el lector en la historia de la iglesia los primeros …

17
1 EL LECTOR EN LA HISTORIA DE LA IGLESIA LOS PRIMEROS SIGLOS Según el parecer más común, el lectorado tiene sus orígenes en el inicio mismo del culto cristiano. Siguiendo el modelo de las celebraciones sinagogales, la liturgia de la palabra “y con el la la presencia de lectores” tuvo siempre, de una manera u otra, su lugar en el contexto de las asambleas culturales cristianas. Con todo, el primer testimonio sobre el ministerio del lector no lo tenemos (explícito por más que escueto) hasta la mitad del siglo II. San Justino. Año 150 “El día que llamamos del sol se celebra una reunión de todos los que moran en las ciudades o en los campos, y allí se leen, en cuanto el tiempo lo permite, los Recuerdos de los Apóstoles o los escritos de los profetas. Luego, cuando el lector termina, el presidente, de palabra, hace una exhortación e invitación a que imitemos estos bellos ejemplos” (San Justino, Apología I, 67,3-4). Tertuliano. Hacia el año 200 “…hoy es diácono el que mañana es lector…” (Tertuliano, La prescripción de los herejes, c. 41). San Cipriano. Otoño del 250. Un primer texto nos muestra su solicitud y atención en la elección de los lectores. Sabed que he ordenado lector a Saturo y subdiácono al confesor Optato, a los que ya hace tiempo, de común acuerdo, los teníamos preparados para la clericatura, puesto que a Saturo más a una vez la habíamos encargado la lectura del día de Pascua y, últimamente, cuando examinábamos meticulosamente a los lectores con los presbíteros instructores, ordenamos a Optato entre los lectores que instruyen a los catecúmenos” (Carta 29).

Upload: others

Post on 03-Jul-2022

25 views

Category:

Documents


0 download

TRANSCRIPT

Page 1: EL LECTOR EN LA HISTORIA DE LA IGLESIA LOS PRIMEROS …

1

EL LECTOR EN LA HISTORIA DE LA IGLESIA

LOS PRIMEROS SIGLOS

Según el parecer más común, el lectorado tiene sus orígenes en el

inicio mismo del culto cristiano. Siguiendo el modelo de las celebraciones

sinagogales, la liturgia de la palabra “y con ella la presencia de lectores”

tuvo siempre, de una manera u otra, su lugar en el contexto de las asambleas

culturales cristianas.

Con todo, el primer testimonio sobre el ministerio del lector no lo

tenemos (explícito por más que escueto) hasta la mitad del siglo II.

San Justino. Año 150

“El día que llamamos del sol se celebra una reunión de todos los que

moran en las ciudades o en los campos, y allí se leen, en cuanto el tiempo lo

permite, los Recuerdos de los Apóstoles o los escritos de los profetas.

Luego, cuando el lector termina, el presidente, de palabra, hace una

exhortación e invitación a que imitemos estos bellos ejemplos” (San

Justino, Apología I, 67,3-4).

Tertuliano. Hacia el año 200

“…hoy es diácono el que mañana es lector…” (Tertuliano, La

prescripción de los herejes, c. 41).

San Cipriano. Otoño del 250.

Un primer texto nos muestra su solicitud y atención en la elección de los

lectores.

“Sabed que he ordenado lector a Saturo y subdiácono al confesor

Optato, a los que ya hace tiempo, de común acuerdo, los teníamos preparados

para la clericatura, puesto que a Saturo más a una vez la habíamos

encargado la lectura del día de Pascua y, últimamente, cuando

examinábamos meticulosamente a los lectores con los presbíteros

instructores, ordenamos a Optato entre los lectores que instruyen a los

catecúmenos” (Carta 29).

Page 2: EL LECTOR EN LA HISTORIA DE LA IGLESIA LOS PRIMEROS …

2

En otra carta es la motivación para instituir en el lectorado lo que nos

resulta más significativo. Tan significativo como el perfil que traza del oficio

de lector.

“Aurelio, nuestro hermano, ilustre joven, bueno para el Señor y caro a

Dios, de pocos años todavía, pero provecto por los méritos de su labor y fe,

ha sostenido dos combates, dos veces ha confesado a Cristo, dos veces

glorioso por la victoria de su confesión, una cuando fue desterrado al vender

en la carrera, y otra cuando luchó en combate más rudo y salió triunfador y

victorioso en la prueba del martirio. (…) Tal joven merecía los grados

superiores del clericato y promoción más alta, a juzgar no por sus años sino

por sus méritos. Pero, desde luego, se ha creído que empiece por el oficio de

lector, ya que nada mejor cuadra a la voz que ha hecho tan gloriosa confesión

de Dios que resonar en la lectura pública de la divina Escritura; después de

las sublimes palabras que se pronunciaron para dar testimonio de Cristo, es

propio leer el Evangelio de Cristo por lo que se hacen los mártires, subir el

ambón después del potro; en éste quedó, expuesto a la vista de la

muchedumbre de paganos; aquí debe estarlo a la vista de los hermanos; allí

tuvo que ser escuchado con admiración del pueblo que le rodeaba aquí ha de

ser escuchado con gran gozo por los hermanos. Así que, hermanos

amadísimos, debéis saber que este joven ha sido ordenado por mí y los

colegas que estaban presentes” (Carta 38).

