el espía de la noche

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  • 7/29/2019 El espa de la noche

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    El espa de la noche

    Etxekide escuch el aullido lastimero del gato cuando se inclinaba a arrancar las dhalias. Porun momento dej de pensar en lo que dira Itahisa sobre lo ocurrido en la Eskuela de

    Astronoma y se incorpor a observar a su alrededor.No era algo desacostumbrado que los linces rojos merodearan en la colina, desde quehaban sido trados por el gobierno de la Ciudad para controlar la superpoblacin de almiqus.Aun as resultaba intimidante. Aquellos gemidos roncos, malvolos, enfermizos, que nollegaban a tener la fuerza de un rugido ni la intensidad de un maullido, eran capaces deinquietar al ms tranquilo.

    Etxekide procur detectar un par de ojos en la oscuridad o bien hacerse de una rama con laque espantar a la pequea fiera. Su presencia all representaba un riesgo para las gallinas delos campos cercanos. Sera un gesto de buen vecino ahuyentar al animal.

    Cuando pudo verlo, agazapado entre la hierba, ondulando tmidamente su rabo, Etxekide dioun salto agitando los brazos, con lo que logr que el gato monts optara por una rpida hudahacia el bosque. Sonriendo de conformidad, regres a inspeccionar las dhalias.

    En la estacin ms clida del ao las laderas de la colina de Ciudad Sexta se vestan deestas hermosas flores prpuras. A Itahisa le agradara su regalo porque amaba el tenueperfume de las dhalias silvestres.

    Etxekide estaba ansioso por contarle. Reprobara ella su actitud al escuchar accidentalmentela conversacin entre las profesoras? La curiosidad lo haba llevado a traspasar las reglas dela discrecin. La idea no dejaba de fascinarle. Una mquina para espiar la noche que duranteel da se converta en una trampa peligrosa, capaz de producir severas quemaduras. Lapuerta entreabierta del saln de profesores le haba permitido escuchar la explicacin de laDecana, los detalles del diseo de los discos y las opiniones descredas de los profesores. Serequera una gran cantidad de bronce blanco para fabricar el espa de la noche. Una cantidadcasi imposible de obtener en Ciudad Sexta.

    Etxekide apur el paso, portando el rebosante manojo de flores. La etxea de Itahisa situadaen lo alto de la colina se distingua por el portentoso farol de aceite que iluminaba la entrada.Ms all, sobre las palmeras, las estrellas iniciaban su giro nocturno en torno a la izar-multzode la Lira.

    Al aproximarse a la casa, Etxekide not algo que lo oblig a detenerse. El dormitorio principalestaba iluminado y a travs de la ventana se vean los pies de Itahisa. Entre las piernasflexionadas en el aire, alcanz a ver una cabeza de cabellos rubios.

    Etxekide qued esttico, con el ramo de dhalias en su mano, intentando componerse.

    Por qu ella no le habra advertido que recibira visitas ?. No era extrao que Itahisa hubieraconvocado a alguien a su cama. Lo inslito era que ella no le hubiera avisado... o al menos lehubiera hecho saber que tendran compaa.

    Esa haba sido la norma desde que ambos tenan catorce aos. Etxekide dorma con Itahisatodas las noches luego de cenar juntos. Las excepciones se anunciaban previamente paraque l o ella pudieran aprovechar la ocasin con otro amante.

    Itahisa no faltara a la norma, a menos que se tratara de Zebensui. Pero Zebensui jams iraa la etxea de Itahisa. Para ambos era un problema. Solan encontrarse en el bosque o en laplaya, donde nadie los vera juntos. El ms conocido de los sirvientes de la Alta SacerdotisaGuaxara tena obligaciones que cumplir que no incluan visitar a una joven de diecisiete aosde conocida pertenencia a la oposicin poltica. Y para Itahisa era un desprestigio frecuentar

    al esbirro de Guaxara, por ms indiscutiblemente atractivo que fuera.

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    Etxekide dej caer las dhalias al suelo y dio pasos sigilosos hacia la ventana hasta recostarsu espalda contra la pared.

    Itahisa gema sus placeres en la forma habitual. Los sonidos sugeran que el desconocidovisitante estaba paseando su lengua por las zonas sensibles de la entrepierna de su amada.Nada indicaba que la actividad estuviera por terminar. Etxekide sinti una molestia en su

    propia entrepierna, ascendiendo hasta confundirse con el fastidio que lo inundaba. Entoncesoy que ella lo nombraba, amorosamente, apasionadamente.

    Efectivamente, era el esbirro.

    Por segunda vez en el da Etxekide se encontraba escuchando una conversacin aescondidas. Y por segunda vez la curiosidad se le impona. Qu tendra ese Zebensui demaravilloso como para que Itahisa perdiera la sensatez ? Cul sera el secreto de su fama?

    Tena que averiguarlo. Gir sobre s mismo para investigar sin ser visto lo que ocurra en eldormitorio.

    Zebensui, en cuclillas, recorra con sus labios los muslos de Itahisa, apenas rozndolos. Ella

    murmuraba su regocijo con los ojos cerrados. Etxekide solamente poda ver la fornidaespalda de Zebensui cubierta por su largusima cabellera blonda, sus nalgas de atleta y lasplantas de sus pies. Poda tambin sentir la excitacin de Itahisa, no por lo visible, sino por supropia experiencia de tantas noches, en esa misma cama, con esos mismos muslos.

