el ministerio apostÓlico
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EL MINISTERIO APOSTÓLICO A partir de las Cartas de San Pablo. Comentario 1929-1933 por G. B. Montini
Don Angelo Maffeis
Diócesis de Brescia. Congreso sacerdotal 2003. Miércoles 3 de septiembre.
Entre los escritos del Nuevo Testamento, las cartas de Pablo son las que, de manera más clara, permiten reconocer la fisonomía de su autor. En efecto, no nos encontramos frente a un testimonio anónimo o a un narrador apartado de los hechos, sino con un protagonista en el primer plano de las vicisitudes del cristianismo de los comienzos, que a través de lo escrito prolonga la acción evangelizadora de la que han salido las comunidades cristianas y, de lejos, continúa guiando su camino. Los tratados de la personalidad de Pablo emergen por eso con gran fuerza en sus cartas, así como sus convicciones respecto al ministerio apostólico que le ha sido confiado y el modo en el que tal ministerio debe ser ejercitado en la relación con la comunidad cristiana que estaba dando sus primeros pasos. Precisamente por la nitidez con la que aparece la figura de Pablo y su modo
de entender la tarea apostólica en las cartas, en estos escritos se han mezclado a menudo por buscar indicaciones sobre el valor y el ejercicio del ministerio del apóstol en la iglesia de los comienzos y sobre el ministerio pastoral de la iglesia de las generaciones sucesivas que prolonga el ministerio apostólico.
También Juan Bautista Montini ha recorrido este itinerario que lo ha llevado a preguntar a las cartas del apóstol Pablo sobre la tarea del apóstol y pastor de la iglesia. Al final de los primeros años de su ministerio, ha meditado con asiduidad las cartas de Pablo; los interrogantes que lanza al apóstol Pablo nacen en una situación personal que lo tenía dividido entre el trabajo en medio de los estudiantes universitarios, por el cual se sentía llevado, y un trabajo de oficio, más árido, del cual buscaba entender el significado espiritual y el valor como
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servicio a la iglesia. De los apuntes la forma; que el contenido paradójico sobre las cartas de Pablo, que docu- y misterioso a cualesquiera formas mentan las reflexiones de Juan Bau- buscadas para atenuar la sinceridad tista Montini entre 1929 y 1933, qui- de sus afirmaciones. La forma debe siera recoger tres anotaciones, que ser preterintencional. Esto es, el preilustran otros tantos aspectos del dicador debe él mismo casi embeber modo en el cual Pablo ha vivido el su propia vida, su persuasión, su propio compromiso apostólico y que mente del sujeto que trata le sea pueden convertirse en espejo en el espontánea la manifestación "spiritus que examinar el ministerio pastoral et virtus" (G. B. Montini, San Paolo, de la iglesia y el modelo del que reci- Commento alle Lettere [1929-1933] , be inspiración. Instituto Paolo VI -Studium Brescia-
En el primer capítulo de la primera carta a los Corintios Pablo habla de la "palabra de la cruz" que él anuncia, la cual es "escándalo para los judíos y locura para los paganos", pero para aquellos que son llamados es "poder de Dios y sabiduría de Dios". El apóstol añade que su ministerio se ha desarrollado conforme a la palabra anunciada: "yo vine a vosotros en debilidad y con temblor; y mi palabra y mi mensaje no se basan en discursos persuasivos de sabiduría, sino en manifestación del espíritu y de su poder".
En esta presentación que el apóstol hace de su modo peculiar de predicar el evangelio, según J.B.Montini, es posible leer una característica de todo ministerio eclesial, llamado al anuncio de la palabra: el mensaje viene en primer lugar del mensajero y la palabra anunciada, con la fuerza de quien ésta es portadora, debe tener precedencia sobre la capacidad retórica e intelectual del que ha sido llamado a transmitirla.
