el hechizo del saber popular - real academia española

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El hechizo del saber popular Excmo. Sr . Director de la Real Academia Española, Excmos. Sres. Académicos, Señoras, Señores : Sea mi primera palabra la del agradecimiento al Excmo. se- ñor Director por haberme proporcionado el honor de exponer mi pensamiento desde esta cátedra ennoblecida con la autoridad de los maestros del idioma, que desde ella han enriquecido sus opulentos tesoros. He escogido .como tema de mi disertación el contenido en esta frase: "El hechizo del saber popular". El saber popular, expresión recogida en el Diccionario con el nombre de folclor, definido como "conjunto de las creencias, costumbres, artesanías, etc., tradicionales de un pueblo"; y en una segunda acepción, como "la ciencia que estudia estas ma- terias". El término folklore fue empleado por primera vez por el es- critor W . J. Thoms el 22 de agosto de 1846 en un artículo pu- blicado en el periódico Atheneum de Londre s. No pretendo internarme en los campos de la ciencia, sino ha- ceros una presentación panorámica del saber popular de mi tierra natal, de la llamada Provincia del Oriente de Cundinamarca si - tuada sobre la cordillera de los Andes al este de Bogotá, la ca- pital de Colombia, y confinante con nuestros Llanos Orient·ales. Y mi presentación· estará relacionada con el lenguaje español, tocado allí de garbosos arcaísmos.

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El hechizo del saber popular

Excmo. Sr. Director de la Real Academia Española, Excmos. Sres. Académicos, Señoras, Señores : Sea mi primera palabra la del agradecimiento al Excmo. se­

ñor Director por haberme proporcionado el honor de exponer mi pensamiento desde esta cátedra ennoblecida con la autoridad de los maestros del idioma, que desde ella han enriquecido sus opulentos tesoros.

He escogido .como tema de mi disertación el contenido en esta frase: "El hechizo del saber popular".

El saber popular, expresión recogida en el Diccionario con el nombre de folclor, definido como "conjunto de las creencias, costumbres, artesanías, etc., tradicionales de un pueblo"; y en una segunda acepción, como "la ciencia que estudia estas ma­terias".

El término folklore fue empleado por primera vez por el es­critor W . J. Thoms el 22 de agosto de 1846 en un artículo pu­blicado en el periódico Atheneum de Londres.

No pretendo internarme en los campos de la ciencia, sino ha­ceros una presentación panorámica del saber popular de mi tierra natal, de la llamada Provincia del Oriente de Cundinamarca si­tuada sobre la cordillera de los Andes al este de Bogotá, la ca­pital de Colombia, y confinante con nuestros Llanos Orient·ales. Y mi presentación· estará relacionada con el lenguaje español, tocado allí de garbosos arcaísmos.

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En aquella afortunada región, libre hasta el momento del azote del delito y de la violencia, puede el investigador social comprobar que se guarda respeto y cariño a la madre España, que nos legó la fe cristiana que amamos y admiramos, que nos hizo el regalo de la bella lengua de Castilla y dejó impreso en el alma del pueblo un sentido humanístico de la vida, todo lo cual se refleja en las costumbres tradicionales ele las gentes habitado­ras ele esa comarca colombiana.

En esta presentación ele mi provincia permiticlme que recuer­de el esbozo panorámico que ele ella tracé en la introducción ele mi obra Espíritu de mi Oriente, en la que recogí los cantares que andaban en boca ele los campesinos habitadores ele tan pre­

ciosos lares: "El sociólogo que recorra aquella región y observe la frugalidad ele sus moradores y sus hábitos hogareños y su apego a la tierra y a la familia; el que se dé cuenta del fervor con que practican su fe y cómo ella satura por completo los afa­nes del vivir; el que ponga su mirada en la casa campesina y note cómo un cierto deseo ele comodidad y ornato y un espíritu ele ahorro alientan el alma del labriego; el que medite en ese desvivirse porque los hijos reciban instrucción y escalen mejores

