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Colección de Arte Amalia Lacroze de Fortabat EL LEGADO DE AMALITA EL InCrEIbLE MusEO quE LA “DAMA DEL CEMEnTO” LEs OFrECIO, Aun En vIDA, A LOs ArGEnTInOs una obra de rafael viñoly, considerada una pieza de arte en sí misma, reúne 260 cuadros de un valor inestimable. La mayoría de las pinturas, que antes decoraban las casas de la viuda de Fortabat, integran una de las pinacotecas privadas más importantes. Hoy, por voluntad –y generosidad– de Amalita, los cuadros de brueghel, Chagall, Dalí, Warhol y grandes artistas nacionales están al alcance de todos Amalita siempre fue una apasionada del arte. Su colección aglutina más de mil obras, de las cuales sólo 260 se exhiben en la Colección de Arte Amalia Lacroze de Fortabat, en Puerto Madero. Cada una de sus casas era considerada una pequeña pinacoteca, ya que en sus paredes podían colgar obras tanto de Van Gogh como de Monet o Renoir. El museo está abierto de martes a domingo, de 12 a 21, y la entrada tiene un valor de 20 pesos.

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Page 1: EL LEGADO DE AMALITA - Rodolfo Vera Calderón · marcha otra vez el proyecto. Yo no estaba muy entusiasmada, porque da mucho trabajo corre- ... sigue el guión temático-cronológico

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Colección de Arte Amalia Lacroze de Fortabat

EL LEGADO DE AMALITAEL InCrEIbLE MusEO quE LA “DAMA DEL CEMEnTO”

LEs OFrECIO, Aun En vIDA, A LOs ArGEnTInOs

una obra de rafael viñoly, considerada una pieza de arte en

sí misma, reúne 260 cuadros de un valor inestimable. La mayoría de las

pinturas, que antes decoraban las casas de la viuda de Fortabat, integran

una de las pinacotecas privadas más importantes. Hoy, por voluntad –y

generosidad– de Amalita, los cuadros de brueghel, Chagall, Dalí, Warhol

y grandes artistas nacionales están al alcance de todos

Amalita siempre fue una apasionada del arte. Su colección aglutina más de mil obras, de las cuales sólo 260 se exhiben en la Colección de Arte Amalia Lacroze de Fortabat, en Puerto Madero. Cada una de sus casas era considerada una pequeña pinacoteca,

ya que en sus paredes podían colgar obras tanto de Van Gogh como de Monet o Renoir. El museo está abierto de martes a domingo, de 12 a 21, y la entrada tiene un valor de 20 pesos.

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C uando regresó a su departamento, después del tradicional corte de cin-ta y una breve ceremonia de inau-

guración, lo descubrió vacío. “¿Cómo se siente ceder una colección de arte para un museo? ¿Cómo es saber que el cuadro que estaba en tu living ya no está? ¡Un horror! Hoy, cuando llegué a mi casa, que es inmensa y altísima, sentí que se había transformado en una tumba fan-tástica. Un horror, insisto. ¿Qué hice? Enseguida ordené que colgaran otros cuadros. Tengo que ir al sótano para ele-gir mejor, porque creo que voy a cambiar alguno…”, se lamentó.

Fue otra jornada inolvidable. “Uno de los días más felices de mi vida”, precisaría luego Amalita. El miércoles 22 de octu-bre de 2008 recorrió por primera vez los pasillos y salas de su museo, Colección de

Arte Amalia Lacroze de Fortabat. Cami-naba con cierta dificultad, ya usaba bas-tón. Chequeó que todo estuviese en su lugar, que cada obra ocupase el espacio que ella había dispuesto y que cada cáma-ra apuntase hacia donde ella había orde-nado. Se quejó ante sus invitados: “Acá está todo muy organizado aunque, por supuesto, en el catálogo se equivocaron con el nombre de un cuadro. Pero no me voy a hacer mala sangre, nada va a arrui-nar este día”, dijo. Quizá, muy dentro de sí, también se despidió de sus obras, los cuadros que durante años decoraron su tríplex de la avenida del Libertador. Minutos después, en la puerta de calle, entregó las llaves al recién designado ad-ministrador general, José María Ugarte, y se marchó. Ya no volvería jamás.

La Colección Amalia Lacroze de For-

tabat (que tiene su futuro garantizado por veinte años, como dejó estipulado su dueña) es considerada, junto con la Phillips de Washington y la Thyssen Bornemisza de Madrid, una de las pi-nacotecas privadas más importantes del mundo. Son más de 260 obras de arte, apenas una muestra de las 1200 que consiguió reunir Amalita en su vida. El criterio que rige la colección es, sim-plemente, “el gusto y la impronta” de Amalia Lacroze de Fortabat. “Todos los cuadros que se exponen fueron elegi-dos por mí porque, como soy bastante insoportable, no quería pelearme con nadie; lo hice a mi manera”, definió ella misma alguna vez.

