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El Imperio Galáctico estableció una presencia oficial en Garos IV y puso fin a

la Guerra Civil garosiana. Muy entusiasmado, Dair Haslip decidió unirse al

Ejército Imperial. Sin embargo, algunos días antes de entrar a la Academia de

Raithal, daba un paseo por Garos IV con su amigo de la infancia, Jos Mayda,

cuando fueron atacados por dos soldados imperiales exploradores que

buscaban a un desertor.

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Las aventuras de Alex Winger

Punto de inflexión Charlene Newcomb

Versión 1.0

06.03.13

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Título original: Turning Point

Autora: Charlene Newcomb

Ilustraciones: Mike Vilardi

Publicado originalmente en Star Wars Adventure Journal 5

Publicación del original: febrero 1995

6 años antes de la batalla de Yavin

Traducción: Javi-Wan Kenobi

Revisión: Bodo-Baas

Edición: Bodo-Baas

Base LSW v2.0

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Star Wars: Punto de infelxión

LSW 5

Declaración

Todo el trabajo de traducción, revisión y maquetación de este relato ha sido realizado por

admiradores de Star Wars y con el único objetivo de compartirlo con otros

hispanohablantes.

Star Wars y todos los personajes, nombres y situaciones son marcas registradas y/o

propiedad intelectual de Lucasfilm Limited.

Este trabajo se proporciona de forma gratuita para uso particular. Puedes compartirlo

bajo tu responsabilidad, siempre y cuando también sea en forma gratuita, y mantengas

intacta tanto la información en la página anterior, como reconocimiento a la gente que ha

trabajado por este libro, como esta nota para que más gente pueda encontrar el grupo de

donde viene. Se prohíbe la venta parcial o total de este material.

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hacemos como parte de nuestro trabajo, ni tampoco esperamos recibir compensación

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Charlene Newcomb

LSW 6

Las lunas gemelas colgaban majestuosamente en el cielo del atardecer sobre el Océano

Locura. Los orbes alumbraban la costa, iluminando suavemente los acantilados Tahika y

creando lo que parecía ser un aire de tranquilidad.

Una suave brisa rozó la cara del joven alto y de cabello oscuro que se apoyaba en la

barandilla del balcón en lo alto del acantilado. Dair Haslip sabía que esa brisa sólo

contribuía a la ilusión de calma. Porque, más cerca del agua, los vientos traicioneros y las

olas implacables golpeaban sin piedad los acantilados.

A Dair le gustaba ese lugar de su planeta natal más que cualquier otro. Allí había

encontrado consuelo en momentos de desesperación. Había encontrado inspiración. Y

ahora que se estaba preparando para abandonar Garos IV por primera vez, quería que

cada detalle —las olas, los vientos, los acantilados, las lunas— se le quedase grabado en

la memoria. Puede que pasase mucho tiempo antes de que volviera a casa.

Había crecido a lo largo de estos acantilados; miró al sur, hacia el punto donde las

luces de la casa de su abuela eran apenas visibles. Pensó en Jos, su mejor amigo, y en las

veces que habían caminado por las laderas con esas luces como un faro para guiarlos a

casa. En noches como ésta, habían planeado su futuro juntos en la Academia Raithal…

Dair sacudió la cabeza con tristeza. Ahora Jos no se iría con él. El imperio no veía con

buenos ojos a alguien cuyo padre era buscado por delitos de traición. ¿Por qué las cosas

tuvieron que resultar así?, se preguntó.

Buscando una respuesta entre las estrellas, Dair miró hacia el cielo. No hubo

respuesta para Jos Pero lo que Dair vio allí llenó su corazón de orgullo.

Recortada contra una luna, la lanzadera imperial clase Lambda descendió a través de

tenues nubes. Se deslizaba sin esfuerzo hacia el espaciopuerto al sur de Ariana. Esa

lanzadera, y el Imperio al que representaba, significaba más para él ahora que había sido

aceptado en la Academia. Y con el interés del Imperio por Garos IV cada día más

evidente, había promesas de mayor prosperidad y empleo para los garosianos,

oportunidades para los jóvenes como él.

—¿Alguna vez has visto un espectáculo más magnífico? —dijo alguien detrás de él.

Dair se dio la vuelta. Irguió su cuerpo delgado, echando hacia atrás los hombros. La

voz profunda de barítono no parecía encajar en el caballero de corta estatura que se

reunió con él en el patio.

—No, señor —respondió—. ¿Cómo está esta noche, ministro Paca?

—Bien. Muy bien —respondió Paca, respirando profundamente el aire del mar—.

Eres Dair Haslip, ¿no es cierto?

Dair le lanzó una sonrisa, sorprendido de que el Viceministro de Comercio le

recordara de su primer encuentro hacía ya más de un año.

—Sí, señor. He venido a la recepción de esta noche acompañando a mi abuela.

Paca asintió.

—Keriin Haslip. Sí, estoy bastante familiarizado con tu familia, Dair —dijo mientras

se acercaba a la barandilla del balcón—. Admiraba el trabajo de su padre. Qué tragedia.

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Star Wars: Punto de infelxión

LSW 7

Dair desvió la mirada. Recordó que una bomba sundar se había llevado a sus padres

durante la guerra civil entre nativos garosianos y colonos de Sundari. Incluso después de

seis años, el dolor no se iba.

—¿Cree que el Imperio será capaz de detener la violencia, ministro Paca? —

preguntó.

—El ministro Winger está trabajando estrechamente con los funcionarios imperiales

hacia ese objetivo. —Paca miró hacia el horizonte y suspiró—. Por supuesto —dijo en

voz baja—, hay un precio que debe pagarse cuando el Imperio ayuda a un mundo.

