el mundo del libro - revistas y boletines

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Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia. El mundo del libro Escribe: AGUSTIN RODRI GUEZ GARAVITO DOSTOI EVSKI Y EL SUBCONSCIENTE. Hemos leído y re leído a los más famosos biógrafos de l gran novelista ruso, par de Gogol, Tol stoi, Andreiv, Gorki, Puchkin, Nekrassov, pero ninguno nos legó obra tan p1·ofu nda, de estilo tan rico en matices, de hall azgos de la humana natura l eza tan sorpre ndentes como la de Dostoievski, en la mad uTez de su genio lírico, en la naturaleza de su estilo y sus personajes de l sub-fondo, como esa biografía del escritor español Rafae l Cansinos-Assens, con cuyo títu lo encabezamos estas líneas, y a q uien su patria jamás ha hecho la just i cia que se merece. El caso de Dostoievski, es patético, y sugiere toda clase de int e rpretaciones. Preci samente porque su extraño talento, su pro- digiosa intuición, su conocimiento del alma rusa, ofre ce tantas ve rti entes, cordilleras, valles, ríos, precipicios, cascadas, todo lo hallamos en esta tarea gigantesca que no tiene par en la li teratu - ra universal. Porq ue el gran novelista ruso, rebasó todas las for- mas estilísticas, ya que fue di rectamente al fondo del alma hu- mana, escarbó en la carne de la criatura sufriente. Tuvo sus grandes errores, sus inmensas debilidades, pero también sus pro- digiosos enfoques en el mundo del subconsciente que se halla encuevado en nosotros, pero de pronto salta a flote, con su puño ce rrado de borra sca en la noche como a sus hennanos y seme- jantes. El n1undo actual, se pregunta de qué materia estaba hecho este escrit or, quien, de sp ués de tres años en la prisión de Siberia, sigue siendo idealista, sa le de la mazmorra, perdona a sus verdu- gos como si en vez de un a cárcel, le hubiesen festeja do con la s más opulentas viandas que ofrece la vida. 254

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Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia.

El mundo del libro Escribe: AGUSTIN RODRIGUEZ GARAVITO

DOSTOIEVSKI Y EL SUBCONSCIENTE.

Hemos leído y releído a los más famosos biógrafos del gran novelista ruso, par de Gogol, Tolstoi, Andreiv, Gorki, Puchkin, Nekrassov, pero ninguno nos legó obra tan p1·ofunda, de estilo tan rico en matices, de hallazgos de la humana naturaleza tan sorprendentes como la de Dostoievski, en la maduTez de su genio lírico, en la naturaleza de su estilo y sus personajes del sub-fondo, como esa biografía del escritor español Rafael Cansinos-Assens, con cuyo título encabezamos estas líneas, y a quien su patria jamás ha hecho la justicia que se merece.

El caso de Dostoievski, es patético, y sugiere toda clase de interpretaciones. Precisamente porque su extraño talento, su pro­digiosa intuición, su conocimiento del alma rusa, ofrece tantas vertientes, cordilleras, valles, ríos, precipicios, cascadas, todo lo hallamos en esta tarea gigantesca que no tiene par en la literatu­ra universal. Porque el gran novelista ruso, rebasó todas las for­mas estilísticas, ya que fue directamente al fondo del alma hu­mana, escarbó en la carne de la criatura sufriente. Tuvo sus grandes errores, sus inmensas debilidades, pero también sus pro­digiosos enfoques en el mundo del subconsciente que se halla encuevado en nosotros, pero de pronto salta a flote, con su puño cerrado de borrasca en la noche como a sus hennanos y seme­jantes.

El n1undo actual, se pregunta de qué materia estaba hecho este escritor, quien, después de tres años en la prisión de Siberia, sigue siendo idealista, sale de la mazmorra, perdona a sus verdu­gos como si en vez de una cárcel, le hubiesen festeja do con las más opulentas viandas que ofrece la vida.

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Pero lo cierto es que Dostoievski, al salir de Siberia, no lleva a cuestas un fardo de resentimientos y su único sentimiento es olvidar, ya en la libertad, los pasados sufrimientos. N o se desmo­raliza. Pero se prepara para escribir una obra genial en la cual queda retratada el alma rusa, la religiosidad de un pueblo que dígase lo que se diga, siempre ha pertenecido en su 1nás pura entraña a Dios.

