el medio ambiente y la conflictividad en el campo del agua
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Ponencia Pedro Arrojo 2005 estiuTRANSCRIPT
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El medio ambiente y la conflictividad en el campo d el agua
Pedro Arrojo – Dpto. de Análisis Económico – Universidad de Zaragoza
I- introducción
Hablar de conflictividad presupone la existencia de valores e intereses en disputa;
derechos, o cuando menos aspiraciones, en rivalidad. En el caso del agua, aún
siendo tan abundante como para dar color al planeta, al igual que el aire, u otros
recursos naturales básicos para la vida, empieza a ser considerada como un bien
escaso ante la voracidad y la capacidad depredadora de nuestro modelo de
desarrollo.
Trataremos de caracterizar primero las claves y consecuencias de esa relativa
escasez en torno al concepto de insostenibilidad, para después entrar a precisar
qué valores y derechos están en juego.
Usaremos la referencia que supone la nueva Directiva Marco de Aguas de la UE,
aunque sin perder la perspectiva global de los problemas y conflictos del agua a
nivel global, para acabar considerando dos conflictos significativos en el área
mediterránea, el de los trasvases previstos en el PHN español y el de la gestión del
agua en la Cuenca del Jordán.
II- La crisis de insostenibilidad de los ecosistema s acuáticos y sus
consecuencias
Hoy se estima que más de 1.300 millones las personas no tienen acceso
garantizado a aguas potables, lo que conlleva más de 10.000 muertes al día, en su
mayoría niños. Por otro lado, la mayor parte de los ecosistemas acuáticos
continentales están gravemente degradados, y en muchos casos destruidos de
forma irreversible, siendo el medio de las aguas dulces continentales donde la
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biosfera sufre la mayor crisis de biodiversidad. Ambas realidades son caras, o
consecuencias, de una misma crisis: la crisis de insostenibilidad de esos
ecosistemas.
La derivación o extracción abusiva de caudales en ríos o acuíferos subterráneos, la
desecación de humedales, la contaminación sistemática y masiva de las masas de
aguas continentales y las múltiples actuaciones humanas sobre esos ecosistemas,
desde una actitud tan prepotente como ignorante, nos coloca hoy ante una de las
crisis de insostenibilidad con consecuencias más graves, tanto ecológicas, como
económicas y sociales. De hecho, el problema de esos 1.300 millones de personas,
sin acceso garantizado a aguas potables, no procede de problemas propiamente
de escasez sino de calidad. Nadie ha instalado su casa lejos de un río, un lago o
una fuente. El problema es que, desde nuestra insaciable e irresponsable ambición
desarrollista, hemos matado esos ecosistemas acuáticos, envenenando al tiempo a
las poblaciones y comunidades más pobres que dependen de ellos.
A menudo, se presentan los problemas ecológicos como un lujo de los países
desarrollados, y el reto de la sostenibilidad como un objetivo en sus agendas, que
distorsiona y violenta la soberanía de los países en desarrollo. Sin embargo, tener
un río muerto y contaminado en un país desarrollado, siendo sin duda triste, no
implicará necesariamente graves problemas de salud pública, pues habrá medios
para instalar adecuadas depuradoras que garanticen aguas salubres en las redes
urbanas. Sin embargo, en países empobrecidos o en desarrollo, matar un río suele
implicar envenenar a los pueblos que viven en sus cercanías. Quebrar la
sostenibilidad de los ecosistemas supone quebrar la vida de las comunidades que
viven ligadas a esos ecosistemas y dependientes de ellos. Por eso, la
sostenibilidad es un reto de supervivencia de corto plazo para esas comunidades
que augura un reto de supervivencia global para el planeta en su conjunto, en
plazos más largos.
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III- Del paradigma de dominación de la naturaleza a l de sostenibilidad
El ancestral paradigma de la naturaleza como “madre” aflora en casi todas las
culturas, usando una visión en la que se mitifican los valores de la vida a través de
la imagen de la madre, en clave de género femenino.
