el médico de los muertos

7
El médico de los muertos Julio Garmendia Durante muchísimos años, el pequeño cementerio había sido un verdadero lugar de reposo, dentro de sus amarillentos paredones, detrás de la herrumbrosa y alta puerta cerrada. Algunos árboles, entretanto habían crecido; se habían vuelto coposos y corpulentos; al mismo tiempo, la ciudad fue creciendo también; poco a poco fue acercándose al cementerio, y acabó, finalmente, por rodearlo y dejarlo atrás, enclavado en el interior de un barrio nuevo. Los muertos, dormidos en sus fosas, no se dieron cuenta de estos cambios, y siguieron tranquilos algunos años más. Pero, después, hubo sorpresas. La ciudad seguía ensanchándose, año tras año, y por todas partes se buscaba ahora, como el más preciado bien, cualquier sobrante de terreno aún disponible, para aprovecharlo y negociarlo; hasta los olvidados camposantos de otro tiempo, eran arrasados, excavados y abolidos, para dar asiento a modernas construcciones. Una noche llegaron, en doliente caravana, los muertos que habían sido arrojados de otro distante cementerio (en donde una compañía comenzaba a levantar sus imponentes bloques), y pidieron sitio y descansos a sus hermanos; estos refunfuñaron; pero les dieron puesto, al cabo, estrechándose un poco, y juntos durmieron todos nuevamente. Pero más tarde aún, cuando fueron arregladas las calles adyacentes, el camposanto vino a quedar mucho más elevado que el nivel de la calzada, de modo que desde la calle podía verse un abrupto y rojizo talud, y sobre éste, la vieja tapia del cementerio, coronada por el follaje de los árboles y las enredaderas; brotaban éstas, igualmente, por entre el carcomido resquicio del portón, y por todos lados alargaban sus brazos y sus ganchos y zarcillos, dispuestos a agarrarse de lo primero que encontraron para sostenerse y extenderse más aún. Pronto pasaron por allí cerca de los autobuses y los camiones, y esto empezó a molestar mucho más a los muertos, sobre todo a los que estaban enterrados del lado del barranco que lindaba con la calle. La tierra se estremecía, trepidaba y los removía en sus fosas, cada vez que una de aquellas máquinas pasaba. Ellos se daban vuelta, se tapaban los oídos, se acomodaban lo mejor que podían. Pero el poderoso y confuso rumor de la ciudad vino, al fin, a sacarlos de aquel inquieto sueño intermitente; empezaron, entre ellos, a cambiar misteriosas señales subterráneas, y una noche, previo acuerdo probablemente, salieron varios muertos de sus tumbas, y acordaron ir en busca del Celador del cementerio para exponerles sus quejas. A poco andar, no sin sorpresa, descubrieron que ya no había ni celador, ni capilla, ni nada que se les pareciera. El camposanto había sido clausurado —esto era evidente— desde incontables años atrás, y nadie del mundo de los vivos entraba nunca allí… —Esto ha cambiado mucho, mucho… —dijo uno de los difuntos, echando un vistazo en derredor—. Recuerdo muy bien que, cuando a mí me trajeron a enterrar, quedé materialmente cubierto de rosas, azucenas y jazmines del cabo; no veo ahora ninguna de estas ores por aquí, sólo paja; paja y verdolaga, en significantes orecillas, de esas que no tienen nombre alguno… —Mi tumba— dijo otro —era un riente jardín; mil ores lo adornaban; daba gusto sentarse ahí debajo. No podía yo verlas ni deleitarme con sus aromas y sus

Upload: llevate-todo

Post on 18-Dec-2015

86 views

Category:

Documents


2 download

DESCRIPTION

Autor Julio GarmendiaCuento Fantástico.Para disfrutar.

TRANSCRIPT

El mdico de los muertos

Julio Garmendia

Durante muchsimos aos, el pequeo cementerio haba sido un verdadero lugar de reposo, dentro de sus amarillentos paredones, detrs de la herrumbrosa y alta puerta cerrada. Algunos rboles, entretanto haban crecido; se haban vuelto coposos y corpulentos; al mismo tiempo, la ciudad fue creciendo tambin; poco a poco fue acercndose al cementerio, y acab, finalmente, por rodearlo y dejarlo atrs, enclavado en el interior de un barrio nuevo. Los muertos, dormidos en sus fosas, no se dieron cuenta de estos cambios, y siguieron tranquilos algunos aos ms.