Vivió su tragedia no como un espectador, sino como víctima. Y ensayaba constante y sinceramente reconciliarse con la vida en lo que ésta tuviera de fecundo y noble. Creía en la esperanza. Pero tiempo después, el novelista rechaza todo su ideario anterior . Reniega y blasfema, quiere presentar al hombre con sus miserias, sus llagas, sus crímenes, su horrible pesimismo. "El hombre del subterráneo", es una de las obras más completas y terribles del escritor ruso.

Después vendrán otros libros en los cuales se vengará de sí mismo, de su antigua bondad, de sus cándidos mitos. Y los lirios se mancharán de sangre. Pero nadie puede negar este genio de Dostoievski, como ningún hombre de pensamiento puede negar a Federico Nietzsche, no obstante su quimera del Super-Hombre que, en definitiva, se1·á la más terrible soledad. Cuando se pierde la fe, el mundo se derrmnba en torno nuestro. Y el gran escritor alemán desembocó en la noche de la locura, enredada en sus si­niestras madejas.

Muy pocos escritores ha producido la humanidad de la cali­dad, de la variedad, de la sorprendente personalidad polifacética de Dostoievski. Acaso Tolstoi, que trata de librarse del subterrá­neo, del mundo en el cual crecen las larvas y las miserias del hombre, pero no obstante en sus personajes de "La Guerra y la Paz", se hallan palpitantes las criaturas que creó el gran novelis­ta, con las larvas de sus sentimientos en su mundo eslavo.

Es seguro que ningún gran escritor ruso hubiera escrito "La Casa de los Muertos", pero Dostoievski puede hacerlo, porque él ha vivido una existencia doble, acaso triple, con todos sus pade­cimientos y macilento ramo de esperanzas y de arrepentimientos.

A los cien años del genial escritor ruso, su obra está viva y desollante. De su novela "C1·imen y Castigo" han brotado muchas fuentes del Derecho Penal. Porque fue un escultor, un buceador amargo de almas, y aunque fue idealista en un tiempo y perdonó

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las injurias, también nos dejó esa lívida anatomía del hombre, cuando ya no es sino yerta anatomía que empieza a ser trabajada por la oruga.

ESPAÑA EN EL ESCRITOR AMERICO CASTRO.

N o es fácil hablar de España, cuando se la ha tenido cerca y 1a bebimos a succión como un agua de pena y luna. Muchos de sus escritores han querido penetrar en su entraña, en ese claus­tro que tiene sus raíces como un gran árbol solitario que derrama su sombra benigna.

Acaso uno de los escritores que más se acercaron a su Patria, a sus orígenes, a ese vaho claustral, fue Américo Castro, el escri­tor continental que murió cuando nadaba plácidamente cerca a una playa de su España de netos perfiles. La historia de España, desde sus más remotos orígenes, está patente y evidente en los densos libros que Américo Castro escribió con plena responsabi­lidad intelectual. El gran escritor español, no era un divagante, un 1írico de espumas y rosas. Porque su pensamiento nos llega nutrido de calidades y deducciones originales, que van desapare­ciendo en los verdaderos maestros de la Historia Universal. Desde la poesía mística, tan rica en España, hasta el mundo en crisis de ahora, los analiza, desmenuza y vertebra, tratando de darnos una imagen de una España rica en complejidades, que hunde sus 1·aíces en un largo pasado guerrero, tan propicio al silabeo del Romancero o a la fragante letrilla cortesana.

Existen pocos pueblos que hayan sido tan imaginativos y dados a trasegar con las cosas hondas del mundo como los espa­ñoles. Sus orígenes se confunden con la hazaña, la transfigura­ción, el valor en el manejo de las armas, la crueldad que mana sangre, los sacrificios druidas, la Santa Compaña y aquella gi­gantesca creación de un imperio en cuyos dominios no se ponía el sol.

