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1 EL MITO DE JESÚS "¡Es sabido desde tiempos inmemoriales cuán provechosa nos ha sido esa fábula de Jesucristo!" ["Quantum nobis notrisque que ea de Christo fabula profuerit, satis est omnibs seculis notum..."]: Juan de Médicis, Papa León X: carta al cardenal Bembo, citada por Pico della Mirandola. Lo primero que debe quedar claro es que son los que afirman la existencia real del personaje en cuestión los que deberían probarla pues es el que afirma una cosa el que tiene la obligación de aportar la prueba. Por causa de que nadie puede aportar esa prueba se puede deducir y explicamos a continuación por qué pensamos que la existencia de Jesús como personaje histórico es más que dudosa. En el caso de Jesús, como en el caso de otras figuras bíblicas, nos tenemos que contentar con lo que tenemos y no con lo que nos gustaría tener y, desgraciadamente o no, lo que tenemos es más bien escaso: sólo sabemos lo que contaron unos propagandistas religiosos que no lo conocieron. Así, sólo disponemos de los libros que forman ese Nuevo Testamento como referencia a un tal Jesús, los cuales, obviamente, no se pueden tomar como prueba para probar lo que ellos afirman y sólo ellos -si bien las contradicciones internas son tales que no pueden pasarse por alto esos escritos aunque no sirvan para demostrar la existencia del personaje que presentan-, y teniendo muy presente que ninguno de esos textos está firmado por el propio Jesús, es más, tampoco se encuentra en ellos referencia alguna de que el tal Jesús dijese que se debía dejar constancia escrita de su predicación/hechos por lo que debemos entender que tal decisión corrió por cuenta y riesgo de unos cuantos personajes de los cuales nada sabemos con certeza... o de alguien más posterior que dice que fueron escritos por esos personajes desconocidos y que ese alguien tampoco conocía. Recordemos que no existen los escritos originales; todo son copias de otras copias, y las primeras que poseemos son del siglo IV: Los primeros escritos (cartas, epístolas) que forman el NT, los de Pablo, son -se supone que son-de entre 18/20 a

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EL MITO DE JESÚS

"¡Es sabido desde tiempos inmemoriales cuán provechosa nos ha sido esa fábula de Jesucristo!"

["Quantum nobis notrisque que ea de Christo fabula profuerit, satis est omnibs seculis notum..."]:

Juan de Médicis, Papa León X: carta al cardenal Bembo, citada por Pico della Mirandola.

Lo primero que debe quedar claro es que son los que afirman la existencia real del personaje en cuestión los que deberían probarla pues es el que afirma una cosa el que tiene la obligación de aportar la prueba. Por causa de que nadie puede aportar esa prueba se puede deducir y explicamos a continuación por qué pensamos que la existencia de Jesús como personaje histórico es más que dudosa.

En el caso de Jesús, como en el caso de otras figuras bíblicas, nos tenemos que contentar con lo que tenemos y no con lo que nos gustaría tener y, desgraciadamente o no, lo que tenemos es más bien escaso: sólo sabemos lo que contaron unos propagandistas religiosos que no lo conocieron.

Así, sólo disponemos de los libros que forman ese Nuevo Testamento como referencia a un tal Jesús, los cuales, obviamente, no se pueden tomar como prueba para probar lo que ellos afirman y sólo ellos -si bien las contradicciones internas son tales que no pueden pasarse por alto esos escritos aunque no sirvan para demostrar la existencia del personaje que presentan-, y teniendo muy presente que ninguno de esos textos está firmado por el propio Jesús, es más, tampoco se encuentra en ellos referencia alguna de que el tal Jesús dijese que se debía dejar constancia escrita de su predicación/hechos por lo que debemos entender que tal decisión corrió por cuenta y riesgo de unos cuantos personajes de los cuales nada sabemos con certeza... o de alguien más posterior que dice que fueron escritos por esos personajes desconocidos y que ese alguien tampoco conocía.

Recordemos que no existen los escritos originales; todo son copias de otras copias, y las primeras que poseemos son del siglo IV: Los primeros escritos (cartas, epístolas) que forman el NT, los de Pablo, son -se supone que son-de entre 18/20 a

30 años posteriores a la muerte de Jesús.

En realidad no es una cifra excesiva de años pero los errores/contradicciones que comete Pablo y su delirante personalidad dan a entender que desconocía buena parte de lo que estaba predicando y que incluso pudo haberse inventado cosas, siguiendo lo que había escuchado de los seguidores de un tal Jesús, uno de tantos aspirantes a Mesías que habían circulado y circulaban por la Palestina del siglo I -siempre según los textos-, que no conoció [1], y si bien no son muchos años sí son los suficientes como para haber empezado ya las tergiversaciones, inventos, exageraciones.

La leyenda/fábula/mito en definitiva, sobre “alguien” que vivió, fue crucificado, resucitó y prometió regresar.

En realidad esto se puede conseguir en poco margen de tiempo; basta que uno diga hoy una cosa sin importancia para que mañana mismo sea interpretado todo al revés por otros; si la cosa es o pretende ser importante, la exageración/tergiversación es mayor.

Alguna de esas cartas son pseudopaulinas, desconociéndose su autoría, y algunas son muy posteriores a Pablo [2].

El siguiente bloque de los libros que forman el NT: los “Evangelios”, bloque formado por cuatro libros -decisión tardía que fue tomada cuando estaban circulando muchos más-

Hacer notar que hasta Ireneo (Irenaeus de Lyon, hacia 180 dC) hubieron “padres” de la Iglesia que no sabían quiénes eran sus autores (Justino, por ejemplo y a mediados del siglo II, el cual les llamaba “Memorias de los apóstoles”, y los anteriores -Clemente de Roma, Policarpo, Ignacio... -ni siquiera los citan, como si no supiesen de su existencia) y es él, Ireneo, el que les aplica los nombres que conocemos hoy, arbitraria y tardíamente puesto que hoy se sabe que ni Mateo ni Juan fueron los apóstoles de Jesús, y los otros dos, Marcos y Lucas, no conocían Palestina ni fueron discípulos, ellos mismos escriben que sólo son acompañantes de unos supuestos apóstoles que escogió un tal Jesús.

El efecto que producen esos Evangelios, Mateo y Lucas, que son los dos únicos que se puede considerar que aportan una “biografía” del personaje, es el contrario de lo que deberían producir: junto con los otros dos, en lugar de dar una visión creíble de Jesús y su entorno histórico, hacen todo lo contrario; no se ponen de acuerdo entre ellos en prácticamente nada: ni en su nacimiento, ni en su

genealogía, ni en multitud de situaciones de su vida, ni en su muerte y resurrección ... ni si ascendió a los cielos o sigue con nosotros ... [3].

Son más tardíos que los escritos de Pablo y varias de las pseudocartas: el primero, el de Marcos, no es anterior al año 75 dC -es decir, de más de 40 años desde la muerte del supuesto Jesús y en sus pasajes más antiguos, y sólo terminado tiempo después, con toda seguridad en pleno siglo II; así,

¿Por qué esa escritura tan tardía si nadie les impedía escribir al poco de fallecer el maestro?

-Y, al igual que el de Juan -entrado también el siglo II y que utilizó a uno o varios de los sinópticos- no aporta siquiera una genealogía ni infancia de Jesús.

Mateo y Lucas copian de Marcos (el primero hasta un 90 % y el segundo, casi), utilizan la fuente Q [4] y no son testigos oculares de lo que cuentan -el segundo lo dice claramente-: lo demuestran sus copias -¿por qué un testigo ocular había de copiar lo que había escrito otro?-, sus exageraciones, sus pasajes -fantásticos la mayoría- imposibles de corroborar con la literatura extra bíblica y algunos contrarios a la misma, sus contradicciones entre ellos mismos.

Marcos es el más corto de los cuatro, con bastante diferencia.

Las añadiduras de todo tipo hechas por Mateo y Lucas son evidentes hasta convertirlos en libros más extensos. “Marcos” es obra de “alguien” que juntó al menos dos escritos, deducción que se desprende después de comprobar que contiene muchos pasajes duplicados, y de que incluso lo digan las introducciones de algunas Biblias (BJ, pág. 1418).

De “Marcos” se deduce que su autor o autores no conocían Palestina ni conocían correctamente las costumbres judías, como he dicho antes.

Nadie serio sostiene ya que los cuatro libros sean obras independientes y lo relacionado con una “inspiración divina”, obviamente, se deja al ámbito de la fe.

La mayoría de los demás escritos son todavía más tardíos, llegando los más nuevos al siglo II, y escritos también por personas que no conocieron personalmente a Jesús, incluyendo a Pablo (y eso que es el primero en escribir, es decir, el que estaba más cerca de los supuestos acontecimientos), si exceptuamos, tal vez, a un tal Pedro que decía que fue apóstol suyo (I carta de Pedro, escrita no se sabe cuándo pero si su autor fue Pedro la tuvo que escribir hacia el 65 dC como

muy tarde pues la tradición afirma que fue ejecutado en ese año o en el 67.

Resaltamos que esa carta sólo fue considerada del supuesto apóstol Pedro a partir de Ireneo), y a Santiago.

Estos escritos en conjunto, los canónicos, es decir, los aceptados por las Iglesias como auténticos y únicos inspirados, son partidistas (lógicamente), amenazan con fuego eterno al que no crea lo que dicen (entre otras cosas la existencia misma de Jesús que es lo que se pone en duda o se niega), no son históricos y cuando pretenden dar información histórica muchas veces la dan errónea y contradictoriamente, están escritos bajo una fe, una creencia y una supuesta inspiración divina -lo cual, repito, Jesús no ordenó que se hiciese-, incluyendo además multitud de contradicciones de todo tipo, tanto “menores” como insalvables, tanto entre ellos mismos como con la revelación judía que pretenden continuar ... en otras palabras: no hacen ningún favor al Jesús supuestamente histórico sino todo lo contrario.

Por otra parte, estas contradicciones insalvables con el judaísmo, la aportación de elementos griegos, el estar los libros escritos en griego -y con detalles que claramente son imposibles de atribuir a un judío-, también hace pensar que fuese todo un montaje dirigido por judíos-gnósticos helenizantes de la diáspora, judíos de tercera o cuarta generación impregnados de ideas abstractas -algunas provenientes de Pablo- que al cabo del tiempo fue adquiriendo forma definida e supuesta- historicidad.

Otras fuentes para probar esa existencia tampoco sirven: El Antiguo Testamento: por muchos malabarismos e interpretaciones que hagan los exegetas o teólogos cristianos de los textos proféticos judíos, no vamos a dar por válido lo que son unas interpretaciones partidistas, tergiversaciones, etc. evidentes de esos textos -no lo decimos nosotros, lo dicen los propios judíos-: no hay mención alguna de Jesús en esos escritos ni se le puede aplicar ninguno de esos pasajes proféticos -puesto que algunos ni siquiera son proféticos-.

El lector que lo desee puede comprobarlo en nuestros estudios de las profecías del AT y hacer una valoración, además de comprobarlo en las propias argumentaciones rabínicas, que están al alcance de todos.