    La excitacin que creca, que irrumpa, que impona una satisfaccin ms intensa, quedemandaba la penetracin. Etxekide esperaba que ello sucediera pero no fue as. El esbirrocontinuaba besando las piernas de Itahisa mnimamente, con una parsimonia asombrosa y aella no pareca disgustarle.

    Los fastidios se congregaban en el pecho y la cabeza de Etxekide. A la frustracin delencuentro, la conversacin y la cena, se le haban sumado la irritante presencia del magnficoZebensui y su comedida actividad entre las piernas de Itahisa. Sinti el impulso de entrar porla ventana y desalojar al sustituto que Itahisa haba elegido esa noche, pero se contuvo. Algole hizo mirar en direccin contraria con la rara sensacin de ser visto, de que su indiscrecinal fisgonear estaba teniendo un testigo.

    Tasirga, la vecina de la etxea contigua, lo estaba observando, apoyada en el marco de supuerta, con la cabeza ladeada sobre su hombro como indicando intriga o preocupacin.

    A pesar de vivir al lado y de que ambos asistan a la Eskuela de Astronoma, Etxekide notena mucho trato con Tasirga. En realidad no tena mucho trato con las vecinas quepertenecan a los klanakde la Serpiente que sostenan al gobierno de Guaxara. Durante aoshaban estado en bandos enfrentados. Ellas haban contado con apoyo del gobierno de laCiudad, mientras que las opositoras haban tenido que pelear durante aos para poder

    construir sus casas. Las de la Serpiente haban manejado en forma deficiente los recursoscomunes. Las de la Serpiente eran adems amigas de los sirvientes del Palacio, en particulardel ms clebre de todos ellos, quien se encontraba en ese instante aplicado a la tarea delamer los dedos de los pies de Itahisa.

    Tasirga le hizo seas con un dedo. Etxekide dud por un momento de que estuvieraburlndose. Tasirga era una mujer agradable, simptica, pese a ser de la Serpiente y pese altamao desproporcionado de sus dientes. Qu quera ? Ella repiti la seal, esta vezinequvoca, llamndolo.

    Resignndose, Etxekide camin lentamente los diez pasos que los separaban.

    Sin decir una palabra, ella lo tom del brazo y lo hizo entrar. En el hogar, el fuego calentabaun pequeo caldero. Le hizo otra sea para que se sentara, mordiendo una sonrisa.

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    Etxekide se sent. Tasirga luca una brusa de algodn holgada que no disimulaba las formascnicas, singularmente puntiagudas, de sus pechos. Etxekide no pudo evitar detener la vistaen su escote.

    Cmo te fue esta tarde en la Eskuela ?

    La pregunta descoloc a Etxekide.

    Esperaba que Tasirga lo interrogara sobre la incmoda situacin en la que lo habaencontrado o que se burlara de su bochornosa actitud en la ventana. Se sinti aliviado por lagentileza. Ensay una respuesta trivial que ella recibi como si hubiera dicho algo importante,sentndose a su lado y animndolo a continuar. Etxekide ley expectacin en la mirada de suvecina. Sus enormes ojos le resultaron amistosos y se le antoj que ella era una mujerhermosa cuando tena la boca cerrada. De a poco se fueron disolviendo sus prevenciones.Necesitaba compartir con alguien lo ocurrido en la Eskuela.

    Obviando algn detalle, Etxekide fue construyendo el relato. De cmo la Decana habaenseado el lienzo a sus colegas. De las posibilidades que otorgaba enfrentar dos espejoscurvos a la distancia apropiada. De la importancia del orificio central en el ms grande de losdiscos para permitir el lugar de observacin.

    Tasirga entendi perfectamente la explicacin, adelantndose en las conclusiones, cosaimpensable si Itahisa hubiera sido la interlocutora. Tasirga saba las propiedades de unacurva de proyectil y cmo poda dibujarse a partir de una recta y un punto, o tambinhaciendo un corte a una forma cnica. Etxekide expres su aprobacin tratando de no fijarseen la forma de los pechos que tena enfrente. Dos curvas de suave concavidad. Undispositivo ingenioso para inspeccionar las estrellas. Tasirga se levant y tomando unacuchara sirvi dos cazuelas de sopa de papayas.

    Ella se sent en el piso sobre una piel de cordero, con las piernas cruzadas, a sus pies.Alternando ruidosos sorbos a la sopa de papayas afirm enfticamente que el gobierno de laCiudad aprobara la partida de bronce en cuanto la Eskuela de Astronoma la solicitara.Desestim las objeciones de Etxekide al respecto. Ciudad Sexta contaba con su propiacantera de cobre y sin dudas la remesa de plata necesaria para fabricar los discos podratraerse del Continente.

    Aunque le sonara ingenuo, Etxekide salud su entusiasmo. Las chicas de la Serpienteelogiaban al gobierno de la Ciudad con la misma pasin que las opositoras lo denigraban.Opt por no continuar la discusin. Opt por felicitar a su anfitriona por la cena y agradecersu hospitalidad.

