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El fenómeno de las cuidadoras: un efecto invisible del envejecimiento* Leticia Robles Silva** El presente es un estudio etnográfico realizado con cuidadoras de ancianos en- fermos en un barrio popular urbano de Guadalajara, México. En la selección de una hija cuidadora intervienen varios factores: la edad, la presencia o no de hijas solteras, si trabaja o no, y la ultimagenitura. Cuando las hijas cuidado- ras están casadas se selecciona aquella que ha concluido la fase de expansión del ciclo familiar. La designación de las cuidadoras es una función masculina o del propio enfermo. E l rol de cuidadora se incorpora en el marco del resto de los otros roles sociales, y generalmente ocupa el sitio principal. Palabras clave: ancianos, enfermos crónicos, cuidadoras. Fecha de recepción: 7 de noviembre de 2000. Fecha de acepta- ción: 28 de febrero de 2001. Los ancianos: un asunto de dependencia y de cuidados El creciente aumento de los ancianos en nuestro país es un hecho inobjetable. Se expresa en las cifras oficiales, en los reportes académi- cos, y sobre todo lo advertimos en nuestras vidas cotidianas. Ellos, los ancianos, constituyen parte de nuestras familias, son nuestros padres o abuelos, o tal vez algún bisabuelo. Lo que antes era una rareza, hoy día comienza a ser un fenómeno visible. Ser un anciano no es sólo contar con 70 u 80 años de vida, sino convertirse en un ser dependiente. Nadie niega que el envejecimien- to implica una serie de incapacidades para realizar múltiples activida- des de la vida cotidiana, pero a eso se le añade el hecho de padecer por lo menos alguna enfermedad crónica. Ser viejo y enfermo es una experiencia propia de la ancianidad, cuya consecuencia es que el in- dividuo se convierta en un ser dependiente, que para sobrevivir social y biológicamente necesita la ayuda, el apoyo y los cuidados de algún * El trabajo contó con el apovo financiero del SiMorelos del Conacyt, convenio 980302020. La autora agradece la ayuda de Alejandra Lizardi durante el proceso de in- vestigación. ** Centro Universitario de Ciencias de la Salud, Universidad d^ Guadalajara. Co- rreo electrónico: [email protected] [561]

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E l f e n ó m e n o d e las c u i d a d o r a s : u n e f e c t o i n v i s i b l e d e l e n v e j e c i m i e n t o *

Leticia Robles Si lva**

E l presente es un estudio etnográfico realizado con cuidadoras de ancianos en­fermos en un barrio popular urbano de Guadalajara, México. En la selección de una hija cuidadora intervienen varios factores: la edad, la presencia o no de hijas solteras, si trabaja o no, y la ultimagenitura. Cuando las hijas cuidado­ras están casadas se selecciona aquella que ha concluido la fase de expansión del ciclo familiar. La designación de las cuidadoras es una función masculina o del propio enfermo. E l rol de cuidadora se incorpora en el marco del resto de los otros roles sociales, y generalmente ocupa el sitio principal.

Palabras clave: ancianos, enfermos crónicos, cuidadoras. Fecha de recepc ión : 7 de n o v i e m b r e de 2000. Fecha de acepta­

ción: 28 de febrero de 2001.

L o s ancianos: un asunto de dependencia y de cuidados

E l c rec iente a u m e n t o de los ancianos e n n u e s t r o país es u n h e c h o inobjetable . Se expresa en las cifras oficiales, en los reportes académi­cos, y sobre todo lo advertimos en nuestras vidas cotidianas. Ellos, los ancianos, constituyen parte de nuestras famil ias , son nuestros padres o abuelos, o tal vez algún bisabuelo. L o que antes era u n a rareza, hoy día comienza a ser u n f e n ó m e n o visible.

Ser u n anc iano n o es sólo contar con 70 u 80 años de v ida , sino convertirse en u n ser dependiente . Nadie niega que el enve jec imien­to i m p l i c a u n a serie de incapacidades para realizar múltiples activida­des de la v ida co t id iana , pero a eso se le añade el hecho de padecer por lo menos alguna en fermedad crónica. Ser viejo y e n f e r m o es u n a exper iencia p r o p i a de la anc ianidad , cuya consecuencia es que el i n ­d iv iduo se convierta en u n ser dependiente , que para sobrevivir social y biológicamente necesita la ayuda, el apoyo y los cuidados de algún

* El trabajo contó con el apovo financiero del SiMorelos del Conacyt, convenio 980302020. La autora agradece la ayuda de Alejandra Lizardi durante el proceso de i n ­vestigación.

** Centro Universitario de Ciencias de la Salud, Universidad d^ Guadalajara. Co­rreo electrónico: [email protected]

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m i e m b r o pues de la fami l ia , pues de o t ra manera sobrevienen el dete­r i o r o y la m u e r t e prematura .

L a dependenc ia es u n término que f recuentemente evoca el cui ­dado de los niños. Este ha sido e l campo pr iv i l eg iado p o r los acadé­micos en nuestro país y en América Lat ina . Sin embargo , también re­q u i e r e n cuidados los adultos y ancianos, y a esto casi n o se le presta atención. Estudiar el cu idado de los ancianos es i n u s u a l en nues t ro m e d i o si se compara con la abundante l i t e ra tura sobre e l tema que se p u b l i c a desde y sobre los países desarrol lados . E n Méx i co sólo m u y rec ientemente h a n aparecido estudios sobre las redes de apoyo y cu i ­dado en ancianos (Montes de Oca, 1998: 485-499; García, 1998: 399-418; Robles et al, 2000: 557-560).

Ser dependiente es u n a experiencia inevitable en a lguna o en va­rias etapas de la vida. Kittay a f i rma que "la dependencia es p r o p i a de la naturaleza h u m a n a " (Kittay, 1999: 1) . Para esta autora son tres las causas de la dependencia : el desarrol lo h u m a n o , la en fermedad , y la vejez. Cada u n a de ellas produce u n par t i cu lar t i p o de d e p e n d i e n t e , que a su vez requiere diferentes tipos de cuidado.

Ser anciano y enfermo crónico es ser doblemente dependiente . E l envejecimiento impl i ca u n a disminución de las potencialidades y de la funcional idad orgánica, pero especialmente la pérdida del estatus social p rop io de u n ser productivo y autónomo, lo cual lo lleva a convertirse en u n sujeto socialmente incompleto (Minkler y Colé 1991: 42). Esta depen­dencia suele i r acompañada por la que ocasiona la enfermedad crónica. 1

A m b a s situaciones p r o d u c e n u n t i p o de d e p e n d e n c i a m u y par ­t icular . N o es abrupta sino paulat ina , y es tanto orgánica c omo social. E l cuerpo orgánico p ierde lentamente sus funciones corporales y l l e ­ga u n m o m e n t o en que es incapaz de satisfacer sus necesidades más esenciales. E igua l su cuerpo social, que desciende a u n n ive l en que ya n o es capaz de mantener u n a c o n t i n u i d a d en sus rut inas cotidianas n i en sus papeles sociales. 2

1 En realidad es el envejecimiento el que se añade a la enfermedad crónica. La ra­zón es simple: las enfermedades crónicas aparecen al final de la edad adulta, es decir, an­teceden al envejecimiento.

2 En 1994, 42.9% de los ancianos mexicanos presentaba algún grado de/deterioro funcional que afectaba algunas de sus actividades, como movilizarse dentro y fuera del hogar, entre otras (Conapo, 1999: 58). Una enfermedad crónica como la diabetes ocasio­na que se vayan perdiendo paulatinamente algunos roles sociales conforme ésta avanza; la pérdida total o parcial del empleo o el abandono parcial de las responsabilidades so­ciales es un proceso que suelen experimentar los enfermos (Mercado, 1996: 200-214).

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De ahí la i m p o r t a n c i a de l apoyo fami l iar y de l cuidado para la su­pervivencia d e l anc iano . Es innegable que la ayuda y apoyo f a m i l i a r p r o v i e n e n de múltiples fuentes. Los hi jos , los nietos , los h e r m a n o s , los s o b r i n o s , e i n c l u s o los p a r i e n t e s po l í t i cos o f i c t i c i o s están ahí cuando se les necesita. Pero esta ayuda o apoyo genera lmente es res­t r i n g i d o en t i empo y en actividad. Cuando la ayuda y el apoyo deben convertirse en u n cu idado de largo plazo y de todos los días, n o son las redes sociales quienes se invo lucran , sino solamente u n o de sus i n ­tegrantes, al cual se ident i f i ca como el cu idador p r i m a r i o , q u i e n asu­me la responsabi l idad de satisfacer y encontrar las estrategias que re­suelvan las necesidades de los ancianos y los enfermos crónicos . E n última instancia es q u i e n lo m a n t i e n e vivo socialmente. E l c u i d a d o r dedica u n a gran cant idad de su t i e m p o y energía a prod igar esos cu i ­dados, ya que las necesidades d e l anc iano n o t o m a n vacaciones n i días de descanso. Por o t r a parte , con el cu idado se p r o c u r a resolver las necesidades de l cuerpo bio lógico pero par t i cu larmente las de l so­cial , en u n esquema de o to rgamiento co t id iano y durante varias déca­das de la v ida. Esto es lo que constituye el cuidado de l anciano en tér­m i n o s a m p l i o s , q u e e n m u c h o rebasa los apoyos e m o c i o n a l e s o instrumentales que u n a r e d social p roporc i ona .