Con la revolución cultural del Renacimiento, se rompe en buena medida esa
mitificación. Se trata en definitiva de desentrañar, a través de la ciencia, las leyes
de la naturaleza y poner sus fuerzas y recursos al servicio del ser humano. Bacon,
teorizando el papel de la ciencia llega a sentenciar: …la ciencia debe tratar a la
naturaleza como hacía el Santo Oficio de la Inquisición con los reos que juzgaba:
debe torturla hasta que ofrezca a nuestro conocimiento hasta el último de sus
secretos…
El Romanticismo elabora más este enfoque brutal para perfilar los conceptos que
han presidido la modernidad hasta nuestros días. Se exaltan los apasionantes
perfiles de esa naturaleza, que nos enamoran, pasándose a una nueva mitificación,
de nuevo en clave de género femenino, pero esta vez desde los perfiles de la
amante, como objeto de deseo del hombre, más que los de la madre, como origen
de la vida. Desde ese enfoque, no obstante, se enfatiza su carácter irracional,
inestable, voluble e impredecible, rasgos generalmente atribuidos culturalmente al
género femenino, que demandan la acción firme de la ciencia y la técnica, para
“dominarla y ponerla al servicio del hombre”, esta vez si, bajo claros perfiles de
género masculino. Se trata en suma del paradigma de dominación de la naturaleza
como base del conocimiento científico y de su aplicación técnica.
Desde la prepotencia tecnológica inducida por este enfoque, nuestro modelo de
desarrollo, más allá de permitirnos indudables avances en la calidad de vida de
nuestra sociedad, nos ha conducido a quiebras del orden natural que hoy nos
pasan duras facturas y perfilan otras impagables para las generaciones futuras.
Una vez más, la prepotencia ha sido y sigue siendo expresión de la ignorancia y de
la imprudencia.
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Hoy ese paradigma de dominación está en crisis. Al menos sobre el papel, se
supone que la ciencia, más que dominar, debe conocer ese orden y esas funciones
naturales, de forma que podamos diseñar un modelo de desarrollo armónico con
ese orden que lo respete y no lo quiebre. En suma se impone un nuevo paradigma:
el paradigma de la sostenibilidad.
IV- La necesidad de un enfoque ecosistémico en mate ria de gestión de aguas.
La nueva DMA, vigente desde finales del 2000 en la UE, supone drásticos cambios
de enfoque en materia de gestión de aguas. La citada Directiva establece y asume
pasar de los tradicionales enfoques de gestión del agua como simple recurso a
nuevos enfoques de gestión ecosistémica. Ríos, lagos y humedales dejan de ser
simples canales o depósitos de H2O para pasar a considerarse como ecosistemas
vivos cuya salud es preciso preservar.
En realidad, con esta ley, la UE lo que hace, de entrada, no es sino asumir un
enfoque económico inteligente. Se pasa de la tradicional mitificación productivista
del agua, vigente a lo largo de gran parte del siglo XX, a una visión más
propiamente económica, que incluye los valores en juego a medio y largo plazo. Al
igual que para disponer de madera a medio y largo plazo es preciso hoy cuidar la
salud del bosque, se asume que, para disponer de aguas de calidad con una
perspectiva de décadas, la clave está en recuperar y conservar la salud de ríos,
acuíferos, lagos y humedales.
Pero, más allá de preservar el valor del agua como recurso, desde una perspectiva
de medio y largo plazo, la DMA integra el valor de las funciones ecológicas y de los
servicios ambientales que brindan a la sociedad los ecosistemas hídricos. Hoy
sabemos que conservar la biodiversidad que alberga un río, más allá del valor
patrimonial que ello supone, equivale a preservar funciones de autodepuración
natural de sus caudales sumamente valiosas. Hoy sabemos que la mayor parte de
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las arenas de las playas litorales no proceden de la erosión de las olas sino de la
erosión y arrastre fluvial de sedimentos que, no sólo garantizan la sostenibilidad de
los deltas, sino también la de las playas turísticas. Hoy sabemos que buena parte
de las pesquerías marinas dependen de los nutrientes continentales aportados por
los ríos, en una función de fertilización de las plataformas costeras, especialmente
en mares cerrados o cuasi-cerrados, pobres en plancton, como el Mediterráneo. De
hecho, cuando se cerraron las compuertas del gran embalse de Asuán, en el Nilo,
no sólo se inició la esperada degradación y retroceso del rico Delta de Alejandría,
sino que se empezaron a percibir graves déficits de arenas en las playas, al tiempo
que, en tan sólo un año, cayeron las capturas de sardina y boquerón en todo el
Mediterráneo Oriental en más del 90%, arruinando a miles de familias pescadoras.
Estas y otras muchas funciones, han generado y generan servicios ambientales a
las comunidades humanas de enorme valor. Desgraciadamente, desde la
imprudencia y la prepotencia tecnológica se ha tendido a ignorar o despreciar esas
funciones, esperando que la ciencia y la técnica ofrecerían alternativas más
eficientes y valores más interesantes que los sacrificados, cometiéndose errores
que hoy intentamos paliar o rectificar.