    Ella le devolvi una sonrisa de satisfaccin.

    Eres bienvenido a mi etxea, Etxekide. Yo puedo darte esta noche todo lo que ella no te da

    Etxekide no supo qu decir. Tasirga lo miraba divirtindose de su timidez. Como

    evidenciando sin palabras el deseo de complacerlo y el disfrute de tenerlo confundido.Precisamente a l. Al compaero de Itahisa, de la insolente lder de las vecinas opositoras,quien se encontraba gozando a Zebensui a unos pasos de distancia.

    Tasirga apoy cariosamente una mano en la rodilla de Etxekide, sin dejar de mirarlo. Con suotra mano desanud el lazo de su brusa para otorgarle una mejor perspectiva de su escote,deleitndose de la fascinacin que provocaba.

    Tasirga continuaba sonrindole. Itahisa haba elegido al esbirro. Las dhalias prpurasarrojadas en el jardn. Etxekide no logr articular una frase. Esos exticos pechos loexcitaban de una forma que no lograba explicarse. Deseaba tocarlos, sentir su dureza, palparesas cumbres protuberantes.

    Tasirga apoy cariosamente su cara contra la mano de Etxekide, cerrando los ojos,buscando sus caricias. l se sinti halagado por su disposicin. Tomando con delicadeza sus

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    cabellos, descendi por su nuca hasta el hombro y desde el hombro a su escote, paraindagar aquellos pechos inusitados, extraamente atractivos.

    Ante los primeros roces, ella reaccion de un modo intempestivo, rompiendo el silencio conexclamaciones de placer que motivaron a Etxekide a ser ms atrevido. Se inclin haciaadelante, le quit la brusa y la tom con firmeza, apretndola hacia s, buscando su boca,

    encontrndola, vida, hmeda y con sabor a papayas. Las lenguas se dieron una eufricabienvenida y Etxekide sinti que la dureza de su zakil se encontraba con las manos deaquella mujer a la que nunca haba prestado demasiada atencin y que ahora se le ofrecaardorosa.

    Las manos femeninas procedieron a explorar con acierto las partes masculinas de Etxekidecon tactos sutiles, con prodigiosa ternura, incrementando su excitacin. Ella, sin dejar demirarlo, fue acercando sus labios al erguido zakil, hasta besar su esplendor.

    El tiempo transcurri imperceptible para Etxekide, desafiado por el contrasentido de hallarsecon una mujer equivocada en una noche equivocada. Eran certeras las intensas seales quelas manos y la lengua de Tasirga provocaban entre sus piernas, acercndolo a la explosin.Era certera la oscilacin de sus pechos cnicos y tambin certeros sus cabellos color miel

    que cubran desordenados su rostro. Era exasperante de tan certero su placer.Las piernas le temblaron anticipando su culminacin. Tasirga usaba sus dos manos con lahabilidad de una experta. Alternando berridos de deleite, Etxekide comenz a derramarse enaquella boca de grandes dientes y extraordinaria lengua. A vaciarse en incontablesespasmos, en sucesivas ofrendas de su esencia masculina, hasta quedar exhausto.

    Ella no se detuvo. Atenuando el ritmo de sus caricias, hizo regresar el semen desde su bocaal zakil, impregnndose las manos para hacer resbaladizos los mismos movimientos, losmismos roces, ahora ms lentos. Un instante ms tarde, cuando Etxekide volva a abrir losojos, ella dej de acariciarlo para tocarse a s misma, a embadurnar sus pechos firmes y sunatura humedecida, extendiendo la viscosa esencia sobre su delicada piel de diecisiete aos.

    Tasirga se dirigi a la puerta y apenas abrindola, espi la situacin en la casa contigua.

    El divino de Zebensui sigue ah, con tu compaera. He calentado agua en el caldero.Gustaras baarte conmigo, Etxekide ?

    Etxekide murmur una vez ms su agradecimiento a la proliferacin de gentilezas de suvecina. Estir sus brazos antes de ponerse de pie y ayudar a trasladar el caldero a la cabinade bao.

    Ella lo desvisti, derram sobre su cabeza varias jarras de agua tibia y frot su cuerpo concrema de leja, antes de volver a sorprenderlo con una invitacin inslita.

    Quiero que vayamos juntos al Palacio.

    Etxekide mir a Tasirga confundido. El Palacio de Gobierno de Ciudad Sexta era un recintoexclusivo para mujeres, particularmente para quienes apoyaban el gobierno de la AltaSacerdotisa Guaxara. Los nicos varones que podan entrar al Palacio, tambin llamado elClub de la Serpiente, eran los sirvientes. Dos veces sesenta sirvientes, de entre catorce yveinticuatro aos, componan el squito de Guaxara y eran los animadores de las frecuentesfiestas nocturnas que all tenan lugar. Para el resto de los residentes masculinos de Sexta, elPalacio no era sino un intangible conjunto de leyendas.

    Qu ests diciendo, Tasirga ? T sabes bien que no puedo entrar all.

    No puedes entrar. A menos que yo consiga que puedas entrar.

    Y por qu haras eso ?

