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EL DRAMA DEL EXILIO CULTURAL Juan Rejano, Pedro Garfias, Niceto Alcalá-Zamora, Antonio Jaén Morente, Fernando Vázquez Ocaña o Corpus Barga no pudieron regresar a España por el franquismo ANTONIO RODRÍGUEZ LUNA/MUSEO NACIONAL REINA SOFÍA Se cumplen 80 años de la marcha de grandes intelectuales cordobeses y andaluces «Españoles en el campo de concentración de Argelès-Sur-Mer», obra de Antonio Rodríguez Luna. PREMIO NACIONAL DE FOMENTO DE LA LECTURA SUPLEMENTO CULTURAL DE DIARIO CÓRDOBA DIRECTOR: FRANCISCO LUIS CÓRDOBA BERJILLOS COORDINADOR DEL SUPLEMENTO: FRANCISCO EXPÓSITO EXTREMERA AÑO XXXIII. NÚMERO 1.298 SÁBADO, 16 DE MARZO DEL 2019

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Page 1: EL DRAMA DEL EXILIO CULTURALGarcía Bacca o Juan Roura. «Todos huéspe-des de aquellos arenales en los que sería humillada buena parte de la intelectua-lidad española, convirtiéndola

EL DRAMA DELEXILIO CULTURAL

Juan Rejano, Pedro Garfias, Niceto Alcalá-Zamora, Antonio Jaén Morente, Fernando Vázquez Ocaña o Corpus Barga no pudieron regresar a España por el franquismo

ANTONIO RODRÍGUEZ LUNA/MUSEO NACIONAL REINA SOFÍA

Se cumplen 80 años de la marcha de grandes intelectuales cordobeses y andaluces

«Españoles en el campo de concentración de Argelès-Sur-Mer», obra de Antonio Rodríguez Luna.

PREMIO NACIONAL DE FOMENTO DE LA LECTURA

SUPLEMENTO CULTURAL DE DIARIO CÓRDOBA

DIRECTOR: FRANCISCO LUIS CÓRDOBA BERJILLOS

COORDINADOR DEL SUPLEMENTO: FRANCISCO EXPÓSITO EXTREMERA

AÑO XXXIII. NÚMERO 1.298

SÁBADO, 16 DE MARZO DEL 2019

Page 2: EL DRAMA DEL EXILIO CULTURALGarcía Bacca o Juan Roura. «Todos huéspe-des de aquellos arenales en los que sería humillada buena parte de la intelectua-lidad española, convirtiéndola

El simbolismo de la España que moría con el franquismo quedó representado en Antonio Macha-do. El poeta sevillano, junto a su

madre, su hermano José y la mujer de és-te, llegaron a Collioure el 28 de enero de 1939. Entre los escritores que les acom-pañaba se encontraba Corpus Barga, que fue la persona que llevó en brazos a la madre del poeta, Ana Ruiz, desde la esta-ción hasta el hotel en el que morirían los dos pocos días después. «Después de un éxodo lamentable, pasé la frontera con mi madre, mi hermano José y su esposa, en condiciones impeorables (ni un solo céntimo francés) y hoy me encuentro en Collioure, Hotel Bougnol-Quintana y gra-cias a un pequeño auxilio oficial, con re-cursos suficientes para acabar el mes co-rriente. Mi problema más inmediato es el de poder resistir en Francia hasta en-contrar recursos para vivir en ella de mi trabajo literario o trasladarme a la UR-SS, donde encontraría amplia y favorable acogida». La carta de Antonio Machado fue fechada el 9 de febrero. Con la ayuda de Corpus Barga y las gestiones del secre-tario de la Embajada de España en París, amigo de Machado, pudieron llegar a Co-lliure, su destino final, y alojarse en el ho-tel Bougnol-Quintana. Machado veía su final. El 22 de febrero, miércoles de ceni-za, moría el escritor y, tres días después, su madre. Era el triste final del autor de Campos de Castilla. «La emigración españo-la es rica en humanidad y en capacidad. Lo mejor, lo más claro, lo más civilizado de lo que queda de nuestra España, des-pués de la horrenda sangría, está en Fran-cia, en Méjico, en Chile, en Santo Domin-go». En el último de los apéndices de su libro Pasión y muerte de la Segunda Repúbli-ca española, Vázquez Ocaña disertaba so-bre el exilio de algunos de los más des-tacados intelectuales, pero también de la especializada mano de obra que abando-naba España.

Para nadie fue fácil. En España dejaron su ilusión, sus familias, las raíces que les unían a sus antepasados. Sus recuerdos se convertirían en la única cadena que les acercaba al mundo que habían soñado y que se precipitó demasiado rápido. Ago-tados, desanimados y preocupados ante lo que sería ya una definitiva marcha sin vuelta hacia atrás salvo para ser condena-dos por el franquismo. Salían de un con-flicto bélico y se encaminaban hacia otro. Durante la Guerra Civil, casi medio millón de españoles que tuvieron que exiliarse en Francia, el principal destino de la emigra-ción política española. El presidente de la comisión de Asuntos Exteriores de la Cá-mara de Diputados de Francia, Jean Mist-ler, hablaba en febrero de 1939 de 353.107 refugiados. El Ministerio de Interior galo elevaba el número a 514.337 republicanos y el Ministerio de Asuntos Exteriores lo ci-fraba el 1 de marzo de 1939 en 450.000.

La marcha de los republicanos se pro-dujo en cuatro grandes oleadas, aunque la más importante tuvo lugar al caer Ca-taluña. Miles de españoles, en condiciones sanitarias y psicológicas lamentables, lle-gaban a un país en el que hubo mucho de

ine Miró: «En el andén había, apiñados, centenares de compatriotas que presenta-ban un aspecto lamentable. Podría creerse que estábamos en una gran enfermería. Hombres, mujeres, niños y ancianos esta-ban tumbados sobre el cemento. Muchos rezaban en voz alta con los ojos alzados al cielo. Todos parecían agotados… La fiebre brillaba en muchas miradas. Niños mu-tilados se arrastraban por el andén bus-cando a sus padres. Todos los inválidos estaban expuestos a las inclemencias del tiempo. Algunos franceses habían llevado paja, que rápidamente se tiñó de sangre, para hacer literas para los heridos. Había también muchos amputados». Muchos de los lugares a los que fueron conducidos los republicanos fueron totalmente improvi-sados. Desoladas playas se convertían en campos de concentración.

El cordobés Francisco Zueras, uno de los españoles que sufrieron el exilio, recordó las pesadumbres que padecieron los es-pañoles para salir de España: «Recuerdo que llegué a Port-Bou el día 22 de enero de 1939, jornada cumbre de la gran deser-ción colectiva, ante el imparable avance del llamado ejército ‘nacional’ en su con-quista de Cataluña. Se iba a ocupar Gero-na, mientras que los dirigentes de la Repú-blica Española -Azaña, Negrín, Companys, Aguirre y Martínez Barrio- habían cruzado la frontera por allí mismo, juntos y a pie. Me deprimían el ánimo las dramáticas es-cenas de aquellos abigarrados grupos de despavoridas gentes, en dura lucha por alcanzar los primeros la raya fronteriza. Combatientes cansados y sucios, intelec-tuales y campesinos con sus familias, di-putados y funcionarios, mujeres y viejos, mujeres y niños, escritores y artistas, jefes y oficiales. Todos contagiados del clima de miedo motivado por saber al ejército fran-quista a pocos kilómetros. Todos con la so-la preocupación, abandonándolo todo, de llegar a tierra francesa, de desfilar cuanto antes por delante de la gendarmería».

En estas mismas circunstancias se en-contraron escritores como Ramón J. Sen-der, Max Aub, Juan Rejano o Manuel An-dújar; pintores como Antonio Rodríguez Luna, Aurelio Arteta o Enrique Climent; filósofos como Joaquín Xirau, Juan David García Bacca o Juan Roura. «Todos huéspe-des de aquellos arenales en los que sería humillada buena parte de la intelectua-lidad española, convirtiéndola absurda-mente en parte de la población reclusa del Estado francés», contará Zueras.

El exilio llevó a destacados cordobeses a abandonar España. Junto a Rejano, Rodrí-guez Luna, Vázquez Ocaña, Alcalá Zamora o Eloy Vaquero, otros ilustres intelectua-les afincados o relacionados con Córdoba como Corpus Barga, Gallegos Rocafull, Pedro Garfias o Francisco Azorín tuvieron que huir en la derrota de la democracia ante el totalitarismo.

En las próximas páginas de Cuadernos del Sur se analizará la trayectoria de algu-nos de estos destacados intelectuales de Córdoba, ahora que se cumplen 80 años del último gran exilio español. Son figuras de la historia de Córdoba y de Andalucía que lucharon y dieron sus vidas por la de-fensa de la libertad desde la cultura y des-de su compromiso político.

más conservadores llegaron a calificar a los republicanos de «bestias carnívoras de la internacional» o la «hez de los bajos fondos y de las cárceles». Algunos como Le Figaro aseguraban que los exiliados espa-ñoles eran unos holgazanes, mientras que Action Française se cuestionaba si Francia tendría que convertirse en el «estercolero del mundo». La xenofobia se había exten-dido como consecuencia de la crisis eco-nómica en Francia desde comienzos de los años treinta. A esto se unió una serie de crímenes y atentados en los que estuvie-ron implicadas personas de otros países. No obstante, también hubo periódicos, los más vinculados a la izquierda, que de-fendieron la labor humanitaria de su país, calificando a los españoles de «luchadores de la libertad» o el «inmenso cortejo del dolor», como sucedió con algunos como Le Populaire, L’Humanité o Ce Soir.

A este frío recibimiento que dispensa-ron algunos medios de comunicación ga-los se unía el lamentable estado de salud que presentaban muchos, como contarán algunos de los protagonistas como Anto-

«Son figuras de la historia de Córdoba y de Andalucía que lucharon y dieron sus vidas por la defensa de la libertad desde la cultura y desde su compromiso político»

El último gran exilio españolDestacados intelectuales cordobeses tuvieron que abandonar el país huyendo del franquismo

Francisco Expósito

Exiliados abandonan España en 1939.

