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Junio 2010 EL FARO EL FARO EL FARO EL FARO EL FARO 1 PLIEGOS DE ALBORÁN Nº 16 JUNIO 2010 La ciudad de Guadix debe mucho a su hijo predilecto Antonio Enrique. Granadino de pura cepa, ha dado en recalar en aquel misterioso enclave, en donde ha asentado su vida desde hace más de dos décadas, dijérase que para in- terpretarlo y darlo a conocer desde su particu- lar sensibilidad; una sensibilidad en la que se concilian y armonizan los copiosos datos de la Historia con un profundo conocimiento de la realidad del territorio y la fabulación y la reinvención líricas, que él aporta de su propia cosecha. Todo el que tiene algo que ver con la escritura en este país asocia hoy Guadix a su nombre, y se lo imagina en aquella antigua ca- sona de labranza que ha sabido recuperar con tanto cuidado, o en la torre vigía que la acom- paña, desde la que observa y crea; y lo herma- na, al evocarlo, al recuerdo de Pedro Antonio de Alarcón, que difundió en el XIX las costum- bres y tradiciones accitanas. Algo de aquella herencia alarconiana ha recogido el escritor que ha logrado convertir a Guadix en una suerte de leitmotiv de su obra, y en elemento recurrente que aparece a la menor oportunidad. El marca- do protagonismo de la ciudad, de sus gentes y de sus paisajes no ha dejado de sustanciarse en muchos de sus títulos. Está presente en sus re- latos: en los Cuentos del río de la vida (1991); en novelas, como Kalaat Horra (Sevilla, 1991), más tarde rebautizada como Las praderas celestiales (Granada, 1999), en La luz de la sangre (Grana- da, 1997) o, más recientemente, en La espada de Miramamolín (Barcelona, 2009); y no digamos en sus versos, en gran parte de los que compo- nen su ya larga lista de libros de poemas, como ocurre en los inolvidables Huerta del cielo (Mála- ga, 2000) o Viendo caer la tarde (Huelva, 2005), por citar dos ejemplos señeros, que nos mues- tran esa faceta suya espiritual y contemplativa, del que se embelesa con la luz, con el aire, con la atmósfera de una ciudad y todos sus rinco- nes secretos, reales o impalpables. Ahora ese protagonismo vuelve a actualizar- se, por más que sea con el retraso de toda una década. Y es que en el año 2000 publicaba el autor en Seix Barral su novela El discípulo amado. Pero la edición que llegó a los lectores no coin- cidía con el propósito más ambicioso del narra- dor. Por imperativos editoriales éste se vio obli- gado a cercenar una de las dos líneas argumentales de su historia que, originariamen- te, contemplaba dos relatos complementarios: uno que sucedía en el siglo I, el que se publicó en su momento, y en el que se recoge la voz en primera persona del discípulo amado; y otro, del que hubo de prescindir, que acontecía en el siglo XX. Su proyecto, en consecuencia, se vio alterado por la omisión de la mitad de la obra. Esta curiosa peripecia se subsana ahora, afortu- nadamente, con la edición de la otra mitad que acaba de ver la luz con el título (tan de accitano fundamento) de El hombre de tierra (Padaya Edi- tores, Guadix, 2009). De todo ello nos da cum- El hombre de tierra plida noticia el propio autor en la «Nota a la edición» que figura al frente de esta otra parte, hurtada entonces, a su proyecto narrativo. Con- cebida en sus inicios como una historia en zig- zag, sus capítulos –doce en total– se iban alter- nando en torno a la verdadera identidad del autor del Cuarto Evangelio. Fueron dados a conocer los pares, mientras que los impares quedaron para mejor ocasión, con lo que «el texto ganaba en intensidad lo que perdía en co- hesión, y en unicidad lo que restaba en claridad argumental», según nos manifiestan sus propias palabras. Hemos tenido que esperar casi diez años para conocer el otro lado de la peripecia narrativa, la que acontece hacia finales del siglo XX en Guadix, aquí llamada, por mor del simbolismo, Tumba; un siglo XX que en estas páginas se ofrece al lector con ciertos visos arcaizantes o como atemporales, dado el registro lingüístico que se mantiene y la intensidad poética del que se nutre. A Tumba, pues, llega un personaje misterioso, el viajero, del que nada se sabe, para hurgar en los archivos de la iglesia y rebuscar en los legajos datos más fidedignos sobre el patrón de la ciudad. Pero su investigación se irá ramificando hasta hacerlo derivar hacia otros asuntos. En ello tendrá que ver y mucho la pro- pia ciudad que, en cierto modo, le incita a apar- tarse de su intención primera. Porque Tumba es un lugar que fascina, que «envenena», que se ama y se odia; un lugar en el que le seduce espe- cialmente el enigma de sus cuevas, y alzándose sobre ellas «como un tótem» la iglesia de La Magdalena, de la que sale cada año «ese chivo expiatorio que llaman Cascamorras»; este y otros misterios le ocuparán la mente y el ánimo y le harán reparar en aspectos que lo van apartando de su propósito inicial, en torno a la figura de San Torcuato. Obviamente esos aspectos tienen que ver con el relato paralelo del cual este otro sirve como complemento y contrapunto. Un ejercicio narrativo que ya ensayara en su libro de poemas El galeón atormentado (1990), pero que aquí se enriquece con el añadido de la novela dentro de la novela. El hecho de que la obra indague en la verda- dera identidad del discípulo amado la convier- te, por extensión, en una novela de tesis sobre el origen del cristianismo, en una novela que lleva aparejada su vertiente ensayística, profusamente argumentada, que funciona de un modo bastante creíble, dentro de los límites de la especulación novelesca, al margen de que sean o no asumibles sus postulados. A este respecto se aporta una abundantísima serie de referen- cias librescas y eruditas que ofrecen una lectura heterodoxa del evangelio. Se cifraría ésta en la contraposición de dos herencias: la que nos lle- ga de Juan, oculta y misteriosa, humana y tole- rante, «que será colegiada, pobre y abierta a la mujer» y la de Pedro, dogmática, intransigente, represora y manchada de sangre. Ambas tradi- ciones darían pie a sendas visiones de la fe: la defendida por una iglesia obvia que proviene del Cristo sacralizado por el petrismo católico y otra subterránea, oculta, proscrita y manifiesta sólo a través de signos velados y de ritos miste- riosos, proveniente de Jesús; la única, en suma, que puede propiciar la esperanza de un tiempo nuevo… La complejidad de esta línea argumental ocupa gran parte de la obra, a tra- vés de las meditaciones y elucubraciones del viajero, que viene a ser un viajero inmóvil, un viajero que viaja con su imaginación, estancado en esa ciudad de Tumba, simbólica y maldita, que se convierte en un mapa de signos; un mapa que poco a poco irá tratando de descifrar e in- terpretar. Todo en ella le habla: la calle de san Miguel (grieta divisoria entre las dos concep- ciones, y las dos grandes zonas de la ciudad), la iglesia de la Magdalena, en la que tienen lugar extrañas ceremonias, la figura del Cascamorras, la procesión del Santo Sepulcro, Face Retama y los parajes de los alrededores… Sorprende la arquitectura de esta obra que reniega de la acción y sin embargo subyuga a quien la lee, porque invita a viajar con el viajero, a través de sus sospechas, por los laberintos de una posibilidad que aquí se sustenta con la pre- cisión de una maquinaria de relojería. Ayuda a todo ello la poderosa fuerza dialógica. Los diá- logos, si bien arcaizantes y ceremoniosos, son el fundamento de toda la estructura del relato, por más que un narrador omnisciente ordene la armonía del concierto. Pero el peso y la grande- za de los mismos son esenciales, así como sus notas de ingenio y de conocimiento exhaustivo del tema que aborda, para lo cual es sabido se documenta el autor siempre de manera apasio- nada y titánica. A todo ello también contribuye el hecho de que raras veces conforme Antonio JOSÉ LUPIÁÑEZ

