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EL EFECTO MARIPOSA

Manuel Cubero Urbano

EL EFECTO MARIPOSA

© Manuel Cubero Urbano

EL EFECTO MARIPOSA

LA MADRE

Unos cien años llevaba el planeta Tierra viviendo la

paz más absoluta. Ni guerras, ni huelgas, ni conflictos de

tipo alguno alteraban el diario discurrir de la Tierra. Al decir

del último escritor conocido que, lógicamente, nació cuando

los niños aún venían al mundo sin control estatal, el mundo

era tan aburrido que el apego a la vida se daba por pura

casualidad. Feliciana, embarazada de dos meses, aguardaba

su turno para someterse, como toda mujer en estado de

buena esperanza, a los controles de selección genética.

–Doctor, mi abuela contaba que en su juventud había

artistas. Eran encantadores... ¿No podría tocarme uno a mí?

–Señora, por favor, el estado suprimió ese tipo de

individuos hace décadas. No sabe usted lo peligrosos que

eran.

–Verdad, qué tonta soy. Si ya no está autorizada esta

clase de gente.

–Le toca niño, ¿verdad? –interrumpió el doctor Pérez.

–Sí. Un niño. Ojalá me toque un político de pro.

Corresponde uno esta semana ¿no?

–Vaya, parece que todas las embarazadas tienen el

mismo sueño.

–Claro, doctor. Una madre siempre quiere lo mejor

para sus hijos.

–La comprendo, señora. Pero no olvide que esta

semana también toca diseñar genéticamente cuatro

maestros, diez técnicos, cuarenta albañiles…

–No me diga más... A mí me toca un albañil. Mi hija

será maestra rural, y ahora un albañil. Si es que soy una

desgraciada como la copa de un pino.

–Pero empezará a trabajar con 18 años, señora. Cada

profesión tiene sus ventajas. Se librará usted de él antes que

canta un gallo.

Era la rutina de cada día. El doctor Pérez lo sabía bien.

Cada semana tenía que aprenderse de memoria dos listas, la

de individuos a engendrar, incluido género, profesión y

tendencia sexual y la de ventajas que cada profesión

acarreaba, y que, indefectiblemente, debería recitar de

manera convincente a cada una de las futuras madres según

fuese el destino de su retoño.

–Pero si es político, no trabajará nunca y ganará más...

–¿Y la prensa, señora? Imagínese los titulares de los

periódicos poniendo a su hijo a caer de un burro.

–Sí, vale. Pero luego, ninguno de ellos se cae del

burro. Desde finales del S. XX, siempre la misma historia.

–Eso es verdad, a un clavo ardiendo se agarran. Y

como son ellos quienes dictan las leyes...

–Incluida la Ley de Selección Genética. Pandilla de...

Mira qué casualidad, la profesión de político siempre les

toca a sus hijos...

Después de un largo debate, Feliciana estaba a punto

de convencer al doctor para que hiciese una trampilla. Y es

que, todo hay que decirlo, además de testaruda como ella

sola, era de una belleza sin igual. Había sido diseñada para

ser modelo de pasarela al cumplir los veinte años y eso, a

pesar de haber pasado ya de los treinta y ocho, aun se

notaba. El doctor Pérez, por su parte, debió ser diseñado con

algún defectillo. Al fin y al cabo su avanzada edad delataba

que nació cuando aún no estaba perfeccionado el sistema de

selección genética aplicada al ser humano. Un error de

cálculo, al diseñar su vocación de ginecólogo, había

potenciado algo más de lo normal su gusto por el sexo

femenino.

No obstante, y por motivos que ustedes imaginarán

fácilmente, el asunto fracasó. La llamada de un político,

cuya esposa, embarazada de dos meses, tenía cita con el

doctor Pérez al día siguiente acabó con los sueños de

Feliciana.

LA SELECCIÓN GENÉTICA

Como algún lector podrá adivinar, la selección

genética consiguió lo que no habían conseguido las armas.

Cada hombre tenía su camino trazado desde el vientre de su

madre. Los seres humanos fueron convertidos en animales

dóciles, pacíficos y trabajadores infatigables. Con la sola

excepción de grandes empresarios, financieros y

gobernantes, claro. Para algo era la banca quien gestionaba,

en colaboración con el gran capital y el estado, la creación

de los distintos individuos que la sociedad requeriría en cada

momento. Predestinado desde el vientre de su madre, ningún

ser humano conocía el paro. Cada ciudadano tenía marcados

genéticamente tanto su vocación profesional como las

correspondientes capacidades intelectuales. Y, lo que es más

importante, su mente estaba diseñada para sentirse feliz

cumpliendo las obligaciones laborales para las que estaba

diseñado. Teniendo en cuenta que su principal cualidad

debía ser la productividad en el trabajo, se suprimieron

todos los vicios que pudiesen influir negativamente sobre

ésta. Así fue como el tabaco, las bebidas alcohólicas, la

libertad, las quinielas e, incluso, el placer derivado de la

procreación desaparecieron de la faz de la tierra. Conceptos

como los de ambición, lujuria, gula y pereza pasaron a ser

totalmente desconocidos y borrados del diccionario.

Llegados es este punto cayeron, también, el ejército, la

policía y, en consecuencia, las armas. Eliminada del cerebro

humano cualquier tipo de rebeldía ante la predestinación a

que había sido sometido, era innecesaria la existencia de las

fuerzas represoras. Así pues, la paz y la indiferencia

quedaron hermanadas. La rutina, el aburrimiento y la

docilidad se habían impuesto de tal manera en el mundo que

la mismísima clase médica se veía abocada al hastío

profesional. Salvo rarísimas enfermedades todo, salud y

enfermedad estaba controlado.