Con motivo de la elevación al lectorado de Celerino, san Cipriano

insiste sobre estos mismos aspectos.

“¿Qué otra quedaba por hacer sino elevar (a Celerino) sobre el estrado,

es decir, sobre al ambón de la Iglesia, para que, puesto encima de tan elevado

puesto, a la vista de todo el pueblo, conforme a la gloria de sus méritos dé

lectura pública a los preceptos y el evangelio del Señor, que tan valerosa y

fielmente ha seguido? La voz que ha confesado al señor. Puede haber grados

más elevado a los que puede ascender en la Iglesia, pero nada hay en donde

pueda aprovechar más a los hermanos un confesor de la fe que escuchando

de su boca la lectura del Evangelio, pues debe imitar la fidelidad del lector

todo el que lo oiga” (Carta 39).

En la misma carta, san Cipriano da cuenta de la consideración de que

quiere que sean objeto de lectores Aurelio y Celerino.

Page 3: EL LECTOR EN LA HISTORIA DE LA IGLESIA LOS PRIMEROS …

3

“Con todo, debéis saber que hemos ordenado por ahora a éstos como

lectores, porque convenía poner sobre el candelero a los rostros

resplandecientes de gloria, todos los de su alrededor, ofrezcan a todos los

que los miran un estímulo de su gloria. Además, debéis, saber que les hemos

asignado un honor idéntico al del presbiterado, para que reciban la

“espórtula” (la ración o gratificación) como los presbíteros y participen en

las distribuciones mensuales por igual; se sentarán con nosotros más adelante

cuando sean más avanzados en años, si bien no puede parecer inferior en

nada, por motivos de la edad, quien cumplió la edad por los méritos del

honor” (Carta 39).

También nos es atestiguada la presencia de numerosos lectores en la

Iglesia de Roma. Tenemos noticia de ello por la carta (del año 251)

del papa Cornelio a Fabio, obispo de Antioquia. Al hablar de la

composición del clero romano indica que, junto al único obispo de

Roma, había:

Roma, año 251

“Cuarenta y seis presbíteros; siete diáconos y otros tantos

subdiáconos; cuarenta y dos acólitos; cincuenta y dos exorcistas, lectores y

ostiarios” (Eusebio, Historia eclesiástica, VI, 43,11).

Será bueno, en este contexto, detenerse en las disposiciones

“canónicas” que nos atestiguan la estabilidad del ministerio del

lector, así como del rito propio de su institución. El primero de estos

textos nos traslada a Romas de comienzos del siglo III.

La tradición apostólica de san Hipólito

“El lector es instituido cuando el obispo le entrega el libro, puesto que

no le imponen las manos” (n. 11).

Constituciones de la Iglesia Egipcia

“Que el lector sea instituido por el obispo entregándole el libro del

apóstol, Que ore sobre él, pero que no le imponga las manos” (v.35).

Cánones de Hipólito

“El que es instituido como lector debe estar adornado con las virtudes

del diácono; pero que el obispo no imponga a las manos al lector, sino que

el entregue el Evangelio” (VIII, 48).

Constituciones apostólicas (Año 380)

Page 4: EL LECTOR EN LA HISTORIA DE LA IGLESIA LOS PRIMEROS …

4

“Acerca de los lectores, yo, Mateo, llamado también Leví, antes

publicado, determino lo siguiente. Para instituir al lector, imponle la mano y

ora a Dios de esta manera:

Dios eterno, rico en piedad y misericordia, tú que, por medio de cuanto

has hecho, has manifestado la armonía del mundo y guardas en el mundo

entero el número de tus elegidos, dirige ahora tu mirada sobre este siervo

tuyo escogido para leer las sagradas Escrituras a tu pueblo y concédele el

Espíritu Santo, el espíritu profético. Tú, que en la antigüedad instruiste a

Esdras, tu siervo, para que leyera tus preceptos a tu pueblo, instruye ahora,

te lo suplicamos, a este siervo tuyo y concédele que cumpla de manera

irreprochable el oficio que se le ha confiado y pueda merecer un grado

superior, Por Cristo, a ti la gloria y la veneración, en el Espíritu Santo, por

los siglos. Amén”. (VIII, 22).

