidad y otros tienen como propósito recompensarles a sus papás todo lo

que ellos les han dado con esfuerzo.

El sueño de Etiopía

La idea de retorno está presente en la vida de Ezana en todo momento; es

como un hilo que lo une a su país de origen y que nunca se rompe, así se

vuelva cada vez más delgado por el paso del tiempo. Vivir de nuevo en Etiopía

es como una deuda que tiene consigo mismo; es demostrar que puede

instalarse de nuevo en una tierra que lo sacó a la fuerza.

Ezana aprovecha cada oportunidad para regresar a Etiopía y nutrirse de nuevo

de la energía que sólo puede proporcionar el país de origen. El aire de las

tierras altas, aromatizado por el fresco olor de los eucaliptos y del café recién

hecho, el caos de una capital globalizada como Addis Abeba –que en amárico

significa “nueva flor”– e incluso los brillantes colores del cielo en diciembre son

recuerdos que guarda con nostalgia de cada una de sus visitas.

En navidad de 2007, Ezana regresó a Etiopía luego de un viaje laboral a

Tanzania. No importó la inversión de alrededor de seis millones de pesos, ni

dejar que su esposa e hijo celebraran la noche del 24 sin él, con tal de sentir la

alegría de estar en su país. Visitó de nuevo Gondar y recorrió las casas

militares de Azozo donde su padre estuvo detenido. Volvió a detallar

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monumentos históricos como los palacios amurallados y la iglesia Debre

Berhan Sillasies y retornó momentáneamente a su infancia, cuando su mayor

entretención era visitar esos lugares.

Ahora que está de vuelta en Colombia, todavía no ha podido desprenderse de

los recuerdos de sus más recientes vacaciones en Etiopía. Es como si todavía

estuviera allá, tratando de fijar en su memoria cada lugar que volvió a

reconocer como suyo y los olores y los sabores del país que tanto añora.

Con cada viaje que realiza, Ezana reafirma cada vez más su esencia etiope. Y

cuando regresa a Bogotá, prefiere seguir soñando con lo que dejó atrás, por lo

menos hasta que la rutina lo obliga a situar su atención en su familia, en el

trabajo en la universidad y en un país que está viviendo una catarsis colectiva

con la liberación de seis secuestrados, víctimas de un conflicto armado que

acumula ya más de medio siglo.

Quizás logre cumplir su sueño de vivir de nuevo en Etiopía, esta vez ya no con

sus padres sino con su esposa y su hijo. Aunque ellos no conocen todavía el

país africano, Ezana está dispuesto a convencerlos para que, como él, se

enamoren de esa nación en el Cuerno de África, con una historia milenaria y

una cultura rica y variada, tan diferente a la de Colombia.

De hacerlo, él no sería más un extranjero, un extraño que ha tenido que

conquistar un entorno distinto, paso a paso, durante once años. Tal vez sea

hora de que Etiopía lo conquiste a él y lo lleve a vivir otra vez en medio de

eucaliptos y palacios históricos. Y tal vez él, conquistado, logre convencer a su

esposa de atravesar un océano completo por amor, así como él atravesó un

continente por ella.

5.1.1 Bitácora de la crónica

El primer africano que conocí en Colombia fue Ezana Habte–Gabr. Llegué a él

en agosto de 2007 a través del currículo de profesores de Colciencias

(Currículo vitae Latinoamericano y el Caribe, Cvlac), donde es posible buscar

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investigadores y profesores universitarios por nacionalidad. Después de hacer

la búsqueda con los 53 países de África, encontré a un grupo selecto de

africanos que trabajan en universidades bogotanas. Les envié un correo

electrónico (a casi todos en inglés) y el único que respondió, casi de inmediato,

fue Habte–Gabr. Sus palabras, todavía hoy, resultan emocionantes:

–Estimado señor Sparrow, para un inmigrante que abre sus ojos en la mañana,

recordando nostálgicamente su patria, una entrevista de esta naturaleza es

más que bienvenida. Con mucho gusto, podría ponerlo también en contacto

con otros.

De ahí en adelante, la relación con el etíope se desarrolló de manera rápida.

Convinimos una cita para el viernes 7 de septiembre de 2007 en la Universidad

de la Sabana e incluso él llamó a mi celular para confirmar nuestro encuentro.

Parecía que los dos estábamos igual de emocionados por la cita.

Ese viernes, él estaba esperándome en su oficina cuando llegué puntualmente,

y hablamos dos horas, de 9 de la mañana a 11 de la mañana. Primero le

pregunté por su procedencia, por su familia y por su vida en Bogotá, pues mi

interés era tener una visión general que pudiera ayudarme a responder unas

preguntas: ¿Qué tan interesante resultaría contar la historia de este hombre?

¿Qué tan abierto estaría a contarle a un desconocido estudiante de la

Universidad Javeriana detalles de su vida? ¿Cómo podría, con base en esos

datos, estructurar mi investigación?

Por eso, desde este primer contacto también le comenté detalles de mi

proyecto y le expresé mi intención de narrar las historias de los africanos que

se han establecido en Bogotá. Aceptó con gusto e incluso contó que una de

sus ideas era poder escribir su propia historia. Ahora, ya tenía quién lo hiciera

por él, de manera objetiva y neutral.

No pasaron tres días desde nuestro primer encuentro y recibí un nuevo correo

electrónico de él, como siempre en inglés:

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–Estimado Thomas, fue genial haberte conocido y haber aprendido de tu

proyecto.

El contacto con Ezana Habte–Gabr se ha mantenido, desde entonces, a través

del e–mail. Sólo hemos hablado por teléfono en dos ocasiones para confirmar

algún lugar en el que habíamos quedado de encontrarnos. De resto, siempre

nos mantuvimos al día en Internet y, pese a la impersonalidad del correo

electrónico, logré promover un contacto cercano.

Este acercamiento a Habte–Gabr resultó desde el principio una ventaja para la

investigación: al tiempo que yo le preguntaba sobre su vida, él también hacía lo

mismo con la mía. Sin mucho esfuerzo, nos dimos cuenta de que teníamos

aspectos en común por el simple hecho de tener sangre de inmigrantes. Eso

permitió que él, con confianza, hablara de su vida y de su pasado y también me

enseñó a mí características de mi padre –un inmigrante inglés en Colombia–

que yo hasta ese momento no había podido comprender.

Es importante hacer una aclaración: si bien el contacto con Habte–Gabr ha sido

muy amistoso y ha resultado en un aprendizaje mutuo, ni él ni yo hemos

perdido de vista que, ante todo, se trata de mi investigación. Por eso, en las

siguientes conversaciones después de la cita inicial hicimos un cronograma

escueto en el que convinimos hablar primero de su etapa como estudiante de

primaria en Gondar y luego sobre sus experiencias en Addis Abeba como

alumno de bachillerato.

Esas dos conversaciones se realizaron en formato pregunta–respuesta con

grabación digital, el 12 de octubre y el 8 de noviembre de 2007. Y aunque

fueron importantes por los detalles que logré recolectar, me sirvieron como

base para cambiar la forma como me acercaría de ahí en adelante al etiope. La

grabación resultó incómoda y tanto él como yo estábamos más preocupados

por la posición de la grabadora que por el contenido. Y también noté que él

observaba con frecuencia ese aparato que tenía cerca y cuidaba cada una de

sus palabras.

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Por esa razón, desde ese momento fomenté encuentros más cotidianos y no

entrevistas formales, aunque sí mantuve un cronograma personal que se basó

en una lista de temas que me interesaba contar de su vida: sus experiencias en

Colombia, su llegada a este país, sus relaciones familiares, su pasado en

Etiopía. Por eso, siempre que conversábamos, procuraba preguntarle por estos

aspectos para que él me diera detalles.

Y también le comenté de mi interés por estar con él en otros ambientes

distintos a su oficina. Así, podría tener muchos más elementos a la hora de

escribir sobre su vida.

Y él, otra vez, aceptó con gusto. Me invitó a que visitara una de sus clases

sobre historia de África; luego lo acompañé un sábado a Ciudad Bolívar, donde

enseña inglés a niños de la localidad; convinimos también en dos ocasiones

tomar un café y conversar en el centro comercial Cedritos, cerca de donde él

vive, y me invitó a un almuerzo típico etiope en su casa. Conocí a su esposa y

a su hijo adoptivo y también hablé con dos de sus amigos etíopes (Ashenafi

Yonas y Yohannis Keddir).

Es importante anotar que siempre que conocí a alguien mientras estaba en su

compañía, el me presentó como un estudiante de la Javeriana que está

realizando una investigación sobre africanos en Bogotá.

Además, le pedí que me prestara libros sobre Etiopía que pudieran ampliar mi

conocimiento sobre su país. Uno de los textos que me entregó (“Held at a

distance: my rediscovery of Ethiopia”) resultó muy importante para la

construcción de mi relato. Es la historia de Rebecca Haile, una mujer etíope

que vivió experiencias similares a las de Ezana. Su padre también sufrió la

persecución de la junta militar en Etiopía y esa situación obligó a la familia a

emigrar hacia Estados Unidos, donde Haile se formó profesionalmente. 25

años después, ella regresó a su país natal de vacaciones para redescubrirlo y

narrar sus experiencias. Es uno de los libros preferidos de Ezana Habte–Gabr,

no sólo por la similitud en las experiencias sino también porque Haile logró lo

que Ezana anhela: escribir su propia historia. El libro impactó tanto a Habte–

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Gabr, que incluso publicó en un portal de Estados Unidos una reseña del libro

que mezcló con su propio relato154.

Habte–Gabr es un conocedor de la historia de Etiopía y ha investigado mucho

sobre esos temas, por lo que nuestras conversaciones giraron no sólo en torno

a su vida y a sus experiencias sino también en torno a su país y al resto de

África. Comentamos los libros que él me prestó, yo le describía los avances en

mi investigación y él me entregaba más detalles sobre su adorada Etiopía: de

su más reciente viaje a su país natal me trajo una tarjeta de navidad en

amárico y me regaló una moneda y un billete de 1 birr del Banco Nacional de

Etiopía. Yo, por otro lado, comencé a escribirle correos electrónicos en los que

incluí algunas palabras en amárico que había aprendido y él me respondió

rápidamente:

–Hola, Thomas. ¿Endemineh? (¿cómo estás?) Es excelente ver cómo

aprendes algo de amárico. Debo ponerme como tarea enseñarte algunas

palabras cada vez que nos veamos. ¿Cuándo podemos encontrarnos? (…)

Dehenahun. (hasta luego).

El hecho de haber forjado una relación cordial y amistosa con Habte–Gabr tuvo

un inconveniente inicial: como se trataba de reuniones cotidianas en las que

hablábamos de muchos asuntos, no sentí la suficiente confianza para tomarle

fotografías. Hasta no tener todos los datos que necesito para escribir la crónica

–pensé en su momento– no quiero que él se vaya a sentir incómodo por el

hecho de que debo tomarle una fotografía. Eso me llevó a esperar hasta que

hubiera construido una relación de confianza para pedirle ese favor. Ante todo,

nunca quise que en el ambiente quedara la idea de que se trataba de una

investigación en la que el periodista simplemente pregunta, fotografía y se va.

En una crónica, hay otros aspectos que merecen ser tenidos en cuenta y el

primero de ellos es que el personaje deje de considerar al periodista como un

extraño que viene a sonsacarle datos de su vida.

154 La historia de Ezana se puede encontrar en

http://www.speroforum.com/site/article.asp?idcategory=31&idSub=113&idArticle=10373.

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Como conclusión de esta parte metodológica, considero que el acercamiento a

un personaje sobre el cual uno va a escribir debe hacerse en dos vías: por un

lado, se debe fomentar una relación amable y de confianza recíproca. Si el

cronista sólo le pide detalles de su vida en formato pregunta–respuesta, el

personaje puede sentirse en desventaja y como si estuviera simplemente

respondiendo de manera escueta a un cuestionario. Eso resulta conveniente

para una entrevista o una noticia, pero no para una crónica. Por eso, es

interesante que el periodista también hable sobre sus propias experiencias y

fomente diálogos en los que ambos puedan aprender. De esa manera, entre

otras cosas, el entrevistado mantendrá su interés en reunirse con el periodista.

Y también, en medio de esas conversaciones, saldrán a relucir gestos,

palabras y acciones que resultan fundamentales a la hora de describir a un

personaje.

Por el otro lado, el cronista nunca debe perder de vista que, ante todo, está

realizando una investigación. Y debe hacérselo caer en cuenta también al

entrevistado. Así mantendrá la distancia necesaria para describir a un

personaje de la manera más completa posible. Por eso, así procure hablar

informalmente con el personaje, debe tener un plan de trabajo muy bien

organizado desde un comienzo. Al final, cuando redacte su crónica, tendrá la

información que necesita.

Cuadro número 3: Cronograma de encuentros con Ezana Eyassu Habte–Gabr

Fecha Lugar Hora

7 de septiembre de 2007 Universidad de la Sabana 9–11 a.m.

12 de octubre de 2007 Universidad de la Sabana 8:45–11:30 a.m.

8 de noviembre de 2007 Universidad de la Sabana 10 a.m. – 3 p.m.

10 de noviembre de 2007 Ciudad Bolívar 9 a.m. a 1 p.m.

10 de enero de 2008 Centro Comercial Cedritos 3:30– 5:30 p.m.

2 de febrero de 2008 Casa de Ezana Habte–Gabr 12 m. a 6 p.m.

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26 de febrero de 2008 Centro Comercial Cedritos 7–9 p.m.

7 de mayo de 2008 Casa de Ezana Habte–Gabr 6:45 –9:30 p.m.

21 de mayo de 2008 Museo Nacional 9:00 – 12:30 p.m.

Planeación previa de la estructura de la crónica Antes de escribir la crónica es importante que el cronista tenga una estructura

de lo que va a narrar. Conviene preguntarse si va a escribir un relato

cronológico o si va a hacer saltos de tiempo; si va a empezar con una

descripción, con una anécdota o algún suceso revelador; qué título le gustaría

ponerle; cuál podría ser un buen final e incluso qué aspectos del personaje

(físicos, psicológicos) quiere destacar y en qué punto.

En el texto sobre la vida de Ezana Eyassu Habte–Gabr, yo decidí desde un

comienzo que necesitaba hacer saltos de tiempo. La razón es que la vida de

Habte–Gabr se desarrolla en una especie de péndulo que viaja entre Colombia,

Estados Unidos y Etiopía. Y no sólo físicamente, pues el etiope también viaja

entre esos lugares en sus sueños y pensamientos. Puede estar físicamente en

Colombia, pero su mente continúa en Etiopía o viaja a donde sus padres en

Estados Unidos. Su vida pareciera no ser cronológica, sino pendular o incluso

circular.

Esa característica quería resaltarla no sólo en la narración, sino también en la

estructura de la crónica, que debe ser intencional.

Un segundo aspecto en cuanto a la estructura consistía en definir un buen

comienzo y un buen final. En cuanto a los primeros párrafos, escogí la reunión

en la casa de él para almorzar porque refleja de manera más clara cómo

Habte–Gabr es un hombre globalizado y cómo se ha adaptado a una vida en

Bogotá; además, porque con esa imagen podía describir también los aspectos

básicos de su vida en Colombia: su hogar y su familia.

La primera escena de la crónica tiene, así mismo, otro propósito: indicar que

Ezana Habte–Gabr, el hombre que está situado en la cabecera de la mesa del

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comedor, va a ser el personaje central del relato. La imagen del jefe de la casa

repartiendo la comida sirve como un símbolo de la importancia que esta

persona tendrá durante todo el texto.

El final, por su parte, respondió al sueño que tiene el etíope de regresar a su

país natal, de cerrar ese círculo que empezó cuando debió salir de él el 11 de

noviembre de 1984. Así como la crónica comienza con su vida acá en

Colombia, él espera que su estadía en el país concluya con su viaje de regreso

a Etiopía.

Cada uno de los apartados del relato debía cumplir con dos propósitos: por un

lado, tener una estructura propia, con un comienzo y un desarrollo; el final no

era tan importante en cada uno de ellos, porque dejarlos abiertos permitía

hilarlos unos con otros. El hilo conductor es, precisamente, el segundo aspecto:

cada apartado debía cumplir su función como parte de un relato. La idea

general con esta estructura consistía en contar mini–relatos dentro de un relato

mayor.

Cada mini–relato corresponde a los aspectos principales de la vida de Habte–

Gabr en Bogotá y a los recuerdos que él carga de su país sin importar dónde

esté. Además, corresponden a aspectos que pueden hilarse claramente, ya sea

de manera temática o cronológica. Por ejemplo, la narración del almuerzo típico

etíope antecede sus vivencias en Gondar (relación temática: Etiopía), y su

llegada a Bogotá precede el viaje sabatino a Ciudad Bolívar (relación temática

–Colombia– y cronológica). El último mini–relato regresa de nuevo a Etiopía y

cierra el círculo narrativo.

Por lo anterior, tanto Etiopía como Colombia son elementos centrales de la

narración. El relato comienza y termina con sucesos que ocurren en Colombia,

pero que se refieren a Etiopía y a la forma como Habte–Gabr mantiene vivas

sus sensaciones sobre su país natal a pesar de estar lejos de él. El segundo y

el penúltimo mini–relato destacan aspectos que ocurren sólo en uno de los dos

países: la infancia en Gondar no incluye a Colombia y su viaje sabatino a

Ciudad Bolívar no presenta relación explícita con Etiopía. El mini–relato

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restante es el que une los dos países, pues se trata de la llegada de un etíope

a Colombia.

Un último aspecto de la narración, tal vez el más difícil, era la titulación. ¿Cómo

podía titularse creativamente la vida de un etíope en Colombia sin caer en

lugares comunes? La respuesta me la dio el protagonista de la historia con un

símil que comentó alguna vez: “Colombia es como una cebolla cabezona”.

¿Qué mejor manera de resumir lo que este extranjero piensa del país que lo ha

acogido?

Es importante destacar que la investigación sobre la vida del etíope no terminó

con la escritura de la crónica. Por el contrario, seguí hablando con él y

recabando datos. Esto lo hice con el fin de comprobar la veracidad de lo que

había escrito en la crónica y de darle mayor precisión a algunos detalles que

me interesaba destacar, como aquellos que están en su casa. De esa manera,

por ejemplo, pude comprobar que un adorno de su sala no tenía la imagen de

un ave llamado somorgujo, como yo había creído, sino que se trata de un ibis.

