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1 EL DINOSAURIO CABEZUDO Y EL EFECTO MARIPOSA De Eduardo García Giménez Ilustraciones de Quintín García Muñoz Prólogo de Francisco Javier Aguirre

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EL DINOSAURIO CABEZUDO Y ELEFECTO MARIPOSA

De

Eduardo García Giménez

Ilustraciones de Quintín García Muñoz

Prólogo de Francisco Javier Aguirre

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PRÓLOGO

EL DINOSAURIO CABEZUDO Y ELEFECTO MARIPOSA

Eduardo García Giménez, incansable acti-vista cultural, volvió a la palestra literaria hace unpar de años a raíz de una indignación. El Diariode Teruel había publicado una noticia, según lacual Dinópolis pensaba lanzar una campaña depromoción a escala nacional, hablando de la posi-bilidad de incorporar a las comparsas de Gigantesy Cabezudos, en todo el territorio, la figura de undinosaurio.

No conozco en detalle la noticia, pero talvez por ese sendero caminaba la entidad científicay divulgativa, intentando la promoción del parquetemático, al mismo tiempo que la del jamón; sehabría sumado presuntamente la comisión delramo, e incluso la concejalía correspondiente delayuntamiento de Teruel. Esto es lo que indignó aEduardo y a más personas, que vieron en la pro-puesta un despropósito.

Cada país, cada pueblo, cada región, cadalocalidad utiliza sus recursos para promocionarse,en un momento en el que los ingredientes del tu-rismo cultural y gastronómico están en auge. De

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modo que, al parecer, Dinópolis lanzó la idea, dela que se hicieron presuntamente eco otras enti-dades e instituciones para aprovechar el efectopublicitario.

Ahora, con la inestimable colaboración deQuintín García Muñoz, aparece el presente relatosiguiendo la estela de dos trabajos anteriores: Ungorrión en la Biblioteca y El Berrugón, El Pirata, LaAbuelica y El Repetidor, del mismo prolífico autor,durante tantos años puntal imprescindible de lacultura epilense como bibliotecario municipal.Ambas narraciones ilustradas también porQuintín, a las que igualmente puse Prólogo.

El relato describe los efectos perniciososque tuvo la noticia entre la colectividad científica,narrando el caso de un médico español, ubicadoen Londres, a quien trastorna mentalmente la ini-ciativa surgida en Teruel. La villa de Épila se veafectada, por cuanto el citado médico es desti-nado a ella, lo que origina algunas controversiasque felizmente son resueltas por los miembros dela comparsa de Gigantes y Cabezudos.

El efecto mariposa, uno de los puntos fun-damentales de la teoría del caos, no tiene conse-cuencias irreparables entre la población, debido ala sabiduría ancestral de La Abuelica, a las aporta-ciones del farmacéutico, Don Hilarión, y a otras

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afortunadas intervenciones.El estudio de los dinosaurios, de gran pre-

dicamento actual, se aceleró a partir de los años80 del pasado siglo en nuestro territorio, a raíz dealgunos descubrimientos importantes, sobre todoen la provincia de Teruel. No tardó en convertirseen otro de los reclamos turísticos de la zona,unido a la legendaria historia de los Amantes y alas bellezas del paisaje que circunda la capital bajoaragonesa.

De este modo, el relato de Eduardo trata deempalmar tres hilos argumentales que se convier-ten en el eje de la historia: la perturbación mentaldel médico, a raíz de la propuesta del dinosauriocabezudo, la importancia de la comparsa de Gi-gantes y Cabezudos en las fiestas de la villa y lasensatez de sus componentes para resolver el con-flicto planteado. Todo ello da como resultado unrelato consistente, ágilmente escrito y felizmenteresuelto con la recuperación de la salud mental delgaleno y su retorno a tierras británicas. Quedademostrada, en consecuencia, la virtud terapéuticade las fiestas populares, objetivo último de nues-tro esforzado escritor.

Francisco Javier Aguirre

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EL DINOSAURIO CABEZUDO YEL EFECTO MARIPOSA

Me llamo Antonio, soy muy aficionado a lalectura de novelas de terror y misterio, aunque lahistoria que os voy a contar no es de miedo, sinoun tanto surrealista y patafísica, y aconteció enun pueblo de Aragón cuyo nombre se desvela enla narración.

El protagonista es un famoso psicoanalistaque perdió casi definitivamente la chaveta cuandose enteró en la ciudad donde trabajaba, Londres,de la estrambótica noticia de que otros aragonesesquerían elevar a rango de Cabezudo a un simpledinosaurio.