Y Américo Castro trata de interpretar, en forma universal, lo que ha sido y es el español con todas sus consecuencias histó­ricas. Era un escritor comprometido con su historia, que lo es ardua, difícil, pero que no oscila y por lo cual tiene una personali­dad. E l español siempre hambriento de eternidad, con sus virtu­des y sus pecados capitales. Que son precisamente los que le otor-

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gan una dimensión de humanidad tan cabal y hermosa como su propia hazaña secular. Como lo enseña América Castro, España, es la tierra del hombre total, porque se niega a deshumanizarse. Frente al resto de Europa, erudita, yá un poco sumida en el em­balsamamiento. Hispania sigue siendo un milagro y una milagre­ría. Este escritor lo anota en todas sus obras agudamente, como lo habían soñado también Unamuno, Menéndez y Pelayo, Menén­dez; Pidal, Ortega y Gasset, Ang~l Ganivet, Julián Marías, Julián Besteiro.

América Castro tuvo el seco orgullo de su estirpe. Se iba de España, por épocas, pero regresaba porque tenía que aspirar a pleno pulmón el viento celtíbero, hundir su cuerpo en las aguas del Cantábrico, o en el Mediterráneo, pensar largamente, recos­tado sobre la tierna hierpa cuando todo es silencio y un pensa­miento eterno surge de las encinas centenarias.

Escritor dado por entero a su tarea. Totalmente hipotecado a sus ideas, que no compartían .muchos escritores españoles. Can­tero admirable de remotas culturas abolidas. Bajo las arcadas de Roma, le otorgaron a España su dura razón perforante. Y sus viejos latines que se refugiaron en lo hondo de los claustros don­de los monjes, al mismo tiempo que se "ordeñaban las barbas", según la hermosa expresión de Gabriel Miró, acariciaban las pa­labras como sortij as.

América Castro demostró que todas las grandes culturas tienen, en su base, una poesía que tiene que ser mística, porque se confunde con el fondo religioso del hombre. Pasan, raudos, sus conceptos en libros magistrales y el escritor se recrea en sus amorosos descubrimientos.

EL CARACOL MARINO, DE HELCIAS MAR­TAN GONGORA.

Tantos años de poesía que han discurrido por la vida del poe­ta Releías Ma11 tán Góngora! Acaso nosotros prolongamos uno de ellos. Nuestra amistad, perfecta, circular, la hicimos en San­tafé de Bogotá, cuando esta era una ciudad pequeña, una verda­dera urbe.

Tiempos en que bajaban los vientos de Cruz Verde, crueles y yertos, para enfriar los entusiasmos y llevarse a las beatas que salían de la misa del Alba, tenazmente cavada sn tumba, por el

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pico de los gallos del amanecer. Ateridos, con las alas plegadas como pájaros sin canción en la garganta y sin la membrana del viento en las alas. Una bohemia agri-dulce nos tomaba a poetas y prosistas, que, como marinos en tierra, soñábamos que el mun­do terminaba a nuestros pies y desvelábamos el rito de doncellas entre ajenjos lentos y prohibidos.

Matoño Arboleda, Jorge Enrique Duarte, Plata Bermúdez, Alberto Angel Montoya, Antonio Llanos, Vivas Balcázar, Lino Gil Jaramillo, Alfonso Duque Maya, Marco Naranjo López, Pala­cio el de la novela "Las estrellas son negras", y, naturalmente, Releías Martán Góngora con su voz profunda, convocando en esta ciudad, cuyas columnas envolvía la melancolía chibcha, su poesía marina, el remoto mar de azules y verdes, el dormirse con una canción marina entre los labios que dijera el gran poeta co­lombiano Leopoldo de La Rosa.

Pero no era la atmósfera cristalina a veces y la atmósfera de Santafé de Bogotá, la que envolvía y le daba un tono a la poe­sía de este ciudadano del mar, con cédula de un barco que nunca partió. Venía de una tierra que ha producido los dones más per­fectos de la naturaleza. Porque el Valle del Cauca, el Cauca y su puerto de Buenaventura, ya lo recordaba Felipe Antonio Molina, "es como un país vasto y alucinante". Allí todo es azul y trans­pru·ente y sus mujeres hermanas de la que cantó Rafael Maya en su inimitable poema dialogado " La mujer sobre el ébano". Su mar Pacífico que nosotros navegamos -entre peces y estrellas-, de Buenaventura a Valparaíso. Espumas y caracolas. Peces mul­ticolores que se elevan como ·surtidores de fuentes arabescas. Garzas que picotean luceros y en las grímpolas de los navíos, sa­cuden el lino de sus alas. Y ese yodo marino, con su pesado olor de bacalao que entrega sus emulsiones para la nutrición del niño o del hombre, niño grande.

