el dia historico - josé e. machado

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JOSÉ E. MACHADO

EL DÍA HISTÓRICO ' • • W » i | > » l n B | 1 » » ( ( i a a ^ t ^ ^ - - , . - 7 ' . . •

PUBLICACIONES DEL A U T O R :

Prolegómenos de la Revolución Venezolana 1896

Rasgos Biográf icos del Gencnd Francisco Miranda 1916

Curioso Mueble His tór ico 1917

Rarezas B i b l i o g r á f i c a s . . . . 1917

Recuerdos de Santa Marta 1919

Cancionero Popular Venezolano •. 1919

Centón Lírico 1920

Viejos Cantos y Vie jos Cantores 1921

El Estandarte de Pizarro 1924

Siete Estudios de Arist ides Rojas 1924

El Gaucho y el Llanero 1926

Lista de algunos periódicos que vieron !a luz en Caracas de

1808 a 1900 1929

P O R P U B L I C A R :

Historia anecdótica de Venezuela .

Rectif icación de Valores .

Siluetas Hero icas .

Escarceos Bibl iográf icos .

Apuntes para una Bibl ioteca.

Cancionero Popular (2'i p a r t e ) .

Centón Lirico (2* p a r t e ) .

R 232035

EL DÍA HISTÓRICO P O R

JOSÉ E. MACHADO

I n d i v i d u o d e N ú m e r o de la A c a d e m i a N a c i o n a l de la H i s t o r i a ,

de V e n e z u e l a , M i e m b r o C o r r e s p o n d i e n t e de la de C o l o m b i a ,

d e la S o c i e d a d Chi l ena d e H i s t o r i a y Geograf ía , de la

Geográ f i ca de L i m a y d e o t r a s c o r p o r a c i o n e s e x t r a n ­

jeras . C o n d e c o r a d o c o n e l B u s t o del L iber ­

t a d o r y la M e d a l l a d e I n s t r u c c i ó n P ú b l i c a .

D e m o s siquiera en los libros algún lugar a la justicia, y a que por desgracia suele dejársele tan poco en los negocios humanos .

QUINTANA.

Í N D I C E

I IN" I > I O E PÁGS-

A manera de Proemio X X I 1? de octubre de 1866.—Muere en Caracas Juan Vicente Gon­

zález • • 1 2 de octubre de 1859.—Inaugura sus clases el Colegio Santa

María • • 3 3 de octubre de 1846.—Es reducido a prisión Antonio Leoca­

dio Guzmán S 4 de octubre de 1821 .—El Congreso Nacional designa el

Escudo de A r m a s de la Gran Colombia 6 5 de octubre de 1891.—Artículos periodísticos sobre aires po­

pulares de Venezuela 7 6 de octubre.—^El Cristo de los Brícenos 9 7 de octubre de 1S92.—Entra en Caracas el General Joaquín

Crespo, Je fe de la Revolución Legalista 10 8 de octubre de 1878 .—Muere en su hacienda Coconuco el

General T o m á s Cipriano de Mosquera 12 9 de octubre de 1858.—La Convención Nacional reunida en

Valencia aprueba el Tratado entre Venezuela y H o l a n d a . . 13 10 de octubre de 1812.'—Son remitidos presos a España el ca­

nónigo J. Cortés Madariaga, Germán Roscio y otros pa­triotas 15

11 de octubre de 1819.—Son fusilados en Bogotá el General José M* Barreiro y otros prisioneros de la batalla de B o -yacá 17

12 de octubre.—Rodrigo de Triana divisa desde "La Pinta" la isla de Guanahani 19

13 de octubre.—Errores h is tór icos: Fray Juan Pérez y Fray Anton io de Marchena 20

14 de oc tubre .—Las Mentiras de Lerzundi 22 15 de octubre de 1865.—Muere en Santiago de Chile don A n ­

drés Bel lo 23 16 de octubre de 1817.—Es fusilado el Gral. Manuel Carlos

P iar 25 17 de octubre de 1862.—Muere en Maiquetía el Dr . Carlos

Arve lo 27

VIII ÍNDICE

PÁGS.

18 de octubre de 1835.—Son derrotados en Úr ica los revolu­cionarios reformistas 28

19 de octubre.—Anécdotas sobre el Dr . Víc tor A . Zerpa. . . . 30

20 de octubre de 1814.—Proclama M é x i c o su independencia. . 31

21 de octubre de 1766.—Terremoto de Santa Ú r s u l a 33 22 de octubre de 1823.—El Libertador escribe al D r . Francia,

Dictador del Paraguay, sobre la libertad de Bonpland. . . . 34 23 de octubre.—Crónicas de Emil iano Hernández 36

24 de octubre de 1808.—Aparece el número 1' de la "Gazeta de Caracas" 37

25 de octubre de 1871 .—Memorándum de Guzmán B l a n c o . . . . 40

26 de octubre de 1826 .—Ascens ión del Libertador al famoso cerro del Potos í 42

27 de octubre de 1561 .—Muere arcabuceado en Barquis imeto el Tirano Aguirre 43

28 de octubre de 1895.—Clausura sus sesiones el Congreso P e ­dagógico 45

29 de octubre de 1900.—Terremoto de Caracas 46

30 de octubre de 1863.—Muere en Puerto Cabello el General Bartolomé Sa lom 48

1 ' de noviembre de 1856.—Se bautiza solemnemente el Cem-etv-terio de Los Hijos de Dios 49

2 de noviembre de 1820.—Dicta el Libertador un Decreto por el cual se prohibe el duelo 50

3 de noviembre.—El Marqués de Rojas en su l ibro: Tiempo Perdido, consagra un capítulo a las costumbres de Caracas en el siglo X I X 52

4 de noviembre.—La Vieja de Bolívar, tradición de Ricardo Pa lma 53

5 de noviembre de 1830.—Nace en Caracas el poeta Francis­co G. Pardo 55

6 de noviembre de 1873.—La Compañía A n e x i representa en el Teatro Caracas Locura de Amor, de T a m a y o y B a u s . . 56

7 de noviembre de 1874.—Se inaugura en Caracas la estatua del Libertador S imón Bol ívar 58

8 de noviembre de 1892.—."El Cojo I lustrado" y la Laguna de D o n Guil lermo Espino 59

9 de noviembre de 1856.—Es asesinado en una casa vacía el francés Pedro Brunet 60

ÍNDICE IX

PÁGS.

10 de noviembre de 1918.—Inícianse las negociaciones para la celebración del Armist ic io en la guerra mundial 62

11 de noviembre de 1815.—Combate en el cerro de La P o p a . . 64

12 de noviembre de 1853.—Discurso de D o n Rafael M* Baralt en la Academia Española de la Lengua 65

13 de noviembre de 1853.—Una página de Vicuña Mackena en su l ibro: Una Excursión a través de la Inmortalidad. . 66

14 de noviembre de 1789.—Nace en Barcelona José Antonio Anzoátegui 68

15 de noviembre de 1826.—Carta del Libertador al Gral. Ra­fael Urdaneta 69

16 de noviembre de 1842.—Llega a Santa Marta la expedición encargada de trasladar a Caracas los restos del Libertador. 71

17 de noviembre de 1S15.—Combate en la Vi l la del N o r t e en­tre el General Arismendi y el Coronel Urreizt ieta . . . . 73

18 de noviembre de 1868.—Muere en El Val le el General José Tadeo Monagas 74

19 de noviembre de 1872.—El General Guzmán Blanco decreta que los estudios de Matemáticas se hagan en la Universidad. 76

20 de noviembre de 1872.—El General S. Briceño y P . Brice-ño Palacios, deudos del Libertador, regalan al Dr . Aríst i -des Rojas la obra: "Memorial de Santa Elena" 78

21 de noviembre de 1832.—Rinde examen el primer bienio de la Academia de Matemáticas 79

22 de noviembre de 1786.—Nace en Güigüe José Cecilio Avi la . 81 23 de noviembre.—Muerte de Francisco Carvajal, el famoso

"Tigre Encaramado" 82

24 de noviembre de 1 7 8 6 . — N a c e en El Consejo José Rafae l Revenga 84

25 de noviembre de 1830.—El Arzobispo Ramón Ignacio Mén­dez es expulsado de Venezuela 86

26 de noviembre de 1843.—Muere en Caracas don Martín T o -var Ponte 88

27 de noviembre de 1820 .—Bol ívar y Mori l lo se encuentran en el pueblo de Santa A n a 90

28 de noviembre de 1S10.—Combate en Coro entre el general Francisco Rodríguez del Toro y el Je fe realista D o n José Ceballos 91

X ÍNDICE

PÁGS-

29 de noviembre de 1881.—Celébrase en Caracas el primer centenario del nacimiento de Andrés Bel lo 93

30 de noviembre de 1753.—Juan D o m i n g o del Sacramento In­fante siembra en Catuche una estaca del Samán de Güere . . 94

l1? de diciembre de 1883.—"El Bien Público", de Neiva , hace a sus colaboradores a lgunas preguntas sobre hechos histó­ricos 96

2 de diciembre de 1797.—Nace en Inglaterra Guillermo Mi-11er 97

3 de diciembre de 1824 .—Acción de Corpahuaico 99 4 de diciembre de 1869.—Se publica en los Estados Unidos

un folleto sobre tesoro del navio San Pedro de Alcántara . 100 5 de diciembre.—El Padre Mohedano siembra café en grande

escala en sus posesiones de Chacao '. 102 6 de diciembre de 1813.—Bolívar hace el presente de una ban­

dera al Batal lón sin Nombre y lo confirma "Vencedor en Araure" 104

7 de diciembre de 184S.—Muere en Caracas el distinguido repúblico T o m á s Lander 105

8 de diciembre de 1814.—Referencia a la muerte de José Á n ­gel Lamas, autor del "Popule Meus" 107

9 de diciembre de 1824.—Celebración de la Batalla de A y a -cucho en Buenos Aires 109

10 de diciembre de 1859.—Batalla de Santa Inés 111 11 de diciembre de 1870.—Es pasado por las armas, en Cuba,

el militar venezolano José M ' Aurrecoechea I r i g o y e n . . . . 112 12 de diciembre de 1925.—Visita a La Cuadra Bolívar 114 13 de diciembre de 1814.—Se entierran en el cementerio de la

Catedral de Caracas 7 cabezas de oficiales que fueron mandados ajusticiar por el General José T o m á s Morales 118

14 de diciembre de 1859.—Célebre editorial de El Heraldo, de Juan Vicente González, sobre Esteban Aranda 120

15 de diciembre de 1868.—Se representa en el Teatro Caracas, el drama "Simón Bol ívar" por Castell 123

16 de diciembre de 1830.—Aparece con esa fecha una supuesta carta del Libertador para Fanny de Vi l lars (* ) 125

17 de diciembre de 1830.—Muere S imón Bol ívar en la quinta de San Pedro Alejandrino 127

(*) La fecha con que apareció esta carta es el 6 de diciembre y no el 16 como aquí se puso por error.

ÍNDICE XT

PÁGS.

18 de diciembre de 1842 .—Fragmento de un discurso sobre el Libertador, por Fray Arcángel de Tarragona 129

19 de diciembre de 1835.—La Corte Superior de Justicia con­firma la sentencia de muerte contra algunos comprometidos en el movimiento reformista 131

20 de diciembre de 1921.—La sucesión Marturet regala a la Casa de Bol ívar varios objetos históricos 132

21 ele diciembre de 17S9.—Festejos en Bogotá en honor de Carlos I V 134

22 de diciembre de 1799.—Desde entonces se l lama "Buenos Aires", el caserío que existe al sur de la estación del Tran­vía en el Puente de Hierro 136

23 de diciembre d ; 1846.—Es fusilado en la Plaza de San Jacinto Rafael Flores, alias Calvareño 137

24 de diciembre de 1787.—Se recuerda las fiestas que se ve­rificaron en Caracas con motivo de la l legada y recibimiento del Sel lo Real 139

25 de diciembre.—Consideraciones sobre el Abate de P r a d t . . 140 26 de diciembre.—Encuentro del General Miranda y de Bona-

parte en casa de la señora Permont 142 27 de dic iembre.—Fragmento de las Memorias de la Duquesa

de Abrantes, sobre Miranda 144 28 de diciembre de 1893.—Carta anónima a D o n Aríst ides R o ­

jas 146 29 de diciembre.—Algunas líneas sobre Benjamín Constant . . 148

30 de diciembre de 185,8.—Extraño suceso en la posada Basetti , en Caracas 150

31 de diciembre de 1871.—Batalla de Apure 151

1" de enero de 1892.—Aparece el número l 9 de El Cojo Ilus­trado 153

2 de enero de 1800.—Sale de la hacienda Gallegos la excur­sión a la Sil la del Avi la , dirigida por el Barón Alejandro de Humboldt y Amadeo Bonpland 156

3 de enero de 1827.—Proclama del Libertador a los colom­bianos, desde el Cuartel General en Puer to Cabello 159

4 de enero de 1876.—Fragmento del trabajo: Los funerales de Bolívar, por Isabel Alderson 161

5 de enero de 1856.—"La Vida de Bolívar", por Lamartine 163 6 de enero de 1896.—Episodio sobre la muerte de Abdón

Calderón 164

XII ÍNDICE

PÁGS.

7 de enero de 1835.—Nace en La Guaira J. J. Breca 165 8 de enero de 1814.—Es depuesto del mando el Capitán de

Fragata D o m i n g o Monteverde 166 9 de enero de 1888 .—Aparece el periódico "La U n i ó n Fi lar­

mónica" 168 10 de enero de 1827.—El Libertador hace su entrada en Caracas 170 11 de enero de 1813 .—Acta de Chacachacare 171 12 de enero de 1835.—Vecinos de Santa Lucía f irman un do­

cumento int i tulado: Escritura de Pas 172 13 de enero de 1847.—Es fusilado en Vil la de Cura el Coronel

Dionis io Cisneros 174 14 de enero de 1924.—Don Alberto Gutiérrez y su l ibro: "Las

Capitales de la Gran Colombia" 176 15 de enero de 1826.—Carta de T o m á s Lander al Gral. Péez . 177 16 de enero de 1860 .—Sit io de San Carlos por el General

Zamora 179 17 de enero de 1821 .—El Libertador aprueba a Br ión el es­

tablecimiento del Tribunal del Almirantazgo 180 18 de enero de 1 8 8 9 . — S e instala en el Hote l León de O r o

la Sociedad P a o l o 182 19 de enero de 1786 .—Muere en Caracas D o n Juan Vicente

Bol ívar 184 20 de enero de 1858 .—Se encuentran e n . Azángaro el via­

jero francés Paul Marcoy y S i m ó n Rodríguez 185 21 de enero de 1878 .—Muere en Caracas el D r . Calixto Ma­

drid 187 22 de enero de 1803 .—Muere en Caracas María Teresa R o ­

dríguez de Toro , esposa de S i m ó n Bol ívar 189 23 de enero de 1 7 8 2 . — N a c e en San Fel ipe de Austria, José

Francisco Berrrrúdez 190 24 de enero de 1848 .—Trág ico episodio entre el pueblo y las

Cámaras Legis lat ivas 192 25 de enero de 1868 .—Muere en Barinas el Procer de la In­

dependencia, General José Ignacio Pul ido 193 26 de enero de 1866 .—Art ícu los de "El Federalista" sobre

el mapa de Venezuela editado por P o n d y K y l e 195 27 de enero de 1820.—Nace en Paraguaná Juan Crisóstomo

Falcón 197 28 de enero de 1817.—Combate de Mucuritas 199 29 de enero de 1816.—Carta del realista Juan Bautis ta P a r ­

do sobre Luisa Cáceres de Arismendi 201

ÍNDICE XIII

PÁGS.

30 de enero de 1816.—Tradic iones de Ricardo P a l m a : El Fraile y la Monja del Callao 202

31 de enero de 1 8 1 5 . — E s fusilado el General José F é l i x Ri ­bas 204

1? de febrero de 1 8 1 8 . — N a c e en San Diego , Cecilio A c o s t a 205 2 de febrero de 1883 .—Referencia sobre la Basí l ica de San­

ta A n a 207 3 de febrero de 1 7 9 5 . — N a c e en Cumaná, Antonio José de

Sucre 209 4 de febrero de 1792 .—Nace en Cumaná, Francisco A v e n -

daño 211 5 de febrero de 1880.-—Retrato de Henrique Meyer , en el

Concejo Municipal de Caracas 213 6 de febrero de 1835 .—Es electo presidente de Venezue la

el D r . José María Vargas 214 7 de febrero de 1833 .—Nace en Lima,, Ricardo Palma . . . . 216 8 de febrero de 1833 .—Muere en Valencia el D r . Migue l

P e ñ a 218 9 de febrero de 1 8 4 4 . — U n jurado de imprenta declara libre

de responsabilidad al señor A . L . Guzmán 219

10 de febrero de 1 8 2 8 . — N a c e en Caracas, Martín T o v a r y Tovar 221

11 de febrero de 1814 .—El español Rósete ataca a Ocumare 223

12 de febrero de 1814.—Combate de La Victor ia entre B o -ves y Ribas 225

13 de febrero de 1 8 9 5 . — S e inaugura en La Victor ia la esta­tua de Ribas 226

14 de febrero de 1801 .—Nace en Dublin, Florencio O'Leary 228 15 de febrero de 1 8 1 9 . — S e instala el Congreso de Angostura 230

16 de febrero de 1 8 2 3 . — N a c e en Angostura , Juan Bautista Dal la Costa 232

17 de febrero de 1827 .—El gobierno favorece la edición de la obra editada por Francisco Javier Yánez y Cristóbal Mendoza 234

18 de febrero de 1827.—Celébrase en la Capilla de la U n i ­versidad, solemne fiesta en honor del Libertador . . . . 236

1,9 de febrero de 1847 .—Muere en Guayaquil, José Joaquín de Olmedo 238

20 de febrero de 1882 .—Muere en Caracas en I l tmo . señor Si lvestre Guevara y Lira 240

x i v ÍNDICE

PÁGS.

21 de febrero de 1847 .—Muere en Calmita el General Pedro Hernández 242

22 de febrero de 1885.—Recibe el don de la consagración episcopal Monseñor Críspulo Uzcategui 243

23 de febrero de 1 8 8 7 . — S e inauguran los primeros baños de Macuto 245

24 de febrero de 1S83 .—Muere en Bogotá , José María E s p i ­nosa, abanderado de N a r i ñ o 247

25 de febrero de 1857 .—Muere en Barquisimeto el General Jacinto Lara 248

26 de febrero de 1814.—Combate en San Mateo entre el Libertador y Boves 250

27 de febrero de 1873 .—Muere en Valencia el General Lau­rencio Si lva 252

28 de febrero de 1829 .—Nace en Caracas, Antonio Guzmán Blanco 254

1? de marzo de 1926.—Versos de Job P i m sobre "El Gaucho y El Llanero" 257

2 de marzo de 1 8 1 1 . — S e instala en Caracas el primer Con­greso Constituyente 258

3 de marzo de 1885 .—El señor Pedro S . Lamas envía su novela Silvia al General Guzmán Blanco 260

4 de marzo de 1885 .—Fragmentos tomados del fo l l e to : El Libertador de la América del Sur 262

5 de marzo de 1858.—Estal la la revolución contra el Gene­ral José Tadeo Monagas 263

6 de marzo de 1863.—Resolución por la cual se jubila al Capitán Manuel Godoy, portero del Palac io de Gobierno 265

7 de marzo de 1869.—Gloriosa acción del indio Cuaricurián 266 8 de marzo de 1869 .—Muere en Pernambuco el General

José Ignacio de Abreu y Lima 268 9 de marzo de 1814.—Combates de San Mateo 269

10 de marzo de 1 7 8 6 . — N a c e en La Guaira, José María Vargas 271

11 de marzo de 1822.—Fal lece en Caracas el Coronel Miguel Antonio Vásquez 272

12 de marzo de 1884 .—Decreto de honores al D r . Juan de D i o s Monzón 274

13 de marzo de 1884 .—Anécdotas sobre T o m á s Mont i l la . . . . 275 14 de marzo de 1885 .—Velada en honor del Excelent ís imo

señor Francisco Antonio Delpino y Lamas 277

ÍNDICE XY

PÁGS.

15 de marzo de 1810 .—Aparece en Londres el número prime­ro de "El Colombiano", redactado por el General Mi ­randa 278

16 de marzo de 1846 .—Muere en Caracas el presbítero doc­tor José Alberto Espinosa 280

17 de marzo de 1846.—Leyenda sobre el zambo Atanas io . . 282 18 de marzo de 1 7 7 0 . — S e promueve el Obispo de Puerto

Rico, Monseñor Martí, a la diócesis de Caracas 284 19 de marzo de 1818 .—Rememórase el sacrificio del patriota

barquisimetano José María Blanco 286 20 de marzo de 1826.—Carta del Libertador a Lafaye t t e . . 287 21 de marzo de 1806 .—Nace en San Pablo de Guelatas, B e ­

nito Juárez 289 22 de marzo de 1814 .—Acc ión de Los Pi lones entre los Ge­

nerales José Fé l ix Ribas y Francisco Rósete 291 23 de marzo de 1619 .—Se autoriza la fundación del Con­

vento de las Concepciones, en Caracas 293 24 de marzo de 1854 .—Decreto Legis lat ivo por el cual que­

da abolida la esclavitud en Venezuela 294 25 de marzo de 1814 .—Rememórase el sacrificio de Ricaurte 296 26 de marzo de 1812 .—Terremoto de Caracas 297 27 de marzo de 1874 .—Decre to por el cual se designa la

iglesia de la Trinidad para Panteón Nacional 299 28 de marzo de 1750 .—Nace en Caracas, Sebastián Fran­

cisco Miranda 301 29 de marzo de 1923.—Celebra la Iglesia Católica pomposas

ceremonias en la basílica de Santa A n a 302 30 de marzo de 1573 .—Valerosa conducta del indio Sorocai-

ma 304 31 de marzo de 1 8 2 7 . — E s fusilado en Caracas, Juan V a l -

dez 306 1? de abril de 1866 .—Muere en Bogotá el Historiador José

Manuel Restrepo 308 2 de abril de 1 8 6 6 . — S e verif ica en Valencia el entierro del

General Juan Us lar 310 3 de abril de 1.819.—Proclama del Libertador sobre la ac­

ción de Las Queseras del Medio 312 4 de abril de 1843.—Establecimiento de la Litograf ía en

Caracas 313 5 de abril de 1881 .—El Presidente de la República y el

D r . Eusebáo Baptista 315

X V I ÍNDICE

PÁGS.

6 de abril de 1 8 6 1 . — N u e v o Ministerio del señor Manuel Felipe T o v a r 317

7 de abril de 1 8 1 7 . — T o m a Aldama la Casa Fuerte de Barcelona 318

8 de abril de 1885.—"El Espectador" publica un suelto so­bre tranvías de Caracas 320

9 de abril de 1 8 4 2 . — E s asesinado en Angostura el General Tomás de Heres 321

10 de abril de 1825 .—El Libertador, desde su Cuartel Gene­ral en Lima, se despide de los peruanos '. . . 323

11 de abril de 1817.—Batal la de San Fé l ix , entre el Gene­ral patriota Manuel Piar y el Je fe realista Miguel de la Torre 325

12 de abril de 1817 .—Vio lento temblor en Cúa y otros pue­blos del T u y en el hoy Estado Miranda 327

13 de abril de 1 8 5 0 . — S o n trasladados a la Capilla del P ó p u ­lo los restos de don Francisco de Iturbe 328

14 de abril de 1815 .—Asal to y toma de Aragua de Barce­lona por partidas patriotas 329

15 de abril de 1856 .—Sale en Caracas el primer número del periódico "El Foro", redactado por el Licenciado Luis Sanojo 331

16 de abril de 1891 .—Dicta el Congreso Nacional una nueva Constitución 332

17 de abril de 1790.—Recibe el párvulo S imón Bol ívar el sacramento de la Confirmación 334

18 de abril de 1872 .—Muere en Caracas el P b r o . y General José Fé l ix Blanco, Procer de la Independencia 336

19 de abril de 1749.—Juan Francisco de León pide la expul­sión de empicados de la Compañía Guipuzcoana 337

20 de abril de 1896.—Recuerdos de juventud 339 21 de abril de 1901 .—Velada en La Victoria en homenaje

a Pérez Bonalde 340 22 de abril de 1829 .—Periódicos de Caracas dan cuenta de

que el Jefe Superior de Venezuela,, General José Antonio Páez, obsequió con una comida al Vice -Almirante F lee -ming 342 Srenes in South América; or Life in the Llanos of Vene­zuela 343

ÍNDICE X V I I

PÁGS.

24 de abril de 1815 .—Se incendia en aguas de la isla de M a r g a r i t a el navio "San Pedro de Alcántara" 345

25 de abril de 1810 .—La Suprema Junta de Caracas, ema­nada del 19 de abril, organiza el nuevo gobierno 347

26 de abril de 1872 .—Muere en Bogotá el General Pedro Alcántara Herrán 349

27 de abril de 1870.—Ocupa a Caracas el Ejérci to revolucio­nario al mando del General A . Guzmán Blanco 351

28 de abril de 1 8 2 8 . — M u r e el General Juan Guil lermo Iri-barren 353

29 de abril de 1923.—Exhibic ión de películas en el Teatro Nacional 354

30 de abril de 1923.—Conceptos de Carlyle sobre el Liber­tador Bolívar 356

1' de mayo de 1799.—Alaría Josefa Herrera pide la parte que le corresponda por la captura de José María España 357

2 de nrayo de 1889 .—Los Platos parlantes de la Revolu­ción venezolana 359

3 de mayo de 1889 .—Las Cruces de Caracas y los velorios en el mes de mayo 361

4 de mayo de 1493 .—Bula de S . S . Alejandro V I en favor de los Reyes Católicos 363

5 de ; -nyo de 1826.—Carta inédita de Andrés Level de Goda al General Páez 365

6 de mayo de 1S21 .—Se instala en la sacristía de la iglesia del Rosario de Cúcuta el primer Congreso de la Gran Colombia 366

7 de mayo de 1847.—El Congreso Nacional erige los obis­pados de Barquisimcto y Calabozo 368

8 de mayo de 1799 .—Es ajusticiado en la P laza Mayor de Caracas José María España 369

9 de mayo de 1,831.—Muere en Caracas el Pbro . D r . Sal­vador De lgado 370

10 de mayo de 1 8 4 1 . — S e compra el edificio conocido hoy con el nombre de Casa Amaril la 372

11 de mayo de 1 9 2 3 . — Ñ a Telés fora y sus inolvidables pla­tos criollos 374

12 de mayo de 1878.—Lance personal entre los Generales Jo­sé Miguel Barceló y Eduardo Scanlan 376

X V I I I ÍNDICE

PÁGS-

13 de mayo de 1816 .—Llega Bol ívar a Kingston, en la isla de Jamaica 377

14 de mayo de 1826.-—Carta inédita del Marqués del Toro para el General Páez 378

15 de mayo de 1 8 4 2 . — S e publica por Bando el Decreto sobre honores al Libertador 380

16 de mayo de 1856 .—Juan Vicente González presenta un informe sobre el Colegio El Salvador del Mundo, del que fué fundador 381

17 de mayo de 1 8 7 2 . — E s fusilado en Taguanes el General Matías Salazar 383

18 de mayo de 1,877.—Guzmán Blanco y su familia se em­barcan para Europa en el vapor "Alemania" 385

19 de mayo de 1869 .—El D r . Aríst ides Rojas y "El Fede ­ralista" 387

20 de mayo de 1825 .—El Libertador escribe desde Arequipa al General Santander sobre el libro del francés Moll ien 388

21 de mayo de 1823.—Carta del Libertador al General S a -lom 389

22 de mayo de 1 8 4 4 . — V e la luz en Barcelona "El Republi­cano", redactado por Blas Bruzual 391

23 de mayo de 1813 .—Entra Bol ívar en Mérida y restablece el gobierno patriota 392

24 de mayo de 1822 .—Triunfa Sucre sobre las tropas espa­ñolas en las faldas del Pichincha 394

25 de mayo de 1826 .—El Libertador participa al Gran Ma­riscal de Ayacucho, encargado del mando supremo en Bol i -via, que se ha reconocido la independencia de esa nueva Entidad política 396

26 de mayo de 1802 .—Se verifica en Madrid el matrimonio de D o n Simón de Bol ívar y de D o ñ a Teresa del T o r o y Alaiza 397

27 de mayo de 1,877.—Un grupo de ciudadanos se reúne en el Teatro Caracas y se dirige a la Casa Amaril la , a feli­citar al Gran Demócrata 398

28 de mayo de 1 8 1 1 . — S e f irma en B o g o t á un Tratado de Alianza y Federación entre el Presidente de Cundinamarca y el Comisionado de Venezuela 400

29 de mayo de 1812 .—Proc lama del Generalísimo Miranda a los habitantes de la provincia de Caracas 401

ÍNDICE X I X

PÁGS-

30 de mayo de 1826.—Carta inédita de Juana Bol ívar al Ge­neral Páez 403

31 de mayo de 1869 .—Comunicado en francés sobre cierta cañería de Caracas 404

1" de junio de 1815 .—Proc lama del General Mori l lo a los habitantes de Caracas 405

2 de junio de 1847 .—El Presidente de Venezuela conmuta la pena de muerte impuesta a Antonio Leocadio Guzmán 407

3 de junio de 1830.—Carta inédita de don Fermín T o r o a Manuel Plácido Maneiro 408

4 de junio de 1823.—Carta del Libertador al Abate de Pradt en que le habla de un retrato que le había enviado 410

5 de junio de 1812.—Carta de Miranda para el Licenciado Miguel José Sanz 412

6 de junio de 1876 .—Periódicos de la época publican una Carta de la viuda del Gran Mariscal de Ayacucho a José

María Obando 413 7 de junio de 1828 .—Bosquejo que hace el Libertador en

Bucaramanga sobre sus campañas de los años 13 y 14 . . 414 8 de junio de 1826.—Carta inédita del Coronel Cornelio M u ­

ñoz al General Páez 416 9 de junio de 1828 .—El Libertador, que se encontraba en

Bucaramanga, manifiesta que si creyera en los presenti­mientos,, no regresaría a B o g o t á 417

10 de junio de 1899.—Referencias sobre el caballero inglés R . T . Middleton 419

11 de junio de 1 6 4 1 . — U n movimiento sísmico de considera­ción causa estragos en la ciudad de Caracas 420

12 de junio de 1917 .—Muere en N u e v a York la célebre pia­nista venezolana Teresa Carreño 421

13 de junio de 1790 .—Nace en Acar igua José Antonio P á e z 423 14 de junio de 1908 .—Muere en Caracas, Gabriel M u ñ o z 424 15 de junio de 1 8 9 5 . — R a s g o anecdótico sobre el D r . J . M .

N ú ñ e z de Cáceres 427 16 de junio de 1864 .—Muere en Caracas el señor S i m ó n

Planas 428 17 de junio de 1 8 7 7 . — E s asesinado en su casa de habitación

el señor Ramón Suárez 430 18 de junio de 1911 .—Llega a La Guaira la Embajada de

Colombia en las fiestas centenarias de la independencia de Venezuela 432

XX ÍNDICE

PAGS..

19 de junio de 1818.—Carta del Libertador al Coronel H i p -pisley 433

20 de junio de 1860.—Carrera militar del valiente guerri­llero Nico lás Pat ino 435

21 de junio de 1849.—Grupo de hombres a caballo intentan un ataque contra la casa del Presidente General José Tadeo Monagas 436

22 de junio de 1 8 1 4 . — D o ñ a Dorotea Sojo y su pariente Si ­món Bolívar 438

23 de junio de 1839 .—Muere en el Líbano Lady Ester Lucía Stanhope 439

24 de junio de 1 9 1 1 . — S e inaugura en el Teatro Nacional el Primer Congreso Médico Venezolano 440

25 de jimio de 1788.—Mace en Carora, Pedro León Torres 442 26 de junio de 1830 .—Se abre en la casa de doña Mariana

Carecían y Larrea, el testamento de su finado esposo el E X C I T O . S r . General Antonio José de Sucre 443

27 de junio de 1818.—Aparece en Angostura el "Correo del Orinoco" 445

28 de junio de 1880 .—El Gobierno de Venezuela concede una pensión a la Vizcondesa de Rigny, hija de Zea 447

29 de junio de 1919 .—Trág ico accidente de automóvil , priva de la vida al D r . José Gregorio Hernández 448

30 de junio de 1812.—Cae en poder de los realistas el Cas­tillo de San Felipe 449

A MANERA DE PROEMIO

P o r iniciativa del señor A n d r é s M a t a , Di rec to r de El Universa!, de Caracas , se creó en dicho D ia ­rio, y se pmo n nucai ro cargo , una sección int i tula­d a : .• :S ¿si éneo, con el propósi to de d ivulgar el conocimiento de nues t ros anales, por medio de pequeño,; cuadros de fácil y amena lectura.

L a sección dicha se i nauguró el 1" de octubre de 1922, c o n una re l e r e n d a sobre la muer te de J u a n Vicente González, y mereció la más favorable aco­gida, l i o : ' pa r l e del público lector, que est imuló con •MI e^poníáüca aprobación aquella labor, en dos oca-sienes in te r rumpida a nues t ro pesar, no t an to por ­que se ¡'.os !!••! .'era acabado el carburo, como espi-rit if; ir . :caíc aseníó alguien, sino porque no siendo en t re nosotros la l i te ra tura profesión que directa-moni e dé pa ra vivir, t en íamos que a tender con p re ­ferencia ¡os deberes del ca rgo de Direc tor de la Biblioteca Nacional , que desde entonces servimos, y de' cus.: ék o v a m o s lo indispensable p a r a cubr i r ingenies necesidades de la flaca na tura leza .

Bien pudiera haber quedado en la fragi l idad del periódico lo que entonces escribimos, y lo que luego hemos añadido, sin que por ello se res in t ieran la li­t e r a t u r a ni la h i s to r i a ; pero al fin nos resolvimos

X X I I A MANERA DE PROEMIO

a compilarlo, t an to por la c i rcunstancia de que du­ran te las dos interrupciones dichas o t ras personas pros iguieron la misma labor por nosot ros iniciada, y era de just icia da r a cada uno lo suyo, cuanto porque nos apenaba dejar en abandono a esos hijos de nues t ro pensamiento , más dignos de cuidado mien t ras más imperfectos se les considere.

Como, según el adagio castellano, nunca falta un roto para un descosido, cierto amigo, que a fuero de tal encuent ra buenas nues t r a s lucubraciones, la­men ta que estas efemérides no abarquen todo el año. E n real idad así hab r í a resul tado más completo el libro, aunque también m á s voluminoso, y, por tan to , menor las probabi l idades de que lo lean en esta a m a d a t ierra , donde las obras de a lguna extens ión se m i r an con sacro ho r ro r y se les engloba bajo el despectivo título de latas. Sin embargo , si la volun­tad y la salud que hoy nos fa l tan , nos acompañaren en lo porvenir , dejamos pendiente la amenaza de publicar o t ro tomo con lo que en este se omite, amén de nuevas apuntaciones , también de carác te r h is tór i ­co, que ha t iempo tenemos reunidas .

D e acuerdo con el pensamiento de K e m p i s : No serás más santo porque te alaben, ni más vil porque te vituperen, lo que eres eso eres ( que ya nos sir­vió de epígrafe p a r a los datos biográf icos que años a t r á s nos pidieron los directores de Venezuela Con­temporánea) tuvimos el propósi to de no colocar en la p r imera pág ina de esta obra sino nues t ro nombre , sin ad i tamento de t í tulos ni condecoraciones; pero el amigo a que an tes nos refer imos, y cuyas adver­tencias no desdeñamos porque en él se reúnen y h a r ­monizan las opuestas cualidades de Don Qui jote y Sancho P a n z a , quiso d isuadirnos de tal idea con a r g u m e n t o s expresivos y a veces es t rambót icos :

A MANERA DE PROEMIO X X I I I

— E x h i b a sus t í tulos, señor mío, nos dijo con voz y tono doctora les ; proceder de o t r a m a n e r a es d ispara te . Us ted los posee porque se los dieron vo­lun ta r i amen te o los solicitó. E n uno u o t ro caso debe mos t ra r los p a r a no aparecer hipócr i ta o ingra to . Si los oculta por humildad hace mayor mal que si los ostenta por orgullo. Ellos no dan ni qu i t an mereci­mientos, pero confieren autor idad, y sobre todo, s i r ­ven a maravi l la pa ra molestar el ánimo de aquellos que viven roídos por la innoble pasión que denominó Ripalda t r is teza del bien ajeno. P ó n g a s e sus t í tulos, señor mío, y además dos o t res &. &. &., p a r a que la gente crea que a ú n se deja usted en el t in tero o t r a s distinciones con que lo han agrac iado . N o p r e s u m a de modesto, que en pueblos incipientes esa cual idad antes que p a r a exa l ta r el mér i to s irve p a r a i n f a tua r a los audaces : usted mismo par t ic ipa de esa opinión en el mamot re to que conserva por ahí inédito con el t í tu lo : Rectificación de Valores. N o t enga mie­do a vulgares hablillas, ni se ruborice con la conside­ración de que aquellos ga la rdones puedan resu l ta r superiores a sus m e r e c i m i e n t o s . . . .

