el gato bailarín
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Este es un libro de cuentos para niñas y niños y mamás y papás, docentes y todos aquellos que se interesen por el mundo de los cuentos así como la importancia de la expresión y de la comunicación para el ser humano. Una parte del libro nasce de ideas desarrolladas en complicidad con los grupos de quinto grado de la escuela primaria Aureliano Castillo ubicada en el pueblo San Luis Tlaxialtemalco, en la delegación Xochimilco de la ciudad de México. La otra parte está constituída por cuentos que escribo para ellos. De cada una de estas vivencias saco experiencias y motivaciones que me llevan a escribir diferentes cuentos. Además entre estos textos se encuentran letras de canciones que reflejan temas que son de su interés. Por favor háganme llegar sus comentarios vía Sribd o bien por medio de nuestra página web www.mojiganga.com.mx.TRANSCRIPT
La V oz de los Niños y las Niñas de la Ciudad de México,
volumen X V I
EL G A T O B AILAR Í N
Camilo Albornoz
ILUS T RACI O NES
Rodrigo Pinto Mendoza
Copyright © 2015 del texto: Camilo AlbornozCopyright © 2015 de las ilustraciones: Rodrigo Pinto
MendozaCopyright © 2015 de la edición: Mojiganga ACISBN en trámite Colección La Voz de las Niñas y los Niños de la Ciudad de México,Volumen XVI, El gato bailarín1ª edición diciembre de 2015Mojiganga [email protected]. (55) 21562317
Este programa es de carácter público, no es patrocinado ni promovido por partido político alguno y sus recursos pro- vienen de los impuestos que pagan todos los contribuyentes. Está prohibido el uso de este programa con fines políticos, electorales, de lucro y otros distintos a los establecidos. Quien haga uso indebido de los recursos de este programa en el Distrito Federal, será sancionado de acuerdo con la ley aplica-ble y ante la autoridad competente.
Proyecto financiado por el Programa Coinversión para el Desarrollo Social del Distrito Federal 2015, con recursos públi-cos de la Secretaría de Desarrollo Social a través de la Direc-ción General de Igualdad y Diversidad Social.
Para mi nieto Oliver Zoé Pinto Tovar
5
I N D I C E
Introducción...............................................8
Prólogo....................................................17
CUENTOS COLECTIVOS...............................27
Fregoncito................................................29
Milagros...................................................37
El cuchillo asesino.....................................42
El tío y el conejo.......................................45
Gatos.......................................................49
LOS CUENTOS DE CAMILO..........................55
El gato bailarín.........................................57
El Chavo...................................................67
6
I N D I C E
CANCIONES...............................................95
El ojo.......................................................97
El rap del “ES”.........................................103
La tarea..................................................107
Una historia verdadera no es una historia cual-
quiera....................................................113
NIÑAS Y NIÑOS.......................................116
SEMBLANZAS...........................................119
AGRADECIMIENTOS.................................120
7
INTRODUCCIÓN
LECTURA E INTERNET
Desarrollar nuestra capacidad de lectura podrá ser
útil para que triunfemos en la vida mediante el desa-
rrolo de nuestra inteligencia emocional o de un discurso
político o empresarial mas eficiente o simplemente para
obtener un mejor puesto de trabajo. Sin embargo el
principal objetivo de una mejor capacidad de lectura
crítica, interpretativa y creativa, coincide con el con-
cepto de educación horizontal, liberadora donde el indi-
viduo se forma para transformarse y transformar su
entorno. Liberarse de la ignorancia significa entonces
ser capaces de dar un sentido a todo lo que leemos, lato
sensu, para llevar las fronteras de la vida al encuentro
de la utopía de un mundo más justo donde la felicidad
consista en ser, no en tener. Nos referimos a la lectura
literaria, al texto que ahonda en el laberinto del espíritu,
que propone utopías, que nos permite cuestionarnos
más allá de nuestros mitos, que nos llena de dudas
porque nos amplía el horizonte de lectura de la vida
tanto hacia nosotros mismos como hacia el universo.
Ahora leer siempre ha sido algo natural en el ser
humano. Leer significa interpretar el mundo, leer las
intenciones del otro en su rostro, leer los cambios
climáticos que se avecinan, leer cambios en una socie-
dad, leer las posibilidades de un grupo y nuestras limi-
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taciones, leer el nivel de peligro en momento dado. Esto
ha hecho siempre el ser humano en mayor o menor
escala.
De una o de otra el esfuerzo que hacemos para “leer”
la realidad siempre se ha enfrentado a la tendencia al
engaño de parte del interlocutor. Además de que entre
nosotros es normal tratar de que el otro lea lo que que-,
remos casi siempre fuera de su objetividad, en todas las
sociedades a través de la historia, hay grupos humanos
que tratan de dominar a los demás condicionando tanto
su capacidad de expresarse, tal es el caso de la edu-
cación tradicional, como su capacidad de interpretar,
condicionándolo a interpretaciones que convienen a
estos grupos. Tal es el caso de las religiones, de los
grupos políticos, de los grandes monopolios y de otros
tantos grupos de poder. Ya estamos familiarizados, por
ejemplo, con las organizaciones criminales que nos
venden su imagen de justicieros. Hay varios ejemplos
terribles de esa tendencia en la humanidad como la
sicología de masas del fascismo que fue capaz de llevar
un pueblo culto a un extremo de barbarie programática
contra toda la humanidad.
En este sentido libros como 1984 de George Orwell o
Admirable Mundo Nuevo de Aldous Huxley, se encuen-
tran totalmente superados por la realidad. Gobiernos de
todas las tendencias y oligopolios de todo tipo, en espe-
cial el financiero, conocen demasiado sobre nosotros y
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han logrado como nunca el dominio de gran parte de las
mentes, condicionando el destino históricos de millones
de seres humanos a los designios de sectores minori-
tarios del planeta, por medio de una educación de sus
mentes para que lean el mundo a partir de su cartilla.
Cabe destacar que con el Internet tenemos un acceso
incomparablemente superior a la información y por ende
a las posibilidades de lectura lato sensu (interpretar la
noticia, la imagen, las tendencia de la moda, de la
economía etc.), sin embargo nos enfrentamos a una
dificultad mucho mayor para realizar una lectura crítica.
En primer lugar trillones de textos, literarios o de
excelente información, se encuentran a nuestra
disposición a tan solo algunos “clics” gracias al hipertex-
to, al diálogo en la Red a los innumerables softwares
especializados etc. Las posibilidades de aprendizaje han
cambiado de forma radical en la medida en que se
aprende más fuera de la escuela que en salón de clases.
Los sistemas educativos se ven en la necesidad de
adaptar, surgen nuevos individuos con competencias
que les permiten aprender y ejercer su actividad profe-
sional desde su casa. Sin embargo los distractores para
que lleguemos a este inagotable banco de datos en la
red, son infinitamente superiores a los de antaño. Tene-
mos miles de bibliotecas a tan sólo algunos “clics”, pero
disponemos de mucho menos tiempo.
No sólo estamos rodeados de trillones de toneladas
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de basura en el Internet –basura que incluso nos puede
interesar-, sino que carecemos de la habilidad para
navegar en la red y evitar los distractores de todo tipo,
porque de una o de otra forma nos atrapan con humor o
por los extremos grotescos o porque se trata de una
propaganda genial. No sabemos administrar a la
tecnología; estamos inmaduros frente a su multiplicidad
de estímulos y a su complejidad. Pero los que están del
otro lado sí la conocen al dedillo, la perfeccionan y la
utilizan cada día con más eficiencia. La neurociencia,
con sus maravillosos descubrimientos, se encuentra al
servicio del marketing investiga de forma agotadora
como utilizarla para vender cualquier porquería como
una maravilla al mejor precio posible ya sea para niñas
y niños, pobres o ricos de cualquier cultura. Ejemplos:
Mcdonalds, Starbooks, partidos políticos corruptos en el
mundo entero que se mantienen en el poder aunque
maten y roben, países que deciden quienes son nuestros
enemigos y tantas otras preciosidades.
Nosotros desconocemos todo lo que se manipula en
el cine de efectos para manipular nuestras mentes. El
cine de Hollywood y las grandes compañías de video
juegos lo conocen a la perfección al punto de que nos
llevan a disfrutar de productos tan dañinos para la
mente humana como las telenovelas o películas como
Rambo o video juegos tan extremos como Grand Theft
Auto IV. Vamos al cine y nuestra sed de justicia sale
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satisfecha al testimoniar que un hombre –a veces, muy
de vez en cuando una mujer-, logró vengarse por
nosotros de todas las injusticias que padecemos diaria-
mente. ¿Por qué la venganza? ¿Por qué la insistencia en
la destrucción como espectáculo? ¿Por qué el miedo?
¿Por qué la simplificación del lenguaje y de las estructu-
ras de los guiones? Porque todo eso educa la mente para
responder de manera primitiva a los estímulos de la vida
diaria, alejándonos de la reflexión. Observen la facilidad
y los extremos de violencia en los intercambios de opi-
nión futbolera o política en las redes sociales. Hombres
y mujeres, niñas y niños se convierten en trogloditas
fascistas. Perdón por el pleonasmo.
A todo lo anterior se suma una realidad todavía más
atroz: la gran mayoría de niñas y niños no tiene acceso
al Internet. Pudiéramos caer en la tentación de pensar
que es mejor así. Gravísimo engaño. Permanecer al
margen de los retos tecnológicos, solo conlleva trasnfor-
marnos en víctimas ingenuas de quienes dominan los
medios que de una o de otra forma llegan a las mentes
vía televisión, cine, cafés Internet. Un niño, una niña,
cualquier persona que sea un analfabeta digital, se
constituye así en la mejor de las víctimas. Téngase en
cuenta hoy en día como grandes masas analfabetas o
que simplemente no tienen ningún acceso a otra infor-
mación más que la televisión, se han constituido en sec-
tores preferidos de religiones fundamentalistas y de
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partidos políticos corruptos. En estas condiciones inclu-
so los derechos humanos solo se visualizan en condi-
ciones extremas, muchas veces cuando la víctimas ya
no pueden más que resistir en su indefensión.
Ahora bien, a partir de este contexto mundial, cabe la
pregunta ¿qué tan importante resulta fomentar la
capacidad de lectura crítica en nuestras niñas y niñas
para que puedan defenderse de quienes pretenden colo-
nizar sus mentes y para que puedan generar contenidos
alternativos que los transformen en agentes de cambio
de su realidad. El reto es enorme en el mundo entero,
sin excepción de ninguna sociedad, porque todas se
encuentra expuestas a este fenómeno de las manipu-
lación de las mentes. No conozco sociedad en el mundo
que se visualice, y obre en consecuencia, como parte de
una comunidad humana. Aunque por supuesto que,
mientras más limitaciones económicas, políticas,
tecnológicas y sobretodo culturales, más limitados los
recursos para una buena educación. Pobre Cultura en el
neoliberalismo, tan cerca de los políticos y tan lejos de
las necesidades de las naciones.
En primer lugar es urgente e imprescindible reconsi-
derar en la escuela primarias, dentro del programa de
valoración de la competencia lectora, que ya se lleva a
cabo, el descubrimiento de la lectura como placer, de
manera sistemática, tanto o más que la comprensión
lectora. Un niño y una niña pueden “leer” mejor, pero
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las metodologías para estimular el hábito de la lectura,
considero, con todo respeto por el esfuerzo que se está
haciendo, no se encuentran suficientemente atendidas,
empezando por los cuadros docentes que tienen acceso
a pocas herramientas en este sentido.
Leer de manera crítica e interpretativa textos de
ficción, desarrolla nuestra inteligencia emocional y
nuestra capacidad de comprensión de la vida de manera
holística, desarrolla nuestra capacidad de expresión y
nos proporciona el desarrollo de una capacidad de análi-
sis, de crítica, de interpretación de la realidad, de visión
universal del misterio de la vida, nos impulsa a una
volición creativa y por ende transformadora de nuestro
entorno. Sugiero que se acerquen a los textos de Paulo
Freire, desde luego y, considerando el presente, a
Daniel Cassany profesor catalán con ha escrito
excelentes libros sobre lectura y escritura.
Antes de continuar cabe que nos hagamos una pre-
gunta nodal como adultos: ¿qué tanto hemos cedido del
tiempo de nuestro hábito de lectura –si es que lo tuvi-
mos-, al tiempo dedicado al fascinante Facebook y a
tantas otras redes sociales y posibilidades de juego,
“sitios para adultos”, deportes etc., etc.? Por supuesto
que las redes sociales tienen aspectos interesantes. El
problema consiste en qué tanto, en lugar de utilizar esta
red, ella nos ha utiliza y coloniza como reses de un mer-
cado?
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Definitivamente se trata de una lucha perdida tratar
de motivar la lectura en el salón de clases o en nuestros
hogares, si nosotros estamos alejados de ella. Las
palabras conmueven, los ejemplos arrastran, sabias
palabras que tienen centenas de versiones a lo largo de
la historia.
En paralelo a la motivación de la lectura como placer,
como descubrimiento, es necesario desarrollar la
capacidad de niñas y niños de realizar una lectura crítica
e interpretativa de su entorno, incluyendo el virtual.