Los llamados evangelios/escritos apócrifos, es decir, los no canónicos, no nos dan información fiable: la mayoría fueron escritos todavía más tardíamente que los canónicos y por el propio hecho de ser rechazados como auténticos por las autoridades eclesiásticas, no nos sirven.

El Talmud se refiere también en varias ocasiones a un tal Yehoshua, al que los cristianos tienen por Mesías y Dios.

Pero tampoco se puede tomar ese libro para probar su existencia puesto que las partes talmúdicas que le aluden son muy tardías y, al contrario de los libros del Nuevo Testamento cristiano, los judíos lo utilizan para menospreciarle, insultarle, afirmando de él que era blasfemo, un trasgresor de la Ley de Moisés, que era hijo de la fornicación entre una joven hebrea y un legionario romano de nombre Pantera, etc., y basándose en los escritos cristianos y no en una prueba que aporten ellos sobre su existencia real.

Ver "Sanedrín 43, 106...”.

Por otra parte, algunas de esas alusiones no concuerdan con el Jesús cristiano pues dice de él, por ejemplo, que tenía sólo cinco discípulos: "Mattai, Nakkia, Netzer, Buni y Todah".

Esto podría ser una prueba de que hubieron varios aspirantes a Mesías y que no sabemos siquiera a cuál de ellos hace referencia el Talmud -según “Misterios de la Arqueología y del pasado”, núm. 14, 1997, pág. 8, el Jesús que menciona el Talmud vivió un siglo antes y, tal vez, se refiera al mismo "Maestro de Justicia" al que aluden los Rollos del Mar Muerto, señalados más abajo - o si simplemente no hace referencia a ninguno sino que le sigue la corriente al cristianismo sólo para insultar a su figura principal.

Hay algunos otros pocos ejemplos tardíos como las de Juliano el Apóstata o Celso, cuyas parcas observaciones entran dentro del mismo argumento del Talmud: textos forjados en un contexto histórico -ahora sí- en contra del avance del cristianismo.

El Corán se refiere a Jesús pero estamos en lo mismo: escrito muchos siglos después por alguien que conocía los textos del NT y que no sabía nada personalmente, obviamente, de Jesús sino de lo que contaban otros.

Otra fuente que tampoco nos sirve son los llamados "Rollos del Mar Muerto" puesto que no mencionan a Jesús en absoluto y sí nombran a un "Maestro de Justicia" llamándole "El Innombrable", por lo que no sabemos su verdadero nombre- , cien años anteriores al supuesto Jesús.

El tema es interesante pues de él pudieron ser algunas de las máximas de la fuente "Q" aplicadas después a Jesús por los seguidores de éste.

Sólo nos quedan, pues, los escritos de los historiadores romanos y judíos, no partidarios de Jesús ni de la religión cristiana, es decir, los laicos. Estos sí que podrían ser tomados en serio puesto que no serían partidistas.

Pero nos encontramos con problemas insalvables: son escasísimas las referencias que hacen esos escritores de los cristianos y nulas de la figura de Jesús.

Ninguno de ellos dijo nada concreto de la persona de Jesús como personaje histórico, mucho menos de que hubiese nacido de una virgen, de que hiciese milagros, de que resucitase, etc., y lo poco que dicen se refieren a sus seguidores y no a Jesús -es más, de esas escasas referencias, que pronto vamos a ver, ni siquiera se puede saber a qué Jesús se refieren-: ninguno de ellos habló con Jesús, ni comió con él, ni se paseó con él por Galilea o Judea, ni estuvo presente en ninguno de los grandes portentos que se le atribuyen, ni saben nada de sus supuestas doctrinas, sermones, esto en cuanto a los escritos -escasísimos, repito-tardíos puesto que los escritores/historiadores contemporáneos del supuesto Jesús ninguno de ellos dice una palabra sobre tal personaje.

Dos de aquellos, los romanos Cayo Suetonio (69-122) y Plinio el Joven, no se refieren a Jesús sino a los cristianos.

El primero, secretario del emperador Adriano, dijo:

"Debido a que los judíos en Roma constantemente causaban disturbios, por instigación de los cristianos impulsados por Crestus, el Emperador Claudio los expulsó de la ciudad... ",

Y en otro texto:

"Después del gran incendio de Roma también se aplicaron castigos a los cristianos... una secta que profesaba una creencia nueva y malévola que niega a los dioses".

Plinio escribió al emperador Trajano pidiendo consejo sobre qué hacer con los cristianos: "...

Tenían la costumbre de reunirse un día fijo y cantaban en estrofas alternadas un himno a Cristo" (cartas de Plinio).

Recuerdo que son textos tardíos que se refieren a la información que tienen sus autores sobre los cristianos pero ninguno de esos historiadores se refiere

explícitamente al personaje Jesús el cual supuestamente hacía décadas que había muerto cuando escribieron, y cuando se refieren a "Cristo" – “Crestus” (Cresto, nombre común) y no “Cristo” (un título) dice Suetonio- sólo están anotando una palabra que significa "Mesías" pero que de ningún modo es una prueba que se refiera al Jesús del que hablamos pues de Mesías o aspirantes a Mesías hubieron muchos: Theudas, Benjamín el Egipcio, Yehuda de Judea, Simón Bar Kozeba, etc., y todos terminaron derrotados por los romanos.

El último mencionado fue proclamado y aceptado como el verdadero Mesías por una multitud mucho más numerosa que por el Jesús que describen los escritos evangélicos; la causa principal era que ese personaje sí daba el carisma que debe tener el auténtico Mesías: un revolucionario que se enfrentó al invasor romano Plinio el Viejo recopiló multitud de relatos relacionados con la astronomía. Ni una mención a los extraordinarios portentos celestiales relatados por los evangelistas Publio Cornelio Tácito (55-120), en su "Anales" (XV, 44; historia del Imperio desde la muerte de Augusto -14- hasta la de Nerón -68-), que escribió en el 116 dC, hace constar al hablar del incendio de Roma que el emperador Nerón había acusado a los cristianos de haberlo provocado, añadiendo: "Cristo, de quien viene el nombre, había sufrido la pena de muerte bajo el reinado del emperador Tiberio, tras haber sido condenado por sedición por el procurador Poncio Pilatos. Esta superchería está llegando a Roma....". 1) El escrito de Tácito es posterior al menos en 80 años a los acontecimientos que narra y que son a todas luces producto de lo que los cristianos creían y no de lo que él creía o sabía. 2) Puede ser perfectamente un añadido posterior, habiendo al menos otro dato que induce a creerlo puesto que pudo no ser la primera añadidura de algún cristiano torpe -llama “procurador” a Pilatos cuando era prefecto lo cual hace pensar, como mínimo y si no se quiere aceptar como interpolación, que Tácito no consultó los documentos de la época ni sabía nada de un acta del supuesto juicio al supuesto Jesús- a escritos de insignes historiadores. Tácito vuelve a hablar de una serie de personas que se llaman "cristianos" en su historia dedicada al emperador Tiberio pero también se refiere sólo a los seguidores del tal Cristo y no a él mismo. Los textos atribuidos a Tácito lo único que confirman es que en su época (siglo segundo) ya existía una leyenda y una construcción sobre un determinado personaje, pero no sirve como prueba de su existencia real Luciano de Samosata (125-192 dC) dejó escrito también en el siglo segundo refiriéndose a los cristianos: “que adoran a un hombre hasta ahora y el cual fue crucificado”. Otra vez lo mismo.

Luciano utiliza información de otros y desde más de un siglo después de los supuestos acontecimientos, y sin referirse tampoco al personaje sino a sus seguidores.

Nos queda sólo un historiador: el judío romanizado Flavio Josefo (Flavius Josephus, 37-100 dC).

Como los anteriores, tampoco fue contemporáneo de Jesús.

Su aportación al problema (que no es suya) es, pero, una burda muestra de las falsificaciones que tuvieron que hacer los primitivos cristianos para conseguir realzar la figura, y dar constancia de su existencia, de un personaje llamado Jesús -se supone porque no tenían prueba alguna de su existencia puesto que en este caso sería de algo más que de burdos y torpes interpolar unas frases claramente falsas si tuviesen esas pruebas-, lo cual les deja en muy mala situación: tergiversando la obra (o las obras) de insignes historiadores con lo que sólo consiguieron el efecto contrario al deseado.

De todas maneras, el que sabe Historia no creo que se extrañe:

¿Qué se puede esperar de alguien que falsifica e inventa documentos para usurpar propiedades?

¿Por qué no iban a falsear las obras de otros para su conveniencia?

Esos mismos que conocen la Historia saben perfectamente a qué nos estamos refiriendo: a las “Donaciones de Constantino”, obviamente: En su "Antigüedades judaicas" (XVIII, 3,3, 63) se lee:

"En ese tiempo vivió Jesús, un hombre sabio, si de verdad se le puede llamar un hombre.

El realizó grandes prodigios y fue maestro de personas que reciben con gusto la verdad.

Convenció a muchos judíos y a muchos griegos. Él era el Mesías. Cuando Pilatos lo había condenado para ser crucificado, aquellos que le amaban no le olvidaron y se volvió a aparecer vivo ante ellos después de tres días tal como los profetas lo habían anunciado".

Nadie medianamente serio acepta semejante texto como propio de Josefo: es una interpolación -en términos coloquiales, una auténtica chapuza- de otro cristiano torpe e ingenuo que no comprendía que un judío -no cristiano y fariseo- de la talla de Josefo nunca dudaría que “un hombre pudiese ser considerado otra cosa que un hombre” o que nunca llamaría “Mesías” a un hombre en el que no creía y al que debería considerar sacrílego y blasfemo puesto que no era cristiano.

Además, el párrafo está torpemente interpolado: si se quita de donde fue

puesto, se puede leer correctamente todo el contexto del verdadero escrito de Josefo.

Por otra parte,

¿A qué “muchos griegos” convenció Jesús?

Claro dato de que el que lo escribió era ciertamente torpe y es lamentable que, todavía hoy, existan personas que tengan a ese texto como “prueba” de la existencia del Jesús evangélico, tal como se hacía hace siglos por parte de historiadores cristianos que aceptaban ese texto como auténtico puesto que no tenían otro.

Destacar que hasta Eusebio, principios del siglo IV, no es citado ese texto pretendidamente de Josefo; ni Orígenes lo conocía.

Otro texto encontramos en Josefo: "Ananías era un saduceo sin alma. Convocó al Sanedrín en el momento oportuno.

El procurador Festo había fallecido. Su sucesor, Albino, todavía no había tomado posesión.

Hizo que el Sanedrín juzgase a Jacob, hermano de Jesús, y a algunos otros. Les acusó de haber transgredido la Ley y les entregó para que fueran lapidados": Ibíd., XX, 9,1.

¿Qué debemos creer de ese texto aún siendo auténtico? ¿Que Jesús tenía hermanos y por lo tanto María no era virgen? ¿Qué de “Jesús” había muchos que podían tener un hermano llamado Jacob? ¿Qué tanto Jesús como Jacob era nombres corrientes que tenían centenares o miles de judíos?