    Porque me has contado una historia en la que no creo, Etxekide. No creo que la Ciudad leniegue a la Eskuela de Astronoma una partida de bronce para fabricar el espa de la noche.

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    Y como yo no creo en lo que t dices y t no me crees a m, tendremos que averiguar quinest en lo cierto.

    Pero ... ests diciendo de ir ... ahora ?

    Tasirga sonri con picarda.

    Por qu no ? Dime, es que tienes otro plan ?Etxekide no tena otro plan. Pens que quizs Tasirga haba tenido la intencin de saliraquella noche.

    T pensabas ir a una fiesta esta noche ?

    Tena previsto ir a una fiesta, pero luego ocurri que me encontr a un apuesto muchachoen una situacin ... inconveniente. Entonces lo invit a entrar a mi casa y tuve una fiestamaravillosa con l, pero ahora ...

    No es un poco tarde ?

    No. Jams es tarde para ir al Palacio. Si ni siquiera es medianoche.

    La fiesta no estar terminando ?Tasirga lanz una carcajada, luciendo su prominente dentadura.

    T no entiendes, Etxekide, no tienes ni idea. La fiesta comienza cuando yo llego.

    Etxekide admiti que no entenda. No lograba entender el propsito de Tasirga, ni tampocosu risa sarcstica. La idea de que ella pudiera gestionarle el ingreso al Palacio le resultabainverosmil y la posibilidad de que alguna sacerdotisa se dispusiera, en el transcurso de unafiesta, a discutir la poltica de suministro de bronce, le pareca inconcebible. Absurdo, comotodo lo que haba ocurrido aquella noche.

    Si no segua a Tasirga en su alocada idea, deba resignarse a ir a dormir a la etxea de sumadre Nekane, donde siempre lo esperaba una cama. Era una alternativa enojosa con

    dieciocho aos cumplidos. Pero la nica cierta. Itahisa estaba con el esbirro.La propuesta de Tasirga era alocada, pero le intrigaba. La perspectiva de ver con sus ojos loque realmente aconteca en el Palacio era un privilegio que muchos amigos varonesenvidiaran.

    Despus de vestirse, se dej llevar por Tasirga fuera de la casa y hacia el oscuro bosque dela colina, detrs del cual se recortaba el ms lujoso de todos los edificios de Ciudad Sexta: elClub de la Serpiente.

    Tasirga dio instrucciones a Etxekide para que se ocultara detrs un arbusto, a unos cuarentapasos del Palacio. Enfticamente le dijo que se quedara esperndola all, sin moverse y sin

    ser visto. Etxekide tom asiento en una piedra y vio a Tasirga alejarse y golpear lamajestuosa puerta, que se abri de inmediato para permitirle la entrada.

    La msica de tambores se escuchaba ntida. Etxekide ley el cielo estrellado verificando quean no era medianoche. Luego de un rato vio pasar a un grupo de mujeres, elegantementevestidas, conversando calmadamente hasta llegar al portn de gruesa madera y fuertesherrajes. Tiempo ms tarde salieron otras mujeres, con los cabellos desordenados y riendode manera desaforada, como afectadas por el licor. Etxekide empez a impacientarse.

    Afortunadamente la tibieza de la noche acompaaba la espera y la belleza del firmamento leagradaba la vista. Qu estara haciendo su vecina devenida en amante ? Qu habra queridosignificar su frase: "La fiesta comienza cuando yo llego" ? A Etxekide se le ocurri sospecharque Tasirga estaba un poco trastornada y que l estaba siendo un tonto por seguir sus

    desvaros. Aguardara un tiempo prudencial antes de marcharse de all. Volvera al otro lado

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    de la colina a cerciorarse de que el esbirro continuaba lamiendo los pies de Itahisa, y en talcaso, atravesara la ciudad hasta su casa materna..

    Cuando la izar-multzo de la Osa sealaba la medianoche, Etxekide se puso de pie, decidido adar por finalizada aquella ridcula espera. Fue entonces que Tasirga sali del Palacio y vinocorriendo hacia l.

    El esperable reproche no condeca con la expresin radiante de su rostro. Te ped que me esperaras escondido !

    Me estaba yendo.

    No te vas, Etxekide. Vienes conmigo. No te imaginas lo que ha ocurrido.

    Tasirga se vea eufrica y Etxekide tuvo la certeza de que estaba trastornada.

    Qu ha ocurrido ?

    Ni te lo imaginas, ... alguien quiere hablar contigo. Ven !

    Alguien ?

    No me lo vas a creer. As que ven, por favor.A Etxekide comenzaba a irritarle su vecina y su costumbre de llevarlo del brazo a todos lados.

    Hazme t el favor, Tasirga. Dime quin quiere hablar conmigo.

    Ella lo mir con severidad.

    Por qu desconfas de m ? Acaso te he tratado mal esta noche ? Acaso no te he recibidoen mi casa, acaso no te he complacido ?

    l se sinti incmodo ante la interpelacin y no se atrevi a responder. Ella volvi a hablar.

    Haremos esto. Vamos a golpear esa puerta. Se me preguntar quin eres y yo tepresentar. Si no te permiten entrar, podrs irte. Pero si nos abren, entrars conmigo. Es as

    de sencillo, Etxekide, nada tienes que temer.

