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UNIVERSIDAD DE M¡;xICO _ El origen del español de América ROBERTO GARCíA JURADO A pesar de que la lengua que se habla en la mayor parte de América Latina, el espa- ñol, es una herencia directa de España, se pueden observar diferencias notables en la fonética, el léxico y aun la morfología de cada uno de los dialectos hispanoamericanos. Estas diferencias son a tal grado evidentes que una gran cantidad de hispanohablantes de esta re- gión pueden identificar con una relativa facili- dad a un argentino, colombiano, cubano o mexicano tan sólo al escucharlo hablar. Más aún, no sólo los dialectos del español ameri- cano son diferentes enrre sí, sino que también todos ellos son distintos del español de España: la mayor parte de los hispanohablantes ame- ricanos distingue con claridad a un español cuando lo escucha hablar. Sobre la formación y peculiaridades del español americano existe ya una abundante y rica litetatura, la cual nunca será suficiente debido a la amplitud y complejidad del tema. Además, ttatándose de una lengua viva, su evolución y transformación darán siempre motivos para el estudio y análisis. El libro de John M. Lipski, El español de América, se suma a esa larga lista de textos sobre este polémico e inagotable tema. La atención de este estudio se dirige sobre todo a dos cuestiones funda- mentales: el análisis de la formación del espa- ñol americano y el estudio de los diferentes dialectos del español que existen en el con- tinente. De hecho, ésa es la estructura delli- bro de Lipski: la primera parte se dedica al examen de los aspectos generales del español americano y la segunda se ocupa específica- mente de las características distintivas del es- pañol de cada uno de esos países. Lipski realiza un amplio recuento de los factores más relevantes que influyeron en la constitución del español americano; sin em- bargo, debido al grado de atención que han merecido enrre los estudiosos e investigadores del tema, resulta pertinente destacar los rres más importantes: el primero está constituido propiamente por la herencia lingüística que América recibió de España; el segundo con- sisre en la conrribución de las lenguas indígenas a la formación de los dialectos hispanoameri- canos; y el tercero se refiere a la influencia de las lenguas africanas en el español americano. Por lo que respecta a la herencia lingüís- tica que recibió América, es probable que el tema más polémico y tecurrente en el análisis del español americano sea su andalucismo, es decir, sus similitudes y conexiones con el espa- ñol que se habla en Andalucía. Para comprender mejor esta polémica será conveniente recordar que la formación de la lengua española es el producto de una lenta evolución que arranca desde la Edad Me- dia. En esa época la península ibérica estaba dividida en varios reinos, cada uno de los cua- les usaba su propio dialecto, el cual se había formado a partir de la interacción entre ella- tín y las lenguas existentes hasta antes de la conquista romana. Se constituyó así un mosai- co de dialectos iberorromances que evolucio- naron y fueron adquiriendo un mayor grado de diferenciación debido, enrre otras cosas, a las sucesivas influencias lingüísticas aparejadas a la invasión de los visigodos primero y de los árabes después. Así, hacia el siglo x, podían distinguirse con claridad dialectos como el cas- tellano, el leonés, el aragonés, el mozárabe, etcéteta. La expansión territorial que Castilla ex- perimentó en los siglos Xl y Xli a expensas de Asturias-León en el oeste y de Navarra-Aragón en el este permitió paralelamente la difusión del dialecto castellano, que hasta entonces ha- bía estado confinado a un reducido espacio en el norre de la península. Durante los siglos posteriores el castellano fue ampliando su área de influencia hacia el sur, siguiendo la ruta de la reconquista cristiana sobre los debilitados reinos musulmanes. Este proceso tuvO su des- enlace en 1492, al caer el reino taifa de Gra- nada, último reducto de los musulmanes en la península. La influencia de la lengua y en general de la cultura árabe en España fue fundamen- tal. A tal grado es considerable este influjo, que 106 el español conserva alrededor de cuarro mil vocablos de origen árabe. Además, a pesar de que el castellano se expandió por todo el sur de España, el dialecto resultante que subsiste en Andalucía tiene una notable influencia del mo- zárabe, es decir, el dialecto español que existía en los dominios ibéricos musulmanes y que coexistió con la lengua y la cultura árabe por un periodo prolongado. De = manera, al inicio de la era modema, el castellano se había sobre- puesto con cierto grado de fortaleza sobre el resto de los dialectos iberorromances, pero per- sistieron sensibles djferencias regionales que aún se aprecian en la actualidad. Desde eI siglo XVII y XVIII se tuvO con- ciencia de las similitudes que existían entre el español hablado en América y el espafiol de Andalucía, es decir, el dialecto andalU2. Tan- to en Andalucía como en América. sobre to- do en las coscas, se presentan fenómenos como el ytlsmo (la desaparición de! sonido de la e/k y su sustitución p r el de la y); el eseo (la de- saparición del sonjdo de la l: Yu ustÍrución por e! de la s); la debilita ión de I conso- nantes final ,sobre rod de la s: la piración de la r: y el uso de ustedes en va. de /lOsotrOs. Pero a pesar de percibir I coinciden- cias, no es sino h. ta el i lo uando e for- mula con claridad la leoría del andalu . mo del espafiol americano. e manera i imultánea se publicaron d trabaj que se referían e te mismo asunto, aunque de de po ici nes en- contradas. Por una parte, Max Leopold Wagner daba a conocer en 1920 u ensayo El español Amirica y ellatln /lulgar, donde proponía que el español de América era una herencia lingüística directa del dialecto andaluz.; por orra parte, sin conocer el trabajo de Wagner, Pe- dro Henrlquez Urefía publicaba en 1921 su ensayo Observaciones sob" el español Ami- rica, en el que reconocía las grandes similitudes enrre e! español de Andalucía y el de América, pero las explicaba en base a un desarrollo pa- ralelo e independiente, negando la influencia directa de ese dialecto ibérico en América. La reoría del andalucismo del español americano se sosrenía sobre rodo en la idea de que la mayor parte de los primeros coloniza- dores españoles eran precisamente andalu- ces. Para refutar esa tesis, Henríquez Ureña exa- minó los datos que tenía a su disposición sobre los primeros migrantes y encontró que tan sólo cuarenta por ciento procedía de Andaluda, con lo que invalidaba tal hipótesis. Así, desde enton- ces se desató una intensa polémica que se ha convertido en un tópico ineludible para todo aquel que se acerque a este tema.