A raíz de las traumáticas inundaciones del Mississipi en Luisiana y del Rin en
Holanda, a principios de los 90, la tradicional prevención de inundaciones mediante
diques de ribera e intensificación de la regulación, ha ido cediendo espacio a
nuevas estrategias basadas en la eco-hidrología: devolviendo espacios de
inundación blanda al río, en su cuenca media (haciendo retroceder los diques),
recomponiendo meandros rectificados y devolviendo la vitalidad a los bosques en
sotos y riberas. Estrategias en suma que buscan dispersar la energía de las
crecidas, siguiendo estrategias naturales desarrolladas por la propia naturaleza,
que se vienen demostrando más eficaces que las tradicionales intervenciones
estructuralistas de la ingeniería hidráulica.
La DMA, en suma, viene a reconocer estas múltiples funciones ambientales de los
ecosistemas acuáticos, al tiempo que enfatiza el valor de la calidad de sus
caudales, estableciendo como objetivo central del nuevo modelo de gestión de
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cuenca, la recuperación del buen estado ecológico de los diversos tramos de río y
ecosistemas acuáticos, así como de los ecosistemas dependientes, incluidos
deltas, estuarios y litorales marinos, por encima de cualquier otro objetivo de
carácter económico.
V- Valores y derechos en juego en la gestión de agu as:
la necesidad de dotar de alma ética, social y emoci onal a la DMA.
A pesar de las virtudes, ya reseñadas, la DMA adolece de falta de sensibilidad
ética, social y emocional. Tal y como se viene defendiendo desde los movimientos
por la Nueva Cultura del Agua, los valores en juego en materia de gestión de aguas
van más allá de los valores económicos y biológicos, para incluir también valores
emocionales, sociales y culturales de gran trascendencia. Pero sobre todo, es
necesario enmarcar esos valores desde una referencia ética que debe basarse en
los principios de la equidad intra e itergeneracional.
Unamuno señalaba que, a menudo, los ríos son el alma de los paisajes, y no le
faltaba razón. Durante las últimas décadas hemos permitido la destrucción de miles
de kilómetros de hermosas costas fluviales en los territorios de interior, mientras la
especulación urbanística desecaba y arruinaba la magia de cientos de humedales
costeros. El salmón, la anguila, el esturión, el mejillón de río o el cangrejo
autóctono han desaparecido de nuestros ríos; incluso el croar de las ranas es ya un
raro exotismo. Ya no sólo beber, sino incluso bañarse en los ríos es peligroso para
la salud.
Recuperar el valor patrimonial, cultural, estético y lúdico que tradicionalmente han
tenido para las sociedades, tanto urbanas como rurales, ríos, lagos y riberas, es
hoy un reto que la ciudadanía empieza a asumir.
Pero además, es preciso incorporar la componente ética de los valores en juego. El
agua es un elemento singular, cuyas variadas funciones, tanto en la biosfera como
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en las comunidades humanas, generan un abanico de valores y derechos sobre los
que es preciso reflexionar desde una perspectiva ética.
En definitiva, existen funciones del agua que generan rangos de valor muy
diferentes que deben ordenarse y priorizarse. Es preciso, por ello, distinguir
categorías, que permitan, por un lado, ordenar esas prioridades en los derechos de
uso y, por otro lado, diseñar adecuados criterios de gestión en cada uno de esos
niveles de prioridad.
El agua para la vida, en funciones básicas de supervivencia, tanto de los seres
humanos (individual y colectivamente), como de los demás seres vivos en la
naturaleza, debe ser reconocida y priorizada de forma que se garantice la
sostenibilidad de los ecosistemas y el acceso de todos a cuotas básicas de aguas
de calidad, como un derecho humano.
El agua para actividades y servicios de interés general, en funciones de salud y
promoción de valores de equidad y cohesión social, debe situarse en un segundo
nivel de prioridad, en conexión con los derechos sociales de ciudadanía y con el
interés general de la sociedad.
El agua para el crecimiento, en funciones de desarrollo económico, ligada a
actividades productivas e intereses privados legítimos, individuales o colectivos,
debe reconocerse en un tercer nivel de prioridad, en conexión con el derecho de
cada cual y de las sociedades a mejorar su nivel de vida. Tal y como veremos,
éste es el tipo de uso que consume la mayor parte de los recursos extraídos de
ríos y acuíferos, siendo por tanto clave en la génesis de los problemas de escasez
y contaminación más relevantes en el mundo.