Una información que para la mayoría de lagente había pasado desapercibida, simplementecomo una anécdota, en el caso del psicoanalistahabía supuesto su total desquiciamiento mentalcomo ferviente amante que era de la comparsa deGigantes y Cabezudos, a la que únicamentepodían entrar, según su opinión de experto en tansoberana ciencia, personajes destacados en algunafaceta de la historia humana.

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Nadie sospechaba en la villa de Épila que lallegada de un joven galeno, por cierto, más aficio-nado a la literatura de terror de lo aconsejado,fuera a causar tanto revuelo, ya que su profesiónrequiere dedicación absoluta y entrega total, sinlicencia ni diversiones que, como veremos, fuerondeterminantes en los acontecimientos y sucesos,tan extraños e inexplicables, que ocurrieron.

Así pues, el primer paciente de DonFermín, (en adelante le quitaré el tratamiento, en-tre otras cosas porque para terminar sus estudiosnecesitó cinco años más de lo debido, dadas susaficiones literarias), fui yo, Toño para todo elpueblo.

Las gripes veraniegas suelen ser muy trai-cioneras. No estoy seguro, pero creo que el hechode acudir a la consulta médica con un libro de M.P. Lovecraft, El alquimista y otros relatos, fue el de-sencadenante de toda la historia. La cubierta dellibro es terrorífica: alguien sostiene entre sus bra-zos una siniestra e inquietante calavera.

La exploración médica a la que a la que mesometía el doctor transcurría en los cauces de lanormalidad, acaso un tanto chapucera desde elmomento en que Fermín divisó el atractivo títulode mi libro sobre el diván.

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Fue entonces cuando comenté,seguramente debido al estado febril que padecía,que yo colaboraba con la comparsa de Gigantes yCabezudos, creyendo escuchar en algunas ocasio-nes sus disputas acaloradas, así como grandes al-borotos en sus aposentos de retiro. También ex-presé al doctor mi extrañeza ante la existencia deun cabezudo dinosaurio.

–Muy interesante muchacho –respondió eldoctor–. Cuento con tu ayuda para la gran investi-gación que nos espera.

En aquel preciso momento me di cuenta deque Fermín no andaba en sus cabales y, al igualque Don Quijote con sus libros de caballerías, eldoctor compartía extravíos y alucinaciones pro-pias de estas gentes. Así pues, Don Fermín,médico de profesión y alquimista de vocación, síque era merecedor, como el famoso hidalgo, deese tratamiento que tan arbitrariamente le heusurpado al principio de la narración.

Para mí fue tarea sencilla convencer a DonFermín de que en la comparsa, y muy especial-mente entre los cabezudos, se escuchaban dispu-tas, gritos, carreras… En fin, que tenían vida pro-pia, es decir: cuerpo y alma.

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En cuanto a su estado mental, no iba yomuy descaminado. Así pues, a quien leyere, y si-guiendo el lenguaje de los iluminados, trataré deinformarle con cierto rigor de algunos detalles desu vida y desvaríos.

Don Fermín compartía un gabinete depsiquiatría y psicología en la capital londinense.Sus colegas empezaron a notar comportamientosanómalos y fijaciones maniaco-depresivas, surgi-das todas ellas a raíz de la noticia que daba laprensa en relación con un dinosaurio cabezudo.

Tras varias reuniones fallidas para buscarsoluciones al desafío que les planteaba DonFermín, se escuchó un Eureka, y, a continuación,la simple receta, acción-reacción.

Al colega aragonés era necesario enviarlo asu tierra natal, junto con una advertencia para na-vegantes de su pueblo, la excelsa villa zaragozanade Épila, por el prestigio y grandeza de su com-parsa de Gigantes y Cabezudos. Sí, Épila, cuna desantos y reyes, también era merecedora de añadira su leyenda y tradición el siguiente título: Vence-dora de “repetidores” y “dinosaurios cabezudos”.

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Nos reunimos todos en la plaza Mayor,para tratar un tema tan extraordinario como era lasupervivencia de la comparsa de Gigantes y Ca-bezudos. Cada uno dio su opinión, pero para noextenderme demasiado, recupero en este relato laspalabras balsámicas de la Abuelica, capaces de sa-nar dolencias y temores; sabias en comprensión yternura, envolvieron a sus oyentes en un mantoprotector para que nos sirviesen de escudo y armafrente a la amenaza que nos afligía.