E n el caso p a r t i c u l a r de l anc iano e n f e r m o , e l cu idado t iene dos fines: u n o , ayudar a resolver las necesidades creadas p o r la presencia d e l p a d e c i m i e n t o y las ocasionadas p o r e l enve jec imiento , y e l o t r o , p r o p o r c i o n a r l e recursos suficientes para su sobrevivencia.

M i perspectiva sobre el cuidado es conceptualizarlo como u n a ac­ción social, recuperando la propuesta feminista, en términos de que el cuidado es trabajo, y u n trabajo arduo y pesado, y además, u n trabajo f e m e n i n o (Ki t tay , 1999: 37-42; Sevenhui jsen, 1998: 69-82; G r a h a m , 1983: 23-28). E l cuidado va más allá de la ayuda que se b r i n d a al enfer­m o o anciano exclusivamente en términos de actividades personales e instrumentales de la v ida d iar ia (bañarse, vestirse, moverse, c ontro lar los esfínteres, comer, caminar o movilizarse fuera del hogar, i r de com­pras, preparar sus al imentos , hacer el quehacer doméstico, y manejar las finanzas) . 3 E n m i opinión esta f o r m a de entender el cuidado parte de una perspectiva medicalizada que deja de lado el cuidado de l cuer­po social, pues se centra exclusivamente en el cuerpo biológico . Para

3 Esta es una propuesta sumamente popular en la literatura y que deriva del índi­ce de medición para evaluar el nivel de funcionamiento físico de enfermos crónicos o ancianos sostenida por Katz et a/. (1963: 914-919).

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superar este p r o b l e m a me apoyo en la propuesta analítica de C o r b i n y Strauss (1988: 127-138), quienes para expl icar el m a n e j o de l padeci ­m i e n t o y los p r o b l e m a s derivados de éste, e m p l e a n el c o n c e p t o de " t raba jo " , al cual clasif ican en tres t ipos , que d e n o m i n a n líneas: de l p a d e c i m i e n t o , de l hogar , y biográfica. Estas líneas h a c e n re ferenc ia p r i n c i p a l m e n t e al e n f e r m o y al p a d e c i m i e n t o , y son vistas desde la perspectiva de q u i e n está en fermo , pero n o de q u i e n lo cuida.

Aquí r e t o m o la idea de las tres líneas p e r o las m o d i f i c o p a r a el caso de l cuidado. Las acciones desplegadas para el cu idado de u n an­ciano e n f e r m o se d a n en varias esferas de la vida cot id iana. Cada u n a de las líneas engloba a u n c o n j u n t o de acciones con fines comunes , ya sea para satisfacer demandas de l p r o p i o anciano e n f e r m o o de l en- : t o r n o social de l mismo . Son precisamente estas líneas de cu idado las -que d a n sentido y conten ido al r o l social de u n a cuidadora . Podemos u b i c a r las líneas de c u i d a d o en tres g r u p o s : a) t r a b a j o d e l p a d e c i -mien - to : tareas relacionadas con el mane jo de l p r o p i o p a d e c i m i e n t o en cuanto al régimen prescrito , prevención y manejo de las crisis, ma ­nejo de los síntomas y el diagnóstico; b) trabajo de la vida diaria: tareas cotidianas que m a n t i e n e n en marcha u n hogar, como el aseo y la re ­paración de la casa, p e r o también la creación de u n a m b i e n t e espa­cial y re lac ional p r o p i c i o para el cuidado ; c) trabajo biográfico: tareas encaminadas a ayudar al en fermo a la reconstrucción de l t i e m p o b i o ­gráfico, la c o n c e p c i ó n de l yo y el cuerpo a través de los procesos de contextualización, r e t o r n o a la n o r m a l i d a d , reconstitución de la i d e n ­t idad , y rescate de la biografía.

L a s mujeres cuidadoras: una certidumbre científica

H o y día se asegura que los cuidadores son mujeres . Pero n o es suf i ­c iente con ser m u j e r ; se necesita, además, poseer otras característi­cas. Los estudios cuantitat ivos han p r o f u n d i z a d o en el análisis de los factores demográf i cos que i n f l u y e n en la e lecc ión de u n m i e m b r o de la f a m i l i a c omo cu idador . D e l parentesco, son las hijas y las espo­sas las elegidas. De las hijas se a f i r m a que son las solteras o las casa­das, las que t r a b a j a n o n o , las que n o t i e n e n h i jos p e q u e ñ o s , y las que viven en la misma residencia que el anciano (Stone, Cafferata y Sangl, 1987: 616-626; Brai thwaite , 1990: 40-52; Wol f , Freedman y Sol-do , 1997: 102-109). E n la década de los noventa unos cuantos estu­dios cualitativos i n t e n t a r o n responder a la p r e g u n t a de p o r qué cier-

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os i n t e g r a n t e s de la f a m i l i a d e c i d e n c o n v e r t i r s e e n c u i d a d o r e s y :uáles son los factores que afectan d i c h a decis ión. E l deber f i l i a l y : o n y u g a l , e l a m o r hac ia e l anc iano , la impos ic ión hecha p o r e l an -: i a n o , p o r q u e n o hay a l g u i e n más para a s u m i r d i c h a r e s p o n s a b i l i ­dad, p o r q u e se t iene u n trabajo flexible que p e r m i t e u n a c o m o d o de ios horar ios a las demandas de l cu idado , son algunas de las razones aducidas p o r los prop ios cuidadores en este t i p o de estudios (Guber -m a n , M a h e u y M a i l l e , 1992: 607-617; H a r r i s , 1998: 342-352; Hassel -kus, 1993: 717-723).

Los hallazgos h a n llevado a los autores a argumentar que ta l deci­sión no es u n acto i n d i v i d u a l aislado sino que se decide d e n t r o de u n contexto f a m i l i a r par t i cu lar . Es c laro que las mujeres son pre fer idas como cuidadoras, pero esta pre ferenc ia va acompañada p o r c i rcuns­tancias contextúales que p e r m i t e n o exoneran a algunos integrantes de la f a m i l i a para asumir d i cha responsabi l idad . La competenc ia de roles, el trabajo , el lugar de residencia, la frecuencia de los contactos, e l estado c iv i l , son e lementos de l e n t o r n o social que i n t e r v i e n e n en d i cha designación. Pero a u n con la vasta l i t e ra tura p r o d u c i d a e n tor­n o al tema, no queda claro cuáles son los factores y las dinámicas fa­mi l i a res que i n f l u y e n e n la designación de los cu idadores desde la perspect iva de los p r o p i o s actores. T a l vez la af irmación de A l i e n , Goldscheider y C iambrone al in i c i o de su estudio resuma el estado de la cuestión. "A pesar de la considerable e i m p o r t a n t e l i t e ra tura acerca de las redes de apoyo social de los ancianos enfermos, pocos estudios h a n avanzado en el c onoc imiento de p o r qué se elige a ciertos i n d i v i ­duos y se les confía el cu idado de l o t r o " (A l i en , Goldscheider y C iam­brone , 1999: 150).

Es prec isamente , sobre las razones y los procesos p o r los cuales c ier tos i n t e g r a n t e s , y n o o t ros , t o m a n la dec is ión y son asignados c o m o cuidadores , p a r t i c u l a r m e n t e en el caso de las mujeres cu ida ­doras , que el presente t raba j o c o n t r i b u y e a la discusión d e l t ema . E l l o a p a r t i r de los hallazgos de u n a investigación cual i tat iva c o n en ­fermos diabéticos en u n sector p o p u l a r u r b a n o . L a idea cent ra l que guía el estudio es que la designación de cuidadoras es impuesta más que negociada. Por o t r a parte , la designación de u n a h i j a c u i d a d o r a conlleva u n proceso de selección entre las varias opciones " d i s p o n i ­bles" a p a r t i r de u n a serie de características tanto personales c o m o fami l ia res . F i n a l m e n t e , interesa i n d a g a r la c o m p e t e n c i a de ro les y c ó m o se resuelve cuando el cu idado es i n c o r p o r a d o a la v ida de las cuidadoras.