Pero, despus, hubo sorpresas. La ciudad segua ensanchndose, ao tras ao, y por todas partes se buscaba ahora, como el ms preciado bien, cualquier sobrante de terreno an disponible, para aprovecharlo y negociarlo; hasta los olvidados camposantos de otro tiempo, eran arrasados, excavados y abolidos, para dar asiento a modernas construcciones. Una noche llegaron, en doliente caravana, los muertos que haban sido arrojados de otro distante cementerio (en donde una compaa comenzaba a levantar sus imponentes bloques), y pidieron sitio y descansos a sus hermanos; estos refunfuaron; pero les dieron puesto, al cabo, estrechndose un poco, y juntos durmieron todos nuevamente. Pero ms tarde an, cuando fueron arregladas las calles adyacentes, el camposanto vino a quedar mucho ms elevado que el nivel de la calzada, de modo que desde la calle poda verse un abrupto y rojizo talud, y sobre ste, la vieja tapia del cementerio, coronada por el follaje de los rboles y las enredaderas; brotaban stas, igualmente, por entre el carcomido resquicio del portn, y por todos lados alargaban sus brazos y sus ganchos y zarcillos, dispuestos a agarrarse de lo primero que encontraron para sostenerse y extenderse ms an.

Pronto pasaron por all cerca de los autobuses y los camiones, y esto empez a molestar mucho ms a los muertos, sobre todo a los que estaban enterrados del lado del barranco que lindaba con la calle. La tierra se estremeca, trepidaba y los remova en sus fosas, cada vez que una de aquellas mquinas pasaba. Ellos se daban vuelta, se tapaban los odos, se acomodaban lo mejor que podan. Pero el poderoso y confuso rumor de la ciudad vino, al fin, a sacarlos de aquel inquieto sueo intermitente; empezaron, entre ellos, a cambiar misteriosas seales subterrneas, y una noche, previo acuerdo probablemente, salieron varios muertos de sus tumbas, y acordaron ir en busca del Celador del cementerio para exponerles sus quejas. A poco andar, no sin sorpresa, descubrieron que ya no haba ni celador, ni capilla, ni nada que se les pareciera. El camposanto haba sido clausurado esto era evidente desde incontables aos atrs, y nadie del mundo de los vivos entraba nunca all

Esto ha cambiado mucho, mucho dijo uno de los difuntos, echando un vistazo en derredor. Recuerdo muy bien que, cuando a m me trajeron a enterrar, qued materialmente cubierto de rosas, azucenas y jazmines del cabo; no veo ahora ninguna de estas ores por aqu, slo paja; paja y verdolaga, en significantes orecillas, de esas que no tienen nombre alguno

Mi tumba dijo otro era un riente jardn; mil ores lo adornaban; daba gusto sentarse ah debajo. No poda yo verlas ni deleitarme con sus aromas y sus colores; pero, en cambio, pas aos y aos entretenido, viendo desarrollarse y avanzar las mil y mil races que crecan junto a mi fosa. Nada hay tan interesante y apropiado para un buen observador subterrneo; el crecimiento, el forcejeo, los juegos y las luchas de las races entre s; sus tcticas y astucias, constituyen el ms apasionante espectculo que puede contemplarse bajo la haz de la tierra.Casi un siglo he pasado yo observndolo y no me parece ms que cortos minutos. Pero ocurri, finalmente, algo tremendo Una enorme raz, un verdadero gigante subterrneo, que desde haca unos setenta aos se acercaba a paso lento y cauteloso, acab por llenar completamente el sitio, desalojando y empujando a todas las dems races, grandes o pequeas. Yo mismo me vi casi tapiado y comprimido por este horrible monstruo del subsuelo

Me acuerdo ahora murmur alguien, de repente, interrumpiendo estos discursos ; me acuerdo ahora que por aqu mismo fue enterrado cierta vez, Pompilio Udano, quien fuera nuestro Celador Principal por largo tiempo

Se pusieron a mirar entre las cruces, casi todas cadas, torcidas o medio hundidas en la tierra. De pronto, descubrieron bajo un oscuro ciprs lo que buscaban, y acercndose bastante, pudieron leer, a la luz de sus propias cuencas vacas - aunque dificultosamente, a la verdad -, el borroso epitafio del antiguo celador del camposanto.

