el hombre en suspenso
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Interesante reseña periodística sobre la notable obra de quien fuera el ganador del Premio Nóbel 1976TRANSCRIPT
“El hombre en suspenso”
Una novela de Saul Bellow, Premio Nobel 1976
Por: Douglas González C.
Para quienes creen en que la literatura puede estar sujeta a la moda, Saúl Bellow
es uno de esos autores que desde hace años no reúne los atributos superfluos
para formar parte de ese reino de lo efímero. Quienes se empeñan en fecundar
esa extraña manía, sin duda son cercanos a la sub-literatura engendrada por los
Best Seller, o a los estantes de libros del Supermercado de escritura barata, que
es la que suele apuntar hacia semejante insensatez. O, simplemente, se trata de
lectores tardíos, con poco o nulo conocimiento literario.
Hay algo que pocos escritores latinoamericanos suelen admitir, lo mucho que ha
influenciado la literatura norteamericana al desarrollo literario latinoamericano. En
el caso de Bellow, es determinante su cosmogonía de la ciudad como centro
sustantivo de los seres por excelencia. Si alguien desea obtener una real
comprensión de la sociedad estadounidense, no sólo está llamado a entender el
esquema acumulativo de puntuación del Rugby, también debería frecuentar la
lectura de Bellow, sino su comprensión de ese lenguaje cifrado, la estructura
ausente –según la acepción semiótica de Umberto Eco- de sus urbes siempre
será incompleta.
Una feliz casualidad me guió hasta los libros de Saúl Bellow –mientras revisaba
los estantes de una librería-, lo he leído primero en español, donde en este lado
del mundo se pueden conseguir casi todos sus libros, pese a la distancia que
impone la traducción, los textos mantienen el ritmo y el matiz cercano que los
reviste en su lengua original. Luego he podido releer algunos en ingles, logrando
recuperar algo de esa atmósfera descriptiva y decimonónica característica en las
obras de Saúl Bellow –salvo algunas excepciones como El Planeta de Mr.
Sammler y Henderson, el rey de la lluvia que al parecer nacieron en total orfandad
de estilo y lucidez, ambas son obras muy opacas-. El resto de los libros de Bellow,
conforman una literatura. El Legado de Humbolt, Las aventuras de Augie March y
Herzog, bien pudieran ser ponderadas entre las piezas magistrales de la narrativa
contemporánea norteamericana, aquilatadas en un verbo que es a la vez la
colosal máquina que utiliza para viajar a través de los mundos que se multiplican
en sus historias. Bellow es también el más elaborado y quizá el más fiel exponente
de un estilo y un enfoque sociológico de la novelística de los Estados Unidos,
donde los juegos temporales, determinados por clases sociales, profesión, raza y
creencias, o la ausencia de cada una de éstas, son su verdadero argumento, su
excusa para diseccionar un tiempo, y descubrir los tantos otros que hay en él.
Bellow, recupera así parte de la tradición inaugurada por Marcel Proust en su
novela: “En busca del tiempo perdido”. Pero la recuperación temporal en Bellow
está cifrada en ciudades cosmopolitas –Nueva york o Chicago-, con rascacielos y
suburbios. Saúl Bellow, parte muchas veces del centro de todo ese conglomerado
que es la sociedad de masas y lo que genera su condición como sustentadora de
la dinámica urbana en la vida moderna, dinero, éxito, conspiración, ganadores y
perdedores, amor, soledad, sexo, triunfo, injusticias, fracaso y nostalgia, todo
conviviendo en la vertiginosa simetría del concreto y el asfalto.
¿Qué es un hombre en suspenso?
En 1944, en pleno desarrollo de la Segunda Guerra Mundial, abordamos el mundo
de Joseph, un joven desempleado que está esperando ser llamado a las filas del
Ejército, pero luego descubriremos que eso no es lo único que espera. Joseph se
nos va revelando como un hombre con anhelos que van más allá del denominador
común; tiene vocación por lo artístico y le seduce la vida intelectual. De hecho
lleva un diario en el que abundan sus apuntes de grandes autores y frases sobre
el papel del arte en la humanidad. Pero esa intencionalidad sobre lo que podría
ser su vida, jamás llegará a traspasar las páginas de su diario, donde va
registrando el itinerario de sus inquietudes y reflexiones, sobre todo lo que le
acontece, y lo que él cree está llamado a hacer de su vida.
Joseph es el protagonista de El hombre en suspenso, la primera novela de Saul
Bellow. Se queja reiteradamente de su falta de libertad, pero lo irónico del caso es
que Joseph es un hombre libre, es un desocupado con casi ninguna obligación,
quizá tenga un ideal romántico de la libertad que no se conjuga con la concepción
ordinaria, de lo que en realidad es, o peor aún, no sabe en realidad cómo
asumirla, y si lo sabe, tal vez es incapaz alcanzar lo que se ha propuesto con ella,
y esa incapacidad lo paraliza.
Refugiado en su habitación, donde ha vivido con su esposa, los últimos ocho
meses, Joseph siente como se cumplen todos los aplazamientos, dejando a su
vida relegada, suspendida, para otro momento en que su existencia pueda ser
más concluyente.
“Algunos hombres parecen saber exactamente donde están sus oportunidades, se
fugan de prisiones y cruzan Siberias enteras en su busca. Una habitación me
retiene”. Escribe Joseph en su diario.