Por último, cada vez más, crecen los usos del agua que sustentan negocios
ilegítimos, cuando no explícitamente ilegales. Sobreexplotación de acuíferos,
extracciones abusivas o usos irresponsables, seguidos de vertidos contaminantes,
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son ejemplos al respecto. Tales usos deben lógicamente ser evitados desde la
aplicación rigurosa de la ley.
Se trata por tanto de asumir, desde criterios éticos, un orden claro de prioridad. El
derecho humano al agua para la vida debe ser garantizado de forma eficaz, desde
un primer nivel de prioridad; los derechos sociales y ciudadanos, relacionados con
servicios y actividades de interés general, deben ser promovidos por la función
pública en un segundo nivel de prioridad, asegurando una gestión responsable y
socialmente eficiente; por último, las demandas para usos productivos deben
gestionarse desde un tercer nivel de prioridad bajo una gestión eficiente basada en
criterios de racionalidad económica.
Este enfoque ético debe llevarnos a gestionar los ecosistemas acuáticos como
patrimonios de la biosfera; más allá de nuestros intereses de corto plazo;
asumiendo que nuestro derecho sobre ellos no es superior al de las generaciones
venideras; asumiendo que nuestro dominio sobre ellos no debe ser considerado en
régimen de propiedad, sino tan sólo de usufructo transitorio por parte de nuestra
generación. Desde los principios éticos de sostenibilidad y equidad en el acceso a
esos bienes de la naturaleza, se refuerzan los argumentos que exigen el dominio
público y la gestión pública o comunitaria de esos ecosistemas, como la forma de
garantizar, por un lado, la prioridad de las funciones de vida y de interés público y
su adecuada gestión, y por otro lado la preservación de los derechos de las
generaciones futuras.
VI- Los conflictos del agua y su gestión desde la n ueva cultura del agua.
En su afán mercantilista, la ciencia económica ha ido emborronando
conceptualmente dos términos, heredados por el castellano del griego, que
Aristóteles distinguía con precisión: los términos “economía” y “crematística”. Para
Aristóteles la “economía” era el arte de bien administrar los bienes de la casa,
mientras que la “crematística” se ocupaba tan sólo de una parte de esos bienes: los
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bienes de mercado que podían valorarse con dinero. Si en la definición aristotélica
de economía sustituyéramos el término “casa” por el de “planeta” obtendríamos
una buena definición de la moderna economía ecológica.
Desde un enfoque aristotélico actualizado, la gestión de aguas, y más globalmente
de los ecosistemas acuáticos, implica gestionar valores sustituibles por bienes de
capital, y por tanto medibles en moneda, junto a otros no sustituibles por capital y
que por tanto, no sólo “no se compran ni se venden”, sino que no deben comprarse
ni venderse. La distinción de funciones, valores y derechos, desde una perspectiva
ética basada en principios de equidad intra e inter-generacional, exige diseñar y
aplicar criterios de gestión diferenciados para los diversos rangos de valor en
juego.
En el ámbito del agua para la vida, tratándose de derechos humanos, el objetivo
debe ser garantizar con eficacia el acceso a dichos derechos, no cabiendo
disculpa alguna para ningún Gobierno al respecto. Incluso en los países más
pobres, la prioridad que debe concederse a este objetivo hace injustificable el
argumento de la falta de recursos financieros, mientras se mantienen notables
gastos militares y suntuarios. Con mayor razón, resultan inaceptables análogos
argumentos desde instituciones internacionales, como el BM, o desde los países
más ricos. Al fin y al cabo, se estima que la “revolución del grifo y del agua
clorada” exigiría un 1% de los actuales presupuestos militares.
Cuando se trata de aguas dedicadas a actividades de interés general, como son los
servicios urbanos de agua y saneamiento, más allá de garantizar esos mínimos
vinculados a derechos humanos, el objetivo central debe ser garantizar servicios
públicos eficientes accesibles a todos, ricos y pobres. Los valores de equidad y
cohesión social, vinculados a derechos de ciudadanía deben presidir los objetivos a
cubrir bajo criterios de máxima eficiencia socio-económica. En este ámbito, la
aplicación de adecuados modelos tarifarios, por bloques de precio creciente, puede
incentivar actitudes y prácticas responsables, que permitan incluso la recuperación
global de costes bajo criterios redistributivos de carácter social.