Sin duda, la mirada en las visitas posteriores a la escritura fue diferente a la

que tuve mientras investigaba. Ya lo importante no era dirigir la información

hacia lo que estaba planeando redactar, sino trabajar sobre lo que ya estaba en

papel, pulir cada detalle para que no le faltara nada.

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Diagrama número 1: estructura de la crónica “Colombia es como una cebolla cabezona”

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5.2 “Yo soy más colombiano que cualquier otro colombiano”

Lo más hermoso que Shoukry Salib Awadalla ha visto en mucho tiempo es el

nacimiento de un pequeño riachuelo que descubrió antes de Semana Santa en

el jardín de su casa, en las afueras de Bogotá. Perceptible sólo por el tenue

sonido del agua que empieza a correr por la montaña, y escondida de la vista

por rocas, maleza y árboles de bambú, el hermoso arroyo se ha convertido en

un tesoro para Awadalla, quien todavía no encuentra las palabras adecuadas

para explicarles a sus familiares en Egipto, un país desértico, cómo en su

propia casa halló un nacimiento de agua.

También en el norte de Bogotá, Ramzy Alphonse Hanna recuerda cómo,

cuando llegó a Colombia en 1986, le impresionaron el verde de las plantas y

los colores vivos de las flores que dominan durante todo el año la naturaleza en

este país tan diferente al suyo. Por eso, en medio del gris paisaje urbano del

barrio San Cristóbal Norte resaltan las escarpadas montañas que se ven a lo

lejos desde la urbanización donde vive, cuya vegetación ha sido arrasada en

algunos lugares por los barrios de invasión, y las jardineras con violetas a la

salida de su casa.

Tanto Shoukry Awadalla como Ramzy Hanna son egipcios que cambiaron el

desierto y la aridez de su país natal por el verde en su país de adopción. Con

ese cambio, también trocaron la estabilidad en el lugar que los vio crecer por la

aventura y la novedad en un rincón desconocido de América Latina, una nación

que los ha acogido y donde han echado raíces –como las plantas– que se han

fortalecido con el tiempo.

Una cita con los faraones del antiguo Egipto En sus manos, Ramzy Hanna tiene uno de sus objetos más preciados. Se trata

de un tubo café que recuesta con cuidado sobre uno de los sofás vinotintos en

la pequeña sala de su casa, en el barrio San Cristóbal. De él, extrae

lentamente una serie de papiros naturales del antiguo Egipto, que trajo de sus

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visitas a su país natal junto con dos bustos en alabastro de Nefertiti y

Tutankamón, ubicados en una pequeña mesa de vidrio al lado del sofá.

El primero que muestra con orgullo es uno

con la imagen de la entrada de Abu Simbel,

un templo excavado en roca que ordenó

construir el faraón Ramsés II y cuya obra

fue concluida aproximadamente en el año

1220 a.C. Ramzy con un papiro

Su color dorado, brillante en la oscuridad, y el olor del papiro, una mezcla entre

el aroma de las plantas y el de los libros que han sido guardados por mucho

tiempo, dan cuenta de su valor y de su importancia.

Poco después desenrolla otro de sus

tesoros. Es una ilustración del Juicio de las

Almas, en el que una princesa vestida de

blanco es enjuiciada por las acciones

realizadas en vida.

Papiro antiguo

Una balanza, con un corazón y con una pluma, determina si la princesa puede

pasar al siguiente nivel y si recibe la llave de la vida eterna: si hizo mal, baja el

corazón, pues significa que sus pecados en vida prevalecieron sobre sus

buenas obras; en cambio, si la pluma baja –normalmente más liviana que el

corazón–, significa que la princesa es una persona pura.

El papiro tiene colores brillantes y limpios, que contrastan con los diferentes

tonos de café y con una textura algo carrasposa. Más allá de su belleza física,

este objeto representa para Hanna la justicia, un tema significativo para él dado

que estudió y ejerció por algunos años el derecho, con la intención –como él

afirma– “de cambiar el mundo y de hacer lo justo y lo correcto”. También

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estudió comercio y se dedicó a una de sus pasiones, trabajar en turismo, hasta

que todo cambió cuando emprendió el viaje a Colombia.

Los papiros, además de lo que representan para Hanna, le han servido para

dictar charlas en diferentes universidades de Bogotá sobre los detalles de la

historia de una de las más importantes civilizaciones antiguas. Con la

experiencia de conocer de primera mano el país –por haber nacido y vivido

allá– y con el conocimiento de su historia y de sus emblemas –por su trabajo

en turismo–, Hanna les explica a los estudiantes detalles poco conocidos del

antiguo Egipto como el origen de la palabra papiro o los inventos en medicina,

en las artes o en arquitectura.

Para Hanna, además, la historia antigua de su país, desarrollada en suelo

africano, representa un orgullo. Por ello explica vehementemente, en su

español poco fluido y con su particular tono de voz, ronco y agudo a la vez, que

“es más orgullo para un egipcio ser descendiente de faraones que tener

descendencia árabe. Son más de 3.000 años de historia faraónica. ¿Cómo voy

a negar eso? “.

Y también, a pesar de su tono de piel blanco y de sus rasgos físicos más

próximos a Europa que a África, reconoce que “Egipto es un país africano, y en

África somos morenos o negros, no somos monos. Los monos son de Francia

o de Inglaterra, pero un africano es moreno o negro. No voy a negar mi color ni

mi piel”.

Té con caramelo en las afueras de Bogotá Mientras las manos de Ramzy Hanna se encargan de enrollar y desenrollar los

papiros históricos, las de Shoukry Awadalla señalan los detalles más

importantes de su casa, encumbrada en un lujoso conjunto residencial que se

esconde en medio de la abundante vegetación de los cerros orientales de

Bogotá.

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Con una de sus manos sostiene una taza verde, de la que sale el delicado hilo

de vapor de su té con caramelo. La taza, al igual que la vajilla, la trajo de su

país y tiene una imagen de Tutankamón y su esposa. Con la otra mano resalta

las incrustaciones de nácar de un biombo, de una silla y de un baúl en madera

recién importados de Egipto y que próximamente, cuando los desempaque,

adornarán la sencilla sala de su casa, donde vive solo.

Afirma, sin muchas pretensiones, que

prefiere tener su casa con pocos

adornos y las paredes blancas e

intactas para poder disfrutar del

cuadro maravilloso que pintó Dios con

la naturaleza.

Casa de Shoukry Awadalla

Mientras dice eso, se voltea para observar a través del amplio ventanal de la

sala, y aprecia la obra de arte más importante de su casa: los riscos verdes

oscuros de una montaña, los rayos del sol que dibujan el contorno de las

nubes, los árboles que se mecen por el susurro del viento y las flores color

naranja de los “Ojos de Susana” que trepan por su terraza.

La tranquilidad de su casa, que a la entrada tiene dos columnas de piedra en

honor a los famosos pilares de la ciudad portuaria de Alejandría, representa

para Awadalla un descanso de su exigente trabajo como médico pediatra

endocrinólogo, al que dedica seis de los siete días de la semana. Recibe

pacientes por la mañana, por la tarde y a veces por la noche; contesta

llamadas en todo momento y son frecuentes las ocasiones en las que debe

dedicar buena parte de su tiempo a explicar su origen y por qué ahora está en

Colombia.

A pesar del ritmo de vida que lleva, Awadalla es un hombre alegre y sonriente,

que habla profusamente de su país y explica con soltura detalles de su vida.

Cuenta con su acento árabe que nació el 23 de agosto de 1957 en Zagazig,

una ciudad en el delta del río Nilo, donde vivió con sus padres hasta que se

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trasladó a El Cairo a estudiar. Describe los trabajos que debió soportar cuando

trabajó en Suez como militar y médico del ejército de su país y recuerda

anécdotas de su infancia y adolescencia como la muerte del emblemático líder

Gamal Abdel Nasser, a quien él considera un dios.

Y también, como parte de sus narraciones, recuerda las coincidencias que lo

alejaron de Egipto en junio de 1986 para luego aterrizar en Colombia, una

nación en crisis a causa de la violencia política y devastada por dos sucesos

ocurridos a finales de 1985, que marcaron para siempre la historia del país: la

erupción del Volcán Nevado del Ruiz –y la consecuente desaparición de

Armero– y la toma del Palacio de Justicia por el grupo guerrillero M–19. La llegada a Colombia de Ramzy Hanna

Diez años antes de la llegada de Shoukry, la vida le había empezado a cambiar

a Ramzy Hanna. Hasta ese momento, sus 35 años de vida habían transcurrido

con pocos sobresaltos: su infancia la pasó entre Suez, donde trabajaba su

padre en la compañía petrolera Shell, y El Cairo, donde estuvo desde que

empezó la secundaria. Hacía parte de clubes sociales, jugaba fútbol con

frecuencia y completó con éxito sus dos carreras en la universidad de Ain

Shams.

Todo comenzó a cambiar mientras trabajaba en el Ministerio de Trabajo de su

país. En 1976 fue invitado a participar en un congreso de dos meses con

funcionarios de los ministerios de varias naciones del mundo. Allá, en medio de

las reuniones, una santandereana de nombre Celina le llamó la atención por

ser católica –como él– y por ser una persona introvertida –como él–. Se

enamoraron y tras un año de relación, el 23 de enero de 1977, Hanna se casó

con ella en una iglesia católica de El Cairo.

Los primeros diez años de matrimonio transcurrieron en la capital de Egipto.

Hanna cambió de trabajo varias veces hasta que encontró la estabilidad como

gerente de una agencia de turismo y Celina, mientras tanto, criaba a Alain y

Roger, los dos hijos colombo–egipcios de la pareja que nacieron en esa

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esquina de África y que hoy son ingenieros aeronáuticos. También hicieron

algunos nexos con la comunidad colombiana en Egipto y en especial con el

cónsul Carlos Lozano, quien se convirtió en amigo personal de la familia.

En 1986 decidieron cambiar la estabilidad de Egipto para que Celina pudiera

volver a estar cerca de su familia. La idea inicial de Hanna, como agente de

turismo, era viajar entre Egipto, donde tenía sus negocios, y Colombia, donde

estaría su familia. El tiempo, su esposa y sus hijos terminarían convenciéndolo

de dejar su país para siempre.

Pero antes de establecerse definitivamente en Colombia, Ramzy Hanna realizó

una última labor en El Cairo. Gracias al puente que realizó el cónsul

colombiano Carlos Lozano, Hanna ayudó desde su oficina de turismo a

Shoukry Awadalla, un egipcio que quería realizar a Colombia el primer viaje al

exterior de su vida. Pensaba quedarse en este país unas semanas como

turista, para luego continuar a Francia, donde planeaba realizar sus estudios de

posgrado en medicina. 22 años después de esa experiencia, tanto Hanna como

Awadalla continúan en Colombia.

Shoukry Awadalla y el suceso con dos sospechosos de narcotráfico

En la madrugada del 6 de julio de 1985, el carguero de bandera hondureña

“Sky”, que viajaba de Grecia a Yemén del Norte, debió detener su marcha en el

puerto de Suez, en Egipto. Allá, unos agentes de la Policía de Investigaciones

requisaron el barco y encontraron seis toneladas de hachís ocultas en llantas

de carro, que a su vez se hallaban camufladas bajo un cargamento de latas de

salsa de tomate.

Como medida de prevención, toda la tripulación del barco fue detenida de

inmediato. Tres tanzanios, tres egipcios, un chileno y dos colombianos fueron

encarcelados, con la amenaza clara de que, de ser encontrados culpables por

narcotráfico, morirían en la horca.

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Los dos colombianos eran el cartagenero Germán Salguero, quien tenía en ese

entonces 38 años y trabajaba como tercer ingeniero, y su novia, Isabel Cristina

Rojas, de 21 y cocinera de la embarcación. Se habían conocido alrededor de

tres años antes en Trinidad y Tobago y, sin saber el producto ilegal que llevaba

el barco, habían aceptado trabajar en el “Sky”.

Cinco semanas después del suceso, la embajadora colombiana en El Cairo,

Virginia Obregón, se enteró de la suerte de sus dos compatriotas cuando leyó

la noticia en un periódico local. Comisionó al cónsul Carlos Lozano y éste, a su

vez, buscó a algún egipcio que conociera de primera mano Zagazig, en cuya

cárcel permanecieron recluidos por un tiempo Germán Salguero e Isabel

Cristina Rojas.

Para ese entonces, Shoukry Awadalla estaba viviendo en El Cairo. Había

estudiado medicina general y también había cumplido con la obligación del año

rural y con tres años en el Ejército. En la capital, además, mantenía contacto

con una profesora francesa de música que, coincidencialmente, conocía a

Carlos Lozano. Cuando el cónsul le preguntó a la francesa si sabía de alguien

de Zagazig, ella inmediatamente pensó en Awadalla. Gracias a la ayuda de su

nuevo amigo egipcio, Lozano pudo acercarse a los dos colombianos

encarcelados y realizar todos los trámites para que fueran liberados y no

perecieran en la horca. También, de paso, tanto el cónsul Lozano como los

prisioneros Salguero y Rojas le fueron hablando a Awadalla de Colombia, un

país del que sabía pocos detalles, y lo convencieron de realizar un viaje de

turismo al país sudamericano.

Shoukry decidió arriesgarse y emprender el viaje a Colombia. Al fin y al cabo,

no tenía mucho que perder. Hacía poco tiempo había terminado con su novia a

la fuerza, por ser ella musulmana y él cristiano ortodoxo; también estaba

planeando un viaje a Francia, para realizar una especialización, y una visita a

Colombia le parecía más que interesante. Así que tomó sus maletas, en ellas

metió todos sus objetos valiosos e inició su travesía sin regreso.

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Llegó a Bogotá para quedarse en la casa de la familia del cónsul, y desde su

primera comida, el nuevo país le impresionó. Un tamal lo llevó a preguntarse

qué tan atrasado podía estar Colombia para que sus habitantes tuvieran que

envolver los alimentos en una hoja de plátano. Todavía hoy, este hombre

vegetariano no le encuentra el atractivo a la comida colombiana. Afirma que

puede ser apetitosa, pero que no es agradable a la vista ni está bien servida.

Prefiere deleitarse con sus platos preferidos de la cocina italiana.

Poco a poco, Awadalla fue adaptándose a Bogotá. Conoció el Hospital

Lorencita Villegas de Santos y le gustó tanto que decidió realizar su

especialización en pediatría en Bogotá; también conoció a Marcela Gutiérrez

de Piñeres, una amiga de los Lozano, de quien se enamoró y con quien tuvo

una hija, Laila, que nació mientras él realizaba una segunda especialización –

esta vez en endocrinología– en Francia. Laila actualmente tiene dieciséis años

y es una joven extrovertida, de pelo ensortijado, que estudia en el colegio

Santa Francisca Romana de Bogotá.

Su amor por Marcela no duró tanto como él esperaba en un comienzo y

después de algunas dificultades, decidieron separarse. No fue la única

separación del egipcio. Después de una segunda relación amorosa, esta vez

con una mujer de Santa Marta de la cual nació su hijo Yasser Gabriel, de cinco

años, ahora vive solo en su preciosa casa de la Floresta de la Sabana. Afirma

que las mujeres colombianas no entienden ni aprecian los aspectos más

importantes de la vida y prefieren detenerse en banalidades; sueña también, en

un futuro, con poder casarse de nuevo, pero esta vez con una egipcia.

Mientras tanto, se emociona con ver a sus dos hijos cuando lo visitan en su

casa. Observa a Yasser Gabriel mientras busca insectos en el inmenso jardín y

se alegra cuando Laila invita a sus amigas del colegio a pasar el fin de semana

con él. Con frecuencia salen juntos a almorzar en el Parque de la 93 o él los

lleva de paseo a lugares como Villa de Leyva.

Dos momentos de llanto

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El 10 de febrero de 2008 fue una fecha importante para Egipto y un momento

muy especial para Ramzy Hanna. Ese día, con un gol en los últimos minutos

del partido, la selección de fútbol de Egipto se convirtió en campeona de la

Copa Africana de Naciones, un torneo que se disputó en Ghana. De paso, con

el triunfo sobre Camerún, el país del norte de África se convirtió en el más

ganador del continente.

En El Cairo, miles de egipcios salieron a las calles a celebrar. Ondearon

banderas del país, detuvieron el tráfico y celebraron el triunfo, que un medio de

comunicación local describió como “los faraones son los reyes de África”.

A once mil kilómetros de distancia, Ramzy Hanna también se alegró con el

triunfo. Con lágrimas en sus ojos disfrutó en Bogotá la victoria de su selección

y sintió la nostalgia de quienes se sienten orgullosos de su país estando muy

lejos de él. También recordó momentos de su infancia y adolescencia, cuando

una de sus pasiones era jugar fútbol. Estuvo cerca de llegar a ser profesional,

hasta que una lesión en su pierna truncó sus ilusiones.

Pocas semanas después del triunfo egipcio, las lágrimas volvieron a correr por

las mejillas de Hanna. Esta vez, sin embargo, la situación era completamente

distinta y él lloró no de alegría, sino por las crueldades de la guerra en

Colombia. El 27 de febrero, en algún lugar de la selva, cuatro secuestrados

políticos de las Farc recobraron su libertad tras varios años de sufrimiento y

dolor. El mundo pudo observar el drama de los cuatro liberados, y se

sorprendió de manera especial –como Ramzy– por el caso de Gloria Polanco,

una mujer que fue secuestrada con dos de sus hijos el 26 de julio de 2001 y

cuyo esposo fue asesinado mientras ella sobrevivía en la selva.

Estos dos sucesos demuestran cómo Ramzy, egipcio de nacimiento y de

convicción, se mueve entre los sentimientos que lo atan a su país de origen y

aquellos que le recuerdan su nuevo hogar, Colombia. Por eso también afirma

con convicción que él es más colombiano que todos, porque escogió este país

para vivir mientras otros nacieron en él sin haberlo escogido.

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En Colombia, Ramzy mantiene una vida tranquila. Con 67 años, dedica la

mayor parte de su tiempo a su familia. Almuerza casi siempre en su casa,

donde Celina le prepara el almuerzo; va con sus hijos y su esposa a la

parroquia católica Wenceslao, a una cuadra de su casa, todos los sábados; y

también le dedica tiempo a su nieta Geraldine, de 11 años, a quien le explica

con frecuencia detalles de la historia de Egipto.