CÓRDOBA

improvisación y pocas actuaciones para garantizar el control y una adecuada aco-gida. «Se han sobrepasado todas las pre-visiones hasta el punto de que los servi-cios organizados a partir de ellas se han visto completamente desbordados...», na-rraba el procurador general de Montpe-llier el 31 de enero de 1939 en una carta dirigida al ministro de Justicia francés. Pronto surgieron voces críticas hacia aquellos cientos de miles de españoles que huían de la dictadura franquista, de la represión o de la muerte. Los diarios

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Una generosidad compartidaLa llegada del exilio español a México supuso una importante aportación cultural a este país

Eduardo Vázquez Martín

El matarse entre herma-nos no puede ser moti-vo de celebración algu-na, menos aún cuando

el origen de la tragedia deviene de un golpe de Estado contra un gobierno legítimo. El derrama-miento de sangre que provocó la Guerra Civil no alcanzó a ser justificado ni por la propagan-da totalitaria de una dictadura de más de cuarenta años ni mu-cho menos por alusiones ultra-montanas que pretendieron in-volucrar a la voluntad divina, «la gracia de Dios», en el asalto al po-der de una camarilla militar que contó, imposible negarlo, con una considerable base social ci-mentada fundamentalmente en el clero reaccionario -es decir en aquel manifiestamente enemigo del pensamiento ilustrado y de las libertades públicas-, los terra-tenientes y una parte de las cla-ses medias y altas infectadas por el virus del fascismo europeo. No sobra recordar que la conquista violenta de España por esa amal-gama política que terminamos por llamar franquismo no hu-biese sido posible sin el apoyo de dos de las peores potencias ex-tranjeras de la época: la Alema-nia de Hitler y la Italia de Mus-solini. Por eso es un despropósi-to evocar la fuerza metafórica de la diosa Niké, la grácil belleza de la Victoria, para nombrar la caí-da de la Segunda República y el fin de la guerra, porque la diosa representada como una mujer alada se hace acompañar nece-sariamente por otra deidad, tam-bién femenina, Temis, que encar-na a la justicia, en este caso ase-sinada por los golpistas. Nadie gana una guerra civil, todos la pierden, pero en México decimos que si acaso hubo un beneficia-do de aquella tragedia española éste fue, paradójicamente, Méxi-co. Decimos esto porque aquel exilio, aquel «río de sangre roja» del que habló el poeta Pedro Gar-fias en su poema «Entre España y México», confluía con otro río igualmente generoso en aguas li-bertarias, el que emanaba de la Revolución Mexicana, cuyo idea-rio era profundamente empático con el programa de la Segunda República: reforma agraria, am-pliación derechos civiles y sindi-cales, dignificación del trabajo, justicia social, estado laico, go-bierno democrático y antifascis-ta, educación pública y gratuita, fomento a la cultura, así como una distancia crítica del comu-nismo soviético que a la España republicana le costó las traicio-nes y venganzas de Stalin, y que llevó al México del general Láza-

El barco ‘Saint Domingue’, atracado en Coatzacoalcos, llevó a Vázquez Ocaña y a otros exiliados a México.

ALFONSO VERA

ro Cárdenas a acoger al disiden-te León Trotsky. Mientras España hubo de padecer el asesinato, en-tre muchos otros, del revolucio-nario Andreu Nin, México debió sufrir la vulneración de su sobe-ranía con el asesinato del que ha-bía sido jefe del Ejército Rojo.

En México los refugiados en-contraron la posibilidad no so-lamente de salvar la vida, de en-contrar trabajo y reencauzar sus travesías profesionales y fami-liares, tuvieron la oportunidad además de continuar la obra que el fascismo español había inte-rrumpido: colaboraron en el de-sarrollo industrial y agrario de México, fundaron escuelas bajo la inspiración de la Institución Li-bre de Enseñanza, aportaron a la consolidación de la Universidad Nacional Autónoma de México, desarrollaron las artes gráficas, el mundo editorial y contribuyeron a la riqueza de la literatura, la fi-losofía, el pensamiento crítico, el periodismo, las artes, los oficios y las profesiones. Pero hicieron al-go de lo que se habla menos: con el paso del tiempo se convirtie-

ron en mexicanos, tuvieron hijos y nietos mexicanos, y enriquecie-ron con su propio patrimonio cul-tural y multiplicidad de identida-des a la diversidad de México. Los refugiados españoles, como se les llamó por décadas, hicieron posi-ble otra transformación cultural no menos significativa: gracias a

se vislumbraba la costa de Vera-cruz: «Pero eres esta vez quien nos conquistas,/y para siempre, ¡oh vieja y nueva España!». Se tra-tó, en efecto, de una conquista de carácter amoroso, fincada en la generosidad, la coincidencia en ideas y valores, pero también en la curiosidad, e incluso en la fasci-

«Los refugiados encontraron en México la posibilidad de salvar la vida y continuar la obra que el fascismo español había interrumpido»

su condición antifascista y a la pa-sión y generosidad con la que la mayoría del exilio español buscó incorporarse a la compleja reali-dad mexicana, la tierra indígena y mestiza nacida de la Guerra de Independencia pudo finalmente reconciliarse con España -no con la «madre patria», evocada siem-pre así por el pensamiento conser-vador, sino con la hermana repu-blicana-. Vaticinando lo que abría de suceder, Pedro Garfias escribe a bordo del Sinaia, cuando apenas

nación, que provocó el encuentro entre las culturas del exilio y las de aquel México que vivía su úl-timo y más brillante gobierno re-volucionario. A mí me ha tocado ser nieto de aquel exilio y crecer como mexicano. A mis abuelos va-rones les correspondió luchar por la Segunda República -al cordobés Fernando Vázquez como diputa-do y vocero del último gobierno republicano, el de Juan Negrín, a mi abuelo salmantino como mili-ciano del sindicato ferroviario en

la defensa de Madrid- mientras mis abuelas cuidaron de los hi-jos en medio de los horrores de la guerra. Dolores, de Baena y esposa de Fernando, murió en Barcelona y no pudo acompañar a los suyos hasta su exilio mexicano; Luisa, la salmantina, llegó a México y defendió la memoria de España desde la cocina, alimentando a sus hijos y nietos con los sabores más sencillos de Castilla, el de las lentejas y los ajos. Mis padres vi-vieron su exilio como españoles antifascistas, trabajando contra la dictadura desde el exterior, pero también como mexicanos: ella co-mo colaboradora de Diego Rivera, grabadora del Taller de la Gráfica Popular y maestra universitaria, él como arquitecto funcionalista y militante de izquierda. Como mexicano descendiente de estas mujeres y estos hombres, pero también como amigo y compañe-ro de otros hijos y nietos del exi-lio, puedo afirmar que el agrade-cimiento a México fue correspon-dido con pasión hacia esta tierra, y que hay algo que he observado en la gran mayoría de hijos y nie-tos del exilio: que fueron educa-dos por sus mayores, en casa y en los colegios republicanos, en el respeto y amor a México.

RIQUEZA DEL EXILIOSé que en España se sabe mucho menos que en México de la rique-za del exilio, de su importante aportación a la historia de Méxi-co y también a la preservación de la cultura española y el pen-samiento democrático. No debe-ría ser así y confío que en España este legado se rescate para el for-talecimiento de su cultura y me-moria, pero también quiero decir que afortunadamente el exilio español forma parte del inmenso patrimonio histórico y cultural que caracteriza a México, y que en esta tierra la herencia republi-cana es una de las reservas éticas, políticas y culturales que abonan siempre a remontar las difíciles luchas que a los mexicanos nos toca librar siempre para resistir la violencia, la vecindad con el imperio, nuestras persistentes desigualdades e injusticias.

La historia del exilio español, y de la generosidad del pueblo de México y del gobierno de Lázaro Cárdenas, nos hereda un impor-tante aprendizaje de carácter universal más que pertinente en estos tiempos de nacionalismos excluyentes y neurosis xenófo-ba: que los pueblos y las naciones siempre salen fortalecidos cuan-do abrazan a los perseguidos, cuando acogen generosamente a quienes lo necesitan, cuando ha-cen suyas las banderas de justicia y libertad que otros levantan, esos otros que siempre somos todos.

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Juan Rejano, la memoria del exilioEn la poesía del escritor pontanés resonaron siempre España, el hombre y el amor

Antonio Moreno Ayora

Son muy diversos los plan-teamientos sobre los que puede abordarse el exi-lio personal y literario

de los españoles que, en un mo-mento u otro de la amenaza o transcurso de la Guerra Civil, decidieron o se vieron forzados a abandonar el país en el que habían nacido y al que tantos la-zos les unirán siempre. Escribió en 1939 Carlos Morla Lynch (en su voluminosa obra España sufre. Diarios de guerra en el Madrid repu-blicano, 2008) que la gente «que-rría salir de España, dan pasa-portes a millares (...), sale todo el que puede hacerlo. Me cuentan que Alberti, María Teresa León y Santiago Ontañón han salido ya (...)». Muy conocidos son los casos de otros escritores o inte-lectuales, como Antonio Macha-do o Concha Méndez, la mujer de Altolaguirre, que -según lee-mos en Concha Mendez. Poesía com-pleta, 2008- «sale del país con su niña de un año, Isabel Paloma, para esperar en París el reen-cuentro con su esposo en 1939, cuando la familia -que embarca también en Burdeos- viaja a Cu-ba, donde residen cuatro años antes de trasladarse a México. Porque México fue reconocido lugar de salvación para muchos de los exiliados españoles, esti-mados en número aproximado de 25.000 llegados entre 1939 y 1942, y entre ellos están los nombres de María Zambrano, León Felipe, Luis Cernuda, Fran-cisco Ayala, Max Aub, Juan Gil-Albert y Juan Rejano. Sin duda, la publicación más reciente pa-ra el conocimiento de este últi-mo y grandísimo poeta es el vo-lumen de Ánfora Nova titulado Juan Rejano. Entre la nostalgia y el recuerdo (2018).

Ciñéndonos a la historia de Juan Rejano, nacido en 1903 en la cordobesa población de Puen-te Genil, diremos que en su ju-ventud -en 1930 vive en Málaga pero pronto se traslada Madrid, recalando de nuevo en Málaga en 1932 y hasta 1936- había adqui-rido una cada vez más creciente fama de periodista, vinculándose a las dos grandes empresas perio-dísticas del republicanismo ma-lagueño, Amanecer y El Popular, en el que ejerció los puestos de re-dactor jefe y de subdirector. Esto y el hecho de militar en el Parti-do Comunista de España desde la década de 1920 y de participar en Valencia, adonde se trasladó en 1938, en el II Congreso Nacional de Escritores para la Defensa de la Cultura, le obligaron a decidir su salida de España en 1939, jun-to con muchos más que huyen de Juan Rejano, en un retrato de Miguel Prieto.

FUNDACIÓN JUAN REJANO

la deteriorada situación política. Para ello, tras pasar por el campo de concentración de Argèles, se dirigió a Perpignan y después a París. Finalmente, tenía entonces 36 años, embarcó en el buque a vapor Sinaya que, con 1600 perso-nas a bordo, salió del puerto fran-cés de Sète con destino al puerto mexicano de Veracruz, adonde llegó acompañado por otros co-mo Benjamín Jarnés, Pedro Gar-fias, Adolfo Sánchez Vázquez y Manuel Andújar. La travesía du-ro diecinueve días, desde el 25 de mayo de 1939 al 13 de junio. Durante el transcurso de esas jor-nadas, Rejano se señaló como un inquieto intelectual y activista organizando allí mismo, entre las olas, el periódico del mismo nombre, Sinaia.

Por fin, en 1943 obtuvo la na-cionalidad mexicana. Y con ella, y sin olvidar ni un solo momen-to a su lamentada España, vivió un largo exilio de 37 años al que iba a poner fin en 1976, cuando se sometió a una desafortunada operación que impidió, irreme-diablemente, su regreso a Espa-ña.

