el llamado del color rosa

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. . . . . . Los sueños son solo sueños; y las noches son solo susurros opacos de las tristes almas atormentadas.

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Los sueños son solo sueños; y las noches son solo susurros opacos de las tristes almas atormentadas.

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Los sueños son solo sueños;y las noches son solo susurrosopacos de las tristes almasatormentadas.

Zedfhel du Himr(Harold Isaac Martínez Rangel)

EL LLAMADO DEL COLOR ROSA

Todos los derechos reservados

Zedfhel du Himr Harold Isaac Martinez Rangel El llamado del color rosa

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Me desperté dentro de éste pequeño y asfixiante cuarto, sucio, oscuro y de un color

amarillo viejo. Me quito de enzima uno de los muchos cuerpos mutilados y muertos que había

a mi alrededor, sé que están muertos y en un estado muy avanzado de descomposición

pero… no hay olor alguno en ninguno de ellos. No siento asco, ni miedo o desagrado alguno.

Me abro paso entre ellos hacia la única puerta que hay en el pequeño y húmedo lugar.

Algunos cuerpos parecen tener pequeños espasmo y otros empujan a otros para

acomodarse en tan apretado lugar. Salgo del cuarto y entro a un pasillo estrecho y con

algunas decoraciones que me son muy familiares. Un pasillo en el que he atravesado en

algún punto de mi infancia. Volteo hacia atrás y uno de los cuerpos esta recargado sobre la

puerta amarilla del pequeño cuarto, siento una mirada penetrante, y a pesar de que aquel

cuerpo tiene un hueco enorme donde debería de ir el rostro, sé que me mira con desdén.

Lentamente cierra la puerta y desaparece detrás de ella. Vuelvo mi mirada hacia la puerta

que se encuentra al otro lado del pasillo, y de la puerta de hierro viejo; entra una mano larga,

pálida y flaca, desde una pequeña ventanilla que ésta posee, hasta el pasador de la puerta.

Jala la cerradura y abre la puerta dejándola emparejada. La mano desaparece por la ventana,

me acerco a la puerta y mientras atravieso el pasillo, veo fotos de personas que conozco,

pero que no puedo ver sus rostros. Todo está muy opaco y borroso. Abro la puerta y veo un

tramo de pasillo que termina abruptamente en un puente de roca a mitad de él. Se ve oscuro y

triste afuera de aquellos pedazos de lo que es el pasillo. Camino y escucho una voz tras de

mí, volteo y veo la figura de alguien conocido, una persona amada y vieja, la cual está parada

en el umbral de la puerta. Viéndome sin ojos, sonriéndome sin boca. Dice cosas que no

puedo entender, mentiras de alguien que me quiere convencer de ser alguien a quien alguna

vez amé. Me alejo sin temor alguno de aquella silueta demoniaca que pretende engañarme, y

empiezo a caminar sobre aquel puente de roca. Un puente largo y sin fin, frío y solitario.

Alrededor de él parece no haber nada más que una bruma espesa y siniestra, como si fueran

olas que susurran pestes de alguna forma. ¿Horas, días, años? No sé cuánto he caminado

por él, pero sigo haciéndolo sin saber aún por qué. Se escucha a lo lejos algo que surca y

nada entre las olas nublosas que decoran el lugar. Algo enorme, como un cerro en

movimiento que nada en silencio, asechando… como un tiburón que espera el momento de

matar. Entonces veo a lo lejos una pequeña luz que emana de una pequeña choza al final del

puente. Lentamente prosigo con mi procesión sin sentido hacia aquella luz. Pequeñas bolas

de carne verdosa se apresuran a correr y llegar antes que yo hacia aquel lugar al que me dirijo

yo. Pasan entre mis pies como gallinas que se apresuran a comer. El puente termina en una

casita vieja de adobe. Entro y esta vacía. Solo una mesa con una silla en el centro, y en el

fogón algo se cocina. Un olor muy conocido por mí, frijoles de la olla que están listos para

servir. Agarro un plato y me sirvo, me siento a comer en la solitaria mesita de aquel pequeño

lugar. Y mientras lo hago, me doy cuenta que el techo está lleno de lenguas y brazos

mutilados, colgados como una decoración enferma a lo que uno aborrece como humano.