Debemos promover el ejercicio de la lectura que per-
mite separar la paja del trigo. Comprender los
mecanismos de engaño de la publicidad, conocer los
mecanismos de un discurso mentiroso, ser capaces de
dialogar con las imágenes con nuestras mentes en
alerta.
Es fácil si recurrimos al humor, en lugar del consabido
“choro”. Por ejemplo, cuando tu hija quiere una hambur-
guesa, porque te vendieron (o sea que te metieron en la
cabeza) la idea de que vas a salir de McDonald con una
caja de felicidad. Incluso el sabor de esa hamburguesa,
totalmente artificial, está programado a partir de un
conocimiento tan elevado de nuestra mente, como
dañino para nuestra salud.
Luego de lo anterior nos espera la más difícil de las
tareas: introducir a niñas y niños en la correcta
utilización de la Red. Y antes de enfrentarse a esta difícil
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tarea, se encuentra otra todavía mucho más difícil:
alfabetizarnos nosotros mismos en este nuevo lenguaje
no solo como personas que utilizan medianamente el
“Word” y que buscan en Internet algún consejo para el
dolor de cabeza, sino como individuos que conocen
todas las trampas de esta “dimensión desconocida” y
que son capaces de investigar y además, y eso es muy
importante, como individuos capaces de generar con-
tenidos alternativos en en la Red. Me refiero no sola-
mente a chismes o a la difusión de nuestras actividades,
sino textos de reflexión donde muchos necesitamos
encontrarnos para darnos las manos.
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PRÓLOGO
EL TALLER DE LECTOESCRITURA
¿Qué hay en esta cosa llamada libro, este objeto abu-
rrido alrededor del que flotan tareas, eso del que tanto
hablan y hablan maestros y maestras y de donde leen
textos sobre los nos hacen preguntas? Ese objeto que ya
nadie usa. Eso de leer es aburrido y cansado.
Detrás de la palabra escrita hay emoción, mucha
acción, reflexiones, invitaciones a crear alas para
lanzarnos a los abismos de las preguntas sin respuesta.
Hay más preguntas que respuestas que nos cuestionan
y alientan.
Decir esto es fácil; convencer al grupo de que lea
porque es maravilloso es bien difícil. Tenemos todo en
contra. Incluso nosotros mismos somos un obstáculo,
porque hemos perdido el hábito de leer. ¿Entonces quál
sería la mejor metodología?: convertirnos en el lector de
Hamelín.
Lo primero que hago es leerles cuentos trasmitiendo
la emoción contenida en cada una de las palabras,
cuidando el ritmo, las entonaciones, los matices, como
elementos que reflejan mi interpretación de lo que el
texto me trasmite. Cuido sobretodo que los textos coin-
cidan con los intereses propios de su edad y utilizo en
primera instancia los textos que fueron generados en
vivencias similares al contexto donde fue generado este
17
libro. El resultado: en su mayoría ellos se identifican,
aplauden, les causa placer. No se puede pedir que las
reacciones de todos sean excelentes. Las diferencias
entre los individuos que componen cada grupo pasan
por circunstancias muy variadas donde aquellos que son
menos favorecidos por la economía familiar o los intere-
ses de su círculo social, tienen una cultura distinta cuyos
tiempos de atención son más limitados que los que
tienen mejores condiciones de vida.
Doy preferencia a la lectura antes que a la narrativa,
en especial en un primer momento, por todo lo que
significa en el contexto escolar leer un libro. La actividad
se enmarca así dentro de lo que resulta familiar en la
escuela, se enmarca en el programa. Si solamente na-
rrara con los recursos de un artista escénico me trans-
formo en el cuentacuentos que tiene elementos ajenos
al contexto escolar. La lectura como tal trae además la
presencia del libro y la cercanía con el mismo libro que
les entrego. No tengo nada en contra del cuentacuentos,
todo lo contrario, pero este no se inserta en la dinámica
que pretendo desarrollar. El material de lectura que
llega a sus oídos se prolonga en el libro que se les entre-
ga. Día con día este ritual va a ocurrir, renovándose la
atracción al objeto-libro que se les entrega.
Poco a poco la voz se vuelve un testimonio, una
experiencia del encantamiento que hay detrás de las
letras impresas. No se trata de una fórmula mágica ni de
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una panacea. Sin embargo es un paso de la metodología
que bien aplicada por los docentes que darán continui-
dad a la experiencia, asegura un alto porcentaje de
éxito.
He aquí el otro objetivo fundamental del trabajo que
nos proponemos: la maestra y el maestro que se
encuentran frente a grupo. Solamente ellos en realidad
pueden hacer que nuestra metodología realmente
logre un cambio significativo en el grupo. Niñas y niños
quedan gratamente sorprendidos con mi intervención,
sobretodo al final cuando reciben el libro que van a leer
entrelíneas a partir de las vivencias que tuvimos. Pero
este estímulo se diluye si no cuenta con una continui-
dad.
En paralelo con el taller de lectura dirigido a niñas y
niñas, me dedico a trabajar con algunos miembros del
cuerpo docente de la escuela. Uno de los puntos cen-
trales radica en cómo leer. Por cierto creo que nos
dedicamos sobretodo a reírnos de buena gana de tal
forma que se establezca una empatía alrededor de lo
que significa la lectura en voz alta y sus posibilidades
para acercar el oyente a la lectura.
Después de cada lectura en el salón, se habla del
cuento, jamás como moraleja, jamás como enseñanza
vertical, sino desde los intereses del grupo que, de una
forma o de otra, también abarcan los valores que nos
ocupan. No menciono los derechos humanos hasta que
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el mismo grupo manifiesta sus inquietudes frente al
comportamiento de algunos personajes. En ese caso
entonces meto mi cuchara para poner un poco de can-
dela a la reflexión sobre este o aquél tema, pero no lo
extiendo a una enumeración de los derechos ni a su fun-
damentación. El programa escolar contempla este con-
tenido. Yo hago un esfuerzo para que ellos descubran el
potencial de sus voces para expresar lo que una lectura
más atenta del mundo les ofrezca. De este derechos se
deduce la vivencia de los demás derechos. No como una
cartilla, sino como una vivencia propia de su edad. Esta
lectura, a su vez, resulta de un juego de observación,
expresión y de transformación de la realidad que se
verifica mediante el juego de descubrir otros mundos y
de volverse un pequeño demiurgo.
El otro paso, no necesariamente en un orden
cronológico estricto, porque alternamos las actividades,
consiste en la lectura que básicamente se hace en la
casa, sin que tenga el estigma de tarea.
Debo confesar que las pláticas en los días posteriores
sobre los contenidos de lo que se leyó pueden ocasionar
que algunos se motiven para leer y otros opten, lamen-
tablemente, por marginarse. Es la parte lamentable del
trabajo donde descubres que harían falta otras condi-
ciones de vida para que eso fuera posible. Desean el
objeto-libro que se les regala, pero algunos no alcanzan
a dar el paso hacia el descubrimiento de la lectura.
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Es todavía más grave en la medida en que no lo
expresan. En su afán de “agradar” al adulto, recurren a
la mentira como forma de quedar bien: Sí lo leí, claro,
sólo que no me acuerdo. El nivel de lectura de los libros
que se les entrega varía mucho, entre otras razones
porque no se les obliga ni condiciona la entrega de un
libro nuevo a la lectura del anterior. Un par de años
atrás cometí este error. No funcionaba. Varios mentían,
copiaban los comentarios de otros o juraban que lo iban
a leer. Por lo menos todos reciben el estímulo de las
lecturas en voz alta que permanecerá en su memoria.
Casi simultáneamente empiezo a jugar a escribir. Lo
prioritario es el juego creativo. No cuentan los errores
ortográficos, no se corrigen mayúsculas, ni sintaxis. No
se trata de una clase de redacción, sino de composición.
Ellos aprenden que ninguna idea es mala; se les de-
muestra que esa idea que mereció una desaprobación
general del grupo como la inclusión de un narcotrafican-
te en un cuento colectivo, puede ser rescatada. Lo
importante es la función que adquiere dentro del juego.
De esta manera un narcotraficante y un ratero tratarán
de firmar un trato con el diablo porque quieren obtener
la inmortalidad.
Ahora bien, el trauma, el miedo, el terror o simple-
mente el bloqueo que se apodera de la mano con el lápiz
frente a la hoja en blanco, se evita mediante varios ejer-
cicios de creación colectiva. Hay muchos ejercicios de
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ese tipo. Sugiero que consulten el libro El Nuevo Es-
criturón de Los Libros del Rincón, además de otros
tantos que pueden encontrar en el Internet.
El objetivo es doble: por un lado separar la autocen-
sura asociada con la “redacción”, del juego creativo
cercano a la composición. Expresar es una necesidad
que conlleva el placer de logralo aun cuando se trate de
plasmar una experiencia triste. De la misma forma se
trata de romper el miedo al bloqueo inmediato de con-
cebir un cuento, porque la idea de que no sé hacer un
cuento, no soy bueno, no se me da y otros tantos com-
plejos de lenguaje se manifiestan en seguida frente a la
posibilidad de una expresión escrita, asociada de inme-
diato con la dificultad de escribir correctamente y la
imposibilidad de tener buenas ideas. O sea, se trata de
una tarea difícil y además aburrida. Entonces abordé-
moslo por partes. Primero vamos a divertirnos, a
reírnos, a familiarizarnos con el género que nos ocupa,
cuento, canción o poema, mediante un juego.
Durante el proceso que sigue, la lectura oral es com-
partida con varios miembros del grupo. El propósito:
trasmitir la emoción, la belleza de las imágenes, el
humor y otras maravillas que se encuentran en la letra
impresa. Entonces no se trata solamente de leer claro o
como metralleta. Se trata de interpretar y trasmitir lo
que el texto quiere expresar. Este ejercicio nos hace reír
y descubrir todavía mucho mejor el universo detrás de
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un buen libro.
Si la maestra o el maestro están familiarizados con el
género y con su ejercicio, sabrán conducir con agilidad
la actividad. Podrán dar alternativas a los nudos,
generar interrogantes, cuestionar las soluciones fáciles,
invitar a nuevas alternativas, provocar la búsqueda de
asociaciones y también sugerir, por supuesto, como un
miembro más del grupo. Para ello maestra y maestro
también deberán ejercitarse en la escritura de una
manera lúdica, tema que también nos ocupa durante el
taller y que solo se enfrenta al problema del tiempo. En
general maestras y maestros se divierten bastante con
esa actividad. En eso consiste el secreto: jugar.
Volviendo al grupo, nos vamos a dar cuenta de que la
inteligencia colectiva hace su trabajo de maravillas y
solo necesita de una buena conducción del juego para
fluir. Poco a poco cada individuo encontrará su paso para
descubrir que hacer un cuento es relativamente fácil, es
solo un juego más. Ah, entonces se vale decir que…in-
ventar que…una tontería..cualquier cosa...¿lo que yo
quiera?
¡Se vale todo! Nada está mal. Se trata de un juego
cuya principal regla es la creatividad y donde nada va a
estar mal, porque solo se trata de imaginar.
Hay varios momentos de ese paso, pero lo esencial
radica en apoyarse en la oralidad y en la creación colec-
tiva.
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Empieza el tránsito hacia la escritura mediante el
registro de la idea. Para eso se nombran redactores y
asesores que se dedicarán a la tarea de asesorar al que
fue elegido como redactor en el registro de la idea, no
solo para efectos de memoria, sino de cualquier cambio
que se les ocurra. Esa misma variante, en diferentes
formas, se aplica a subgrupos que compiten en crea-
ciones colectivas simultáneas donde la espontaneidad
de cada integrante es puesta a prueba en un juego
dinámico en que cada grupo trabaja en la idea, mientras
el facilitador va de un grupo a otro. En el momento en
que le toca, cualquier participante debe ser capaz de dar
una síntesis de la idea y continuarla. El menor titubeo
implica un punto negativo.
La diferencia del ganador no será más que de uno o
dos puntos cuando mucho. Al final la risa será comparti-
da por todos y el resultado suele entusiasmar bastante
al grupo que pide que se repita el ejercicio, porque ve
un resultado que divierte.
Alternamos estos ejercicios con las creaciones por
pareja y finalmente con las individuales que serán escri-
tas. Es un momento en que algunos, en general muy
pocos, se quedarán rezagados. Es también un momento
difícil para el facilitador, porque tendrá que poner
atención al proceso de cada uno para estimularlo a
encontrar su propia expresión. Un momento que exige
un gran esfuerzo y que pese a eso resulta muy grato.
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Por un lado resulta placentero ver como fluye la
mayoría del grupo y por otro el docente se encuentra
con la ardua tarea de orientar al que no está estimulado
en en su contexto familiar. Es la etapa en la que pesa la
escasez de tiempo. De ahí la importancia de la partici-
pación de maestras y maestros en este programa. Los
docentes serán los que realmente llevarán a cabo esta
tarea. Por eso sentí una gran alegría al constatar que
antes de que concluyera nuestro breve taller, maestras
y maestros ya estaban aplicando varios de los ejercicios.
Descubrir la escritura es la otra cara de la moneda.
La letra impresa se vuelve familiar, cercana, como parte
inherente a la acción de leer. Yo disfruto leyendo y esto
me induce a participar de esa forma de expresión. Mi
interés por la lectura aumenta, porque ahora este
lenguaje es parte mi, me pertenece, me realizo en él.