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E l estudio etnográfico del cuidado

Los datos prov i enen de u n estudio etnográfico que se llevó a cabo en el b a r r i o de Oblatos de la c iudad de Guadalajara, México . E l objet ivo de la investigación g lobal ha sido indagar sobre la exper ienc ia de cu i ­dar a u n en fe rmo adul to o anciano con diabetes.

L a estrategia fue seleccionar, p r i m e r o , a enfermos c o n diabetes, y poster iormente a sus cuidadores. A los enfermos se les localizó med ian ­te u n estudio de tamizaje en el b a r r i o : se v is i taron las 6 325 viviendas del barr io y se preguntó p o r los enfermos diabéticos que vivieran e n d i ­cho hogar. Así se localizaron 788 enfermos en 756 hogares. De esa lista de enfermos se seleccionó a 15 ancianos y 14 adultos. 4 Para efectos de l presente trabajo, los resultados inc luyen solamente los concernientes al g r u p o de los 15 ancianos que vivían en trece unidades domésticas.

E l trabajo de campo se dividió en seis fases entre oc tubre de 1997 y febrero de 2000. Se entrevistó a los enfermos en sus hogares en tres ocasiones. U n análisis p r e l i m i n a r de esas entrevistas permitió i d e n t i f i ­car a sus cuidadores. Se entrevistó a los cuidadores entre dos y cuatro ocasiones. De las 97 entrevistas, 31 f u e r o n grabadas y el resto se regis­tró en notas de campo. T o d o el mater ia l fue procesado e n el p rogra ­m a E t h n o g r a p h . Las entrevistas f u e r o n in i c ia lmente organizadas p o r temas; p o s t e r i o r m e n t e se proced ió a realizar u n análisis de c o n t e n i ­do, cuyo fin era examinar las argumentaciones de los prop ios sujetos ( K u h n , 1991: 121-145) acerca de sus conductas o acciones y las i n t e r -pretacionas que hacen de ellas.

E l barrio de Oblatos

Oblatos es u n b a r r i o d e l sector p o p u l a r u r b a n o en el n o r o r i e n t e de Guadalajara. Su población total era de 33 519 habitantes en 1997, de los cuales 5% era mayor de 65 años. E l b a r r i o contaba con todos los servi-

4 Para la selección de los enfermos se agruparon en 27 subgrupos; primero se divi­dió el total de enfermos en hombres y mujeres; cada grupo a su vez se dividió en dos, considerando los años de evolución de la enfermedad (más y menos de 10 años); des­pués se cuestionó si trabajaba o no, y finalmente se clasificó por parentesco (esposo/a, abuelo/a, h i j o / a y pariente femenino y masculino). De este proceso combinatorio re­sultaron los 27 subgrupos. Para escogerlos, se enlistó a los enfermos y se seleccionó al que ocupara el décimo lugar en la lista. Cuando el enfermo rechazó participar, se esco­gió al siguiente en la lista y así sucesivamente.

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cios públicos (agua potable , drenaje , a l u m b r a d o público , calles pavi­mentadas, transporte público, v igi lancia pol ic iaca) . Sus habitantes es­taban insertos en el mercado labora l de l sector i n f o r m a l e i n d u s t r i a l de la c iudad . Las viviendas albergaban 5.1 habitantes en p r o m e d i o .

Los servicios de salud existentes en el bar r i o se distribuían e n 78 espacios, tanto de l m o d e l o médico hegemónico como de la m e d i c i n a alternativa. Es decir , espacios ocupados p o r consultor ios de médicos generales y especialistas, p e r o también p o r terapeutas t rad i c iona les como sobadores, yerberos, homeópatas; así como farmacias alópatas y homeópatas, y expendios de productos naturistas y yerberías. Además de estos servicios se ubicaban en el bar r i o u n a clínica de m e d i c i n a fa­m i l i a r y u n hospital de zona de l IMSS, así como dos sanatorios p a r t i c u ­lares que ofrecían atención de segundo nivel .

Los ancianos enfermos fueron seis mujeres y nueve hombres , cuya edad oscilaba entre 60 y 92 años, c on u n a m e d i a n a de 63 años para los h o m b r e s y 72 años para las mujeres . Todos los h o m b r e s estaban casados, con excepción de u n o que era v iudo ; en cambio las mujeres eran viudas todas, c on excepc ión de u n a de ellas que estaba casada. Las mujeres n o trabajaban y sólo 4 4 % de los hombres lo hacían a pe­sar de estar pensionados. Sus familias tenían 6.3 hijos vivos y 12 nietos en p r o m e d i o . Los ancianos eran or ig inar ios de poblaciones de l esta­do de Jalisco y de los estados circunvecinos. N i n g u n o terminó la edu­cación p r i m a r i a . Padecía u n a en fe rmedad crónica 4 2 % de los ancia­nos, 2 3 % sufría dos enfermedades y 3 4 % más de tres enfermedades crónicas. Además de la diabetes, las otras enfermedades crónicas fue­r o n hipertensión a r t e r i a l , a r t r i t i s y acc idente vascular c e r e b r a l . E n p r o m e d i o habían padecido diabetes durante 15.2 años y d u r a n t e nue­ve años sus otras enfermedades crónicas.

Los cuidadores de estos ancianos enfermos f u e r o n 19. De las 15 mujeres siete eran esposas y ocho hijas. E n cambio encontré cuatro h o m b r e s c u i d a d o r e s , u n esposo y tres h i jos varones . Los anc ianos eran cuidados por sus esposas, en cambio las ancianas, al ser viudas, eran cuidadas p o r sus hijas. Los hi jos varones e ran cu idadores secunda­rios, es dec ir , par t i c ipaban de u n a m a n e r a l i m i t a d a en t i e m p o y t i p o de actividades, y más b i e n apoyaban a sus madres, quienes se desem­peñaban c o m o esposas cuidadoras. L a edad de estos cuidadores fue e n p r o m e d i o : esposas, 61 años ; h i jas , 47 años , y los h i j o s varones 46.5 años. De las o cho esposas-cuidadoras, tres estaban insertas en el m e r c a d o l a b o r a l ; tres de las seis hi jas t r a b a j a b a n , y todos los h o m ­bres c u i d a d o r e s e r a n t raba jadores . E n t r e las h i jas s o l a m e n t e dos

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eran solteras, las demás estaban casadas y tenían cuatro hi jos en p r o ­m e d i o .

E n adelante , m e centraré sólo en las 14 cuidadoras , tanto e n las esposas como en las hijas.

L a designación de las mujeres como cuidadoras

L a mayor presencia de mujeres cuidadoras en este g r u p o de ancianos reproduce u n f enómeno ya conocido en la l i teratura : la feminización de l cu idado . E l a r g u m e n t o más re i terado para expl i car p o r qué son más las mujeres que cu idan, atribuye esta costumbre a que tradic ional -m e n t e el cu idado se ha considerado c omo u n a tarea f e m e n i n a y res­t r i n g i d a al ámbito d e l hogar , l o cual coloca la tarea de cu idar y a la cu idadora en una posición subordinada respecto a las actividades mas­culinas y al h o m b r e (Kittay, 1999: 23-48). Esta posición de desigualdad entre los géneros enmarca los procesos de designación de u n a cuida­dora; hombres y mujeres part i c ipan en d icha designación pero con pa­peles diferentes. Tres son los procesos p o r los cuales se designa a u n a cuidadora entre las familias de estos ancianos de Oblatos.

E l p r i m e r proceso se aplica sólo con las esposas-cuidadoras. Esta es u n a designación velada p o r parte de l p r o p i o anc iano varón hacia su esposa. E n t r e los cónyuges ancianos existe la percepc i ón de que cuando los hijos se casan las obligaciones de éstos son ya con su f a m i ­l ia de procreación, y la de los padres pasa a u n segundo término. A d e ­más, los ancianos a r g u m e n t a n que n o q u i e r e n ser u n a "carga" p a r a sus hi jos , o se sienten avergonzados p o r solicitar su ayuda. E n ese sen­t i d o , pedírselo a su esposa es u n a conducta más permis ib le deb ido a la existencia de u n a relación conyugal entre ellos. Esta s o l i c i t u d de ayuda se da discursivamente en términos de u n a pre f e renc ia p o r la esposa. T a l relación suele mani f iestarse a b i e r t a m e n t e , c o m o e n e l caso de M a n u e l , cuando le pedía a María, su esposa que l o acompa­ñará con el médico : "sabes que mañana me toca i r allá con el especia­lista [ c i r u j a n o ] , y pos' yo creo vas a i r c onmigo porque me van a enca­mar" . O en f o r m a de predileción, como cuando J u a n explicaba a sus hijas p o r qué le pedía ayuda a su esposa "si me gusta que t u madre m e chiquié... es que yo qu iero que t u m a m i me atienda" .