Termino mi plato y me dirijo hacia la puerta que está del otro lado. Salgo de aquella pequeña

casa y ahora estoy en el corral de lo que parece ser un rancho, todo sigue oscuro. Camino por

una brecha ya marcada por el piso, mientras que criaturas sin cabezas en sentido contrario se

dirigen con calma hacia la casa de la cual yo he salido. Atravieso aquel potrero muerto hasta

llegar a una caseta vacía que da a una estación de tren sin vida. Espero parado, sin moverme

o inmutarme por lo bizarro del paisaje. La mitad de un perro habla por su celular de lo mal que

fue su fiesta en la noche del ladrar. Me pareció gracioso ver que en verdad se quejaba de lo

mal que le fue al tratar de devorar a un bebé que aún yacía en el útero de su mamá. Suena un

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Zedfhel du Himr Harold Isaac Martinez Rangel El llamado del color rosa

sonido de algo que se acerca, y aparece una masa de piel, cuero y viseras arrastrándose con

fuerza y agresividad sobre las vías del tren. La máquina que impulsa a todo ese gusano de

carne y huesos es una parte de algo que asemeja a un individuo, grande y que esta

encadenado de fierros y cadenas que salen de su cuerpo. Y arriba de él, sobre su lomo. Yace

un altar de carne y músculos, donde está parado un perro con ocho cabezas, dirigiendo aquel

extraño gusano con ruedas de metal. Se abren las puertas y entro dentro de aquel ser. Es

como un tren ligero, con asientos y pasamanos incrustados en las puertas de aquel vehículo

horrendo. Se cierran las puertas y todo empieza a moverse. Por las ventanas se ven campos

oscuros y figuras fantasmales que aparecen y desaparecen sin algún sentido. Me da algo de

sueño, y empiezo a cabecear, el sonido áspero y ruidoso, jadeante como de algún animal me

arrulla. No puedo mantenerme despierto, me recargo sobre la ventana y me duermo.

Despierto al lado del perro de ocho cabezas, sin ojos y lleno de hocicos con filosos dientes.

Ladrando y gruñendo con mucha agresividad, extrañamente estoy calmado, sentado al lado

del diablo. Viendo pasar las vías del tren y desaparecer del forcejear de aquella criatura que

se arrastra con fuerza hacia a un destino desconocido. Me aburro de estar allí, así que me

levanto y trato de agarrar al perro, pero este se empieza a derretir frente a mí. Algo envuelve

con fuerza a esta locomotora infernal, la criatura brama con dolor y todo se oscurece, duermo

otra vez.

Algo me pica en mi mano, me despierto y veo que estoy en medio de algún lago, sobre

una canoa vieja, iluminada por una pequeña luna amarillenta. El lago está rodeado de neblina

y tranquilidad. Vuelvo a sentir una punzada en mi mano, volteo y tengo mi puño cerrado, pero

está sangrando. Algo me está picoteando. Abro mi mano y en ella veo que estoy yo, con ojos

grandes y desorbitados, riendo y enloquecidamente apuñalando mi propia mano con manos

en forma de estacas. Me veo a mí mismo y sonrío. Repentinamente aprieto mi mano y me

aplasto a mi yo pequeño, me llevo lo que queda de mí a mi boca y me empiezo a comer a mí

mismo. Un sabor asqueroso y podrido sale de mi propio ser, tanto es el asco por probar aquel

sabor acedo de mí, que empiezo a vomitar sin control. Suciedad sale a gran velocidad y sin

control de mi propio ser. Tanto que término inundando la canoa y contaminando aquella

laguna pacífica sobre la cual me encontraba. Me ahogo en mi propia suciedad. Entonces me

levanto y salgo de entre las heces que inundan aquel lugar. Me agarro de la orilla de algo, y

salgo de lo que parece un pequeño chapoteadero que se encuentra en un baño público. Un

enorme baño con baños sucios y que parece no tener fin; un templo de azulejos sucios con

hedor a heces y orina es lo único que se puede apreciar en el lugar. Empiezo a caminar sin

sentido sobre aquel laberinto de suciedad, acompañado solo del tintinear de mi

fantasmagórica sombra producida por la luz blanca que emana del techo. Me detengo al

hallar una pequeña reja que se encuentra al lado de un sucio baño. Retiro la rendija y entro

por aquel pequeño lugar, arrastrándome sobre lo que parecen ser pezones que adornan

aquel resumidero estrecho. Sonidos de lujuria y orgasmos resuenan por aquel apretado

lugar. Y una sustancia oscura y pegajosa emana de los pezones a un ritmo espasmódico del

sonar de los gemidos. Algo me agarra de la espalda y me jala hacia arriba. Me alejo de la

oscuridad a una gran velocidad y termino flotando frente a alguien que me empieza a gritar.