Aumenta entonces mi capacidad de análisis, de
valoración del texto, y sobretodo mi placer frente a esa
acción que nos permite bucear en la búsqueda de senti-
do del mundo que leemos a nuestro alrededor.
Trato de esta manera de explicar las bondades de
este descubrimiento desde la perspectiva infantil.
Sacar fotocopias de los textos organizados como una
edición con créditos e ilustraciones, una vez corregidos,
ya como resultado de un taller, entusiasma al grupo.
Es solo cuestión de un poco de habilidad, incluir ideas
de unos y de otros, ayudándolos con la redacción, espe-
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especialmente en un primer momento. Suele ser gratifi-
cante lograr un producto de esa naturaleza al final del
año y nada impide que el maestro o la maestra incluya
un texto inspirado en sus vivencias con el grupo. Otra
idea entre tantas es grabar esta selección en voz de los
autores y producir algunos discos compactos. Es real-
mente muy económico hacer eso, el esfuerzo es mínimo
y el resultado, ¡muy gratificante para toda la escuela!
El presente texto es un modesto esfuerzo por
sintetizar lo que ocurre en el salón durante nuestras
sesiones. Detallarlo es un proyecto sobre el que traba-
jaremos tan pronto dispongamos de algo de tiempo.
Agradezco a las niñas y niños de los quintos grados
de la Escuela Aureliano Palafox por su dedicación y
entusiasmo. Agradezco a maestros y maestros que par-
ticiparon en mi taller por su paciencia, vocación y por la
alegría de enseñar que compartimos.
Los cuadernos de trabajo de los participantes se
encuentran a la disposición de los interesados en el
siguiente vínculo:
https://files.secureserver.net/0f7r0P4hOxGl7E
Camilo Albornoz
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L o s
C u e n t o s . . .
C o -
l e c - - - -
t i - - - - - - - - - - - -
v o s . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
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Fregoncito siempre había sido fregoncito. No hacía caso a nadie. Abrían la puerta y se escapaba a la calle, volteaba los botes de basura de su casa y de la de los vecinos, correteaba perros y gatos y se lanzaba contra las personas que pasaban por su casa como si las fuera a comer. No mordía, solo jugaba a asustar a la gente. Después de que una ancianita se llevaba el susto de su vida, el canijo volvía a la casa meneando la cola. Si le tocaba regañiza se hacía chiquito, metía la cola entre las patas y chillaba como si lo estuvieran golpeando con un palo.
Una de las travesuras preferidas de Fregoncito consistía en entrar por la madrugada al cuarto de Katia sin hacer el menor ruido, ponerse a los pies de la cama, tomar impulso y saltar sobre las cobi-jas como luchador de la triple “A”, para ladrar con el hocico pegado a la cara de su dueña. Katia grita-ba tan fuerte que hasta los vecinos imaginaban que estaban atacando a alguien. Papá y mamá acudían azorados, Katia lloraba y Fregoncito, por supuesto, ya se había esfumado. El papá lo regañaba y le pegaba con una chancla que no le dolía porque estaba grande y fuerte, pero el travieso lanzaba sus chillidos tan lastimeros que luego los vecinos reclamaban por la crueldad de la familia con su mascota tan linda y tan mansita.
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F R E G O N C I T O
Una noche Fregoncito decidió que podía mejorar su actuación. Entró a la habitación de su víctima como tigre que se prepara para atacar a su presa. Con las puntas de los dientes jaló las cobijas despacio, despacito, hasta cubrir con ellas su propio cuerpo. Luego saltó sobre la cama y empezó a gruñir con su cara pegada a la de la inocente niña cuyos ojitos se abrieron para toparse con aquél monstruo espeluznante que amenazaba engullirla. El pavor fue tan grande que Katia se tapó la cara con el grito ahogado en la garganta, sin poder respirar, preparada para morir asesinada por aquel monstruo tenebroso. Entonces Fregoncito se sacudió las cobijas y con sus chillidos simpáticos cubrió de lengüetazos la cara de su víctima. Katia se transformó en un demonio. Se lanzó sobre el inocente animal para lanzarlo por la ventana desde el primer piso hasta la calle donde un camión lo atropelló. Fregoncito murió sin tener tiempo ni siquiera de un chillido.
Al día siguiente la familia extrañó la travesura matinal de su mascota que consistía en sustraer algo del desayuno para saborearlo a escondidas. A la mamá se le hizo raro que Fregoncito aún no hubiera asustado a alguien en la calle. El padre sintió falta de aquellos ladridos que lo perseguían mientras él se alejaba rumbo a su trabajo. Katia
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F R E G O N C I T O
estaba triste, pero se disculpaba. ¡Ya chole! de que la agarraran de su puerquito. Además se perdona-ba porque había sido un accidente. Bueno, ni modo. Ya no había nada que hacer. Casi rueda por las escaleras al imaginar que se le enredaba entre sus piernas el canijo Fregoncito.
Durante la noche todos estuvieron de acuerdo en que extraños ruidos provenían de la cocina. In-cluso el papá se levantó, machete en mano, segui-do de la madre armada con su escoba. Nada por aquí, nada por allá. Todo en silencio.
Por la mañana encontraron el refrigerador abier-to y el piso de la cocina regado con huesos de pollo, verduras, leche tirada, sopas y guisados, mermeladas y cátsup. Un desastre que sorprendió a la familia. La madre estaba tan furiosa que aventó al piso el refractario con gelatina que aún quedaba en el refrigerador. ¡Paftrinplintás! El padre se dispuso a cazar al culpable, condenado a una paliza ejemplar sin derecho a ningún juicio. Katia se vio obligada a contarles el triste final del supuesto culpable. La palidez y la mirada perdida de mamá y papá eran señales evidentes del shock familiar ante la trágica muerte de su mascota.
A partir de aquel raro amanecer, las sorpresas diarias terminaron por quitar la paz de aquella otrora linda familia. Antier un mojón de perro en la
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sala, ayer casi se cae la mamá al sentir que algo se le atravesaba, hoy la sala huele a orines. Las corti-nas están roídas, el pasto amanece lleno de hoyos.
Después de poner cámaras en las diferentes habitaciones, luego de permanecer despiertos por las noches y de reportar los incidentes a la policía, la familia se hizo famosa en las redes como los loquillos de la casa mal asombrada.
Desesperados, optaron como última alternativa por comunicarse con el espíritu de Fregoncito que, no tenían la menor duda, permanecía en la casa. Para ello contrataron a un reconocido médium especialista en comunicación con muertos. El médium les informó que llegaría a media noche y solicitó que tuvieran a la mano cirios y la comida preferida del fantasma.
La noche fue testigo de una extraña escena. Alrededor de la casa de Fregoncito se acomodaron cuatro cirios y un gran plato bien sazonado con piezas de pollo y verduras. Cuatro figuras humanas con los ojos cerrados, tomadas de las manos y sen-tados como chinitos se pusieron a ladrar al uníso-no. Luego de algunos minutos el médium les indicó que abrieran los ojos y que contuvieran su emo-ción. Delante de ellos la sombra de su mascota se despachaba el pollo. En un santiamén el plato quedó vacío. Por medio de una discreta señal el
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médium indicó a Katia que se comunicara con la sombra.
-Fregoncito, perdóname. No fue adrede, fue un accidente.
-¡Uau! Ya lo sé. -Entonces ¿por qué nos haces todas estas trave-
suras? -¡Uau! En el mundo de los muertos no hay nada
que hacer. Son bien aburridos. Con ustedes la paso muy bien.
-Pero nos estás haciendo mucho daño. En la escuela me conocen como la loquilla del perro. Toda la calle se ríe de nosotros. Eso no está bien.
-¡Uau! Está bien, pero vamos a hacer un trato. Voy a vivir con ustedes como un fantasma bien educado. No puedo irme. La verdad es que los quiero mucho, me siento muy unido a ustedes.
-¡Ay, Dios mío! –susurró la mamá.-¡Shhht! –la calló el médium.-¡Uau! Todas las noches me van a servir mi plato
de pollo con verduras. Luego voy a acostarme a los pies de Katia, mientras navega por el Internet. Cuando lleguen visitas, desaparezco. Si entra un ladrón, no se preocupen. Yo me encargo de que le de diarrea.
-Está bien –aceptó Katia-. ¿Y te puedo acariciar?-¡Uau! Por eso te quiero – dijo la sombra de
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Fregoncito, meneando la cola.La familia vivió feliz para siempre con su querido
perro fantasma.
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Federico no soportaba bañarse. Cuando estaba chiquito lo amarraban a la tina, pero cuando creció fue imposible porque ni entre cuatro lograban detenerlo.
La escuela se transformó en un serio problema. Nadie quería sentarse ni a su lado ni cerca de él. La maestra lo mandaba primero al fondo del salón, después lo acomodó afuera del salón. Nadie podía concentrarse debido al olor de Federico quien además muy pocas veces se cortaba las uñas. No era tonto, pero la maestra no quería corregir su tarea, porque el cuaderno apestaba a baño sucio.
¿Se imaginan el aliento que tenía? Cuando él abría la boca, las personas corrían tapándose la nariz.
Claro que nadie lo invitaba a sus fiestas. Nadie quería jugar con él. Aunque tanta desgracias tam-bién tenía sus ventajas. Gracias a su participación en el equipo de fútbol, la escuela ganó el primer lugar en el torneo de las primarias. Cuando él tenía la pelota, nadie de equipo contrario se atrevía a acercársele, no solo por el olor que hasta vómito provocaba, sino por la cantidad de piojos que brin-caban de su cabeza sobrepoblada de piojos y lien-dres. De esta manera su equipo ganaba los parti-dos. Al año siguiente exigieron que los jugadores entraran bañados al campo. Se acabó el éxito de
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Federico. Así de complicada tenía su vida el maloliente
Federico. Del cine lo sacaban, de las maquinitas lo corrían, en los estadios no podía entrar. Su madre era la única que lo consolaba, lo abrazaba y lo mimaba. Claro, la señora no tenía olfato. Ella le suplicaba al hijo que se bañara, pero Federico no podía vencer su terror y su odio al agua.
Para que su familia pudiera convivir con él, echaban aromatizantes en las habitaciones diez veces durante el día y cinco durante la noche. De todas maneras era difícil que alguien aceptara ir a la casa del piojoso.
Un día una amiga visitó a la hermana para que hicieran una tarea juntas. Diadema de lucecitas, pelo negro hasta la cintura, blusón de frozen y mayones negros. Así vestía la carita traviesa que se llamaba Vania.
Cuando llegaban visitas, estaba prohibido que Federico entrara a la casa. Debía permanecer en el fondo del patio. Desde allá el oloroso descubrió y saludó a la amiga de la hermana. Fue lo suficiente para que se enamorara perdidamente.
La hermana le hizo ver que era imposible, real-mente ¡imposible! que su amiga le hiciera caso con aquel olor, los piojos y además aquellas garras negras retorcidas en que terminaban sus manos y
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y sus pies. El corazón de Federico fue más fuerte que su
repulsión al agua. Comenzó entonces una lucha tremenda en su interior. Acudió a una estética de perros para que lo raparan. Ahí mismo lo bañaron con un champú para caballo. Le serrucharon las garras y lo volvieron a bañar durante diez días seguidos. Inútil. Era imposible quitarle el olor. Lo sumergían en tinas con perfumes y después de un par de horas volvía aquel olor a podrido de alcan-tarilla.
Federico no se dio por vencido. Se bañaba todos los días con vinagre, con champú y con kilos de bicarbonato. Se lavaba la boca con detergente, ingería jabón para limpiarse el estómago y se introducía un cepillo en el esófago para tallarse el estómago y las tripas. Mejoraba, pero no lo sufi-ciente como para que una niña lo pudiera aceptar como novio.
Por fin, después de semanas de lucha, la madre y el veterinario tomaron una decisión arriesgada. Lo bañarían con una mezcla de champú, perfumes finos, detergentes para limpiar la taza del baño, doscientas cápsulas de aromatizante para ropa y un litro de cloro. Federico estaba dispuesto a ir al hospital con tal de quitarse el mal olor. Durante diez días el esforzado joven fue sometido a este
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duro tratamiento que incluía un cepillado intenso con estropajo de fibras metálicas.
Luego de esta limpieza radical, tuvo que inter-narse otros quince días para curarse de los hema-tomas en la piel. El mal olor, el mal aliento, todo se le había quitado. Un hermoso pelo le creció. Federi-co quedó tan impresionado por el cambio que casi se enamoró de él mismo. Frente al espejo se olía encantado de lo bien que se veía.
Le compraron ropa de marca, desinfectaron la casa e invitaron a la familia, a los vecinos y a los compañeros de la escuela, a todos los que quisieran conocer al nuevo y perfumado, reluciente y además muy elegante Federico, el nuevo Federi-co irreconocible en su nuevo look de galán.
Claro que la invitada de honor, aunque ella no lo sabía, fue Vania quien entró a la fiesta de manitas con su novio, un rasta con abundantes trenzas hasta la cintura, pantalón cholo deshilachado y playera color rata. El novio olía peor que perro callejero. Vania había nacido sin el sentido del olfato.