"La gran regla de la predicación evangélica es preferir el contenido a
Roma 2003, p. 32). Esto significa que el ministro no
puede jamás situarse en primer plano respecto al mensaje que proclama, sino que todo lo que hace y dice debe estar al servicio de la comunicación de la palabra. "En el ministerio eclesiástico necesita hacer emerger a Dios. Así el ministro es invulnerable a la crítica, es sobreelevado por encima de sus defectos, es estimado por el factor divino de su oficio, es sobreelevado sobre la asamblea de los creyentes. Pero al mismo tiempo está invitado y casi impulsado, si no quiere hacer violencia a la naturaleza de su mismo cargo honorífico, a humillarse continuamente y a profesar, por el primer y por el propio respeto, aniquilamiento del ministro delante de Divino Señor" (pp. 35-36).
La sumisión del apóstol a la palabra que le ha sido confiada, no quita nada a la cualidad humana de las relaciones que Pablo establece con las comunidades que ha fundado y con las cuales mantiene contacto a través de sus cartas. Al contrario su relación
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es una relación que manifiesta toda la riqueza de los modos como se expresa el afecto humano.
En las notas se habla de "relaciones de confianza y de afecto cristianos entre el ministro y los fieles" (p. 134) y el vínculo que une a Pablo a su comunidad es descrito como "una relación de amistad, de paternidad" (pp.146-147).
"El afecto que él transmite a aquellos a los que anuncia la palabra divina distingue su predicación de la profética, aun esta cálida de sentimiento, pero más impersonal tanto en relación al profeta cuanto en relación al auditorio. San Pablo se compara con una nodriza y con un padre. Y parece que los sufrimientos encontrados y sufridos por su ministerio, en lugar de tornar fría y distante su acción, como entendida por bastantes pastores dominados por la dificultad, la destemplan, la encienden, la fortalecen con afecto conmovedor y conmovido. Necesita amar mucho a los que se quiere hacer bien" (p. 146).
En el comentario a la carta a los filipenses se pone de relieve la diversidad existente entre las relaciones cordiales del apóstol con sus colaboradores y "el estilo burocrático al que a veces el apostolado moderno cree deber dar la preferencia" (p. 130). El afecto de Pablo para con sus colaboradores y fieles no es por eso solo expresión de una característica personal del apóstol, sino que revela un principio que tiene validez general y una condición para el ejercicio fructuosos del ministerio: "Sin un tejido sentimental,
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donde la caridad muestre su presencia, las relaciones, aun las más estrictas por vínculos jerárquicos, se disuelven, se debilitan, y en parte se desnaturalizan, porque los otros sentimientos, que no hacen referencia a la caridad y quizás se oponen, acaban por interferir entre persona y persona, y a la efusión de la bondad, de la amistad, de la piedad, de la estima, de la fraternidad, de la compasión, de la espiritualidad, de la concordia, de la común esperanza sustituye insensiblemente la afirmación de la propia preeminencia, del propio mérito, del propio derecho, de la propia defensa, en suma del egoísmo inexorable que diluye la caridad de la Iglesia" (p.130).
Las notas insisten en particular en la necesidad de no confundir el ejercicio de la autoridad pastoral con la actitud autoritaiia de la gente que "camina a ciegas, habla sin ser escuchada; se hace obedecer sin hacerse amar" (p. 25). No hay duda de que la autoridad del pastor no se sustenta en las dotes humanas personales, pero debe llevar a cabo un trabajo que antes o después las almas deben sentir salvador, y vivificante; de otra manera no vendrá a menos en sí misma, nunca, pero faltará a su fin, hai·á el vacío a su alrededor, se privará de la conciencia de las almas, se fatigará por nada. La confianza de las almas: esto es lo que sobrentiende o entiende el Apóstol. Es necesario pensarla, es preciso merecerla" (p. 25).
Una tercera característica del ministerio apostólico está resumida en la
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fórmula "conciencia eclesial" que se suele emplear para indicar el tema de la carta a Tito y, más en general, se refiere a la enseñanza de las cartas pastorales acerca de la virtud de los ministros de la Iglesia.
¿Por qué Pablo comienza siempre sus cartas presentándose a sí mismo y su propia vocación y ministerio de apóstol? No se trata simplemente de un uso dictado por las normas del estilo epistolar. La razón es más profunda. "San Pablo comienza desde su conciencia. Es extremadamente importante para quien tiene un deber espiritual que cumplir tener siempre vigilante y precisa la conciencia del propio oficio" (p. 178). Esto vale también para los pastores de la Iglesia. El primer medio de santificación a disposición de la jerarquía eclesiástica es "la conciencia de la dignidad del propio ministerio. Aun antes de la reforma de la conducta, el clero debe cuidarse de tener una conciencia exacta y elevada del propio oficio: el espíritu sacerdotal le es necesario antes que otra cosa" (p. 158).