Unos textos de notable significación para conocer la historia del

lectorado son los que provienen de las Actas de los mártires. En estos textos

no sólo se nos habla del lectorado como de un ministerio estable, sino

también de la responsabilidad que tenían en relación a la custodia de los

libros de la Sagrada Escritura. Sobre todo nos hablan del testimonio público

de fe que dieron los lectores. He aquí los textos principales.

Martirio de san Fructuoso. Tarragona, 21 enero 259

“Llegados que fueron al anfiteatro, acercósele al obispo un lector suyo,

por nombre Augustal, y, entre lágrimas, le suplicó que le permitiera

descalzarle”.

Martirio de san Félix, obispo de Tibinca, Año 303

“Entonces se publicó el decreto en la ciudad de Tibinca el día de las

nonas de junio y, en consecuencia, Magniliano, administrador de la ciudad,

mandó que se presentaran ante él los presbíteros del pueblo cristiano, pues

aquel mismo día el obispo el obispo Félix había marchado a Cartago. En

´particular, mandó a traer a Apro, presbítero, y Cirilo y Vidal, lectores.”

Actas de Munacio Félix, flamen perpetuo. Cirta, 19 mayo 303

“Llegaron a la casa en que los critianos acostumbran a reunirse, Félix,

flamen perpetuo, administrador, dijo al obispo Pablo:

-Sacad las Escrituras de vuestra ley y todo lo demás que aquí tengáis como

está mandado, a fin de obedecer a las órdenes de los emperadores.

Page 5: EL LECTOR EN LA HISTORIA DE LA IGLESIA LOS PRIMEROS …

5

El obispo Pablo dijo:

-Las escrituras las tienen los lectores; por nuestra parte, os entregamos, lo

que aquí hay.

Félix flamen perpetuo, administrado, dijo a obispo Pablo:

-Di quienes son los lectores o mando por ellos.

Pablo, obispo dijo:

-Todos los conocéis.

Félix, flamen perpetuo, administrador de la cosa pública, dijo:

-No Sabemos quiénes son.

El obispo Pablo dijo:

-Los conoce la audiencia pública, quiero decir los escribanos Edusio y Junio.

(…)

(Los subdiáconos) Catulino y Marcuclio (después de entregar un solo códice

de extraordinario tamaño) dijeron:

-No tenemos más, pues nosotros somos subdiáconos; los códices los guardan

los lectores.

Félix, flamen perpetuo, administrador de la cosa pública, dijo:

-¡Descubrid a los lectores!

Marcuclio y Catulino dijeron:

-¡No sabemos dónde viven!

Félix, flamen perpetuo, administrador de la cosa pública dijo:

-Si no sabéis donde viven, dad, por lo menos, sus nombres.

Catulino y Marcuclio dijeron:

-Nosotros nos somos traidores. Aquí nos tienes: manda que nos maten.

Félix, flamen perpetuo, administrador de la cosa pública dijo:

-Que sean arrestados.

Llegados a casa de Eugenio, Félix, flamen perpetuo, administrador de

la cosa pública dijo a Eugenio:

-Saca las escrituras que tienes a fin de obedecer a lo mandado.

-Y Saco cuatro códices.

Félix, flamen perpetuo, administrador de la cosa pública dijo a Silvano

y Caroso (subdiáconos):

-Descubrid a los demás lectores.

Silvano y Caroso dijeron:

-Ya dijo el obispo que los escribanos Edusio y Junio los conocen a todos.

Que ellos te los descubran en sus casas.

Edusio, y Junio escribanos, dijeron:

-Nosotros te los descubrimos, Señor.

Y llegados que hubieron a casa de Félix, constructor de mosaicos,

presentó cinco códices mayores y dos menores; y en casa del gramático

Víctor, Félix, flamen perpetuo, administrador de la cosa pública dijo a

Víctor:

Page 6: EL LECTOR EN LA HISTORIA DE LA IGLESIA LOS PRIMEROS …

6

-Saca las Escrituras pues tienes más.

Víctor, gramático, dijo:

-Si más tuviera, más hubiera presentado.

En casa de Euticio, natural de Cesárea, Félix, flamen perpetuo,

administrador de la cosa pública, dijo a Euticio:

-Saca las escrituras que tienes, a fin de obedecer a lo mandado.

Euticio dijo:

-No tengo ninguna.

Félix, flamen perpetuo, administrador de la cosa pública dijo:

-Tu declaración constara en las actas.

En casa de Coddeón, su mujer presento seis códices. Félix, flamen

perpetuo, administrador de la cosa pública dijo:

-Busca bien no sea que tengas más y sácalos.

La mujer contesto:

-No tengo más.