Los otros dos procesos son propios de la designación de las hijas, ya sea que a lgu ien las escoja o ellas mismas se autoas ignen e l r o l de cuidadoras. L a designación es, p o r lo general , u n a función de la p r o -

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p ia anciana enferma o de algún varón de la fami l ia . Cuando las ancia­nas designan, lo hacen a p a r t i r de la percepc ión de que es necesario que a lguien las cuide. T a l decisión n o es negociada n i consultada con la h i ja designada, n i tampoco con el resto de la fami l ia ; se verbaliza en tono de o r d e n y se refuerza con mecanismos de persuasión materiales o simbólicos en algunas ocasiones. E l caso de I r m a es u n b u e n ejem­plo . A ella, su madre Esther le exteriorizó su decisión u n día que estaba a p u n t o de salir a trabajar. L a misma Esther narraba d icho episodio.

Orita está uno bien, al rato ya está uno ahí enfermo o se pone uno malo de un rato a otro. Como fue el día primero de este mes, ¡ay! me sentí, yo sentía que ya me iba a morir , muy mal me sentí... entonces ahí le dije a esta muchacha [ I rma] , la que está aquí conmigo en la casa, "¡ay hija! me siento muy mal", ya eran casi las siete y media que se iba a trabajar, y dice "pos má' si quiere no voy", "tú sabrás"... es más ahora le estaba diciendo que ya no la voy a dejar ir a trabajar, es que ya me canso mucho también, ya no puedo yo, le dije, ahora, le dije "yo necesito que te quedes ya aquí conmigo". Cada día me siento más cansada, más [mala].

E l h e r m a n o mayor o el primogénito varón es o t ro m i e m b r o de la fami l ia que t o m a la decisión en f o r m a u n i l a t e r a l de quién de entre las hermanas será la cu idadora . U n a vez tomada la decisión, se la c o m u ­nica en el marco de u n a cierta negociación. A r m a n d o optó p o r nego­ciar con su h e r m a n a L u p e su participación como cu idadora de su ma­d r e H e r m i l a . D e b i d o a que la f a m i l i a de L u p e pasaba p o r u n a crisis e c o n ó m i c a y su esposo n o e n c o n t r a b a t raba jo , A r m a n d o le o frec ió que se fueran a vivir c on ellos a la casa, y a cambio , ella cuidaría de su madre . L u p e aceptó el o f rec imiento y las condiciones.

E l proceso de autodesignación es la acción de u n solo actor que e jecuta simultáneamente las acciones de designar y asumirse c o m o objeto de la designación: la hi ja-cuidadora. L a decisión de estas hijas se apoya e n la percepc ión de que es necesario asumir el r o l de cuida­d o r a a p a r t i r de u n a serie de evidencias: el de ter i o ro físico de la ma­dre , la evaluación de que n i n g u n o de los hermanos puede desempe­ñar el p a p e l de cu idador , y la convicc ión de que son ellas las únicas "disponibles" para c u m p l i r con la responsabil idad fami l iar . A n t e tales circunstancias se autoel igen.

Yolanda se hizo cargo de su madre , Teresa, después de u n episo­d i o de crisis. E n aquel m o m e n t o evaluó que los cuidados de Patricia, la sobr ina de Teresa, ya eran insuf ic ientes dada su condic ión de en ­f e r m a m e n t a l . Además, su madre cada vez se ponía "más m a l a " y eran

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recurrentes las visitas al servicio de urgencias. Además, n o había nadie a excepc ión de ella para el cuidado . E r a n cinco hermanos , tres m u j e ­res y dos h o m b r e s . De sus h e r m a n o s varones, Yo landa n o esperaba que cu idaran de su madre , p o r q u e "esa es u n a tarea de las hijas", y sus cuñadas siempre habían m a n t e n i d o u n a relación lejana y tensa con su m a d r e . A le jandra , su hermana , había m u e r t o dos años antes p o r u n a complicación de la diabetes. Su otra hermana , Socorro, vivía en T i j u a -na desde hacia bastantes años. E n estas circunstancias, la única capaz de asumir el r o l de cuidadora era Yolanda; p o r eso, le d i j o a su madre que sería me jor que viviera en su casa, porque sería más fácil para ella cu idar la y además estaría me jor atendida. Así fue como Yolanda se l le ­vó a su mamá a vivir con ella al bar r i o de San Juan Bosco.

De cómo seleccionar a una mujer para cuidadora

E l asunto n o sólo es de quién designa, sino también de c ó m o elegir a u n a c u i d a d o r a de entre varias mujeres . E n el caso de las esposas-cui­dadoras n o hay p r o b l e m a , ya que tan sólo existe u n a , pero n o con las hijas, pues ahí s iempre hay varias entre las cuales e legir . Existe t oda u n a e s t r u c t u r a c u l t u r a l que d e f i n e quién es " e l e g i b l e " y quién n o . Tres son las características que sirven para descartar de p r i m e r a i n ­tención a varias de ellas: tener u n trabajo ; estar en la fase de cr ianza de niños p e q u e ñ o s , p a r t i c u l a r m e n t e in fantes y preescolares, y v i v i r fuera de Guadalajara.

C u a n d o las hijas trabajan, se argumenta , n o se puede esperar su ayuda cuando se les necesita, deb ido a los rígidos esquemas en sus h o ­rarios y días para laborar . L u p e expl icaba p o r qué su h e r m a n a Gela — q u i e n era ca jera e n u n s u p e r m e r c a d o — n o c u i d a b a a su m a d r e H e r m i l a "en e l día n o puede , c o m o trabaja t odo e l día, es que t i ene h o r a r i o c o r r i d o de las 3 a las 10, sólo los días que descansa [nos] ayu­da...". Por este mot ivo , de entrada, son el iminadas de dos a cuatro de las hijas tanto de la f a m i l i a c omo de la u n i d a d doméstica.

Pero h u b o excepciones a la regla. Esto sucedió cuando el trabajo era flexible, ya fuera p o r e l t ipo de actividad o p o r el h o r a r i o . Marga­r i t a trabajaba en los t ianguis , I r m a de sirvienta, Yo landa era a d o r n a -dora en el tal ler de su esposo que se encuentra en su casa, Consuelo vendía juguetes en la casa de su madre y en las noches h o t dogs en u n carr i to ambulante , Angélica era edecán en eventos los fines de sema­na, Concepc ión tenía u n puesto en el mercado de San J u a n de Dios.

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>ara todas ellas sus trabajos n o constituían u n i m p e d i m e n t o para ser :uidadoras prec isamente p o r la flexibilidad de los mismos , ya f u e r a :>or la ausencia de u n patrón a q u i e n r e n d i r l e cuentas, o p o r la posi­bi l idad de a c o m o d a r sus horar i o s a las demandas de l c u i d a d o . O t r a excepción de la reg la se presentaba c u a n d o e l t raba jo de la h i j a n o i r a valorado socialmente c o m o indispensable p o r q u e el ingreso que redituaba era secundario o c o m p l e m e n t a r i o . C a r m e n y M a r g a r i t a t ra ­bajaban en e l m o m e n t o en que f u e r o n designadas h i jas - cu idadoras de sus madres ; ambas a b a n d o n a r o n t e m p o r a l m e n t e sus respectivos trabajos, u n a como cocinera, la o tra como vendedora en los t ianguis . P u d i e r o n r e n u n c i a r a sus trabajos p o r q u e sus esposos e ran quienes aportaban e l ingreso p r i n c i p a l de l hogar. Esto hace alusión a l o que varias autoras h a n expuesto respecto a que los costos sociales son me­nores cuando la m u j e r abandona el mercado laboral para convertirse en cu idadora , a d i ferenc ia de cuando lo hacen los hombres ( O r b e l l , 1996:155-178) .

L a cr ianza de los niños pequeños o " ch iqu i t o s " , c o m o los n o m ­b r a n , es u n a r g u m e n t o re i terado tanto entre las ancianas c omo entre las cuidadoras. N o sólo excluye a las hijas, sino también a otras m u j e ­res de la f a m i l i a c o m o las nietas y las nueras. L a presencia de niños menores de 12 años, y p a r t i c u l a r m e n t e de c inco años o recién nac i ­dos, fue u n a r g u m e n t o que se esgrimió en p r i m e r a y tercera persona para exp l i car p o r qué n i ayudaban n i cu idaban al anc iano . Y e s que c u i d a r a los n iños y a u n e n f e r m o a d u l t o o a n c i a n o e r a n tareas i n ­compat ib les . C a r m e n l o expresaba c laramente c u a n d o simultánea­mente cuidó p o r unos días a su madre y a su sobr ino de dos años "es que con los dos n o se puede estar cu idando a m i mamá, p o r q u e está cabrón con los dos ahí... p o r lo menos que se lleve a Monch is , p o r q u e n o puedo c on m i mamá y el c h i q u i l l o " .