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Desde este enfoque, las políticas del BM y de la OMC, basadas en imponer la
liberalización de los servicios urbanos de aguas en países empobrecidos o en
desarrollo, como condición para financiar la resolución de problemas básicos de
abastecimiento y saneamiento, han inducido graves errores. Hoy se puede afirmar
que esas políticas han fracasado, resultando ineficaces en la solución de los
problemas generales de inequidad y pobreza y en particular en lo que se refiere a
garantizar aguas salubres a las comunidades más pobres. Y es que los pobres
nunca han sido un buen negocio; la transparencia, la sana competencia a través
de la información promovida por un sistema de “ benchmarking” y una gestión
participativa, deben de ser las claves de ese nuevo modelo de gestión pública.
Sin embargo, la mayor parte de los caudales extraídos de ríos, lagos y acuíferos,
no cubren funciones básicas de sostén de la vida, ni sustentan propiamente
servicios o actividades de interés general, sino que permiten desarrollar
actividades productivas ligadas a intereses privados y particulares que, siendo en
la mayoría de los casos legítimos, no deben caracterizarse como de interés
general y menos como derechos humanos.
En este tipo de usos, en la medida que los objetivos son estrictamente
económicos, no existe razón alguna que disculpe la aplicación de estrictos criterios
de racionalidad económica, basados en el principio de recuperación de costes.
Este principio, exigido por la DMA, debe incluir el valor de oportunidad (de
escasez) del recurso en cada lugar y circunstancia, así como los costes
ambientales que sean consistentemente repercutibles en valores monetarios.
Desde esta perspectiva, la escasez de aguas para el crecimiento económico no
puede entenderse como una desgracia a evitar sino como una realidad a
gestionar, inherente a cualquier bien económico (entendido como útil y escaso).
Tal enfoque, no obstante, no supone una gestión de mercado, ni siquiera de las
aguas para el desarrollo económico. La necesidad de mantener el dominio público
sobre los ecosistemas acuáticos (nuestras fábricas naturales de aguas de calidad)
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y la necesidad de desarrollar un modelo de gestión que distinga y priorice usos y
valores, desde principios de de equidad intra e intergeneracional requiere un
modelo participativo de gestión pública. La complejidad de los valores a gestionar
y sistemática la interacción de unos usos y funciones sobre otros, hace del
mercado una herramienta demasiado simple e insensible a muchos de los valores
en juego. Por ello, si bien los valores puramente económicos de los productos
obtenidos del uso del agua-economía acabarán gestionándose en la mayoría de los
casos desde relaciones de mercado, es conveniente mantener, como forma básica
de distribución y gestión de derechos de agua, el modelo consesional. Modelo que,
en cualquier caso, es preciso flexibilizar y democratizar a través de la participación
ciudadana desde una gestión transparente.
Aunque conflictos por el agua han existido siempre, durante las últimas décadas
han empezado a tomar perfiles especialmente preocupantes. Tradicionalmente el
agua no ha sido propiamente escasa. Todos los pueblos se han instalado en las
inmediaciones de fuentes, lagos y ríos, o en zonas donde las aguas subterráneas
eran accesibles a través de pozos. A pesar de ello, el control de esas fuentes,
como parte del dominio sobre el territorio, ha motivado rivalidades y conflictos. Hoy
sin embargo, nuestra capacidad depredadora de todo tipo de recursos naturales, y
en particular de las aguas dulces, nos está llevando a la necesidad de gestionar el
agua como un recurso escaso, tanto en cantidad como especialmente en calidad.
La puesta en marcha de grandes proyectos económicos, en su mayoría ligados al
desarrollo masivo de regadíos, a la producción de energía hidroeléctrica o a
procesos de producción industrial o minera acompañados de irresponsables
vertidos contaminantes, está llevando a la quiebra generalizada de la sostenibilidad
de los ecosistemas acuáticos continentales, tal y como ya se ha explicado. Tal
quiebra está degradando la capacidad de los ecosistemas para regenerar recursos
de calidad y proveer los servicios ambientales que de forma natural han venido
generando. Todo ello está poniendo en peligro, no sólo los derechos de las
generaciones futuras, sino los derechos humanos y ciudadanos de las actuales
generaciones. En definitiva, la escasez en términos de cantidad y calidad, resulta
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no del desarrollo de los derechos humanos y ciudadanos de los pueblos sino de los
macroproyectos económicos que se suscitan al calor de los intereses de los más
ricos.