El edificio que contiene la Colección de Arte Amalia Lacroze de Fortabat –en el dique 4 de Puerto Madero, el barrio

El edificio que alberga la Colección de Arte Amalia Lacroze de Fortabat fue construido en el Dique 4 de Puerto Madero y sus salas de exhibición, áreas públicas, privadas y de servicio se distribuyen en seis plantas rectangulares. Está coronado por una bóveda de vidrio y acero revestida por enormes parasoles de aluminio, paneles móviles que permiten controlar la iluminación de los pisos superiores con su mecanismo de apertura y cierre automático. La iluminación fue diseñada por la empresa alemana Erco, la misma que creó el sistema

de luces del Museo del Louvre, en París.

“Todos los cuadros que se exponen fueron elegidos por mí porque, como soy bastante insoportable, no quería pelearme con nadie; lo hice a mi manera”

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más joven de Buenos Aires– es considerado una obra de arte en sí mismo: fue diseñado por el arquitecto uruguayo Rafael Viñoly, actualmente radicado en Nueva York, artífice de obras como el Fórum de Tokio y la sala de jazz del neoyor-quino Lincoln Center. Tiene seis mil ochocien-tos metros cuadrados cubiertos y está coronado por una bóveda de vidrio y acero, con paneles móviles de aluminio que se abren o cierran se-gún la posición del Sol, por lo que el último piso puede quedar completamente al aire libre y con-vertirse en una inmensa terraza. Hace tiempo, con motivo de la inauguración, Amalita descri-bió en una entrevista cómo se gestó semejante emprendimiento: “Yo estaba en mi casa de Los Hamptons cuando Viñoly me propuso distintos diseños. Al principio, ninguno me volvió loca. Después vinieron años muy difíciles para Argen-tina [se refiere a la crisis de 2001, una de las más duras que atravesó el país y la que más golpeó al emporio Loma Negra]. Finalmente, en 2005, cuando me entró un poco más de plata, puse en marcha otra vez el proyecto. Yo no estaba muy entusiasmada, porque da mucho trabajo corre-gir y arreglar todos los detalles… Pero al final lo hice, y aquí está”, dijo.

El recorrido, a través de las distintas salas de exposición distribuidas en las cuatro plantas del inmueble, sigue el guión temático-cronológico

Arriba: Alfredo Fortabat, en un dibujo en carbonilla que el pintor español Alejo Vidal-Quadras (1919-1994) realizó en 1961 durante una de sus tantas visitas a

Buenos Aires. Abajo: los tres nietos de Lacroze de Fortabat fueron retratados por Antonio Berni, ya que él guardaba una gran amistad con la empresaria. De izquierda

a derecha: Bárbara Bengolea, Alejandro Bengolea y Amalia Amoedo.

Vidal-Quadras pintó a todo el jet set mundial –incluidos varios

miembros de familias reales europeas, como el último duque

de Marlborough o la princesa Grace de Mónaco–, y Amalita no podía ser la excepción. La

inmortalizó en un retrato al óleo que le hizo en 1962, donde posa con un vestido rosa, uno de sus

colores favoritos.

“berni era encantador. Cuando se ocupó de arreglar las

bóvedas de Galerías Pacífico, yo lo ayudé con las escaleras y esas

cosas, por lo que me regaló los tres cuadros de mis nietos”

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Arriba: El censo de Belén, del holandés Pieter Brueghel, el “Joven” (1564-1638), era el cuadro favorito de Amalita. La imagen retrata el invierno en un pequeño pueblo flamenco del siglo XVI y nunca ha sido restaurado. Hoy está valuado en

50 millones de dólares. Izquierda: Ramo de primavera (1966-1967), de Marc Chagall (1887-1985), en el que prevalece el azul, era otro de los cuadros que la directora de Loma Negra más disfrutaba. Abajo: la obra más preciada de

la colección, Julieta y su niñera, del maestro del romanticismo Joseph Mallord William Turner, que Amalita compró por 6,4 millones de dólares en 1980 y que

la llevó a ser tapa del New York Times. En toda América latina, sólo hay dos Turner: el otro, El Castillo de Carnavon (1830-1835), está exhibido en el Museo

de Arte de San Pablo. En la página opuesta: uno de los cuatro retratos que Andy Warhol (1928-1987) le pintó a Amalita.

dispuesto por Amalita. Todas son obras de importantes artistas que resaltan el es-pecial gusto de la coleccionista. Entre las pinturas latinoamericanas del siglo XIX sobresalen Apartando en el corral y Los Ca-pataces, de Prilidiano Pueyrredón, el pri-mer pintor que incorporó los desnudos en el arte argentino. Entre las del siglo XX se destacan La resistencia y El indeciso, de Emilio Pettoruti, junto con El almuer-

zo, de Antonio Berni, que estuvo durante años colgado en la sala de directorio de las oficinas de la torre Fortabat, a cua-trocientos metros del museo. También pueden apreciarse obras de Fernando Fader, José Malanca, Xul Solar, Pedro Fi-gari y Roberto Matta, entre otros. Entre las rarezas, hay un cuadro firmado por Ernesto Sabato.