pos1c10nes y descuellen por su saber, hasta el punto ele sacrifi­carse por el logro ele semejante empeño; el que, haciéndose a la confianza ele sus moradores obtenga entrarse hasta sus co­cinas, porches y corredores y haga decir a los viejos sus cuentos

y consejas y se vaya a las ventas y jolgorios en busca del cantar popular y tome parte en sus regocijos íntimos, ese tiene que de­cir por fuerza que se halla enfrente ele un pueblo de excepción en Colombia y digno ele un estudio detenido y profundo.

Porque si alguna región tiene una fisonomía propia es sin duda esa provincia cundinamarquesa, aun a pesar ele ser lindera con la capital, en donde otras costumbres y diferentes afanes mueven a sus habitántes.

Allí las tradiciones y leyendas pueblan la fantasía popular y la tiñen con colores de misterio ; allí las costumbres heredadas de honrados antepasados decoran la personaliclacl y robustecen la familia; los juegos infantiles, propios o acomodados al medio, vinculan el alma fuertemente a la tierra para que nunca se la eche en olvido ; los refranes y modismos, entre los cuales pueden

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señalarse algunos desconocidos en otras regiones colombianas, prestan al habla comarcana viveza y coloración singulares; las adivinanzas y los cuentos populares distraen los ocios y les co­munican toques de idealismo ; los agüeros y supersticiones, cuyo campo se limita cada día más, hablan de la ingenuidad campe­sina, al paso que los cantares populares son la válvula por donde se escapa y exterioriza el sentir y el pensar de sus habitantes."

La recordación de los anteriores párrafos trae a mi mente tiempos de mi infancia : mis padres poseían una finca rural de­nominada El Boquerón y durante buenas temporadas nos insta­lábamos en ella para gozar de los apacibles días campesinos. Todo era paz y alegría en aquel mundo de ensueño : ya era en las ma­ñanas el bramido de las vacas llevadas al corral por Rosalía, la ordeñadora, quien apenas pisaba los pastos de los potreros sol­taba el sonoro río de sus canciones; ya los apagados ruidos de la peonada en la labranza, coronados a veces por el canto de al­gún trabajador que no podía resistir el impulso interior del ver­so tradicional que asomaba en su inquiera imaginación. Y por las noches el cuento, o mejor, los cuentos populares relatados por mi padre, por la tía Inés o por Rosalía, quien siempre res­tallaba en carcajadas cuando alguno de los personajes de sus re­latos resultaba con alguna lindeza o algo que lo pareciera.

Y así, impulsado por la simpatía y el cariño que en mi ánimo aquellas escenas estancieras despertaban, en mi juventud fui re­cogiendo el precioso acervo de cantares, decires y relatos del pueblo habitador de mi provincia; y cuando en 1940 la Acade­mia Colombiana abrió un concurso de cancioneros populares, tuve la oportunidad de presentarme y la fortuna de obtener el premio ; y lo mejor, el que la ilustre corporación me llamara a ocupar una plaza de académico correspondiente.

En la obra Espíritu de mi Oriente, nombre del cancionero que contendió en el concurso, se coleccionaron 5.000 cantares, clasificados siguiendo en lo general la catalogación ele Rodríguez Marín. Hay las coplas religiosas, delicadas, anhelosas, senten­ciosas, patrióticas y tradicionales, descriptivas, campestres, in­fantiles, festiv·as, jocosas, frívolas, satíricas, amorosas, sugerentes y picarescas. Son 15 clases y las amorosas se subdividen en nue­ve categorías: requiebros, declaraciones, ternezas, despedidas,

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ausencias, olvido, celos, reproches, desdenes, penas y quejas, ma­trimonio, teoría, consejos, propósitos, recuerdos.

También se catalogaron algunos romances y se ofreció un vocabulario.