Tocaron, discretamente, en la losa. Dieron luego fuertes golpes en el suelo, con los puos cerrados. Como nadie respondi tampoco, dobl el espinazo uno de los presentes y acercando el hueco de la boca al hueco de una de las grietas del terreno, lanz por all insistentes llamadas en voz alta.

Pompilio! Pompilio Udano! Seor Pompiliooo!

Se desliz l mismo, todo entero, por la grieta, y desapareci completamente de la vista. A poco pudo orse el rumor de una animada conversacin entablada en el fondo de la cueva, no tard en surgir de nuevo el visitante, a la vez que por una segunda grieta apareca, un poco ms lejos, el propio Pompilio Udano.

Discutise el asunto un buen rato, y Pompilio opuso una fra negativa a reasumir la responsabilidad del orden y la paz del camposanto, pues no se consideraba ya obligado a ella, dndose por muerto.

A causa de mi lamentable desaparicin explic, con franca egolatra, el seor Pompilio, el camposanto fue definitivamente clausurado; desde entonces, en todo ese tiempo, slo una vez sub a la superficie, por un rato, llamado, lo recuerdo, por el mdico

Por el mdico? preguntaron varias voces.

S; no saben que tenemos aqu un mdico?

No lo sabamos; no lo sabamos respondieron todos a la vez.

Bueno es saberlo aadi uno. Aunque a m nunca me duele nada agreg al punto, tocando madera a una cruz vecina.

Claro! le replic, sin ms tardar, un amargado esqueleto all presente. Claro! Si t ests instalado en una tumba de las mejores; en la ms seca y tranquila de todo el cementerio, y si no fuera por el barranco

Llamemos al mdico a ver qu opina propuso alguien, volviendo a dirigirse al celador y tratando, al parecer, de evitar que resurgieran, juntos con los restos de los difuntos, recriminaciones y suspicacias que para nada venan ahora al caso.

Nos dar algo para dormir, tal vez insinu una voz.

Pues por all dijo entonces el seor Pompilio, sealando con el descarnado dedo . Pero qu razn habra para llamarle en tan altas horas como stas? Nadie parece enfermo grave aqu

Yo! proclam ruidosamente, sin mayor prembulo, otro de los del grupo, a tiempo que se echaba al suelo, como atacado por fulminante enfermedad, a la entrada de un panten semiderruido. Dganle que estoy a la puerta del sepulcrodel sepulcro de la Familia Torreita complet, leyendo desde el suelo la inscripcin del mausoleo.

A poco llegaba ya el doctor. Mir con fijeza al paciente y all mismo procedi al reconocimiento y examen.

Respire.

Otra vez.

Ruidosruidos murmur el facultativo, frunciendo el ceo.

Estoy aqu echado sobre hojas secas, doctor explic el enfermo, incorporndose a medias en su lecho de crujiente hojarasca; es ese, tal vez, el ruido que

Hum! gru el doctor, sin interrumpirse en su tarea.

Pero doctor! Si yo me hice el enfermo slo como pretexto para poder llamarle a usted a estas horas! Y no siento nada, absolutamente nada; slo el insomnio causado por

No siente nada? Pudiera ser! dijo el doctor. Pero usted presenta sntomas sntomas alarmantes sntomas inequvocos en una palabra, sntomas de vida!.

Oh! exclamaron los difuntos, retrocediendo, todos, con movimientos de horror. Sntomas de vida! Sntomas de vida!

Qu debo hacer? Qu debo hacer, doctor? suplicaba, al mismo tiempo, por su parte, el asustado esqueleto, que pareca palidecido, ms an, sbitamente.

Por lo pronto dijo el doctor, meterse en un fosito. Quedarse quietecito. Pero, no tema! aadi dndole nimos. Pudiera ser que yo la ciencia el tratamiento Ya veremos!

No se movi ms el esqueleto, y el grupo se llev al doctor hacia otro lado.

