el marco de referencia de la pastoral de la escucha
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301 del 2011: el marco de referencia de la pastoral de la escucha
Pastoral de la escucha
El marco de referencia de la escucha y orientación pastoral
Autor: Luis Alberto de Brito
¿Cuáles son las condiciones en las que el encuentro para la escucha pastoral debe
transcurrir? La nota aborda algunas de las cuestiones (el tiempo, el lugar, el vínculo que se
establece) que hacen a la posibilidad misma del ministerio de la escucha.
En la generalidad de las relaciones de ayuda se propone "un marco de referencia" para
establecer el vínculo entre quien ayuda y quien es ayudado. Al mismo se lo suele llamar
"encuadre". La psicoterapia tiene, en general, un marco más formal que el counseling u
orientación, psicológico o filosófico. En todos los casos se impone fijar horarios, lugares,
frecuencia de encuentro, honorarios, duración de cada encuentro, tipo de vínculo que se va a
favorecer entre ambas personas. La sola mención de estos elementos del encuadre nos
hacen pensar que la orientación en pastoral tiene una peculiaridad que no podemos dejar de
intentar elaborar.
El lugar y el tiempo
Necesitamos diferenciar dos grandes tipos de situaciones: las consultas aisladas, únicas y las
que tienen un carácter de proceso. Las primeras, muy habituales en el ámbito pastoral,
requieren ser jerarquizadas, valoradas. El escucha debe otorgarles dicho valor con sus
actitudes y con el modo en que propone el diálogo y la comunicación. Mas simplemente, si
alguien se acerca para un diálogo y quiere consultarnos algo tenemos que disponer de
ciertas condiciones mínimas.
Primeramente, un lugar apropiado para que ese diálogo tenga lugar. Normalmente no habrá
lugares exclusivos (como suelen tener quienes actúan profesionalmente), pero el agente de
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pastoral tiene que tener prevista la solución al respecto. Ha de ser un lugar en el cual se
tenga el mínimo de comodidad para entablar el diálogo. Ha de ser un lugar con la privacidad
necesaria, donde no haya continuas interrupciones, ni uno en el cual estemos cercados por
otros grupos o personas que vengan a ocuparlo. Sean cuales fueren las dificultades para
disponer de un lugar así, es parte de la preparación el tener en mente la solución. En última
instancia, es preferible un lugar al aire libre, un poco apartado y silencioso. Conste que he
dicho que se trata de una posibilidad última. En realidad, lo adecuado sería que la persona
pueda realizar la consulta sin que otras personas de la comunidad sepan que la misma está
teniendo lugar. Puede que a algunos parezca demasiado concreto o exagerado este cuidado.
Baste decir que todo se dirige a mantener la confidencialidad y privacidad sin la cual
cualquier diálogo de ayuda se convierte en una conversación de pasillo, sin responsabilidad,
pero también expuesta a consecuencias negativas.
El escucha ha de asegurarse de disponer del tiempo necesario de ambas partes. Es muy
común que las personas se acerquen pensando que bastarán "cinco minutos" para aquello
que quiere compartir o consultar. En ocasiones, ese argumento, "¿me puede dar cinco
minutos?" es un modo de convencer al escucha. En un ámbito pastoral negarse a ofrecer
esos cinco minutos se calificaría de mezquindad manifiesta.
En todo caso, el escucha puede recibir "el título" con el cual le es presentada la cuestión y
hacerse una idea del tiempo que puede necesitarse. Si el consultante no lo presenta se le
puede preguntar al respecto ("¿sobre qué cuestión quiere usted conversar?"). Esto le
permitirá una primera evaluación acerca de la duración del encuentro y de los momentos
convenientes para el mismo.
Si el escucha no dispone del tiempo necesario puede entablar un breve diálogo y acordar
otro lugar y momento. Se trata de establecer un primer contacto que permita ser retomado
en otro encuentro. La persona que consulta ha de darse cuenta que cuando se le propone un
encuentro para otro momento se está prestando atención a una necesidad de tiempo, que al
fin se obra así en favor suyo.
Michel Quoist aconsejaba en su Triunfo: "nunca digas que no tienes tiempo para nada, no
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digas que es totalmente imposible el encuentro, más bien mira tu agenda, encuentra la
primera ocasión posible, aunque sea lejana, y ofrécesela tranquilamente a tu interlocutor".
Creo que esa sabiduría sigue vigente. El consultante no experimenta desprecio alguno, no se
siente un peso o carga para el otro y objetivamente no es rechazado.