Además, dedica tiempo suficiente a su trabajo como vendedor de libros para

universidades. Su empresa El Lector Limitada le ha servido como sustento

desde que sufrió su única decepción en este país. A los pocos meses de

haberse instalado llegó a un acuerdo verbal para trabajar como gerente de una

empresa de turismo –tal como lo hacía en Egipto–, pero en el último momento

le cerraron las puertas y lo dejaron “en la calle”. Desde ese entonces, Ramzy

afirma que “la palabra y la promesa no sirven de nada”.

Un cristiano que se levanta con el Corán

Shoukry Awadalla comparte la opinión de Ramzy Hanna sobre los

colombianos. No entiende cómo en este país las personas se sienten bien

evadiendo las leyes mínimas de convivencia y cómo un hombre que se pasa un

semáforo en rojo o que no respeta una fila es visto comúnmente de manera

positiva, “como un vivo”, y no como un infractor. Además, argumenta que en

Colombia la lealtad no existe y que un amigo no es capaz de morir por otro,

como sí sucede en Egipto.

A estas conclusiones llegó Shoukry después de 22 años de estar en Colombia

y de sentirse tan colombiano como cualquier otro. Incluso, hace algún tiempo

tomó la decisión de nacionalizarse en este país, así en el proceso el

Departamento Administrativo de Seguridad (DAS) le cambiara el nombre por

Shokery.

Hoy, Shoukry reparte sus días entre su consultorio privado cerca del Parque de

la 93, sus viajes a congresos de medicina, sus dos hijos y los jardines de su

casa en la Floresta de la Sabana. Dicta clases en la Fundación Universitaria de

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las Ciencias de la Salud y recorre la ciudad en su camioneta. Cada día, en un

solo trayecto, viaja más de cien cuadras entre su casa y su trabajo, pero lo

hace con gusto. No le molesta el tráfico y lo define como un paraíso en

comparación con el de El Cairo.

Foto: Encuentro cultural colombo–árabe, noviembre

2006

También, sin importar mucho el tiempo

o los gastos en los que debe incurrir,

participa en actividades organizadas

por la embajada de Egipto en

Colombia o por la comunidad árabe en

el país.

En ellas realiza conciertos de laúd, un instrumento que toca desde su juventud

y con el que interpreta tanto canciones de música árabe como temas

tradicionales colombianos.

A pesar de sus múltiples actividades, también le dedica tiempo a otras

costumbres que le recuerdan su vida en Egipto. Todas las mañanas, por

ejemplo, este hombre cristiano se levanta con la reproducción del Corán en un

CD, un hábito que le hace pensar en las mañanas en que se despertaba en su

país con el llamado a oración de la mezquita. Esa práctica es un secreto que

sólo comparte con sus amigos colombianos, pues resulta inaceptable en Egipto

que mezcle su cristiandad con la lectura del texto por excelencia de los

musulmanes.

Y mientras admira los paisajes de su casa, “donde viaja la vista”, también

escucha música en árabe que trae de algunos de sus viajes a Egipto, u hojea

algunos libros que luego decoran la mesa central de la sala de su casa, como

uno sobre la historia milenaria del antiguo Egipto. Las raíces

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Cuando Geraldine visita a su abuelo, Ramzy Hanna, frecuentemente le

escucha las maravillas que él le narra de Egipto y cómo a pesar de los

problemas que hay en esa nación, es un país grande que todo el mundo

conoce.

Laila Awadalla también se siente orgullosa de su ascendencia, hasta tal punto

que incluso muestra una foto de ella en Egipto con una de las pirámides de

fondo. Con frecuencia, además, se entera de las anécdotas que narra Shoukry

sobre su vida en Egipto. Una de ellas es la historia de su abuelo, quien desde

los 60 años se dedicó a preparar su muerte: compró un terreno, mandó a

construir la cúpula y ordenó tejer y decorar la mortaja. Su bisabuela también

siguió la misma costumbre y guardó con recelo, desde su juventud, el vestido

blanco y elegante con el que quería ser sepultada. Las dos jóvenes –Laila y Geraldine– se han convertido en la razón más fuerte

para la permanencia de los dos egipcios en Colombia. Ya Ramzy cumplió su

cometido de educar a sus hijos y ahora disfruta con el crecimiento de su nieta.

Él sabe que no volverá a vivir en Egipto. Allá no tiene casa ni negocios y su

lealtad está con sus allegados acá, por lo que resalta con convicción: “Yo estoy

donde está mi familia”.

Shoukry, por su parte, dedica su atención y sus esfuerzos a ese mismo

cometido: ver crecer a Laila y a su pequeño Yasser Gabriel. En últimas, son las

raíces que se han fortalecido en Colombia, raíces colombo–egipcias, que hoy

los mantienen en este país y muy lejos del suyo.

5.2.1. Bitácora de la crónica Cuando le pregunté a una de mis compañeras de clase si conocía a algún

egipcio para mi trabajo de grado, me comentó sorprendida: “¿Egipto? ¿Acaso

tu crónica no es sobre africanos en Colombia?” El error de mi compañera no es

gratuito. Egipto ha estado ligado histórica y culturalmente al mundo árabe y la

impresión que muchos tienen es que es un país que pertenece más a Medio

Oriente que a África.

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De todos modos, la pregunta aumentó mi interés por conocer a egipcios que se

hubieran radicado en Bogotá. ¿Se consideraban africanos? ¿Qué nexos

tendrían con el continente en el cual se ubica el país geográficamente? No hay

que olvidar que Egipto también tiene nexos importantes con África, entre los

que se destaca su desarrollo estado ligado a dos emblemas del continente: el

río Nilo y el desierto del Sahara.

El estilo seco y cerrado de Ramzy Hanna

A diferencia de otros africanos, encontrar egipcios no fue una tarea difícil.

Como Egipto tiene embajada en Bogotá, con una llamada conseguí el teléfono

de Ramzy Hanna, el vendedor de libros que colecciona papiros antiguos. Lo

llamé y accedió a darme una entrevista. Todo parecía sencillo, como con los

otros africanos, pero Ramzy resultó ser una persona de pocas palabras, algo

rígido e introvertido.

Siempre nos encontramos en su casa en el barrio San Cristóbal, en el norte de

Bogotá. Él siempre se sentó en el mismo lugar de la sala, en la misma posición

y simplemente se limitó a responder mis preguntas. Desde la primera vez me

preguntó si pensaba grabar la entrevista o si tomaría apuntes. En otras

palabras, nunca se trató de una conversación amable y sin protocolo, sino todo

lo contrario: fue una serie de encuentros que se desarrollaron entre mis

preguntas y sus respuestas. Nada más.

Esto tuvo dos efectos: uno positivo, en la medida en que pude documentar con

mucha fiabilidad lo que él me decía. Prácticamente todo está en formato digital,

por lo que pude tomar citas directas para usar en la crónica. Sin embargo, la

rigidez impidió que pudiera tener otros detalles de él o que lo viera en otros

lugares distintos a la sala de su casa.

¿Cómo buscar que una persona difícil le hable a uno y le cuente detalles de su

vida? Intenté muchas fórmulas: le comenté que quería hablar con su esposa

para conocer su experiencia, le pregunté si podía acompañarlo a misa un

sábado e incluso si podía mostrarme un álbum de fotos de su vida en Egipto.

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En todos los casos se negó (argumentando, por ejemplo, que no le gustaban

las fotos) o simplemente no respondió.

La tarea, entonces, resultaba más difícil de lo esperado, especialmente porque

su historia merece ser contada. Quería narrar detalles de su vida, pero él no

me los daba. La solución, ante tantas dificultades, fue continuar con las

entrevistas y en vez de forzar algún tema en específico (nunca quiso hablarme

de la situación política en su país, por ejemplo), decidí narrar aspectos de la

persona que tenía en frente. En otras palabras, no se trataba de dirigir las

conversaciones hacia lo que yo quería escuchar, sino dejar que él hablara y

demostrara rasgos de su personalidad. Así, yo podía escribir en mi historia que

él es una persona difícil, que no habla mucho y que no da muchos detalles. Sin

darme cuenta, tenía en mis manos una de las características fundamentales de

Ramzy, y yo quería cambiarla.

La investigación con Ramzy Hanna presentó un inconveniente adicional. La

segunda entrevista, precisamente en la que hablamos de manera más cómoda,

no quedó grabada en mi dispositivo digital. De eso sólo me di cuenta un mes

después, cuando me senté a transcribir la entrevista. No había tomado apuntes

durante la conversación y por el tiempo que había pasado tampoco me

acordaba de todo lo que habíamos hablado. Sólo tenía unos cuantos

comentarios que apunté de afán en el cuaderno que me sirve de bitácora de

cada uno de mis encuentros con africanos.

Mi falla me enseñó una lección metodológica: así uno tenga el recurso de la

grabadora digital, es fundamental tomar apuntes o palabras clave. Por ello, en

la siguiente entrevista no sólo retomé algunos detalles que me permitieron

acordarme de lo que habíamos hablado anteriormente, sino que llevé un

formulario impreso en el que registré pormenores que él me contaba. Resultó

un buen experimento: transcribí la entrevista y la complementé con lo que no

estaba en la grabadora, pero sí en mis apuntes.

El estilo contrario: la historia de Shoukry Awadalla

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A Shoukry Awadalla lo encontré por casualidad. Una familia de origen árabe, a

cuyos hijos les dicto clases de alemán, me comentó que alguna vez, hace

mucho tiempo, un conocido les había hablado de su cuñado egipcio. El

problema residía en que ya no eran cuñados, pues su hermana y el egipcio se

habían separado. De todos modos, la familia árabe intentó llamar a Shoukry

Awadalla y él aceptó ayudarme en la tesis, siempre y cuando nos

encontráramos en un horario no laboral.

Y así fue. Cada una de las veces que nos reunimos, lo hicimos en un fin de

semana. Me invitó a almorzar dos veces en el Parque de la 93 –una de ellas

con su hija Laila– y en Semana Santa conocí su casa en Floresta de la

Sabana. Las conversaciones con Shoukry fueron opuestas a las de Ramzy,

pues habló con mucha facilidad de su vida en Egipto y de sus momentos más

significativos en Colombia. No intimamos al principio, como es obvio, pero a

medida que fuimos hablando más –tanto en persona como por correo

electrónico– logramos más confianza.

En la historia de Shoukry, uno de los momentos más relevantes presentó una

dificultad metodológica. Su llegada a Colombia se produjo, en parte, gracias al

arresto de dos colombianos en Egipto por narcotráfico. Él no se acordaba de

muchos detalles, por lo que tuve que recurrir a otras fuentes.

La primera de ellas fue el Ministerio de Relaciones Exteriores. Allá pregunté por

el dato y, si bien ellos no lo tenían, me pusieron en contacto con el embajador

colombiano en Egipto, Guillermo Antonio Vanegas, quien me habló vía

telefónica desde El Cairo. Conseguí más elementos sobre el caso de los dos

colombianos encarcelados, y Vanegas prometió enviarme la información

completa, pero ésta nunca llegó.

Tuve entonces que recurrir a otra instancia: la prensa de la época.

Actualmente, la Revista Semana cuenta con un archivo en internet de donde es

posible descargar todos los artículos en la historia de la revista. Encontré una

referencia al arresto de los colombianos en Suez, en la que incluso estaba

adjuntada una carta de la mujer arrestada a su familia en Colombia. Escribí a

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Shoukry para preguntarle si se trataba de los mismos que él conoció y él

corroboró la información.

Además de eso, una casualidad desvió el curso de la investigación sobre los

dos egipcios. En la primera conversación con Shoukry le comenté que había

conocido a Ramzy y él respondió que se habían conocido en Egipto y que

Ramzy incluso le había vendido el pasaje para venir a Colombia. Así, ese

elemento en común de los dos egipcios me brindó la opción de escribir una

sola crónica con las dos historias en vez de dos crónicas por separado, como

pensé inicialmente. Por tanto, en las siguientes reuniones, pregunté a cada uno

por el otro para ahondar en ese momento en el que se conocieron.

Cuadro número 4: Cronograma de encuentros con los dos egipcios

Fecha Lugar Hora

11 de febrero de 2008 Casa de Ramzy Hanna 10–11 a.m.

23 de febrero de 2008 Consultorio de Shoukry 1–2 p.m.

28 de febrero de 2008 Casa de Ramzy Hanna 10 a 11:30 a.m.

8 de marzo de 2008 Parque de la 93\ Shoukry 1–2:30 p.m.

24 de marzo de 2008 Casa de Shoukry 3:30– 4:30 p.m.

7 de abril de 2008 Casa de Ramzy Hanna 8:55–9:35 a.m.

La escritura de la crónica Un reto interesante a nivel de la escritura consiste en contar dos historias

paralelas en un solo texto, resaltando en el proceso los aspectos en común y

las divergencias entre los personajes. Antes de escribir surgieron muchas

preguntas: ¿Cómo podía lograr que las dos historias quedaran balanceadas y

que el peso no recayera sólo sobre un personaje? ¿Cómo dejar cada historia

en claro y evitar que se mezclen datos cuando el lector tiene el artículo en sus

manos? ¿Cómo podía narrar sin caer en comparaciones desagradables, que

resaltaran, por ejemplo, la riqueza de uno o la modestia del otro?

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Lo primero que definí fue una estructura básica. Para que los dos personajes

adquirieran el mismo peso, la historia debía tener una introducción y una

conclusión en las que ambos estuvieran presentes. Luego sí podría dedicarle

fragmentos específicos a cada uno.

Además, para facilitar la comprensión, decidí seguir un orden específico:

primero un mini–relato de Ramzy, luego uno de Shoukry, después otro de

Ramzy y así sucesivamente. De esa manera, las historias se desarrollan en

una especie de zigzag y es posible seguirle el hilo tanto al relato general como

a cada personaje.

Cada uno de esos mini–relatos está relacionado con el siguiente, tal como lo

hice en otras crónicas. Así, la descripción de los papiros de Ramzy continúa

con la descripción de los adornos egipcios de la casa de Shoukry. Ésta termina

con una mención a su contacto inicial con Colombia y continúa con el relato de

la llegada de Ramzy a este país. Posteriormente dedico un apartado a la

historia de Shoukry con los dos supuestos narcotraficantes y termina con parte

de su rutina en Bogotá, que se conecta con las costumbres de Ramzy en esta

ciudad.

Con esa estructura se mantienen firmes dos elementos: el primero de ellos es

una estructura general de la crónica. No quedan las dos historias

fragmentadas, sino una historia con dos personajes centrales. El segundo es

que cada personaje cuenta su historia, pero la relaciona en todo momento con

la del otro, sin la necesidad de comparar directamente.

Los únicos momentos en que se compara de manera directa son la

introducción y el desenlace. Sin embargo, no lo hice con ánimo de contrastar

realidades, sino como una manera de darles a los dos egipcios el mismo

protagonismo en el escrito.

Algunos de estos mini–relatos tienen un elemento adicional: a través del uso de

adjetivos, procuré hacer más lento el relato en los apartados en los que

describo los ambientes naturales, las flores y los jardines. La razón es que la

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naturaleza representa calma y, en el caso de los egipcios –especialmente

Shoukry– es un descanso en comparación con su país desértico y con el

ajetreo de la ciudad y de su trabajo. Es importante dejar en claro que no sólo es

posible describir con las palabras, sino también con los cambios de ritmo en

diferentes momentos de la crónica.

En contraste, la llegada de Shoukry a Bogotá (por ejemplo los párrafos séptimo

y octavo del mini–relato titulado “Shoukry Awadalla y el suceso con dos

sospechosos de narcotráfico”) está descrita en oraciones cortas y con pocos

adjetivos. En este caso, la intención no era representar la calma, sino todo lo

contrario: la llegada a un nuevo país siempre está marcada por muchas

experiencias simultáneas o sucesivas, que el inmigrante sólo logra entender en

toda su magnitud algún tiempo después.

La selección de los temas para el inicio y la conclusión también fue a propósito.

Tanto Shoukry como Ramzy mencionaron, desde la primera vez que nos

encontramos, cómo les impresionó el verde de Colombia, especialmente por

venir de un país en su mayoría desértico. Destacar la naturaleza colombiana

me permitió hacer una comparación entre las plantas que ellos tanto admiran y

la semilla que han sembrado en este país y que hoy se evidencia en sus hijos y

en la nieta de Ramzy. Es un símbolo recurrente en la historia de los dos

egipcios en Colombia.

A su vez, me ayudó a encontrar el final. Desde un comienzo quería que tuviera

como elemento central la descendencia, pues es gracias a ella que tanto

Ramzy como Shoukry están en Colombia. Y es también por ella que no

piensan en devolverse por el momento a Egipto.

De esa manera, até los dos cabos y comprendí que podría abrir y cerrar la

historia con dos elementos diferentes –por un lado la naturaleza, por el otro la

familia–, pero que tienen características comunes.

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Diagrama número 2: Estructura de la crónica “Yo soy más colombiano que cualquier otro colombiano”

Introducción: cómo la naturaleza influyó tanto en Shoukry como en Ramzy.

Ramzy Hanna y sus papiros

Detalles de la casa de Shoukry

Costumbres de Ramzy en Bogotá

Costumbres de Shoukry en Bogotá

La llegada a Colombia de Ramzy

La llegada a Colombia de Shoukry

Conclusión: las raíces de Ramzy y de Shoukry que han crecido en Colombia.

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5.3 Los misioneros de la ‘Pequeña África’ Es martes 25 de marzo y hace dos días finalizaron las celebraciones religiosas

de Semana Santa. El barrio El Vergel, en Bogotá, vuelve lentamente a la

normalidad. Ya se escuchan, como de costumbre, el ruido del tráfico de la calle

1ª y los buses que avanzan rápidamente por la carrera 24, mientras hombres y

mujeres retornan a sus labores en los almacenes cercanos: montallantas,

talleres, droguerías, cafeterías y bombas de gasolina.

La casa de estudiantes de los Misioneros de la Consolata, ubicada en este

barrio, también regresa a sus rutinas y, como todos los martes a las 6:30 de la

tarde, los religiosos católicos se están preparando para una celebración

litúrgica. Lentamente bajan de sus habitaciones y se encuentran en la cafetería

de la casa de estudiantes. Hablan en inglés y en español sobre diferentes

temas: el ugandés Peter Ochieng explica cómo han sido sus primeros meses

en Colombia y los kenyanos Clement Kinyua Gachoka y Too Clarius Kiptum

discuten, mientras toman una taza de té traído de su país, de política africana y

colombiana.