En medio de ese mundo poético del cancionero hay mucho que admirar y los problemas de investigación se ofrecen conti­nuamente. Fijemos la atención en uno de ellos: de labios de un campesino dotado de memoria excepcional y muy dado a capita­near las romerías del Corazón de Jesús por los campos fome­queños, comúnmente llamado Marcos Grande, por su desmesu­rado tamaño, recogí 17 seguidillas dedicadas a la Virgen María y que corren entre el pueblo con el sugestivo título de Corona. de la Virgen. Son ellas vivo reflejo del Cantar de los Cantares de Salomón. Citemos cuatro de ellas :

Esa corona tuya, Corona bella, 'Ta toda enguarnecida De las estrellas.

Esos tus lindos ojos, Claros luceros Con que tú resplandeces Allá en los cielos.

Esos los tus dos senos Son cervatillos Tiernos que juguetean Entre los lirios.

Ese tu lindo cuerpo Es una joya Con que tú resplandeces Allá en la gloria.

Cuando por primera vez escuché la Corona de la Virgen, me sentí cautivado por su belleza y quedó planteada la cuestión de saber si aquellas estrofas que andaban en labios del pueblo ten­drían paternidad reconocida de autor culto; y también, la de precisar el medio empleado para llegar a instalarse en la memo­ria y el corazón de los estancieros provincianos.

Si se llega a la comprobación de que la CO?'ona de la V irgen

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tiene paternidad culta, se habría cumplido el pensamiento de An­tonio Machado, consignado en sus admirables estrofas:

Procura tú que tus cantos vayan al pueblo a parar ; aunque dejen de ser tuyos para ser de los demás.

Que al fundir el corazón con el alma popular, lo que se pierde de gloria se gana en eternidad.

Portando desde temprana edad en mi espíritu el interés por los cantares y decires de los campesinos, los fui anotando en su­cesivas libretas y conviene observar que los rústicos autores ele tan preciosa información paulatinamente fueron perdiendo la ha­bitual timidez que los acompaña y los retrae para confiar al in­vestigador el portento de sus tesoros tradicionales, y aun llegaron hasta invitarme a sus regocijos familiares, realzados con la ayu­da de la música de tiple, chucho, pandereta y maracas, reforzada a veces con la presencia del requinto, la bandola o la guitarra.

Recuerdo que en uno de esos holgorios en casa de un afama­do cantor popular, llamado con el sugestivo nombre de Cándido Ladino, llegó el invitante a un punto increíble de confianza, pues me retó a un versiao, que es una competencia poética en que el desafiado debe responder al retador con una estrofa apropiada para cada planteamiento estrófico. Transcurrió la escena sin di­ficultades aparentes hasta cuando Cándido creyó colocar al no­vato competidor en serio aprieto al espetarle esta copla:

Dígame, señor coplero, Si es tan grande su saber : ¿ Cuántas plumas tiene un gallo, Cuántos pelos tma res ?

Con todo, el desafiado, metido en semejante apuro, hubo de contestar :

Las plumas que tiene un gallo Y los pelos de una res Son sin ... cuenta, compañero, ¡No lo olvide su saber !

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La respuesta satisfizo tanto al ladino retador que, dándole un vuelco al instrumento que tocaba, exclamó con sonriente gen­tileza:

¡ Con el patroncito no discuto ! ¡ Me rindo !

N o es raro que el pueblo halle gusto en divertirse en sus can­tares con los santos, atribuyéndoles acciones tan humanas y de la vida ordinaria, que así logra colocarlos en su propio nivel. Cuan­to les quita de admiración se lo devuelve en simpatía porque los hace participar en sucesos que suelen acaecer! e al campesino. N o lo hace con mal espíritu, sino más bien con cierta ingenuidad socarrona que encubre el cariño y el respeto que a su maner-a les profesa.

