el espacio público: las cosas colectivas, juan carlos pérgolis, juan carlos pérgolis
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7/31/2019 El espacio pblico: las cosas colectivas, Juan Carlos Prgolis, Juan Carlos Prgolis
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Publicado en la Columna Espacio Pblico, peridico LAHOJA. 2008
El espacio pblico: las cosas colectivasJuan Carlos Prgolis
Hace unos aos, el terico italiano Marco Romano escribi un artculo
que llam Ciudadanos sin ciudad; all se preguntaba porqu nos cuesta tanto
asumir las cosas colectivas, las que son de todos -como el espacio de la ciudad-
y haca una asombrosa reflexin, sealaba que as como el deseo de amar est
impreso en el alma hasta que encuentra su objeto amado, as el deseo de las
cosas colectivas existe en lo ms ntimo de las personas y lo que lo despierta es
algn objeto al que pueda darle un nombre reconocido. Sin dudas, es cierto, ya
que nada nos mueve ms hacia la ciudad que el impulso por participar de lo
colectivo: un paseo con amigos, la tarde en un parque o el concierto
multitudinario y nada nos enorgullece ms como ciudadanos que mostrar lo que
es de todos: nuestraciudad.
Ms adelante, Romano agrega que para ser reconocidas por los
ciudadanos, entre los signos de su sentimiento de pertenencia a una comunidad,
las cosas colectivas deben mostrarse como objetos que vienen de lejos y van
lejos, tienen historia y futuro, porque nadie confiara su propia identidad que es
conciencia y seguridad de s mismo en el tiempo- en objetos recin inventados,
sin races y sin garanta de futuro.
Entonces entend porqu nos cuesta tanto asumir, o aunque sea
reconocer el Palacio de Justicia en la Plaza de Bolvar, nuestraplaza y entend
tambin el porqu de los esfuerzos hechos hace unos aos por cubrirlo con
enormes fotomurales. Finalmente entend tambin que mientras ms lo alejan de
la poblacin encerrndolo en vallas y llenando de prohibiciones el espacio que lo
rodea, menos ser reconocido por la poblacin.
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Pero el Palacio de Justicia no es el nico ejemplo, tal vez sea uno de los
ms representativos de lo que ocurre con la arquitectura y con la ciudad de los
edificios del poder, pero en cuntos lugares de Bogot ocurre lo mismo, en
cuntos se antepone algn caprichoso inters personal ante lo colectivo sin
tener en cuenta que la comunidad est vida de cosas colectivas y cuando las
encuentra es ella misma quien las nombra, quien les descubre un pasado que
es historia- y les seala un futuro. Porque el da en que cada edificio, cada calle,
cada rincn de Bogot puedan ser nombrados y reconocidos por los ciudadanos,
no tendremos dudas de nuestra identidad y la ciudad podr ser el objeto y
satisfacer el deseo por las cosas colectivas.
El espacio pblico: el mar
Juan Carlos Prgolis
Despus de una conferencia en Barranquilla, un grupo de estudiantes me
coment su inters por viajar a la capital. No conocemos Bogot, se
lamentaron algunos y sin dudas, la queja era justificada ya que para ellos era
imprescindible conocer el desarrollo y los problemas de la metrpolis, su
arquitectura y las transformaciones de su espacio pblico. Mientras los
entusiasmaba para organizar un viaje a la capital, pensaba que muchos de mis
estudiantes bogotanos nunca han estado en la orilla del inexplicable mar, como
lo definiera Cames.
En el plano infinito del mar se vive el presente y cada instante tiene una
dimensin nica; frente al mar no hay tiempo, no hay que poner el presente en
funcin de futuros proyectos, observa Claudio Magris en el prlogo de El infinito
viajar. Qu pensaran mis alumnos, que nunca han estado en una playa o en el
borde de un acantilado viendo discurrir el mar y transcurrir la vida, sin la prisa de
la ciudad, que nos exige acabar un momento, pasarlo rpidamente para iniciar
otro igualmente acelerado y siempre en camino a algn futuro proyecto: el
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encuentro o el desencuentro; no viven para vivir, viven para despus decir que
han vivido. Nadie desea lo que no conoce, cmo hago para crear en mis
alumnos el deseo de un mar que no conocen?
Los estudiantes de Barranquilla anhelaban la ciudad laberinto,
desorientarse en cualquier rincn, descubrir lo imprevisto, porque nada atrae
tanto como el misterio, como lo desconocido que puede presentarse a la vuelta
de cualquier esquina. Pero el gran laberinto es el mar, que igual que el desierto,
muestra infinitos caminos: un paisaje para dejarse llevar por el laberinto de la
vida, para zambullirse en el inconsciente, desorientarse en l o descubrir lo
imprevisto all donde pensbamos que todo estaba previsto.