Andaba Feliciana por el quinto mes de gestación. El

futuro albañil era ya un feto robusto. Como buen albañil,

desde el seno materno sus hormonas esbozaban un conato

de excitación cuando detectaban en las cercanías la

presencia de alguna mujer de buen ver. Todo rodaba según

las previsiones del doctor Pérez y su equipo hasta que surgió

un minúsculo imponderable de incalculables proporciones.

Feliciana había ido a una granja cercana para adquirir

huevos de producción ecológica. El campo era pura

explosión primaveral. Se mostraba lleno de luz, color,

insectos, y perfumes naturales que invadían los alrededores

de la finca.

Una florecilla, diminuta y multicolor, ofrecía sus

esencias con toda la potencia que da la naturaleza a los seres

libres. La joven, al verla, se agachó, y la tomó entre sus

manos. Un insecto, que libaba los exquisitos jugos de la flor,

abandonó su refugio airado ante la invasión de su intimidad,

luego revoloteó alocadamente hasta quedar prisionero bajo

la falda de la muchacha.

Al día siguiente, una leve roncha junto al ombligo y un

resquemor apenas perceptible anunciaron que el malhadado

insecto había dejado su huella a escasos centímetros de la

criatura que en aquellos momentos sesteaba en el vientre

materno. Temerosa de que aquello fuese algo más que una

simple picadura, y que los controles médicos determinasen

la necesidad de provocar un aborto, Feliciana guardó

absoluto silencio a pesar de la estricta legislación vigente

sobre estas cuestiones. Sabía muy bien que hasta la picadura

de un mosquito, un dolor de muelas, o incluso un simple

arañazo debían ser controlados por los responsables

sanitarios.

Pasaron varios días hasta que desapareció todo indicio

de la picadura. Nada hacía sospechar que aquel incidente

hubiese interferido lo más mínimo en la evolución del feto.

Así, cuatro meses más tarde vino al mundo Robustiano.

Joven, fuerte, y con el coeficiente intelectual justo para

desarrollar su futura labor de obrero de la construcción.

ROBUSTIANO

Sus primeros años de vida se sucedieron con absoluta

normalidad. Transcurrió sin problemas la enseñanza

primaria. Obtuvo buenas notas en Educación Física y

Manualidades, flojitas, pero suficientes, en Matemáticas, y

fracaso total, según lo previsto, en Lengua, Historia y demás

enseñanzas humanísticas...

Al llegar a la enseñanza profesional surgió un pequeño

problema. Los profesores lo achacaron a una torpeza

intelectual que, de acuerdo con su destino profesional, había

sido prefijada genéticamente: Robustiano solía plantear

muchas dudas sobre los contenidos de algunas materias

relativas a derechos laborales y sociales.

–Esto no significa que adolezca de insuficiencia

intelectual grave –dijo el psicólogo cuando fue consultado

sobre el tema–. Simplemente, es una señal evidente de sus

inquietudes en aras de lograr un máximo rendimiento

laboral, lo que, unido a su escaso coeficiente intelectual, da

lugar a esas dudas que plantea.

Acabados sus estudios llegó la hora de integrarse en el

mundo profesional. El joven se reveló como un trabajador

incansable, entregado a su labor, y sumiso a las órdenes de

arquitectos y aparejadores. Resumiendo un albañil perfecto.

Tanto es así que el equipo médico laboral llegó a considerar

la conveniencia de proceder a un profundo estudio de su

constitución genética y establecer, si procedía, un nuevo

modelo cromosómico de albañil similar al de Robustiano.

–Nunca se había conseguido una perfección en grado

tan elevado –presumía el doctor Pérez, un joven catedrático

de genética que, sin duda, había heredado lo mejor de su

padre.

Los primeros análisis físicos no detectaron nada

especial. Sólo una levísima turgencia junto a su ombligo. Un

simple lunar, según uno de los médicos.

–Parece como si durante su gestación, hubiese sufrido

la inyección de algún elemento extraño que, al atravesar su

cordón umbilical, dejó un nudo minúsculo –afirmó otro

doctor.

–He revisado el expediente que realizó mi padre sobre

su gestación y no apunta irregularidad alguna –afirmó el

doctor Pérez.

–Parece ser que un cromosoma presenta mínimas

desviaciones con respecto a la normativa preestablecida. Ahí

está, posiblemente, la clave de su perfección –ratificó un

compañero de laboratorio–. Debemos esperar hasta que

alcance la plena madurez laboral para conocer a fondo su

composición cromosómica.

Logrado este acuerdo entre los doctores, sólo cabía

esperar unos meses para poder discernir las particularidades

genéticas de Robustiano. Fue semanas después cuando

surgió la primera señal de alarma. Un detalle sin

importancia. Se estaba construyendo un altísimo rascacielos

que ponía en riesgo la integridad de los obreros. Entonces

los genetistas se percataron de que el vértigo podría ser

causa de varios accidentes laborales sufridos por los obreros

de la construcción.

CONFLICTO COLECTIVO

Gozaba de un breve descanso en unión de sus

compañeros cuando quiso la mala fortuna que la espléndida

figura de una joven pasase bajo el andamio en el que daban

cuenta de un suculento bocadillo. Uno de ellos no pudo

evitar un brusco gesto de admiración subyugado ante tanta

belleza.

–Adiós, preciosa –gritó al tiempo que un

desvanecimiento estuvo a punto de dar con sus huesos en el

suelo.

Robustiano, ágil y fuerte como pocos, logró agarrarlo

por el fondillo de sus pantalones. Gracias a ello, evitó una

tragedia que, por unas décimas de segundo, revoloteó sobre

aquel andamio.

–No hay derecho –protestó–. Ha estado a punto de

morir por culpa de un simple mareo.