¿Qué valor tiene la colección? La cifra

es prácticamente incalculable. Aunque cabe destacar aquí que sólo dos cuadros, dispuestos en una sala dedicada a obras extraordinarias de grandes maestros de diversas épocas, suman 120 millones de dólares. El censo de Belén, del flamenco Pieter Brueghel, el “Joven” (1564-1638) –que retrata el invierno en un pequeño pueblo flamenco del siglo XVI y todos se-ñalan como “el favorito de Amalita”–, fue

“Cuando Warhol me propuso hacerme un retrato, yo acepté bajo dos condiciones: que uno lo hiciera en turquesa, mi color favorito, y que me dejase aparecer con aros”

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cotizado en 50 millones de dólares. Mien-tras que Julieta y su niñera, pintura del británico Joseph Mallord William Turner (1775-1851) que refleja una espectacular vista de la plaza veneciana de San Marcos, hoy está valuada en 70 millones. Fue con la compra de este último cuadro, por el que pagó 6,4 millones en 1980, que Ama-lita grabó su nombre en la lista de mayo-res coleccionistas de arte de todo el plane-ta. Además, la muestra encierra obras de Chagall, Dalí, Warhol y Rodin.

Crítica de la ley de bienes culturales vigente, Lacroze de Fortabat contó una anécdota que le sucedió con los retratos de sus nietos hechos por Antonio Berni: “Era un hombre encantador, tenía una gran amistad con él. Berni fue quien se ocupó de arreglar las bóvedas de Ga-

lerías Pacífico, y yo lo ayudé vagamen-te con las escaleras y esas cosas, por lo que me regaló los tres cuadros de mis nietos. ¡Y tuve un trabajo para colgarlos en el museo, porque no tenía el recibo! Nadie sabe la guerra que significa col-gar obras que han sido obsequiadas. Y ni hablemos de cuando el artista ya está muerto. Simplemente, no pueden exhi-birse en un museo.”

En sus últimos años, Amalita dejó de comprar obras de arte. “No imaginan la cantidad que tengo guardada todavía; creo que me alcanzarían para otro mu-seo más”, dijo. Y, más de una vez, habló de la particular amistad que entabló con el genial Andy Warhol: “Creo que estaba enamorado de mí. Eramos muy amigos, me apreciaba muchísimo. Lo

llevaba a almorzar con la gente más di-versa: desde amigas de mi infancia hasta el presidente de Volvo. Recuerdo que llegaba con un suéter blanco hasta el cuello, y venían y le ponían una corbata. Era encantador”.

En el último año, la Colección de Arte Amalia Lacroze de Fortabat recibió a 48.500 visitantes. El 22 de octubre de 2008, cuando se despidió de su museo y sus obras y dejó su legado de arte para todos los argentinos, Amalita habló por última vez con la prensa. En un suspiro, aliviada, concluyó: “Una tarea más que me saqué de encima”, dijo.•

Izquierda, arriba: Entre duraznos floridos (1915), del

impresionista Fernando Fader, es otro de los cuadros por lo que

la “Dama del cemento” tenía un especial cariño. Coqueta y

romántica, siempre decía que le encantaba ver cómo el gaucho

se “chamuyaba” a la china. Izquierda, abajo: Los capataces, de Prilidiano Pueyrredón (1823-

1870), el primer pintor que incorporó los desnudos en el

arte argentino. Derecha, arriba: Amalita en su oficina de la torre

Fortabat. Al fondo sobresale Concierto en un jardín (1971), de

Raúl Soldi (1905-1994), uno de los cuadros que Amalita le compró al artista que se consagró pintando

la cúpula del Teatro Colón.

Texto: Rodolfo Vera Calderón Fotos: Daniel Karp, Archivo La Nacióny Colección de Arte Amalia Lacroze de Fortabat

“Cuando llegué a mi casa, que es inmensa y altísima, sentí que estaba vacía, que se había transformado en una

tumba fantástica. ¡un horror!”, contó Amalita después de la inauguración de su museo