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DIRECTOR: CARLO S RAMÍREZ SEGUNDA ÉPOCA No. 18 $10,00 MARZO, 2018 indicadorpolitico.mx Carlos Ramírez El dieciocho brumario de López Obrador Nuevo libro de Carlos Ramírez: La silla endiablada de venta en puestos de periódicos de CdMx , vía correo electrónico para que le informemos cómo realizar el depósito bancario para recibirlo a domicilio: [email protected] Costo del ejemplar $50.00 más gastos de envío. La silla endiablada · Meade: neoliberalismo · Anaya: ambición · López Obrador: caudillismo Versión Actualizada Carlos Ramírez Da click aqui

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D I R E C TO R : C A R L O S R A M Í R E Z S E G U N DA É P O C A N o . 1 8 $ 1 0 , 0 0M A R Z O , 2 0 1 8indicadorpolitico.mx

Carlos Ramírez

El dieciocho brumario

de López Obrador

Nuevo libro de Carlos Ramírez:La silla endiablada

de venta en puestos de periódicos de CdMx , vía correo electrónico para que le informemos cómo realizar el depósito bancario para

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Directorio

Mtro. Carlos RamírezPresidente y Director [email protected]

Lic. Armando Reyes ViguerasDirector Gerente

[email protected]

Lic. José Luis RojasCoordinador General Editorial

[email protected]

Mtro. Carlos Loeza ManzaneroCoordinador de Análisis Económico

Mauricio Montes de OcaRelaciones Institucionales y ventas

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Dr. Rafael Abascal y MacíasCoordinador de Análisis Político

Wendy Coss y LeónCoordinadora de Relaciones Públicas

Samuel SchmidtCoordinador de Relaciones Internacionales

Ana Karina SánchezCoordinadora [email protected]

Lic. Alejandra Sánchez AragónDiseño

Raúl UrbinaAsistente de la dirección general

Revista Mexicana La Crisis es una publicación editada por el Centro de Estudios Económicos, Políticos y de Seguridad, S.A. de C.V. Editor responsable:

Carlos Javier Ramírez Hernández. Reserva de derechos de Autor: 04-2016-071312561600-102. Demás registros en trámite. Todos los artículos son de

responsabilidad de sus autores. Oficinas: Durango 223, Col. Roma, Delegación Cuauhtémoc, C. P. 06700, México D.F.

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Editorial

Índice

López Obrador, el caudilloSi José Antonio Meade es la continuidad del modelo neoliberal salinista, la candidatura de Andrés Manuel López Obra-

dor se basa en un caudillismo personal ajeno a alguna propuesta social. Su referente es el liderazgo del general Lázaro Cár-denas, pero sin entender que Cárdenas entendió la lógica del desarrollo político en una sociedad plural y él mismo agotó su presencia en un sexenio.

El modelo de liderazgo de López Obrador lo refirió con claridad analítica Karl Marx en 1851 y 1852 en artículos sobre el golpe de Estado de Luis Napoleón Bonaparte para tomar la presidencia de la república y luego convertir la república francesa en un imperio. Ahí nacieron cuando menos tres categorías adoptadas por la ciencia política: el bonapartismo o caudillismo, el lumpenproletariado o grupos desclasados para eludir la lucha de clases y el populismo.

El modelo político de López Obrador no es nuevo, aunque ha sido eludido por los analistas. La lección histórica fue clara: los caudillismos construyen dictaduras personales, no asumen la dinámica de la lucha de clases y casi siempre acaban beneficiando a los ricos.

Así que López Obrador es el candidato de su propio caudillismo, se basa en masas desclasadas y es populista.

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1.- Si Marx fuera mexicano…

E l camino de López Obrador hacia la presidencia de la república podría ser una versión mexicana de Hacia la estación de Finlandia, ese largo camino de Marx del exilio hacia San Petersburgo para estallar la revolución bolchevique. Pero sin duda

que se ajusta más a El dieciocho brumario de Luis Bonaparte, ese extraordinario ensayo periodístico de Karl Marx para narrar el camino de Luis Napoleón Bonaparte de la insu-rrección popular para hacerlo presidente y luego él mismo convertirse en el emperador Napoleón III.

O podría ser también la marcha de Mussolini sobre Roma (1922) para alcanzar el poder. O el asalto al palacio de inverno (1917) para destronar al interino Kerénski.

El itinerario político de López Obrador lo ha llevado a definiciones de fondo: priísta de 1976 (militante en la campaña a senador del poeta tabasqueño Carlos Pellicer) a 1988, cardenista-perredista de 1988 a 2000 y lopezobradorista de 2000 al 2018. Dos veces fue candidato a gobernador de Tabasco (1988 y 1994) y en las dos perdió. Se radicalizó de 1994 a 1998 y llegó a tomar pozos petroleros en Tabasco, meter a sus huestes en la torre

El dieciocho brumario de López ObradorPor Carlos Ramírez

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de Pemex, hacer un plantón en el Zócalo del DF en 1993 y realizar un mega-plantón de tiendas de campaña (muchas de ellas vacías) en el 2006 en el corredor zócalo-Periférico, sobre todo el Paseo de la Reforma.

De sus cinco incursiones electorales de 1988 al 2012, sólo ganó la de jefe de gobierno del DF en el 2000: perdió las dos estatales de gobernador en Tabasco y las dos presidenciales del 2006 y 2012. En todas ellas hubo conflictos pre-durante-pos electorales para exigir la victoria, pero las instituciones electorales legales de cada proceso le dijeron que no. En el 2000 en el DF logró el registro como candidato cuando no cumplía los requisitos de residencia probada con credencial de elector: como era de Tabasco presentó una hoja sin membrete de un funcionario de la Delegación Co-yoacán alegando estar viviendo en la zona. El presidente Zedillo, a quien López Obrador apoyó en 1996 cuando había presiones de renuncia presidencial, ordenó al PRI en el DF que no impugnara el registro.

El resultado electoral fue apretado: López Obrador acumuló un millón 506 mil 324 votos (34.5%), contra un millón 461 mil 931 sufragios de Santiago Creel del PAN, una diferencia de 44 mil 393 votos (33.4%). En comparativo de cifras, los votos de López Obrador fueron los más bajos para el PRD en elecciones: un millón 859 mil 866 para Cuauhtémoc Cárdenas en 1988, dos millones 213 mil 969 para Marcelo Ebrard en 2006 y 3 millones 32 mil 38 votos para Miguel Mancera en 2012.

López Obrador es un político individualista: sólo su enfoque vale, sólo él tiene la razón y no hay más dirección que la suya. Aunque ha formado varios círculos de colaboradores, ninguno ha podido despegar por sí mismo. Su propuesta de gobierno se re-sume en gasto público a grupos sociales, pero sin establecer los mecanismos de aumento en los ingresos. Y si bien tiene muy cla-ra la forma en que asignará presupuestos asistencialistas que no tendrán efecto inmediato en el sistema productivo, no ha podido definir su modelo de desarrollo, su política industrial, su política

agropecuaria, su propuesta de inversión en infraestructura y su articulación con la em-presa privada.

Se trata de un populismo rudimentario que tendrá cómo límite la masa de ingresos presupuestales disponibles. Y como busca atender a una masa social de alrededor del 75% de los mexicanos, entonces el dine-ro no le alcanzará y no habrá inversiones productivas.

El modelo político de López Obrador es el diseccionado por Marx en El dieciocho brumario de Luis Bonaparte: la forma en que el sobrino de Napoleón I eludió a las masas productivas de la lucha de clases francesa y construyó un ejército de aliados en los gru-pos intermedios que carecían de definición de clase y que estaban dispuestos a salir a la calle a combatir; Marx utilizó la palabra alemana de lumpen, con significados varios: desde andrajoso, hasta desclasado, un sec-tor sin conciencia de clase y sin participa-ción directa en el sistema productivo. Luis Bonaparte no quiso usar a la clase obrera, porque lo obligaría a un gobierno socialista;

en cambio, apuntalarse en masas desclasada tendría apoyo popular sin compromisos. Una vez en el poder, Luis Napoleón asumió la presidencia de la república francesa el diciembre de 1848, pero en diciembre de 1852 dio el salto para convertirse en el emperador Napoleón III hasta su derrota ante los alemanes en 1870 y el fin de su imperio.

El modelo bonapartista se incorporó a la ciencia política como la construcción de un liderazgo autoritario, personal y dominante, con una base social popular, sin definición de clase, exactamente lo que ha estado haciendo López Obrador desde su salida del PRI en 1988.

2.- Soy un rayo de esperanza

Terminaba 1999 y el PRD en la ciudad de México hubo de en-frentar una decisión de fondo: como la jefa interina de gobierno —Cárdenas había renunciado para irse como candidato presi-dencial en el 2000— Rosario Robles no podía aspirar a la can-didatura porque había candados antireeleccionistas, entonces el partido del sol azteca tenía que encarar la posibilidad de perder la jefatura de gobierno electa ganada por primera vez apenas en 1997. Un operador medio del perredismo dio la solución: René Bejarano, controlador de grupos sociales en la ciudad de México por la vía de la movilización para la adquisición de casas popu-lares, propuso a Andrés Manuel López Obrador, en ese entonces radicado en Tabasco.

—Andrés Manuel es el único que puede ganar en el DF —dijo Bejarano a quien quisiera oírlo.

El problema no era fácil de resolver. López Obrador no cum-

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plía con los requisitos de residencia capitalina de cinco años pre-vios al día de la elección. Pero no era difícil superar las restriccio-nes legales. En 1992, Porfirio Muñoz Ledo había alegado el ius saguinis o el derecho de sangre de sus antepasados para conseguir la candidatura perredista a gobernador de Guanajuato. Por deci-sión de Carlos Salinas, Muñoz Ledo logró el registro porque no podía ganar las elecciones.

Y el problema se complicaba porque los más severos críticos de la candidatura ilegal de López Obrador a la jefatura de gobierno del DF eran perredistas y aspirantes a la nominación: Demetrio Sodi de la Tijera y Pablo Gómez Álvarez. La decisión no giraba en torno a quién sí cumplía los requisitos, sino quién podía mante-ner el poder para el PRD en el DF. Cuauhtémoc Cárdenas había llegado a la gubernatura capitalina en 1997 con casi un millón 900 mil votos, pero precedido de su lucha por la democracia y por su papel histórico contra Carlos Salinas. Sin embargo, Cárdenas había perdido espacios por una gestión alejada de la ciudadanía, aunque su sucesora interina Rosario Robles había basado su fuerza política en inversiones altas en imagen personal.

*

López Obrador había sido impulsado por Cárdenas desde 1988. Forjado en el priísmo tropical de Tabasco, Andrés Manuel había colaborado con Carlos Salinas en 1982 cuando éste era di-rector del Instituto de Estudios Políticos, Económicos y Sociales del PRI nacional y coordinador de programa de la campaña de Miguel de la Madrid. El tabasqueño fungía como director del Ce-pes, la versión estatal del Iepes, durante la campaña para goberna-dor tabasqueño de Enrique González Pedrero, intelectual, político a historiador.

La carrera política de López Obrador estaba llena de claro-oscuros. Su infancia estuvo llena de tribulaciones. Uno de sus profesores en la primaria le acreditó “incongruente conducta ciu-dadana”. A los doce años de edad, el 14 de mayo de 1965, Andrés Manuel tuvo un problema con su hermano y lo mata de un balazo en la cabeza. Los documentos legales fueron desaparecidos de los tribunales durante la gubernatura de González Pedrero. Sin em-bargo, los testimonios han permitido reconstruir los hechos. El asesinato se dio con una pistola calibre .22. La familia se traslada a Veracruz. Andrés Manuel fue víctima de delirio de persecución, sentido de culpabilidad y ansiedad. De Veracruz se fue a Palenque, Chiapas, a vivir con una abuela.

En la ciudad de México estudió la carrera de Ciencias Políticas en la UNAM, pero su paso por la Universidad ocurrió sin pena ni gloria: fue a clases de 1973 a 1976, pero se tituló hasta 1987. Su tesis fue sobre el Estado en el siglo XIX. En 1976 se incorporó a la campaña priísta del poeta Carlos Pellicer, quien había sido designado por dedazo por el presidente Luis Echeverría. De ahí, buen trapecista priísta, López Obrador se pasó a la campaña priís-ta a gobernador de Leandro Rovirosa Wade, secretario de Recursos Hidráulicos del sexenio de Echeverría y operador de la sucesión presidencial de 1976.

La carrera política priísta de López Obrador transcurrió en función de los grupos dominantes de poder. Ninguno de sus jefes se había destacado por ideas progresistas. Todas las carreras polí-ticas habían sido decididas a espaldas del pueblo y de los priístas. Al comenzar el gobierno de Rovirosa en enero de 1977, López Obrador trabajó en la Secretaría de Promoción Económica direc-

tamente bajo la tutela de Humberto Mayans Cabal, otro priísta tradicional que después se saldría del PRI por no recibir el favor de Roberto Madrazo para dejarlo como sucesor en la gubernatura de Tabasco. Mayans se convirtió después en el operador político tabasqueño del López Obrador perredista.

Del área económica saltó Andrés Manuel a los asuntos indíge-nas como director del Instituto Indigenista de Tabasco con sede en el centro político de Nacajuca. Su tarea era política y para favore-cer al priísmo entre los indígenas. Por tanto, recibió apoyos y dine-ros no presupuestados para su tarea política. Ahí se relacionó con el secretario de gobierno estatal Salvador Neme Castillo, quien en 1988 sería su adversario en la lucha por la gubernatura de Tabas-co, López Obrador ya como candidato del Frente Democrático Nacional. En los rejuegos de poder, López Obrador cometería sus primeras traiciones políticas: desertó del equipo del gobernador Rovirosa porque iba a imponer como sucesor a Nicolás Reynés Berenzaluce y aprovechó el cargo indigenista para manifestar su apoyo a González Pedrero.

En 1982, por decisión del presidente López Portillo y con el aval del candidato Miguel de la Madrid, González Pedrero fue designado candidato priísta al gobierno de Tabasco. Desde ahí se relacionó con Carlos Salinas, entonces el principal operador eco-nómico y político de De la Madrid. La relación entre Salinas y González Pedrero y su equipo —López Obrador incluido— fue creciente, al grado de que en 1987 González Pedrero ascendió a jefe de la campaña del candidato presidencial Salinas. Una vez en el poder local, González Pedrero designó a López Obrador direc-tor del Cepes estatal. Desde ese cargo modesto y casi simbólico, López Obrador le entró a la lucha de grupos. Aprovechó su cer-canía al gobernador González Pedrero para grillar al presidente estatal del PRI y logró su destitución. El tricolor local entró en una severa crisis que llevó también a la salida de Andrés Manuel, después de un enfrentamiento con los alcaldes.

La historia de esa etapa fue contada por Indicador Político de la siguiente manera:

En agosto de 1983, el gobernador tabasqueño Enrique Gonzá-lez Pedrero tuvo que enfrentar un alzamiento político de alcaldes por el estilo autoritario de su presidente estatal del PRI, Andrés Manuel López Obrador. El Peje había viajado continuamente du-rante dos años a Cuba y trajo de ahí las prácticas centralistas y caudillistas.

En lo más conflictivo de la discusión, el gobernador González Pedrero lanzó una frase que irritó a López:

—El PRI no es el Partido Comunista de Cuba.Durante 1982 y 1983, López Obrador había visitado Cuba.

Uno de sus contactos fue la escritora Julieta Campos, esposa de González Pedrero y de origen cubano. La señora Campos es hoy secretaria de Turismo del gobierno del DF. En estas visitas, López se había interesado por varios programas de atención social que quiso calcar en México.

Para ello, sin embargo, necesitaba que el PRI fuera un parti-do más dominante. Como presidente del tricolor estatal, López Obrador había convocado a los presidentes municipales para anunciarles que las obras públicas serían controladas por el PRI. Los alcaldes se negaron y entraron en conflicto con el líder priísta estatal porque representaba los intereses del gobernador.

Los programas cubanos que más gustaron al Peje tabasqueño fueron los de la construcción de pisos y letrinas en zonas depau-peradas y el manejo de los esquemas de salud y educación para

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todos los cubanos. En Tabasco y a través de los presupuestos de las alcaldías, López Obrador como presidente del PRI local buscó controlar esas inversiones como tarea del partido y no de los pre-sidentes municipales.