La misa de hoy, sin embargo, es diferente: en el transcurso del fin de semana

anterior, 30 misioneros regresaron de sus actividades en varias zonas de

Colombia, donde celebraron la Semana Santa con diferentes comunidades del

país.

Clement Kinyua Gachoka, por ejemplo, pasó la temporada religiosa cerca de

Toribío, en el departamento del Cauca. Allá acompañó a los habitantes locales

–muchos de ellos indígenas paeces– y también debió cuidarse ante un hecho

que no estaba en sus planes de viaje: un combate entre el Ejército colombiano

y la guerrilla de las Farc, que dejó, según las autoridades indígenas, un muerto,

diez heridos y un desplazamiento masivo a causa de la violencia.

Clement pudo llegar a salvo a Bogotá y hoy canta con entusiasmo en la misa

que celebran los padres Joaquín Humberto Pinzón, director de los profesos del

Seminario Teológico de Bogotá; José Salvador Medina, Superior Regional de

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los Misioneros de la Consolata Colombia–Ecuador; y José Ricardo Bocanegra,

párroco de la Consolata. Con Clement también cantan otros 26 asistentes a la

misa, entre ellos un brasilero, un argentino, un italiano y 11 africanos más: dos

etíopes, un congolés (Gabriel Manzukula, que llegó de Semana Santa con una

pierna rota), un tanzano, un ugandés, un mozambiqueño y cinco kenyanos.

Durante la misa, los tres padres hablan de las experiencias de los misioneros

en varias regiones de Colombia, especialmente en el sur del país; dan las

gracias a Dios porque los 30 viajeros regresaron bien a Bogotá, a pesar de los

problemas en algunas zonas, y afirman que Jesús no se dejó llevar por el

miedo, sino que tuvo fe y fue valiente. Todos, africanos, sudamericanos y

colombianos, rezan el Padre Nuestro en español, así algunos hayan llegado

hace poco a este país y todavía tengan problemas para comunicarse en este

idioma.

Kayamba. Tomado de

http://www.asza.com/ikayamba.shtml

La ceremonia es sencilla. Algunos cantan en voz

alta las alabanzas a Dios, otros aplauden con

entusiasmo e incluso en el fondo de la capilla se

escuchan una guitarra, una organeta, una

guacharaca, una pandereta y una kayamba,

(instrumento de percusión típico de África que suena

similar a una maraca).

Los instrumentos, los cantos y los aplausos escapan por momentos de la

seriedad que caracteriza este tipo de ceremonias religiosas y, a la vez, es la

manera en que la pequeña comunidad africana demuestra el apego a las

tradiciones religiosas de su continente, así en estos momentos estén muy lejos

de él.

Después de la ceremonia, los 30 asistentes a la misa se reúnen en el comedor

comunitario, ubicado en el primer piso de la casa estudiantil, que tiene como

adornos principales un busto de José Allamano, fundador de la Comunidad de

los Padres de la Consolata, y un afiche del Papa Benedicto XVI.

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Plazoleta central de la casa de

estudiantes.

Está cerca de la cocina y a un lado del colorido

patio principal. Este último tiene, en el centro,

una estatua de la Virgen de la Consolata,

ubicada sobre un pequeño estanque con dos

peces dorados. Alrededor corretean tres conejos

y uno más, recién nacido, aprende a saltar en

una improvisada jaula debajo de las escaleras.

En largas mesas, los comensales conversan en inglés o en español –los

idiomas que la mayoría habla– sobre sus viajes, sus países y sobre el regreso

a los estudios de teología que adelantan en la Pontificia Universidad Javeriana.

Mientras tanto disfrutan de una cerveza –autorizada los martes– y de la

abundante comida que se sirve en platos de cerámica y en vasos metálicos:

fruta, una presa grande de pollo, arvejas, arroz, papa salada y gaseosa.

Luego, lentamente, el grupo se dispersa: el mozambiqueño Gabriel Armando

se encarga de lavar los platos en la cocina, los kenyanos Clement Kinyua

Gachoka y Too Clarius Kiptum salen a la carrera 24 a buscar un taxi para un

invitado y Gabriel Manzukula, de la República Democrática del Congo,

conversa con una compatriota que ha venido de visita y que viste un colorido

traje africano.

Los demás se dirigen al segundo piso, donde están las habitaciones y dos

sofás con un teléfono. Unos ingresan a la sala comunitaria de internet, donde

hay tres computadores; otros ven televisión y la mayoría camina hacia sus

cuartos a través de pasillos que tienen afiches con frases como “Ethiopia, 13

months of sunshine” (Etiopía, trece meses de sol) y “From Africa with Love” (De

África con amor). Las habitaciones también demuestran la nacionalidad y los

intereses de quienes las habitan: algunos pegaron calcomanías de su país

natal en la puerta –como “proud to be Kenyan” (orgulloso de ser keniano)–,

mientras otro de los misioneros prefirió un mensaje alusivo a la situación

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colombiana que dice, en blanco y negro: “No a las desapariciones forzadas y al

secuestro”.

Conocedores de Bogotá y de Colombia Cuando no están estudiando el pregrado en teología que ofrece la Universidad

Javeriana, los africanos que viven en esta casa de estudiantes están con gente

común y corriente, cumpliendo con el carisma “ad gentes” que caracteriza la

misión: “sentir afecto por la humanidad concreta, aunque esté desorientada y

no vea claros sus ideales”.

Con frecuencia viajan a pueblos como San Vicente del Caguán (Caquetá),

Cartagena del Chairá (Caquetá), Puerto Leguízamo (Putumayo), Toribío,

Tacueyó, Tambaló y Caldono (Cauca) y Marialabaja (Bolívar). Allá dialogan con

las comunidades, conocen sus condiciones de vida y sus problemas y les

hablan de Dios y de la enseñanza cristiana. De paso, también se vuelven

expertos en la realidad colombiana, pero no la realidad oficial sino aquella que

construye, día a día, la gente común y corriente.

Deogratias, un misionero de Tanzania cuyo nombre africano es Kilasara Mtika,

recuerda su estadía en Toribío, en 2006. Todavía tiene presentes los hoyos de

las balas en algunas casas y los murmullos de las personas sobre los

combates que se desarrollan con frecuencia en esa zona de Colombia.

En diciembre de 2007 cambió de lugar y estuvo durante un mes en Cartagena

del Chairá, donde siguió al pie de la letra la recomendación de no tocar temas

políticos. Afirma que en ese pueblo los lugareños sólo hablan públicamente de

la producción del queso y del ganado, pero no de temas que puedan afectarlos

a ellos o a sus familias. Sin embargo, cuando adquiere un poco más de

confianza, algún habitante le puede contar sobre el asesinato de su hija hace

algunos años o cómo no pudo asistir a una reunión convocada por los

misioneros por estar trabajando como “raspachín” de coca. Deo no sabe qué

responder, pero argumenta que se siente bien escuchándolos. Sólo con eso,

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ayuda a estas personas que sufren día a día, en silencio, en medio de la guerra

colombiana.

Los misioneros africanos no siempre están viajando por el país. Todos los fines

de semana cumplen labores similares de evangelización y promoción humana

en barrios bogotanos. Ashenafi Yonas, un diácono etíope que dejó Colombia el

28 de febrero de 2008, pasó algunos fines de semana en Caracolí, un sector

ubicado en los límites entre la capital colombiana y Soacha. Este lugar cuenta

con alrededor de diez mil desplazados por la violencia y con una comunidad de

afrocolombianos –llamada “Pequeña Chocó” por algunos medios de

comunicación – que se asentó en Caracolí huyendo de los grupos armados en

su departamento.

Clement Kinyua Gachoka también tuvo la oportunidad de trabajar de cerca con

la comunidad de Caracolí. Tal como lo hizo Ashenafi, Clement los acompañó,

les habló de Dios y de la Biblia y también tocó temas de reconciliación. Y

también, en uno de sus viajes a esa zona de Bogotá, vio por primera vez en su

vida a una persona asesinada.

Hoy en día, Clement ya no recorre la ciudad en bus para trabajar con los

habitantes de Caracolí. Con frecuencia, destina sus sábados al apoyo de niños

y adultos que quieren conocer a Dios en los barrios de El Vergel y la Fragüita,

cerca de donde se ubica la casa de estudiantes de la Consolata. Una tarde de sábado con Clement

Foto de la parroquia de El Vergel, tomada del

archivo de la Arquidiócesis de Bogotá

En la parroquia del barrio El Vergel están

reunidos 31 niños, entre los 6 y los 13 años.

Ocho de ellos están preparándose para su

consagración el 11 de mayo, otros lo hacen

para la Primera Comunión y unos más

asisten como acólitos.

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Todos, para comenzar, forman un círculo en el centro de uno de los salones de

la parroquia y hablan de Dios.

–¿Por qué debemos dar gracias a Dios hoy?– pregunta la caldense Lucero

Betancur, quien acompaña a los niños en su preparación.

Al principio, ninguno de los niños responde. Sólo uno levanta su mano y le da

gracias a Dios por la familia, por los amigos y especialmente “por haber nacido

vivo”.

Clement con los niños

Los niños se separan, corretean por el salón

y luego, en desorden, se suben a la tarima,

donde Lucero, tres jóvenes de la localidad y

Clement Kinyua Gachoka empiezan a

preparar los cantos de la Consagración.

–Vamos a cantar el himno de la infancia misionera– indican los organizadores.

La guitarra empieza a sonar y los niños, desentonados, tratan de aprenderse la

letra de la canción: “Fuego he venido a traer a la tierra, quiero que arda sin

descansar, soy misionero y aunque pequeño, sirvo con gozo al Rey Celestial.

Virgen Santísima, mira a los niños, que por el mundo sin amor van, ruega por

ellos y por nosotros, porque anhelamos a Dios llegar”.

Clement, desde abajo, los observa detenidamente. Canta con ellos todas las

canciones y se acerca a los niños para pedirles que no molesten, que hagan

silencio mientras les explican cómo deben subir o bajar el tono de la voz o para

preguntarles si ya se saben la siguiente canción, un aleluya que se llama “Los

Poetas”: “Por los poetas que nacen, por las flores del jardín, por el rezo de las

madres, por la sonrisa del niño, por la gente que se quiere, por el agua de los

ríos, por la libertad del hombre, por tu hermano y por el mío”.

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Los preparativos para la Consagración son supervisados por el párroco Ricardo

Bocanegra, quien les insiste a los niños que deben ser honestos y demostrar

compañerismo en la Consagración.

Clement Gachoka y Too Kiptum con los niños

Se miden camisetas de la infancia

misionera y, luego, finalizada la

preparación, salen a jugar fútbol en una

pequeña cancha que está a la entrada de

la casa de estudiantes de los Misioneros

de la Consolata.

En ese lugar se encuentran con otros menores de la misma zona, que están

preparando una danza africana a cargo del misionero etíope Daniel

Woldehawariat.

Al finalizar la tarde comienza para Clement y para Lucero un nuevo reto:

serpentear las calles de La Fragüita para llevar a cada uno de niños hasta su

casa. Clement supervisa que crucen la amplia calle 1ª en el momento

adecuado, pero también juega y molesta con los niños.

Clement participa en las

actividades.

Con él, en todo momento, camina la más

pequeña de las niñas, María Fernanda, que

viste una falda verde, un saco azul y camina

con una chupeta en la boca. Mafe, como le dice

Clement, no se despegó del kenyano desde

que lo vio llegar; en ese momento se separó del

grupo de los niños y corrió velozmente para

abrazarlo.

Son amigos, ella le habla de programas de televisión y le confiesa que lloró

cuando lo vio partir de vacaciones a Kenya, en diciembre del año pasado.

Clement juega con ella y la hace reír. Se nota que es feliz.

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A medida que cada niño se va quedando en su respectivo hogar, Clement

saluda a más habitantes del barrio: les pregunta a cuatro mujeres de edad por

los enfermos que acaban de visitar, les promete tomarse un tinto en la cafetería

tan pronto acabe de llevar a los niños, saluda a los tenderos y conversa con los

padres de familia.

Mientras camina con los niños, esquiva botes de basura, pasa por tiendas

donde suena una vieja rocola y también escucha las historias de los niños:

narran las aventuras en su colegio en el barrio Restrepo, le preguntan por

Kenya y afirman con certeza que en África no hay mucha polución, pero sí

mucha pobreza. También hablan del parque de la Fragüita y recuerdan la vez

que vieron a un hombre acuchillado. Al final, se despiden del africano y éste les

recuerda su nueva cita: la misa matutina del día siguiente y la preparación para

encontrarse, como de costumbre, el sábado por la tarde.

África, Colombia y la Consolata El día de la Virgen de Guadalupe marca una fecha especial para los Misioneros

de la Consolata en Colombia. Ese día, el 12 de diciembre de 1947, llegaron los

primeros cinco misioneros italianos al puerto de Buenaventura, con el fin de

evangelizar los pueblos que se encontraban en la orilla oriental del Río

Magdalena. Para ellos, Colombia representaba un mundo nuevo, de naturaleza

virgen y así lo hicieron saber desde su llegada: “Delante de nuestros ojos, el río

se desliza como una gigantesca serpiente. Miles y miles de criaturas han ligado

su existencia a estas aguas. Dentro de pocos días también nuestra vida se

confundirá con la del Río y con la de tantos miles de seres humanos que viven

abandonados a sus orillas”.

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Fotos históricas tomadas por los misioneros de la Consolata en Colombia

Poco a poco, los Misioneros de la Consolata fueron abriéndose un espacio en

Colombia. El 23 de diciembre de 1961 se ordenó el primer sacerdote

colombiano y en las décadas siguientes se definió el proyecto formativo. Hoy,

la casa de estudiantes de Bogotá, donde los misioneros completan su

formación teológica, es una de las cinco de ese estilo que la misión tiene en el

mundo (las otras están en Sao Paulo, Roma, Nairobi y Kinshasa).

Por la misma época en que se estructuró el proyecto académico empezaron a

llegar los primeros africanos, impulsados por el intercambio de religiosos entre

los diferentes países donde la Consolata tiene presencia. Los primeros dos

misioneros arribaron de Kenya para trabajar en el departamento de Caquetá y

pocos años después se instalaron los primeros dos estudiantes, provenientes

de Tanzania. Desde entonces, el flujo de africanos es constante y se ha vuelto

parte habitual de la vida en comunidad de la Consolata. Por eso, el Padre

Joaquín Pinzón, encargado de la casa de estudiantes, afirma sin mucha

sorpresa que “nuestra vida es un ir y venir, gente que va y viene. Por esta casa

ha pasado gente de muchos países y es normal en la dinámica de nuestra

vida”.

Los africanos permanecen en Colombia alrededor de cinco años. Cuatro de

ellos los dedican a los estudios de teología en la Universidad Javeriana, que

complementan los estudios de filosofía que cada uno desarrolló previamente en

su país de origen. Una vez terminada esta fase, dedican un año a una misión

fuera de Bogotá y después analizan si salen de Colombia para prestar un

servicio o permanecen en el país para desarrollar una especialización.

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Clase de África con Ashenafi Yonas y Clement Kinyua Gachoka Los misioneros africanos que llegan a Colombia tienen una característica en

común: vienen cargados con un bagaje cultural tradicional de cada uno de sus

países y, además, con los conocimientos adquiridos por los estudios de

filosofía y por una etapa de noviciado que realizaron en sus países.

A pesar de ello, Colombia es para estos africanos un mundo nuevo.

Acostumbrados a otras realidades, muchos de ellos no pueden entender

todavía cómo las mujeres visten ropas que dejan ver buena parte de su cuerpo

ni cómo las parejas de novios se dan besos y demuestran su amor en lugares

públicos.

Estas novedades, que los impresionan al llegar al país sudamericano, los han

llevado a que, desde la academia, intenten relacionar las características

propias de sus países en África con las realidades que encuentran en

Colombia.

Too Clarius Kiptum, por ejemplo, dedica buena parte de su tiempo a escribir en

español –un idioma que le cuesta trabajo– una tesis de grado sobre la familia

en África. Esto mismo realizó el etíope Woldemariam Ashenafi Yonas Abebe,

quien investigó, desde Colombia, el significado de la vida en comunión en

África. Para ello se valió de las experiencias recogidas en su país natal y de los

recorridos por varios barrios de Bogotá y pueblos de Colombia, en los que

habló con los habitantes locales sobre Dios, el cristianismo y la familia.

Ashenafi Yonas

Ashenafi no habla mucho sobre su vida personal en

Etiopía. Cuenta brevemente que proviene del suroriente

del país, de la región llamada “Southern Nations,

Nationalities and Peoples Region” (SNNPR), que reúne a

más de 45 grupos étnicos. A uno de ellos, Kambaata,

pertenecen Ashenafi y su familia. Explica que su padre es

agricultor, que su madre trabaja en la parroquia local y que

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Foto: Consolata tiene 6 hermanos.

En África, los nombres propios llevan un significado profundo y una riqueza

infinita, marcados por el mundo espiritual rico y complejo que caracteriza a los

africanos. Ashenafi significa “el poderoso” o “el poder del amor”, un nombre que

carga un sentido poético, al igual que los de sus hermanos: Genet significa

“paraíso”, Molaliñ lleva ese nombre porque “se cumplió la promesa”, Mebrath

representa “la luz de la esperanza” y Bekeret simboliza la “bendición y la

plenitud” por ser el último de la casa.

No sólo ocurre así en Etiopía, sino también en el resto de África, donde la

poesía de los nombres sólo ha perdido valor ante el paso del cristianismo y del

islam, que han llevado a los africanos a bautizarse con nombres alusivos a

esas religiones. De todos modos, en el fondo, los africanos todavía hacen

honor a su nombre tradicional. Por ejemplo Deogratias –un nombre católico–

no olvida su referencia africana –Kilasara Mtika– que significa “aquel que no se

molesta”, y Clement afirma con honor que Gachoka es un “hombre fuerte y

musculoso”.

Los nombres, en África, demuestran no sólo el interés de los padres por dotar a

sus hijos con un significado singular, sino que hacen parte de la tradición

africana, que se basa especialmente en los antepasados. Por eso, el hijo

mayor siempre llevará también el nombre del abuelo paterno; el segundo hijo

hombre, del abuelo materno; el tercer hijo hombre tendrá el nombre el

bisabuelo paterno, y así sucesivamente. Igual ocurre con las mujeres, pero con

los nombres femeninos de la ascendencia. Clement, por ejemplo, lleva el

nombre Kinyua (del bisabuelo materno) y Gachoka, el de su padre.