Este clido vaho Este efluvio falaz Esta hipcrita noche murmuraba, extraamente, el buen doctor, como hablando, ahora, slo para s mismo, oteando en torno suyo.

De todos modos dijo uno, se me ocurre una idea El mdico lo mir con atencin.

Hum!

Pero se oy en aquel instante otra voz, un susurro, ms bien, que pareca venir de muy cerca, a la vez que de muy lejos:

Doctor doctor

Se entristeci el mdico, detenindose para observar.

Desde el fondo de la tierra, llegaba hasta su odo algo as como la ltima, dbil, resonancia de una remota y juvenil voz de mujer.

Cada vez que vuelve la primavera, doctor

Hum!

Quisiera andar, cantar, rer, llorar

Desapareci el mdico penetrando en la agrietada superficie de donde la misteriosa voz haba salido

Cuando volvi a reunirse con el grupo, la luna haba hecho su aparicin entre las nubes; flotaba dulcemente en el espacio. Ligeras rfagas de brisa acariciaban el follaje de las ceibas y los mangos. Confundido tal vez por el intenso resplandor de la luna o en sueos, quizs, un pjaro llamaba, piando, por momentos, como al despuntar del da, desde algn hueco del muro. Nuevas hojas brillaban, hmedas y relucientes, en los enormes brazos de una ceiba. Otra ceiba, al lado, apareca cubierta, toda ella de blancuzcas ores, compactas y apretujadas entre s, que exhalaban un acre y penetrante aroma. Lanzando sus silbidos, revoloteaban, en torno, los murcilagos, como alrededor de una inmensa golosina; se detenan en el aire, en suspenso ante las flores: libaban en los clices. De todos lados a la vez llegaba el chirrido de los grillos. Y las insignificantes florecillas silvestres y rastreras esas que no tienen nombre alguno, ni fragancia ni esplendores, por todas partes recubran, piadosamente, sin embargo, la tierra del camposanto. Nadie fijaba en ellas la mirada pero el mdico s las vea; como tambin vea los mil tupidos brotes de hojas tiernas; como escuchaba el canto de los grillos, o senta el vivo perfume de la tierra; y de los rboles

Habr que precaverse resguardarse dijo, de pronto, estremecindose, como presa de violento escalofro.

Jaja ri el amargado esqueleto que ya antes haba hablado alguna vez. Eso quisiera yo tambin, cmo no! Estar bien al abrigo, y al seguro, bajo tierra, con mi buena lpida encima, por tan feo tiempo como el de esta noche Horrible tiempo de primavera, con pimpollos, nidos, luna, brisas, fragancias, cuchicheos un tiempo como para estarse uno encerrado, all abajo, quieto y serio Pero a cada momento estoy temiendo que se desmoronen el barranco en donde estoy y vayan a parar mis pobres huesos quin sabe dnde!

Cuando me contaba entre los vivos volvi a decir el mdico, siguiendo el hilo de sus pensamientos. Cuando me contaba entre los vivos, y era mdico entre ellos, qu vano y quimrico trabajo, el de luchar contra la muerte! A veces, el desaliento me invada, y no aspiraba ya entonces ms que a la muerte misma, para lograr al fin la certidumbre que nunca hallaba en la existencia Y ahora aadi, con una como vaga o dolorosa turbacin en la voz, ahora soy el mdico de los muertosestoy muerto yo mismo y bastante s ya, despus de todo, sobre este incurable mal que nos acosa, noche y da, bajo la aparente quietud del camposanto esta implacable e invencible vida, que por todas partes recomienza, a cada instante fuera y dentro de nosotros, su trabajo de zapa interminable Alucinante morbo! Espeluznante enfermedad!

Ech a andar, por entre las cruces y las losas o por lo que de ellas an quedaba aqu o all, y fue a hundirse, blandamente, en aquel mismo punto del ciprs, que era lo suyo. Pudo escucharse con cunto cuidado y precauciones se encerraba, procurando tapar toda grieta o hendija por donde filtrara algo, todava, hasta all abajo, del soplo de la brisa o de la magnificencia de la noche, o del suave e insistente llamar desde su nido, del pjaro engaosamente despertado por el claror de la luna. Sacando uno de sus brazos por un restante agujero an abierto, acomod mejor, sobre s, la mohosa lpida, cual sbana o cobija, y cerr finalmente desde adentro, esta ltima abertura al exterior. Junto al nombre desvado, haba unas cifras ya borrosas, unas cifras que haban sido doradas, en su tiempo, y que lo mismo podan ahora significar las fechas del nacimiento y de la muerte del doctor, que las nocturnas horas de consultas del mdico Del Mdico de los Muertos!