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UNIVERSIDAD DE M¡;xICO _

El origen del español de América

ROBERTO GARCíA JURADO

Apesar de que la lengua que se habla en la

mayor parte de América Latina, el espa­

ñol, es una herencia directa de España,

se pueden observar diferencias notables en la

fonética, el léxico y aun la morfología de cada

uno de los dialectos hispanoamericanos. Estas

diferencias son a tal grado evidentes que una

gran cantidad de hispanohablantes de esta re­

gión pueden identificar con una relativa facili­

dad a un argentino, colombiano, cubano o

mexicano tan sólo al escucharlo hablar. Más

aún, no sólo los dialectos del español ameri­

cano son diferentes enrre sí, sino que también

todos ellos son distintos del español de España:

la mayor parte de los hispanohablantes ame­

ricanos distingue con claridad a un español

cuando lo escucha hablar.

Sobre la formación y peculiaridades del

español americano existe ya una abundante

y rica litetatura, la cual nunca será suficiente

debido a la amplitud y complejidad del tema.

Además, ttatándose de una lengua viva, su

evolución y transformación darán siempre

motivos para el estudio y análisis. El libro de

John M. Lipski, ElespañoldeAmérica, se suma

a esa larga lista de textos sobre este polémico

e inagotable tema. La atención de este estudio

se dirige sobre todo a dos cuestiones funda­

mentales: el análisis de la formación del espa­

ñol americano y el estudio de los diferentes

dialectos del español que existen en el con­

tinente. De hecho, ésa es la estructura delli­

bro de Lipski: la primera parte se dedica al

examen de los aspectos generales del español

americano y la segunda se ocupa específica­

mente de las características distintivas del es­

pañol de cada uno de esos países.

Lipski realiza un amplio recuento de los

factores más relevantes que influyeron en la

constitución del español americano; sin em­

bargo, debido al grado de atención que han

merecido enrre los estudiosos e investigadores

del tema, resulta pertinente destacar los rres

más importantes: el primero está constituido

propiamente por la herencia lingüística que

América recibió de España; el segundo con-

sisre en la conrribución de las lenguas indígenas

a la formación de los dialectos hispanoameri­

canos; y el tercero se refiere a la influencia de laslenguas africanas en el español americano.