Los programas de salud y educación no pudieron cristalizar porque López Obrador renunció al PRI después del regaño del gobernador. Sin embargo, los ha impuesto como programas prio-ritarios del gobierno del DF. El de salud ha sido más lento por la necesidad de reconstrucción de toda la planta sanitaria y por-que, al final de cuentas, se trata de un programa de atención a los ciudadanos sin influir directamente en sus preferencias políticas e ideológicas.

En cambio, el de educación se echó a andar el año 2001 con la construcción de preparatorias y universidades que tienen progra-mas de estudio afines al populismo tabasqueño. Los diseñadores de los programas de estudio son profesores también vinculados a las experiencias cubanas. Se trata de construir —como los cubanos con su modelo de los pioneros, un sistema educativo ideologizado desde el primer nivel— un espacio de adoctrinamiento en función de objetivos ideológico, saliéndose del sistema educativo de saber para decidir.

En este contexto de los programas educativos para la formación de jóvenes ideologizados a favor del modelo político del tabasque-ño se debe ubicar, por ejemplo, la decisión de descentralizarle al DF el gasto educativo como ocurre con las demás entidades de la república. Asimismo, se buscará pronto que los programas educa-tivos abandonen el dogmatismo ideológico para centrarlos en los esquemas científicos plurales.

Los dos años que viajó continuadamente a Cuba dejaron en López Obrador una huella indeleble. Falta por saber mayor in-formación sobre los contactos que tuvo y que fueron de alto nivel debido sobre todo a su jerarquía de presidente estatal del PRI en Tabasco y también de su cercanía a Enrique González Pedrero, intelectual de izquierda, miembro del grupo de intelectuales que en los sesenta defendió apasionadamente a la revolución cubana, redactor de la revista Política, ex director de Ciencias Políticas de la UNAM y autor de libros en donde razonó el valor político e ideológico de la revolución cubana, entre ellos uno especial sobre el ataque de EU en Playa Girón.

Por tanto, las recomendaciones de López Obrador en Cuba fueron de las mejores. En esos dos años de 1982 y 1983, conoció todas las experiencias sociales de Cuba y sus programas de aten-ción a los necesitados. No se tienen comprobados contactos direc-tos con Fidel Castro, pero hay tabasqueños que aseguran que lo vio en La Habana y que hubo simpatías mutuas. Eso sí, el Partido Comunista Cubano —que es el eje de la vida total en Cuba— le otorgó a López Obrador todas las facilidades para conocer sus pro-gramas de atención social.

En este contexto, el caso Carlos Ahumada —el empresario que enfrentó a López Obrador— en Cuba ha permitido percibir las intenciones de Fidel Castro de beneficiar a López Obrador, aún a costa de amistades entrañables como la de la Rosario Robles que le hizo un homenaje en diciembre del 2000 en el zócalo del DF o la del Carlos Salinas que operó espacios de negociación con el gobierno estadunidense de William Clinton.

Pero los intereses políticos mexicanos de Castro son muy cla-ros: ni Rosario Robles ni Carlos Salinas pueden ser presidentes de México y López Obrador sí. Por tanto, Castro decidió jugarse la carta Ahumada para beneficiar al jefe de gobierno del DF, aunque

con el error de matiz de mostrar demasiado sus intereses. Aho-ra ya se sabe que el interés de Castro por influir en la elección presidencial mexicana del 2006 se llamaba Andrés Manuel López Obrador. De ahí que el tabasqueño haya recibido el beso del Dia-blo caribeño.

El problema de López no será de simpatías con el socialismo sino los estilos intervencionistas de Fidel Castro y los intereses plurales de México. Al final, inclusive, López Obrador no es un marxista clásico y su socialismo se agota en el populismo de aten-ción a la clase pobre sin modificar la correlación productiva ni eliminar a los empresarios sino privilegiarlos más como ocurre con el caso de Carlos Slim Helú. Exige lealtad, no ideología.

De todos modos, en el corto plazo el factor Cuba en México pasó por el jefe de gobierno del DF 2000-2005 y va a ilustrar la agenda de intereses que se moverán en la elección presidencial mexicana del 2006. Por lo pronto habrá que anotar que el apoyo de Castro a López Obrador no fue circunstancial, sino que viene desde 1982 y 1983 cuando López quiso que el PRI en Tabasco fuera una especie de Partido Comunista Cubano.

*

González Pedrero reubicó a López Obrador en la oficialía ma-yor del gobierno estatal, pero duró apenas un día. Hacia 1984 regresó López Obrador a la ciudad de México y entró al Instituto Nacional del Consumidor. Ahí conoció a Roberto Robles Gar-nica, un michoacano amigo de Cuauhtémoc Cárdenas. Con la salida de González Pedrero del gobierno para irse a la campaña de Salinas, el priísmo local perdió foco y se resquebrajó. López Obrador regresó a Tabasco como candidato del Frente Democrá-tico Nacional a la gubernatura en 1988. Perdió las elecciones, pero denunció fraude. Al fundarse el PRD, López Obrador se asignó la presidencia estatal para construir el partido en el estado.

*

La etapa priísta de Andrés Manuel López Obrador fue dema-siado tradicional. No destacó por propuestas especiales o popula-res. Más bien obedeció a su incorporación a grupos dominantes. González Pedrero era en los ochenta un intelectual progresista…, pero dentro del sistema priísta. Como director de la Facultad de Ciencias Políticas le tocó enfrentar la crisis del movimiento estu-diantil del 68 y jugó en la cancha del rector Javier Barros Sierra sin romper con el gobierno de Díaz Ordaz. Desde esa posición se relacionó con Luis Echeverría, quien lo hizo secretario general del PRI bajo la presidencia de Jesús Reyes Heroles 1972-1974. Como intelectual, González Pedrero fue institucional, aunque se le consideró desde entonces como el lector más acucioso de Anto-nio Gramsci. Cuando López Obrador se pasó al PRD, González Pedrero se hizo perredista; sin embargo, hubo de pasar por una severa, inoportuna y malagradecida crítica de López Obrador en uno de sus libros tachándolo de traidor.

La primera etapa perredista de López Obrador destacó por su reposicionamiento local. De 1989 a 1991 buscó darle bases sociales al partido en el estado. A finales de 1991 comenzó su segunda etapa perredista: su primer éxodo por la democracia re-corriendo caso mil kilómetros de Tabasco a la ciudad de México, pero pasando por Veracruz. El motivo: la protesta por los resulta-dos electorales municipales. Durante 19 días, López Obrador fijó

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la atención nacional en esa caminata y a su paso por Veracruz y Tlaxcala generó inestabilidad y violencia política. Comenzó la fase de movilización social de López Obrador: bloqueo de carreteras, marchas callejeras, presiones políticas y sociales para cambiar re-sultados electorales, violencia con resultados criminales y sobre todo ruptura del orden social. De 1991 a 1992 López Obrador movilizó a los perredistas en protestas electorales, incluyendo su adhesión a la caminata del doctor Salvador Nava para pedir la renuncia del gobernador Fausto Zapata Loredo.

Hacia 1992 descubrió López Obrador el filón político de Pe-tróleos Mexicanos en el estado de Tabasco. La protesta del pe-rredismo era justa, aunque sus caminos no buscaban resarcirle al estado el costo social y económico del petróleo sino usar a la pa-raestatal como bandera política. En julio de 1992 encabezó López Obrador una marcha en la carretera, pero hubo un accidente que provocó la muerte de cuatro trabajadores disidentes. Obviamente, López Obrador culpó a la policía. El PRD de Andrés Manuel en-cabezó las protestas de trabajadores petroleros despedidos y para ello hizo una marcha. Y luego otra y otra. En una de ellas, en enero de 1992, López Obrador le pidió a Carlos Salinas —entonces no era su enemigo artificial— que apresurara el cambio democrático.

En 1993 terminó la construcción del López Obrador de las protestas sociales. En septiembre instaló un campamento en el zó-calo de la ciudad de México para negociar una agenda tan general como imposible de abordar: indemnización de Pemex a campesi-nos y pescadores por daños ecológicos, aunque sin definir puntos concretos ni estudios especiales, exoneración de carteras vencidas de ejidatarios y pequeños propietarios con Banrural, bancos priva-

dos y gobierno estatal, atención especial a la crisis en el sector ca-caotero por el desplome de precios debido a la apertura comercial y pago a productores de caña del 9 por ciento de su liquidación que les fue retenida por un ingenio.

Ahí nació el López Obrador que, con altibajos, siguió vigen-te hasta la crisis de corrupción que reveló el caso del empresario constructor Carlos Ahumada Kurtz en 2004. Andrés Manuel, en ese septiembre patrio de 1993 y sobre la coyuntura de la sucesión presidencial, trató de arrinconar al gobierno federal para impedir la celebración del grito de la noche del 15 de septiembre y del desfile militar del 16. De nueva cuenta había tomado a Pemex de rehén. En sus discursos de prensa, López Obrador era el mismo que se vio años después en las conferencias de prensa por el caso Ahumada: retador, con el dedo flamígero, absolutista. Acusó al secretario de Gobernación, Patrocinio González Garrido, de no negociar y dijo que estaba amafiado con “varios columnistas que prácticamente reproducen los boletines en los que se nos acusa de agitadores y desestabilizadores”.

Aunque López Obrador hablaba en el DF de búsqueda de so-luciones, en Tabasco era partidario de la violencia. En Villa Benito Juárez, del municipio de Cárdenas, perredistas habían secuestrado a quince funcionarios como protesta campesina por el incumpli-miento de la recomendación 100/92 de la Comisión Nacional de Derechos Humanos sobre la reparación de daños ecológicos. El gobernador Gurría envío a la policía a rescatar a los secuestrados. “Son naturales las manifestaciones de inconformidad”, diría en el DF López Obrador. Pero esas manifestaciones se hicieron en instalaciones de Pemex.

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En septiembre de 1993, López Obrador tocó la orilla de la re-presión capitalina. El gobierno del DF, a cargo de Manuel Cama-cho como regente y Marcelo Ebrard como secretario de gobierno, no podía permitir que se suspendieran las celebraciones patrias del 15 y 16 de septiembre. Y no había más que dos caminos: o nego-ciar con los manifestantes o desalojarlos con la policía. Camacho y Ebrard decidieron por el primer camino. Pactaron con López Obrador una cantidad de dinero por manifestante y lo acreditaron como “pago por desgaste físico”. El total fue de 5 mil millones de viejos pesos o 5 millones de pesos de 2004. Camacho acudió a Pemex a comunicarles la buena nueva, pero la administración petrolera se negó a pagar el dinero. Al final, el pago salió de fondos especiales del DDF. El encargado de entregar el dinero en porta-folios —como años más tarde haría Carlos Ahumada Kurtz a los lopezobradoristas René Bejarano y Carlos Ímaz— y sin ningún recibo de por medio fue Marcelo Ebrard. Al final, el gobierno capitalino de Carlos Salinas había comprado protección y el PRD de López Obrador había tomado la ciudad de México como rehén político.

*

En 1994 comenzó la ofensiva movilizadora de López Obra-dor del brazo de Pemex. El dirigente perredista tabasqueño logró fusionar dos conflictos: su guerra contra el priísmo madracista y las banderas de reivindicación social de habitantes de Tabasco que veían extraer el petróleo de sus tierras sin recibir a cambio más que participaciones limitadas. El PRD enarboló las banderas del daño ecológico y exigió indemnizaciones. Así, los temas petrole-ro y electoral constituyeron un coctel explosivo para un gobierno salinista en declinación rápida y un gobierno zedillista sin expe-

riencia política. Antes de las elecciones para gobernador de finales de noviembre de 1994 —con Roberto Madrazo como candidato priísta y de nueva cuenta López Obrador como aspirante perredis-ta—, el PRD elaboró más de 30 mil demandas contra Pemex por lo que llamó “merma en la producción agrícola y pesquera” debido a la contaminación.

Las elecciones del 20 de noviembre le dieron un triunfo arro-llador a Roberto Madrazo, un político experto en organización de elecciones. El PRD de López Obrador se inconformó políticamen-te con el resultado e inició una serie de movilizaciones estatales. Aprovechó no sólo el vacío de poder entre el fin del gobierno de Salinas y el arranque de la administración de Zedillo, sino el esta-do de ánimo social adverso por el alzamiento zapatista en Chiapas. Al comenzar diciembre, las huestes de López Obrador bloquearon la entrada a catorce instalaciones petroleras en Tabasco y un gru-po entró con violencia al campo de Compresoras de Castarriscal, “obligando a los trabajadores de la empresa paraestatal a paralizar la operación de la planta de bombero con graves consecuencias para el funcionamiento del sistema”.

La estrategia radicaba en estrangular política, social y vialmen-te el DF y el sur de la república. El 29 de noviembre había llegado a la ciudad de México López Obrador con su segundo “Éxodo por la Democracia”. Buscaba obligar a Zedillo a anular las elecciones tabasqueñas, impedir la toma de posesión de Madrazo, designar a un gobernador interino y realizar una reforma política local. Para-lelamente a las movilizaciones de López Obrador, el presidente na-cional perredista Porfirio Muñoz Ledo buscaba negociaciones con el gobierno de Zedillo a propósito de la reunión programada del nuevo presidente con la cúpula del sol azteca. López Obrador, a su vez, organizaba marchas articuladas con contingentes de Chia-pas, Guerrero, Oaxaca y Veracruz. El objetivo era repetir la crisis

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política de 1992 cuando el presidente Salinas decidió la caída del gobernador Salvador Neme para complacer a los perredistas. El problema legal era la inexistencia de pruebas. López Obrador, en su estilo de acusar y no documentar, dijo: “las pruebas son del dominio público”.

Esa marcha había incubado el huevo de la serpiente. López Obrador quería la caída de Madrazo. El secretario de Goberna-ción zedillista, Esteban Moctezuma Barragán, negoció con Muñoz Ledo. Esas pláticas secretas llegaron a la conclusión de que Madra-zo sería designado secretario de Educación Pública del gabinete de Zedillo para abandonar la gubernatura de Tabasco. La relación de Zedillo con Madrazo había pasado justamente por el expedien-te educativo. Cuando Zedillo era titular de la SEP, Madrazo fue diputado de la comisión de educación y desde ahí trabajó políti-camente muy de cerca con Zedillo. Moctezuma le informó a Ma-drazo la decisión. Apesumbrado, el gobernador de Tabasco tomó la carretera a Toluca para abordar un avión privado, pero a medio camino se desvió hacia la residencia de Carlos Hank González en Santiago Tianguistenco y de ahí salió con bríos renovados. Llegó a Villahermosa, fortaleció su gobierno y desalojó por la fuerza el plantón perredista en el zócalo de la ciudad. Días más tarde, Zedi-llo visitó la capital de Tabasco y afirmó que él y Madrazo goberna-rían “juntos hasta el año 2000”.

La lucha, sin embargo, continuó. En su libro Entre la historia y la esperanza, López Obrador incluyó el sentido de la lucha de finales de 1994 y 1995: la resistencia civil y pacífica, incluyendo la decisión del senador perredista Auldárico Hernández de bloquear las instalaciones petroleras. La agenda de López Obrador fue de-lineada en un mitin en la plaza de armas, donde “pusimos a con-sideración de la gente” —en una concentración asambleísta con asistencia de seguidores de López Obrador y el PRD— la etapa de la “desobediencia civil” en base a cinco puntos:

1.- No reconocer al gobierno de Roberto Madrazo ni a los gobier-nos municipales considerados espurios.2.- No pagar impuestos ni derechos al gobierno.3.- No pagar ningún crédito al gobierno ni a los bancos.4.- No comprar en comercios o establecimientos de priístas auto-ritarios e intolerantes.5.- No consumir productos fabricados o distribuidos por empre-sarios antidemocráticos.

Casi calcado de la lucha pacífica de Gandhi, las propuestas de López Obrador incluían un punto adicional no especificado, pero sí asumido: la lucha frontal, directa y de choque contra ins-talaciones del gobierno. Desde entonces afloró el estilo autoritario del tabasqueño de abrogarse el derecho y la facultad de calificar él a quien sí cumplía con sus requisitos. La euforia de la masa en aquel mitin impidió preguntar cuáles eran los dueños de co-mercios y establecimientos de “priístas autoritarios e intolerantes” o quiénes eran los “empresarios antidemocráticos”. Por aquellos días de 1994-1995, uno de esos priístas marcados con el tache de López Obrador era Raúl Ojeda, un empresario tricolor aliado de Madrazo. Cuando Ojeda rompió con Madrazo porque no le dio la candidatura presidencial del 2000, ese empresario como por arte de magia se volvió democrático y tolerante —en la categoría política de López Obrador— porque se pasó al PRD.