Tales fueron las palabras de la Abuelica:Yo recuerdo de chica, en algún lugar perdido en mi

memoria, una fábrica (posiblemente de harinas) y un le-trero que decía: Cada cosa en su sitio y un sitiopara cada cosa. Esto es lo referente a las cosas, ¿pero,en cuanto a los seres vivientes? ¿Tiene sentido incorporar aun ser proto-histórico, como lo es un dinosaurio, a nuestracomparsa? Augusto Monterroso, ese escritor patrono de laeconomía literaria, se lo quitó de encima con el cuento máscorto y celebrado de la historia de las letras: Cuandodespertó, el dinosaurio todavía estaba allí.

–¡Y que sea por muchos años! –coreamos alunísono Don Fermín, la comparsa en pleno y yomismo.

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Después de fundirnos en un abrazo con loscabezudos y los gigantes, nos quedamos solosDon Fermín, yo y “el boticario”, o Don Hilarión,como lo llamaban familiarmente, quien trató deorganizar la perfecta coordinación del grupo.

–Una ligera distracción nos podría ocasio-nar serios problemas y, naturalmente, sembrar eldesconcierto y la duda en todos nosotros. Paracomunicarnos, no disponemos ni necesitamos decachivaches al uso (léase móviles), ya que comomuy bien habrán adivinado, es la postergada, ypara algunos anticuada, telepatía, el único medioque consideramos digno de toda confianza. Lastareas a desempeñar por cada uno están minucio-samente calculadas: El Berrugón y La Foranaasumirán y realizarán algunas de las llamadas de“alto riesgo”. Cierto que disponen de abundanteinformación; en primer lugar, los gigantes, quie-nes desde la majestuosidad de las alturas haránuna primera valoración. Después, El Morico, LaAbuelica y El Pirata serán correa de transmisiónpara evitar cualquier error.

Primer mensaje: en estos momentos, ennuestra plaza mayor, que es ya plaza y santuario,se encuentran cuatro niños (ángeles) desvalidos;los conoceréis porque pisan suelo sagrado.

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Última advertencia: que los revoltosos deturno, cuidado con ellos, tratarán de haceros creerque son los desvalidos los culpables de cuantosdesmanes y calamidades ocurran durante el reco-rrido de la comparsa.

Recuperada ya la serenidad de espíritu, DonHilarión se permitió esta cita de Don Miguel deUnamuno: No sé cómo puede vivir quien no lleve a flordel alma los recuerdos de su niñez.

Don Fermín comunicó a Don Hilarión queno se sentía con fuerzas para despedirse de lacomparsa, principalmente a causa de la emociónque le embargaba.

En cuanto a mí, me dijo que nada de gripesveraniegas, y, por supuesto, que estudiase medi-cina, y que me especializara en psiquiatría ypsicología, ya que en un mundo entenebrecido ydeshumanizado como el nuestro iba a necesitarpaciencia y dedicación absoluta. Que tuviese cui-dado con los pasadizos secretos en un mundodonde hasta los animales, contagiados de las irasde la humanidad, requieren tratamientos psiquiá-tricos, pócimas y demás remedios, cuando tene-mos a mano el único remedio capaz de sanar to-dos los padecimientos y todas las dolencias: elAMOR.

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Y advirtió, a través nuestro, a la comparsade Gigantes y Cabezudos que no permitiera queese advenedizo oportunista, disfrazado de “dino-saurio cabezudo”, les robase sus sueños.

Respecto a esta última palabra, Don Fermínse despidió de todos nosotros con un poema delgigante irlandés, W. B. Yeats:

Si tuviera los bordados tapices del cielotramados con luz dorada y plateada,el azul y lo tenue y los oscuros tapicesde noche, luz y penumbra,extendería los tapices bajo tus pies.Pero yo, que soy pobre, sólo tengo mis sueños;he extendido mis sueños bajo tus pies;camina con cuidado porque caminas bajo mis sue-

ños.El joven galeno aragonés partió enseguida a

tierras inglesas totalmente restablecido: la miradamás brillante, la sonrisa más amplia, el tono de suvoz volviendo a recuperar su armonía y timbrehabitual. Este Fermín que nos dejó, sería tambiénnuestra esperanza para “desfacer” en otros lares eldesatino turolense. No viajó solo, porque leacompañamos con nuestros pensamientos y conel recuerdo de las sabias palabras pronunciadaspor la Abuelica y Don Hilarión.