Martán Góngora es el poeta de los recovecos marinos, como lo fueran Castañeda Aragón y Héctor Pedro Blomberg. Sus poe­mas no tendrán la acerba agonía del olvido. Porque son sangre claustral que corre y nunca se petrifica. Cantares, romances, so­netos, todo ello, en la tensión de alto voltaje eléctrico al cual es preciso acercarse no con sent ido crítico, sino con sabor y olor de mar remoto. Este poeta ha trabajado sus libros noble, desintere­sadamente.

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Martán Góngora es un esquife levantado frente al vago y misterioso corazón del mar. Mujeres imposibles han pasado por sus poemas y se han quedado como ciertas vírgenes de los vitrales góticos que embelesaban nuestro sueño en las catedrales de Es­paña y de Francia. Jarcias, puentes de comando, buques fantas­mas, arboladuras espectrales, sales amargas, marinos rotos, me­moria de ahogados tan tristes como niños sin cuna, todo ese mundo fosforescente, remoto, con sus quejumbres semejantes a las de la quena, pasa por sus poemas. Otros, son un mundo de soles, de fiebre, de pulsos febricitantes. Pero siempre, en esa poe­sía, la ternura aniñada, la sangre testimonial, el hacer y padecer la gran poesía.

Releías Martán Góngora, decíamos antes, no conocerá el ol­vido, ese hortigal donde apenas una lápida con signos y epitafios borrosos, nos señala que ahí se deshace un hombre o una bella mujer, que testimoniaron el uno el vivir y el padecer, y, la otra, el dolor del olvido, navegantes en una tierra áspera, sobre la cual somos tan efímeros.

Porque esta poesía se reparte por el labio numeroso del pue­blo, como esos jardines tenaces en su perfume, con altas rosas para los eternos ruiseñores de abril.

La luna y el llanto. El mar y sus hondos misterios. El salo­bre mundo marino, de caracolas, góndolas, navíos y espumas. La nostalgia de amores que fueron apenas crisálida y se convirtieron en recuerdo, lentamente cernido como la nieve de los nevados o de los cabellos de los hombres que envejecen a la sombra de sus re­cuerdos.

Poesía junto al mar. Agua lenta. Luna y pena. Sensibilidad que no vamos a estudiar como críticos estériles. Sencillamente ese mundo marino, como una cabellera de madréporas, está ahí, con solo abrir cualquiera de los libros de Martán Góngora y via­jar con su poesía rumbo a puertos que nunca veremos con estos pobres ojos mortales.

NOTA CENTRAL: EL ESCRITOR, UN MEN­DICANTE.

N o hacemos aquí referencia a los países socialistas, ni a las naciones europeas. En las cuales las ediciones de libros nunca son inferiores a los cien mil ejemplares. Concretamente escribimos

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acerca del caso colombiano. ¡Cuán ardua tarea ésta de escribir y editar una obra en nuestro "lindo país colombiano"!, como lo llamara sentimentalmente don Danjel Samper Ortega.

Durante meses, asistidos por largas vigilias, inclusive hasta ei alba, los escritores investigan, descifran enigmas, confrontan hechos y datos, van acarreando gavillas para formar el libro que ¡-por fin!, sale, después de muchas idas y venidas, humillaciones y ponderaciones ante editores : reacciones y muchos enfurruñados frente a los originales que le presenta el escritor.

Considera el editor que le hace un inmenso favor al intelec­tual con publicar esa especie de pajarilla de papel que, después, asoma tímidamente en las vitrinas de las librerías, donde también se le hace al escritor un enorme descuento.

Y se editan 600 ejemplares, de los cuales se venden con cuen­ta-gotas unos doscientos en un tiempo nunca inferior a cuatro o cinco meses. Lo grave es que el colombiano perdió el hábito de leer libros . El nuevo rico, los compra por metros para ornato de su biblioteca, pero jamás leerá una página de ninguno de ellos.

Ya no hay t iempo para deleitarse morosamente en la lectura como lo hicieron otras generaciones. Hoy todo se reduce al dinero y al sexo. Todo lo demás está fuera de las inquietudes de una sociedad que tiene prisa de vivir el minuto que pasa.