–Yo diría que este obrero padece vértigo. Habrá que

ponerlo en conocimiento de la superioridad, podría tratarse

de un fallo en el diseño genético... –apuntó el asistente

sanitario de la obra.

–Con lo sencillo que era haber encargado este trabajo

a los indios mohawk... –refunfuñó Luisón, uno de los

albañiles aficionado a leer novelas del oeste.

A raíz de lo que pudo ser un gravísimo accidente los

trabajadores celebraron una asamblea informativa. El miedo

a padecer vértigo se había apoderado de ellos. Tras un tenso

debate en el que Robustiano intervino activamente

acordaron mantener un paro indefinido. No estaban

dispuestos a seguir trabajando a unas alturas en las que se

jugaban la vida por culpa de un posible fallo en sus genes.

Aprobada la proposición, los albañiles eligieron una

comisión presidida por nuestro protagonista para comunicar

el acuerdo a los capataces.

Dos horas duró la reunión entre los representantes de

los trabajadores y sus superiores inmediatos. Concluida ésta,

el Jefe de Personal, alarmado ante una situación

completamente desconocida a la que no pudo encontrar

respuesta en los registros de la empresa, solicitó una reunión

con el Arquitecto Jefe y el Supervisor Laboral. Era la

primera vez que, desde tiempo inmemorial, se registraba la

protesta de un grupo de trabajadores. Después de discutir

largamente sobre el suceso decidieron acudir a los archivos

históricos para encontrar antecedentes sobre cuestión tan

singular.

–Esto es un conflicto colectivo –concluyó uno de

archiveros–. Llamando a las cosas por su nombre: una

huelga, según la terminología de los antiguos sindicalistas.

Lógicamente, y vista la gravedad del asunto, llegaron

a la conclusión de que era absolutamente necesario informar

a los altos cargos.

–No me digan ustedes que esta gentezuela ha tenido la

osadía de resucitar el movimiento sindicalista –comentó

indignado el Arquitecto Jefe de la Sociedad Constructora

Intermundial al tener noticia del suceso.

–¿Movimiento sindicalista? –inquirió extrañadísimo el

Presidente Ejecutivo–. Nunca oí hablar de este tipo de

organizaciones.

–Se trata de una peligrosa subclase profesional que

puso en grave peligro las estructuras sociales hasta bien

entrado el S. XXI –respondió el Director General para

Europa de Recursos Humanos, que había hecho en su

juventud un estudio sobre las antiquísimas organizaciones

laborales y sus consecuencias en el devenir de la sociedad.

–Ya recuerdo haber estudiado ese tema, ya –ratificó el

Jefe de Análisis Históricos–. Los muy degenerados hasta

expresaban sus ideas cantándolas... Algo así:

Arriba parias de la tierra.

En pie famélica legión...

–Música y reivindicaciones laborales unidas. Nefasta

combinación. No se había visto cosa igual desde hace más

de un siglo. Hay que advertir al gobierno del gravísimo

peligro que se cierne sobre el mundo –decidió el Presidente

Ejecutivo.

LA CUESTIÓN PALPITANTE

Según algunos investigadores pudo ser el anciano

doctor Pérez quien provocó intencionadamente el fallo

genético que condujo a la catástrofe que aquí les relatamos.

Otros defienden la teoría de que la culpable fue Feliciana,

cuya negligencia y egoísmo le impidió denunciar el ya

referido incidente sanitario provocador de un cambio

imprevisto en el desarrollo del feto. ¿Pudo ser, en este caso,

la simple picadura de un insecto causante de una calamidad

como la que estamos viviendo? Un tercer grupo de eruditos,

en fin, se inclinó por un fallo meramente circunstancial.

Continuando mi investigación, supe de un grupo de

científicos defensores de una cuarta teoría: un siglo después

de que la paz mundial hubiese sido impuesta gracias al

progreso de la ciencia, la sociedad, en continua evolución

como todos sabemos, comenzaba a dar señales de

agotamiento. Muchas décadas habían transcurrido desde la

muerte del último humano nacido al albur del destino.

Tiempo en el que, gracias a la ciencia, el hombre se había

convertido en un ser incapaz de la más mínima perversión

del orden establecido. Domeñada en grado sumo la

personalidad del hombre, ¿pudo estar aquí la causa de

aquella catástrofe?

Después de analizar argumentos a favor de cada una

de las teorías arriba expuestas, he de señalar que incluso en

el más allá se notó el cambio acaecido a la especie humana

en las últimas décadas. Lógicamente, aquellas almas puras,

limpias de toda maldad, obedientes a las directrices

emanadas de las supremas autoridades, fuesen civiles o

religiosas, tenían las puertas del Cielo abiertas de par en par.

Las del Infierno, al contrario, estaban oxidadas por el

desuso. Aunque todos los ángeles caídos unieron sus fuerzas

en aras de lograr algún fruto que traer a sus fuegos eternos,

nada habían conseguido. Por el contrario, el Paraíso vio

cómo el espacio se le hacía pequeño. Tales circunstancias

desembocaron en la necesidad de urbanizar algunos jardines

edénicos con el fin de acoger a los nuevos pobladores que,

de forma masiva, llegaban cada jornada a las puertas del

Paraíso. Éste comenzaba a sufrir una aglomeración de almas

insoportable mientras el Infierno, por su parte, se había

transformado en un remanso de paz.

Como quiera que las noticias de tal situación se

extendiesen por todo el universo, Mehiel, el ángel de la

inspiración, consideró llegado el momento de denunciar tal

injusticia:

–Lucifer y sus diablos viven como reyes. Trabajan

menos que un cura, media hora al día y, además, con un

ayudante. Mientras nosotros, aquí, vivimos agotados,

rendidos y como piojos en costura.