V a al público este volumen, que ve la luz g r a ­cias a la benévola protección que se ha servido dis­pensar le el señor doctor Rubén González, Min i s t ro de Relaciones In ter iores . L a crí t ica ha l la rá en El Día Histórico paño donde cor ta r . N o s alienta, s in embargo , la esperanza de que pueda ser de a lguna uti l idad a la clase popular p a r a quien con preferencia fué escrito.

Y s i rva pa ra t e rmina r esta prefación, como di­r ía Cervantes , el s iguiente sucedido.

Como en 1922, cuando comenzaron a ver la luz los escritos que in t eg ran este libro, goza ra nues t ro

X X I V A MANERA DE PROEMIO

nombre de cierto prest igio, al pasa r una m a ñ a n a por la P l aza de San Jac in ío do.; su icios ru.s detu­vieron para sa ludarnos cor teses ; y el uno de ellos al p resen ta rnos a su acompañan te le dijo comedido:

— E l .señor Machado , el que escribe en El Uni­versal eso que a tí te gus ta .

A lo cual a g r e g ó el o t ro sentencioso y p r o ­tector :

—¡ E s nues t ro segundo L a n d a e t a Rosa les !

JOSÉ E . MACHADO.

Caracas , Abr i l de 1 9 2 9 .

E L DÍA. H I S T Ó R I C O

l" de octubre.

Muchos sucesos importantes para la vida civil y políti­ca de Venezuela constituyen las efemérides de hoy, desde aquel remoto año de 1725 en que se decretó la traslación de cinco monjas carmelitas de Santa Fe de Bogotá para el Monasterio de la misma orden recién fundado en Caracas por doña Melchora de Ponte y Aguirre, con la colaboración pecuniaria de don Miguel de Ponte y de doña Josefa de Mejías, ricos vecinos de la ciudad de Losada; pero entre estos acontecimientos hemos escogido para rememorarlo uno de los menos conocidos pero no de los menos interesantes en la vida nacional.

—El 1» de octubre de 1866 murió en Caracas, donde ha­bía nacido en 1808, el insigne literato Juan Vicente Gonzá­lez, Tirteo de nuestra política, el primero de nuestros pe­riodistas y uno de los más notables pensadores de la Amé­rica hispana. Hombre de luchas partidarias y de pasiones violentas, en sus obras, cualquiera que sea su índole, se revela sobre todo el poeta. Y la expresión artística arran­caba tan del fondo de su ser que, cuando ya moribundo,

2 J O S É E . M A C H A D O

varios amigos que rodeaban su lecho, entre ellos Agustín Aveledo, F . González Guiñan y Domingo Mujica, se esfor­zaban en alejarle del pensamiento la idea de su próximo fin, el maestro del bello decir replicóles con voz doliente: —Vana esperanza, hijos míos : el sol de mañana no alum­brará mis tristes ojos.

El propio González hizo, mejor que ningún otro, el estudio crítico de su personalidad literaria, en estos hermo­sos conceptos:—"Mi estilo no es el pan laborioso del hom­bre, regado con el sudor de su ros t ro : como la vegetación de los climas meridionales, espontáneo, vigoroso, él viste ri­sueños valles o escarpadas rocas; multiforme, quimérico, ex­travagante, pero expresión purísima de mis sentimientos. Idéntico conmigo, si cristalizaseis las ideas que hace visi­bles no obtendríais un mosaico de abigarrados colores, si­no un mineral fundido en la sangre de mi pecho, al fuego de mi c o r a z ó n : . . . . de mi corazón, consumido en busca de la gloria y de la felicidad."

E n el acto de ser inhumado el cadáver de González el Dr. Gerónimo E. Blanco, director del Colegio Vargas, pro­nunció estas palabras:

Señores:

Ha muerto uno de los sacerdotes del profesorado; y es muy justo, que en la tumba, santuario de las verdades, consagremos algunas en honor de quien les rindió tributo nada escaso en las arduas tareas de la enseñanza.

La vida de González, ardiente como el rayo y como sus resplandores, múltiple, cruzó todos los espacios que, en su atrevido vuelo, pudo alcanzar el espíritu del hombre.

Yo que apenas soy uno de los obreros más humildes en los campos de las letras, no puedo, ni debo, ni quiero seguir los pasos de ese gigante, sino por la huella de luz que ha dejado en esos campos. Allí le oía con admiración, cuando él entonaba himnos a la esperanza de la gloria: allí le contemplaba con respeto, cuando él rendía un culto puro

E L D Í A H I S T Ó R I C O 3

a la religión del saber: allí me arrebataba el entusiasmo, cuando en lid gallarda le columbraba recogiendo por t ro­feos todo el oro de las letras, todas las flores y perfumes del buen gusto para dar a su pluma—¡ que fué su único patrimonio!—aquel temple y galanura que boy hace parte de la historia patria. Guardián celoso de las riquezas de la lengua de Cervantes, no las mostraba, sino para lucir sus pompas : grande escritor, era incisivo, como Juvenal y pro­fundo, como Bossuet: formidable polemista, era semejante al espartano, que, antes de ir al combate, juraba no volver a sus lares sino con su escudo en el brazo, o tendido so­bre su e s c u d o . . . .

Los restos mortales de un ser extraordinario, como Gon­zález, y aquí, en este recinto sagrado, bajo los dinteles de esas puertas que se abren a la eternidad, no pueden tener otro e n e m i g o . . . . que no sea la ignorancia. El no tiene ya sino amigos que estimen sus talentos, y admiradores dig­nos de emularlos. Aquí no debe haber sino una lágrima de duelo y un ciprés en homenaje a ese nombre, que ya es gloria de la patria.

Hasta hoy, ningún monumento consagra la figura egre­gia del autor de la Historia Universal y de la Biografía de José Félix Ribas.

2 de octubre de 1859.

Inaugura sus clases el Colegio Santa María, a cargo de los señores doctor Ángel E. Rivas y Licenciado Agustín Aveledo.

A la vista tenemos el nutrido propecto de esa nueva casa de educación e instrucción, establecida, como se ve, por dos honorables compatriotas bastante abnegados para consa­grar su juventud en flor a la honrosa pero ímproba labor de la enseñanza.

4 J O S É E . M A C H A D O

Holgaría historiar ahora los beneficios hechos a Caracas y a la sociedad venezolana por aquel plantel en el cual se educaron tres generaciones. Cincuenta años duró encendida aquella luz, que iluminó muchas inteligencias y guió no po­cas voluntades por rectos caminos de ciencia y de virtud. Allí se prepararon hombres para ejercitarse honrosamente en todos los campos de la actividad humana: apóstoles para la ciencia, sacerdotes para el santuario, cultivadores para las artes, empleados para el comercio, obreros para las profesio­nes liberales y mecánicas. La labor fué constante y bene­ficiosa, abundante la mies.

E n los sesenta y cuatro años transcurridos desde la memorable fecha sobre la cual versa esta breve reseña se han borrado muchos recuerdos y se han consumido muchas vidas. El tiempo, sin embargo, ha respetado una, que es decoro y orgullo de la patria. No necesitamos nombrar la : por sus obras los conoceréis, dice la Escritura.

En el amanecer de algunos días encontramos al vene­rable maestro que va en el tranvía en ejercicio matinal. Nos honra con su amistad y conversamos con él. La luz de sus ojos se ha apagado, pero aún arde viva la de su inteligencia; el peso de la edad inclina su cabeza pero mantiene erguido su espíritu. Su palabra es vibrante y convincente. Como el Almirante Blanco Escalada bien pudiera decir a los ochen­ta años cumplidos:—Moriré como todos, pero aseguro que no será de viejo.

Nosotros, que tan pocas cosas ambicionamos en el mun­do, experimentamos sentimientos de noble emulación en pre­sencia de ese anciano, de pobreza franciscana, y sin embar­go tan rico que aún puede distribuir entre los que a él acu­dimos cuantiosos tesoros de bondad y sabiduría; carente de poder material, y con todo revestido de tal autoridad que a su paso se inclinan las frentes que rinden homenaje a la majestad de la virtud. Feliz él, que ha logrado gra­bar su nombre en obras imperecederas de misericordia y de justicia.

E L D Í A H I S T Ó R I C O 5

3 de octubre de 1846.

A las 7 de la noche de ese día recibió el Licenciado Juan Vicente González, entonces Jefe Político del Cantón Caracas, el denuncio de que en casa de unas señoras San-tanas, sita entre Traposos y Colón (hoy distinguida con el número 42) , se reunían personas sospechosas; y de que era probable se encontrara oculto allí el señor Antonio Leocadio Guzmán, contra quien se había librado orden de prisión.

Acompañado de una fuerza miliciana se dirigió el Je­fe Político a la casa en referencia, cuya puerta encontró cerrada. A la ventana había una mujer, quien requerida a dar paso a la autoridad se negó a abrir, bajo el pretexto de que su madre se encontraba ausente. A poco se pre­sentó otra mujer, llamándose dueña de la casa, y abrió la puerta. Procedióse al allanamiento y no se encontró en ella reunión de hombres, ni nada que indicase la hubiera habido antes. Muchos de los que acompañaban al Jefe Político querían retirarse, pero éste les significó que tenía la certeza de que allí estaba escondido el Sr. Guzmán. Se continuó la pesquisa sin resultado cuando alguien manifestó que en la hornalla de la cocina había señales de obra nueva y has­ta señaló tierra humedecida como si realmente se hubiera puesto mezclóte en aquel sitio. Quitada entonces de so­bre el fogón una olla en que se calentaba maíz, y las tres topias que la sustentaban, y removiendo los ladrillos, desa­pareció la ceniza que ocultaba una tabla, la que desajustada y suspendida dejó ver al señor Antonio Leocadio Guzmán acuclillado en una cavidad perfectamente elaborada, y que nunca se habría descubierto, a no ser por los escombros sacados de ella, que estaban en otra pieza, y que hicieron sospechar su existencia. Puesto en pie Guzmán, preguntó si lo iban a matar ; y a la contestación de que no lo iban a atropellar dijo que esperaba de los jóvenes milicianos lo tratasen bien.

6 J O S É E . M A C H A D O

En el Diario de la Tarde del 5 de octubre de aquel año se da cuenta de este suceso. Juan Vicente González, su redactor, era enemigo personal del señor Guzmán y de su partido y esgrime contra ellos su pluma, que tuvo en oca­siones la virtud demoledora de las trompetas de Jericó.

4 de octubre de 1821.

El Congreso Nacional designa el Escudo de Armas de la Gran Colombia.

Como se sabe, las armas de Venezuela son un escudo dividido en tres cuarteles: el de la derecha contiene, sobre campo rojo, un haz de espigas, que al propio tiempo simbo­liza la unión de los Estados bajo el sistema federativo, y la riqueza del suelo nacional; el de la izquierda lleva, en campo amarillo, armas y pabellones entrelazados con una corona de laurel, gaje de t r iunfo; el de la punta, caba­llo indómito en campo azul, emblema de independencia y libertad.

Este escudo tiene por timbre en su parte superior dos cornucopias vueltas hacia abajo, llenas de frutos y flores de todos los climas; y, en la parte inferior, una rama de olivo y una palma entrelazadas con una cinta tricolor: en dicha cinta tiene las inscripciones: "5 de julio de 1811.— Libertad, 28 de marzo de 1864.—Dios y Federación".

Varios son los escudos usados en Venezuela desde los días remotos de la época colonial. El rey Felipe II conce­dió a Caracas el 4 de setiembre de 1591 un Sello de Armas que consiste en un león rampante en campo de plata, que tiene entre los brazos una venera de oro con la Cruz de Santiago; y por timbre una corona con cinco puntas de oro. Más tarde, por Real Cédula de Carlos I I I , expedida el 13

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de marzo de 1766, se agregó a este escudo una orla con la siguiente inscripción: Ave María Santísima sin pecado concebida en el primer instante de su ser natural.

El sello de Miranda, que figuró en las primeras actas del Gobierno, en los años de 1810 y 11, y en los asigna­dos y monedas de aquella época, consistía en un 19 en el centro de un sol, cuyos siete manojos de rayos constituían las siete provincias que aceptaron el movimiento revolucio­nario en Caracas. Este sello fué posteriormente modificado en la forma que sigue: U n genio en los aires presenta a una indígena, que lleva por armas la flecha y el carcaj, un pergamino con esta inscripción: Colombia; y junto a ella un niño alado que tiene en la izquierda un clarín y en la derecha un pergamino en que se lee: Constitución de Ve­nezuela.

El sello decretado por el Congreso de Cúcuta en 1821 se compone de dos cornucopias llenas de frutas y flores, y de las faces colombianas compuestas de un hacecillo de lan­zas con la segur atravesada, y arcos y flechas atados por una cinta tricolor en la parte inferior, la cual lleva las inscripciones: Viva Bolívar.—Muerte a los tiranos.

También se usó de 1822 en adelante un escudo divi­dido en tres cuarteles: en el superior diez estrellas; en el inferior de la derecha un caballo y en el de la izquierda un cetro roto. A la cabeza del escudo un cóndor con las alas desplegadas. Dos figuras alegóricas, un hombre y una mu­jer, al lado de los cuales brotan sendas fuentes con los nombres : Orinoco.—Magdalena, exornan este escudo que ter­mina con una cinta en la cual hay la inscripción: Ser libre o morir.

5 de octubre de 1891.

Con motivo de artículos publicados por el general Ma­nuel Landaeta Rosales, sobre diversiones públicas y tor.os

8 J O S É E . M A C H A D O

y aires populares, el señor Julio Medina Torres le dirigió, desde las columnas de La Opinión Nacional, una carta en que completando los datos de aquel acucioso investigador sobre la materia en referencia, le dice entre otra? cosas: "Olvidó usted citar La Maricela, canto que ha servido de solaz y de eco de resignación a nuestros valientes hijos de la pampa desde la Guerra Magna , para acá; La Chipóla, cuya alegre música entusiasma a las mujeres campesinas de Guárico y Cojedes; Sandoval, canto guerrero de las huestes del célebre general conservador Gabriel Sandoval; La Pava de Matías, canto burlesco y de eco terrible, que hacían sonar en las montañas de Potrerito, en Carabobo, los gue­rreros del malogrado general Matías Salazar; El Pájaro, tono de baile muy usado en las aldeas y villorrios de la parte oriental de Cojedes; El Araguato, muy popular, tan­to como La Mona, que tuvieron su estreno a fines de la revolución Germina, en 1869. El Agachado, con que de­capitaban algunos malhechores en la guerra de cinco años ; Camarín, muy conocido en el alto Llano, y en especial en Chaguaramas y La Pascua; A Caramba, tono del pueblo de Zaraza, patria del célebre general Pedro Zaraza, don­de con este canto aún lloran sus bardos populares la muerte de aquel adalid de nuestra Independencia; Regino del No­gal, aire permanente en la memoria de los pueblos de la sección Aragua, en recuerdo de aquel conocido guerrille­ro oligarca que merodeó por allí en la guerra federal; El Corrió de Oquendo, uno de los mejores y más afamados cantos que hayan urdido en su imaginación los cantadores de dichos afamados valles, y con el cual su autor, Ángel Oquendo, obsequió con recitación de buena letra, pura y brillante, al Popular Presidente del Estado Miranda, gene­ral José María García Gómez, en su visita oficial a prin­cipios del presente año a los pueblos orientales del Guárico.

Estos son los aires y tonos populares que faltaron a su t rabajo; y cuya descripción nos permitimos hacer para que conste y queden en la memoria, pues evocan algún

E L D Í A H I S T Ó R I C O 9

hecho histórico en la vida agitada de nuestras contiendas políticas."

Muchos otros tonos y aires populares se podrían agre­gar hoy a los indicados por Torres , pues también la mú­sica vernácula ha hecho algunos progresos de aquella re­mota época a hoy. Lástima grande que la mayor parte de esa música no se haya fijado en el pentagrama, y se vaya paulatinamente borrando de la memoria de nuestro pueblo, que la viene sustituyendo con bailes y cantos ex­traños.

6 de octubre.

Los aficionados al inocente pasatiempo de curiosear ties­tos viejos hemos tenido oportunidad de ver en esta urbe manuscritos e impresos, pinturas y tapices, muebles y por­celanas de no escaso valor histórico o artístico, ahora en poder de personas que por su posición monetaria, y los conocimientos que en la materia tienen, pueden apreciarlos y darles la importancia que en realidad tienen. La mayor parte de estos objetos provenientes de la época colonial, lla­man la atención del observador medianamente instruido, quien, al admirarlos, se pregunta con sorpresa como han llegado hasta nosotros, en medio de los continuos vaivenes de la vida nacional.

Uno de los coleccionistas de cacharros, como los llama­ba nuestro recordado Arístides Rojas, es el doctor Lope Tejera, quien ha logrado reunir una de las más valiosas colecciones entre las muchas particulares que se encuen­tran en Caracas.

Ent re las preciosidades que posee el doctor Tejera fi­ja desde luego la atención una escultura denominada, en ra­zón de su origen, E L CRISTO DE LOS BRÍCENOS, primitivo español de marfil, cuya factura artística no deja duda res­pecto a la época en que fué tallado (siglo X I I o X I I I ) .

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Este Cristo, al cual han impreso su honda huella siete si­glos, pertenece desde remota época a la familia Briceño, en la cual arraiga la tradicción de que ante dicha efigie veló sus armas el Briceño que desde el lugar de Arévalo en la provincia de Extremadura partió con sus tercios a Italia, donde el Rey de Francia Francisco I amenazaba los extensos dominios del César Carlos V ; y se añade, ade­más, que aquel viejo ascendiente, al renovar sus votos la víspera de la batalla de Pavía, prometió orlar el águila ne­gra de su escudo con tantas cruces de San Andrés cuantas heridas recibiera, siempre que pudiera regresar con vida al solar nativo, donde le esperaban la esposa amante y el hijo primogénito: de aquí las aspas que orlan el escudo de los Brícenos.

La sagrada efigie vino a Venezuela con don Sancho Briceño, Alcalde ¡de Coro en 1528, y establecido luego en la ciudad de Trujillo con su mujer doña Ana de Sa-maniego. E n la última de las poblaciones nombradas per­maneció el Cristo hasta el año de 1807 en que lo llevó a Maracaibo, y más tarde le trajo a Caracas, don Domingo Briceño y Briceño, hijo del célebre abogado Antonio Ni­colás.

Bien cabría en El Día Histórico la mención de algunos objetos curiosos que se encuentren en poder de personas particulares, siempre que ellas quisieren proporcionar los datos requeridos al autor de estos apuntes.

7 de octubre de 1892.

Bajo torrencial aguacero que duró tres días y produjo daños de consideración en toda la República, entró en Ca­racas el General Joaquín Crespo, Jefe de la Revolución I-Legalista.

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A medida que pasa el tiempo adquieren sus verdaderas proporciones las figuras históricas de todos los siglos y de todas las naciones; y, naturalmente, no escapan a esa ley general ni aquellas nuestras, de limitado relieve, pero que, por haber culminado en la política, ejercieron más o menos influencia en la vida nacional. Una de ellas fué Crespo, hombre de humilde origen, nacido en San Fran­cisco de Cara el 7 de setiembre de 1841, elevado en la mi­licia al más alto rango y llevado en dos ocasiones a ejer­cer la Pr imera Magistratura de la Nación.

La presidencia de Crespo en el período constitucional de 1884 a 86 no dejó a la verdad gratos recuerdos en el pueblo venezolano. Contribuyeron a ello varias causas, de muchas las cuales no fué responsable. Sin embargo, cuan­do los sucesos políticos de 1891 hicieron necesaria su pre­sencia al frente del ejército, con el cual llegó triunfador al Capitolio Federal, demostró con hechos que en su larga vida pública había evolucionado lo suficiente para llegar a una clara comprensión de sus deberes oficiales. Varias anécdotas de rigurosa autenticidad darán constancia de ello.

En 1893, ya en ejercicio del poder supremo, recibía en audiencia a las personas que previamente ía habían solicitado. Llegó el turno a un individuo de quien había sido íntimo, pero de quien estaba justamente resentido. Ade­lantóse éste en ademán de abrazarlo. Detúvolo Crespo con un ademán de la mano, y le d i jo :

—Usted ha pedido una audiencia al Presidente de la República, y aquí estoy para oír le; pero usted no puede abrazar a Joaquín Crespo, porque Joaquín Crespo no es ya su amigo.

E n 1895 se recibió en su Secretaría General una carta entre cortés e imperativa, firmada por Cipriano Castro, en la cual se hacían cargos al Gobierno por su conducta en la cuestión de límites con la Guayana inglesa. Comentábase el documento, y José Ramón Núñez, Secretario del Presi­dente, le preguntó:

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—¿Qué contestamos, General? Y el guerrero de carácter impetuoso, por avezado ya

a las prácticas gubernativas, respondió con serenidad: —Dígale que para el consejo es demasiado tarde y pa­

ra la amenaza demasiado temprano.

8 de octubre de 1878.

Muere en su hacienda Coconuco el General Tomás Cipriano de Mosquera.

Vastago de distinguida familia colombiana, Mosquera se alistó en las fuerzas patriotas de Nariño cuando apenas (contaba diez y seis años. Vencido en el combate da La Cuchilla del Tambo, cayó prisionero con la flor y nata de las tropas patr iotas; pero, más feliz que sus compañeros, logró evadirse de la prisión y pasó a Jamaica donde perma­neció hasta 1818.

Fué después de Boyacá cuando ingresó de nuevo a las filas de los independientes, donde obtuvo honores y distin­ciones tanto en la carrera militar como en la civil.

Elegido Presidente de la Nueva Granada para el pe­ríodo presidencial de 1845 a 49, su administración se dis­tinguió por actos de verdadero progreso. A su lado figu­raron algunos venezolanos, entre ellos Carmelo Fernández, los dos hermanos Celestino y Gerónimo Martínez, y el Co­ronel Codazzi, encargado de levantar el mapa de la Nueva Granada. Ya historiadores colombianos han hecho notar las idiosincracias del carácter del General Mosquera y su enor­me vanidad, de modo que con ciertas limitaciones pudiera decirse de él lo que del célebre orador español don Emilio Castelar dijo uno de sus compatriotas: Si asiste a un matri­monio quiere ser la novia, si a un entierro, el muerto.

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El doctor Rafael Núñez en su libro "La Reforma Política de Colombia", escribió en 1863: "El verdadero ideal de Mosquera era el ruido, la gloria, con grandes dosis de orgullo patriótico. Su inteligencia era febril, sus dotes fun­damentales la audacia, la perseverancia y la energía. No te­nía el valor físico de un Páez o de un Córdoba, pero tam­poco le volvía en ningún caso la espalda al peligro. Hombre de terribles movimientos de cólera, en que hubiera podido reproducir a Tiberio, también era susceptible de conmoverse y derramar copiosas lágrimas; pero la pasión del amor pro­pio aparecía en él superior a todos los demás afectos y pasiones".

E! General Mosquera publicó en Nueva York, en 1853, unas Memorias sobre la vida del Libertador Simón Bolívar; y juzgamos que también es obra de aquel General la edición de las Proclamas del Libertador hecha en aquella ciudad en el mismo año.

No há mucho se anunció la publicación de las Memo­rias del General Tomás Cipriano de Mosquera. Esta obra tendrá especial interés para los venezolanos por razones fá­ciles de penetrar por los que conozcan y sepan que aquel General y algunos compatriotas nuestros tuvieron el qui­mérico proyecto de reconstruir la Gran Colombia, acaso no tanto por amor a la genial creación de Bolívar cuanto por conveniencias partidarias y personales del momento.

9 de octubre de 1858.

La Convención Nacional reunida en Valencia aprueba el Tratado celebrado entre los gobiernos de Venezuela y de Holanda, y por el cual se pone término a las diferencias originadas por los sucesos de Coro y la cuestión dominio y soberanía sobre la isla de Aves.

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El Tratado ya dicho fué firmado en Caracas el 5 de agosto de 1857 por los representantes de Venezuela y de Holanda, que fueron, respectivamente, el señor Francisco Conde, Vicepresidente del Consejo de Gobierno y su Co­misario especial; y el señor Pedro Van Rees, Caballero del León Neerlandés, de la Orden de la Corona de Encina de Luxemburgo, de la Orden imperial de la Legión de Honor, Comendador de la Orden de Isabel la Católica de España, y de Orden del Cristo de Portugal, etc.

Había llegado el señor Van Rees a Caracas bajo bue­nos auspicios, y el 7 de julio del dicho año de 1857 lo ob­sequió el Presidente de la República con un espléndido ban­quete, en su casa de habitación. A este acto, dice nuestro distinguido historiador el doctor F . González Guiñan, "asis­tieron el Cuerpo Diplomático, los Secretarios de Estado y muchas otras personas de significación política, y se pro­nunciaron notables brindis. El señor Gutiérrez pronunció un elocuente brindis a la salud del Rey de Holanda y de­más Soberanos amigos, por la estabilidad de sus gobiernos, por la rectitud de los procederes y la observancia de la justicia en las relaciones con las naciones amigas. El señor Van Rees manifestó su reconocimiento por las manifesta­ciones de que tanto su soberano como él eran objeto, dijo que esperaba que las cuestiones pendientes se arreglarían amigablemente, y brindó por la salud del General Monagas y la prosperidad de Venezuela. El señor Vetancourt brin­dó porque al señor Van Rees le fuera agradable su per­manencia en la República y porque llevara de ella gratos recuerdos." Ya al terminar el almuerzo fué excitado a hablar en verso el señor Arvelo, Secretario del Interior y de Justicia, y, obligado por las instantes reclamaciones de los entusiasmados comensales dijo entre grandes aplau­sos lo siguiente:

U n disparate me piden Me piden que brinde en verso.

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¡ Cómo! Es posible que olviden Que hablar en verso me impiden Las funciones que hoy ejerzo.

Los cantos del trovador Eran para mí suaves Cual trinos del ruiseñor, Como el coro de las aves Coro y aves! ah, señor!

He cometido un desliz E n nombrar Aves y Coro Que son la causa infeliz Del reclamo de Van Rees : Me arrepiento y lo deploro.

Ciertamente fué nuestro Arvelo un poeta de fácil decir y de inagotable vena epigramática.

10 de octubre de 1812.

Son remitidos presos a España, el canónigo J. Cortés Madariaga, Juan Germán Roscio y algunos otros patriotas comprometidos en el movimiento emancipador del 19 de abril de 1810.

Dejamos hoy el relato de sucesos demasiado conocidos para narrar algunos episodios de lo que llaman los france­ses la pctit histoirc, que si no siempre es tan verídica como la grande, es de ordinario más pintoresca y divertida.

E n reciente día histórico, y con motivo del contrato celebrado en 1866 para establecer en Caracas y demás po­blaciones de la República el alumbrado por gas, recordamos

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a ño Morián y su célebre frase: La luz de ajuera que no se olvide, que la de dentro está segura.

La obligación de alumbrar la calle, impuesta a los ve­cinos de Santiago de León, data de los buenos tiempos del Gobernador don Phelipe Ricardos, quien, por Bando pu­blicado allá por los años de 1752, ordenó: "que desde las oraciones, en que se cierra la noche, hasta las nueve o diez de ella, quando no alumbra la total claridad de la luna, todos los vecinos moradores, estantes y habitantes desta Ciu­dad sean obligados cada uno en su casa, a poner una luz, farol, candil o luminaria, en una puerta o ventana, a fin de que la misma de que se sirven alumbre siquiera una dellas igualmente a la parte exterior de la calle e interior de la pieza de la casa donde se destine—como acontecerá en la ventana—y con lo que no resultaría ni gravamen ni perjuicio; y añade el Bando:—-Los que no cumplan, pena de veinte y cinco pesos las personas de calidad, por cada vez, y los plevellos, de ocho días de cárcel".

E ra hombre de pelo en pecho este Capitán General Ri­cardos, a quien se debe el empedrado del camino viejo de La Guaira ; la construcción de portales en la que hoy es Pla­za Bolívar; el Puente de la Pastora y algunas obras más de utilidad y ornato públicos.

Como viera que los vagos y holgazanes, que podían vivir de su afán, eran numerosísimos, dictó este otro Ban­do, con parecer del doctor Dn. Antolín de Liendo, su Asesor General.

"Los vagabundos Españoles, Mestizos, Mulatos, Zambos y Negros, de uno y otro sexo, desde edad de doce años se aplicarán por asiento y ajuste, o como les fuere conve­niente a su servicio personal, o aprendan oficios en que se ocupen, y puedan ganar y tener de que sustentarse; y los oficiales de oficio mecánicos, o de otra calidad, se han de emplear y trabajar precisamente en ellos públicamente, o en otro servicio, de suerte que no anden vagabundos, lo cual han de cumplir de el término de diez días".

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11 de octubre de 1819.

Por orden del General Francisco de Paula Santander, Vicepresidente en ejercicio de la Presidencia de Cundina-tnarca, son fusilados en Bogotá el General José María Barreiro y otros prisioneros de la batalla de Boyacá.

La generalidad de los historiadores estiman este he­cho como acto de innecesaria crueldad. Santander para jus ­tificar su providencia publicó un Manifiesto en que, des­pués de pintar el estado crítico en que se hallaba el país, y de anunciar que el Virrey Sámano no admitiría el canje de prisioneros, ni siquiera contestaría la carta de Bolívar, como en efecto sucedió, dice:—"En tal estado, y el de proveer a la seguridad de la República amenazada de una reacción, y sin que hubiera un lugar aislado y seguro donde relegar los prisioneros, cuando los buenos ciudadanos es­taban temerosos, una gran parte del pueblo vacilante, los perversos asechando un momento favorable, y todos con los ojos clavados sobre un gobierno que acababa de renacer. ¿ Qué otro partido quedaba por adoptar que el de fusilarlos o ponerlos en libertad, con pasaporte para el Cuartel General de Morillo o para España? Yo no lo encontré entonces: todavía no me ocurre cuál hubiera debido ser. Darle su pasaporte habría sido ponerlos de nuevo a nuestro frente, para que siguieran haciéndonos la guerra exterminadora que nos habían h e c h o " . . . .

José Manuel Restrepo, conocido autor de la Historia de la Revolución de la República de Colombia en la Amé­rica Meridional, a quien seguimos en estos apuntes, opina que : "aquella medida de severidad dio vida y nuevo alien­to a los independientes, salvando acaso a la República de otras desgracias. Multitud de patriotas granadinos que es­taban tímidos y vacilantes, se decidieron enérgicamente en Santa Fe y en las provincias. Vieron que no había otro arbitrio que vencer o morir a mano de los españoles, los que a nadie perdonarían si volvía a ocupar el país. La

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fuerza que estos sentimientos y persuación, comunicaron a todas las clases del Estado fué muy grande. Unida a la actividad, energía y firmeza del Vicepresidente de Cundi-namarca y demás funcionarios públicos, salvaron a este her­moso país de otra nueva catástrofe y funesta retrograda-ción".

El Coronel Barreiro estaba comprometido a casarse con una venezolana, la señorita María Paula Pulido Pumar, a quien había conocido en Bogotá donde se establecieron su familia y ella después de haber salido de Barinas en enero de 1814, cuando esta ciudad fué evacuada por el Coronel Ramón García del Sena. Ya en capilla para ser fu­silado, Barreiro hizo llamar al Coronel José Ignacio Pulido, Mayor del Batallón Vencedores de Boyacá, para entregarle el retrato y algunas cartas de María Paula, con el encargo de decirle que al morir sólo sentía que la suerte no le hubiera permitido hacerla feliz.

Bolívar lamentó particularmente la muerte de Barreiro y sus compañeros, pues la consideró perjudicial para el buen nombre de la República.

Los fusilados en Bogotá en la fecha que rememora­mos hoy fueron 39 inclusive Barreiro. Entre ellos se en­contraban 2 Coroneles; 2 Tenientes-Coroneles; 8 Capitanes; 12 Tenientes; 10 Subtenientes y 5 paisanos. De estos tiltimos el boticario Alfonso Ortiz, y Juan Francisco Mal-pica, realista exaltado quien al ver fusilar al primer grupo de sus correligionarios dijo en son de amenaza, refirién­dose a Moril lo:—Atrás viene quien las endereza.

Pedro M. Ibáñez, José Manuel Groot y otros histo riadores neo-granadinos traen curiosos pormenores sobre este acontecimiento.

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12 de octubre de 1492.

Rodrigo de Triana divisa desde la arboladura de "La Fin ta" la isla de Guanahaní en el grupo de las Bahamas.

El vocablo América, aplicado a las tierras descubiertas por Culón, proviene, según algunos, de unas montañas de la región de Nicaragua, que se conocían con esta denomi­nación indígena; mientras otros, acaso con mejor acuerdo, afirman que se debe a la circunstancia de haber aparecido con ese nombre el Nuevo Mundo en un mapa publicado en 1507 por el cosmógrafo alemán Hylacomylus o Waltze-mülkr , quien, al parecer, atribuyó a Américo Vespucio la gloria del descubrimiento.

Desde aquella remota época los historiadores de In­dias cargaron la mano sobre Américo Vespucio, motejándo­lo de falso y de usurpador, cuando lo probable es que el explorador de las costas de Venezuela muriera sin ha­berse dado cuenta de aquel hecho, llamado a perpetuar su nombre y a lastimar su reputación.

¿ Por qué ha perdurado la injusticia hecha al navegan­te florentino? Por la simple razón de que es más fácil y cómodo repetir lo que todos han dicho que investigar la verdad de los hechos para, de acuerdo con la filosofía de la historia, darles su carácter propio y su finalidad correspondiente. Ya el sutil anciano de la Academia de Ciencias Morales decía al presunto autor de la historia de la Isla de Pingüinos:—"¿ Por qué se preocupa usted de buscar documentos para escribir su historia y no copia la más conocida, como es costumbre? Si ofrece usted un pun­to de vista nuevo, una idea original; si presenta hombres y sucesos a una luz desconocida, sorprenderá usted al lec­tor. Y al lector no le agradan las s o r p r e s a s . . . . Si trata usted de instruirlo sólo conseguirá humillarlo y desagradar­lo. Si contradice usted sus engaños dirá que usted insul­ta sus creencias. Los historiadores vanse copiando unos a los .otros y evitan que se les moteje por soberbios

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Imítelos usted y no sea original. Un historiador original siempre inspira desconfianza, desprecio y hastío a los lec­tores".

Por supuesto que el pruri to de pretender desentrañar la verdad histórica, o de presentarla bajo nuevos aspectos, conduce a extravagancias tales como la de aquel sujeto que en la pretención de probar con el Credo mismo que fué el célebre Gobernador de la Judea y no el manso hijo de José el que sufrió muerte de cruz, comenzó por el nombre de aquel y l eyó :—. . . .Poncio Pilatos fué crucifi­cado, muerto y sepultado, con lo cual cambió totalmente el símbolo de Nicea.

13 de octubre.

Consecuentes con lo que dijimos ayer, sobre ciertos erro­res históricos que se perpetúan, acaso por negligencia, quere­mos recordar hoy que de niños aprendimos en Baralt, y en casi todos los autores que hablan de la conquista, que el guar­dián del convento de La Rábida, y eficaz auxiliar de Co­lón para ayudarlo en el propósito de descubrir el Nuevo Mundo, se llamaba Fray Juan Pérez de Marchena, cuando en realidad estos dos apellidos corresponden a dos religio­sos franciscanos, ambos amigos y protectores del inmortal genovés.

El uno, Fray Juan Pérez, confesor que había sido de Isabel la Católica, protegió con entusiasmo la empresa de Colón, en cuyo favor escribió a su augusta penitente ; y movió el ánimo de los hermanos Pinzón, marinos y ar­madores del puerto de Palos, para que coadyuvasen a la obra y corrieran sus riesgos: el otro, Fray Antonio de Marchena, sabio astrónomo, fraile también en La Rábida, prestó al gran navegante la cooperación de su saber cien­tífico, el apoyo, de su autoridad reconocida por los mis-

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mos Soberanos españoles en términos que, cuando se deci­dieron a patrocinar la empresa, escribieron al más grande de los hijos de Liguria:—-"Nos parece que sería bien lie-vades con vos un buen astrólogo, y nos pareció que sería bueno para esto Fray Antonio de Marchena, porque es un buen astrólogo y siempre nos pareció eme se conformaba con vuestro parecer".

La cuna de Colón, como la de Homero, ha sido motivo de discusión para los eruditos. Últimamente se ha preten­dido demostrar que el Gran Almirante era gallego, y que había nacido en Pontevedra.

Como, según Anatole France, en la vida todo es de­mostrable, menos lo evidentemente cierto, es posible que llegue a comprobarse dicha hipótesis. Nada afirmamos ni negamos sobre el particular; pero copiamos aquí el párrafo que trae Oncken en la página 86, Tomo séptimo de su Historia Universal.

"El honor de haber visto nacer en sus muros a Cris­tóbal Colón se lo han disputado las siguientes localidades de I tal ia : Albisola, Bogliasco, Chiavara, Cogoleto, Nervi, Oneglia. Pradelio, Quinto, Savona y Genova; pero Colón dice dos veces en su testamento que había nacido en la última ciudad, y con esto ha quedado zanjada la cuestión definitivamente. Resulta pues ser hijo de aquella ciudad marítima que desde varios siglos hasta entonces había in­fluido ya en el desarrollo marítimo de la Europa occiden­ta l ; porque en los años 1116 y 1120 habían sido llamados constructores de buques y marinos genoveses a España para proteger sus costas contra los piratas moros ; y en los si­glos X I I I y X I V fueron nombrados varios genoveses al­mirantes de Castilla. A fines del siglo X I I I , según dijimos al principio de esta obra, fueron los genoveses los que hicie­ron la primera tentativa para encontrar un'a ruta a la India costeando el África, y es probable que entonces hubiesen ya descubierto de nuevo las islas Canarias. El rey don Dionis, hijo de Alfonso I I I de Portugal, nombró en 1307

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a un genovés jefe de su escuadra; y a las órdenes del príncipe Enrique el Navegante se distinguieron los genove-ses en sus expediciones de descubrimiento, como Perestrello, antecesor de! suegro de Colón, que volvió a descubrir a Porto Santo, y Antonio de Noli que descubrió en 1460 las Islas de cabo Verde.