L a situación subyacente e n este a r g u m e n t o es que c u a n d o las mujeres se e n c o n t r a b a n en el t i e m p o de crianza de los niños, o sea, durante la fase de expansión de l ciclo fami l ia r , n o podían ser despla­zadas de u n a responsab i l idad de cu idado a o t ra . Era u n a n o r m a en este g r u p o la i n c o m p a t i b i l i d a d de ambos roles, o sea, cuidadoras de niños y de e n f e r m o s adultos o ancianos simultáneamente. A u n q u e esta argumentación h a aparec ido tangenc ia lmente en la l i t e r a t u r a , fue B u r t o n q u i e n analizó c ó m o las mujeres de la m i s m a f a m i l i a dis­t r i b u y e n la responsabi l idad de l cu idado cuando co inc iden dos gene­raciones de dependientes : ancianos y niños menores de 10 años. Sus resultados mues t ran que las madres jóvenes con niños pequeños son

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excluidas de l cu idado de los ancianos. E n cambio , las mujeres a d u l ­tas que son abuelas o bisabuelas, son las pr inc ipa les responsables de l cu idado de l anc iano , y ayudan secundariamente en el cu idado de los niños ( B u r t o n , 1996). Esta misma distribución de responsabil idades aparece en las famil ias aquí estudiadas. E r a n las abuelas (esposas-cui­dadoras) quienes se responsabil izaban en algunos casos de ambas ge­nerac iones de depend ientes , y las hijas c o n niños p e q u e ñ o s queda ­ban excluidas. 5

E l tercer a r g u m e n t o de exclusión n o aparece verbal izado , p e r o las referencias indirectas d a n cuenta de el lo . E l que las hijas vivan fue­ra de Guadalajara es u n m o t i v o de eliminación i n m e d i a t a de la esce- M

n a d e l cu idado . Por l o genera l , la res idencia de estas hijas en c iuda - \ des fronterizas como T i j u a n a o en ciudades de Estados U n i d o s hace imposible pensar en ellas como cuidadoras. Aunadas a la distancia geo­gráfica están las pocas posibil idades que t i enen de viajar a Guadalaja­ra o de regresar al país. L a corresidencia es u n factor centra l para po ­der efectuar e l cuidado; nadie cuida a u n anciano a la distancia.

Además de estas circunstancias, algunos rasgos de las propias c u i ­dadoras esclarecen a u n más el asunto . Dos rasgos sobresa l ieron en este g r u p o de cu idadoras : la edad y e l estado c i v i l . Las c u i d a d o r a s eran mujeres adultas y casadas. Sus edades f l u c t u a b a n entre 30 y 55 años, seis estaban casadas y dos eran solteras. Pero más que la caracte­rística per se, son las dinámicas subyacentes a dichos rasgos lo que ex­pl ica su selección.

Las familias de procreación de estas cuidadoras habían superado la fase de expansión. L a crianza de niños pequeños estaba conc lu ida para casi todas ellas. E n este sent ido , sus famil ias se e n c o n t r a b a n en u n a de las tres fases siguientes: a) de dispersión terminada ; b) en p r o ­ceso de dispersión pero todavía había adolescentes o niños escolares, o c) su fase de expansión estaba conc lu ida . E l l o t iene varias i m p l i c a ­ciones. U n a es que se superaba el c ont raargumento de que q u i e n t ie -

5 La protección del tiempo de crianza de niños para las madres, pero no para las abuelas, es una cuestión interesante. La hipótesis es que se considera necesario proteger la reproducción de la fuerza de trabajo. Es decir, los niños constituyen fuerza de trabajo en potencia, a diferencia de los enfermos adultos y ancianos, quienes son considerados agentes improductivos, lo mismo que las abuelas, tanto por estar fuera del mercado labo­ral como por haber concluido su etapa de reproducción biológica y de crianza de hijos. Todas las esposas-cuidadoras se encontraban en el ciclo de dispersión de sus familias. De ahí, probablemente, la concepción diferencial de proteger el tiempo de crianza de las mujeres con niños y no el de aquellas que son responsables de los enfermos.

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i e n iños p e q u e ñ o s n o p u e d e p a r t i c i p a r en e l c u i d a d o , ya que a u n :uando algunas de ellas todavía los tenían, el asunto se resolvía al ha­berse cargo del niño los hermanos mayores, mientras la madre cuidaba de la abuela. Otra , es que cuando había varias hijas casadas, se designa­ba a aquella cuya fami l ia estaba en fase de dispersión. Esto garantizaba que si había niños pequeños, los hermanos mayores los cuidarían.

Las h i jas solteras f u e r o n la segunda o p c i ó n c o m o c u i d a d o r a s . Esta opc i ón expl ica simultáneamente la designación de hijas solteras y casadas. E n los casos en que se designó a u n a h i ja casada fue p o r q u e n o había n i n g u n a h e r m a n a soltera. De ahí que la única opc i ón era es­coger a u n a de entre las casadas. Pero cuando en la f a m i l i a había u n a h i ja soltera que además vivía en el mismo hogar que el e n f e r m o , se le designaba como cuidadora . Aquí apareció de nuevo el a r g u m e n t o de que cuando las hijas están casadas p r i m e r o deben c u m p l i r sus obliga­ciones c o n su f a m i l i a de procreac ión y después con los padres. Por eso n o se espera su ayuda. Esther era explícita al respecto: "na'más que las otras ya están casadas y ya n o puedo m a n d a r en ellas ¿verdad?, si las de jan venir los maridos , pues v ienen y se dan u n a vuelta. . . pues a ésta [ I r m a ] si le puedo m a n d a r con confianza".

E n su argumentación aparecen dos referencias a u n a n o r m a cu l ­t u r a l que pro tege a las hijas casadas de invo lucrarse en e l c u i d a d o . U n a es que la única violación p e r m i t i d a a la n o r m a es que n o hab ien­do hijas solteras se el i ja a u n a casada. La o t ra es que los padres n o po­dían o r d e n a r n i designar a u n a h i j a casada c o m o cu idadora cuando había "disponibles" hijas solteras.

Si b i e n n o hay problemas cuando únicamente hay u n a h i ja solte­ra , en otras s ituaciones, c u a n d o dos o tres hijas solteras v iven en la misma u n i d a d doméstica, al i gua l que con las casadas, hay que elegir a una .

El proceso de selección de u n a hi ja soltera se d io a p a r t i r de valo­rar la c omo u n a persona responsable. Este ser "responsable" se califica cons iderando varios e lementos. U n o es la edad. C u a n d o las solteras eran jóvenes o adolescentes, de inmed ia to eran descartadas, y se pre ­fería a las solteras adultas, las mayores de 30 años. Silvia respondía al h e c h o de q u e sus h i j o s n o la c u i d a r a n p r e c i s a m e n t e p o r la e d a d : "Ellos nada se p r e o c u p a n p o r u n o , es que pos n o , están chicos, pues n o t i e n e n exper ienc ia de enfermedades n i nada" . T a l parece que la edad se asociaba con cierto grado de responsabil idad. E l segundo ele­m e n t o es que ellas fueran responsables de sí mismas, es decir , que se tratara de mujeres que traba jaran y que p o r lo menos c u b r i e r a n sus

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gastos personales y a p o r t a r a n al ingreso f a m i l i a r . 6 T e r c e r o , hay u n a relación de convivencia p e r m a n e n t e con el anciano, es decir , habían v iv ido todo el t i e m p o con ellos. E l cuarto es la ausencia de hijos p r o ­pios, es decir , eran solteras y sin hijos. Este rasgo emergía cuando las esposas-cuidadoras jus t i f i caban p o r qué a la h i j a , m a d r e soltera, que vivía en la u n i d a d doméstica, n o se le había l l amado para el cu idado . E l a r g u m e n t o n o fue tanto que era soltera con hi jos ; el p r o b l e m a es­tr ibaba en su falta de responsabi l idad en la crianza de sus prop ios h i ­jos , ya que eran las abuelas quienes los habían cr iado. E n este sentido , las madres solteras son valoradas y etiquetadas c omo hijas n o adecua­das para e l cu idado , o c o m o decía María "esa es u n a h i j a fracasada". E l n o haber sido responsable de la crianza de sus hi jos , había sido la razón p o r la cual f u e r o n el iminadas.