¿Que Jesús, Jacob y algunos otros eran unos transgresores de la Ley de Moisés y merecían la muerte?

¿Que el Jesús del que hace referencia caminó encima de las aguas? ¿Que resucitó muertos y que resucitó él mismo? ¿Que era el verdadero Mesías? ¿Que era Dios?

¿Se puede deducir de ese texto que Josefo se estaba refiriendo exactamente al Jesús que nos incumbe?

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No, obviamente. Para algunos, pero, semejantes claras interpolaciones son “la gran prueba” de la existencia real de Jesús y deben contentarse con ellas puesto que no hay más textos y ninguno de los que hay se refiere explícita y detalladamente ni al Jesús que nos incumbe ni a los supuestos portentos que los evangelistas dijeron que hizo y qué fue en realidad además de hombre puesto que, aun admitiendo como auténtico ese último texto, ¿qué tiene que ver ese “Jesús” de Josefo con el Jesús de los escritos del NT? ¿De quién está hablando Josefo? ¿De “Jesús” y de “Jacob”? ¿Y? ¿Qué “dato relevante” hay en ese texto para poder afirmar que el Jesús “nuestro” es ese y que el evangélico existió realmente? Lo único y lo máximo que hace ese texto es poder aceptar que en el tiempo de espera para que Albino tomase posesión de su cargo hubo un señor llamado Ananías que convocó al Sanedrín para que juzgase a Jacob, hermano de Jesús ¿y?

¿Cómo Josefo se refiere a “Jesús” y no aprovecha para decir una palabra de su naturaleza, milagros, resurrección, etc.?

¿De verdad algún lector cree que Josefo, que lo anotaba todo, no hubiese hecho constar las andanzas del Jesús evangélico?

Josefo no conoció al tal Jesús en persona, por lo tanto, recuerdo, estamos haciendo referencias a escritos sobre el mismo lejanos en el tiempo -en este caso unos 60 años después de la muerte del supuesto Jesús-y que nunca podrán ser pruebas fehacientes e inequívocas de su existencia real -menos que fuese “Dios”, que en realidad es lo que interesa-.

¿Acaso no es una duda razonable pensar que pudo -como otros- ser engañado por terceros que tampoco le conocieron -y que también pudieron ser engañados o simplemente creerse un cuento que contaban otros- puesto que no escribió por su experiencia personal?

Pienso que parece claro que los que basan la existencia de Jesús en esos textos no es que sean unos ingenuos e incauto sino simplemente que no tienen otra cosa en donde acogerse.

Así, es lamentable que el cristiano que quiera probar la existencia de histórica de Jesús deba recurrir a esos textos totalmente insignificantes y parcos, además de algunos añadidos -porque no hay otros- comparados con los hechos extraordinarios que los evangelistas cuentan y que nadie más anotó Filón de Alejandría, Justo de Tiberíades, y el propio padre de Josefo, Matías, también historiador, ahora todos ellos contemporáneos del supuesto Jesús, no dicen ni una palabra sobre él ni sobre sus seguidores -a pesar de que hacen referencias a otras sectas como los esenios o terapeutas-.

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No es que no se refieran a sus milagros, portentos, nacimiento sobrenatural, crucifixión, etc., sino que no le nombran absolutamente para nada.

En efecto, cientos de literatos romanos, griegos y judíos que escribieron multitud de obras sobre la Palestina de los primeros siglos no dejaron constancia alguna de una persona llamada Jesús, milagrero, que desarrolló una actividad religiosa (y/o política): Séneca, Petronio, Juvenal, Marcial, Plutarco, Quintiliano, Hermógenes, Estacio, Lisias, Valerio Máximo, Epícteto, Valerio Flaco, Damis, Dión Crisóstomo, etc.

¿Cómo es posible que nadie se enterase de los milagros y portentos que narran los evangelistas?

¿Cómo es posible que nadie se hiciese cargo de que hubo en su tiempo un “profeta” que anduvo por encima de las aguas, que hizo milagros, incluso resurrecciones, que se paseó por su lado a diario, que comía en casa de uno y de otro, que hubo un terremoto, que se oscureció el sol y que resucitaron cientos de “santos” cuando murió y que se pasearon por Jerusalén, que se rasgó el velo del Templo, que Flavio Josefo escribiese una minuciosa historia de Herodes el Grande enumerando todos sus crímenes y no dijese una palabra de la matanza de los inocentes de Belén que narra Mateo, así como que ningún historiador judío ni romano dijese una palabra del supuesto censo “mundial” que bajo edicto imperial de Augusto -nada menos- tuvo lugar según afirma Lucas y sólo él.?

¿Cómo es posible que, sin embargo, sí se tengan noticias de historiadores que se refieren a otros milagreros como Apolonio de Tyana (casi coetáneo de Jesús, según las fechas admitidas) o Peregrino Prometeo?

¿Cómo es posible que de la “única” encarnación de Dios en la tierra no se tenga prueba concreta, fiable, inequívoca, indiscutible, etc. alguno?

¿Cómo es posible que los que afirman esa existencia deban basarse únicamente en textos parcos, añadidos, tardíos, etc. para justificar la existencia del mismísimo Dios encarnado en un hombre?

El argumento de algunos sobre que ningún historiador de la época niega la existencia de Jesús es un absurdo: nadie la niega porque nadie la afirma. Otros “argumentos” tampoco sirven: el cristianismo, o lo que sea, puede existir sin haber existido el personaje central de la historia.

Basta repasar toda la mitología de los pueblos de la Tierra para comprobarlo.

Pero la inexistencia de pruebas creíbles de los personajes de las historias del NT no termina con Jesús.

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De los llamados “doce apóstoles” tampoco hay rastro fiable alguno.

El número doce siempre fue un número mágico y la literatura midráshica quiso relacionar en los doce la idea de las doce tribus de Israel.

El propio texto del NT da, por boca de Jesús, una relación entre los doce apóstoles y esas doce tribus: cada apóstol deberá juzgar a una de ellas.

Otros ven en ellos a los doce signos zodiacales, rodeando al “Sol Invictus” -Mitra, pero en este caso Jesús-, sobre todo en el pasaje acabado de mencionar de las doce tribus: Mateo 19, 28 y que no sería otra cosa que la adaptación del gnosticismo, esoterismo, “misterios”, etc. tratado en este mismo artículo:

1. 12 son los patriarcas, 2. 12 las tribus de Israel, 3. 12 meses/”casas” astrológicas, 4. 12 los trabajos de Hércules, 5. 12 los compañeros/discípulos de Mitra y de Horus.

Es sospechoso el papel que hacen en los evangelios; se les presenta como “idos”, como que no entienden nada de lo que les dice el Maestro: ni siquiera entendían el mesianismo de Jesús ni por qué debía morir, y su protagonismo, por lo general, es más bien escaso.

Los evangelistas, además, no se ponen de acuerdo con el número ni con los nombres de esos apóstoles: según Marcos (2, 14; 3, 14 ss.) y Lucas (5, 27ss; 6, 12 ss.) eran 13, y no los mismos; Juan describe a siete y a ocho, dependiendo del pasaje, mientras que Mateo (10, 2) es el único que da los doce, y tampoco concuerda con los otros sinópticos.

Los evangelios apócrifos tampoco se ponen de acuerdo.

Otros personajes, con toda seguridad, son inventados: María, José, Esteban, la gran mayoría de los personajes evangélicos, otros son auténticos: César Augusto, Poncio Pilatos, Herodes el Grande, Herodes Antipas, otros podrían ser también auténticos: Pablo, tal vez Juan el Bautista, (Llamados así o no).

Otro tema:

¿Cómo unos judíos, fanáticos de su religión, pudieron aceptar a Jesús como “Dios” y empezar así una nueva religión separándose de la suya, la judía, en

13 

la cual es una aberración y blasfemia decir de un hombre que es “Dios”?

La respuesta es bien sencilla: esos supuestos judíos -los primeros discípulos, los apóstoles, etc.- no dijeron en ningún momento que Jesús era “Dios”, es más, ni siquiera creyeron que había resucitado y alguno de ellos ni que fuese el Mesías. Suponiendo que hubiesen existido, tanto Jesús como esos discípulos judíos, nunca hubiesen afirmado tal cosa; de hecho no se afirma en ninguna parte de los textos más antiguos. A Jesús sólo se le considera como profeta y al final de su vida como “Mesías”; son los escritos más tardíos -el E. de Juan, entrado ya el siglo II y escrito por un griego y con mentalidad griega- los que relacionan a Jesús con Dios-Logos; Unos auténticos judíos nunca hubiesen aceptado a un hombre como “Dios”: los judíos esperaban y esperan al Mesías como un hombre normal y no como “Dios”. Ver el estudio sobre el falso mesianismo de Jesús.

Uno de los argumentos más empleados para defender la existencia de Jesús es:

¿Por qué seguidores suyos se dejaron matar por defender su creencia?

Esa es otra más de las múltiples mentiras del cristianismo.

El martirologio cristiano es mito casi en un cien por cien, y las historias de mártires cristianos están calcadas de mártires paganos.

Por otra parte, el hecho de que muchos se hayan dejado matar por un líder o una idea/creencia no implica que esa idea/creencia sea ni verdadera ni digna de seguir: centenares de miles de alemanes, e incluso no alemanes, murieron por defender su ideal nazi, o comunistas por defender el comunismo, y todo el mundo no está de acuerdo en que el nazismo o el comunismo sean unos ideales máximos a seguir, en otras palabras, mucha gente ha muerto por una mentira; el caso de los mártires cristianos no sería una excepción: “El que un hombre muera por una causa no la hace a esta más justa”: Oscar Wilde.

Otro punto muy importante para negar la existencia del Jesús histórico y argumentar que todo es un invento, una fábula, es la población de Nazaret -y la orografía palestinense en general- la cual pasaría a ser una invención más, al confundir "nazareo" -persona consagrada a Yahvéh- por "natural de Nazaret", por parte de unos escritores que unos no era judíos y otros lo eran de la diáspora, judíos helenizados, con claros errores al citar la escritura judía, desconocimiento del territorio de Palestina como demuestran en varios pasajes -y como he anotado antes- y utilizando el griego "koiné", un griego tosco empleado por la plebe,

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exceptuando al autor del cuarto Evangelio, Juan, el cual debió ser un griego culto pero que tampoco conocía Palestina y, para colmo, presentando un E. y un Jesús muy diferente de los otros tres, rayando el gnosticismo, casi como si se estuviese refiriendo a otro Jesús (con lo que volvemos a encontrarnos con la posibilidad de que se estén refiriendo a más de un aspirante a Mesías, llámense Jesús o no).

Pero no sólo Nazaret es desconocida en el AT sino también otras poblaciones importantes como Betania, Magdala o Cafarnaúm... y también menos conocidas como Magadan (Mt 15, 39, que podría ser Magdala) o Dalmanutá (Mc 8, 10, que también podría ser Magdala).