Félix, flamen perpetuo, administrador de la cosa pública dijo a

Buey, esclavo público:

-Entra y busca haber si tienes más.

El esclavo público dijo:

-He buscado y no he encontrado.

Félix, flamen perpetuo, administrador de la cosa pública dijo a Victoriano,

Silvano y Caroso:

-Si se ha dejado algo, vosotros sois responsables.”

Martirio de san Polión. Cibalis, 304

“Puesto en su presencia dijo el presidente:

-¿Cómo te llamas?

Respondió:

-Polión.

El presidente Probo dijo:

-¿Eres cristiano?

Polión respondió:

-Sí, soy cristiano.

El presidente Probo dijo:

-¿Qué oficio tienes?

Polión respondió:

-Soy el primicerio (el que está responsabilizado, maestro) de los lectores.

El presidente Probo dijo:

-¿De qué lectores?

Polión respondió:

-De los que tienen costumbre de leer a los pueblos la sabiduría divina.

El presidente Probo dijo:

Page 7: EL LECTOR EN LA HISTORIA DE LA IGLESIA LOS PRIMEROS …

7

-¿Esos que se dice que pervierten a las mujeres incautas, prohibiéndoles que

se casen y persuadiéndoles que vivan en vana castidad?

Polión respondió:

-Hoy podrás comprobar nuestra fragilidad y vanidad.

Probo dijo:

-¿Cómo?

Polión respondió:

-Son frágiles y vanos los que, apartándose de su Creador, siguen vuestras

supersticiones. En cambio los leales y constantes en la fidelidad al Rey

eterno se esfuerzan por cumplir los preceptos que leyeron, por más tormentos

que se lo pretendan impedir.

El presidente Probo dijo:

-¿Cuáles son?

Polión respondió:

-Los que enseñan que hay un solo Dios cuya vos retumba en los cielos; que

muestran con saludable esperanza que no pueden recibir el nombre de dioses

los que están fabricados con madera o piedra; que corrigen y enmiendan los

delitos; que fortalecen a los inocentes para que perseveren en sus propósitos

y los guarden; que enseñan a las vírgenes a alcanzar las cimas de su pureza

y a la cónyuge honesta a guardar continencia en la procreación de los hijos;

que persuaden a los amos a mandar sobre sus esclavos con piedad más que

con ira, haciéndoles considerar su común condición humana, y a los esclavos

a cumplir sus deberes más por amor que por temor; que nos mandan obedecer

a los reyes, si ordenan cosas justas, y a las autoridades superiores cuando

mandan cosas buenas; que perciben honrar a los padres, corresponder a los

amigos, perdonar a los enemigos, ser amable con los ciudadanos, muestras

de humanidad con los huésped, ser misericordiosos con los pobres, tener

caridad para con todos y no hacer daño a nadie; dar de los propios bienes y

no codiciar los ajenos ni con el deleite de la mirada; que nos enseñan que

recibirá el eterno triunfo aquel que, a causa de la fe, desprecie la muerte

momentánea que vosotros les podéis inferir (…)”

Martirio de los santos Saturnino, Dativo y otros muchos. Abitinas, 12

febrero 304

“Saturnino, presbítero, con sus cuatro hijos, a saber Saturnino, el

joven, y Félix lectores (…)”

El mismo documento se habla del lector Emérito.

“En este momento, saltando el combate el lector Emérito, mientras el

sacerdote luchaba, dijo:

Page 8: EL LECTOR EN LA HISTORIA DE LA IGLESIA LOS PRIMEROS …

8

-Yo soy el responsable, pues las reuniones se han celebrado en mi

casa”.

Mártires de Palestina. Año 310-311

“Con él (el obispo Silvano) había varios confesores más, procedentes

de Egipto, entre ellos (el lector) Juan, que sobrepasó a todos nuestros

contemporáneos por la fuerza de su memoria. Juan estaba ya de antes privado

de vista; sin embargo, al confesar brillantemente su fe, sufrió, al igual que

los otros, la inutilización, por cauterio, de uno de los pies y le aplicaron el

hierro rubiente a unos ojos que ya no veían. Hasta este extremo de barbarie

llevaron los verdugos su crueldad inhumana. Siendo admirable por sus

costumbres y vida de verdadero filósofo, era, sin embargo, ahí donde más se

le admiraba, por no parecer en ello tan prodigioso cuando en la fuerza de su

retentiva, por la que fue capaz de grabar, con alma traslucida y limpísimo ojo

de su inteligencia, libros enteros de las Sagradas Escrituras, no en tablas de

piedra, como dice el divino Apóstol, ni en pieles de animales o papel, que la

polilla y el tiempo destruyeron, sino real y verdaderamente en las tablas de

carne del corazón. Y así, cuando quería, podía recitar, como si lo sacara de

un tesoro de palabras, ora un escritura de la ley o de los profetas, ora un

pasaje histórico, ya el Evangelio, ya los escritos apostólicos. Yo mismo

confieso haberme quedado atólico, cuando por vez recitando unos pasajes de

la divina Escritura. De pronto, como soló podía oír la voz, me imaginé que

estaba leyendo alguno, según es costumbre en nuestras asambleas culturales;

mas, cuando me acerque más, me di cuenta de lo que pasaba: sanos de sus

ojos los que los rodeaban, y él, que no disponía sino de los ojos de su

inteligencia, estaba realmente hablando como un profeta (…).”

