el lector de adan buenosayres

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Algunas notas sobre la potica-esttica marechaliana expuesta en la novela de Adn Buenosayres

Intentaremos leer Adn Buenosayres desde dos perspectivas: una externa a la obra en s, en lo que hace a su localizacin dentro de la historia escritural de Marechal, y otra interna a la obra misma, en la que se gestan dos momentos en la bsqueda-encuentro del poeta: la concepcin de la novela como un espacio de reflexin axial dentro del movimiento centrfugo-centrpeto del espritu y la novela en clave como una respuesta potico-esttica a ese movimiento.

En ambos caminos de lectura nos dejaremos guiar por el programa que el propio Marechal dej por escrito en su obra Descenso y ascenso del alma por la belleza y sus Claves de Adn Buenosayres. El mtodo (recordemos el sentido etimolgico de este vocablo en cuanto a ir junto al camino) no solo alimenta una concepcin filosfica y metafsica del mundo sino que especula, adems, sobre la va propia de realizacin de la obra literaria.

Desde una primera perspectiva, es decir, aquella que es externa a la obra, la historia escritural de Marechal nace como una preocupacin esttica liminar (sus primeros libros de poemas) que ir luego derivando hacia un profundo compromiso poltico con su tiempo, pero siempre siguiendo los cnones propuestos por las vanguardias de identificar vida y poesa. Su bsqueda, tomada desde diversas propuestas textuales (recordemos, por ejemplo, sus adhesiones tempranas al modernismo o la experimentacin junto a los martinfierristas) segua siempre la inquietud espiritual religiosa trasuntada a la forma de la letra.

El modo de plasmar de manera concreta en lo escritural este camino lo logra Marechal en Adn Buenosayres: la novela en clave. Pero esta concrecin en forma de narracin tena como precedente la propuesta filosfico-metafsica de Descenso.

Desde all, Marechal rescata el lenguaje simblico como el camino esttico y unitivo de su prosa y su lrica. En este sentido, el aparente desapego estructural entre los distintos libros de Adn Buenosayres (y aqu ya hemos adoptado una perspectiva interna a la obra) encuentra su re-unificacin en el juego de la variedad de smbolos desplegados en forma de lenguaje (Maturo, Barcia, Lanzelotti): el viaje, el intelecto de amor, la penitencia, la bsqueda de la belleza.

El desdoblamiento producido en la historia de la escritura de Marechal desde Los aguiluchos hasta Megafn o la guerra es tambin simtrico al desdoblamiento de las identidades de Marechal en las distintas representaciones del poeta dentro de Adn Buenosayres (Maturo, Barcia, Navascus). Cada uno de sus personajes, si bien tomados de encarnaduras de su contexto, son en verdad representaciones de s mismo, visos de una misma posibilidad de poeta y jalones del viaje espiritual que emprende el protagonista. Ese desdoblamiento (recompuesto por el prologuista LM y las voces que narran los libros VI y VII de Adn) vuelve a unificarse en el yo potico, en esa tensin generada entre el desagregarse de las distintas Potencialidades y el valor unitario del viaje espiritual de un yo nico (Maturo).Es decir, ese yo, esa identidad narrativa (Ricoeur) que busca unicidad en su historia a travs de la narracin genera un espacio textual que, a su vez, conforma la esttica de la novela marechaliana: un descubrirse en el topos textual. Narrarse en letras es saberse uno mismo pese a la dispersin del tiempo y sus posibilidades.La unicidad se encuentra en esa intimidad del yo que transforma al cosmos en razn de su potica, que vislumbra en cada conflicto y en cada desmembramiento un esplendor que tiende a la re-unin.

Aqu entramos a mirar la novela desde su naturaleza intrnseca. Cuando el poeta-hombre vuelve de su viaje inicitico (Eliade) ya es ms que hombre: se torna gua. Es la figura del domador mencionada por Maturo en la Ctedra anterior. Ha regresado del infierno (recordemos que el descenso a los infiernos es uno de los elementos centrales del ritual inicitico, estudiado por Mircea Eliade) y trae un conocimiento que, no obstante, por haber sido hurtado a la esfinge, sigue estando en clave. Son los tres viajes: los del personaje, los del autor que se descubre y los del lector que los acompaa. La vuelta de ese viaje ha dado iluminacin al escritor y lo impulsa a seguirlo hacia otros textos con nuevas claves, ahora en sintona de gua y con smbolos que intentan iluminar la historia de su presente. Megafn y El banquete asedian la realidad de una Argentina en pleno auge del peronismo (Maturo) en nuevas claves.Adn y el narrador (el yo que preserva su identidad potica) salen de ese viaje transformados en Marechal y un lector (Adn, en tanto que personaje y como tantos otros, ha quedado circunscripto al interior de la novela). El infierno es el ltimo lugar, pues luego, el final, la hoja en blanco que cierra el libro fsico, se transforma en umbral desde el cual surge un nuevo hombre. El hombre-poeta-gua se convierte en Marechal. Y el lector tambin ha pasado por ese sendero de purificacin, penitencia y renovacin.