Con datos de nuestro libro cita-do Juan Rejano. Tras la nostalgia y el recuerdo, podemos afirmar que

Rejano -que antes de su exilio solo había dado a conocer unos pocos versos juveniles- publicó casi todos sus libros en México, con el orden y títulos que a conti-nuación expresamos. Así, su pri-mer libro de poesía fue Fidelidad del sueño (1943), al que siguieron El Genil y los olivos (1944), Víspera heroica. Canto a las guerrillas de Es-paña (1947), El oscuro límite (1948), Noche adentro (1949), Constelación menor (1950), Canciones de la paz

paró él mismo su antología Alas de tierra (1943-1973), y que pós-tumamente se editaron La tarde (1976) y Elegías mexicanas (1977), asimismo publicados en México. En México, por tanto, madura la vena poética del escritor, que allí va a desarrollar esa fructífera vocación lírica sumándola a sus otras dos ocupaciones, la crítica y el periodismo, que cultiva du-rante una década dirigiendo la Revista Mexicana de Cultura, suple-mento dominical del periódico El Nacional de México. Será, pues, en su lírica donde aflorarán las circunstancias del exilio y el do-lor de sentir a España tan lejana en lo físico y sentimental y tan cercana en el recuerdo, motivos evidentes de buena parte de los poemas de Rejano, que en uno de ellos se presenta como el dolori-do protagonista que echa tanto de menos sus añoradas vivencias del pasado: «Quizá tú entonces mires/con apagados ojos de nos-talgia/las nuevas tardes del oto-ño, el oro/desleído del sol, en las acacias/frígidas sombras, y algún niño pálido/en el balcón de una desierta casa./Todo ha de parecer-te triste, todo/triste será. Pero en lo más recóndito/todo ha de ser también como ayer era». Nostal-

«Juan Rejano vivió un exilio activo que desembocó en numerosas actividades culturales»

(1955), La respuesta. En memoria de Antonio Machado (1956), Diario de China (escrito en 1959 pero edi-tado mucho después, en 1991, en Málaga), Libro de los homenajes (1961), El río y la paloma (1961), El jazmín y la llama (1966), el último volumen poético individual. Aun-que no citaremos las varias reco-pilaciones de sus poemas, sí de-bemos reseñar que en 1975 pre-

gia y destierro serán las dos cla-ves temáticas para entender al poeta, que expresa sus experien-cias ligándolas muchas veces al sentimiento amoroso, como ocu-rre, por ejemplo, en su libro Fi-delidad del sueño, que une mujer y patria en una identificación de resonancias poéticas originales. Por ello, para algunos críticos, Cantar del vencido, El Genil y los oli-vos y La tarde constituyen la gran trilogía del poeta, que sublima su voz con referencias amorosas de indudable calidad.

RECUERDO Y NOSTALGIARecuerdo y nostalgia signaron muchos de los libros de Rejano, que aunque no olvide su expe-riencia y simbolismo amoroso (véase El jazmín y la llama, escrito tras el fallecimiento de su com-pañera en el exilio, la escritora Luisa Carnés), volverá con fre-cuencia a esos temas dando a su poesía un fuerte tono elegíaco perceptible y claro en El Genil y los olivos, en cuyos versos, con un ai-re a veces popular, resuenan sus emociones infantiles y adoles-centes. La nostalgia es asimismo asunto que reverdece en su últi-mo poemario La tarde, con una referencia lírica tan impactante como esta: «Pasa, pues: aquí tie-nes/la morada de un hombre que aún busca su morada». Y no olvidemos, para concluir, el peso que las preocupaciones sociales y políticas tiene en ciertos poemas que evidencian momentos o per-sonajes históricos de su experien-cia vital: como ejemplo, entre otros, su Oda Española dedicada a Dolores Ibarruri.

Juan Rejano vivió un exilio ac-tivo que desembocó en numero-sas actividades culturales e inte-lectuales, de lo que sin duda da fe su amplia correspondencia tanto de carácter literario como no lite-rario, activismo intelectual que le llevó a escribir además otros libros en prosa como el titulado La esfinge mestiza. Crónica menor de México (1945), obra que su editor en facsímil (Diputación de Cór-doba, 2000) Alberto Enríquez Perea ha considerado como «uno de los pocos libros que escribie-ron los exiliados españoles sobre México». Por añadidura, la prosa diarística de Rejano puede ser estudiada en su titulado Diario de China, al que se acerca en una primera pero profunda aproxi-mación José María Balcells en el volumen citado de 2018 Juan Re-jano. Tras la nostalgia y el recuerdo. En México su labor cultural fue incesante. Fundó, entre otras, Ro-mance -una de las grandes revis-tas del exilio-, también Ultramar, y refundó Litoral, con Moreno Vi-lla, Prados, Altolaguirre y Giner de los Ríos.

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Nacido en Priego de Córdoba, Ni-ceto Alcalá-Zamora fue dipu-tado, ministro de Alfonso XIII, presidente del Gobierno Provi-

sional de la República y primer presiden-te de la II República. Tras su destitución de ese último cargo, pasó los últimos días de mayo y los primeros de junio en su fin-ca de La Ginesa de Priego. Escéptico ante el futuro que esperaba al régimen republi-cano, decidió emprender un viaje por el norte de Europa, que tenía ganas de reco-rrer desde que en 1923 visitó Dinamarca y Suecia. Salió de Madrid, junto a toda su familia, el 6 de julio con destino a Santan-der, y desde allí embarcó rumbo a Ham-burgo, a donde llegó el día 11.

Al mismo tiempo, veía la luz en España su libro Los defectos de la Constitución de 1931, que se agotó a los pocos días. En él explica-ba su posición revisionista con respecto a la Constitución y dirigía una dura crítica a la labor de las Cortes Constituyentes. En Hamburgo, el 13 de julio, se enteró del ase-sinato de Calvo Sotelo, y dos días después embarcaba en el vapor Milwaukee para realizar el crucero. En su escala en Islandia recibió la noticia del golpe de Estado en Es-paña; entonces inició el viaje de vuelta (en el Caribia) con escala en Noruega, de nuevo a Hamburgo y desde allí a París, ciudad en la que se instaló el 9 de agosto; tras residir unos meses en el hotel Beaucheaumont, se trasladó a la rue Raynourd, donde vivió hasta el 5 de mayo de 1938. En ese tiem-po vivió de sus colaboraciones en la pren-sa francesa, en especial en el diario L’Ère

de su actitud de no volver, pero que su res-puesta siempre era la misma: «Decía que tenía la evidencia de que su condena en-trañaba una monstruosidad jurídica, por la que había sido declarado culpable y él no podía volver a su Patria como un delin-cuente vulgar, acogido a una amnistía o a un indulto, porque el pedir cualquiera de las dos cosas, se declararía, implícitamen-te, como acusado con razón, lo que un ca-ballero no podría aceptar nunca en un caso semejante».

Al igual que ocurrió con otros muchos republicanos, don Niceto fue encausado por el Tribunal de Responsabilidades Po-líticas. La sentencia se hizo pública el 28 de abril de 1941, y el fallo resultaba con-tundente: «Que debemos condenar y con-denamos a don Niceto Alcalá-Zamora y Torres a las sanciones: económica, de pago de cincuenta millones de pesetas, que com-prende la totalidad de sus bienes; extraña-miento durante quince años; y proponer al gobierno la pérdida de su nacionalidad española de conformidad con lo preveni-do en el artículo 9º de la Ley de febrero de 1939; y subsidiariamente para el caso de que esta última no se acordase, la inhabi-litación absoluta por quince años; que se harán efectivas en la forma dispuesta en la Ley...». Su muerte tuvo lugar el 18 de febre-ro de 1949 y sus restos fueron depositados en el Panteón Español del Cementerio de Chacarita. En octubre de 1977, a propues-ta del senador Justino de Azcárate, la Cá-mara Alta española aprobó que se trajeran a España los restos de Alfonso XIII, Niceto Alcalá-Zamora y Manuel Azaña. Los de don Niceto, sin recibir honores de jefe de Esta-do, volvieron a nuestro país en 1979 y fue-ron depositados en el panteón familiar de la Almudena de Madrid.

A los 20 años de su fallecimiento, Pita Romero publicó un artículo en el diario argentino La Prensa titulado «Epílogo por-teño de un español egregio», donde recor-daba las dificultades que pasó en los últi-mos años de su vida, cuando ya casi ciego les dictaba los artículos a sus hijas, Pura e Isabel. Señalaba que no le importaba vivir casi en la pobreza, pues solía decir: «yo no necesito nada», y cómo él, que hasta ese momento sólo lo había conocido como orador y político, también entró en con-tacto con la dimensión humana del per-sonaje. Tardaría algún tiempo en iniciarse el reconocimiento de la trayectoria de don Niceto Alcalá-Zamora, quien a lo largo de su exilio procuró siempre mantenerse de acuerdo con las declaraciones que le hizo a La Nación al llegar a París: «Durante toda mi vida estaré al servicio de la patria, de la República y de la justicia social más amplia dentro del orden». En su pueblo natal, co-mo ha recogido Francisco Durán, los actos de recuperación de la memoria histórica de don Niceto no se iniciaron hasta el año 1977, con un acto consistente en la restitu-ción de la placa que en su casa natal recor-daba que allí había visto la luz el primer presidente de la II República española. Otro acontecimiento clave fue la donación de la citada casa al ayuntamiento de Priego en 1986, quien de acuerdo con las condicio-nes establecidas se compromete a «recibir la casa y a mantenerla y conservarla cons-tantemente al servicio del pueblo de Priego como Casa Natal de D. Niceto Alcalá-Zamo-ra y Torres y siempre con fines culturales y nunca políticos». Para ello se constituyó un patronato municipal, cuyos estatutos fueron aprobados en 1993, que en la ac-tualidad es quien se encarga del manteni-miento y ampliación de la Casa-Museo, así como de la realización de actividades que permitan dar a conocer la vida y la obra de don Niceto Alcalá-Zamora y Torres.

rense vivió decorosamente, en un aparta-mento alquilado en la avenida de las Heras nº 3.004, dictó conferencias, publicó libros (Régimen político de convivencia en España, Paz mundial y organización internacional) y artí-culos en la prensa (en Leoplán, Chabela, Aquí está, La Prensa). Unos meses después visitó Chile, donde dio varias conferencias: «Sig-nificado, cultura y destino de la Raza», a la que asistieron 2.000 personas; «Porvenir inmediato de las Democracias y las Dicta-duras», con 1.600 asistentes, y una tercera, «Bases y defensa de la Paz universal», con 1.000 oyentes. Los datos sobre asistencia son los que desde Santiago enviaba la em-bajada española, que, sin embargo, en su informe al Ministerio de Asuntos Exterio-res franquista decía que las conferencias «no despertaron ningún interés». El perio-dista José Luis Hermosilla, en una entrevis-ta para El Imparcial de Santiago, decía que lo veía «triste, muy triste».

Don Niceto no mantuvo en el exilio con-tactos políticos con otros grupos de repu-blicanos, obligado a una soledad forzosa, tal y como se refleja muy bien en una sus últimas fotografías, en la que aparece sen-tado en un banco con una expresión dul-ce y triste a la vez. Se cumplió aquella im-presión suya, reflejada en sus Memorias, de que no volvería nunca a España, ni siquie-ra cuando le llegaron algunas propuestas acerca de que su vuelta podría significar la devolución de sus bienes, y según Guiller-mo Cabanellas dijo: «Pretenden comprar-me con mi propio dinero». En una carta di-rigida a Franco, a los dos días de su muerte, por su consuegro Queipo de Llano (recogi-da por Francisco Durán), le hace saber que intentó en alguna ocasión hacerlo desistir

«En su pueblo natal, como ha recogido Francisco Durán, los actos de recuperación de la memoria histórica de don Niceto no se iniciaron hasta 1977»

Niceto Alcalá-ZamoraUn patronato de Priego trabaja en la recuperación de su figura y obra

José Luis Casas Sánchez

Niceto Alcalá-Zamora, primer presidente de la Segunda República.