Bajo esta presión desarrollista, crecen las tensiones por dominar las fuentes
naturales que ofrecen en definitiva recursos de calidad a bajo coste, en unos casos
para desarrollar actividades productivas de tipo consuntivo, como el regadío, y en
otros muchos casos para desarrollar actividades productivas a bajo coste,
externalizando los impactos ambientales. Por otro lado, la ingeniería civil ha
permitido acceder a fuentes y caudales de calidad desde distancias crecientes,
mediante grandes obras hidráulicas de regulación y transporte, contándose para
ello con la capacidad financiera y de subvención de los estados y de las
instituciones públicas internacionales. Desde este modelo de fomento de obra
hidráulica, la masiva subvención pública ha acabado por generar efectos perversos
, tanto desde el punto de vista ambiental como social y económico.
Dos casos muy concretos, el uno cercano a nosotros, el del PHN, y el otro
emblemático a nivel internacional, el del Río Jordán en Oriente Medio, pueden
ilustrar los conflictos que vienen generándose en el mundo en materia de aguas, y
sus sustratos de degradación ambiental, injusticia social, inequidad e
insostenibilidad.
VI.1 El caso del Jordán
En el caso del Jordán, el plan sionista de crear el gran Israel y asentar el dominio
territorial de los Judíos sobre Palestina se unió desde un principio al mito de
reverdecer y colonizar el desierto. Agua y territorio eran partes de una misma
aspiración política. Por ello, el dominio sobre las fuentes del Alto Jordán, donde
manan y circulan los caudales de máxima calidad fue siempre objetivo político-
militar de máxima prioridad para Israel. La Guerra de Seis Días fue la ocasión. Tras
ella no sólo el Lago Tiberiades y el Alto Jordán quedaron bajo dominio israelí, sino
también los importantes recursos del acuífero Montaña en Cisjordania. Hoy
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prácticamente el 100% de los caudales de alta calidad que alimentan el Lago
Tiberiades (o Mar de Galilea) son captados por Israel y derivados en su mayor
parte por el gran trasvase del National Water Carrier (NWC) hacia el litoral
mediterráneo y, lo que es más difícil de justificar, hacia el desierto del Negev, ,ás al
sur, donde se usan para cultivos extensivos, como el algodón, destinados en su
mayor parte a la exportación.
Tras esta masiva detracción de caudales, el Jordán queda exhausto, sin más
caudales que los retornos salinizados de riegos y de otros usos, para finalmente
recibir los caudales del Río Yarmuk , también notablemente disminuidos por usos
de regadío en Siria. Los Palestinos tienen vetado todo acceso a aguas del Jordán y
deben conformarse con los pozos preexistentes del acuífero Montaña, sin poder
realizar nuevas captaciones.
En estas condiciones, Israel acaba acaparando casi el 60 % de los caudales
renovables de la cuenca, mientras los árabes en su conjunto tan apenas tienen
acceso al 40 %. La disponibilidad media (con todo tipo de usos, incluidos los de
regadío) se eleva para los judíos a 261 m3/persona/año, mientras los árabes tan
sólo acceden en promedio a 142 m3/persona/año. El caso de los palestinos es
especialmente dramático e injusto al disponer tan apenas de 80 m3/persona/año.
Aparentemente podría justificarse esta desigual y conflictiva situación desde los
intereses económicos del fuerte, en este caso Israel. Sin embargo, un análisis
económico de la situación nos muestra que la rentabilidad que Israel está
obteniendo de este masivo dominio del Jordán es un auténtico fiasco desde el
punto de vista económico. El beneficio neto extraído de buena parte de esos
caudales trasvasados hasta el Negev, para hacer regadíos extensivos
(especialmente de algodón), es tan sólo 0,3 €/m3 mientras los costes globales
(amortización+gestión) de tal trasvase se sitúan por encima de 0,6 €/m3. Pero si
tomamos en consideración los gastos militares que permiten mantener bajo tensión
bélica tales situaciones de desigualdad, disponer de esos masivos caudales se
salda a unos costes desmesurados del orden de 22 €/m3.
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Resulta por tanto evidente que, en este caso, la pretendida justificación económica
no es consistente. Las verdaderas razones deben buscarse en el ámbito de los
intereses y objetivos político-militares, y éstos a su vez en la compleja trama de
intereses político-económicos de las potencias occidentales en un área
geoestratégica tan vital como Oriente Medio, rica en petróleo. El acaparamiento de
los recursos hídricos y la sobreexplotaciópn de los ecosistemas hídricos en la
región por parte de Israel, con las correspondientes tensiones y conflictos políticos,
económicos, sociales y ambientales, se justifica y se financia desde mitos
interesados, en estrecha relación con la colonización de territorios. El agua, en este
caso, es más símbolo de poder que no una fuente de rentabilidad económica;
puesto que los costes de su explotación, en estas condiciones político-militares,
son muy superiores a los beneficios generados.