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Junio 2010

EL FAROEL FAROEL FAROEL FAROEL FARO 1

PLIEGOS DE ALBORÁN Nº 16 JUNIO 2010

La ciudad de Guadix debe mucho a su hijopredilecto Antonio Enrique. Granadino de puracepa, ha dado en recalar en aquel misteriosoenclave, en donde ha asentado su vida desdehace más de dos décadas, dijérase que para in-terpretarlo y darlo a conocer desde su particu-lar sensibilidad; una sensibilidad en la que seconcilian y armonizan los copiosos datos de laHistoria con un profundo conocimiento de larealidad del territorio y la fabulación y lareinvención líricas, que él aporta de su propiacosecha. Todo el que tiene algo que ver con laescritura en este país asocia hoy Guadix a sunombre, y se lo imagina en aquella antigua ca-sona de labranza que ha sabido recuperar contanto cuidado, o en la torre vigía que la acom-paña, desde la que observa y crea; y lo herma-na, al evocarlo, al recuerdo de Pedro Antoniode Alarcón, que difundió en el XIX las costum-bres y tradiciones accitanas. Algo de aquellaherencia alarconiana ha recogido el escritor queha logrado convertir a Guadix en una suerte deleitmotiv de su obra, y en elemento recurrenteque aparece a la menor oportunidad. El marca-do protagonismo de la ciudad, de sus gentes yde sus paisajes no ha dejado de sustanciarse enmuchos de sus títulos. Está presente en sus re-latos: en los Cuentos del río de la vida (1991); ennovelas, como Kalaat Horra (Sevilla, 1991), mástarde rebautizada como Las praderas celestiales

(Granada, 1999), en La luz de la sangre (Grana-da, 1997) o, más recientemente, en La espada de

Miramamolín (Barcelona, 2009); y no digamosen sus versos, en gran parte de los que compo-nen su ya larga lista de libros de poemas, comoocurre en los inolvidables Huerta del cielo (Mála-ga, 2000) o Viendo caer la tarde (Huelva, 2005),por citar dos ejemplos señeros, que nos mues-tran esa faceta suya espiritual y contemplativa,del que se embelesa con la luz, con el aire, conla atmósfera de una ciudad y todos sus rinco-nes secretos, reales o impalpables.

Ahora ese protagonismo vuelve a actualizar-se, por más que sea con el retraso de toda unadécada. Y es que en el año 2000 publicaba elautor en Seix Barral su novela El discípulo amado.Pero la edición que llegó a los lectores no coin-cidía con el propósito más ambicioso del narra-dor. Por imperativos editoriales éste se vio obli-gado a cercenar una de las dos líneasargumentales de su historia que, originariamen-te, contemplaba dos relatos complementarios:uno que sucedía en el siglo I, el que se publicóen su momento, y en el que se recoge la voz enprimera persona del discípulo amado; y otro,del que hubo de prescindir, que acontecía en elsiglo XX. Su proyecto, en consecuencia, se vioalterado por la omisión de la mitad de la obra.Esta curiosa peripecia se subsana ahora, afortu-nadamente, con la edición de la otra mitad queacaba de ver la luz con el título (tan de accitanofundamento) de El hombre de tierra (Padaya Edi-tores, Guadix, 2009). De todo ello nos da cum-

El hombre de tierra

plida noticia el propio autor en la «Nota a laedición» que figura al frente de esta otra parte,hurtada entonces, a su proyecto narrativo. Con-cebida en sus inicios como una historia en zig-zag, sus capítulos –doce en total– se iban alter-nando en torno a la verdadera identidad delautor del Cuarto Evangelio. Fueron dados aconocer los pares, mientras que los imparesquedaron para mejor ocasión, con lo que «eltexto ganaba en intensidad lo que perdía en co-hesión, y en unicidad lo que restaba en claridadargumental», según nos manifiestan sus propiaspalabras.

Hemos tenido que esperar casi diez años paraconocer el otro lado de la peripecia narrativa, laque acontece hacia finales del siglo XX enGuadix, aquí llamada, por mor del simbolismo,Tumba; un siglo XX que en estas páginas seofrece al lector con ciertos visos arcaizantes ocomo atemporales, dado el registro lingüísticoque se mantiene y la intensidad poética del quese nutre. A Tumba, pues, llega un personajemisterioso, el viajero, del que nada se sabe, parahurgar en los archivos de la iglesia y rebuscaren los legajos datos más fidedignos sobre elpatrón de la ciudad. Pero su investigación se iráramificando hasta hacerlo derivar hacia otrosasuntos. En ello tendrá que ver y mucho la pro-pia ciudad que, en cierto modo, le incita a apar-tarse de su intención primera. Porque Tumbaes un lugar que fascina, que «envenena», que seama y se odia; un lugar en el que le seduce espe-cialmente el enigma de sus cuevas, y alzándosesobre ellas «como un tótem» la iglesia de LaMagdalena, de la que sale cada año «ese chivoexpiatorio que llaman Cascamorras»; este y otrosmisterios le ocuparán la mente y el ánimo y leharán reparar en aspectos que lo van apartandode su propósito inicial, en torno a la figura de

San Torcuato. Obviamente esos aspectos tienenque ver con el relato paralelo del cual este otrosirve como complemento y contrapunto. Unejercicio narrativo que ya ensayara en su librode poemas El galeón atormentado (1990), pero queaquí se enriquece con el añadido de la noveladentro de la novela.

El hecho de que la obra indague en la verda-dera identidad del discípulo amado la convier-te, por extensión, en una novela de tesis sobreel origen del cristianismo, en una novela quelleva aparejada su vertiente ensayística,profusamente argumentada, que funciona de unmodo bastante creíble, dentro de los límites dela especulación novelesca, al margen de que seano no asumibles sus postulados. A este respectose aporta una abundantísima serie de referen-cias librescas y eruditas que ofrecen una lecturaheterodoxa del evangelio. Se cifraría ésta en lacontraposición de dos herencias: la que nos lle-ga de Juan, oculta y misteriosa, humana y tole-rante, «que será colegiada, pobre y abierta a lamujer» y la de Pedro, dogmática, intransigente,represora y manchada de sangre. Ambas tradi-ciones darían pie a sendas visiones de la fe: ladefendida por una iglesia obvia que provienedel Cristo sacralizado por el petrismo católico yotra subterránea, oculta, proscrita y manifiestasólo a través de signos velados y de ritos miste-riosos, proveniente de Jesús; la única, en suma,que puede propiciar la esperanza de un tiemponuevo… La complejidad de esta líneaargumental ocupa gran parte de la obra, a tra-vés de las meditaciones y elucubraciones delviajero, que viene a ser un viajero inmóvil, unviajero que viaja con su imaginación, estancadoen esa ciudad de Tumba, simbólica y maldita,que se convierte en un mapa de signos; un mapaque poco a poco irá tratando de descifrar e in-terpretar. Todo en ella le habla: la calle de sanMiguel (grieta divisoria entre las dos concep-ciones, y las dos grandes zonas de la ciudad), laiglesia de la Magdalena, en la que tienen lugarextrañas ceremonias, la figura del Cascamorras,la procesión del Santo Sepulcro, Face Retama ylos parajes de los alrededores…

Sorprende la arquitectura de esta obra quereniega de la acción y sin embargo subyuga aquien la lee, porque invita a viajar con el viajero,a través de sus sospechas, por los laberintos deuna posibilidad que aquí se sustenta con la pre-cisión de una maquinaria de relojería. Ayuda atodo ello la poderosa fuerza dialógica. Los diá-logos, si bien arcaizantes y ceremoniosos, sonel fundamento de toda la estructura del relato,por más que un narrador omnisciente ordene laarmonía del concierto. Pero el peso y la grande-za de los mismos son esenciales, así como susnotas de ingenio y de conocimiento exhaustivodel tema que aborda, para lo cual es sabido sedocumenta el autor siempre de manera apasio-nada y titánica. A todo ello también contribuyeel hecho de que raras veces conforme Antonio

JOSÉLUPIÁÑEZ

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2 EL FAROEL FAROEL FAROEL FAROEL FARO

Enrique sus argumentos sin la apoyatura de laHistoria, que hace de cañamazo sobre el queimprovisa y recrea con más comodidad. Así haprocedido en casi todas sus novelas y así lo haceen esta, ante la perplejidad del lector, al queabruma con el encaje de coincidencias y la ve-rosimilitud de sus propuestas heterodoxas. To-das ellas hijas, al cabo, de otra concepción de loespiritual, que se opone a los racionalismos consa-grados, porque cuando habla el Espíritu se mani-fiesta como «el gran burlador de la arrogancia ló-gica, pues invierte lo imposible en verdadero».

