el escritor - josé luis gonzáles

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  • 8/17/2019 El Escritor - José Luis Gonzáles

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    El escritor

    José Luis González

     A Luis Rafael Sánchez 

    Aquel domingo, cuando el escritor se despertó, la luz del sol entraba ya por las ventanas

    entreabiertas y bañaba la habitación de claridad. El hombre se incorporó en la cama y se

    desperezó bostezando largamente. Después se levantó, metió los pies en las pantuflas y se

    envolvió en una elegante bata de seda azul.

    alió a la sala.

     !"#aura$ !llamó.

     !"eñor$ !respondió una voz de mu%er %oven desde la cocina, en el fondo de la casa.

     !&Dónde est' el periódico(

     !En la mesita al lado del sof', don #uis.

    e sentó a leerlo antes del baño, pero los o%os todav)a pesados de sueño le dificultaron lalectura. E*plicó entonces, alzando la voz, lo que quer)a de desayuno, y con una toalla

    limpia alrededor del cuello se dirigió al cuarto de baño.

    e dio en primer lugar un prolongado duchazo, recre'ndose con la blancura de la espuma

    que hac)a el %abón cuando le daba vueltas entre las manos. Después, una vez seco, se afeitó

    esmeradamente, comprobando satisfecho en el espe%o que le hab)a quedado impecable la

    l)nea del bigote recortado y ya entrecano. +inalmente se aplicó la loción con una serie de

     palmaditas vigorosas en las me%illas.

    estido ya, en la mesa, la sirvienta le tra%o un vaso de %ugo de toron%a. A continuación,

    huevos fritos con %amón, después el café con leche -cargado, como era de su gusto y

    tostadas con mermelada de melocotón.

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    Estaba encendiendo un cigarrillo cuando la sirvienta reapareció para retirar el cubierto. El

    hombre la observó mientras regresaba a la cocina. Era una mulata clara, de veinte años a lo

    sumo, que caminaba con un involuntario cimbreo de las caderas generosas. El escritor no

     pudo reprimir la evocación libresca/ 0ulipandeando la 1eina avanza 2 3 de su inmensa

    grupa resbalan 2 4eneos cachondos que el gongo cua%a 2 En r)os de az5car y de melaza.

    6"7ué buen poeta mi tocayo$ 8emas vulgares, en ocasiones, "pero qué sentido del ritmo y

    del vocablo e*acto$6

    0uando la muchacha volvió a la mesa, trayendo un cenicero, él apagó el cigarrillo en la taza

    del café y le tomó una mano.

     !#aura...

    #a muchacha hizo un intento débil, instintivo, de retirar la mano.

     !&7ué es( !preguntó con un asomo de alarma.

     !#aura, yo nunca hab)a advert)... quiero decir, yo nunca me hab)a fi%ado bien en ti. &abes

    que eres muy bonita(

     !"Ay, irgen, don #uis, no diga eso$ !y segu)a tratando de retirar la mano, pero él no se

    la soltaba.

     !&9or qué no voy a decirlo, si es verdad(

     !Don #uis, no sea as), dé%eme ir.

    El hombre le rodeó el talle con un brazo.

     !#aurita !le di%o, apoyando un lado de su rostro sobre uno de los senos estupendamente

    firmes!. #aurita, acomp'ñame a mi cuarto. :n ratito nada m's.

    #a muchacha se zafó de un tirón/

     !"Don #uis$

    ;l se puso de pie.

     !85 sabes que la señora est' en casa de sus parientes y no viene hasta mañana. amos,

    compl'ceme, mira que te voy a hacer un regalito.

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    #a muchacha se cubrió la cara con ambas manos y se fue sollozando a la cocina. ;l

     permaneció de pie %unto a la mesa, sintiendo el s5bito golpeteo de la sangre en sus sienes.

    6"o sabe cómo se lo agradecer)a. :sted siempre fue tan buen amigo de 9aco...

     !3o estar)a dispuesto a adquirir esa colección por los ochenta pesos que acaba de

    mencionar. e parece(

    #a mu%er miró los libros !los nombres ilustres grabados en oro en los lomos de las finas

    encuadernaciones! y balbuceó/

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     !9ero... esa colección... costó casi mil pesos, y est' muy bien cuidada. :sted sabe que

    9aco...

    El hombre hizo adem'n de ponerse el sombrero. #a mu%er se apresuró a aceptar/

     !o sab)a, no pod)a saber, que en ese instante ya estaba habl'ndole a una viuda.

    El escritor, ahora, se sentó a su mesa de traba%o, frente al retrato del difunto t)o solterón que

    le hab)a legado tres casas de vecindad en 9uerta de 8ierra -cuya renta le permit)a dedicar 

    todo su tiempo a la literatura. 0olocó ante s) la cuartilla en blanco, tomó la pluma y apoyó

    la cabeza en la otra mano.

    4edia hora después no hab)a logrado una sola oración coherente. e levantó irritado, con

    un comienzo de %aqueca. Encendió otro cigarrillo y volvió a recorrer con la mirada las

    hileras de vol5menes en los estantes. 6#eeré un poco6, se di%o. 64e har' bien.6 De la calle

    llegaban algunos ruidos apagados, que el escritor apenas distingu)a/ un pregón, un

     bocinazo, un grito de muchacho... En los momentos en que se dirig)a a uno de los estantes,

    llegó hasta la habitación, con toda claridad, el sonido de dos detonaciones. 9ero el o)do del

    escritor, entregado ya a la comple%a armon)a de un p'rrafo de 9roust, fue incapaz de

     percibirlo.