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Texto escrito en complicidad con
Ximena Lisette García
Se llamaba Kinskli Zás. Filoso, de fino acero inoxidable, mango negro ergonómico, diseñado para la alta cocina; se estremecía de placer frente a sus víctimas. Su cómplice era madame Marie, alta, delgada, güera, ojos verdes saltones, boca de pico de gallina, manos huesudas. Sus pupilas volu-minosas brillaban con los destellos metálicos de Kinskli cuando este destazaba la carne fresca, cuando hacía cachitos a familias enteras de inde-fensas zanahorias, berenjenas, alcachofas, espinacas, lechugas, pepinos, aguacates, todos rebanados, picados en tiernos trocitos que se juntaban con filetes, muslos, pechugas, costillas y otras tantas partes de los pobres cadáveres que eran lanzados sin piedad a la olla donde hervían ante la mirada perversa de los dos cómplices asesi-nos que los sazonaban pasándose la saliva…
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Texto escrito en complicidad con Ana María Jiménez
En la fiesta de cumpleaños de nuestro primo regalaron conejitos y pollitos. Mi hermano y yo escogimos un conejo chiquito y querendón. A mi mamá no le gustaba el conejo, así que siempre gritaba “¡alejen a este animal!”. Por eso le pusimos el nombre de Alejo.
Antier nos fuimos de paseo a Veracruz. Al regre-sar no encontramos a Alejo. Nuestro tío nos dijo que se había salido a la calle y que un coche lo había atropellado. Tenía cara de mentiroso cuando nos lo contó. Pero qué íbamos a hacer, ni modo de decirle que era un mentiroso porque además mamá afirmó que así mero había sido, que ella lo había visto y que ninguno de los dos pudo hacer nada. Mi hermano y yo nos pusimos muy tristes.
Esa misma noche mi tío oyó un ruido de patitas en su cuarto, oyó también como si royeran algo. “Ha de ser un ratón”, pensó. Prendió la luz y se encontró con pedazos de zanahoria en el piso. Nos regañó por haber echado, según él, basura en su cuarto. “Nosotros no fuimos”, le dijimos. Nadie nos hizo caso.
A la siguiente noche volvió a pasar los mismo, solo que mi tío al levantarse se encontró con Alejo
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que le preguntó “¿por qué me mataste?”. Mi tío se desmayó. Mi mamá nos explicó que nuestro pobre tío tenía mucho trabajo y por eso andaba con estas visiones. Nos pareció que mamá no estaba conven-cida de lo que decía.
A la siguiente noche, mi tío tomó diez tazas de café para no dormirse. A media noche entró a su cuarto un ser que tenía patas de conejo, cabeza de león, cuerpo de búho y cola de ratón. Le reclamó a mi tío con voz de león: “¿Por qué mataste al coneji-to?”. Mi tío se desmayó. El doctor le explicó que tenía estas visiones porque algo malo había hecho. Le dio una medicina para que se durmiera tranqui-lo, sin pesadillas.
A la siguiente noche, mi tío se durmió bastante bien, pero en la madrugada se despertó. En medio de su cuarto había una puerta de la que emanaba una luz intensa. Era un portal. Mi tío, aunque tenía miedo, sintió un deseo incontrolable de cruzar aquel umbral.
Al otro lado se encontró con el alebrije que ya se le había aparecido en la noche anterior. Era el rey de los animales muertos que le preguntó con su vozarrón:
-¿Tú mataste al conejo? –Y le advirtió-: no mientas porque tu castigo será terrible.
-Nunca maté ningún conejo –mintió mi tío.
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-Por haber sido malo con los animales, por mentir a tu sobrino y a tu sobrina –gruñó el alebri-je, rey de los animales muertos –te condeno a ter-minar tus días de vida como un conejo.
Al día siguiente, mi hermano y yo encontramos en el patio a nuestro conejito. Estaba contento. Le dimos de comer y nos pusimos muy felices.
Lo malo fue que no supimos adónde se fue mi tío. Desapareció. Mi mamá está muy preocupada. Cree que se volvió loco y que se ha de haber ido. Mi mamá ya no se mete con el conejito. Lo mira de reojo nomás.
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Texto escrito en complicidad con Alejandra Granados Hernández
Ana había perdido a su familia cuando aún era un bebé. Su papá y su mamá le dejaron una gran fortuna. Su mamá adoraba los gatos persas, sia-meses, rusos, turcos, maromeros, engreídos, sal-vajes, gatos negros, blancos, naranjas, atigrados, cafés, gordos, chatos, alargados, con cola y sin cola. Ana creció en una casa muy grande en medio de un bosque en que gatos y gatas y gatitos vivían felices. Su gran fortuna le permitía cuidar de todos ellos. Claro que en ese bosque no había ratas, ni ardillas ni pájaros. A todos se los habían comido los gatos.
Por medio del club Amantes de los gatos, Ana se enteró de que había un parque donde habitaba una extraña anciana con cientos de gatos y gatas. Al visitar el parque Ana quedó fascinada, enamorada, encantada al descubrir a tan hermosos felinos en árboles, cuevas, piedras, bañándose en un gran lago donde alguna vez hubo patos que, claro, fueron comidos por los gatos así como las ratas, ardillas, ranas y pájaros de aquel lugar.
La anciana, que también era muy rica y que también se llamaba Ana, se había nombrado ella misma la reina de los gatos. Los vecinos la cono-
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GATOS, GATAS Y GATITOS
cían como Ana la loca. Ana-anciana le contó su his-toria a Ana-niña. Desde chiquita amaba a los feli-nos, los amaba tanto que decidió dedicar su vida a estos adorables animales. No se casó ni tuvo hijos. La gran familia de los felinos crecía y crecía porque Ana la reina de los gatos no permitía que nadie esterilizara sus animalitos. Contrató buenos abo-gados para defender los derechos de los mininos. Lo más importante para ella era el derecho de los gatitos a amarse libremente y a que tuvieran los hijitos que quisieran. Claro que odiaba a los perros. “¡Uou! –se emocionó Ana–, nos parecemos mucho. Yo también amo, adoro, quiero con locura a los gatos y voy a ser como usted. Quiero vivir solo para estos seres adorables. Jamás voy a per-mitir que los esterilicen. Ellos tienen todo el dere-cho de tener a los hijitos que tengan así como los humanos”. Ana-anciana le confesó entonces a Ana-niña que el dios Jaga-tigro se le apareció en un sueño para decirle que estaba próxima a morirse y que le enviaría a una sucesora para que cuidara de sus fieles gatitos. Ana-niña aceptó gus-tosa la gran misión que se le confería. Ana-anciana nombró entonces a Ana-niña como Ana la gran reina de los gatos.Al día siguiente Ana-anciana se despidió de su heredera y de sus gatos, gatas y gatitos, y falleció.
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Ana y los gatos sepultaron a su protectora. Du-rante tres días y tres noches lloraron tan fuerte que los vecinos llamaron a la policía para que se lleva-ran a los gatos porque nadie podía dormir. Ana, ahora Ana la reina de los gatos, bautizada por los vecinos como Ana la loca II, huyó con todos sus súbditos hacia su bosque.
Las centenas de gatos de una Ana se encon-traron con las centenas de gatos de la otra Ana y, fuera algunos agarrones felinescos naturales, fueron muy felices. Se dedicaron con entusiasmo a la tarea de una intensa integración social mediante la procreación de miles de gatitos que pronto fueron decenas de miles y luego cientos de miles de gatas y gatos que poblaron con miles de gatitos felices el reino de Ana la reina de los gatos, conoci-da ya en el mundo entero como Ana la loca II.
Fue entonces cuando ocurrió la gran tragedia. La reina Ana empezó a estornudar noche y día sin parar. Los estornudos salían en explosiones sucesi-vas de su boca. Comer no podía, hacer caca no podía, leer mucho menos, chatear ni pensarlo. Dormir no podía, cuidar a sus gatitos no podía, rezar imposible, platicar era un suplicio.
Doctores de todas partes acudieron a verla. Diagnóstico final: alergia a los gatos. Trataron de curarla con todas la medicinas imaginables.
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Imposible. Solo había una cura, una sola o de lo contrario moriría en muy poco tiempo: alejarse de los gatos para siempre.
-Si no veo a mis animalitos de todos modos voy a morir de tristeza –se lamentó la reina entre des-garradores sollozos.
-No, su majestad –contestaron doctoras y doc-tores-, hay una solución.
-Por favor díganme rápido que no quiero morir ni renunciar al placer de la compañía de mis mininos.
-Regálelos a quien mejor los pueda cuidar y que se comprometa a mostrárselos por internet. Así usted sabrá que estarán felices y los podrá ver durante toda su vida. Además de esta manera no pierde su fortuna, lo que le permitirá seguir velan-do por sus lindos animalitos.
La reina palmeó contenta y enseguida empezó la búsqueda de hogares para sus gatitos que a estas alturas eran millones, muchos millones de gatitos.
Era un gran problema. Todo el mundo tenía gatos, solo una que otra familia quería gatitos, pero solo a los pequeñitos, a los adultos ni pensar. Cada día era más difícil encontrar un hogar que realmente le inspirase confianza. La gran mayoría de las personas tienen a los gatitos durante los primeros meses. Después: ay, se hizo en la sala, ay, trajo un ratón, ay, ya está preñada, ay, no, ya
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no lo quiero y, como si nada, los echan a la calle. Triste y vergonzoso.
Anuncios en Face, en Internet, en revistas, en la televisión, en google, videos desesperados en You-tube. La reina estaba a punto de morir entre uno y otro estornudo, cuando llegó a visitarla un empre-sario chino que le propuso la adopción de todos sus gatitos para llevarlos a la ciudad de los gatos en China. El empresario le aseguró que ella vería imá-genes de la vida feliz de sus gatitos en su nuevo hogar. Feliz, Ana, la reina de los gatos, alias Ana la loca II, aceptó.
Algunos meses después, Ana recibió primeros los capítulos de una caricatura china titulada La ciudad de los gatos. Para Ana la loca II fue sufi-ciente. Vivió feliz entre las aventuras de sus amados felinos.
En China, los millones de gatos fueron llevados a la Ciudad de los gatos. La dicha “ciudad” era en realidad un mercado donde los felinos eran vendi-dos a miles de restaurantes chinos.
No era para que se los comieran, no. Los chinos no comen gatos, comen perros. Los gatos fueron enviados a los restaurantes para que cazaran las ratas que se habían convertido en una plaga terri-ble en China. O sea, la verdad es que los gatos también fueron felices para siempre.
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L o s
C u e n t o s
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C a m i l o
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Mister Sponge Bob Pop, el dueño de la mayor agencia de espectáculos en el mundo, pagó una fortuna por Leoncio. Se dio cuenta enseguida que se encontraba frente a un genio de la danza.
Leoncio no comía ratas y mucho menos pájaros a los que le encantaba escuchar echado en el jardín. Comidas preferidas: en primerísimo lugar ejotes con queso y mayonesa. Eso lo ponía fuera de sí. Era peor que cualquier droga. No podía parar de comer. Luego le dolía la panza y vomitaba. Su otra pasión era el café cargado y sin azúcar. Higo, uvas, melones y verduras asadas con un toque de aceite de oliva, también estaban entre sus golosi-nas preferidos. Apreciaba mucho los quesos finos acompañados con algo de vino, aunque bastaba una copita para que se trepara en los techos.
No hablaba, pero entendía todo lo que le dijeras tanto en español como en inglés o francés. Sin em-bargo el mayor don de Leoncio consistía en su vocación de bailarín. Cualquier música que escuchara lo llevaba a pararse en dos patas, en la cola, en tres patas, de cabeza y volar, saltar, girar, dar piruetas, bailar como el más talentoso de los bailarines. No había género que se le dificultara. Innovó el breakdance y pasó a ser referencia para un nuevo estilo de danza contemporánea el feline art dance. Su fama recorrió el mundo entero.
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EL GATO BAILARÍN
En las mejores salas del mundo se presentó ya sea en solos acompañado por orquestras filarmóni-cas o grupos de jazz, ya sea con las compañías de danza más famosas de Europa o bien en un festi-val de breakdance en las calles de Tokio. Con él no había necesidad de ensayar. Improvisaba, improvi-saba siempre, provocando una verdadera histeria entre el público asistente.
Quien estaba más enloquecido que el público era el empresario mister Sponge Bob Pop que cada día cobraba más por las presentaciones masivas del mayor fenómeno de todos los tiempos. En estadios de ciento veinte mil espectadores, las pantallas de led gigantes reproducían los detalles de los pasos y evoluciones hipnóticas del fantástico danzante.
Un día recibió una invitación para presentarse nada menos que en el Madison Square Garden en Nueva York, en compañía de otro fenómeno que había surgido en un lugar totalmente desconocido de la India. Ella se llamaba Kanily Miaud Mand Chary. De cierta forma pertenecía a la misma espe-cie de Leoncio, aunque con algunas diferencias inquietantes. Su cuerpo felino, alargado caminaba en dos patitas, y en los miembros superiores en lugar de garras, lucía delicados deditos que termi-naban en finas uñas coloridas. De su cabeza se desprendía un pelambre abundante aunque delga-
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do, que se extendía por su espalda. No tenía cola y podía reírse. Comprendía cualquier idioma, aunque al parecer no hablaba. Su pelo, morado, brillaba, como si tuviera una luz interior. Sus ojos, dos cani-cas azules donde se movía un caleidoscopio de estrellitas.
