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EL NOMBRE DE AMÉRICA, UNA OCURRENCIA SOMBRÍA DE LA HISTORIA Por Rafael Contreras de la Paz Consejero del Instituto de Estudios Giennenses RESUMEN Se trata de cómo el continente, descubierto por Cristóbal Colón, recibió el nombre de América por Américo Vespucio. Incluye una semblanza del referido Vespucio, de sus viajes a las Indias y de las cartas que dirigió a reyes, personajes y organismos europeos; una de las cuales dio origen al injusto y excéntrico nombre de América para designar al continente descu- bierto por Colón, con la protección de los Reyes Católicos. Se hace, igual- mente, referencia al «Novus Mundus», con una amplia noticia de cómo se gestó la «Cosmographiae Introductio», impresa en el convento de Lorena, con el mapa confeccionado por Martín Walssemüller, autor material del nombre AMERICA, en el que no intervino el propio Américo. SUMMARY This work is about the continent discovered by Christopher Columbus and the resons to ñame it America in memory of Américo Vespucio. There is also a biographical sketch of Vespucio, his trips to the Indies, his letters addressed to kings, some important people and European organizations; one of these letters was the real cause of this unfair and eccentric ñame of America to desígnate the continent discovered by Columbus with the Catholic Monarchs protection. B.I.E.G. n.° 145, Jaén, 1992 - págs. 9-22.

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EL NOMBRE DE AMÉRICA, UNA OCURRENCIA SOMBRÍA DE LA HISTORIA

Por Rafael Contreras de la Paz Consejero del Instituto de Estudios Giennenses

RESUMEN

Se trata de cómo el continente, descubierto por Cristóbal Colón, recibió el nombre de América por Américo Vespucio. Incluye una semblanza del referido Vespucio, de sus viajes a las Indias y de las cartas que dirigió a reyes, personajes y organismos europeos; una de las cuales dio origen al injusto y excéntrico nombre de América para designar al continente descu­bierto por Colón, con la protección de los Reyes Católicos. Se hace, igual­mente, referencia al «Novus Mundus», con una amplia noticia de cómo se gestó la «Cosmographiae Introductio», impresa en el convento de Lorena, con el mapa confeccionado por Martín Walssemüller, autor material del nombre AMERICA, en el que no intervino el propio Américo.

SUMMARY

This work is about the continent discovered by Christopher Columbus and the resons to ñame it America in memory of Américo Vespucio.

There is also a biographical sketch of Vespucio, his trips to the Indies, his letters addressed to kings, some important people and European organizations; one of these letters was the real cause of this unfair and eccentric ñame of America to desígnate the continent discovered by Columbus with the Catholic Monarchs protection.

B.I.E.G. n.° 145, Jaén, 1992 - págs. 9-22.

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It refers to the «Novas Mundus» with an extensive information about the oñgin of the «Cosmographiae Introductio», imprinted in the Lorraine convent, with the map realized by Martin Walssemüller, the real originator of that ñame of America, in which Americo did not take part himself.

* * *

EL nombre de América dado al nuevo continente descubierto por Cristo- bal Colón no dejó de ser una sombría ironía del destino. Cuando los

nuevos territorios descubiertos ya no eran sólo unas islas desperdigadas por el océano próximas a aquél, sino tierra firme continental que geográficamente nada tenía que ver con los sueños e ideas fijas del almirante de haber llegado a Cathay (China) y Cipango (Japón) siguiendo la ruta del Sol, de Oriente a Occidente, y hubo de darles nombre, en vez de recibir los de su descubridor Colombia, Columbia o Columba al modo italiano de su apellido, o Colonia en forma española, idioma el castellano ligeramente aportuguesado que es el que Colón siempre utilizó para hablar o para escribir, no el italiano que mal conocía, que hubiera sido lo justo, el nuevo continente fue bautizado con el nombre de América tomado de Américo Vespucio, que en modo alguno fue el hombre extraordinario que partes interesadas de su tiempo y posteriores, singularmente italianas, nos han querido hacer ver.

I. LOS CAMBIOS DE NOMBRE

Ha sido frecuente en geografía histórica el cambio de nombre de cual­quier territorio, accidente geográfico, inclusive el de naciones o estados. Circunstancias diversas, invasiones, conquistas, segregaciones o agregaciones, surgir de nuevas nacionalidades han ido dejando huella en la onomástica geográfica sustituyendo sus vetustos nombres por otros nuevos, que no han sido siempre fijos en el tiempo, por el contrario, se han visto sometidos a transformaciones sustantivas debidas a dichas diversas causas y cuyos nom­bres primigenios, o se han perdido, o permanecen soterrados bajo la corteza de su nombre actual cual un palimpsesto onomástico-geográfico. Pero el caso de América fue distinto. No se trataba de un cambio de nombre surgido a consecuencia de cualquier avatar histórico, sino dárselo al nuevo territorio descubierto que es evidente lo ignoraba el continente descubridor ni siquiera el descubierto, al carecer de un nombre común que abarcara su territorio continental e insular. En el caso del continente recién descubierto, todo

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obedeció a un caprichoso azar en el que tomó parte muy directa el florentino Américo Vespucio.