Son muchos los temas y digresionesapasionantes que a través de los diálogos se aco-meten: los evangelios apócrifos, las tradicionesherméticas de cátaros o templarios, de sufíes ognósticos, el grial, las versiones heréticas delcristianismo, las profecías de los últimos tiem-pos, el amor como fuerza motriz o su ausencia,el mal, la soledad, el conocimiento, el papel dela mujer, etc., entreverados con visiones y sue-ños algunos de una fuerza plástica y dramáticaespectaculares, como es el caso de la visiónonírica de las mujeres supliciadas «con la caravuelta a la cruz, no de espaldas a ella como ha-bitualmente se representan». Todo lo cual acon-tece en una novela sin personajes, porque sonprácticamente dos, aparte del viajero (alter ego,en muchos momentos del propio escritor, sal-

vando las distancias, y trasunto de su propia vi-vencia accitana): la joven María Rosa, encarna-ción de la juventud y de una suerte de universalfemenino, que lo asistirá y acompañará en algu-nos tramos de la historia y, especialmente, la fi-gura del obispo, que da título a la novela, elhombre de tierra, personaje hipnótico y fasci-nante, homenaje indirecto a El obispo leproso deMiró, presente con su temblor estilístico en es-tas páginas, y del que se puede decir constituyeuna de sus mejores creaciones. Cubierto de ron-chas y escondido tras un velo, aquejado de unaenfermedad indefinida y no se sabe si contagiosa,se oculta a las miradas, como oculta también suspreferencias por los ritos mozárabes, que practicade incógnito en la iglesia de la Magdalena…

Figura crucial de la historia, parece inicial-mente que encubre algo que sabe y no acaba deconfiar del todo a su interlocutor de privilegio,hasta que paso a paso vayan acercándose de for-ma gradual, viajero y prelado, y cobrándose afec-to, gracias a sus charlas cada vez más proclivesa las confidencias íntimas, en una suerte de con-fesión mutua que los reconforta y aproxima es-piritualmente, porque al cabo se reconocen so-litarios y heterodoxos, a contracorriente ambosen un mundo de dogmas, de hipocresía y deimpostura. El hombre de tierra será el deposi-tario de los desvelos del viajero, no en balde

sólo a él confiará los dos legajos con el fruto desu creación y de sus estudios durante su estan-cia en Tumba: por un lado las conclusiones so-bre la figura del patrón San Torcuato, sobre lasque debaten largamente al final de la novela, ypor otro la propia vida del Discípulo Amado«contada por él mismo», que le pide concluya alpropio obispo, escribiendo su último capítulo.Se cierra así esa obra que permanecía inconclu-sa y que sólo ahora adquiere su verdadera di-mensión, al paso que nos desvela la conversióndel propio viajero, antes de desaparecer sin quenadie lo sepa: su aceptación sentida de un cris-tianismo que se fortalece y reafirma en la ver-tiente humana de Jesús, porque no necesita demás aditamento ni milagro, ni precisa de mayormagnificación sobrenatural para entrañar lagrandeza de su doctrina. Fantástico viaje de lainteligencia y de la sensibilidad que sin necesi-dad de intrigas, ni de tramas complejas, tan solocon dos hombres que charlan entre sí, sin con-ciencia del tiempo, es capaz de capturar al lec-tor para no soltarlo hasta que acaba, emociona-do, de leer cómo esa mano del obispo despide aeste viajero, que es el autor, y somos cualquierade nosotros cuando sentimos la inquietud deindagar, de preguntarnos; cómo esa mano, digo,enferma, terrosa, doliente, le dice adiós a quien semarcha bajo la lluvia para siempre.

Entiendo que el premio de poesía «San Juande la Cruz» es sin lugar a dudas uno de los másprestigiados en nuestro país, y ello no sólo porel nombre del mismo sino también por el rigorcon que procede el jurado calificador del certa-men en su elección del libro ganador, que encada convocatoria resulta tan diverso como bri-llante.

El último poemario galardonado lleva portítulo La casa que habitaste y su autor es el poetaJorge de Arco (Madrid, 1967), licenciado enFilología Alemana y profesor universitario, au-tor de al menos otros cuatro títulos: Las imáge-

nes invertidas (1996), Lenguaje de la culpa (1998),De fiebres y desiertos (2000) y La constancia del agua

(2007), premiados con significativos galardonesnacionales como el Fray Luis de León, Comu-nidad de Madrid de Arte Joven o Santa Teresade Jesús. Es además director de la revista depoesía Piedra del Molino que patrocina, entre otrasentidades, el Ayuntamiento de Arcos de la Fron-tera.

La casa que habitaste es un libro esencialmenteelegíaco y evocador (memorialista, si así se quie-re), amigo de símbolos e imágenes que en oca-siones se constituyen en claves de lectura, nosiempre de fácil desciframiento para el lectorpoco avezado. Es precisamente ese tono elegía-co el que reviste al libro de un tono de delicade-za y belleza en el que, efectivamente, «se cantalo que se ha perdido», pues el transcurso deltiempo y su discurrir implacable desempeñanen el discurso lírico un papel esencial. Reme-moración para salvar lo salvable, para no morirdel todo en lo que se ha vivido y aquilatando laesencia del vivir. Parece llegada la hora de hacerrecuento del existir y el balance arroja tantasluces como sombras, o como suele ocurrir entoda vida humana, más sombras que luces. En

Elegía del deshabitado

obvio. La casa que habitaste no es sino la vida queviviste, parece decirnos en poeta, con todo loque ella atesora de felicidad y dolor. El hombredeshabitado, como en Rafael Alberti, es aquelque ha perdido el paraíso de la infancia, el amory la felicidad y anda errante por la vida luchan-do por el reencuentro. Hombre en crisis y enreflexión. Meditativo y juez de su propio deve-nir existencial.

Con una estructura perfectamente adecuadaa la intención del poeta: tres partes, más unacoda que hace patente el valor elegíaco y deevocación que la música tiene en todo su dis-curso lírico, como ya lo utilizara el maestroGerardo Diego en su libro Preludio, aria y coda a

Gabriel Fauré, por poner un ejemplo; podemosdecir que todo contribuye a dotar a este librode una armonía especial y de una estructuracomo circular y envolvente, de redondez armo-niosa. Hay, en efecto, otros débitos a grandespoetas como el mismo San Juan de la Cruz,Pablo Neruda o Miguel Hernández, pero esosinf lujos son tomados como pretextosculturalistas para asimilar este libro singular a latradición que le es propia.