Era ya muy tarde, y los mil ruidos que venan de la ciudad haban cesado por completo. De modo que los muertos se olvidaron del motivo mismo de su salida, y todos imitaron el ejemplo del doctor. Volvieron los difuntos a sus cruces, as como retornan, a cierta hora, a sus olivos los mochuelos! Y la paz volvi a reinar, por el momento, en el pequeo camposanto abandonado. La luna segua su curso por el cielo. Los grillos cantaban con pasin. Brillaban los cocuyos. A ratos, como una rfaga del mundo, un murcilago henda el aire. Y poco a poco iban cayendo, como pesadas gotas de algn licor capitoso, las pequeas flores blancuzcas y viscosas de concentrado y denso aroma embriagador; blanqueaban en el suelo, al pie del rbol, a la luz de la luna, como huesecillos esparcidos Ya los muertos reposaban y dorman nuevamente, cada uno en su sitio, cada cual bajo su lpida o su tmulo, o bajo su montculo y sus piedras Engaosas apariencias, s!

Ms nunca os voy a decir: Quedad en paz! Descansad en paz!. Ya s lo que es vuestro descanso, vuestro eterno descanso Momentnea pausa apenas!

Efmero intermedio!Atesorando palabras

1. Para desarrollar sus saberes, toda persona debe enriquecer progresivamente su lxico. Con la ayuda del contexto, precisa el significado de las siguientes palabras:

herrumbrosa, coposos, adyacentes, abruptos, resquicio, trepidaba (trepidar), la haz, epitafio, egolatra, vaho,

efluvio, falaz, oteando (otear), acre, libaban (libar), quimrico, zapa, morbo, capitoso, viscosas, efmero.

2. Aade a la lista anterior cualquier otra palabra que desconozcas e intenta precisar su significado con la ayuda del contexto, o con el diccionario.Descubriendo el texto

1. Qu impresin te produjo la lectura de este cuento? Cuando leste el ttulo, imaginaste su contenido?, qu pensaste?, qu te agrad ms de este cuento?, te pareci interesante?, por qu?

2. Qu tipo de narrador est presente en el relato?

3. Quines son los personajes?, quin es el personaje principal? Seala las caractersticas psicolgicas de al menos tres de los personajes principales.

4. Cmo interpretas el hecho de que los muertos de un lejano cementerio fueran a pedir refugio a los difuntos del relato?

5. Cmo es el ambiente que se presenta en la primera parte del relato?, siempre fue as?, cmo era antes?

6. Por qu decidieron salir de sus tumbas?, cules fueron sus razones?, qu opinas al respecto?

7. Cmo se comportan los personajes?, qu sntomas estn presentando?

8. Cul es el descubrimiento del mdico?

9. Qu significado tiene la primavera en el cuento?, cul es la reaccin de los muertos ante ella?

10. Cul es la reflexin del mdico?

11. Observa las descripciones de la primavera y enumera las caractersticas que se manifiestan en ella.

12. Selecciona en el texto ejemplos de recursos literarios como humanizaciones, smiles y metforas.

13. Crees que en este relato hay humor e irona?, cmo los logra el autor?, hay elementos fantsticos?, hay realidades?, todos estos elementos se entretejen en la historia? Razona tus respuestas.

14. Qu episodios del cuento te hicieron sonrer y cules te hicieron reflexionar?

15. Qu opinin te merece el abandono de los cementerios? Comenta.

16. Qu mensajes podran derivarse de este cuento?

17. Qu interpretacin das al ltimo prrafo del cuento?

18. Discute en equipo, con la orientacin de tu profesor o profesora, el siguiente planteamiento:

a) Crees que el humor es algo serio mediante el cual podemos realizar profundas crticas al mundo que nos rodea? Razona tu respuesta. Da ejemplos.

b) Una vez finalizada la discusin, escriban las conclusiones del equipo y comprtanlas con el grupo.