El rito de los nombres simboliza una de las preocupaciones de algunos de los

misioneros africanos –y de sus familias en África–, ya que ellos no podrán dejar

su legado biológico. Como han decidido entregar su vida a Dios y a la misión,

no podrán tener hijos. Clement describe este aspecto poéticamente: “Es morir

como alguien que nunca nació” y es “hacer parte de un árbol cuya rama no

crece más”.

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Con Ashenafi el día de la clase sobre África

El núcleo familiar africano, a diferencia del

colombiano actual, no se refiere únicamente a

los padres y a los hijos. Los primos, los tíos, y

en general todos los que forman parte de una

etnia determinada hacen parte de la misma

familia.

Por eso, la vida africana, según Ashenafi, no se define por un “pienso, luego

existo”, sino por “yo hago parte, luego existo” y “yo soy porque somos”.

En este contexto se desarrollan ritos típicos de África –criticados en Occidente–

como el del nacimiento (en el que se invocan ancestros), nombramiento (según

los antepasados) y el rito de iniciación (introducción a la sociedad con un pacto

mayor que normalmente se da con el derramamiento de sangre a través de la

circuncisión o la ablación del clítoris).

Ashenafi explica estos ritos en detalle. Narra, además, cómo la experiencia de

haber estado en Colombia y de conocer otras culturas le ha permitido mirar su

país, su continente y sus tradiciones desde lejos, consciente de que algunos

ritos como la ablación del clítoris o la circuncisión, por más que hagan parte de

tradiciones ancestrales, también encarnan riesgos para la vida de quienes se

someten a ellos, como el sida o hemorragias delicadas. Recorrido religioso por Patio Bonito y Primavera Cuando Deogratias se levantaba en su hogar en Moshi, Tanzania, podía ver a

lo lejos el imponente pico del monte Kilimanjaro, el más alto de África. Cuando

se levanta en Bogotá, lo primero que ve al salir entre semana es el paisaje gris

de la carrera 24 y un montallantas. El fin de semana, el panorama cambia un

poco.

Todos los sábados, Deogratias duerme en el barrio Primavera, en la localidad

de Kennedy. Allá descansa en un apartamento cerca del parque principal,

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ubicado en un conjunto residencial de nombre Tabatinga, donde también

funciona la capilla San Francisco de Sales. Es un barrio tranquilo, de gente

amigable, que conoce a Deogratias por el trabajo que realiza en la capilla y en

la parroquia Santa Bernardita, de la Diócesis de Fontibón, en el barrio Patio

Bonito.

A ese lugar llegó Deogratias el sábado 10 de mayo, alrededor de las tres de la

tarde. Dejó su maleta en la sala de la parroquia, cerca del cuarto del párroco, y

salió a saludar a los niños y jóvenes que se preparaban para la celebración de

Pentecostés o del Espíritu Santo, al día siguiente.

A la entrada de la parroquia, un grupo de niños y niñas repetía de memoria los

nueve dones del Espíritu Santo: “la palabra de ciencia, la palabra de sabiduría,

discernimiento de espíritus, fe, operaciones de milagros, dones de sanidad,

profecía, géneros de lenguas e interpretación de lenguas”. Recibieron una

chupeta con la condición de recitar también los nueve gozos o frutos: “amor,

alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio

propio”. Unos felicitaron a quienes se los aprendieron y otros trataban de

repetirlos sin equivocarse. Deogratias los saludó a todos, cerró la puerta y

caminó lentamente al siguiente salón.

En él se encontraba otro grupo de menores, que estaba leyendo y recitando

dos historias religiosas. La primera de ellas es sobre un árbol que tenía un

sueño: “Yo quiero crecer para ser el más recto y grande de todos los árboles en

el bosque. La gente me verá en la cima de la colina, mirará mis poderosas

ramas y pensará en el Dios de los cielos, y cuán cerca estoy de alcanzarlo”. Al

final, el árbol cumplió su sueño: convertido en madera, logró ser lo

suficientemente fuerte para permanecer erguido en la cima de la colina, y estar

tan cerca de Dios como nunca, porque Jesús fue crucificado en él.

La otra historia, que contaron varios niños interrumpiéndose los unos a los

otros y olvidando algunos apartados de la historia original, es sobre una mujer y

un dragón, relatado en el capítulo 12 del Apocalipsis: una mujer embarazada,

envuelta en el sol como en un vestido, con la luna bajo sus pies y una corona

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de doce estrellas en la cabeza, aparece en el cielo. Luego surge un dragón rojo

con siete cabezas, diez cuernos y una corona en cada cabeza, que quiere

arrebatarle el hijo a la mujer embarazada. Se desata una batalla en el cielo y el

gran dragón es expulsado, “aquella serpiente antigua que se llama diablo y

Satanás y que engaña a todo el mundo”.

Alrededor de las cinco de la tarde empiezan a llegar los jóvenes entre 13 y 16

años a quienes Deogratias ayuda en la preparación de la confirmación, en

diciembre. Son adolescentes ruidosos, que conversan sobre temas de amor, de

reguetón y de fiestas, pero que se tranquilizan mientras preparan las canciones

que tocarán en la misa que empieza a las seis de la tarde. Algunos hacen parte

del coro y otros oficiarán de acólitos durante la ceremonia. Deo, que canta con

fuerza en las misas de la Consolata, los guía en el orden de las canciones, en

los registros de la voz, en el ritmo y en la forma como deben entonar la canción

que más les cuesta trabajo: “Por el mundo y por la paz, Señor, ten piedad. Por

el sol y las estrellas, Señor, ten piedad. Por aquellos que no aman, Padre, ten

piedad. Señor, ten piedad, piedad de nosotros, piedad”.

La misa empieza con algo de retraso y el grupo de jóvenes cantantes está

ubicado en el segundo piso de la iglesia, donde se acomodan luego de correr

una corona de adviento, una silla de ruedas y una guitarra que descansan en

medio del polvo del lugar. No han preparado todavía el orden y eso se nota

cuando empiezan a cantar: “Vienen con alegría, Señor, cantando vienen,

Señor, los que caminan por la vida, Señor, sembrando tu paz y amor. Vienen

trayendo la esperanza a un mundo cargado de ansiedad, un mundo que busca

y que no alcanza caminos de amor y de amistad”. A veces, ante las dudas de

los jóvenes, es la voz de Deo y su español de extranjero los que salen a relucir

a través de los micrófonos de la iglesia.

Cuando el párroco pone fin a la misa, el tanzano se prepara para su siguiente

labor: regresar al barrio Primavera, donde los católicos han preparado una

vigilia de Pentecostés. Antes de salir, descansa un rato, come carne, arroz y

papá salada y conversa con algunos fieles de la parroquia. Cuando se da

cuenta, ya es tarde para llegar a tiempo a la vigilia, y prefiere tomar su maleta,

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caminar hasta el apartamento donde se queda, ponerle fin a un día agitado con

la gente de Patio Bonito y Primavera y prepararse para las dos misas matutinas

del domingo: una al aire libre a las 9 y otra, una hora después.

Bogotá como punto de encuentro Too Clarius Kiptum llegó a la Consolata por amor. Pero, por lo menos en un

principio, el amor no fue a la religión ni a Dios, sino a Caroline, una mujer que

conoció en la iglesia cerca de la aldea de Terige, en Kenya.

Archivo particular de Too

Kiptum

Sentado en los últimos puestos de la capilla, descubrió a

esta mujer alta, tierna y morena por el perfume que

llevaba. Todavía hoy, cuando descubre el olor que lo

cautivó, su imaginación vuela hasta encontrar a la mujer

que lo enamoró y de la cual hoy está muy lejos.

Se dedicó a conquistarla lentamente y, en una ocasión, le prometió una carta

de amor. Tratando de encontrar las mejores palabras para describir lo que

sentía en ese momento y preocupado porque no lograba hilar una frase

romántica, tomó una revista que encontró por casualidad y empezó a leer. La

revista era de los misioneros de la Consolata y él, como práctica, decidió

escribirles una carta pidiendo detalles sobre la misión. Desde ese momento

comenzó su contacto con la Consolata, hasta que se vinculó formalmente el

sábado 7 de diciembre de 1999, cuando ya Caroline había tomado la

determinación de no arriesgarse en una relación con Too.

La historia de vinculación de Clement Kinyua Gachoka a los misioneros de la

Consolata es diferente: creció con la religión católica desde que estaba en el

colegio de primaria Gichiche Primary School y en la secundaria Chingaboys

High School. Su padre, un hombre estricto llamado Joseph Gachoka Munyua, y

su madre, Zaweria Gathoni Gachoka, le impartieron desde su niñez una

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educación basada en Dios y en el catolicismo, por lo que en 1997 empezó a

tener contacto con los misioneros de la Consolata. Por dos años visitó la misión

y el 10 de agosto de 1999 empezó el proceso presencial en Nairobi, donde

realizó su primer año de formación.

La entrada a la Consolata no fue una decisión fácil. Clement todavía recuerda

cómo varios de sus amigos desaparecieron cuando él tomó la decisión de

volverse misionero. Inicialmente, su padre también aceptó la decisión con

dificultad y su novia –que él llama simplemente “buena amiga”– prefirió

terminar la relación porque no se iban a poder casar. Además, le tocó dejar de

salir con varios de sus compañeros a tomar o a bailar porque él ya no estaba

en el mismo contexto.

Clement y Too viajaron juntos a Colombia en 2004. Con ellos dos también

Samuel Kabiru tomó la decisión de emprender el viaje a Sudamérica. Al llegar a

Bogotá se encontraron con africanos de varios países del continente, que

también habían dejado sus lugares de origen para evangelizar en Colombia.

En febrero de 2006 un nuevo integrante se unió al grupo de misioneros,

Deogratias Mtika. Proveniente de la tribu Chagga, cerca del monte Kilimanjaro,

el tanzano conoció a los misioneros de la Consolata gracias al consejo de un

amigo y se enamoró del carisma “ad gentes”: “No tengo dinero ni nada –

afirma– pero uno aprende mucho con estas personas”.

Hoy, este hombre nacido el 11 de febrero de 1978 ha empezado a descubrir a

Colombia. Habla fluido en español, pero cambia al inglés cuando no sabe cómo

traducir alguna palabra como “journalist” o “potato”. No entiende todavía por

qué cuando conoce a colombianos éstos no demuestran interés porque

piensan que es chocoano, pero cambian de actitud radicalmente cuando se

enteran que es africano. Por eso se pregunta “¿qué es lo que pasa con los

negros acá?”.

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Gabriel Manzukula durante la

celebración del diaconado, en la

Consolata. (Foto: archivo Consolata)

Clement, Too y Deogratias viven en la casa

de estudiantes de la Consolata. Comparten

las comidas, van juntos a la universidad y

asisten a los eventos comunales que se

ofrecen en diferentes momentos del año.

Los domingos en la noche alguna pareja de misioneros prepara la cena, que

puede ser incluso comida tradicional africana; anualmente se organiza un

evento cultural sobre algún país de África, como ocurrió en septiembre de 2007

con la celebración del año nuevo etíope; los viernes salen en comunidad a

divertirse y con frecuencia realizan actividades deportivas.

Los tres son parte activa de esta comunidad de misioneros. Cada uno de ellos

tiene su historia personal, sus sueños propios y su legado cultural. Pero a

medida que avanzan en su proceso de formación, se han dado cuenta de que,

por más diferencias que tengan entre ellos, hoy comparten el hecho de estar

lejos de su amada África para cumplir la misión de hablarle a la gente de Dios,

en un país que cada día aprenden a conocer.

5.3.1 Bitácora de la crónica De un momento para otro, el grupo de niños que recitaba de memoria los

dones del Espíritu Santo se quedó en silencio. Alguien estaba golpeando la

puerta de la entrada, cerca de donde ellos estaban. Detuvieron sus actividades

y se quedaron observando fijamente.

Una de esas dos personas que ingresó al salón fui yo. El otro, Deogratias

Mtika, un misionero proveniente de Tanzania. Los niños habían visto al africano

ya en varias ocasiones y, aunque no sabían su nombre, por lo menos era una

cara conocida. Su joven acompañante, un mono de ojos azules y piel blanca,

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representaba todo lo contrario. Además, para ellos, yo tenía todas las

características de ser un extranjero.

Su sorpresa fue evidente. Apenas me vieron entrar, se olvidaron de la fiesta de

Pentecostés y de los dones del Espíritu Santo y empezaron a decir frases

inconexas en el poco inglés que sabían.

–What is your name? I am fine. Hello.

Desde ese momento, yo dejé de ser Thomas Sparrow y pasé simplemente a

ser “el gringo”. Caminé con el africano por los demás salones de la parroquia y

le comenté a Deogratias que si bien yo fui bautizado por la Iglesia Católica,

desde hace algunos años soy cristiano.

El tanzano aprovechó este dato a su favor. Yo sólo le había explicado ese

hecho porque él me preguntaba frecuentemente por mi vida, pero él tomó en

serio esa diferencia y desde entonces me presentó, ante los demás jóvenes y

fieles, como un cristiano.

–Buenos días, niños. Les presento a Thomas, un compañero de la universidad.

Él es cristiano, así que pregúntenle por las diferencias entre el catolicismo y el

cristianismo.

Y así ocurrió sucesivamente. Ellos, los católicos colombianos, estaban

conociendo a “un gringo” cristiano. Estos dos hechos afectaron el normal

desempeño de las actividades sabatinas del tanzano, hasta tal punto que en

medio de la misa, mientras el Párroco hablaba de Pentecostés y Deogratias

procuraba organizar el coro de adolescentes, algunos jóvenes se acercaron

para preguntarme cómo se decía una palabra en inglés, cuánto llevaba yo en

Colombia y por qué estaba en esa misa. Una de las cantantes del coro, de 14

años, también dejó de participar y se acercó a hablar conmigo.

- Yo estaba enamorada de los niños ojiazules y monos como tú –reveló.

- ¿Y ahora no lo estás? ¿Ahora de quién estás enamorada? –le pregunté.

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- Ahora sólo estoy enamorada de Dios –concluyó y volvió a su puesto.

¿Qué lecciones puede sacar el cronista de este tipo de sucesos en los que su

presencia ocasiona un cambio en la actitud normal de las personas?

La primera lección es clara: aunque una de las reglas del periodismo es

“desaparecer, olvidarnos de nuestra existencia” porque “existimos solamente

como individuos que existen para los demás155”, lo cierto es que en situaciones

en las que las diferencias entre la comunidad que está siendo investigada y el

periodista son muy amplias, al periodista le cuesta mucho trabajo desaparecer,

ser un simple observador “invisible” de las actividades rituales de los habitantes

de esa determinada comunidad.

¿Qué se debe hacer, entonces? Aprovechar esa situación para nutrir de datos

adicionales el relato. Si los habitantes han descubierto su interés por el

periodista, ese ser que para ellos es extraño, el cronista ya tiene un terreno

ganado: ya el “hielo está roto” y el contacto es mucho más fácil. Así como los

curiosos preguntan al periodista por su vida, éste puede hacer exactamente lo

mismo: indagar por las costumbres, por las actividades y por las historias de

esos personajes.

Este trabajo de doble vía está en la esencia misma de lo que Ryszard

Kapuściński llamó “El encuentro con el Otro”. Así como yo, el cronista, estaba

allá en esa comunidad para descubrir cómo viven sus habitantes y cómo el

misionero africano se inserta en esa trama de relaciones, esas mismas

personas también estaban “descubriendo” al cronista, al “gringo cristiano”.

Por tanto, estábamos en el mismo nivel: ya no era yo quien preguntaba y ellos

los que respondían, sino que había surgido un diálogo en el que ambas partes

estaban interesadas en conocer datos de los demás. Y esto también es un

elemento importante del periodismo, según Kapuściński. “Para mí –explica el

polaco– la primordial fuente de información se encierra en esa profunda

155 Kapuściński, Ryszard. Los cínicos no sirven para este oficio. Sobre el buen periodismo.

Anagrama. Barcelona, 2002. P.38.

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sensación que experimenta uno cuando […] todos somos iguales: ellos me

tratan de tú a tú, igual que yo a ellos156”.

Ese contacto de doble vía se dio también con los africanos en las demás

situaciones en las que estuve con ellos: no en vano, tanto ellos como yo

compartimos el hecho de tener raíces extranjeras. Ese hecho, aparentemente

anecdótico, marcó desde el inicio la recolección de los datos que,

posteriormente, describí en la crónica.

Sólo usé grabadora en una ocasión. Fue en Semana Santa, cuando los

misioneros estaban de viaje por Colombia y yo aproveché para ir a la vivienda

de estudiantes de la Consolata, hacer un recorrido con calma por el lugar y

entrevistar al padre Joaquín Pinzón, encargado de esa casa y conocedor de la

historia de los misioneros de la Consolata.

De resto, las entrevistas se dieron en un marco mucho más informal, en alguna

cafetería de la Universidad Javeriana, en un bus o en la cafetería de la misión.

Yo pregunté por la vida de estos inmigrantes y ellos también indagaron por mi

historia personal. Este diálogo me permitió indagar datos que normalmente

permanecen ocultos en una entrevista formal pregunta–respuesta, pues

salieron a relucir, de manera mucho más natural, gestos, movimientos y

palabras. Además, los mismos misioneros fueron tocando temas por los cuales

yo no había preguntado y que se fueron desarrollando durante la conversación.

Dicho de otro modo, traté de desarrollar “entrevistas etnográficas”, que son,

según Juan José Hoyos, “abiertas y estructuradas. Habitualmente tienen la

forma de una conversación común en la cual el investigador va introduciendo

preguntas y elementos que dirigen la charla en un sentido157”.

Una vez con esos datos, seguí un proceso muy estricto de recolección tanto en

esta crónica como en las otras tres: en un cuaderno destinado especialmente a

156 Kapuściński, Ryszard. El Mundo de hoy. Anagrama. Barcelona, 2004. P. 79. 157 HOYOS, Juan José. Escribiendo historias. El arte y el oficio de narrar en el periodismo.

Editorial Universidad de Antioquia. Septiembre de 2003. P. 105.