Contrariamente, otras poblaciones importantes de la época -como Seforis, a unos siete kilómetros del actual Nazaret- no son mencionadas ninguna vez en el NT.

El primer E., del que copian los demás, sólo nombra una vez a Nazaret como emplazamiento -Marcos 1, 9- y ninguno de los escritos anteriores nombra tampoco a esa población, incluidos los de Pablo.

En realidad sólo la mencionan los evangelistas y en “Hechos de los apóstoles”, tradicionalmente atribuido al autor del tercer E. -si bien puede ser muy posterior, de bien entrado el siglo II; el propio Justino no lo nombra y contiene graves controversias con las cartas paulinas encontrándose pasajes claramente inventados; ver la crítica a ese libro- Lo más seguro es que no sea otra cosa que una adulteración de “nazoreo” -o “nazareo”-, el que está consagrado a Yahvéh, y no indique un lugar. Un detalle en Marcos es elemental para entender que es una adulteración: en el texto griego la traducción de Mc 1, 9 no sería “Jesús de Nazaret” sino “Jesús el nazoreo”.

A partir de ahí es fácil pensar que los copistas hicieron el resto.

Existe también otra explicación: si “Marcos” tomo tradiciones sobre alguien que se creyó o que le vieron como el Mesías, éste tuvo que haber llevado el título -no el nombre- de “el salvador, el brote” -ateniéndome a Isaías 11, 1-, es decir, “Yehoshua netser” en hebreo. Marcos pudo entender otra cosa por “netser” o lo entendieron mal sus copistas, y también pudo entender otra cosa: creer que el Mesías debía llamarse, es decir, tener por nombre Jesús (Yehoshua) cuando eso es falso: Yehoshua, junto con Netser y como acabo de decir, era un título y no un nombre.

“Marcos” potenció ese título en un personaje atribuyéndole un nombre

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propio igual, y lo envolvió todo.

La arqueología oficial no sabe nada de una población llamada Nazaret de tiempos del supuesto Jesús. Sólo la llamada “arqueología bíblica”, que le interesa ver cosas donde no las hay, afirma su existencia [5], y la actual Nazaret no encaja con las -escasas- descripciones evangélicas si bien eso no es problema para que las invenciones continúen -con el fin de salvar la “verdad” evangélica ante todos los ingenuos que se presenten- y todo peregrino que vaya a esa población podrá ver el cuarto en el que María fue visitada por el arcángel Gabriel, la carpintería de José o la habitación en donde dormía Jesús de niño. Sólo hay que seguir creyendo.

En el AT (Torá, Tanaj) no se encuentra ni una sola alusión a esa población. Las largas listas de poblaciones que incluye el AT del territorio israelita no la nombra ni una sola vez.

Increíble, y más si fuera la población de infancia del verdadero Mesías. Pero no sólo no es nombrada por los textos bíblicos, sino que ningún historiador ni geógrafo de Palestina sabe tampoco nada sobre ella hasta principios del siglo IV -curiosamente en la época del Concilio de Nicea-.

Tampoco Josefo hace mención alguna a pesar de que hizo una minuciosa relación de las poblaciones de Galilea, llegando a relacionar hasta 45 ciudades y pueblos (Jaffa entre ellos, siendo actualmente un suburbio de Nazaret) de un territorio más bien pequeño.

Los “padres” de la Iglesia tampoco hacen mención de ella ni la describen, y hasta Eusebio no se encuentra una descripción -más bien borrosa y nada concreta de la que se desprende que él nunca estuvo allí- de lo que entiende por la población de Nazaret, y teniendo en cuenta que vivía a no más de 50 kilómetros -en Cesarea- de la supuesta población, al igual que Orígenes.

Tampoco el Talmud sabe nada de Nazaret, a pesar de que nombra más de sesenta poblaciones de Galilea. Si no hay Nazaret, no hay Jesús de Nazaret

Acabamos de ver que hay serias dificultades con Nazaret; sin embargo, y como hemos adelantado antes, no es sólo esa población la que trae problemas. Betania también es desconocida en el AT, tampoco la conoce Josefo ni ningún otro historiador o geógrafo; Juan comete un error de localización sobre Betania: Jn 1, 28, pero el peregrino podrá estar en el “lugar exacto” en donde Juan el Bautista bautizaba, en la “verdadera” tumba de Lázaro, Magdala tampoco la conoce el AT, ni sus posibles variantes -probablemente nuevos errores de copistas torpes-

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Magadán y Dalmanutá, señaladas más arriba, a pesar de que una de las mujeres más carismáticas de los E., María (Magdalena o de Magdala), era de esa población [6].

El Cafarnaúm bíblico es desconocido hasta finales del siglo I y no es lo que menciona Josefo (Guerras de los judíos, libro III, 8/519).

El historiador se refiere a un manantial y no a una ciudad cuando describe a "Kapharnoum". En otro libro (“La vida”, 72/403) el mismo autor se refiere a una ciudad llamada "Kepharnokon" pero por el contexto no puede ser la Cafarnaúm bíblica.

Sólo la mencionan los E. -si bien su localización exacta no la dan a conocer y Mateo comete un error sobre esa localización: Mt 4, 13-16-; tampoco Pablo sabe nada de una ciudad llamada Cafarnaúm a pesar de su importancia en esos E. También el peregrino ansioso de ver la Cafarnaúm bíblica, a pesar de todo, tendrá a su disposición una serie de “pruebas infalibles” de que las ruinas que se le mostrarán son de verdad de la auténtica ciudad en la que “Jesús” predicó en la también “auténtica” sinagoga, y hasta podrá visitar la casa de Pedro Increíblemente son olvidados o silenciados por los autores primitivos -incluido Pablo: Ga 1, 18-19- lugares que más tarde son considerados hasta sagrados.

A pesar de ello, muchos investigadores no cristianos afirman que Jesús existió -si bien este hecho no dice mucho a su favor puesto que cada uno de ellos describe a un Jesús distinto-.

Pensamos que es imprescindible precisar un punto: tal vez existió un -o varios y con varias tradiciones, como he dicho ya [7]- personaje llamado (o no) Jesús y sobre el que más tarde fue montada una religión basándose en exageraciones de la plebe, inventos, tergiversaciones de la religión original (judaísmo), aplicaciones de mitologías/leyendas de otros personajes anteriores (dioses y semidioses paganos), hasta llegar a crear lo que hoy conocemos tanto del propio Jesús como de la religión cristiana.

Lo que, tal vez, debió ser en un principio un “profeta humano”, es decir, un simple hombre sin ningún poder fuera de lo normal, uno más de los muchos que hubieron y que pasó desapercibido por sus coetáneos -simplemente porque no hizo nada de lo que los autores bíblicos le atribuyen-, alguien del que nadie sabrá nunca nada, terminó por convertirse en Dios tras un borroso proceso el cual no se privó de continuas añadiduras de copistas sobre textos escritos decenas de años después de su muerte sobre lo que decía la gente, según terceros y hasta cuartos, de personas

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que no le conocieron, adjudicándole/aplicándole pasajes/títulos del AT (la mayoría interpretaciones partidistas y tergiversaciones de los textos judíos), como el "siervo sufriente" de Isaías, el "hijo del hombre" de Daniel, hasta el siglo IV, cuando se establece el canon oficial de los libros sobre semejantes bases y le son definitivamente aplicados mitos/leyendas de otros hombres-dioses.

¿Qué autentificación de verdad puede tener todo ese proceso?

Sobre esas bases de construcción,

¿Qué credibilidad se puede tener de los textos considerados “sagrados”?

Flavio Josefo afirma en su "Antigüedades judaicas" -90/95 dC, libro XVIII- que desde la muerte de Herodes el Grande (4 aC) hasta el año 67 dC, pulularon por Palestina más de una docena de mesías o aspirantes a mesías.

Atendiéndome a lo que he dicho en el párrafo anterior, uno de ellos o el refrito de varios, pudo ser el que sirvió de base para la construcción del personaje que hoy conocemos y, por añadidura, de la religión cristiana.

Sin embargo, la influencia del personaje o personajes en los escritos del NT, su verdadera historia, sus verdaderos hechos, debió ser prácticamente nula recogiendo los autores de esos escritos únicamente lo que habían oído contar a los predicadores por plazas y pueblos (en donde los milagros, portentos y maravillas se amplían y exageran fácilmente, se comparan con otros seres fantásticos y hasta se inventan), y bajo las perspectivas de haber transcurrido bastantes años y no haber conocido personalmente al personaje o personajes.

Ya sabemos qué ocurre cuando la confección de una historia se deja en manos de la plebe durante décadas y después se pretende confeccionar una historia “verdadera y sin contradicciones”.

Recordar que el primero que escribe, Pablo, comete increíbles errores con los escritos posteriores de otros autores, con lo que vemos que más bien escribió sobre un personaje del que sólo sabía algunas cosas y otras distorsionadas y que, por lo tanto, las leyendas y los inventos ya habían empezado a principios de la década de los 50.

Tal vez los autores del NT, copiándose unos a otros, partiesen de algún personaje o personajes que existieron en la realidad pero que al perderse esa existencia en el tiempo y al dejar a la memoria del pueblo sus andanzas y hechos,

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queda reducido a poco menos que un mito, una leyenda, que poco o nada tuvo que ver con la supuesta realidad que después transmitieron esos autores, no teniendo su figura ninguna relevancia histórica, pasando desapercibido, nadie se enteró de su existencia, es decir, la conclusión es que pasó como si no hubiera existido.

Ese es el posible pero sólo hipotético Jesús de la historia: un hombre cualquiera, nacido como nacía todo el mundo, de padres normales, del que nadie dijo nada, que vivió, predicó (o no) algunas cosas, murió crucificado (o a espada, o de manera natural), y punto.

Ese Jesús, aun suponiendo que existiese, repito, no tiene relevancia alguna porque personas así no son excepcionales sino que miles de personas son y fueron como él.

Otra cosa es el Jesús de la fe y que no hay que confundir con el anterior: una construcción progresiva de predicadores religiosos para montar una nueva religión que pretendía continuar la judía, basada en mitologías anteriores de otras religiones, elevando al sujeto a una posición divina o semidivina, atribuyéndole toda clase de portentos, maravillas, milagros, nacimiento sobrenatural de madre humana y ente etéreo sin cromosomas ni órgano masculino de reproducción, en pesebre o cueva, llamado “Hijo de Dios” y posteriormente Dios mismo, y que tras morir resucitó al tercer día, bajó a los infiernos y prometió regresar, si bien nada nuevo: muchas otras religiones, todas anteriores, tenían dioses o semidioses con esas características: Mitra, Dionisos, como indico más detenidamente abajo.