ALFONSO

Nouvelle, y también de los que publicó en el diario argentino La Nación, en este caso con artículos que comenzaron a publicarse un poco antes de su salida de España. Des-de París, la familia Alcalá-Zamora se tras-ladó a Pau, donde primero residió en un lugar llamado villa Desirée y luego en la avenida Ninot, en villa Rosaleda, un lugar que siempre le traería recuerdos amargos, puesto que allí murió su esposa el 13 de mayo de 1939. También fue en ese lugar donde comenzó a redactar de nuevo sus Memorias, ya que las que tenía escritas fue-ron robadas en el asalto a su casa y publi-cadas parcialmente durante la guerra en el diario valenciano La Hora. El 14 de noviem-bre de 1940 se trasladó a Marsella con el fin de embarcar hacia Buenos Aires, viaje que emprendió el 15 de enero de 1941. Hasta el 28 de enero de 1942 no llegó a su destino fi-nal en la capital argentina, de manera que desde su salida de Pau habían transcurrido 441 días, cifra que utilizó como título para el relato de ese largo viaje que lo llevó por Orán, Casablanca, Dakar, de nuevo Casa-blanca, Veracruz, La Habana y Río, antes de llegar a Buenos Aires. En el exilio bonae-

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Decía Octavio Paz que «el siglo XX ha sido el siglo de los pueblos en dispersión y las naciones fugiti-vas». Tal vez pensaba en el gran

exilio español republicano de 1939. En medio de esta última marea fugitiva iba el poeta Pedro Garfias, sevillano de Osuna (aunque nació «accidentalmente» en Sala-manca, 1901). Después de haber sido una figura estelar del ultraísmo literario en los años veinte, y de haber iniciado su com-promiso político en los años de la Repúbli-ca, se alistó en Madrid en agosto de 1936, en un contingente de milicianos para de-fender a su Andalucía del golpe militar. Recaló en Villafranca de Córdoba, donde lo nombraron comisario del Batallón Vi-llafranca (luego 74 Brigada Mixta). En los días aciagos del invierno de 1939, con las tropas franquistas pisándoles los talones, Garfias formó parte de la marea humana de los vencidos, y entró en Francia en la noche del 9-10 de febrero de 1939. Comen-zó su exilio en los campos de concentra-ción franceses (Saint Cyprièn), en inhóspi-tos barracones de frío, dolor, humillación y abatimiento. Garfias quería arrastrar a España, su Madre, consigo como un bar-quero a su barca. Aquellos republicanos españoles internados en los campos fran-ceses comenzaron enseguida a escribir tarjetas de auxilio a entidades pro-refugia-dos. Garfias tuvo suerte: fue seleccionado, con varios más, por el Lord Faringdon, pa-ra una residencia temporal en su finca de Eaton Hastings, al oeste de Londres. El 27 de febrero empezó Garfias a viajar hacia Inglaterra. El 6 de marzo, mientras su es-posa Margarita se quedaba en París, Pedro Garfias embarcó en Dieppe hacia Inglate-rra. Su carta de residencia está sellada el 8 de marzo en Wantage, y así, de pronto, se vieron en el verde paisaje de la mansión de Faringdon, junto a Eduardo de Onta-ñón, Fermín Vergés, Doménec Perramón, el músico Lázaro y alguno más. Transcu-rrían los meses de mayo y abril de 1939. Garfias se dedicó enseguida a pasear en so-ledad por los verdes del Támesis, con el do-lor de la gran tragedia. El poeta entró en serenidad vital y en un proceso de subli-mación estética, donde se depura el dolor de la derrota, hasta cristalizar en su gran elegía bucólica Primavera en Eaton Hastings, «el mejor poemario del exilio español», a decir de Dámaso Alonso. Las lágrimas de Pedro Garfias se hicieron altísima poesía: «... mientras duerme Inglaterra, yo he de seguir gritando/mi llanto de becerro que ha perdido a su madre» (Poema 248). Gar-fias salió de Inglaterra el 16 de mayo de 1939, al tener noticia de que había sido in-cluido, con su esposa Margarita, en el pa-saje del buque Sinaia, fletado por el SERE, el Comité Británico y la Legación mexica-na, que llevaría a México a un gran con-tingente de refugiados. Una vez a bordo, los 1.800 refugiados, como las pateras de hoy en el Mediterráneo, el Sinaia zarpó del muelle de Séte, el 25 de mayo de 1939. El paso por el Mediterráneo estuvo lleno de temor a posibles bombardeos franquistas. Viajaban personas y familias de toda edad y condición, y un buen grupo de intelec-tuales: Garfias, Juan Rejano, Manuel An-

Juan Rejano se encargó de presionar a Gar-fias para que sacara de sus entrañas el poe-ma emblemático del exilio, hasta que, por fin, lo consiguió, en la noche del 9-10 de junio. De madrugada, Rejano oyó que Gar-fias susurraba solo en la cubierta: «España que perdimos, no nos pierdas,/guárdanos en tu frente derrumbada,/conserva a tu costado el hueco vivo/de nuestra ausencia amarga,/que un día volveremos, más velo-ces,/sobre la densa y poderosa espalda/de este mar, con los brazos ondeantes/y el lati-do del mar en la garganta….». Era el poema «Entre España y México» (núm. 220). Este poema adquirió una celebridad extraordi-naria por todos los rincones de México, y se convirtió en el himno y elegía de los repu-blicanos españoles. Estos endecasílabos hi-cieron brotar millones de lágrimas y levan-tar miles de puños de dignidad humana.

LA GENEROSA ACOGIDA DE MÉXICOEl Sinaia atracó en Veracruz en la mañana del 13 de junio de 1939, ante una multi-tud de mexicanos enarbolando banderas y pancartas. Los republicanos españoles se dispersaron por diversos lugares de Méxi-co. Garfias y su esposa Margarita fueron al Distrito Federal, a la capital, y se alojaron en la calle Edison, 7. En el edificio estuvie-ron también: Francisco Giner de los Ríos, José Cobos (de Cabra), Ernesto Benítez (de La Carolina), Ofelia Guilmáin y su madre… Cerca residían León Felipe y su esposa. Los españoles empezaron a crear revistas litera-rias y de variado contenido. Los españoles empezaron a crear revistas literarias y de variado contenido. En todas ellas se hallan publicaciones de Garfias, el cual también empezó a publicar sus primeros libros en México: Primavera en Eaton Hastings (Tezon-tle, 1941), Poesías de la guerra española (Mi-nerva, 1941). A partir de entonces, Garfias se convirtió en el gran rapsoda homérico del exilio español en México: de todas par-tes lo llamaban, por todos los rincones del país recitaba sus poemas. El poeta acudía a celebraciones del 14 de abril, o del 7 de noviembre (defensa de Madrid), el 8 de septiembre (fiesta de los asturianos). Era Pedro un poeta que recitaba de memoria, con voz sincera y bronca. Eran los lamentos del dolor del exilio. Entre 1943-1947 estuvo vinculado a la Universidad de Monterrey (Nuevo León). De 1948 a 1952 se ubica de nuevo en el Distrito Federal. En 1951 se pu-blicó su nuevo libro, Viejos y nuevos poemas, con prólogo de Juan Rejano. En 1952 se desplazó un tiempo a Guadalajara, al am-paro de otros amigos exiliados. En 1953 le publicaron su último libro, Río de aguas amargas. Al año siguiente la vida nómada de Garfias recaló en Guanajuato. El 9 de agosto de 1967 subió a la barca de Caron-te, en el Hospital Universitario. La oración fúnebre la pronunció el licenciado Raúl Rangel Frías. Alfredo Gracia puso en el fé-retro una bolsita de tierra de España, que él guardaba desde 1939. El gran Garfias descansa en el cementerio de El Carmen, donde yo, personalmente, lo visité el 9 de agosto de 1992. Su tumba está cerca del mausoleo de Arturo B. de La Garza. Su epi-tafio contiene dos versos del poeta: «La so-ledad que uno busca/no se llama soledad». Grandes hombres y mujeres de España: ¡Lo que el franquismo se llevó!

manos y pañuelos hasta perderse en las aguas oscuras del Océano. Esta despedida dolorosa resume el más gigantesco amor a España que se haya expresado jamás. El amor a España estaba entonces, no en los desafiantes saludos a la romana, sino en las lágrimas de los excombatientes de la libertad, los vencidos y los exiliados. El do-mingo 28 de mayo atracaron, sin descen-der, en el puerto de Funchal (Madeira), re-ceso que se aprovechó para levantar los ánimos con un festival a bordo, con gran repertorio de la Banda Municipal de Ma-drid y el maestro Oropesa, discursos enar-decidos y recitales, donde consta que el festival «terminó con un magnífico recital de Pedro Garfias, cuyos temas están inspi-rados en nuestra guerra de Independen-cia» (periódico Sinaia).

El 6 de junio hicieron escala en Puerto Rico, también sin descender, por la fobia internacional contra los refugiados (igual que hoy). Zarparon de nuevo por las aguas del Caribe. Se proyectó confeccionar a bor-do un «Album homenaje» a Lázaro Cárde-nas, con escritos y poemas de los exiliados.

«Era Pedro un poeta que recitaba de memoria, con voz sincera y bronca. Eran los lamentos del dolor del exilio, expresado como ningún otro poeta»

Pedro Garfias, la voz del exilio españolSu poema «Entre España y México» se convirtió en el himno y elegía de los republicanos

Francisco Moreno Gómez

Pedro Garfias, en un dibujo de Alfonso Reyes.

ALFONSO REYES AURRECOECHEA

dújar, Benjamín Jarnés, Eduardo de On-tañón, Antonio Zozaya, Adolfo Sánchez Vázquez, Jesús Izcaray, Antonio Sánchez Barbudo, Lorenzo Varela... y hasta la Ban-da de Música de Madrid. La España del trabajo y del talento, excluidos de la Es-paña de los vencedores. El 26 de mayo, cuando pasaron a la altura de Gibraltar, ocurrió la desgarradora despedida de la patria: el octogenario periodista Anto-nio Zozaya, todos en cubierta, pronun-ció unas jeremíacas palabras, para mu-chos el «adiós» definitivo, y agitaron sus

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Jaén Morente, historiador y políticoFue uno de los intelectuales más destacados del siglo XX

Antonio Barragán Moriana

Si entre el conjunto de re-publicanos cordobeses vinculados al ámbito de la cultura, de la ciencia,

del arte que, como consecuencia de la Guerra Civil española de-bieron abandonar el país y diri-gir sus pasos a las que serían sus nuevas patrias de adopción, tene-mos que señalar a algunos de los que mayor protagonismo políti-co desarrollaron a lo largo de la etapa republicana, quizás, debe-ríamos fijar nuestra atención en el historiador Antonio Jaén Mo-rente. Antonio Jaén Morente ha-bía nacido en Córdoba el 3 de fe-brero de 1879 y fallecería en San José de Costa Rica el 8 de junio de 1964. Sin duda, estamos ante uno de los intelectuales y políti-cos cordobeses más destacados del pasado siglo XX; historiador, político y diputado de reconoci-do activismo parlamentario du-rante la II República, represen-tante diplomático de la Repúbli-ca española en Perú y Filipinas, uniría su suerte personal al desti-no de la causa republicana y, tras la Guerra Civil y la consiguien-te implantación de la dictadura franquista, como tantos otros, dirigiría sus pasos al exilio como uno más de aquella generación en la diáspora que habían con-cebido la defensa de los valores y principios democráticos, pro-gresistas y modernizadores que pretendió desarrollar la Repúbli-ca como una expresión de su pro-pio compromiso en la búsqueda de las soluciones a los graves pro-blemas que afectaban a la com-pleja sociedad española de la época de entreguerras. Es eviden-te que cada vez existe un mayor consenso historiográfico y social que, con seguridad, se va a ver re-vitalizado cuando se cumplen 80 años de sus inicios en estos días, en reconocer el enorme legado profesional, científico y cultural que terminó aportando el exi-lio, sobretodo, a las nuevas pa-trias de acogida hispanas y, por consiguiente, la importantísima pérdida que para la sociedad es-pañola supuso la salida, en mu-chos casos como en el de Anto-nio Jaén, definitiva, de aquellas elites que estaban manifestando

Antonio Jaén Morente.