Pese a su aparente brevedad, La casa que ha-bitaste contiene en intensidad lo que no requie-re en cantidad o abundancia. En la simbologíacristiana, la casa que habita nuestra alma en nues-tro pasar por este mundo no es otra que el cuer-po (hasta «cárcel del alma» lo llamaron algunos)y ya san Pablo dejo dicho, cito de memoria, quevuestros cuerpos son templos del Espíritu San-to. Insisto en que La casa que habitaste es para míla vida que viviste y la felicidad de que fuistecapaz, evocada con un tono elegíaco que abun-da en ternura y delicadeza por esa fina melan-colía que tiñe todo el libro de un tono nostálgi-co y evocador.

esas luces quiere refugiarse el poeta para conti-nuar encontrando un sentido a la vida, en esossignos de la casa deshabitada en el presente, peroque fue habitada en el pasado. La casa habitada,como aquel excelente libro de Luis Rosales quese tituló La casa encendida, es la mansión evocadacon la felicidad de los años de infancia y por laexperiencia del amor, un amor vivido en su di-mensión pasional y erótica, con intensidad peroen nada ajeno a la esencia de la poesía mística,si bien en su dimensión espiritual, como resulta

JOSÉANTONIO

SÁEZ

EL POETA MADRILEÑO JORGE DEL ARCO

Cultura/Narrativa / Poesía

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EL FAROEL FAROEL FAROEL FAROEL FARO 3

Cultura/Narrativa

ArdeviejasEl mundo según sí mismo

CARLOS JURADOHA CONSEGUIDOUNA NOTABLENOVELA QUE LOSITÚAENTRE ESANÓMINA DENARRADORES(CUNQUEIRO,PERUCHO, LOSMAESTROS DE LANOVELASURAMERICANADE LOS 50-60 DELSIGLO PASADO...)DECIDIDOS, CONTODA LAAMBICIÓNLITERARIA COMOALIADA, AEXPLICARNOSEL MUNDO

JOSÉ VICENTEPASCUAL

Hay un sustrato común en todas las culturasy civilizaciones, un lugar del imaginario colecti-vo donde se unifican las emociones y sentimien-tos involucrados en el afán por saber sobre no-sotros mismos y la realidad a la que pertenece-mos. Desde los más antiguos relatosfundacionales de la literatura (Gilgamesh, la na-rración bíblica en sus versiones elohísta yyahvista, las sagas homéricas, los compendiosorientales antecedentes a Las Mil y Una Noches),hasta los cuentos populares que configuran elimaginario europeo (Andersen, o los hermanosGrimm), los temas esenciales se reproducen,acuden a sí mismos con una recurrencia encan-tadora y a menudo inquietante. En el fondo,son expresión de la única interrogación perma-nente en el ser humano: el sentido de nuestrapresencia en el mundo y el porqué de la transi-toriedad de la misma.

Conforme el conocimiento científico avanzaen la interpretación, o al menos descripción deestos entresijos, el relato de los mismos se haido acomodando, cada vez con más afección alo poético, en lo que denominamos «culturapopular». Es por ello que Carlos Jurado, en sunovela Ardeviejas, acude a un entorno primige-nio de sabiduría «natural», quizás colmada deinocencia y de la terrible premonición de lo sen-cillo, para ofrecernos su versión sobre asuntosfundamentales y, como decía, tan comunes alespíritu humano.

Ardeviejas es una novela ambientada en LaSagra, un lugar mítico, irreal, atemporal y, porello mismo, apto para contener y desarrollarargumentalmente todas aquellas paradojas delser humano que constituyen la gran paradojade la existencia.

Mario Ardeviejas, personaje central de unanarración exquisitamente coral, actúa a lo largode la novela como un espíritu burlón,incordiosamente lúcido, descaradamente acogi-do a una ambigüedad moral que en ocasionesle confiere, sin remedio, trazas humanas, y enotras lo sitúa en ámbitos inevitables de la mal-dad. Pero no me refiero a una maldad premedi-tada, perversa de intención, sino a ese mal in-trínseco que acompaña a todos los seres vivien-tes y que es otra manifestación más, casi obliga-toria, de su naturaleza, o mejor dicho: de la na-turaleza a la que todos pertenecemos.

No parece urgente, a la hora de comentar estanovela, rastrear señas de ruralismo ocostumbrismo en la misma, tanto en el estilo ydiálogos como en el desarrollo de la acción.Ardeviejas no es una novela costumbrista por lasimple razón de que no reproduce –ni lo inten-ta–, las costumbres de ninguna comunidad. Esmás: las costumbres de los habitantes de LaSagra son tan inusuales, tan pintorescas ytransgresoras, que ingeniarlas y llevarlas a unanarración literaria constituye en sí un propósitosituado en las antípodas del costumbrismo. Símerece más la pena, y el lector no puede sus-traerse a ello, la detección de las referencias cul-tas que laten agazapadas, con determinacióndecisiva, en los episodios más relevantes del ar-gumento. El error en un mapa donde se con-funden los puntos cardinales, colgado de la pa-

red en una vieja estación de ferrocarril, así comola tozudez de un jumento que sabe más que na-die sobre los caminos de La Sagra, aunque «sa-ber, sabe mucho, pero no habla», si bien «nohabla, pero lleva», son los elementos iniciales,sutilmente cargados de intención filosófica (estoes: de afán por la sabiduría), que traza CarlosJurado para introducirnos en un mundo dondenada será igual, las leyes del tiempo obedecen alpropio arbitrio del mismo tiempo(prodigiosamente dotado de consistenciaontológica), y los habitantes de tal paisaje se

comportan conforme a una lógica perfectamen-te humana, aunque no es, desde luego, de estemundo.

Resulta muy grato encontrar ecos de grandesmaestros de la novela fantástica y sapiencial enArdeviejas, narración que en algunos tramos nosrecuerda a esos países imposibles y esas amal-gamas de épocas y personajes insurrectos antetodo canon racional con que Álvaro Cunqueirocompuso la mayoría de sus obras. Hay algunosreferentes que nos evocan igualmente a Las his-

torias naturales de Joan Perucho; y un sentidomágico, profundamente asentado en sus dimen-siones antropológicas y estéticas, que nos remi-te casi de inmediato a los maestros de la novelasuramericana de los años 50-60 del siglo pasa-do.

En resumen, creo que Carlos Jurado ha con-seguido una notable novela que lo sitúa entreesa nómina de narradores propuestos y decidi-dos, con toda la ambición literaria como aliada,a explicarnos el mundo. Aunque no da la im-presión de que pretenda ilustrarnos sobre unaverdad de las evidencias que precisan, en todocaso, interpretación, sino que más bien, comotodo buen novelista que se precie de tal, tomapartido por dar voz a ese mismo mundo, el tiem-po y la realidad sea o no manifestada, para queella misma nos hable de sí. Todo lo que estosuniversales sugieren, soberanamente instaladosen el misterioso horizonte de La Sagra,involucrados en la narración con rango de au-ténticos personajes, es tan evocador e inquie-tante que el lector avezado, sin duda, agradece-rá por muchos años este meritorio empeño li-terario.

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4 EL FAROEL FAROEL FAROEL FAROEL FARO

Cultura/Poesía

Aunque la corriente «social» fue la domi-nante en la poesía española de 1944 a 1955, hubootras tendencias paralelas. Una era la del grupocristalizado en torno a la revista Cántico de Cór-doba, que enlazaba y ahondaba en el legado dela generación del 27, y que resulta –según elcrítico Miguel d’Ors– más interesante, por estemotivo, en su primera época; otra era la ten-dencia intimista y preocupada por las formas(Juan Ruiz Peña, Rafael Montesinos, AlfonsoCanales, Aurelio Valls); estaban, además, elPostismo, fundado por Carlos Edmundo de Ory,Eduardo Chicharro y Silvano Sernesi, y la co-rriente surrealista, no organizada como grupo,sino irrumpiendo en la obra de poetas singula-res como José Luis Hidalgo, Miguel Labordeta,Manuel Álvarez Ortega y Juan Eduardo Cirlot.

Camilo José Cela se adscribe al surrealis-mo en un intento poético publicado en Barce-lona, en 1945, con el título, tomado de un versodel Polifemo de Luis de Góngora, Pisando la dudo-

sa luz del día. Se volvió a editar en 1960 en Bar-celona y en 1963 en Palma de Mallorca. En el2008 la editorial Linteo, de Orense, ha realiza-do una publicación a cargo de Marta CristinaCarbonell y Adolfo Sotelo Vázquez, incluyen-do la obra poética de Camilo José Cela entre1934 y 1936, por ejemplo, El Monasterio y las

palabras, así como las reseñas y comentarios deprensa de Federico Muelas, Vicente Gaos, JoséMaría de Cossío, José Luis Colina, todos fecha-dos en 1945.

