el medico de los muertos1

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el medico de los muertos

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  • EL MDICO DE LOS MUERTOS(JULIO GARMENDIA)Durante muchsimos aos, el pequeo cementerio haba sido un verdadero lugar de reposo, dentro de sus amarillentos paredones, detrs de la herrumbrosa y alta puerta cerrada. Algunos rboles, entretanto, haban crecido; se haban vuelto coposos y corpulentos; al mismo tiempo, la ciudad fue creciendo tambin, poco a poco fue acercndose al cementerio; y acab, finalmente, por rodearlo y dejarlo atrs, enclavado en el interior de un barrio nuevo. Los muertos, dormidos en sus fosas, no se dieron cuenta de estos cambios, y siguieron tranquilos algunos aos ms. Pero, despus, hubo sorpresas. La ciudad segua ensanchndose, aos tras ao, y por todas partes se buscaba ahora, como el ms preciado bien, cualquier sobrante de terreno an disponible, para aprovecharlo y negociarlo; hasta los olvidados camposantos de otro tiempo, eran arrasados, excavados y abolidos, para dar asiento a modernas construcciones. Una noche llegaron, en doliente caravana, los muertos que haban sido arrojados de otros distante cementerio (en donde una Compaa comenzaba a levantar sus imponentes bloques), y pidieron sitio y descanso a sus hermanos; stos refunfuaron; pero les dieron puesto, al cabo, estrechndose un poco, y juntos durmieron todos nuevamente. Pero ms tarde an, cuando fueron arregladas las calles adyacentes, el camposanto vino a quedar mucho ms elevado que el nivel de la calzada, de modo que desde la calle poda verse un abrupto y rojizo talud, y sobre ste, la vieja tapia del cementerio, coronada por el follaje de los rboles y las enredaderas; brotaban stas, igualmente, por entre el carcomido resquicio del portn, y por todos lados alargaban sus brazos y sus ganchosy zarcillos, dispuestos a agarrarse de lo primero que encontraron para sostenerse y extenderse ms an. Pronto pasaron por all cerca los autobuses y los camiones, y esto empez a molestar muchos a los muertos, sobre todo a los que estaban enterrados del lado del barranco que lindaba con la calle. La tierra se estremeca, trepidaba y los remova en sus fosas, cada vez que una de aquellas pesadas mquinas pasaba. Ellos se daban vuelta, se tapaban los odos, se acomodaban lo mejor que podan. Pero el poderoso y confuso rumor de la ciudad vino, al fin, a sacarlos de aquel inquieto sueo intermitente; empezaron, entre ellos, a cambiar misteriosas seales subterrneas, y una noche, previo acuerdo probablemente, salieron varios muertos de sus tumbas, y acordaron ir en busca del Celador del cementerio para exponerle sus quejas. A poco andar, no sin sorpresa,descubrieron que ya no haba ni celador, ni capilla, ni nada que se les pareciera. El camposanto haba sido clausurado esto era evidente, desde incontables aos atrs, y nadie del mundo de losvivos entraba nunca allEsto ha cambiado mucho, mucho dijo uno de los difuntos, echando un vistazo en derredor. Recuerdo muy

    cambiado mucho, mucho dijo uno de los difuntos, echando un vistazo en derredor. Recuerdomuy bien que, cuando a m me trajeron a enterrar, qued materialmente cubierto de rosas, azucenas y jazmines del Cabo; no veo ahora ninguna de estas flores por aqu; slo paja; paja y verdolaga, e insignificantes florecillas, de sas que no tienen nombre algunoMi tumba dijo otro, era un riente jardn; mil flores lo adornaban; daba gusto sentirse ah debajo. No poda yo verlas ni deleitarme con su aroma y sus colores; pero, en cambio, pas aos yaos entretenido, viendo desarrollarse y avanzar las mil y mil races que crecan junto a mi fosa. Nada hay tan interesante y apropiado para un buen observador subterrneo; el crecimiento, el forcejeo, los juegos y las luchas de las races entre s; sus tcticas y astucias, constituyen el ms apasionante espectculo que puede contemplarse bajo la haz de la tierra. Casi un siglo he pasado yo observndolo, y no me parece ms que cortos minutos. Pero ocurri, finalmente, algo tremendo Una enorme raz, un verdadero gigante subterrneo que desde haca unos setenta aos se acercaba a paso lento y cauteloso, acab por llenar completamente el sitio, desalojando y empujando a todas las dems races, grandes o pequeas. Yo mismo me vi casi tapiado y