VI.2 El Caso de los trasvases del Ebro en el PHN
En el caso de los trasvases del Ebro, previstos en el PHN español, nos
encontramos con un conflicto, que siendo de naturaleza política diferente,
desemboca en similares irracionalidades. En este caso la motivación del proyecto
se justifica desde razones de desarrollo económico, envueltas en pretendidos
principios de equidad, solidaridad y accesibilidad al agua para todos. Desde tales
principios se justifica detraer caudales de cuencas pretendidamente excedentarias,
que corresponden en general a territorios menos desarrollados, para transferirlos a
la hiperdesarrollada costa mediterránea. Se elude clarificar que los usos a los que
se destinarían tales caudales no son otros que los derivados de negocios agrarios
intensivos y desarrollos urbano-turísticos de corte especulativo. De esta forma, en
nombre de satisfacer el derecho humano a abastecimientos básicos se justifican
grandes transferencias, subvencionadas masivamente por el erario público, para
desarrollar los intereses de los más ricos.
Por otro lado, si se contrastan los costes globales de tales trasvases con los
beneficios económicos esperables nos encontramos con un balance coste-
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beneficio negativo (aún concediendo un periodo de 50 años para amortizar las
inversiones) de –3.500 millones de Euros. De nuevo en este caso, el pretendido
argumento económico que se supone debería justificar este proyecto es
inconsistente.
Lógicamente, los agravios e intereses lesionados en la cuenca cedente (inundación
de pueblos, por los embalses reguladores del trasvase, degradación del Delta del
Ebro, posible hipoteca de usos de aguas en la propia Cuenca del Ebro…)
generaron el correspondiente conflicto, presentado finalmente como una
confrontación interterritorial.
De nuevo en este caso se plantea un intento de acaparamiento de recursos por
parte de los sectores más poderosos, para usos productivos que requieren masivos
caudales, poniendo en cuestión la sostenibilidad de los ecosistemas y la equidad
interterritorial (trasvases de recursos desde las zonas más pobres, que cargan con
los impactos, hacia las más ricas que se acaparan los posibles beneficios). Sin
embargo, este proyecto, al igual que en el Jordán, a pesar de justificarse desde
objetivos de desarrollo económico, acaba requiriendo de masivas subvenciones
públicas para ser viable.
VI.3 Análisis, nuevos enfoques y alternativas desde la Nueva Cultura
del Agua
En cualquier caso, el análisis de estos conflictos debe de hacerse teniendo en
cuenta las capacidades tecnológicas disponibles hoy en día. Nuestra capacidad
para depurar y regenerar caudales ofrece posibilidades de gestión responsable que
pueden frenar el deterioro ambiental en curso. Las técnicas de desalación por
ósmosis inversa y la posibilidad de regenerar y reutilizar retornos ofrecen fuentes
alternativas cuyos costes energéticos y monetarios son hoy inferiores, en muchas
ocasiones, a los que imponen las tradicionales estrategias de la ingeniería
hidráulica. En el caso del trasvase del Ebro, el coste que hubiera supuesto
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trasvasar un metro cúbico desde el Ebro hasta Almería (a 800 km) se hubiera
elevado a 1,5 €, mientras el coste de la desalación de aguas de mar por las
modernas técnicas de ósmosis inversa se sitúa hoy en torno a 0,40 €/m3. A pesar
de ello, la tradición de subvencionar las grandes obras hidráulicas en nombre del
interés general, ha llevado a sostener la vigencia de tan irracional trasvase ante
unos usuarios interesados que veían en tal proyecto la posibilidad de obtener
caudales a costes muy reducidos bajo subvención pública.
En uno y otro caso, los conflictos abiertos tienen en común rasgos esenciales como
los siguientes:
1- En ambos casos el conflicto arranca de proyectos que implican el uso de
masivos caudales para desarrollar proyectos económicos ligados a los
intereses de los más ricos y poderosos (agua para el desarrollo).