¿ Restos de paganismo? Los paganos humanizaban tanto a sus dioses que los tenían por sus iguales y los hacían caer en las mis­mas pasiones y faltas que aquejan a los hombres; los revestían de iguales o peores defectos y llegaban hasta rebajarlos moral­mente hablando. Los campesinos no descienden a tales extremos: apenas los hacen actuar como cualquier hijo de Adán.

Son tan pocas las diversiones que los campesinos encuentran con el discurrir de sus labores, que para ellos es sana diversión el colocar a un santo en situaciones comprometidas y hasta risi­bles. ¿No hace objeto de burlas a los seres que más quiere y pre­cisamente porque los quiere? Recuerdo en este momento una coplilla un tanto socarrona que tiene por protagonista a la mujer amada:

Mi chata se fue a lavar Sus chiritos a la loma Y una avispa de traviesa Le picó en el punto y coma.

De acuerdo con estas consideraciones, no hay razón para frun­cir el ceño por algunas estrofas en que los personajes celestiales usan de términos descomedidos y hasta vulgares:

Por las escaleras del cielo San Pedro una vez rodó Y Cristo gritó: ¡Cara jo, Que San Pedro se mató!

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Recordemos unas estrofas en que se asoma la picardía cam­pesina:

San Juan y San Pedro en junta Hicieron un rancho 'e fique: San Juan para componerlo, San Pedro pa' echarlo a pique.

Alcé los ojos al cielo Y vide a Santa Lucía Comiéndose una gallina Con otra santa que había.

A veces la musa campesina levanta el vuelo de su pensamien­to para enaltecer a los seres que ama, como cuando prorrumpe con la ternura de este cantar :

Eres un granito ele oro Y una perla dibujada Y eres aquel lucerito Que alumbra a la madrugada.

O adopta posiciones acloctrinantes que dejan lecciones que no se olvidan :

Más vale saber que haber, Dice la común sentencia : El haber pronto se acaba, Del saber queda experiencia .

O da consejos muy sabios que convendría recordar en arduas situaciones en los avatares ele la vida:

Más vale callar que hablar, punto en boca y pecho noble : Las palabras con prudencia Aunque la razón te sobre.

No es raro el encontrarse de repente ante un cantar que ayer hacía sonreír y hoy haría saltar el reproche a muchos rostros, que pronto tendrían en los labios la palabra m.achista. Tal su­cedería con la estrofa :

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Primero hizo Dios al hombre Y después a la mujer: Primero se hacen las torres Y las veletas después.

Dejemos el variado y riquísimo mundo de la poesía popular para asomarnos, siquiera sea por unos instantes, a los dominios ele los refranes, ele las adivinanzas, de los juegos infantiles, ele las supersticiones, los cuentos populares, las tradiciones y las leyendas.

En la presentación de mi libro Del Saber Popular decía al referirme a los refranes: "Innegable complacencia experimenta quien escucha en una conversación que alguien se sirve de la autoridad de un refrán, de uno de esos refranes que prodigaba Sancho el bendito y el amable, calificativos que le dio el vencido Caballero cuando el marrullero Panza le anunció que se azotaría para desencantar a Dulcinea; de uno de esos refranes de tanto sabor y picardía que emplearon los personajes ele la e elestina; o ele los que dijeron «las viejas tras el fuego », de la colección atribuida al Marqués ele Santillana; o los que fulguraron en boca de Juan ele Valclés, el del Diálogo de la Lengua; o ele los que engasta Blasco ele Garay en el pasatiempo de sus cartas, compuestas en Toledo hacia 1541; o ele los compilados o impre­sos por Pedro Vallés en Zaragoza en 1549; o los recogidos por Juan ele Mal Lara, por Hernán Núñez, por Sebastián de Ho­rozco, por el insigne maestro Gonzalo Correas, autor del Voca­bulMio de refranes y frases proverbiales, catedrático ele la Uni ­versidad de Salamanca, obra compuesta por él en 1620."