Finalmente, según hemos dicho ya, los reyes de Francia e Inglaterra a contar desde el siglo X I I I y X I Y confiaron a genoveses el mando de sus escuadras.

De esta tendencia de la juventud genovesa a buscar fortuna en los países marítimos del Occidente y en el mis­mo Océano participó también Cristóbal Colón".

14 de octubre.

¿ Conocen ustedes las Tradiciones Peruanas, de Ricardo Palma? Mucho, y a veces mal, se ha hablado de ellas; pero confesamos que nos encantan esas leyendas donde el autor cuenta con inimitable lenguaje, la vida colonial en el antiguo virreinato del Perú, y sobre todo en la ciudad afortunada donde nació Santa Rosa, único representante de los pueblos de Suramérica en la Corte Celestial.

Bien sabemos, con Lenotre, que lo que constituye a la vez el encanto y el defecto de las leyendas históricas es que ponen en escena personajes auténticos mezclados con hechos fantásticos; de modo eme no se sabe cuál es la parte de la imaginación y cuál la de la historia. Sin embargo de esta incontrovertible verdad, repetimos ahora lo ya dicho en otra ocación: que a veces resultarán más reales los perso­najes pintados por Alejandro Dumás, padre, en sus célebres novelas, y los que esbozó Benito Pérez Galdos en sus Epi­sodios Nacionales, que cuantías monografías se han escrito (pongamos por caso) sobre Luis X V I y María Antonieta,

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Pr im y Espar tero ; como se conoce mejor a Don Juan de Asturia, el de Lepanto, en el Jeromíín del Padre Coloma, que en cuanto sobre él escribieron los biógrafos del hijo de Juana la Loca o del taciturno fundador del Escorial.

El anterior exordio es para amenizar el Día Histórico de hoy con un fragmento de la leyenda de Pa lma : Las Mentiras de Lerzundi, donde se cuentan algunas de las ex­travagancias de este gallardo militar, que como catedrático de embustes daba punto y raya a Tar tar ín de Tarascón.

Lerzundi contaba con el mayor aplomo las mentiras, haciéndolas ratificar por el teniente López, que siempre lo acompañaba, y a quien, en nombre de las ordenanzas, ha­bía impuesto la obligación de corroborar cuanto le dijese en público.

Hablábase en una tertulia sobre la delicadeza y finu­ra de algunas telas y Lerzundi exclamó:

—¡ O h ! para finos los pañuelos que me regaló el E m ­perador del Brasil. Se acuerda usted, teniente López ?

—Si , mi general, me acuerdo. —Calculen ustedes, prosiguió Lerzundi, si serían finos

que los lavaba yo mismo, echándolos previamente a remo­jar en un vaso de agua. Recién llegado al Brasil me aconsejaron que como preservativo contra la fiebre acos­tumbrara beber un vaso de leche a la hora de acostarme, y nunca olvidaba la mucama colocar éste sobre el velador. Una noche llegué a mi cuarto rendido de sueño y apuré el contenido del vaso, no sin chocarme que la leche tuviera mucha nata. Al otro día salieron los doce pañuelos. Me los había bebido la víspera en lugar de la leche!!!

15 de octubre de 1865.

Muere en Santiago de Chile, a la edad de 84 años, el insigne literato venezolano Don Andrés Bello.

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Al escribir el año pasado la efemérides correspondiente a esta fecha, reforzamos nuestra admiración por aquel no­table compatriota con el homenaje que le rindió el alto pensador Marcelino Menéndez y Pelayo; y ahora renovamos el recuerdo de la noble figura de Bello, porque conviene que las generaciones que se van presentando en el escenario de la vida tengan presentes la imagen de aquellos hombres que fueron maestros en el más amplio concepto del vocablo, porque hicieron de su vida una lección permanente de sa­ber y de virtud.

Bien se sabe que sobre Bello, como sobre todas las cumbres, desató sus furores la tempestad de la envidia; pero el rayo que debía fulminarlo sólo sirvió para que a su resplandor se destacara con mayor claridad aquella vida inocente de toda mancha, y de la cual pudo decir Cristóbal L. Mendoza, en el elogio que pronunció en la Universidad Central de Venezuela, y en el seno de la Facultad de Cien­cias Políticas, el 29 de noviembre de 1881, primer centena­rio del nacimiento del sabio:

"La gloria de Bello es pura como en sus fuentes el agua de nuestros raudales, que de piedra en piedra, sobre guijas de colores y doradas arenas, y entre floridos cárme­nes, pasa besando los pies de la ciudad hermosa eme en las faldas del Avila se r ec l ina . . . Es pura la luz de su preclaro nombre, no como el resplandor de los volcanes, símbolo de la gloria épica, que si enciende el espacio devora los plan­tíos, sino como la luz del astro-rey que fecunda la t ierra y madura el fruto generoso; como la plácida lumbre de la luna, amiga de la noche, que llena de poesía la terrestre mansión, o como el reflejo de estrella eme marca al nauta rumbo en el océano, y lo guía al anhelado puerto".

Como, confesémoslo en el seno de la intimidad, en Venezuela se lee muy poco, todavía hay gente que piensa que Bello tuvo participación en el fracaso del movimiento emancipador que debía estallar en Caracas el l 9 de abril de 1810. La calumniosa especie fué dada a los vientos de

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la publicidad por José Domingo Díaz, y luego la repitió Tor ren te : de esos dos autores realistas la tomaron escri­tores patriotas, quienes la copiaron sin previo examen. Las personas estudiosas que quieran conocer a fondo es­te asunto deben leer los contundentes artículos que publicó en "La Tribuna Liberal" el doctor Arístides Rojas, bajo el t í tulo: Andrés Bello calumniado y defendido, y dos notas que el autor de este libro puso a los artículos de Arístides Rojas en la Compilación que de sus obras hizo en 1926, al celebrarse el primer centenario del natalicio del distinguido escritor.

16 de octubre.

El 16 de octubre de 1817 muere fusilado en la plaza mayor de Angostura, el general Manuel Carlos Piar.

Entre su cuna, envuelto en las brumas de la leyenda, y su tumba, también misteriosa y fatídica, corre su vida gloriosa, llena de merecimientos, orlada con los laureles de El Juncal y de San Félix, aunque obscurecida por desgracia con inquietas rivalidades y prematuras ambiciones.

Ante la filosofía de la historia será siempre reprocha­ble este patíbulo; pero para hablar de él con entera impar­cialidad hay que tener presentes las circunstancias que con­tribuyeron a levantarlo. De un lado la discordia, que ame­nazaba destruir la obra de la Independencia, apenas comen­zada; del otro la Patria, que reclamaba para tr iunfar el concurso de todos los hijos, bajo la suprema dirección de aquel que, a despecho de envidias y emulaciones, venía ya predestinado para realizar la emancipación de las Colonias Españolas de la América del Sur.

Los rumores que corrieron acerca del nacimiento de Piar nos recuerdan que en los días de nuestra Independen­cia no escasearon los personajes misteriosos; entre ellos el

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general Serviez, y luego el célebre doctor Ai'ganil. cuyo nombre es aún una incógnita que nadie ha podido despejar. Hoy mismo las crónicas populares suponen que hay por ahí, bajo tosco sayal de alguna orden religiosa, un príncipe ale­mán arrojado de su patria y de su rango por la violenta tempestad que ha poco conmovió la Europa, y con ella, el mundo todo, que sufre todavía los estragos de aquel tre­mendo cataclismo. El hecho es más verosímil que aquel otro según el cual se llegó a presumir que en una población del Estado Zamora se encontraba nada menos que el Del­fín de Francia, hijo de Luis X V I . H é aquí lo que nos cuentan viejas consejas, de las que narran las abuelas a los nietos a la lumbre del hogar.

A mediados del siglo X I X vivía en Obispos un indi­viduo que por su aspecto revelaba pertenecer a clase dis­tinguida : color blanco, ojos azules, nariz y labios borbónicos, cabellera blonda, que le caía a las espaldas. Hablaba poco y con marcado acento francés, aunque no conocía dicho idio­ma. Las pocas personas que lograron interrogarlo sobre los primeros años de su vida le oyeron decir que conservaba como vago recuerdo de su infancia la memoria de una gran ciudad, de un palacio, de hombres vestidos de diferen­tes colores que arrastraban armas. De su llegada a Ve­nezuela no tenía sino ideas imprecisas aunque según el cóm­puto del tiempo, su venida databa de los últimos años del siglo X V I I I .

De estas y otras referencias se formó la leyenda, que los curiosos pueden rastrear en papeles de otra época. Ella ha servido para urdir un novelín, que algún día verá la luz. E n solicitud de datos ahora preguntamos:

¿ Quién da noticias de este presunto vastago real, ha­bitante misterioso de un obscuro rincón de Venezuela?

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17 de octubre.

El 17 de octubre de 1S62 murió en Maiquetía el emi­nente médico venezolano doctor Carlos Arvelo, nacido en Güigüe el l 9 de junio de 1784.

Muy joven aún, y sin haber obtenido el doctorado, pero ya distinguido por su circunspección y amor al estudio, Arvelo recibió el encargo de pasar a los valles de Aragua donde la fiebre diezmaba la población. Con acertadas me­didas higiénicas, y apropiado tratamiento, logró dominar la epidemia y volver la tranquilidad a los habitantes de aquellas feraces comarcas, quienes, reconocidos a los bene­ficios recibidos, agasajaron siempre al joven médico con sin­ceras demostraciones de afecto y de gratitud.

Desde los días iniciales de nuestra Independencia, Ar­velo prestó a la República importantes servicios como mé­dico del Hospital Militar de Caracas. Luego, el año 11, y con el carácter de Médico-Cirujano, marchó en el ejér­cito que salió para Occidente al mando del Marqués del T o r o ; con posterioridad asistió también a las acciones de San Mateo y Vigirima, y a los sangrientos combates de La Victoria y Ocumare del Tuy, en que el épico Ribas batió las fuerzas españolas de Boves y de Rósete.

En el ejercicio de su profesión Arvelo se hizo notar no sólo por lo extenso de sus conocimientos sino por su inagotable caridad para con los enfermos, a cuyo lado cum­plió siempre el viejo aforismo de la ciencia de Hipócrates : la medicina es para curar ; y cuando no para curar, para aliviar; y cuando no para aliviar, para consolar.

Arvelo se distinguió también en el profesorado, pues por mucho tiempo desempeñó en nuestra Universidad Cen­tral las cátedras de Patología Interna y de Terapéutica: para aquella asignatura elaboró un tratado que fué acogido con benevolencia en varias repúblicas de la América del Sur. Asimismo sirvió varios importantes cargos públicos fuera de su profesión, entre ellos el de Representante al

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Congreso Nacional, y el de miembro de la Junta Superior de Abolición, creada en 1855.

Acerca de este compatriota se cuenta la siguiente anéc­dota : El año 14, cuando entraron en Caracas las fuerzas de Boves, Arvelo que había servido |a la República se ocultó en las cercanías de Caracas; pero el jefe español, que venía enfermo, lo hizo buscar para que lo asistiera, con la promesa de que no sería inquietado. E n efecto, nuestro Galeno logró curar al terrible asturiano a quien en cierta ocasión pidió la libertad de uno que debía morir. Boves lo oyó con benevolencia y le di jo:

—Saque usted mismo de esa gaveta un papel donde está la lista de los que van a ser fusilados, y borre de ella los tres nombres que desee.

Arvelo borró en efecto tres nombres, uno de los cua­les era el suyo.

18 de octubre de 1835.

Son derrotados en Úrica las fuerzas reformistas. Aunque interesante por más de un concepto, no es su­

ficientemente conocido entre nosotros este movimento re­volucionario, que estalló en Caracas en la noche del 7 al 8 de julio de 1835, en el cual se encontraron frente a fren­te el Derecho, representado por José Miaría Vargas, Presi­dente Constitucional de la Nación venezolana, y el hecho, caracterizado por Pedro Carujo, el sombrío conjurado de la noche setem,brina.

—Señor, dice el reformista, usted conoce ya el pro­nunciamiento y debe renunciar: los Gobiernos son de hecho.

—El mío, contesta el Magistrado, emana de la volun­tad nacional legítimamente expresada, y lo .defenderé, en cuanto pueda, hasta el último momento.

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—El derecho, señor, viene del hecho. Una revolución produjo el gobierno que usted ha servido; ésta producirá otra que más tarde se llamará el derecho.

— N o puedo admitir esos principios. Usted me habla de la voluntad futura de la Nación; yo de la presente. La que usted cita no tiene más autoridad que su palabra; la que yo obedezco está escrita: es la Ley fundamental de la sociedad venezolana, dada por sus legítimos Represen­tantes.

—Esta revolución será más tarde un hecho nacional: el mundo es de los valientes.

—Se engaña, usted, señor: el mundo es del hombre justo que cumple su deber y reposa seguro sobre la t ran­quilidad de su conciencia.

De los acontecimientos de aquellos dias de la Revolu­ción de Canijo, como la llamaron nuestros antepasados, re­producimos aquí una anécdota que dio origen a un refrán popular en Venezuela.

Poco antes del sitio de Puerto Cabello, por las fuer­zas del gobierno, el doctor Sulpicio Frías, pariente de los Ca rábanos, vivía con su familia en el alto de la casa cono­cida en aquel puerto con el nombre de La Aduana Vieja, la cual tenía comunicado el segundo piso con la calle por una escalera que partía del corredor anexo a la puerta principal. Temeroso el doctor Frías de tener que aban­donar rápidamente la ciudad si Páez la tomaba, hizo subir una muía a sus propias habitaciones, lo que indicaba cier­to desequilibrio mental.

Con evidente injusticia fueron excluidos Carabaño y algunos de sus compañeros del indulto, que en aquella oca­sión se d i o , y sometidos al fallo del Juzgado de Primera Instancia, del que era Juez el doctor Frías. Carabaño, condenado a muerte, recusó a dicho Juez, quien, al pregun­tarle si era por el parentesco, oyó esta irónica respuesta:

— N o por el parentesco, sino por aquello de la mida.

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19 de octubre.

La historia debe ser verdad y justicia; y es en aca­tamiento a estas deidades, en ocasiones desdeñadas pero siempre triunfadoras, que venimos hoy a consagrar un re­cuerdo a la memoria de un compatriota que si no revistió el brillo que ofusca a los incautos tuvo en cambio el va­lor intrínseco de las joyas antiguas, de escasa apariencia aunque de valor efectivo.

El compatriota a que nos referimos fué Víctor An­tonio Zerpa, nacido hacia 1852 en Bejuma, y muerto en Caracas el 29 de enero de 1914.

Guiado en sus primeros años por varones tan austeros y de sólido saber como Miguel Antonio Baralt y Cecilio Acosta, Zerpa adquirió, junto con rígidos preceptos mora­les, alta cultura intelectual, de la cual dejó claras muestras en diversos trabajos literarios, entre ellos sus estudios so­bre Andrés Bello, Rafael María Baralt y otros venezolanos i lustres; estudios que sirven de prólogo a muchos de los volúmenes que bajo el nombre de Parnaso Venezolano pu­blicaron en Curazao los señores A. Bethencourt e Hijos. También es notable la crítica que con el t í tulo: Refutación y mentís, escribió contra el discurso que en su carácter de Director pronunció el general Antonio Guzmán Blanco cuan­do la inauguración de la Academia Venezolana de la Lengua, correspondiente de la Real Española. E n esta crítica, es­crita ante todo con fines políticos, se revela la vasta eru­dición de Zerpa en varios ramos del saber humano y so­bre todo en lingüística y filología.

De nada habrían valido estas cualidades de la inteligen­cia si no hubiera habido en aquel hombre una virtud au­téntica y un corazón abierto siempre a los más nobles y generosos sentimientos. De ello dio pruebas en distin­tas ocasiones, que bien pudiéramos ci tar; pero que silencia­mos para dar cabida al siguiente hecho que revela clara­mente la alteza de su espíritu.

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Una noche conversábamos con él en el Gran Hotel cuando un muchacho que tenía a su servicio le dijo que X le mandaba decir que necesitaba lo auxiliara, pues te­nía en su casa una enferma de gravedad. Zerpa lo soco­rrió en lo que pudo y a poco salimos hacia la Plaza Bolí­var. En la esquina de El Padre Sierra el sujeto en cues­tión festejaba en un botiquín la dádiva que se le había he­cho. Cuando alguien llamó la atención de Zerpa sobre la burla de que había sido víctima, contestó con estas nobles palabras:

—Siempre preferiré el riesgo de ser engañado a la perenne mortificación de dejar sin socorro la indigencia desamparada.

¡ Bien vale esta anécdota por una larga biografía!

20 de octubre.

Tal día como el presente, en 1814, proclamó su inde­pendencia el extenso reino de Anahuac.

En la guerra que sostuvo dicho país por conquistar su independencia figuró con brillo, en las filas españolas, un venezolano que realizó grandes hazañas por su causa y por su rey.

Fué este compatriota don Fernando Miyares y Mance­bo, hijo de don Fernando de Miyares y de Inés Mancebo, ambos de noble estirpe, y esta última conocida en nues­tras tradiciones con el nombre de : La primera nodriza de Bo­lívar, por haber hecho las entrañas al futuro Libertador.

Llegó el Brigadier Miyares a México a mediados de 1815, como Jefe de un cuerpo de 2.000 hombres, equipa­dos por el comercio de Cádiz, interesado en que se fran­quease el camino de Veracruz a la capital, cuya intercepta­ción tenía paralizado el tráfico de mercaderías.

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Al hablar de Miyares dice Alamán en su Historia de México, que era nativo de Caracas, joven de espíritu activo y uno de los militares de más capacidad e instrucción en­tre los que pasaron a Nueva España durante esta guerra.

En el Diario de Operaciones de aquel experto soldado se ponen de relieve las excelentes condiciones que lo adorna­ban. En efecto, Miyares se distinguió no sólo por su valor personal y sus conocimientos estratégicos sino por la ecua­nimidad de su carácter, que sabía templar los rigores de la lucha con la nobleza de sus sentimientos. En la toma de Jalapa, el 9 de agosto de 1815, no sólo no fusiló a ningún prisionero, como acostumbraban los demás Jefes, sino que habiendo sorprendido a la gente de una ranchería en la Barranca de Cantarranas, cerca del Paso de las Ovejas, la dejó tranquila, no encontrando—dice en su parte al Virrey—• motivo para molestarla.

E n el mando de la plaza de Veracruz realizó prove­chosas reformas, sobre todo en el castillo de San Juan de Ulúa, que halló en deplorable estado. También dispu­so frecuentes excursiones que dieron siempre los mejores resultados a las armas del rey. Como siempre, sus éxitos despertaron envidias y rivalidades en sus compañeros y en el mismo Virrey, nacidas de la superioridad de sus cono­cimientos y acaso de la circunstancia de haber nacido en América. Fatigado por estos disgustos, y minado por cruel enfermedad del pecho que había contraído en la campaña, Miyares regresó a España en abril de 1816, y allí a poco murió.

Todavía existen en Caracas descendientes de aquel no­ble don Fernando de Miyares que fué Gobernador de Ma-racaibo, y que, nombrado después Capitán General de Ve­nezuela, no llegó a tomar posesión de su destino por mane­jos de don Domingo de Monteverde, el Jefe triunfador en 1812.

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21 de octubre de 1766.

Si la tierra es por sí movediza, como afirmaba el re­cordado barinés general José Ignacio Pulido, lo es más en este mes, que algunos han calificado de los temblores. E n efecto son varios los que en octubre han ocurrido, y en­tre ellos el llamado de Santa Úrsula, de tan extensa zona, que se hizo sentir en Caracas, en Maracaibo, en Cumaná, en el Orinoco y en el Meta.

De este terremoto guarda la tradición el recuerdo del Padre Bello, virtuoso Levita fundador del templo de la Divina Pastora, quien, advertido por tristes presentimientos •—que con gran antelación había comunicado a su Obispo Diez Madroñera—de que en la noche del 20 al 21 de octu­bre podría ocurrir algún cataclismo, excitó a algunos de sus amigos íntimos para que lo acompañaran a pasar la noche en oración, como efectivamente lo hicieron, hasta las cuatro y veinte de la mañana en que se sintió el súbito extre-mecimiento que puso espanto en el ánimo de los moradores de la riente ciudad de Santiago de León. También se con­serva la memoria de un loco llamado Saturnino que con anterioridad pregonaba la catástrofe, valiéndose del estri­billo :

Que triste está l'a ciudad perdida ya de su fe, pero destruida será el día de San Bernabé: quien viviere lo verá ;

y que ya en la víspera del 21 de octubre decía:

Téngolo hoy de decir, yo no sé lo que será : mañana en San Bernabé: quien viviere lo verá,

mientras, con una piedra al hombro, ascendía la colina del Calvario, donde pasó la noche libre de cuidados y de inquie­tud.

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De tal hecho ya remoto sólo quedan estas vagas reminis­cencias y una escultura que hemos contemplado en respeta­ble casa de esta ciudad, donde aún se conserva: la imagen de Nuestra Señora de las Mercedes, Redentora de Cautivos y abogada de los terremotos. Sirvió de modelo para esta efigie una bella caraqueña, Mercedes Iriarte Aristeiguieta.

Y aquí encontraría un poeta argumento apropiado para una ofrenda lírica a las hijas del Anauco, tan llenas de gracia y de dulzura, que una de ellas pudo servir para re­presentar a la Reina de los cielos, a la Estrella del Mar, a la hermosa entre las hermosas, en cuyo elogio dice el Cantar de los Cantares: Toda pulchra es árnica inca, ct macula non est in te! Oh amiga la más querida, toda tú eres hermosa y ninguna mancha hay en t í !

22 de octubre.

El 22 de octubre de 1823, y desde su cuartel General de Lima, el Libertador escribe al doctor Gaspar Rodríguez Francia, en los siguientes términos:

"Desde los primeros años de mi juventud tuve la honra de cultivar la amistad del señor Bonpland y del Barón de Humboldt, cuyo saber ha hecho más bien a la América que todos los conquistadores.

"Yo me encuentro ahora con el sentimiento de saber que mi adorado amigo el doctor Bonpland está retenido en el Paraguay, por causa que ignoro. Sospecho que algu­nos falsos informes hayan podido calumniar a este virtuo­so sabio, y que el gobierno que usted preside se haya de­jado sorprender con respecto a este caballero. Dos circuns­tancias me impelen a rogar a V. E. encarecidamente por la libertad de este caballero. La primera, que yo soy la causa de su venida a América, porque yo fui quien lo in-

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vitó a trasladarse a Colombia; y ya decidido a efectuar su viaje las circunstancias de la guerra lo dirigieron impen­sadamente hacia Buenos Aires ; la segunda, es que este sabio puede ilustrar mi patria con sus luces, luego eme V. E. tenga la bondad de dejarlo venir a Colombia, cuyo gobierno presido por la voluntad del pueblo". Y en irónica alusión al aislamiento en que se encontraba aquel país, agre­g a : "Sin duda V. E. no conocerá mi nombre ni mis servi­cios a la causa americana".

Parece que el doctor Francia no atendió a la súplica del Libertador, pues Bonpland permaneció detenido en la comarca semisalvaje de Santa María hasta febrero de 1830, en que se le permitió salir del Paraguay. Con todo, en época posterior, encontrándose Bolívar en el Alto Perú, envió al doctor Francia, con emisario especial, nueva carta en que lo invitaba a entrar en relaciones con la Gran Co­lombia y los demás países recientemente emancipados: a esta carta contestó el célebre dictador:

"Pat r ic io : Los portugueses porteños, ingleses, chilenos, brasileños y peruanos han manifestado a este gobierno igua­les deseos a los ele Colombia, sin otro resultado que la con­firmación del principio sobre eme gira el feliz régimen que ha libertado de la rapiña y otros males a esta provincia y que seguirá constante hasta que se restituya al Nuevo Mundo la tranquilidad eme disfrutaba antes que en él apareciesen após­toles revolucionarios cubriendo con el ramo de oliva el pérfido puñal para regar con sangre la libertad que los ambiciosos pregonan. Pero el Paraguay los conoce y en cuanto pueda no abandonará su sistema, al menos mientras yo me halle al frente de su gobierno, aúneme sea preciso empuñar la espada ele la justicia para hacer respetar tan santos fines. Y si Colombia me ayudase me daría un día de placer y repartiría con el mayor agrado mis esfuerzos entre sus bue­nos hijos cuya vida deseo que Dios Nuestro Señor guarde por muchos años.—Gaspar Rodrigues de Francia"..

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Cuentan los cronistas que Bolívar, al oírse nombrar Patricio, sin saber si era por equivocación de su nombre o por título de dignidad, exclamó:

i La p i n . . . pinela: vaya usted a hacer patria con es­tos carabineros.

23 de octubre.

Aunque poco admiradores de bohemia y de bohemios, siempre aplaudimos el claro talento de Emiliano Hernández, aquel cultivador de la poesía y amigo del vino, que, por fatal imposición del hado, o por tristes ironías de la suerte, murió pobre en el lecho de un asilo de beneficencia, apesar de haber derramado a manos llenas el oro de su inteli­gencia en versos armoniosos y en bellas prosas de fácil leer.

Al hojear viejos periódicos tropezamos en "El Tiempo" de 23 de octubre de 1911, con una donosa crónica de aquel inteligente compatriota, quien, al hablar de José de los San­tos Pereira, natural de Bailadores, enano y mutilo de los brazos, se expresa as í :

"Hoy por hoy Caracas, como buena mujer de mundo, está partiendo un confite con su enano. Ya se olvidó Al-vana Lyna que fué la Salomé de la temporada; una Salomé capaz de pedir la cabeza de todos los bautistas de la capi ta l . . E l enano es pues el héroe del día. Escribe con los pies li­teratura moderna, sonetos eróticos y crónicas picantes; jue­ga perinola y t rompo; prende fósforos contra el viento; to­ma con cualquier pie el pulso y ausculta enfermos: aunque no lo hemos visto dar puntapié, debe darlos magistrales.

"Pe ro no para ahí todo. Sentado tira de un modo admirable y con una puntería como la del General Novo, lo cual prueba que llegado el momento no son tan indispen­sables los brazos. Armado con una pistola le hemos visto

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apuntar al robusto criado eme le servía, disparar y caer el paciente boca abajo. . . .

"Lo he visto comer con urbanidad que envidiaría uno de nuestros elegantes; lo he oído perorar teniendo suspenso en sus labios al auditorio y con una mímica de pies ver­daderamente epaté. E n los periódicos melancólicos alarga el derecho como una imagen de prolongado dolor; en los heroicos lo sacude como una espada, en los festivos lo agita como un falderillo, y ya en el final da una serie de pa-taditas que probablemente son los puntos suspensivos".

. . . Un día, en amena plática con Emiliano, le hici­mos algunas reflexiones acerca del licor, de sus fatales consecuencias y de su acción homicida sobre el carácter y la inteligencia. El nos oyó con calma, y al finalizar noso­tros nos echó el siguiente cuento:

— S e encontraba en Maiquetía un sujeto muy dado al aguardiente y a quien sus hijas tenían como secuestrado para impedirle eme bebiera. Una tarde se hallaban todos en la sala, y una de las niñas en la ventana, cuando acertó a pasar por la calle un individuo dando traspiés y con los estigmas todos eme ese vicio imprime. La niña quiso, como correctivo, eme su progenitor presenciara el triste es­pectáculo, y lo llamó :•—Mire, papá, lo degradante de ese vicio; vea como va ese hombre.

El viejo sacerdote de Baco contempló con atención a su colega y respondió:

—Sí es verdad, hija, el vicio es feo; pero ahora es cuando ese hombre va gozando!

24 de octubre de 1808.

Aparece la Gaceta de Caracas, el primer periódico que vio la luz en Venezuela, donde hasta entonces no existía la imprenta.

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Los sucesos de Bayona, que se supieron en Caracas a principios de julio de 1808, por números de The Times, ele Londres, que envió el gobernador de Cumaná a clon Juan Casas, Capitán General de la Provincia, promovieron varias manifestaciones de fidelidad a la Casa de Borbón, y al Señor Don Fernando Séptimo. En defensa de este So­berano y de los intereses que él representaba, se promovió la fundación y sostenimiento de un periódico oficial, que tu­viera al público al corriente de cuanto pasara en la Penín­sula y sostuviera los derechos de la Dinastía reinante, con­tra las usurpadoras pretensiones del César francés. Este proyecto no dejó de encontrar enemigos entre los altos fun­cionarios, inclusive el gobernador mismo; pero también tu­vo entusiastas defensores, como el intendente Don Juan Vi­cente Arce, que al fin lograron se permitiera a los impre­sores Mateo Gallagher y Jaime Lamí) traer a Caracas la imprenta que habían comprado en Trinidad, y que, al decir de los historiadores, era la misma que el general Miranda dejó en dicha isla cuando el fracaso de su expedición en 1806.

Instalado convenientemente el taller tipográfico vio la luz la Gazeta el 24 de octubre de 1808, y continuó saliendo sin interrupción en esta su primera etapa hasta el 19 de abril de 1810, fecha inicial de la independencia política de Venezuela. Establecido el nuevo gobierno que surgió aquel día con el nombre de Suprema Junta Conservadora de los Derechos de Fernando VII, reapareció al día siguiente la Gazeta en su segunda etapa, que termina con la capitulación de Miranda el 12 de julio de 1812.

El 30 de julio de ese mismo año entra Monteverde en Caracas y la Gazeta reaparece el 4 de octubre en su tercera época, para continuar hasta mediados de 1813. Llega Bo­lívar a Caracas el 7 de agosto de ese año y el 26 del mismo mes surge en su cuarta época: la quinta corre desde el primero de febrero de 1815 hasta 1821.

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Fué en esta última etapa cuando comenzó a redactarla José Domingo Díaz. Juan Vicente González nos ha dejado el retrato de aquel hombre terrible que no tuvo sino la virtud de la constancia. Durante veinte años defendió su causa con rara entereza. Todavía, cuando en 1829 escribe su célebre l ibro: Recuerdos sobre la Rebelión de Caracas, condena como crimen la revolución emancipadora; llama execrables a sus autores; dice del 19 de abril que la cobar­día y la bajera lo acompañaron; apellida cuerpo monstruoso al Congreso de 1811; día funesto aquel en que se proclamó la Independencia; y aplica al Libertador los dictados de sedicioso, traidor, inhumano, miserable, indecente, etc.

Los medios más reprobables le parecen buenos para he­rir al adversario. Casi deja vislumbrar su participación en una tentativa de asesinato contra Bolívar; se dice instigador de la muerte de Piar, cuando manifiesta: Que logró excitar contra él la desconfianza e irritabilidad de Simón Bolívar, por medio de personas intermediarias, y por un encadena­miento de sucesos verdaderos o falsos.

Por inflexibles imposiciones de la lógica, Díaz al pro­ponerse disminuir la figura de Bolívar lo fija en sus ver­daderas proporciones. Lo llama cobarde, y sin embargo nos lo presenta, cuando el espantable terremoto de Caracas, en una de las escenas donde aquél demostró su incontrastable valor : "Oí los alaridos de los que morían dentro del tem­plo —dice; subí sobre las ruinas y entré en el recinto. Allí vi como cuarenta personas heridas o hechas pedazos o prontas a e x p i r a r . . . . en lo más elevado de los escombros encontré a Don Simón Bolívar. Me vio y me dirigió es­tas impías y extravagantes palabras: Si se opone la natura-lesa lucharemos contra ella y haremos que nos obedezca".

E n los P A P E L E S D E B O L Í V A R corre inserto un artículo que se encontró en borrador entre el archivo del Libertador, y que, seguramente, fué escrito, como allí se dice, para darlo a la publicidad en el Correo del Orinoco, lo que nunca se efectuó. Se intitulaba: Conversación jo-

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cosa, natural y verdadera, del Hermano Juan Trimiño, de Caracas, con el caballero botado José Domingo Díaz Ar-gote y Castro. En t re otras cosas, Trimiño dice a Díaz— Yo no sé si V. es escritor ni lo pueda ser. No obstante eso me parece a mí que V. solo se engaña, hermano Díaz. Nadie hace caso de lo que V. habla ni escribe, y todos lo ven como un solemne majadero. Dicen que V. por ganar gracias se ha hecho gracioso desabrido y que más habría ganado con haber guardado silencio, que llenando esa gazeta de que V. es redactor, de tanto cachivache, motriacas y motriaquitas. Dejando esto aparte, respóndame a esta pre­gunta. Me dicen que el otro día tuvo V. tanto miedo que por no haber encontrado en la Guayra un bote en que em­barcarse se tiró V. a nadar y por poco llega a España : ¡ya se ha hecho V. muy v a l i e n t e ! . . . .

La edición más completa de la Gazeta de Caracas per­tenece a Venezuela y se halla en el Museo Boliviano. Co­mienza desde el número primero, y con falta de algunos, llega hasta el 13 de junio de 1821.

25 de octubre.

Entre las publicaciones pertenecientes a la que pudié­ramos llamar Bibliografía Política de Venezuela, hay un li­bro intitulado: Memorándum, que encierra curiosos porme­nores sobre una época de agitación continua, y sobre la personalidad discutida e interesante de Antonio Guzmán Blanco, uno de los hombres que mayor influencia han ejer­cido en la vida nacional.

E n la memoria consagrada al día de hoy dice el Ilustre, con el tono imperativo que le era peculiar: "Valencia: oc­tubre 25 de 1871. Hoy he despachado comisionados para

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el general Colina, con instrucciones para que queden Juan C. Colmenares y las fuerzas del Yaracuy en Guárico, cu­briendo a Barquisimeto, de Portuguesa y de Truj i l lo; y para que Colina, con todo el Ejército de Occidente, marche sobre Herrera , que está en Guanare casi aniquilado, pues perdió la caballería; y toda la infantería que le queda no pasa de cuatrocientos hombres. Si Ceferino González abandona a Cojedes y va a encontrarse con Herrera , el general J. Castro apoyará a Colina con la mitad de sus fuerzas. Ya Crespo está convenido en desempeñar su pa­pel por Camaguán, y los zamoranos están desempeñando el suyo por su laclo, de tal modo que Manzano tuvo que devol­verse sin una res".

El Memorándum hace relación de las campañas de 1870, 71 y 72, esta última contra Matías Salazar, compañero de Guzmán en las filas liberales; disgustado luego con éste, quien, apesar de todo, le había proporcionado recursos para que se fuera al extranjero, de donde, insuflado por apa­sionados consejeros, regresó para ponerse en armas con­tra la causa que lo había elevado al rango que alcanzó en la milicia, y contra su antiguo Jefe que, en puridad de verdad, lo había tratado con benevolencia hasta el día en que, sobre el patíbulo de Taguanes, pudo confiar a los hilos del telégrafo su lacrimatorio pa r t e : El tremendo de­ber está cumplido.

Pertenece a la campaña de Apure, en 1870, la siguiente anécdota:

En cierta ocasión andaba Guzmán recorriendo las fi­las, espada en mano, en averiguaciones sobre cierto desmán cometido por las tropas, cuando acertó a pasar por su lado un individuo moreno, alto, de largo machete terciado, su­jeto con cinta amarilla. Al verlo, Guzmán que echaba fue­go, se le fué encima y le g r i tó :

— ¿ Q u é busca usted, amigo, y qué pito toca en el ejército?

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El zambo se cuadró militarmente y con voz entonada le contestó:

—Ando buscando unos soldados de mi compañía que no están en sus puestos; no toco ningún pito, porque no soy banda, sino Capitán en las fuerzas del general Jurado.

Al Jefe de la Revolución de Abril le agradó el plan­taje y la contestación del sujeto, y desde entonces lo dejó a su inmediato servicio.

Y Juan Sabroso fué uno de los más fieles amigos del Ilustre.

26 de octubre de 1826.

E n aquella recorrida triunfal del Héroe, después de ha­ber permanecido algunos días en La Paz, siguió viaje al Potosí, que lo recibió con las mejores demostraciones de júbilo y de gratitud. Las campanas echaron a vuelo sus lenguas sonoras; los fuegos de artificio encendieron el aire con sus lágrimas policromas. El eco repitió de valle en valle y de cumbre en cumbre este saludo de la libertad al más ilustre de sus campeones en el hemisferio colombino. Doce ninfas lo coronaron de rosas y laurel; jóvenes cole­gialas regaron flores a su paso; la gran voz de la multitud lo aclamó Padre de la Patr ia y Redentor de un Mundo.