Aunque se terminase por probar su existencia sería la de un hombre y no la de una divinidad que a última hora es lo importante, por lo tanto, no serviría para que los incrédulos creyésemos porque se habría demostrado la existencia de un hombre y de nadie más, del mismo modo que si los creyentes terminasen por aceptar que no existió tampoco dejarían de creer puesto que la creencia, la doctrina, seguiría siendo la misma sin importar si fue un determinado personaje el que la inventara, un grupo de rabinos o un iluminado que tuvo una visión -a última hora el cristianismo que conocemos, partiendo de los textos, es obra de Pablo y no del supuesto Jesús; (ver nota 1) si bien parece lógico que el creyente desearía que hubiese existido en la realidad pero, en efecto, si los creyentes pudiesen de alguna manera demostrar que existió no podrían demostrar más que fue un hombre. Por eso he dicho que su existencia, la del hombre, es irrelevante, y la del Cristo de la fe hay que creérselo así, por fe y nada más.

En cuestiones históricas: tras las concesiones de Constantino, que también fueron políticas y no sólo espirituales, con toda seguridad, el “entendimiento” entre

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el emperador y la secta fue dirigida al soporte político y económico -una especie de medio de control [8]- y no para propagar la creencia en Jesús, la secta pasó de ser una pobre hortelana perseguida a dominar el panorama político del Imperio y proclamarse su esposa formal, con la anulación (al menos oficialmente) de todas las demás novias sectas, religiones- que rondaban al novio -Constantino- y a su Imperio, es decir, de todas las demás religiones. (Ver nota 12)

No hay pruebas concluyentes de la existencia de Jesús de Nazaret, a lo sumo suposiciones, indicios (y no pruebas contundentes), etc. de "alguien" oscuro y borroso, imposible de determinar y que no tendría por qué parecerse en absoluto al descrito en el NT, que pudo servir de base para el cuento que se inventaron después, y sí hay pruebas de manipulaciones para convertir en verdad un más que probable invento, si bien no un invento completo aún sin aceptar siquiera la existencia de “alguien” llamado Jesús puesto que no es necesaria esta existencia para entender el desarrollo del personaje/mito: otros muchos mitos anteriores sufrieron más o menos la misma transformación por lo que llego a la conclusión de que Jesús es uno más, y copiado de esos anteriores.

Repito ampliado: Adad (Asiria), Apolo, Adonis, Dioniso (Baco), Heracles, Aquiles, Perseo, Prometeo, Helios y Zeus (todos de Grecia, y alguno de ellos a veces confundidos unos con otros), Crite (caldeo), Alcides (Tebas), Baal (fenicio), Marduk (Babilonia), Mitra/Mithra y Zoroastro/Zarathustra (indo-persas; Mitra, junto con Horus y Attis [9 ] son los mitos que más ayudaron a construir a Jesús, en un calco prácticamente idéntico), Osiris, Horus, Serapis, Tot y Atum (todos egipcios; la imagen que generalmente se presenta de Jesús -barba y pelo largo- es calcada a la de Serapis), Attis (frigio), Tammuz (sirio), Vyasa, Krishna -hijo de la virgen Devaki, salvado del infanticidio decretado por el malvado rey Kansa, su tío- y Buda (indios).

Todos ellos del contorno oriental próximo pero existen otros en diferentes áreas del planeta, como Hesus (druida), Indra (tibetano), Jao (nepalí), Thor y Odín (nórdicos), Wotan (germano, que también fue sacrificado en un árbol, con herida en el costado derecho incluida, y resucitado después), Quetzalcoatl (mexicano), Mikado (sintoísta) o Beddru (japonés)- “dioses”, “semidioses” u “hombres dioses”, a todos ellos fueron aplicados, y mucho antes que a Jesús, los mitos del hombre-dios, nacido de una virgen y del dios correspondiente; nacimiento en situaciones particulares: cueva o gruta, la mayoría un 25 de diciembre, algunos “bautizados” en ríos, grandes portentos, visitados por reyes o magos... milagreros, enviados para salvar al hombre, llamados “El pastor”, “Rey de Reyes”, “El Redentor”, Mesías”, etc. muertos en circunstancias parecidas para expiar el pecado

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del hombre, resucitados y prometiendo regresar, algunos extraídos de las llamadas "religiones mistéricas", de los “mitos solares”, de las religiones tradicionales de Egipto y Mesopotamia (y algunos védicos) en donde sus faraones y reyes eran todos “dioses” nacidos del dios supremo y de una virgen [porque siendo hijos de una virgen eran automáticamente vistos como “Hijos de Dios”, y no sólo de esa área geográfica sino también de mucho más lejos puesto que el efecto del sol en sus solsticios es igual en casi todo el planeta: el culto al sol estaba desarrollado universalmente en el mundo antiguo y no sólo reyes mesopotámicos, romanos y faraones fueron divinidades solares sino también emperadores, reyes, etc. desde China y Japón hasta Perú, todos o la mayoría con “anunciaciones” y “encarnaciones de la divinidad”, alguno, tal vez, basándose en algún personaje real pero que, al igual que Jesús, no se tiene constancia alguna fuera del mito. Por otra parte y como vemos, nada original en Jesús y que hubiese o no un referente histórico, ese "alguien", repito que es irrelevante puesto que no le correspondió ninguna relevancia sobreviviendo únicamente el mito, el Cristo copiado de otras mitologías: lo que hicieron los autores del NT fue aplicarle a Jesús una de las mitologías más corrientes en esa época, es decir, hicieron algo rutinario. Así, se puede afirmar que tanto el personaje central del cristianismo, Jesús, como la propia religión, son un refrito de mitos “histéricos” que toman no sólo del judaísmo sino también de Grecia, de la mitología egipcia y del mitrismo, de cuyo personaje central, Mitra, el “Sol Invicto”, junto con Horus y Attis, se copia prácticamente todo para atribuírselo a Jesús. Los calcos, copias, etc., son demasiado evidentes como para pensar otra cosa: Jesús no sería otra cosa que un “cóctel” de Mitra/Dioniso/Osiris/Horus convertido en un pretendido personaje histórico con raíces judías [10].

Así, pues, no hay nada demostrado para poder presentar a Jesús como personaje histórico, no hay ni un documento histórico que avale la existencia real de Jesús de Nazaret (si alguien lo tiene, que lo aporte).

Hay que creerlo sólo por fe y a lo máximo pensar que “alguien” sin trascendencia alguna, y de lo que ni se enteró, fue el inicio de la fábula (que no el que la inició), y que unos cuantos utilizaron como recurso literario y al que le fueron aplicados mitos y leyendas de otros personajes.

Ambos hechos llevan a desechar una historicidad creíble. Precisamente Jesús es el más tardío de todos esos seres mitológicos [11].

Pero, como hemos visto, no sólo no hay prueba fiable alguna de la existencia de Jesús, sino tampoco de los personajes evangélicos -quitando los meramente

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históricos seculares-... es más, ni siquiera hay pruebas de parte de la orografía en la que supuestamente vivió.

Se puede afirmar, que el cristianismo es una mentira porque los que montaron el fraude (Nicea, pero no sólo Nicea) sabían perfectamente que lo que estaban montando era falso; elegidos unos escritos y desechados otros, de entre una mayoría de relatos gnósticos sacados de entre los múltiples mitos, leyendas, etc. que circulaban por pueblos y ciudades sobre múltiples seres fantásticos prevaleciendo finalmente el montaje sobre uno de ellos, el tal Jesús, tras hacer desaparecer casi en su totalidad el gnosticismo, convirtiendo en “verdaderos” esos mitos, y gracias al tiro de gracia final de Constantino en Nicea [12].

Notas:

[1] Pablo de Tarso. Imprescindible leer el estudio sobre este personaje -y también sus epístolas y “Hechos de los apóstoles”-, el verdadero fundador del cristianismo tal como lo conocemos -si bien su doctrina no triunfó definitivamente hasta Nicea siendo en su época, con toda seguridad, una más de las muchas doctrinas “cristianas” que pululaban-: Pablo; I Tm 1, 3-4 Pablo da pocas referencias del Jesús histórico -y las que da están en contradicción con los pasajes evangélicos o los obvia- pues se vierte en Cristo, y en un Cristo místico-cósmico más que humano, y de esta última faceta

parece desconocer todo de Jesús, algo así como si no hubiese interés alguno en un Jesús histórico, posición totalmente contraria a la de los evangelios en los cuales el Jesús presentando es alguien que habla, camina, come, convive con la gente, etc. y en un momento determinado y preciso de la Historia; el Jesús que presentan Pablo y los primeros escritos no se sabe el tiempo que dista con relación a ellos y difiere del presentado por la “comunidad de Jerusalén” -Santiago, Pedro, la cual quería permanecer bajo la Ley de Moisés, al contrario de Pablo, un Jesús contemplado como hombre, es decir, una cristología judío-cristiana; Pablo -y Juan el evangelista-, a resultas del acercamiento al mundo pagano y sus propios delirios introdujo la “preexistencia” mayoritariamente a partir de las religiones mistéricas descritas en este trabajo- y presenta una cristología pagano-cristiana (con elementos judíos pero tergiversados), introducción que produjo las consabidas disputas entre Pablo y los apóstoles de Jesús descritas en los textos por el propio Pablo. El punto es importantísimo puesto que, repito, esos primeros escritos no presentan al Jesús histórico al cual no encontramos hasta los evangelistas muchos años después por lo que su contenido puede basarse en estructuras de creencia diferentes a las paulinas, posteriores a ellas, y que ya conocían a un “Jesús”: repito que los documentos más antiguos que poseemos son del siglo IV; no es muy aventurado imaginar la cantidad de retoques, añadiduras, rectificaciones, etc., que tuvieron que sufrir los textos tras haberse copiado una y otra vez hasta llegar a Nicea -y teniendo presente que de los originales no ha quedado rastro: así, lo que poseemos es el resultado de centenares de años de copias sobre textos legendarios-. Y sobre semejante perspectiva se montó “la única verdad divina” sobre un “personaje histórico”. Con toda seguridad, esos primeros textos, paulinos o no, en ningún momento transcribieron a un Jesús humano/histórico ni hicieron referencia a “Jesús” sino únicamente a “Cristo”. Recuerdo que “Hechos de los apóstoles” fue escrito precisamente para tender un puente entre los evangelios (el Jesús humano) y Pablo (el Cristo-cósmico-pagano), y que Pablo no es el autor de ningún pasaje del libro.

[2] Ver el estudio “Hechos de los apóstoles”.