E n esta designación de hijas solteras aparece u n a noc i ón i n t e r e ­sante sobre el t i p o de m u j e r que se pref iere . U n a y o t ra vez, los a rgu ­m e n t o s de los actores r e m i t i e r o n a u n a c u a l i d a d : e l r o l de madres . Esta cua l idad es u n a navaja de doble filo: p o r u n lado p e r m i t e e x p l i ­car la designación de algunas, pero al m i s m o t i e m p o la exclusión de otras. E n la p r i m e r a situación, la explicación subyacente es que cuan­do la m u j e r ha sido madre , es decir , ha cu idado a sus hi jos , es posee­d o r a de u n a c u a l i d a d necesaria y prev ia para p o d e r ser responsable de l cu idado de u n en fe rmo adul to o anciano. N o fue cualquier m u j e r la seleccionada, sino pre ferentemente aquella que ya había demostra­d o su capac idad p a r a ser " m a d r e exitosa" . Este éxito se d e m u e s t r a cuando se ha conc lu ido la crianza de niños pequeños . L a segunda si­tuación es la de las madres solteras que n o c u i d a r o n de sus p r o p i o s hijos, quienes f u e r o n descartadas de i n m e d i a t o como cuidadoras. E n el ambiente f lotaba la pregunta de que si n o c u i d a r o n de sus prop ios hijos ¿podría confiárseles el cu idado de u n enfermo? L a respuesta era no . N u n c a aparec ieron como cuidadoras.

N o era la exper ienc ia previa de cu idado de ancianos o enfermos crónicos lo que las capacitaba para ser cuidadoras, sino que el haber c u i d a d o de niños las convertía en sujetos " idóneos" . E n u n p r i m e r m o m e n t o parecía ser que la vía para p r o d u c i r y r e p r o d u c i r cu idado­ras de ancianos o enfermos crónicos es precisamente el r o l de m a d r e l igado a la crianza de los niños, pero sobre todo haber mostrado "éxi-

6 Pero el ser designadas como cuidadoras no las eximía de continuar siendo respon­sables de sí mismas. Ello implicaba que continuaran trabajando además de ser cuidado­ras. Ninguna de las solteras abandonó el trabajo, lo cual sí sucedió entre las casadas.

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t o " en d i c h a tarea. Esta formulación es compat ib le con u n m o d e l o ex­pl i cat ivo i m p u l s a d o p o r C h o r o d o w a fines de 1970 ( G r a h a m , 1983) . U n a hipótesis que deberá comprobarse en el f u t u r o .

U n a característica m u y discut ida acerca de su i n f l u e n c i a o n o en la asignación de l cu idador es el lugar que se ocupa en el o r d e n entre los hermanos . E n el g r u p o de cuidadoras de Oblatos h u b o u n a prefe­rencia p o r las hijas menores . N o precisamente p o r las ultimogénitas, pero sí p o r la última o la penúltima de entre las mujeres.

E n los pueblos mesoamericanos existe hoy día la n o r m a de que el h i j o varón ultimogénito continúa viviendo en la casa de los padres an­cianos, recibe la herencia de la t ierra , y tiene la obligación de cuidarlos (Robichaux, 1997: 149-171). Arias (2000: 1-17) considera que es seme­

j a n t e la aplicación de esta n o r m a en las sociedades rancheras de l occi­dente de México. E n dichas sociedades la designada es la ultimogénita que permanece soltera. D i cha n o r m a no sólo procura garantizar el cui ­dado y sostenimiento de los padres ancianos, sino también pretende re­solver la herencia a favor de l h i j o o la h i ja más desprotegido.

La n o r m a de la u l t i m o g e n i t u r a es también prescript iva para estas cuidadoras , pero sin el e l emento de la herenc ia , de ahí que sufra a l ­gunas modi f icac iones cuando se aplica en el cu idado de ancianos en ­fermos crónicos. N o es precisamente el ultimogénito q u i e n asume la responsabi l idad, sino que f u e r o n designadas las menores de entre las mujeres. Esta prescripción apareció en la cohorte generacional de hijas-cuidadoras, p e r o también se presentó e n t r e las esposas-cuidadoras. Las historias sobre aquellos que c u i d a r o n de los padres de las esposas-cuidadoras hacen re ferenc ia a este m i s m o patrón. Ellas c u i d a r o n de sus padres si f u e r o n las menores , y si n o , lo hizo la h e r m a n a m e n o r . E l l o i m p l i c a que p o r lo menos en estas dos cohortes generacionales se aplica la n o r m a de la u l t i m o g e n i t u r a .

E n los estudios anglosajones y canadienses se debate acerca de la i m p o r t a n c i a de l o r d e n de los hi jos en la asignación de l cu idador . H a y q u i e n e s sos t i enen q u e n o t i e n e re lac ión a l g u n a ( M a t t h e w s y Rosner , 1988: 1 9 2 ) , y e n o t ros estudios se especi f ica q u e son más b i e n las hijas mayores (Rob inson , M o e n y D e m p s t e r - M c C l a i n , 1995: 369) , o la única h i j a , o la m e n o r ( A l i e n y Picket, 1987: 520 ) , quienes f u n g e n c o m o cuidadoras . E n Japón se mani f iesta que las pr imogéni ­tas o las esposas de los pr imogénitos t i e n e n la obl igación de c u i d a r a los padres (Yamamoto y W a l l a h g e n , 1997: 164-176). E n este sent i ­do , u n ha l lazgo i m p o r t a n t e de este t raba jo es la des ignac ión de l a h i j a m e n o r c o m o c u i d a d o r a bajo la n o r m a mod i f i cada de u l t i m a g e -

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n i t u r a , l o cua l n o aparece c o m o n o r m a c u l t u r a l en t re las p o b l a c i o ­nes de países desarrol lados.

L a reorganización de la vida cotidiana: la incorporación del rol de cuidadora

Ser cu idador de u n en fe rmo es u n nuevo r o l social que debe i n c o r p o ­rarse a la v ida cot id iana; p o r lo tanto , se hace necesaria u n a reorgan i ­zación de la misma con el fin de asimilar lo a las rut inas preexistentes. C o m o ningún c u i d a d o r es e x i m i d o de sus responsabil idades deveni ­das de l resto de sus roles sociales, esto lo obl iga a "darse t i e m p o " para esta tarea en el contexto de otros roles.

L a vida de las cuidadoras se organiza en t o r n o a u n a jerarquía de t i empos para cada r o l social. E l t rabajo r e m u n e r a d o d e n t r o o f u e r a de l hogar es u n c r i t e r i o f u n d a m e n t a l para entender el sitio que o cu ­pa el cu idado en la jerarquía de los r i tmos cotidianos. C u a n d o la fuer ­za de trabajo de la cu idadora p r o p o r c i o n a b a el p r i n c i p a l ingreso de la fami l ia o era u n a fuente indispensable para su sobrevivencia, e l cuida­d o se organizaba c o m o e l emento s u b o r d i n a d o al t rabajo . E l l o se re ­flejaba en u n a j o r n a d a d iv id ida en dos partes: el t i e m p o de l trabajo y e l t i e m p o d e l c u i d a d o . E n estos casos s iempre se respetó e l t i e m p o de l trabajo y el cu idado o c u p ó el t i e m p o l i b r e ; asimismo, e l resto de los roles sociales fue organizado en f o r m a simultánea con e l cu idado . L o i m p o r t a n t e es que el trabajo s iempre ocupaba la posición más ele­vada en la jerarquía, y el cu idado podía estar en igua l posición o p o r debajo, pero n u n c a p o r encima.

Cuando las cuidadoras eran exclusivamente amas de casa, el c u i ­dado ocupaba la posic ión más alta de la jerarquía. Todas las esferas de la v ida cot id iana se organizaban en función de l cu idado y subord i ­nadas a éste.

E l t i e m p o biográfico es u n t i empo que def ine la cant idad de roles que u n i n d i v i d u o puede asumir en u n m o m e n t o dado de su vida per­sonal. E l asunto es i m p o r t a n t e porque bajo ciertas condic iones los r o ­les se m u l t i p l i c a n como parte de esta h i s tor ia personal . L a situación de u n a de las esposas-cuidadoras e jempl i f i ca tal situación.