2- En ambos casos tales intereses se enmascaran tras una mitificación
generalista del agua para la vida, o del agua para actividades de interés
general; agua a la que se supone tienen derecho quienes promueven esos
proyectos en nombre de valores éticos como “ la solidaridad para con los
territorios que tienen menos recursos”; en pro de objetivos planteados como
de interés general como “reverdecer el desierto”, “desarrollar la economía
del país”, “socorrer a los agricultores en su justa aspiración de regar y
producir alimentos para todos”; cuando no en nombre de valores supremos
patrióticos, como el desarrollo del Gran Israel promovido por el Sionismo.
3- En la medida que tales proyectos no son viables desde una racionalidad
económica, acaban siéndolo desde masivas subvenciones públicas,
justificadas tal y como se ha dicho en el punto anterior desde el argumento
del pretendido interés general.
4- Tales proyectos acaban quebrando la sostenibilidad ambiental de los
ecosistemas y generando graves impactos sociales y económicos sobre los
territorios ribereños y sus poblaciones, que ven cuestionados y sacrificados,
no sólo sus intereses, sino, a menudo, sus derechos más básicos: derechos
humanos y ciudadanos.
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5- Los conflictos suscitados suelen tener alternativas de solución razonables
que tienden a ser relegadas o marginadas por falta de diálogo,
especialmente en la medida en que el agua acaba jugando un papel político
de expresión de poder.
En muchos casos, este tipo de conflictos cambiarían sus perfiles y encontrarían
perspectivas de solución si se partiera de los principios éticos presentados
anteriormente. Se trata en definitiva de clarificar el tipo de usos a los que se deben
destinar los caudales disponibles: aguas para la vida y la sostenibilidad, en la
satisfacción de derechos humanos, agua para cubrir derechos básicos de
ciudadanía, y aguas para el desarrollo económico; priorizando los dos primeros
respecto al tercero y asumiendo para éste último criterios de racionalidad
económica. Enfocar así la cuestión haría que la mayor parte de los conflictos de
aguas se desmoronaran, o cuando menos tomaran dimensiones y perfiles menos
dramáticos.
En el caso del Jordán, un enfoque de colaboración, basado en el reconocimiento
de que todos los habitantes de la región tienen derecho a una porción igualitaria de
recursos hídricos, fueran árabes o israelíes permitiría liberar y ganar del orden de
9.800 millones de Euros al año, para unos y para otros. Garantizados los derechos
humanos y ciudadanos básicos de todos, y con semejantes beneficios, podría
holgadamente abordarse una reducción de usos de 625 hm3/año, lo que permitiría
recuperar la estabilidad del Mar Muerto (exponente de sostenibuilidad de la Cuenca
del Jordán; hoy su nivel se reduce al ritmo de 1 metro al año). Ello supondría un
coste neto de tan sólo 130 millones de Euros/año. Garantizados esos usos sociales
y ambientales, la transferencia de derechos de mutuo acuerdo bajo
compensaciones económicas en lo que se refiere a usos económico-productivos
(especialmente en el regadío), mediante un mercado público de derechos de agua,
llevaría a incrementar los beneficios comunes en otros 30 millones de Euros/año.
En lo que se refiere a los trasvases del Ebro, las alternativas pasarían por:
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a) reducir los usos de regadío, retirando con adecuadas indemnizaciones, unas
70.000 hectáreas de regadíos en el litoral mediterráneo;
b) detener la especulación urbanística y promover un turismo sostenible, de
mayor calidad y rentabilidad;
c) integrar el uso de aguas subterráneas y superficiales desde criterios de
sostenibilidad, acabando con el desgobierno (pozos y regadíos ilegales,
vertidos…);
d) desarrollar la reutilización y generalizar la doble red urbana;
e) allí donde no haya otras alternativas, desarrollar la desalación de aguas de
mar;
f) organizar bancos públicos de aguas que permitan flexibilizar la asignación
de recursos, especialmente en ciclos de sequía.
Tales estrategias ofrecen una balance económico, ambiental y social muchos más
razonable e interesante, no sólo para los pueblos de la Cuenca del Ebro, en la
medida que se descartarían posibles trasvases del Ebro, sino para los propios
territorios del litoral mediterráneo. Sin embargo, alumbrar estas posibilidades y
ventajas exige clarificar los problemas y sus alternativas, romper mitos y superar
instrumentalizaciones políticas retrógradas.
Pero sobre todo, asumir este tipo de enfoque, en unos y otros casos, implica un
cambio de paradigma cultural, nuevos enfoques participativos y transparentes en la
gestión de los conflictos y profundos cambios institucionales y legales, tanto en
ámbitos nacionales como internacionales.