Siguiendo tan autorizada tradición lingüística, el pueblo con­tinúa echando mano, en su dialogar, ele los refranes que nos lle­garon de E spaña, y ha enriquecido ese precioso legado con algu­nos de su invención. Citemos sólo un par de ellos, uno aplicado a la predicción del tiempo :

"Nube en Muscua, se llena la múcura." Muscua es un cerro cercano a la población de Fómeque y múcura es una vasija de barro cocido, empleada para guardar el agua o para traerla de la fuente. El otro refrán esconde una pizca de truhanería : "¿Quién ve venado que no grita, quién ve a su mujer con otro, que no corre y se la quita ?"

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El venado es un cérvido que abunda en nuestras montañas elevadas y paramosas y cuya caza proporciona distracción y ale­gría a los sordos que no han escuchado a los predicadores de la conservación de la naturaleza.

En esta ocasión faltaría a la gentileza debida a mi ilustre audi­torio si no lo hiciera partícipe de una receta campesina destinada a predecir la ocurrencia ele un próximo aguacero. Está contenida en una copla ; y hasta ahora, nadie ha podido citar un solo caso en que haya fallado el pronóstico. No olvidéis la estrofa:

Cuando la perdiz canta Y el ala extiende, ¡Aguacero seguro, Si acaso llueve!

Las adivinanzas constituían una distracción muy practicada en nuestras poblaciones, marcadamente al visitarse las familias, costumbre muy afirmada, pues entonces acudían a ese pasatiem­po para entretener aquellos ratos de confidencia en que todavía no se hablaba de asaltos, ele secuestros, ele bombas, ni de violen­cia y muerte, porque la vida social caminaba guiándose por prin­cipios morales instalados en la conciencia por los hogares, ro­bustecidos por la escuela y exaltados por la sociedad.

De las adivinanzas también podemos afirmar que buena co­pia ele ellas conoce origen hispano. Una que otra saltó a la vida en tierras americanas, como la que así se formula:

Es un monte artificial donde los indios peruanos entierran restos humanos. Y ele los meses del año uno ele los doce es. Y si no me equivoco, ave ele América es.

La respuesta a esta charada, que nos sugiere la guaca indíge­na y nos hace seleccionar entre los meses del año el de mayo, es sencillamente guaca.mayo.

En los juegos infantiles encontramos un remanso de placidez espiritual en cuyo fondo luminoso resalta la imagen de la mama-

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cita peninsular que arrulla a su criatura con los versos recogidos en la Biblioteca de las tradiciones populares españolas, en el tomo II, publicado en Sevilla en 1884 bajo el impulso de Anto­nio Machado Alvarez :

Recotín, recotán, Los maderos de San Juan, U nos piden vino Y otros piden pan, Recotín, recotán, recotán.

Y allí, en el fondo del memorado remanso, en el colombiano, también hallamos mamacitas que prolongan el arrullo hasta lo­grar hacer venir al sueño suavemente para cerrar los párpados del niño balanceado al ritmo del amor materno contenido en aquellos versos, alguna vez susurrados por nuestro poeta José Asunción Silva :

Aserrín, aserrán, Los maderos ele San Juan, Piden queso, Piden pan Y a la niña no le clan. Los de Roque, Alfandoque, Los de rique, Alfiñique, Triquitrique Triquitrán. ¡ Triqui, trique, triqui, tran! ¡ Triqui, trique, triqui, tran!

¡Qué encanto el ele los juegos ele los mnos, que se mueven a veces en los ámbitos del misterio y que revelan el aflorar ele sentimientos que regirán la futura conducta de los hombres! Ra­zón han tenido los países y entidades pacifistas, como la Unión Panamericana y la Unesco, al proscribir los juguetes inspirados en las guerras y en la muerte de nuestros prójimos.