Con cuatro pinceladas, este ángel había dibujado

magistralmente la situación. Llegados a este punto, he de

hacer constar que, pasado un tiempo, también el Averno

comenzó a vivir momentos difíciles. La falta de trabajo

suele preceder, como cientos de veces nos ha revelado la

historia, a graves momentos revolucionarios. Lucifer,

advertido de la cuestión, recordó entonces que cuando el

diablo no tiene nada que hacer, con el rabo mata moscas.

Y como el aburrimiento trae consigo la funesta manía

de pensar, buscó y rebuscó entre los documentos del

Archivo Infernal hasta dar con una serie de libros que el

enemigo celestial había tenido a bien catalogar como graves

errores de la humanidad. Todos ellos estaban intervenidos

por las autoridades mundiales. No tanto por su amor a Dios

como por la necesidad de controlar que la humanidad se

mantuviese fiel a su prefijado destino. Estudiándolos a

fondo, un pequeño detalle atrajo la atención de Adramelech.

Entre aquellos documentos, encontró varios, escritos por

algunos inquilinos del Infierno, que cometían la osadía de

decir auténticas barbaridades.

–Una de estas burradas –afirmó un diablo que,

dedicado a tareas administrativas, no visitaba la tierra desde

hacía miles de años– dice que desde la creación del mundo

hasta la aparición del hombre sobre la tierra habían

transcurrido millones y millones de años y no sólo seis días,

como afirmaba la Biblia.

Al oír aquello, Lucifer le dirigió una mirada asesina

antes de iniciar una serie de largas reuniones de trabajo con

los jefes diabólicos de las distintas secciones. La Comisión

Superior del Averno concluyó que había llegado la hora de

recuperar el tiempo perdido.

–Además –intervino sonriente Bael, un demonio que

acababa de llegar de espiar por los alrededores de los

pórticos celestiales–, las puertas del paraíso son un

verdadero Infierno. Aquello es una maravilla.

–Anteayer hubo un conato de manifestación en

protesta por la tardanza en gestionar el control de pasaportes

–intervino su acompañante Gusatán–. Miles de almas

bloquean la entrada hasta el punto de que estuve a punto de

lograr que un grupo de almas recién llegadas agrediesen a

Pedro.

–Pero considerando que ya estarían fallecidos cuando

realizasen esa actividad incorrecta... ¿hubiese sido pecado

suficiente como para ser remitidos a nuestro territorio? –

dudó Lucifer.

–Al menos lo podemos intentar –propuso Nebiros,

Mariscal de Campo del Infierno.

–De acuerdo. Comenzaremos por la clase política –

aceptó Lucifer–. Tradicionalmente era, junto con la clase

financiera, nuestra principal fuente de ingresos.

ATACANDO EL PROBLEMA

Un grupo de diablos especialmente preparados para la

guerra de guerrillas se desplazó a la Tierra con la esperanza

de recuperar los viejos tiempos, aquellos en que los

privilegiados de la vida acababan convirtiéndose en

inquilinos del Averno. Recorrieron los lugares donde

encontraban su clientela tradicional. Todo fue en vano.

Gobernantes, financieros y demás favorecidos de la

sociedad alcanzaban sus puestos de trabajo por medios

completamente legales, puesto que legal, y científicamente

perfilada, era la explotación del hombre por el hombre. Su

carrera estaba trazada desde el vientre materno, y su ascenso

a las cumbres del poder tenía lugar a través de un proceso

normativizado y sin atropellos imprevistos.

El Resto de los ciudadanos aceptaban con absoluta

resignación el papel adjudicado por sus proyectistas y no

concebían otra forma de vivir. Los diablos llegaron a la

conclusión de que se enfrentaban a una guerra perdida de

antemano. Al fin y al cabo, ni los privilegiados tenían ya

necesidad de seguir robando, ni los explotados se rebelaban,

inconscientes de tal situación.

Los últimos clientes captados fueron, precisamente,

los diseñadores de esa nueva especie humana, según explicó

el Presidente de la Comisión de Asuntos Terrenales en un

pleno del Congreso Diabólico reunida con el fin de analizar

los informes de la guerrilla luciferina enviada a la Tierra.

Viendo la imposibilidad de recuperar el terreno perdido,

Lucifer llamó a Adramelech, el diablo de la inspiración.

–Amigo. Ha llegado la hora de acudir a la diplomacia.

Date una vuelta por el universo a ver si encontramos un

resquicio por donde atacar.

–A primera vista no veo nada interesante –respondió

Adramelech después de una breve gira–. No obstante, en mi

paseo por Roma he observado que los católicos celebran un

Concilio Ecuménico. Allí se debaten las últimas propuestas

en orden a regular las próximas décadas de la Iglesia y

mejorar su rendimiento laboral, cosa sumamente difícil

como bien sabemos.

–Me acabas de dar una idea –sonrió Lucifer después

de meditar sobre lo escuchado– ¿Recuerdas lo que decía

aquel loco acerca de la creación?

–Perfectamente. Hoy esa doctrina es un dogma de fe

científico y aceptado por la Iglesia –respondió Adramelech

adivinando las intenciones de su jefe–. Claro que podemos

atacar la cuestión precisamente por haber manipulado los

genes del hombre. Recuerda un pequeño detalle: fueron sus

promotores, precisamente, nuestros últimos clientes de

prestigio. Por su culpa aquello que decía el catecismo de que

el hombre había sido creado libre y a imagen y semejanza

de Dios ha pasado a la historia. Ahora es el hombre quien

crea al hombre a su gusto y capricho.