    La enorme puerta se abri. Un sirviente de espalda ancha, vestido con un pauelo queapenas cubra sus atributos masculinos les flanque la entrada, mirando a Etxekide condesprecio.

    Tasirga hizo la presentacin.

    Viene conmigo Etxekide, del Klan de Nekane.

    El portero cambi su expresin enojada para dar lugar a una mueca de fingida cortesa, y losdej pasar.

    Ingresaron a una inmensa sala llena de gente.

    Etxekide haba escuchado muchos relatos de la grandiosidad del Palacio y del desenfreno desus fiestas, pero era bien diferente verlo con sus ojos. Admir los travesaos colgantes debronce de formas sinuosas, sobre los que se posaban cantidad de lmparas de aceite.Ocupando uno de los lados del saln resaltaba una descomunal chimenea de piedradecorada con un monumental relieve de una mujer desnuda sometiendo a una serpiente. Lossirvientes entregaban los manjares directamente a la boca de las mujeres y ellas losrecompensaban con palmadas en las nalgas. En el lado opuesto, otros sirvientes tocabaninstrumentos musicales y bailaban en exageradas contorsiones.

    Tasirga lo empuj a travs de la multitud. Etxekide se asombr al descubrir que dos mujerescharlaban de cuestiones religiosas mientras esparcan despreocupadamente descargas desemen recibidas en sus rostros. Recin entonces not que varias de las asistentes tenan sus

    vestidos salpicados. Cmodamente sentada en un asiento de cuero color prpura, unasacerdotisa levantaba su falda para que un sirviente la complaciera lamiendo su natura.

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    Tasirga se detuvo cuando alcanzaron un prtico que comunicaba a un patio interior.

    No confiabas en m, Etxekide. Pero aqu estamos.

    l se hallaba demasiado abrumado como para discutir lo obvio. Caminaron por una galera decolumnas de mrmol hasta toparse con una puerta de bronce. Ella volvi a darleinstrucciones.

    Tras esa puerta est la persona que quiere hablarte. Cuando hayas terminado, me buscasen el saln de entrada.

    Etxekide quiso protestar pero ella le bes los labios, le dio la espalda y rpidamente regres ala fiesta. La puerta dorada se abri de inmediato. Era el mismo fornido sirviente con el mismoaire despectivo. Le hizo seas para que entrara y se alej por la galera al igual que Tasirga.

    Etxekide dio unos pasos cautelosos ingresando a la cmara en la que reinaba un perfumevegetal intenso, exquisito. Un par de lmparas iluminaban el ambiente, decorado conrefinados enseres de madera oscura. Junto a una ventana cerrada, una mujer muy alta, enfinos atuendos sacerdotales, lo observaba con una copa en su mano. Qued rgido alreconocerla. Era ella, la Suprema, la mxima autoridad de la Ciudad, la Alta Sacerdotisa

    Guaxara.Etxekide haba visto muchas veces a la Alta Sacerdotisa en las masivas ceremoniasreligiosas, pero nunca haba estado cerca de ella. Su estilo de gobierno divida radicalmentelas opiniones de los ciudadanos. Para la mitad de la poblacin que la amaba, ella tena labelleza y sabidura de una diosa. Para la mitad que la odiaba, Guaxara era el smbolo delatraso y de la humillacin de Ciudad Sexta.

    Nunca haba estado tan cerca de ella. Su presencia era impresionante. Pareca aun ms altaLos cabellos grises le agregaban distincin a las lneas de su rostro, las piedras de su tiarasacerdotal brillaban como estrellas y su cuerpo esbelto, perfectamente torneado pese a suscincuenta y ocho aos, se adivinaba a travs de la transparencia de su tnica.

    Ella no le dio la bienvenida. Solamente lo observ curiosa. Se acerc a l y toc sushombros, luego apreci los msculos de sus brazos, le acarici el pecho y por ltimo fue aprobar la firmeza de sus nalgas. Completada la inspeccin se dirigi a una mesa pequea,tom una jarra, llen una segunda copa con un lquido color mbar y la ofreci a Etxekide,que permaneci inmvil, pasmado, atnito, parado en el centro de la habitacin.

    Guaxara aguard a que Etxekide diera unos sorbos a la copa antes de iniciar laconversacin.

    Por qu has venido a m, Etxekide ?

    l atin a confesar que no haba ido, sino que lo haban llevado, pero se arrepinti antes depronunciar una palabra. No lograba captar las razones de Guaxara para recibirlo en persona,en un sitio vedado para los hombres, a medianoche y durante una fiesta.

    Opt por ir directamente al asunto.

    He venido a solicitar una partida de bronce para la Eskuela de Astronoma, SacerdotisaGuaxara.

    A ella pareci disgustarle su respuesta.

    No, mi querido. No has venido por eso.

    Etxekide balbuce su confusin.

    No ... he ... venido ... por ... eso ?

    No, Etxekide. Ha sido tu luz la que te ha trado hasta aqu.

    Mi ... luz ? Efectivamente. Tu luz lleg a la etxea de Itahisa al comenzar esta noche, no es cierto ?

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    Etxekide qued perplejo.