—Sí, claro —dijo Dair ingenuamente—. Impuestos más elevados, una mayor

presencia militar. Pero después tendremos paz en Garos.

Paca miró por encima de la barandilla al mar que golpeaba las rocas mucho más

abajo.

—Paz —repitió. Había una tristeza en la voz de Paca que hizo que Dair se diera la

vuelta y le mirase. Pero lo que fuese que hubiera creído oír desapareció rápidamente

detrás de la amplia sonrisa de Paca—. Así que, señor Haslip, ¿cuáles son tus planes ahora

que tu abuela ha vendido las minas?

—Ahora estoy matriculado en la universidad, señor. Pero he sido admitido en la

Academia Imperial para el próximo período —dijo Dair con orgullo.

—Así que abandonarás Garos para explorar el gran universo que se extiende allá

arriba —dijo el hombre, señalando hacia las estrellas—. ¿Ejército o Armada?

—Ejército, señor. Me gusta tener los pies en el suelo.

Paca se rió.

—Entiendo.

—¡Muy bien, Magir Paca, le atrapé! ¿Está corrompiendo a mi nieto? —La luz de la

luna se reflejaba en el pelo largo y plateado de Keriin Haslip. Su rostro arrugado daba a

entender que los tiempos difíciles no le habían sido ajenos. Pero había una chispa en sus

ojos oscuros, como un fuego ardiendo intensamente, que ni siquiera los malos tiempos

habían logrado extinguir.

—Por supuesto que no, señora Haslip. Me conoce mejor que eso —le respondió

bromeando, besándole la mano que extendió hacia él—. Hemos estado discutiendo el

futuro de Dair. Acabo de oír la buena nueva. Garos se enorgullecerá de que uno de sus

mejores jóvenes asista a la Academia.

Dair se irguió, notando el destello de orgullo que se extendió por el rostro de su

abuela. Pero su sonrisa parecía casi obligada. No obstante, se había dado cuenta de que,

conforme el tiempo se acercaba, ella había dejado de hablar del tema de su partida de

Garos. Él era su única familia después de todo; eso explicaría su falta de entusiasmo.

Keriin tomó el brazo de Dair.

—Dígame, Paca —dijo, aclarándose la garganta—, ¿hay algo de cierto en los rumores

que he oído acerca del Ministro Winger?

—Creo que estamos contemplando a nuestro primer gobernador imperial —dijo Paca.

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Charlene Newcomb

LSW 8

—¿Tío Tork? Quiero decir, ¿el ministro Winger? —dijo Dair, sorprendido—. Eso es

genial, ¿verdad, abuela?

—¿Tío? —preguntó Paca.

—Los Winger siempre han sido como parte de la familia —explicó Keriin a un Paca

que parecía divertido—. Y sí, Dair, Tork Winger sería una buena opción dado su

conocimiento de las actuales negociaciones de paz con los sundars —agregó.

Paca asintió con la cabeza.

—Sí, es de esperar que el Imperio no forzará la paz —dijo él, incomodándose cuando

vio la expresión de asombro en el rostro de Dair.

—¿Forzar la paz? —Dair frunció el ceño, pasando la mirada de su abuela a Paca

mientras unos pasos resonaron por el patio de piedra. Vio cómo la tensión escapaba del

rostro de Paca.

—¿Ministro Paca? Siento interrumpir.

—¿Qué ocurre, Linsa?

—La lanzadera del Teniente Superior Brandei acaba de aterrizar. El Ministro Winger

ha sido llamado para reunirse con él.

—¿A estas horas de la noche? —Qué extraño—. Disculpe, señora Haslip. Dair.

Tengo que hablar con el ministro Winger antes de que se vaya.

—Por supuesto, señor —dijo Dair—. Buenas noches.

—Buenas noches, amigo mío —le

dijo Keriin—. Bueno, Dair, supongo que

tendremos que arreglarnos de otro modo

para regresar a casa esta noche.

Dair suspiró. Había estado toda la

semana esperando la visita de los Winger.

—Tío Tork iba a contarme más cosas

sobre sus días en la academia —le dijo a

su abuela.

—Bueno, tal vez otra noche —

sonrió—. Así que, dime, jovencito, ¿has

venido fuera para escapar de nosotros, los

viejos?

Dair respiró hondo.

—Supongo que estaba pensando en

Jos, abuela. Debería haber estado aquí

esta noche.

—Podría haber venido con nosotros,

Dair.

—Eso le dije. Pero dijo que todo el

mundo hablaría de su padre. ¡Y tenía

razón, abuela! ¡De eso iban la mitad de

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Star Wars: Punto de infelxión

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las conversaciones que he escuchado! «¿Han capturado ya al viejo Desto Mayda?

¡Seguro que ejecutan a Mayda!»

—Sé que Jos debe estar dolido —dijo Keriin—. ¿Le dijiste que ha llegado tu

aceptación?

—Sí. Se lo esperaba, pero realmente no quiso hablar de ello. Pero sí dijo que quiere

que vaya.

—¿Y no crees que esté siendo sincero?

—No es eso. Es sólo que yo sé cómo me sentiría si la situación fuera al revés. Él es

mi mejor amigo, abuela. —Una sonrisa apareció en el rostro de Dair. Un recuerdo que era

tan claro como si hubiese sucedido ayer—. ¿Alguna vez te dije lo que hicimos Jos y yo

ese verano después de mi décimo cumpleaños?

Keriin negó con la cabeza.

—¿Conoces esa extensión de acantilados al sur del Monte Usca…? Solíamos ir a

escalar allí todo el tiempo —le dijo Dair, dándose cuenta de que, incluso a la luz de la

luna, el rostro de su abuela pareció palidecer.