Si desde la infancia se imbuye en las conciencias el gusto y el hábito de matar y destruir, así quedan implantadas imágenes vivaces de acción que fuerzan la conducta en las futuras ocurren-

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c1as de la vida. En esa forma se induce a tener el homicidio, el asesinato y la violencia como medios propicios para prevalecer en la vida, con desprecio de los dictados morales que deben regir los actos hum,anos e informar los principios del derecho interna­cional.

En cambio, cómo goza el espíritu cuando al pasar, por ejem­plo, por las cercanías de un establecimiento educativo se escu­chan las voces infantiles que modulan estrofas que parecen re­flejo del juego de La Mariposa que se practicaba en Extrema­dura1:

Doña Ana no está aquí, Está en el vergel Sembrando la rosa, Sembrando el clavel.

Tuve la fortuna de poder reunir en un libro que publicó el Instituto Caro y Cuervo de Colombia los Juegos Infantiles dle Oriente Cundinamarqués, muchos de ellos con claro origen es­pañol y algunos, como el ele la culebra, raizales del país de los mtuscas.

El mundo de las supersticiones, que tiene buen respaldo en la picaresca española, se va restringiendo notablemente a medida que los conocimientos avanzan en nuestra sociedad. Las supersti­ciones se conservan en la memoria ele nuestras gentes, y cuando aquéllas se mencionan, reciben de ordinario el acompañamiento de una sonrisa con la que se rememora algo que tuvo alguna vez arraigo en tiempos pasados y que alcanza a regar su aroma en los presentes.

Había supersticiones relacionadas con la meteorología o que tenían respaldo en los instintos de los animales, como la que pre­decía la proximidad ele las lluvias por la aparición ele las tambo­chas, hormigas de color rojizo y ele temible voracidad.

Y cosa notable: recetas populares que se tenían por engen­dros supersticiosos, con el avance ele la ciencia han venido a jus­tificar una realidad actuante, como en el caso ele la costumbre campesina que indicaba cubrir las heridas leves con tela ele araña, en cuyos hilos han descubierto los investigadores la existencia

1 Tradiciones Populai·es Españolas, t. III, n. 14.

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del penicillum notatum, substancia con la que ahora se combaten las infecciones.

En otro caso, imagino que demoraremos mucho tiempo en comprobar la eficacia de los polvos obtenido por raspadura del pico del yátaro, dados en una bebida, y que, según los yerbateros, sirven para enamorar. El yátaro es ave trepadora del género Ramphatus Linn. También tiene los nombres de tucán y diostedé.

Y por una cierta dificultad de conseguir las substancias enu­meradas en receta formulada en una copla, tardaremos años en beneficiarnos con el remedio aconsejado en cuatro versos, uno de los cuales maltrata un participio castellano :

Los tuétanos del zancudo, Los sesos de la lombriz Disólvidos en manteca Son buenos pa'l rematís.

Llegamos al embelesante tema de los cuentos tradicionales, cuentos que solían relatarse en los hogares a la hora en que las estrellas se asomaban a los cielos, curiosas de observar escenas hogareñas.

Algunas familias se reunían en salas, arrebujadas en ambien­tes coloniales presididos por retratos de abuelos, lienzos de san­tos adquiridos gustosamente, paisajes del país o de lugares ultra­marinos y lámparas vigilantes.

Otras se juntaban en amplios corredores que daban vista a cielos inundados con crepúsculos teñidos ele oros y rosicleres po­blados ele nubes con figuras venidas ele mundos fantásticos . . Y había familias que se recogían en las cocinas sobre los poyos de adobe o sobre bancas y butacas que sabían muchas viejas histo­rias, las mismas que los campesinos heredaron ele sus antepasa­dos en lenguaje ele s·abor arcaico.

En todos estos lugares los padres, los abuelos, los tíos y a veces los trabajadores memoriosos soltaban el tesoro de sus cuen­tos, escuchados por ellos en tiempos felices ya pasados y conser­vados en la memoria con curia y con afecto.