Pero en medio de la euforia, López Obrador había incubado el huevo de la serpiente. Y la crisis estalló finalmente en 1995.

En julio, el senador perredista Auldárico Hernández encabezó la toma de pozos petroleros en base a la agenda delineada por López Obrador. El problema de fondo no fue solamente la capacidad del líder perredista para convocar a la movilización de la sociedad. Había hechos concretos que revelaban la insensibilidad de Pemex para atender las quejas de los campesinos y ejidatarios en daños a la ecología y en accidentes que habían causado daños en propie-dades ejidales. A ello se agregaba también la decisión del gobierno local de Roberto Madrazo de no dialogar con los campesinos y de cerrarle las puertas de la autoridad. Y como punto adicional, la decisión de los perredistas de no soltar la bandera del fraude elec-toral de noviembre de 1994 y posteriormente la aparición de cajas con presuntas pruebas de irregularidades en el financiamiento de la campaña de Madrazo.

Hacia mediados de julio de 1995, perredistas habían toma-do mil 500 pozos petroleros en siete municipios tabasqueños. Si la iniciativa había sido del senador Hernández, el liderazgo de la movilización era indiscutiblemente de López Obrador como pre-sidente del PRD de Tabasco. En la ciudad de México, el PRD nacional de Muñoz Ledo estaba enfrascado en negociaciones de una reforma política como concesión de Zedillo para paliar los efectos nocivos de la devaluación de diciembre de 1994, el alza es-candalosa de las tasas de interés y el daño a millones de mexicanos deudores de la banca. A cambio de reformas de corto plazo como el alza de 50 por ciento al IVA —de 10 a 15 por ciento—, Zedillo había ofrecido una reforma política. En junio había caído el secre-tario de Gobernación de Zedillo, Esteban Moctezuma, y el nuevo, Emilio Chuayffet, llegaba con el mandato de la reforma política.

A finales de julio desalojó la policía los pozos y encarceló a algunos de los dirigentes, pero luego los liberó. Y de nueva cuenta tomaron los pozos. Pero finalmente Pemex y el PRD firmaron un acuerdo que incluyó la liberación de los detenidos y la cancela-ción de las averiguaciones previas. El acuerdo, sin embargo, no fue cumplido. Y a finales de enero de 1996 volvieron las tomas de pozos petroleros, sólo que con mayor agresividad y con López Obrador al frente. La participación de Andrés Manuel le dio más fuerza al movimiento. Y también le otorgó base social porque las demandas se delinearon en asambleas públicas. Asimismo, López Obrador logró el apoyo del PRD nacional.

La presencia de López Obrador le dio inflexibilidad al conflic-to. Como líder moral del PRD tabasqueño, Andrés Manuel no ocultó su presencia y le hizo acreedor a una orden de aprehensión. Acostumbrado a jalar a la prensa hacia su territorio, una noche previa al desalojo salió de su casa a comprar cigarrillos a la tienda de la esquina y se “encontró” con una cauda de periodistas. Cuan-do le preguntaron si no tenía miedo al arresto, el tabasqueño —como lo haría muchas veces después en sus conferencias de prensa en el gobierno del Distrito Federal— respondió con una sonrisa y dijo: “aquí los espero”.

*

Tabasco fue un laboratorio social. Sus resultados fueron ma-gros. Al final, el conflicto le sirvió a López Obrador para escalar posiciones. Luego del desalojo, a mediados de 1996, Andrés Ma-nuel fue designado presidente nacional del PRD para darle movi-lidad social al partido. Tabasco, por tanto, pasó a segundo, tercero, cuarto y hasta quinto lugar en sus prioridades. Delegó el control del estado. En el 2000 ya no quiso ser candidato a gobernador y

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puso a Raúl Ojeda, pero Madrazo lo derrotó dos veces para impo-ner a su sucesor Manuel Andrade.

Los aliados del PRD tabasqueño fueron los priístas desplaza-dos por Madrazo, con Arturo Núñez a la cabeza. Sólo que con algunos detalles curiosos: Núñez era el subsecretario zedillista de Gobernación en 1995 y 1996 y por tanto corresponsable de las medidas de autoridad que el PRD calificó de represivas. Fueron conocidas las polémicas a gritos de Núñez con Muñoz Ledo. Y los perredistas no olvidan que fue Núñez el que calificó al PRD de un partido “de tribus” y a sus movilizaciones las llamó parte de la “industria de la protesta”. Pero desencantado de Madrazo, Núñez se hizo perredista sin renunciar al PRI, hizo campaña por los perredistas siendo priísta y encabezó al grupo lopezobradorista en el estado.

Tabasco había sido el nacimiento de una estrella perredista de López Obrador.

3.- El estilo personal de gobernar

En el fondo, la ciudad de México reveló el estilo personal de go-bernar de López Obrador. Arrinconado por los problemas, por el agobio de su compadre Nico, por el caso Ahumada y el videogate, López Obrador no da su brazo a torcer. Pero los conflictos han po-dido revelar los perfiles del ejercicio del poder del tabasqueño cu-yos principales rasgos delinean una forma de hacer política rumbo al 2006 –su primera participación en una elección presidencial–:

1.- Manipulador. Usa sin rubor infor-mación que le afecta para darle la vuelta y desgastar a sus colaboradores para fortale-cerse él mismo. Usó a su chofer Nico para enfrentarlo a todos, se desligó de su ope-rador René Bejarano y atacó a su aliado Gustavo Ponce. En todos los casos ocultó información.

2.- Mentiroso. Dice cosas que no son ciertas y las vende como verdaderas. No vacila en desligarse del lastre o de olvidar complicidades del pasado. Sólo su palabra vale. Basta con que él lo diga para exonerar aliados y condenar adversarios.

3.- Agresivo. Ajeno al debate de las ideas, López es muy dado al insulto personal, a la calificación del enemigo y a inventar rings para pelear. Sólo que los medios y políti-cos le criticaban irregularidades, propuestas y errores, no buscaban pelea. Para López Obrador, la mejor defensa es el ataque.

4.- Autoritario. Detrás de la sonrisa iró-nica, de las poses corporales, de la voz baja ya se sabe que se esconde un hombre in-flexible, convencido de sí mismo, regañón, manipulador mediático. Se cierra al debate. Sólo él califica. Y cuando pierde, ataca al adversario. “Yo me manejó así”, dice para justificar preferencias y para desconocer el

derecho social a la información. Todos van contra él.5.- Patrimonialista. Como en los tiempos del priísmo, el rei-

nado de López Obrador en el GDF quedó marcado por las prefe-rencias personales, el disfrute del poder y sus beneficios familiares a costa del poder. Nadie puede acercarse a su Camelot, reino ideal.

6.- Nepotista. Frente a la revelación de una larga lista de fa-miliares de su chofer Nico en la nómina del gobierno del DF, López Obrador se multiplicaron las redes familiares en el poder. El gobernante desdeñó las evidencias y simplemente dijo que eso no era nepotismo. Pero los familiares de Nico en el GDF andan como por 20.

7.- Anti opinión pública. Como todo populista, López se apro-vecha de los medios para enviar mensajes y señales pero los desde-ña como críticos. No respeta la opinión pública, no le hace caso. El flujo de la comunicación es, para él, unidireccional. Para López Obrador la opinión pública es asumida como masa informe.

8.- Unilateral. Su capacidad de manipulación de las conferen-cias de prensa se aleja de un acuerdo democrático. Habla de lo que quiere y asume a los reporteros de la fuente como canales a su servicio. Plantea su agenda, escurre los temas polémicos, se burla de las preguntas, no responde.

9.- Necio. Como buen tabasqueño, se niega a aceptar los erro-res. Eso lo lleva a acumular errores porque la cobertura de uno obliga a cometer otros. La necedad es la peor parte de un político porque lo lleva al autoritarismo.

10.- Delirante. Como no gusta del intercambio democrático, todo lo acredita a las conspiraciones. Esta acusación facilita la elu-sión de responsabilidades con la opinión pública. En toda su vida política no se le recuerda una disculpa o el reconocimiento de un error. Lo malo de su gestión y de su vida política es producto de

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complots.11.- Ventajoso. Todo su comportamiento lo lleva a sacar siem-

pre ventaja. Todo lo enreda para su propio beneficio. Gusta usar a la gente y luego hacerla a un lado. El caso más concreto es el de René Bejarano: lo usó sin pudor para construir su base social en el DF y lo dejó a un lado del camino cuando apareció en un video atiborrándose las bolsas del saco de dinero.

12.- Auto victimizado. Como no acepta el debate, asume siem-pre el papel de víctima. “Déjenme trabajar”, dice para eludir la crítica como derecho democrático de las sociedades para evitar la construcción de dictadores. No acepta la rendición de cuentas. Se presenta como el enemigo de los malos, lo que lleva a concluir que sólo él es el bueno de la película.

13.- Populista. Busca siempre el aplauso del público, orien-ta sus reacciones no para responder a reclamos informativos sino para agradar a las gradas. No ha generado una reclasificación de clase. Además, su enfoque porrista carece de un compromiso de clase. Apela tan sólo a tranquilizar a los pobres para beneficio de los ricos.

14.- Escurridizo. Hábil en las conferencias, él define qué sí y qué no debe debatirse. Gusta definir la agenda, aunque en los casos de corrupción del primer trimestre del 2004 impuso una agenda que todavía exige muchas explicaciones. López Obrador escoge a sus adversarios, define fechas y duración de los combates y siempre huye declarando empate o victorias inexistentes.

15.- Ladino. Los que lo atacan son salinistas, enemigos, miem-bros del hampa política, derechistas y muchos adjetivos más. Nunca reconoce la posibilidad de que la crítica tenga un origen democrático. Engaña a sabiendas. Miente sin rubor. Es un sobre-viviente campesino o indígena en un mundo dominado por los blancos.

Lo bueno de la crítica, sin embargo, radica en el hecho de que puede prever la personalidad de los políticos. En el pasado priísta, el sistema político trataba siempre de ocultar la verdadera singu-laridad de los políticos. Y la sociedad tenía que conocer vicios y virtudes de los gobernantes cuando ya estaban en el poder y ni cómo evitarlos. En una sociedad abierta como la actual, los políti-cos ya saben que son observados por la sociedad. Sólo que algunos siguen apelando y teniendo respuestas de la sociedad mediatizada del viejo priísmo que siempre está a la espera del mesías político que vaya salvarlo de las crisis. Y hay políticos que se niegan a mos-trarse como son y no respetan las reglas de la nueva democracia mediática donde la crítica es el instrumento de relación de la so-ciedad con el poder.

4.- “Lo de populista me lo inventó Salinas”

Andrés Manuel López Obrador es un hombre pragmático, no un ideólogo. Desde su centrismo se acomoda a veces a la derecha re-ligiosa y empresarial y luego en la izquierda de los movimientos sociales, pero sin casarse con ninguna ideología. Hubo un tiempo en que autodefinió a la izquierda, pero después decidió desechar, cuando ya era hombre de poder como jefe de gobierno del DF, cualquier ideología.

Su posicionamiento no es de ideas sino de decisiones. Su incli-nación por privilegiar a los pobres en su agenda no fue por espa-cios de izquierda, sino podría decirse que lo hizo desde la derecha:

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los pobres sin horizonte de bienestar son los que pueden romper los sistemas, por tanto, llegó a decir, atender a los pobres sería una tranquilidad para la derecha. Más que una posición política, López Obrador ha buscado una justificación pragmática de su li-derazgo.

Las percepciones gelatinosas de izquierda han permitido re-formas ideológicas que dañan el concepto mismo de izquierda. Como presidente nacional del PRD, por ejemplo, López Obrador propuso para el partido algunas consideraciones que rompían con el molde del marxismo. Un punto resultó significativo: la propie-dad accionaria de empresas por parte de los trabajadores. Como partido de izquierda heredero del comunismo marxista del Siglo XX, el PRD conculcaba la herencia ideológica y buscaba convertir a los trabajadores en empresarios borrando de un plumazo con la lucha de clases como motor de la historia. La propuesta del tabas-queño para el PRD nunca permeó. Aunque estuvo animada por la experiencia de los trabajadores de Teléfonos de México, cuya privatización fue condicionada por el gobierno de Carlos Salinas a la participación sindical como socia de la empresa.

Históricamente, la definición de izquierda en México estuvo asociada a la posibilidad de diseñar una alternativa a la formación capitalista y estatista del sistema productivo mexicano, con el Es-tado por encima de las clases y de la lucha de clases. Se trató, por cierto, de una moderación de los orígenes ideológicos del Estado mexicano en la etapa de la radicalización —de Obregón a Cárde-nas—, en los que hubo definiciones socialistas y hasta marxistas de la educación y del sistema productivo. Al perder referentes ideo-lógicos, el Estado se transformó en una burocracia dominada no por compromisos de clase sino por mediaciones interclases para sustituir los acuerdos corporativos por la lucha de clases.

En esa evolución ideológica se localiza la definición de la pro-puesta de “izquierda” de López Obrador. Por eso en el gobierno del DF se permitió programas de apoyo presupuestal a personas de la tercera edad —un subsidio por el sólo hecho de cumplir 65 años— junto a proyectos entregados a empresarios como Carlos Slim. En los años de gobierno en el DF, la lucha de clases desapa-reció. Las protestas sociales ocurrieron sólo por conflictos intersin-dicales (lucha magisterial), por decisiones de gobierno (Atenco), por restricciones laborales (ambulantes), por luchas estudiantiles contra el alza de cuotas (CGH en la UNAM) y por invasión de tierras, nunca para consolidar una alternativa marxista en la vida de la ciudad de México.

*

En los años de su encumbramiento como líder conductor de masas ha habido cuando menos tres críticas severas al modelo po-lítico de López Obrador de populismo sin ideología rectora y todo agotándose en la búsqueda de la popularidad personal. La prime-ra de ellas le dio sentido político al modelo de López Obrador: en 1996, en plena campaña por la presidencia del PRD, Heberto Castillo caracterizó el programa ideológico de López Obrador de lombardista, haciendo referencia al Vicente Lombardo Toledano que se convirtió en colaboracionista de los gobiernos priístas de López Mateos y Díaz Ordaz y que subordinó el Partido Popular Socialista al papel de “oposición leal” y aliado en función del pro-grama progresista de la Revolución Mexicana.

Heberto tuvo razón. López Obrador es un lombardista. El tex-to de Heberto, publicado en la revista Proceso 10234 del 10 de

junio de 1996 fue muy claro:“Sorprenden los bandazos del candidato a la presidencia del

PRD, Andrés Manuel López Obrador. De una posición intran-sigente que demandaba la creación de un gobierno de salvación mediante la renuncia de Ernesto Zedillo, el nombramiento por el Congreso de la Unión de un presidente provisional, la convoca-toria a elecciones presidenciales y la elección de un nuevo man-datario para instaurar el gobierno que salvaría al país del desastre económico, político y social que vive, se ha pasado a la posición lombardista de apoyar al gobierno si éste orienta el rumbo según las indicaciones del partido opositor.

“Ahora, el domingo 2 de junio de 1996, en documento que to-davía no poseo pero que fue parcialmente publicado en la primera plana de La Jornada, como la noticia principal, López Obrador sale a la defensa del presidente Zedillo y reclama la unidad en torno a él porque ‘está en marcha un proyecto para deponerlo, inspirado y promovido desde el extranjero y vinculado a grupos políticos y económicos que traicionan al régimen para apoderarse de las riquezas del país, esencialmente los yacimientos petroleros’. El documento de Andrés Manuel se titula ‘La defensa de las insti-tuciones y el rechazo a la renuncia presidencial’”.

“Ante la dura crítica a la posición de López Obrador de par-te de miembros de su misma planilla, Cuauhtémoc Cárdenas se apresuró a defenderlo. Dijo: ‘López Obrador planteó una salida constitucional a la crisis, no un cambio de personas que lleve a un mayor descontento’. Olvida Cuauhtémoc que esa era su tesis al proponer el gobierno de salvación nacional en el III Congreso de Oaxtepec, el cambio de personas. Interpreta Cárdenas las palabras de su candidato a su gusto y conveniencia. Andrés Manuel no pro-pone una salida constitucional a la crisis, sino una rectificación de Zedillo a su política neoliberal, creyendo tal vez que éste la sigue solamente por presión de fuerzas ajenas al país o a su convicción política. No se entiende que Zedillo practica la política neoliberal porque cree en ella, porque piensa que es la mejor para el país y para los intereses políticos, económicos y sociales que representa en el PRI. Zedillo no es de manera alguna un instrumento de otros y que actúa forzado. Es un actor de su propia convicción política, como lo fueron De la Madrid y Salinas.