Si el consultante manifiesta ansiedad y urgencia, queda la opción de sugerirle la escucha por
parte de otra persona de la comunidad. Eventualmente podría considerarse la posibilidad de
ampliar su disponibilidad de tiempo, realizando el encuentro en ese mismo momento. Esto
último, no es aconsejable, pero puede darse en casos extremos. Es importante mantener las
reglas del encuadre sin por ello ponerse rígidos. El escucha ha de tener en cuenta que
dejándose manipular en su disponibilidad no ganara nadie (si se trata de tal manejo y no se
trata de algo "de vida o muerte").
En materia de tiempo dedicado al encuentro lo habitual es poner un límite que ronda entre
los 45 y 60 minutos. En las consultas ocasionales puede que sea menos. Lo que se ha de
cuidar es de no exceder esa duración. La capacidad de atención es la que fija tales límites.
Por otro lado, no se trata de intentar "agotar" el tema o motivo de consulta, lo cual sería
ilusorio. La persona necesita tiempo para dejar decantar aquello con lo que ha tomado
contacto.
Las personas angustiadas que piden ser escuchadas necesitan comprender que el escucha
está dispuesto a darle su tiempo, pero que el mismo no es indefinido. Siempre es posible
concertar otro encuentro en un tiempo prudencial. Si es así, es conveniente fijarlo hacia el
final del diálogo. Quienes escuchan a otros han de tener su agenda a mano para fijar con
seguridad tales horarios.
El vínculo
En cuanto al tipo de vínculo, la orientación en el ámbito pastoral presenta algunas cuestiones
a resolver. Lo fundamental, a mi entender, es proponer un vínculo que se diferencie de otros
tipos de diálogo. Normalmente se dice que los orientadores no pueden ofrecer su escucha a
familiares o amigos. Podemos preguntarnos qué sucede con los vínculos comunitarios.
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Los vínculos comunitarios son de un carácter peculiar. Un catequista que escucha a otro no
es ni familiar ni amigo, pero se encuentra con esa persona habitualmente y eso ha de ser
tenido en cuenta. El escucha tiene que evaluar la posibilidad de verse obligado
confidencialmente hacia alguien con quien debe luego trabajar en otro orden de cosas. Esto,
por no mencionar que la confidencialidad ha de ser cuidada y si es posible, recíproca. "¿Qué
te dijo fulano?", "¿qué te aconsejo el padre tal?", preguntas muy comunes que pueden
derivar en malentendidos, cuando no en chisme. Con sencillez, sin muchos rodeos es posible
acordar la confidencialidad, sin hacer de ello un tabú que paradójicamente pueda revertir en
un contar con-fidencialmente a otros.
Humildemente creo que éste es uno de los grandes desafíos de la escucha en pastoral. Por
algo al interior de las comunidades religiosas o entre presbíteros se hace tan difícil confiar y
sentirse a las anchas. Y por algo las personas confiables nos parecen sabias, aunque no
tengan grandes títulos. Volveremos en algún momento sobre esta verdadera necesidad
psicológica del ser humano.
En la escucha en el ámbito pastoral, muchas consultas son de una ocasión única y por ello es
importante dar un cierre, aunque sea provisorio, al encuentro. Con ello intentamos "cerrar"
la "figura o gestalt", como dicen los gestálticos. Esto se suele lograr proponiendo a la persona
que consulta que haga una síntesis de lo que se lleva del encuentro. Y así, queda libre y nos
deja libres de inquietudes. Si no se acuerda un próximo encuentro, se le puede solicitar a la
persona autorización para retomar el tema, al menos como interés ("¿te puedo preguntar
cómo te ha ido en esto que me consultaste?") o como posibilidad ("estoy a tu disposición
para cuando quieras retomar lo conversado"). Si la persona manifiesta alguna reticencia, es
un signo claro de que sólo él/ella podrá volver a plantear el tema.
Si el motivo de consulta o la relación con la persona es de tal índole que angustia o inquieta
al escucha, este necesita discernir si ha de continuar próximamente con otro encuentro.
Propongo aquí una modalidad que es discutible, como todo. Creo que es parte de la actitud
de congruencia comunicar con delicadeza tales cosas, dejando en claro que se trata de algo
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personal ("no sos vos, ¡soy yo!"; "no es que tu problema sea muy grave, es que a mí me
causa inquietud por motivos que no vienen al caso mencionar"). Con esto se ayuda en varios
modos: la persona descubre la naturalidad y humanidad de ese diálogo; ratifica que todos
somos en cierto modo vulnerables y que hemos de cuidarnos; recibe un modelado de cómo
es posible rehusarse sin por ello ofender ni afligir. Quede claro que se trata de situaciones un
tanto excepcionales, para las cuales es preciso prepararse.