—Una vez me caí —

continuó—. No me hice

nada, abuela. Pero estaba

tan asustado que no podía

moverme.

—¿Qué pasó?

Dair rió entre dientes.

—Jos bajó a por mí.

¡Yo estaba agarrando la

cara de la roca para

seguir con vida! Jos llegó

a mi lado, colgando sobre

el océano desde su

cuerda. Y entabló una

conversación normal

como si estuviéramos de

pie en tierra firme.

¡Apuesto a que estuvo

hablando más de 10 minutos, allí colgado! Me hizo reír y antes de darme cuenta,

¡estábamos escalando el acantilado! —Dair suspiró—. Él siempre ha estado ahí para mí,

abuela. Y bueno, ahora me siento como si lo estuviera abandonando.

—Oh, Dair…

—¿Keriin?

Dair se volvió con impaciencia, molesto por haber sido interrumpidos. Pero la llegada

de Sali Winger le hizo olvidar temporalmente su depresión por Jos. Tía Sali había sido la

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mejor amiga de su madre. Y había llegado a ser una amiga aún más cercana de su abuela

en los años que siguieron a las muertes de West y Nieka Haslip.

Dair podía ver por qué Tork Winger se llamaba a sí mismo el hombre más afortunado

del planeta. Una mujer como Sali era el sueño de todos los políticos. Atractiva,

encantadora e inteligente, podría convertir un aburrido asunto diplomático en un

tremendo éxito.

—Sali, querida, ¿va todo bien? —

preguntó Keriin.

—Sí, todo está bien —respondió Sali,

sonriendo dulcemente a Dair y dando un

suave apretón a su brazo—. Pero como ya

has oído, el teniente Brandei nos ha pedido a

Tork y a mí que nos unamos a él en el

centro médico.

—¿En el centro médico? ¡Qué extraño!

—observó Keriin.

—Sí, a mí también me lo pareció. Pero

dijo que quiere que conozcamos a alguien.

Si no os importa venir con nosotros, aún

podemos pasar por vuestra casa, tal y como

habíamos planeado, sólo que después de

esta reunión.

—Bueno, por supuesto, querida. Eso

será perfecto —sonrió—. ¡Tal vez incluso

podamos invitar al teniente a que nos

acompañe!

—Una idea excelente, Keriin —dijo—.

Dair, ¿estás seguro de que no te importa abandonar la recepción?

—No, en absoluto, tía Sali —respondió Dair con entusiasmo, emocionado por la

posibilidad de conocer a un oficial de un Destructor Estelar de la armada. Ofreció un

brazo a cada mujer.

—¡Qué gentil! —dijo Sali mientras caminaban hacia la puerta—. Por cierto, Dair,

¿por qué no habéis estado Jos y tú en la mansión últimamente? Espero que Jos no esté

avergonzado por las cosas horribles que he estado oyendo acerca de su padre…

* * *

—Brandei, ¿de qué demonios va esto? —preguntó Tork Winger, saludando a su viejo

amigo—. ¿Qué estamos haciendo aquí?

Brandei sonrió misteriosamente.

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—Venid conmigo —dijo.

Dair caminó detrás del grupo por el pasillo del centro médico de Ariana. Manteniendo

un ojo vigilante sobre el teniente imperial, Dair quedó impresionado por su andar rápido,

deliberado, y por la forma en la que se comportaba. Todo en ese hombre irradiaba

confianza. Dair se preguntó si la graduación en la Academia Raithal le dotaría de tal

confianza.

—Entiendo que estás aquí por tu cuenta —estaba diciendo Winger.

—He terminado una misión especial en el sistema Reega, y me han otorgado permiso

para adelantarme en visita de negocios «extraoficial», viejo amigo —respondió

Brandei—. El Justiciero llegará dentro de unos días. El capitán envía sus saludos, y me

pidió que te dijera que se reunirá contigo entonces.

—Está bien. Pero, ¿por qué estamos aquí ahora?

Brandei se detuvo delante de una pared de cristal que los separaba de la habitación de

un paciente. Dair vio a un joven teniente, no mucho mayor que él, sentado junto a la

cama de una niña. La cabeza de la niña estaba vendada y tenía la cara magullada.

—¡Oh, cielos, esa pobre niña! —exclamó Sali Winger, extendiendo la mano hacia

Keriin buscando apoyo.

—¿Qué ocurrió? —preguntó Keriin.

—La hemos encontrado, apenas con vida, entre los escombros de una casa después de

una redada. Malditos rebeldes —dijo Brandei, con voz llena de asco—. Los médicos nos

aseguran que se recuperará. Pero la niña no tiene familia, Sali. Resultaron muertos en el

ataque.

Sali se volvió hacia su marido. Dair vio cómo sus ojos se llenaban de lágrimas. Luego

miró a Brandei, esperando leer correctamente el significado de sus palabras.

—¿Vas a dejarla con nosotros? —le preguntó.

Brandei tomó la mano de Sali. Él sabía que ella había sido incapaz de tener un hijo

propio.

—Le hablé al capitán acerca de vosotros. Pensó que era una excelente idea. —Sonrió

con suavidad—. Justicia poética, por así decirlo… una niña rebelde criada por un oficial

del Imperio.

¿Una niña rebelde? La mente de Dair se aceleró a mil kilómetros por segundo. Se

preguntó qué clase de personas podían hacerlo a su propia gente… a sus propios hijos.

—¿Sabes cómo se llama? —preguntó Sali mientras Dair sorprendía a tío Tork

estudiando su reflejo en el cristal. No había rastro del político de gran poder en sus ojos,

sólo un hombre profundamente enamorado de su esposa.