Aquello suponía una puerta entreabierta y había que

aprovecharla. Por consiguiente, el Príncipe de las Tinieblas

decidió proponer una nueva guerra santa al XXXV Concilio

Ecuménico Romano, a través del cardenal Presidente del

Santo Oficio, contra una civilización que, horrorosamente

manipulada por sus autoridades políticas y económicas,

suprimió las libertades humanas. A ambos, les convenía la

convocatoria de esta guerra. Aquello suponía una condena

de excomunión que podrá afecta a gran parte de la

humanidad. De esa manera, el Infierno conseguiría nuevos

clientes y el Cielo, por su parte, ganaría tiempo para

reestructurar los espacios celestiales cada vez más

atiborrados de almas inocentes.

Enterado de esta posibilidad, Dambahiah, el arcángel

de la sabiduría, encargó a su corte de ángeles científicos la

elaboración de un informe sobre el soberbio y rebelde

atrevimiento de los científicos al manipular los genes de sus

hermanos en contra del designio divino. Si aquello suponía

un nuevo pecado de soberbia, habría que estudiar la

posibilidad de provocar una catástrofe que rompiese el

monótono discurrir de la vida terrenal. Algo que atrajese la

ira divina renovando el listado de pecados capitales con el

fin de reabrir las puertas del Infierno.

–Esperemos la respuesta del Santo Oficio. Si nos sale

la jugada, esta nueva condena de excomunión se hará

extensiva a todo el género humano. A partir de ahí, todo

será coser y cantar –dijo Adramelech.

COMIENZA A VERSE LA LUZ

Pero, como dice la sabiduría popular, nunca llueve a

gusto de todos. Sometida la propuesta diabólica al estudio

de una comisión mixta de ángeles y sabios destinados en el

Cielo, ésta llegó a la conclusión de que sólo se podía acusar

a la clase política y económica de un exceso de celo en la

búsqueda del camino de la santidad. Por consiguiente no

procedía ningún tipo de actuación condenatoria.

–Aunque, eso sí, deben cesar inmediatamente en sus

actividades correctoras de la creación –concluyó San Pedro,

que actuaba como portavoz de la Gran Asamblea Celestial.

–Y si aquellos que vivieron antes de los nuevos

tiempos llevaban en sus genes la posibilidad de pecar... más

que culpa suya fue solamente una demostración palpable de

que la acción creadora de Dios había sido perfecta y

desinteresada –afirmó San Francisco Javier.

–Bien dicho, compañero –apoyó San Ignacio de

Loyola–, más de un ejemplo de pecadores ilustres se mueve

por aquí.

–Vale, vale –interrumpió San Pablo–. Olvidemos los

viejos trapos sucios y entremos en lo que nos trae a esta

reunión.

Fueron muchos los habitantes celestiales que

enrojecieron al recordar sus años mozos, hasta que Santo

Tomás de Aquino, haciendo honor a su larga trayectoria

intelectual, decidió lanzar una propuesta revolucionaria:

–Teniendo en cuenta, pues, que la actividad del

hombre, incluso la comisión del pecado, contó con el

consentimiento divino, propongo a esta Asamblea la

promulgación de una indulgencia plenaria con efecto

retroactivo tanto a los demonios como a los hombres que

hasta este momento arden en los infiernos desde Caín al

momento actual.

–Lo contrario, sería hacerle el juego a Lucifer y su

cohorte de rebeldes infernales –concedió Dambahiah.

–¿Y cómo solucionamos el problema del espacio? –

inquirió un angelito anónimo y algo ignorante.

Una vez más, como tantas otras, la más simple de las

dificultades suele provocar terribles problemas de facilísima

solución. Todas las miradas se volvieron hacia Miguel, el

arcángel de la tierra. Éste guardó unos segundos de silencio

en un clarísimo intento de atraer sobre su figura la atención

de toda la Asamblea Celestial:

–Si el planeta fue condenado a ser un valle de

lágrimas, bastante han llorado ya los vivos para que también

sigan sufriendo después de muertos. ¿Por qué no apoyar,

entonces, que tanto allí abajo como en nuestros dominios

vuelva todo a sus viejos cauces?

–Claro, tu vieja amistad con Lucifer te obnubila la

mente. No olvides que desde su gran pecado se convirtió en

nuestro eterno enemigo –respondió Verdalén, el ángel de la

verdad.

–Cierto, amigo Verdalén. Ahí quería llegar yo. No

olvides que tú también eres el ángel de la paz y el perdón.

Fue un duro debate. Si por un lado, reinaba la alegría

en el Cielo ante la bondad que irradiaba toda acción

humana, por el otro, no era menos cierto que aquello

desembocaría en una masificación del espacio celestial,

masificación que llevaba acompañada una merma

considerable en la calidad de los servicios prestados a las

almas del paraíso.

Al final se impuso la opinión de Dambahiah. Con todo

el dolor de su corazón, Lucifer vio cómo parte de sus

compañeros de la corte infernal mostraban un gozo inefable

ante la propuesta de indulgencia plenaria total desde el

pecado original hasta la fecha. Firmado el divino decreto

que establecía el perdón de todos los pecados, incluidos los

cometidos por Lucifer y sus seguidores, se impondría la

consiguiente reubicación de las almas procedentes del

Averno, cosa que llevó a la Agrupación de Ángeles

Conservadores a un conato de rebelión.

–Vale. Cerramos el Infierno y aquí, quienes llevamos

una eternidad sin haber gozado de un solo pecado pasamos a

vivir en un infierno por culpa de tanta aglomeración –

protestó un ángel de la guarda que llevaba milenios

guardando dóciles rebaños de ovejas.

De nuevo fue providencial la intervención de Miguel:

–Señores ángeles, arcángeles y demás coros

celestiales, seamos sensatos. No olvidemos que la primera

intención del Supremo Hacedor fue la ubicación de todas las

almas humanas en una sola parcela celestial. Fue el hombre

quien obligó a una segregación de terrenos que concluyó en

la creación del Infierno. Ahora bien, considerando que ese

lugar queda libre de uso una vez decretada la indulgencia

plenaria universal, procede ejercer una OPA (Oferta Pública

de Adquisición) sobre tales terrenos.