    Ehhh ... yo ...

    Guaxara prosigui.

    Tu luz no pudo entrar. Se vio reflejada. Entonces tu luz se desvi hacia la etxea vecina, no

    es cierto ?Etxekide se encogi de hombros aturdido, resignado a que Guaxara le interpretara losacontecimientos recientes de su vida.

    Es cierto, Sacerdotisa Guaxara.

    Bien, me alegro que empieces a entenderlo. Fuiste entonces con la simptica Tasirga. Yqu ocurri ? Ella recibi tu luz como te merecas. Tasirga tiene en inteligencia lo que le faltade belleza. Ella comprendi lo que deba hacer y lo hizo bien. Ella trajo tu luz hasta m. Loentiendes ?

    No ... no estoy seguro de haberlo entendido, Sacerdotisa Guaxara.

    Mi querido Etxekide, bebe un trago a ver si te espabilas. De qu estamos hablando ?

    Etxekide obedeci la orden. Aquella extraa cerveza color mbar era deliciosa, pero no leayud a aclarar sus ideas.

    Estamos hablando de ... mi luz ?

    Guaxara dej la copa en la mesa y tom a Etxekide de la cintura. Lo hizo girar hastaenfrentarse a un gran espejo de bronce pulido. Etxekide pudo verse a s mismo de cuerpoentero, rodeado por los brazos de la Alta Sacerdotisa. Pudo gustar intensamente su perfume.Pudo sentir los pechos que se apoyaban en su espalda. Pudo verla a ella tambin en elespejo, por primera vez sonrindole. Tuvo un sobresalto cuando Guaxara le dio un suavemordisco en su oreja, antes de susurrarle:

    Espejos, Etxekide, estamos hablando de espejos.

    Etxekide ya haba renunciado a comprender aquella conversacin. Bebi otro sorbo decerveza e intent cambiar de tema.

    Qu es ese perfume tan ... rico ?

    Guaxara pareci sentirse halagada.

    Te gusta ?

    l asinti. Ella fue a una repisa y trajo un frasco pequeo, una miniatura de nfora. Sin queEtxekide pudiera negarse, volc el aromtico contenido sobre su cabeza y comenz aextenderlo con caricias por su cuello y sus hombros.

    Es Xanat, Etxekide, esencia de vainilla de orqudeas negras. Cuenta la antigua leyendaque el amante muri y volvi a nacer como un vigoroso arbusto. La amante tambin muri yse convirti en una delicada liana de orqudea negra, para poder abrazar dulcemente alarbusto, a su amado. Desde entonces lo llamamos Xanat.

    Mientras las manos de la Alta Sacerdotisa lo frotaban con aquel blsamo vegetal, Etxekide sefij en su escote. Los pechos de Guaxara no se parecan a los de Tasirga. Sus formas eranredondas como las de una cpula, como las formas de esas copas de embriagante bebidacolor mbar. Las partes masculinas de Etxekide dieron seales de responder al desplieguede provocaciones. Ya dejaba de preguntarse qu estaba haciendo en ese lugar, por quGuaxara tomaba tanto empeo en manosearlo ... por qu Tasirga ... por qu Zebensui ... porqu Itahisa.

    Ven, Etxekide. Hay algo que quiero mostrarte.

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    Salieron de la habitacin, caminando por una de las galeras que bordeaba el patio. Por unaescalera de mrmol llegaron a la planta superior. Etxekide segua a la Alta Sacerdotisa fijadoen el movimiento de sus partes traseras, visibles a travs de la delicada tela de su tnica. Enel extremo del siguiente corredor subieron otra escalera ms angosta y empinada por la quese acceda a una terraza.

    Desde all alcanzaban a verse las luces nocturnas del puerto. Etxekide qued encantado conla vista, de un lado el puerto, del otro el inmenso mar oscuro y por encima, el estupendomanto de estrellas.

    Te gusta ?

    l asinti. Tomndolo de la mano, Guaxara lo gui por el contorno de la terraza que daba almar hasta alcanzar el lado este de la azotea del Palacio. Entonces ella se detuvo sonrindole.Cuando l lo vio, qued boquiabierto.

    Apoyado en el piso haba un gigantesco disco de bronce blanco. Un descomunal espejocircular con suave curvatura, perforado en el centro, inclinado para mirar al cielo. Y a cincopasos, otro espejo curvo ms pequeo, enfrentado al primero, sostenido a gran altura por unposte y varias sogas.

    Etxekide no daba crdito a sus ojos. All estaba. No era un dibujo en un lienzo. Era real. Eraperfecto. Era el espa de la noche.

    Te gusta ?

    l asinti. Regodendose, Guaxara lo condujo detrs del espejo principal. Lo hizo sentarseen el piso, de espaldas a una pared de piedra negra que despeda calor.

    Cudate de no tocar la pared porque puedes quemarte. Observa a travs del orificio haciael espejo pequeo y vers el cielo como nunca lo viste.

    Etxekide pudo ver el cielo nocturno como nunca lo haba visto. Las estrellas lucan ntidas,hermosas. Pero eso no era lo ms impresionante. Haba infinidad de estrellas ms pequeas

    en el firmamento. Pudo reconocer las izar-multzo del nfora y del Bisonte sumidas encolecciones de estrellas menos brillantes y rodeadas de aglomeraciones desconocidas.