Brandei negó con la cabeza.

—Ha entrado y salido de la consciencia, no ha dicho ni una palabra.

—¿Quién es el joven que está con ella? —preguntó Winger.

—El teniente Chanceller. Él es quien la extrajo de los escombros. Parece haberse

nombrado su tutor.

—¿Puedo entrar?

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—Por supuesto, Sali.

—Keriin, ven conmigo… por favor —imploró.

Keriin asintió con la cabeza, indicando a Dair que la siguiera. Él se preguntó por qué

su abuela parecía insistir tanto en que la acompañara a la enfermería. Ella sabía lo mucho

que le disgustaban esos lugares… demasiados recuerdos de cuando sus padres murieron.

Cuando la puerta se cerró detrás de ellos, Dair se estremeció. El equipo médico

zumbaba en voz baja, parpadeando con repugnantes luces amarillas y azules. La

habitación era fría y poco atractiva. Pero sólo Dair pareció darse cuenta.

—Teniente Chanceller, me han dicho que salvó a esta niña —dijo Sali mientras el

joven se levantaba lentamente y se volvía hacia ellos. Penetrantes ojos azules se

encontraron con los ojos de Sali.

—Sí, señora. Yo… simplemente no podía dejarla morir allí.

—Gracias por cuidar de ella —le dijo.

—Hay algo especial en esta niña, señora.

—¿Especial?

—Es como si estuviera sacando fuerzas de todo lo que le rodea, aferrándose, tratando

de mantenerse con vida. —Sacudió la cabeza con tristeza—. Es una pena lo que pasó en

su hogar.

—¿Un ataque rebelde?

—Oh, no, señora. Estábamos buscando un bastión rebelde muy cerca del hogar de

esta pequeña. Nuestras fuerzas destruyeron media ciudad. —Tomó la mano de la niña en

la suya—. No quiero volver a ver algo así de nuevo —dijo en voz baja.

—¿Nuestras fuerzas? —preguntó Sali.

Los ojos de Chanceller estaban clavados en Sali.

—Sí, señora. Nosotros hicimos esto —dijo con amargura en su voz—. No había

rebeldes allí.

Sali permaneció inmóvil, sin hablar, con los ojos abiertos como platos por la sorpresa.

Dair frunció el ceño, escéptico ante lo que había oído. Seguro que había algún error. El

teniente estaba exagerando.

—Eso no puede ser cierto —dijo.

—Yo estaba ahí, chico. Sé lo que vi —respondió Chanceller.

Por el rabillo del ojo, Dair vislumbró la expresión de su abuela. Su mirada estaba

paralizada sobre la niña. Y el gesto silencioso de su cabeza era una declaración más

poderosa que cualquier palabra. ¡Ella le creía! ¡No lo entiendo!

Chanceller sorprendió a Sali cuando tomó su mano.

—Cuide bien de ella, señora —dijo. Con cuidado, colocó la mano de la niña en la

suya.

—Sí, lo haré, teniente —le dijo ella—. Gracias por darle una oportunidad de vivir.

—Una oportunidad1 —asintió—. Sí, señora. Adiós, señora.

1 Asistimos al nacimiento del apodo de Chance. No solamente es la abreviatura de su propio apellido

(Chanceller), sino que además significa «oportunidad» (N. del T.)

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Star Wars: Punto de infelxión

LSW 13

* * *

El viento hacía crujir las ramas de árboles en las laderas densamente boscosas al norte de

las minas. Los árboles baraka habían adquirido una tonalidad púrpura; el clima pronto se

volvería más fresco. Y aunque todavía faltaban tres horas hasta la puesta del sol, las

sombras espesas habían comenzado a arrastrarme por el paisaje. Las montañas estaban

vivas con vida animal, pero era el sonido de los depredadores humanos el que preocupaba

a Dair.

—¡Shhh! ¡Silencio! Podríamos meternos en un montón de problemas —susurró Dair

a su amigo. No podía creer que hubiera dejado que Jos le metiera en eso.

—¿Por qué? No estamos haciendo nada malo —dijo Jos Mayda en un tono que era

inusualmente desafiante.

—No sé si esos soldados exploradores imperiales estarían de acuerdo contigo —le

dijo Dair mientras miraba a través de sus macrobinoculares.

Jos se encogió de hombros, empujando largos rizos dorados de sus ojos.

—Te preocupas demasiado, Dair. Hemos estado caminando por aquí en estas

montañas durante años. ¡Además, tu abuela es la dueña de todas estas tierras!

—Solía serlo —le recordó Dair, examinando las laderas nerviosamente.

Poniendo los ojos en blanco, Jos frunció el ceño por ese detalle menor. Se recostó

contra un árbol, puso las manos detrás de su cabeza y suspiró.

—¿Recuerdas la vez que nos perdimos en las cuevas, Dair?

Dair hizo una mueca.

—Sí, pensé que tu padre iba a matarnos a ambos cuando se enteró… —Hizo una

pausa, recordando el tema prohibido—. Lo siento, Jos No quise decir…

Jos negó con la cabeza.

—No pasa nada. Tengo que enfrentarme a los hechos, ya sabes. Ya no somos niños.

Mi padre es un proscrito, un traidor. ¡Nunca lo volveré a ver!

Había algo más que simple ira detrás de la voz de Jos.

—Sé que él se preocupa por ti, Jos.

—¡Si se preocupa tanto, ¿por qué no pudo decirme, simplemente explicarme, por qué

sentía que tenía que trabajar con la resistencia?! —exclamó Jos. Hundió la cara entre las

manos y de pronto rompió a llorar.

