el elixir de la vida

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Cuento ilustrado

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Érase una vez un avispado alquimista que se instaló en los alrededores de un poblado perdido. A un cabrero que paseaba su rebaño le explicó que había hallado el elixir de la vida, la fórmula de la vida eterna.

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El pastor se lo relató a su mujer y, deseosos de convertirse en inmor-tales, adquirieron cada uno un frasco del mágico elixir. Tuvieron que pagarle con todos sus ahorros y vender casi la mitad de su rebaño, pero cualquier precio hubiera sido bueno a cambio de la eternidad.

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El alquimista les hizo entrega de un negruzco y dulzón jarabe, del que había que tomar una cucharada cada primer dia del año.

En el momento en que acabasen el frasco alcanzarían la inmortalidad.

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La voz corrió rápido entre los aldeanos y, uno tras otro, todos los hombres y todas las mujeres del pueblo compraron un frasco.

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Al cabo de unos días el alquimista abandonó el pueblo con cien sacas repletas de monedas de oro.

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Cada primero de año los aldeanos se tomaban religiosamente la susodicha ración y año a año los frascos se iban vaciando con cada cucharada.

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Pero un día sucedió algo inesperado. Uno de los habitantes falleció reperntinamente de un ataque al corazón.

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El comité de sabios de la aldea se reunió para debatir sobre el alcance de lo sucedido, pues la inquietud y el pavor se habian extendido entre los habitantes del lugar.

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Tras varias horas de debate cayeron en la cuenta de que el alquimista les había advertido de que la inmortalidad llegaría cuando se hubiesen consumido todas las raciones y era evidente que el frasco del fallecido aún le faltaban unos tres o cuatro dedos para ser apurado.

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Así que todos recuperaron la tranquilidad y la fe en el elixir de la vida. Lo cierto es que el avispado alquimista había depositado en cada frasco... ¡ ciento cincuenta raciones ! Por eso cada vez que alguno de los vecinos del lugar fallecía, el resto se consolaba entre sí diciendo:

- ¡ Es que no acabó el bote !

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