En el ámbito pastoral habitualmente no existen honorarios. Por ello es necesario redoblar el
esfuerzo por jerarquizar el servicio. Es necesario superar una idea vulgar por la cual lo que no
cuesta (caro) no vale. El escucha es quien valoriza su propia entrega y la hace valorizar. Con
sencillez, pero con firmeza. Se valoriza el encuentro mediante las actitudes, particularmente
la aceptación y respeto. Si el escucha da muestras de su valoración del encuentro, se
convertirá en una invitación a actuar de igual modo al consultante. Si se producen signos
negativos hay que comunicar congruentemente lo que experimentamos y dejar al otro en
posibilidad de continuar o no.
Algunos de los signos negativos que atentan contra la valoración del encuentro de ayuda
pueden ser los siguientes: reiterados fallos en el cumplimiento del horario convenido;
ventilar con otras personas ligeramente lo conversado en la entrevista; pedir consejo sobre el
mismo tema a otras personas de la comunidad y comunicarles lo que "supuestamente" dijo
el escucha.
Ciertas reacciones se suelen producir en procesos de ayuda, generalmente más prolongados
como en psicoterapia: "resistencias" (enojos, críticas, cuestionamientos, escenas de
agresividad o de seducción, etc.). El orientador y el escucha pastoral tal vez no deban
enredarse en intentar manejar exitosamente tales emergentes. Pero deben tener en cuenta
que aunque no analicen la "transferencia" –término usado en psicoanálisis para designar un
proceso por el cual algunos deseos inconscientes o modos de relacionarse, especialmente
infantiles, se actualizan sobre el interlocutor dentro de un determinado tipo de relación
establecida con el mismo– no significa que tal proceso no exista. De aquí que, aunque
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prefieran discontinuar los encuentros a la vista de esos "signos negativos" han de tener claro
que muy probablemente el/la consultante no está dirigiendo a él/ella sus dardos o sus
flechas amorosas. El escucha puede decirse claramente "no es conmigo la cosa" y procurar
no engancharse.
Puede ser que el consultante desee entablar un proceso más o menos breve de relación de
ayuda. En ese caso, conviene que el escucha se haya entrenado en alguno de los modelos de
proceso de ayuda. En ellos se propone una serie de etapas, con destrezas particulares para
cada una de ellas, y apuntando a objetivos (que se irán explicitando al consultante a medida
que sea necesario y conveniente). Egan, Carkhuff y Marroquín han propuesto modelos
semejantes, con algunas variantes.
En esta nota nos hemos focalizado en relaciones de ayuda de uno o pocos encuentros. Por lo
cual no estamos interesados en los modelos de mayor extensión en el tiempo. Y si nos
preguntamos por los objetivos de estos encuentros, nos pueden venir bien lo que los autores
mencionados más arriba asignan a la primera etapa de todo proceso de consulta y diálogo.
La actitud fundamental de parte del que escucha es atender. El efecto que se espera
produzca en quien consulta es sentirse recibido. Gerard Egan lo propone de este modo: "la
meta del orientador es prestar atención. Atender al otro, tanto física y psicológicamente,
darse completamente a ‘estar con’ el otro, trabajar con el otro" (G. Egan, El orientador
experto, México 1981, 28).
Si tenemos en cuenta que una de las necesidades fundamentales del ser humano consiste en
este poder contar con alguien en quien confiar, en quien desahogar el ánimo, sin sentirse
expuesto, habremos de darnos cuenta de la importancia del ministerio de la escucha. En la
perspectiva de la fe se trata, creo, de una verdadera vocación, un llamado que Dios hace.
Como hemos dicho en otras ocasiones, no hace falta imaginarse este llamado de un modo
espectacular o fruto de quién sabe qué dones extraordinarios del Espíritu. Pero con la
discreción que el Espíritu de Dios suele tener para suscitar servidores del Pueblo de Dios
podemos suponer que en un tiempo tan individualista y orientado al aislamiento, debe estar
suscitando muchos escuchas, sólo que estos no han de dejarlo todo al don de Dios. La
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capacitación, medio ordinario que en todo servicio se supone, es también aquí necesaria,
imprescindible.
Al fin, Dios nos va preparando y capacitando poniéndonos ante personas y problemas,
situaciones y dificultades; así vamos aprendiendo a escuchar y ser escuchados, atender y ser
atendidos.
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