Dair se sentó en silencio compartiendo la pérdida de Jos como si fuera la suya propia.

Puso su mano sobre el hombro de Jos. Sabía que no había palabras que pudieran consolar

a su amigo.

—Sabes, todo lo que siempre quise era ir a la Academia —dijo Jos finalmente—.

¿Recuerdas nuestros planes, Dair? ¡Íbamos a ver a la galaxia! ¡Ahora nunca me dejarán ir

a la Academia!

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Charlene Newcomb

LSW 14

—Tal vez todavía haya una oportunidad, Jos. Mi abuela podría hablar con el ministro

Winger…

—¡Oh, olvídalo, Dair! ¡Estaré atrapado en Garos para siempre!

Mirando a su amigo con el ceño fruncido, Dair lo vio secarse las lágrimas de sus ojos.

Jos había cambiado tanto en las últimas semanas. Siempre había sido capaz de sacar lo

mejor de cualquier situación.

—Bueno, tal vez yo me quede aquí también —le dijo Dair—. ¡Podemos ir ambos a la

universidad y luego abrir nuestro propio negocio!

Jos arrugó la frente en señal de desaprobación.

—No, Dair. Tienes que ir. —El ceño fruncido en su rostro se convirtió en una sonrisa

socarrona—. Sí, quiero que vayas. Y luego me lo cuentas todo, ¿de acuerdo? —dijo,

tomando sus macrobinoculares para escanear las laderas—. ¡Sí, quiero saberlo todo sobre

cómo te arrastras por el fango y dejas que te griten los sargentos de instrucción!

Dair rió.

—¡No omitiré ningún detalle! —prometió. Sabía que, detrás de las palabras

ingeniosas, había sido más difícil para Jos decirle que fuera, que lo que había sido para él

ofrecerse a quedarse.

—¡Mira! Dos soldados en 1-2-0 —dijo Jos—. Vaya, esas motos deslizadoras sí que

son una pasada. ¡He oído que tienen una velocidad máxima de 500 km/h! ¿Puedes

imaginarlo?

—¡Silencio! —susurró Dair.

—Apuesto a que están buscando a ese oficial naval que desertó.

—¿Dónde escuchaste esa historia, Jos? —preguntó Dair.

—En el Pub de Chado Estaban hablando de ese teniente… Creo que se llamaba

Chanceller.

—¿Chanceller? —¿Podría tratarse del oficial que había visto en el centro médico

unos días antes?

—¡Uno de los chicos dijo que era el ayudante de algún oficial del Justiciero! —Jos

sacudió la cabeza como si apenas pudiera creer que alguien pensase en la deserción—.

¡Venga, vamos a echar un vistazo más de cerca a esos soldados exploradores!

—¿Estás loco? Además, ya es demasiado tarde —dijo Dair—. Acaban de desaparecer

más allá del risco. Venga, vámonos a casa.

De repente, Dair escuchó el gemido de los motores. A través de un claro entre los

árboles vio a las dos motos deslizadoras. Los soldados exploradores les habían rodeado y

se movían con rapidez.

—¡Vamos, Jos! A las cavernas —dijo, corriendo a través de la ladera. Jos vaciló unos

segundos, luego se internó entre los árboles en dirección opuesta a Dair.

Sonaron disparos. Unos metros más adelante de Dair, un árbol estalló en astillas

cuando una explosión lo partió en dos. Se zambulló en la maleza justo cuando otro

disparo pasaba silbando sobre cabeza. Arrastrándose sobre sus manos y rodillas, gateó a

través de los arbustos y entró en una cueva.

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Star Wars: Punto de infelxión

LSW 15

Dair ni siquiera tuvo tiempo de recuperar el aliento cuando se escuchó cómo una de

las motos deslizadoras se detenía cerca. Las ramas caídas de los árboles crujían bajo los

pasos blindados. El soldado explorador se acercó más.

El corazón de Dair latía con fuerza. Se puso en cuclillas, inmóvil, en un hueco oscuro

de la cueva, esperando que el soldado renunciase a su búsqueda. Dair sabía por

experiencia que el contenido mineral de las montañas en esta parte de Garos hacía

estragos en los sensores. Y en el interior de la cueva, estaría a salvo de sus sondas.

El soldado explorador apartó a un lado unos arbustos cerca de la entrada a la cueva.

De pronto se detuvo y Dair se dio cuenta de que alguien estaba gritando en la distancia.

Disparos de bláster resonaron a través de las colinas. El soldado explorador salió

disparado hacia su moto.

Dair asomó con cautela la cabeza por entre los arbustos, echando un vistazo fugaz a la

moto deslizadora que surcaba la cresta de una colina cercana. Estaba a salvo. Pero, ¿y

Jos? Ese disparo de bláster que había escuchado… ¿y si habían atrapado a Jos?

Dair subió corriendo la ladera tras el soldado explorador. Pocos minutos después,

desde su posición elevada vio dos motos deslizadoras vacías en mitad de la colina. Se

movió silenciosamente hacia ellas.

Voces amortiguadas flotaban en el aire en una letanía casi mortuoria. Entonces, a

unos 10 metros de distancia de las motos, vio la armadura blanca contra el telón de fondo

de color marrón verdoso de los bosques. Un rifle bláster apuntaba a una figura boca

abajo.

—Por favor, no —murmuró Dair para sí mientras se colocaba detrás de la cobertura

que le proporcionaban las motos. La mano de Jos se agitó. Dair dejó escapar un suspiro

de alivio cuando su amigo se levantó lentamente sobre sus rodillas.

—¿Dónde está tu compañero? —preguntó a Jos uno de los soldados.