EL LECTORADO,

UN MINISTERIO CONFERIDO EN LA INFANCIA

Una característica de los lectores de los primeros siglos es la de ser

generalmente jóvenes. O que empezaran de jóvenes su servicio en la Iglesia.

A me nudo se explica por la modulación de su voz, así como por su inocencia

de vida.

Sidón Apolinar (+ 482) dice de Juan, Obispo de Chalon:

Page 9: EL LECTOR EN LA HISTORIA DE LA IGLESIA LOS PRIMEROS …

9

“Fue, primeramente, lector y, por tanto, ministro del altar, desde la

infancia; después, con el paso del trabajo y del tiempo, archidiácono”.

Paulino de Nola, dice a propósito de san Félix:

“Sirvió como lector desde sus primeros años”.

En la carta del papa Siricio a Himerio, Obispo de Tarragona

(11 febrero 385) se determina:

“El que se ha entregado al servicio de la Iglesia desde la Iglesia

desde la infancia debe ser bautizado antes de la edad de la pubertad y

ser incorporado al ministerio de los lectores”. (Y lo será hasta la edad

de treinta años. Entonces podrá acceder a otros grados).

Los epitafios de algunos papas también nos atestiguan esta

costumbre, al mismo tiempo que nos muestran que empezaron

como lectores el itinerario del ministerio eclesiástico.

Del papa Liberio (362 – 366) se dice:

“Su natural piadoso hizo que fuera lector desde pequeño y que desde

entonces empezara a pronunciar las dulces palabras de la Escritura…”

Del papa Dámaso (366-384) se indica que fue: “Lector, diácono,

sacerdote…”

ESCUELAS DE LECTORES

Posiblemente, desde la mitad del siglo IV, existió en Roma una “escuela de

lectores”.

Lo que sí es cierto es que las escuelas para los jóvenes lectores (para

instruirlos en las Escrituras, las ciencias sagradas y la modulación del canto)

se debieron difundir por Italia. Lo atestigua el concilio de Vairon (52(0, que

exhortaba a imitar su ejemplo en las Galias:

“según la costumbre que sabemos que se encuentran muy difundida

por toda Italia” (cn.1)

De la existencia de estas escuelas nos da también noticia una

inscripción sepulcral que habla de un tal Esteban, muerto el 552 a los sesenta

y cinco años. De él se dice que era el “Maestro (primicerius) de la escuela

de lectores”.

Esta escuela debió tener varios siglos de existencia puesto que el

obispo, en el siglo IX, dice: “Tengo una escuela de cantores, algunos de los

cuales son tan eruditos que pueden enseñar a otros. Además de esta, tengo

Page 10: EL LECTOR EN LA HISTORIA DE LA IGLESIA LOS PRIMEROS …

10

una escuela de lectores sino también para quienes buscan progresar, con la

meditación, en el conocimiento de los libros divinos (…)

Después del siglo VI, el Roma, el Patriarcado lateranense fue la

escuela en la que muchos pontífices de los siglos VIII y IX iniciaron su

formación eclesiástica. En aquel momento, para ser ordenado lector era ya

precisa la “edad legal”, que Justiniano, en el 546 (Novella 123,3), había

fijado alrededor de los dieciocho años, además de haber recibido la tonsura

y haber demostrado saber leer. Los niños entraban en la “escuela de los

cantores” si no podían en traer en la “escuela de los lectores”.

PAULATINA DECADENCIA DEL LECTORADO

Un a cierta disminución de funciones, en cuanto al lectorado.

En Oriente tenemos noticia de esta situación en las Constituciones

Apostólicas (380) al decir que, después de la lectura apostólica, será un

diacono o un presbítero “quien leerá los Evangelios” (II, 57,7).

En occidente tenemos el testimonio de san Jerónimo “El Evangelio de Cristo

será recitado por medio del diacono” (Carta a Sabiniano, PL 22,1200). El

Evangelio pasa, así, al ministro más calificado después del sacerdote. La

norma precisa la de San Gregorio Magno (+606), que confió al diácono

(concilio de Roma, año 595) la lectura del Evangelio y la de las restantes

lecturas al subdiácono.