El 26 de octubre de 1826 el Libertador, acompañado del Gran Mariscal de Ayacucho y de muchas personas de distinción, subió al famoso cerro del Potosí, en cuya cum­bre brillaban las banderas de Colombia, del Perú, de Chile y de Buenos Aires. Sobre la montaña inmensa, en la diestra la enseña gloriosa que en su mano había flameado triunfadora en las más altas cimas del planeta, Bolívar pro­nunció un discurso en eme, después de hacer el recuento de sus luchas y de sus triunfos por la independencia de

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América, terminó con estas palabras de arrebatadora elo­cuencia :

' 'En cuanto a mí, de pie sobre esta mole de plata que se llama Potosí, y cuyas venas riquísimas fueron tres­cientos años el erario de España, yo estimo en nada esta opulencia cuando la comparo con la gloria de haber traído victorioso el estandarte de la libertad desde las playas ar­dientes del Orinoco para fijarlo aquí, en el pico de esta montaña, cuyo seno es el asombro y la envidia del Uni­verso".

Al hablar del Perú y de la estada del' Libertador en las tierras incásicas, recordamos la siguiente anécdota referente al bravo general Miller, jefe de la caballería pa­triota en Junín y Ayacucho.

Es el hecho que en una ocasión en que este experto soldado tuvo que evacuar a Arequipa sintió, al pasar a ca­ballo, a retaguardia de su tropa, por una de las calles cen­trales de dicha ciudad, que de lo alto le arrojaban encima un chaparrón de no bien oliente líquido. Ciego de ira de­tuvo su cabalgadura, miró hacia un balcón, vio en él tres doncellas que reían a carcajadas, y que por su actitud de­nunciaban ser autoras del baño, y les lanzó a la cara este célebre apostrofe, que se conoce en Lima con el nombre de la maldición de Miller:

—¡ Permita Dios que siempre duerman solas!

27 de octubre.

Octubre 27 de 1561. Muere arcabuceado en Barqui-simeto Lope de Aguirre, aventurero español, oriundo de Oñate en Guipúzcoa, y uno de los que llegaron al Perú con el Capitán Peñálvez.

La vida de este hombre es un tejido de maldades y crímenes que pone espanto en la conciencia y el corazón.

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Partidario de Gonzalo Pizarro y luego defensor de La Gasea; compañero del Corregidor Hinojosa y a poco tiem­po alzado contra él ; subalterno de Pedro Urzúa y después su asesino, Aguirre no vive bien sino en campos de san­gre y exterminio, sobre los cuales alza, como enseña mal­dita, su simbólico estandarte de tafetán negro, con dos espadas colocadas en cruz.

En t re los que vinieron al Nuevo Mundo en busca de hazañas y riquezas, hay dos hombres que tienen en sus vi­das y en sus hechos extraños paralelismos: Lope de Agui­rre , apellidado el Tirano, y Francisco de Carvajal, conocido en América con el sobrenombre de El Demonio de Los Andes. Sin duda Carvajal es superior a Aguirre por sus cualidades militares y políticas, pero ambos se asemejan por el empleo de la crueldad y por las apreciaciones que hicieron sobre las cosas de estas tierras, descubiertas por Colón para la corona de Castilla.

Cuando la gran rebelión de Gonzalo de Pizarro con­tra el Virrey del Perú, Blasco Núñez de Vela, Carvajal escribió a aquél: "Pues las cosas os suceden prósperamente apoderaos una vez del gobierno y luego se hará lo que convenga"; y después de la victoria de Iñaquito, cuando el poder de Pizarro parecía indestructible, le aconseja: "debéis declararos rey de esta tierra conquistada por vuestras armas y la de vuestros hermanos. Har to mejores son vuestros título que los de los reyes de España. ¿ E n qué cláusula de su testamento les legó Adán el imperio de los incas? No os intimidéis porque hablillas vulgares os acusen de deslealtad. Ninguno que llegó a ser rey tuvo jamás el nombre de traidor. Los gobiernos que creó la fuerza, í l tiempo los hace legítimos. Reinad y seréis honrado".

Y el Tirano Aguirre, en su célebre carta a Felipe I I le expone, entre otras fuertes razones, las que siguen: "Mi ­ra, mira, Rey Español : no seas ingrato con tus vasallos; pues estando tu padre el Emperador en los reinos de Cas­tilla, sin ninguna zozobra, te han dado a costa de su sangre

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tantos reinos y señoríos como tienes en estas partes. Y mira, señor, que no puedes alegar con título de Rey justo ningún interés de estas partes, donde no aventuraste nada, sin que primero los que en ella trabajaron sean gratificados.

" E n fe de Cristo te juro, rey y señor, que si no pones remedio a las maldades de esta tierra te ha de venir azote del cielo. Esto digo por avisarte la verdad, aunque yo y mis compañeros no queremos ni esperamos nada de tu misericordia".

Ya los habitantes de Caracas no señalan como la luz del Tirano Agitirrc los fuegos fatuos que brillaban en la oscura noche sobre los breñales del viejo Calvario; pero aún pueden los sencillos pobladores de Margarita verle pa­sar en un carro de fuego que cruza la isla desde la punta de la Ballena hasta Macanao.

28 de octubre de 1895.

Clausura sus sesiones el Congreso Pedagógico. Al­gunas personas amantes de la enseñanza promovieron la reunión de este Congreso, cuyo fin primordial era la for­mación de un cuerpo de leyes sobre Instrucción Pública, de acuerdo con el adelanto alcanzado por este importante ramo en los países civilizados del viejo y del nuevo Con­tinente. Tal propósito fué favorablemente acogido por la opinión ilustrada del país y por el Gobierno mismo, quien puso a disposición de los iniciadores uno de los salones de la Ilustre Universidad Central, para que allí celebrara el Congreso sus sesiones. Muchos fueron los trabajos pre­sentados a ese cuerpo, al cual pertenecieron, entre otras personas que ahora no recordamos, Miguel G. Arroyo, Ju­lio Castro, Pablo Godoy Fonseca, José Seminario, Francis-

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co A. Rísquez, M. V. López Fontainés, José Manuel de los Ríos, Alberto González, Guillermo Todd, Pedro Emilio Coll, Eloy G. González y José E. Machado. En una de las sesiones se incorporó el presbítero Hurtado, entonces Rector del Seminario, y el Presidente, doctor Rafael Yillavicencio, al darle la bienvenida, dijo, entre otras cosas, que su presen­cia era una nueva antorcha encendida en el seno de aquella asamblea. Apenas emitió este concepto, congresistas y cu­riosos oyeron que del fondo de la sala se levantaba una voz clamorosa que en tono angustiado decía: ¡ Señor Pre­sidente : que no traigan más luz porque nos ahogamos con tanto calor!

E ra José María Espinosa, llamado comunmente el cie­go Espinosa, por carecer de la vista, quien había interrum­pido al doctor Villavicencio con aquella súbita exclamación, que provocó la hilaridad del Congreso y de la numerosa concurrencia que a los debates asistía.

De las labores de aquel cuerpo no salió nada práctico para la enseñanza. E n la teoría de las multitudes asentó Lombroso que los hombres no se reunían sino para hacer tonterías: era también la opinión de los antiguos romanos quienes la expresaban con el siguiente aforismo: Los Sena­dores son gente buena, pero el Senado es una bestia.

29 de octubre de 1900.

A las 4 hs. 45 ms., de la madrugada se sintió en Ca­racas intenso movimiento sísmico, que sacudió violentamen­te la ciudad y muchos otros lugares del Distrito Federal y de los Estados Miranda y Carabobo. Macuto, Guarenas, Guatire, Higuerote y otros pueblos de Barlovento fueron de los más castigados por la catástrofe, que puso en los ánimos la pesadumbre inmensa del dolor y del espanto.

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Naturalmente este tortísimo temblor trajo a la memo­ria otros análogos de que ha sido víctima la ciudad de San­tiago de León, desde aquel del 21 de octubre de 1766, llamado de Santa Úrsula, que arruinó también a Cumaná, hasta el del 26 de marzo de 1812, que destruyó en parte la urbe capitalina.

Al recuerdo de este triste acontecimiento se une otro imperecedero cual el acontecimiento mismo: el del reto su­blime de Bolívar, a cuyo lado, como dice Rodó, palidece la imprecación famosa de Ayax de Telamón.

Y de que la frase soberbia no fué figura retórica de panegerista cortesano para exaltar la personalidad del héroe caraqueño, sino vertida en el momento mismo del terremo­to por el futuro Libertador, deja constancia la narración que en el l ibro: Recuerdos sobre la rebelión de Caracas, estam­pa José Domingo Díaz, enemigo constante de la Indepen­dencia americana y de su genial conductor, a quien aplica los denigrantes epítetos de cobarde, ruin, feroz y traidor, sin concederle ninguna de las cualidades que le dieron irre­sistible ascendiente sobre los hombres y los acontecimien­tos.

Dice así la narración de Díaz : " . . . . A aquel ruido inexplicable sucedió el silencio de los sepulcros. E n aquel momento me hallaba solo en medio de la plaza y de las ruinas; oí los alaridos de los que morían dentro del templo: subí por ellas y entré en su recinto. Todo fué obra de un instante. Allí vi como cuarenta personas o hechas pedazos o prontas a expirar por los escombros. \'~olví a subirlas, y jamás se me olvidará este momento. En lo más elevado encontré a don Simón de Bolívar que en mangas de camisa trepaba por ellas para hacer el mismo examen. En su sem­blante estaba pintado el sumo terror, la suma desespera­ción. Me vio y me dirigió estas impías y extravagantes palabras: Si se opone la naturaleza lucharemos contra ella y haremos que nos obedezca".

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Y como en casi todos los acontecimientos humanos se junta lo cómico a lo trágico, en el terremoto del 29 de octubre de 1900 abundaron los incidentes risibles, entre ellos el de una artista de cierta compañia española de zarzuela, que, bruscamente despertada de su profundo sueño por el terrible movimiento sísmico, levántase despavorida, se asoma a una de las ventanas del segundo piso del Hotel Klindt donde vivía y grita con desesperación:

¡ Misericordia, Señor ! ¡ Me voy de esta t ierra! ¡ Aquí no se puede vivir! ¡ La América para los americanos!

30 de octubre de 1863.

Muere en Puerto Cabello, donde había nacido el 21 de agosto de 1780, el general Bartolomé Salóm.

Desde el 19 de abril de 1810 simpatizó Salóm con el movimiento emancipador que se inició en ese día. de grata recordación para el sentimiento nacional. Así lo vemos ponerse al servicio de la Junta Suprema que, defensora en apariencia de los Derechos de Fernando V I I , iniciaba con un movimiento cívico el proceso de la independencia de Venezuela, que debía sellarse sobre el campo dos veces inmortal de Carabobo, el 24 de junio de 1821.

Con el carácter de Alférez de Artillería comenzó Sa­lóm sus servicios a la Independencia de Venezuela; y de allí en lo adelante tomó parte principal en la obstinada lu­cha que sostuvieron estos pueblos para conquistar su so­beranía política. E n 1811 hizo, bajo las órdenes del Mar­qués del Toro, la campaña de Coro; luego, en 1812, perte­neció al ejército que comandaba el Generalísimo Miranda ; tomó parte en la campaña de 1819 que libertó la Nueva Granada; y en la del Sur, donde le cupo el alto honor de

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sellar con la toma de El Callao el largo y sangriento pro­ceso de la completa liberación del mundo colombiano.

Salóm fué ciudadano probo y de altísimas virtudes. Calumniado en cierta ocasión se sinceró ante el Libertador por medio de una carta que éste contestó en los siguientes términos:

"Haga usted publicar que yo hago más estimación de usted que de todos los escritores del mundo; y que todos los enemigos de usted yo los adoptos como míos, porque sólo los malvados pueden profesar odio a la virtud".

1" de Noviembre.

Aunque no es este el día que la iglesia consagra a los fieles difuntos, la costumbre lo ha dedicado al recuerdo de los que duermen el sueño eterno bajo

la soporosa piedra de la tumba profunda sima adonde se derrumba la turba de los hombres mil a mil,

como dice nuestro Andrés Bello en las impecables estrofas d e : La Oración por todos.

El culto a los muertos, profesado umversalmente, es digno del mayor respeto cuando tiene por móvil rendir homenaje a los seres amados que nos han precedido en el camino de la vida; pero resulta irrespetuoso cuando se convierte en feria adonde van los que son a profanar la silente morada de los que fueron.

El 1° de noviembre de 1856 se bautizó solemnemente, con asistencia del Ilustrísimmo señor Arzobispo de Caracas, de los Obispos de Guayaría y de Trícala, y del Prebendado José Eutaquio Vaamonde, el Cementerio de los Hijos de Dios, que aún destaca su severo y arruinado frontis a las faldas de El Avila.

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El Arzobispo vistió de Medio Pontifical en la capilla del cementerio, donde estaba colocada una escultura de Nues­t ra Señora del Carmen; cantó las letanías mayores; bendi­jo la sal y el agua; y dio cinco veces la vuelta al edificio, cantando el Miserere. Luego, volviendo al centro de la ne­crópolis, donde se había colocado una gran cruz, encendió las luces prevenidas, dijo las oraciones del ceremonial y dio la bendición a los fieles.

El discurso de Orden estuvo a cargo del Obispo de Trícala, quien empezó su oración con estas palabras: "De enmedio de estas tumbas se levantan muchas voces diciendo: Esperamos aquí la resurrección de la carne; este dogma consolador debiera grabarse en el pórtico de todos los cementerios, y es el eme yo preparo para el de San Simón".

E n el Cementerio de los Hijos de Dios fué enterrada la generación que actuó en los días de la Independencia y en los iniciales de la constitución de la República. Pos­teriormente algunos restos fueron depositados en el Pan­teón Nacional y otros trasladados al Cementerio del Su r ; pero aún quedan allí algunos despojos de personas que ilus­traron nuestros anales patrios.

Sea sincero y respetuoso el homenaje que en este día rindamos a nuestros muertos amados; y priven sobre la fas­tuosa ofrenda del mármol y del bronce la de la plegaria y del recuerdo, más gratas sin duda para los habitantes de ultra-tumba porque indican que ellos viven aún en nuestro pensamiento y en nuestro corazón.

Noviembre 2 de 1820.

Dicta el Libertador un Decreto por el cual prohibe el duelo.

Sobre las viejas costumbres de los desafíos hay entre

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nosotros muchas crónicas así festivas como caballerescas, propias para interesar la curiosidad del lector, que aca­so no conocerá algunos lances personales ocurridos en­t re Oficiales de la guerra de independencia, entre ellos el de Leandro Miranda con el Cónsul General de los Países Bajos y el de Tomás Montilla con uno de los militares de la Legión Británica.

No hablaremos sin embargo de estas lides, ni de otras de carácter teatral, en que los contendientes, en lugar de irse a matar sobre el campo de honor, se fueron a los boti­quines para terminar con champagne y discursos, una discusión un tanto acalorada, o un disgusto en que, como decía nuestro célebre costumbrista Jabino, uno de los due­listas convenía en recoger sus palabras ofensivas y el otro en retirar los palos que le había propinado.

El desafío a que hoy nos queremos referir fué el con­certado en Lima, en 1830 entre el Gran Mariscal del Perú Don Ramón Castilla y monsieur de Saillard, Cónsul General de Francia en aquel país.

Motivó el duelo que Saillard, en una reunión donde también se encontraba Castilla, a la sazón Ministro de Gue­rra, habló despectivamente de la organización del ejército peruano; y sobre todo del cuerpo de caballería, cuyos solda­dos se escogían—según el Cónsul—entre los facinerosos de la costa.

Como es natural, el Ministro salió en defensa de su país, de sus subalternos y del arma en eme con preferencia había servido; se cambiaron palabras fuertes, y se concertó el desafío.

Saillard envió sus padrinos a don Ramón, quien con­testó :—bien; nos batiremos a caballo y lanza, que es el a rma de los facinerosos de caballería.

E n la tarde recibió el General nueva visita de los pa­drinos de Saillard, quienes le comunicaron que el ahijado aceptaba las condiciones, pero que necesitaba un plazo para aprender el manejo de la lanza.

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Castilla, que era tardo de lenguaje, contestó: — E s muy j u s t o . . . . muy jus to ; tiene razón ; . . . . no

hay inconveniente. — Y ¿qué plazo concede usted, General? —Hombre , el que ustedes quieran: un d í a . . . . un año. Se convino en que sería un año ; y Saillard, que sabía

cómo los Llaneros de Venezuela habían escrito con las puntas de sus lanzas las estrofas inmortales de un poema heroico, se hizo nombrar Cónsul General de Francia en Caracas.

Llegado a esta ciudad se dedicó a recibir lecciones diarias de equitación y el manejo de lanza, con dos Llane­ros del Apure, de los que formaban la guardia de Páez.

Cuando ya supo montar una bestia sin poner el pie en el estribo, y alzar del suelo un pañuelo con la mano, al galope de su cabalgadura; cuando aprendió todos los qui­tes y todos los golpes del arma a que debieron su fama Páez y Arismendi, Monagas y Carvajal, Rondón y Mellao, el bravo hijo de las Galias se dirigió a La Guaira con la resolución de ir a Lima a pagar su deuda de honor.

No quiso el destino que cumpliera su compromiso, pues el testarudo provenzal falleció de fiebre a los cinco días de encontrarse en el puerto de Osorio.

3 de noviembre.

El Marqués de Rojas en su libro Tiempo perdido, al cual nos referimos en Día Histórico anterior, consagra un ca­pítulo a las costumbres de Caracas en el promedio del siglo X I X . Son dignos de recordarse, dice, nuestros tiempos pa­sados. Por la mañana sentíase en Caracas un frío intenso. El Avila aparecía cubierto de espesa neblina que inundaba

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la ciudad. Nuestros buenos viejos, que habían pasado la noche sin inquietudes, porque no se conocían las causas de los terremotos, salían a las calles cubiertos con sus famosos capotes escoceses adornados con sus respectivas chapas co­brizas ; departían amigablemente sobre las cosas del día, que generalmente eran las mismas del día anterior, y re­gresaban a sus hogares, donde hallaban a la digna esposa ocupadas con sus tiernas hijas en primorosas labores de ma­no. La entrada del buen viejo era celebrada como la apa­rición de la luz. A la hora del almuerzo, frugales alimen­tos eran servidos a una mesa sin ostentación y sin lujo, que terminaba de ordinario con un pocilio de buen cacao (supe­rior al soconuzco) servido con su correspondiente picha-guita o sea cucharilla vegetal de estilo indiano. La fami­lia retirábase después a sus cómodas habitaciones a pasar la siesta o a echar un sueñito, como entonces decíamos. Cerrábanse todas las puertas, y la ciudad quedaba tan de­sierta que apenas transitaba las calles a estas horas algún canónigo que se dirigía al coro. Reinaba en el hogar, lo mismo que en el poblado, una paz o c t a v i a n a . . . . El padre de familia hacía sus gastos con pocos esfuerzos, porque sus gastos eran también p e q u e ñ o s . . . .

¡ La idílica página del viejo Marqués es hoy tan curio­sa como una momia de los reyes de Egipto!

4 de noviembre.

Cuenta Ricardo Palma en una de sus tradiciones, la intitulada: La Vieja de Bolívar, que para 1898 aún vivían en la villa de Huaylas, departamento de Ancachs, una an­ciana de noventa y dos navidades, llamada Manuelita Ma­droño, quien era en 1824 un fresco y lindo pimpollo de

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dieciocho primaveras, muy codiciada, no sólo por los mo­zalbetes, sino hasta por los hombres graves de la época.

La hermosa doncella pagaba con desdeñosas sonrisas los requiebros de sus galanes, como si tuviera la intuición de que no había de pertenecer a ningún pobre diablo de su tierra, aunque fuera buen mozo y millonario.

En una mañana del mes de mayo de aquel año hizo su entrada oficial en Huaylas el Libertador Simón Bolívar, quien fué recibido con toda solemnidad.

El Cabildo, que estuvo pródigo en fiestas y agasajos, decidió ofrecer a S. E. una corona de flores, que le sería presentada por la muchacha más bella y distinguida del pueblo. Claro que Manuelita fué la designada, así por su hermoura como por lo despejada de su inteligencia.

A don Simón, que era golosillo, le gustó la muchacha, y a ésta el Libertador, acaso por aquello de que

la mujer y la alondra se enamoran de todo lo que brilla y hace ruido,

con lo cual queda dicho que de mayo a noviembre fué la vida un idilio para el Grande Hombre y la entusiasta serra­na que lo acompañó en sus excursiones por el territorio de Ancachs y aún lo siguió al glorioso campo de Junín.

Manuelita Madroño guardó tal culto por el nombre y el recuerdo de su amado que jamás correspondió a pre­tensiones de galanes. A ella no la arrastraba el río por muy crecido que fuese.

Todavía, con noventa y dos inviernos encima, se ale­graba y se sentía como rejuvenecida cuando alguno de sus paisanos la saludaba diciéndole:

—¿ Cómo está la vieja de Bolívar f A lo que ella responde sonriendo con picardía: —Como cuando era la moza.

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5 de noviembre de 1830.

Nace en Caracas el poeta Francisco G. Pardo, del legí­timo matrimonio de Francisco de Paula Pardo y de doña Concepción Escurra.

Fué Pardo poeta de estro vigoroso y fecundo como le demuestran sus versos, entre los cuales sobresalen las odas : La Gloria del Libertador, El Porvenir de la América y el Poder de la Idea, todas tres premiadas en concursos litera­rios, aunque los cinco mil bolívares que correspondieron a la última no le fueron pagados sino con mucho retardo por­que, según crónicas, el Ilustre Americano quiso que tuviera idea de lo que era el poder, ya que conocía tan bien el poder de la idea.

Pardo siguió estudios en la Universidad Central, don­de obtuvo el grado de Licenciado en Derecho. Recibióse de Abogado y ocupó puestos de importancia en la Magistra­tura. También desempeñó cargos públicos de honor y de confianza; pero, ni el bufete, ni la política cautivaron su ánimo. El demos de la inspiración lo poseía, y a él se de­dicaba por completo. Si se hubiera prohibido el comercio con las Musas habría contestado como Ovidio Nason al autor de sus días : No más versos, oh padre, lo prometo.

Pardo tenía, según los que lo conocieron y trataron, carácter festivo e inquieto, conversación amena, modales irreprochables, afectos constantes, sin que alteraran su ge-nuina manera de ser los accidentes de la Política.

Se tiene como cierto que en un certamen promovido en Buenos Aires fué premiada una de las odas de Pardo, que alguien de luengas tierras presentó como suya. E l triunfador recibió dinero, aplausos y agasajos, que sólo du­raron hasta el momento en que se descubrió la superchería.

E n 1867, con motivo de acontecimientos de carácter mundial que no tenía nada que hacer con los asuntos interiores de Venezuela, salieron a relucir ciertos inspirados versos de Pardo, que luego glosó un escritor nacional que

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escondía su nombre bajo el seudónimo de Sueno. E n "El Porvenir" y en "E l Federalista" se encuentra una curiosa discusión sobre el particular.

De las obras de Pardo se han hecho, que sepamos, dos ediciones. Una de ellas coi-responde a las ofrendas presen­tadas por los literatos venezolanos con motivo del Primer Centenario del nacimiento de Bolívar, el 24 de julio de 1883. Los señores José María Manrique y Tomás Michelena es­cribieron sendos estudios sobre la vida y la obra del poeta, quien pagó a la muerte su inevitable tributo el 31 de julio de 1S82.

6 de noviembre de 1873. Por aquellos días el público de la ciudad avileña asis­

tente al Teatro Caracas se deleitaba con la Compañía Dra­mática de que era parte principal la señora doña Rosa Del­gado de Annexy, que supo conquistar el afecto de los cara­queños así por sus eximias dotes artísticas como por sus condiciones personales.

Prueba de esa simpatía fué la calurosa ovación que se hizo z dicha artista el día de su beneficio, para el cual escogió el interesante drama de Don Manuel Tamayo y B a u s : Locura de Amor, y el gracioso juguete cómico: Furor Parlamentario. Del éxito que obtuvo dan cuenta los periódicos de la época. Uno de ellos dice:

"El teatro estaba repleto. Numeroso concurso de espec­tadores invadió todas las localidades. Las bellas hijas de Caracas contribuyeron a engalanar con su presencia el san­tuario del arte.

Una comisión de caballeros se había encargado de ador­nar el local y de iluminarlo con profusión, de manera eme la luz y la fragancia comunicasen al acto su prestigioso encanto.

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Poco después de haber llegado el Presidente de la Re­pública se alzó el telón y comenzó el drama. Rosita apare­ció a los ojos del público ávido de admirarla. Su sola pre­sencia en las tablas arrancó de todas las manos ese ruido tras el cual corre desalado el genio, buscándolo como retri­bución a sus esfuerzos. En el curso de la presentación cayó a los pies de la artista una lluvia de flores que ella recogió con muestras de viva satisfacción.

La artista estuvo admirable en su difícil papel de Juana la Loca, aquella víctima sublime, casi divina, de su apasio­nado corazón. Tan pronto era leona irritada como paloma herida; volcán inflamado por el fuego de los celos como fuente apacible que murmura amores. Su alma privilegiada recorría con admirable propiedad toda la escala de la pasión y el sentimiento. Concluida la representación un grupo de jóvenes poetas colocó sobre las sienes de la artista una be­lla corona de flores".

Un bardo que ocultaba su nombre bajo el seudónimo de Mont-Emar decía a la beneficiada:

"Oyéndote he experimentado las impresiones de los sen­timientos que tan bien e x p r e s a s . . . . Desde el recuerdo so­lemne del afecto materno hasta los efímeros cariños que pasan por el corazón como una brisa cálida. El amor con sus sueños, sus lágrimas y sus quejas; el entusiasmo con sus eléctricos arranques; la ambición con sus vanas esperanzas y sus tardíos arrepentimientos. Siguiendo tus pasos en la escena y unido a tí por ese lazo misterioso que funde en un solo ser al espectador con el artista, he olvidado por un ins­tante lo presente y vivido de esas tiernas memorias que están como adormecidas en el alma y se despiertan al tierno soplo de un suspiro, a la vista de una l á g r i m a . . . . imagen vaporo­sa de los ángeles que cruzan horizontes lejanos".

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7 de noviembre de 1874.

Se inaugura solemnemente, de acuerdo con el programa oficial elaborado al efecto, la estatua del Libertador Simón Bolívar, en la plaza mayor de Caracas.

Tocó al general Antonio Guzmán Blanco, Presidente de la República, ofrendar en nombre de la Patr ia este ho­menaje de admiración y gratitud al fundador de nacionali­dades en las antiguas colonias españolas de la América del Sur. La ceremonia fué imponente. El señor Róhl, en nom­bre de la Compañía de Crédito a quien se había confiado todo lo concerniente a la erección del monumento, hizo en­trega de él al Jefe del Ejecutivo. Luego el Presidente del Concejo Municipal del Distrito Federal al Primer Magistra­do la bandera de la ciudad de Caracas; y los Representan­tes de las Repúblicas suramericanas las de sus respectivas nacionalidades.

E n el momento de la presentación de las ofrendas el Presidente presentó una corona de laurel batida en oro ; los Ministros del Despacho una medalla de oro que contenía en el anverso la inscripción: "Al Libertador Simón Bolívar" y un gorro frigio con los nombres de las cinco Repúblicas que libertó Bolívar. También presentaron ofrendas los P r o ­ceres de la Independencia, la Alta Corte Federal, la Uni­versidad Central, la Compañía de Crédito, el Clero, la Co­misión española, los Representantes de las Repúblicas cen­tro y suramericanas así como los de los Estados Unidos de Norte América, Francia, Gran Bretaña, Italia, Austria, Di­namarca y otras naciones europeas. Los empleados de Obras Públicas presentaron un cuadro en cuyo fondo de raso blanco se leían, entre varias inscripciones, los nombres de las obras públicas llevadas a cabo por el Presidente. El se­ñor H . L. Boulton ofrendó una bandera de seda con las armas de la antigua Colombia, cuya asta había servido a uno de los batallones de la Legión Británica en la batalla de Carabobo.

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Como se sabe, la estatua de Caracas es una reproduc­ción de la de Lima, obra del escultor italiano Adán Tado-lini, la cual fué inaugurada en la capital del Perú el 9 de diciembre de 1858, aniversario de la batalla de Ayacucho. E n aquel acto llevó la palabra de orden el general Juan José Flores, venezolano distinguido que desde la más humilde esfera social se elevó a cargos principales en el Ejército y en la Política.

Los monumentos que el afecto filial de los pueblos re­dimidos por Bolívar han erigido a su memoria son obras de remarcado gusto artístico; pero entre ellas descuella el gru­po escultórico de mármol de Carrara, salido del cincel de Tenerani, que se alza imponente en la nave del centro del Panteón Nacional.

8 de noviembre.

El número 21 de "El Cojo Ilustrado", correspondiente a la primera quincena del mes de noviembre de 1892, trae, entre otros hermosos grabados, uno que representa la La­guna de Espino, hermoso sitio de recreo en la hacienda Va­lle Abajo, al sur de Caracas.

La imagen de este pintoresco lugar trae a la memoria los nombres de Juan de Riveros, para fines del siglo X V I poseedor de dichas tierras, y de don Guillermo Espino, ve­nerable patricio jefe de una de las familias más distinguidas de esta capital, y dueño, por largos años, de aquella finca agrícola a la cual aún permanece adscrito su recuerdo.

Seguramente ningún caraqueño cuya fe de bautismo se remonte a cincuenta años habrá olvidado la figura de aquel conterráneo cuya larga y fecunda existencia estuvo dedicada a la familia, al progreso de la patria, a la caridad pública y al bien de la humanidad. Pa ra la época a que se refieren estas breves apuntaciones ya era octogenario. Sin embargo,

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todas las mañanas lo encontrábamos que en su bestia de pa­so doctoral iba hacia Valle Abajo, en la izquierda el claro quitasol, en la diestra las riendas de la mansa cabalgadura.

E ra típico el aspecto de aquel viejecito que atraía pode­rosamente nuestra juvenil curiosidad. Algunos alumnos de la clase de dibujo que regentaba el doctor Maucó ensayá­bamos nuestras facultades como retratistas trazando en bre­ves rasgos la silueta de Don Guillermo. ¡ O h días para siempre idos de la lejana niñez! Allí cerca de Valle Abajo estaba la Palomera. Una tarde al salir de la escuela varios muchachos burlando la vigilancia de musiú Agustín pene­tramos por el seto vivo hasta el lugar donde un guayabo esteraba el suelo con sus fragantes frutos, de los cuales re­pletamos los bolsillos. Ya al irnos, el amo nos vio y desde lo alto de la loma donde estaba la casa hizo ademán de tirar­nos con su escopeta. Todos corrimos, pero no hacia la ciu­dad sino hacia la laguna de Don Guillermo Espino, en cuyo cañaveral nos escondimos amedrentados.

Todos estos sitios han cambiado. La pintoresca laguna de Espino fué cegada; la casa de la Palomera es una ru ina; El Portachuelo mismo fué modificado por el gran banqueo que se le hizo; y la casa de don Hipólito Molina donde se realizaban grandes negociaciones en compra y venta de ga­nados, ha cambiado de aspecto.

9 de noviembre de 1856.

Como a las 2 de la tarde de ese día, que fué domingo, se perpetró en una casa situada en la antigua Calle de Ca-rabobo, entre las esquinas de Los Cipreses y El Hoyo Vi­cioso, un crimen que por las circunstancias que lo acom-

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pañaron, y la notoriedad de uno de sus autores, llamó no­tablemente la atención pública.

Es el caso que para aquella época vivía en Caracas, un francés de nombre Pedro Brunet, que se ocupaba en dar di­nero a premio, con garantía hipotecaria sobre fincas o pren­das. A él se dirigieron unos sujetos en solicitud de cierta su­ma, ofreciéndole en retroventa la casa arriba dicha, que se encontraba desocupada. Todo se había preparado allí, dijo un periódico de entonces, para el crimen proyectado. Par te de les malhechores acompañó a la víctima al lugar del sa­crificio, y parte quedó allí para recibirlo a puñaladas. Ha­bían concebido la infermal trama de despojar al francés de las llaves de su arca y pasar luego a su casa para apode­rarse de cierta crecida cantidad que tenía acumulada. El cadáver debía ocultarse en el lugar excusado, para cuya operación se había preparado la gavilla de ladrones; y pare­ce que se pensó conservar !a casa por algún tiempo en al­quiler.

Se perpetró el crimen en pleno día, como se había pro­yectado. Los gritos de Brunet pidiendo auxilio se oyeron en la casa contigua del Dr. Antonio Parejo. Se alarmó el vecindario; acudió la autoridad, y se encontró al extranjero muerto a puñaladas y muy desfigurado.

Los autores de la muerte de Brunet resultaron ser Fe ­derico Gámez, llamado el Coronel, Ramón Garrastazú y J. M. Rafetti o Rafaeli. Estos dos últimos naturales de Puer­to Rico. Todos fueron capturados: Gámez en el corral de la casa del Dr. Antonio Pa re jo ; otro en el lugar mismo del suceso; y Garrastazú mucho tiempo después en un caserío nombrado Cumbote, en Ocumare de la Costa.

Los tribunales de justicia condenaron los delincuentes a la última pena, pero sólo la sufrió Garrastazú, pues los otros escaparon o consiguieron que se conmutara la senten­cia. Por cierto aquél gozaba de cierta popularidad por su conducta humanitaria cuando la epidemia del cólera. Todo

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lo referente a este suceso se halla recopilado en un libro que publicó Francisco Franco Flores, el hombre de las tres efes, como se le llamaba.

Figuró ese volumen en nuestra biblioteca, de la cual desapareció hace algún tiempo, por lo cual no podemos ha­cer más extensa esta nota, escrita sin los datos requeridos para entrar en otros detalles.

10 de noviembre de 1918

Inícianse las negociaciones para la celebración del ar­misticio en virtud del cual cesaron las hostilidades entre las fuerzas combatientes de la guerra eme durante cuatro años conmovió al mundo, y en especial la tierra francesa, madre fecunda de héroes, nación privilegiada que en la hora del destino ha encontrado en su propio ser los elementos nece­sarios para salvarse, y salvar con ella los destinos de la hu­manidad.

El autor de estas efemérides se encontraba en París el 1* de agosto de 1914, al regreso de Bélgica, que había visi­tado días antes, como si vago presentimiento le anunciara el papel que desempeñaría pronto aquel pequeño reino en la tragedia a cuyo prólogo asistía. El sintió la antigua Lutecia conmoverse ante la catástrofe que la amenazaba, y cuya magnitud comprendía; pero vio también que aquel pueblo, en apariencia frivolo, era capaz de las mayores renuncia­ciones en aras del deber.

Y esa tarde del 1* de agosto de 1914, en medio de la agitación que reinaba en la Ciudad-Luz, él, extranjero, pero no indiferente a la suerte de aquel país, que es la patria de los hombres que sienten y de los hombres que piensan, se di­rigió a los Inválidos a visitar de nuevo la tumba de Ñapo-

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león. De pechos en la rotonda de mármol, la mirada fija en la tumba de aquel en quien, según la enérgica expresión de Chateaubriand, insufló Dios el soplo de vida más pode­roso que haya animado el barro humano, le pareció ver que el guerrero inmortal se levantaba de su lecho de piedra para de nuevo conducir a la victoria a los soldados de Fran­cia, en aquella hora augusta del dolor y del sacrificio.

Fia más de 50 años nuestro insigne literato Juan Vicen­te González estampaba sobre la vieja Galia estos hermosos conceptos:

"Toda idea grande ha venido de Francia o por Francia. Ella comprende el idioma de los pueblos que sufren y lo dicen, y el de los pueblos crucificados que callan. Es el pensamiento y la tradición de todas las naciones que se reconocen en ella, y que, como aquellos romanos que cruci­ficaba Verres, mueren vueltos los ojos hacia esa Roma de las almas.

"Pa ra que la Francia sea destruida no basta la voluntad del hombre. El Océano, el Mediterráneo, los Alpes y los Pirineos le hacen guardia. Un día los poderes de Europa resolvieron dislocar los miembros del poderoso gigante, y al punto vióse el territorio francés coronado de cañones y ba­yonetas lanzarse unido sobre Niza, Saboya y la orilla iz­quierda del Rhin. La Francia es indestructible.

"Y es como aquel niño que se adornaba de flores sobre el altar de la federación. Vela toda la tierra a su lado con miradas amantes, asociándose a su destino y siguiéndola con inquietos pensamientos. Las naciones vuelven a París sus miradas como a la nueva Jerusalén, y cada pueblo parece dirigirle las palabras con que Aviñón saludó a la Asamblea nacional: "Franceses, reinad sobre el mundo".

E n este día sean nuestros votos por la paz universal y nuestra oblación por los que rindieron la vida en la gran contienda, cualquiera que sea su nombre y su nacionalidad.

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11 de noviembre de 1815.

Combate en el cerro de La Popa, Cartagena de Indias, entre el Jefe patriota Carlos Soublette y el General realista don Pablo Morillo, quien es derrotado en la acción.

Desde el 18 de mayo de 1810, en que entró al servicio de la República con el carácter de Porta-Estandarte de Ca­ballería disciplinada de Caracas, hasta el término de su vida, este benemérito patriota consagró todos sus esfuerzos a la causa de la Independencia y al brillo de la República, cuya Primera Magistratura desempeñó en distintas ocasiones. Sin embargo, a pesar de sus servicios, Soublette tiene entre nos-Gtros, incluso los que pudieran considerarse sus correligio­narios políticos, pocos admiradores; lo que fácilmente se explica si se tiene en cuenta que aquel hombre público ade­cuado por la serenidad de sus juicios y la alteza de sus miras para actuar con éxito en naciones de vida regular, era im­propio para servir la ambición de Jefes de tribus y para conquistar las simpatías de un conglomerado social que sí se entusiasmaba ante el relato de lances en que predomi­naban el valor y la destreza no comprendía ni podía com­prender ciertos actos de intenso republicanismo y de respe­tuoso acatamiento a la ley con que su Pr imer Magistrado mandaba tocar la campanilla a un Juez que preguntaba lo que debía hacer, en presencia de un tumulto popular enso­berbecido y amenazador.