Por lo que respecta a la herencia lingüís­

tica que recibió América, es probable que el

tema más polémico y tecurrente en el análisis

del español americano sea su andalucismo, es

decir, sus similitudes y conexiones con el espa­

ñol que se habla en Andalucía.

Para comprender mejor esta polémica

será conveniente recordar que la formación

de la lengua española es el producto de una

lenta evolución que arranca desde la Edad Me­

dia. En esa época la península ibérica estaba

dividida en varios reinos, cada uno de los cua­

les usaba su propio dialecto, el cual se había

formado a partir de la interacción entre ella­

tín y las lenguas existentes hasta antes de la

conquista romana. Se constituyó así un mosai­

co de dialectos iberorromances que evolucio­

naron y fueron adquiriendo un mayor grado

de diferenciación debido, enrre otras cosas, a

las sucesivas influencias lingüísticas aparejadas

a la invasión de los visigodos primero y de los

árabes después. Así, hacia el siglo x, podían

distinguirse con claridad dialectos como el cas­

tellano, el leonés, el aragonés, el mozárabe,

etcéteta.

La expansión territorial que Castilla ex­

perimentó en los siglos Xl y Xli a expensas de

Asturias-León en el oeste y de Navarra-Aragón

en el este permitió paralelamente la difusión

del dialecto castellano, que hasta entonces ha­

bía estado confinado a un reducido espacio

en el norre de la península. Durante los siglos

posteriores el castellano fue ampliando su área

de influencia hacia el sur, siguiendo la ruta de

la reconquista cristiana sobre los debilitados

reinos musulmanes. Este proceso tuvO su des­

enlace en 1492, al caer el reino taifa de Gra­

nada, último reducto de los musulmanes en

la península.

La influencia de la lengua y en general

de la cultura árabe en España fue fundamen­

tal. A tal grado es considerable este influjo, que

• 106 •

el español conserva alrededor de cuarro mil

vocablos de origen árabe. Además, a pesar de

que el castellano se expandió por todo el sur

de España, el dialecto resultante que subsiste en

Andalucía tiene una notable influencia del mo­

zárabe, es decir, el dialecto español que existía

en los dominios ibéricos musulmanes y que

coexistió con la lengua y la cultura árabe por un

periodo prolongado. De = manera, al inicio

de la era modema, el castellano se había sobre­

puesto con cierto grado de fortaleza sobre el

resto de los dialectos iberorromances, pero per­sistieron sensibles djferencias regionales que

aún se aprecian en la actualidad.

Desde eI siglo XVII y XVIII se tuvO con­

ciencia de las similitudes que existían entre

el español hablado en América y el espafiol de

Andalucía, es decir, el dialecto andalU2. Tan­

to en Andalucía como en América. sobre to­

do en las coscas, se presentan fenómenos como

el ytlsmo (la desaparición de! sonido de la e/ky su sustitución p r el de la y); el eseo (la de­

saparición del sonjdo de la l: Y u ustÍrución

por e! de la s); la debilita ión de I conso­

nantes final ,sobre rod de la s: la piración

de la r: y el uso de ustedes en va. de /lOsotrOs.Pero a pesar de percibir I coinciden­

cias, no es sino h. ta el i lo uando e for­

mula con claridad la leoría del andalu . mo del

espafiol americano. e manera i imultánea

se publicaron d trabaj que se referían e te

mismo asunto, aunque de de po ici nes en­

contradas. Por una parte, Max Leopold Wagner

daba a conocer en 1920 u ensayo El españold~Amirica y ellatln /lulgar, donde proponía

que el español de América era una herencia

lingüística directa del dialecto andaluz.; por orra

parte, sin conocer el trabajo de Wagner, Pe­

dro Henrlquez Urefía publicaba en 1921 su

ensayo Observaciones sob" el español tÚ Ami­rica, en el que reconocía las grandes similitudes

enrre e! español de Andalucía y el de América,

pero las explicaba en base a un desarrollo pa­

ralelo e independiente, negando la influencia

directa de ese dialecto ibérico en América.

La reoría del andalucismo del español

americano se sosrenía sobre rodo en la idea de

que la mayor parte de los primeros coloniza­

dores españoles eran precisamente andalu­

ces. Para refutar esa tesis, Henríquez Ureña exa­

minó los datos que tenía a su disposición sobre

los primeros migrantes y encontró que tan sólo

cuarenta por ciento procedía de Andaluda, con

lo que invalidaba tal hipótesis. Así, desde enton­

ces se desató una intensa polémica que se ha

convertido en un tópico ineludible para todo

aquel que se acerque a este tema.