Durante los siglos IV y V en que, paulinamente, el lector va quedándose sin

la lectura del Evangelio, su ministerio tiene aún pleno vigor en cuanto a las

restantes lecturas.

Narra Víctor de Vita en su Historia persecuciones wandalica. Nos dice que

durante la celebración de la Pascua del 459: “Había llegado el momento del

canto que una y otra vez va siendo escuchado y retomado por los fieles y un

lector, de pie en el ambón, cantaba las modulaciones del aleluya. Justo

entonces, éste fue alcanzado en el cuello por una flecha, su libro le resbaló

de las manos y cayó muerto”.

Aparte de estos casos, en los que el lectorado fue desapareciendo a la

par que desaparecían las comunidades a las que servía, también en el mundo

romano el lector va perdiendo protagonismo y las lecturas, sobre todo en las

grandes solemnidades, van siendo confiadas a ministros superiores.

De hecho, el lector, desde el Decreto de 595 hasta el siglo XX sólo

conserva su lugar –y aun, con poca incidencia en la práctica- en las misas

solemnes con más de dos lecturas. En el Misal Romano de San Pio V se

Page 11: EL LECTOR EN LA HISTORIA DE LA IGLESIA LOS PRIMEROS …

11

encuentra, Ritus celebrandi Missam, esta rúbrica: “En aquellos casos en los

que el celebrante canta la Misa sin diacono y su subdiácono, canta la Epístola

en lugar de costumbre, un lector revestido con sobrepelliz, que al final no b

esa la mano del celebrante” (VI, 8).

De manera más específica, encontramos de nuevo el lector, y

habiéndole sido devuelta su función más propia, en el Rito simple de la

Semana Santa restaurada (Vaticano, 1957).

Con todo, para una recuperación más plena del ministerio del lector

tendrá que llegar el Vaticano II y las disposiciones canónicas y litúrgicas que

les siguieron y concretaron su naturaleza sus funciones.

EL LECTOR

EN LA DOCUMENTACIÓN RECIENTE

Constitución “Sacrosanctum Concilium (4.XII.63).

29. También los acólitos, lectores, comentadores y los que pertenecen a la

“schola cantorum” desempeñan un auténtico ministerio litúrgico. Por tanto,

deben ejercer su oficio con la piedad sincera y el orden que tanto convienen

a un ministerio tan grande y que el Pueblo de Dios exige, con razón, de ellos.

Por eso, es necesario que éstos, cada uno a su manera, estén profundamente

penetrados del espíritu de la liturgia y sean instruidos para cumplir su función

debida y ordenadamente.

Motu proprio “Ministeria quaedam” (Pablo VI, 15. VIII. 72)

V. El lector queda instituido para la función, que le es propia, de leer

la palabra de Dios en la asamblea litúrgica. Por lo cual proclamará las

lecturas de la Sagrada Escritura, pero no el Evangelio, en la Misa y en las

demás celebraciones sagradas; faltando el salmista, recitará el Salmo

interleccional; proclamará las intenciones de la Oración Universal de los

fieles, cuando no haya a disposición diácono o cantor; dirigirá el canto y la

participación del pueblo fiel; instruirá a los fieles para recibir debidamente

los Sacramentos. También podrá, cuando sea necesario, encargarse de la

preparación de otros fieles a quienes se encomiende temporalmente la lectura

de la Sagrada Escritura en los actos litúrgicos. Para realizar mejor y más

perfectamente estas funciones, medite con asiduidad la Sagrada Escritura.

El lector, consiente de la responsabilidad adquirida, procure con todo

empeño y ponga los medios actos para conseguir cada día más plenamente

Page 12: EL LECTOR EN LA HISTORIA DE LA IGLESIA LOS PRIMEROS …

12

el suave y vivo amor) Cf. SC, 24; DV, 25), así como el conocimiento, de la

Santa Escritura, para llegar a ser más perfecto discípulo del Señor.

Ordenación General de la Liturgia de las Horas (11.IV.71)

259. Quienes desempeñan el oficio del lector leerán de pie, en un lugar

adecuado, las lecturas, tanto las largas como las breves.

Ordenación General del Misal Romano (segunda edición 27.III.75)

Ministerio del lector

66. El lector es instituido para proclamar las lecturas de la Sagrada

Escritura, excepto el Evangelio. Puede también proponer las intenciones de

la oración universal y, no habiendo salmista, proclamar el salmo

responsorial.

El lector tiene un ministerio propio en la celebración eucarística,

ministerio que debe ejercer él, aunque haya otro ministro de grado superior.