El mar es masculino, pero para quienes lo han vivido de cerca:
pescadores y poetasvuelvo a pensar en Cames- el mar es femenino, la mar.
Repito entonces la pregunta pero ahora en su gnero correcto cmo hago para
crear en mis alumnos el deseo de una marque no conocen? cmo hago para
que el anhelo los gue a ese espacio sin lmites que ofrece bahas serenas y
escollos, placeres y tormentas, lejanas y retornos?
Los sentimientos ante el mar nunca son abstractos, se confunden en la
realidad de un recuerdo ancestral: en el mar naci la vida y muchos aos
despus subi a la tierra
Espacio Pblico: La privatizacin de la imagen en Bogot
Juan Carlos Prgolis.
Ciudades como Pars y Roma compiten por ser las ms fotografiadas por
ciudadanos y turistas; saben que ese ttulo que se otorga anualmente- es un
reconocimiento no slo a la belleza de la arquitectura y los espacios urbanos,
sino tambin al encanto de su ambiente, que sugiere la foto de una esquina, de
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la perspectiva de una calle o del gesto de una fachada. A ningn parisino o
romano se le ocurrira impedir que el visitante fotografe su calle o su fachada,
por el contrario colaboran, con orgullo, para el logro de la imagen. Algo as
tambin ocurre en Montevideo, Buenos Aires o Santiago, de donde los turistas
regresan con cantidades de fotos que se revierten en nuevos turistas que viajan
a esos lugares.
Bogot podra ser como cualquiera de esas ciudades: no le faltan cualidades
arquitectnicas o urbansticas, enmarcadas en un inigualable entorno natural.
Tampoco le falta encanto al ambiente o a los pequeos gestos: la vida en una
tienda de esquina, la lnea de una cornisa contrastando con la textura blanda del
cerro, la luz mgica de las ltimas horas de la tarde, el rasgo republicano o
moderno de alguna fachada.
Pero qu difcil es fotografiar a Bogot... los que tratamos que nuestros alumnos
descubran los atractivos de la ciudad y de la vida en ella, sabemos que en algn
momento tendremos que rescatarlos de alguna estacin de polica, porque
estaban fotografiando la calle o el parque sin permiso. Cmo har un turistapara saber qu puede y qu no puede fotografiar de aquello que se supone que
es de todos, incluyndolo a l, al visitante?
Los que amamos la vida de la ciudad y nos maravillan sus lugares, sabemos
tambin, que en otro momento tendremos que enfrentarnos con algn celador o
vigilante privado que impide fotografiar el espacio pblico que es de todos-
porque all en esa esquina o en esa calle vive alguien que no desea serfotografiado, como esas divas de Hollywood que en su breve cuarto de hora
huyen de los paparazzi. Sin embargo aqu no se fotografan intimidades sino
espacios y lugares de la ciudad sobre los cuales el vigilante privado de una
vivienda -o de una institucin- no tiene autoridad; aunque los veamos poniendo
conos anaranjados para que, en el espacio de todos y donde nadie por decreto
de la Alcalda- puede estacionar, lo hagan los vehculos de sus patrones.
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Esta es una inslita privatizacin del espacio pblico, porque es la apropiacin
arbitraria de su imagen y esta privatizacin es tal vez ms profunda y dolorosa
que la del vendedor que ofrece sus mercancas sobre un pao o una
improvisada mesa, porque es la expresin prepotente y soberbia del temor al
otro, al que se piensa que es diferente y solamente por eso hay que rechazarlo e
impedirle usar y disfrutar de la ciudad, cuyos espacios son de todos. Por eso
tambin, quieren cambiar la imagen grata de una foto que testimonia el encanto
de la ciudad, por el recuerdo de la prepotencia privada que ms all de su
mbito invadi lo pblico.
Espacio Pblico: Los ocho miradores de los cerrosque rodean a Bogot.
Siempre pens que Bogot es una ciudad que no se ofrece fcilmente, que
hay que descubrir en rincones o en pequeos gestos; por eso, cuando mepropusieron subir a los ocho cerros que rodean Bogot dud de las imgenes de la
ciudad desde las alturas. Pero Bogot no solamente tiene un lejos fascinante, sino
que cada vista nos habla de una ciudad diferente, una ciudad que an desde las
alturas no se la domina en su totalidad y que cada parte es un mundo, de los muchos
que existen simultneamente y que la rutina, que nos acostumbr a la mirada
cercana, no nos deja ver.
Salimos temprano en la maana de domingo, en el centro haba poca gente,
menos an en San Cristbal y en los barrios que dejbamos atrs; pero mientras la
buseta trepaba por las calles pendientes, descubramos una ciudad que en cada
cruce nos regalaba una vista larga; una ciudad extraa de puertas y ventanas
cercanas que sugeran la intimidad de los interiores y de pronto, entre los muros con
esas puertas y ventanas, se abra un paisaje casi infinito, porque unos metros ms
all de la calle y sus casas el terreno caa en abrupta pendiente.