El dilema planteado por Saul Bellow en “El hombre en suspenso”, entre existencia
y libertad, ya lo había resuelto en la Francia del Siglo XVI, un joven pensador que
con apenas dieciocho años, llamado Ethienne de la Boetie, escribió el célebre
panfleto: “Discurso de la servidumbre voluntaria”, cuyo principal argumento es que
el hombre no ha sido educado para la libertad sino para la servidumbre y Joseph,
el hombre en suspenso, no es la excepción. La Boetie señala que la obediencia no
es algo impuesto desde el exterior, sino que en gran medida se trata de una
acción voluntaria.
“Los hombres –aseguró La Boetie-, no han nacido para someterse, pero viven
sometidos. Han nacido para la fraternidad, pero viven en relaciones de señoría y
vasallaje; han recibido el lenguaje como don de acercamiento y comprensión
mutua, pero lo utilizan para dar órdenes e hipotecar su voluntad. La naturaleza no
los ha hecho tanto para estar unidos como para ser unos”.
Joseph sabe, desde el horizonte de su interioridad, que de haberse vinculado al
mundo de las artes, hubiera tenido que enfrentar el reto de enfrentar frente a
frente su libertad, y además cargar con ella, una especie de ecuación sin resolver.
Cómo no sabe qué hacer con tamaño espacio de su existencia, la rehúye, prefiere
dejarla suspendida, colgada al lado de su vieja vida, junto al traje que dejará en un
gancho el día que se lo quite para ponerse el uniforme militar. Es la otra manera
que ha conseguido para justificar la inquietud de su existencia.
De esta manera Bellow conduce a Joseph a enfrentarse al debate que por siglos
ha sido la principal disyuntiva de la ética del hombre occidental: Ser o no Ser,
aunque el escenario elegido para definir esta lucha titánica que libra su interior
sean las páginas de su diario.
Joseph, bien pudiera ser la encarnación constante de la lucha con la insondable
cotidianidad; anclado quizá de forma excesiva en medio de una vida común. La
mejor definición de Joseph, es la del hombre postergado, quien en ningún
momento emprende nada y asume la actitud más cómoda, dejarse llevar por los
caminos que le señalan los imperativos de la vida social. Es así como ha dejado
en manos de la oficina de alistamiento militar la decisión final de qué hacer con su
libertad.
Cuando llega el esperado telegrama del ejército con la orden de alistamiento,
Joseph asume esta tarea como la de un héroe de dimensiones individuales, un
auto excluido de la esperada tierra prometida, alguien que tratará de redibujar su
existencia en el sacrificio de ir a la guerra cuando ésta explosiona de la manera
más cruenta.
“Los mundos que buscábamos no eran jamás los que veíamos; los mundos con
los que habíamos contado no eran nunca los mundo que conseguíamos”. Anota
en su Diario.
Cuando Joseph llega al mostrador y entrega la carta de reclutamiento, cuando le
colocan el sello de admitido, marca el momento en que él cree que ha
intercambiado su libertad por la de otros. A Jospeh ya no le importará si es un
hombre libre o no. Lo que sí, es creer que su sacrificio, suma para salvar a una
nación. Esta entrega voluntaria, le proveerá el ideal necesario para encontrar la
justificación de haber dejado en suspenso una existencia que pudo haber sido
marcada por lo trascendental. Ante la imposibilidad de manejar su vida por sí
mismo, Joseph ha terminado por donarla a una causa superior. Un acto heroico, el
leit motiv, que lo lleve de la mano a adentrarse en ese conglomerado de números
y rangos, donde todas las cosas son iguales partiendo del uso de uniforme. Así
llega a su nueva vida, en medio del estruendo de los cañones, nace la expiación.
Pero Joseph sabe que al igual que Moisés jamás entrará a la tierra prometida, sin
embargo, en este intercambio siente que ha ganado nuevos valores para su vida
que le justifican: la patria, la libertad y la paz.
Poblado de constantes referencias biográficas, de permanente uso y evaluación
comparativa, con los más variados aspectos de su vida diaria, la vida de Joseph
siempre se irá comprimiendo entre las bisagras del “deber ser”, o del “ser o no
ser”.
Lacónico por excelencia, en medio de esa constante contradicción hombre-mundo,
aplicado al absurdo existencial, la vida de Joseph en momentos parece divagar
por la senda del conformismo, atrapado en su asfixiante atmósfera, como el
impredecible hombre doméstico en rebeldía que se niega a aceptar las reglas
preestablecidas.
En momentos Bellow nos sugiere vagamente el sinsentido que puede sustentar la
consecución de la espera, utilizando a veces la misma perspectiva del Godot de
Beckett, en otras es la eterna postergación al anhelado retorno al jardín del Edén,
o el inalcanzable encuentro entre el agrimensor y el señor del Castillo de Kafka.
Otro aspecto al que Bellow le otorga mucho peso narrativo, en esta su primera
novela, al igual que hará en otras narraciones subsiguientes, es esa manifestación
autoritaria y dictatorial que le asigna a los ancianos. Que bajo su óptica se revelan
como seres manipuladores y egocéntricos que siempre están victimizándose a sí
mismos acusando a sus entornos de hostiles e incomprensibles.
En momentos Joseph tiene la lucidez para reconocer lo tanto que de sí mismo ha
renunciado, y es en la escritura de su diario que encuentra el espejo donde puede
mirarse realmente a sí mismo como es, pero como el hombre urbano encuentra en
la lectura del periódico una ventana por donde asomarse al mundo: “Al volver a la
vida consciente, tras la regeneración –cuando es tal cosa- del sueño, paso
corporalmente de la desnudez al vestido y, en el aspecto mental, de una pureza
relativa a la contaminación. Subo la hoja de la ventana y examino el tiempo, abro
el periódico y admito la entrada del mundo a mi vida”.