    Etxekide continu observando, extasiado. Separadas por un instante, vio pasar dos estrellasfugaces en direcciones opuestas, suceso que celebr con exclamaciones de asombro.

    Te gusta ?

    l asinti.

    Esto es ... maravilloso, Sacerdotisa Guaxara.

    Ella se mostr contenta.

    An no has visto todo lo que quiero mostrarte, mi querido Etxekide.

    Etxekide la mir con aprensin. No era posible que Guaxara pudiera mostrarle algo msasombroso de lo que ya haba visto aquella noche. No era posible que ocurrieran ms cosasinesperadas aquella noche. Ella sostuvo su mirada y comenz a hablarle en tono solemne.

    T sabes, Etxekide, que el Dios Egu, el hijo de nuestra Diosa Ama, se nos hace presentecada da en la forma de eguzki, el sol. El sol es la luz y el calor de nuestras vidas. Es laenerga masculina que nos viene de Egu. T sabes, Etxekide, que esa energa es muypoderosa. Necesitamos de ella para vivir, ciertamente. Pero al mismo tiempo debemoscuidarnos de ella, debemos controlarla. Entiendes lo que te digo, Etxekide ?

    l no entenda, pero supo disimularlo. Ella continu.

    Qu ocurrira si no controlramos la energa masculina ? Qu ocurrira si los hombres nos

    gobernaran ? Puedo decrtelo con certeza, Etxekide. Viviramos como las bestias,matndonos unos a otros, comindonos los unos a los otros. Viviramos en los rboles

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    aullando como los gatos monteses. No tendramos una Religin que propicia la convivenciaplacentera entre mujeres y hombres. No dominaramos las Ciencias de la Navegacin, delCultivo, de la Msica, ni de la Eskritura. No habramos construido la civilizacin msavanzada que ha existido sobre esta Tierra. No podramos leer las estrellas como t puedeshacerlo, Etxekide. Ni tendramos los conocimientos para fabricar una mquina como sta, quenos permite espiar las maravillas de la noche.

    La vehemencia del discurso de la Alta Sacerdotisa inhiba cualquier comentario. Etxekide sepercat que sus pendientes de plata con forma de serpiente oscilaban como pndulosmientras ella gesticulaba su alegato.

    Somos lo que somos, Etxekide, porque hemos aprendido a controlar la energa masculina.Porque hemos sabido someter a eguzki, porque hemos logrado dominar al sol. Fjate en esapared detrs de ti. Si intentas tocarla te quemar los dedos. Sabes t que en este Palacio hayms de treinta habitaciones ? Sabes que en cada habitacin hay una tina de bao ? Sabesque cada una de esas tinas est llena de leche caliente ? Cmo crees que podemosmantener treinta tinas de leche caliente en cualquier momento de la noche ?

    Entre tantas cosas que le resultaban incoherentes, Etxekide crey tener la respuesta a

    aquella desatinada pregunta. Porque hay muchas cabras que dan leche todos los das ah afuera. Y porque lossirvientes ponen a calentar la leche ordeada en calderos cerca de un fuego.

    No, Etxekide. No calentamos la leche con lea. Fjate bien. Acaso puedes ver humosaliendo de las chimeneas ?

    Etxekide prest atencin a las torres de las chimeneas. Efectivamente no haba indicios dehumo. Acerc su mano a la pared caliente. Era intrigante.

    No lo entiendo. Termin por admitir.

    Ella lo mir con ternura. Se acerc y lo bes cariosamente.

    Esta pared forma parte de un gran recipiente. Un enorme vientre de este Palacio,rebosante de leche, que toma calor al contacto con esta piedra. Lo ves ?

    Etxekide observ la piedra. Luego a los discos metlicos que componan el espa de lanoche. Por primera vez tuvo la sensacin de que las cosas empezaban a tener sentido. Losespejos de bronce que ahora permitan ver las estrellas, durante el da atrapaban el calor delsol y lo dirigan a la pared. La piedra negra retena ese calor. Al punto de que continuabaextremadamente caliente pasada la medianoche. Era prodigioso. Era increble.

    Est caliente por ... el sol ?

    Guaxara sonri complacida. Por toda respuesta volvi a besarlo, pero esta vez no retir suboca. Dej sus labios ofrecidos para que fuera l quien la besara.

    Etxekide deseaba hacerlo.Mientras ella le acariciaba los cabellos, l se atrevi a besarla con fuerza y fue bien recibido.Busc su lengua y fue bien recibido. Etxekide jams haba soado con tocar a la mujer mspoderosa de Ciudad Sexta, tan amada como odiada, tan ambicionada como aborrecida. Sinembargo all estaba con ella. All estaba, besando a la Alta Sacerdotisa, a esa mujer cuarentaaos mayor, en una terraza del Club de la Serpiente, en una noche clida signada porsucesos inslitos.