CÓRDOBA

toda su madurez en la coyuntura de la posguerra española. En los míticos Siania, Winnipeng, Ipane-ma, Nyassa, Mexique y tantos otros viajaron al exilio americano, jun-to a decenas de familias republi-canas derrotadas, humilladas y con inciertos horizontes perso-nales y profesionales, notables profesores, médicos, arquitec-tos, artistas, creadores literarios, periodistas, etcétera, de los que, por ceñirnos al caso cordobés, pueden ser representativos Váz-quez Ocaña, Vaquero Cantillo, Gallegos Rocafull, Porras Már-quez, Juan Rejano, Rodríguez Lu-na, los médicos Rioboo del Río, Palma Delgado y Fernández Al-bendín, desde luego, el profesor e historiador Jaén Morente, que lo hacía desde Filipinas, y un lar-go etcétera. En definitiva y ana-lizado ya con la perspectiva que nos concede el tiempo, hemos de subrayar las palabras que, en su momento, nos legara uno de los primeros analistas del exilio in-telectual, V. Llorens, para quien «nunca en la Historia de Espa-ña se había producido un éxodo de tales proporciones, ni de tal naturaleza», de tal manera que la sangría que provocó su sali-da forzada convertiría a España en un auténtico páramo cultu-ral. Más allá de que la recupera-ción de la obra de los exiliados es una tarea que nos concierne co-mo historiadores, más allá de lo que suponga la rehabilitación de sus propias biografías y compro-misos políticos, debemos inten-tar sacar del olvido todo lo que la aportación de esa elite intelec-tual ha supuesto en la Historia de la Cultura contemporánea. En el caso de Jaén Morente, acer-ca de su protagonismo político, tenemos que señalar que perte-nece a esa generación que se ini-ció en la vida pública en la etapa de crisis de la monarquía restau-racionista. Miembro del Parti-do Republicano Autónomo, ad-quiere una importante actividad durante el trienio bolchevique (1918-1920), que le llevaría a in-tervenir en las luchas políticas y sociales de esos años siempre des-de las filas del republicanismo y del incipiente movimiento regio-nalista andaluz, aletargando es-te activismo durante la dictadu-ra primorriverista, siendo en es-

ta etapa, precisamente, cuando se vincula a la masonería como miembro de las logias España y Trabajo de Sevilla. Es, sin embar-go, cuando llega la II República en el momento en que desplie-ga toda su enorme capacidad y compromiso con el nuevo régi-men: componente de la junta re-publicana de Córdoba, concejal en las elecciones de 12 de abril de 1931 por el distrito centro, go-bernador civil de Málaga por bre-ve tiempo, diputado en las cor-tes constituyentes de 1931 y en las del Frente Popular a partir de febrero de 1936, militó, sucesi-

to de Córdoba, Jaén Morente, po-demos poner nuestra atención en algunas obras de un significa-tivo horizonte didáctico y educa-tivo de las que son ejemplos sus numerosos estudios de geogra-fía regional o universal, sus tra-bajos sobre historia de España, de América o universal; junto a ellas, se alinean aquellas otras que tienen una dimensión dife-rente en cuanto que apuntan al estudio de ámbitos específicos del conocimiento como el mun-do de las relaciones políticas in-ternacionales, el ámbito artístico y cultural, o el de la propia histo-ria local, de entre las que pode-mos destacar, fundamentalmen-te, su Historia de Córdoba que ha sido reeditada en numerosas oca-siones y que, aun hoy, además de por su deliciosa lectura, sigue asombrándonos por su buena ar-ticulación metodológica, por su rigor analítico y por la amplitud de dimensiones sociales, cultura-les, institucionales que llegó a re-coger acerca de la trayectoria de nuestra ciudad. Si su obra histo-riográfica en la que se alinean, al mismo tiempo, preocupacio-nes metodológicas, planteamien-tos teóricos y referentes cerca-nos a problemas de la historia del presente y que podemos ca-lificar de vanguardista, es buena muestra de este legado que alu-dimos, también su propia parti-cipación en el debate académi-co, cultural e, incluso, político es una clara manifestación de que,

«Jaén Morente se convirtió en un importante y activo propagandista de la causa republicana»

como intelectual comprometido con los problemas de su tiempo, es capaz de poner sus conviccio-nes, sus propias reflexiones de base histórica o cultural al servi-cio de la ciudadanía, proyectar-las a la opinión pública, algunas de las cuales como ocurre, por ejemplo, con temas tan relevan-tes hoy día como el de la propie-dad y programa de uso de la Mez-quita de Córdoba, o el de las com-plejas y necesarias relaciones de España y el norte de África, por citar sólo algunos ejemplos sig-nificativos, fueron expuestas sin ningún tipo de complejos en el propio debate parlamentario en su condición de diputado por la circunscripción de Córdoba.

Durante los primeros meses de la Guerra Civil, Jaén Morente se convirtió en un importante y ac-tivo propagandista de la causa re-publicana intentando contrarres-tar los incendiarios mensajes que desde Sevilla propalaba Queipo de Llano, lo que, sin duda, concitaría una animadversión rayana en el odio de las elites golpistas locales de Córdoba, algunas de las cuales refugiadas en el nuevo consisto-rio municipal, que no dudaron en declararlo «hijo maldito de la ciudad de Córdoba», baldón este que no sería revocado hasta 1949; finalmente, un ayuntamiento que presidió el primer alcalde democrático de la ciudad, Julio Anguita, le otorgará el 3 de enero de 1980 el nombramiento de hijo predilecto a título póstumo.

vamente, en la DLR, en el PRRS y en la azañista IR. Fue nombra-do por la República ministro ple-nipotenciario en Lima (Perú), en donde permanecería hasta la caí-da del gobierno de Azaña en sep-tiembre de 1933; posteriormen-te, y durante los años 1937/39, ostentaría nueva representación diplomática de la República en Manila en donde permanece has-ta el final de la guerra. Acerca del legado historiográfico y cul-tural del catedrático del Institu-

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Vázquez Ocaña, el periodista exiliadoEl portavoz del Gobierno de Juan Negrín desarrolló una importante labor intelectual en México

F. Expósito

Tras tomar Tarragona, la aviación franquista bom-bardeó Barcelona. El 26 de enero se produjo la

caída de la Ciudad Condal, tras-ladándose el Gobierno republica-no a Figueras. Fernando Vázquez Ocaña (Baena, 1898-México, DF, 1966) era entonces portavoz del Gobierno de Juan Negrín. El 1 de febrero se reunieron las Cortes en el castillo de este municipio. Allí, Negrín proclamó sus cono-cidos tres puntos. Pero ya era de-masiado tarde para la democra-cia. Vázquez Ocaña se mantuvo en España hasta que Negrín sa-lió del país, acompañando a Ma-nuel Azaña. Era un 5 de febrero de 1939. «Lo más florido de una nación, la expresión humana de un renacimiento nacional, ha si-do desahuciado violentamente de sus lares y de su tarea. Sean estas nuestras últimas palabras: que la suerte se muestre con to-dos abierta y que ningún emi-grante joven ni viejo, niño o mu-jer, olvide a los que quedaron allá abajo; y por su memoria y su ejemplo, todo cuanto hagan, lo hagan pensando en España, a la que un día debemos volver pa-

En la imagen, Carmen Vázquez Jiménez, Fernando Vázquez Ocaña y su nieto Manuel, en Bruselas.

ARCHIVO FAMILIA VÁZQUEZ OCAÑA

ra rescatar nuestras herramien-tas y seguir hasta la muerte nues-tro servicio». Las palabras de Fer-nando Vázquez se recogen en su libro Pasión y muerte de la Segunda República española, que escribió en París. Vázquez Ocaña, como ami-go y fiel seguidor de Negrín, la-mentó y criticó la rápida acti-tud de Indalecio Prieto al impul-sar el enfrentamiento ideológico en el Partido Socialista y promo-ver la JARE, una organización ri-val al Servicio de Evacuación de los Refugiados Españoles (SERE) que había creado el Gobierno en el exilio. No era lo más adecuado para los centenares de miles de españoles exiliados. A esta disgre-gación republicana se unió tam-bién el comienzo de la Segunda Guerra Mundial. El conflicto em-peoró aún más la situación. En París, Fernando Vázquez consi-guió reunir a siete de sus ocho hijos. Allí permanecieron me-dio año hasta que la presión de los nazis hizo que abandonaran la capital francesa. El 19 de junio de 1940, 513 exiliados españoles salieron de Burdeos con destino a América en el barco Cuba, entre los que se encontraban el perio-

«En Fernando Vázquez Ocaña se descubre a uno de los grandes periodistas cordobeses delsiglo XX»

dista y siete de sus hijos. Su mu-jer había fallecido en Barcelona en 1938. Tras no poder desem-barcar en la República Domini-cana por el precio que exigía el dictador Trujillo, el barco siguió hacia Guadalupe y, después, ha-cia la isla Martinica. La prensa mundial se hizo eco del «barco fantasma» sin destino. Cuando la moral se encontraba bajo mí-nimos, el presidente de México, Lázaro Cárdenas, accedió a que el barco tomara puerto, aunque antes había que buscar otro na-vío. El Saint Domingue se convir-tió en el último transporte hasta llegar al puerto de la esperanza: Coatzacoalcos. El viaje duró más de un mes.

Casi sin deshacer las maletas, la inquietud y la necesidad llevaron a Vázquez Ocaña a escribir y co-laborar en distintos medios, una actividad con la que mantuvo a toda su familia, aunque no sin di-ficultades. En una carta remitida a Negrín, en septiembre de 1941, le hablará de esas complicaciones: «Corto esta carta y me atrevo a es-perar que preste atención a lo que en ella esbozo. Al cabo de largos meses de penuria he consegui-do trabajo (no quiero escribir en diarios que nos atacaban, como tantos desdichados periodistas).

Soy redactor jefe de una revista, Higiene y seguridad, editada por un amigo de España. A mis hijas ma-yores las he tenido que retirar del colegio para que trabajen en un laboratorio. Entre todos ganamos 320 pesos. Vamos viviendo, que es lo importante, orgullosamente».