Cules son los poetas que aparecen en la novela cuando nos internamos en ella? Schultze, el astrlogo, el propio Adn (aunque en realidad hay ms de uno), Samuel Tesler, y otros de tinte negativo, llevados por la parodia: don Ecumnico, los Potenciales, Pereda, Walker, etc.Si tomamos como elemento central de la esttica-potica de Marechal Descenso, debemos entender que el movimiento centrpeto en el que el poeta se revuelve y reflexiona sobre s mismo es el propio espacio de la novela. Y revisa su labor: su poesa y su accin potica. Cada uno de estos espejos (reflejos), nos hace retornar a la doble vertiente expuesta por el mismo Marechal del mito de Narciso. En esos reflejos se ve a s mismo y, al mismo tiempo, se desecha. Estos espejos estn construidos sobre tres ejes: la voz narrativa, el personaje y el lector construido. Sobre su andadura se despliega en la novela la esttica la que, a la vez, va perfilando la visin potica de Marechal.

Cules son las poticas que Marechal desecha? La irona, el humor, la parodia, funcionan como estticas de aproximacin a lo metafsico (Barcia, Maturo, Navascus). La presentacin cmico trgica de los distintos poetas potenciales sirve de punto de partida para expulsar (al modo en que Adn empuja a los potenciales a la salida de una de las helicoides) aquellas falsas imgenes.

Revisemos, entonces, los distintos desechos (usamos esta palabra con una connotacin escatolgica, siguiendo la esttica marechaliana de los ltimos prrafos, en los que despliega este lenguaje sobre el centro de lo infernal en su ltimo captulo: el demonio) replegados sobre la metfora del infierno a modo de un escrutinio quijotesco. En lugar de un barbero y un sacerdote, un astrlogo y un infierno condenan a estos escritores de fantoche. El lector, asimismo, es el Quijote enloquecido al que el narrador viajero procurar rescatar de un tiempo anodino y sinsentido.

No nos da el espacio en esta ctedra para profundizar en ello, pero uno de los elementos configurantes de los distintos planos de la novela, el tiempo y su sentido, sirven de catlisis para el proceso emprendido por el lector supuesto (como veremos) a travs de todo el relato. Fantasma implcito y visitante imprevisto, este lector va siendo conducido y reconducido a travs de estos planos y llevado de la mano hasta el ltimo escalafn: el centro infernal. De all en ms, corresponde a ese lector rescatarse del tiempo sin sentido hacia una vivencia ascendente.

Las revisiones del lector son ms que evidentes a lo largo del Libro VII, espacio en el que nos concentraremos para esta charla. El viaje que emprende Adn tiene por objeto servir de reflexin para el lector. Los mltiples personajes y situaciones que esparcen sus motivos son las multiplicidades a las que un Adn porteo, un ciudadano de la Buenos Aires mtica (un arquetipo, si se me permite el trmino) debe enfrentar en busca de su identidad. Creemos que el ncleo desde el que se produce ese esparcimiento es el mito de Narciso reelaborado. Este mito ya se hallaba presente en su Descenso.... En l, el Narciso que se ve en el reflejo ve no una imagen de s sino otro espejo:"Y vuelvo a tomar aqu la fbula de Narciso. Elbiamor, hay dos Narcisos. Uno, asomado a las aguas exteriores, no ve sino su propia imagen reflejada en ellas, enamrase de su propia imagen, y al intentar alcanzarla muere por el amor de s mismo: es un Narciso que "no trasciende". Pero hay otro Narciso que "se transforma en flor" : asomado a las aguas, este Narciso feliz no ve ya su propia imagen, sino la imagen del Otro; quiero decir que depone su forma de un da por la forma eterna de lo que ama: es un Narciso que "trasciende"." (Marechal 1994, 364)Esta imagen reaparece en la novela de Adn Buenosayres ante la alegora del portal que el propio Adn debe descifrar. Junto a l, invisible, implcito, el lector tambin recibe la clave de una novela en clave: l mismo se est asomando al espejo de una posible trascendencia. Debo suponer que trascender la novela es su clave principal.