    En la esquina m's cercana, a unos cincuenta metros de la casa del escritor, se hab)a

    apostado desde las siete un grupo de diez hombres. #os bolsillos de sus ropas de obreros,

    abultados como si contuvieran ob%etos irregulares y deformes, llamaban la atención de los

    escasos transe5ntes de la hora. :no de los hombres !corto de estatura, delgado, ya no

     %oven! se mov)a entre los dem's hablando en tono ba%o y con pocos ademanes. us

    compañeros, a veces sin mirarlo, asent)an con la cabeza a sus palabras.

    A medida que pasaba el tiempo aumentaba el tr'nsito de gente/ señoras y muchachas

    acicaladas rumbo a la iglesia, velo y misal en mano? sirvientas en busca del periódico o del

     pan para el almuerzo? hombres que iban al %uego de béisbol, e*altado de antemano el

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    entusiasmo partidario. 9asaban unos cuantos automóviles con familias que se dirig)an al

    campo o a la playa. El grupo de obreros permanec)a !impasible, casi hosco! en su

    esquina.

    A eso de las nueve y media apareció en el e*tremo de la calle un camión cargado dehombres. en)an también dos polic)as, uno en cada estribo. A una orden del que parec)a %efe

    del grupo, los hombres de la esquina se echaron a la calle y formaron una valla de una acera

    a la otra. El camión se detuvo frente a ellos. Algunos transe5ntes se detuvieron para

    observar. #os que ven)an en el camión ten)an aspecto idéntico al de los que estaban en la

    calle. :no de los polic)as se dirigió a estos 5ltimos/

     !"A ver$ &7ué es lo que pasa(

    e adelantó el %efe del grupo, en actitud sosegada/

     !#o 5nico que queremos es hablar con los compañeros que vienen ah) arriba. Eso no est'

    en contra de la ley.

    El polic)a le contestó, después de un instante de vacilación.

     !i ellos lo quieren o)r, hable. 9ero nada de discursos, que tenemos prisa. >o se puede

    interrumpir el tr'nsito.

     !>o hay problema !di%o el otro!. El camión est' parado en su derecha.

     !"

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     %untos, seguiremos toda la vida en la miseria$ "0ompañeros, hoy por nosotros, mañana por 

    ustedes$ "A ba%arse$

    #os obreros del camión empezaron a cuchichear entre s). #os de la calle les gritaban/

     !"A ba%arse$

     !"A ba%arse, compañeros$

    :no de los polic)as di%o de pronto/

     !Est'n perdiendo el tiempo? ninguno va a ba%arse. igue, chofer.

    9ero en ese momento uno de los de arriba, un mulato achaparrado, de voz gruesa, gritó/

     !"3o me ba%o, coño$

    3 saltó a la calle. #os de aba%o acogieron su decisión con e*clamaciones de aliento/

     !"As) se hace$

     !"9a@ba%o$ "ean hombres$

    #os dos polic)as volvieron a cambiar miradas r'pidas. El mulato les gritaba ahora a sus

    compañeros/

     !"

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     !"Dé%enlo ba%ar$ "Dé%enlo ba%ar$

    El que encabezaba a los de aba%o gritó entonces, sacando un puñado de piedras de un

     bolsillo y lanzando él mismo la primera/

     !"Ahora, muchachos$

    3 una recia pedrea se desató sobre el camión. El grupo de curiosos se deshizo en una

    carrera apresurada. El chofer del camión aplicó los frenos, asustado, y se echó sobre un

    costado en el asiento. #os obreros que ven)an arriba empezaron a ba%arse atropelladamente.

    :no de los polic)as intentó contenerlos, pero los hombres corr)an en todas direcciones y se

    un)an a los de aba%o. Entonces el otro polic)a, agazapado %unto a uno de los guardafangos

    del veh)culo, sacó su revólver sin premura y buscó con la vista al %efe de los huelguistas.

    Apuntó cuidadosamente, apoyando la mano que empuñaba el arma en la palma de la otra, y

    disparó dos veces. #a v)ctima se llevó las manos al abdomen, abrió la boca y cayó de

     bruces. Al sonar los disparos, se produ%o una desbandada general hacia las esquinas m's

    cercanas. 0on la calle despe%ada, los dos polic)as caminaron hacia el ca)do. El que hab)a

    hecho fuego lo tocó con la punta del pie. El cuerpo no se movió.

     !#o mataste !di%o el otro polic)a.

     !A%'. 4ira ver lo que tiene en los bolsillos.

    El otro empezó el registro con desgana. acó por todo unas monedas, un pañuelo sucio,

    varias piedras y una cartera vie%a con un amarillento retrato de mu%er y un carnet de

    miembro del sindicato de obreros de la construcción, e*pedido a nombre de Agapito livo

    hac)a menos de un año.

     !e a dar parte !di%o el primer polic)a!. A nosotros no nos toca levantarlo.

    3 como viera que su compañero, los o%os fi%os en el muerto, no se dispon)a a cumplir la

    orden, le preguntó con aspereza/

     !&7ué te pasa(

     !>o, nada. Es que ese hombre...

     !"7ué(

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     !9ues... no estaba armado.

     !Eso acabas de descubrirlo ahora. Dime una cosa/ &cu'nto tiempo llevas t5 en la polic)a(

     !eis meses.

     !4e lo imaginaba. A ustedes los nuevos lo que les hace falta es otro Domingo de 1amos

    en 9once, para aprender a bregar con esta chusma. "