Pisando la dudosa luz del día, escrito en 1936,anterior en algunos años a La familia de Pascual

Duarte (1942), se hace eco del clima de crispa-ción y de rencor de una época, la inmediata a laguerra de España de 1936, y del estado confusode un adolescente de 20 años. Cuando Celapublicó en 1945 Pisando la dudosa luz del día, locomún era una poesía estetizante, evasiva, for-malista, representada en la revista Garcilaso, peroManuel Mantero, en 1960, afirmaba: «La poesíade este libro es de vencimiento: directísima, pe-netrante (...) esa comunicación vehemente, enel mundo poético español de hoy, suena a estre-no, a hecho digno de análisis. Un brío de pri-mera mano como este de Cela lo necesita lamonotonía de buena parte de nuestra poesía.»Fijémonos en que Manuel Mantero se refiere ala poesía social y realista del momento, 1960,como algo monótono. La poesía social, comohace presente Miguel d’Ors, encerraba muchosgrados: desde la poesía que defendía sistemasde pensamiento político, pasando por la poesíacívica sobre cuestiones colectivas de la posgue-rra y la poesía social que denunciaba injusticiasconcretas, explotación del proletariado, etc.,hasta la poesía humanitaria, que mostraba sim-patía y compasión hacia los oprimidos, un ta-lante ético del que participaban también lospoetas neorrománticos y existencialistas de estemomento.

Recuerdo el magisterio y el juicio imparcialde Miguel d’Ors cuando cree injustificado eldesprecio (caso de Carlos Barral) a fines de losaños de la década de 1960 hacia la poesía social.Esta corriente no siempre prestó atención ex-clusiva al contenido ni a la descripción de la rea-lidad. Los que contemplaban el pasado desdefinales de los años 60 y principios de los 70 nose daban cuenta de que en los poetas compro-metidos había algo más que la expresión de ideassobre la España del momento. La consigna

JOSÉ ENRIQUESALCEDO

CAMILO JOSÉ CELA Y PORTADA DE LA EDICIÓN DE LINTEO QUE AQUÍ SE COMENTA

La poesía de Camilo José Cela

«poesía=comunicación» no se llevaba a la prác-tica; el desprecio del formalismo era meramen-te teórico y no se producía realmente en los tex-tos poéticos; por el contrario, entre las figurasimportantes –José Hierro, Blas de Otero, JoséMaría Valverde–, ninguno prescindía del cuida-do de la forma poética. Así, el uso de la rima yde una métrica determinada, las imágenes, conprocedimientos simbolistas aún, los procedi-mientos del verso libre distanciaban los poemasdel lenguaje coloquial. Sin embargo, hay casosen que se introducen deliberadamente fragmen-tos prosaicos en textos poéticos muy trabaja-dos.

Pisando la dudosa luz del día muestra un su-perrealismo a la española, que parte de la reali-dad, más elaborado que automático, y emplearegularmente el alejandrino y el endecasílabo.El propio Cela lo publicó en 1945 porque «pue-de hallar el lector curiosas influencias que en-tonces tuve muy en cuenta, y vagas inclinacio-nes que más tarde tomaron cuerpo. Sólo poreso –repito– es por lo que lo doy al editor.» Ellibro tiene imágenes poderosas y una concep-ción pesimista y escéptica del hombre y de lasociedad. La motivación de Cela se confirmacuando Leopoldo de Luis, en 1962, reconocíael fluido poético que circula estremecidamentepor la prosa de Camilo José Cela.

En las revistas Cela publicó composicio-nes sueltas: «Poemilla de las malas costumbres»(Garcilaso, sept. 1944), «Como los muertos»(Garcilaso, dic. 1945), «Es ya la hora» (Espadaña,12, 1945) y, sobre todo, el largo poema enversículos apocalípticos «La risa de Dios»(Garcilaso, mayo 1945), donde reafirma la visión

pesimista de los hombres. Se dirige a los «ter-cos hombres de Estado». El poema surge porla conmoción que supone la guerra mundial de1939 a 1945 a un autor que no se queda indife-rente ante los hechos desastrosos. Destaco al-gunos versículos porque no sé cuántos lectoreslos conocen o recuerdan:

2. Sobre vuestro recuerdo, cien generaciones de des-

gracia llorarán: el llanto apoyado en la violenta cabeza

de los hijos, como la torva alondra que ríe en los entie-

rros de las niñas.

3. He ahí vuestra obra, ¡contempladla!

4. Ved la mujer que huye enloquecida, olvidada ya

del tibio lecho marital que Dios le dio: caliente animal

que no distingue los cielos ni las tierras sino por el sa-

bor.

5. Y el niño que ríe, siniestro, sobre el pan podrido

del odio.

6. Y el hombre que fabrica la muerte, vuelto

espantadamente hacia la florecilla que crece a orillas del

río y que nada, ni una sola palabra comprende (...)

8. Y en vuestra vanidad habéis querido mezclar lo

que Dios separó con sabiduría. (...)

21. Ya la tierra es pequeña para aguantar tantos

miles de cuerpos echados que buscan descanso: aquello

que al hombre nunca se le negó. (...)

23. Sobre vuestras cabezas, millones de cabezas ató-

nitas se miran cara a cara culpándose de los pecados

que sonrojan.

24. Nadie sabe lo que pasa: es Dios que ríe.

25. A última hora.

26. Cuando le toca reír para abochornarnos una vez

más. ¡Dios! (...)

37. Lloran los animales que mueren en sus jaulas,

los bosques que la maldad encerró, las cascadas que el

viento inmoviliza.

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Junio 2010

EL FAROEL FAROEL FAROEL FAROEL FARO 5

Cultura/Narrativa

GREGORIOMORALES

Susana Moo, pecadora

A TRAVÉS DELCORREO ELECTRÓNICOME LLEGAN MENSAJESDE SUSANA MOO.CONOZCO SU BLOG ERÓTICO,FRESCO, ATREVIDO, VARIADO,ORIGINAL, INSUSTITUIBLEEN ESTE MUNDO DEANAFRODISÍACOS SUCEDÁNEOS.EN CUANTO A SUSANA,¿PARA QUÉ CONOCERLA?EL MISTERIO ES EL MISTERIO.EL MISTERIO ES ERÓTICO.¿HAY MAYOR EROTISMOQUE ESTE LIBRO QUE MELLEGA DE GALICIACUAJADO DESUGERENCIAS?

La masculinidad regresa. Se lleva el hombre.Lo deduzco por los textos de Susano Moo, queacaba de publicar un delicioso librito, Eva, su

manzana y el pecado (1). En efecto, Susana hablade lo que le gusta a Eva. O tal vez a ella. Tantomonta monta tanto. Hombres fornidos, sudo-rosos, parcos, adustos, audaces, itifálicos, sali-dos, mirones. Hombres que incluso roncan.

¿Qué ha sido de los machitos feminizadosque nos trajeron los 70? ¿Esos que llevaban elcabello más largo que sus compañeras, que eranpasivos, que se desempalmaban por el más fútilcontratiempo, cocinitas, bañados en desodorantey Varón Dandy? ¡Pues nada, que resulta que yano gustan! Tal vez no han gustado nunca. Asíque, por más iguales que quieran hacernos, Evaama las diferencias: una buena nuca, un pechofornido, unas manos toscas, una polla hincha-da. Eva ama el abismo, lo inquietante, la con-moción, el umbral donde las convenciones caenhechas añicos. Al menos, la Eva moderna, laEva de nuestros días.

Susana Moo es una Eva contemporánea. Am-parada en su paraíso gallego, hay pocos que seprecien de conocerla. Yo tampoco la conozco.No sé cuál es su nombre real ni su profesión nisu edad. Ni siquiera su sexo. Porque muy bienpodría ser un hombre. ¿Qué más da? En todohombre hay una mujer. Y al revés.