–Y considerando su escaso valor a causa de su

infrautilización, supondrá una inversión mínima en

comparación con los beneficios obtenidos –sentenció el

Espíritu Santo.

Un cerrado aplauso de la concurrencia dio por

concluido el debate. Unificados Infierno y paraíso, unidos

ángeles, arcángeles, serafines y demás coros tanto

celestiales como infernales, hermanadas todas las almas

humanas desde nuestros primeros padres hasta nuestros días,

la paz que reinaba en la tierra se vería correspondida por la

reinante en los cielos.

–No obstante, es necesario devolver la Tierra a la

normalidad –concluyó Jesús–. Recuerdo que, a pesar de

Herodes, Judas y algún que otro indeseable, no me fue tan

mal por aquellos lugares.

–Y además hiciste buenas amistades, hijo –ratificó

María mientras miraba cariñosamente a Juan.

EL FINAL DEL TUNEL

Fue en estos momentos, cuando tuvo lugar el

accidente terrenal al que me refería al comienzo de este

relato. Un albañil, un sencillo y humilde obrero de la

construcción, estaba rompiendo los esquemas universales. Si

era simple el ser que provocó el incidente, no menos

pazguatos fueron los técnicos superiores de la construcción

al olvidar que allá por las tierras del Lago Ontario, habitaba

una tribu especialmente dotada para soportar los efectos de

la altura, los indios Mohawk.

Cielos y Tierra temblaron ante el grave problema que

se cernía sobre el planeta. Para desesperación de gerifaltes

políticos y económicos, décadas atrás se habían suprimido

los ejércitos y la policía. Desde que se impuso la selección

genética se hicieron totalmente innecesarios. Por los ámbitos

terrenales comenzaba a reinar la libertad y la alegría de

vivir. La clase gobernante carecía de elementos represivos

que devolviesen a la vida la atonía universal reinante meses

antes. Por culpa de un grupo de ignorantes obreros de la

construcción, cuya única habilidad intelectual conocida era

la del piropeo a las jóvenes viandantes que pasaban ante su

lugar de trabajo, el mundo cayó en la cuenta de que existía

algo tan hermoso como la libertad.

–Si un vulgar albañil ha sido capaz de movilizar el

mundo de los vivos, ¿qué no podemos conseguir nosotros? –

preguntó Lucifer a su amigo Asmodeo.

El gran jefe de los infiernos aún no había perdido la

esperanza de mantener sus dominios. Aprovechando una

noche oscura como la boca del Infierno, aún más oscura

desde que la falta de clientela obligaba a la consiguiente

economía de combustible, Lucifer y Asmodeo se reunieron

con sus más íntimos colaboradores. Entre ellos se

encontraban Abaddon, Astaroth, Baalam y el mismísimo

Azazel quien, ansiando atizar la mecha de la discordia,

quería devolver a los hombres los planos de las armas más

mortíferas que se usaron en tiempos pasados.

Millones de almas condenadas por haber gozado los

placeres de la gula, la lujuria, la pereza y demás pecados

capitales añoraban los viejos tiempos en que nuevas

hornadas de pecadores renovaban a cada momento las

existencias de material. La promesa de una indulgencia

plenaria general no acababa de satisfacerlos. Caín sintetizó

aquellas preocupaciones en pocas palabras:

–No os imagino viviendo en la eterna pureza y

comiendo sólo lo justo para vivir, cosa que, vista nuestra

constitución espiritual, no es para tirar cohetes. Y además,

cantando misas gregorianas en lugar de nuestras divertidas

cantigas de escarnio y maldecir...

Después de oír aquellas palabras, los condenados al

fuego eterno propusieron a Baalam una iniciativa tentadora:

–Demos tiempo al hombre para que disfrute la libertad

y el placer por la buena mesa. Esperemos las consecuencias

y visto el resultado, decidamos nuestro futuro.

Venus, que acababa de incorporarse a la reunión,

apoyó la propuesta y amplió el campo de libertades a

ofrecer:

–Convenzamos al hombre de que la lujuria es,

simplemente, una actividad placentera más...

Una comisión diabólica se desplazó a la Tierra con el

fin de ofrecer al hombre su infernal sabiduría. Convertido el

género humano en un laboratorio experimental, los primeros

pasos fueron todo un éxito. La felicidad asomaba al rostro

de los humanos como nunca antes lo había hecho. Platos

exquisitos visitaban a cada momento mesas y manteles de

los rincones más apartados del mundo. Jóvenes hetairas y

apolíneos mozos deambulaban por doquier ofreciendo su

sabiduría y experiencia. Aprovechando los nuevos aires que

se respiraban, Robustiano y sus seguidores recorrían los más

apartados rincones del mundo para llevar el nuevo mensaje

de libertad. Visitaron colegios, talleres, universidades,

despachos financieros, parlamentos y sedes

gubernamentales.

Lo que nunca sospecharon es que estas tres últimas

visitas provocarían los primeros problemas de la nueva

época. Entonces descubrieron que aquellas conquistas que

estaban a punto de lograr no suponían novedad alguna en los

estamentos citados. El despacho del Director General de

Construcciones y Servicios Urbanos, estaba ocupado por

una lujosa mesa de despacho cuyos cajones servían de

morada a una colonia de arañas, frente a ella un televisor de

50 pulgadas ocupaba gran parte de la estantería. Otra parte

estaba cubierta por un espejo en cuyo lado inferior derecho

se mostraba un pequeño círculo verde. Al pulsarlo, el espejo

se abrió mostrando un precioso mueble abastecido de

botellas que contenían extraños líquidos de diversos colores

así como pequeñas cajas llenas de cilindros de papel

rellenos de hojas secas trituradas, una especie de extraños

globos de colores así como de otros elementos desconocidos

para aquellos obreros de la construcción.