En la actualidad, la mayor pane de losespecialistas se inclina por la teoría andalu­

cista, inclusive el propio Lipski. Para que estapolémica se haya inclinado en tal sentido hansido determinantes dos contribuciones: la pri­

mera de ellas está constituida por los trabajosde Peter Boyd-Bowman, en los cuales realizó

una recopilación y examen más rigurosos de lasinformación sobre los primeros colonizadores.Esos trabajos suelen tomarse como el análisisdefinitivo de esta cuestión, quedando demos­

trado el predominio de los andaluces en el prin­

cipio de la colonización.La segunda contribución relevante es el

ensayo de Guillermo Guitarte Cuervo, Henrl-

quez Ureña y la polémica sobre elandalucismotÚ América. En él se expone cómo Henríquez

Ureña interpreta incorrectamente al presti­giado lingüista Rufino José Cuervo, haciéndo­lo aparecer como antiandalucista y atrayendosu autoridad intelectual hacia esa tesis. Gui­

rarte señala que Cuervo no era andalucista ni

contrario a esta idea, puesto que en sus traba­

jos no existen elementos suficientemente ex­

plícitos como para ubicarlo en una u otra posi­

ción. Además, explica que un examen más

amplio de la obra de Henríquez Ureña per­mite identificar las razones que lo impulsaron

al antiandalucismo, las cuales, por cierro, son

ajenas al terreno lingüístico: para Guitarre,

Henríquez Ureña se apasionó siempre por afu-

UNIVERSIDAD DE M~xlco

mar la originalidad de la cultura latinoameri­

cana; era necesario darle a Hispanoaméricauna identidad propia, separada de la España,

pues sólo así tendría su propio sitio dentro delmundo cultural moderno. Por esa razón, nole complacía en lo más mínimo aceprar que

una gran parte de los rasgos fonéticos del espa­ñol americano fueran herencia directa de Es­

paña, propiamente de Andalucía.La intensidad y alcance que adquirió

esta polémica hicieron que se perdieran devista una serie de consideraciones que Lipski

rescata. En primer lugar, se debe destacar quela influencia andaluza se percibe con mayor

claridad en las tierras bajas americanas, esto es,

en las regiones costeras. Las tierras altas, al in­

terior del continente, si bien muestran cienosrasgos andaluces, tienen además una influen­cia notable del resto de los dialectos ibéricos,

al grado de haber adquirido un perfil nuevoy diferente. Asimismo, es necesario puntua­

lizar que el estrecho contacto entre la corre

de la Corona española y las capitales adminis­

trativas de las colonias americanas propicia­

ron que éstas se vieran mayormente influidas

por el habla de la corre, el castellano.

En segundo lugar, es conveniente consi­

derar que hacia el final del periodo que estudia

Boyd-Bowrnan la proporción de emigrantes an­daluces comienza a declinar ante el incremen­

to de los castellanos. Esto significa que a pesar

• lO? •

de que las colonias tenían ya un sustrato an­

daluz, no puede ignorarse la influencia de lanueva ronformación etnográfica.

En tercer lugar, debe advertirse que unacantidad indeterminada de esos primeros emi­

grantes pudieron haber sido registrados comoandaluces sin serlo realmente. Es decir, al pre­

guntárseles por su lugar de residencia muchosde esos emigrantes daban el nombre de algún

pueno o ciudad andaluza, Sevilla en una grancantidad de casos, debido a que antes de em­barcarse para el nuevo mundo habían residido

por un tiempo en ese sitio. Esto significa queno todos los que quedaron registrados comoandaluces lo eran realmente, aunque también

es necesario reconocer que debi­do a esa estancia en Andalucía

pudieron haber adquirido cienos

rasgos de ese dialecto.

Todas estas consideracionesdeben tomarse en cuenta para no

postular una correspondencia di­recta entre el dialecto andaluz yel americano, como pareciera su­gerirlo el concepto del españolatlántico, mediante el cual Ra­fuel Lapesa engloba en una solacategoría el dialecto de Andalu­cía, las Islas Canarias e Hispano­

américa, separando en dos gran­des bloques -elespañolatlánticoy elespañolcastel1a1W-Io que en

realidad es un conjunto muchomás diverso y complejo.