  • comprimido por este horrible monstruo del subsueloMe acuerdo ahora murmur alguien, de repente, interrumpiendo este discurso, me acuerdo ahora que por aqu mismo fue enterrado, cierta vez, PompilioUdano, quien fuera nuestro Celador Principal por largo tiempoSe pusieron a mirar entre las cruces todas cadas, torcidas o medio hundidas en la tierra. De pronto, descubriendo bajo un oscuro ciprs lo que buscaban, y acercndose bastante, pudieron leer, a la luz de sus propias cuencas vacas aunque dificultosamente, a la verdad, el borroso epitafio del antiguo Celador del camposanto.Tocaron, discretamente, en la losa. Dieron luego fuertes golpes en el suelo, con los puos cerrados. Como nadie responda tampoco, dobl el espinazo uno de los presentes y acercando el hueco de la boca al hueco de una de las grietas del terreno, lanz por all insistentes llamadas en voz alta.Pompilio! Pompilio Udano! Seor Pompiliooo!Se desliz l mismo, todo entero, por la grieta, y desapareci completamente de la vista. A poco pudo orse el rumor de una animada conversacin entablada en el fondo de la cueva, y no tard en surgir de nuevo el visitante, a la vez que por una segunda grieta apareca, un poco ms lejos, elpropio seor Pompilio Udano.Discutise el asunto un buen rato, y Pompilio opuso una fra negativa a reasumir la responsabilidad del orden y la paz del camposanto, pues no se consideraba ya obligado a ello, dndose por muerto. -1-

    A causa de mi lamentada desaparicin explic, con franca egolatra, el seor Pompilio, el camposanto fuedefinitivamente clausurado; desde entonces, en todo ese tiempo, slo una vez sub a la superficie, por un rato, llamado, lo recuerdo, por el mdicoPor el mdico? preguntaron varas voces.S; no saben que tenemos aqu un mdico?No lo sabamos; no lo sabamos respondieron, todos a la vez.Bueno es saberlo aadi uno. Aunque a m nunca me duele nada agreg al punto; tocando madera en una cruz vecina.Claro! le replic, sin ms tardar, un amargado esqueleto all presente. Claro! Si t ests bieninstalado en tu tumba de las mejores; en las ms seca y tranquila de todo el cementerio, y si no fuera por el barrancoLlamemos al mdico a ver qu opina propuso alguien, volviendo a dirigirse al Celador y tratando, al parecer, de evitar que resurgieran, juntos con los restos de los difuntos, recriminaciones y suspicacias que para nada venan ahora al caso.Nos dar algo para dormir, tal vez insinu una voz.Pues por all dijo entonces el seor Pompilio, sealando con el descarnado dedo. Pero qu razn habra para llamarle a tan horas como stas? Nadie parece, enfermo grave aquYo! proclam ruidosamente, sin mayor prembulo, otro de los del grupo, a tiempo que se echaba al suelo, como atacado por fulminante enfermedad, a la entrada de un panten semiderruido. Dganle que estoy a las puertas del sepulcro del sepulcro de la Familia Torreitacomplet, leyendodesde el suelo la inscripcin del mausoleo.A poco llegaba ya el doctor. Mir con fijeza al paciente, y all mismo procedi al reconocimiento yexamen.

  • Respire.Otra vez.Ruidos ruidos murmur el facultativo, frunciendo el ceo.Estoy aqu echado sobre hojas secas, doctor explic el enfermo, incorporndose a medias en su lecho de crujiente hojarasca; es se, tal vez, el ruido queHum! gru el doctor, sin interrumpirse en su tarea.Pero doctor! Si yo me hice el enfermo slo como pretexto para poder llamarle a usted a estas horas! Y no siento nada, no tengo nada, absolutamente nada; slo el insomnio causado porNo siente nada? Pudiera ser! dijo el doctor. Pero usted presenta sntomas sntomas alarmantes sntomas inequvocos... En una palabra, sntomas de vida!Oh! exclamaron los difuntos, retrocediendo, todos, con movimiento de horror. Sntomas de vida! Sntomas de vida!Qu debo hacer? Qu debo hacer, doctor? suplicaba, al mismo tiempo, por su parte, el asustado esqueleto, que pareca haber palidecido, ms an, sbitamente.Por lo pronto dijo el doctor, meterse en su fosita. Quedarse quietecito. Pero, no tema! aadi, dndole nimos. Pudiera ser que yo la ciencia el tratamiento Ya veremos!No se movi ms el esqueleto, y el grupo se llev al doctor hacia otro lado.Este clido vaho Este efluvio falaz Esta hipcritanoche murmuraba, extraamente, el buen doctor, como hablando, ahora, slo para s mismo, oteando en torno suyo.De todos modos dijo uno, se me ocurre una ideaEl mdico lo mir con atencin.Hum!...Pero se oy en aquel instante otra voz, un susurro, ms bien, que pareca venir de muy cerca, a la vez que de muy lejos:Doctor doctorSe entristeci el mdico, detenindose para observar.Desde el fondo de la tierra, llegaba hasta su odo algo as como la ltima, dbil resonancia de una remota y juvenil voz de mujer.Cada vez que vuelve la primavera, doctorHum!...Quisiera andar, cantar, rer, llorar