A través del correo electrónico o deFacebook, me llegan mensajes de Susana Moo.Conozco su blog erótico, fresco, atrevido, va-riado, original, insustituible en este mundo deanafrodisíacos sucedáneos. En cuanto a Susa-na, ¿para qué conocerla? El misterio es el mis-terio. El misterio es erótico. ¿Hay mayor erotis-mo que este libro que me llega de Galicia cuaja-do de sugerencias?

Susana habla del pecado, de las ereccionesnocturnas, de la seducción negra, de los encuen-tros a ciegas, de la prudente libido de los hom-

bres de la calle, para concluir con un musical,poético y entrañable relato en gallego. ¡Ay, cómose remueve en uno Rosalía de Castro!

La feminidad de Eva. La ternura de Eva queanhela la dureza de Adán. El imán de Eva queatrae al hierro de Adán. Ni intelectualismos niadornos ni pavoneo. Un hombre hombre. Losdemodés lo tienen duro con Susana Moo. Suedulcorada suavidad sólo provocará risa en ella.Sus rodeos, desdén. Sus trampas, piedad. Elhombre que quiera ligarse a Susana tiene queser él mismo, dejarse de circunloquioswoodyallenianos, callar para siempre eso de «¿su-bes a tomarte una copa?» y… simplemente let itbe.

Para una mujer mujer, un hombre hombre.Para una mujer audaz, un hombre audaz. Asíque, en realidad, Susana Moo ha escrito el va-demécum del hombre moderno. ¿Quieres sa-ber cómo tienes que ser? Chico, lee a SusanaMoo. Su librito. O sumérgete de lleno en su blog(2). Lamento que no la vayas a conocer. Aun-que tal vez un día se siente de incógnito ante tien el taburete de un bar. ¿Tanto que alardeas dehombre, podrás demostrarlo entonces? Hazteadicto de su blog, porque puede que un día teveas retratado en él y te tires de los pelos. ¡Diosmío, era Susana Moo y reaccioné como elnegrazo de su relato!

—Me largo,chica… Hasta la vista.

Y se fue el negrazo. ¡Se fue sin dar palo al agua!

No, no es éste el hombre que le gusta a Susa-na. El hombre que le gusta a Eva. A las Evas.¿Quieres saberlo? La incógnita y misteriosa donaescribe un blog que es más útil que cuantasobscenidades puedas encontrarte aquí y allá.Éste sirve. Es provechoso. Sabes dónde comien-za un hombre y se acaba una mujer.

Susana Moo, ¿mujer o varón? Ambas cosas.Todas. O sea, Eva, la manzana ¡y encima el pe-cado!

38. Y las plantas que, verdes ayer, hoy enrojecen con

la savia ensangrentada como la mano del hijo que no

puede pararse ante el paisaje familiar.

39. Y el dulce mineral, la dulce roca.

40. Por vuestra obra –tercos hombres de estado– las

olas del océano ya no saben a sal, ni el pez anda tran-

quilo por su espacio: manta de las sentimentales torpes

muchachas.

41. Llegaron, desde los límites más alejados, los llan-

tos que no cesan, rebotados por los montes buídos y las

serpientes que sorprenden el sueño que se prometía casi

feliz. (...)

45. Ninguno de vuestros hijos os conocería, os que-

rría conocer.

46. Y ni una sola de vuestras hijas querrá llevar

como ardorosa cobra vuestro apellido, quizás ilustre.

¿Qué más da?

A pesar de estas tremendas expresiones,vuelve a un luminoso y claro realismo, fruto delcontacto con el paisaje y el pueblo de campo,en el Cancionero de la Alcarria (1948), donde toca,huele, oye y saborea la tierra española. manejala descripción sencilla, a veces áspera, y la gra-cia de la copla y del romance.

En Caracas publica poemas de burla y sor-presa con rasgos superrealistas: «Poema en for-ma de mujer dedicado a la letra A» (El Nacio-nal, 22 oct. 1953) y «Poema en forma de mujerque dicen temeroso, matutino, inútil» (Galicia,noviembre 1953).

Ya viviendo en Mallorca, escribió poemasimbuidos de la luz y de la serenidad del Medite-rráneo, y estructurados simétricamente comopequeñas obras esculpidas: «Las rosas del galli-nero del vecino» (Papeles de Son Armadans, mayo1960) y «Cancioncilla de las tres preguntas» (Pa-

peles de Son Armadans, diciembre 1960)En el poema «Antes que el río...» (Barcelona,

Col. Los Artistas Grabadores, 1960-1961) latela idea –explica Leopoldo de Luis– de una crea-ción unitaria y constante, de un cosmos vivodesde antes del Génesis, como una materia ac-tiva e infinita en la mente infinita del Creador.

En el escueto poema «Testamento» (Papeles

de Son Armadans, diciembre 1961), piensa Celaen una muerte sin angustias, sin terrores de ju-ventud atribulada.

Destacamos, por último, en este recorda-torio del poeta y novelista gallego, los roman-ces desenfadados que compuso con motivo deun viaje a Estados Unidos y la tragifonía enversículos alucinatorios «María Sabina» (1970).

1)Susana Moo,Eva, su manzana

y el pecado,

Perineos,Huesca, 2010(2)www.susanamoo.com

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6 EL FAROEL FAROEL FAROEL FAROEL FARO

Cultura/Historia

Las crónicasradiofónicas

de Emilio Herrera

ARRIBA: CARLOS DE HAYA PRESENTANDO SU INVENTO PARA VUELO SIN VISIBILIDAD A EMILIOHERRERA. DERECHA: RETRATO DEL GENERAL HERRERA (FUNDACIÓN EMILIO HERRERA LINARES)

El general Herrera, uno de los granadinosmás ilustres que en cuestiones de ciencia haproducido el siglo XIX, es un hombre tan po-lifacético que, cada nuevo libro que aparecesobre su vida y su obra, es una nueva sorpre-sa. El último es un tomo de 450 páginas, titu-lado Ciencia en las ondas, en el que su principalbiógrafo, Emilio Atienza Rivero, recoge lascrónicas que el gran científico granadino emi-tió por radio París entre abril de 1950 y juliode 1951.

El interés de este libro, editado con lujo yesmero por la Fundación Aena, es doble: porun lado el placer de leer unas crónicas, salpi-cadas de pensamientos geniales –tan genialesque, a pesar de los sesenta años transcurri-dos y lo mucho que ha avanzado la ciencia,aún no ha perdido su frescor ni su calidadpedagógico-divulgativa–; por otro, entrar enlos entresijos de la época –recordemos: abrilde 1950, sólo hace once años que ha termi-nado la guerra incivil española y cinco la Se-gunda Guerra Mundial–, de la mano delrecopilador y biógrafo de Herrera, el profe-sor Atienza, que, en las doscientas primeraspáginas del libro, con amenidad y precisión,pone al lector al corriente de la situación dela ciencia en el mundo y muy particularmen-te en Francia y España.

Estas charlas radiofónicas de radio Paríssurgieron a iniciativa del periodista FranciscoDíaz Roncero, que conocía a Emilio Herrerade años atrás y sabía de su enorme valía.¿Quién mejor que Herrera para divulgar, des-de una emisora de prestigio y máxima audien-cia –más de seis millones de oyentes–, losconocimientos científicos del momento y, desoslayo, poner en evidencia la calidad y pre-paración de la España de la diáspora? La elec-ción de Díaz Roncero fue todo un éxito. Asílo demuestran las cartas que, tanto Herreracomo Díaz Roncero recibieron en su día. Asílo confirma también el análisis actual de di-chas emisiones. Al abrir hoy el libro y leer elcontenido de aquellas emisiones uno quedapasmado ante la habilidad del científico parahacer asequibles, incluso a un público no pre-parado, los recónditos recovecos de la cien-cia. Esto lo consigue con un estilo llano y pre-

ciso y una extraordinaria capacidad para inte-resar al radio-oyente. «Es como si una hor-miga –decía en una de sus charlas–, presa enuna peonza en movimiento, quisiera escaparde ella. ¿Desde qué punto de la peonza seríamás fácil conseguirlo?» No era necesario máspara que el oyente de la época, aunque notuviese la menor idea de los movimientos dela Tierra ni la composición del aire, a travésde la hormiga y la peonza, lograse entrar enel tema de los futuros vuelos espaciales. Peroes que además de esta enorme capacidad dedivulgación, Emilio Herrera unía a ella otraextraordinaria virtud que ayudaba muy eficaz-mente a dar claridad y calidad a sus mensajes:un asombroso bagaje cultural, tanto históri-co como literario, que se hace evidente en cadauna de sus charlas. Baste como ejemplo deeste enorme bagaje cultural la emisión dedi-cada a los viajes a la luna en la literatura. Todoun delicioso recorrido por los libros –Cyranode Bergerac, Julio Verne, Herbert GeorgeWells–, que hasta entonces el hombre habíadedicado al tema de los viajes por el espacio.En otras de sus charlas, su indiscutible for-

mación cultural, unida a un sentido premoni-torio de la Historia, se convierte en una espe-cie de profeta de la ciencia, aunque a vecessus profecías –cuando habla de la energíanuclear, por ejemplo–, nos sumerjan en elterror.