Los procesos de conquista,colonización y mezcla entre dis­tintas culturas producen siempreresultados lu'bridos, dotados mu­

chas veces de una personalidad

propia e independiente de los fac-tores que les dieron origen. La

lengua, romo parte de la cultura, experimen­

ta el mismo fenómeno.En lingüística se usa el término 'sustra­

to' para referirse a la influencia que una len­gua preexistente ejerce en una lengua que sele sobrepone. Esta metáfora geológica ilustrala dificultad para eliminar absoluta y termi­

nantemente los vestigios de una lengua al con­

quistarse un territorio determinado, que escomo normalmente se superpone una len­

gua a otra, es decir, por conquista y coloniza­

ción, ya que en la historia de la humanidad

ésa ha sido la manera más socorrida para la sus­

titución de una lengua por otra.Obviamente, el grado de influencia del

sustrato en la lengua sobrepuesta varía en un

amplio rango, desde el nivel mínimo en el

cual sólo logran sobrevivir unos cuantos to­

pónimos, hasta el grado en que se realiza un

verdadero amalgamiento entre las lenguas.

Ésta es la segunda característica relevan­

te del espafiol americano, el cual ha adquiri­

do su peculiaridad y diferenciación interna y

frente a Espafia debido en buena medida a la

influencia que sobre el espafiol ejercieron las

lenguas indígenas.

Henríquez Ureña, como gran promo­

tor de los estudios lingüísticos en Hispano­

américa, desató también en este tópico una

conocida polénúca, mucho menos intensa que

la anterior, pero no de menor significación y

contribución para el análisis del espafiol ame­

ricano. Para Henríquez Ureña la geografía

lingüística de Hispanoamérica podía dividir­

se en cinco grandes wnas dialectales: 1) Méxi­

co, sur-sudoeste de Estados Unidos y América

Cenual, 2) las Antillas (Cuba, Puerto Rico y

República Dominicana), el norte de Colom­

bia y la costa de Venezuela; 3) Ecuador, Perú,

Bolivia, la región andina de Venezuela y la

costa occidental de Colombia, 4)el centro y sur

de Chile, y 5)Argentina, Uruguay y Paraguay.

Esta clasificación otorga una importan­

cia determinante al sustrato lingüístico, pues

cada una de las wnas corresponde a la región

donde se asentaban las lenguas indígenas más

imponantes: 1) náhuad, 2) lucayo, 3) quechua,

4) araucano y 5) guaraní. Actualmente, muy

pocos se atreverían a defender una clasificación

como ésta: muy difícilmente se pueden englo­

bar en una wna lingüística todas las regiones

de México y mucho menos sumarle América

Cenual y el sur-sudoeste de Estados Unidos;

como también es muy discutible reunir en una

sola wna a Paraguay, Uruguay y Argentina.

El mismo Henríquez Ureña reconocía que su

clasificación se basaba sobre todo en el léxico,

puesto que en términos fonéticos resulta más

difícil una agrupación de este tipo.Cienarnente, muy pocos lingüistas sos­

tendrían íntegramente la clasificación de Hen­

ríquez Ureña; sin embargo, su propuesta des­

pertó un mayor interés en esta cuestión y

ahora se dispone de mayor información al

respecto, lo cual ha permitido a distintos in­

vestigadores ensayar orras clasificaciones más

precisas.Lipski cita como ejemplo la clasifica­

ción dialectal que realizó José Pedro Rona, en

la cual identificó veintidós wnas dialectales;

no obstante, el tipo de variables que consi­

deró se refieren principalmente a los rasgos

del espafiol rioplatense, por lo que su clasifi-

UNIVERSIDAD DE M¡;xICO

cación describe muy bien esa wna, pero poco

ayuda para clasificar el resto del continente.

En fin, a pesar de que existen otras cla­

sificaciones, Lipski opta por indicar que en

Hispanoamérica es prácticamente imposi­

ble definir de forma precisa wnas dialectales;

considera que es más conveniente identificar

las isoglosas dialectales con base en rasgos fo­

néticos, léxicos o morfológicos individuales, lo

cual cienamente permite una mayor precisión,

sin embargo, no considera que una clasifica­

ción de tales características multiplica descomu­

nalmente los tipos y géneros, al grado de dejar

de ser realmente una clasificación. En ese sen­

tido, es conveniente insistir, como lo hacen

muchos de los lingüistas que se ocupan del

tema, en que es necesario emprender la reali­

zación de un adas lingüístico hispanoameri­

cano, tarea que por sus proporciones resulta

titánica, pero necesaria.