    -2-Desapareci el mdico, penetrando en la agrietada superficie de donde la misteriosa voz haba salidoCuando volvi a reunirse con el grupo, la luna haba hecho su aparicin entre las nubes; flotaba dulcemente en el espacio. Ligeras rfagas de brisa acariciaban el follaje de las ceibas y los mangos. Confundido tal vez por el intenso resplandor de la luna o en sueos, quizs, un pjaro llamaba, piando, por momentos, como al despuntar del da, desde algn hueco del mismo. Nuevashojas brillaban, hmedas y relucientes, en los enormes brazos de una ceiba. Otra ceiba, al lado, apareca cubierta, toda ella, de blancuzcas flores, compactas y apretujadas entre s, que exhalaban un acre ypenetrante aroma. Lanzando sus silbidos, revoloteaban, en torno, los murcilagos, como alrededor de una inmensa golosina; se detenan en el aire, en suspenso ante las flores; libaban en los clices. De todos lados a la vez llegaba el chirrido de los grillos. Y las insignificantes florecillas silvestres y rastreras sas que no tienen nombre alguno, ni fragancias ni esplendores, por todas partes recubran, piadosamente, sin embargo, la tierra del camposanto. Nadie fijaba en ellas la mirada; pero el mdico s las vea; como tambin vea los mil tupidos brotes de hojas tiernas;

  • como escuchaba el canto de los grillos, o senta el vivo perfume de la tierra y de los rbolesHabr que precaverse, resguardarse dijo, de pronto, estremecindose, como presa de violento escalofro.Ja ja ri el amargado esqueleto que ya antes haba hablado alguna vez. Eso quisiera yo tambin, cmo no! Estar bien al abrigo, y al seguro, bajo tierra, con mi buena lpida encima, por tan feo tiempo como el de esta noche Horrible tiempo de primavera, como pimpollos, nidos, luna, brisas, fragancias, cuchicheos un tiempo como para estarse uno encerrado, all abajo, quieto y serio Pero a cada momento estoy temiendo que se me desmorone el barranco en donde estoy y vayan a parar mis pobres huesos quin sabe dnde!Cuando me contaba entre los vivos volvi a decir el mdico, siguiendo el hilo de sus pensamientos;cuando me contaba entre los vivos, y era mdico entre ellos, qu vano y quimrico trabajo, el de luchar contra la muerte! A veces, el desaliento me invada, y no aspiraba ya entonces ms que a lamuerte misma, para lograr al fin la certidumbre que nunca hallaba en la existencia Y ahora aadi, con una como vaga o dolorosa turbacin en la voz, ahora soy el mdico de los muertosestoy muerto yo mismo y bastante s ya, despus de todo, sobre este otro incurable mal que nosacosa, noche y da, bajo la aparente quietud del camposanto esta implacable e invencible vida, que por todas partes recomienza, a cada instante fuera y dentro de nosotros, su trabajo de zapainterminable Alucinante morbo! Espeluznante enfermedad!Ech a andar, por entre las cruces y las lozas o por lo que de ellas quedaba, aqu o all, y fue a hundirse, blandamente, en aquel mismo punto del ciprs, que era lo suyo. Pudo escucharse con cundo cuidado y precauciones se encerraba, procurando tapar toda grieta o hendija por donde filtrara algo, todava, hasta all abajo, del soplo de la brisa, o de la magnificencia de la noche, o del suave e insistente llamar, desde su nido, del pjaro engaosamente despertado por el claror dela luna. Sacando uno de sus brazos por un restante agujero an abierto, acomod mejor, sobre s, la mohosa lpida, cual sabana o cobija, y cerr finalmente, desde adentro, esta ltima abertura alexterior. Junto al nombre desvado, haba unas cifras ya borrosas unas cifras que haban sido doradas, en su tiempo, y que lo mismo podan ahora significar las fechas del nacimiento y de la muerte del doctor, que las nocturnas horas de consulta del mdico Del Mdico de los Muertos!Era ya muy tarde, y los mil ruidos que venan de la ciudad haban cesado por completo. De modoque los muertos se olvidaron del motivo mismo de su salida, y todos imitaron el ejemplo del doctor. Volvieron los difuntos a sus cruces, as como retornan, a cierta hora, a sus olivos los mochuelos! Y la paz volvi a reinar, por el momento, en el pequeo camposanto abandonado. La luna segua su curso por el cielo. Los grillos cantaban con pasin. Brillaban los cocuyos. A ratos, como una rfaga del mundo, un murcilago henda el aire. Y poco a poco iban cayendo como pesadas gotas de algn licor capitoso, las pequeas flores blancuzcas y viscosas de concentrado y denso aroma embriagador; blanqueaban en el suelo, al pie del rbol, a la luz de la luna, como huesecillos esparcidos Ya los muertos reposaban y dorman nuevamente, cada uno en su sitio, cada cual bajo su lpida o su tmulo, o bajo su montculo y sus piedras Engaosas apariencias, s! Ms nunca os voy a decir: Quedad en paz! Descansad en paz!. Ya s lo que es vuestra paz; ya s lo que es vuestro descanso, vuestro eterno descanso Momentnea pausaapenas! Efmero intermedio!