II. EL PERSONAJE

Amerigo Vespucci (Américo Vespucio) nace en Florencia en 1454. Apenas se sabe nada de su infancia y juventud, pero sí que frecuentaba con su tío Giorgio Antonio, eclesiástico, la celebérrima casa de los Médicis, foco de cultura y protectores de ingenios.

De la ciudad del Amo, Américo marcha a París acompañando a la embajada de su tío Guido Antonio, donde entra en contacto con personajes de la Corte y con mercaderes florentinos. En 1482 vuelve de nuevo a Florencia y entra al servicio de Pier Francesco, conocido con el sobrenombre de El Popolano, rama de la familia de los Medicis. A primeros de marzo de 1482 se traslada a Sevilla. Allí entra en relación con el famoso Juanoto Berardi, el mercader florentino más importante de Sevilla, centro comercial al entonces de primer orden. Entretanto tiene lugar el primer viaje de Colón (1492) con el que Vespucio entra en contacto apenas firmadas las Capitula­ciones de Santa Fe. En principio estas relaciones fueron puramente amistosas, lazos que perdurarían de por vida entre ambos, bien es cierto que Américo no sería fiel en todo momento a ellas como se verá más adelante. Estas relaciones se complementaron con negocios comunes formando sociedad en la que Vespucio aparece como factor de Colón, unión mercantil que perma­nece hasta 1496 en que al regresar Colón de su segundo viaje se da por terminada. Pero la amistad continuó entre ambos y sus familiares, incluso proyectaron conjuntamente un viaje al nuevo continente que no llegó a realizarse.

Pasan los años que son los de parte de los viajes de Vespucio a ultramar, para en 1504 hallarse de nuevo en Sevilla, ciudad que ya no abandonará, salvo pequeñas ausencias a ciudades españolas para entrevistarse con el Rey Católico. En una modesta casa de la Puerta del Carbón vive con su mujer, María, su cuñada Catalina, una hija de ésta, su sobrino Juan Vespucci, escribano público, dos criados y cuatro esclavos. En este tiempo la vida para él ha cambiado. Habían pasado sus tiempos de esplendor en Florencia y París y sus primeros sevillanos. La reina Isabel ha muerto y su amigo Colón ha caído en desgracia. Los viajes, plagados de aventuras, quedaban ya lejanos, y tuvo que dedicarse a los negocios y a dar clases particulares. En el transcurso de esta vida plácida le llegan dos buenas noticias procedentes del

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rey don Fernando, regente del reino por fallecimiento de Felipe. Una, es que en agradecimiento de los servicios prestados a la Corona, se le concede carta de naturaleza que le confiere la cualidad de castellano. La segunda es la merced que le otorga el rey que le nombra Piloto Mayor de la Casa de la Contratación (1508), que entre sus muchas funciones estaba la enseñanza y adiestramiento de las nuevas generaciones de pilotos navegantes, convir­tiéndose por tanto en funcionario real. Cuatro años después fallece. En su testamento ordena que se le entierre con hábito de franciscano en la iglesia de San Miguel, destruida por un incendio a primeros de este siglo, desapa­reciendo las lápidas sepulcrales y el archivo, por lo que no se conoce otra cosa que lo ordenado en su testamento.

Américo Vespucio fue un hombre culto, distinguido por sangre, cuna y educación, dado a la aventura como tantas personas de su época, pero en modo alguno genial, ni siquiera extraordinario como los compatriotas de su épocas y posteriores y otros heraldos de su fama nos han querido hacer ver. Amó a España, singularmente a Sevilla, y no quiso volver a su patria natal, aquella fabulosa Florencia de su juventud, cuyo abuelo había sido pintado nada menos que por Leonardo, y su prima, la célebre Simonetta Vespucci, igualmente por su admirador Boticcelli y el no menos rendido a sus encantos Piero di Cósimo. Con todo, no dejó de ser una injusticia histórica, una ironía del destino, que el nuevo continente recibiera el nombre de América por Américo, cuya presencia en el mismo apenas representó una gota de agua o una partícula de arena en la inmensidad de los mares y tierras descubiertos.