Y el escritor es considerado como una especie rara, como un maniático inofensivo a quien la sociedad de consumo tolera resig­nadamente. Esto en los llamados países del Tercer Mundo. E l escritor verdadero, dadas estas condiciones deprimentes, se siente metido en una celda andante, más herido, más huraño, si en ver­dad es sincero consigo mismo y su obra t iene calidad intrínseca. La sociedad burguesa en que vivimos, a los escritores se nos con­sidera personas menosválidas, estorbo para un mundo que tiene mucho de pacato y beato, ya que la obra literaria le parece un ocio inútil, pero no la floración de un espíritu creador.

Es preciso tener un dominio sólido de lo que se está haciendo para no sucumbir en un medio de gazmoñería y superficialidad, en el cual cualquier elemento perturbador o cerreramente caci­quil, es tenido en cuenta mucho más que a un creador de be­lleza . N o estima la sociedad, todo lo que significa para su porvenir una patria de letras y de arte. Rafael Maya, el gran maestro, vale infinitamente más que todos nuestros políticos juntos. Y no obs-

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tante, a sus funerales, concurrimos veinte amigos ejemplares en la lealtad y la admiración y sabemos que su obra cubre el cielo literario de América. A sepultar los restos de Juan Lozano· y -Lozano, poeta, polemista, ruiseñor del soneto, fuimos quince co­lombianos en una ciudad de seis millones de habitantes.

. Finalmente la televisión ha hecho estragos en las pobres ge~­

_tes, desheredadas de alma. Se pegan como moscardones a la pa~­talla chica y se ha roto para siempre el diálogo familiar, porque el núcleo . hogareño vive con sus sentidos y toda su atención ~t;r:t.:. pados por las cursi-novelas, a ese podredumbre de los cuentos que nos entregan dominicalmente y que atentan contra la moral, la decencia, la familia y el buen lenguaje. Por est as razones el ex­presidente Alberto Lleras sostuvo que es más importante para muchos colombianos que se realice el mundial de fútbol del 86 que apoyar una obra de cultura, llámese libro, pintura, escult ura, música, artesanía. Y t iene toda la razón este gran colombiano.

En definitiva escribir y editar libros en Colombia es una hazaña espectral de Quijo tes, con la adarga de la ilusión embra­zada. Funámbulos de cartón, hombres de paja, indiferentes a los frutos del E sph·itu Santo.

COLONIZACION ANTIOQUEÑA- Dado Ruiz Gómez--Erecos-Medellín.

E sta obra, publicada hace más de un año, r esume las amar­gas experiencias de la colonización de Ant ioquia. Para ningún co­lombiano es un mist erio que el elemento aborigen poco o nada tuvo que hacer en el prodigioso desarrollo de Ant ioquia, la gran­de. En cuanto al negro, conservó su identidad, trabajó las minas y se mezcló con los blancos. De ahí la calidad de su obra empren­dedora y fecunda. E l antioqueño antiguo, fue emprendedor, fun­dador, arriero, minero, tahúr, y desmontó macizos de montaña para plantar ciudades y hacer de la civilización no una palabra, sino un hecho h istórico.

Este libro es ilustnltivo de la hazaña del antioqueño, des­cendiente de vascos, aragoneses, andaluces y castellanos, que fun­dó y pobló su tierra, siempre buscando la confraternidad y la paz. Porque el pueblo antioqueño, hasta hace apenas tres años, era por definición pacífico, porque su tarea era la de crear y no destruir, ni vivir guerreando con sus vecinos. Estas verdades las expusie-

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ron magistralmente tanto el doctor y general Rafael Uribe Uribe, como el profesor Luis Eduardo López de Mesa. El antioqueño, lo demuestra el autor de Colonización antioqueña, tuvo que sufrir los rigores de las encomiendas, de las cautelas de virreyes y oido­res, pero se abrió pasó y creó un mundo fabuloso, fruto de su tenaz energía y de su vigilia admirable. Esta clase de textos, deben ser ampliamente divulgados, para que se conozca el pro­digio de la colonización antioqueña y la razón de su varonía em­prendedora y su sentido de la aventura y esa forma de fantasear para enriquecer su mundo como quedó en Tomás Carrasquilla, Efe Gómez y José Restrepo Jaramillo, entre otros.

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