De aquí que ante la figura de Soublette, como ante la austeridad de su vida, pasen las generaciones desdeñosas e indiferentes, movidas acaso por el mismo sentimiento que mo­vió al campesino griego a presentar a Aristides la concha, para que escribiera en ella su condenación al ostracismo. ¿Qué mal te ha hecho ese hombre? pregunta al labriego el rival de Temístocles.

—Ninguno, pues ni siquiera lo conozco; pero ya me can­sa oír constantemente que lo llaman el justo.

E L D Í A H I S T Ó R I C O 65

¿ Y qué decir de la honrosa pobreza del héroe de La Popa?

Un día, en octubre de 1823, escribe al Liber tador: Su hermana Antonia está buena y siempre en Macarao, pero no tan menesterosa como usted la contempla; Juanita buena y en la ciudad. Mucho desearía sacarlas de apuros que no tienen, pero usted seguramente no se acuerda de que yo soy un pobre de diez pesos. Sin embargo tengo la seguri­dad de que no necesitan que un corto como yo las favo- "> x

r e z c a - . -'o^W^ ¡ Seguramente, en el transcurso de los tiempos parece- j ~ féj&Kt C

rán consejas esas vidas y esos hechos, que ya muchos t ie- i, '2 ¿j nen como asuntos de leyendas! \ ^ / /

12 de noviembre.

Día de gala fué sin duda para la Academia Española aquel en que recibió en su seno a Don Rafael María Baralt, elegido para ocupar el puesto vacante por la muerte del Marqués de Valdegamas.

Piensa el autor de la Historia de las Ideas Estéticas en España que la obra maestra de aquel nuestro eximio com­patriota fué ese discurso: "qué a juicio nuestro y sin ofensa de nadie no cede a ningún otro entre los muchos, y excelen­tes algunos, que en dicha corporación y en acto análogo se han pronunciado". "Al ocupar la silla ennoblecida por Donoso Cortés, parece que Baralt sintió toda la grandeza del empeño en que tal situación lo colocaba; y al juzgar las ideas y estilo de su predecesor no sólo se mostró el pulcro escritor de siempre, sino que levantándose mucho sobre su manera habitual y haciendo bizarro alarde de aptitudes de pensador, hasta entonces no sospechadas en él como no fue­ra por algún rasgo fugitivo de sus opúsculos políticos, se

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levantó a las cimas serenas de la contemplación filosófica, y desde allí, con acrisolada lengua, tan rica de precisión como de vigor y armonía, con un sentimiento tradicional a la vez que expansivo, con audacia mesurada y solemne, con suave moderación de estilo, tanto más insinuante cuanto más apacible, revindicó los fueros de la razón humana, es­carnecidos por las elocuentes paradojas de Donoso; hizo el proceso del tradicionalismo filosófico y del escepticismo mís­tico, mostró el peligro eme para la integridad de nuestro modo de ser nacional, así en la esfera del pensamiento, co­mo en su manifestación escrita envolvían las doctrinas de la escuela neocatólica francesa, de cjue Donoso había sido in­térprete elocuentísimo; y mostró, finalmente, con el ejemplo no menos que con la doctrina, cual debía ser el verdadero temple de la moderna lengua castellana, aplicada a las más altas materias especultivas".

No cabe mejor elogio eme el precedente para ac|uel ma­go del pensamiento y de la pluma, que con el Resumen de la Historia de Venezuela, levantó un monumento a la litera­tura ele su patria y labró el pedestal ele su fama, eme hoy se dilata por cuantos pueblos hablan y escriben la lengua so­nora de Castilla.

13 de noviembre.

El eminente escritor chileno Benjamín Vicuña Mac-kenna nos ha narrado en las páginas de "Una Excursión a través de la Inmortalidad" interesantes episodios acerca de los hombres verdaderamente célebres que tuvo la suerte de conocer en sus viajes por diversos países de América y de Europa.

Al hablar de los venezolanos que conoció en Nueva York, entre los cuales cita al general José Antonio Páez

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y a Hilarión Nadal, célebre polemista, después Redactor de "El Mercurio", cita también a don Blas Bruzual, cuyo nom­bre se enlaza íntimamente con la vida política de nuestro país. Frizaba para entonces (1853) don Blas con los ochen­ta años, lo que no impidió que se casara con una yanquecita de catorce abriles, de la cual dice Vicuña que era fresca co­mo una rosa del Hudson. El matrimonio—dice el narra­dor—al cual asistimos en calidad de padrinos, se celebró con­forme al rito católico usado en la diócesis de Nueva York. Los padrinos y madrinas fueron ocho, cuatro por banda, y en aquella ocasión, que era una especie de sacrificio antiguo, desempeñaron el ministerio de las últimas las cuatro hijas del ilustre Juárez, que allí hallábanse presentes con su res­petable madre, una señora Mazza, de origen italiano, dama muy culta y hermosa. Esto no obstante, las cuatro hijas del gran caudillo mexicano conservaban en todos sus perfiles, en su color, en la talla, en el riguroso conjunto de una be­lleza particular el más puro tipo azteca. . . .

Sobre el general Páez, cuenta: "E ra ya anciano, pero conservaba toda la enérgica actividad de los días en eme, a lanza y lanza, rindió a caballo una escuadrilla española en el Apure. Hombre de poco cuerpo, moreno, de ojos de fue­go, tenía la talla del general Flores, con mucho más abulta­da corpulencia; eran, el uno frente al otro, el roble del Apure al lado del flexible bejuco de Puerto Cabello. Tan lacónico como era el otro verboso, referíanos con simpática y modesta efusión sus más afamados hechos de armas, y cuando estalló la guerra con España escribiónos una carta oficial de considerable extensión y elocuentes frases, ofre­ciendo sus servicios a C h i l e . . . .

Vicuña Mackenna fué uno de los más brillantes escri­tores de Chile y de la América Hispana.

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14 de noviembre.

El 14 de noviembre de 1789 nació en Barcelona de Ve­nezuela, José Antonio Anzoátegui, quien fué luego uno de los más distinguidos campeones de la Independencia Sur-americana.

Muy joven, al tener en su ciudad natal, noticia del mo­vimiento iniciado en Caracas el 19 de abril de 1810, Anzoá­tegui se puso en armas en favor de la libertad de su Patria, distinguiéndose siempre por su pericia y valor.

Subyugado el país por el jefe realista don Domingo Monteverde, Anzoátegui tuvo momentos de tregua hasta eme en 1813, invadió Bolívar el territorio de Venezuela. Des­de ese día, hasta el de su muerte, el heroico barcelonés man­tuvo siempre la mano en la empuñadura de la espada du­rante el diario y sangriento combatir de los años 13 y 14. E n 1816 acompaña al Libertador en la expedición de Los Cayos; pelea en Quebrada Honda, Alacrán y Juncal ; acude a la empresa de invadir la provincia de Guayana; pelea bi­zarramente a las órdenes de Piar en el asalto de Angostura y en la batalla de San Félix, y deja doquiera constancia de su inteligencia y bravura.

E n la admirable campaña de la Nueva Granada, en 1819, figura con el carácter de General de Infantería y Jefe del Ejército de Occidente; se distingue, como siempre, en Var­gas y en Gámeza; y contribuye con su épico valor al es­pléndido triunfo de Boyacá.

En el parte pasado por el Jefe Supremo sobre este he­cho de armas se dice:

"El señor General Anzoátegui dirigía las operaciones del centro y la derecha: hizo atacar un batallón que el ene­migo había desplegado en guerrillas en una cañada, y lo obligó a retirarse al cuerpo del ejército, que en columna so­bre una altura con tres piezas de artillería al centro y dos cuerpos de caballería a sus costados, aguardaba el ataque.

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Las tropas del centro, despreciando el fuego que hacían algunos cuerpos enemigos situados sobre su flanco izquierdo, atacaron la fuerza principal. El enemigo hacía un fuego te­rrible ; pero nuestras tropas, con los movimientos más au­daces, ejecutados con la más estricta disciplina, envolvieron los cuerpos enemigos. El escuadrón de Llano-arriba cargó con su acostumbrado valor, y desde aquel momento los es­fuerzos del General español fueron infructuosos; perdió su posición. La compañía de granaderos a caballo, todos es­pañoles, fué la primera que cobardemente abandonó el cam­po de batalla. La infantería trató de rehacerse en otra al­tura y fué inmediatamente destruida. Un cuerpo de caba­llería, que estaba en reserva aguardando la nuestra con las lanzas caladas, fué despedazado a lanzazos; y todo el ejér­cito español en completa derrota, y cercado por todas partes, después de sufrir una grande mortandad, rindió sus armas y se entregó prisionero".

La parca, enamorada de aquella flor de heroísmo, le arrancó a la vida en la ciudad de Pamplona el 15 de octubre de 1819. El Libertador, al tener noticia del fallecimiento de su bravo Teniente, exclamó: Habría preferido la perdida de dos batallas a la muerte de Ansoátcgui. ¡Qué soldado ha perdido el Ejército y que hombre la República!

15 de noviembre de 1826.

El Libertador escribe desde Bogotá al general Rafael Urdaneta y entre otras cosas le dice:

"El principal motivo que me llama a Venezuela es evi­tar la guerra civil, que al fin vendría a ser el resultado de las opiniones que dividen el país, si se dejan correr sin or-

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den ni objeto. Querido General: prefiera usted la muerte misma antes de permitir que se encienda una guerra entre hermanos, y aun cuando usted fuese provocado abandone el puesto antes de disputarlo".

El Libertador veía con horror las disenciones políticas entre los pueblos que con esfuerzos comunes y análogas aspiraciones habían realizado la independencia de la Amé­rica; y subía de punto este horror si consideraba que esas disenciones pudieran ocurrir entre venezolanos. De aquí su conducta cuando los sucesos del año 26, en los cuales co­metió sin duda un error político de graves consecuencias, pero que encuentra su excusa en las razones que a la ligera apuntamos.

En nuestras luchas civiles se han renovado las hazañas portentosas de la emancipación, pero la moral histórica no les da la resonancia que aquellas alcanzaron. Casas, Ramos, Pinto, Mateo Vallenilla, Pérez Arroyo, Jelambi, Zamora, Bruzual, y Colina y cien más del uno y del otro campo no desmerecen por su bravura el parangón con los héroes de nuestra epopeya, y bien ganaron los laureles que ciñó a sus sienes la muerte o la victoria.

Como el valor es ingénito en el pueblo venezolano, es común encontrar gestos de heroica arrogancia hasta en las clases inferiores de la milicia: a ellas se refiere el siguiente sucedido:

Acampaban fuerzas federales por los alrededores de Ta -casuruma, en territorio de Aragua, cuando de una avanzada vino un posta con el aviso de que a lo lejos se advertía un movimiento como de tropas en marcha; y eme desde cierta colina podrían hacerse observaciones sobre el número de gen­te, dirección, etc.

Al llegar la noticia, el Jefe, que estaba recién llegado, pues su antecesor había quedado gravemente herido en un combate, hizo llamar a Tarita, zambo joven, alegre, valeroso y experto en las lides de Marte, y le d i jo :

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—Sargento Tar i t a : suba al topo de Las Cruces y vea cuantos hombres poco más o menos trae esa fuerza.

Bien, mi Coronel, i ré ; pero con nuestro Jefe anterior nosotros no acostumbrábamos contar los enemigos que ve­nían vivos sino los que quedaban muertos.

Ciertamente no desmerece esta respuesta de la de aquel centauro de nuestras llanuras, quien, al ver que en una car­ga uno de sus compañeros pretendía írsele adelante, clava las espuelas a su corcel, se pone a la cabeza del grupo, y exclama:

—Compañero, por delante de mí la cabeza de mi caba­llo.

16 de noviembre de 1842.

Llega a Santa Marta la expedición encargada de t ras­ladar los restos del Libertador a Caracas; y encuentra en aquel puerto al bergantín de guerra inglés "Albatros", al mando del capitán Y o r k ; y el de guerra holandés, al del comandante Jórk.

La tradición y la historia conservan el recuerdo de los suntuosos funerales celebrados en honra del Libertador y con motivo de la traslación de sus restos a su ciudad natal, que el Héroe, más generoso que Escipión, había fijado en su testamento como lugar de su descanso definitivo.

E n la descripción que de aquel acto hizo nuestro dis­tinguido literato Fermín Toro, se leen estos brillantes pá­rrafos :

"Los honores públicos decretados por la Representación Nacional a la memoria del Libertador, y la inefable efu­sión de sentimientos exaltados y generosos que esto ha pro­ducido en las masas populares, confirman por la experien-

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cia dos verdades que la razón anticipa. La primera, que el mérito eminente de un individuo, trasciende por todos los rangos de la sociedad, ofreciendo en el concierto de admira­ción, respeto y amor que infunde, el más hermoso símbolo de la armonía de las leyes morales y de su perfecta unidad; la segunda, los grandes hombres jamás son ellos mismos oídos en el tribunal que los juzga-; su voz es la fama; su defensa sus hechos, y su gloría más pura la postuma. A semejanza del viajero que puesto al pie de una montaña sólo ve sus más humildes collados, y apartándose de ella descubre la cima elevada y majestuosa donde posan las nubes y arde el rayo ; así los pueblos dejan alejar sus héroes para con­templarlos mejor, y poder en calma, sin prestigios ni alu­cinaciones, medir su estatura, admirar su grandeza y consa­grar a su nombre el blasón de la inmortalidad".

" . . . . B o l í v a r , hijo de la tempestad, impetuoso como ella, y como el hado inexorable, vio la sociedad conmoverse para buscar nuevos destinos, atrájola con su prestigio, habló­la como profeta, y con potestad suprema la guió en las dos grandes obras de las revoluciones humanas : destruir y re­edificar. Escenas de tremenda grandeza en que es inmenso el terror e inmensa la esperanza! Allí sonó el alarma que conmovió todo el mundo ; allí se levantó cruento el altar de los sacrificios: allí recibió su misión el Hombre Liberta­dor; y allí se vieron en pos de su carro vengador los ins­trumentos de ruina. ¿ Quién es grande en estos días ? ¿ Quién es alto como el cedro y fuerte como la roca para resistir, dominar y serenar la tormenta? E n esta confusión de ele­mentos, en estos tumultos y combates, la justicia se hace fuerte, la fuerza triunfa y el triunfo es cruel. El pobre es rico en su sueño de venganza; el oprimido oprime pidiendo desagravio, y el mérito y los servicios no reciben sino arre­batan su recompensa. El esclavo encadena a su señor, tiem­bla el Juez ante el reo que condenara, y la multitud beoda en su tr iunfo arrastra al matadero a sus antiguos tiranos.

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Allí hay venganzas fieras, acciones heroicas, sacrificios que asombran por la fuerza de alma que suponen: allí es subli­me la virtud y también sublime el cr imen!"

17 de noviembre de 1815.

Combate en la Villa del Norte, en la Isla de Margari ta entre el general patriota Juan Bautista Arismendi y el co­ronel realista D. Joaquín Urreiztieta, quien es derrotado.

Ent re los trabajos que guarda inédito el autor de es­tos apuntes hay un libro donde bajo el nombre: Siluetas Heroicas, ha condensado en breves rasgos la vida y los he­chos de los principales campeones de la Independencia Na­cional. La página consagrada a Arismendi dice lo que si­g u e :

Este ha llegado a ser el héroe por antonomasia de Mar­garita. A su nombre se asocia el de su segunda mujer, Luisa Cáceres de Arismendi, una de las más altas represen­taciones del heroísmo femenino en la América del Sur.

La vida pública de Arismendi, desde 1810 en que co­menzó a prestar sus servicios a la República, hasta sus úl­timos años, está llena de los más variados e interesantes episodios, que formarían la urdimbre de curiosa novela dra­mática, o por mejor decir, de conmovedora tragedia, por los sangrientos episodios que en ella se desarrollan. Nuestro enorme escritor Juan Vicente González lo presenta, en la Biografía de José Félix Ribas, "como una máquina de tor­mento, sin ninguna piedad en su alma de bronce; insensible a la hermosura y al dolor, corazón de hiena, inaccesible y solo entre cadalsos y espectros; ser excepcional y desgra­ciado que no probó nunca la dulzura de una lágrima de compasión, que no supo nunca sentir y perdonar".

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Evidentemente este juicio es apasionado e injusto. Aris-mendi fué duro porque duros fueron los tiempos en que vi­vió y hondos los resentimientos acumulados en su pecho contra los opresores de su patr ia ; contra los que hicieron apurar a los suyos acíbar de amarguras. No a todos los espíritus les es dado, como a Fray Luis de León, tender con él, decíamos ayer, manto de perdón y de olvido sobre cinco años de duro cautiverio.

Leyendas populares han contribuido también a rodear de un halo de sangre la figura de Arismendi. Refieren crónicas callejeras que en los días más crudos de la guerra a muerte, cuando eran más violentas las persecuciones con­tra peninsulares y canarios, como algunos de estos últimos procuraran hacerse pasar por criollos, para sustraerse a la dura suerte que les esperaba, Arismendi los hacía compa­recer a su presencia y les interrogaba:

•—¿Usted, de dónde es? —De aquí. —Diga naranja. —Naraja. Y el pobre hijo de las Islas Afortunadas salía conde­

nado por las deficiencias de su nativa pronunciación.

18 de noviembre de 1868.

Muere en el vecino pueblo de El Valle el general José Tadeo Monagas, Ilustre Procer de la Independencia, na­cido en las riberas del río Amana, cerca de Matürín, el 28 de octubre de 1784.

Los servicios de Monagas a la causa de la Indepen­dencia fueron muchos y valiosos. Elegido Presidente Cons­titucional de Venezuela en el proceso eleccionario de 1846,

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las circunstancias lo llevaron a la jefatura del partido po­lítico llamado a enfrentársele al que desde 1826 se había adueñado de la República. Su vida y sus acciones siguen las varias y contradictorias opiniones de los que con respec­to a él ejercen las funciones de juzgadores; pero, como ya se dijo, la historia para ser imparcial tendrá que confesar que si Monagas cometió faltas durante el tempestuoso epi­sodio de su magistratura las responsabilidades que de ellas se deriven hay que distribuirlas equitativamente entre el poder que amenazado se hizo violento y los que con sus in­temperancias provocaron hechos escandalosos como el 24 de enero, que todo patriota deplora y condena.

Sobre Monagas dijo Ricardo Becerra, una alta menta­lidad, que : sintió con f ¡terca, obró con energía y en los lan­ces de la acción, ya como guerrero, ya como magistrado o simple ciudadano, puso su pensamiento en entidades siempre augustas: la Patria, la Libertad, el Orden, la Familia y el Trabajo.

Monagas era hombre de apuesto continente y de cos­tumbres austeras. Sobre su vida, y su carácter, conocemos muchos episodios, entre ellos el siguiente, que nos refirió nuestro recordado amigo el doctor Marco-Antonio Saluzzo, quien, muy joven, estuvo empleado como escribiente en la secretaría de aquel hombre público, a la sazón Presidente de Venezuela.

Había llegado de Barcelona a la casa del rincón de San Pablo, morada particular del Pr imer Magistrado, un posta que traía correspondencia en la cual se anunciaba que por aquellas regiones se preparaba un movimiento revoluciona­rio, Monagas llamó a Saluzzo y le di jo:

Escriba una carta para el general Sotillo y dígale (tal y cual cosa) y que al que saque la pata se la corte.

Saluzzo escribió lo que se le dijo, pero se valió de una circunlocución para expresar lo de la pata, que no le pareció correcto. Al llevar la carta a Monagas éste, contra su eos-

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tumbre, la firmó sin leerla. Con honrada intención Saluzzo le advirtió.

— N o la ha leído, General. Monagas se caló los anteojos, recorrió la misiva, ad­

virtió la omisión, se dio cuenta del acierto con que su escri­biente había procedido, pero, para no quebrantar la discipli­na le dijo con arrogancia:

— B u e n o : cierre la carta y entregúela; pero en otra ocasión haga siempre lo que yo le mando.

19 de noviembre de 1872.

E l general Antonio Guzmán Blanco, Presidente de la República, decreta que los estudios de matemática se hagan en la Universidad.

Muchas veces, en el transcurso de estas efemérides, apa­recerá el nombre de Guzmán Blanco, personalidad desco­llante en los fastos de la vida nacional.

Alguien dijo—y lo dijo con justicia,—que si la libertad no debe nada a Guzmán Blanco, en cambio el progreso le debe mucho. La razón de este fenómeno la encontraría un sociólogo con sólo demostrar que la libertad, como el honor, no son virtudes traslaticias; y por tanto no se poseen como obsequio o galardón, sino por cualidades intrínsecas de co­lectividades e individuos que ofrecen permanente holocaus­to ante el ara de estos dioses tutelares de la patria y del hogar.

Sería injusto negar que Guzmán fué un hombre aman­te de las letras; y que a su inteligente iniciativa y a su ca­rácter enérgico y tenaz debe mucho la enseñanza, así pri­maria y secundaria como superior y científica. Allí están

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para comprobarlo el decreto de 27 de junio de 1870, sobre instrucción pública gratuita y obligatoria; y el de 12 de setiembre de 1874 sobre reorganización y ensanche del plan de estudios de la Universidad Central.

El siempre recordado doctor Adolfo Ernst , en un re­sumen que hace sobre la influencia protectora de Guzmán Blanco en las letras, dice:

"La colección de documentos relativos a la cuestión lí­mites con la Nueva Granada, los catorce volúmenes de los documentos para la historia de la vida pública del Liberta­dor, la serie de tomos que han empezado a salir de las Me­morias del general O'Leary, la creación de la sección de Historia Patr ia en el Ministerio de Fomento, son otras tan­tas muestras elocuentes del auge en que están los estudios históricos, y justifican la bella palabra de un estadista nor­teamericano, cuando dice que un pueblo se honra a sí mis­mo con la investigación de su historia".

Terminamos este "día" con un cuento festivo sobre el tópico de la enseñanza:

Cierto maestro de escuela, llamado Poncio Martínez, ad­vertido de que sus discípulos lo nombraban con el "apela­tivo" del célebre Gobernador de Judea, les dio soberana cue­riza, con la advertencia de que castigaría ejemplarmente a los que repitieran el burlesco epíteto. El día en que fun­cionó el látigo había ingresado en el plantel un chiquillo, que presenció la "hecatombe", aunque sin participar de ella, en gracia de ser primerizo. Llegados los exámenes, y ya en el de la doctrina cristiana, el examinador mandó a éste que rezara el Credo; pero el muchacho, a quien había hecho pro­funda impresión la amenaza del dómine, se detuvo indeciso en el lugar, donde el Símbolo Apostólico dice: padeció bajo el poder de Poncio. ...; y no atreviéndose a decir Pilatos, miró con angustia al examinador, y concluyó compungido: Bajo el poder de Poncio. . . . de Poncio. . . . del señor Pon­cio Martínez!

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20 de noviembre de 1872

El general S. Briceño y P . Briceño Palacios, deudos del Libertador, regalan al distinguido escritor don Arístides Ro­jas la obra en dos tomos: "Memorias de Santa Elena", que su autor, el Conde de las Casas, había dedicado en 1826 al Libertador de Colombia.

Arístides Rojas, al agradecer el valioso obsequio, que se le hacía como demostración de gratitud por la inteligente cooperación prestada por él para el mayor esplendor de las íestividades celebradas el 28 de octubre de aquel año, se ex­presa as í :

"Esta prenda histórica que jamás pensé poseer, tiene para mí valor inapreciable, no sólo por la caballeresca espon­taneidad con que me ha sido enviada, y el recuerdo que ella conmemora, sino también por el célebre autógrafo que la acompaña. Cuando el Libertador leía por la primera vez la triste historia del cautiverio de Napoleón, ya había termi­nado en América su misión providencial y principiaba a descender entre la algazara de los partidos y los ladridos infernales de la calumnia. Parece que el Conde de las Casas, al presentar a Bolívar las revelaciones íntimas que acababa de publicar sobre el Prometeo de Santa Elena, y al aproximar en su dedicatoria las dos grandes figuras del siglo X I X , presentía los amargos días del Prometeo de San­ta Marta. He aquí dos genios hermanados en la gloria, hermanados después en el infortunio, y conducidos en triun­fo en una misma época—1841-1842—al Panteón de la His­toria, por la justicia de los pueblos".

El Libertador fué, sin duda, un gran lector. Las pro­clamas y demás documentos de su primera época prueban que conocía las obras clásicas griegas, latinas y france­sas. Posteriormente los libros de su biblioteca se refieren a asuntos militares, políticos e históricos. Introducción al Estudio de la Política; Descubrimiento de América; Dic-

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cionario de Hombres célebres; Decadencia de la República Romana; Hombres Ilustres, de Plutarco; Historia de Na­poleón; Servicio de las Tropas en Campaña, etc.

Buena muestra de las aptitudes de este Grande Hombre para la crítica literaria en su carta a Olmedo, sobre el Canto a Junín. El juicio que sobre este canto emite es magistral, con la circunstancia notable de que sobre el mismo asunto escriben Andrés Bello y José Joaquín de Mora.

Al hablar de la afición del Libertador por los libros, cuentan antiguas crónicas que al llegar el Héroe, enfermo de cuerpo y espíritu, a la Quinta de San Pedro Alejandrino, como viera una pequeña biblioteca en la sala de dicha fin­ca, preguntó a su dueño, el señor Mier :

— ¿ Q u é obras tiene usted aquí? —Pocas, General; mi biblioteca es muy pobre. Bolívar echa una ojeada a los anaqueles y exclama: —Pobre , y tiene usted aquí en dos libros, la historia

de la humanidad: Gil Blas; el hombre como es : el Quijote, el hombre como debiera ser.

21 de noviembre de 1832.

Rinde exámenes el primer bienio de la Academia de Matemáticas, y obtienen el calificativo de sobresalientes los jóvenes Blas Bruzual, Rafael María Baralt, Olegario Me-neses, Salvador Rivas, Juan José Aguerrevere, Manuel Ma­ría Urbaneja, Benigno Rivas y Alejandro Ibarra.

La mayoría de estos nombres figuran dignamente en las ciencias, en el profesorado, en las letras y en las a r tes ; pero nuestros oídos conservan, como eco armonioso de la lira de Orfeo, el de Rafael M" Baralt, mago de la pluma, quien, desde sus días iniciales, cuando a los veinte años es-

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cribió la introducción al folleto: "Documentos militares y políticos relativos a la campaña de vanguardia dirigida por el Excelentísimo señor General en Jefe Santiago Marino, publicados por un Oficial del Estado Mayor del Ejército", hasta que legó a su patria, y a los pueblos de habla hispana la incomparable obra : Resumen de la Historia de Venezuela, revela que bien puede competir, por lo acertado de los jui­cios y la belleza incomparable de la dicción, con los Sa-lustios y Tito Livios, los Colomas y Moneadas, los Maria­nas y Melos.

Es a los hombres como Baralt, que llevaron a pueblos orgidlosos y antiguos la soberanía de su ingenio y el mágico artificio de su estilo, a quienes debe Venezuela el renombre ique conserva entre las naciones civilizadas del viejo y del nuevo continente. En la Gran República de las Letras, cu­yo poderío es ilimitado, vivirán perpetuamente esos magní­ficos ejemplares del pensamiento nacional.

La Academia de Matemáticas se instaló en Caracas ba­jo la dirección de Cajigal, en 1831; pero, al remontarse a la historia de este ramo de las ciencias en nuestro país, hay que recordar a don Nicolás de Castro Alvarez Maldonado For-mentosa y Samaniego, natural de Ciudad-Rodrigo, coronel de Ingenieros, con mando de un Batallón de Caracas, quien estableció en su casa de habitación, marcada hoy con el nú­mero 1, calle Oeste 2, una Academia de Geometría y Fort i ­ficación para los oficiales y cadetes de la fuerza a sus ór­denes. Dicha Academia comenzó a funcionar en 1760; los textos fueron redactados por el coronel Castro y se encuen­tran inéditos en poder de su bisnieto el doctor José Cecilio de Castro, quien ha tenido la galantería de mostrárnoslos. También el maestro Rafael Acevedo, Meneses y Aguerre-vere, fueron con Manuel María Urbaneja, y posteriormente Agustín Aveledo, mentores de la juventud, en cuyo espíritu pusieron don de sabiduría, de piedad y de consejo.

E L D Í A H I S T Ó R I C O 81

Siempre será labor honrada y buena sacar del olvido la memoria de algunos compatriotas beneméritos que fue­ron nuestros antecesores en el tiempo y en la vida.

22 de noviembre.

Tal día como este, 1786, nació en Pedernales, juris­dicción de Güigüe, José Cecilio Avila cuyo nombre recor­darán siempre la iglesia y la letras venezolanas.

Su biógrafo, Juan Vicente González, nos lo presenta desde la más tierna infancia preparado para su noble des­tino. Descendiente de una raza fuerte y sencilla al propio tiempo, en la cual se aunan las más altas cualidades a las más simples virtudes, Avila encontró en el hogar la gene­rosidad, la nobleza y la alegría, dones que reunió en sí y que supo con exquisita gracia difundir en los demás.

Huérfano de madre desde los más tiernos años, la tris­teza que esta desgracia le produjo lo decidió a consagrarse a Dios, en la carrera del sacerdocio, para la cual tenía decidi-dida inclinación. E n efecto, bajo la dirección de afamados profesores hizo los estudios reglamentarios y el 10 de agosto de 1811 recibió las sagradas órdenes de manos del Ilustrí-simo señor doctor Narciso Coll y Prat , que amaba al joven estudiante y lo había alentado a coronar su carrera.

Del estudio que sobre este sabio y virtuoso levita hizo su biógrafo ya citado copiamos estos hermosos conceptos:

"Tenemos aquí una vida constantemente pura, exenta de ambición y aspiraciones, encerrada toda en la adquisición de conocimientos sagrados, en la formación y educación in­terior de su talento natural, y en la enseñanza pública. Nin­guno de estos extravíos, de estas tempestades que se dejan percibir en la juventud de los grandes hombres, se entrevé

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en la de Avila: ninguna variación se hace temer ni sentir. ¡Juventud feliz eme va a prolongarse con todo su fuego e integridad en la edad madura! ¡ Perseverancia y uniformidad ardiente que se mantuvo al abrigo de toda caída y de toda sospecha, que se percibe y traspira en cuanto dice y enseña, y que va a asegurarle en el orden moral y eclesiástico una autoridad que nadie superará en el país".

Avila fué de los que acompañaron al doctor Vargas en la organización de la Universidad, en la cual desempeñó algunas cátedras. También fué miembro de la Legislatura Nacional.

Su vida, consagrada por entero a la religión, a la patria y a las ciencias terminó suave y noblemente en Caracas, el 24 de octubre de 1833.

E n el Museo particular del finado Witzke tuvimos opor­tunidad de ver el busto de Avila, hecho en Roma por el célebre artista Salvador Revelli; y en no recordamos que otro lugar el mármol que en el presbiterio de las Monjas Concepciones cubría los restos de aquel sacerdote: dicho mármol tenía grabada la siguiente inscripción, compuesta por el Ilustrísimo señor Mariano Fernández For t ique:

Ossa Josephi Caecilli Avila

Sacerdotis qui die X X V octobris anno M D C C C X X X I I I

vita decessit hic condita denuo lumen resurrectionis espectant.

23 de noviembre.

Entre los heroicos llaneros que contribuyeron con sus esfuerzos a la emancipación de Venezuela, y de la Gran

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Colombia en general, figura el heroico Francisco Carvajal, conocido con el nombre de "Tigre Encaramado", quien, se­gún la tradición, peleaba con dos lanzas, una en cada mano, y regía con los dientes las riendas de su cabalgadura.

Pertenecía Carvajal a aquellos centauros de la Pampa, domeñadores de la naturaleza y de los hombres, que toma­ban flecheras a nado y realizaban en nuestro suelo las ha­zañas mitológicas de los héroes de la Grecia. La historia ha conservado los nombres esclarecidos de Aramendi y Car-mona, Rondón y Mina, Paredes e Infante, Figueredo y Ca-mejo, Mujica y Farfán, que a las órdenes de Páez escribie­ron para nuestros anales militares las páginas más brillantes de la epopeya suramericana.

Francisco Carvajal nació, a lo que parece, en Aragua de Barcelona. Sobre su muerte nos ha dejado Landaeta Ro­sales la siguiente relación, que, según dice, oyó de los labios del respetable anciano don Miguel Méndez, vecino de la Pascua.

" E n marzo de 1853 me encontraba en la casa del hato de don Dámaso Díaz, situado en Tabaco, jurisdicción del pueblo de Espino, cuando llegó allí un talabartero llamado Pablo Preto, quien, en conversación sobre acontecimientos de la guerra de independencia nos refirió que no había sido patriota y que sus servicios los había prestado a la cau­sa del rey ; que se encontró en la batalla de Aragua de Bar­celona a las órdenes del general Francisco Tomás Morales, mandando un píemete de caballería, con el grado de alférez; que cuando los realistas invadieron una parte de la población lo mandaron a entrar por una bocacalle con su gente; que al llegar a aquel punto se vieron atacados por un jinete armado de lanza, quien en el primer choque les mató un soldado; que en sucesivos ataques puso fuera de combate otros indi­viduos ele tropa, sin que se consiguiera matarlo, pues bara­jaba los lanzazos con sin igual destreza; que si ágil y diestro era el jinete no lo era menos el caballo; que aquel hombre

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no peleaba como gente sino como fiera; que viendo que a lanza no podían rendirlo ordenó a sus carabineros que le dieran una descarga; que así lo hicieron; que herido gra­vemente el jinete retrocedió y cayó a poca distancia; que co­rrieron hacia él para acabar de matarlo, y que así tan he­rido se hincó lanza en mano y mató dos soldados antes de que lo remataran".

Ese hombre era Francisco Carvajal, el famoso "Tigre Encaramado", cuyo busto se alza en Aragua de Barcelona como un homenaje de la Patr ia a los invictos hechos con que contribuyó a su emancipación.

24 de noviembre de 1786.

Nace en el pueblo El Consejo, del hoy Estado Aragua, José Rafael Revenga.

Don Ramón Azpurúa, en la página 318, tomo IV de las Biografías de Hombres Notables de Hispano-América, dice que Revenga vio la luz el 24 de diciembre de 1781; pero este error quedó subsanado con el documento que publicó el doctor Rafael R. Revenga en el número 2594 de "El Nuevo Diario", correspondiente al 23 de marzo de 1920, y que copiado a la letra dice así

"El Ber. Dn. Jph Antonio Savino Gómez, Cura en pro­piedad de la parroquial de N. S. del Buen Consejo—Certi­fico en el mejor modo que puedo y debo para que conste a los señores que la presente vieren, como en uno de los li­bros Parroquiales de mi Cargo en que se hasientan las par­tidas de Bautismos de los hijos de Españoles que nacen en esta feligresía, al folio 21 , se halla uno que su tenor es co­mo sigue.—"En treinta días del mes de noviembre del año de 1786, Yo, Dn. Domingo del Castillo Cura Propio del

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pueblo de N. S. del Buen Consejo bautisé solemnemente, puse Santo Olio y Chrisma y di vendiciones según el ritual romano, a un niño que nació el día 24 de dho. mes y año. a quien puse por nombre Jph. Rafael, hijo legítimo de Dn. Jph. Revenga y de Da. Margarita Hernández, de este ve­cindario, fué su padrino Dn. Jph. Rafael Revenga a quien advertí el parentesco espiritual y sus obligaciones, y para que conste lo firmo.—Domingo del Castillo". Concuerda esta partida con su original que queda dho. libro y archivo de mi cargo la que va fiel y legalmente copiada y ha eya me remito en todo tpo., y ha pedimento de parte legítima he dado y doy la presente firmada de mi puño, en este referido pueblo, en doce días del mes de octubre del año de mil ochocientos. Vt supre.—Jph. Antonio Savino Gómez".

Revenga comenzó a prestar sus servicios a la causa de la Independencia desde el 19 de abril de 1810, en que la Junta Suprema de Caracas lo invistió con el carácter de Comisionado cerca del Gobierno de Washington. Luego fi­guró como Secretario de Bolívar en la Campaña del Mag­dalena ; después volvió a los Estados Unidos en una segun­da misión, y a su regreso, en 1817, se incorporó en Angos­tura al grupo de los patriotas que con el Libertador traba­jaban por la independencia de Venezuela.

E n esta ciudad Revenga colaboró en el Correo de El Orinoco que tan útil fué a la causa de la emancipación. El Libertador que lo apreciaba por su inteligencia y activi­dad lo empleó en el Gobierno Provisional como Secretario del Inter ior ; y, al salir a campaña, lo llevó a su lado como Secretario General, cargo de alta confianza que habían de­sempeñado Briceño Méndez y José Gabriel Pérez.

Cuando la suspensión del Armisticio fué designado para que, acompañado de un Jefe español, lo comunicara a las Divisiones del Ejército republicano que obraban en diver­sos puntos de Venezuela; luego pasó a España en misión

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de paz cerca del Gobierno de Madr id ; y más adelante fué a Londres para el arreglo de asuntos fiscales.