La tercera fuente del espafiol americano

fueron las lenguas africanas que por medio de

los esclavos negros pasaron a América. Por el

tipo de colonización y explotación de las colo­

nias americanas por parte de la Corona espafio­

la, la población negra se asentÓ sobre todo en lasregiones costeras adánticas del continente, ra­

zón por la cual en esos sitios es donde más clara­

mente pueden percibirse sus rasgos.

Las culturas africanas influyeron en una

gran cantidad de aspectos en la cultura his­

panoamericana: la música, la danza y la comi­

da suelen ser ejemplos paradigmáticos. Las

aportaciones lingüísticas son de más difícil

precisión.

A pesar de la importancia demográfica

que representó la población de extracción afri­

cana, debido a la heterogeneidad de las lenguas

que hay en ese continente y de su consecuen­

te dispersión en América, resultó mucho más

difícil introducir variaciones lingüísticas cons­

tantes y sólidas en el espafiol americano.

Ciertamente existen palabras como ba­nana, drogue, gandul, marimba o mucama de

origen africano, pero la lista no parece ser pro­

porcional a la representación demográfica delos africanos. Además, todavía es más difícil

establecer influencias fonéticas, pues muchas

de las características que tradicionalmente se

han atribuido a los hispanoamericanos negros

(la reducción o desaparición de s, r y ¡al final

de la palabra, la conversión de d intervocálica

en r, o la sustitución de eh y y por fi) en mu­

chos casos parecen ser más bien rasgos regi,o­

nales o sociales de ciertos grupos hispanoame­ricanos que una conexión con las lenguas

africanas.

• 108 •

La discriminación social que sufrieron

los africanos y su consecuente exclusión de los

modelos culturales dominantes contribuyeron

a sofocar la influencia de sus lenguas en el es­

pafiol americano. No obstante. en la actualidadpersisten ciertos reductos lingüísticos afrohis­

pánicos en Cuba, Puerto Rico. República Do­

minicana. Panamá, Colombia y Venezuela.

La segunda parte dd libro de Lipski pre­

senta ciertos problemas. En esta sección Lipski

realiza una somera descripción de los prin­

cipales rasgos fonéticos, léxicos y morfoló­

gicos de los dialectos que corresponden a

cada país. Él mismo se encarga de recalcar

que las fronteras nacionales no corresponden

a las fronteras lingüísticas; no obstante, la se­

paración por países permile guiarse con cier­

to orden.

La descripción que realiza de los dialec­

tos existentes en cada país puede ser muy útil

para una visión general; in embargo, tal vez

no baste para quien desee profundizar en el

tema. De hecho, es humanamente impo ible

que el mismo Lep ki e acerque lo suficiente

a cada uno de los dialeCtO hi pan ameri­

canos, aunque por us trabajo previo resul·

ta evidente que conoce muy bien lo usadoen América entra! y la región andina, pero

su grado de familiaridad con el r 1 del con­

tinente quizá no sea tan vast . Por tal motivo.

para acercarse a los demá dialectO e (Uva

que valer de otrOS autores, los cuales egura­

mente siguieron una metodologla di tinta y

tal vez incongruente con la suya. Eslo resulta

notorio al examinar d capitulo obre Méxi­co, en el que al tratar de los mcúcanismos léxi­

cos se incurre en errores evidentes para los que

hablan este dialecto, al menos para los que re­

siden en la Ciudad de México: de acuerdo con

la información de Lipski bo/ilúJ significa "ex­

tranjero caucasiano", naco equivale a "chillón,

de mal gusto, pretencioso", y escribe ehinaryehinadera donde seguramente debla decir chin­

gar y chingadera.Es muy probable que este tipo de erro­

res puedan detectarlos fácilmente los hablan­tes de los diferentes dialectos americanos en

su caso propio, y tal vez puedan excusarse de­

bido a la proporción de la tarea y la comple­

jidad del tema, pero, en todo caso, son fallas

que bien podrían reducirse a través de un adas

lingüístico hispanoamericano.•

John M. Lipski: El ~spañol tÚ Amtrica, Cá­

tedra, Madrid, 1996. 446 pp.