“A los dirigentes de la política neoliberal no los vamos a con-vencer de que se pasen a nuestro bando político. Hay que presio-narlos con métodos políticos eficaces, parlamentarios, económi-cos, sociales, para que actúen de acuerdo con las conveniencias de nuestros representados, del pueblo que ha sido despojado de su riqueza por los grandes empresarios nacionales y extranjeros beneficiados por la política económica seguida por los últimos gobiernos.

“Contrario a lo que expresa Cárdenas, López Obrador con-sidera como una salida a la crisis nacional convencer al jefe del Poder Ejecutivo de la necesidad de cambiar la política neoliberal que sigue y que de hacerlo tendría el apoyo del pueblo mexicano y del PRD. Esa delicada posición del PRD no considera AMLO que hace falta decidirla en un congreso nacional o en un consejo, ni siquiera en el Comité Ejecutivo del PRD; ya él se sabe presidente del partido, y como tal, siguiendo la tradición implantada por sus antecesores, puede imponer al partido sus decisiones. Por ello dice en su documento: ‘Zedillo podría tener el apoyo del pueblo mexicano, de nosotros mismos (hasta de nosotros, los mejores del pueblo, parece decir), pero no se la quiere jugar del lado del na-cionalismo, de la defensa de los intereses patrios, de la atención a

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reclamos sociales de justicia, democracia, libertad y paz’. Y agrega, para que no haya dudas de su disposición a la unidad: ‘Si para sal-var a la República tenemos que apoyar a la Presidencia, no vamos a titubear en hacerlo... si el presidente Zedillo tiene sensibilidad política, si no se confunde con nosotros (?), si no se crece al castigo (?), sepa él y sepan los mexicanos que nuestro partido es uno solo para defender las instituciones (como se ve, ya Andrés Manuel habla a nombre del PRD y lo compromete por su cuenta) y que todos sus militantes y dirigentes somos también soldados de la República’.

“Si a este discurso se le cambia el apellido Zedillo por el de López Mateos o Díaz Ordaz, un lector ilustrado podría pensar que se trata de un documento del PPS de los tiempos de aquellos pre-sidentes y de Lombardo Toledano. ¿Volveremos a tener un partido de ese tipo, de ‘leal oposición al gobierno’, atento a los actos po-sitivos, progresistas de los miembros de la clase gobernante? ¿Será ésta una reacción de la demanda hecha por Zedillo a quienes sólo propalan las malas noticias y para nada se refieren a las buenas? Porque vale la pena decir que si hay buenas noticias hay que darlas a conocer, y quienes criticamos los actos malos del gobierno y el empobrecimiento sistemático de la población estamos dispuestos a comentar con entusiasmo toda noticia que hable de cambios favorables para los marginados. Hasta ahora nada sabemos de ese tipo de cambios; crece la deuda externa; sigue el saqueo de nuestro petróleo, de los dineros que ingresan al país por concepto de turis-mo, porque con esos dos rubros se pagan los intereses de aquélla.

“Puede ser que la planilla que encabeza Andrés Manuel y que promueve Cuauhtémoc Cárdenas haya cambiado su concepción del gobierno priísta y, en vez de pedir la renuncia del presidente, piense ahora que debemos unir fuerzas con él para sacar al país de la crisis si Zedillo acepta cambiar su política económica. Noso-tros no lo creeríamos aunque nos lo dijera el presidente, porque el sustento ideológico del gobierno del PRI, su fundamento desde hace 13 años cuando menos, es la doctrina neoliberal que preten-de integrar a México al mundo moderno, que considera imposible defender la planta económica nacional de la competencia desleal que exigen las grandes naciones industrializadas.

“Tenemos a la vista la prepotencia imperial de Estados Unidos con su Ley Helms-Burton cuando, ante el rechazo unánime de los 32 asistentes distintos a Estados Unidos a la XXVI Asamblea General de la Organización de Estados Americanos (sólo se ausen-tó República Dominicana), la representante estadunidense ante la OEA, Harriet Babbith, calificó el cuestionamiento de la ley como ‘una cobardía diplomática’ y negó que el Comité Jurídico Intera-mericano al que los países solicitaron determine sobre la validez de la Ley Helms-Burton tenga atribuciones para dictaminar sobre una ley estadunidense.

“Quienes hemos luchado toda la vida por construir un partido capaz de vencer al PRI y al PAN para ser gobierno no podemos aceptar estos planteamientos, y cuando los escuchamos vislumbra-mos acuerdos oportunistas con funcionarios del gobierno para fa-cilitar el arribo a la dirección del partido de un grupo que pretende mantener indefinidamente su control sobre el PRD.

“Cuauhtémoc debe fundamentar claramente su apoyo a la po-sición de Andrés Manuel, contraria a la que propuso en el III Congreso Nacional del PRD en Oaxtepec. Si se convenció de las razones expuestas por los compañeros que ganaron la discusión y que aprobaron por gran mayoría la transición pactada hacia la democracia con todas las fuerzas políticas de la nación, su nueva

posición de apoyar a Zedillo si éste acepta el programa económico del PRD no contribuye a que se avance en la construcción de la democracia sino, por lo contrario, ayuda a que el PRD se quede atrás como simple ayudante del partido en el poder para sacarlo de los apuros que padece internamente.

“Porque a nadie debe escapar que los rumores acerca de la re-nuncia de Zedillo provienen de los hombres del poder, de México y de Washington. Entre los hombres del gobierno, entiéndase, no hay desacuerdo sobre la política neoliberal que se aplica, sino por la conducción que se tiene de ella. Nadie dentro del gobierno in-teresado en quitar a Zedillo piensa en cambiar de rumbo; lo que quieren es afianzar ese rumbo. Y debemos entender que la cúpula en el poder sabe que las fuerzas progresistas están dispersas, des-organizadas y enfrentadas; por ello se animan a ir por el camino del golpe, porque está entre ellos quien reemplazará al desplazado. Usan el rumor para desestabilizar y aprovechan las posiciones po-líticas y económicas que tienen en Estados Unidos. Recordemos que la Dow Jones ha usado antes el rumor.

“La inconsistencia de los dirigentes sale a relucir en las emer-gencias. Vivimos en una muy grave. Cuauhtémoc avanza en una posición de promotor abierto de un candidato a opositor abierto de otro. Ahora me descalifica en el debate sostenido con Diego Fernández de Cevallos en el Canal 40 de televisión. Ahora Cuau-htémoc y López Obrador saltan de posiciones opuestas en breves lapsos. Defienden la industria petrolera y se oponen a su venta, pero proponen comprarla sin consulta previa con la dirección del partido y mucho menos con sus bases. Se olvidan de que, si la Constitución prohíbe la venta o concesión de la industria, ésta o parte de ésta no puede comprarse. Y se ignora que para adquirirla se requieren 6 mil millones de dólares, esto es, 45 mil millones de pesos, de los cuales se han recolectado en dos meses apenas 300 mil pesos, por lo que de seguirse percibiendo las aportaciones a ese ritmo, en 12 mil quinientos años más, los compañeros Cárdenas y López Obrador habrán reunido el resto. ¿Habrán considerado estos números o ni siquiera pensaron en ellos? Propuestas de este tipo descalifican las luchas que damos en el PRD por defender los recursos de la nación y nos muestran como, al menos, poco serios. Y siguiendo el mismo camino individualista para tomar decisiones que comprometen a todo el partido, ahora cambian su política intransigente de pedir la renuncia de Zedillo por la de apoyarlo si cambia el rumbo económico de la nación. Se llega al extremo de decirle al presidente en el documento que comentamos que ‘nues-tro partido es uno solo... y que todos sus militantes y dirigentes somos también soldados de la República’. Sí lo somos, digo yo, pero depende para realizar cuál lucha.

“He respetado la decisión de Cárdenas de apoyar abiertamente la candidatura de López Obrador. Está en su derecho. Respeto la decisión de Porfirio Muñoz Ledo de mandar sus cuadros a promo-ver a Amalia García. Es su derecho. Pero rechazo la discriminación que públicamente hace Cuauhtémoc de mi candidatura a la pre-sidencia del PRD. En esta contienda hemos dicho que se puede apoyar, se puede criticar; lo que no se puede ni debe es descalificar. Tenemos que actuar ofreciendo razones del porqué de nuestras posiciones si queremos mantener la unidad dentro del partido. Y construir la democracia hacia dentro, la que tanto demandamos hacia afuera.”

*

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El conflicto de la lobotomía ideológica del PRD que se ha magnificado con la ausencia de ideología de López Obrador ha llevado a disputas entre organizaciones afines o de algún modo cercanas en objetivos. El 4 de febrero del 2003, en una de sus tantas cartas sobre su recorrido político y social por el centro-sur-sureste de la república, el subcomandante Marcos hizo una severa crítica al PRD de Cárdenas y López Obrador justamente por su pragmatismo. El documento provocó respuestas de Cuauhtémoc Cárdenas y otros perredistas, pero de todos modos quedó en el de-bate el hecho de que un movimiento guerrillero en armas criticaba severamente los acomodamientos pragmáticos del PRD. La crítica de Marcos había dado en el blanco:

“Orizaba, año del 2001, la plaza llena...“En un rincón se encontraban dos personajes de la política: los

senadores Jesús Ortega (jefe de la bancada perredista en el Senado) y Demetrio Sodi de la Tijera (miembro perredista de la Cocopa). La plaza de Orizaba siempre ha sido un lugar difícil para las ma-nifestaciones políticas, y los dos senadores estaban ahí para atesti-guar el fracaso en la convocatoria de los zapatistas. Con el rostro desencajado y cenizo, veían a la gente y la escuchaban. Entonces se miraron entre sí, entendiendo que había que hacer todo lo posible para que esa fuerza no saliera definitivamente a la lucha abierta... nunca.

“En un lado, Jesús Ortega, nativo de Aguascalientes, ex fiel seguidor de Rafael Aguilar Talamantes en el Partido Socialista de los Trabajadores, diputado de 1979 a 1982, expulsado del PST en 1987, miembro del PSM y después del PSUM, nuevamente es di-putado de 1988 a 1991, en 1989 se suma a la corte más próxima a Cuauhtémoc Cárdenas, desde 1993 su trabajo en el IFE le permite ligarse a los órganos del PRD en los estados, de nuevo diputado de 1994 a 1997 (entonces coordinador de la fracción de diputa-dos del PRD), fue un cortesano de Cárdenas hasta el año 2000, cuando incluso le aconsejó el retiro (hoy es uno de sus principales detractores), es ahora senador de la república y coordinador de la bancada de su partido en esa cámara.

“Sin haber dirigido ningún sector social, sin ninguna produc-ción intelectual, sin dotes de tribuno, sin carisma alguno, el sena-dor Jesús Ortega es un botón de la gran muestra de dirigentes del Partido de la Revolución Democrática.

“A su derecha, Demetrio Sodi de la Tijera, defeño, ex gerente de empresas públicas y privadas, coordinador general del DDF en los tiempos de Ramón Aguirre, ingresa al PRI en 1975, diputado federal por el PRI cuando se concreta el fraude salinista contra Cárdenas, asambleísta -con la bendición de Salinas- del PRI en la segunda Asamblea Local del DF (91-94), formaba parte del grupo de Manuel Camacho Solís hasta que éste no es elegido candidato presidencial por el PRI, sale del PRI en 1994 después del asesi-nato de Colosio, dirigente de Alianza Cívica en 1994 y miembro del Grupo San Angel en el mismo año, en 1996 participa en el Foro de la Reforma del Estado (organizado por el EZLN) con una ponencia donde auguraba que el PRI se mantendría en el poder por mucho tiempo y que sólo las candidaturas conjuntas de PAN y PRD podrían derrotarlo, entra al PRD -animado por el triunfo de Cárdenas en el DF en 1997, diputado del PRD en 1997-2000, ahora senador del 2000 al 2006. Como senador, además de impul-sar la contrarreforma indígena, ha buscado llegar a acuerdos con el PAN en lo de la privatización de la energía eléctrica, votó en contra de renegociar la entrada en vigor del capítulo agropecuario

del TLC, y en no pocas ocasiones se manifestó en contra de los campesinos rebeldes de San Salvador Atenco.

“Hace unos días, el analista político Armando Bartra hacía una especie de balance de los 9 años del TLC y de la presencia pública del EZLN. No me detendré en criticar el análisis frívolo y superficial de las iniciativas zapatistas, sino en un señalamiento: el maestro Bartra decía que no debíamos buscarle caras de Lulas (en referencia al hoy presidente de Brasil) a nuestros políticos, pero que había que luchar, no sólo desde abajo, también desde <arriba> (es decir en las cámaras) por la transformación de México. De acuerdo en lo de no verle cara de Lula a los políticos. Pero parece también un error verle al PRD mexicano cara de PT brasileño. ¿Y dónde está el equivalente al MST (Movimiento de los Sin Tierra) carioca?

“Parece que el único argumento para sostener que hay que apoyar al PRD es que no hay otra cosa, que si no se le apoya, entonces el PRI y el PAN y la madre del muerto, y el sectarismo y todas las desgracias, caerán sobre nosotros. Recientemente, como respuesta a las críticas al PRD hechas por los 7 comandantes y comandantas del EZLN, el primero de enero de este año, la pre-sidenta de ese partido, Rosario Robles, llamaba a no pelear entre “amigos”, e insistía en que lo de la votación de la ley indígena había sido un error y así se había reconocido.

“¿<Amigos>? ¿<Error>?

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“Según se desprende de las defensas a ultranza que los senado-res Ortega y Sodi hicieron de la contrarreforma indígena (cuando ya ni Bartlett ni Cevallos la defendían, pues era mayúsculo el re-pudio nacional e internacional), no se trató de un <error táctico>. Bajo la visión de Ortega y Sodi realmente no es muy importante que a las comunidades no se les reconozca su carácter de <entida-des de derecho público>; tampoco que no se hable del <disfrute colectivo de los recursos naturales> (¡según Ortega esto es innece-sario!); incluso lo del territorio, en tanto el <hábitat abarca lo del territorio>.

“Con todo lo anterior, los reclamos y la oposición de los pue-blos indios de México en contra de la Ley, que los senadores qui-sieron y quieren limitar a <gente cercana al EZLN y al subcoman-dante>, sólo se reduce a que los pueblos indios no comprenden la <sabiduría> de los legisladores perredistas.

“Pero el asunto es que los senadores de la izquierda mexicana defendieron una ley que es de derecha. Y cuando el señor Cárdenas Solórzano indicó votar por la contrarreforma indígena (<¿Eres un senador del EZLN o del PRD? ¡Vota por la unidad del partido!”> habría dicho, olvidando que los senadores no son del EZLN, pero tampoco del PRD, del PRI o del PAN, sino senadores DE LA REPUBLICA), lo hizo por una ley de derecha.

“La alternativa era clara: o con los pueblos indios (y los millo-nes de mexicanos no indios que apoyan sus demandas) o con la

contrarreforma indígena de Cevallos-Bartlett-Ortega. Y el PRD eligió, y eligió de acuerdo al perfil que se construye: el de una izquierda agradable y cómplice de la derecha.

“La aprobación de la ley Cevallos-Bartlett-Ortega (by the way, ninguno de ellos fue elegido por votos —entraron al Senado como cuota de partido—), es decir, del PRI-PAN-PRD fue, en efecto, un triunfo de la clase política mexicana en contra de los pueblos indios (y no sólo contra el EZLN), pero un triunfo pírrico, que se desvanece ya ante el avance de los procesos de autonomía y de resistencia no sólo en los indígenas.

“¿Los diputados perredistas se <salvan>? Bueno, el voto en contra de la contrarreforma se acordó en la fracción parlamentaria de la Cámara de Diputados con apenas 3 votos de diferencia. Y los diputados del PRD están aprobando varias cosas que tienen que ver con dicha contrarreforma.

“Pero, ya en el terreno de los supositorios, pensando que sí, que sólo fue un <pequeño error> que debemos perdonarnos como <amigos>, entonces ¿qué significa lo que sigue?

“1) El PRD lleva tres años seguidos votando a favor del pre-supuesto federal. Ellos se justifican señalando que no han sido los proyectos originales de Fox. La realidad es que en Hacienda se manda un presupuesto que ya saben que deberá ser <modificado> por los diputados (aumentando un poquito a educación, salud, etc.), con lo cual se asegura su voto. Si es verdad, como dice la

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teoría económica, que el presupuesto representa el modelo eco-nómico en funciones, entonces el PRD lleva tres años votando a favor del neoliberalismo y contra los mexicanos, y su voto ha significado votar a favor de pagar la deuda externa, de limitar el crecimiento, de seguir fielmente los dictados del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial.