Se fija la fecha del mayor espectáculo de todos los tiempos. Los boletos están agotados para diez funciones, cosa nunca vista en la historia del Madi-son Square Garden. Se organiza un encuentro entre los dos fenómenos no tanto para un ensayo, sino para que se conozcan e improvisen un rato.
Los dejaron solos, chiquitos en aquel inmenso escenario. Técnicos y músicos abandonaron la sala. Ambos se contemplaron durante una hora, sin moverse. Descubrieron que podían entenderse sin ningún sonido. Leoncio empezó a bailar. Su música, el silencio. Bailó y bailó entre mil piruetas, pasos, vueltas, giros y saltos. Se estiraba se encogía. Kanily se sumó al baile. El dúo se alejaba, se acercaba, a veces eran pájaros, a veces víboras, a veces agua a veces fuego, uno sobre el otro se lanzaban al aire se adornaron el espacio durante las horas.
La madrugada los encontró abrazados a la felici-dad de haberse enamorado. Kanily contó a su amado su historia. Ella venía de otro planeta, era
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una alienígena. Su planeta se llamaba Atlalticpactli Ocelotl donde la especie dominante eran los feli-nos. También había humanos, pero eran bastante primitivos, tontos y agresivos. Eran la única espe-cie que se mataba entre sí.
Ellos habían descubierto la Tierra por una sonda espacial que los humanos habían enviado al espa-cio. Les encantó el mar, los bosques y lo que más les llamó la atención fue que los humanos fueran la especie más inteligente. No lo podían creer, así que decidieron conocer este extraño lugar donde la raza humana era la más inteligente. Lo que más los sorprendió fue la música y el baile. No los cono- cían. Lo que no les gustó fue la agresividad de los seres humanos. Al tratar de establecer contacto con ellos, fueron enjaulados y vendidos. Tuvieron que escaparse antes de que los mataran.
En Atlalticpactli Ocelotl, los animales que tienen inteligencia no se pelean ni se comen entre ellos. Todos son vegetarianos. Allá los humanos son la única especie peligrosa. Los otros animales sí se dan mordidas y arañazos, pero de cariño.
Ya habían decidido regresar a su planeta cuando una de las cámaras que tenían instaladas en los ojos de un perro, detectó a un gato bailarín. Inme-diatamente ella decidió conocerlo y fue así como ahora ahí estaban frente a frente platicando.
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El amanecer los esperaba con una mala noticia. La mamá de Leoncio, que él había dejado de ver desde que había sido destetado, estaba en el hos-pital. La pobre madre lo había visto en la televisión y le había dado un infarto. Un avión llevó el hijo junto a la madre lo más rápido que se pudo. No llegó a tiempo. La gatita ya había fallecido. Leoncio lanzó un largo maullido de tristeza y se lanzó por una ventana en dirección a la luna que brillaba en el cielo. Solo que se le olvidó que se encontraba en el vigésimo piso de un hospital.
Lo rescataron inconsciente, pero lo salvaron. Leoncio había perdido la memoria, ya no sabía quien era, ni como bailar, ni entendía lo que se le decía. Un gatito cualquiera en una gran cama, con decenas de médicos y enfermeros atendiéndolo. No podía ni siquiera caminar, porque se iba de ladito. Miraba a toda esa gente sin entender nada; les maullaba como un gatito mimoso. Mister Sponge Bob Pop estaba inconsolable. Ofrecía millones de dólares para quien curara a su artista preferido. No había nada que hacer, pérdida de me-moria por conmoción cerebral. En otras palabras, se había llevado un trancazo en la cabeza que lo había dejado turulato. Nada que hacer. Solo espe-rar y prender veladoras para que el talentoso minino recuperaba la memoria.
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Mister Sponge Bob Pop no era creyente, pero fue a la basílica para ofrecer a la Virgen una iglesia si curaba a Leoncio. Incluso pagó a uno de sus guar-daespaldas para que fuera por él, o sea en su lugar, del hospital a la basílica de rodillas. Cosa de grin-gos, evidentemente. Claro que la Virgen no le hizo caso, ni a él ni al guardaespaldas.
Allá lejos Kanily Miaud se había decepcionado de los sentimientos de su bailarín de quien se había enamorado. No lo podía entender. En su planeta nadie llora porque alguien llega al final de su vida, de hecho no tienen la palabra muerte. Cuando la vida de alguien termina, dicen que se fue, que los dejó. Todos llegan al final de sus vidas porque están viejitos.
Kanily está triste. Le molesta que Leoncio se parezca tanto a los humanos. Sin embargo preva-lece el amor que siente por él. Decide buscarlo.
Leoncio se encuentra cercado por un cordón de seguridad. Nadie lo puede visitar, si no es con el permiso expreso de Mister Sponge Bob Pop. Kanily trata de entrevistarse con su amado. ¡Ni pensarlo! Temen que al verla el desmemoriado enloquezca sin remedio.
Kanily se aproxima al hospital donde se encuen-tra su amor en una mini cápsula, penetra por la ventana y salta sobre la cama donde queda cara a
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cara con su amor. La sonrisa de la enamorada recibe por toda respuesta un tierno, inofensivo y estúpido “miau”. ¡Qué tragedia! Leoncio se ha vuelto una simple e inútil mascota.
La gran Kanily Miaud Mand Chary no se da por vencida. Ella es una especialista en la medicina de las mordidas, la más avanzada de las curas en su planeta. Primero le da una mordida suavecita en la oreja derecha, luego una bastante más fuerte en la oreja izquierda. “Auch”, se lamenta el gatito. Luego le aplica una dentellada tan fuerte en la cola que Leoncio pega un brinco hasta el techo donde se queda agarrado de las uñas.
El maullido del minino, erizado de dolor, es tan brutal que acuden de inmediato en su ayuda Rambo, Rocky , Batman, Hulk y el Hombre Araña seguidos de mister Sponge Bob Pop. Los super-héroes perforan las paredes, rompen los pisos, revientan el techo, destrozan las escaleras, tiran el hospital, acuden a la escena del crimen ambulan-cias, helicópteros, policías. Periodistas entrevistan a los superhéroes: “¿Por qué armaron este relajo espantoso? ¡Quedaron miles de personas heridas! ¿No les da vergüenza hacer tanto destrozo?”. Rambo da la cara por sus compañeros: “pus es que queríamos salvar al gatito que algún malvado estaba matando”. Los reporteros lo cuestionan:
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“Pero ni rescataron al gato, que a lo mejor ya está muerto, y dejaron a miles de heridos porque tiraron el hospital”. “Así es eso –contesta la cara torcida de Rambo-, la fuerza de la justicia así es, ciega, o sea que agarra parejo, güey, si te paras enfrente de nosotros, pues te friegas, güey, ¿me entiendes, güey? Y si no me entiendes, güey, mejor hazte a un lado, güey, porque si no el otro muertito vas a ser tú, güey, ¿me entiendes, güey? Ira, güey, neta, güey, esfúmate, güey, porque si no te echo a Hulk, güey.
Mientras el bello Rambo daba esta sabia expli-cación, mister Sponge Bop Pop lloraba a moco ten-dido porque su lindo gatito, alias el mejor negocio de su vida, había desaparecido.
Muy lejos de ahí, en el espacio sideral, Leoncio, que había recobrado la memoria gracias a la avan-zada terapia de la mordida, iniciaba su viaje de luna de miel en brazos de su amada, a bordo de la nave de los felinos morados en dirección al planeta Atlalticpactli Ocelotl.
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El Chavo llegó en una noche de lluvia a la vecin-dad del Tuerto. Se metió por desesperación en el lavadero y ahí arrinconó los huesos adoloridos de tanto tiritar.
Al otro día las mujeres se compadecieron del niño que aun dormía. El cansancio pudo más que el dolor y hasta relajado se veía. Una le invitó café y pan y otra una naranja y otra un tamal. Una tercera ponderó que lo mejor hubiera sido una patada en el trasero: “Ora, a ver como se lo quitan de encima. ¡Tarugas esas!”. El Chavo se hizo rosca. Habían sido tres días de no probar bocado. Así que por lo menos le había tocado dormir fuera de la alcantarilla y desayunar. De menso se iba.
Y se fue quedando y se quedó. Entre arguendes y coscorrones se fue haciendo útil. Recogía la basura de todos y la llevaba al camión los martes, jueves y domingos. Orgánica e inorgánica. De los pesos que le daban para la basura, la mitad era para él y la otra, para los del camión. Barría el patio, iba por las tortillas y traía el periódico para don Feliciano. Se hizo de un mini jacal con maderas de huacal y cartón, junto a la pared que separaba el patio de los baños.
Las broncas eran con los de su edad que ahora, con uno más pobre que ellos en la vecindad, hasta finoles se creían.
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EL CHAVO
Rifis, el chistoso, se pasaba el tiempo haciendo bromas sobre las babuchas del arrimado, sus ber-mudas rotas, su gorra apestosa y su olor a alcan-tarillado. El gordito, hijo de doña Meche, cuando le convenía, era su amigo; cuando no, le echaba montón junto con los demás. La Tere también se reía del arrimado, pero de vez en cuando le daba un plátano o un pan dulce. Tranquilino, el ex- entrenador de perros de ataque de la policía, nomás se acercaba para descontarlo. Tenía la mano pesada el Tranquilino, el mudo, que solo hablaba para mandar al que fuera por un tubo. Ahora era vigilante nocturno en el súper que estaba a un costado de la vecindad. Con el único que hablaba era con don Agriopinto Cuervón, el casero. Siempre andaban de cuchicheos por los rincones. El amargado le pasaba el chisme de cuanto ocurría en la vecindad.
El Chavo se defendía, pero estaba chaparro, flaco y desnutrido. No se dejaba, pero tampoco podía hacer gran cosa. Como buen perro callejero, era correoso y aguantaba calladito cuando lo surtían en bola. Total: se hacía respetar, aunque volvían a la carga como si él fuera su mascota.
Había que esconderse del Tuerto cuando llegaba borracho. No lo corría, porque le gustaba darle sus catorrazos. El Tuerto decía que así el chavo desqui-
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taba la renta. Después de las dos primeras palizas, el Chavo trazó un plan de fuga por el boquete que había en el techo de la regadera pegado a la barda que daba para la calle. Ah, pero de eso a volver a la alcantarilla, ni pensarlo. Estaba mucho más pasable el lavadero.
Solo que de unos meses el Chavo se cansó. Es cierto que ya no olía tan mal y comía por lo menos dos veces al día. Sólo que eso de que te anden diciendo de cosas noche y día y de que tengas que esconderte para que no te golpeen, cansa. A veces se cansa uno mucho como hoy que todos se pusieron de acuerdo para burlarse de sus babuchas que parecían huaraches porque se veían todos los dedos de los pies. El chavo los pateó, les dijo de cosas y fue peor. Papás y mamás se le echaron encima para reclamarle las malas palabras y los golpes a sus hijitos e hijitas consentidos.
Ese día en que el Chavo consideró que su huacal estaba muy muy reducido para su tristeza. Se esfumó por el agujero del techo del baño. Se escabulló a su rincón del parque, detrás de los ma-torrales que están donde termina la cancha. De esa vez sí hizo lo que no hacía casi nunca porque después se ponía peor: se puso a llorar. Bajito, pero a moco tendido con el dolorcito que te escurre de los ojos, pasa por la garganta y se te enrosca en
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las tripas. Uno quiere parar de llorar y los sollozos no te dejan. Primero se chilla bajito, para que nadie se entere, después más fuerte hasta que las lágrimas y los sollozos salen a borbotones junto con los recuerdos de la familia que un día se tuvo y que se fue, se fue al cielo. Uno por uno. Y quedó solo el chaparro, el más flaco, el más esmirriado. Se aferró a la vida, como perrito abandonado en la lluvia que nadie sabe como fue a sobrevivir.
El Chavo había tenido papá, mamá y un herma-no mayor. Al papá le dio algo raro. Se puso rojo e hinchado, se rascaba como si quisiera arrancarse la piel. Se aguantó, se hacía rosca si tenía que ir al doctor, decía que ya se le iba a pasar. Cual. Se puso peor. Se lo llevaron en la ambulancia y un par de días después se murió.
Andaba por los seis años, cuando una pipa atro-pelló a Ángel, el hermano mayor, cuando iban camino a Chalma. Justo cuando iban a Chalma. ¡Chale! No se vale.
Se quedó el chiquito con la mamá que jalaba con él para arriba y para bajo. Siempre juntos, ella y su chaparro de ojos grandes y boca chiquita. Fruta, verdura, carne, pan dulce y leche. Hasta baño le tocaba que dizque que pa que no le fuera a dar una enfermedad de pobre. Lo llevaba a la escuela. El chamaco salió bueno para los estudios. Le gustaba
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leer. Eso no es cosa de pobre, le decía su mamá. La mamá también pensaba en el futuro de su
hijo. Ahorraba. Lo sabían los vecinos y los chicos malos también. La asaltaron, ella no se dejó y la mataron. El Chavo se quedó con una vecina que le pegaba. El niño no aguantó. Se fue. Se fue lloran-do, pero se fue. De ahí a la terminal de autobuses, luego a la alcantarilla y de ahí a la vecindad.