III. LAS CARTAS DE A. VESPUCIO

De los viajes de Américo Vespucio a las Indias tenemos conocimiento directo únicamente por las cartas que escribió y dirigió a diversos familiares y, sobre todo, a organismos, reyes, personalidades europeas del mundo político y de la cultura, singularmente españolas, francesas, portuguesas e italinas, y, entre éstas, florentinas, venecianas y genovesas. Estas cartas fueron publica­das, un grupo en vida de Américo; otras, las familiares, en el siglo xvm. En todas ellas habla, con singular habilidad y autobombo, de cuatro viajes a Indias en lo que busca sin duda un paralelismo con su amigo Colón. La crítica moderna reduce esos viajes a tres. El supuesto cuarto es un misterioso periplo por laas costas del nuevo continente que, de haber sido cierto, no han podido identificarse los lugares que dice visitó. De estos cuatro viajes, según él, dos realizó bajo bandera española y los otros dos bajo pabellón portugués.

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La primera de estas cartas la dirige a su principal, El Popolano. La envía desde Lisboa en los primeros meses de 1503 y se la conoce con el nombre de «Novus Mundus», que es el que Vespucio da a las tierras descubiertas. La segunda la dirige el 4 de septiembre de 1504 al poderoso Piero Soderini, Confaloniero del Maggior Consiglio de la República floretina, que hace relación a sus pretendidos cuatro viajes, dos al servicio del Rey Católico y los otros dos al de Manuel I de Portugal. Ambas cartas fueron publicadas en Estrasburgo.

Las cartas de A. Vespucio causaron sensación y rápidamente alcanzaron una enorme difusión, que tanto era el entusiasmo que en todos los ambientes, eruditos y populares, habían despertado los descubrimientos allende el océa­no. Escritas en elegante latín en el que se advierten correctores de estilo, se tradujeron de inmediato al francés, castellano, portugués y toscano y circu­laron por todo el ámbito europeo en cuyas poblaciones, y en todas sus clases sociales, los descubrimientos de unas tierras desconocidas más allá del Atlántico, que se decían ricas en oro y plata, avivaron las mentes y ambicio­nes de buena parte de aquéllos a cuyas manos llegaban.

Estas cartas, sometidas que fueron pasados los años a crítica imparcial, se hallaron en ellas numerosas contradicciones, disparates geográficos, distorsiones de la realidad observada, abundantes interpolaciones, desfigura­das buena parte de sus fechas, al punto que, como expresa Consuelo Varela en su excelente biografía de Vespucio, de quien en buena parte somos deudores «más se tienen por arreglos de cartas auténticas que por las origi­nales» «y todo ello —añade la misma— al servicio de una propaganda nacionalista florentina o antiespañola que se fue urdiendo a lo largo de los siglos» (1). Opinión que igualmente expresó Jakob Wassermann en su bio­grafía de Colón (2). No hay que olvidar que en esa época España, no solamente era envidiada igualmente temida en gran parte de Europa, singu­larmente en la Francia de Carlos VIII y Luis XII y en la Italia de las señorías que venían soportando en su suelo, de grado unas veces forzadas otras, la presencia de los ejércitos españoles. En ese tiempo, además, la Florencia de Soderini era aliada de la Francia de Luis XII, cuyos ejércitos del rey francés hubieron de sufrir tremendas y humillantes derrotas en Ceriñola y Garellano ante los soldados españoles mandados por Gonzalo de Córdoba, precisamente ese año de 1503 de la carta de Américo al magistrado florentino De ahí la

(1) V a r e l a , Consuelo: Amerigo Vespucci. Biblioteca Hispano-Americana, 1988, con amplia bibliografía sobre Vespucio.

(2) V a s s e r m a n : Colón, 1930.

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inquina de Francia e Italia a todo lo que de España proviniese, incluidos los increíbles descubrimientos de los nautas españoles, animadversión que pocos años después influiría en la difusión del equívoco e injusto nombre de América dado al nuevo continente.