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la tesis escribí absolutamente todos los detalles de la reunión: el tiempo que

duró, el clima, la ropa, los gestos, los temas, el ambiente. Apunté toda la

información que recordaba y también indiqué algunos datos que todavía

quedaban pendientes para futuras entrevistas. En otras palabras, al escribir mi

diario de campo, convertí los hechos que presencié en datos para la

investigación.

Combiné las entrevistas con observación detallada de los ambientes en los

cuales se mueven los misioneros. No se trataba sólo de hablar con ellos, sino

de estar con ellos, de acompañarlos y de permanecer un buen tiempo en los

sitios que ellos frecuentan. Incluso, en ocasiones, visité algunos de esos sitios

sin que ellos estuvieran, como ocurrió en Semana Santa cuando recorrí la casa

de estudiantes con el Padre Joaquín Pinzón. Al hacer esta visita tuve la

oportunidad de detallar con más calma los aspectos de la casa, que a veces

permanecen ocultos para el cronista por estar más pendiente del personaje.

Simultáneamente comencé a investigar sobre la Consolata en fuentes

documentales. La página de internet de la misión cuenta con artículos escritos

por los misioneros y con fotos históricas de los primeros que llegaron a

Colombia. Además, pedí prestado el libro “100 años de vida misionera”, de

Giovanni Tebaldi, que tiene un apartado muy completo sobre la historia de los

misioneros en Colombia. De esa manera combiné las fuentes documentales

con fuentes orales.

Uno de los problemas metodológicos para cualquier cronista consiste en saber

cuándo parar, en determinar el punto en el que ya la investigación de campo

está completa y es hora de sentarse a escribir.

Una manera de hacerlo es con una planeación rigurosa. Ocurre con frecuencia

que el periodista empieza a darse cuenta de que, en realidad, la posibilidad de

adquirir nuevos datos es infinita, más si el relato es sobre un grupo y no sobre

sólo un individuo. Cada vez se amplía más la investigación hasta el punto de

que el cronista se siente perdido. Esa sensación obliga a organizar la

información que se tiene y a pensar, a medida que se avanza en la

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investigación, en lo que se quiere escribir y hasta dónde quiere llegar. Por eso,

cuando sentí que la información se estaba saliendo de mis manos y que cada

vez que hablaba con un africano tenía cantidades alarmantes de información

nueva, traté de planear la crónica mientras hacía las entrevistas y dirigir la

información hacia lo que quería plasmar en el papel. Así, una vez logré los

datos que buscaba (ver a los misioneros en una de las misas, hablar con tres o

cuatro de ellos por separado mínimo una vez y acompañar a dos de ellos en

sus actividades sabatinas) supe que podía sentarme a escribir. Naturalmente,

en este proceso el investigador debe ser flexible y estar abierto a nuevas

posibilidades, así ya tenga una estructura pensada.

El siguiente paso, una vez recopilé la información necesaria, consistió en tomar

los datos que había recogido y organizarlos en escenas. De esa manera podía

situar la mirada tanto en la vida de los africanos y sus características

principales como en el ambiente que los rodea. Así, además, podía hacer

énfasis tanto en las historias personales de cada uno como en la historia

colectiva del grupo de misioneros. Por esa razón, varios de los apartados de la

crónica están construidos con base en varias historias personales que tienen

algún elemento en común.

La principal dificultad a la hora de escribir fue precisamente cómo organizar

esas escenas para que cada una estuviera completa por sí misma y al mismo

tiempo se integrara sin rompimientos ni inconsistencias al relato grande.

Además, un objetivo central de esta crónica, a diferencia de las anteriores, es

mostrar la vida de un grupo y ya no de un individuo. Por eso escogí como

párrafo inicial un momento de vida en comunidad. También por la misma razón

expliqué en el relato de cierre cómo llegaron tres misioneros africanos a

Colombia y cómo ahora Bogotá es un punto de encuentro para ellos, así cada

uno tenga su historia personal. En este apartado final confluyen, por tanto, las

historias personales con la historia grupal.

Cuadro número 5: Cronograma de encuentros con los misioneros de la Consolata

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Personaje Fecha Lugar Hora

Ashenafi Yonas 17 de octubre de

2007

Universidad

Javeriana

11–12 a.m.

Ashenafi Yonas 24 de octubre de

2007

Casa de

estudiantes

1 p.m. a 4

p.m.

Ashenafi Yonas 12 de febrero de

2008

Casa de

estudiantes

11:30 a 2 p.m.

Clement

Gachoka

27 de febrero de

2008

Universidad

Javeriana

11 a.m. a 12

m.

Clement

Gachoka

12 de marzo de 2008 Universidad

Javeriana

11 a.m. a 12

m.

Joaquín Pinzón 17 de marzo de 2008 Casa de

estudiantes

9 a.m. a 11

a.m.

Clement

Gachoka, Too

Kiptum,

Deogratias Mtika

25 de marzo de 2008 Casa de

estudiantes

5 p.m. a 8:30

p.m.

Clement

Gachoka

9 de abril de 2008 Universidad

Javeriana

11 a 12:15

p.m.

Deogratias Mtika 17 de abril de 2008 Universidad

Javeriana

10 a 11 a.m.

Clement

Gachoka

19 de abril de 2008 Barrios La Fragüita

y El Vergel

3 p.m. a 7

p.m.

Deogratias Mtika 30 de abril de 2008 Universidad

Javeriana

12:30 a 2 p.m.

Too Kiptum 7 de mayo de 2008 Universidad

Javeriana

11 a.m. a 1:30

p.m.

Deogratias Mtika 10 de mayo de 2008 Barrios Patio Bonito

y Primavera

1 p.m. a 10

p.m.

Diagrama número 3: Estructura de la crónica “Los misioneros de la ‘Pequeña África’

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Relato de vida de Clement Kinyua

Gachoka

Relato de vida de

Deogratias Mtika

Relato de vida de Too

Clarius Kiptum

Relato de vida de

Ashenafi Yonas

Relato grupal de los

misioneros de la

Consolata

Contexto bogotano Contexto bogotano

Contexto bogotano Contexto bogotano

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5.4 La fuerza del destino Las manos de Mohamed

El sonido que repica en el mortero grande de madera es seco, monótono. “Toc,

toc, toc, toc”. Dos manos fuertes golpean con un rodillo de un metro de largo un

polvo delicado de color blanco, que había sido la carne seca de una sardina

ahumada. Ahora no es más que harina. Las dos manos que destrozaron con

fuerza el pescado toman el polvillo, lo sienten, lo hurgan hasta sacarle las

pocas espinas que soportaron, sin quebrarse, los golpes en el mortero.

A solo una brazada de distancia se encuentra una olla que contiene un líquido

de color naranja y amarillo similar al Isodine. Es aceite de palma africana, que

se calienta a fuego lento con un picado de cebolla roja, a la espera de la

harina de pescado que ha sido machacada en el mortero y de la farinha –o

gari–, yuca molida finamente que se une a los demás ingredientes para formar

una masa de color naranja. Las dos manos toman esta masa, la sirven en

desorden sobre una capa de arroz blanco y ponen al lado un par de rebanadas

de plátano maduro. La comida está servida.

Las dos manos que prepararon el plato de Gari pertenecen al ghanés

Mohamed Dagomba. Son manos gruesas, ásperas, maltratadas por el tiempo y

por la siembra de palma africana en Antioquia y en los Llanos Orientales. Las

palmas de las manos, de un color blanco que contrasta con los oscuros

dorsales, están raspadas, cortadas y ya muestran las primeras arrugas. Las

líneas son claras y largas, para encantar a un practicante de quiromancia. Una

de las uñas está morada y no demora en caerse. Sin duda, son las

herramientas de un hombre trabajador.

Pero también son manos que hablan, que expresan cuando las palabras no

alcanzan. Mohamed lo sabe muy bien: intenta describir oralmente la calidad de

la tierra que ara con frecuencia o la calidad del terreno en el que crecen las

plantas. No lo logra. En cambio, toma con sus manos un puñado imaginario de

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tierra, lo palpa y luego frota sus dedos hasta que la tierra se desvanece entre

ellos. Ya con eso es suficiente. No hay necesidad de palabras.

Sus manos no sólo hablan. También sienten. Sienten cuando él coge una

pequeña rama de una hierba llamada Martín Galvis, que desbarata con sus

dedos mientras piensa en su padre, un curandero africano que le enseñó a

recetar una infusión con esta hierba para curar la migraña o el dolor de

estómago. Hoy, además de trabajar como capataz en los sembradíos de palma

africana, este ghanés recibe llamadas a diario de personas que se quejan por

algún dolor y que confían en los conocimientos que tiene de medicina natural.

Sus manos también sienten cuando llega su hijo de diez años, también llamado

Mohamed, con una herida en la rodilla. Usa las yemas de sus dedos para

frotar, lentamente y con un movimiento circular, una pomada extraída de la

palma africana. Así tranquiliza a su hijo, que continúa jugando. Y sienten

cuando toma del piso la pluma de una paloma y sin pensarlo dos veces la

peina con sus dedos y luego pela las barbas grises hasta dejar sólo el raquis.

Lo inserta en su boca para limpiar la comida que ha quedado entre sus dientes

y, una vez logrado el cometido, utiliza el raquis para rascarse la oreja. “Así se

hace en el campo en África”, argumenta este guardián de la sabiduría popular

africana.

Colombia recibe a Mohamed Cada vez que Mohamed siembra palma africana, piensa inevitablemente en su

continente. Es el vínculo que hoy, estando en un país como Colombia, lo une a

su tierra y a su gente. Y él se siente orgulloso. Sembrar palma es una metáfora

de la manera en que muchos africanos ven el mundo: es una actividad que no

se hace individualmente, sino pensando en el futuro, para que otros le saquen

el fruto. Así mismo, otros deben sembrar para él y para los demás. Es el

pensamiento colectivo que en las etnias de África prima sobre los intereses

personales.

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Hoy, el ghanés afirma con algo de pesar que ha descubierto el poco interés de

esta máxima de los africanos en Colombia. La guerra, según Mohamed, es

simplemente un acto de egoísmo que no tiene en cuenta el daño que causa a

las siguientes generaciones.

Eso no lo sabía cuando llegó a Cartagena el 6 de noviembre de 1996, atraído

por los pocos requisitos legales que pedía el país a los extranjeros. Una vez en

Colombia –pensaba– le sería mucho más fácil conseguir una visa para Estados

Unidos, viajar por tierra a través de Centroamérica o embarcarse con algún

navegante que lo llevara al país de sus sueños.

En África había trabajado con algunas empresas norteamericanas y como

sabía inglés y francés, imaginó que podría tener un mejor futuro lejos de su

país natal para ayudar así a su primera esposa –que vive en Accra, la capital

de Ghana– y a sus ocho hijos. Hoy habla frecuentemente con ellos y les manda

de manera regular 150 o 200 dólares.

Además, su padre tenía otros 45 hijos y varias mujeres de qué preocuparse,

por lo que Mohamed entendió rápidamente que él debía construir su propia

vida sin contar con el apoyo de su progenitor. Por eso soñaba con llegar

rápidamente a Estados Unidos. Sin embargo, no lo logró y terminó cumpliendo

algunas de esas ilusiones en un lugar donde nunca imaginó que duraría tanto

tiempo.

Un pequeño cuarto de su casa, ubicada al frente del Centro Internacional de

Negocios y Exposiciones de Corferias, es utilizado por Mohamed como lugar

de oración (o musala). En él, uno de los cuadros recuerda en árabe el sura –o

capítulo– 97 del Corán, que se llama Al–Qadr o El Destino:

Ciertamente, hemos hecho descender esta [escritura divina] en la

Noche del Destino

¿Y qué puede hacerte concebir lo que es esa Noche del Destino?

La Noche del Destino es mejor que mil meses:

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Los ángeles descienden en ella en huestes, portando la inspiración

divina con la venia de su Sustentador; contra todo lo [malo] que

pueda ocurrir da indemnidad hasta que despunta el alba.

Mohamed en su cuarto de oración.

Tal vez fue el destino, que ocupa un lugar

importante en la vida de los musulmanes, el que

llevó a que el ghanés entendiera que su sueño

americano debía convertirse en un sueño

colombiano. Se puso en manos de su Dios y

entendió que Él “creó todas las cosas con un

cálculo exacto…Todo dimana de Él

puntualmente”.

Con esa creencia en el destino, Mohamed empezó a buscar dinero para

mantenerse en Bogotá y así trabajó como panadero, arregló automóviles e

incluso le guardó diez mil dólares a un nigeriano que luego fue descubierto

como narcotraficante. Mientras realizaba las diligencias para renovar sus

papeles, y ante el susto de ser deportado, conoció a Claudia Barrera Posada,

una bogotana de ascendencia tolimense, de voz grave y temperamento fuerte.

Poco a poco se enamoraron y en 1998 el africano le propuso matrimonio: “No

tengo dinero, pero te ofrezco mi religión, que es lo más importante”. Desde

entonces, Mohamed va con Claudia y con sus dos hijos colombianos

(Mohamed, de diez años, y Hosayna, de cinco) todos los viernes, a la una de la

tarde, a la mezquita en el centro de Bogotá.

La pequeña Meca de la carrera décima El Pasaje Hernández, precursor de los centros comerciales de Bogotá,

permanece anclado en el pasado. Aún hoy, 115 años después de su

inauguración, esta joya arquitectónica de la capital colombiana ofrece a los

transeúntes y compradores la opción de medirse un traje a la medida, comprar

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vestidos de novia, zapatos o elegantes fracs o probar algún dulce típico

colombiano como la cocada, el bocadillo veleño o el Herpo.

Iglesia San Juan de Dios

No muy lejos del Pasaje Hernández, la historia

de la ciudad vuelve a mostrar todo su

esplendor. En la ruidosa y congestionada

carrera décima, la Iglesia San Juan de Dios,

declarada monumento nacional en 1975,

recibe a los fieles católicos tal como lo hacía

cuando comenzó a ofrecer cultos litúrgicos en

1723.

Justo entre estos dos lugares, ubicado en la carrera 9ª con calle 11, hay un

edificio común y corriente, de color blanco y con los bordes de los ventanales

en rojo. Hace parte del Complejo Virrey Solís y no parece llamar la atención de

los pasantes, más interesados en la música que suena a todo volumen en los

almacenes de telas, cafeterías, tiendas naturistas, papelerías, y venta de

repuestos para electrodomésticos.

Fachada de la mezquita del centro de Bogotá

Sin embargo, los viernes, a la hora del

almuerzo, el cuarto piso de este edificio

se convierte en el lugar de encuentro de

un grupo de personas que hacen parte

de la colonia musulmana de Bogotá.

Cuando se acerca la una de la tarde, dejan su trabajo o sus actividades

habituales para subir a la Asociación Benéfica Islámica de Bogotá, fundada en

1979 cuando el lugar –que pertenecía a la comunidad palestina, como buena

parte del sector– fue vendido para abrir el centro religioso. Todos sus

miembros, sin excepción, se quitan sus zapatos a la entrada, los dejan sobre

una repisa o en el suelo, y las mujeres rescatan de su cartera o de algún

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bolsillo un velo –llamado hijab– que ponen sobre su cabeza antes de caminar

hasta el fondo del salón.

El salón de la mezquita es rectangular y está dividido en dos partes: la primera

de ellos está destinado a los hombres, que se sientan en el tapete color café o

se recuestan en alguna de las cinco columnas también tapizadas. La segunda

área, al fondo del salón, es utilizada por las mujeres, que escuchan la charla y

realizan la oración de manera separada. A los hombres y a las mujeres los

divide un biombo de madera, que tiene colgado una serie de cuadros con

aleyas –versículos– del Corán o dichos del Profeta Mahoma. Según el Sheik

Ahmad Tayel, representante cultural islámico, estos “fomentan la convivencia

con la opinión ajena y están encaminados a hacer el bien común”. En el centro

está el cuadro más importante, con un marco de plata reluciente y la inscripción

en árabe del Sura Al–Fatiha o de La Apertura, que también se repite con

frecuencia durante la oración:

En el Nombre de Dios el Compasivo, el Misericordiosísimo

Alabado Sea Dios, Señor del universo,

El Compasivo, El Misericordiosísimo

Dueño del Día del Juicio.

A Ti solo servimos y a Ti solo imploramos ayuda.

Dirígenos por la vía recta.

La vía de los que Tú has agraciado,

No de los que han incurrido en la ira,

Ni de los extraviados.

Así como el sura Al–Fatiha resplandece con su marco de plata en el biombo,

otras inscripciones se encuentran por toda la mezquita: Un cuadro en nácar

tiene la inscripción “Mahoma, mensajero de Dios”; un papel, pegado cerca de

la entrada, dice “la pureza es la mitad de la fe. Dichos del profeta Muhammad,

la paz sea con él”, y un tapete verde colgado de la pared reza “Doy testimonio

que no hay otro Dios que Alá y que Mahoma es su siervo y su mensajero”, que

es la oración que proclaman quienes desean convertirse al islam.

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Tapete a la entrada de la mezquita

Los cuadros, las columnas, los tapetes y

los ventanales, a través de los cuales se

pueden ver las tejas de la Iglesia San

Juan de Dios, se han vuelto elementos

normales para Mohamed Dagomba, que

el viernes no sólo va a la mezquita a

orar y a escuchar la charla del Sheik.

También aprovecha y se encuentra con muchos de sus amigos, personas de

diferentes partes del mundo –Oriente Medio, África, Turquía, Indonesia y

colombianos convertidos– que no tienen muchos intereses en común excepto

el islam. Uno de ellos es el togolés Idris Yaya.

Los pies de Idris

Con dificultad, los buses públicos serpentean por las calles empinadas de la

localidad de Usme hasta que llegan al último paradero, encumbrado en los

cerros surorientales de Bogotá, donde se encuentra el barrio Juan José

Rondón. Allá, la neblina y la llovizna constantes distorsionan las pocas casas

del sector y dan una inequívoca impresión de lejanía y soledad. Es un lugar al

que, con toda seguridad, ninguna persona llega por equivocación.

En ese lugar, Idris Yaya se mueve con propiedad. Vestido con un impermeable

amarillo y con botas pantaneras, el togolés otea el panorama con orgullo y se

precia de una vista que sólo se disfruta en pocos lugares de la capital

colombiana. A lo lejos, los parches verdes de las montañas parecen en una

constante pelea con los barrios de invasión, que lentamente –pero con

persistencia– le roban espacio a la naturaleza y a las plantaciones de haba,

arveja y papa.