En México DF, Vázquez Ocaña participó del gran ambiente cul-tural de los exiliados. El periodis-ta baenense perteneció al Círculo Jaime Vera, crítico con Indalecio Prieto y defensor de Juan Negrín; dirigió la Agencia España, fundó y dirigió la edición mexicana de El Socialista (entre 1942 y 1951) y República Española (1944-1945). En México, escribió también en Hoy, El Nacional, Uno y Siempre, fue di-rector de redacción de El Impar-cial, fundador de la revista Higie-ne y seguridad o subdirector de La semana ilustrada. Además, publicó dos libros biográficos y colabora-ría en otros de la editorial Grijal-bo. El primero de ellos fue Mar-garita y Townsend. El romance de la renunciación, editado en 1956. Se trata de un documentado trabajo sobre la relación que mantuvie-ron la heredera al trono británico y el ayudante de Jorge VI. Un año

después de su primera publica-ción en México, en 1957 apareció García Lorca. Vida, cántico y muerte, su gran obra. Vázquez Ocaña pu-blicó un documentado volumen de casi 400 páginas (394) en el que trató de integrar, por primera vez, la vida y obra del poeta granadi-no. Ian Gibson llegó a calificar al periodista baenense como «uno de los primeros biógrafos del poeta». Incluso, resaltará la pro-fundidad de la investigación de Vázquez Ocaña al percatarse del sentimiento sexual que transmi-tió García Lorca en su Libro de poe-mas. La primera edición tuvo una tirada de 3.000 ejemplares. El éxi-to del volumen obligó a la edito-rial Grijalbo a hacer una segunda edición, en enero de 1962, de mil ejemplares. Vázquez Ocaña cola-boró también en distintos libros y redactó una serie de biografías en la colección Forjadores del mundo moderno. El respaldo económico lo encontraría en su amigo Máxi-mo Muñoz, que fue expulsado del PSOE por sus críticas a Indalecio Prieto. Vázquez Ocaña estuvo tra-bajando para Máximo hasta su muerte en 1966.

En Fernando Vázquez Ocaña se

descubre a uno de los grandes in-telectuales cordobeses del primer tercio del siglo XX y a uno de sus principales periodistas. En Córdo-ba fue redactor del Diario Liberal, de Diario de Córdoba, de la revista Andalucía Gráfica o de otras publi-caciones como Revista Popular o Sol de Andalucía. En 1930 dirigió el semanario Política y después sería redactor jefe cuando se convirtió en diario. En 1932 fundó el diario El Sur, que dirigió hasta su desapa-rición, y en 1933 fue elegido dipu-tado con el Partido Socialista. En aquellos años comenzó a gestarse su amistad con Juan Negrín. En Madrid fue redactor jefe de El So-cialista y en Valencia fue nombra-do portavoz del Gobierno de Juan Negrín. En Barcelona ocuparía la dirección de La Vanguardia. Allí escribió en 1938: «Un día futuro, camaradas, se agruparán bajo los árboles los niños de una escuela. Y el maestro les hablará de nues-tra guerra, de nuestra lucha por la libertad». Fernando Vázquez Ocaña nunca pudo regresar a Es-paña. Sus restos, junto a los de numerosos exiliados españoles, se encuentran en el Panteón Es-pañol de México DF.

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Corpus Barga nos dejó un memo-rable relato del último viaje del poeta Antonio Machado hasta Collioure, la localidad france-

sa donde murió el 22 de febrero de 1939. Una fecha de la que se acaba de cumplir el ochenta aniversario y que sirve tam-bién para conmemorar el exilio español tras la derrota de la Segunda República. En el último tomo de Los pasos contados. Memorias noveladas, cuenta Corpus Barga cómo acompañó desde una masía gerun-dense hasta Collioure a Machado y su madre, huyendo del avance de las tropas franquistas, así como su hermano José y la mujer de éste. Este escritor y periodista llevó en brazos desde la estación de tren de Collioure hasta el hotel a la madre de Machado, Doña Ana, un gélido día de enero bajo la lluvia. La madre de Macha-do le preguntó si faltaba poco para llegar a Sevilla. Un mes después murió en aquel hotel tras hacerlo su hijo días antes.

Para Antonio Machado fue su primer y último exilio forzoso. En cambio Corpus Barga (Madrid, 1887-Lima, 1975) tenía va-rias experiencias anteriores. La primera fue de joven, en 1908, cuando huyó a Bue-nos Aires para no verse implicado en un atentado anarquista. No sería el primero ni el último refugio obligado porque siem-pre se consideró un disidente radical de la vida española y sufrió las consecuencias.

Tras su episodio bonaerense, la familia le escondió en la casa familiar, la llamada Casa Grande situada en el pueblo cordo-bés de Belalcázar donde nació su padre, Félix García de la Barga. Un político que fue brazo derecho de Prim y vicepresiden-te de las Cortes. A la muerte del padre, el hijo abandonó sus estudios y se dedicó a la escritura y la vida, con ese impulso propio de los jóvenes y cuya motivación varía se-gún cada generación. La de Andrés García de la Barga y Gómez de la Serna (su ver-dadero nombre) fue la política y al igual que tanto otros de este comienzo de siglo abrazará causas radicales que el paso del tiempo atenuará. Sin embargo, conserva-rá siempre un fondo de rebeldía y solidari-dad teñido de un republicanismo ético.

El joven Corpus escapará de su encie-rro y regresará a Madrid para sumergirse en los ambientes literarios y políticos de su tiempo. No era una tarea complicada, pues cada escritor tenía su tertulia en un café distinto. De todos ellos, con quien tendrá más relación a lo largo de su vida será con Pío Baroja, cuya panadería fami-liar se encontraba cerca del domicilio de Corpus en Madrid.

La ciudad faro de entonces, París, atrae al joven inquieto, que vive una temporada en Montmartre. La estancia se convierte en residencia tras un intervalo madrileño en el que Corpus Barga debe hacer frente a una denuncia del Ministerio de la Ma-rina por un artículo suyo. Y en 1917 sus crónicas sobre la huelga de Asturias como corresponsal de varios diarios le valieron ser detenido y trasladado a Madrid. De es-te modo, París será el segundo exilio de Corpus hasta la proclamación de la Repú-blica en España. Un refugio donde Cor-pus cambia la literatura, un oficio que no

exilio republicano hasta 1947, momento en que su vida vuel-ve a dar un giro inesperado ca-mino de otro exilio. Pero antes se despide con un artículo en la revista Independencia (1946-1947) titulado «Todo un repu-blicano». Corpus Barga se defi-ne un español en el destierro que no puede ostentar ningún título de presidente, vicepresi-dente, vocal, delegado, secre-tario ni subsecretario de nada. Tampoco pretende pertenecer a tal o cual partido o represen-tar a las verdaderas fuerzas del interior. Sólo es un republica-no raso.

Las luchas partidistas y las rencillas personales, tan habi-tuales en la política española, hacen mella en él, a cuyo des-encanto se suma la precaria si-tuación económica en que vi-ve su familia, formada por su mujer francesa, Marcelle, y los dos hijos, Ninoche y Andrés.

Acepta una invitación de la Universidad de San Marcos de Lima, en 1948, para dirigir la rama de Periodismo de la Fa-cultad de Comunicaciones. Corpus Barga tiene 61 años cuando emprende esta nueva aventura en la que trabajará hasta jubilarse con 80 años en 1967. Es entonces cuando em-pezará a escribir sus memorias noveladas, que se sumarán a las primeras obras escritas y en las que habría que distin-guir la de corte social de su primera juventud, Clara Babel (1906) y La vida rota (1910), y las vanguardistas de la edad de madurez como Pasión y muerte. Apocalipsis (1930) y La baraja de los desatinos (1948).

Las memorias de Corpus Bar-ga son antiproustianas porque no buscan el tiempo perdido,

sino que explican la dificultad de recono-cerse a uno mismo en el paso del tiempo y, por lo tanto, hablan de la nostalgia de lo desconocido, o sea, de lo que pudo ser pe-ro no fue. De lo que no escapa es de la mi-rada del exiliado puesta en lo que se dejó atrás y el deseo de volver, aunque sólo sea para comprobar que la realidad poco tiene que ver con lo imaginado. Corpus Barga viajó dos veces a España. Una a comienzos de los años sesenta, una visita breve y fa-miliar, y otra en 1970, en la que visitó las ruinas de la casa solariega de Belalcázar. Corpus dejó de ser un desconocido entre los jóvenes literatos, algunos de los cuales le frecuentaron en su visita, como Grego-rio Coloma, Francisco Umbral o José Mi-guel Oviedo. Todo ello aceleró la edición de los Pasos Contados, que había tenido mu-chos impedimentos para ser publicados. En 1974 fue distinguido con el Premio de la Crítica. Los muchos elogios póstumos a su obra demuestran que Corpus Barga, fallecido el 8 de agosto de 1975, puede for-mar parte de la generación de la Edad de Plata de la literatura española.

otros intelectuales y periodistas, Corpus no abandonó España durante la guerra. Al principio medió en Francia para la com-pra de armas para la República. Colaboró en la prensa republicana y participó en el traslado de las obras del Museo del Prado a Ginebra. Intervino en el Primer Congre-so de Escritores para Defensa de la Cultu-ra, (París, 1935), y en la organización del II Congreso de Intelectuales Antifascistas, celebrado en Valencia en julio de 1937. Pe-se a las reiteradas ofertas que le hicieron nunca aceptó cargo alguno.

Tras el final de la guerra regresó a París, donde vivió el primer año de la Segunda Guerra Mundial. Con la capitulación fran-cesa de junio de 1940, se estableció entre Marsella y Niza, que por entonces estaba bajo el régimen colaboracionista del ma-riscal Petáin. Al final de la guerra mundial se implica a fondo en las actividades del exilio español. Es el momento en que pare-ce que la caída de Franco es posible gracias al apoyo aliado. Se afilia a la Unión de In-telectuales Españoles (UIE) como escritor. Colaborará en diversas publicaciones del

«Los muchos elogios póstumos a su obra demuestran que Corpus Barga puede formar parte de la generación de la Edad de Plata de la literatura española»

Corpus Barga o el exilio perpetuoEl intelectual, periodista y novelista, ayudó a Antonio Machado a cruzar la frontera en 1939

Luis de León Barga

Corpus Barga y Julián Zugazagoitia, en una imagen en la Casa del Pueblo de Madrid, en 1933.

SANTO YUBERO

permite comer, por el periodismo, un trabajo que consiente sobrevivir. Pronto se hace un nombre en la prensa hispano-americana y, entre otros medios, será el corresponsal en París de El Sol madrileño y de La Nación de Buenos Aires.

Con la llegada de la República fija su residencia de nuevo en España. Un pe-riodo fecundo para Corpus, que dirige diversos medios de prensa. Pero este crescendo profesional y personal se ve-rá truncado por la sublevación militar del 18 de julio de 1936. A diferencia de

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José Manuel Gallegos Rocafull era na-tural de Cádiz, pasó parte de su infan-cia en Marchena (Sevilla) y en Sevilla y Madrid realizó sus estudios, prime-

ro en el seminario (Licenciado en Teolo-gía), y luego también obtuvo la licencia-tura en Filosofía en la Universidad de Ma-drid. En ambas disciplinas accedería años después al doctorado. En 1920 consiguió, mediante oposición, una plaza de canóni-go en la Catedral de Córdoba. Tomó pose-sión en enero de 1921, y un año después optaba a la vacante de la canonjía lecto-ral, cargo que obtuvo por unanimidad del tribunal. Su labor en los años 20, por en-cargo del obispo Pérez Muñoz, se centró en su actividad como consiliario de la Ca-sa Social Católica, vinculada a los sindica-tos católicos. También fue el encargado de desarrollar la idea del obispo de cons-truir las Casas Baratas, como remedio pa-ra el grave problema social de las familias pobres. De aquellos años consta también su primera experiencia en el mundo de la política en el inicio de la dictadura de Primo de Rivera, cuando en enero de 1924 se constituyó una gestora que sustituía a la depuesta Diputación provincial. Galle-gos fue nombrado en representación del partido de Priego, si bien se trató de algo breve, pues la nueva corporación fue de-signada en abril de 1925. Otra experiencia política, poco fructífera pero sin duda in-tensa, fue su participación en la campaña electoral de junio de 1931, cuando concu-rrió en la candidatura de Acción Nacional por la provincia de Córdoba. Gallegos, con 15.769 votos, se quedó muy lejos del míni-mo exigido para obtener el escaño.

