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MIGUEL HERNÁNDEZ: ANTOLOGÍA POÉTICA
EL LENGUAJE POÉTICO DE MIGUEL HERNÁNDEZ: SÍMBOLOS Y FIGURAS MÁS DESTACADAS
← El lenguaje poético de Miguel Hernández: símbolos y figuras retóricas más destacadas
A la hora de llevar a cabo un análisis del lenguaje poético de Miguel Hernández, hemos de
tener en cuenta que sus inicios como escritor se corresponden con los de un aprendiz de
poeta que trataba de imitar a los grandes autores clásicos, hasta que llegó a descubrir su
propia voz poética. Así, hay un enorme contraste entre la temprana poesía de este autor y sus
últimas composiciones.
En sus primeros poemas, se ve claramente reflejada su ambición por destacar. En sus
primeras creaciones, Miguel escribe versos de gran sonoridad, con ritmos y extensión
variados (de tres a dieciocho sílabas). Además, en ellas son muy abundantes las referencias
mitológicas: Iris, Leda, Apolo, Febo, Helios... provisto de un diccionario de mitología, otro de
rima y de Lengua, quiso impresionar desde el principio.
Lagarto, mosca, grillo, reptil, sapo, asquerosos
seres, para mi alma sois hermosos.
Porque Iris, señala
con su regio pincel,
vuestra sonora ala
y vuestra agreste piel.
Una importante característica de la poesía de este autor es que, para conseguir una mayor
complejidad en sus primeras composiciones, intentaba emplear un vocabulario muy
rebuscado. Enriquece su lenguaje incluso con voces creadas por invención propia o muy
cultas o poco frecuentes: ‘río alegente’, ‘cornamusa’, ‘linfa oriazul’, ‘valle feraz’ (por ejemplo,
en «El chivo y el sueño»).
Otras veces adopta, dentro del costumbrismo regionalista, términos del habla
huertana, el panocho, el dialecto de las huertas de Orihuela y de Murcia unidas por el río
Segura, como se puede comprobar en el poema titulado “¡En mi barraquica!”.
En su primer viaje a Madrid, Miguel Hernández ha podido constatar que su nivel poético
no está a la altura de lo que él ha alcanzado a ver en la capital de España y decide
renovar completamente sus ideas literarias. De ahí, su decisión de acercarse a los
movimientos vanguardistas y de renovar su lenguaje, su técnica y su estilo.
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Se embarca entonces en una nueva producción que constituye su particular homenaje a la
figura de un poeta denostado durante siglos por hermético y oscuro y reivindicado por los
miembros del grupo poético del 27 en el tercer centenario de su muerte: Góngora. Emplea un
registro más elevado, que contrasta con su humilde posición social. Escribe una poesía
hermética y de sintaxis compleja y rebuscada, con un acento culterano heredero de
Góngora, especialmente gracias a la metáfora. Las metáforas, además de estar muy
elaboradas, poseen la peculiar cualidad de resaltar situaciones y objetos comunes de la vida
diaria. Todo esto queda bien reflejado en los poemas de Perito en lunas (1933). De ese modo,
fue elevando el nivel de lo cotidiano, haciendo que las cosas más sencillas de su alrededor
adquieran una dimensión admirable.
Con la publicación de El rayo que no cesa, Miguel Hernández aparece como un poeta
que ha asimilado plenamente la influencia de Quevedo, así como la forma estrófica del soneto.
Todo ello le sirve para expresar a la perfección su pasión de enamorado, después de haber
iniciado una relación con la que acabaría siendo su esposa, Josefina Manresa. En este libro,
encontramos la presencia de determinados símbolos como el cuchillo, el rayo, la espada, el
fuego, el naufragio o el toro, como manifestación del sino sangriento y de la pena amorosa
que pasa a vivir el Miguel Hernández:
En el contexto amoroso, el símbolo del “toro” representa la figura del amante.
Instrumentos de dolor y tortura, hirientes, como es el “cuchillo” (también la “espada”,
“guadaña”, “espina”, “puñales, “martillo”, “hachas”, “piedras”) constituyen símbolos de
las heridas de amor (tormento de amor) y muerte.
Fenómenos atmosféricos que remiten a un estado de convulsión, de pasión
desatada ,como el “huracán”, “vendaval”, “tormenta” y, sobre todo, el “rayo”, visualiza la
fuerza aniquiladora de la pasión amorosa.
Con toda esta imaginería, el poeta, además, traslada de un modo muy expresivo la
vivencia del dolor amoroso a la esfera del dolor físico.
Al irrumpir la guerra, Miguel Hernández se convierte en un “poeta soldado” con Viento del
pueblo. Busca ahora una poesía más directa que recrea, en muchos momentos, su carácter
oral, de ahí el empleo abundante del romance y del octosílabo (metro popular que hunde
sus raíces en la poesía tradicional. Miguel Hernández busca las formas tradicionales para
contener su entusiasmo combativo y, además, llegar al pueblo.
Por otra parte, la poesía hernandiana se alimenta de símbolos del animalario. Desde El
rayo que no cesa hay un paralelismo simbólico entre el poeta y el toro de lidia, destacando en
ambos su destino trágico de dolor y de muerte, su virilidad, su corazón desmesurado, la fiereza
y la pena. Precisamente el “buey” representará después (en el poema «Vientos del pueblo»),
en contraposición con el “toro” y frente al “león” y el “águila” la mansedumbre, la sumisión
y la cobardía:
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Finalmente, con Cancionero y romancero de ausencias (1938-1941), alcanza la
madurez de su expresión poética y el poeta prescinde de todo aquello que resulte superfluo o no sea absolutamente esencial. Se trata de una poesía que busca la verdad
humana y que se muestra casi desnuda de artificio: poemas breves y versos cortos, con
metros más tradicionales, en forma de canciones, romances, romancillos y coplas, en la que
son muy frecuentes los paralelismos, los versos en forma de estribillos, con un claro predominio
de la rima asonante. Todo ello contribuye a dotar a sus poemas de cierta musicalidad y a
situarla en evidente cercanía con esa poesía de inspiración neopopular que, en ocasiones,
nos recuerda a su admirado Federico García Lorca. ■
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