IV. LOS VIAJES DE VESPUCIO AL NUEVO MUNDO

El primer viaje lo llevó a efecto bajo bandera española. Las naves zarparon de Cádiz el 18 de mayo de 1499. Como organizador del viaje figuraba Alonso de Ojeda, el intrépido capitán, y como piloto mayor el cartógrafo Juan de la Cosa. Y lo que es más singular: Vespucio iba en el barco como simple pasajero. Ojeda y La Cosa ya habían acompañado a Colón, el primero en su segundo viaje, el segundo en los dos primeros. Siguieron la ruta del tercer viaje de Colón que ambos conocían a la perfec­ción. Tras veinticuatro días de viaje llegaron a las costas de Surinam, algo más al sur del lugar descubierto por Colón; pusieron rumbo al norte, pasaron por la desembocadura del Amazonas y llegaron hasta la península y golfo de Paria en la costa oriental de Venezuela, donde Ojeda comprobó que el almirante había dejado allí señales, dato que en sus cartas Vespucio malévolamente ocultó. Después de navegar hasta la bahía conocida actual­mente como laguna de Maracaibo y llegar a La Española, vía Azores, Madeira y Canarias regresaron a Cádiz (1500). El segundo viaje, al servicio del rey portugués, lo llevó a efecto Vespucio de mayo de 1501 a finales de 1502, cuya expedición iba al mando del portugués Gonzalo Coehlo, que tenía por finalidad explorar las costas del Brasil, que poco antes la había efectuado Álvarez Cabral.

Y por último, realizó un tercer viaje (mayo 1503-junio 1504) que se corresponde con la carta «Novus Mundus» junto con el de 1501-1502. Llegados a las costas de Brasil bajaron a un lugar donde posteriormente se fundó Montevideo, y, siguiendo rumbo al sur, llegaron al estuario del río Paraná (Río de la Plata) y bajaron hasta la Patagonia, muy próximos al estrecho que años después descubriría Magallanes. De allí emprendieron regreso. Éste es el viaje, con el de 1501, que a Vespucio le dio fama a través de su correspondencia. Anteriormente a estos tres viajes, menciona un primer viaje (18 de mayo de 1497 a 15 de septiembre de 1498) en el que asegura haber tocado tierra firme, da unas medidas de longitud y latitud inexactas y adelantó la fecha un año con la intención de sustraer a Colón la primacía del descubrimiento del continente, como se verá más adelante.

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V. EL «NOVUS MUNDUS»

El acierto mayor de Américo Vespucio fue darse cuenta que las tierras descubiertas por los navegantes españoles y portugueses no eran unas islas perdidas en el otro extremo del mar tenebroso. No sabemos, sin embargo, lo que a Vespucio se debe de esta exacta visión del nuevo mundo o hay que atribuirlo, en todo o en parte, a los nautas españoles y portugueses que le acompañaron en sus viajes. Recordemos que en el primer viaje (1499) Juan de la Cosa comandaba la expedición como piloto mayor y armador de ella, y Alonso de Ojeda había sido el organizador de la misma. Ambos habían acompañado a Colón en sus viajes, La Cosa en los dos primeros, Ojeda en el segundo. Ambos, con el portugués Coehlo, jefe de la expedición en el segundo viaje de Vespucio, eran no sólo unos experimentados pilotos sino apreciables observadores, singularmente La Cosa, un gran cartógrafo que dio muestras evidentes de su sabiduría y habilidad para confeccionar cartas marinas, portulanos y mapas. No obstante, la visión de Vespucio de hallarse frente a un continente nuevo, y no la de Colón empecinado en sostener hasta su muerte haber llegado a las costas orientales de Asia, fue una constante de aquél. En sus cartas Vespucio no se cansa de repetirlo: «Conocemos que aquella tierra no era una isla sino un continente.» Y con notoria petulancia: «Yo he descubierto el continente habitado por cantidad de pueblos, anima­les...» y otras expresiones por el estilo, en las que insiste una y otra vez con su peculiar autobombo. A pesar de todo, en justicia, la suya no dejaba de ser una observación exacta y atinada frente a la equivocación del almirante. Esto fue lo que le llevó a titular su carta al Popolano como «Novus Mundus» que reiteró en la que dirigió al Confaloniero Soderini.

Mas resulta que Colón, a pesar de su terquedad, también llegó a tener una noción, similar al menos, a la de su amigo Vespucio, y de añadidura la había expresado años antes al escribir a los Reyes Católicos: «Vuestras Altezas tienen acá “otro mundo” ». Este concepto colombino venía a mostrar al menos su perplejidad ante las tierras por él descubiertas, siquiera fuera de una forma vaga empeñado como estaba en haber llegado a Asia y no a un nuevo continente.

Es sorprendente igualmente que en la traducción, algo incorrecta, y con algún ligero añadido que no consta en el original, que Colón hizo de un célebre párrafo del Coro de la tragedia Medea de Séneca, en la cual su autor presiente el descubrimiento de un nuevo mundo, tradujera Colón dicho párrafo al margen de un códice del siglo xv de las Tragedias existente en la Biblioteca Colombina de Sevilla: «... y se abrirá una gran tierra, y un nuevo

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marinero como aquel que fue guía de Jasón que tuvo por nombre Tphi, descubrirá un ‘’nuevo mundo” (novos detegat orbes). Y entonces, como Séneca, próximo a quinientos años antes, Colón se hacía eco que lo que geográficamente aún permanecía oculto al conocimiento de los hombres era un «mundo nuevo»; otra clara muestra de su pertinacia en el error de haber llegado a tierra de Indias (3).