Para que los fieles lleguen a adquirir una estima suave y viva de la

Sagrada Escritura por la audición de las lecturas divinas (cf. SC, 24), es

necesario que los lectores que ejercen tal ministerio, aunque no hayan sido

instituidos en él, sean de veras aptos y diligentemente preparados.

El lector en los ritos iniciales en la Misa

148. En la procesión al altar, en ausencia del diácono, el lector puede

llevar el libro de los Evangelios: en este caso, antecede al sacerdote; de lo

contrario va con los otros ministros.

149. Al llegar al altar, hecha la debida reverencia, junto con el

sacerdote; sube al altar, deja sobre él el libro de los Evangelios y se coloca

en el presbiterio junto con los otros ministros.

El la liturgia de la palabra

150. Lee en el ambón las lecturas que preceden al Evangelio. Cuando

no hay salmista, después de la primera lectura puede proclamar el salmo

responsorial.

Page 13: EL LECTOR EN LA HISTORIA DE LA IGLESIA LOS PRIMEROS …

13

151. En ausencia del diacono, el lector puede proclamar las

intenciones de la oración universal, después que el sacerdote ha hecho la

introducción a la misa.

152. Si no hay canto de entrada ni de comunión y los fieles no recitan

las antífonas propuestas en la Misal, las dice en el momento conveniente.

Lectura de la pasión del Señor:

Domingo de Ramos, n. 22. Para la lectura de la Pasión del Señor no se

lleva ni sirios ni inciencio, ni se hace el principio de la salutación habitual,

ni se signa el libro. Esta lectura la proclama el diácono o, su efecto, el mismo

celebrante. Pero puede también ser proclamada (en defecto de diáconos o

presbíteros) por lectores laicos, reservando, si es posible, al sacerdote la parte

correspondiente a Cristo.

Si los lectores de la Pasión son diáconos, piden, como de costumbre,

la bendición al celebrante antes de empezar la lectura; pero si los lectores no

son diáconos, se omite esta bendición.

Viernes Santo. Celebración de la Pasión del Señor, n. 8. Se lee la

historia de la Pasión del Señor según San Juan del mismo modo que el

domingo precedente.

Ordenación de las lecturas de la Misa (21.I.81)

Ministerios en la liturgia de la palabra

49. La tradición litúrgica asigna la función de leer las lecturas bíblicas

en la celebración de la Misa a los ministros: lectores y diácono. A falta de

diacono o de otro sacerdote, el mismo sacerdote celebrante leerá el evangelio

(OGMR, 34) y, si tampoco hay lector, todas las lecturas (OGMR, 96).

50. Corresponde al diácono, en la liturgia de la palabra de la Misa,

proclamar el Evangelio, hacer la homilía en algunos casos especiales y

proponer al pueblo las intenciones de la oración universa (OGMR, 41,

61,132; Instrucción Inestimabile donum, 3).

51. “El lector tiene un ministerio propio en la celebración

eucarística, ministerio que debe ejercer él, aunque haya otro ministro de

grado superior” (OGMR, 66). Al ministerio de lector conferido con el rito

litúrgico hay que darle la debida importancia. Los lectores instituidos, si los

hay, deben ejercer su función propia, por lo menos los domingos y días

festivos, sobre todo en la celebración principal. También se les podrá confiar

Page 14: EL LECTOR EN LA HISTORIA DE LA IGLESIA LOS PRIMEROS …

14

el encargo de ayudar en la organización de la liturgia de la palabra y de

cuidar, si es necesario, la preparación de los otros fieles que, por encargo

temporal, han de leer las lecturas en la celebración de la Misa (Ministeria

quaedam, V).

52. La asamblea litúrgica necesita de lectores, aunque no estén

instituidos para esta función. Hay que procurar, por tanto, que haya algunos

laicos, los más idóneos, que estén preparados para ejercer este ministerio

(Inestimabile donum, 2 y 18; Directorio para las Misas con niños, 22,

24,27). Si se dispone de varios lectores y hay que leer varias lecturas,

conviene distribuirlas entre ellos.

53. En las misas sin diácono, la función de proponer las intenciones

de la oración universal hay que confiarla a un cantor, principalmente cuando

estas intenciones son cantadas, a un lector o a otro (OGMR, 47, 66,151).

54. El sacerdote distinto del celebrante, el diácono y el lector instituido

en su propio ministerio, cuando suben el ambón para leer la palabra de Dios

en la celebración de la Misa con participación del pueblo, deben llevar la

vestidura sagrada propia de su función. Los ejercen el ministerio del lector

de modo transitorio, e incluso habitualmente, pueden subir al ambón con la

vestidura ordinaria, aunque respetando las costumbres de cada lugar.