En estos tristes recuerdos andaba el arrimado cuando apareció el otro chavo más o menos de su edad, vestido como él, el mismo estilacho, solo que como si se hubiera arreglado para un domingo en Chapultepec. Limpio, oliendo a jardín asoleado después de la lluvia. Traía su cajón de bolero. Le ofreció bolear sus babuchas.
Fue tan chistoso que le propusieran bolear sus babuchas que el Chavo se rió. El otro chavo insistió y allá se fueron las babuchas al hospital del bolero perfumado. Al cabo de media hora el Chavo recibió la sorpresa de su vida. Sus babuchas no solo esta-ban limpias, estaban ¡nuevas! Parecían zapatos de esos de aparador. Y de pilón: tres pares de calce-tines, uno rojo, otro azul y otro amarillo. ¡Chaaale!
-¿Que eres mago o qué? – le preguntó el Chavo.-No – respondió una sonrisa traviesa -, me llamo
Ángel.-Ah, como mi hermano el que se murió.
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-Sí. De hecho yo soy tu hermano.Los dos se rieron. El dizque hermano le preguntó
por qué había llorado. Luego de que el chavo le contara, el otro lo invitó a comer una torta de jamón con quesillo y harta salsa de guajillo que vendía una señora en la esquina de la gasolinera. Eran tan ricas estas tortas que hasta se formaba la gente frente a su puesto.
Regresaron al parque. Antes de partir el bolero sacó de su caja un cuaderno amarillo limón y una pluma azul cobalto. Brillaban de tan nuevos. Se los regaló al Chavo. Le explicó que cuando tuviera un problema lo escribiera en el cuaderno, pero como si fuera un cuento, como si inventara un cuento que sería una historia con los personajes involucra-dos en el cuento y con un final donde estaría la solución del problema que él inventaría. Le aseguró que si le hacía caso su vida mejoraría.
De regreso a la vecindad el chavo se encontró con los preparativos de una gran conmemoración. Los vecinos no lograban ponerse de acuerdo para recoger el dinero con que pagarían al sonido, la comida, los arreglos y a quién le tocaría poner los arreglos. Los que se peleaban eran los padrinos para ver a quién le tocaba la comida, la bebida y toda la interminable lista. El motivo del jolgorio: las bodas de plata de doña Chelis e don Feliciano.
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Al cabo de un momento se fijaron en el Chavo. Bueno, más bien se fijaron en sus zapatos y sus calcetines. De seguro se los robó, gruñó don Tran-quilino. “No señor -se indignó el chavo-. Me los arreglaron”. Carcajada general. ¿Y el día de la boda qué hacemos con él? Pues lo corremos. No, mejor lo amarramos y lo escondemos. De ninguna manera. –sentenció doña Chelis-: Ya que tiene zapatos y calcetines nuevos, yo le compro una camisa y un pantalón. Aplausos. Luego le echaron montón: ¡que se bañe, que se bañe, que se bañe!
Durante tres días seguidos lo bañaron y lo perfu-maron. El arrimado estrenó camisa y pantalón.
Llegó el día del bailongo. A cien metros de dis-tancia las ventanas de las casas vibraban con los bajos del sonidero contratado. Luego de varios reportes, llegaron las patrullas. La primera, a las doce, la otra a la una y la última a las dos y media de la madrugada. Los polis eran invitados a pasar y a tomarse una cervecita, dos cubitas, unos taqui-tos al pastor y luego de la bailada apenas podían llegar a la patrulla donde se quedaban dormidotes.
Al otro día la cruda en la vecindad: dolor de cabeza, limpieza y amenazas de los vecinos: “Esto es un barrio decente, ¡méndigos muertos-de-ham-bre! ¡Los vamos a correr!”
A eso de las tres de la tarde, cuando el día
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parecía haberse tranquilizado, los gritos de doña Chelis enviaron a la goma la paz de la vecindad. El anillo de oro con brillantes que le había regalo el marido…¡había desaparecido!
Los polis, tuvieron que regresar a pesar de la cruda. Los recibieron con chelas y un caldo de chil-pachole de lo más picoso para que se inspiraran. Los polis se dejaron consentir. Se despacharon dos platos y repitieron la cerveza. A su alrededor toda la vecindad esperaba la solución que darían al caso los agentes de la ley. Nadie tenía permiso de salir. Al final los policías hicieron un montón de pregun-tas, anotaron cada palabra que decía cada uno de los vecinos. Después, con los mondadientes aun colgando de las bembas, informaron a los ciudada-nos allí reunidos que debían comparecer ante el ministerio público para levantar un acta. Por poco y los hacen regresar el chilpachole.
Allá se fueron todos a la delegación para, después de seis horas de espera, repetir toditito lo que habían dicho. El licenciado les prometió que tan pronto fuera posible, o sea después de “atender” 925 quejas de robos pendientes, se iniciarían las investigaciones para dar con el ratero.
Don Feliciano tuvo que reconocer que si de los señores de la ley dependiera, no iban a encontrar el anillo nunca de los nuncas. Se propusieron
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entonces resolver el misterio ellos mismos. El Tuerto presumió que ese misterio lo resolvía en dos minutos. Las miradas se voltearon admiradas hacia él. El Tuerto se sacó el cinturón y se lanzó sobre el Chavo que miraba tranquilo las estrellitas que se asomaban a la escena. El borracho solo alcanzó a soltar el primer golpe. Los vecinos se le abalanza-ron. Doña Chelis consolaba al niño, mientras don Feliciano y los demás sacaron el Tuerto a la calle. Tranquilino fue el único que se manifestó a favor de la opinión del Tuerto.
El Chavo se retiró a su jacal. Para no llorar abrió su cuaderno y se puso a escribir con su pluma nueva. Los demás se reunieron para desvendar el misterio.
En primer lugar los invitados no tuvieron nada que ver. Había sido después de que los festejados se durmieron. Pero nadie se atrevería a entrar a la vecindad durante la noche. Doña Chelis había depositado el estuche con el anillo, con todo el cariño del mundo, en el primer cajón del buró de su lado de la cama. Sobre el mueble, la foto de los dos dándose un beso con la trompita parada. ¡El ladrón, seguramente, era alguien de la vecindad! Tranquilino solo aclaró que ni había asistido a la fiesta por su chamba de velador. Se miraron incó-modos. No era justo que pensaran mal unos de
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otros. Durante todos aquellos años, nunca había desaparecido ni un miserable calcetín agujereado. Ah – reflexionó panchito, el hijo de doña Meche que veía todas las series policiales con su mamá quien devoraba la nota roja de los periódicos – es que nunca habían robado nada porque no había nada que robar, pero el anillo de brillantes era ¡demasia-do lindo!...dijo Panchito con los ojos brillando. Todos voltearon a verlo. Panchito se puso más cha-peado que de costumbre. Doña Meche saltó al ring con el ceño fruncido y alzando la voz. Que ni se les ocurriera dudar de ellos que eran más honestos que cualquier hijo de vecino. Además les informó que ya sabía quien era el culpable. La detective del rebozo morado saboreó las miradas incrédulas de sus vecinos. ¿Quién era el que siempre causaba problemas? Todos se miraron. ¿Quién era el que siempre tenía problemas con el dinero? Pues “todos” fue la respuesta. Todos tenemos trabajo, continuó la detective del rebozo morado, pero hay alguien que con mucha frecuencia no tiene trabajo. Hay alguien que necesita más dinero que todos nosotros.
Hay alguien aquí, continuó la del rebozo morado, que tira el dinero que no tiene. Pues nomás diga donde lo tira, le contestaron. ¡Lo tira en el alcohol que se chupa día tras día!, dijo
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elevando la voz la detective transformada en juez. ¡Nunca le alcanza el dinero! ¡Por eso golpea al Chavo!
El Tuerto sería todo lo que quisieran, pero nunca había robado ni un pedazo de pan. “Contéstenme” –ordenó la autonombrada juez -: ¿quién fue el único que estuvo enfurruñado durante toda la fiesta? –Y remató triunfante-: ¡Ah, verdad!”
Los hombres se dejaron caer en bola sobre el Tuerto.Lo trajeron de las greñas entre coscorrones, zapes y puñetazos. El Tuerto gritaba su inocencia, pero la sentencia ya había sido pronunciada. La deducción de doña Meche era exacta. Además de romperle los huesos lo iban a entregar a la policía. Como eran generosos le dieron una opción al crimi-nal: o entregas el anillo ahora mismo o te ponemos pinto y parejo y encima te mandamos a la cárcel por ratero y además nos quedamos con tu cuarto. El Tuerto se arrodilló y juró por su madrecita santa que ya descansaba en paz, que él había cometido todos los pecados, pero que nunca había robado, jamás en su vida había robado.
Lo amarraron, lo surtieron de catorrazos y luego lo arrastraron hacia la puerta para llevarlo al minis-terio público.
Desde el fondo del patio una voz aguda ordenó: “Suéltenlo. Él no fue.” Pero, Chavo, ¿cómo
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defiendes a este malviviente? “No fue él.” ¿En-tonces quién?
Y ahora fue la vez del detective niño de tener boquiabiertos a todos.
-Doña Chelis: ¿verdad que en su casa desapare-cen cosas chiquitas de colores como piedritas, hilos, corchos, tapidas de plástico y hasta aretes?
-Pues sí. -Además le han roto la bolsa de los frijoles y de
las galletas.-Sí, Chavo, así es. -¿Verdad que usted ha despertado a don Felicia-
no muchas veces, para que escuchara un fantasma que rascaba el piso y detrás de los muebles?
-Sí, Chavo. Él se enoja, cuando yo lo despierto y yo me pongo a rezar hasta que el fantasma deja de rascar.
-Pues el ladrón que robó su anillo es el mismo que le robó todas sus cosas chiquitas.
-Ay, Diosito santo, entonces el ladrón es un fan-tasma.
-No, doña Chelis. Es una ratita que lleva lo que roba para su nido.
Se armó la discusión. Que los fantasmas no roban, que es cuento del Chavo y que ratón no es lo mismo que ladrón y que fue y que vino y que don Feliciano juró que iba a instalar cien ratoneras.
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“No, nada de eso –lo interrumpió el Chavo-. No asesine a la pobre madre de unos diez ratoncitos que están por nascer. Además no va a recuperar su anillo, porque no sabe donde está el nido”. Don Feliciano se desconcertó. El Chavo le sugirió que durante tres días pusiera una bolsa con cositas pequeñas y frijoles en medio de la sala y alrededor mucha harina. Así podría seguir a la ratita hasta su nido y recuperar su anillo.
Tres días después doña Chelis lucía nuevamente el precioso regalo. Don Feliciano arregló los pape-les del Chavo y lo inscribió en la escuela primaria.
Era una época de buenas noticias. La vecindad recibió la visita del casero que por primera vez no venía a cobrar, sino a regalarles un perro salchicha juguetón y bien educado. Sólo hacía sus necesi-dades en un rincón donde había tierra. Y lo más sorprendente: la enterraba como lo hacen los gatos. Salchichón pasó a ser la diversión de niñas, niños y uno que otro adulto.
Al Chavo ya no le iba tan mal. Acomodaron tablas en su jacal, una puerta y hasta un colchón, almohada y cobijas le fueron entregadas. Al Tuerto se le quitaron las ganas de golpear al Chavo. Aunque a veces, cuando llegaba tan tomado que rebotaba de una a otra pared del patio, todavía le daba por sacarse el cinturón y gritar al Chavo que
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se portara bien que si no...Que si no ¡al Tuerto le iban a poner de patitas en la calle!, le recordaba el vozarrón de don Feliciano. Todo nuevamente en santa paz.
Fue cuando empezaron a desaparecer los cal-zones. Solo podía ser una broma. ¿Quién querría robar calzones? Y ¡calzones de pobres! Solo podía ser una broma. Y por supuesto que era alguien de la vecindad. Salchichón solamente ladraba si veía a un desconocido. Era una broma de muy mal gusto porque estaba obligando a todos a comprar cal-zones nuevos.
Al principio incluso pensaron que se los iban a regresar. Luego se enojaron con la broma. Luego se rieron y luego se preocuparan. Doña Margarita, que practicaba la santería, les advirtió, muy oronda, que Shangó y Oshún los estaban castigan-do porque se habían burlado de sus ofrendas y de su altar. Los calzones, según la santera, cubrían las vergüenzas y el hecho de robarlos significaba que los estaban condenando a ser almas penadas en-cueradas.
Uno que otro vecino y vecina se asomó a la casa de doña Margarita para pedirle perdón. Otros y otras le pidieron que consultase a los santos sobre lo que estaba ocurriendo, pero ella les comunicó que, frente a la gravedad del asunto, tendrían
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que acudir a un babalao para que les dijera si era realmente lo que ella imaginaba o que algún espíri-tu maligno se les había pegado.
Más angustia, más confusión y muchas sospe-chas. Una de las mocosas, Albertina, la hija de doña Nereida, sugirió que bien podría ser el Chavo el ladrón de los calzones por pura maldad. Solo él podía esperar que todos durmieran para robar los calzones. Otra vez le fueron a reclamar al Chavo. El detective del cuaderno les prometió que pronto desvendaría el misterio del misterioso ladrón de calzones rotos.