La construccin de este lector implcito, partiendo de esa concepcin tan potica de un Narciso reelaborado, sigue un derrotero desigual pero firme a lo largo de toda Cacodelphia. As, Adn se ve increpado por Lombardi, el patrn del aserradero que lamenta haber privado a su gente del tiempo del "ocio", ese momento que a lo largo de toda Cacodelphia Adn va construyendo sobre la base de testimonios ajenos y propios. En la voz del personaje, se oye el lamento que grita: Porque, al robarles todo eso, les he robado quizs el instante nico, la sola oportunidad a que tiene derecho hasta el hombre ms ruin: la oportunidad de mirar sin sobresaltos una flor o un cielo; la de or sin angustia la risa de sus chicos y el canto de sus mujeres; la de hallar, entonces, que la vida es dura pero hermosa, que por un Dios les fue dada, y que ese Dios es bueno. ()

Tiempo de ocio y tiempo de contemplacin, la raz de esta palabra latina nos retrotrae a cuestiones mucho ms profundas que la mera pausa para el entretenimiento. Por lo pronto, la "potica" marechaliana identifica al momento de contemplacin con ese mito del Narciso que trasciende. Y el infierno debe alojar a los que distraen a su lector y lo sustraen del espacio propio de reflexin, contemplacin, ocio. El poeta es el primer hombre (hombre arquetpico, admico, tal vez he aqu otra de las posibles razones para este nombre del personaje) que aborda el espacio y el tiempo de contemplacin en un orden determinado, un orden marcadamente humano. Condenado ha sido un modesto vecino ruidoso por estorbar ese momento sagrado. Y nos hallamos con que el autor ha colocado en su infierno literario a su vecino, el seor Campanelli, quien junto a su familia no hace otra cosa que hacer imposible la vida de Adn por medio de ruidos infernales y batifondos insoportables. Adn recuerda cul era su posicin en ese drama: Yo era entonces, y lo soy todava, eso que se ha dado en llamar un hombre de letras: ente meditativo, componedor de fbulas y papador de sutiles nociones metafsicas.

Y condenados son los individuos que desaprovechan su tiempo de contemplacin, esos individuos cuya laboriosidad se limita a entregarse a perezosas ocupaciones con el auspicio de empleos para holgazanes como los empleados nacionales. O el espectador burgus que ha malinterpretado el valor del arte y se demora en entretenimientos vanos y superfluos, condenados por boca de la Falsa Melpmene: Se hartan en los restoranes de lujo; y luego ubican sus desbordantes asentaderas en butacas pullman, desde las cuales ren groseramente, chillan, eructan y hacen sus laboriosas digestiones. Eso s, antes de ir a los espectculos, estudian prudentemente las carteleras: Mil carcajadas por hora en el Astral.

No ahondaremos ms en esta cuestin que nos detiene ahora. Baste con las muestras anteriormente citadas para poder adelantar una conclusin: la potica de Marechal incluye al lector. Lo intima a tomar posicin frente al texto. El tiempo marechaliano es el tiempo humano recluido en la contemplacin de s mismo en vas a la trascendencia. Erradicados, desechados de su concepcin del mundo se hallan los ruidosos, los superfluos, los explotadores y tantos otros, todos culpables del mismo pecado: () su tiempo de mirar y de mirarse: usted se lo ha robado (347).

Detrs de estos desechos, quedan las sospechas de un lector de la sospecha, un lector que tiene como premisa la lectura de interpretaciones meramente esotricas o de msticas informes y descontextualizadas. Schultze, el poeta gua, como al acaso, recita frente al estrado de un juez que les impide el paso ante una nueva espira una serie de relatos sin sentido, despus de los cuales sentencia: Los investigadores de maana sentenci el astrlogo con modestiase pelarn el culo por desentraar el sentido admirable que se oculta en esas fabulitas (292).

A esta potica que prioriza la contemplacin le sucede, como lgica consecuencia, una esttica cuya primordial funcin ser, por tanto, la reflexin del lector. Creo que en este punto puedo aventurar que esta novela no slo adelanta una idea acerca de s misma, idea que luego retomar la novela moderna, acerca de su desarticulacin y desmembramiento (aparentes). Me atrevo a decir que esta idea de un lector implcito construido sobre la reflexin es el antecedente del lector activo y el lector pasivo de Cortzar, de todas las estticas posteriores e hipervanguardistas que involucraron al lector en la construccin de la novela, como parte sine qua non de su existencia. La reflexin del lector es potenciada y estimulada por esta aparente y solo aparente desarticulacin: desarticulacin en el nivel de la trama, de la variedad de personajes, de la diversidad de planos y de mensajes.Es que como se ha dicho ms arriba, las distintas facetas que presenta son, a un tiempo, reflejos del autor y reflejos del lector. El innumerable panten de personajes son las potencialidades de una existencia. Y aqu es que retornamos a nuestra cita inicial respecto de la definicin de novela con la que Marechal corrige la versin de Macedonio Fernndez en su Claves...