“2) Los diputados del PRD están poniendo en práctica los acuerdos que se votaron mayoritariamente sobre la Ley indígena, tanto en lo que tiene que ver con las leyes reglamentarias, como en lo de las partidas presupuestales. Votaron en contra, pero son garantes de la implementación de esa ley.

“3) En el Senado el PRD votó a favor de las modificaciones a la Convención Internacional sobre desaparecidos, con lo cual se garantizó el fuero militar (los soldados solamente serán juzgados por tribunales militares) y la no retroactividad, con lo cual se ga-rantizó la impunidad.

“4) En diciembre pasado varios legisladores del PRD (entre otros, el senador Sodi) votaron con el PAN y el PRI sobre no exigir que se suspendiera la aplicación del capítulo agropecuario del TLC.

“5) Simplemente para darse una idea del dispendio que signifi-caron las elecciones internas del PRD, un anuncio de 20 segundos en el noticiero de López Dóriga, en Televisa, cuesta 465 mil pesos. Se pagaban a los brigadistas (muchas veces miembros de pandillas de varias colonias pobres) 60 pesos por hora en el día para pegar propaganda, y 80 pesos la hora en la noche para quitar la del con-trincante. Se calcula que el costo de la campaña previa del PRD fue de cerca de 80 millones de pesos.

“6) El señor Ramírez Cuéllar, de El Barzón, uno de los <líde-res> del movimiento campesino actual, ¿no fue precandidato del PRD a la delegación Venustiano Carranza del DF que, por su-puesto, está mayoritariamente poblada por campesinos? ¿Cuántos de los candidatos del PRD a puestos diversos han sido alguna vez líderes sociales? ¿Cuántos precandidatos del PRD a las delegacio-nes ni siquiera aparecieron en las boletas de encuesta? ¿Cuánto se gastaron los precandidatos que se anunciaron en radio y televi-sión? ¿Cuánto se gastó en la avioneta que promocionaba a uno de los precandidatos?

“7) ¿Un partido de izquierda recurre a las encuestas para elegir a sus candidatos y dirigentes? ¿Un partido de izquierda promocio-na nombres y rostros en lugar de principios y programas? ¿No es verdad que el 67% de los municipios que gana el PRD, los pierde en la siguiente elección por gobernar como lo hacen el PRI y el PAN? ¿No es cierto que el discurso del PRD no le <llega> a los jóvenes, a los indígenas, a los ecologistas, a las mujeres, al nuevo movimiento campesino? ¿Cuál es la posición clara del PRD en los asuntos internacionales?

“El PRD, es cierto, alguna vez fue un partido de izquierda. Ya no. Ha optado por sumarse (a la cola) a la lógica de la clase política y sólo aspira a ser el peso que modifique la balanza, olvidando que al dueño de la balanza eso le tiene sin cuidado. Se ha ligado ya orgánicamente al aparato de Estado y depende económicamente, es decir, políticamente, de él. A su interior se ha formado ya una nueva clase de políticos que vive del presupuesto y hace todo lo posible por mantenerse en él. Ya no hay principios, ni programa... y, ergo, ni partido.

“A los zapatistas no se nos escapa el hecho de que hay mucha gente honesta y consecuente en el PRD (la saludamos). Pero no es ella la que decide el rumbo y el perfil de ese instituto político.

“Una y otra vez se nos dice que, ni modo, no hay otra cosa. Pero, como dijo el Comandante Tacho el uno de enero, SI hay otra cosa...

“Desde las montañas del sureste mexicano.“Subcomandante Insurgente Marcos.”

*

Y en el mismo tenor, el historiador y fundador del PRD Adol-fo Gilly envió una carta abierta el viernes 26 de marzo del 2004 al presidente interino del partido, Leonel Godoy, para recriminarle la pérdida de rumbo ideológico. Sin mencionarlo por su nombre, Gilly —aliado de Cárdenas y autor de uno de los enfoques más novedosos, el trotskista, de la historia de la revolución mexicana: La revolución interrumpida— hizo un severo cuestionamiento de la desideologización perredista en el gobierno del DF de López Obrador por sus alianzas con los enemigos históricos de la izquier-da y de los grupos progresistas:

“Estimado Leonel: Recibí tu atenta carta (supongo que es una circular, enviada también a otras personas) en la cual me anuncias la realización del octavo Congreso Nacional del PRD y me dices:

“<Reconociendo su trayectoria y aportación a la democracia y cultura del país, nos gustaría contar con su presencia como invi-tado en este evento>.

“Como tú sabes, pero tal vez otros no, fui fundador del PRD en 1989 y participé como redactor del Llamamiento al pueblo mexicano a través del cual un numeroso grupo de ciudadanos con-vocó, en 1988, a la organización del partido que ahora presides.

“Ante la realización del evento al cual me invitas, quisiera ha-cer algunas reflexiones.

“Este evento, denominado octavo congreso del PRD, no es tal en realidad. Un congreso se conforma con delegados elegidos que representan la opinión y llevan el mandato de sus electores. Para este evento no hubo elección y quienes asisten con voz y voto no son delegados por nadie. Representan apenas la votación de la cual surgió el precedente séptimo congreso, efectuado en mayo de 2002 para tratar otros problemas que los actuales, y suponiendo además que esta votación no hubiera estado viciada por los frau-des probados en el informe de octubre de 2002 elaborado por la Comisión para la Legalidad y Transparencia designada por aquel congreso. En el mejor de los casos, el actual evento podría ser una asamblea de dirigentes del PRD o un encuentro de miembros de sus actuales estructuras dirigentes.

“Esto, pues, Leonel, no es un congreso: es una reunión de us-tedes, a la cual deseo, dentro de lo posible, el más ordenado de-sarrollo y la mejor conclusión. Otras facultades no tienen, como tampoco las tendría ninguna agrupación paralela que asumiera el nombre de PRD.

“Dicho lo anterior creo, como todos los ciudadanos de este país, que el PRD atraviesa una coyuntura gravísima. Esta gravedad depende en buena parte, a mi juicio, del prolongado e ininterrum-pido proceso de alejamiento del PRD con respecto a la vida, los afanes, las angustias y las formas de organización y de lucha del pueblo mexicano. Su contrapartida es el ininterrumpido acerca-miento del PRD, hasta el punto de identificación casi total, con las instituciones administrativas y políticas del Estado, de las cua-les el PRD parece considerarse la parte <izquierda>.

“Ejemplos de esta identificación abundan, pero para no ser ex-tenso mencionaré sólo dos: uno, la función meta estatutaria que se

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asigna a los gobernadores en las deliberaciones y las decisiones del PRD, como si se tratara de un Consejo de Pares del Reino; el otro, la intención no desmentida de los diputados del PRD de partici-par en el próximo atentado contra la Constitución todavía exis-tente, contra la tradición jurídica nacional desde el Constituyente de 1917 y contra los derechos democráticos del pueblo mexicano, que consistirá, si nadie lo evita, en establecer la relección inmedia-ta para los diputados y senadores de la nación.

“No será esta, Leonel, la primera defección en esos terrenos, pues ya en 1992 los legisladores perredistas, encabezados en esta empresa por el profesor René Bejarano, participaron en la con-trarreforma salinista del artículo tercero constitucional para abrir la puerta a la liquidación de la gratuidad de la enseñanza pública a nivel universitario, atentado cuya materialización hasta hoy los universitarios hemos impedido. Esta entrega de principios sustan-tivos mereció mucha menor atención por parte del PRD que los tristísimos videos en los cuales dicho profesor aparece en sucesos de ínfima importancia. Pero ambos hechos están unidos por una coherencia de sustancia y de vida que, una vez más, la ensordece-dora moralina imperante tiende a encubrir.

“En otras palabras: el PRD se ha convertido en un partido cercano de las instituciones y lejano del pueblo. Este alejamiento del pueblo trabajador, de los oprimidos, los subalternos, los ex-plotados y despojados; de las clases populares, que fueron quienes rompieron en 1988 el monopolio PRI-PAN y dieron origen a este partido, y, sobre todo, de sus organizaciones y sus autonomías, no es una cuestión de moral, sino de trasformación política. El PRD es hoy, en suma, un partido que mira desde arriba hacia abajo, y no desde abajo hacia arriba; desde las instituciones hacia el pueblo, y no desde el pueblo hacia las instituciones. El PRD ha adquirido, sin duda, una mirada subordinada a la mirada de las clases dominantes.

“Esta transformación política de lejano origen es la que deter-mina, pienso, la reacción defensiva, inepta y desconcertada de la estructura dirigente del PRD frente a las denuncias de corrupción en su contra. Es penoso ver cómo la dirección del PRD, en su totalidad, se deja acorralar por la televisión y sus más tenebrosos personajes, que conducen una campaña obviamente orquestada y dosificada. Es penoso ver el torrente de moralina que viene desde esas estructuras partidarias, tronando contra los “corruptos”, pi-diendo “castigo ejemplar”, hablando de depuraciones y de ética, y fingiendo ignorar lo que el pueblo dice y sabe de tantos funcio-narios provenientes de todos los partidos, incluido el PRD, en las administraciones municipales donde siguen imperando la mordi-da, la amenaza, la prepotencia y la represalia contra quienes no se dejan. Es absurda la moralina cuando se ignora la progresiva asimilación del PRD a los viejos “usos y costumbres” de la clase política, facilitada por la colonización del PRD y de sus estruc-turas de representación por políticos provenientes del PRI, que siguen siendo exactamente lo mismo que antes, salvo que toman al PRD como una buena franquicia electoral. Esta asimilación em-pieza por los métodos clientelares con que se amarra y se moviliza a las “bases partidarias” en toda la geografía nacional. Lejos, muy lejos estamos del partido de ciudadanos al cual convocaba el lla-mamiento inicial de 1988.

“Y esto, compañero presidente, no es una cuestión moral o estatutaria, que en eso se han convertido desde hace mucho las discusiones en las instancias dirigentes del PRD, sino una cuestión de orientación política: con quién está el PRD, a quién representa,

a quién sirve y junto a quién lucha. Porque, permíteme decirte, es un viejo cuento que los socialistas siempre hemos rechazado el de que un partido puede responder a la vez a los intereses de los trabajadores y el pueblo y a los intereses y las exigencias de los empresarios, por más <progresistas> que éstos digan ser.

“Por esa mutación política —que no moral— del PRD en un partido de empresarios y de políticos, que <también> se ocupa de <los pobres> (y busca protegerlos, pero no apoyar su organiza-ción autónoma), es que Carlos Ahumada, auténtico empresario, pudo pasearse por todas las tribunas del PRD, codearse con sus dirigentes, discutir con ellos a cada momento y, no me digan que no porque aquí nadie nació ayer, tener voz y peso en muchas de las decisiones que esos dirigentes tomaban. No es una cuestión personal o de vida privada ni una <infiltración>, como dicen los moralistas de uno y otro bando. Es el símbolo de la prolongada y profunda mutación en la política, en la sicología y en los estilos de vida en los destacados dirigentes del PRD. Luis Buñuel lo llamaba >el discreto encanto de la burguesía>.

“Desde esta mutación en los principios, en las propuestas, en las políticas y en las alianzas, está escrito el canto a los “verdaderos empresarios” con que Martí Batres se dirige a la Canacintra en La Jornada del 25 de marzo, a través de un panegírico a su presidenta saliente. Un partido del pueblo y sus eventuales dirigentes debe, por supuesto tratar, conversar y llegar a acuerdos convenientes con los empresarios de todo tipo. Lo que no puede ni debe hacer es entonar las loas políticas de esta clase social privilegiada frente a la miseria, la exclusión y la explotación que sufre la inmensa mayoría del pueblo, ignorando la ira y la furia que en ese pueblo se está acumulando mientras el PRD se extasía con tales <empresarios>. Esta mutación sicológica y política es lo que hizo posible —in-evitable, diría— la infortunada aventura del PRD con el pícaro Carlos Ahumada, empresario de innegable espíritu emprendedor y de notable capacidad de convicción. Atención: no es el único ni, por mucho, el más importante e inteligente de esa especie.

“Tres cuestiones políticas que fueron decisivas en esta transfor-mación, y no las únicas, quiero anotar en esta carta:

“1) La política de alianzas del PRD, que aquí se alía con el PAN, allá con el PRI y más allá quién sabe con quién, fuera de toda preocupación de principios o de programa. De ese tipo era la alianza que en 1998 se trató de imponer con Ignacio Morales Lechuga: el fallido intento, como se ha visto, tuvo sus secuelas. De esas alianzas, la más inaceptable, la que en cualquier ocasión y lugar que se realice resultará funesta, es la alianza con el PAN, es decir, la alianza con el partido conservador, representante político del poder más antiguo y reaccionario de México: la jerarquía de la Iglesia católica, el partido de la subordinación a Estados Unidos y de la aplicación a fondo de la restructuración neoliberal y la priva-tización total de los bienes comunes de la nación. Esas alianzas son una aberración, contraria a las raíces liberales y radicales del PRD.

“2) El abandono, por momentos hasta el límite del enfrenta-miento, del movimiento estudiantil y universitario de 1999, el último movimiento social de envergadura que, pese a todas las vicisitudes y los sectarismos (buena parte de los cuales se deben a la deserción del PRD), impidió la abolición de la enseñanza gra-tuita a nivel universitario. La contrapartida es que el PRD, como estructura partidaria, no tiene nada que hacer en la UNAM y, para bien de la universidad, ojalá no intente regresar nunca. Fue ésta una deserción de sus obligaciones hacia los movimientos de la so-ciedad y, sobre todo, hacia el universitario, decisivo en los orígenes

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mismos del PRD en 1987 y 1988.“3) El abandono, en el Congreso de la Unión, de las deman-

das indígenas y democráticas contenidas en los acuerdos de San Andrés y la participación en la elaboración de la ley Bartlett-Fer-nández de Cevallos-Ortega de contrarreforma indígena y en su vo-tación unánime en la Cámara de origen, el Senado. La ley Cocopa representaba una reforma constitucional que no sólo defendía los derechos indígenas, sino que abría paso a una transformación y ampliación democrática de todas las estructuras del Estado y de las relaciones de la sociedad en México. A ella se opusieron por sólidas razones tanto los conservadores del PAN como los liberales del PRI. Esta deserción de sus compromisos y obligaciones con la democracia por parte del PRD fue una de las fases definito-rias -no remediada por declaraciones inefectivas posteriores- en su transformación en uno de los sostenes de las estructuras opresoras, injustas y excluyentes que encierran en sus actuales límites a la vida política del país.

“De estas deserciones, claudicaciones y abandonos en el terre-no liberal, en el terreno social y en el terreno democrático, y de muchas otras en los tres terrenos, se fue nutriendo la gravísima situación que hoy enfrenta el PRD. No tiene sentido abordarla como una cuestión de moral individual o de normas estatutarias. Si esta asamblea, como todo lo indica, toma por ese camino, ter-minará de encerrar al PRD en un callejón sin salida.

“Tierra, petróleo, energía, derechos y autonomías indígenas, educación, investigación, salud, pensiones, territorio, ecología, biodiversidad, salarios, empleos, vivienda, legislación social, ré-gimen fiscal equitativo, medio ambiente e infraestructura urbana, seguridad, soberanía, paz y oposición a las guerras, democracia, justicia, ciudadanía, corrupción y narcotráfico, retiro del Ejérci-to de Chiapas, paz y respeto al EZLN y al movimiento indígena nacional, libertades, derechos y libertades de las mujeres, Ciudad Juárez, cultura, medios de comunicación, tiempos libres, edades de la vida, convivencia, son sólo algunos de los temas que debe-ría abordar, previa amplia discusión e intercambio, una asamblea, conferencia o congreso de un partido liberal, democrático y social que estuviera cercano al pueblo mexicano de estos días y quisiera contribuir al surgimiento de nuevos movimientos de la sociedad desde lo más profundo, únicos que podrán en el futuro cambiar el estado de cosas existente.

“Esos temas tendrían que traducirse no tanto en <políticas pú-blicas> (que parece ser lo único en lo cual piensa el PRD), sino en primer lugar en políticas de organización autónoma desde abajo y desde adentro de esos movimientos profundos de la sociedad, del pueblo, de los subalternos y los oprimidos, hoy abandonados a su suerte por todos los partidos. Son los únicos que tendrán la fuerza, con sus movilizaciones, para revertir el actual curso conservador, entre resignado e indiferente, de la vida política y social en el país.