Produce en el lector de hoy profunda tris-teza considerar que este gran talento español–como tantos otros, pensemos en SeveroOchoa, por ejemplo–, tuviese que vivir exi-liado y acabara cediendo la mayor parte desus inventos a los franceses, porque en supatria un gobierno de usurpadores, que sehabía hecho con el poder tras un golpe deEstado que degeneró en guerra civil, jamáspermitió su retorno. También produce triste-za el hecho de que en los círculos científicosde su propia ciudad, Granada, –tal el Parquede las Ciencias, en el que hay menciones y salaspara todos los sabios que en el mundo han sido–, aún no se haya reconocido su enorme valía yhasta hoy se le ignore. ¿Será acaso que todavíapesa sobre él su vinculación a la España de ladiáspora, de la que incluso un día llegó a serPresidente de la República en el exilio?

FCO. GILCRAVIOTTO

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EL FAROEL FAROEL FAROEL FAROEL FARO 7

Cultura/Viajes

León Bloy escribió: «Solo hay una tristeza, yes la de no ser santos». Yo diría que solo hayuna melancolía, y es la de no tener la belleza, laplenitud. Eso quiso hacer el emperador Adriano,en su villa de Tívoli. He vuelto a visitarla estasNavidades. Y he vuelto a experimentar esa me-lancolía y esa nostalgia. Creo que van unidas.Rilke le decía a un joven poeta que la melanco-lía podía ser reveladora, que nos hace sentir lasvastedades que ocupan los ángeles. Y LlorençVillalonga decía que no hay más paraísos quelos perdidos. Pero al menos existen ésos.Adriano reunió en la Villa Adriana de Tívoli, alnorte de Roma, todas sus visiones y sus sueños.Se inspiró en edificios que vio en el mundo en-tero, en todos sus viajes, y plasmó sus fantasíasmás desatadas. Se adelantó al Barroco en susplantas curvas, en sus claroscuros, anticipó elRomanticismo en sus desmesuras y sus juegosde las formas sobre el agua. El agua es comolos sueños. Numerosas construcciones se con-servan bastante bien, como el Teatro Marítimo,esa construcción circular en medio de un es-tanque a donde Adriano se retiraba cuando de-seaba estar solo, o la Plaza de Oro, o el Patio delos Filósofos. Pero lo más asombroso, lo queproduce una nostalgia ilimitada, es el Cánope.Adriano se inspiró en un templo egipcio quehabía en las afueras de Alejandría. Las estatuasde dioses desnudos, en medio de una columna-

Bebe oporto y canta fado, desesperadamente porencima de los tejados. Llueve; un paisaje gris,luego sale el sol, y el sempiterno e inmóvil per-sonaje garantiza volver a mirarlo una y otra vez.Es un cartel de las bodegas Sandeman. Duranteel día claro y definido, o en la noche inquietan-te, es un espectro dominando los tejados. Sufigura fantasmagórica sigue desafiando en laLusitania.Su capa sensual es como una pluma de avestruzque acaricia los rostros de los portugueses, allídonde los anhelos del día se confunden con lossueños de la noche. Si nos fijamos bien, puedellegar a ser ejemplo de caballerosidad, modelode perfumes, icono cultural y cómplice de amo-res prohibidos. Para mí es la más hermosa vi-sión del otro lado de la ciudad. Y descubiertoen la distancia es un recuerdo inolvidable quenos llevamos del vampiro más noble, el que in-vita a cruzar el puente de Luis I, hecho por undiscípulo de Gustavo Eiffel, o a sumergirnosen las bodegas de Vila Nova de Gaia, para des-cubrir los secretos de la elaboración del vino deOporto, la más antigua región demarcada porel río Duero. A los pies de la bodega se encuen-tra un monasterio donde vivió muchos años unamonja solitaria, que hoy en día es un museo.Atrapa este sempiterno personaje y bajo su he-chizo recorremos mi compañero y yo, aguasarriba, el romántico río Duero. El personaje noshace enamorarnos del fado, ese canto triste, quetambién lleva la tristeza de Luis de Camoens, elShakespeare de Portugal, o de Manuel de

CONSUELODE ARCO

El vampirode Oporto

Oliveira, el único director del mundo que ya hacía cine mudo, y que nació en Oporto; en supelícula Oporto de mi infancia nos conmueve, al mostrarnos sus recoletas callecitas. Y cómo noevocar a Antonio Tabuchi, que nos incita a descubrir La cabeza perdida de Damasceno Monteiro,mientras recorremos la bellísima calle de las Flores, con sus casas antiguas, en busca del despachodel abogado defensor de este caso, el doctor Lotón... Al fin, la exuberante iglesia de San Francisco,de estilo gótico y barroco, y a los pies la plaza donde está el monumento a Enrique el Navegante;la plaza de Don Enrique, el marino más famoso de Portugal, gracias al cual se conoció la India. ¡Ahla imponente torre de los Clérigos, visible desde cualquier lugar de la ciudad!Pero ¿y la calle peatonal de Santa Caterina, donde está el café Majestic con sus bellos espejos, o la delas Carmelitas, donde se ubica la espléndida librería Lello e Irmao, que fue en la que se inspiró J. K.Rowling para escribir Harry Potter, o la estación de ferrocarril de San Bento con sus azulejos,herencia que dejaron los árabes? Cómo olvidar las calles en pendiente del barrio de la Ribera,donde se mezclan gentes de todo tipo con los turistas, o aquellas otras, estrechitas, tan laberínticas,donde en cada rincón encontrábamos un santuario con velas encendidas, ropa tendida y la gentile-za de las personas que nos decían adiós. Nos sorprendió muchísimo encontrar el local que seinspira en la película Aniki Bobo de Manuel de Oliveira. Y ya la última vica en el café Sport, el mismoque hay en la isla de Faial, en las Azores, con su especialidad en las tripas a la porteña, tan típicas deOporto...

EL HOMBRE DE LA CAPA, DE LAS BODEGAS SANDEMAN, EN OPORTO

ANTONIOCOSTA

ta casi de aire, con sus hombros torneados, con sus traseros bellísimos, se reflejan y se distorsionanen el agua. Igual que hace dos mil años. Adriano no quería saber nada de Roma, solo de Platón, delarte griego, de la belleza eterna, de la imaginación de los distintos países. Quedó asombrado con labelleza de Antínoo y pretendió eternizarla, levantándole estatuas por todo el Imperio. La másescalofriante es la que se conserva en el Museo del Prado, de una sensualidad nostálgica, de unamorbidez misteriosa. Me inspiré en la Villa Adriana para escribir mi novela La calma apasionada.Aunque considero Memorias de Adriano una obra maestra, la mía no tiene nada que ver con ella. Yome centro en los últimos días de Adriano en su villa, donde buscaba el absoluto en el amor y en elarte cuando todo se derrumbaba. Mi tono es más apasionado, visionario y romántico. Es la obse-sión de un hombre que da vueltas buscando algo que no muera. Cuando escribió ese poemaescalofriante : Pobre alma mía, errabunda, tierna/ ¿adónde irás ahora? Adriano descubrió el alma, esdecir, la intimidad, el secreto, lo incomprensible. Yo lo veo como un romántico. Y por eso lo suyoera la nostalgia.