[3] En la crítica al E. de Mateo, que engloba a los otros tres E. en sus partes paralelas, están señalados los pasajes que ni a duras penas se pueden admitir como escritos por alguien que conociese el territorio y sus costumbres. Imposible dejar en el tintero aunque el cometido del trabajo no es hablar del cristianismo -si bien

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extendernos demasiado no es nuestra intención-, aspectos importantes de sus comienzos puesto que están íntimamente ligados al entendimiento de su construcción y consecuentemente a la figura de un supuesto personaje del que se partió para esa construcción: los primeros “padres” de la Iglesia no mencionan a un Jesús histórico como base de su creencia y lo relegan todo a un híbrido judeohelenístico/griego-platónico -hago hincapié en que no es un judío-palestino si no judío-helenizado, ambiente en donde en realidad fue construido ese "Cristo" hasta convertirlo en "Jesucristo", es decir, en nada que ver con el Mesías judío. Ni siquiera Justino hace mención explícita a ese Jesús como referente histórico -ni cuando se refiere a "Cristo"- de la creencia que ha encontrado en ese ambiente judeo-helenístico y a la que se adhiere como a algo más filosófico/judío-helenizado con su Logos -ver nota 11- que a una creencia que parta de un auténtico Jesús-judío histórico y en donde ese "Cristo" era sólo un concepto filosófico. Como ejemplo global se puede señalar la obra "Diálogo" (con el judío Trifón, personaje probablemente inventado por Justino con el fin de llevar a cabo ese diálogo): de él se deduce claramente que se estaba refiriendo a una filosofía-religión platónico-judío-helenista en la que un Jesús histórico brilla por su ausencia presentando, como mucho, a un "Cristo" (simplemente un Mesías" indefinido) del que no da referencia humana-histórica alguna. En esa obra (8, 6; acción literaria de 130 dC aunque escrito y publicado más tarde), Justino llega a poner en boca de Trifón las siguientes palabras: "Pero Cristo -si de verdad nació y existiera en algún lugar- es desconocido. Y ustedes, habiendo aceptado un reporte sin base, se inventan un Cristo para ustedes mismos". Cabría esperar referencias contundentes del Jesús histórico en la respuesta de Justino, pero no fue así. En su "Apología" (hacia 155 dC), Justino hace, por fin y tras encontrarse en Roma con copias de alguno de los evangelios, una relación entre el Logos -el Verbo, la Palabra- mitológico griego y el Jesús descrito en esos evangelios si bien continúa sin dar datos históricos de ese Jesús; en otras palabras: nadie conoce ni tiene referencias/pruebas inequívocas de un Jesús histórico, ni siquiera los grandes promotores de la religión que lo contiene, a pesar del silencio sobre la figura histórica de Jesús en todos los primeros apologistas cristianos, la conversión de un supuesto “Jesús” Mesías-judío en "Dios", a espaldas y en contra del judaísmo, no había hecho más que empezar.

[4] Ver Los Evangelios/fuente "Q”.

[5] Ver Lucas 1, 26-28.

[6] El caso es el mismo que con Jesús y Nazaret: tanto Jesús como María se habrían convertido con el tiempo ya en figuras más que populares, llamándose “de Nazaret” uno y de “Magdala” la otra. Por lo tanto, a nivel popular surgiría la suposición de que uno debía ser de alguna población llamada “Nazaret” y la otra de una llamada “Magdala. El caso de Jesús es más concluyente pues Nazaret sería una confusión con “nazareo”, mientras que la “Magdala” de María, también desconocida, sería otra confusión o invento sobre las otras poblaciones señaladas y que, recuerdo, ninguna de las tres era conocida.

[7] Con lo cual se entendería las múltiples contradicciones que los escritores le aplican; en efecto, con la lectura de los textos del NT nos encontramos con más de un Jesús, distintos unos de otros. Por ejemplo, no es el mismo Jesús el de Pablo que el de Juan, ni el de los sinópticos: mucho más etéreo/cósmico/gnóstico el de Juan y también el de Pablo, los cuales no saben nada de su vida como ser humano.

[8] Hay un tema importante que algunos historiadores dejan entrever: el hecho de las “bodas” entre el Imperio romano y el cristianismo. El cristianismo no fue nada más que una secta judía hasta ese acercamiento, ese pacto, que con toda seguridad hubiese terminado por desaparecer, al igual que lo habían hecho otras sectas, y que empezaba ya a fragmentarse a causa de herejías surgidas “gracias” a la poca claridad y muchas contradicciones de sus “libros sagrados” -recordar que ya Pablo se quejaba de esa división y desmembramiento; grupos apocalípticos, gnósticos, mesiánicos, judaizantes, y que la propia doctrina de Pablo era una más de entre esas muchas aunque terminó por ser la que prevaleció en Nicea-. Los romanos no tenían nada de tontos; basta comprobar los siglos que mantuvieron en pie su Imperio por prácticamente todo el mundo conocido por entonces. Constantino I el Grande (285-337; emperador entre 306-337), en el Concilio de Nicea -constituido “para promover la paz religiosa dentro del Imperio”, y que terminó siendo nefasto para los judíos-, aceptó unas bodas que, creo yo, contienen unos convenios entre las partes harto transparentes: en el tiempo de ese emperador el Imperio romano había empezado un declive considerable, como todo historiador o persona interesada en Historia sabe. Tanto el novio (Constantino y su Imperio, que ya no era lo que había sido) como la novia (la religión cristiana, una simple secta, como habían otras muchas, pero que hacía mucho ruido) estaban en crisis, cada uno a su manera. A la madre del novio, Elena, convenientemente convertida en cristiana (antes, según la tradición, pero podría ser que después de la boda) y hecha santa más tarde en

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agradecimiento, se le ocurrió una idea: convencer a su hijo para salvar el Imperio y de paso la secta a la que pertenecía -gracias a una unificación-, y que en aquellos momentos, con toda seguridad, era mucho menos importante de lo que se pretende. Los poderes que se le otorgarían a la Iglesia deberían servir para salvar el Imperio maltrecho, no sólo por cuestiones guerreras, sino también por cuestiones religiosas. Constantino aceptó, tal como nos cuenta la Historia, pero puso condiciones: él presidió el Concilio de Nicea, él se autoproclamó *el apóstol número 13*, Hijo de Dios y superior a Jesús, casi todas las decisiones las tomo él o él fue el último que dio el visto bueno, incluida la de proclamar herejía la opinión de Arrio, aceptación de determinados libros como los únicos auténticos revelados, de los muchos más que circulaban todos válidos hasta ese momento, aplicación a Jesús de multitud de inventos, leyendas, fábulas que correspondían a los dioses o semi-dioses -y que ya la plebe le había empezado a aplicar- *verdaderos* hasta el momento, con los consiguientes retoques a esos libros... en realidad hizo un refrito de las religiones más poderosas del momento, sobre todo entre el mitraísmo y la secta judía, convirtiendo todas ellas en una sola, la Universal. Parece claro el estrato político de fondo de los evangelios: en ellos se encierra, bajo un primer plano evangélico, un segundo estrato dirigido a someter al pueblo y a imponer decisiones partidistas frente a otras posiciones cristianas; el "Dad al César lo que es del César”, es suficientemente significativo, así mismo la añadidura de la “supremacía de Pedro”, pasaje que sólo figura en Mateo y que, dada su trascendencia o la que le quieren ver algunos-, debería figurar en todos.

[9] En efecto, si bien los otros mitos son muy parecidos a estos -puesto que el mito del dios que se sacrifica por la Humanidad, muere, resucita, promete regresar, todo en un entorno dramático-rural-solar de la cosecha estaba esparcido por prácticamente todo el planeta-, el mito de Jesús es prácticamente un calco de Mitra, Horus y Attis: Horus -Hor en egipcio- el Apolo griego, se representaba cuando niño en los brazos de su madre, Isis [ 13 ], diosa-virgen embarazada por su hermano, el dios Osiris -Asar ó Usir en egipcio, dios agrario y, sobre todo, de la resurrección, a veces confundido con el dios solar Ra -cuyo emblema era una cruz ansada (ankh)-, descuartizado por su hermano y enemigo Set, “reconstruido” por Isis y vengado por su hijo Horus; los "Textos de los Sarcófagos" del Reino Medio lo identifican con el grano y con el trigo, símbolo de la semilla que muere para renacer más tarde en forma de espiga: Osiris moría cada año, sus fieles también comían su cuerpo en forma de pan, dio a beber sangre a Isis en una copa para que le recordase, El culto a Osiris apelaba a las emociones del hombre y le proporcionaba un medio para creer que él también podía tener una vida eterna-, y en las propias catacumbas de Roma se encontraron imágenes suyas; Horus resucitó a un muerto llamado “El-Azar-us” (nótese la analogía con el *Lázaro* de Jesús); Horus tenía un enemigo llamado Set o Seth (¿Satán?; el "Typhon" de Plutarco) con el que mantuvo un pasaje parecidísimo al de Jesús con Satanás en el desierto y también con 40 días de ayuno por el medio: Set mató a Osiris -que eran hermanos-, y Horus, hijo del segundo, sometió a su tío Set ¡y lo montó después de someterle!: Set era el mal y la representación de las zonas áridas y el lado oscuro, y estaba representado por un ¡asno!. Horus fue bautizado por “Anup el Bautista”, bautizo que recibían todos los dioses y faraones los cuales se identificaban con Horus. Según la leyenda, Horus era “la sustancia de su padre, Osiris”. Osiris, Isis y Horus formaban la "Tríada -trinidad- osiríaca". (Ver nota 10). Los judíos copiaron y mucho de los egipcios -salmos, proverbios, etc., pero no sólo literatura, tampoco es extraño que copiasen hasta el nombre de su “nación”: Israel. Dos de los dioses egipcios más importantes eran Isis y Ra. Añadiendo “El”, el dios semítico occidental, sabemos que “El” fue uno de los nombres primitivos del dios -de uno de los dioses- de los israelitas. El poder egipcio llegaba a Mesopotamia y culturalmente estaban más avanzados que una buena parte de los habitantes de esta región, especialmente de los hebreos. Estos copiaron, en efecto, mucho de los egipcios -y no sólo de los egipcios-; además de lo descrito, también la circuncisión, personajes legendarios que lo eran de los egipcios y no suyos, hasta el propio monoteísmo (más bien henoteísmo) el cual ya se encontraba en Egipto antes de “Moisés”, y no me refiero, como se puede comprobar, sólo a los hebreos sino también a los cristianos primitivos puesto que en su mayoría eran judíos de la diáspora -así como los autores de buena parte del NT- y conocían perfectamente Egipto y sus mitos. La similitud -más bien calco- de Osiris, Horus, Serapis..., y pasajes de la mitología egipcia, con la mitología aplicada a Jesús revela una descarada copia. Si bien las otras mitologías -Mitra y Attis, principalmente- terminaron por rematar el tema, puesto que en los primeros siglos de cristianismo eran esos los mitos que prevalecían, de quien copiaron primera y principalmente, tanto hebreos como cristianos, fue de Egipto. La creencia en la divinidad de los niños-dioses -teogamía: "matrimonio" de la divinidad con una virgen, con el consiguiente producto de esa unión- llevó a considerar a todos los faraones como “hijos de dios”, y dioses-hombres mismamente, creencia que pasó a Mesopotamia en donde allí también sus reyes terminaron por adaptar esa mitología. Cuando los hebreos, según sus libros, ni siquiera conocían a Yahvéh, los egipcios poseían una mitología milenaria. Ver nota 11 "Horus es un sabio que supera a los seres que ha reunido su padre (Osiris); Horus es un protector, Horus es un padre, Horus es un amigo, Horus se ha convertido en vasallo de su propio padre en estado de corrupción. Ha llegado a gobernar Egipto, y los dioses trabajan para él. Es fuente de vida para multitudes. Hace vivir a multitudes por medio de su ojo, el único de su Señor, el Señor del Universo": “Libro de los

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Muertos”, cap. 78; es sólo una muestra (obviamente, no puedo poner aquí referencias a todos los libros consultados). Attis, frigio, nacido de la virgen Nana un 25 de diciembre. Crucificado y muerto en un árbol para salvación de la Humanidad, resucitado al tercer día un 25 de marzo. Llamado “El Buen Pastor”, “El Unigénito Hijo de Dios”, “El Salvador”. Sus fieles se consideraban “nacidos de nuevo” tras haber lavado sus pecados en un bautismo y “comían” el cuerpo de Attis en una ceremonia en donde ingerían pan; en primavera celebraban su muerte y resurrección. Isis con su hijo Horus en brazos.