En 1935 defendió su tesis doctoral en Filosofía ante un tribunal compuesto por José Ortega y Gasset, Severino Aznar, Juan Zaragüeta, Javier Zubiri y José Gaos, con el tema: El orden social según la doctrina de Santo Tomás de Aquino. Unos meses después, solici-taba licencia ante el cabildo de la catedral para trasladarse a Madrid con el fin de co-laborar en la cátedra de Encíclicas Sociales de la Junta de Acción Católica, y porque iba a iniciar su actividad como profesor ayu-dante de clases prácticas de Filosofía en la Universidad de Madrid. Había finalizado su etapa cordobesa. En julio de 1936, cuando tuvo lugar el golpe de Estado, Gallegos se hallaba en Madrid. Su primera reacción fue mantenerse escondido, pero pronto inten-tó reanudar su labor sacerdotal, cosa que resultó harto difícil. Entró en contacto con el padre Leocadio Lobo y con el capellán Enrique Monter, y juntos decidieron dar a conocer su posición en un breve folleto ti-tulado Palabras cristianas, con planteamien-tos muy diferentes a los de buena parte de la jerarquía eclesiástica. Poco después, el ministro Álvarez del Vayo, les pidió, a él y a Lobo, que acudieran a Bruselas para asistir a un congreso de católicos antifascistas, en un país donde el embajador era otro cató-lico, Ángel Ossorio. El congreso se suspen-dió, pero fueron invitados a pronunciar unas conferencias en la Casa de España.

La información sobre aquella interven-ción en Bruselas llegó hasta el cardenal Isi-

cuales destacaría el titulado La Religion dans l’Espagne de Franco. Pero sobre todo será pro-tagonista de una respuesta contundente a la Carta colectiva del episcopado español de 1937, promovida por Gomá a sugeren-cia de Franco. Publicado por Ediciones Es-pañolas verá la luz el folleto firmado por él con un título bien significativo: La Carta colectiva de los obispos facciosos. Réplica, y de la cual aparecerían además una edición en francés y otra en inglés. En ella se rebatían los argumentos presentados por los obis-pos, al tiempo que se criticaba su actitud ante el conflicto y su toma de posición a favor de los sublevados. A la altura de 1939, se dirigió al obispo de Córdoba por carta y le preguntaba si no terminaría nunca su suspensión, pero no obtuvo respuesta sino del vicario, quien le indicó que la suspen-sión era perpetua dada la actividad que había desarrollado «de palabra, por escrito y de obra a favor y en defensa de la revolu-ción roja marxista condenada por el Papa y el episcopado español».

Su última actividad en Francia la realizó en el Centro Cervantes de París, donde se constituyó la Junta de Cultura Española y en cuya junta directiva se integraría. En su condición de miembro de la citada Junta, junto a Eugenio Imaz, saldrá hacia el exilio con destino a México, país al que llegará en autobús desde Nueva York. Para Gallegos, no poder ejercer sus labores sacerdotales ya era una forma de exilio, aunque de es-te saldría en 1950, cuando se le permitió ejercer en México DF, si bien se da la cir-cunstancia de que el hecho coincide con el momento en que presentó su renuncia como canónigo lectoral de Córdoba. De-sarrolló su actividad en la parroquia de la Coronación BMV de Guadalupe, donde sus homilías fueron seguidas con entusiasmo, tal y como en una ocasión lo describió Al-tolaguirre (editor de uno de sus libros en México): «El templo estaba lleno de gente y él estaba predicando la caridad como me-dio de alcanzar la dicha de ver algún día a Dios cara a cara. Me sentí como convertido a la religión». En cuanto a su condición de exiliado político, la vivió como otros mu-chos y desde luego de una manera fructí-fera desde el punto de vista intelectual. A través de la Junta de Cultura, trabajará en la editorial Séneca, donde se publicarán algunas de sus obras, y donde será el edi-tor de unas Obras Completas de San Juan de la Cruz. Colaboró en revistas como España peregrina, El Hijo Pródigo, Las Españas y Letras de México, además de participar en activi-dades de difusión cultural junto a otros exiliados, como un homenaje a Machado o en un ciclo de conferencias en la Casa de Andalucía, donde pronunció la titula-da «Andalucía desde el destierro», llena de referencias a Córdoba. Asimismo, colabo-ró en la prensa mexicana, en especial en el diario Novedades, o en publicaciones como el Boletín de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. También desarrolló una impor-tante labor docente, tanto en la Universi-dad Iberoamericana como en la UNAM, al tiempo que publicó una importante obra en diferentes ámbitos: el filosófico, el teoló-gico y el de la filosofía de la historia.

Entre la veintena de libros que publicó, cabe citar: La experiencia de Dios en los místicos españoles; La doctrina política del P. Francisco Suárez y una de especial consideración hoy día en México: El pensamiento mexicano en los siglos XVI y XVII. Murió el 12 de junio de 1963 cuando se hallaba en la Universidad de Guadalajara impartiendo una conferen-cia sobre filosofía medieval.

Dos días después, en presencia de auto-ridades académicas y religiosas, sus restos fueron inhumados en el Panteón Español de México DF.

dro Gomá, quien la transmitió al obispo de Córdoba, y unos meses después le dirigía otra misiva en la que le sugería que «es ho-ra de irle a la mano al Sr. Gallegos desau-torizándole por los medios que a usted se le sugieran», y le pedía que tomara cartas en el asunto. Mientras tanto, ya a comien-zos de 1937, Gallegos se había trasladado a París, donde recibiría una carta del obis-po auxiliar de dicha capital con el ruego de que acudiera a verlo. Fue la persona encargada de hacerle llegar las indicacio-nes del obispo de Córdoba por las que se le retiraban las licencias ministeriales y se le comunicaba la suspensión. Gomá hizo saber al representante de los sublevados en el Vaticano que el obispo de Córdoba «ya tiene a ese desgraciado suspendido a divi-nis para que sepa a qué atenerse». Desde Francia, Gallegos optó por mantener una posición activa de colaboración con el go-bierno republicano. Aceptó formar parte de los Archivos Españoles, dependiente de la embajada, donde se constituyó una ofi-cina dedicada a la cuestión religiosa, que lo tuvo a él como responsable y de su ma-no salieron varios folletos y libros sobre el aspecto religioso de la guerra, entre los

«En cuanto a su condición de exiliado político, la vivió como otros muchos y desde luego de una manera fructífera desde el punto de vista intelectual»

Gallegos RocafullEl sacerdote y filósofo se posicionó a favor del Gobierno de la República

José Luis Casas Sánchez

Gallegos Rocafull, en una caricatura de Rivero Gil publicada en 1948 en ‘Las Españas’.

RIVERO GIL

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Emblemas de una épocaAntonio Machado y Manuel Azaña, símbolos del exilio español de 1939

Francisco Morales Lomas

Se acaban de cumplir 80 años de la muerte de An-tonio Machado en el exi-lio de Collioure el día 22

de febrero. Apenas tres meses an-tes, a finales de noviembre del 38, se percibía su deterioro, su languidez, su anemia, su calvi-cie, su mal aspecto en general y su abandono, aunque sus ojos es-taban llenos de vida y vibrantes, y su pensamiento brillaba con lu-cidez. Fueron esos ojos y ese pen-samiento diáfanos los que estan-do todavía en España, el 6 de ene-ro de 1939, denunciaron en su último artículo en La vanguardia «Desde el mirador de la guerra», las razones de la marcha al exi-lio de miles y miles de personas. En torno a medio millón cruza-ron la frontera entre enero y fe-brero de ese año. En este artículo denunciaba la responsabilidad histórica de Inglaterra y Francia de la défaut de España y la llega-da al poder de Franco. Machado criticaba la actitud de estos dos países que habían permitido la política de claudicación ante el fascio.

El último intento lo habían pre-tendido infructuosamente Giral y Negrín, que habían viajado a Pa-rís para intentar convencer al Go-bierno francés de que debía poner fin a la no intervención. Como re-sultas de la negativa, el viernes 13 de ese impávido enero el pre-sidente de la República, Manuel Azaña, recibe un aviso del general Hernández Saravia: váyase de Es-paña, señor presidente. Tres días más tarde, Azaña habla precisa-mente con el ministro Giral y le dice que habrá que poner límite al propósito de Negrín de conti-nuar la resistencia. Este lo había afirmado con absoluta rotundi-dad: «Hay que vencer o morir». Pero Azaña estaba convencido de que había que provocar el fin y no se podía soportar otro año más de guerra. Negrín no tenía ya ningu-na consideración al presidente de la República y, además, sabía perfectamente que Franco jamás aceptaría una paz negociada por medio de potencias extranjeras ni una capitulación de la República; en realidad, lo que Franco llevó a cabo fue una política de venganza y exterminio, una guerra de con-quista, como ha dicho Santos Ju-liá. Cinco días más tarde, el sába-do 21 de enero del 39, Azaña sale de Tarrasa con dirección al exilio. El 5 de febrero, definitivamente, Azaña, Negrín, Giral... atravesa-ron la frontera por el puesto de Chable-Beaumont.

Poco antes también cruzaba a Francia Antonio Machado con su madre Ana Ruiz de ochenta años, Antonio Machado.