Lo recoge igualmente su hermano Bartolomé en el mapa que confeccionó en 1507, precisamente el mismo año que se le dio el nombre de América al

(3) La traducción que hizo Colón literalmente fue ésta: «Veman los tardos annos del mundo ciertos tiempos en los quales el mar Océano afloxará los atamentos de las cosas, y se abrirá una grande tierra, y un nuebo marinero como aquel que fué guía de Jasón que obe nombre Tiphi, descobrirá nuebo mondo y entonces no será la isla Tille la postrera de las tierras» (Cfr. M e n é n d e z P id a l , R: «La lengua de Colón», Bulletin Hispanique XLII, 1940; págs.98-101; Correo Erudito. Madrid, 1940; págs. 153-156).

La traducción colombina, como se dice en el texto, es algo incorrecta y contiene añadidos de su cuenta que no figuran en la tragedia senequiana. Su vero texto latino dice así:

... Venient annis saecula seris quibus Oceanus vincula rerum laxet et ingens pateat tellus, Tethisque novos detegat orbes, nec sit terris ultima Thule.

Y su traducción fidedigna: «Vendrá un tiempo en el curso de los siglos, en que el Océano abrirá las barreras que cierran el mundo. Entonces Tetis revelará nuevos mundos (novos detegat orbes) y Tule no será la postrera de las tierras.»

Este pasaje, en opinión de algunos autores contemporáneos a Colón y unánimemente en los posteriores y actuales, revela los conocimientos que el almirante poseía acerca de la geografía antigua y sus secretos (Imago mundi del cardenal Pierre d’Aillly; la Historia rerum ubique de Eneas Silvio Picolomini —Papa Pío II—; los libros de Marco Polo, la esfera terrestre confeccionada por Martín Behaim, y muy posiblemente, la carta y mapa dirigida por Pablo del Pozzo (Toscanelli) a consulta de AlfonsoV rey de Portugal, acerca del camino más corto para llegar a la India por Occidente, entre otros).

Pero hay más: su hijo natural, Hernando Colón, extraordinario bibliógrafo, en otro libro referido a las Tragedias de Séneca Tragedie Senece cum duobus commentariis (impreso en Venecia por Filipo Mantuano, Año del Señor en 29 de octubre de 1510, empezando el Ínclito señor Leonardo Lauredano Serenísimo Dux veneciano), existente en la Biblioteca Catedralicia Colombina, hizo numerosas anotaciones de su puño y letra, en latín y castellano, singular­mente de la tragedia Medea y su célebre pasaje del Coro, anotaciones que terminan así:

haec prophe-tia impleta est per patrem me-um cristoforumcolon almirantum anno 1492.

(Esta profecía está cumplida por mi padre el almirante Cristóbal Colón en el año 1492.)

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±)tanus_ ego ante altos nvffru tomes tre Columlt,yiaualem su í que dxdútt /vientre masgt/Iro , XTjúiam -. hmtprvprio vcdtíus contraria no/trtS jLegna m ea.'K tyi quamplurtma M arte Suícat, 'X e r 'lis e r if ñamen reetnens de /tomate no/tro ¿raKtma totias p a rS i Orbií Am enat titea .-----

Américo Vespucio (retrato supuesto).

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rante con su firma.

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nuevo continente. Y catorce años antes Pedro Mártir de Aghiera (Anglería), protonotario y consejero de Indias con los Reyes Católicos, en una fecha tan temprana como la de 1493, a menos de un año del primer viaje de Colón, al referirse a las Indias decía se trataba de una «Nova Terrarum», un «Novo orbis» (alter orbis, mondo novo), en la obra que precisamente tituló «Orbe Novo», que le sitúa en ser el primero en la historia que introdujo la expresión Nuevo Mundo. Y no se olvide que Mártir era italiano como Vespucio. Lo que sucedió es que Colón, obsesionado con su idea de haber llegado a tierras del Gran Khan, no fue lo necesariamente observador y avisado (lo que en justicia le era exigible), para no haber advertido que ya en su tercer viaje (1498) había puesto pie en un continente y no tan sólo en una de sus islas, lo que prueba era un buen navegante pero un deficiente geógrafo. De otra parte, atareado en su constante pedir a Isabel y Fernando privilegios, títulos, tierras y mercedes para él y sus descendientes, se olvidó poner en práctica clase alguna de autopropaganda, en el interior y en el exterior, como tan hábilmente la había llevado a efecto su antiguo socio Vespucio, que atosigaba a Europa con sus cartas, arte el de la propaganda en que siempre fueron duchos, y siguen siéndolo, los italianos. Véase su continuación actual en el «Columbus Day» estadounidense, en que se ensalza a un Colombo de origen supuestamente genovés (hasta siete ciuda­des de la comarca genovesa se disputan el lugar de su nacimiento, a las que se han unido después varias de la propia Italia, de Córcega, Galicia, Mallorca y hasta de Francia), que en las dos únicas y cortas notas manuscritas que se conocen de Colón en que usó el italiano, lo escribe de manera impropia y hasta grotesca como probó Menéndez Pidal, y se posterga a un muy segundo plano la empresa española y a todos cuantos en ella intervinieron y la hicieron posible, singularmente a los monarcas españoles.