[10] En los textos del NT se pueden encontrar varias referencias a “misterios”, “iniciaciones”, etc., el propio bautismo, los “misterios del Reino de los cielos”, la directa participación del adepto con Dios en la “eucaristía”, etc. La palabra “misterio” aparece casi treinta veces en el NT. Ver I Cor 2, 5-7. Por otra parte, el “padre” de la Iglesia Clemente de Alejandría sabía de un “Evangelio secreto de Marcos”, que difería del canónico y que servía para iniciación en los misterios cristianos, según se desprende del manuscrito encontrado por el arqueólogo Morton Smith en 1958 en el Monasterio de Mar Saba, al sudeste de Jerusalén: "Clemente de Alejandría y un Evangelio Secreto de Marcos", Morton Smith, Universidad de Harvard, Cambridge, Massachusetts, 1973, pág. 447. El mito/leyenda de Mitra (o Mithra), considerado uno de los más importantes, o el que más, entre las religiones “mistéricas”, es bien conocido. A grandes rasgos: Mitra -ni qué decir tiene que muy anterior a Jesús-era uno de los dioses más importantes en el Imperio romano en los primeros siglos de la era cristiana -su culto era más intenso en la India (una especie de transformación de un antiguo dios indoiranio, Bohu-Manah) y allí pasó en un principio desde Persia siendo su culto indio paralelo al persa- y el cual fue asimilado al griego Helios. Importado de Persia por las legiones romanas, deidad solar, hijo de Ahura Mazda, el dios supremo, y una joven virgen mortal; nació en una gruta un 25 de diciembre -solsticio de invierno, y al igual que los relacionados anteriormente-, adorado por magos y pastores, llamado “El Redentor”, “El Salvador”, fue adorado en domingo -día en que resucitó Mitra-, su día solar, representándolo con una aureola o halo alrededor de la cabeza y también con una llave que abría el *Reino* el cual había venido a anunciar y a ser sacrificado por los pecados de la Humanidad teniendo la función de mediar entre el bien (Ormuz) y el mal (Ahriman); atribuyéndosele milagros, portentos, resurrecciones, etc., predicador itinerante llamado “Sol Invicto” -aunque no era considerado el propio sol sí se le tenía como una representación suya-junto con doce discípulos o compañeros -y eran doce porque la leyenda se basaba en la astrología-teología, es decir, en el zodíaco: el sol y los doce signos zodiacales, relacionado todo con su fecha de nacimiento señalada antes: en el solsticio de invierno (22 a 25 de diciembre) el sol “muere” el día 22 por tres días (se aleja) y vuelve a “nacer” el 25, fecha en que se celebraba la fiesta del dios sol y en que la gran "Diosa madre" (la "Madre de los cielos") pare anualmente a su hijo, el "Dios solar joven" (exactamente igual que Isis y su hijo Horus); se concluye, pues, que entre Nicea y la decisión final del Papa Julio I unos años después -336- el nacimiento de Jesús se pasó a celebrar el mismo día que los demás mitos puesto que nadie sabía con certeza nada de él-; en la leyenda, Mitra se mantuvo en celibato durante toda su vida; anunció volver antes de ser elevado al cielo y después de celebrar una *última cena* con sus compañeros y ser sacrificado por los hombres y resucitar al tercer día, resurrección celebrada anualmente por sus seguidores durante siglos convirtiéndose así en un mesías del que esperaban su regreso para que juzgara a los hombres, los cuales resucitarían en el final de los tiempos, los mitristas comían una especie de pan sagrado -myazda- y bebían vino, que representaba al Dios-toro sacrificado por el propio Mitra, en un ceremonial que los cristianos copiaron en su eucaristía, pero las copias siguen: los sacerdotes de Mitra llevaban “mitras”, sombreros característicos iguales a los que después llevarían los obispos cristianos y a los cuales éstos les llaman, ¡mitra! Al igual que con otros cultos, el cristianismo acabó exterminando el culto a Mitra, quemando sus libros sagrados y destruyendo sus templos. En definitiva: el mitrismo fue sustituido por el cristianismo, copiándolo casi todo, pudiendo afirmar sin temor al equívoco que el mitrismo fue la última religión del Imperio romano y la primera de la Iglesia católica la cual adoptó toda festividad pagana que no pudo suprimir, junto con sus mártires, etc. A lo largo del tiempo esto ocurrió en toda tierra del planeta conquistada para la nueva religión. Para encontrar más pasajes mistéricos y gnósticos -puesto que en pequeño trabajo no podemos trasladar aquí todas las mitologías existentes, como es natural- deberíamos leer los escritos apócrifos (el Evangelio de Tomás es el que aporta más pasajes de esa índole). ¿Tal vez se intentó esconder el verdadero origen del cristianismo?, un rotundo “SI”. (Ver nota 12 y gnosticismo). Y, si escarbamos en numerosos signos de reconocimiento adoptados por la Iglesia en aquellos tiempos -la fecha fijada para conmemorar el nacimiento de Cristo, por ejemplo-, comprobaremos cómo la nueva religión tuvo que recurrir a formas paralelas a las practicadas en los cultos mitraicos y en otras religiones mistéricas, siquiera para lograr la aceptación de sus doctrinas por parte de una sociedad que veía en aquellas creencias salvíficas una solución a las inquietudes espirituales que la religión oficial grecorromana no había sabido resolver. Cuando vemos al Cristo convertido en Sol Invictus en tiempos de Constantino, cuando meditamos sobre las razones de la supuesta aparición de la cruz en el cielo de la batalla del Puente Milvio, o incluso si comprobamos la función simbólica de la cripta en el templo cristiano, o si medimos la importancia ritual de la sangre como portadora de vida y salvación, o cuando contemplamos la presencia

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de sacerdotes tocados con gorros frigios en representaciones pintadas o esculpidas durante los primeros siglos del cristianismo, las sospechas se acumulan. Y no queda otro remedio sino reconocer que al menos una parte de la labor proselitista de la Iglesia consistió en mostrase ante el pueblo con un mensaje que encajaba en sus líneas generales con el que los adeptos de Mitra estaban difundiendo en aquella misma época, y que ser cristiano no era más que reconocer, con distinto nombre y con pocas variantes doctrinales, el mensaje soteriológico del que también era portadora la religión mitríaca. Lo cual no impidió que, una vez firmemente asentada en el poder, la Iglesia persiguiera aquella doctrina con el mismo furor con el que arremetió contra todas las demás creencias que podrían interponerse en su camino e impedir su expansión": “Misterios de la Arqueología y del pasado”, núm. 13, 1997, pág. 60 Mitra matando al toro sagrado de cuya carne y sangre comían y bebían (pan y vino) sus seguidores ingiriendo simbólicamente a Taurobolum (Dios).

[11] Hacer hincapié en que, en efecto, Jesús es el más tardío de los personajes a los que le son atribuidos multitud de portentos todos ellos perpetrados anteriormente por esos personajes antecesores suyos -nada nuevo tampoco en Jesús: todos ellos habían hecho lo mismo tiempo atrás y a Jesús no le son atribuidas esas leyendas hasta el siglo IV en Nicea-, pero hacer constar también que una buena parte de las máximas, citas, frases, etc., atribuidas a Jesús en los escritos del NT, sobre todo en los E., se encuentran ya en las máximas que habían pronunciado otras personas anteriormente, en obras de otros autores, en otras mitologías. Una de las máximas atribuidas a Jesús es la llamada “Regla de oro”, No hagas a los demás lo que no quieres que te hagan a ti, cualquier persona medianamente versada en literatura antigua oriental sabe que esa frase la utilizaba Confucio seiscientos años antes de Jesús; "Os hemos tocado la flauta, y no habéis bailado, os hemos entonado endechas, y no os habéis lamentado" se encuentra en una de las fábulas de Esopo; "Donde esté el cadáver, allí se juntarán los buitres" es un refrán que se encuentra en varios autores griegos y latinos -Luciano, Séneca, Marcial, el "Mayor felicidad hay en dar que en recibir" es un aforismo griego; el propio “Padre nuestro” es una oración egipcia de hace tres mil años que se encuentra en el escrito sagrado “Oración del ciego” y que también utilizaron los esenios, como demuestran los Rollos del Mar Muerto; las llamadas “Bienaventuranzas” se encuentran también en el mismo texto egipcio; en otro texto egipcio más tardío, “El cuento de Shatmi”, de hacia 550 aC- se encuentra el mito paralelo a la “Anunciación” de Mateo en donde “la sombra divina” anuncia el futuro estado de embarazo a una joven virgen (Isis-Meri) por parte del dios en un relato prácticamente idéntico al de Mateo: recordar que su E. fue escrito en Egipto -Mt 2, 1-2-; el “Logos” -ver nota 3- de Juan es un término griego utilizado por los estoicos y que era una especie de fuerza divina, una emanación de la deidad, la imagen perceptible del Dios supremo. El propio Pablo se inventa frases de la Escritura judía que no existen, o las tergiversa. (Ver nota 4 sobre la “Fuente "Q"”), Pablo, “Hechos de los apóstoles” y sus epístolas. Señalar para los lectores que no estén familiarizados con la evidencia y la realidad de la antigüedad o la desconozcan, que esos mitos, nuevos o incomprensibles para esos lectores, eran cotidianos y rutinarios y formaban parte del pensamiento del mundo antiguo; así, la aplicación a un nuevo personaje (Jesús) de los atributos de otros anteriores no era nada descabellado, ni nuevo ni fuera de lo normal para ese mundo.