ALFONSO

su hermano José, la esposa de es-te, Matea Monedero, y el escritor Corpus Barga, seudónimo de An-drés García de la Barga y Gómez de la Serna, tío del gran Ramón, y doce años menor que Macha-do. Un gran escritor que había dado testimonio de la revolución rusa y del ascenso del nazismo y el fascismo en Europa. La última noche antes de llegar a la fron-tera, no habían podido dormir y contaba José Machado en un libro que «el frío del amanecer se sentía hasta la médula de los huesos» y Antonio, «entumecido y agobiado guardaba el más profundo silen-cio rodeado de todas estas gentes que como en una última oleada de un baile infernal y en un pos-trer espasmo de movimiento, recogían sus pobres bagajes en maletas, sacos y bultos de las más extrañas formas, para seguir el triste camino del destierro». A la llegada a la frontera, en la casa de los gendarmes, recibieron un pe-dazo de queso y una gran rebana-da de pan blanco y Corpus Barga pidió al comisario de la aduana que se hiciera cargo del escritor y su madre, y el comisario les cedió su automóvil al ver que se trataba de un poeta tan importante como Paul Valéry. En Cerbère, Machado

y su familia durmieron en un va-gón de ferrocarril a la espera de algo de dinero y documentos para el paso: «una carta del ministro de Estado de la República española que le trajo de Perpiñán Navarro Tomás en el cual el ministro to-maba a su cargo todos los gastos de él y su familia». Pero hasta lle-gar este momento las carreteras y los caminos habían estado ates-tados de gente, millares de niños, mujeres y hombres con sus ani-

emblema de una España dolorida, triste y cainita. Ya lo había adver-tido como en una premonición en Campos de Castilla cuando escri-bió su poema «La tierra de Alvar-gonzález», que Lorca llevaría a la tablas con La Barraca. Y su dimen-sión emblemática ha hecho que a Machado, extrañamente, hayan querido siempre apropiárselo des-de la izquierda y desde la derecha españolas. Para Ángel González, Machado fue el poeta español más importante del siglo XX, pero sobre todo el poeta ante el que la mayor parte de los escritores con-temporáneos de este siglo y co-mienzos del XXI se han inclinado con devoción por diversos moti-vos. Obviamente, esta inclinación se sustenta en razones literarias pero también éticas. Porque está claro que la profundidad poética de Antonio Machado es tanto co-mo su compromiso con la palabra y el ser humano y, en función de las épocas históricas en que ha sido reclamado, podemos encon-trar un Machado u otro, y siem-pre un Machado diverso, plural y lleno de perspectivas y matices, cuya razón de ser tuviera tanto que ver con sus heterónimos. En mi ensayo Poética machadiana en tiempos convulsos. Antonio Machado

«La profundidad poética de Machado es tanto como su compromiso con la palabra y el hombre»

males domésticos y sus ajuares que huían en toda clase de carros, tractores y automóviles mientras la aviación enemiga bombardea-ba. El miedo era el sentimiento común pero el intenso frío y la humedad de la costa cercana unido a la lluvia producían una desazón todavía mayor. Durante mucho tiempo Antonio Machado ha sido y acaso siga siendo el gran

durante la República y la guerra civil afirmaba que, desde el punto de vista poético, sus dos heteróni-mos, Abel Martín y Juan de Mai-rena básicamente (aunque habría que citar también a Meneses y al nasciturus Pedro de Zúñiga) con-forman el dúo en el que Machado quiso anclar una visión particular de la creación poética y del pen-samiento con intención de recu-perar un pasado. Obviamente, en esa reflexión está muy presente su crítica y apatía a esa lírica de corte lógico, sentida como el des-fase de un barroco amortiguador y descreíble, más atenta a las ve-leidades metafóricas y al culto de la imagen. Machado rechaza tanto el simbolismo decimonóni-co como lo que sobrevendría con sus inundaciones de imágenes y apatía humana.

No solo los poetas que perma-necieron en la península sino los poetas de la España peregrina continuaron la admiración de Ma-chado, como nos recuerda Aurora de Albornoz en Poesía de la España peregrina (1977). Escritores como Francisco Giner de los Ríos o el cordobés Juan Rejano son muy significativos. Pero también los escritores del interior alabaron a Machado, y en una fecha tan re-ciente como 1945, Laín Entralgo en su obra La generación del 98 indi-caba que Antonio Machado era el precursor de la misión integrado-ra de Falange y, nada menos, de «una posible misión de España en la tarea de españolizar, de recrear a la española las creaciones del hombre moderno». Como vemos, un claro intento por adueñarse por un hombre y una obra que representa como ninguna otra el espíritu republicano y el compro-miso con el ser humano desde un profundo humanismo solidario. Pero la historia está ahí con su persistente memoria aunque se quiera silenciar, y podemos con-cluir con el profesor Larraz que, a partir de este momento, se produ-jo un estado de excepcionalidad cultural en España que tuvo dos vertientes muy claras: «el dirigis-mo estatal sobre los actores cultu-rales, mediante la censura, la pro-paganda y la coacción; y el exilio de la gran mayoría de escritores, científicos, artistas, periodistas... de primer nivel que habitaban el campo cultural español en 1936». Desde México llegaron estos ver-sos de León Felipe, admirador de Machado, que resumen una épo-ca: «España, España,/todos pensa-ban/que ibas a terminar en una llama/y has terminado en una charca./Al borde de las aguas ce-nagosas/el éxodo de un pueblo hambriento y perseguido/que es-capa./Español del éxodo de ayer/y español del éxodo de hoy./Ahí no queda nada».

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Una guerra civil supone ese trauma colectivo que afecta a un pueblo y la predisposi-ción hacia actitudes sociales

y culturales. En un país como España ha sido durante décadas punto de refe-rencia y durante años hemos compro-bado sus trágicas consecuencias; más que una interrupción en el espacio su-cesivo de la creación artística, origi-nó un replanteamiento de situaciones que tuvieron como efecto la incorpo-ración a la creación literaria de nue-vos esquemas estéticos, y de motivos existenciales. Desde el punto de vista cultural, y/o literario, la guerra provo-caría una ruptura; y aunque sobrevi-vieran algunos significativos nombres de generaciones precedentes, lo cierto es que se produce ese corte de difícil sutura. Y no sólo porque buena parte de la intelectualidad española se vie-ra abocada al destierro, sino porque se han conmovido todas las estructuras precedentes y, aún, las futuras. San-tos Sanz Villanueva verá en la Guerra Civil, y desde la perspectiva cultural, una especie de borrón y cuenta nueva, y respecto a la cultura narrativa, debe-rá transcurrir un largo período de pos-guerra para que se produzca la válida reconstrucción del género. La obra na-rrativa de Francisco Ayala (Granada, 1906-Madrid, 2009) comprende algu-nas novelas notables y curiosos tomos de relatos de singular relieve, tanto en su temática como en su tratamien-to. Anderson Imbert distingue un pri-mer período entre 1925 y 1930: Tragi-comedia de un hombre sin espíritu (1925), Historia de un amanecer (1926) y Medu-sa artificial (1927); y otro, desde 1944 a 1959: La cabeza de cordero (1949) y Los usurpadores (1949), obras que apuntan preocupaciones de tipo ético. El pri-mero ofrece un tono juguetón, imagi-nativo, corresponde a la época surrea-lista y deshumanizada; el segundo, de una actitud más realista que Aya-la adopta valiente y sarcásticamente en sus más certeras crudezas. Ironía y capacidad para la parodia en dos no-velas de ambiente hispanoamericano: Muertes de perro (1959), denuncia de las dictaduras, y El fondo del vaso (1962); y se añaden los relatos Historia de maca-cos (1955). El as de bastos (1964) comple-ta el ciclo narrativo, aunque en 1971 publicaría un título muy personal: El jardín de las delicias.

CHAVES NOGALES Y ANDÚJARManuel Chaves Nogales (Sevilla, 1897-Londres, 1944) se puso al servicio de la República al estallar la Guerra Civil. De ideales firmes y claros, como demostra-ban numerosos artículos suyos, aguan-tó hasta que el gobierno abandonó Ma-drid. Convencido de que ya no podía hacer nada por su país, se exiliaría en París. En Francia, colaboró en diarios hispanoamericanos y escribió su testi-

Tres exiliadosLa mirada ausente de Ayala, Chaves Nogales y Andújar

Pedro M. Domene

Chaves Nogales fue redactor jefe del diario cordobés ‘La Voz’ entre 1920 y 1924.

monio de la guerra civil, A sangre y fue-go. Héroes, bestias y mártires de España, pu-blicado en Chile en 1937. Hastiado de la violencia por ambas partes, esta obra es un impresionante alegato contra las brutalidades de la guerra, incluidas las de su bando, el republicano, y pone de manifiesto el insoportable clima de vio-lencia instalado en la sociedad españo-la a raíz del golpe militar.

Manuel Andújar pertenece vital y políticamente a la generación del 36, aquella que adquiere conciencia de su momento histórico en la guerra civil y sus causas, las precedentes y las que si-guieron. Literariamente se inscribe en la primera generación de posguerra, y en 1944, en exilio mexicano, publica su primera novela, Partiendo de la angustia. Desde sus inicios literarios dará testi-monio de su compromiso hasta hacer de su observación de la realidad, la pre-sente y la histórica, el indeleble trasfon-do de su obra. Tres circunstancias inci-den como fenómenos concomitantes

en su obra, indispensables: una sólida vertebración ideológica en su conno-tación político-social; un componente emocional; y el retorno como punto de verificación de un pasado prescrito y presente en su dramática evocación. Obra y vida están condicionadas en An-dújar por esta circunstancia, no puede sorprendernos que su narrativa nazca y crezca marcada por el desarraigo y la objetividad, y su retorno suponga la re-cuperación de su pasado y ese contras-te entre lo emocional que provocó la guerra y el testimonio ante una nueva realidad.

El corpus narrativo de Andújar per-mite distinguir dos períodos: desde Cristal herido (1945) hasta Historias de una historia (1973), y desde Cita de fan-tasmas (1989) hasta Un caballero de bar-ba azafranada (1992). El primer período se caracteriza por la consciencia de un sentido de lo español y su posible tras-cendencia de etopeya porque cuando Andújar llega a México, en junio de 1939, lleva consigo el dolorido sentir de la derrota y una pesimista visión de España; en el segundo, verá otra reali-dad novelable menos sangrante, más profunda, próxima al subconsciente y un territorio casi exclusivo de la psico-logía humana.

Desde el punto de vista cultural, la guerra provocó una gran ruptura

EFE

LAS GUARDAS

La expulsiónJavier Sánchez Menéndez

El 27 de enero de

1939, poco después

de la capitulación

de Barcelona, María

Zambrano, su hermana

Araceli, su madre Araceli

Alarcón, dos de sus

primos (José y Rafael), y algún personal

de servicio, salen de España. Y debería

decir, son expulsados de España,

porque un exilio es una expulsión

oculta. Les queda el largo viaje y su

camino: Figueras, La Junquera, Le

Perthus, Salses, y poco después París, y

Nueva York, La Habana, y México.

En la ciudad mexicana de Morelia

imparte clases de Historia de la

Filosofía, y de allí a La Habana, Puerto

Rico. Entre Puerto Rico y Cuba escribe

el artículo «La agonía de Europa», que

después dará título a un libro.

En San Juan escribe su tercer escrito

político, tras Horizonte del liberalismo

(1930) y Los intelectuales en el drama

de España (1937): Isla de Puerto Rico

(Nostalgia y esperanza de un mundo

mejor) (1940). Y es esa agonía, la que

ella padecía en esos momentos (1940),

recordemos que su madre estaba

muy enferma en París junto a su

hermana Araceli, un París invadido

por los nazis, la que le da fuerzas para

seguir escribiendo y trabajando en su

pensamiento.

El 7 de noviembre de 1944 escribe a

Rafael Dieste una carta en la que le

indica: «Hace ya años, en la guerra,

sentí que no eran ‘nuevos principios’,

ni ‘una reforma de la Razón’ como

Ortega había postulado en sus últimos

cursos, lo que ha de salvarnos, sino

algo que sea razón, pero más ancho,

algo que se deslice también por los

interiores, como una gota de aceite

que apacigua y suaviza, una gota de

felicidad. Razón poética... es lo que

vengo buscando. Y ella no es como la

otra, ha de tener muchas formas, será

la misma en géneros diferentes».

No hay mejor manera de definir el

sentimiento de expulsión que ese que

María Zambrano escribió en su libro

Los bienaventurados (1990): «De destierro

en destierro, en cada uno de ellos el

exiliado va muriendo, desposeyéndose,

desenraizándose».