La comunidad se mostró un tanto escéptica ante esta promesa. El caso del anillo bien pudo haber sido una chiripada. Las investigaciones siguieron su curso.
Según la mayoría el primer candidato a culpable era el Tuerto. Había quedado resentido con vecinas y vecinos por lo duro y lo tupido con que lo habían surtido. Más de uno insistía en que le volvieron a dar una calentadita para que confesara lo que había hecho con las prendas íntimas. Otros se encargaron de vigilarlo día y noche. Doña Filomena repetía una y otra vez que lo había sorprendido riéndose a escondidas. Era harto sospechoso que un “amargado vicioso” anduviera contento justo ahora que desaparecían los calzones. Además él
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siempre llegaba cuando todos ya estaban dormi-dos, insistía ella.
Aunque en realidad nadie podría descartar como sospechoso aTranquilino. Nunca saludaba a nadie ni cuando llegaba ni cuando se iba. Más de una vez había distribuido coscorrones entre los escuincles. Se había hecho de palabras con todos y con todas, por cosas insignificantes. Justamente una de la razones que lo hacía rabiar era que colgaran ropa delante de su puerta. ¡Óyeme!: el tendedero era de dos hilos que iban de la entrada hasta el lavadero. La ropa quedaba frente a la puerta de cualquiera. “Yo no tiendo mis calzones frente al hocico de nin-guno de ustedes – gritaba Tranquilino -, así que no pongan los suyos en mi cara, porque los rompo”. Claro que él no tendía su ropa. El amargado lavaba y secaba su ropa en el súper donde trabajaba.
Tranquilino, al ver que las sospechas sobre él aumentaban, decidió apoyarse en la teoría de doña Margarita: “Ningún ser viviente, en su sano juicio, robaría calzones a unos muertos-de-hambre como ustedes. Eso es cosa de un alma penada, eso es cosa de un espíritu del mal. Aquí anda un fan-tasma del mal, un demonio que quiere que todos ustedes se larguen. Por eso está robando sus cal-zones, para que se peleen y se maten entre ustedes”. La teoría, reforzada por doña Margarita,
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impresionó a la pequeña comunidad. Tenía su lógica, era muy clara.
Doña Meche, devota de la Santa Virgen, estuvo de acuerdo, estuvo de acuerdo pero con sus “ase-gunes”. Ella desconfiaba, y bastante, de una perso-na que tenía tratos con fuerzas ocultas. Una perso-na que una vez –antes de que se volvieran enemi-gas– le había confesado que con las prendas ínti-mas de las personas se les podían hacer trabaji-tos…¿Trabajitos? Trabajitos, sí señor, hechizos para hacer daño a una persona. Y la vecina que tenía un altar con santitos del demonio no quería a nadie en la vecindad, porque nadie había hecho caso a sus coqueteos con el reino de las tinieblas. Los cal-zones eran una prenda muuuy íntima, altamente cotizada en la santería.
Para el final de la semana, doña Margarita, la aprendiz de santera, ya ocupaba el primer lugar en la lista de sospechosos.
Pasaron los días…Y las noches…Y las tardes…Y a las doce del día del primero domingo del mes –día y hora en que don Agriopinto Buitrón cobraba la renta- el Chavo se asomó en el sol del patio, con su cuaderno amarillo limón bajo el brazo y su pluma azul cobalto en la boca. Cabe decir que se había conseguido una gorra con orejeras, una bufanda y unos lentes redondos detrás de los
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cuáles el susodicho lucía la aguda mirada de un investigador.
Indicó que se acomodaran sillas en el patio porque él necesitaba hacer algunas preguntas sobre el misterio de los chones. Creía tener la solu-ción, pero necesitaba la ayuda de todos. Como el detective del cuaderno ya había demostrado que era muy ducho para descubrir criminales, todos, incluso don Agriopinto Cuervón, se prepararon para un chisme que parecía prometedor.
Café, galletas y aguas de tamarindo. El detec-tive se paseaba de uno a otro lado, hojeaba su cuaderno, subrayaba y señalaba puntos en el espa-cio. Sillas, bancos y dos petates se acomodaron uno junto al otro. Don Feliciano fue el primero en manifestarse señalando que no tenía la menor duda de que el roba-chones era el Tuerto.
El Chavo preguntó si en alguna ocasión habían cachado al tuerto en la movida. Las miradas se consultaron entre si para determinar que nunca lo habían pillado encariñándose con algo ajeno. Sin embargo doña Filomena volvió a hacer hincapié –pese a la cara de enojo del Tuerto- en que había visto al sospechoso riéndose de sus maldades. A lo que el detective preguntó si no recordaban que el Tuerto anduviera desvariando anteriormente. Primero uno, luego otra y así varios confirmaron
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que en varias ocasiones lo habían visto hablando solo y riéndose de quien sabe qué cosas. Bueno y ¿tú por qué lo defiendes? quiso saber doña Chelis, si él se divertía dándote cinturonazos. El investi-gador se enderezó y sacudiendo su pluma – como lo hacía su profesor cuando regañaba al grupo– aclaró que él no defendía a nadie, sino que estaba tratando de encontrar al verdadero culpable y que nada indicaba que este fuera el borracho quien, además, cuando llegaba por las noches tenía que apoyarse en los muros para no caer. Razón demás para que no pudiera alzarse para arrancar un calzón del tendedero.
Doña Meche se levantó dispuesta a enfrentarse a las fuerzas del mal con el crucifijo en una mano, rosario y biblia en la otra. Venía prevenida porque sabía a lo que se iba a enfrentar. Fue al grano: “Todos aquí saben quien fue. No se hagan patos. Todos sabemos quien es el malora que amenazó con robar nuestras prendas íntimas para hacernos daño con sus figuritas del mal”. La malora brincó como si la silla estuviera ardiendo. Se lanzó a la cara de su acusadora dispuesta a dejarle un re-cuerdo de las uñas del mal. Entre varios la detu-vieron, mientras doña Meche rezaba con el crucifijo en una mano y el rosario y la biblia en la otra “Padre nuestro que estás en los cielo protégeme
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de esta sierva de satán, roba-chones miserable”.La voz aguda del niño detective se sobrepuso al
relajo de gritos, rezos, amenazas y sillas caídas:“Doña Margarita no es la roba-chenes”. Gritos,
rezos, protestas. El detective amenazó con callarse si no se sentaban todos. Al cabo de dos o tres intercambios de miradas fulminantes, las dos señoras aceptaron una tregua momentánea.
“Sí hemos visto a doña Margarita zangoloteando en su casa con sus cantos raros, pero yo no he visto que nadie caiga muerto o enfermo por eso. La verdad es que la han tratado mal porque su religión es rara para nosotros. todos sabemos que siempre ayuda en lo que hace falta. ¿O no? A mí nunca me ha pegado y más de una vez me ha dado un plato de comida”.
El público no se mostró muy convencido. Mur-muraron y torcieron boca y nariz. No faltó quien insinuara que a lo mejor el Chavo era cómplice de la bruja. Fue entonces cuando el detective chifló para que Salchichón se acercara. Lo cargó, lo aca-rició y platicó con él como nadie lo hacía. Los dos se caían bien.
¿Qué se trae este payaso, se preguntaron los vecinos? ¿Nos está tomando el pelo, comentaron otros? El Chavo les dijo que les iba a mostrar como desaparecían los calzones. Se hizo un profundo
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silencio ante tamaña afirmación dicha así como si nada. El detective solicitó que le proporcionaran algunas prendas de vestir y uno que otro calzón, de preferencia limpio. No importaba que estuvieran rotos. Después deberían esconderse en sus casas, desde donde mirarían discretamente por las venta-nas, sin hacer ningún ruido.
Desocupado el patio, acomodados los mirones detrás de los cristales, el investigador depositó a Salchichón en el piso, para retirarse él también de la escena del crimen. El perro miró hacia la entrada del patio, luego hacia los lavaderos, se paseó para uno y otro lado y luego olisqueó en dirección al tendedero. Fijó la vista en un calzón y saltó. Ya con el calzón entre los dientes se dirigió para el único rincón donde había tierra, a un costado de la entra-da, escarbó y depositó el calzón en el hoyo. Volvió por otro y así sucesivamente hasta asegurarse de que ya no quedara ningún calzón colgado. Después se dedicó a tapar el hoyo con su botín. Tranquila-mente volvió al patio meneando la cola como si mereciera un premio.
Los vecinos salieron de sus viviendas dis-tribuyendo regaños a Salchichón y aplausos al brillante detective que se dejó consentir por los halagos a su inteligencia. El festejado pidió a todos que se volvieran a acomodar; en realidad había
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mucho más que revelar sobre el crimen, aparente-mente perfecto. Dirigiéndose con aires de profesor a sus alumnos, preguntó si consideraban natural que un perro tuviera esta inclinación por robar y esconder calzones. ¿Qué habría querido decir el ahora admirado detective del cuaderno? El misterio ya estaba resuelto, lo habían visto, no había nada más que decir. Tranquilino, que nunca hablaba, alzó la voz ronca para gruñir que el enano ese ya se estaba queriendo lucir. Era hora de callarle la boca, así que alzó el puño cerrado para aplastar al enano hablador contra el piso. El Tuerto lo detuvo en seco.
El Chavo agradeció el favor y continuó. Preguntó entonces a su expectante audiencia si no encontra-ban nada raro en que justamente el inquilino más cascarrabias se ocupara de sacar a Salchichón a pasear todas las tardes. “Yo hasta pensé que se había encariñado con el animal”, dijo Albertina con su voz chillona. ¿Pero no se les hacía extraño, con-tinuó el Chavo, que alguien con tan mal carácter, así, de repente, de un día para otro se volviera tan cariñoso con un perrito?
El Chavo contó que a él sí se le había hecho sospechoso este repentino amor. Se dedicó a seguir al vigilante hasta el parque cercano. Tran-quilino escuchaba con los dientes apretados y los
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puños cerrados. El Tuerto era el muro que lo impedía de saltar sobre el cuello del niño.
En el parque el Chavo se dio cuenta de como Salchichón era entrenado por Tranquilino para quitar calzones tendidos y esconderlos. Siempre y cuando no hubiera nadie mirando. Una y otra vez hasta que el perro aprendió muy bien que solo hacía su tarea cuando no había nadie, a menos que fuera su propio entrenador.
Los hombres y las mujeres rodearon al ex entrenador de perros de ataque de la policía: Vas a largarte de aquí hoy mismo. “Siempre supe que tu no eras de fiar”. “Pero mira que robar calzones de pobre es cosa de ladrón muy bestia”. Tranquilino nomás se mordía los labios. Entre todos ya se andaban animando para surtirlo, cuando el detec-tive del cuaderno amarillo limón y la pluma azul cobalto, les comentó que aún no era todo, que por favor se volvieran a sentar.
Les recordó que hacía algún tiempo que don Agriopinto Cuervón les había echado pleito para que desocuparan la vecindad. Les había echado incluso un abogángster que los amenazó y les llevó golpeadores para que sacaran sus cosas a la vía público. No pudo con ellos por dos razones: la primera porque no hay peor necio que pobre cuando no tiene nada que perder; la segunda por
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el estudiante de derecho primo de doña meche que los había orientado.
Don Agriopinto Cuervón tenía la expresión de quien se había tragado una lagartija. Trató de reti-rarse sin que nadie se diera cuenta, pero don Feli-ciano lo volvió lo “invitó” a quedarse.
El Chavo les platicó entonces que hacía ya un buen tiempo que veía con frecuencia a don Agriopinto en el súper. Entraba y salía sin comprar nada. Salía y volvía a entrar sin comprar nada. Adi-vinen ¿quién lo acompañaba?: el señor Tranquilino aquí presente. Iban secreteándose por el parque, hasta parecían enamorados. “Como todo lo cuento en mi cuaderno –continuó el detective- mi cuader-no y mi pluma me sugirieron que me escondiera en el hueco del pirul que está junto a la banca donde ellos se sentaban hablando quedito”.
Rechinaron los dientes de la cara enrojecida de Tranquilino que tiró al Tuerto, pasó entre doña Meche y doña Margarita que rebotaron en las pare-des, para abalanzarse sobre el delgado cuello del niño que sintió que sus ojos y su lengua iban a salir disparados, ya no podía respirar, ya no veía, era el final, cuando ¡pás! Un derechazo de don Feliciano tundió a la bestia en el piso. Los demás le echaron montón y en menos de cinco minutos el energúme-no rabioso estaba amarrado a una silla. Don Cuer-
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vón ni siquiera trató de moverse. Se quedó quiete-cito, aguantando nomás lo que estaba por venir.
Respiración boca a boca, masaje en el cuello, limonada con mucho azúcar, lágrimas, gritos, súplicas y rezos a la Virgen de un lado y a Xangó del otro, permitieron que el brillante detective recuperase el aliento.
“Pues como les iba diciendo, resulta que me enteré que los dueños del súper querían comprar la vecindad desde hacía mucho tiempo y que don Agriopinto Cuervón se puso de acuerdo con el cas-carrabias para que los inquilinos creyeran que el lugar estaba habitado por un alma en pena.