Uno de ellos tomó una de las botellas y leyó:

–Vino Fino EL PATO. Elaborado a base de uva... –

Extrañado ante aquellas palabras se dirigió al Director

General– ¿se puede saber qué es esto?

–Ya lo está leyendo usted, son los restos líquidos

procedentes de la fermentación de uvas después de haber

sido pisoteadas por trabajadores agrícolas. Resumiendo, un

viejo veneno que, en casos de urgencia, se usaba contra

subalternos veleidosos –replicó de forma poco convincente

el aludido.

–Robustiano, deberíamos envenenarlo con alguno de

estos ponzoñosos líquidos –propuso un compañero.

–Sepan ustedes que este veneno tiene efectos

retardados cuyas consecuencias son, muchas veces,

imprevisibles. Pero si ustedes consideran que soy merecedor

de tal castigo, lo aceptaré impasiblemente. Sólo les pido que

después de beber una botella de esta perniciosa bebida me

permitan marchar a casa para recibir la ayuda de mis

familiares si la situación lo requiere.

–De acuerdo –aceptó Robustiano.

Recibida la autorización, el Director General tomó una

botella de aquel veneno y comenzó a bebérsela a pequeños

tragos vertidos en una copa de fino cristal.

–Si ustedes consideran mi actitud tan dañina para la

sociedad como parece, yo mismo me administraré un poco

de gas asfixiante.

Antes de recibir la autorización pertinente, sacó uno

de los pequeños cilindros de papel rellenos de hojas secas y

molidas y lo encendió por uno de sus extremos. Luego

procedió a aspirar por el otro extremo los humos que

emanaba.

–Encima nos ha salido masoquista –ironizó un

asistente sanitario que acompañaba a los albañiles al ver la

sonrisa de satisfacción que adornaba el rostro del Director

General–. Yo también voy a tomar un sorbo de este veneno,

hay que estudiar sus posibles efectos.

Sin dar tiempo a reaccionar a ninguno de sus

compañeros, se tiró al gaznate un trago de la botella.

–¡Cuidado! Puede ser peligroso –advirtió Robustiano.

–Es posible, pues de sabor está de muerte...

Al oír estas palabras, varios compañeros acudieron en

su auxilio. No fue necesario. Una sonrisa de satisfacción

mostró que las cualidades de aquel extraño y amarillento

líquido no debían ser muy peligrosas tomado a pequeñas

dosis.

¡PELIGRO!

Una vez más, como había sucedido alguna vez siglos

atrás, los desheredados de la fortuna, los de la genética en

este caso, protagonizaron una revolución que prometía

romper moldes.

Convencidos de que aquellos extraños líquidos no

eran excesivamente peligrosos consumidos en pequeñas

cantidades, dieron buena cuenta de ellos.

–Debemos evitar que estos venenos caigan en manos

de jóvenes irresponsables –dijo Robustiano a manera de

justificación mientras una sonrisa adornaba picarescamente

su rostro.

En pocos meses la semilla de una nueva era presidida

por la libertad y la recuperación de viejas costumbres se

extendió por el mundo entero. El conflicto laboral, lo que

siglos pasados llamaban huelga general, se extendió como

las malas simientes por toda la Tierra. Los gobernantes,

sorprendidos y careciendo de la maquinaria represiva

adecuada, comenzaron a investigar en los archivos

históricos sobre los métodos utilizados tiempo atrás para

reprimir las veleidades de las castas trabajadoras.

Así fue como la noticia llegó al Infierno. Desde allí se

enviaron embajadores especiales con el fin de informar a los

poderosos sobre los medios más adecuados para combatir a

los desheredados de la genética. Varios meses trabajaron sin

descanso intentando convencer a los gobernantes de las

indudables ventajas que les acarrearía la posesión de

aquellos diabólicos aparatos capaces de sembrar muerte y

destrucción a placer de sus dueños. A pesar de todo la

propuesta de Azazel de devolver a la humanidad los planos

de las armas no encontró el eco apetecido en algunos

humanos, la consideraban peligrosa.

–Podrían caer en manos de las clases trabajadoras –

expuso un gobernante algo aprensivo.

Sin embargo, otros, apoyados por empresas

multinacionales, propusieron aceptar la oferta diabólica y

proceder a la fabricación y venta de armamentos

desaparecidos muchas décadas atrás.

–Imaginad el negocio. Contrataremos a los

trabajadores más problemáticos, los armaremos hasta los

dientes y gracias a su rebeldía destruiremos medio mundo –

respondió, relamiéndose, uno de ellos pensando en los

múltiples beneficios que aquello les acarrearía.

–No le veo la punta a ese negocio –protestó un

pequeño empresario.

–Piensa, amigo, piensa. Trabajadores molestos

exterminándose unos a otros, fábricas y edificios en general

destruidos por esos vándalos...

–Pues vaya panorama.

–Ahora viene lo bueno: reconstruiremos todo de

nuevo y con dinero público. El nuestro, por lo que pueda

pasar, ya lo habremos puesto a buen recaudo antes de

comenzar el baile...

Afortunadamente para muchos y desgraciadamente

para los responsables mundiales de la cosa pública,

Robustiano, convertido en líder mundial de la clase

trabajadora, carecía de genes bélicos. Y, como él, todos sus

compañeros. Acostumbrados a las herramientas de trabajo y

al respeto a sus congéneres, aquellas mentes ingenuas no

concebían manejar un trasto capaz de romperle el alma a

otro hombre.