“Por todo lo que sabemos, Leonel, este próximo evento no tratará, y tampoco estaría en condiciones de hacerlo con seriedad y profundidad, ninguno de esos temas, es decir, de aquellos que conforman la vida, las angustias y las esperanzas del pueblo mexi-cano.

“Hablará, parece, sobre todo del propio PRD, sus equilibrios, sus estructuras, sus estatutos y sus consideraciones económicas y morales.

“Por eso, y por las razones que expongo en esta carta, sólo me queda, Leonel, agradecer una vez más que hayas recordado mi nombre en la lista de invitados a este importante evento y decirte

que en estas condiciones no tendría sentido mi asistencia. “Salud y suerte, presidente.”

5.- AMLO: largo y sinuoso camino al populismo

En intentos desesperados por eludir el debate a fondo de las ideas, López Obrador ha buscado un control de daños sobre el conteni-do real de su propuesta de gobierno. Por ello ha querido ocultar la dimensión populista del cuerpo central ideológico de su oferta de gobierno y la ha querido presentar como política social. Sin embargo, el señalamiento de populismo a la política de gobierno de López Obrador no es una crítica sino una verdadera y profunda caracterización histórica e ideológica que no comenzó con el ve-nezolano Hugo Chávez, sino que asumió su verdadera dimensión a finales del siglo XIX en la Rusia zarista entre los marxistas de Lenin y los socialdemócratas.

La estrategia de López Obrador ha sido la de negar lo innega-ble, de acusar a Carlos Salinas de la campaña y de deslindarse de cualquier parecido con Chávez. Asimismo, ha reducido el asunto a una crítica, dice, contra su programa de pensión a personas de la tercera edad. También ha tomado el caso como un problema de lenguaje, en donde el concepto de populismo quiere equipa-

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rarse con popular, con preocupación por las clases populares. Y con habilidad, ha querido convertir el concepto de populismo en algo positivo y de beneficio social, cuando su significado es exac-tamente otro.

Sin saberlo del todo, el iniciador del debate sobre el populismo fue Karl Marx en su libro El dieciocho brumario de Luis Bonapar-te, publicado como análisis en la revista Die Revolution en 1852. El concepto de bonapartismo que asumió más tarde Trotsky nació justamente del ensayo periodístico de Marx sobre el golpe de Esta-do de Luis Napoleón Bonaparte en 1851 para coronarse como el tercer emperador de Francia. El bonapartismo, señala Elisa Chuliá en la introducción del libro de Marx en la editorial Alianza, fue ensayado a partir del criterio de que una clase propietaria le en-tregó el poder a un ejemplar del cesarismo. Así, una clase social popular ejerce el poder, pero para beneficio de otra clase social no popular.

El populismo se convirtió a mediados del siglo XX en un hijo directo y predilecto del bonapartismo. La diferencia es de matiz y de utilidad. El populismo se nutrió del bonapartismo en su objeti-vo de clase, pero le dio jerarquía a partir del movimiento de masas mayoritarias y de liderazgos caudillistas. El populismo se convir-tió en la alternativa a la lucha de clases que colocó Marx como el motor de la historia en El manifiesto del Partido Comunista de 1848. Se trató de un modelo de atención a las necesidades sociales de las mayorías marginadas, pero sin modificar la estructura de propiedad ni de clases y sin generar guerras fratricidas. El debate ruso sobre el populismo ocurrió a finales del siglo XIX entre los marxistas y los socialdemócratas revisionistas. En su texto Nuestro

programa, Lenin señalaba que la socialdemocracia se había metido en una crisis ideológica porque ya no aspiraba al poder y el mar-xismo seguía optando por la lucha de clase del proletariado para alcanzar el poder político.

El populismo, por tanto, se ha convertido en una desviación conciliadora de la izquierda. En la experiencia latinoamericana, el populismo descarrió las posibilidades del socialismo para acceder al poder al desvirtuar el objetivo de la lucha de clases en los traba-jadores por el del colaboracionismo a partir del liderazgo del cau-dillo. Peor aún: el populismo tuvo derivaciones en el caudillismo y el cesarismo de los dirigentes. Y al final de cuentas, un grupo dirigente sin compromiso de clase asumió el poder en nombre de las clases populares —y no directamente de la clase obrera— pero para servir a la clase propietaria directamente o a través de las ex-propiaciones. Y ocurrió con Juan Domingo Perón en Argentina, Getulio Vargas en Brasil, Lázaro Cárdenas en México, Juan Velas-co Alvarado en Perú, Jacobo Arbenz en Guatemala, entre muchos otros. Hoy el caso de Hugo Chávez-Nicolás Maduro es paradig-mático del reciclamiento del populismo.

Lo que falta por racionalizar a nivel teórico es el vacío político e ideológico que existe entre el populismo y el socialismo. Fidel Castro puede tener muchas simpatías por Hugo Chávez, pero las diferentes entre la revolución cubana y la revolución bolivariana son enormes: la primera es marxista y aspira al comunismo; la se-gunda es populista y se agota en ciertas decisiones que los relevos democráticos pudieran retrotraer en cualquier momento. En todo caso, los populismos revolucionarios fallan en la ausencia de una base de clase obrera y todo se agota en movilizaciones callejeras. Y lo que ha enseñado la historia es que los populismos dependen de un líder cuyo agotamiento, desviacionismo o desaparición por relevos democráticos diluye la viabilidad del modelo social.

En este escenario aparece la propuesta populista de López Obrador, hija política —aunque no de modelo— de los populis-mos mexicanos del pasado: el de Obregón, el de Calles, el de Cár-denas y el de Luis Echeverría. No hay lucha de clases ni cambio de modelo productivo, sino liderazgo personal suficiente para atem-perar la lucha de clases del lado de las no propietarias y sin el con-senso de las propietarias. Pero como todo populismo y sobre todo los populismos mexicanos, su posibilidad depende directamente de un acuerdo entre las clases. Y las propietarias difícilmente han aceptado sacrificar beneficios en aras de una tranquilidad que han podido encontrar por la vía de los autoritarismos de Estado.

Asimismo, el principal talón de Aquiles de los populismos es la política fiscal del Estado, como lo demostró la crisis económica de 1976 por el desbordamiento de gastos del gobierno ante la para-lización de los ingresos. Los gobiernos populistas tienen facilidad para gastar, pero no encuentran forma de aumentar los ingresos. Y las clases propietarias son reacias hasta para invertir fiscalmente en su propia tranquilidad. En este escenario, López Obrador ha en-frentado dificultades fiscales para su programa de subsidios. Pero hasta el gobierno del DF –cuando López Obrador lo gobernaba– hubo relativa facilidad porque no destinó demasiado presupuesto a programas sociales; en todo caso, supo mediáticamente promo-verlos como política social cuando se trató simplemente de dinero regalado a un sector minoritario de la población.

El populismo, por tanto, es un asunto por debatir. Pero en función de un concepto que no se asuma como maldición o acu-sación, sino como caracterización de un modelo de desarrollo y de política económica, así como un modelo de estabilidad social. En

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sí mismo el populismo no es malo; en todo caso, su lado negativo tiene que ver con la interrupción de un proceso de confrontación de clases inevitable y en la dificultad estructural de satisfacción de las crecientes demandas sociales. En el fondo, el populismo ha querido verse como una especie de modelo comunista con existen-cia de sector propietario. Pero al existir las clases, su confrontación es inevitable porque muchas veces no depende de sucesos locales sino de la lógica del desarrollo capitalista internacional.

A diferencia del objetivo de clase del socialismo marxista y en la toma del poder por la clase trabajadora, el populismo consolida un grupo gobernante al frente de un Estado sin compromiso de clase. Asimismo, no busca la propiedad de los medios de produc-ción, sino que legitima la explotación obrera. La equidad no se logra vía la dictadura del proletariado, sino a través de políticas sociales garantizadas por programas que tienen el consenso de la clase propietaria. Y al final la lucha de clases se mitiga a través de los compromisos de los caudillos populistas, pero sin terminar con la explotación de la clase proletaria. Lo que queda es la anulación de la lucha de clases como motor de la historia.

La caracterización populista de López Obrador en realidad no tiene que ver con sus parecidos con Luis Echeverría. Más popu-lista fue Lázaro Cárdenas y consolidó un movimiento de masas en torno a un programa revolucionario de prestaciones sociales y de contención de la clase propietaria. Pero Cárdenas tuvo la vi-sión histórica de contener radicalismos y de eludir el caudillismo transexenal; su sucesión conservadora pudo consolidar su modelo social. El populismo de Echeverría entró en colapso —como logró probar con cifras Carlos Tello en su libro La política económica en México (1970-1976)— por el lado de los ingresos ante un gasto desbocado, y por los desacuerdos con el sector empresarial por temores a las simpatías de Echeverría con el cubano Fidel Castro y el chileno Salvador Allende.

El populismo de López Obrador en la jefatura de gobierno del DF ha sido limitado en sus acciones administrativas y presupuesta-les. Se ha agotado sólo en algunos programas de subsidios sociales con cargo al presupuesto público, pero sin afectar la clasificación social de suyo desequilibrada entre una mayoría explotada y una minoría explotadora. Echeverría agrandó el Estado sin atender la crisis fiscal de las finanzas públicas, aumentó la burocracia y apro-bó programas sociales aislados. Como en tiempos de Echeverría, López Obrador ha descuidado el ingreso fiscal y ha cargado buena parte del gasto a la deuda pública.

El populismo de López Obrador, por tanto, es más mediáti-co y discursivo que político. El saldo social de pobreza en el DF aumentó a pesar del compromiso de “primero los pobres”. En la ciudad de México alrededor del 60% de la población vive en condiciones de pobreza, el detonador de la construcción no logró reactivar a otros sectores de la economía. Los subsidios a algunos servicios públicos para la clase baja —y no la depauperada—, el apoyo a precios bajos a algunos productos básicos y la pensión de menos de un salario mínimo a las personas mayores de 60 años de edad han sido algunas de las más importantes decisiones de apoyo a las mayorías marginadas. En cambio, han recibido más bene-ficios las clases empresariales y las clases medias en sus servicios.

El trasfondo del debate sobre el populismo de López Obra-dor tiene que ver con las referencias a la representatividad de la izquierda o más bien de una izquierda. Antes de ser convencido por Manuel Camacho de que la mejor bandera era la del centro político, el jefe de gobierno del DF se presentó a sí mismo como

un gobernante de izquierda. Inclusive marxistas y ex dirigentes del Partido Comunista Mexicano también reiteraron la caracteriza-ción de izquierda de López Obrador. Pero todos se han cuidado de definir con claridad qué tipo de izquierda: la socialista, la comu-nista, la marxista, la populista o la socialdemócrata o la de centro.

El populismo fue la coartada de los generales revolucionarios con formación sentimental socialista que concluyó que México no era un país apto para el comunismo, ni siquiera para un socialis-mo radical. Las diferentes versiones de populismo respondieron a la caracterización real del concepto: caudillos en lo individual o como grupo que tomaron el poder en nombre de la clase pro-letaria, pero para servir a los intereses de la clase propietaria. El camino intermedio radicó en la creación de un Estado con com-promisos sociales con los mexicanos marginados, una legislación constitucional lasallista para proteger los intereses populares y un partido corporativo que a la larga se convirtió en un instrumento de control y de mediatización de clase.

Aunque todos los gobernantes mexicanos del siglo XX se han presentado con preocupaciones sociales y populares, López Obra-dor sería uno de los pocos que quiere llegar al poder luego de un gobierno local de tipo populista y como oferta de gobierno nacio-nal. Lo que preocupa de López Obrador a muchos sectores no es la pensión a la tercera edad, ni los segundos pisos vehiculares, ni su perredismo, sino su tendencia a la movilización de las masas para imponer decisiones de poder o para eludir el imperio de la ley. Asimismo, su inclinación al control político de las instituciones de gobierno y de otros poderes. Y su insistencia en una presencia caudillista en medios para dominar el medio político y exaltar su propio dominio de los espacios políticos.

La salida que encontró al caso de El Encino y su correlativo proceso de desafuero adelantó sus comportamientos populistas autoritarios. En lugar de resolver el conflicto en varias instancias anteriores, provocó el desafuero y luego sacó a la gente a la calle para obligar al gobierno de Fox a interrumpir el proceso legal. Pero no se trató sólo de un desafío personal y de poder, sino que formó parte de una estrategia de agotamiento de las estructuras jurídicas, políticas y sociales para la conformación de un modelo populista de largo plazo. López Obrador tiene claro que no le alcanzará un sexenio para imponer sus planes y por tanto se ha dedicado a sa-botear el modelo de gobierno priísta a fin de instaurar uno nuevo con la posibilidad de reelección hasta por tres periodos. Esta salida utilizó Hugo Chávez para mantener en el poder a su revolución bolivariana.

El modelo transexenal de liderazgo de gobierno tiene su re-ferente en Fidel Castro. La viabilidad en el horizonte de la revo-lución cubana no ha dependido de sus saldos sociales y políticos sino del control del poder durante 46 años como hombre fuerte. Chávez apenas podría durar quince años. Y López Obrador aspi-raría como mínimo a tres sexenios. Pero a la larga el deterioro del modelo acelera las contradicciones sociales, la exclusión política genera resentimientos entre grupos y todas las experiencias —ex-cepto la de Cárdenas— terminaron en golpes de Estado o severas crisis políticas. Castro se ha salvado por la condición de Cuba como dictadura militar y su aislamiento por el bloqueo norteame-ricano, además del sentimiento nacionalista alimentado en el odio hacia Washington.

En este contexto, el debate del populismo de López Obrador no se debe agotar en la crítica superficial o en la negativa consis-tente. Sino que debe llevarse al análisis del modelo mismo.

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6.- Populismo, fase superior del priísmo

El populismo se convirtió históricamente en un punto de defi-nición del socialismo, de la izquierda y del marxismo. El origen conceptual del populismo y su confrontación con el marxismo co-menzó a mediados del siglo XIX. Y la polémica la abrió el propio Karl Marx con su ensayo El dieciocho brumario de Luis Bonaparte, la aplicación del marxismo teórico a un caso práctico de lucha de clases. La tesis del texto es sencilla de exponer: la burguesía cede su poder a un caudillo para mantener vigentes sus intereses eco-nómicos y políticos y contener el avance revolucionario de la clase obrera. Ahí nació el concepto de bonapartismo, es decir, la llegada al poder en nombre de las clases populares pero en el ejercicio del gobierno a favor de las clases burguesas. Y el bonapartismo se transformó en populismo en el nacimiento del leninismo.

En su ensayo tiene Marx uno de los párrafos clave de su tesis:“Por tanto, al demonizar como socialista lo que antes celebraba

como liberal, la burguesía confiesa que su propio interés le fuerza a obviar el peligro de gobernarse a sí misma; que para restablecer la paz en el país, había que apaciguar, sobre todo, al parlamento burgués; que, para mantener incólume su poder social, su poder político tenía que ser quebrantado; que los burgueses particula-res sólo pueden continuar explotando a las otras clases y gozando tranquilamente de la propiedad, la familia, la religión y el orden, bajo la condición de que su clase sea condenada, junto con las otras a la misma nulidad política que para salvar su bolsillo, había que negarle la corona y que colgar sobre su propia cabeza, cual espada de Damocles, la espada que debía protegerla”.

La fórmula del populismo no es difícil de exponer: se trata de un camino interme-dio entre el socialismo y el capitalismo, en una desviación ideológica y de clase. Y se trata de una doctrina contraria a la izquier-da, al socialismo y al marxismo, no com-plementaria. Marx expone en su ensayo el mecanismo: encontrar al representante de los intereses de la burguesía que pudiera lle-gar al poder y mantenerse ahí con el apoyo de las clases populares. El arribo al poder de Luis Napoleón Bonaparte, sobrino del legendario Napoleón El Grande  (caracteri-zación de Víctor Hugo) encontró la solu-ción: consenso popular para servir a la clase burguesa. El cuadro estaba consolidado. El modelo comenzó a llamarse, en análisis de marxistas rusos de finales de siglo XIX, bo-napartismo por el modelo de Napoleón El Pequeño. Pero en la Rusia zarista tuvo su variante local como derivación del papel de los socialdemócratas conservadores y se le llamó populismo.