Pero aún hay más. Vespucio, o posiblemente sus interpoladores, no procedió con la lealtad exigible a su amistad con el almirante. Efectivamente, Colón había descubierton en 1498, en su tercer viaje, tierra firme continental, concretamente la península de Paria, llamada también de Gracia. Para dispu­tarle este descubrimiento «los amigos de Vespucio, bien movidos por la envidia, bien por lisonjear al florentino, bien por servilismo al rey de Portu­gal, adelantaron en el texto de sus cartas la expedición de Américo de 1499 situando un supuesto viaje en 1497 (W asserm ann). Esta impostura se aclaró en el pleito que el almirante y su hijo Diego sostuvieron con la Corona española reclamando sus privilegios. Entre los muchos testigos que depusie­ron en el pleito lo hizo Alonso de Ojeda, que conocemos había tomado parte como piloto en el viaje del florentino de 1499 además de haberlo hecho en el segundo de Colón (1493). Ojeda certificó ante los jueces la prioridad de

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Colón, pues que «él había visto la carta de marear que el Almirante envió a los monarcas. Sólo así se atrevieron él y Juan de la Cosa y el mismo Vespucio a emprender el viaje» (el de 1499).

También hay que poner en duda la buena fe de Américo o la mala de sus interpoladores y sus heraldos, cuando en su carta a Soderini, al describir su primer viaje, asegura haber tocado tierra firme en 16® de latitud norte y 90® de longitud oeste, singladura que privaría a Colón la primacía de haber descubierto tierra continental. Mas la crítica ha comprobado el error de las medidas de Vespucio, cuando no su falsedad intencionada, pues que las mismas no se corresponden a ningún punto de la costa sino al interior de Honduras, lugar en el que no puso pie Américo Vespucio ni ninguno de sus acompañantes.

Fue Colón en su tercer viaje y sus pilotos y miembros de la tripulación que le acompañaban, como arriba expresamos, quienes por vez primera pusieron pie en tierra continental o firme como se decía en la época, en la península de Paria, entre el 1 y el 6 de agosto de 1948 como demostró la gran hispanista y colombófila norteamericana Alicia Gould, que dedicó la mayor parte de su vida a investigar en el Archivo General de Indias y en el Nacio­nal de Simancas, las circunstancias personales y eventos de los viajes de Colón (4).

En los Pleitos Colombinos de 1512 que se guardan en el Archivo de Indias, además de la de Alonso de Ojeda, constan estas dos declaraciones: La de Andrés del Corral, paje al servicio de Colón en su tercer viaje que se expresa en estos términos: «Dijo que sabe que el Almirante D.Cris­tóbal Colón fue el primero que descubrió la dicha provincia de Paria.» Preguntado cómo lo sabe, dijo «que lo sabe porque este testigo vino de Castilla con el dicho Almirante por su paje con seis navios, y los tres de ellos los envió a la Isla Española y se fue con los otros tres a la derrota a descubrir, y fue a parar a la dicha provincia de Paria.» Continúa su declaración el testigo manifestando que «Colón estaba malo de los ojos y por eso no saltó a tierra enviando a su capitán Pedro de Terreros y su gente a tomar posesión de la provincia en nombre del Rey y de la Reina, nuestros Señores» (5).

(4) G o u l d , Alicia: Lista documentada de los tripulantes de Colón en 1942. Boletín de la Real Academia de la Historia núms.85, 86, 87, 88, 89, 90, 92,110, 111 y 115, y en nombre de la autora por su fallecimiento, D e l a P e ñ a y C á m a r a , José M A Brah, 160 (1973).

(5) Sobre la interesante figura de Pedro Terreros vid. C o n t r e r a s , Márqués de Lozoya: Pedro de Terreros, el amigo fiel de Colón y su descendencia en Méjico. B r a h , 162 (1975).