Reseñar la vida de Revenga es historiar la de la Gran Colombia. Su biógrafo dice que gozó de respeto y estima­ción entre sus conciudadanos y que murió en ejemplar y m e ­ritoria pobreza.

25 de noviembre de 1830.

Corresponde a las efemérides de este día un hecho po­lítico que tuvo en su época notable trascendencia, y que to­davía se presta a comentarios e interpretaciones. Nos refe­rimos a la expulsión del Ilustrísimo señor doctor Ramón Ig­nacio Méndez, Arzobispo de Venezuela.

Nació este preclaro varón en Barinas hacia 1780; fue­ron sus padres don Antonio Méndez y doña Gertrudis de la Bar ta ; cursó estudios filosóficos y Sagrada Teología en las Universidades de Mérida y de Caracas; se afilió desde joven al movimiento revolucionario del 19 de abril de 1810; contribuyó al triunfo de la Revolución Emancipadora, a la que sirvió siempre con lealtad y energía; fué diputado al Pr imer Congreso de Venezuela en 1811; al de Cúcuta, en 1821; a los Constitucionales de Colombia, de 1S23 a 1826. E n este último, y en discusión sobre la edad en que debían hacerse los votos religiosos, su mano se imprimió irascible sobre el rostro de un colega. El Senado de la Gran Repú­blica lo expulsó de su seno en 1826; el Gobierno de Colombia lo presentó a la Santa Sede para la Mitra de Caracas y Ve­nezuela en 1827; se consagró en Mérida en 1828 y tomó posesión de su cargo el 12 de marzo de ese mismo año. E n 1830 fué expulsado de Venezuela por su negativa a jurar la Constitución de la República; y en 1836 por no haber

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querido dar institución canónica a los prebendados que el Gobierno había presentado.

Estos múltiples y variados incidentes de aquella in­teresante vida demuestran que había algo de violento en el carácter del Arzobispo; pero evidencian al propio tiempo un fondo de honradez y de austeridad que lo obligaba a pro­testar siempre contra todo aquello que a su entender vulne­rara los fueros de la verdad, los derechos de la Iglesia o el decoro del alto cargo con que se encontraba investido. L a indignación es propia solamente de los caracteres rectos y de las rectas voluntades. Jesús mismo se llenó de santa cólera contra los mercaderes que profanaban el templo.

El 6 de agosto de 1839 terminó su existencia en una población cercana a Bogotá el Ilustrísimo señor doctor Ra­món Ignacio Méndez. E n la Pastoral que para despedirse de sus fieles escribió en Villeta—lugar donde murió el 14 de julio de aquel mismo año, dice:

"Ausente de vosotros con el cuerpo, pero presente por­que os llevamos a todos en el corazón, sois también nuestro objeto más amado, y el que nos ocupa con mayor ternura en las circunstancias en que nos hallamos, postrados por una enfermedad, aguardando el momento de salir de la man­sión de la tierra. Quisiéramos poder decir con el Apóstol cu pió dissolvi et essc cuín Cliristo; pero a una inmensa dis­tancia de aquel grande Santo, más bien repetimos con Da­vid cor contritum ct humiliatiim, Deus, non despides. Al pronunciar estas palabras elevando nuestro corazón compun­gido a los pies del Juez Eterno, no podemos dejar de sa­tisfacer a los ardientes deseos de nuestro corazón, dirigién­doos la palabra por última vez, para llenar nuestro minis­terio, mientras el Señor nos concede el uso de las potencias con que nos enriqueció y para daros en el postrer mo­mento una prueba de nuestro amor".

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Por decreto ejecutivo de 11 de febrero de 1876 se or­denó la traslación al Panteón Nacional de los restos de aquel meritorio ciudadano, que combatió como bueno por la Religión y por la Patria.

26 de noviembre de 1843.

Muere en Caracas, donde había nacido el 27 de setiem­bre de 1772, don Martín Tovar Ponte, hijo segundo del Conde de Tovar, y uno de los proceres de la Independencia venezolana.

Por demasiado conocido no reseñaremos los servicios que prestó este distinguido compatriota a la causa de nues­tra Emancipación política; pero, en homenaje a sus cua­lidades de civilizador, sí recordaremos que a su noble inicia­tiva se debió, en 1842, la instalación de la Caja de Ahor ros ; que fué el que sirvió de fiador a Codazzi cuando necesitó de este requisito para obtener que el Gobierno le adelantase Ja cantidad ofrecida como auxilio para publicar en Europa el Resumen de la Geografía de Venezuela y el Atlas de la misma República, importantes obras con las cuales enrique­ció la Bibliografía Nacional aquel distinguido Coronel de Ingenieros que tan buenos servicios prestó a nuestro pa ís ; y que los terrenos de la colonia Tovar fueron generosamente donados por don Martín, cuyo nombre se conserva reveren­ciado en aquel risueño lugar.

E n noviembre de 1843 visitó la recién fundada Colonia el Arzobispo de Caracas y Venezuela Illmo. señor Ignacio Fernández Peña, quien administró a los colonos los sacra­mentos de confesión, comunión y matrimonio. E n la mesa brindó el coronel Codazzi por su Ilustrísima; por el general Páez ; por el general Soublette, que desempeñaba la Presi-

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dencia de la República; y por don Mart ín Tovar. E n ho­nor de este patricio, cuya efigie adornaba el comedor, uno de los concurrentes, el doctor Medina, improvisó la siguien­te cuarteta:

Brindo por este retrato Digno de eterna memoria, Al venezolano gra to : Martín es grande en la historia.

Y otro de los invitados, el Reverendo Padre Peñacerrada, tomando pie de este último verso, d i jo :

Cuando el hombre es liberal Reparte con ambas manos Sus bienes a los hermanos Que le dio el Ser divinal. Si en el mundo terrenal Esto es digno de memoria ¿Cuánta no será la gloria Del que a Cristo dio su manto? Los siglos dicen por t an to : Martín es grande en la historia.

Ya no quedan colonos de los que trajo de Alemania el coronel Codazzi para poblar los terrenos patrióticamente regalados por don Mart ín Tovar Pon te ; pero en ese rincon-cito de la riente Aragua, llamada por Humboldt el Jardín de Venezuela, los descendientes de los viejos habitantes venidos de Germania, guardan, junto con sus sencillas costumbres ancestrales, muchas de las leyendas del Rhin, con las cuales entretienen a sus pequeñuelos cuando, a la hora del atarde­cer, las sombras de la noche se extienden lentamente por el valle y la montaña, como una invitación de la naturaleza a la paz y al reposo.

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27 de noviembre de 1820.

Bolívar y Morillo se encuentran en el hoy célebre pue­blo de Santa Ana, al día siguiente de haberse firmado, por los comisionados al efecto, los Tratados de Armisticio y de Regularización de la Guerra, aprobados en el lugar mismo donde, siete años antes, se había dictado la terrible proclama, indebidamente llamada Decreto de Trujillo.

Después del tratado, escribe Larrazábal, "Bolívar y Mo­rillo tuvieron una entrevista que se verificó en el pueblo de Santa Ana, a la mitad del camino entre Trujillo y Ca­rache, donde, respectivamente, se encontraba el Cuartel Ge­neral de los Jefes contendientes. Morillo, eme llegó primero, salió a recibir al Libertador hasta las afueras del pueblo. Al avistarse, ambos Jefes descendieron de sus cabalgaduras y se dieron estrecho abrazo. E n la frugual comida que se había preparado para amenizar aquel acto reinó la ma­yor cordialidad. El General español propuso que se consa­grara en aquel sitio un monumento que perpetuara la dulce memoria de aquel día; y que la primera piedra fuera colo­cada por él y el Presidente de Colombia, como en efecto se hizo".

E n la mesa se pronunciaron los correspondientes dis­cursos. Bolívar brindó por la heroica firmeza de los com­batientes de uno y de otro ejército; por la constancia, su­frimiento y valor de que habían dado ejemplo; por los que habían muerto gloriosamente en defensa de su patria o de su gobierno; por los heridos de ambos ejércitos, eme habían mostrado la mayor dignidad, intrepidez y carácter; y ter­minó diciendo: Odio eterno a los eme deseen sangre y la derramen injustamente. Morillo contestó: Castigue el cielo a los que no estén animados de los mismos sentimientos de paz y amistad que nosotros.

Como se sabe, entre los comisionados por parte de Co­lombia para celebrar estos Tratados estaba Antonio José de

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Sucre, aquel alto espíritu magnánimo, cuya influencia se de­jó sentir siempre beneficiosa cuando se trató de acallar las pasiones o de atemperar, en lo posible, los rigores de la lu­cha. Su nombre aparece asociado a las más hermosas pá­ginas de la Independencia, entre ellas la Regularización de la Guerra y la capitulación de Quinúa, que será siempre, como dijo el Libertador, un bello monumento levantado a la magnanimidad del egregio vencedor en Ayacucho.

Pero donde culmina la gloria de aquel espíritu incom­parable es en la respuesta que da a los que le preguntan— después de la acción del Pórtete de Tarqui—por qué envía a La Mar las mismas condiciones que anteriormente le había propuesto:

Porque la justicia de Colombia es la misma antes que después de la victoria.

28 de noviembre de 1810.

Combate en Coro entre el general republicano Francis­co Rodríguez del Toro y el jefe realista don José Ceballos, quien, con poco esfuerzo, resulta triunfador.

Nuestra revolución de Independencia, antes de conver­tirse en el Minotauro que devoró miles de vidas y cuantio­sas riquezas, fué un movimiento apacible, de tendencias fi­losóficas, contrario a toda violencia, que aspiraba a la fra­ternidad y al respeto a la virtud y al honor, como reza el epinicio nacional.

Casi todas las secciones de la entonces Capitanía Gene­ral de Venezuela aceptaron y siguieron el ejemplo que Ca­racas dio; pero Maracaibo, Guayana y Coro, lejos de reco­nocer el Gobierno del 19 de Abril persistieron, no sin razón, en mantenerse fieles a la Monarquía española, cuya auto-

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rielad dijo acatar la J U N T A SOSTENEDORA DE LOS DERECHOS DE FERNANDO V i l " .

Como don José de Ceballos, Gobernador de Coro, ha­bía contestado a los comisionados de la Jun t a : que el pue­blo no se metía en nada, ni sabía nada de aquellos embro­llos que maliciosamente le inspiraban cuatro magnates, y co­mo además había remitido presos a Maracaibo a los dichos comisionados, el Gobierno de Caracas resolvió apelar a las armas, y ordenó el levantamiento de un ejército para so­meter a los rebeldes.

Y efectivamente se reunió un ejército de más de cua­tro mil hombres, del cual podía decirse lo que ochenta y dos años después dijo Rafael Bolívar, de otro que se reu­nió en tierras de Aragua :—Que era el más grande y más pacífico levantado en Venezuela.

Tocó a don Francisco Rodríguez del Toro, cuarto Mar­qués de ese nombre, y para entonces Coronel del Batallón de Milicias de Blancos de los Valles de Aragua, comandar el Gran Ejército Expedicionario de Occidente. La historia nos dice como regresó a Caracas ese ejército, cuyo Jefe de gallardo valor personal, si no del todo experto en las lides de Marte, se veía cohibido por la indecisión e incertidum-bre que reinaba en aquellos tiempos, bautizados con el nom­bre de : "La Patr ia Boba".

La musa realista de aquellos días había previsto el fracaso de la expedición en aquellos versos eme comienzan:

Ese toro de Caracas H a dado un fuerte bramido, Y en él nos ha prometido Que habrá de acabar con Coro. Ya prevenido tenemos Toreador, jinete y sillas, Garrochas y banderillas Para que el toro esperemos.

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29 de noviembre de 1881.

Celébrase dignamente en Caracas el primer centenario del nacimiento de Andrés Bello. Príncipe de los Poetas del Nuevo Mundo, y uno de los mayores publicistas que ha producido la América Hispana.

La capital de Venezuela, que meció la cuna de este va­rón esclarecido, consagró a su memoria suntuosos festejos ele carácter literario. Casi todos los hombres de letras de aquella época escribieron loas en homenaje al Cantor de la Zona Tórrida, cuyo nombre se pronuncia con admiración y respeto no sólo en las naciones de habla castellana sino en ios pueblos todos del mundo civilizado. Arístides Rojas, Felipe Tejera, Marco-Antonio Saluzzo, Agustín Aveledo, Eduardo y José Antonio Calcaño, Rafael Seijas, Vicente Coronado, Antonio Leocadio Guzmán, Pedro Arismendi Brito, Heraclio Martín de la Guardia, Diego Jugo Ramírez, Tomás Mármol, y otros muchos escritores, engalanaron los Diarios y Revistas de aquellos días con versos y prosas de­dicados al más esclarecido de sus compatriotas en el campo de las letras.

En la Iglesia de Altagracia celebróse conmovedor e imponente acto, dispuesto por el Ilustrísimo Señor Doctor José Antonio Ponte, Arzobispo de Caracas. Terminada la misa de Réquiem, en la cual tomó parte una excelente or­questa con acompañamiento de voces, entre las cuales desco­llaron las de los artistas señoras Mercanti y Fiorellini y señor Dragoni, procedióse, por diecisiete niñas que representaban a España y a las Repúblicas americanas, a exornar con guirnaldas la pila donde recibió Bello las aguas del bautis­mo. Representaron a España y a Venezuela las señoritas Carlota y Mercedes Guzmán Iba r ra ; a Colombia, Ecuador, Ferú , Chile, República del Plata, México, Repúblicas de Centro América, etc., Luisa Vallenilla, Ana Luisa Ibarra, Sofía Boulton, Isabel Stelling, Dolores y María Eraso, Bebi

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Róhl, Enriqueta y Emilia Oropesa, Sofía Carranza, Isabel y María Luisa Rodríguez, Francisca Calcaño, María Hell-mund y María Teresa Urbaneja.

Un grupo de jóvenes de los diversos Colegios de la capital también depositaron coronas en aquel acto, en el cual hicieron acto de presencia el Presidente de la República, los miembros del Gabinete, el Gobernador del Distrito Fe­deral, el Comandante de Armas y una lucida delegación de todos los gremios sociales.

La apoteosis terminó con el discurso del Canónigo Ma­gistral doctor Ladislao Amitesarove.

La fiesta de Altagracia fué preparada por el doctor Agustín Aveledo, con la decidida cooperación del Cura de aquella parroquia, doctor Críspulo Uzcátegui, y el concurso de la sociedad de Caracas, ansiosa de demostrar en este acto su entusiasmo hacia el egregio cantor del Anauco.

Y, seguramente, debieron removerse en su tumba las cenizas de aquel hijo amoroso de la patria, que en diciem­bre de 1856 decía a su hermano Carlos:

"No puedes figurarte la melancolía que ahora más que nunca me atormenta. Caracas es mi pensamiento de todas horas, Caracas es mi e n s u e ñ o . . . . Si supieras con qué viveza me represento en mis ratos desocupados el Guaire, Catuche. . . la casa en que tú y yo nacimos y jugamos. . . . !"

¡ Y hay quien diga que oividó su cuna el sabio incom­parable !

30 de noviembre.

La tradición supone que tal día como hoy, en 1753, el alarife Juan Domingo del Sacramento Infante sembró en la quebrada de Catuche, cerca de la cual vivía, y no lejos de la capilla de la Santísima Trinidad, que a sus expensas

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levantaba, una estaca ya prendida del célebre Samán de Güere, que le había traído de los Valles de Aragua su amigo el arriero Hipólito Blanco.

De los árboles seculares y leyendarios eme existían den­tro de la hoy ciudad de Caracas sólo queda erguido, cubier­to a cada invierno con nuevas ramas y con nuevas flores, e! hermoso Samán de la Trinidad, llamado también Árbol del Buen Pastor, en memoria de José Cecilio Avila, que lo salvó de caer derribado por el hacha del leñador. A la sombra de ese samán creció Andrés Bello el patriarca de nuestra literatura, allí se reunieron, a principios del siglo X I X , los Ramos y Loynaz, los Iznardy y Ustáriz, los Ala­mos y Navas, con otros muchos jóvenes caraqueños incons­cientes de eme sus nombres estaban destinadosa llenar las pá­ginas más gloriosas de la epopeya americana.

Ya no existe en las orillas del Guaire el famoso Cedro de Fa ja rdo ; ni en la proximidad de la Quebrada de Pún­celes los cuatro chaguaramos de la época del Obispo Diez Madroñera. Ha poco desaparecieron el árbol de Palo Gran­de y el Cedro de Monroy. Sólo queda en pie el Samán de Catuche, que en los ciento sesentinueve años que tiene de existencia ha visto pasar terribles acontecimientos; presen­ciado muchos infortunios; y a muchas generaciones surgir a la vida para hundirse en el sepulcro.

Ese hermoso vegetal, el puente de la Trinidad y el Panteón Nacional traen a la memoria del viandante instruido el recuerdo del humilde artesano a cfiúen se deben esas obras que todavía son gala y ornamento de la capital.

Juan Domingo del Sacramento Infante no poseyó ran­cios pergaminos ni escudo nobiliario; pero hizo el bien y practicó la v i r tud; amó a Dios y ofrendóle un templo; amó el progreso y ornamentó la ciudad; amó la naturaleza y sem­bró un árbol. Su nombre se perpetúa no sólo en el vegetal y en la piedra sino en el corazón de la ciudad dilecta, por cuyo bienestar se desveló.

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l 9 de diciembre.

E n 1883, con motivo de la celebración del Pr imer Cen­tenario del nacimiento de Bolívar, un periódico colombiano: '"El Bien Público, de Neiva", tuvo la feliz idea de hacer a sus colaboradores algunas preguntas sobre ciertos hechos y determinadas circunstancias relacionadas con la vida del Li­bertador, suplicándole las respuestas en determinado núme­ro de vocablos. Al señor doctor Ramón Manrique S. se le exigió contestar, en tres palabras:

—¿Cómo fué más grande Bolívar? •—En el infortunio. Al señor Heraclio Padilla O., en dos palabras: —¿ Cuál fué la virtud característica de Bolívar ? — L a constancia.

Al señor Ignacio A. Trujillo, en una palabra entre co­millas :

—¿Cual fué la respuesta más elocuente de Bolívar? —"Tr iunfa r" . Al señor Pedro Martínez, en siete palabras: —¿ Cuál fué el error de Bolívar como hombre público ? —Juzgar a los demás por sí mismo. Al señor César García, en seis palabras: — ¿ Q u é relación hay entre Bolívar y la libertad ame­

ricana ? —La del Creador a la creación.

Al señor doctor José María Lombana B., en dos pala­bras :

•—¿Qué es el 25 de setiembre a la luz del Centenario? •—Error patriótico. Al señor Federico Vargas de la Rosa, en tres palabras: — ¿ Q u é son tres siglos de servidumbre comparados con

Bolívar ? —Tinieblas y luz.

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El "Papel Periódico Ilustrado", de Bogotá, reprodujo en su sección Ecos del Centenario, el anterior interrogatorio, notable por más de un concepto. También insertó en sus páginas muchos pensamientos del héroe suramericano, de ios cuales nos serviremos a menudo, pues encajan bien den­tro de la índole de "El Día Histórico" cuyo principal objeto es divulgar entre las clases populares el conocimiento de nuestros anales sobre todo de algunos detalles y anécdotas que no se encuentran en las obras fundamentales que se han escrito sobre la vida nacional.

2 de diciembre de 1797.

Nace en Winghan, en el condado de Kent, en Ingla­terra, Guillermo Miller.

Era oficial de las tropas inglesas cuando las guerras na­poleónicas. Combatió en España. A la caída del Coloso se retiró a la vida privada; luego pasó a la América; tomó servicio en el ejército de los Andes, que se hallaba entonces en Chile, al mando de San Martín. Estuvo a las órdenes de Cochrane; hizo con el Libertador la campaña del su r ; con mando superior de Jefe de Caballería asistió a las ba­tallas de Junín y de Ayacucho. Regresó a su tierra en 1825 y de allá volvió a América, para morir en Lima, ya viejo, en 1861.

La América hispana guarda en sus anales los nombres de generosos extranjeros que contribuyeron con sus esfuer­zos a darle independencia. Gran número de ellos eran hi­jos de la vieja Albión, donde, por más que el vocabulario político haya dicho en ocasiones lo contrario, se han armo­nizado mejor la libertad y el orden, y ha tenido más pro-

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fundo arraigo el concepto del deber. Fué apelando a este sentimiento que Nelson y Wellington estimularon el heroís­mo de sus soldados en Trafalgar y Waterloo. Sin duda que en él se inspiró el coronel Farr iar el día de Carabobo cuando al frente de la Legión Británica resistió rodilla en tierra los fuegos certeros del ejército español.

¡ El deber! Recia cosa en verdad. Puede que su cum­plimiento ni nos dé riquezas, ni nos conquiste honores, ni nos atraiga simpatías; pero nos dará lo que indudablemente vale más, mucho más que todo eso: la propia estimación y el derecho al respeto y a la consideración de los demás.

La vida del general Miller está puntualizada en sus Me­morias, publicadas por primera vez en lengua inglesa, en 1829, bajo la inspección de su hermano Juan. En el mismo •año se hizo una versión al español por el infortunado gene­ral Torri jos, quien dice así en el prólogo de su traducción:

"Unido con verdaderos vínculos de antigua y sincera amistad con el autor de estas Memorias, y el ilustre gue­rrero que las motiva, no he podido resistir al deseo de con­tribuir por mi parte al lustre que debe resultarles de su conocimiento y circulación entre las gentes que hablan el castellano, y a las cuales más inmediata e íntimamente con­ciernen. Además, la utilidad que su lectura debe producir a esas mismas gentes, es otra razón eme me ha movido a consagrar mis ocios en su obsequio, poniéndolas en lengua castellana".

Esta traducción de Torrijos es hoy tan rara y verdade­ramente singular que, según el editor de una reproducción hecha en 1910 por don Victoriano Suárez, se considera co­mo un mirlo blanco: el autor de esta nota tiene la satisfac­ción de poseer un ejemplar de libro tan estimado.

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3 de diciembre de 1824.

Rememórase hoy la célebre acción de Corpahuaico cu­yo éxito se han atribuido varios de los actores, aunque en gran parte corresponde al comandante José Trinidad Moran, de "Vargas" , quien, con heroico esfuerzo, logró contener el empuje de la División Valdez, que ya había arrollado a "Rifles" y "Vencedor".

En el libro que en 1918 publicó en Arequipa un deudo de Moran encontramos los siguientes detalles sobre aquel hecho de a rmas :

"Corpahuaico es un barranco tan extenso como pro­fundo, cubierto de breñas y piedras que dificultan la mar­cha ; los cerros de sus costados son los formidables que la naturaleza volcánica dio al Perú en sus elevadas y ásperas serranías, y aparecen dos enormes murallones amenazando desplomarse. A pesar de la oscuridad, en las primeras horas del 3 se puso en marcha el ejército patriota, con di­rección a Tambo-Cangallo, por Divisiones, y con intervalo de una a otra para dar lugar al lento y pesado desfile. El Ejército unido iba en tres Divisiones: la de vanguardia a las órdenes del General Córdova; la peruana del General Lámar, llevaba el centro, seguida de toda la caballería a Jas de Miller; y cerraba la retaguardia la División Lara" .

"Durante la mañana y el día habían logrado desfilar la 1" y 2 ' División del ejército patr iota; pero, un poco an­tes de las 5 de la tarde, una División a las órdenes del Ge­neral Valdez, compuesta de los batallones Cantabria, Castro, Burgos, Victoria e Infante, y cuatro cuerpos de caballería, consiguió adelantarse y caer bruscamente sobre la retaguar­dia del ejército unido, compuesta de los batallones "Ven­cedor", "Vargas" y "Rifles" mientras que el resto del ejér­cito realista fué llegando al o b s c u r e c e r . . . . Atacados los republicanos por el flanco izquierdo y retaguardia, se defen­dieron bizarramente contra los cuerpos enemigos. "Rif les"

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sufrió los primeros ataques, mientras alcanzaban a "Vence­dor" y "Vargas" que sucesivamente entraban a la pelea, sien­do diezmados por los fuegos enemigos a quema-ropa. Lar ­go rato resistieron el formidable ataque, pero abrumados comenzaban a dispersarse cuando el comandante Moran, del "Vargas" , con heroísmo logró reunir su cuerpo, dándoles ejemplo escaló con sus soldados los muros de su derecha, y desplegándolos ordenó hacer nutrido fuego sobre los españoles, que comenzaron a pagar la mortandad que an­tes hicieron sobre sus contrarios, logrando salvar no sólo las reliquias de los dos cuerpos compañeros, sino protejer con sus disparos la retirada de la caballería, que la verificó por Chonta, al oeste de Corpahuaico".

i El 3 de diciembre de 1854 el General Trinidad Moran fué fusilado en la plaza de Arequipa, treinta años después de la célebre acción de Corpahuaico!

4 de diciembre.

E n 1869 se publicó en los Estados Unidos un folleto donde, bajo el t í tulo: "Prospectus of the Submarine Com-pany chartered by the laws of the State of New York", se hacía una relación detallada de los tesoros perdidos cuan­do el incendio del navio San Pedro Alcántara, eme, como se sabe, se hundió en aguas de Margarita, en el canal formado entre las islas de Coche y Cubagua.

La publicación del folleto se hizo por una compañía que al parecer había contratado con el gobierno venezolano la extracción del tesoro hundido, merced a valiosas conce­siones, tales como la exención de derechos de puerto a los buques de aquella empresa, exoneración de todo impuesto a las maquinarias y víveres que introdujeran para sus tra-

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bajos, etc., etc. Estas concesiones y privilegios, dicen los empresarios, "garantizan absolutamente las más halagüeñas esperanzas del éxito, mediante nuestros empeños para recu­perar este gran tesoro, no sólo por los términos notablemen­te favorables del contrato sino por razón de nuestra capa­cidad, experiencia y capital que pronto aportará nuestra compañía para su rescate".

En el estudio que la compañía hizo previamente sobre el tesoro que se encontraba a bordo de la nave ya dicha se encuentran los siguientes datos:

"Varían entre sí los cómputos que se hacen del con­junto de los tesoros a bordo del San Pedro. U n Ministro venezolano acreditado cerca de nuestro gobierno manifestó que esos tesoros no podían importar menos de cinco millo­nes de fuertes; lo cual se ha comprobado después plenamen­te con los registros y documentos que reposan en los ar­chivos de España y de Venezuela, tanto en Madrid como en Caracas. De esta gran suma hay pruebas de que sólo se han recuperado doscientos cincuenta mil fuertes. A Pe­dro Obregón, un rico banquero de Caracas, le fué concedido hace muchos años privilegio para recuperar los tesoros de San Pedro, como una compensación a grandes empréstitos hechos por él a su gobierno".

El capitán Couthony, comisionado por la compañía ex­ploradora para hacer las indagaciones necesarias y rendir un informe, dice:

" N o puede haber duda alguna respecto a la existencia ¡de esas propiedades. Se me permitió examinar los regis­tros y documentos del gobierno, los cuales prueban que ha­bía en el navio cuando se fué a pique no menos de tres millones de pesos fuertes en efectivo. Me cercioré de que un millón quinientos mil fuertes del tesoro consistían en onzas de oro españolas; y también de que la cantidad de alhajas y vajillas de oro y plata pertenecientes a las igle­sias era muy grande, pues se reputa haber sido la Iglesia de

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la Asunción, que se sabe fué saqueada y en parte destruida, una de las más ricas de América. Yo hablé con personas que me dijeron haber visto a los soldados echar en una enor­me caja esas alhajas, una de las cuales, encontrada después cerca del sitio del naufragio, y que consistía en una cruz con piedras preciosísimas, se vendió en Nueva York, en 1847, en trece mil pesos fuertes",

¿ No sería posible extraer nuevos tesoros de la vieja nave española?

5 de diciembre.

Consagramos hoy un recuerdo al presbítero José A n ­tonio Mohedano, varón de carácter dulce y de costumbres austeras, pastor celoso que se desvivía por la salud de sus ovejas; amante de los campos a quien se debe, como se sabe, la introducción del cultivo del café en el valle de Caracas.

E ra el padre Mohedano cura de Chacao y dueño de un fundo agrícola denominado "La Floresta", situado a las faldas del Avila y en las cercanías de dicho pueblo. E n 1748 concibe el proyecto de sembrar en grande escala el ar­busto del café, que ya cultivaba como planta de adorno. Recoge, en efecto, cuantos pies puede en las diversas huer­t as ; planta seis mil arbolillos, que casi todos mueren; reu­nido entonces a sus vecinos D. Bartolomé Blandín y el presbítero Sojo, dueños de las posesiones denominadas "Blan­dín" y "San Felipe", forman semilleros, según el método practicado en las Antillas, y logran cincuenta mil arbustos que rinden copiosa cosecha.

Obtenido el éxito, los dueños de las haciendas men­cionadas acuerdan celebrar aquel triunfo del trabajo y la civilización con un almuerzo campestre que se verificaría en "Blandín", donde, a la sombra de los árboles frutales,

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se tomaría la primera taza del arbusto sabeo, que años des­pués cantaría Bello en versos inmortales.

El autor de las Leyendas Históricas de Venezuela nos ha dejado la descripción de aquel acto. La mesa se había colocado bajo frondosa arboleda. E n ella sobresalían, a r ­tísticamente colocados en floreros de porcelana, tres arbus­tos de la arábiga planta. En el momento de servir el café, cuyo aroma trasciende por el poético recinto, el Padre M o -hedano, en quien estaban fijas las miradas de la numerosa y selecta concurrencia, toma en sus manos una taza de la sabrosa bebida y dice:

"Bendiga Dios al hombre de los campos sostenido por la constancia y por la fe. Bendiga Dios el fruto fecundo, don de la sabia naturaleza a los hombres de buena voluntad. Dice San Agustín que cuando el agricultor, al conducir el arado, confía la semilla al campo, no teme ni la lluvia que cae, ni el cierzo que sopla, porque los rigores de la estación desaparecen ante las esperanzas de la cosecha. Así noso­tros, apesar del invierno de esta vida mortal, debemos sem­brar, acompañada de lágrimas, la semilla que Dios a m a : la de nuestra voluntad y de nuestras obras, y pensar en las dichas que nos proporcionará abundante cosecha".

La memoria del Padre Mohedano se conserva viva y grata, no sólo entre sus viejos feligreses de Chacao, sino en el corazón de todos cuantos aman la virtud y el bien, que tuvieron permanente culto en el corazón de aquel dig­no sacerdote, que llegó por altos merecimientos a ser Obis­po de la Diócesis de Guayana.

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6 de diciembre de 1813.

E ra el día siguiente de la batalla de Araure . En el si­tio llamado Aparición de la Corteza, a 3 kilómetros de aquel lugar donde tan señalado triunfo habían conseguido las fuer­zas patriotas, Bolívar hizo formar el hasta entonces deno­minado : Batallón sin Nombre, a cuyo frente se encontraba el bizarro Florencio Palacios, le hizo el presente de una bandera y le dirigió las siguientes vibrantes palabras:

"Soldados: vuestro valor ha ganado ayer en el campo de batalla un nombre para vuestro cuerpo; y en medio del fuego, cuando os vi triunfar, le proclamé e l : "Vencedor de Araure" . Habéis quitado al enemigo banderas que un mo­mento fueron victoriosas; habéis ganado la famosa llamada "invencible de Numancia". Llevaos, soldados, esta bandera de la República. Yo estoy seguro de que la seguiréis siem­pre con gloria".

Ya sabemos todos lo que fué el combate de A r a u r e : un hecho de armas que se inició con fracaso para la van­guardia de los republicanos, mandada por Manrique. La serenidad y el arrojo del Libertador salvaron el conflicto. Personalmente cargó al frente de los dos escuadrones de la reserva contra la caballería de los apúrenos que regía el va­leroso y experto Yáñez ; y ganó para la causa de la inde­pendencia la prez de la victoria. Larrazábal al hablar de esta acción dice: "El combate fué reñido. Una parte de nuestra caballería logró desordenar la infantería enemiga; pero la otra, gente colecticia, atolondrada, en medio del fuego, no supo maniobrar, y ya cejaba para ser destruida, cuando el Libertador, con un movimiento inesperado, deci­dió la acción, derrotando tan completamente al enemigo que los pocos que quedaron huyeron en dispersión, dejando en nuestro poder más de 1.000 fusiles, 10 piezas de artillería, gran cantidad de numerario, 40 cajas de guerra, 4 bande­ras, 300 prisioneros, etc. E n el campo se contaron mil

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muertos, entre ellos don Isidoro Quintana, que fué secre­tario de Ceballos".

Las letras y el pincel se han inspirado en aquel com­bate. Celestino Martínez escribió su drama en tres actos: " L a Acción de Araure" , que se publicó por primera vez en 1845, en el número 6 de "El Repertorio", periódico que veía la luz pública en Caracas: Arturo Michelena escogió el epi­sodio en que Bolívar recibe la bandera de Numancia y entrega la de la República al Comandante del "Vencedor de Araure" , para asunto de un hermoso cuadro que se con­serva en el Museo Boliviano; Tito Salas perpetúa en un lienzo de grandes dimensiones, que decora los muros de la casa natal de Bolívar, el momento en que el Libertador car­ga al enemigo al frente de los escuadrones de la reserva.

El 5 de diciembre podría considerarse fausto para la República si el desastre de Úrica no fuera una página dolo-rosa en los anales patrios.

7 de diciembre de 1845.

Se trae a la casa situada en el ángulo suroeste de la esquina de Los Cipreses el cadáver del distinguido repúblico Tomás Lander, muerto súbitamente en La Cuadra Bolívar de esta ciudad.

E ra Lander, como dice su biógrafo don Ramón Azpu-rúa, prototipo del buen ciudadano, del patriota perseverante, del escritor culto y liberal, gran carácter y sólida ilustra­ción. De ello dejó constancia en sus numerosas produccio­nes, y en la índole de los periódicos que redactó, entre los cuales se citan El Cometa, El Liberal y algunos otros, donde defendió con entusiasmo los principios democráticos.

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Sobre la muerte de Lander hay la muy notable circuns­tancia de que apenas fallecido lo embalsamaron, y, vestido de negro, lo colocaron sentado en una silla cerca de una mesa escritorio, con la pluma en la mano, en actitud de es­cribir. Así duró por espacio de 38 años, hasta el 5 de abril de 1884 en que, de acuerdo con el decreto dictado por el general Antonio Guzmán Blanco el 27 de marzo de 1874, por el cual se disponía trasladar al Panteón Nacional los restos de los Proceres y Ciudadanos Eminentes, entre ellos Lander, la familia convino al fin en que fuera sepultado en aquel lugar, lo que se verificó solemnemente en el día y el año antes indicados.

Personas que aún viven, y que alcanzaron a contemplar el cuerpo momificado de Lander, nos dicen de la impresión que causaba verlo sentado en su silla, en la pieza especial que en cada casa se le destinaba. No es este caso único entre nosotros, pues, además de la leyenda que habla del cuerpo incorrupto de una monja en el Convento de las Concepciones, existe la constancia de que la madre de un médico distin­guido, muerta poco después de Lander, reposó largos años, convenientemente ataviada en el lecho mismo donde se ex­tinguió su vida; y no ha mucho Miguel Ángel Aristeguieta nos dio a conocer en un bello artículo publicado en El He­raldo, que redacta en esta ciudad nuestro amigo Antonio José Calcaño Herrera , las singularidades del panteón de los Knoche, escondido en un repecho de la montaña que da frente al mar entre La Guaira y Macuto.

La partida de entierro de Lander, conservada en el templo de Santa Teresa, donde se guardan los archivos de bi extinguida parroquia de San Pablo, dice as í :

"El ocho de diciembre de 1845 di sepultura eclesiástica al cadáver del señor Tomás Lander, de cincuenta y tres años, viudo de la señora Manuela Machado, con entierro rezado, pero con cruz alta, capa, dobles, ocho acompañados e incensario, porque así lo pidieron; pero no recibió sacra-

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mentó alguno porque murió de repente, lo que certifico. Br. Ramón Josef Windivoxhel".

¿Qué fué lo que sepultaron de Lander? Indudable­mente las visceras que le extrajeron para el embalsamamien­to, pues ya hemos visto que el cadáver vivió, valga la para­doja, por casi ocho lustros en las casas que habitaban sus descendientes.

8 de diciembre.

La circunstancia de ser mañana aniversario del día de Ayacucho, al cual debemos consagrar patriótico homenaje, nos obliga a rememorar adelantada una fecha que no debe pasar inadvertida, porque se refiere a un compatriota cuyo nombre perdura en los anales del arte musical venezolano: nos referimos a José Ángel Lamas, muerto en Caracas el 9 de diciembre de 1814.

Perteneció Lamas a la Academia del Padre Sojo, que dirigía el maestro Juan Manuel Olivares. Como para el año de 1806 eran exiguos los recursos de que disponía la Iglesia Metropolitana para celebrar las festividades de la Semana Mayor, lastimado el joven músico de aquella pobreza, con­cibió la idea de reunir algunos de sus colegas e interesarlos en el propósito de componer y ejecutar las piezas que fueren necesarias para servir en la Catedral los Oficios del Jueves y del Viernes Santo. No se mostraron reacios los compañeros en la realización del loable intento, sino antes bien se apre­suraron a tomar parte en la fervorosa justa. Lamas, Carre-ño y Colón, fueron escogidos para escribir las composicio­nes sagradas; y en la alteza de sus sentimientos encontraron inspiración para crear tres obras maestras : Carreño, La Oración en el Huerto; Colón, el Pésame a la Virgen; y Lamas, el Popule Meus, de poderoso aliento, que cuando re-

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suena bajo la bóveda sagrada obliga, como bien dice Felipe Tejera, "a que todas las miradas se vuelven al coro, y todas las rodillas se inclinen, y todos los corazones se anonaden poseídos y consternados por el supremo dolor que allí se lamenta, como si sobre aquel estremecido coro se hallara Job elevando a Jehová el inaudito apostrofe de su alma atribulada".