María de Jesús era esposa de E m i l i a n o . E l la estaba en la q u i n t a década de la v ida . E r a n padres de siete hi jos y abuelos de 12 nietos . Todos estaban casados, con excepción de u n h i j o soltero adul to y u n a h i j a , m a d r e so l tera de u n n i ñ o y u n adolescente , q u e vivían e n su

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;asa. María de Jesús asumió el p a p e l de m a d r e n o sólo de sus h i jos , i n o también de sus nietos, los hijos de Ol iv ia , su h i ja soltera. Su o t ra l i j a , Cr ist ina , que ya estaba casada y trabajaba, le llevaba a sus dos h i -as p o r la mañana y las recogía p o r las tardes. Además de e l lo , María de Jesús era la responsable de l trabajo doméstico de la casa de su pa­i r e v iudo , q u i e n vivía a cuatro cuadras de su casa. F i n a l m e n t e , traba-¡aba como en fermera del t u r n o n o c t u r n o en u n sanatorio par t i cu lar . Su ingreso era la única fuente para el sostenimiento de ella y su espo­so, po r lo cual ella era la j e f a de hogar.

La v ida cot id iana de María de Jesús es u n e jemplo de l g rado má­x i m o de saturación de roles sociales que u n a cu idadora puede tener. Esta saturación es p r o d u c t o de l m o m e n t o en que se encontraba en su vida biográfica y f a m i l i a r , casi p o r c o n c l u i r su cic lo de dispersión fa­m i l i a r . María de Jesús tuvo u n a histor ia de embarazos a edad t e m p r a ­na y esa c ircunstancia la c o l o c ó a los 54 años en u n a situación donde con f luyeron los siguientes roles: la madre , la abuela, la h i ja , la esposa-cuidadora , la ama de casa, la trabajadora fuera de l hogar, y la j e f a de fami l ia . Siete roles sociales desempeñados simultáneamente p o r Ma­ría de Jesús, y eso s in c o n t a r que e l la también padec ía d iabetes , al i g u a l que su esposo. E n su caso, e l respeto al t i e m p o d e l t raba j o se mantuvo a u n cuando era p o r la noche , ya que el día n o se transformó e n t i e m p o de descanso. L a j o r n a d a d i u r n a se desarro l laba c o m o si el la no trabajara. E l cu idado constituía la esfera centra l de la v ida de María de Jesús y el resto estaba subord inado a ésta.

Las lujas-cuidadoras solteras tenían el m e n o r n ive l de c o m p e t e n ­cia de roles sociales, ya que eran únicamente hijas, trabajadoras y cui­dadoras. Las siguen las hijas casadas, quienes eran esposas, hijas y ma­dres, además de cuidadoras, e l lo en función de que aún n o en t raban a la fase de dispersión de su f a m i l i a . Por último, las esposas-cuidado­ras f u e r o n quienes t u v i e r o n el mayor número de roles, y en quienes la incorporac ión de l r o l de c u i d a d o r v ino a i n c r e m e n t a r el g rado de saturación de su v ida co t id iana , c o m o l o v imos c on María de Jesús. M a r u a n i ( 1 9 9 1 : 133) mani f i e s ta que las mujeres h a n pasado de u n c ic lo de opciones — d e l trabajo al cu idado de niños y nuevamente al t r a b a j o — a u n c ic lo acumulat ivo : trabajo y cu idado de niños s i m u l ­táneamente. C o n las cuidadoras la acumulación se incrementó más, pues son varios los roles que desempeñan. María de Jesús p o r l o me ­nos era t raba jadora , cu idaba niños (sus hi jos o los nietos) y a u n a n ­c i a n o , s i n m e n c i o n a r sus o t r o s ro les f a m i l i a r e s , y t o d o a l m i s m o t i e m p o .

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Conclusiones

Líneas adras mostré el proceso de designación de cuidadoras en u n g r u ­po de l sector popular urbano con la intención de dar cuenta de u n pro ­ceso donde se dan relaciones de poder. Para este g r u p o de cuidadoras f u e r o n los h o m b r e s o e l p r o p i o e n f e r m o qu ienes t o m a r o n la d e c i ­sión, s iempre a p a r t i r de u n a posición de autor idad . As imismo i n t e r e ­saba d i l u c i d a r cuáles características personales y fami l iares descolla­b a n p a r a l a e l e c c i ó n de u n a h i j a - c u i d a d o r a . F u e r o n l a e d a d , l a presencia o ausencia de hijas solteras, la corresidencia, e l estatus labo­r a l y la pos ic ión en e l o r d e n e n t r e los h e r m a n o s los e lementos que e m e r g i e r o n como factores decisivos para la selección de u n a cu idado­ra. También resaltó e l hecho de que cuando las hijas cuidadoras es­tán casadas, el haber c o n c l u i d o la fase de expansión las convierte en candidatas idóneas para el cuidado.

Por o t r a parte se observó que cuando el r o l de c u i d a d o r a es i n ­corporado a u n contexto biográfico y f ami l i a r n o se exonera a la per­sona des ignada de sus otras responsabi l idades sociales, s ino q u e e l cu idado viene a añadirse como u n a tarea más. Esta incorporac ión se caracteriza p o r e l hecho de que el cu idado se vuelve e l centro de la vida co t id iana y en t o r n o a él g i ra el resto de los roles de la cu idadora . Solamente e l r o l de t raba jadora s u b o r d i n a al de cu idadora , y de ahí en más, es e l de cu idadora el que subord ina a los demás.

Los hallazgos de este estudio d a n cuenta de l o que acontece en este p e q u e ñ o g r u p o de cuidadoras de Oblatos y n o más allá; sin e m ­b a r g o abre múltiples pos ib i l idades p a r a f u t u r o s estudios e i n c i t a a p r o f u n d i z a r e n el t ema. I n d a g a r acerca de las características de las cuidadoras de ancianos sanos y enfermos, y de diferentes tipos de en ­fermos crónicos , a escala nac i ona l pero también en contextos y g r u ­pos sociales particulares, constituye u n a necesidad a corto y m e d i a n o plazos dado el cada vez mayor número de ancianos y enfermos cróni­cos. De i g u a l f o r m a es necesario c o n t i n u a r r e a l i z a n d o estudios de t i p o c u a l i t a t i v o para d i l u c i d a r la ex is tenc ia de o t ros mecan ismos y procesos de designación y selección de cuidadoras que difícilmente son aprehensibles vía encuestas o cuestionarios. Estas, m e parece, son apenas unas cuantas tareas para el f u t u r o .

M e interesa además re f l ex ionar acerca de algunas impl i cac iones que t iene el cu idado en t o r n o al f e n ó m e n o de l envejec imiento . Es i n ­dudable que las mujeres de estas familias h a n asumido la responsabi­l i d a d de l cuidado de los ancianos enfermos, pero las impl icaciones de

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este f e n ó m e n o en la v ida de las mujeres se verán modi f i cadas c o n el proceso demográf ico y ep idemio lóg ico que el país vive ac tua lmente .

E l c u i d a d o a ancianos d e p e n d i e n t e s e n e l f u t u r o tenderá a a u ­m e n t a r más que a d i s m i n u i r . Dos f e n ó m e n o s de carácter g l o b a l ha­cen pensar en la pos ib i l idad de que esta tendencia prevalezca.

H o y día se reconoce que u n o de los pr incipales retos en todas las naciones d e l orbe -desarrol ladas o no , de l p r i m e r o o de l tercer m u n ­d o - es el a u m e n t o de l número de ancianos, pues se estima que en 25 años habrá u n i n c r e m e n t o sostenido de viejos ( M i r k i n y W e i n b e r g , 2000: 3 ) . Además de que a u m e n t a el número de ancianos también se i n c r e m e n t a la esperanza de v i d a , de ahí que n o únicamente habrá mayor cant idad de personas mayores de 65 años, sino que la l ongev i ­dad se prolongará más allá de los 75 años. E n términos de dependencia es más probab le que c o n f o r m e nos acerquemos a los 85 años, mayor sea el número de incapacidades y l imitac iones que exper imentemos , p o r e l s i m p l e h e c h o de ser más viejos. Así, va a u m e n t a n d o t a n t o e l número de ancianos dependientes como el grado de dependenc ia .