El fondo del conflicto se ha localizado en el objetivo político de la izquierda. Marx lo definió como la búsqueda del poder po-

lítico para la clase obrera, pero hubo liderazgos políticos que des-viaron ese camino para no modificar la estructura de clases. Se trató también de que la izquierda no llegara al poder con la clase obrera sino con caudillos políticos. Si el destino final era la instau-ración del socialismo y utópicamente la sociedad comunista como modelo de la clase obrera, el bonapartismo encontró un espacio intermedio que eludía la lucha de clases y se proponía como un modelo de gobierno por sí mismo: caudillos que tomaban el poder para equilibrar la lucha de clases.

Desde sus orígenes, el marxismo denunció este desviacionismo. Marx lo racionalizó en El dieciocho brumario de Luis Bonaparte y siguió hasta el ascenso de la revolución rusa. El problema fue siempre el conflicto entre las ideas del socialismo y el comunismo y los grupos que se salieron del carril. En 1875, por ejemplo, Marx publicó un folleto ilustrativo: Crítica del programa de Gotha, un análisis del programa del Partido Obrero Alemán porque se aleja-ba de las tesis del marxismo del Partido Socialdemócrata Obrero Alemán.

Al que le tocó batallar más con el populismo y su expresión bonapartista fue Lenin. El líder ruso se acreditó la tarea de luchar contra todo revisionismo marxista. Su lucha fue temprana, pues se registran polémicas con los revisionistas rusos —o “marxistas legales”— desde que Lenin tenía 23 años de edad —1893—. Uno de los puntos más polémicos con los revisionistas era la tendencia a desvirtuar el marxismo y ubicarlo en el terreno político y no en el económico, productivo, de propiedad y de lucha de clases. Sus tesis fueron desarrolladas en su texto de 1985 Contenido económico del populismo y su crítica en el libro del señor Struve (El reflejo del marxismo en las publicaciones burguesas).

Hacia 1899 Lenin afirma en Nuestro programa que “la social-democracia atraviesa en la actualidad por un periodo de vacilación

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ideológica”. El problema era la llegada al poder y la implantación del modelo socialista en busca del comunismo. Los revisionistas buscaban alguna “colaboración” con la burguesía y Lenin era de la opinión de la destrucción del sistema de producción burgués. En ese mismo año publica la Protesta de los socialdemócratas de Rusia para reafirmar el papel clave del marxismo en la ideología del Partido Socialdemócrata Obrero, porque “últimamente se viene observando entre los socialdemócratas rusos la tendencia a desviarse de los principios fundamentales de la socialdemocracia rusa, que fueron proclamados por sus fundadores y luchadores de vanguardia”.

En esa lucha de la izquierda socialista y marxista contra el des-viacionismo, Lenin publicó en 1902 su ensayo ¿Qué hacer? En el que hacía una diferenciación de los socialdemócratas rusos. Lenin realizó una periodización de la socialdemocracia para definir justa-mente las tareas por venir: la primera fue una socialdemocracia sin movimiento obrero, la segunda operó como un movimiento social impulsado por las masas, en el tercero ocurrieron dispersiones y sobre todo vacilaciones al tiempo que se abandonó la teoría mar-xista. Esta tercera etapa fue muy criticada por Lenin porque “el socialismo científico dejó de ser la teoría revolucionaria integral, convirtiéndose en una mezcolanza a la que se añadían libremente líquidos procedentes de cualquier manual alemán”. Por tanto, Le-nin llamó a que el cuarto periodo fuera el de “acabar con el tercer periodo”.

La polémica de Lenin contra los populistas rusos fue hasta el fondo. En 1905 publicó su texto Dos tácticas de la socialdemocra-cia en la revolución democrática y en sus páginas volvió al debate contra los populistas, sobre todo Piotr Struve por su propósito de

“crear una democracia rusa apoyándose no en la lucha de clases sino en la colaboración de clases”. Y ahí Lenin atacó a los “inte-lectuales con privilegios sociales”. Ahí se localizaba el alcance del populismo: no el cambio de régimen sino el mismo, aunque con el apoyo popular, pero para servir a la burguesía.

El debate lo siguió Lenin en otras dos de sus obras vitales: El Estado y la revolución y La revolución proletaria y el renegado Kautsky. En el primero cuestiona el folleto de La dictadura del pro-letariado de Kautsky por haber desvirtuado el marxismo. Kautsky había sido amigo personal de Marx. Inclusive, Marx acudió a él para criticar el programa de Gotha. Para Lenin, Kautsky había abandonado el marxismo para aliarse a Struve y su tesis de “una lucha de clase no revolucionaria del proletariado”. Para Lenin, Kautsky se había unido “a la burguesía para mofarse de toda idea de revolución, toda acción dirigida a una lucha efectivamente re-volucionaria”. En el segundo libro, Lenin denuncia que Kautsky “ha desnaturalizado por completo la doctrina de Marx suplantán-dola por el oportunismo”. Lenin tenía razón, pues Kautsky había escrito que “en una sociedad socialista pueden coexistir las más diversas formas de empresas: la burocrática, la tradeunionista, la cooperativa, la individual”. Para Lenin “estas consideraciones son falsas y representan un retroceso respecto a lo expuesto por Marx y Engels en la década de los setenta (del siglo XIX) sobre el ejemplo de las enseñanzas de la Comuna”.

El paso delante de la crítica del marxismo al populismo lo dio Trotsky. Para este líder revolucionario el populismo se convirtió en bonapartismo. En varios artículos y en parte de sus obras sobre la revolución rusa, Trotsky mantuvo la línea crítica. En su con-cepción el bonapartismo era una expresión del populismo como

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desviación del marxismo histórico. El populismo/bonapartismo era un camino equivocado del socialismo. Peor aún, apartaba a la clase obrera de la lucha por el poder. Se trataba, en suma, de debatir la esencia del marxismo: la lucha de clases para llevar a la clase obrera al poder e imponer su enfoque ideológico. En el bonapartismo la clase obrera no llegaba al poder sino que se con-vertía en la estructura de fuerza de un caudillo y era obligada a convivir con la burguesía. Por tanto, no se modificaba el modo de producción ni de propiedad. El bonapartismo tampoco buscaba la desaparición de la clase burguesa sino su colaboración. Y lo que era peor, el caudillo llegaba al poder a través de la clase obrera pero mantenía la estructura de propiedad privada que era la esencia de la lucha de clases.

En varios textos, Trotsky documentó en los treinta la tram-pa del bonapartismo. En su texto Otra vez sobre la cuestión del bonapartismo. El bonapartismo burgués y el bonapartismo soviético, el dirigente ruso —ya entonces rotas sus relaciones con Stalin— definió el bonapartismo:

Entendemos por bonapartismo el régimen en el cual la clase económicamente dominante, aunque cuenta con los medios nece-sarios para gobernar con métodos democráticos, se ve obligada a tolerar —para preservar su propiedad— la dominación incontro-lada del gobierno por un aparato militar y policial, por un salvador coronado. Este tipo de situación se crea cuando las contradiccio-nes de clase se vuelven particularmente agudas; el objetivo del bo-napartismo es prevenir las explosiones.

A partir del debate que se abrió sobre el concepto de bona-partismo, Trotsky le dedicó otro texto: El Estado obrero, termidor y bonapartismo, en el que volvió al debate contra el gobierno de Stalin al que calificaba de bonapartista:

El concepto de bonapartismo, por ser demasiado amplio, exige que se le concrete. Estos últimos años (decía en 1935) aplicamos este término a los gobiernos capitalistas que, explotando los antago-nismos entre el campo proletario y el campo fascista y apoyándose directamente en el aparato militar-policial, se elevan sobre el Parla-mento y la democracia como los salvadores de la unidad nacional.

La preocupación de Trotsky tenía que ver con la revolución rusa y el impacto ideológico dentro de la república:

La contradicción entre el régimen político bonapartista y las exigencias del desarrollo socialista constituyen la razón más im-portante de la crisis interna y un peligro directo para la existencia misma de la URSS como Estado obrero.

Agregó Trotsky algunos dardos contra el gobierno de Stalin, cuyo liderazgo caudillista iba a llevar a la URSS a la sustitución del régimen del proletariado:

La existencia de la dictadura del proletariado seguirá siendo en el futuro la condición necesaria para el desarrollo de la economía y la cultura en la URSS. Por lo tanto, la degeneración bonapartista de la dictadura amenaza directa e inmediatamente todas las con-quistas sociales del proletariado.

En su caracterización del bonapartismo, Trotsky regresa a

Marx, Engels y Lenin:

Como puente entre la democracia y el fascismo, aparece un régimen personal que se eleva por encima de la democracia y con-cilia con ambos bandos, mientras a la vez protege los intereses de la clase dominante.

En este contexto, el debate histórico sobre el populismo llevó a caracterizar el populismo como la fase superior del bonapartis-mo caracterizado por Marx en El 18 brumario de Luis Bonaparte: la toma de otro camino diferente al socialismo, al marxismo y a la ideología de la izquierda y su consolidación como un régimen personal, de caudillo, que concilia las clases y llega al poder con el apoyo de la clase obrera pero para servir a los intereses de la burguesía.

En lugar de apoyarse en la clase obrera, el bonapartismo/po-pulismo se atrinchera en el lumpenproletariado que también Marx había detectado en el golpe de Estado de Napoleón El Pequeño. También Marx descubre las trampas dialécticas de los socialistas desviacionistas. El concepto de república social apareció en el bru-mario de Luis Bonaparte, pero sobre la sangre de la clase obrera. “La burguesía francesa se encabritó contra la dominación del pro-letariado obrero, pero ha llevado al poder al lumpenproletariado”. Así, un régimen supuestamente revolucionario prescindía de la clase obrera y se creaba su propia clase pero imposibilitada para cambiar el modo de producción.

En este contexto histórico, el populismo como fase superior del bonapartismo se ha convertido en una desviación de la ideolo-gía marxista de izquierda porque apela a una revolución socialista sin proletariado y a una lucha de clases vestida de colaboración de clases. Al final, el bonapartismo/populismo es tan sólo un régimen personalista que depende del ciclo de fuerza del caudillo y que no modifica la correlación de clases ni tiene el objetivo socialista de la izquierda marxista. Marx demostró en el análisis del brumario de Napoleón El Pequeño que el bonapartismo no es revolucionario sino que se revela más temprano que tarde en un régimen burgués.

7.- AMLO y el populismo histórico

El populismo priísta aceptó desde su origen las limitaciones ideo-lógicas al amparo del bienestar de la población. Eludió la lucha de clases y sustituyó el modelo socialista de producción por el papel hegemónico del Estado como el rector del desarrollo nacio-nal, pero conduciendo las formas de propiedad pública, privada y social y sin desviarse del camino hacia el capitalismo. A lo largo de toda su vida política, el sistema priísta enfrentó cuestionamientos de la izquierda. Pero no alteró su objetivo: un modelo de desarro-llo capitalista conducido por el Estado y con políticas de bienestar social, lo que Manuel Camacho definió en 1970 como el modelo de “desarrollo capitalista dependiente”. Los movimientos de masas del PRI se crearon no para enfrentar a la clase propietaria y fundar un modelo social sino para fortalecer las políticas públicas de con-ciliación productiva y de promoción del bienestar social.

Los populismos priístas a lo largo de sus 71 años de existencia

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han tenido diversas características:1.- Revolucionario. Nacido con un discurso de ruptura de un

modelo de concentración de la riqueza, la agitación revoluciona-ria no dio tiempo a darle ideas coherentes y aglutinadoras. De todos los programas revolucionarios derivados de sus caudillos, el común denominador fue siempre la justicia para los de abajo, las mayorías explotadas, pero sin crear un modelo de producción so-cialista. Fue la época de un populismo reivindicador, sentimental, para el registro cotidiano de la historia.

2.- Caudillista. Derrotado Díaz, expulsado Huerta, los jefes revolucionarios se enfrentaron entre sí en dos escenarios: el del dominio político basado en el carisma y la propuesta sectorial y el de la disputa sangrienta por el poder. Madero hubo de enfrentar a Zapata y Villa, Obregón a los demás. Las reivindicaciones res-pondieron a los apoyos obreros a Carranza, el Zapata del Plan de Ayala, el Villa sin sector y quizá el más popular y populista de los caudillos por la reivindicación de los pobres. En medio, la nueva casta de políticos que no participaron en batallas pero que domi-naron las decisiones de los jefes revolucionarios.

3.- Constitucional. Carranza tomó la decisión histórica de en-cauzar la revolución hacia un espacio de coherencia política y le-gal: la Constitución. Los debates de los constituyentes reivindica-ron la ideología socialista pero concluyeron un modelo de justicia social sin lucha de clases. Se conformó la propuesta de una tercera vía —ni socialismo ni capitalismo— basada en la hegemonía del Estado en la propiedad y el presupuesto y en un vasto programa de reformas sociales para beneficiar a las mayorías acotando la dis-tribución de la riqueza por la vía fiscal. Se trataba de un modelo basado en la rectoría del desarrollo nacional por parte del Estado, no la hegemonía de la clase trabajadora sobre las demás. Al Estado le correspondía, a través del partido y de la clase política, generar un modelo de distribución de la riqueza y del bienestar.

4.- De partido. La aplicación del modelo constitucional se atravesó con la reorganización del pacto social en los años veinte. La clase empresarial aceptó la hegemonía del Estado. Más aún: aceptó que el Estado fuera el garante de la tasa de utilidad y de me-canismos de apropiación privada de la riqueza nacional. Los go-bernantes se convirtieron en responsables de conducir el modelo de economía mixta, pero en un espacio de disputa por el poder. El asesinato de Obregón en 1928 llevó al presidente Calles a propo-ner en 1929 la creación de un partido de los revolucionarios que ganaron la lucha armada y que tuviera la función de cohesionar a la sociedad dándole la vuelta a la lucha de clases. La Constitución, el Estado y el partido se convirtieron en la estructura de funciona-miento y legitimidad del modelo de promoción de un capitalismo con cobertura social garantizada por el Estado.

5.- De masas. A mediados de los treinta la lucha de fuerzas en la élite política desvió al país del camino social de la revolución. El país estuvo en peligro de reproducir el error porfirista de la reelección. Pero cayó en la tentación del continuismo transexenal a través de hombres fuertes que subordinaron a las fuerzas sociales y políticas. Cárdenas rompió el callismo y profundizó las reformas de la revolución mexicana. Organizó el Partido de la Revolución Mexicana en torno a sectores sociales controlados por el Estado. El sector empresarial vio el peligro del socialismo de Estado. La lucha social y política se agudizó durante el sexenio cardenista, pero Cárdenas construyó una base de masas para el Estado a través del partido. No anuló al sector privado sino tan sólo lo acotó. El objetivo fue encontrar mejores fórmulas de distribución social de la riqueza.

6.- Conciliador. Avila Camacho se encontró con una clase po-lítica agitada. Cárdenas había reconstruido un frente político de militares revolucionarios —Heriberto Jara, Francisco J. Mújica y otros— pero no había podido dejarles el poder. Avila Camacho privilegió el entendimiento entre clases y grupos e introdujo un proyecto conciliador con los grupos más nerviosos: empresarios, jerarquía católica, Estados Unidos y clases medias. La clave de su modelo estuvo en la acción social del Estado y en el control de los sectores corporativos. Cárdenas había creado la CTM en 1936 y puesto al frente a Lombardo Toledano, un profesor marxista con-vencido de la lucha de clases. Avila Camacho neutralizó a esa co-rriente y fortaleció a Fidel Velázquez como sucesor. Hacia finales de su sexenio dio por terminado el breve ciclo del PRM y fundó el Partido Revolucionario Institucional, en cuyo segundo apellido llevaba la intencionalidad populista: institucionalizar el país.

7.- Empresarial. La sucesión de Avila Camacho fue integral: canceló al partido revolucionario, concilió con la derecha, regresó a los militares a sus cuarteles y dio vida a la clase política como clase gobernante. El ciclo duró dos sexenios: Alemán y Ruiz Cor-tines fortalecieron al sector privado y neutralizaron a las clases trabajadores y campesinas con espacios propios de movilidad y reformas sociales a su favor. El populismo buscó trasladar riqueza privada a presupuesto público y acostumbró a trabajadores y cam-pesinos, así como a clases medias y grupos intelectuales radicales, a sobrevivir de los recursos públicos vía diversas formas de subsi-dio. La intención fue siempre la misma de todos los populismos: neutralizar la lucha de clases como motor de la dinámica social y del desarrollo. El saldo positivo en bienestar y la estabilidad ma-croeconómica ayudaron al modelo.