Pero eso ocurría en un ayer que se nos ha escapado, porque ahora las familias están pendientes de la radio y ele la televisión, que mucho enseñan y distraen, pero que han desterrado el en-

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canto de los relatos que alimentaban la mente de pasadas gene­raciones, y que a veces propician la violencia, maltratan el idio­ma y ofrecen imágenes de vida sin el amparo de la moral cris­tiana.

Tuve la fortuna de poder recoger en mi región algo más de un centenar de cuentos populares que el Instituto Caro y Cuer­vo de Colombia publicó bajo el título El Pueblo Relata.

En esta colección aparece el lenguaje rural enriquecido en ocasiones con deliciosos arcaísmos ya olvidados en la lengua pe­ninsular española. Pero también aparecen cuentos relatados por personas cultas que se precian y se envanecen de pertenecer al pueblo, o recordados por mí porque los escuché en mi hogar. Justifiqué tal procedimiento con estas consideraciones que figu­ran en la introducción del mencionado libro:

"¿ N o hago parte del pueblo y, como tal, no escuché esos re­latos de boca de los míos o ele gente allegada por circunstancias varias, y no tendré derecho de transmitir los que recuerdo sin necesidad de ir a buscarlos nuevamente? Me parece un dislate imitar el procedimiento vilipendiado por el pueblo, por ese mis­mo pueblo que me ha brindado sus tesoros de sabiduría y que guarda una copla zumbona para gatos y maridos, que ahora me llega como anillo al dedo :

Los maridos y los gatos Son de la misma opinión: Teniendo carne en su casa Salen a · buscar ratón.

N o, no saldré a buscar el ratón de los cuentos teniendo carne viva de ellos en casa."

Y aduje la autoridad de don Ramón Menéndez Pidal, quien en Flor nueva de romances viejos 2 sostiene, refiriéndose a los romances, que la tradición puede revivir también en un ambiente de cultura. Y si eso lo sostiene el insigne maestro hablando de los. romances, que están sujetos a metro y rima, con mayor razón puede aplicarse al relato de cuentos populares, cuya redacción

2 R Menéndez Pidal, Espasa Calpe- Argentina, Buenos Aires, 1941, pág. 43.

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varía de hecho de acuerdo con los tiempos y la persona del re­lator.

Entre los cuentos recogidos en el Oriente Cunclinamarqués hay algunos que figuran en notables colecciones como las de Grimm, ele Aurelio M. Espinosa y Y olando Pino Saavedra, aun­que ya bien acomodados en detalles y redacción a nuestro medio. Buen acervo nos llegó ele España, que aprovechó el aporte ele los árabes, quienes a su vez recibieron valiosa inspiración ele Per­sia y de la India. Hay algunos relatos que por su atuendo denun­cian su origen americano. Pero el conjunto muestra una varie­dad muy notable de cuentos, pues en ellos los animales y las co­sas hablan, abundan los reyes, Nuestro Señor y los santos se humanizan, se premia la virtud, triunfan los débiles, el diablo

anda por estos mundos, el pobre encuentra la redención de su vivir, la soberbia se abate y la humildad y la modestia se apres­tigian, los seres inanimados cobran vida y los poderes mágicos campean sin cortapisas.

Las tradiciones y leyendas las consideramos en último tér­mino. "No pocas leyendas de la provincia se hallan a pique de olvidarse y es seguro que muchas ele ellas se perdieron porque tardamos en recolectadas a tiempo, como suelen hacerlo las na­ciones cuidadosas de sus tesoros folclorísticos", apuntaba hace años en la introducción al libro en que, con el nombre ele Tierra Embrujada, publiqué las que pude reunir valiéndome ele recuer­dos de la memoria y de relatos de personas ele mi lugar.