Cuentan las crónicas que, celebrados los Oficios de la mañana del Viernes Santo, el Canónigo Magistral obsequió con modesto almuerzo a Lamas y a sus compañeros; y que, habiendo libado éstos algunas copas de buen Jerez, torna­ron a la Metropolitana entusiasmados. Habían dicho ya una parte del Popule Meus, cuando Lamas, interrumpiendo la orquesta, dijo a Carreño le acompañase con el órgano lo que iba a improvisar. Bajo la varilla del maestro brotó sentida melodía que es la parte de la composición escrita en re bemol.

Se dice que el Cabildo gratificó a Lamas con cuatro reales. El hecho puede no ser cierto, pero lo efectivo es que murió en pobreza rayana en la miseria. Así lo dice la partida de entierro encontrada por nuestro acucioso inves­tigador Landaeta Rosales en los archivos de la iglesia de San Pablo, donde aquél fué enterrado. No se suicidó, co­mo han dicho sus biógrafos: bastóle para morir el rigor de la existencia; como sobróle para tener vida inmortal el mo­mento de sublime inspiración en eme fijó en el pentagrama las notas del Popule Meus, que en días solemnes resuenan poderosas bajo las amplias naves de nuestra Vieja Catedral.

H e aquí la partida en referencia: " E n diez días del mes de diciembre del año de mil ochocientos catorce, se le dio sepultura eclesiástica, en el cuarto t ramo, con entierro can­tado por mayor, con seis acompañados, al cadáver de Don José Ángel Lamas, adulto, legítimo marido que era de Doña Josefa Sumosa, vecino de esta ciudad y de esta feligresía. Se le administraron los santos sacramentos de la Penitencia

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y de la Extremaunción. No recibió el sagrado viático, por estar trabadas las quijadas cuando llegó S. M. a la casa. No hizo testamento por no tener bienes. Dejó dos hijas. Fué su entierro todo de limosna y no ingreso nada a la fábrica, y para que conste, lo firmo yo, el infraescrito Cura Rector de esta S. I. del S. S. Pablo de la ciudad de Caracas.—Br. Domingo de Herrera" .

9 de diciembre de 1824.

Queda sellada la independencia política de la América antes española con un hecho de armas sobre el cual decía Sucre al Libertador, en carta de ese mismo día: "El campo de batalla ha decidido, por fin, que el Perú corresponde a los hijos de la gloria. Seis mil bravos del Ejército Liber­tador han destruido en Ayacucho los diez mil soldados rea­listas que oprimían esta República. Los últimos restos del poder español en América han expirado el 9 de diciembre en este campo afortunado. Tres horas de un obstinado combate han asegurado para siempre los sagrados intereses que V". E. se dignó confiar al Ejército Unido".

Demasiado sabido es en nuestra historia este glorioso suceso, por lo cual hemos juzgado conveniente dar a cono­cer la profunda impresión que hizo en Buenos Aires la in­mortal jornada. Sobre ello escribió Gabriel Rene Moreno, el sabio y torvo historiador, como lo llama M a x Grillo, y es de su libro que extractamos algunas aputaciones condu­centes a nuestro objeto.

"A prima noche del 21 de enero de 1825 llegó a di­cha ciudad el anuncio de la espléndida victoria. Vióse en­tonces lo que no fuera dado sospechar una hora antes. P re ­guntado un día Benjamín Vicuña Mackenna sobre lo que

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entonces se hizo, contestó:—Sacaron en procesión el retra­to de Bolívar por las calles, con hachas encendidas en no­che de pampero. La ciudad se convirtió por un mes en un volcán de fiestas y alegrías. Y don Juan Antonio Wilde, testigo presencial, ref iere: La noche de la noticia de Aya-cucho nadie durmió en la capital del Plata. El pueblo se arremolinaba en los cafés y parajes públicos para oír de los diversos oradores los detalles preciosos de la batalla, inventados por la exaltación patriótica. U n saludo de la Fortaleza a las diez de la noche fué contestado por el Aran-zazu, bergantín nacional de guerra, y por un barco bra­sileño, surtos en las balizas interiores. La iluminación de la ciudad fué instantánea y ya no cesó el ruido de los cohe­tes y las cajas hasta el amanecer. Parecía que en los ba­rrios inferiores y arrabales cada familia estaba provista de un redoblante.

Otras novedades de aquellos festejos fueron los pa­seos cívicos. Caravanas de jóvenes de todas clases que marchaban a discreción por toda la ciudad al compás de ale­gres músicas. Refiriéndose a ellos dijo un periódico de aquellos d ías : Estas pueden llamarse procesiones por algu­nos que quieren ridiculizar todo lo patriótico que ven; pero, aun cuando lo sean, son procesiones hijas de un entusiasmo que no han conocido ni las almas interesadas ni las almas abyectas. Son la expresión franca y sincera de un fuego que nunca ha prendido en aquellas ramas eme siempre han sido secas para la América".

La gloria del Gran Mariscal de Ayacucho es alta y fuerte como los árboles seculares de nuestras selvas. Y ella estriba no tanto en sus glorias militares cuanto en su valor moral, de que dio constantes e inequívocas demostraciones en su corta pero intensa vida.

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10 de diciembre de 1859.

Célebre combate de Santa Inés entre las fuerzas del Gobierno, regidas por el General Ramos, y las federales al mando del General Ezequiel Zamora.

Fué esta una de las acciones de guerra más sangrienta y donde ostentaron mayor denuedo los combatientes de uno y de otro campo. Allí murió o quedó herida una brillante oficialidad que hacía honor a las armas nacionales. Aun­que el gobierno quiso adjudicarse el triunfo, la noticia del desastre se supo inmediatamente y por modo misterioso en Caracas. El redactor de "El Hera ldo" se indignó. Ya antes había dicho: "Fal ta un plan bien concebido de ope­raciones militares. Escándalo y vergüenza eterna será para nosotros la inmensa circunferencia descrita por los cobar­des Zamora y Trías, sin encontrar un pronto y completo escarmiento: esa campaña del General Cordero no le gran­jeará honor ni fama en nuestra historia militar". Ahora, al evocar la memoria de sus correligionarios políticos que rindieron la vida sobre el campo de batalla, toma el arpa en que cantó sus tristezas el profeta de las lamentaciones y le arranca estos fúnebres sonidos:

"Dios oye lo que a las puertas de la tumba juran los hijos de la pat r ia : Triunfando o muriendo seremos dignos de su amor.

La batalla los ha llamado. Hacia cualquier parte que se incline la fortuna de los combates ellos sabrán sopor­tarla

Nuestros guerreros se abandonaron a esa increíble vo­luptuosidad del peligro que atrae fascinando, como aque­llos genios de la muerte que venían en la Edad Media a buscar a sus víctimas, hermoseadas con las gracias de irre­sistible amor.

¡ Qué poco tiempo y qué poco espacio son necesarios para un renombre inmortal!

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i Muertos queridos! yo os traigo alegre nueva: de esa santa batalla de sacrificios las heridas expiatorias salvarán la patr ia! Oh, bellos campos de amor, llenos de rosas rojas de sangre y de muerte, que semejan flores. La muerte bendice para siempre al que la abraza con ardor. ¡ Qué dulce debe ser el sueño de esa noche que precede a la auro­ra de la eternidad!

Velasco, solo, con la mecha en la mano. ¿ Qué espe­rabas sino la muerte en medio de tus soldados heridos? Caíste al fin también, mientras llevabas tu corazón a la altura de la patria y no ponías tu ventura sino en el sacri­ficio . . . . Te adormeciste en los brazos de la muerte mien­tras ella velaba fiel sobre tus últimos suspiros. Cuando el tronco verde del árbol en que caíste arroje nuevas hojas, ellas te despertarán con orgullo para la dulce vida de la eterna libertad. Dejaste, ay, los sueños de un amor des­graciado por el placer delirante de la guerra. El sueño di­vino del amor fué la felicidad de tu corazón. No envidies en tu tálamo que la gloria cubre otro destino ni otra fe­licidad".

11 de diciembre de 1870.

Si Bernardo López García pudo decir en sus cálidas décimas a El Dos de Mayo que :

No hay un puñado de tierra sin una tumba española,

también a nosotros nos es dado afirmar eme el nombre venezolano figura en todos los pueblos de América que lu­charon por conquistar su independencia. Así los que mar­charon desde el Avila hasta el Desaguadero libertando pue­blos y fundando repúblicas fueron también a derramar su

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sangre en los campos de Cuba, donde muchos pagaron con la vida su amor por la libertad. Uno de ellos José María Aurrecoechea Irigoyen, joven caraqueño nacido en 1841, cuando comenzaron a diseñarse los partidos políticos que por desgracia fiaron el predominio de sus doctrinas al tr iun­fo de las armas en los campos de batalla y no al de la ra­zón en los comicios y la prensa.

E n 1858, apenas salido del Colegio del Salvador del Mundo, que regentaban Juan Vicente González y Manuel María Urbaneja, Aurrecoechea se alistó bajo las banderas de la revolución fusionista promovida en dicho año contra el gobierno del general José Tadeo Monagas, y concurrió con otros oficales, y bajo las órdenes del general Justo Bri­ceño, a la campaña de Oriente. Al regresar de ésta fué destinado al cuerpo de artillería y recibido en calidad de adjunto en la Academia Militar, a las órdenes del entonces Comandante Carlos Mendoza. Figuraba como capitán de una compañía del célebre Batallón Convención cuando el golpe de Estado que el 29 de agosto de 1859 derrocó al doctor Gual, encargado de la Presidencia de la República. Se hallaba formado aquel cuerpo entre las esquinas de la Catedral y el Principal, y, consumado ya el violento aten­tado, victoreaban las tropas y el pueblo al General Páez, cuando Aurrecoechea, cuya recta conciencia se sublevaba ante aquella infamia, dio un paso al frente y con voz enér­gica exclamó:

Soldados; lo que se está haciendo es un atentado con­t ra las leyes. Gritad conmigo: viva la Constitución de la República. Nadie lo acompañó en la viril protesta, y en­tonces el joven y pundonoroso militar se dirigió a un grupo donde estaban Pedro José Rojas, el coronel José Echezuría y algunos otros, y gritóles: yo no soy ni puedo ser un trai­dor, quebró la espada y arrojó los pedazos a los pies de los indiferentes. Preso en el acto consiguió evadirse y se dirigió a Cuba por cuya independencia luchó con su natural

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ardimiento. Era ya Mayor General del ejército emancipa­dor cuando, delatado por un espía, fué hecho prisionero, sentenciado a muerte y pasado por las armas junto con su Jefe de Estado Mayor don Facundo Cable el 11 de diciembre de 1870. Dos horas antes de su ejecución escri­bió a su padre el doctor Fernando Aurrecoechea, residente en Caracas:

"Padre mío : son las dos de la t a rde : dentro de dos horas debo morir. En estos momentos os dirijo mis res­petos y mis afectos. Abrazad a todos mis hermanos. No os aflijáis; muero como cristiano y por una causa justa. Si mis enemigos publican contra mí hechos que me manchen ya sabéis que no debéis creerlos. Un recuerdo para Victoria Smith. Adiós, querido padre".

Caracas, diciembre 12 de 1925.

F u é el 28 de octubre próximo pasado cuando cinco ve­nezolanos amantes de esas cosas de la patria y de la historia fuimos a visitar La Cuadra Bolívar, situada al extremo de la Avenida Sur, antigua Calle de Carabobo, donde los espo­sos Bolívar-Palacios construyeron hacia 1780 una Quinta de recreo, situada para entonces lejos del perímetro ac­tual de la ciudad.

Tenía dicho predio, del cual sólo queda la casa de ha­bitación, espacioso jardín, en el centro del cual se levantaba hermosa fuente de piedra colocada por don Juan Vicente Bolívar, quien había hecho traer el agua, por una tubería de tierra cocida, desde su casa de San Jacinto hasta la nueva finca, que se surtía también de un manantial situado hacia

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donde está hoy la cochera de La Equitat iva: ese manantial corrió desde tiempo inmemorial hasta la madrugada del 29 de Octubre de 1900 en que quedó seco con motivo del fuerte movimiento sísmico que en esa fecha conmovió a Caracas.

Simón Bolívar vio correr en aquella grata morada ale­gres días de su infancia y de su juventud. E n la placidez del jardín oyó las lecciones de Andrés Bello, apenas dos años mayor que él, pero ya notable por su circunspección y saber. El que debía cantar en versos inmortales La Agri­cultura- de la Zona Tórrida compuso para el frontis de la casa de su amigo y discípulo aquella inscripción latina que hasta ha poco tiempo podía leerse en el dintel de la vieja casona, y que traducida al romance dice: Aquí encontrarás reunidas las delicias del campo y las comodidades de la ciu­dad.

Para la época en que aquellos jóvenes, que serán al correr de los tiempos figuras egregias en la historia de Amé­rica, leían a Horacio y a Virgilio bajo la sombra de árboles seculares, ya había corrido sangre generosa por la indepen­dencia de Venezuela. El suplicio de José María España y de sus compañeros, ahorcados en la Plaza Mayor, no dis­minuyó el ardimiento de los caraqueños, que disimuladamen­te continuaron trabajando para lograr la emancipación polí­tica de su país. No sin razón dice Torrente que : "La ca­pital de las provincias de Venezuela ha sido la fragua prin­cipal de la insurrección americana. Su clima vivificante ha producido los hombres más políticos y osados, los más em­prendedores y esforzados, los más viciosos e intrigantes y los más distinguidos por el precoz desarrollo de sus facul­tades intelectuales".

U n grupo de jóvenes patriotas aprovechando la inva­sión de la Península por Napoleón proyectó el estableci­miento de una Junta Suprema de Gobierno para sustituir al Capitán General. Durante meses se reunieron los patriotas en La Cuadra Bolívar, disimulando sus planes con el pre-

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texto de asistir a las fiestas que daban los hermanos Bolí­var-Palacios. Allí se encontraba Juan Vicente y Simón Bolívar, Juan Jurado, José Félix y Juan Nepomuceno Ri­bas, Pedro Palacios, el Marqués del Toro, el Conde de San Javier, Martín y José Tovar, Ignacio y Nicolás Briceño, Francisco Antonio Paúl, Juan Aristeguieta, Domingo Ga-lindo, Tomás Montilla, Vicente Ibarra y muchos otros. Des­cubierta la intención de los conspiradores se les formó cau­sa, de la cual existen dos procesos: el ordenado por Casas contra Melo-Muñoz, Juárez-Manrique, y Matos, que se en­cuentra inédito en poder de Vicente Lecuna, y el que acaba de publicar en Bogotá, en interesante volumen t i tulado: Orígenes de la Independencia Suraniericana, el historiador colombiano Jorge Ricardo Vejarano, quien, según lo ma­nifiesta en la introducción, tuvo la fortuna de hallar en Popayán, en poder de clon Jorge Iragorri Isaacs, un info­lio escrito en letra pastrana, y sobre papel español marqui-11a, con 170 hojas, contentivo de la sentencia proferida el 20 de junio de 1809, en la causa seguida a Simón y Juan Vicente Bolívar, José Félix Ribas, el Marqués del Toro, el Conde de San Javier, Antonio Fernández de León, y algu­nos otros que según el autor, principiaban a hacer la his­toria política del Continente Suramericano.

El infolio—advierte Vejarano—es la concreción de un larguísimo proceso iniciado en los últimos días de noviem­bre de 1808 bajo la dirección del Regente Visitador Joa-quín Mosquera y Figueroa; y para explicar la aparición del manuscrito lejos de Caracas, en una pequeña ciudad de la Colombia andina, recuerda que el Visitador era de la fami­lia payanesa de donde salieron: "el General Tomás Cipriano de Mosquera, Edecán de Bolívar, tres veces Presidente de Nueva Granada, héroe de todos los combates, apóstol de todas las ideas, asiento de las más estupendas ambiciones ; el Arzobispo don José Manuel Mosquera y Arboleda, muer­to desterrado en Marsella, cuando iba a recibir el primer

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capelo cardenalicio otorgado a Suramériea; Joaquín Mos­quera, último Presidente de la Gran Colombia, a quien pre­senta Guillermo Valencia hermoso como Alcibíades, inflexi­ble como Régulo y elocuente a la manera de César, y Manuel María Mosquera, cortesano y diplomático".

No entra en la índole ni en las proporciones de este trabajo, destinado a recordar La Cuadra Bolívar, escribir una nota bibliográfica sobre la obra de Vejarano, que me­rece capítulo aparte, ni menos hacer la biografía de la fa­milia Mosquera; pero sí queremos que no pase inadvertida la singular coincidencia de que la tarde en que Vicente Le-cuna, Tito Salas, Santiago Key Ayala, Manuel Segundo Sánchez y yo, traspasamos la puerta de la vieja casona, que por feliz destino sirve ahora de local al Amparo Infantil, institución benéfica creada hace años por el presbítero doc­tor Mariano Parra , Cura de Santa Teresa, nos recibieron tres religiosas que no lograban encubrir bajo tosco hábito la distinción de sus maneras : la Madre O'Brien, la Herma­na Bader, y la Hermana Sor de María del Corazón de Ma­ría, en el mundo Laura Herrán, bisnieta de Tomás C. de Mosquera y nieta de Pedro Alcántara Herrán, de los Liber­tadores de Colombia. Pertenecen dichas religiosas a la Con­gregación del Buen Pastor, fundada en Francia en 1641, para la defensa y regeneración de la mujer, y extendida de tal modo que hoy tiene 296 casas repartidas en todo el mun­do, con 9.000 religiosas y 60.000 asiladas. Ahora han ve­nido a Venezuela, traídas por el fundador del Amparo In­fantil, para encargarse del Instituto. La Madre O'Brien es la Superiora, y la Hermana Sor de María tiene el carácter de Madre Provincial para Venezuela y Centro América.

De la visita hecha a La Cuadra Bolívar queda allí como recuerdo una lápida de mármol con la siguiente inscripción:

Esta casa, que perteneció a la familia Bolívar, albergó la infancia de un grande hombre y de una gran revolu­ción. Aquí vivió en su niñez y en su juventud Simón Bolí-

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var. Aquí se prepararon los planes del movimiento cívico de 1808, precursor inmediato de la jornada del 19 de abril de 1810. Cinco visitantes venezolanos devotos de las glorias nacionales, dedican esta lápida en 28 de octubre de 1925.

13 de diciembre de 1814.

Se entierran en el Cementerio de la Metropolitana de Caracas siete cabezas de Jefes de Escuadrón que no quisie­ron reconocer a Morales.

Frente a la fachada este del templo de Santa Teresa existe una casa, la marcada con el número 67, eme conserva en parte su aspecto colonial, y que pertenece desde hace lar­go tiempo a la familia Monserrat , emparentada con el Mar ­qués de Casa-León y con el general Manuel Manrique, P r o ­cer de nuestra Independencia.

E n agosto de 1814 vivía en esa finca Juan Nepomu-ceno Quero, nombrado por Boves Gobernador de la Provin­cia de Caracas. E ran días en que sabían a sangre los frutos de la tierra. U n a mañana de diciembre de aquel año de­túvose a la puerta de la morada del Gobernador una escol­ta que conducía en bestia de carga un saco con despojos humanos. Eran las cabezas de siete oficiales realistas que hizo decapitar Morales porque, después de la muerte de Boves en Úrica, se negaron a reconocerlo como Jefe su­perior de Venezuela, con prescindencia de Cagigal. El he­cho es rigurosamente histórico, y de él da constancia el siguiente documento:

" E n la ciudad de Caracas, a los trece días del mes de diciembre de 1814, de orden del señor Provisor Vicario Ge­neral de este Arzobispado, Doctor Don Rafael de Escalona, consecuente al encargo que por disposición del Gobierno le

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hizo Don Juan Nepomuceno Quero, di sepultura eclesiás­tica en el cementerio de esta Santa Iglesia Metropolitana, como a las doce de la noche y con la mayor reserva a siete cabezas de otros tantos sujetos que en calidad de reos fue­ron decapitados en Oriente por sentencia del señor Don Jph. Tomás Morales, Comandante General de aquel E jé r ­cito por muerte de su primero el señor Don Tomás Boves, y remitidas a esta como certifico. Antonio González. (Cu­ra Rector del Sagrario de la Santísima Iglesia Metropoli­t a n a ) " .

Pocos días después, el 14 de marzo de 1815, el Capi­tán Pedro Celestino Quintana trajo a Caracas, y también a la casa del Gobernador, una cabeza frita en aceite. E r a la del héroe de Niquitao y de Horcones, el Vencedor en La Victoria, el hombre contra quien la adversidad no puede nada.. Preso en oscuro rincón de Valle de la Pascua, pagó con la vida el crimen de sus servicios a la causa de la li­bertad. El inerte despojo fué conducido a la Plaza Mayor donde, según la Gaceta de Caracas, "formados los bata­llones del Rey y la Corona, dos escuadrones de Caballería y una brigada de Artillería, se colocó en la horca la cabeza del llamado General José Félix Ribas, llegada la noche an­terior de Barcelona, puesto en ella el mismo gorro encar­nado con que se hizo aquí distinguir en el tiempo de su triunvirato".

Pasaron las trágicas escenas. Después de la guerra, aurora de paz. El inmueble que habitó Quero, y que el pueblo designó con el nombre d e : La Casa de las Cabezas, se convirtió en Colegio de Señoritas. Sobre el rojo de la sangre la albura de los lirios. Sobre el pasado tétrico el riente porvenir.

La tradición cuenta que traviesas alumnas encontraron en la gaveta de viejo pupitre cierta carta de amor de Bolí­var, guardada allí por anciana dama que cautivó cuando joven el alma ardiente del Héroe. Y se agrega que las

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jóvenes colegialas aprovechaban las horas de asueto para, en apartado rincón del jardín, saborear, como apetitosa go­losina, la carta, que era un poema, donde puso parcelas de su espíritu aquel Don Simón Bolívar, eme supo hacer y decir tantas cosas bellas en la vida.

14 de diciembre de 1859.

El Heraldo, célebre periódico redactado por Juan Vi­cente González trae en su edición de ese día un editorial intitulado: Polémica personal y polémica política. Esteban Arando-, en el cual se leen estos cálidos conceptos :

"Cuando había en el coliseo de Roma gran fiesta, gran­de carnicería, cuando la arena había bebido la sangre y los leones dormían saciados de carne humana para divertir al pueblo y hacerle olvidar la realidad de la agonía por la ostentación ridicula de la ferocidad, se le daba una farsa. Se ponía en la mano de un esclavo miserable y feo una odre llena de sangre, para que imitando alternativamente el rujido de los animales y la desesperación de los moribun­dos, rociase, entre extravagantes contorsiones, a los que es­taban a su alrededor. Convulsiones de risa, una espantosa alegría celebraba siempre al imbécil bufón, la alegría de sus compañeros. Cuando la revolución que creó Aráñela ha llenado de sangre las ciudades y los campos y dado hu­mano pasto al tigre de los bosemes y al pico de las aves, su hijo Esteban balbuciente y sombrío, viene a darnos el es­pectáculo del furor que le agita y a rociar con palabras de sangre, que se figura extraída de nuestros corazones a los que ha proscripto su cólera. "El Monitor" acoge y aplaude".

He aquí sus palabras:

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" J U A N V I C E N T E G O N Z Á L E Z . — E l enemigo de to­da reputación, el asesino de todo honor, el calumniador más infame y más cobarde, El Heraldo en fin, de toda impos­tura ha necesitado del testimonio del Sr. M. R. y M., a quien no conozco, para saber lo que le dije en la esquina de la Sociedad, y que él no oyó porque él no oye al enemigo cuando está de frente: la sanguinaria hiena que pide san­gre y patíbulos al poder con más hambre que el pordiosero pide pan, el monstruo que ha tocado generala a todas las malas pasiones, enarbolando el estandarte del exterminio de la sociedad, ignoraba que su odio estaba correspondido!!! pues sépalo, yo se lo digo: cuantos horrores invoca él con­tra sus víctimas, otros tantos le prepara la execración uni­versal ; aunque nadie se rebaje hasta ir a buscar las armas que sólo su bajeza y cobardía puede emplear. Temes, mal­vado, no a mi siniestra figura, sino a tu siniestra concien­cia, y has descendido al infierno de tu fragua a buscar la más negra calumnia para procurarme enemigos que te li­bren de tu cobardía. Has ido a buscar en la sombra del respetable ciudadano Santos Michelena numerosas relaciones que te defiendan; mas te engañas, tu calumnia se vuelve contra tí mismo, asesino cobarde de la honra ajena: ¿Ta atrocidad de tu crimen no te espanta? . . . . ¿ N o temes a Dios, i m p í o ? . . . . Si tuvieras conciencia, ella sola se encar­garía de castigarte, si es que la vindicta pública ha huido espantada de nuestra sociedad; mas la justicia desciende del cielo y de allí bajará el rayo que para tí forja la pro­videncia, mientras crees que se olvida de tu vandalismo, inmundo engendro de la ferocidad y del crimen.

El Sr. Santos Michelena fué herido en pleno día el 24 de enero: sus numerosos parientes y amigos deben ha­berse informado de los pormenores de tan desgraciado y lamentado suceso: tócales a ellos no permitir eme su res­petable memoria sea ultrajada con una calumnia que hiere mortalmente a nuestra sociedad sólo para satisfacer la abo-

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minable pasión de ese hombre vil, que miente y odia cons­tantemente por una necesidad de su depravada naturaleza, por efecto de su clandestina y cínica educación, y para vengarse en todos de los que le dieron el ser. Su destino es odiar y maldecir.

Después de doce años que ese monstruo hacía circu­lar sordamente tan atroz calumnia, veo sin embargo como una fortuna que su demencia le haya hecho confesarse su autor. De hoy en adelante mi siniestra figura será el tor­mento de tu despreciable existencia y el remordimiento eter­no que llevarás al dar cuenta de tus maldades al Dios ven­gador de las injurias.—Esteban Aranda" .

Los anteriores conceptos ininteligibles para los que no conozcan nuestros anales políticos y literarios tienen los an­tecedentes que siguen.

Juan Vicente González insinuó la especie de que bien pudo ser Esteban Aranda uno de los que hirieron a don Santos Michelena el trágico día que se conoce en la histo­ria de Venezuela con el nombre de el 24 de enero. E r a una calumnia, pero de ella algo queda, como dijo Voltaire. Diez años más tarde se repitió la terrible imputación que dio motivo a la violenta diatriba contra el terrible pole­mista. Al contestar la hoja de Aranda el redactor de El Heraldo, sin negar su atroz maledicencia confiesa que no fué la mano de Aranda la que hirió el corazón del Sr. Santos Michelena, honor y gloria de nuestra Caracas. Sin embargo llevado por su odio hacia el Licenciado Francisco Aranda dirige contra el hijo este sangriento apostrofe:

Y, e a ü escucha: del hijo de Estilicón igual a tí, es­cribió el historiador Procopio: Quod co, utriusque fait mo­res et mala fides punita; parentum opprobium quod decus esse debebat; lo que traducido libremente quiere decir: "el cielo a veces conserva un hijo para castigo de los padres que debiera honrar, cayendo sobre él la maldición del que

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murió inocente, y la de los pueblos ahogados en sangre por un ambicioso".

¡ Era implacable con sus adversarios el Terrible pole­mista !

15 de diciembre de 1868.

Como la historia no es sino la repetición de los mismos hechos en tiempos y lugares diferentes, encontramos que an­tes de que subiera a las tablas de nuestro Teatro Municipal el drama de Villaespesa, ya se le había ocurrido a otro es­pañol tomar la personalidad de Bolívar como asunto para una pieza teatral. El caso ocurrió en el año de gracia de 1868, y de él da cuenta "La Opinión Nacional" en la sec­ción intitulada "Ecos de Caracas", de la cual extractamos los datos que siguen: "Hoy se pone en escena el drama nacional del señor Castell, Simón Bolívar o los Mártires de la Inde­pendencia; y justo es que consagremos algunas líneas a es­ta obra de un ingenio español que ama las glorias surame­ricanas, y que ha logrado recoger frescos laureles como poe­ta y como actor de mérito sobresaliente.

El Simón Bolívar, de Castell, ha merecido numerosas y aplaudidas representaciones en los teatros de Bogotá y de Maracaibo, y el primer cuidado de su autor al llegar a Caracas con el intento de ponerlo en escena fué dar a co­nocer el drama ante una reunión de hombres de letras, que lo juzgaron favorablemente. El asunto es el más gran­dioso y simpático que la historia de Venezuela ofrece, y no habrá caraqueño, de eso estamos seguros, que no vea con placer y entusiasmo el recuerdo dramático que se consa­gra a las insignes proezas del Libertador. Además, Castell

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que ha creado el Bolívar está encargado de ejecutarlo como actor eminente que es, y esta doble circunstancia aumenta más todavía el interés de la representación de esta n o c h e " . .

. . . . " E l drama del señor Castell, Simón Bolívar, fué acogido con muestras de entusiasmo por un público nume­roso, y justo es reconocer que el actor interpretó con habi­lidad el difícil carácter del gran genio venezolano en los pocos episodios de la guerra de independencia que forman esta obra dramática".

La representación de la pieza dicha se verificó en el Teatro Caracas el 9 de diciembre de 1868. El cronista tea­tral al reseñar las funciones de la semana decía:

"Se han puesto en escena muchas obras de diverso mérito. El domingo 6 de los corrientes Las Mujeres de Mármol y La Isla de San Balandrán; la primera copia de las heladas costumbres y aventuras amorosas de las celebri­dades femeninas de la ópera, el baile y la moda de Pa r í s ; y la segunda, graciosa zarzuela en que los sexos desempe­ñan papeles trocados y andan al revés las cosas del mundo. E l martes 8 se representó La agonía de Colón, drama de grande efecto, y la comedia Los Celos o la bola de nieve; y de todas estas composiciones teatrales, que por falta de tiempo no podemos analizar literariamente, diremos que fue­ron representadas con arte y aplaudidas con entusiasmo por la numerosa concurrencia que a ellas asistió.

Van refrescando más y más las mañanas de diciembre, 3' las personas madrugadoras que gustan de ambientes puros y del paseo matutino habrán podido gozar ya de la sua­vidad de las brisas y la trasparencia de la atmósfera que la aproximación de la Navidad comunica a la naturaleza".

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16 de diciembre de 1830.

Aparece con esta fecha una carta del Libertador para Fanny de Villars, que sin duda es apócrifa, como también otra para la misma señora que figura en las Leyendas His ­tóricas de Arístides Rojas, y acerca de la cual escribimos la siguiente nota en la Serie Primera de la Compilación de los trabajos sueltos de aquel distinguido polígrafo que, bajo nuestra dirección, se publicaron por cuenta del Go­bierno Nacional, de acuerdo con el Decreto Ejecutivo del 29 de abril de 1926: dice así la nota en referencia:

La carta a que corresponde este fragmento fué publica­da por Arístides Rojas en la segunda serie de sus Leyendas Históricas, la t i tulada: Homonimia singular; está dirigida a una : Querida señora y amiga; se dice que apareció por primera vez en el Journal des Debats, París , 1826; y, como se advierte, hasta aquella fecha no habían hecho men­ción de ella ninguno de los historiadores y cronistas de Venezuela.

Siempre hemos tenido por apócrifo este documento, pues aunque en su texto se advierten giros y locuciones na­turales en el estilo de su presunto autor, contiene inexac­titudes que lo hacen en alto grado sospechoso. E n primer lugar Bolívar no estuvo en Viena, y aun cuando fuera cierta su estada en aquella ciudad, y su encuentro con Si­món Rodríguez, es inverosímil la escena que allí se repre­senta. Ni el viejo maestro tenía que hacer con la fortuna de su discípulo, de quien no fué tutor, curador ni admi­nistrador, ni esa fortuna llegó nunca a los cuatro millones de que con tanto entusiasmo le habla. Aun cuando el joven caraqueño era en realidad generoso, como lo atestigua su vida, ni sostuvo tren de príncipe ni prodigó el oro a la sim­ple apariencia de los placeres, como puede comprobarse con las cuentas, que existen, de sus gastos en Europa.

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¿Pa ra quién esa carta? Seguramente para Mrae. Der-vieu du Villars, nacida Trobiand de Aristeguieta, de quien hay correspondencia para el Libertador en el Tomo X I I de la colección de O'Leary. Pero ella no se llamaba Teresa, aunque sí una de sus hermanas menores. ¿ Por qué le da­ba aquel nombre? Marius André en : Bolívar ct la Dcmo-cratie, supone que en recuerdo de su mujer, la españolita devorada por la fiebre en plena floración de amor. Y añade que la prima parisiense debía encontrar cierto pla­cer picante en tomar en la imaginación tumultuosa de Simón aquel sobrenombre. La explicación y el comentario son es­peciosos. Será excepcional la mujer que no se mortifique con el recuerdo de la que le precedió en el corazón del hombre a quien ama.

Todo lo relacionado con este asunto es vago, incohe­rente. Lástima que don Arístides no hubiera llegado a publicar su leyenda: Bolívar y la familia Trobiand Ariste­guieta, en la cual nos habría dado datos interesantes y cu­riosos sobre Fanny de Villars, inspiradora de bellas páginas en la literatura americana.

Escrita ya esta nota hemos tenido oportunidad de leer el capítulo: Una carta oficiosa y de ficción, eme a este asun­to consagra el Dr. Carbonell en su l ibro: Reflexiones His­tóricas y Conceptos de Crítica. Bolívar, dice allí, no es­tuvo ocho años bajo la tutela de Rodríguez; de haber sido alguna vez curador el maestro, apenas manejaría los dine­ros que Bolívar llevó a Europa meses después de muerta su madre. Cómo pudo entonces, en tan poco tiempo, au­mentar la fortuna én un te rc io? . . . .Porque, supongamos que los cuatro millones hubieran sido de reales de vellón: en este caso, la fortuna ascendía a 250.000 pesos n u e s t r o s ! . . . . Si se hubiera tratado de cuatro millones de pesos, como

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por un error involuntario lo escribe Gil Fortoul, (1 ) enton­ces aquélla habría sido de cuatro millones de fuertes, o si se quiere de dólares!. . . .

17 de diciembre de 1830.

Muere en la Quinta de San Pedro Alejandrino Bolí­var Libertador.

Debieron ser tristes, profundamente tristes, los últimos dias de aquel hombre singular.

Camino de su voluntario ostracismo recibe noticias del asesinato de Sucre. Luego el ultraje de aquella nota en que el Constituyente de Valencia participa al Congreso de Nueva Granada que Vcnczucla no entrará en relaciones de •ningún género con Bogotá mientras exista en su territorio el General Bolívar.

Casi moribundo llega el Héroe a Santa Marta el l 9 de diciembre de 1830. El 6 lo llevan a San Pedro Alejan­drino, donde le da hospedaje Don Joaquín de Mier. P o ­deroso esfuerzo de voluntad galvaniza aquel cuerpo próxi­mo a la tumba. Por el camino va contento, dice el Diario ác la Enfermedad. Sonríe y platica. Ya instalado, una tarde se levanta, toma de un anaquel el libro de Cervantes y se sienta a leerlo bajo árbol secular que da sombra a la Quinta. Como acontece a los que tocan a las puertas del misterio, pasa ante su mirada la visión de su vida. Vida de gloria, pero también de dolor y sacrificio. Bien lo dicen 1826 y 1828. Se vé incomprendido y maltratado como el Hidalgo manchego. Ambos desearon el bien y

( 1 ) Hist. constitucional, Berl ín, t. I , 1907. lib. I. c. I V , p. 206.

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amaron la justicia: grave delito del que deben arrepentirse. Yo era loco y ya soy cuerdo, dijo el de Argamacilla de Alba en sus últimos momentos. Dolorosa confesión del ideal escarnecido por malandrines y follones. Don Simón m e d i t a . . . . ¿Qué amargo pensamiento le subió del corazón a los labios la frase deprecatoria?: Jesucristo, Don Quijote y yo, hemos sido los más insignes majaderos de este m-undo.

Alternativas de esperanza y desaliento junto al lecho del enfermo. A veces tiene momentos de expansión. ¿ Qué vino usted a buscar a estas tierras?,—pregunta al Dr. Re-verend.—La Libertad. —La encontró usted? •—Sí, General. —Usted es más feliz que yo, pues no la he hallado todavía. E n ocasiones todo le incomoda. Usted hiede a diablos, di­ce al General Sarda que llega a visitarlo. El boticario Tomasín quiere verlo, y él se excusa de recibirlo. Agra­dezco a Tomasín todas las cosas buenas que compuso para m í ; pero viene cargado con tantos olores de su botica que no me hallo capaz de aguantar esas pestilencias. Arrégle­me usted este negocio, Dr. de modo que él no se resien­t a : exprésele mi gratitud por sus preparaciones, y sobre todo por las sabrosas gelatinas que me mandó.

La gravedad se acentúa. Se llama al Obispo de Santa Marta que conferencia con él. Se le dice algo sobre tes­tamento y confesión:—-¿Estaré tan malo como para que se me hable de esas cosas ? — N o , Excelencia; pero conviene hacerlo: enfermos de cuidado practican sus diligencias y se ponen buenos.— Convenido. ¡ Cómo saldré yo de este laberinto!