La raíz del hacer al que el ministro es llamado se encuentra en la conciencia de aquello que es y de la vocación recibida, se trata además de ser cada vez más consciente no sólo de la propia identidad, sino también de la unión entre la propia vida y la iglesia a cuyo servicio se ha sido llamado. La conciencia eclesiástica no es un vago sentimiento, sino que está estrechamente ligada a un "conciencia profesional". Es bastante sorprendente encontrar en las notas sobre San
Pablo este concepto, que a primera vista parece demasiado profano. Sin embargo Montini habla de una "conciencia profesional" que debe estar formada en el clero y con esta fórmula indica el "deseo y habilidad de hacer las cosas bien, con propiedad, con eficacia, con empeño de fuerte virtud natural en sostenimiento de la misión sobrenatural" (p. 173).
Conciencia eclesial significa también conciencia de la dignidad del propio ministerio. Esta, en general, ha estado bien presente en la historia de la iglesia, aunque se ha encontrado a menudo expresiones en forma histórica que han inducido a buscar más que nada el prestigio social. En realidad "la única ambición que un sacerdote debería tener no debería ser la de alcanzar títulos, vestidos, o alabanzas profana a su nombre, sino la de ser conocido, estimado, buscado como "epíscopo" como director de almas, como maestro del espíritu, como intermediario entre Dios y los hombres. La ambición de añadir cualquier cosa a esta prerrogativa (cuando no sea justificada por una necesidad eclesiástica) demuestra escasa comprensión de la misma: añadir es desconocer, quizás es envilecer" (p. 159).
La conciencia eclesial, o sea, la conciencia del vínculo entre la propia vida y la iglesia, tiene como consecuencia que el pastor no puede ya ser considerado una persona privada. Su vida se desarrolla bajo la mirada de todos y está continuamente expuesta al juicio de la comunidad cristiana .. esto pide, por una parte ejemplaridad
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en la vida cristiana y en la dedicación al ministerio.
"El pastor debe resistir a la prueba de la lupa; muchas personas, miradas de cerca, se ven privadas de aquella virtud veraz e interior en la que debe basarse realmente la formación del pueblo cristiano. El hombre privado en la Iglesia no debe desmentir en la misma persona al hombre público" (pp. 161-162).
Por otra parte, el pastor debe tener en cuenta también la valoración que su ministerio merece por parte de los fieles y del modo cómo su acción es acogida. "Si muy a menudo los hombres de Iglesia pensaran en las impresiones que marcan en el ánimo del fiel y se preocuparan de producirlas buenas y evangelizadoras, su vida sería mejor y más fecunda en virtud. Con frecuencia a veces se defiende de este obsequio en el juicio de los humildes porque piensan que la autoridad propia no debe rendir cuentas a los hombres, pero no piensan que a la autoridad se hace necesario acatarla ilustre y amada por los ejemplos generosos y elocuentes" (p. 167).
Es un misterio que no tiene miedo de ejercitar la autoridad el descrito en
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las notas sobre S, Pablo de Montini. Pero es también un ministerio que debe tender cada vez más a un ejercicio de la autoridad conforme a criterios evangélicos. Y los tres aspectos citados - la prioridad de la palabra, la calidad humana de las relaciones, la conciencia eclesiástica- indican las condiciones que evitan deformaciones de la autoridad o modos de ejercitarla que tienen poco que ver con el evangelio. La de los pastores de la iglesia además:
- es una autoridad que, comparándose continuamente con el criterio objetivo de la Palabra de Dios, evita transformarse en arbitraria;
- es una autoridad que, mediante el respeto a la persona, el cuidado por los más débiles, la humanidad auténtica de las relaciones, evita el anonimato de las relaciones y la insensibilidad para las múltiples dimensiones de la experiencia humana.
Es una autoridad que, consciente del vínculo que une cada ministro con los fieles y con los demás pastores, promueve la unidad y evita el aislamiento, causa de división.
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