8.- Autoritario. Sin embargo, el PRI se olvidó de hacer política y se dedicó a traficar con cargos públicos y partidas presupuestales. Los sectores que no pudieron beneficiarse de los programas guber-namentales buscaron caminos callejeros de expresión. La izquierda marxista aprovechó el lenguaje radical de sectores oficiales y tomó casi por asalto las organizaciones sindicales. El populismo enfren-tó su primera crisis de legitimidad: la exclusión de importantes sectores y la ausencia de democracia. López Mateos y Díaz Ordaz dieron vida al populismo autoritario: programas de beneficio so-cial y aumento del salario real pero sin libertades políticas y con aplicación de medidas represivas contra los disidentes.

9.- Populista. Producto de los regímenes priístas que Echeve-rría y López Portillo. Sin cambiar la lógica de la producción capi-talista, el Estado asumía la responsabilidad de atender necesidades sociales que deberían de ser parte de la producción empresarial. Al quitarle peso social al capital, el Estado construía una base so-cial de negociación con el empresariado. Pero el costo se pasaba a presupuesto. Y en sociedades tan desiguales como la mexicana, ningún presupuesto fue suficiente y el gasto social desquició las finanzas públicas y llegó al colapso devaluatorio.

10.- Tecnocrático. Sobre las mismas bases políticas y pragmá-ticas del populismo social, el populismo tecnocrático disminuyó el presupuesto social y lo centró en las necesidades de los más pobres. Así, la tarea del Estado no fue la de equilibrar las clases, sino nada más atender a los más pobres que pudieran ser procli-ves a las rupturas violencias. López Portillo fue el tránsito con su política de atender los “mínimos de bienestar”, no construir una equidad social. El neoliberalismo de De la Madrid, Salinas Zedillo, Fox, Calderón y Peña Nieto mantuvo todo el apoyo al capital y al Estado sólo le dejó la atención a los más pobres. El Estado fue, así, una especie de Cruz Roja social: atender heridos,

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no construir mejores clases sociales.

8.- El populismo-neoliberal lopezobradorista en Los Pinos

1.- El camino de López Obrador a Los Pinos estuvo sobresal-tado de una resistencia a la derrota:

—En 2004 López Obrador, en efecto, se negó a acatar un am-paro sobre un terreno en El Encino y el procedimiento legal era su destitución. Sin embargo, tuvo la habilidad de politizar el proble-ma, catapultarlo como propaganda y obligar a Vicente Fox a de-tener el proceso. A pesar de la forma de capitalización del suceso, López Obrador no ganó las elecciones del 2006.

—En el 2006 comenzó el proceso electoral con 25 puntos de ventaja en las encuestas y perdió por 0.5 puntos.

—En la campaña del 2006 López Obrador cometió muchos errores nunca reconocidos, se confrontó con aliados y la campaña de Calderón presentándolo como “un peligro para México” le qui-tó puntos electorales.

—El error estratégico de López Obrador en su conflicto pose-lectoral radicó en moverse en la protesta tradicional, pero en un escenario institucional con mejores y más procedimentales reglas. Reprodujo sus viejas movilizaciones para obligar a las instituciones a entregarle el poder, pero las instancias procedimentales mostra-ron la fuerza de los organismos electorales.

—Todo el arsenal de protestas de López Obrador se topó

contra el muro institucional: las protestas, las marchas, las acu-saciones, el plantón de tiendas de campaña vacías en Reforma y la instrucción a los perredistas para impedir la entrada y toma de posesión de Felipe Calderón en el Palacio Legislativo.

—La instauración de su “presidencia legítima” fue una paro-dia, pero en el fondo buscó darles a sus seguidores la expectativa de la protesta para evitar la desarticulación de su movimiento. En 1988 Cárdenas había aceptado la derrota y su influencia se redujo a la mitad. En el 2006 López Obrador quedó como presidente legítimo en rebeldía y sus seguidores tuvieron una motivación.

—En el 2012 López Obrador mantuvo su votación del 2006, pero el PRI logró una recuperación espectacular: de los 9.3 mi-llones de votos de Roberto Madrazo (22%) pasó a 19.2 millones (38.2%) de Peña Nieto. Peña Nieto superó a López Obrador con 3.3 millones de votos, 6.6 puntos porcentuales. De nueva cuenta en el 2012 López Obrador mantuvo su conflicto electoral, pero también otra vez las instituciones electorales se impusieron sobre las movilizaciones y las quejas.

—El escenario electoral del 2018 se presenta más parecido a 2006 que al 2012. A favor de López Obrador tiene su propio par-tido Morena, la baja aceptación popular del presidente Peña Nieto y el activismo social en las redes cibernéticas. Hasta la toma de protesta de candidatos y antes del inicio formal de las campañas —primero de abril—, López Obrador encabeza las encuestas con una brecha de 3-12 puntos porcentuales, por las diferencias entre cada sondeo.

2.- El proyecto de nación de López Obrador es una versión revisada, reescrita y recuperada del viejo PNR-PRM-PRI: dotar al Estado de legitimidad vía la satisfacción de las necesidades de bienestar de los mexicanos no propietarios. Las diferentes versio-nes de ese proyecto lopezobradorista se resumen a una idea: el

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Estado debe usar el presupuesto para ofrecer bienestar al 75% de los mexicanos fuera de los niveles de bienestar, pero como forma de construir una base social que apoye a ese gobierno.

El PRI comenzó con una política social y terminó con una política populista. La primera —la social— buscó construir una base de bienestar que promoviera la reclasificación de las clases sociales vía educación, salud, vivienda, alimentación y empleo. Sin embargo, el modelo de concentración de la riqueza en manos de los empresarios fue aumentando la masa de marginados —en dife-rentes niveles, no sólo de pobreza, sino de expectativas sociales— y las posibilidades del crecimiento económico se desviaron hacia el acaparamiento de la riqueza: en términos generales, a lo largo del periodo del PRI en el poder 1929-2018, el 80% de los mexicanos forma la clase no propietaria, padece alguna carencia social y ape-nas tiene acceso al 20% de la riqueza, en tanto que el 20% de los ricos tiene el 80% del ingreso nacional.

La política social de los gobiernos con estabilidad macroeco-nómica —de Manuel Ávila Camacho 1940-1946 hasta Díaz Or-daz 1964-1970— fue general y con el objetivo del ascenso social de las clases mayoritarias; pero la política de aumento desordena-do de gasto social y la crisis inflación-devaluación-decrecimiento económico redujo la política social sólo a política de satisfacción de las mínimas necesidades, es decir, sólo programas asistencialis-tas. De los gobiernos con política social se transitó al periodo de los gobiernos con políticas populistas.

El PRD —Cárdenas, López Obrador, Muñoz Ledo— nació del seno del pensamiento social-populista del PRI y de la estra-tegia popular de Lázaro Cárdenas. A partir de su liderazgo polí-tico, Cárdenas construyó una base social popular de apoyo a sus decisiones de gobierno. Pero se cuidó de no avanzar en el modelo

socialista de la dictadura del proletariado; organizó, sí, a los traba-jadores para defender las definiciones del gobierno, pero se cuidó de asumir a la clase trabajadora como masa y no como clase. Esta diferenciación es clave: los trabajadores no construirían un sistema socialista-comunista-marxista, sino que serían el puntal de gobier-nos con programas populares. En lugar de un Estado soviético —como prototipo del modelo marxista de Estado—, el mexicano fue un Estado populista con economía mixta —empresarial, esta-tal y social—, lo que quería decir que el capital privado sería clave en la consecución del modelo de bienestar nacional.

Lo que hizo el PRD a raíz de la crisis populista del Estado fue dar un paso adelante del Estado popular: mantener el alejamiento del proletariado de cualquier definición de clase en el Estado, mar-ginar a los trabajadores como pilar de la propuesta perredista —Cárdenas había optado por el modelo corporativo de clases, pero sin tomar el control del poder— y centrarse en los marginados sin clase —desclasados— como motor del dinamismo popular. Durante su gobierno, Cárdenas siempre sacaba a los trabajadores organizados como masas proletarias a las calles para advertirles a los capitalistas que el poder lo tenían los trabajadores; el PRD canceló esa posibilidad porque sólo lanza a las calles a grupos del lumpen social, no a sindicalizados. La máxima amenaza de Cárde-nas se la dijo a empresarios de Monterrey: “si no quieren trabajar sus fábricas, entréguenselas a los trabajadores”. Fue, ciertamente, una amenaza, pero caló en los empresarios que prefirieron pagar mejores salarios y sus impuestos a ser desplazados por los obreros.

Al final, el modelo populista de Cárdenas era un capitalismo liderado por el Estado, con reparto de beneficios a favor de los empresarios y con la obligación del Estado de cubrir el bienestar social que no salía de las utilidades empresariales. Este modelo de

reducción de la política social a políti-ca asistencialista fue el que asumieron el PRD, Cárdenas, López Obrador y Morena.

3.- López Obrador no representa una ruptura histórica, ni política, ni re-volucionaria. Su personalidad se puede entender en dos planos: de un lado, su obsesión por el poder y su capacidad de movilizar grupos urbanos en función de los objetivos de un caudillo; de otro, la ausencia de una alternativa al modelo nacional de desarrollo —el PRI en sus versiones diferentes, desde la revolucio-naria hasta la neoliberal—, agotándose sólo en el uso de la inversión pública en programas asistencialistas sin recupera-ción productiva.

Los populismos mexicanos fueron de mayor alcance:

Cárdenas definió un programa so-cial basado en el Estado, el capitalismo y al apoyo de las masas, una especie de capitalismo con Estado dominante. La expropiación de las compañías petro-leras se dio en tres planos: el naciona-lismo energético, el papel potenciador del desarrollo con un petróleo en ma-nos del Estado y un sistema productivo

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mixto en el que el empresariado tomara utilidades razonables y ayudara con impuestos y prestaciones sociales al bienestar de sus trabajadores. De manera racional no alcanzaba para asumir una especie de socialismo mexicano o a la mexicana; si acaso, un es-tatismo social, a partir del espacio productivo del sector privado.

López Mateos y Díaz Ordaz usaron el concepto de política del Estado social, menos radicalizado que Cárdenas; el Estado tenía recursos para ofrecer educación, salud, empleo, vivienda y alimentación y garantizar que el sector privado se incorporara a esas tareas. Los dos asumieron el modelo de Antonio Ortiz Mena, secretario de Hacienda en esos dos sexenios, de subordinar el gasto al mantenimiento del control de la inflación para evitar presiones inflacionarias. En esos doce años hubo importantes inversiones sociales en educación y salud. El Estado conducía, sin dominar de manera excesiva, el modelo de economía mixta. El control de las variables productivas permitió un PIB promedio anual de 6% con una tasa inflacionaria promedio anual en esos doce años de 2.5%, en el entendido de que una inflación baja es también una política de dimensión social porque garantiza estabilidad en el acceso a bienes y servicios.

Echeverría se encontró con una república fracturada en lo po-lítico, desigual en lo social y con un Estado débil ante el empre-sariado. Su estrategia de desarrollo fue combatir la desigualdad social con inversiones del Estado y un aumento en la participación directa del Estado en el sistema productivo. Pero al mantener esta-ble la política fiscal, el déficit presupuestal pasó de 2% promedio en los doce años anteriores a 8% promedio sexenal, creando pre-siones inflacionarias y éstas llevando a tensiones predevaluatorias. Sus desavenencias con el empresariado fueron producto de una política exterior activa con países socialistas y de confrontación con los EE.UU. Como Cárdenas, Echeverría quiso imponerles condiciones a los empresarios, pero la capacidad de organización de la burguesía era mayor y sus resultados más fuertes. Los em-presarios notaron que Echeverría carecía del factor de equilibrio social que tuvo Cárdenas: el proletariado; Cárdenas le encargó la organización del proletariado a Vicente Lombardo Toledano, un marxista universitario. Echeverría sólo tuvo a Fidel Velázquez, un líder eficaz para el control de las masas, pero inofensivo para la movilización proletaria. Al final, el populismo de Echeverría no logró modificar la distribución del ingreso, creó condiciones in-flacionarias para terminar con el modelo estabilizador y careció de un partido fuerte para encarar la ofensiva de la burguesía.

López Portillo encabezó un modelo de tránsito del populis-mo al neoliberalismo. Aprovechó los 45 mil millones de ingresos petroleros en su sexenio para programas sociales, pero de nueva cuenta no equilibró gastos con ingresos fiscales, el aumento sala-rial desquició el equilibrio inflacionario, la inflación fue producto del aumento de la demanda con un estancamiento timorato de la oferta y en 1981 y 1982 la dinámica inflación-devaluación-inflación desquició la economía. López Portillo decidió sólo el aumento del gasto, pero sin una reorganización del Estado. Esta deficiencia pudo haber sido inexplicable: hasta su nominación como candidato presidencial del PRI en 1975, López Portillo era profesor de teoría del Estado en la UNAM. Por tanto, sabía de las configuraciones del Estado. En su sexenio aumentó la presencia del gobierno, pero sin reformar el Estado. En septiembre de 1982, agobiado por la fuga de capitales y las devaluaciones, expropió la banca privada y rompió el acuerdo fundamental de economía mix-ta; los empresarios decidieron en ese escenario romper acuerdos de

estabilidad de Estado con el gobierno y optaron por iniciar en ese 1982 su camino hacia la conquista del poder, hacia la alternancia con el PAN y hacia la búsqueda de un Estado con hegemonía de la burguesía. Los programas asistencialistas de López Portillo no rompieron los equilibrios de clase.

La crisis del populismo de Cárdenas-López Portillo (1934-1982) agotó el modelo de dominio económico del Estado y abrió las puertas al largo periodo de neoliberalismo sin Estado (1983-2018). El neoliberalismo llegó por el PRI, el gobierno y el Estado en 1982 con la presidencia de Miguel de la Madrid y el modelo económico de mercado. Las reformas productivas 1982-1994 —desde el acotamiento del Estado con una rectoría para la supervi-sión laxa del mercado hasta la liberación productiva con el tratado de comercio libre de Norteamérica— lograron consolidarse en el PRI, evitar las tentaciones populistas de Luis Donaldo Colosio y Francisco Labastida Ochoa y sobrevivir dos sexenios panistas con la designación de secretarios de Hacienda provenientes de la élite neoliberal de Hacienda-Banco de México, además de lograr pre-valecer el gobierno perredista en DF-Ciudad de México de 1997 al 2018.

*

En este largo periodo histórico 1934-2018 de populismo-neo-liberalismo conviviendo sin rupturas sociales ni políticas se debe localizar la propuesta de gobierno de López Obrador: no represen-ta una alternativa al estatismo-neoliberalismo priísta porque las relaciones de producción no se definen desde el Estado-gobierno, sino que son producto de la lucha de clases burguesía-proletaria-do. Y como López Obrador no representa a la clase obrera porque sus bases sociales provienen del lumpen social sin capacidad de asumirse como clase en el método analítico marxista, entonces su proyecto de nación no incidirá en la definición de un nuevo Estado. Sus objetivos son de equidad social vía programas asisten-cialistas financiados con gasto no inflacionario sino direccionado sin corrupción.

Asimismo, Morena es un partido sin identidad ideológica, po-lítica o de masas, sino que es resultado de la suma de simpatizan-tes provenientes de todos los rincones de los demás partidos y de las ideologías registradas en el sistema de partidos. Hasta 1989 el único partido con propuesta alternativa de gobierno-Estado fue el Partido Comunista Mexicano; pero en 1989 el PCM le cedió su registro al PRD y no para que los comunistas del PCM fueran el venero principal de los liderazgos y propuestas alternativas, sino para que el PRD se fundara a partir de las ideas del viejo PRI y del cardenismo ideológico. Así, el PRD quiso ser una mezcla del cardenismo populista y del PRI populista y de ese PRD se des-prendió López Obrador para construir Morena como un partido con objetivos sociales de bienestar vía el asistencialismo.

En este contexto, el populismo de López Obrador no modi-ficará la estructura neoliberal del modelo de mercado, sino que concretará su objetivo en fortalecer una base social de beneficiarios de los programas asistencialistas como una especie de masa electo-ral. En este sentido, la propuesta de gobierno de López Obrador se reduce a un modelo de populismo-neoliberal igual al que operó en el ciclo del priísmo López Mateos-Díaz Ordaz.

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28 La Crisis Marzo, 2018

La silla endiablada· Meade: neoliberalismo / · Anaya: ambición

· López Obrador: caudillismo

Un libro polémico sobre el tapado, salido de la pluma de Carlos Ramírez

La silla endiablada

· Meade: neoliberalismo· Anaya: ambición

· López Obrador: caudillismo

Versión Actualizada

Carlos Ramírez· En puestos de periódicos

de CdMx y La Torre de Papel