Pero podría pensarse que es posible alcanzar esa mayor l ongev i ­d a d en mejores condic iones de salud en comparac ión c o n la actual generac ión de ancianos, l o cual también parece u n a p o s i b i l i d a d re ­mota . Los cambios de l p e r f i l epidemiológico registrados en la última m i t a d de l siglo X X y las estimaciones disponibles ofrecen pocas espe­ranzas al respecto. Por u n lado las cargas de la m u e r t e y la e n f e r m e ­d a d se h a n desplazado de los grupos más jóvenes a los de edad avan­zada, y además, son las enfermedades crónicas las que prevalecen y prevalecerán en los próximos 20 años. C o n f o r m e a los cálculos espe­cializados, la e n f e r m e d a d crónica experimentará u n i n c r e m e n t o de 20 puntos porcentuales a escala m u n d i a l ( M u r r a y y López 1997: 1501-1502), o l o que es i gua l , 6 0 % de los enfermos lo será a causa de este t ipo de padecimientos, la mayoría de ellos adultos y ancianos. E l cono­c imiento y la tecnología médica actualmente disponibles, nos i n d i c a n que si seguimos ciertas "conductas saludables" estaremos sólo r e t r a ­sando la aparición de enfermedades crónicas, pero no evitándolas. 7 Si

7 La esperanza de medidas preventivas que eviten la aparición de enfermedades crónicas o de terapias de curación a corto plazo es remota. Aun cuando la tecnología médica logrará dilucidar las formas de evitarlas, como por ejemplo con la terapia genó-mica, esto no sería accesible para todos los grupos sociales. En general, suelen ser va­rias las décadas que transcurren entre el descubrimiento de una cura y el acceso a ésta de toda la población, dadas las desigualdades en la posibilidad de allegarse los recursos terapéuticos.

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seguimos estos l i n c a m i e n t o s n o seremos e n f e r m o s c r ó n i c o s e n la adultez, pero sí seguramente, cuando l leguemos a la anc ian idad . De ahí que el cu idado continuará siendo u n a necesidad que acompañará a la mayor l ongev idad y al mayor número de ancianos, p o r lo menos en el corto plazo.

M u c h o se h a n encomiado los beneficios de haber d i s m i n u i d o las tasas de f e c u n d i d a d . A h o r a las mujeres t i e n e n menos hi jos y los c u i ­dan p o r menos t i e m p o . Se dice que potenc ia lmente se les liberó para desarrollarse en otros ámbitos de la vida. Además de eso, la reducción de la f e c u n d i d a d y de la m o r t a l i d a d h a n favorecido u n a mayor espe­ranza de v ida . V i v i r e m o s más años, p o r l o menos esa es la promesa , pero l o que n u n c a nos h a n d i cho es que será en condic ión de depen­dientes. Es decir , seremos viejos pero necesitaremos el cu idado de al­gu ien para sobrevivir.

A l e x a m i n a r el c o m p o r t a m i e n t o de estas cuidadoras de Oblatos que pertenecen a la cohorte 1945-1965, advertimos que contaban con la p o s i b i l i d a d de e leg i r : e r a n tantas las hi jas que existía la o p c i ó n . A h o r a , las mujeres t i e n e n 2 o 3 hi jos , y n o s iempre t i e n e n mujeres ; eso significa que las opciones de selección desaparecen, pues con tan pocos hi jos y, sobre todo , pocas hijas, n o hay de d ó n d e seleccionar. E l p r o b l e m a n o es so lamente saber quiénes cuidarán de los anc ianos que hoy día son jóvenes o adultos, sino cuáles serán las impl icac iones que esto tendrá en la designación de cuidadoras en el f u t u r o . Tres , entre tales impl icaciones , me parece que son dignas de reflexión.

— P r i m e r o , la pos ib i l idad de elegir entre varias hijas se perderá y el patrón c u l t u r a l se verá sometido a u n a reestructuración completa . A h o r a existen argumentos para exc lu ir a algunas hijas de l cuidado de los padres ancianos, y con el lo las n o elegidas n o se someten a d i cha exper ienc ia . E n el f u t u r o es p r o b a b l e que la m i s m a se conv ier ta e n u n a experiencia normat iva en los términos que Brody (1985: 22) u t i l i ­za para las mujeres anglosajonas y canadienses. O sea, u n a obligación de la cual casi n i n g u n a m u j e r se escapa. E l asunto es interesante, por ­que es precisamente en esos contextos donde el número de hijos se ha reduc ido desde hace varias décadas, lo que ha significado que las nor ­mas culturales f u n c i o n e n de o t r a manera . Eso i m p l i c a , p r i m e r o , que ya n o habría en el f u t u r o de dónde elegir, pues con pocos hijos y sólo u n a o dos mujeres entre ellos, a casi todas las hijas les "tocará" cuidar a algún padre anciano. Además las normas culturales en que se basa la selección serían inoperantes , y tendrían que ser sustituidas p o r otras que reforzaran la permanenc ia de la h i ja como cuidadora.

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— Segundo , al n o ex is t i r opc iones de mujeres para e l c u i d a d o , unas pocas se verían sometidas n o a u n a experiencia , sino a múltiples exper ienc ias de c u i d a d o de ancianos . T e n e r dos h i jos n o garant i za que sean mujeres. Si u n a lo es, ya se resolvió el p r o b l e m a , p e r o si son sólo hombres , ¿quién asumirá el cuidado? Es posible que en u n a so­ciedad c o m o la nuestra d o n d e los varones n o se invo lucran c o m o cui ­dadores, n i suelen p a r t i c i p a r en las tareas de la cr ianza de los niños, sería i l u s o r i o esperar que los hi jos c u i d a r a n de sus padres ancianos, p e r o n o que l o haga u n a m u j e r , ya que finalmente ésa es l a n o r m a c u l t u r a l . Y si n o hay hijas, las disponibles serían entonces las nueras. E n las sociedades anglosajonas las nueras son cuidadoras casi e n igual número que las hijas, precisamente p o r q u e n o hay hijas disponibles a causa d e l número r e d u c i d o de descendientes. N o sería de extrañar, entonces , que las fami l ias vo lv i e ran su m i r a d a hacia ese parentesco que hasta hoy n o suele requerirse para el cu idado de los suegros an­cianos. E n Oblatos , múltiples e ran los argumentos para e x i m i r a las nueras de ser cuidadoras. E n el f u t u r o las normas culturales podrían modi f icarse para dar paso a las nueras-cuidadoras. Pero eso también t iene otras implicaciones. Esas nueras también son hijas, de t a l mane­ra que cuidarán a sus padres y seguramente también a sus suegros, y en algunos casos los t iempos d e l cu idado de los padres y los suegros se darán simultáneamente. H e aquí u n a sobrecarga de ro les c o m o cu idadora para u n a sola m u j e r .

— T e r c e r o , de acuerdo c o n las est imaciones de C o n a p o (1999: 213-229) las mujeres t i enen cada vez más la pos ib i l idad de l legar a los 50 años con hijos sobrevivientes, u n esposo vivo y sus padres vivos, p o r n o h a b l a r de sus nietos . E l l o les acarrea serias i m p l i c a c i o n e s c o m o cuidadoras. L a observación de l c o m p o r t a m i e n t o de las enfermedades crónicas nos p e r m i t e a f i rmar que las mismas aparecen entre los 40 y los 50 años de edad, u n a década previa al tránsito a la anc ianidad . Eso s igni f i ca que a esa edad seguramente contarán c o n u n esposo vivo pero e n f e r m o crónico , unos padres ancianos, también enfermos cró­nicos, y p r o b a b l e m e n t e , unos suegros ancianos y en fe rmos , y todos ellos necesitados de u n a cuidadora . Y sin opciones de hijas, e l resulta­do sería que u n a misma m u j e r dedicará, sí, pocos años de su vida a la crianza de los niños, pero ese t i e m p o que ganó se reorientará hacia e l c u i d a d o de los adultos y los ancianos enfermos . Es dec ir , su v ida se convertirá en u n a trayectoria de cu idadora permanente . E n algunas esposas-cuidadoras de Oblatos ya se d io d i cho f enómeno . María de Je­sús es u n e j emplo de el lo , después de c o n c l u i r la crianza de algunos

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de sus hijos pasó de inmediato a ser cuidadora de su madre , después de su suegra, enseguida de su esposo, y en este m o m e n t o se in i c ia c o m o cu idadora de su padre . Hasta el m o m e n t o h a n sido 29 años de cu ida­do de ancianos y adultos enfermos , sin contar los 25 años dedicados al cu idado de sus siete hi jos, que fue simultáneo con el cu idado de su madre . ¿Será m e j o r pasarse la vida cu idando ya n o niños, sino adultos y ancianos enfermos?

Creo que las famil ias ya responden a las demandas de cu idado ge­neradas p o r el envejec imiento de la población mexicana, y es casi se­guro que las cohortes posteriores a 1965 tendrán u n a exper iencia de cu idado t o t a l m e n t e d i f e rente a las cuidadoras de Oblatos . E l asunto es que los académicos n i s iquiera conocemos la experiencia actual de estas mujeres , y en nuestro m e d i o e l tema despierta poco interés p o r conocer c ó m o el t i e m p o de cu idado de los niños está siendo sust i tui ­do p o r e l cu idado de los dependientes adultos y ancianos. Este sería el t i e m p o de re f l ex ionar si las mujeres rea lmente hemos ganado c o n tener pocos hijos.

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