En vista de ello, el Presidente de la Organización

Mundial de Empresarios Gorrones (OMEG) decidió atacar

el problema desde la raíz conquistando los tiernos corazones

de la infancia mundial. El primer paso fue encomendar a la

OMEP (Organización Mundial de Educación y Progreso) la

adquisición y distribución gratuita de un material que, sin

lugar a dudas, encarrilaría el espíritu inocente de aquellas

criaturas por la senda deseada. Aquel año, los Reyes Magos

y Papá Noel, se vieron obligados a repartir por todas las casa

del mundo juguetes bélicos de las más diversas formas y

modelos. ¿Tendrían aquellos juguetes fuerza para romper el

espíritu pacífico y servicial de aquellas criaturas diseñadas

para algo muy distinto? Este era el gran interrogante que se

planteaban los líderes de la OMEG al ver la enorme

inversión realizada en juguetes bélicos. Los primeros

resultados del experimento aportaron ciertas esperanzas de

éxito. Para comenzar consiguieron despertar en los niños

considerables inquietudes deportivas. Carreras, saltos,

disparos al aire de inofensivas ráfagas de luz y color

llenaron calles y patios de recreo de todo el planeta. Como

quiera que aquello significara un evidente cambio en las

aficiones de los chavales, una chispa de esperanza comenzó

a brillar en las ambiciosas pupilas de los capitostes

mundiales, tanto financieros como gobernantes. Incluso

Lucifer y sus tropas comenzaron a pensar en la necesidad de

aumentar sus pedidos de carburantes ante la posible llegada

masiva de nuevos clientes.

–Magnífico –proclamó satisfecho el Presidente de la

OMEP–. Estos críos serán unos auténticos señores de la

guerra a poco que alimentemos su egoísmo.

–Buen camino ha iniciado esos zoquetes de la Tierra –

comunicó sonriente Azazel al Jefe Supremo del Averno–.

Banqueros y gobernantes serán los primeros en volver a

nuestros dominios, como siempre sucedió.

–Han caído en su propia trampa –respondió gozoso

Lucifer–. Y con las guerras que se avecinan, mucho me

temo que se invertirá la situación y tendremos que adquirir

terrenos celestiales para proceder a su reordenación urbana...

CONCLUSIÓN

Durante todo un año, el tiempo que duraron las armas

de ficción, la esperanza del alumbramiento de un nuevo

mundo lleno de violencia y muerte alegraba los corazones

de los dueños de la Tierra. De hecho, un mes después de las

fechas navideñas todos los gobiernos del mundo

suspendieron totalmente cualquier tipo de actividad en los

centros de diseño genético y se devolvió al azar y al deseo

de cada matrimonio la gestación de los futuros ciudadanos.

Y como los resultados fueron positivos, los primeros niños

nacidos en libertad comenzaron a poblar la Tierra después

de un siglo.

Llegó el invierno siguiente anunciando la proximidad

de las fiestas navideñas. Los sueños infantiles se inundaron

de esperanzas en forma de nuevos juguetes. Francisco, uno

de los más soñadores, bajó una tarde a un sótano que, desde

tiempos de su abuelo, había permanecido cerrado.

Rebuscando entre los trastos viejos dio con un cajón lleno

de libros. Pero aquello no eran libros de matemáticas, ni de

física, ni de temas similares. Rimas, se titulaba uno de ellos.

¿Qué sería aquello?

La curiosidad pudo más que las restricciones legales

sobre la libre elección de lecturas dictadas muchas décadas

atrás. Nunca leáis libros extraños que no hayan sido

recomendados por vuestros maestros, decía a cada momento

el profesor. Pero ¿quién puede con la curiosidad infantil? Lo

abrió al azar por una página cualquiera y leyó:

Por una mirada, un mundo;

por una sonrisa, un cielo;

por un beso... yo no sé

qué te diera por un beso.

Sus ojos se cerraron después de leer aquellas hermosas

palabras. Entonces recordó que una mañana, cuando

comenzaba a dar sus primeros pasos, su abuelo, hablando en

un susurro casi inaudible, le había recitado estos versos y,

después de mirar en todas direcciones hasta convencerse de

que nadie los veía, lo besó en la frente. Fue el momento más

hermoso de su niñez. Convencido de que había descubierto

la fuente de la felicidad, esa de que tanto hablaban su

abuelos, tomó el libro en sus manos, lo escondió bajo la

camisa y salió a la calle. Fue a casa de su amiguita Lucía y,

después de leerle aquel poema, le explicó las hermosas

sensaciones que se viven cuando besamos a un ser querido.

–El día de Navidad todos los niños del mundo le

regalaremos un beso a nuestros padres –propuso Lucía

entusiasmada ante las palabras de Francisco.

En aquellos tiempos, como siempre desde que los

niños son niños, los secretos entre ellos son una de las cosas

más hermosas que existen. Y el secreto de aquellos días, fue

que, llegada la Nochebuena, justo después de la cena, todos

los niños le harían a sus padres el mismo regalo: un beso.

Así lo hicieron. María de Magdala y María de Nazaret,

que contemplaban la escena desde un balcón celestial, se

cruzaron una mirada de complicidad abrazándose llenas de

felicidad. Cuentan las leyendas que la fuerza de tantos besos

dados al unísono cambiaron el mundo. A partir de entonces,

diablos, ángeles, y hombres en general, reconocieron que

ese gran invento recuperado de la historia al que llamaban

beso derrotó tanto las ambiciones de los hombres como las

diabluras de Lucifer y los suyos. Dios, al comprobar el

efecto mariposa que un simple beso puede desatar en el

universo, decretó indulgencia plenaria total desde la caída

de Lucifer, incluidos todos los pecados del género humano.

Unificados en el Cielo todos los espacios infinitos, la paz se

adueñó para siempre del universo.

EPÍLOGO

Un mundo nace cuando dos se besan. (Octavio Paz)

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