—¡Levántate, espía! —gritó el otro.

Dair no pudo oír la respuesta de Jos, pero vio que trataba de ponerse de pie.

—¿No lo eres? Entonces, ¿qué estás haciendo aquí, cerca de las minas? ¿No sabes

que esto es un área restringida?

Jos respondió, pero todavía demasiado bajo para que Dair pudiera entenderlo.

—¿De excursión? ¡Invéntate otra historia mejor, espía! —gruñó el soldado—.

Llevémoslo al cuartel general —dijo al otro soldado—. ¡En marcha!

De repente, Jos se lanzó hacia adelante, derribando a un soldado explorador. Rodaron

por el suelo, y Jos luchó por obtener el control del rifle desintegrador del hombre. Pero

cuando lo arrancó de su oponente, el rifle voló por el aire, aterrizando sólo a un brazo de

distancia de Dair. Jos se liberó del agarre del soldado explorador. Se puso en pie y echó a

correr, sin saber que Dair había recuperado el bláster.

El otro soldado alineó su punto de mira en la figura que huía. Un disparo mortal

atravesó el aire. Jos se desplomó en el suelo.

—¡No! —gritó Dair. Dos sorprendidos soldados exploradores se volvieron

simultáneamente para mirarlo. Otro disparo resonó en la montaña.

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Charlene Newcomb

LSW 16

El asesino de Jos estaba muerto.

Visiblemente agitado, Dair mantuvo el rifle desintegrador apuntando al otro soldado

explorador.

—¡No te muevas! —le gritó Dair. No quería matar a un hombre desarmado.

El soldado no le hizo caso, recuperando el fusil de su compañero caído mientras se

echaba al suelo del bosque dando una voltereta. Sonaron dos disparos. Y de repente, la

montaña pareció fríamente silenciosa.

El segundo soldado explorador yacía muerto. Dair se quedó mirando el rifle en sus

manos temblorosas, y luego lo tiró al suelo.

—¡Jos! —gritó, corriendo hacia su amigo caído.

Dair tomó la mano sin vida en la suya. Aturdido, se sentó al lado de Jos durante

mucho tiempo incapaz de moverse, incapaz de pensar.

Cuando la oscuridad se deslizó sobre la montaña, Dair lloró. A través de sus lágrimas,

cerró suavemente los ojos de Jos.

* * *

Dair se derrumbó en los escalones de piedra del patio. Se quedó mirando el mar. Esa

noche no le ofrecía paz. Una brisa barría suavemente en el agua. Se mezclaba con el olor

a shrail recién horneado, uno de los platos especiales de su abuela, que emanaba de la

cocina. Podía escucharla trabajando allí.

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Star Wars: Punto de infelxión

LSW 17

No había manera de que pudiera colarse en la casa. Ella le oiría. Se permitió una

sonrisa. Recordó que Jos había dicho que su abuela tenía el oído tan agudo como los

boetays salvajes que vagaban por las laderas de las montañas garosianas.

Jos Una lágrima se formó en su ojo. Jos estaba muerto.

—Dair, ¿eres tú? —resonó la voz de su abuela en la cocina.

—Sí, abuela, soy yo —gritó, secándose las lágrimas con una mano manchada de

barro mientras se abría la puerta del patio.

Ella no pudo dejar de notar lo sucio que estaba.

—¡Santo cielo, hijo! ¿Qué demonios te ha pasado?

Mordiéndose el labio, Dair se volvió para mirarla. Ella pudo ver el dolor en sus ojos.

—Tenemos que hablar —dijo ella con firmeza—. Ve a asearte. Voy a hacer un poco

de té.

Él asintió con la cabeza gacha. Luego caminó hasta su cuarto. Quince minutos más

tarde, la abuela Haslip servía el té y se sentó a la mesa frente a su único nieto.

—Bueno, tienes mucho mejor aspecto —dijo ella, tratando de levantarle el ánimo.

—Oh, abuela…

Las lágrimas brotaron de sus ojos.

Ella puso su mano sobre la de él.

—¿Qué ha pasado?

—Es Jos, abuela. Está muerto.

—¿Qué? —exclamó ella—. ¿Cómo?

—Estábamos cerca de las minas.

Dos soldados exploradores pensaron que

estábamos espiando. ¡Mataron a Jos! ¡Le

dispararon por la espalda, abuela!

Si ella se sorprendió por esa

revelación, no vio rastro de ello en su

cara.

—¿Qué pasó con los soldados

exploradores, Dair?

—Yo… yo los maté. —Vaciló—. Y

escondí sus rifles en una cueva cerca de

los acantilados —dijo, tratando de

ordenar sus sentimientos; no estaba

seguro de por qué lo había hecho, pero

parecía lo correcto en ese momento.

Keriin Haslip acercó su silla a la

mesa. Envolvió con sus brazos a Dair y

lo abrazó con fuerza.

—Está bien, Dair —le tranquilizó—.

Todo irá bien.

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LSW 18

—¡No puedo creer que dispararan a un hombre desarmado por la espalda, abuela! —

dijo Dair al fin cuando las lágrimas dejaron de fluir—. ¿Eso es en lo que me convertiré si

me uno al Ejército Imperial?

—El imperio no sigue las reglas de los seres civilizados, Dair —le dijo—. Sigue sus

propias reglas y las cambia para satisfacer sus propias necesidades.

—¿Siempre has pensado así sobre el Imperio, abuela? —le preguntó.

—Sí.

—¡Pero les vendiste las minas! ¡E ibas a dejarme ir a la Academia!