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En términos parecidos se expresa Diego Delgado, piloto de una nave de las naves colombinas del tercer viaje, que a la pregunta IX de las probanzas de don Diego Colón de «Si sabe o cree que lo que se ha descubierto es la tierra de Gracia (Paria) que llaman firme... y en haber después descubierto lo primero de la tierra que dicen firme que fue Paria», contesta que sí «que el primero que descubrió tierra firme en Paria fue D.Cristóbal Colón, el Almi­rante, y que lo demás que en ella ha descubierto llevaban pilotos o personas que habían ido antes con Colón». En igual sentido se pronuncian los testigos Hernando Pacheco, Pedro de las Infantas, el piloto Bartolomé Roldán y el maestre Hernán Pérez, si bien éste introduce la variante que fue el propio testigo (no el fiel Terreros como atestiguan los demás) quien por mandato del almirante puso el primero pie en tierra firme para después de hecha la descubierta «el Almirante con cincuenta hombres saltó a tierra que llaman Paria y tomó una espada en la mano y una bandera diciendo que en nombre de sus Altezas tomaba posesión de dicha provincia, y que sabe que el dicho Almirante fue el primero que descubrió la dicha provincia de Paria».

Así pues, las pretensiones de Américo Vespucio, genial maestro de la hipérbole y del autobombo, de haber sido el primero en descubrir tierra firme continental, no sólo fueron infundadas también falaces.

VI. EL NOMBRE DE AMÉRICA. LA «COSMOGRAPHIAE INTRODUCTIO»

En Francia, que no tuvo la más mínima participación en los fabulosos descubrimientos del nuevo mundo, y en los que ahora pretende integrarse de costado por vía lingüística confundiendo geografía y etnia con lengua, inven­tándose primero y difundiendo después los impropios nombres de América- Latina o Latino-América, que en amplias capas sociales españolas y en otras pretendidamente culturales han venido a sustituir los tradicionales y ajustados nombres de Hispano-América o Íbero-América consecuencia de lo que en el solar francés se produjo próximo a quinientos años antes, se originó el desagui­sado de designar al nuevo continente con el nombre de América en honor de Américo Vespucio, que en mínima parte, apenas de espectador, había partici­pado en la empresa descubridora. Como expresa Consuelo Varela «es una historia rocambolesca que se desarrolló así: A comienzos del siglo xvi en Lorena (Francia) existía un monasterio llamado Saint-Dié cuyos canónigos compartían el rezo y los cánticos sagrados con la afición de amanuenses; excelentes copistas y buenos cartógrafos, transcribían con entusiasmo cuantos

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papeles importantes caían en sus manos. Tenían además una pequeña imprenta de cuyos tórculos saldrían cada año ediciones señeras». El monasterio, hoy en el departamento de los Vosgos, estaba bajo la protección de Renato II duque de Lorena, hombre culto aficionado a los libros y a la cartografía.

Los monjes preparaban una edición del Indicatorio Geográfico de Claudio Ptolomeo, cuando se presentó en el monasterio un clérigo lorenés, erudito de muy segunda fila, llamado Martín Walssemüller conocido también por Hylacomylus, que todo su mérito científico era haber publicado un manual de escenografía y perspectiva aplicada al teatro y una Carta Itineraria Euro­pea. Se decía de profesión cartógrafo y dibujante. Era el año 1507.

Mientras se preparaba la impresión llegó a manos de Renato un ejemplar en francés, de las muchas copias que se hicieron, de la carta de Américo Vespucio a Pier Soderini, que ya había sido publicada en Estrasburgo en 1504, en la que se relataban los cuatro viajes de aquél al nuevo continente y un mapa de las regiones descubiertas por españoles y portugueses y las que él mismo se atribuía. De inmediato la carta fue entregada por el duque a los monjes que ya tenían copia de la primera carta, el «Novus Mundus». Los clérigos, competentes en cartografía, se vieron sorprendidos y entusiasmados por el contenido de la carta a Soderini, singularmente la que hacía relación del viaje de Vespucio de 1499. Nos figuramos que su sorpresa y alegría serían similares a las de Arlington H. Mallery y Charles H. Hapgood cuando tuvieron en sus manos los célebres mapas del pirata-erudito Piri Muhyi I Din Re’is (Piri Reis). De inmediato la carta fue retraducida al larín, puesto que en dicho idioma había sido escrita por Vespucio, y era el instrumento universal más adecuado en el tiempo para su difusión cuando las gentes mostraban su avidez de lectura y conocimiento de cuanto salieran de las imprentas. El encargo lo recibió y llevó a efecto el poeta y latinista Jean Basin de Sandoucaus. Simultáneamente, el también poeta y erudito Matías Rigman, fue el encargado de escribir una Introducción a la nueva cosmografía inspi­rada en la carta de Américo al Confaloniero Soderini. Y Waldeesmüler, que había llegado en el momento más oportuno y caído como agua de mayo en el monasterio, fue el encargado de confeccionar el mapa del nuevo mundo descubierto quince años antes por Cristóbal Colón, bajo su inspiración y tenacidad y con la ayuda de los monarcas españoles, singularmente Isabel.