Todos los días, Idris sale a caminar por este barrio que ha aprendido a

reconocer como suyo. Sabe dónde pisar para evitar el fango que se asienta en

las calles sin adoquín y toma atajos que lo llevan a su casa, muy cerca del

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paradero de buses urbanos, en la calle 86c sur con 17b este. En ella, este

togolés de la etnia Kotokoli ha encontrado todo lo necesario para vivir con su

esposa Lucero Cardona, su hijo Mohamed y sus mellizas de un año y diez

meses llamadas Kadira y Layla.

En su casa, el lugar preferido de Idris está en el segundo piso. Es un pequeño

cuarto que utiliza como su lugar de oración. Allá reza cinco veces al día –las

oraciones obligatorias para los musulmanes– y también, cuando tiene

necesidades, realiza oraciones voluntarias. Al entrar, como en el caso de la

mezquita, se quita sus botas pantaneras, pero, a diferencia de como hace en el

centro de Bogotá, en su casa se pone un sunna –traje blanco parecido a una

bata– y se arrodilla frente a un cuadro de La Meca, que simboliza la dirección

en la que debe ubicarse. Cuando los musulmanes en Bogotá no encuentran en

qué punto cardinal está la Meca, siempre se guían por el mismo punto

geográfico: la Iglesia de Monserrate.

En su vivienda también tiene un patio grande, donde guarda cinco lavadoras

que alquila a los habitantes de los barrios Juan José Rondón, Juan Rey,

Arrayanes o Tiguaque. Idris las lleva a pie hasta donde su cliente la necesite y

las instala. Luego, algunas horas después, regresa a recogerlas y cobra por el

servicio: dos mil pesos por una hora, tres horas en cinco mil. Es un trabajo que

requiere esfuerzo físico, pero él, a pesar del ejercicio, mantiene una barriga

protuberante que entra siempre primero por la puerta y que parece llevarlo a él

por los barrios de Usme.

Sus pies –y su barriga– no sólo le sirven para llevar las lavadoras de un lado a

otro. Todos los días, Idris sale de su casa, toma un bus en el paradero y

recorre diferentes barrios del centro y del norte de Bogotá con un pequeño

maletín verde. De él extrae manteles y telas que su esposa Lucero y sus

hermanas Doris y Nuris bordan en una casa vecina, que destinan al negocio

familiar. Son bordados coloridos, con arabescos y diferentes motivos, que

venden por aproximadamente ochenta mil pesos: algunos tienen un traje típico

de Antioquia, de Caldas o de Tolima; otros son de Mickey Mouse o de Winnie

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Pooh y unos bordados, mucho más pequeños, tienen una flor que se cose

luego a un pantalón o a una camisa y que vale tres mil pesos.

La sonrisa de siempre

Además del maletín verde con los manteles, Idris siempre lleva consigo un

elemento adicional: su sonrisa. No importa qué problemas tenga, cuánto haya

vendido ese día o cómo esté su familia, este hombre de cara redonda y barriga

abultada siempre está “excelentemente muy bien”. Como él mismo se

describe, es una persona “todo terreno” que lentamente ha aprendido en

Colombia “cómo es el maní”. Claro, siempre con la ayuda de Dios. Por eso

repite con frecuencia “inshallah” –si Dios quiere–, “alhamdulillah” –alabado sea

Dios– y “Allah–u–Akbar” –Dios es el más grande–.

Y este togolés, que nació en la ciudad de Sokodé, ha necesitado la ayuda de

Dios, porque no le ha tocado fácil en Colombia. Llegó en noviembre de 1997,

luego de una serie de viajes que lo llevaron a conocer naciones de África

Occidental, Suecia, Alemania, España, Portugal, Cuba y, por último, Ecuador.

Precisamente en ese país conoció a una francesa que le habló de la cercanía

ecuatoriana con Colombia, un lugar que Idris no podía ubicar en un mapa, pero

del cual había oído hablar por la Selección de fútbol que en ese entonces

deslumbraba al mundo deportivo con jugadores como Carlos Valderrama,

Faustino Asprilla y Freddy Rincón. Con los recuerdos de esos futbolistas y con

las indicaciones que le dio la francesa, el togolés llegó a Bogotá “por loco”,

donde pensaba quedarse pocos días.

Pero ya lleva más de diez años. Cuando llegó a la capital colombiana, después

de una travesía por Ipiales y Cali, Idris se instaló en el centro de Bogotá, donde

tuvo la mala suerte de encontrarse, pocas horas después de su llegada, con un

grupo de ladrones que se llevó todas sus pertenencias. Sin nada, debió

empezar a buscar dinero lo más rápido posible para poder devolverse a

Ecuador y de ahí a Togo.

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Vagó por las calles de Bogotá pidiendo trabajo en una mezcla de francés,

inglés y unas pocas palabras de español. Durmió “donde lo cogía la noche” y

sólo pudo empezar a mejorar su situación cuando una francesa le ofreció

trabajo en una construcción. Ahí empezó su nueva historia –y su nueva

decepción–. Se hizo amigo de uno de los obreros –Aldemar– quien lo invitó a

vivir con él en el barrio Juan José Rondón. Idris aceptó, aunque pagaba en

transporte cuatro mil de los siete mil pesos que ganaba por su trabajo.

Combinó entonces ese trabajo con otro en un montallantas y así empezó a

ahorrar. Su sueño de regresar a su país natal estaba cerca.

Pero Aldemar se quedó sin trabajo e Idris decidió ayudarlo, sin saber que su

amigo nunca le pagaría el dinero y, además, terminaría llevándose el resto de

sus ahorros. Idris estaba otra vez en el comienzo de su historia, sin dinero y

con una tristeza más: “eso era mi vida, mi ilusión”, afirma hoy. No sería el

último percance.

Idris continuó trabajando en el montallantas y pudo quedarse a dormir allí. Con

recelo guardaba el dinero que fue ganando, pero pocos días antes de

completar lo que necesitaba para el pasaje, unos ladrones atracaron el

establecimiento y se llevaron los objetos de valor y todo su dinero. Esta vez la

reacción del africano fue diferente: ya no empezó a ahorrar de nuevo y, por el

contrario, dejó sus sueños de regresar a Togo. Comprendió que su vida estaba

ahora en Bogotá y que el destino –de acuerdo con sus creencias como

musulmán– lo estaba llevando a permanecer en Colombia. Él no podía ir en

contra de ese destino y, de ahí en adelante, se esforzó por construir ya no el

capital para devolverse, sino el capital para empezar una vida lejos de su país

natal. Hoy, Idris se siente colombiano y a pesar de las dificultades, reconoce

con optimismo: “usted sabe que yo soy ‘todo bien’”.

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El ritual del viernes en la mezquita

No todo le salió mal a Idris mientras conseguía un empleo estable en Bogotá.

En sus labores diarias en el montallantas tuvo la fortuna de atender a un cliente

que conocía a Mohamed Dagomba. Emocionado, Idris llamó al ‘paisano’, que

no pudo pasar al teléfono por estar haciendo una de sus cinco oraciones

diarias. Curiosamente, la negativa del ghanés resultó mejor que si hubieran

hablado, pues Idris confirmó que Mohamed era un africano musulmán, como él.

Llamó de nuevo cuando no estuviera orando y logró comunicarse con su nuevo

amigo. Se pusieron una cita y, así, Idris logró conocer a uno de sus buenos

amigos en Colombia en uno de los lugares que más frecuenta: la mezquita del

centro.

Todos los viernes, los dos africanos se encuentran en la Asociación Benéfica

Islámica de Bogotá. La oración de ese día –llamada Salat–al–Yumma– es de

carácter obligatorio para los musulmanes en el mundo y es la actividad más

importante de cualquier comunidad islámica. Así está establecido en el Corán,

en el sura 62, llamado Al–Yumua o Del viernes:

¡Creyentes! Cuando se llame el viernes a la azalá (oración ritual),

¡corred a recordar a Alá y dejad el comercio! Es mejor para vosotros.

Si supierais... Terminada la azalá, ¡id a vuestras cosas, buscad el

favor de Alá! ¡Recordad mucho a Alá! Quizás, así, prosperéis.

Antes de la oración

Apenas entran, todos los miembros levantan

sus manos a la altura de la cabeza con las

palmas abiertas como una forma de

simbolizar el rechazo a lo mundano.

Luego se sientan en el piso –siempre sin zapatos– y se saludan con un efusivo

“Salam Aleikum” –la paz esté contigo– hasta que el sheik Ahmad Tayel, de

Siria, se dispone a dictar la charla o la conferencia –llamada Khutba–. En ella,

se discuten temas como la modestia y la justicia en el islam, cómo tratar con

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moralidad a toda la humanidad y no sólo a los países de mayoría islámica,

cómo controlar la rabia o cómo el sexagésimo aniversario del Estado de Israel

representa una calamidad no sólo para los árabes sino para toda la humanidad

por el robo de la Patria de Palestina.

El sheik también se esmera en explicar la temática de la tolerancia en el islam.

Esto lo hace con frecuencia los viernes a los musulmanes y los sábados –una

vez al mes– a los no musulmanes. Explica cómo su religión considera a la

humanidad como una única familia cuyo padre biológico es Adán y con un Dios

y Padre que son únicos. De ahí que los hombres, repartidos en diferentes

pueblos, estén en la necesidad de tender puentes entre ellos.

Después de la charla, que dura aproximadamente veinte minutos y que se hace

primero en árabe y luego en español, los asistentes se ponen de pie y se

ubican en cuatro o cinco filas de unas quince personas. En dirección a la meca,

y bajo la orientación del sheik, pasan a la segunda parte del Salat–al–Yumma:

la oración.

Ésta se hace normalmente en dos ciclos –rakat–, de acuerdo con las diferentes

posiciones y dura alrededor de diez minutos. Cada vez que el Sheik dice

“Allah–u–Akbar” los fieles cambian de postura: de pie con los brazos plegados,

inclinados en señal de humildad, postrados en el piso. Las posturas se

combinan con la repetición en voz alta de suras o aleyas del Corán y finalmente

cada uno tiene la opción de hacer oraciones en silencio.

Posturas de la oración del viernes. En la primera fila se ubican regularmente Mohamed e Idris.

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Una vez finalizado el ritual del viernes, los musulmanes vuelven a sus

actividades normales. Unos regresan al trabajo, otros más se quedan hablando

con el Sheik y los dos africanos continúan con su rutina: cuando no almuerzan

juntos en algún restaurante del centro, Idris llama a sus familiares en Togo

antes de retomar sus viajes por diferentes barrios de Bogotá para vender los

manteles. Mohamed toma su carro marca Seat y dedica la tarde a su esposa y

a sus dos hijos.

La fuerza del destino

Mohamed Dagomba tiene un plan para el futuro: cuando sus hijos crezcan y él

logre ahorrar suficiente dinero, espera devolverse a su país natal y cerrar el

ciclo que empezó cuando partió de allí con la obsesión del sueño americano. Y

concibe ese futuro mientras observa por el ventanal principal de su casa cómo

afuera, en la entrada principal de Corferias, una bandera colombiana ondea,

movida por la fuerza del viento.

Mohamed hoy se siente colombiano. Su esposa, esa mujer temperamental de

voz gruesa, se lo recuerda con su manera de ser en cada momento. Sus hijos,

una mezcla de sangre africana y sangre colombiana, también lo hacen. Pero su

vínculo va más allá. Con el pasar de los años, Mohamed ha aprendido a

conocer y a apreciar este país: lo recorre mientras siembra palma africana, sale

los domingos en bicicleta a apropiarse de Bogotá y afirma que su afición

principal es muy sencilla: hablar con toda la gente que pueda. De esas

experiencias y de todas sus conversaciones, este ghanés ha aprendido tanto

de Colombia que sueña con montar un restaurante típico de este país cuando

pueda regresar finalmente al suyo.

Idris también se siente colombiano. Lo afirma en su manera de ser

desparpajada y risueña. También tiene su esposa colombiana, tres hijos, una

casa y un pequeño negocio. Conoce bien la ciudad, se ha adaptado a ella y

tiene amigos, que destacan su buena energía y su positivismo. Es un hombre

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alegre, que disfruta su vida en Colombia, aunque extraña su país natal y sobre

todo a su hijo togolés Shaban, que tiene 13 años y con quien habla por teléfono

los viernes.

Tanto Mohamed como Idris han construido sus historias en Bogotá y hoy ya

hacen parte de esta ciudad. Ese hecho en común –haberse quedado en la

capital colombiana cuando no estaba entre sus más remotos planes– es el que

los mantiene unidos y el que los ha hecho amigos. Es la fuerza del destino.

“No existe cosa alguna –dice la palabra de su Dios– cuyas fuentes no estén en

nuestro poder y no las enviamos sino en una medida precisa”. Así, aunque

tengan planes y sueños, el destino que tiene Dios marcado puede ser muy

diferente. Ellos lo saben muy bien: por eso están acá en Colombia.

5.4.1 Bitácora de la crónica Debo hacer una confesión: el proceso de investigación de la tesis –y en

especial de las cuatro crónicas– contó con un alto porcentaje de situaciones

inesperadas, que fueron guiando positivamente mi contacto con los africanos.

La historia sobre los dos musulmanes no fue la excepción.

Me encontraba una mañana en un centro de fotocopiado de la carrera 7ª, frente

a la Universidad Javeriana, conversando con un profesor sobre nuestros

proyectos. Apenas empecé a hablar de la investigación sobre los africanos, un

estudiante de sociología interrumpió el diálogo y, luego de presentarse como

Jonathan Ávila, comentó que él hacía parte de un grupo de estudio sobre el

islam en Colombia, que tenía contacto con varios africanos y que se ofrecía –

sin conocerme siquiera– a llevarme un viernes a la oración del centro en la

mezquita. Dicho y hecho: pocos días después nos pusimos de acuerdo,

acordamos una cita para el 14 de marzo en la estación de Transmilenio del

Museo del Oro y él me guió hasta el sitio donde se reúne la comunidad

musulmana.

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Desde entonces, la cita de los viernes a la una de la tarde se convirtió en una

costumbre. Durante buena parte del semestre organicé mis actividades para

poder asistir a la mezquita –así eso implicara faltar a clases en la universidad–

e investigar esa comunidad con la mayor profundidad posible. Esto lo hice con

un objetivo en mente: tratar de entender las dinámicas propias de este lugar, la

cotidianidad, lo que ocurre con frecuencia los viernes. Y esto sólo se logra

integrándose lo más posible con las personas durante un determinado tiempo.

En el caso de la mezquita, esta inmersión era aún más importante por tratarse

de un grupo que practica una religión que para mí era totalmente desconocida.

Esa es otra confesión que debo hacer: mi ignorancia inicial sobre el islam. Sin

embargo, decidí tomar mi ignorancia como un elemento positivo para recabar

información sobre los musulmanes. Es mejor que un periodista tenga dudas –y

pregunte hasta resolverlas– a que tenga certezas.

Una situación anecdótica ocurrió en mi segunda visita a la mezquita, cuando fui

a almorzar con Mohamed, su familia, Idris y algunos colombianos musulmanes.

Una vez finalizada la oración, el ghanés me presentó a su mujer, Claudia. Yo

estreché la mano para saludarla y ella, en vez de imitar mi gesto, retrocedió

sorprendida y sólo después de unos segundos me preguntó si yo estaba en

proceso de convertirme al islam. Le contesté que no, que soy cristiano, y

entonces me explicó que no es bien visto que una mujer tenga contacto físico

con un hombre no musulmán.

Por eso, para resolver mis dudas y evitar futuras situaciones de ese estilo,

recurrí a varias fuentes. Por un lado hablé con los mismos miembros de la

mezquita: entrevisté al sheik Ahmad Tayel; conversé con Diego Castellanos,

antropólogo e investigador del Centro de Estudios Teológicos y de las

Religiones, de la Universidad del Rosario de Bogotá; y planteé todas mis dudas

a los dos africanos, expertos en la religión musulmana.

Por el otro recurrí a fuentes documentales. En la mezquita me regalaron el libro

“Presentación general de la religión del Islam”, de Ali Altantawi, con la única

condición de que debía leerlo. “No tiene precio –me dijo el sheik– el precio es

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que lo leas”. Así lo hice. Mohamed Dagomba también me hizo un regalo: el

libro “El paso hacia el paraíso. Dichos de Muhammad, el Enviado de Dios”, que

utilicé como punto de referencia. Otros dos libros tuvieron el mismo propósito:

“La religiosidad musulmana”, del autor Félix Pareja, y una investigación del

Centro de Estudios Políticos e Internacionales de la Universidad del Rosario –

bastante superficial– titulada “Identidad y minorías musulmanas en Colombia”.

Esta investigación la combiné con conversaciones con Mohamed Dagomba e

Idris Yaya, dos de los africanos que hacen parte de esta comunidad y que

tienen varias experiencias comunes, lo que favorece una narración conjunta: el

hecho de haber llegado a Colombia como un lugar de paso para terminar

quedándose a vivir, la creencia en el destino desde la perspectiva musulmana y

la asistencia regular a la mezquita son tres de esos factores.

Tanto con Mohamed como con Idris traté de fomentar diferentes encuentros.

Primero, en la mezquita. En este caso, las conversaciones se daban al terminar

la oración y, con frecuencia, salía con alguno de ellos –o con los dos– a

almorzar o a tomar una gaseosa en alguna cafetería. Además, traté de hablar

con ellos por separado y en sus ambientes familiares: Mohamed me invitó a

almorzar y me cocinó uno de sus platos preferidos –Gari– e Idris me hizo un

tour por su casa en el barrio Juan José Rondón y por su pequeña empresa

familiar de bordados.

En el caso del togolés ocurrieron dos sucesos adicionales. El primero de ellos

es el temor que puede sentir el periodista ante lo desconocido. Para llegar a la

casa de Idris debía recorrer toda la ciudad, tomar tanto Transmilenio como

colectivo y seguir unas indicaciones por los barrios más alejados de la localidad

de Usme hasta encontrar el último paradero de bus, donde Idris me estaría

esperando. La travesía duraría cerca de dos horas por barrios que nunca antes

había escuchado y, como creo que es natural, sentí algo de temor. ¿Qué hacer

en esos casos? El periodista debe ser consciente de que su labor implica

riesgos y que si su meta profesional es el contacto con los Otros –como ocurre

en mi caso– tendrá que enfrentar esas situaciones y aprovecharlas a favor de

la investigación. Porque ocurre con frecuencia que esos miedos son

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infundados, más obra de prejuicios que de realidades. Y una labor del

periodista es precisamente esa: derrotar los prejuicios.