[12] La invención del mito -de connotaciones políticas-conllevó la eliminación de las facciones disidentes y de los que “sabían” lo que se estaba montando/tergiversando/inventando por parte del poder que Constantino otorgó a los que obtuvieron su gracia. Gnósticos -los principales opositores y los más interesados en combatir el cristianismo que se estaba construyendo pues para ellos el convertir a un hombre en “Dios” era un insulto-, arrianos -que negaban la consubstancialidad del Hijo con el Padre- y decenas de sectas/facciones diferentes algunos llamados “paganos” por los cristianos del poder, y que eran también de la misma creencia pero que “sabían demasiado” fueron eliminadas o trataron de eliminarlas en un intento de esconder el montaje y pasarlo por auténtico. Toda persona que quiere estar enterada sabe de los desmanes de los primitivos cristianos -y de los no tan primitivos-: destrucción de todo, incluidas Bibliotecas, cuanto podía poner en peligro su creencia, erradicación -más bien intento de erradicación-de todo conocimiento que pudiese demostrar la invención/copia del mito. Por otra parte, Constantino I el Grande, el primer emperador cristiano, religión que sobrevivió gracias a él, fue una buena muestra de la caridad cristiana que caracteriza a esa religión a partir precisamente de sus concesiones: en las 317 batallas que libró, siempre acompañado por altos jerarcas eclesiásticos, llevaba bien visible el estandarte de Cristo; hizo asesinar a su hermana, a un cuñado, a un sobrino, a su hijo ilegítimo (Crispus), a su propia esposa (Fausta) acusándola de adulterio -encontrándose después que era inocente-. Constantino, pero, está considerado como “modelo de la virtud y santidad cristianas”. Sabido es también, en un alarde de contradicción supina, que la propia Biblia estuvo por siglos en el “Índice de los libros prohibidos” de la Iglesia. Esto sí es histórico y es verdaderamente lamentable que a estas alturas de la investigación humana de los mitos todavía existan personas que crean de verdad en esa fábula como un hecho histórico.

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[13] "Lo que ocultan los mitos: Cuando el rey Osiris, según las creencias egipcias, fue asesinado por su envidioso hermano, Isis, la amante esposa del monarca, logró devolverle la vida. Isis, la Virgen negra egipcia, diosa del conocimiento escondido que se identifica con la estrella Sirio, es también la encarnación de la Diosa Madre adorada desde tiempos remotos, porque es el principio de la fertilidad y de la vida. Su presencia ha llegado hasta el mismo cristianismo bajo la forma de la Virgen María, según diversos expertos en antropología e historia. Pero el arquetipo sobre el que se sostiene esta figura se remonta, cuando menos, al neolítico, y hace referencia, en todas las culturas antiguas, a la sacralidad esencial de la Tierra que nos nutre. San Bernardo de Claraval, fundador de la orden del Císter e inspirador-regulador de la mistérica orden del Temple, llamó a la madre de Jesús “Reina del Cielo”, atributo que en el Antiguo Testamento se aplica a la Diosa Madre Astarté, equivalente fenicia de Isis. La escasa relevancia que el cristianismo concedió a la mujer, intentando apagar el rescoldo de las abundantes divinidades femeninas de la antigüedad, fue enmendada en parte con la instauración del dogma de la virginidad de María y con el culto mariano, según el autor Ramón Hervás. Aunque con reticencias, “sin terminar de admitir su igualdad con el hombre”. Pero también Dios es Madre para teólogas católicas de nuestra época, como Isabel Díaz Acebo. La Diosa Madre, desde tiempos inmemoriales, ha existido con el nombre de Ishtar en Babilonia, Anahita en Persia, Cibeles en Lidia, y como Afrodita en Grecia: “Misterios de la Arqueología y del pasado”, núm. 2, 1996, pág. 29 ", pero que adquiere toda su fuerza con el mito egipcio de Isis, del que deriva directamente la figura cristianizada de la virgen madre, con mucha asiduidad podemos hallarla sosteniendo en sus brazos a su hijo Horus (en su faceta de Harpócrates), al que amamanta amorosamente. Quizá fue esta estampa maternal, tan profundamente conmovedora, la que indujo a los primeros cristianos a adoptar tal iconografía para representar a la Virgen María alimentando al Niño Jesús, como vemos, no es extraño que esta diosa esté sincretizada a Mut o a Hathor entre otras muchas deidades femeninas. Este hecho no es más que el fruto de las distintas variedades locales de las leyendas, convergiéndose estas diosas en distintos adeptos de Isis, de manera parecida a lo que hoy entendemos por distintas manifestaciones de la Virgen María (la Virgen del Carmen, la Virgen del Perpetuo Socorro, la Virgen de los Desamparados, etc.): “Misterios de la Arqueología y del pasado”, núm. 5., 1997, págs. 58 y SS.

A Modo De Resumen

¿Existió Jesús de Nazaret?: existió, tal vez, “alguien” humano -naturalmente- sin trascendencia alguna el cual siglos después y tras un proceso de acomodación mitológico-político, fue transformado en un “Dios”.

Se puede deducir que en realidad lo que hicieron los creadores finales del personaje fue la construcción de un híbrido: partiendo de los textos judíos, que en buena parte desconocían o conocían mal y que tergiversaron -principalmente en cuanto a profecías referentes al Mesías judío-, montaron un Mesías a su conveniencia, que no judío, y que no tenía prácticamente nada que ver con este último, añadiéndole atributos/leyendas/mitos de personajes paganos anteriores con el fin de que ese personaje judío pudiese ser “exportable” a la mentalidad greco-romana-pagana: era más fácil la aceptación de un “Dios” similar o igual a los que ya conocían que de un “profeta” judío; en otras palabras, lo que inventaron fue un verdadero “monstruo/híbrido” que no se corresponde -y es contradictorio- con el Mesías judío y que adopta mitologías ancestrales paganas por lo que, además, no tiene nada de original, en cuanto al personaje; en cuanto a la “obra”, es decir, al cristianismo, no es otra cosa que un maremagno de contradicciones, inventos, tergiversaciones, etc., que se convierte en un fraude y un engaño al basarse en ese

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híbrido y en un montaje de, principalmente, escritores que no le conocieron, con una “revelación” increíblemente contradictoria, y de uno en particular, de vida rocambolesca, que dijo haber recibido la revelación de un muerto que le confiaba una misión, también contradictoria con la de otros textos de la misma revelación, y que por eso -aun sin aportar prueba alguna de tan extraordinario hecho- tenía autoridad para desarrollar la creencia terminando por construir a partir de él -me refiero a Pablo, naturalmente- un “judío-tergiversación-pagano-cristianismo” en lugar de un “judío-cristianismo” e increíble de creer por toda persona que tenga un mínimo de conocimientos sobre el tema y esté libre de prejuicios.

Se puede deducir también, que, aun existiendo, el personaje del Jesús histórico puede ser considerado como una fábula puesto que de lo único que tenemos constancia es del montaje final y no del personaje sobre el que se montó tal fábula.

De todas maneras, creemos que no hay ningún problema para admitir que existió un Jesús histórico, “un Jesús”, aunque las pruebas sean nulas, es decir, lo podemos aceptar simplemente:

¿Uno de tantos aspirantes a Mesías judíos? ¿Un revoltoso? ¿La imagen de varios personajes reales convertidos en uno?,

A gusto del consumidor:

¿Quiere Usted opinar que ese personaje existió? ¿Quiere opinar que no existió?,

Usted mismo, escoja, pero piense que de lo que se tiene auténtica constancia no hace falta escoger.

Pero otra cosa es un Jesús divino, el “Hijo de Dios”, el Cristo, éste es el importante y que no hay que confundir con el anterior.

Pero para aceptar a ese otro no valen las suposiciones, las creencias sin pruebas, las opiniones y las “posibilidades”, y menos los escritos contradictorios que se refieren a él y que están, para colmo, en clamorosa oposición con la base -judaísmo- que pretenden seguir y que, consecuentemente, nunca se le podrá considerar “el verdadero Mesías” puesto que simplemente no lo era con lo que nos topamos con la incongruencia final e insalvable: no sólo no hay prueba alguna de la existencia del Jesús “Cristo” evangélico, sino que no puede haberla puesto que las

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características que se le atribuyeron no corresponden a lo que se pretende; en otras palabras, no era el Mesías judío porque no cumplió ni uno de los requisitos imprescindibles para serlo y sí cumplió, según los textos, con otros muchos que no tienen nada que ver con el verdadero Mesías, por lo tanto, el “Jesús” evangélico es una fábula que parte de mentiras, tergiversaciones, etc. de los escritos judíos, es decir, un fraude, puesto que el cristianismo no se puede basar por sí mismo partiendo de cero si no que es, según él mismo, una continuación/cumplimiento del judaísmo, cuando no lo es, y del supuestamente Jesús histórico no hay prueba alguna de su existencia que se pueda aceptar como válida e irrefutable y de la que no se pueda tener duda alguna.

Pensamos que no existió el Jesús histórico y quien se base en las escuetas palabras arriba señaladas de alguno de esos historiadores, en interpolaciones o en suposiciones para poder aceptar esa existencia debería responder a las preguntas de dónde está la conexión entre ese Jesús humano/histórico del que no se sabe nada y el Cristo teológico, hacedor de maravillas -construido después y calco de otros cristos-, y en qué se basa para aceptarlo irrefutablemente como el verdadero Mesías judío, porque si no lo era, aunque hubiese existido “un Jesús histórico”.

El cristianismo sólo podría aceptarse como una mentira puesto que para lo que el cristianismo “es verdad” para el judaísmo es blasfemia:

Nunca y en ningún momento el Mesías judío puede existir fuera del judaísmo, por lo tanto, no existe tal “judeocristianismo”;

Lo que existe es un “judío-tergiversación-pagano-cristianismo” de cuyas contradicciones, fábulas, mentiras y engaños es difícil de encontrar, si no imposible, un paralelo en toda la literatura del planeta Tierra.

Pero hay más, incluso partiendo de los textos cristianos es imposible reconocer al Jesús histórico aunque hubiera existido dada la multitud de contradicciones que se encuentran en ellos cuando hacen referencias históricas -y cuando no las hacen-, y más: el cristianismo contiene tal tergiversación, mentira y falta de originalidad que llega a la cúspide de lo desechable; lleva a la Humanidad que lo ha conocido al mantenimiento en la ignorancia de toda persona que no sepa defenderse de esas mentiras, creyendo que posee la gran verdad cuando lo que posee es la gran mentira.

BIBLIOGRAFÍA

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1. "De natura deorum" [De la naturaleza de los dioses], Marco Tulio Cicerón. 2. "Los orígenes de los Misterios mítricos: cosmología y salvación en el mundo antiguo", David

Ulansey. 3. "El Diegesis", de Robert Taylor. 4. "La religión de la mentira", de Bárbara Thiering. 5. "Cristos paganos", de J.M. Robertson. 6. "Historia de Egipto", J.H. Breasted. 7. "Los rollos del Mar Muerto y el mito cristiano", de John Allegro. 8. "Mitología judía", de David Golstein. 9. "Por qué no soy cristiano", Bertrand Russell. 10. "Historia criminal del cristianismo" (12 tomos), Karlheinz Deschner. 11. "Opus Diaboli", Karlheinz Deschner. 12. "Historia de las religiones", Ed. Siglo XXI, Karlheinz Deschner. 13. "Guía de la Biblia y el Nuevo Testamento", Isaac Asimos. 14. "Los misterios de Jesús", T. Freeke y P. Gandy. 15. "Diccionario de mitología egipcia", Elisa Castel. 16. "Engaños y mitos de la Biblia", de Lloyd Graham.

Notas sobre textos de Frank R. Zindler. MÁS BIBLIOGRAFÍA:

1. "Mitología" y "Diccionarios de Mitología", entre otros 2. "El Libro de los Muertos", 3. "Los Textos de las Pirámides", 4. "Los Textos de los Sarcófagos" y 5. "El Libro de las Horas" egipcios