    Fue bien recibido por Guaxara cuando sus manos fueron a moldear los pechos redondos atravs de la finsima tela. Del mismo modo que haban sido bien recibidos sus tanteos en lospechos punzantes de Tasirga, cuando los acontecimientos inslitos de aquella noche recincomenzaban a suceder. Cuando el amante de la mujer que ahora lo estaba desvistiendo, se

    haba entrometido entre las piernas de su amada Itahisa. Las cosas empezaban a tenersentido.

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    Las manos delgadas de Guaxara fueron bien recibidas por su zakil. La boca de Guaxaracontinu besando, mordisqueando y lamiendo las zonas sensibles cercanas a su oreja, hastaque ella, dejando caer al piso la tnica sacerdotal y colgndose de su cuello, volvi a dirigirlela palabra.

    Tu energa masculina te trajo hasta m, Etxekide. Ahora me la vas a dar. La quiero toda.

    A Etxekide no se le ocurri discutir semejante demanda. Tomando con firmeza a Guaxara, laelev del piso, para que ella se sujetara con las piernas en su cintura. Ella maniobr condestreza para que su natura anciana pero aun jugosa, recibiera al zakil joven y esplndido deEtxekide.

    l disfrut la penetracin tanto como ella. Se detuvo un instante a deleitarse. Retuvo esemomento en su memoria para el resto de su vida. Estaba dentro de la Suprema y ella loestaba gozando. Luego atin a moverse, manejando a Guaxara con sus fuertes manosmasculinas aferradas a sus nalgas. Hacindola salir y entrar. Haciendo trepar la excitacinpor escalones empinados, por espejos de calor, por embestidas de energa masculina.

    Guaxara alcanz su estallido gritndolo, sin importarle que la numerosa concurrencia delPalacio, all abajo, se enterara. Etxekide continu sostenindola, balancendola,consumiendo sus fuerzas en cada arrebato, acercndose al momento supremo.

    Dmela Etxekide, dame tu leche caliente ! dmela ya !

    Etxekide no desobedeci. Explot de inmediato dentro de Guaxara, temblando. Por segundavez en la noche derram su goce en estertores. Por segunda vez en la noche entreg susemen a una receptora insospechada. Por segunda vez en la noche qued exhausto,consumido, vaciado, feliz.

    Guaxara afloj las piernas que lo envolvan, se par frente a l y lo bes. Recogi su tnicasacerdotal y se la coloc sobre los hombros. Luego, posndose una mano sobre el pecho, ledijo.

    Mi querido Etxekide. Cuando tengas ganas de volver a ver las estrellas ya sabes adondetienes que dirigirte.

    l no se encontraba en condiciones de responder. Mir por un instante al cielo estrellado pararecuperar el aliento. Cuando volvi a bajar la vista, Guaxara ya no estaba.

    Etxekide qued all, sentado en la terraza, por un rato. Tras recuperar las fuerzas, supoconducirse por pasillos y escaleras de regreso al saln principal, donde la fiesta languideca.

    Tasirga no se hallaba y la concurrencia no se mostraba amable a su permanencia all. Salidel Palacio. Aguard otro momento por Tasirga, pero ella no se present. El cansancio seextenda por todo su cuerpo. Decidi marcharse.

    Comenz a recorrer el sendero que atravesaba el bosque hacia el otro lado de la colina. Losacontecimientos de la noche se agolpaban desordenados en su memoria. Ya no se oan lostambores del Palacio sino el canto persistente de los grillos. Mientras cruzaba el bosque sesorprendi al ver que una persona se aproximaba, caminando por el mismo sendero ensentido contrario. Quin podra estar yendo al Palacio cuando asomaba la madrugada y lafiesta estaba terminando ?

    Cuando lo tuvo enfrente, lo reconoci. Era Zebensui. Era el esbirro que regresaba.

    Etxekide no se detuvo, pero s lo hizo Zebensui. A su vez, l lo haba reconocido. Pese a laoscuridad, Etxekide lleg a captar la expresin de asombro en su bonito rostro. Y al dejarloatrs, tambin lleg a captar la palabra que a l se le escap de los labios, esa sola palabra,emitida en tono de perplejidad y hasta de enojo.

    Xanat.

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    Zebensui haba advertido el perfume en el que Etxekide haba sido baado. La esencia devainilla de orqudeas negras. La amante que abraza dulcemente a su amado. La fraganciapreferida de Guaxara.

    Etxekide continu su camino risueo. La situacin era graciosa. Sumamente graciosa.

    Empez a rerse de su suerte durante aquella noche. Las escenas vividas se lerepresentaban ridculas, grotescas. Perfumes que delataban a las flores, cabras a las que seordeaba semen, vasijas emulando pechos femeninos, amantes fugaces cruzando elfirmamento. Todos eran espas de la noche. Espas que al mirarse al espejo no se hallaban,porque la superficie curva les devolva una imagen invertida, indecente, de s mismos.

    Cuando traspasaba los lmites del bosque, Etxekide escuch nuevamente los aullidos delgato monts. Esta vez los gemidos roncos del lince no le resultaron intimidantes, sinojocosos. No se le antojaron malvolos, sino simplemente sarcsticos.

    Sin agacharse a recoger una dhalia, Etxekide fue a dormir a la etxea de Itahisa.

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    El espa de la noche

    Un cuento en el universo ertico de Itahisa de Atlantis.

    2013, Quique Tavernini

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