VILLA DE TÍVOLI, AL NORTE DE ROMA, RETIRO DEL EMPERADOR ADRIANO

Melancolía enla Villa Adriana

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8 EL FAROEL FAROEL FAROEL FAROEL FARO

Cultura/El Canto del Urogallo

No sé qué ocurre; del precepto de Pessoa,el poeta como fingidor (no tan de Pessoa, queya el Marqués de Santillana en su Carta proe-

mio al condestable de Portugal hablaba de la poe-sía como fingimiento), hemos pasado a darlecategoría de universal desde el momento in-fausto en que pocos pretenden otorgarle unvalor como de verdad, autenticidad, necesi-dad, creatividad suprema que no finge –aun-que la lengua use claves mistéricas para másdecir, escapar a sus límites funcionales– lo quedice, sino, en todo caso, en el cómo lo dice.Crear es precisar algo que se impone necesa-rio y, siendo, es su concreción y realidad loque lo justifica. Y lo trasciende.

Fingir es una suerte de mentira, la peor, lapiadosa, porque edulcora hipócritamente laverdad que falsea y así, el presunto creador,incapaz de crear, falsifica el acto creativo y lodeja en lo que no es, en su fingimiento. Sóloasí, pienso, se justifica, por una parte, una crea-tividad literaria tan tácita en sus limitacionesy horizontes y, por otra, una crítica tan inaneque, de ser auténtica, exigiría originalidad, ta-lento y valor a las obras artísticas. No ocurreasí y nos estrellamos contra una realidad su-perflua, gratuita, que nadie demanda porincompensatoria y, como tal, de una incon-sistencia absoluta, imposible de encajar en esa«palabra en el tiempo» que pedía AntonioMachado.

He empezado esta reflexión confesandoque no sé lo que ocurre; porque parece obrade aviesos encantadores cervantinos que unacrisis económica o financiera –la penuria de«haberes monedados» ha sido consustancialal oficio de escritor– deje al aire las vergüenzasde quienes se consideraban usufructuarios dela genialidad y beneficiarios de sus réditos…Ha bastado que autonomías, ayuntamientos,diputaciones, entes más o menos socialescomo los Montes de Piedad, corten el caudalde los dineros públicos en consignadas sub-venciones, para que el tinglado de lagenialidad, organizado por mor de ellas, em-piece a crujir estrepitosa y alarmantemente ytodo un circo de pedigüeños, mendigos,menesterosos y paniaguados alcen al cielo delpoder su plañideras voces y terminen seña-lando a la república del subsidio como causade que ellos no sean capaces de mostrar susfacultades suficientes, las que debieran exhi-bir sobradamente sin esos viáticos que con-dicionan autenticidad, verdad y necesidad delas obras nacidas del fulgor y la lucidez deltalento. Como resultado del desplome delestado de las subvenciones, editores, escrito-res, peliculeros, copleros, folclóricos en ge-neral, están teniendo que cerrar loschiringuitos con el consabido estupor de quie-nes con nuestros impuestos los manteníamoscreyendo, qué ingenuos, que si se subvencio-naban era por la excelencia de unos valoresque, al ser reclamados por la sociedad, se lespropiciaba para cumplir con el bien socialpretendido… Pero no; los libros, al parecer,

PEDRORODRÍGUEZ

PACHECO

FINGIR ES UNASUERTE DEMENTIRA, LAPEOR,LA PIADOSA,PORQUEEDULCORAHIPÓCRITAMENTELA VERDAD QUEFALSEA Y ASÍ,EL PRESUNTOCREADOR,INCAPAZ DECREAR,FALSIFICA ELACTO CREATIVOY LO DEJA ENLO QUE NO ES,EN SUFINGIMIENTO.

(EL POETA

AGUAFUERTEDE JOSÉ DERIBERA)

En un paísde fábula

no se vendían y el editor –al tener la ediciónpagada y asegurados los costes– podía seguireditando a sus fámulos, deudos y hechicerossin pudicia alguna a sabiendas de que lo queechaba al mercado no era más que el modusvivendi de su subsistencia. Igual puede decir-se de teatreros, copleros y peliculeros.

Pero esto había sido dicho y advertido; loúnico que faltaba para su fatal demostraciónera la coyuntura, la circunstancia que hicieraexplotar la burbuja de jabón, y sus tornasola-dos reflejos quedan en nada, en la evidenteimpostura, la mentira, el fingimiento del que-rer y no poder: la que, en definitiva, era larealidad ocultada, escamoteada por críticosserviles que, a la postre, no eran más que otrosvividores del cuento del estado de la subven-ción, de promover la consistencia del humo aquienes se les seducía aleccionándolos conaquello de que si ellos se ocupaban de tales ycuales autores era por la excelencia de susobras y, de paso, subliminalmente, que dequienes no lo hacían era por no merecer lapena y silenciándolos evitaban tener que ha-blar de carencias, obviando, cínicamente, queacaso, en la demostración de las tales, queda-ría en evidencia las incapacidades críticas y laabsoluta falta de escrúpulos con las que sos-tienen –y viven– el tinglado de la farsa.

Hace días, en la prensa sevillana aparecióla noticia del fin de la revista Renacimiento porfalta de subvención. Uno reitera lo antes di-cho: no entender nada. ¿De dónde surge laimportancia de tal publicación si, sin ayudaoficial no se sostiene ni es necesaria, ni creaatención y necesidad de ser utilizada comoherramienta precisa del día a día de la creati-vidad e información literarias?

Empavorecidos por el clientelismo osevicias de las subvenciones, en el caso delque nos ocupamos, ¿a quiénes se les han pe-dido firmas solidarias de protesta por su des-

aparición debida a la falta de apoyos econó-micos de la Consejería de Cultura de la Juntade Andalucía? ¿Recordáis tal procedimientotras la defenestración de Félix Grande de larevista Cuadernos Hispanoamericanos? ¿Y tras ladesaparición de la colección poética malague-ña Calle ancha del Carmen? ¿Otra vez el debatesobre la cultura al servicio de las ideologías?¿Es todo esto nuestra posmodernidad: la crea-ción al servicio de los podencos del poder?¿Es tal debate a lo máximo que nuestros in-telectuales son capaces de llegar, vendidoscomo putas a unos políticos con derecho depernada?

En mis años de estudiante de Bachiller, asis-tía –por cinco pesetas– a la temporada de zar-zuela en el malogrado teatro San Fernandode Sevilla; en una de ellas, La tabernera del puer-

to, la tiple cantaba una romanza, «La canciónde la Manola», que empezaba: en un país de

fábula / vivía un pobre artista al que los pájaros de

la selva / le venían a despertar… Y la tiple enprodigiosos arpegios imitaba a aquellos pája-ros cantores. Hoy, esos arpégicos alados, soncuervos, buitres, la nefanda cetrería avizoran-do los pitracos que el poder les depara. Quétiempos; totalitario, Franco, dijo en una oca-sión, que lo dejaba todo atado y bien atado.Así ha sido, porque los voceros, entonces, delas proclamas libertarias se han puesto pres-tamente a copiar sus métodos y modos si, alfin y al cabo, el marxismo en el poder, es otrototalitarismo y si no que se lo pregunten aEsenin, Pasternak, Fadéyev, Koltsov,Maiakovski, Ajmatova, Solzhenitsyn, etc.…Consecuentemente, quedó sentenciado: «elque se mueva no sale en la foto»… Y ésta, lafoto, no es otra que esa patética galería deinmóviles efigies, silenciosas, desencajadas porel ansia de la espera del nuevo día en el quevuelvan a echarle el pienso en los de hoy arrui-nados pesebres. Y sin mugir.