En Tierra Embrujada se compilan 26 relatos de la tradición legendaria. En el primero ele ellos, que encabeza la obra, titulado Las Campanas de Fómeque, se hace referencia a una antigua campana de unos 35 centímetros de altura que tiene una inscrip­ción en abreviatura latina en la que se lee el año de 1029. Era la encargada de convocar por las mañanas a los niños para que asistieran a la escuela, y fue llevada, mal de su grado y contra la voluntad de los fomequeños, a dormir el sueño de un museo bogotano, el del Sem.inario. Se habla de otras dos campanas que cuelgan todavía ele las torres de la iglesia,de sonoridad y timbre purísimos; pero principalmente de una hecha de plata, llevada a mi lugar en tiempos coloniales con sobradas dificultades y lle­gada al anochecer. Al dejarla en la plaza al frente de la iglesia

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sin la ceremonia de su bendición, dio pie al demonio para que montándose sobre ella se la robara y la llevara por Jos aires para esconderla en el sitio que le pareció más seguro, en los picachos más altos de los cerros de Los órganos que coronan los soledo­sos páramos de Chingaz.a. Desde allí el diantre se burla de los cristianos tocando su campana cuando las demás callan, todos los Viernes Santos a las tres de la tarde, acompañándose de es­tridentes carcajadas.

En otra conseja el diablo aparece como el arquitecto de un

famoso puente llamado Puente del Común porque un tal Floren­tino, habiendo contratado con el Gobierno su hechura y no pu­

diendo cumplir el compromiso contraído, resolvió venderle su alma al diablo a cambio de la fabricación de la obra, siempre que la terminara antes del primer canto del gallo a media noche. El demonio, a pesar de haber sacado de los infiernos a todos los diablos hábiles en acarreo de materiales y en arquitecturas, no alcanzó a terminar la tarea, pues antes de colocar la última pie­dra cantó el gallo y un sacerdote bendecía el puente. El diablo, furioso, quiso destruir su obra dándole una terrible coz que no

tuvo efecto alguno porque la bendición del sacerdote anulaba todos los poderes del averno, pero quedó estampada la pata del

enemigo malo -sobre una piedra, como lo pueden comprobar los viajeros que vayan a Chiquinquirá en calidad de promeseros.

Tierra Embrujada recoge sucesos extraordinarios en lagunas encantadas como las de Ubaque, la Negra de Cáqueza y las de

Yerbabuena, Churuguaco y Chingaza de Fómeque; da noticia de aparecidos en casas y caminos; ele inquietudes de la imagen

de San Antonio de Fosca paseando por camino de Puebloviejo; de un fraile que surge en cierto sendero en actitud suplicante :

de la·s carreras de un caballo sin cabeza en las sombras nocturnas por las calles de cierta población; de las huellas y recuerdos que se guardan del paso de Bóchica por Chipaque, personaje que con su vara mágica rompió las rocas para dar salida a las aguas en el Salto de Tequenclama. Y entre otros sucesos ele extraña ocurrencia, recoge la noticia del paso del apóstol Santiago por tierras de Fosca y los desfiles nocturnos ele monjes en las ruinas de San Lorenzo en la población de Fómeque, en donde se han

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encontrado baúles llenos de morrocotas de oro con efigies de monarcas españoles.

Señoras y señores: me habéis acompañado imaginativamente en la excursión que emprendimos por los hechizantes campos del saber popular de mi provincia colombiana del Oriente Cundi­namarqués y apenas he podido dejaros entrever las bellezas fol­clorísticas que en ella se recatan.

N o quiero terminar sin manifestaros mi agradecimiento por haberme proporcionado el placer de vuestra muy grata compañía. Y también me resta el invitaros para que algún día tengamos la honra de vuestra personal visita al Oriente Cundinamarqués, tal como la que nos hizo, acompañado por su gentilísima esposa doña Consuelo, el sabio lingüista, autor del Catálogo ele las len­guas indígenas de América, a quien rindo ahora mi recuerdo emocionado, y que en vida llevó el preclaro nombre ele Antonio Tovar Llorente.

Madrid, 18 ele abril de 1991.

JosÉ ANTONIO LEóN REY.