Mentiras, mentiras, y más mentiras habla de mí. Cosas sin sentido, nada tiene sentido. Una

voz burlona susurra en mi oído y entonces me doy cuenta que estoy sentado frente a un ataúd

el cual está siendo velado. Figuras encorvadas y envueltas en rebosos de color negro rezan,

una y otra vez mientras yo me encuentro sentado frente a algo que ya no está vivo. Un ataúd

rodeado por flores y cirios de color rosa que están dentro de un surco de sal, y un Cristo alto y

deforme al pie de aquella caja fúnebre, vigilando en silencio y con una mueca de asco al

muerto que se reúsa a morir. El tono y velocidad de los rezos resuenan en una reverberación

sin sentido, inundando el lugar, mientras las figuras viejas braman por sus largos hocicos,

mantras y rezos de algún Dios pagano. Un escalofrió pasa por mi espalda y todo se vuelve

lúgubre y pesado, muy pesado. Quiero salir, quiero llorar, quiero irme de aquel diabólico lugar.

Pero… pero no puedo, no puedo porque unas garras sobre mi hombro me retienen, me

aprietan sobre mi silla de plástico blanca. Alguien me ofrece un vaso de canela, la acepto y me

dan un vaso vacío pero caliente. Algo ruge sobre mi nuca y siento las garras de otra mano

flaca y delgada recorrer mi cabello. Las figuras encorvadas vibran y una masa de carne y pus

rompe en llanto. Dos ancianas corren por el techo, golpeándose y tratando de devorarse. El

Cristo deforme empieza a gritar y a retorcerse en su negra cruz mientras el ataúd es golpeado

desde su interior; como si algún animal amorfo quisiera salir con desesperación de su interior.

Quiero salir pero no puedo, las garras me abrazan y no puedo moverme. Algo suena; algo

cálido y conocido. Todo se detiene. Abro los ojos y el lugar está vacío, en silencio y tranquilo.

Vuelve a resonar ese sonido conocido desde un cuarto. Me levanto y me acerco a aquella

conocida canción. Abro la puerta y ahora estoy en una loma de algún cerro que alguna vez

visité en mi niñez. Vuelve a sonar aquel rasgueo que me dio libertad. Es de noche, pero es

hermosa. Un aire cálido y fresco pasa sobre mi rostro, la hierba se mueve al compás de las

olas del viento. Y me conduce delicadamente hacia el rasgueo de cuerdas que resuenan por

todo el lugar. Llego a un claro y en medio de aquel lugar, yace mi guitarra, quieta y hermosa,

reflejando el color blanco de la luna sobre ella. La tomo y la empiezo a tocar; un sonido

hermoso y calmante emana de ella. La pureza eterna habla en sus cuerdas. Minino aparece

junto con Vale, Pipis, Yelito, Manchitas, Cosa Bonita, Puntita Blanca, La Gata loca y La

Ardilla. Los nueve gatos acuden a mi llamado, y moviendo sus colas al son de mi canción,

ronronean y se posan alrededor de mí. Atentos y felices cantan y bailan mientras mi canción

llena de felicidad a mi alma. El claro se ilumina y la Luna se transforma en un universo

perfecto que entre nota y nota explota. Vale se acerca a mí y con su enorme ojo contenedor

de almas, me habla. –Ya tengo hambre, y me quiero salir. Ya es hora de despertar.-

Un flash resplandece junto con un ruido corto y ensordecedor. Me despierto en la

oscuridad, y el silencio de la noche es interrumpido por el ronronear de Vale, que se

encuentra sentado al lado de la cama, quieto, observando. Me levanto de la cama y me

acomodo con algo de dificultad. Vale se acerca a mí y me pide con un –Miau – que lo saque

del cuarto. Me dirijo a la cocina, agarro y lleno un bote de croquetas y me dirijo a la puerta del

patio. Vale se adelanta y me apresura con otro –Miau -. Abro la puerta y él me espera al lado

de su plato, le doy de comer y el ronronea. Me dirijo de vuelta a la puerta, me detengo y volteo

hacia el cielo. La luna es bella y brillante, justo como en aquella hermosa canción.

Fin.

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