—Me vi obligada a vender las minas, Dair. No tenía otra opción. Y tú tenías que

forjarte tu propia opinión sobre el Imperio… qué es correcto, qué está mal. —Hizo una

pausa, buscando sus ojos. Más allá del dolor, encontró lo que estaba buscando—. Con el

tiempo, sabía que encontrarías la respuesta.

Dair asintió.

—¿Qué hacemos ahora, abuela? —preguntó.

—Los imperiales asumirán que fue la resistencia quien lo hizo. Debo avisar a… —Se

detuvo en mitad de la frase.

Dair miró a su abuela y frunció el ceño.

—¿Avisar a quién, abuela?

Keriin Haslip estudió el hermoso rostro de su nieto, sus ojos oscuros tan parecidos a

los de su padre. Había crecido bastante en las últimas horas. Había aprendido una dura

lección sobre la vida. Sobre el Imperio. Había llegado el momento.

—¿Abuela?

—Tengo algunos amigos que necesitarán saber lo que ocurrió hoy cerca de las minas.

—¿Amigos?

—Dair, creo que es hora de que sepas la verdad sobre tu vieja abuela. Venga, vamos.

Hay algunas personas que quiero que conozcas.

* * *

La cámara en las profundidades bajo la biblioteca de la universidad era húmeda, no muy

diferente a las cuevas donde Dair había jugado cuando era niño. El aire silbaba a través

de un orificio de ventilación en el techo, y Dair podría haber jurado que sentía las

vibraciones del mar golpeando los acantilados cercanos.

Desnuda excepto por una mesa y algunas sillas, la habitación estaba iluminada por un

mapa holográfico de la ciudad de Ariana y el área que rodeaba a las minas. Incluso en la

penumbra, Dair podía ver la expresión sombría en una media docena de caras mientras

escuchaban su historia.

Dair miró alrededor de la mesa. Conocía a los dos hombres a cada lado de su abuela:

El viceministro Magir Paca, con quien él había hablado tan sólo unos días antes, y Desto

Mayda, el padre de su amigo. Reconoció a un tercer hombre por las videonoticias

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emitidas para cubrir la guerra civil garosiana. Camron Gelorik, líder de los radicales

sundars, ahora estaba sentado pacíficamente con los garosians que una vez ordenó a sus

seguidores que persiguieran. Garosianos y sundar unidos. Su lucha contra el Imperio

había comenzado.

—¡Era sólo un niño! —exclamó Mayda cuando Dair terminó de describir lo que

había ocurrido cerca de las minas—. ¡Malditos sean todos!

—Os dais cuenta de que los imperiales culparán de esto a la resistencia — dijo Keriin

Haslip al grupo.

—Ya puedo ver las videonoticias —agregó Gelorik—. «¡Soldados exploradores

asesinados mientras intentaban proteger a un chico inocente de los vándalos de la

resistencia!»

Algunos murmuraron su acuerdo, pero Paca levantó la mano para silenciarlos.

—A diferencia del imperio, nosotros no matamos gente inocente —les recordó—.

Nuestros amigos nos conocen mejor que eso.

—Pero aún deberíamos correr la voz —dijo Keriin Haslip—. ¡Todo el mundo debe

saber la clase de animales que son!

Desto Mayda negó con la cabeza.

—Eso podría ser peligroso para tu nieto, Keriin. La amistad de Dair con Jos era bien

conocida —dijo.

—Sí —convino Paca—, Desto tiene razón. Si se corre la voz de que alguien estaba

con Jos en el momento de su asesinato, los imperiales investigarán a Dair sin duda.

—Eso podría llevar a muchas preguntas —dijo Gelorik en voz baja. Estudió el rostro

de Dair—. Y podría llevarlos hasta nosotros.

—¿Quiere decir que tenemos que ocultar la verdad? —preguntó Dair—. ¿Van a dejar

que les acusen de asesinato?

—Me temo que sí, hijo —dijo Desto—. Al menos por ahora.

Dair asintió, entendiendo que estas personas estaban haciendo algo más que poner su

confianza en él. Era un sacrificio que podría crear más enemigos para la resistencia. Era

un sacrificio por él. Y ni siquiera era uno de ellos. Aún.

—¿Puedo hacer algo para ayudar? —preguntó.

—Bueno —dijo Paca—, tendremos que enviar un equipo para recuperar esos rifles

desintegradores que escondiste.

—Me gustaría ir con ellos, Ministro, quiero decir, Paca —dijo Dair.

—Bien, hijo. Estamos contentos de tenerte por el tiempo que estés en Garos. Pronto

te dirigirás a la Academia Raithal, ¿verdad? —le preguntó Paca.

—¿Qué? —Dair sacudió la cabeza con incredulidad—. No puedo ir a la Academia

ahora. ¡Yo no quiero ser uno de ellos!

Desto Mayda agarró la mano de Dair desde el otro lado de la mesa, sobresaltándolo.

—¿No te das cuenta, Dair? Tienes la oportunidad de trabajar contra el Imperio desde

el interior, como hace Paca en el Ministerio.

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—No puedes rechazar tu admisión ahora. Piensa en lo sospechoso que podría parecer

—dijo Paca.

Dair comenzó a ver una carrera con el Imperio bajo una luz completamente diferente.

—Puede tomarte años. El trabajo encubierto puede ser un proceso lento y tedioso.

Pero pequeñas cosas, como suministros enviados al destino equivocado…

—Pequeños problemas informáticos… —agregó Mayda.

—Pedidos que no se procesan de manera oportuna… —dijo alguien más.

—Todo ayuda a socavar los esfuerzos imperiales —continuó Paca—. Sólo piensa en

las posibilidades.

—Con el tiempo, pide un traslado de regreso a Garos. ¡Nos serás de un valor

incalculable! —le dijo Gelorik.