Sin embargo, el periodista debe tener también en claro que debe ir a esos

lugares con el mayor respeto posible hacia las personas con las cuales se va a

encontrar. Eso implica mimetizarse y tratar a los demás con naturalidad.

Por otro lado, el proceso de investigación con Idris contó con un elemento

adicional, que no estaba entre mis planes. Sin querer, terminé convirtiéndome

en profesor de inglés del africano. Apenas él supo que yo hablaba este idioma

en mi casa, decidió llamarme todas las semanas para practicar: me ponía una

canción africana y me pedía que le tradujera la letra, me preguntaba la

traducción de alguna frase de uso cotidiano o simplemente me llamaba para

preguntarme cómo estaba yo, siempre en inglés. Esto me permitió ahondar un

poco en sus gustos y conocer más de cerca la manera en que él habla y la

jerga que utiliza en español, situaciones que traté de plasmar en la crónica.

Lo anterior es muy importante en el proceso de investigación de una crónica.

Ante todo se trata de captar al personaje desde muchas perspectivas, de

encontrar detalles que permitan describirlo con la mayor precisión posible. Para

eso sirven los gestos, la fisionomía y el vocabulario. Con Mohamed esto no fue

posible porque siempre hablé con él en inglés, lo que dificultó que yo

encontrara el vínculo entre el ghanés y el idioma español. Sólo pude identificar

algunas características –como cuando frota sus dedos para sentir la tierra

imaginaria ante la imposibilidad de decirlo en una oración– en situaciones en

las que nos encontrábamos con otras personas y nos veíamos forzados a

hablar en español.

Sin embargo, con ambos africanos logré mi propósito de conocerlos en la

mezquita y de conocer algunos detalles de su vida privada. Naturalmente, de

haber tenido mucho más tiempo, habría aprovechados más oportunidades para

verlos en otros ambientes: acompañar a Mohamed un domingo a la ciclovía, ir

con Idris a vender sus manteles y bordados o ayudarlo con el alquiler de las

lavadoras.

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Esto no lo hice por dos motivos. El primero es que el cronista debe saber

ponerle punto final a la investigación. Ocurre con frecuencia que recoge tantos

datos y tanta información que se enreda con todo lo que tiene. Además, las

crónicas de personaje son tan amplias, que muchas de ellas no tienen un final

natural –como sí ocurre por ejemplo con un evento–, por lo que el periodista

debe buscarles fin. Y esto lo logra preguntándose qué quiere narrar y buscando

la respuesta a través de la reportería.

El segundo motivo es el tiempo, que también influye en la labor del cronista. Lo

ideal sería tener meses o años para investigar un tema, buscar todas las

aristas posibles y hacer el proceso de investigación con calma. Pero eso, con

frecuencia, es una utopía. El cronista se ve enfrentado a un límite temporal que

debe cumplir o si no su texto no sale publicado. Por esa razón, aunque ese

límite no aplica con tanta rigidez en un trabajo de grado, traté de ponerme unas

metas temporales y cumplirlas. Y ésta, al final, fue una investigación de cuatro

meses.

El proceso de escritura No escribí una palabra de la crónica hasta que no cumplí con las visitas que me

había propuesto hacer a los dos africanos y a la mezquita. Sólo cuando tuve en

mi cuaderno de notas la información sobre la vida privada de los dos africanos

y la cotidianidad de la mezquita, empecé a pensar en la narración.

Lo primero que traté de hacer fue encontrar aspectos en común de los dos

africanos, que pudieran servir para unir en algún punto sus historias. Esto, sin

duda, lo ofreció la mezquita, que es el lugar donde los conocí, donde ellos se

hicieron amigos y que representa su manera de ver el mundo. Por tanto, los

apartados sobre la mezquita debían servir como puente entre Mohamed

Dagomba e Idris Yaya.

Al mismo tiempo, quería diferenciar esta narración de la que había hecho con

los dos egipcios, ya que tenía elementos similares: se trata de dos personajes

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que se hacen amigos gracias a Colombia y que comparten elementos

culturales. Por eso traté de experimentar un poco con el párrafo introductorio y

con el orden de los mini–relatos.

En el caso de la introducción, además, procuré salirme un poco de la forma en

que había narrado en las anteriores crónicas. En ellas, varios de los apartados

corresponden a un momento en especial, que se narra de comienzo a fin: la

visita a la casa del egipcio, la comida donde el etíope, la salida con el misionero

católico. En esta introducción, el elemento que sale a relucir no es temporal,

sino constante: las manos de Mohamed. Naturalmente me valgo de un

momento –su invitación a almorzar– pero enfatizo no en el evento como tal,

sino en las manos que prepararon la comida. Luego, esas mismas manos

toman una pluma para limpiar la oreja, frotan la rodilla de un niño y describen la

calidad de la tierra. Si bien hacen parte de un mismo apartado, cada uno de

esos sucesos no ocurrió necesariamente en la invitación a almorzar: por

ejemplo, la situación con la pluma ocurrió a la salida de la mezquita y los

gestos con las manos los noté en un almuerzo que tuvimos en el centro de

Bogotá.

Luego, más adelante, volví a usar un elemento similar para introducir a Idris:

sus pies y su barriga. Como en el caso de Mohamed, recurro a la visita que

hice al barrio Juan José Rondón, pero no me quedo sólo en eso, sino que

también menciono las caminatas que hace para vender sus manteles –que él

narró en detalle después de una oración en la mezquita– y para alquilar las

lavadoras.

Por otro lado, procuré agrupar la información de cada uno de los personajes en

apartados sucesivos. Esto con dos propósitos: uno, diferenciar claramente a

dos personajes que son parecidos: ambos vienen de África Occidental, ambos

han vivido en Colombia con dificultad, ambos construyeron su familia acá

aunque tienen una en su país natal, ambos tienen trabajos atípicos, ambos

asisten a la mezquita…

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En segundo lugar, para fortalecer la descripción de cada uno de los personajes

y ratificar –al mismo tiempo– la mezquita como punto de encuentro de la

historia. Así, los primeros dos apartados son de Mohamed, luego hay uno de la

mezquita. Continúo con dos de Idris y luego vuelvo a la mezquita. Finalizo con

algunos puntos que los dos africanos tienen en común y con la fuerza del

destino, un elemento central en las historias de uno y del otro y que, además,

usé para titular el trabajo.

Cuadro número 6: Cronograma de encuentros con los dos africanos musulmanes

Fecha Lugar Hora

Viernes 14 de marzo Mezquita del centro de Bogotá 1 p.m. a 2 p.m.

Viernes 28 de marzo Mezquita del centro de Bogotá 1 p.m. a 2 p.m.

Viernes 4 de abril Mezquita del centro de Bogotá y

almuerzo en restaurante del

Complejo Virrey Solís

1 p.m. a 3:30 p.m.

Viernes 18 de abril Mezquita del centro de Bogotá y

cafetería del sector

1 p.m. a 3 p.m.

Jueves 15 de mayo Casa de Mohamed Dagomba 10:45 a.m. a 2 p.m.

Viernes 16 de mayo Mezquita del centro de Bogotá,

cafetería Andalucía. Entrevista

con el sheik y con Diego

Castellanos, de la Universidad

del Rosario.

11:30 a.m. a 3 p.m

Viernes 6 de junio Casa de Idris Yaya 8 a.m. a 1 p.m.

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Diagrama número 4: Estructura de la crónica Dos africanos y el destino

6. Conclusiones

Más de nueve meses de investigación desde la primera entrevista –el 7 de

septiembre de 2007–, 38 reuniones con miembros de la comunidad africana

provenientes de 9 países distintos, 9 entrevistas más para los marcos teórico y

metodológico, dos cursos de capacitación periodística en crónica y periodismo

de investigación, 163 correos electrónicos sobre la tesis, 7 materias

relacionadas directamente con el trabajo de grado y, finalmente, recorridos por

barrios y localidades de Bogotá que se expandieron desde la avenida séptima

con calle 234, en el extremo norte de Bogotá, hasta la calle 86c sur con 17b

este, en el lado opuesto de la capital colombiana.

Las manos de Mohamed

Llegada de Mohamed a Colombia

Llegada de Idris a Colombia

Los pies y la barriga de Idris

La mezquita del centro de Bogotá: ubicación y rituales

La fuerza del destino, que los trajo a Colombia y que determina su vida y su futuro

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Este podría ser el resumen estadístico del trabajo de grado sobre la migración

africana voluntaria a Bogotá como parte de la globalización cultural. Pero es

mucho más que simples cifras: es, ante todo, una investigación de la cual se

puede extraer una serie de conclusiones tanto desde el punto de vista de la

llegada de africanos como desde una mirada al trabajo del periodista como

científico social.

Actualmente, el tema de las migraciones voluntarias está en el tope de la

agenda oficial en Colombia por la salida cada vez mayor de colombianos al

extranjero y por las remesas que envían de regreso al país. Se han hecho foros

sobre el tema, se plantean soluciones e incluso el Ministerio de Relaciones

Exteriores está trabajando en un portal (www.redescolombia.org) para unir a

los colombianos en el exterior a través de redes sociales virtuales.

Sin embargo, el tema de los extranjeros en Colombia –es decir, el otro lado de

la moneda– casi nunca ha sido un tema prioritario de la agenda pública, a

menos que se trate de fomentar la llegada de un grupo en específico que

ayude al desarrollo de Colombia. Esto ocurrió con los europeos en el siglo XIX

y más recientemente con la llegada de empresarios y multinacionales. En otras

palabras, la llegada de extranjeros ha sido vista con una perspectiva utilitarista

y no como un fenómeno cultural y social.

Aún menos importante han sido las relaciones con otras regiones del mundo

que, en la mirada de muchos, no tienen la capacidad de ofrecer los beneficios

del desarrollo. Las colonias extranjeras de regiones “remotas” han sido

constantemente invisibilizadas, hasta el punto de que cuando decidí

arriesgarme a trabajar la inmigración africana, las preguntas fueron las mismas

una y otra vez: “¿Africanos en Colombia? ¿Y eso por qué investigar ese tema?

¿Y sí hay africanos acá?”.

A partir de esta investigación, que fue mirada con escepticismo desde un

comienzo –con excepción de algunos valientes que creyeron que sí podría

resultar algo novedoso–, puedo extraer las siguientes conclusiones:

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1) Resulta importante, desde las ciencias sociales, atreverse a investigar

temas que van en contravía de las tendencias generales. Cuando la

mirada colombiana está puesta en investigar la salida de colombianos y

la mirada africana está puesta en analizar la salida de africanos –no en

vano son dos países de origen en el tema migratorio– entender a

Colombia como país receptor de inmigrantes de todo el mundo abre

inmensas posibilidades para nuevas investigaciones.

2) Además de lo anterior, la mirada internacional sobre la migración

africana ha estado centrada en el tema de los africanos refugiados. Son

constantes las imágenes de embarcaciones precarias que llegan a las

costas españolas cargadas con africanos pobres. Esto, sin duda, ha

ayudado a estigmatizar a esa población. Por eso, una mirada a los

migrantes africanos voluntarios, con sus particularidades y toda su

riqueza cultural, es una manera de combatir los prejuicios que tiene ese

continente en el mundo.

3) Si bien Colombia tiene el 10% de población con ascendencia africana,

ese tema parece haberse quedado como algo meramente histórico. El

interés actual por África es básico y, ante todo, circunstancial. Esto lo

demuestran las relaciones diplomáticas, comerciales y culturales entre

Colombia y los países africanos.

4) La llegada de africanos a Colombia no debe entenderse sólo desde las

cifras. Después de todo, 83 personas registradas en Colombia (46 de

ellas en Bogotá) no es un número que indique una presencia masiva.

Sin embargo, no por ello deben desconocerse las actividades de este

grupo poblacional en el país, cuya llegada se enmarca en el fenómeno

de la globalización.

5) El trabajo de campo con los africanos demostró que cada uno de ellos

tiene un bagaje cultural propio, que se hace evidente en su contacto con

Bogotá y con los bogotanos. África es un continente tan variado y tan

rico, que las diferencias entre un personaje y otro son muy marcadas,

incluso si provienen de un mismo país. Por esa razón traté de trabajar

con africanos de varias regiones del continente, como el Magreb, el

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Cuerno de África y países del occidente como Ghana y Togo, y procuré

integrar factores como sus creencias religiosas, sus manifestaciones

culturales y sus idiomas. Mostrar esas particularidades rompe con el

estereotipo de pensar el continente africano como uno homogéneo, cuya

población es negra y sólo tiene problemas sociales y políticos.

6) Así como los personajes han tratado de preservar algunas de sus

costumbres, también se han integrado a la cultura colombiana, la han

adaptado a sus necesidades y la han enriquecido. Aunque la migración

voluntaria africana es poco conocida en el país, el impacto tienen los

africanos en sus pequeños círculos sociales es muy importante,

particularmente porque amplían la perspectiva de mundo de las

personas con quienes tienen contacto y les entregan elementos para

entender, a través del contraste, su propia realidad.

El reto era cómo utilizar todos esos conceptos de una manera en que pudiera

revelar, por un lado, aspectos de esa inmigración y, por otro, la situación de las

personas que la viven como un aspecto central de sus vidas. La respuesta, a

final de cuentas, sólo podía ser una: la crónica.

Con el trabajo teórico pude agrupar diferentes voces sobre un tema poco

explorado y dejar plasmado un fenómeno naciente. Pero con la crónica

encontré otra ventaja: visibilicé a los personajes que están detrás de ese

fenómeno, retraté sus miedos, sus esperanzas, sus sueños, su vida diaria. Y

así, con la parte teórica y la parte narrativa logré el cometido de recrear una

realidad desde sus diferentes perspectivas, tanto desde los datos y las cifras

como desde las personas que la experimentan. Esa mezcla lleva a que, a largo

plazo, la investigación sirva para preservar la memoria colectiva.

Pero el trabajo periodístico, en especial con la investigación sobre los africanos

en Bogotá, tuvo otro resultado: demostrar que la investigación debe ser tan

rigurosa para los periodistas como para los demás científicos sociales. En otras

palabras, la labor del periodista no es muy diferente a la de otros

investigadores como los antropólogos, sociólogos o etnógrafos en la medida

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que se nutre del trabajo de campo y de la mezcla de fuentes orales con fuentes

documentales.

Por esa razón, una de las metas que me tracé fue hacer una investigación

detallada tanto en la parte de recolección de datos como en la parte narrativa.

Y por eso mismo, al final de cada crónica hay una bitácora que la acompaña.

Este recuento investigativo puso en un plano central el proceso de

investigación, que muchas veces queda relegado al olvido cuando sólo se

presenta el trabajo final: la crónica. Si ésta última es la punta del iceberg,

entonces las bitácoras son el resto del témpano de hielo.

Y tienen una relación recíproca: si el témpano de hielo es resistente –es decir,

si la investigación ha sido rigurosa– entonces la punta del iceberg no se

romperá. A su vez, esta cúspide es el reflejo de todo lo que está debajo. Es el

resultado de concebir el trabajo de investigación como un proceso de escritura,

ambos igualmente exigentes.

Así mismo, esta investigación tomó en cuenta la labor realizada por el

periodista polaco Ryszard Kapuściński, quien defiende en todos sus libros el

irremplazable contacto con el Otro. Esa, definitivamente, es una de las

conclusiones más importantes del presente trabajo de grado: la labor del

periodista se basa en el contacto con los demás y esa simple razón debe llevar

al investigador a fomentar y a cuidar las relaciones que teje con sus

personajes, a rechazar los prejuicios y los miedos, a tratar a los Otros como

personas iguales. Esto, además, tiene un nexo directo con el objetivo de

derrumbar algunos prejuicios que se han establecido alrededor de la población

africana.

Por esa razón, procuré durante la investigación fomentar el contacto con los

africanos en los diferentes espacios en los que ellos viven: su hogar, su trabajo,

su tiempo libre, su familia, sus amigos, su lugar de oración. Y traté de entender

sus contradicciones: cómo a la vez extrañan a su país y quieren al que los ha

recibido; cómo conviven con la felicidad en su nuevo hogar y la tristeza por lo

que dejaron atrás; cómo rechazan y a la vez aceptan ciertos aspectos de su

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vida. En últimas, son las contradicciones que podría vivir cualquier ser humano,

pero que sólo salen a relucir públicamente en el contacto con el Otro.

Volvemos al Iceberg: si en la base está el contacto racional y cuidado con los

Otros, en la punta se verá el resultado.

Así, el trabajo sobre africanos en Bogotá se constituyó como una serie de hilos

que se tejieron unos con otros hasta formar un tejido. La parte teórica

fundamentó el tema de la migración; la parte metodológica fue una apuesta

para evidenciar ese tema desde la narración; y las crónicas sustentaron la

migración como un fenómeno que no sólo depende de las cifras, sino, ante

todo, de los seres humanos.

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7.2 Bibliografía del marco metodológico

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VILLANUEVA, Julio. El que enciende una luz. ¿Alguien entiende qué es escribir

una crónica? Texto completo de la exposición de Villanueva durante el

Encuentro Nuevos Cronistas de Indias. Bogotá, 1 al 3 de mayo de 2008. El

texto fue enviado al autor de esta tesis después del evento.

VINCENT, Manuel. El gran viaje de Kapuściński. Seminario virtual de literatura

y periodismo. Tomado de

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7.3 Bibliografía utilizada para las crónicas

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Chicago Publishers. Illinois. 2007.

EL-IMAM-Al-NAWAWI (recopilador). El paso hacia el paraíso. Dichos de

Muhammad, el enviado de Dios. [sin lugar ni fecha de publicación].

GARCÍA, María del Rosario. Identidad y minorías musulmanas en Colombia.

Centro de Estudios Políticos e Internacionales. Universidad del Rosario.

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MINAS, Getachew. Ethiopia, conflicts and terrors. Bole Printing Enterprise.

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PAREJA, Félix. La religiosidad musulmana. Biblioteca de autores cristianos.

Madrid. 1975.

TEBALDI, Giovanni. 100 años de vida misionera. Los misioneros de la

Consolata caminando con los pueblos. Edición Misiones Consolata. [sin fecha

ni lugar de publicación].