La novela es potencialidad y desdoblamiento. El lector se encontrar a s mismo en mltiples personajes. El autor ha hecho su trabajo de, por su vez, desdoblarse. Y todos ellos son desdoblamientos del Adn porteo. La unidad se halla en el yo narrativo que es, al mismo tiempo, un yo lector. Ese lector que debe ser salvada de la anomia y la abulia, del "incendio", metfora que esparce sobre el infierno reservado a los periodistas y su lector standard: O gritos de pronto, y lanzndome a la hoguera pude salvar a un hombre: lo saqu al aire libre, limpi su ahumado rostro con mi pauelo. Y a quin descubr en aquel hombre? Al mismsimo Lector Standard! Sent en mi frente algo as como el aletazo de la gloria: con aquel acto de humanidad, qu bien haba defendido yo a los lectores standard en el grado tercero de sus intereses, en los del corazn!

Salvar al lector es la premisa. Salvarlo de la mala literatura de los anarquistas, o salvarlo de las pedestres metforas vanguardistas del mismo Marechal, salvarlo de los monstruosos homoplumas o falsos msicos que aturden el ter con su msica disfnica de aficionados, salvarlo de las falsas doctrinas de los oracionistas etreos o humillados, salvarlo de los envenenados espacios reducidos que le niegan su merecido espacio de luz y de sol. Ya lo han dicho otros crticos mejor que nosotros: es una novela de la salvacin.Para finalizar, permtasenos sealar tres elementos en la novela que desgranan la potica marechaliana. En primera lugar, su relacin, como ya hemos dicho, con Descenso... trasuntada en dos episodios que recolocan a la mujer en el centro de su esttica: el Gran Solitario y el Hombre de los Ojos Intelectuales. Ambos, con una concepcin errada de la mujer, se detienen en su posesin inmerecida para el segundo caso, lo que lo lleva a su aniquilacin total, o en su confusa idea acerca del movimiento necesario para su acercamiento. La mujer del Gran Solitario desciende hacia l en lugar de obligarlo a ascender. Invierte el movimiento. Y esa inversin es, en su naturaleza intrnseca, infernal. En ambos casos, el amor se pervierte y la mujer se torna objeto, posesin.Pero, por ltimo, don Ecumnico muestra el lado ms oscuro del poeta: se enamora de sus letras, de su erudicin y torna a la poesa un hecho descarnado, sin funcin. Carece de trascendencia, pues como un insecto que devora y digiere solo para s, el escritor se detiene en el amor de un hecho sin trascendencia. La letra ha muerto y el insecto se ha metamorfoseado, ha cobrado peso alimentado a papel obsoleto. Ese poeta es el ltimo, el ms cercano al temido Demonio, al monstruo gelatinoso e informe, el que niega toda divinidad a la trascendencia de lo creado: ...respirar el olor de las encuadernaciones, los papeles antiguos y los desinfectantes contra insectos de aparato roedor; colocar un libro en el atril y debatirme luego con la Divinidad, en una lucha de armas desiguales pero embriagadora en su misma desproporcin.

Conclusin:En el juego de la creacin como peligroso laberinto que puede desviar al hombre de su camino hacia la Belleza Increada, la novela se propone para el artista y el lector como belleza creada. En su laberinto el lector sigue el mismo camino que el protagonista (y que el narrador y el autor) en esa bsqueda. La novela es un pasar por bellezas transitorias que deben llevar a desear la belleza infinita. Detenerse en lo escrito es perderse en el laberinto: el lector debe seguir su propio camino. Si la obra termina de modo abierto en el centro del infierno es porque es el lector quien debe continuar ese camino sin distraerse en lo escrito. De haber seguido el plan similar al de Dante en el que se dibujaba en complejos smbolos una representacin finita de lo infinito, habra servido de distraccin insoluble para el plan original: el lector se hubiera quedado en el nivel del cdigo y no hubiera trascendido.Es en este sentido que Marechal concibe a la obra como espacio de bsqueda cuya ms certera y perfecta forma es, sin duda, la novela moderna tal y como se nos presenta en Adn, por su capacidad de aunar lo disperso (episodios, captulos, voces narrativas), estructura en dispersin propia de la novela moderna, en la ipseidad de un yo que se desenvuelve en todas sus potencialidades.Este espacio de bsqueda lo comparte el autor con su lector y el final infernal se torna, por tanto, puerta abierta (novela, opera aperta) hacia el cielo que, por lgica, se encontrar fuera del espacio de este mundo y, en consecuencia, de lo escrito.