El 25 de abril de 1507 salía de la prensa del convento lorentino la «Cosmographiae Introductio». El libro constaba de tres partes: El texto latino con la descripción de los descubrimientos cuyo último apartado hizo famoso a Vespucio: «Mas ahora que esas partes del mundo han sido extensamente examinadas y otra cuarta parte ha sido descubierta por Americus Vesputius,

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no creo razón para que no llamemos AMÉRICA, es decir tierra de Americus, por Americus su descubridor, hombre de sagaz ingenio así como Europa y Asia recibieron sus nombres de mujeres». Al margen constaba la palabra AMÉRICA. La segunda parte, la más decisiva, contenía el mapa de Europa y Asia > lo que se conocía del nuevo continente. En su cabecera llevaba enfrentac as las efigies de Ptolomeo y su Cosmografía y de Vespucio y de su Nuevo Mundo. Como señala acertadamente C.Varela, la divulgación del nombre de América, más que al texto impreso de la carta a Soderini, se debió al mapa del cartógrafo lorenés, por aquello tan conocido de valer más una imagen que mil palabras, escritas o habladas. Al libro le acompañaba un recortable que podía pegarse a una esfera en el que iba dibujando el mundo tal y como era conocido (6).

VIL LA REACCIÓN

El mundo conocido, queremos decir Europa singularmente, aceptó de inmediatc el nombre propuesto en la Cosmografía de Vespucio Wladeesmüller, que había sido introducido de matute por un erudito pedante e irreflexivo. En honor a la verdad, hay que reconocer que el propio Américo se vio sorpren­dido y trató de enmendar el yerro cometido en perjuicio de su amigo Colón, que era 11 auténtica figura del descubrimiento. Pero ya era tarde. El libro alcanzó una difusión enorme. El nombre de «América» era eufónico y gustó a los geógrafos y cartógrafos europeos, por lo que se reprodujo profusamente en sus cartas geográficas y libros, particularmente en Inglaterra, Alemania, Francia e Italia. De añadidura, «por aquel entonces —escribe Wassermanm— debía haber en España todo un partido de enemigos y adversarios anónimos de Colón que entraba en juego donde quiera que se ofrecía una ocasión de afear su recuerdo y empequeñecer sus hazañas». No obstante, en esa misma España, se alzaron voces contra el desafuero cometido en el bautizo onomástico del nueve continente por él descubierto. Honra a fray Bartolomé de las Casas, que, acaso sin proponérselo, en tan gran medida contribuyó a la expansión de la leyenda negra antiespañola en tierras de Indias y en Europa, haber sido uno

(6) El original del mapa confeccionado por Martin Waldseemüller (o Waltzemüller, Hylacomylus cuando helenizaba) estuvo perdido hasta 1901 en que lo descubrió J.Fischer en la biblioteca del príncipe de Waldburg, en Wolfegg, Alta Silesia. Hizo del mismo una edición facsímil con próloto de T.R. von Wieser, Insbruk, 1908 (cfr. V e r a , Francisco: Científicos griegos, 1970, vol.II: «Comentarios a la Geografía de Claudio Ptolomeo, pág.762).

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de los primeros en protestar por el desafuero y proponer el de Columba como nombre del continente nuevo. Y en su «Historia General de Indias», entre los muchos errores que señaló a Vespucio en sus cartas, al que considera como un simple aventurero, llega a afirmar que «pretendió tácitamente aplicar a su viaje y a sí mismo el descubrimiento de tierra firme, usurpando al Almirante lo que tan justamente se le debía». Pero el daño ya se había producido y será muy difícil pueda ser reparado. Las naciones europeas de la época, singular­mente Inglaterra, Francia y las señorías italianas, eran las más interesadas en que el cambio de nombre que desde España se intentó no prevaleciera, ya que en definitiva la magna obra del almirante había sido una empresa española. En todo caso, el error es confirmatorio una vez más que en la historia, grande o pequeña, en la de las naciones o en la de los individuos, causas que se tienen por pequeñas lleguen a producir grandes e irreparables efectos. Éste fue el caso de don Cristóbal Colón, Almirante de la Mar Océana, Visorrey y Gobernador General de las Islas y Tierra Firme de Asia e Indias.