—Piensa en ello, hijo —dijo Paca.

Mirando todos los rostros uno a uno, los ojos de Dair por fin se posaron sobre su

abuela. Sus ojos brillaban con lágrimas. Keriin Haslip sabía cuál sería su elección. El

Imperio le arrebataría a su nieto, pero no sería el Imperio quien dictaría los términos, sino

ella.

* * *

Dair estaba de pie en el pasillo mirando el reflejo en el espejo… el reflejo de alguien que

había madurado rápidamente a la edad adulta en esos últimos meses. Se sentía más fuerte,

más seguro que nunca. Pero a medida que se embarcaba en ese viaje, se dio cuenta de que

estaría solo ahí fuera, rodeado de personas que servían ciegamente al Imperio. Pero

estaba decidido a jugar el juego a su manera, a aprender todo lo que pudiera aprender. ¡Él

marcaría la diferencia!

Enderezando su túnica azul grisácea, asintió para sí mismo. Las puertas dobles de la

gran sala se abrieron y Keriin Haslip hizo una seña a su nieto.

Dair respiró hondo y se unió a ella en la puerta mientras estallaban los aplausos. Miró

las caras de sus amigos y se sonrojó de vergüenza. Un grupo de antiguos compañeros de

clase se precipitó sobre él, dándole palmadas en la espalda y estrechándole la mano.

Al otro lado de la sala, Dair vio al recién nombrado Gobernador Imperial Winger en

una animada discusión con Magir Paca. A pesar de que ya no era ingenuo acerca de la

verdadera naturaleza del Imperio, Dair todavía tenía que admirar al tío Tork. Winger

había resultado ser la voz de la moderación, llamando a poner fin a la purga Imperial de

radicales en ambos bandos de la guerra civil. Dair entendía ahora lo que Paca había

querido decir con «forzar la paz».

—Buena suerte hijo —dijo Paca, estrechando la mano de Dair con firmeza.

—Gracias, Ministro Paca —respondió. Habían tenido una despedida privada en el

centro de operaciones de la resistencia sólo unas pocas horas antes.

—Dair, no podría estar más orgulloso aunque fueras mi propio hijo —dijo Winger.

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—Gracias, gobernador —dijo Dair—. Sólo espero estar a la altura de las expectativas

de todos.

Miró hacia su abuela y Paca.

—Lo harás, hijo —dijo Winger—. No tengo la menor duda de ello. Has pasado por

algunos momentos difíciles aquí. —Agitó la cabeza—. Todavía espero que encuentren a

los radicales que mataron al pobre Jos Mayda…

Keriin Haslip hizo un gesto, casi imperceptible, a Paca.

—Sé que te las arreglarás perfectamente en Raithal —dijo Winger—. Es una

experiencia que nunca olvidarás. Ni lamentarás. Vaya, me acuerdo de cuando estaba en la

Academia de Carida…

—¡Oh, Tork! ¡Nada de tus viejas batallas ahora! Se supone que estamos de

celebración —dijo Sali Winger, empujando juguetonamente a su marido a un lado para

dar un abrazo a Dair.

—Ah, sí. Bueno, Dair, muéstrales que somos unos tipos duros.

—Lo haré, gobernador. ¿Cómo está usted, señora Winger? —la saludó Dair.

—¡Dair, no puedo creer que vayas a marcharte! ¡Sólo mírate! ¡Tus padres estarían

muy orgullosos! —dijo, volviéndose para tomar una mano invisible—. Alexandra, ven y

dile adiós a Dair —instó a la niña de pelo oscuro.

Brillantes ojos azules se asomaron detrás del vestido de Sali.

—Hola, Alex.

—Hola —dijo ella, alzando su mano para que él se la estrechase.

—Echaré de menos nuestras partidas de cartas semanales —dijo.

—Prometiste que me enseñarías a jugar al sabacc, ¿recuerdas?

—¡Sí, para que puedas ganarme también a eso! —se echó a reír—. Venga, vamos a

ver nuestro paisaje favorito una vez más —dijo, tomando la pequeña mano en la suya y

llevándola fuera, al patio.

Sintió que los dedos de la

niña se tensaban alrededor

de los suyos.

—Apuesto a que

habrás crecido mucho

cuando vuelva —le dijo

mientras la segunda luna

de Garos hacía su

aparición en el horizonte.

Y de repente, se formó un

nudo en su garganta y le

dolía el corazón. Se

encontró de nuevo

pensando en Jos.

—Le echas de menos,

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¿no? —le preguntó Alex en voz baja.

—Sí —asintió—. ¿Eh? ¿Cómo sabías que estaba pensando en Jos?

Alex se encogió de hombros.

—¿Por qué tienes que irte? —le preguntó.

Dair la levantó en sus brazos.

—Sabes que voy a unirme al Ejército Imperial.

Alex retrocedió ante él por un momento. Entonces ella lo miró, estudiando su cara

con esos ojos azules que tenía. Dair nunca había visto tanta intensidad en alguien tan

joven. Era casi como si pudiera ver a través de él.

Doblando su dedo para que se acercase, Alex le susurró al oído.

—No te creo —dijo—. Pero no se lo diré a nadie.

Dair la miró con asombro, y luego sonrió.

—Está bien —le respondió con un susurro—. Gracias.

Un viento frío soplaba a través de los acantilados. Dair y Alex observaron el mar

golpeando los acantilados, las violentas fuerzas de la naturaleza en acción. Había otras

fuerzas violentas actuando en Garos, fuerzas de una naturaleza creada por el hombre… y

que habían cambiado la vida de Dair para siempre.