55. “Para que los fieles lleguen a adquirir una estima suave viva de la

sagrada Escritura por la audición de las lecturas divinas, es necesario que los

lectores que ejercen tal ministerio, aunque no hayan sido instituidos en él,

sean de veras aptos y diligentemente preparados” (OGMR, 66).

Esta preparación debe ser antes que nada espiritual, pero también es

necesaria la preparación llamada técnica. La preparación espiritual

presupone, por lo menos, una doble instrucción: bíblica y litúrgica. La

instrucción bíblica debe apuntar a que los lectores estén capacitados para

percibir el sentido de las lecturas en su propio contexto y para entender a la

luz de la fe el núcleo central del mensaje revelado. La instrucción litúrgica

debe facilitar a los lectores una cierta percepción del sentido y de la

estructura de la liturgia de la palabra y las razones de la conexión entre la

liturgia de la palabra y la liturgia eucarística. La preparación técnica debe

hacer que los lectores sean cada día mas actos para el arte de leer ante el

pueblo, ya sea de viva voz, ya sea con la ayuda de los instrumentos modernos

de amplificación de la voz.

56. Corresponde al salmista o cantor del salmo cantar, en forma

responsorial o directa, el salmo u otro cántico bíblico, el gradual y el Aleluya

Page 15: EL LECTOR EN LA HISTORIA DE LA IGLESIA LOS PRIMEROS …

15

u otro cantico bíblico el gradual y el Aleluya u otro canto interleccional. Él

mismo, si se juzga oportuno, puede incoar el Aleluya y el versículo (OGMR,

37 a y 67).

Para ejercer esta función de salmista es conveniente que en cada

comunidad eclesial haya unos laicos dotados del arte de salmodiar, y de

facilidad en la proclamación y en la dicción. Lo que hemos dicho

anteriormente acerca de la formación de los lectores se aplica también a los

cantores del salmo.

57. Igualmente, el comentador que, desde el lugar apropiado, propone

a la asamblea de los fieles unas explicaciones y moniciones oportunas,

claras, diáfanas pos su sobriedad, cuidadosamente preparadas, normalmente

escritas y aprobadas con anterioridad por el celebrante, ejerce un verdadero

ministerio litúrgico (OGMR, 37 a y 68).

Código de Derecho Canónico (25.I.83)

230.1) Los varones laicos que tengan la edad y condiciones

determinadas por decreto de la Conferencia Episcopal, pueden ser llamados

para el ministerio estable del lector y acólito, mediante el rito litúrgico

prescrito; sin embargo, la colación de estos ministros no les da derecho a ser

sustentados o remunerados por la Iglesia.

2) Por encargo temporal, los laicos pueden desempeñar la función de

lector en las ceremonias litúrgicas así mismo todos los laicos puedan celebrar

las funciones de comentador, cantor y otras, a tenor de la norma del derecho.

3) Donde lo aconseje la necesidad de la Iglesia y no hayan ministros,

pueden también los laicos aunque no sean lectores ni acólitos suplirles en

algunas de sus funciones, es decir, ejercitar el ministerio de la palabra,

presidir las oraciones litúrgicas, administrar el bautismo y dar la sagrada

Comunión, según las prescripciones del derecho (Cf C. 766). Exceptuada la

homilía (C. 767).

Ceremonial de los Obispo (14. IX. 84)

Los lectores

30. El lector tiene un ministerio propio en la celebración litúrgica, que

él mismo debe ejercer, aunque haya otros ministros de grado superior

(OGMR, 66).

Page 16: EL LECTOR EN LA HISTORIA DE LA IGLESIA LOS PRIMEROS …

16

31. De entre los ministros inferiores, del primero históricamente hay

constancia es del lector es instituido para el ministerio siempre se ha

conservado. El lector es instituido para el ministerio que le es propio, a saber,

leer la palabra de Dios en la asamblea liturgia. Por ello, en el Evangelio. Si

no hay salmista, recita, recita el salmo internacional. En caso de no haber

diácono, propone las intenciones de la oración universal.

Cuando sea necesario, el lector podrá encargarse de la preparación de

los fieles que puedan leer la sagrada Escritura presididas por el Obispo,

convienen que lean lectores instituidos según el rito previsto y, si son varios,

se distribuirán entre ellos las lecturas (Ministeria quaedam, V; OLM, 51-55;

OGLH, 259).

32. Conscientemente de la dignidad de la palabra de Dios y de la

importancia de su oficio, tendrá constante preocupación por la dicción y

pronunciación, para que la palabra de Dios sea claramente comprendida por

los participantes.

Ya que el lector anuncia a los otros la Palabra divina, recíbala también

él dócilmente, medítela asiduidad y con su modo de vivir, sea testigo de ella.

Page 17: EL LECTOR EN LA HISTORIA DE LA IGLESIA LOS PRIMEROS …

17