El caso llegó a los periódicos y a don Agriopinto no le quedó más que llegar a un acuerdo con los vecinos compró un terreno donde construyó algunos cuartos con baño y se los repartió entre los vecinos con tal de que pudiera vender su propie-dad. Por supuesto le tuvieron que pagar, pero era un buen arreglo, por fin tendrían una su propia casita.
A Tranquilino lo mandaron a descansar a la cárcel un tiempo, no por haber entrenado al perro para robar calzones, sino por tentativa de homici-dio.
En la nueva vecindad no fueron felices para siempre. Surgió un nuevo problema. Los fines de
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semana se juntan los rituales de los católicos, los testigos de Jehová y los de la santería. Cada cual con su sonido tratando de imponerse a los otros. En varias ocasiones las patrullas han tenido que intervenir porque los agarrones entre los fieles de uno y otro culto han mandado a varios al hospital.
El Chavo trató de ayudarlos, trató de que todos pusieron su volumen lo más bajito posible. ¡Que va! Terminaron peleándose con el Chavo a quien por cierto también le tocó un cuartito.
Un día el Chavo le preguntó al otro chavo que a veces se le aparecía ¿por qué los de una religión se peleaban con los de otras religiones? El que decía llamarse Ángel le respondió que solamente se iban a dar cuenta de que se habían equivocado, después de que se murieran.
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E l C h a v o
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Letra en complicidad con Estefani Susana Castro y Yamelí Carolina Angón.
Mi ojo está moradoMi ojo está morado
Ay ojón que comezónAy ojón que comezónEl profe está enojado
me grita mira el pizarrónEl profe está enojado
Me grita vete del salónMe grita vete del salón.
Miraba yo el pizarrónMi ojo se cerró
Abrí el ojo y me rasquéMi ojo se enojó.
Estate quieta o te vas¿Qué pulga te picó?
Ya deja ese ojo en paz¡Voltea al pizarrón!
Maestro mi ojo está enojadoY yo no sé que hacer.
Un cero te voy a ponerTe calmas de una vez.
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EL OJO
¿Me da permiso de salir?¡Ya vete del salón!
Me puse el ojo a exprimirLe eché agua y jabón.
El ojo entonces se calmó.Volví a mi salón.
Maestro mire ya volví.El profe desmayó.
Los niños corren gritan ¡ay!El Choky ya llegó
Las sillas mesas vuelanUn lápiz se rompióUn lápiz se rompió.Un lápiz se rompió.
Mi ojo está moradoMi ojo está morado
Ay ojón que comezónAy ojón que comezónEl profe está enojado
me grita mira el pizarrónEl profe está enojado
Me grita vete del salónMe grita vete del salón.
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E l O j o
Mi ojo es un carbónPelón y con chichón.
Mi ojo crece crece ¡bum!Explota en un rincón.
Mi ojo rompe la paredRebota en el jardín.
Ay qué relajo mire usted.Mi ojo es un festín.
¡Atrapen a mi ojón!¡Ay qué atrocidad!
Patean mi ojitoMi ojito pobrecito.
Mi ojo por el cieloRebota en las nubes.
Coches chocan con un tren.Llegó el fin del mundo.
Mi ojo baila y se caeArriba del quiosco.
Revienta en mil ojitosCanicas de colores.
100
E l O j o
A mi ojito ya perdíYo quiero a mi ojito
¿Mi ojito adonde está?Yo quiero a mi ojitoYo quiero a mi ojitoYo quiero a mi ojito.
Mi ojo está moradoMi ojo está morado
Ay ojón que comezónAy ojón que comezónEl profe está enojado
me grita mira el pizarrónEl profe está enojado
Me grita vete del salónMe grita vete del salón.
Mi mamacita que me mimaSe trepa en la torre,
Atrapa mi ojoAquí está tu ojo.
mi ojito lindo lo lavé,Lo puse en su hoyo.
Mi ojito muy felizYa sin la comezón.
101
E l O j o
Feliz volví a la escuelaEl dire tartamudome dijo te te vas
no no vuelvas nunca más.
Mi ojo enojadoOtra vez tembló
Volvió la comezónEl dire me gritó
Te te te pe perdonoTe te te perdono.
Mi ojo está moradoMi ojo está morado
Ay ojón que comezónAy ojón que comezónEl profe está enojado
me grita mira el pizarrónEl profe está enojado
Me grita vete del salónMe grita vete del salón.
102
E l O j o
Letra escrita en complicidad con Erick Xolalpa Negrete.
Eso es lo que tu creesContestó con sensatezEste es el rap del “es”Con talento y lucidezEste es el rap del “es”Con talento y lucidez.
El niño llamado AndrésApodado El MarquésCampeón de ajedrezLe gustaba el jerez.
Jugaba como MoisésJugaba con los pies,
Le ganaba a santa InésY también a un vienés.
Jugaba al revésCon doscientos a la vez,
En una gran kermésSin dejar de ser cortés.
104
EL RAP DEL ES
Hablaba en inglésEscribía en francés
Se volvía un ciempiésSi tomaba dos cafés.
Estudiando el danésturco y japonés
fue tan grande el estrésque se volvió un siamés.
Peleó con un leonésLo sacó a puntapiés
Buen cantor de tirolésGanó a un marsellés.
Por miedo a la estupidezLeía como escocés,Frente a la brutez
Se iba con un ahí-te-ves.
Un día con rapidezSe enfermó de adultez,Al oír hablar a un pez
Que decía ser buen juez.
105
El rap del es
Su papá ya con chochez Le dijo con sabiondez,
Ya deja tu niñezY que sea de una vez.
Eso es lo que tu creesContestó con sensatezEste es el rap del “es”Con talento y lucidezEste es el rap del “es”Con talento y lucidez.
Eso es lo que tu creesContestó con sensatezEste es el rap del “es”Con talento y lucidezEste es el rap del “es”Con talento y lucidez.
106
El rap del es
Rap escrito en complicidad con Oscar Yahel Castro
La tarea la tareaMe tortura me tortura
La tarea la tareaMe ahoga me ahoga
La tarea la tareaMe castiga me castiga
La tarea la tarea.
Mi mamá me dijo asíHaz de una vez esa tarea,
Yo no hago esta tareaEsta tarea me va a matar.
Que hagas la tareaY cállate la boca,
Yo no hago esta tareaEsta tarea me va a matar.
No la haces y te pegoCon el cinturón,
No la haces y te pegoCon este tablón.
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LA TAREA
Yo te pego en la cabezaPa que hagas la tarea,
Yo te pego en las nalgasPa que aprendas a ser bueno.
Yo no hago la tareaMuerte a la tarea.
Yo no hago la tareaMuerte a la tarea.
Yo te voy a maltratarSi no haces la tarea,Yo te voy a torturarSi no haces la tarea.
Yo no hago la tareaNi en la prisión,
Yo no hago la tareaNi en el panteón.
La tarea la tareaMe tortura me tortura
La tarea la tareaMe ahoga me ahoga
La tarea la tareaMe castiga me castiga
La tarea la tarea.
109
La tarea
Yo te amarro en una sillahasta que hagas la tarea,
Yo te dejo sin comerHasta que hagas la tarea.
Tu no sabes respetarYa no quiero más hablar,
Tu no sabes dialogarPensar no es gritar.
Fuimos juntos para el parqueElla y yo solitos,
me dijo que era necioPeor que mi papito.
Un helado me compróYa no estaba enojada,Un besito ella me dio.La mano me tomaba.
Eres necio como yo,Mamá yo soy tu hijo.
Yo te quiero como eres,Así ella me dijo.
110
La tarea
Ya en la casa muy contentosMi mamá me ayudó,La tarea quedó lista
Qué bien qué bien quedó.
Me leyó después un cuento,Yo soñé bonito.
Fuimos juntos a la escuela,Yo y mi perrito.
La tarea la tareaMe tortura me tortura
La tarea la tareaMe ahoga me ahoga
La tarea la tareaMe castiga me castiga
La tarea la tarea.
111
La tarea
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Letra escrita en complicidad con Ana María Jiménez
Jimena se escapa va hechizadaComiendo alocada una empanadaUna empanada que es un hadaNacida pirada en la madrugadaNacida pirada en la madrugada.
Sube en un autobúsQue se va a Veracruz,
De repente hay una luzQue parece un arcabuz.
Es aquella tonta hadaQue nació de una empanada
Que salta del autobúsPorque vio un avestruz.
Entonces fue que el hada,Que quería ser empanada,
Declaró feroz la guerraA todo el planeta Tierra.
114
UNA HISTORIA VERDADERANO ES HISTORIA CUALQUIERA.
Jimena se escapa va hechizadaComiendo alocada una empanadaUna empanada que es un hadaNacida pirada en la madrugadaNacida pirada en la madrugada.
Jimena deja el autobúsMonta en el avestruzChoca con el autobús
Y queda con cara de pus.
Jimena se desmaya,Jimena se despierta
En la cama de su gatoCon cara de mentecato.
Su mamá la encontró,Pensó que era un duende,
Le dio un puñetazoY después la perdonó.
Jimena se escapa va hechizadaComiendo alocada una empanadaUna empanada que es un hadaNacida pirada en la madrugadaNacida pirada en la madrugada.
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Una historia verdadera,
no es una historia cualquiera
Con mucho cariño
y respeto
nos despedimos
de la escuela primaria
Aureliano Castillo
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Niñas y niños de los quintos grados A,B y C de la
escuela primaria Aureliano Castillo que participaron en
el taller de cuento colectivo.
GODOY BAILON VICTOR MANUEL
CARMONA MARTINEZ CRISTIAN ALEXANDER
SANCHEZ MARTINEZ EDNA
XOLALPA NEGRETE ERICK
LUNA NAVA JOSE MANUEL
GRANADOS HERNANDEZ ALEJANDRA
SANCHEZ SANTIAGO SAYRA ITZEL
JIMENEZ JIMENEZ ANA MARIA
GARCIA ACHELL XIMENA LISETTE
ROMERO SALDAÑA CARLOS ARMANDO
AZAIR CHAVEZ VANIA
CAMILO ARMENGOL ELIEL
CASTRO LORENZO OSCAR YAHEL
LIMA LOPEZ FERNANDA GERALDINE
RAMIREZ SANCHEZ CHRISTIAN G
REYES GONZALEZ MIGUEL ANGEL
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RO B LES ESPINO SA ANDREA
RO MAN SANCHEZ DIANA E
RO SAS NO RIEG A DIEG O
SANCHEZ HERNANDEZ JO ANNA
ANG UN CARRASCO Y AMELI CARO LINA
CARLO AQ UINO SANDRA NAT ALIA
CAST RO SANCHEZ LEO NARDO
CAST RO AG UILAR EST EFANI SUSANA
MART INEZ G ARCES K AT IA M
MART INEZ PLAT A ISRAEL
NAV ARRET E FLO RES JAT ZIRY A
O RT IZ RAMIREZ CARLO S ALB ERT O
T AMAY O G ALINDO MICHELLE
V ILLA SEÑ O R CO RT ES MARIA FERNANDA
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Me llamo Camilo Albornoz, me dicen Camilo, maestro o abuelo Camilo. Escribo obras de teatro, poemas y cuentos para niñas y niños. Compongo canciones, canto y dirijo obras de teatro. Coordino talleres de creatividad y literatura infantil. También platico con los maestros sobre la importancia de la lectura y la escritura.Una de las formas más placenteras que he encontrado de escribir cuentos consiste en convivir con niñas y niños. En primer lugar leemos cuentos y jugamos a escribir. Luego escucho su opinión sobre lo que gusten platicarme. Después inventamos historias entre todos. Finalmente escribo cuentos que serán leídos por muchos otros niños y niñas de México y de otros países. Envíame tu opinión sobre los cuentos de este libro: [email protected]
Mi nombre es Rodrigo Pinto Mendoza. Me gusta crear y experimentar; dibujar, pintar, hacer gráfica y joyería. También me gusta mucho compartir el placer de crear impartiendo talleres de Artes Plásticas para niños, niñas y jóvenes.
En esos talleres lo más importante es que valoren sus propias capacidades de interpretar la realidad, capaci-dades que se expresan en resultados siempre únicos por estar ligados a cada personalidad. Las ilustraciones de este libro las hago con mucho cariño pensando en todos los niños y niñas cuyos ojos y manos esperan su oportunidad de compartir sus mundos. [email protected]
Este libro fue realizado en el marco del proyecto
Escucha cuando hablo: yo también quiero opinar
aplicado en la escuela primaria Aureliano Castillo, gra-
cias al apoyo que recibió nuetra asociación del Programa
de Coinversión para el Desarrollo Social del Distrito
Federal.
Nuestros sinceros agradecimientos a:
Profesor José Abraham Hernández, Jefe de Sector;
Profesor Idilberto Jiménez Cecilia, director de la
escuela;
Agradecemos también el esfuerzo de los maestros y
maestras que participaron en el taller de lectura.
Un abrazo al grupo de niñas y niños de los quintos
grados por su paciencia, entusiasmo y perseverancia.
Madres y padres que participaron en las excelentes
plática que impartió el psicólogo Roberto Mendes sobre
la problemática de la violencia.
Un abrazo a niñas y niños que participaron en taller
sobre Derechos de las niñas y los niños, impartido por la
maestra Lydia Sofía Zurita Rivera quien realizó un traba-
jo admirable de capacitación y sensibilización sobre la
temática de los derechos humanos.
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