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Hicimos la primera parada en el cerro Juan Rey. Llova en el Parque
Entrenubescreo que siempre llueve- pero de pronto, algn claro permita ver parte
de Usme, las lagunas de las ladrillera junto al Tunjuelo, cada una de un color
diferente entre la regularidad de las urbanizaciones nuevas. Ms all, los gusanos
rojos de TransMilenio dorman en su enorme playn. Fue la primera parada, pero nos
hubiramos podido quedar todo el da viendo los pequeos movimientos del deslinde
de la ciudad.
La buseta desanda parte del camino y comienza a subir otro cerro, en este hay
mucho comercio y gente en las aceras, mucho trfico en la maana de domingo en
Lucero Bajo. La segunda parada es en el Parque El Volador en Lucero Medio, una
vieja cantera convertida en lugar de paseos y prcticas deportivas, una gran
extensin de la pendiente del cerro con canchas y caminos; la mirada alcanza hasta
Soacha: paisaje industrial y denso tejido urbano, cada tanto el rigor de alguna
urbanizacin con sus casas en fila. Pero la buseta sube an ms, despus de Lucero
Alto las casas se separan unas de otras y entre ellas el paisaje es casi rural, ya casi
no hay rboles y las pocas casas de la vereda Quiba aparecen dispersas.
La buseta ya no tiene carretera, circula por el pasto verde claro entre las torres
de una lnea de alta tensin. Desde un borde se ve el centro de Bogot, los edificios
altos se asoman entre la nube oscura del smog, estn muy cerca de los cerros.
Recuerdo los relatos de Eugenio Daz: los paseos de las familias bogotanas en el
siglo XIX siguiendo los arroyos que bajan la montaa: los hombres en cacera de
pequeos roedores y las mujeres atrapando mariposas con sus sombreros,seguramente nunca llegaron tan alto y la ciudad que vean era ms pequea que el
actual centro. Bajamos por Arborizadora y atravesamos la ciudad por la Boyac,
hasta el cerro de Suba, Ciudad Hunza, ms arriba de las antenas de la televisin por
cable. La vista es magnfica, el valle est repleto de construcciones: conjuntos de
vivienda de muchos pisos, invernaderos, colegios. La vida urbana es joven en Bogot
y el gesto rural est siempre presente.
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Nueva parada: almorzamos en el Parque de los Nevados en Suba, un lugar
esplndido con recorridos entre la vegetacin, bancas y terrazas desde donde en
das claros- se puede ver la secuencia de cumbres nevadas y donde resulta imposible
sentir la cercana de la ciudad, que esta all, a pocos pasos, pero nos rodea la calma
en uno de los ms bellos parques de Bogot. Otra vez cruzamos la ciudad, ahora en
sentido transversal y por Lijac, sobre la carrera sptima comenzamos a trepar el
Cerro Norte, la carretera de El Codito. Fiesta en la cima, una cancha de ftbol sin
partido, vecinos de paseo, carpas de colores en la tarde de sol, fritanga, tejo y polas,
el campo en la ciudad; al pie, la carrera sptima, ms all, la sabana y la mirada se
pierde hacia Cha. La tarde avanza y nos faltan dos miradores.
En Chapinero, la subida al cerro El Cable es la ms cercana a mis recuerdos
de los relatos de Eugenio Daz: vegetacin y arroyos, paseos de muchachos . Arriba
hay partido de ftbol, tambin hay cometas y toldos de colores, otra fiesta, esta con la
organizacin de un bazar parroquial. Abajo, la ciudad est muy cerca, no se oyen,
pero intuimos los ruidos del trfico. La buseta baja a la circunvalar y trepa
nuevamente, ahora hacia el cerro de Guadalupe, con su bosque denso y oscuro enlas ltimas horas de la tarde, con el sol rasante que se cuela entre las hojas.
Junto al santuario de la Inmaculada Concepcin hay varios carros, los turistas
miran asombrados la textura infinita que es Bogot; ms abajo, en otro cerro, el
santuario de Monserrate, impresiona ver a Monserrate ms abajo. El recorrido
peatonal pasa por terrazas junto a la enorme imagen de la Virgen; abajo, a nuestros
pies est el centro, la traza perfecta de la Plaza de Bolvar, el Eje Ambiental y elextrao vaco del Parque del Tercer Milenio. El sol bajo del atardecer tie de
anaranjado la ciudad y pone reflejos de fuego en las ventanas y los techos mojados
por alguna de las tantas lluvias del da brillan como metales bruidos. Sin dudas es la
hora ms entraable para quienes sentimos la emocin de esta ciudad que alguna
vez estuvo pegada a los cerros y ahora, desde aqu, vemos desparramada por la
extensa sabana.
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