Una noche se le administran los sacramentos. Después de los actos religiosos el Notario Catalino Noguera da lee-

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tura a la última alocución del Grande Hombre. E l lector, conmovido, no puede continuar. Don Manuel Recuero, Au­ditor de Guerra, sigue. Al llegar a las palabras :•—Si mi muerte contribuye a que cesen los partidos y se consolide la unión yo bajaré tranquilo al sepulcro, la voz del enfer­mo repite trémula y apagada como eco de ul tra-tumba: Sí, al sepulcro que es lo que me han proporcionado mis compatriotas; pero.... yo los perdono.

Era la una de la tarde del 17 de diciembre de 1830 cuando Bolívar expiró. Once años antes, en la misma fe­cha, la palabra de Zea había resonado augusta en el Con­greso de Angostura para declarar solemnemente:—La Re­pública de Colombia queda constituida.

18 de diciembre.

Como bien caben en el curso de estos días todos los recuerdos consagrados a los últimos momentos de Bolívar Libertador, queremos traer a El Día Histórico fragmentos de un discurso escasamente conocido, aunque tuvo en su época extensa resonancia, así por lo interesante del tema cuanto por las condiciones personales del orador que lo pro­nunció. Llamábase éste Fray Arcángel de Tarragona, es­pañol, y fué en Barcelona de Venezuela, en las exequias que aquella ciudad consagró al Padre de la Patria, el 17 de diciembre de 1842, cuando el recién llegado sacerdote hizo el panegírico del Héroe suramericano, a quien aplicó aquellas palabras del libro de los Macabeos: Ecce Simón frater vcster, scio quod vir concilii est; ipsum audite sem-per, et ipse erit vobis patcr.

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Y así resonó la voz del levita desde la cátedra sagrada:

" . . . . Pero, Bolívar, ¿ Podrá tu nombre disiparse como el humo, borrarse del corazón de los ilustrados, sepultarse con tus cenizas dentro de la tumba fría? ¿Podrá tu ta­lento, tu grandeza, tu virtud, ser tan pasajera como este túmulo, obra de muchos días, espectáculo de un momento ? ¿ Podrá tu reputación y tu gloria ser un ruido momentáneo, que con la voz del orador irá a perderse en la región de los aires y sepultarse tarde o temprano en la noche del olvido ? Todo lo contrario. Muerto recibes honores; vivo sembraste los laureles que, muerto, ciñen a tu sien los que no te conocieron. La fama de otros héroes va disminu­yendo a medida que avanzan los siglos; la tuya, ¡ oh, ente singular! va creciendo cuanto más se aumentan los años. L a muerte de un sabio tan extraordinario nunca se borra, señores; queda permanente hasta la consumación de los siglos. Su nombre será buscado de generaciones en gene­raciones ; y su sabiduría admirada en los liceos será anun­ciada en la Iglesia del Señor. ¿ Cómo es posible que un hombre tan grande se vea en la pequenez del olvido. . . . ? grande en arrancar y destruir los elementos que se oponían a su noble empresa; incomprensible en plantar un edificio que sólo en concebirse merece aplauso; admirable en con­servar ausente lo que ha destruido y existente lo que ha plantado. La América se honra de su nombre; la Europa se congratula de haberle conocido; y tú, Caracas, ¿por qué no debes gloriarte por su nacimiento como se glorió Estagira por el Anfión, Mileto por el de Tales, cuando lo que hizo este hijo incomparable de tu suelo parece trabajo de muchos siglos, empresa de muchos guerreros, esfuerzos de grandes héroes ?

. . .Ya es tiempo, señores, de que yo os presente a este sa­bio político como un guerrero en el campo de Marte. Bolí­var destruye con sus hechos la máxima del príncipe de E s -forzia, que decía: Muy difícil es tener en la mano espada

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y libro a un mismo tiempo. ¡Difícil! Lo será en otros, pe­ro no en Bolívar. Observad. Ingenio en la guerra, mezcla feliz de sabia impetuosidad y de lentitud activa: fuego y vivacidad en los preparativos, sosiego y serenidad en la ac­ción: apto igualmente para inventar que para ejecutar; tan pronto a aturdir por la valentía como a frustrar los desig­nios ajenos por la prudencia: prever y prevenir como el hombre más t ímido; atreverse y arriesgarse como el hom­bre más temerario: coraje de joven soldado hasta sus últi­mos momentos, prudencia de general experimentado desde su j u v e n t u d ? " . . . .

19 de diciembre de 1835.

La Corte Superior de Justicia confirma la sentencia de muerte contra el Comandante Santiago Torrealva, Antonio y José Mármol, Félix Linárez, Estanislao Salazar y José María Vásquez, como cómplices de la conspiración que, en­cabezada por el Comandante Florencio Jiménez, estalló en Quíbor en setiembre de dicho año. Pero, en atención a que Salazar no tiene contra sí tantos cargos como los demás, acuerda se excite a S. E. el Presidente de la República a que le conmute le pena capital, de acuerdo con la atribución que le da el número 21, artículo 117 de la Constitución.

El Dr. Vargas, de acuerdo con el dictamen del Consejo de Gobierno, acordó, por Decreto Ejecutivo de 7 de enero de 1836, conmutar la pena de muerte impuesta a Estanislao Salazar en la de estrañamiento por cuatro años del territorio de la Reública, con la condición de que, aun concluido el tér­mino fijado, no podría regresar a la patria sin pasaporte del Gobierno, que se reserva negarlo si la vuelta del agraciado pudiera perjudicar la tranquilidad pública.

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En medio de la inflexibilidad de las leyes, y de la du­reza de los tiempos, algunas voces se alzaron generosas im­plorando indulgencia para los vencidos. Entre ellas fué es­forzada la del General Páez, al que se debía, en parte, el triunfo de las instituciones. Lo acompañaron algunos otros ciudadanos, entre ellos Tomás Lander, quien, en célebre do­cumento que la historia conoce y aplaude decía, entre otras cosas, al Presidente Vargas :

"Vuecencia sabe que la seguridad y tranquilidad de los ciudadanos descansa más sobre las costumbres que sobre las leyes penales; que las buenas costumbres no se adquieren con el espectáculo de los suplicios, ni con la orfandad de cente­nares de hijos proscritos; que no es la crueldad de las penas sino la infalibilidad de suaves castigos lo que corr ige; porque la crueldad o dureza hace cautos y feroces a los que sobre­viven y prepara un porvenir sangriento y desastroso.

Bolívar y Páez presidiendo a Colombia y a Venezuela, supieron en ocasiones solemnes, como las actuales, abrazar a. los enemigos suyos y de las instituciones que regían: supieron de este modo convertir en ciudadanos fieles a ene­migos tenaces. Imítelos Vuecencia: son raras ocasiones se­mejantes. N o prive Vuecencia a los que vestimos la casa­ca negra del honor de que participaremos viéndolo engran­decerse por la clemencia".

El Dr . F. González Guiñan al apreciar esos sucesos en el tomo segundo de su Historia Contemporánea de Ve­nezuela, hace sobre el particular atinadas consideraciones.

20 de diciembre de 1921.

La sucesión de los señores Eduardo, Martín, Rafael y Vicente Marturet dirige al Dr . Vicente Lecuna, conservador

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ad-honorem de la Casa Natal del Libertador, una carta en la cual le significan que el Coronel Juan Santana, Edecán del Grande Hombre, regaló a su hermano político, Don Lorenzo Marturet , esposo de doña Carmen Santana, una llave de oro y un ejemplar impreso en seda del Proyecto de Constitu­ción para la República de Bolivi-a y Discurso del Libertador. objetos históricos que ellos quieren donar ahora a la Casa Natal, para que se conserven con los otros preciosos recuer­dos del Padre de la Patria.

La llave, que se tiene como una de las del Cuzco, es de oro puro, pesa 750 gramos, tiene de largo 25 centímetros; el eje mayor del ojo 9, y 5 los dos dientes. En el anillo torneado que sirve de soporte al ojo se lee el nombre del art íf ice: Pctrous Caldc me fecit; y en los dientes la siguiente inscripción ofertoria: A S. E. el Libertador.

La presentó a éste José María Ugarte , Intendente de Quispecanche, sobre un pequeño cojín de terciopelo grana, primorosamente bordado en oro, con borlas en los ángulos del mismo material.

Como se sabe, Juan Santana fué de los más conspicuos luchadores en la Guerra Magna. Comenzó su carrera en 1817, al regresar de Norte América, donde había cursado es­tudios. Sirvió como Guardia Marina en la Escuadra del Almirante Brion. Pasó luego al ejército y fué con Bolívar por tierra del Sur. Estuvo en Boyacá, combatió en Junín, con Sucre vadeó el Guáitara, ganó el grado de Coronel por riguroso ascenso; fué Edecán y Secretario del Liberta­dor. Cargos difíciles por cierto. Estuvo en Santa Mar t a ; vino a Venezuela; fué Comandante Militar de Maracaibo el año 37. El año 63 se le concedió el grado de General de División. Gozó larga vida, pues, nacido en 1804 murió en Maracaibo el 5 de julio de 1882.

La Casa Natal del Libertador guarda valiosos recuerdos del Padre y Creador de cinco naciones: entre ellos están bien las dos joyas regaladas por los señores Marturet , cum-

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piídos caballeros que merecen el aprecio de nuestra sociedad nc sólo por descender de familia procera sino por las cua­lidades personales de que están adornados.

21 de diciembre.

A medida que trascurre el tiempo parecen más curiosos e intersantes los usos y costumbres de la vida colonial. Ig­nacio Gutiérrez Ponce nos ha dejado una animada descrip­ción de la fiesta con que celebró Santa Fe de Bogotá la jura de Carlos IV . Dichos festejos duraron desde el 6 has­ta el 20 de diciembre de 1789. El primero de los días citados tuvo lugar la jura del Monarca, sobre un magnífico tablado que a sus expensas hizo construir en la Plaza principal el Alférez Mayor don Luis de Caicedo y Flores. En seguida brillante paseo a caballo de toda la nobleza y el ejército por las calles de la ciudad vistosamente adornadas con espejos, pinturas y damascos. Luego entró el Alférez Mayor a su casa y desde el balcón de ésta, donde se encontraba con su esposa e hijos, arrojó puñados de monedas al pueblo repi­tiendo cada vez que las arrojaba: Viva nuestro Rey y Señor don Carlos IV .

Lo mejor de los festejos fueron las vistosas cuadrillas de los días 7 y 20, compuesta cada una de diez distintos sujetos. Los de la primera tenían por jefe al mismo Alférez Mayor, vestían de blanco con cabos amarillos. Cada uno llevaba una adarga en la cual se veían pintadas las columnas de Hércu­les y en mitad de ellas dos mundos, los cuales iluminaba el sol con este lema:

Del hemisferio español y del uno al otro polo Santa Fe por Carlos solo.

Viva Carlos IV.

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La segunda cuadrilla iba dirigida por don Francisco Ja ­vier Vergara, Abogado de la Real Audiencia. Iban todos vestidos a lo húsar, con capa, botín y calzón azul y chupa encarnada. E n las adargas llevaban pintado un hermoso árbol de granado, coronado de flores y frutos, simbolizando en ellos al Nuevo Reino, con el siguiente lema:

Este árbol coronado de hermosas flor y fruto De Luisa es fiel tributo. Viva la reina María Luisa.

La tercera cuadrilla iba gobernada por don José Ayala, Mayordomo de Santa Fe. Iban todos vestidos a lo turco, con capa y calzón encarnados, chupa y botín blancos, y en las adargas llevaban pintado un campo por cuyo horizonte se veía salir un hermoso lucero que iluminaba todo aquel va­lle, con este lema:

Si Carlos iluminando Como sol, sus Indias dora, Fernando es su bella aurora. Viva el Príncipe Fernando.

La cuarta cuadrilla tenía por jefe a don Francisco Ponce de León, que ostentaba rico traje de romano. Los cuadri­lleros llevaban pintado en las adargas el escudo de armas de la casa de Borbón, con el siguiente lema:

E n las Indias se eternice Con Castillos y Leones La estirpe de los Borbones. Viva Ponce de León.

136 J O S É E . M A C H A D O

22 de diciembre.

Todos los caraqueños conocemos, siquiera de oídas, el caserío que existe hacia la parte sur de la estación donde se juntan los tranvías que van de Plaza Bolívar a El Paraíso y a El Puente de H i e r r o ; lo que si saben pocos es que ese lugar, así como el nombre que lleva, son de antigua data, pues ya en 1779 se le conocía con la denominación de Buenos Aires. E l presbítero doctor Juan José Sustaiza, cura de la parroquia de San Pablo, al oponerse a la crearión de la de Santa Rosalía, por cuya erección abogaban Don Joseph Francisco de Viana, Don Joseph Antonio de Peralta y Don Jacobo Joseph de Mena, alegaba que no había la larga dis­tancia que se objetaba entre su parroquia y los sitios donde se proyectaba erigir una nueva; que el sitio más alejado era Buenos Aires ; que los vecinos de ese campo iban a Ba-ruta a servirse; y que más grande era la parroquia de Cathedral, que se extendía por más de cuatro leguas hasta T o p o ; y la de Alta Gracia, que llegaba a la Cumbre de La Guaira, sin que nadie se quejase.

E n vano alegó esas y otras razones el cura de San Pa­blo ; en vano representó que Viana, Peralta y Mena, traba­jaban por "sonsacar, para ladearlos a su partido, a los Al­caldes ordinarios y Rexidores; inútilmente puso de presente que en estos últimos tiempos eran numerosos los artificios y supersticiones sugeridos por el espíritu de las tinieblas, y los hálitos con que el Abismo impide el bien de las almas y el rocío del cielo". La parroquia nueva fué erigida como ayuda de la de San Pablo, en 1779; y se fijaron a la iglesia matriz los siguientes límites: La calle que corre desde la iglesia Catedral hasta el Guaire, las boca-calles hasta el orien­te, comprendiendo las demás calles rectas de norte a sur y los campos que por una y otra parte hay anexos hasta los términos de las demás parroquias colindantes.

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La actual iglesia de Santa Rosalía fué el primer con­vento de Carmelitas descalzas de Caracas, para cuya fábrica se reunieron 36.561 y medio reales de vellón, as í : el Deán y Cabildo, 5.560; el Obispo Don Juan de Escalona y Cata-layud, 834 y medio; el Secretario del Obispo, Don Juan de Herrada, 4.000; el Gobernador, Don Diego Portales y Meneses entregó 5.713, y medio, procedentes de las licen­cias de pulperías y juegos; y en limosnas de distintas per­sonas, 20.453 y medio reales.

Por aquellos tiempos eran continuos los dimes y dire­tes entre las autoridades civiles y eclesiástica, por motivos de jurisdicción o de preeminencia. Uno de ellos fué entre el Ayuntamiento y el Obispo, por haberse negado éste, en 1760, a bendecir solemnemente en la Catedral el Pendón que costeó de nuevo la ciudad de Caracas para la fiesta de la proclamación de Carlos I I I , celebrada el día de Santiago, por contener dicho Pendón además de las Armas Reales, las Armas o Escudos de Caracas, con la inscripción: "Ave María Santísima concevida sin pecado original en el pr i ­mer instante de su ser natural".

23 de diciembre de 1846.

Es fusilado en la Plaza de San Jacinto, en Caracas, Rafael Flores, alias Calvareño.

Víctima, más que de sus propios hechos de las pasiones políticas de aquella época turbulenta, ese infeliz pagó con la vida el crimen de haberse adscrito a las ideas políticas de un grupo de hombres que, buenos o malos, se enfrentaron re ­sueltamente a los que desde 1826 ejercían el poder, sin du­da con honradez, aunque también con la presunción de ser

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ellos los mejores; y de que debían reputarse como crimen las evoluciones naturales del espíritu humano.

Rafael Flores, alzado contra el gobierno constituido, fué capturado por el general Macero seis días depués de haberse puesto en armas. Durante el proceso—dice el his­toriador Dr. Francisco González Guiñan—se le inculpó por supuestas intenciones, pues en los días que estuvo alzado no ejecutó ningún hecho criminal fuera de su propio alza­miento. Se dijo que había salido de La Victoria procla­mando las doctrinas guzmancistas, dirigiéndose a Ocumare con el plan de asesinar a toda la gente honrada e industrio­sa, robarle sus bienes y dar libertad a los esclavos; pero no hubo constancia de haber cometido esos crímenes. Conde­nado a muerte, y no conmutada la sentencia, dispuso el Poder Ejecutivo que fuese trasladado a Caracas, para ser allí ejecutado. El 20 de diciembre fué conducido a la capital por una fuerza al mando del Capitán Luis Urosa ; y, puesto en capilla el 22, fué ejecutado el 23 a las 12 y 20 minutos del día, en el centro de la plaza de San Jacinto, frente a la prisión donde estaba recluido el señor Guzmán.

Al relatar esos hechos recuerda el historiador antes ci­tado que El Centinela de la Patria, periódico oficial, dijo al día siguiente de la ejecución de Calvareño:

Esta es sangre derramada en satisfacción de la vindicta pública, ante la nación y en especial ante los tribunales, por venganza contra los principales motores y cómplices de la terrible conspiración. Calvareño fué uno de los principales cabecillas que se presentaron con las armas en la mano a sustentar el combate, es cierto; pero también lo es, y está en la conciencia de todos, eme Calvareño, y otros como Cal­vareño, son instrumentos puestos en juego por otros que son cabezas del atentado. Contra estos clama la sangre ele Calvareño, y sería una escandalosa injusticia si no se le die­se satisfacción. No permitamos que para nuestro oprobio

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resulte cierto entre nosotros aquello de que las leyes son te­las de arañas, que las rompe el moscardón, al paso que en ellas perecen los pequeños insectos".

24 de diciembre.

Una de las fiestas más celebradas en los tiempos colo­niales era la llegada y recibimiento del Sello Real. Caracas guarda el recuerdo de las que con tal motivo se verificaron en los días 19 y 20 de julio de 1787. Al amanecer del pri­mero se depositó el Sello Real en una tienda de damasco, situada a inmediaciones del antiguo Cuartel San Carlos, en la Puer ta de Caracas. A las ocho hubo Misa Mayor con re­pique general de campanas, que fué la señal para que los caraqueños se echaran a la calle.

La carrera por donde debía hacer su entrada el Sello Real estaba toda vestida de las más vistosas colgaduras y de los más exquisitos adornos. Comenzaba en la Tienda ya dicha, seguía hacia el Puente de la Trinidad, luego hasta Las Gradillas, volvía sobre la izquierda hasta la Plazuela del Convento de San Jacinto, y de este punto, por la calle del Marqués del Valle hasta el Palacio de la Real Audiencia, donde debía quedar depositado el Sello en una pieza a cargo del Canciller Don Juan Domingo Fernández.

La procesión para ir a buscar el Sello se organizó as í : Abrían la marcha cuatro soldados de a caballo, ceñidas las espadas; seguían los Ministros subalternos del Tribunal y los de la ciudad: iban inmediatamente los sujetos de pr i­mera distinción y calidad, en caballos con jaeces pr imorosos: seguía la Ciudad, baxo de Maxas, iban los Ministros de Real Hacienda, y últimamente los de la Real Audiencia, ce-

140 J O S É E . M A C H A D O

rrando las dos líneas el Presidente y el Decano Regente de ella.

El Sello Real, encerrado en un cofre de terciopelo ga­loneado fué puesto sobre la almohada y caballo "con ade­rezo y ornato sobresaliente a todos" preparado al efecto, llevando los cordones el Alcalde Ordinario Don Lorenzo de Ponte, y el Rexidor decano Don Estevan de Otamendi. La procesión de regreso se hizo en el orden que se ha dicho, cerrando la marcha una Compañía de Caballería.

Llegados al Palacio de la Real Audiencia tomaron el cofre el Presidente y Decano Regente, quienes entraron ba­jo Palio, llevando las varas los Capitulares del Ayuntamien­to. Guardado con mil ceremonias el Sello, se abrió la Sala de Audiencia, y, en nombre de Dios y del Rey, el despacho público de los negocios de Justicia. Luego pasaron todos a la casa del Presidente, donde se sirvió un abundante re­fresco.

E n la noche hubo grandes iluminaciones en el Palacio Real, la Torre y todas las casas de la ciudad, "siendo mu­chísimas aquellas donde había refrescos, música y bailes, ín­terin por las calles ivan otras músicas acompañadas orde­nadamente de quadrillas numerosas. Se distinguió entre to­dos el abundante y delicado refresco, exquisito concierto de músicas y vaile que dio generalmente el Canciller, y a que concurrieron más de doscientas personas de ambos sexos".

25 de diciembre.

En t re las personas de importancia que en Europa toma­ron la defensa de la causa americana, en la época en que se luchaba por la independencia, cuéntase en primer término el Abate de Pradt , quien escribió varios libros con aquel

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propósito; como también muchos artículos para defender a Bolívar de las imputaciones que en aquellos tiempos le hi­cieron Benjamín Constant y algunos otros liberales exalta­dos.

Por su parte el Libertador correspondió con su gene­rosidad de gran señor a la defensa que de él y de la eman­cipación política de la América española hiciera el antiguo Arzobispo de Malinas. En carta firmada en Chancay a 15 de noviembre de 1824 le dice, entre otras cosas, lo que si­g u e :

"Mi gratitud por las continuas bondades de V. S. I . es sin término y acéptela V. S. I. como la expresión entra­ñable del hombre que más le admira y ama en todo el mun­do.

¿ Por qué el tiempo no ha roto con V. S. I. sus leyes devoradoras? ¿ P o r qué V. S. I . no es siempre joven para que viniese a América a ser nuestro legislador, nuestro maes­tro, nuestro patriarca?

¡ Qué no sea V. S. I. de nosotros!

V. S. I. me habla de los reveses de su fortuna. ¿No podría un mundo entero remediarlas? Es el oprobio de la Europa la desgracia de V. S. I. y es el deber de la América poner término a ella.

Yo, como representante y Jefe de dos pueblos ameri­canos me creo obligado a llenar gran parte de ese deber. Desde luego puedo ofrecer a V. S. I. sobre mi fortuna pri­vada una pensión de tres mil duros al año, que V. S. I . me honraría infinitamente si se dignase aceptar; y si V. S. I. tuviera la bondad de trasladarse a América todo lo que yo poseo sería del dominio de V. S. I. y un techo nos pon­dría a cubierto a ambos.

¿ Quién era el Abate de Pradt ? Para nosotros los sur-americanos, y especialmente para los venezolanos, un defen­sor oportuno y entusiasta. Por ello merece nuestra grati­tud. Sin embargo no admiraron sus cualidades morales e

142 J O S É E . M A C H A D O

intelectuales gran parte de sus contemporáneos. Saint-Beuve, que lo conoció, traza de él una no muy benévola silueta en sus Nuevos Lunes, correspondiente a diciembre de 1864. Dice el célebre crítico, que el Abate, instruido en muchas cosas, creía poseerlas todas; y agrega: "Hombre de iglesia, conocía a fondo la teología y olvidaba el catesismo; publicis­ta fecundo, fértil en ideas, con vistas políticas tomaba en ocasiones aires de profeta ; escritor nacido de las circuns­tancias, romántico y pintoresco como pocos, siempre olfa­teando las novedades de ambos mundos, el primero en ful­minar los Congresos de Europa y preconizar las jóvenes re­públicas de Bolívar; creador de frases que corrían por el universo, y a veces olvidadizo e inconsecuente. Orador de salón, conversador infatigable, que abusaba de su facilidad de expresión hasta producir hastío; que se apoderaba de las personas adoctrinándolas sobre lo eme mejor sabían: así ha­blaba a Ouvrad de finanzas, a Jomini de estrategia, a Wellington de táctica. . . . Hombre que se olvidaba con fre­cuencia de su dignidad y de su carácter eclesiástico y en quien la generalidad de sus defectos, o si se quiere mejor, de sus cualidades, se encontraba en desacuerdo. Un verda­dero Mirabeau Scapin "

El Libertador fué munifÍcente con el Abate de Pradt su defensor en Europa contra las imputaciones de Benjamín Constant.

26 de diciembre.

Ya en otra ocasión tuvimos oportunidad de relatar cómo se conocieron Miranda y Bonaparte; y ahora extractamos, tomándolo de las Memorias de la Duquesa de Abrantes, un incidente relativo a aquellos dos personajes que por obvias razones nunca llegaron a simpatizar.

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Es el caso eme un día encontrándose el futuro César francés en casa de la señora Permón, madre de la Duquesa y amiga íntima de la familia Bonaparte, hizo referencia a cierto personaje en cuya casa había comido el día anterior y de quien se expresó en los términos siguientes:

" E s un hombre verdaderamente singular a quien creo espía de las cortes de España y de Inglaterra; habita en un tercer piso y su mueblaje es el de un sátrapa; habla de su miseria en medio de aquel lujo y nos da comidas preparadas por Meo y servidas en vajilla de plata. Hay allí un misterio que deseo esclarecer, con tanto más motivo cuanto que he comido en esa casa con hombres importantísimos, siendo uno de los que deseo ver de nuevo un Don Quijote que tiene sobre el otro la diferencia de eme no es loco.

—¿ Cómo se llama ese hombre ? —preguntó mi madre .

—El General Miranda; ese hombre tiene el fuego sa­grado en el alma.

Cuando Bonaparte hubo salido, Salicett elijo:

—Ese charlatán, (nunca hablaba de Napoleón sin apli­carle algún epíteto injurioso) lo ha adivinado. El hombre de las comidas, de que acaba de hablar, es en efecto, un agente de Inglaterra: lo creo mejicano, pero no estoy segu­r o . . . . Por ahora, señora Permón, lo indispensable es que procuréis que el general Miranda venga a vuestra casa; ten­go absoluta necesidad de oir su opinión sobre los asuntos de pradial .

Mi madre manifestó cierta repugnancia en llevar a su casa un extranjero con el cual no tenía relación a lguna: pero aquel mismo día vino a vernos el señor Emilhaud, y contando sus viajes, habló de España y de los hombres que .allí había conocido, entre los cuales nombró a Miranda .

— H e oído hablar mucho de ese hombre, dijo mi ma­dre, y no me disgustaría conocerlo.

144 J O S É E . M A C H A D O

—Nada más fácil, respondió Emilhaud, y si lo deseáis os lo presentaré.

Habiendo respondido ella que tendría mucho gusto, dos días más tarde se presentó aquel amigo con el general Mi­randa. E ra éste de fisonomía y figura poco comunes, en ra­zón de su originalidad más aún que bajo el punto de su belleza física: la mirada de fuego de los españoles, la piel curtida, los labios delgados y elocuentes, aun en silencio. Su fisonomía se iluminaba al hablar, 'lo que hacía con rapidez inconcebible. Aquel hombre debía llevar en el fondo de su alma el foco de un noble fuego.

27 de diciembre.

Continuamos hoy el relato que sobre el Precursor de la Independencia Suramericana hace la Duquesa de Abran-tes, ante la cual, como se sabe, desfilaron las grandes figu­ras de la Francia republicana y del primer Imper io .

Acordándose de la súplica de Salicetti—dice la Duque­sa—mi madre hizo recaer la conversación sobre los últimos acontecimientos, a pesar de que le repugnaba hablar de po­lítica. El general Miranda estaba ocupado en aquel mo­mento en contestar a mi hei mano, que le preguntaba algo del Mediodía de España, y al contestar sonreía, lo cual daba verdadero encanto a su fisonomía. De pronto, al oír hablar a mi madre sobre la conspiración de pradial, cambió de ex­presión y con acento severo d i jo :

•—Amo la libertad, señora; pero no esa libertad san­grienta y sin piedad para el débil que hasta hace poco exis­tía en vuestro país, y que parece quería restablecer la revo­lución de pradial . Los que deseaban y provocaban tal retro­ceso no son franceses, ni siquiera hombres.

E L D Í A H I S T Ó R I C O 145

— M u y bien, amigo mío ; muy bien, exclamó Emilhaud estrechándole la mano; hablad siempre así y no tendremos por qué discutir .

Mientras que el general Miranda hablaba, hube de sa­lir un momento, y atravesé la antesala. Apenas hube puesto el pie en ella retrocedí asustada, creyendo tener enfrente de mí a Salicetti: el parecido era asombroso, si bien la estatu­ra del individuo que causara mi admiración no alcanzaba las proporciones que la del proscri to: el hombre parecido a Salicetti era un español al servicio del general Miranda.

Cuando éste se marchó con Emilhaud, aquél dijo a mi madre con acento de desesperación:

-—Veo que mis esperanzas me engañan y que nada me es dado esperar. Ese Miranda es uno de esos ideólogos im­béciles, que como Tomás Payne, quieren regenerar el mun­do empuñando como cetro un ramo de r o s a s . . . Son tontos, sí, y su tontería aumenta el número de obstáculos que tene­mos que salvar. E n fin, ¿qué podremos esperar?

Sin que se alcanzase la importancia que debía tener la observación que acababa de hacer, hablé de lo que me había chocado el parecido entre el criado de Miranda y Salicetti. Mi madre fué la primera en comprender el partido que de esta circunstancia podría sacarse, y exclamó:

-—Estamos salvados; es imposible que en una ciudad como París no se pueda encontrar una cabeza como la del criado de Miranda en un cuerpo de cinco pies y seis pulga­d a s .

Mi hermano, Salicetti y madama Grety, que fué llama­da a consejo, encontraron excelente la idea de mi madre, quien di jo:

—Voy a hacer que me encuentren un criado: cuando lo tenga tal como lo necesito, lo llevaré a la sección para que le den su pasaporte. Obtenido éste para un hombre a mi ser­

io

146 J O S É E . M A C H A D O

vicio, me ingeniaré para despedirlo al cabo de algunos días quedándome con el pasaporte y dándole un mes de sueldo como indemnización.

28 de diciembre de 1893.

Ent re papeles de nuestro archivo conservamos copia de tina carta anónima dirigida en esa fecha al D r . Arísti Jes Rojas, no sabemos si por infantil placer de cogerlo por ino­cente, o con el maligno propósito de mortificarlo; que alin­ea faltarán en el mundo seres para quienes sea deleite mo­lestar al prójimo, sobre todo si ese prójimo posee cualida­des que lo destaquen sobre el nivel común. Probablemente el autor de la misiva, que aspira a humorista sin serlo, no pudo perdonar a nuestro inolvidable compatriota las .lis-tinciones que alcanzaba por su labor intelectual y la pul­critud de su vida, y desahogó su bilis en la forma que sigue:

Al Excmo. Señor Doctor Don Arístides Rojas, Co­mendador de la Orden del Libertador, Miembro de la Aca­demia de la Historia de Madrid ( M . D . ) , Historiógrafo, Naturalista, Anticuario, Arqueólogo, Numismático, e tc . , e t c . , e tc . ,

Muy Señor mío y de toda mi consideración: Acabo de llegar a esta ciudad del Libertador Simón

Bolívar y del Ilustre Americano Antonio Guzmán Blanco. Viajo desde las heladas regiones en donde sopla el Bóreas, hasta las abrasadas que nunca abandona el dios Hel ios ; y desde las Colinas de Hércules, hasta las playas del celeste imperio, y hasta las aguas peligrosas eme no dudó de atra­vesar el intrépido Magallanes. H e recorrido de Norte a Sur y de Naciente a Poniente, así las aguas agitadas de!

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Atlántico, como las mansas y dormidas del Pacífico. H e estado en las civilizadas comarcas de la Europa y de la Amé rica y en las salvajes de África y Oceanía, como en las barloaras de Asia. Me he visto en peligro de muerte por el furor desencadenado de los elementos; por los ins­tintos voraces de las fieras y por los crueles sentimientos de los hombres salvajes; y todo ésto para cumplir una Comi­sión que me ha sido encargada por la muy grande y muy poderosa República de Andorra y de su Jefe el muy I lus-trísimo y Reverendísimo S r , Obispo de Urge l .

Aunque soy nacido en la tierra de los Euscaldunas, no­bles y libres por siempre, y en la villa en que se levanta el celebérrimo Árbol de Güernica; sin embargo, el Ilustrísi-mo señor Obispo de Urgel y todos los habitantes de la po­derosa República de Andorra, conociendo mi talento supe­rior, mi ilustración sin igual, y mi amor decidirlo a las c í c l i cas y a las letras, me han dado el honrosísimo encargo de recoger antigüedades y objetos curiosos para él en lo futuro, muy célebre museo de aquella insigne República.

Al llegar aquí he sido informado por individuos com­petentes de que Vuestra Excelencia es la persona más cons­picua, ilustrada y sobre todo, más amante de todo género de empresas que sirven para ilustrar la humanidad; por tanto no he dudado un momento en dirigirme a V . E . es­perando que con su bondad habitual, se servirá decirme qué objetos de los que busco pudiera yo conseguir aquí: a cuyo efecto, me permito acompañarle una lista sucinta de los más importantes. ' 1

Ruego a V . E . se sirva dirigir su contestación, y los objetos que tenga a bien enviarme al Grande Hotel, reco­mendándolos a! Señor General Luis Zagarzazu, y dirigidos así. Al. Exmo. Señor Don Hirócletes Filógonos Harmó-crates de Arrebaigorregoyguirrumizaeta, Duque de Erota-coeehecojaunarena, Marqués de Erusquibuirequetabecogoi-

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tía, Condecorado con la Gran Cruz de Caravaca, Presiden­te Honoraro de la Sociedad de Anticuarios de las Repúbli­cas de Andorra y de Liberia, y miembro activo, activísimo de todas las Sociedades de Anticuarios y Curiosos de la Naturaleza, habidas, o existentes y por haber en las cinco partes del mundo, e tc . , e tc . , etc.

Con sentimientos de la más pura y meliflua conside­ración soy del E x m o . Señor Doctor Don Aristides Rojas e tc . , e tc . , e tc . , e tc . , etc.

Muy atento y peripatético servidor,

Q . S . M . B .

29 de diciembre.

E n días pasados consagramos unas líneas al Abate de Pradt , y ahora queremos recordar a Benjamín Constant, su contendor en la polémica que un tiempo se suscitó sobre las cosas de América.

Constant nació en Lausana en octubre de 1767 y murió en París en diciembre de 1830. Portavoz del partido libe­ral, publicó varios folletos de carácter político y otras mu­chas obras sobre diversos asuntos. Su novela "Adolfo", pu­blicada en 1816, se tiene como una de las primeras de las llamadas después psicológicas, y se considera por algunos críticos como una verdadera autobiografía, sobre todo en lo que se relaciona con madama Stael, de quien, como se sabe, estuvo enamorado, así como de madama Recamier, por cuya causa se enemistó con Chateaubriand. Muchas otras damas de Francia recibieron sus homenajes, pues era hombre ga­lante y apasionado.

E L D Í A H I S T Ó R I C O 1 4 9

Pedro Emilio Coll nos ha proporcionado algunos datos sobre la personalidad de Constant, que, además de su celebri­dad política y literaria en Europa y en el mundo, tiene para nosotros la muy especial de haber escrito sobre las cosas de Colombia y del Libertador Simón Bolívar.

El carácter de Constant era agrio y rebelde y sobre é! corren muchas anécdotas, entre ellas la de que su precep­tor para hacerle aprender el griego, que se negaba a estu­diar, le propuso que entre los dos inventaran un idioma que sólo los dos conocerían. Halagada su vanidad con esta pro­posición consagró su voluntad a este fin, y cuando se va­nagloriaba de haber inventado el idioma más rico del mun­do se encontró que la pretendida invención era la lengua que hablaron los mayores sabios de la antigüedad.

Contradictorias opiniones corren sobre la personalidad y las obras de Constant, pero en todas se reconoce gran ta­lento y su vasta ilustración. Beranger, que para 1823 su­fría una prisión de tres meses, decía de Constant: — " N o hay triunfo que no le produzca envidia, ni aún el que yo he obtenido a expensas de mi libertad. El envidia mis cancio­nes y hasta mi condena por la popularidad cine me propor­cionan. Sólo por vanidad amaba a madama Stael : todas sus pasiones son artificiales".

E n cambio el famoso historiador Sismondi escribía en diciembre de 1830: "Experimento una gran emoción con la muerte de Benjamín Constant. Después del fallecimien­to de Madama Stael le vi declinar. La enfermedad había dado a su espíritu una agitación, una irritabilidad febril que lo apartaba de su habitual sabiduría. Yo comprendo lo que en los últimos años dañaba su reputación, enemistándose con hombres que amaba de corazón y creándose una frial­dad que era su mayor tormento. Estoy de acuerdo en que fué muy inferior a lo que ha podido ser, pero de todas mane-

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ras me parece que se elevó a un alto nivel sobre sus contem­poráneos" .

30 de diciembre.

Siempre ha sido guasón el espíritu de los caraqueños; así no hay que extrañar lo sucedido en la posada de Basetti, sita en la esquina de San Pablo, en aquel día de diciembre de 1858.

Es el caso que a hora avanzada de la noche, la cam­pana que tarde y mañana anuncia la comida comenzó a so­nar . Ya tocaba arrebato, ya doblaba a muerto . Los hués­pedes alarmados van saliendo de sus habitaciones, la ma­yor parte aterrorizados. Todos se preguntan y nadie sabe qué responder. Se examina, se inquiere, y no se encuentra la causa del fenómeno. El badajo está allí inmóvil, silencio­so . La campana redobla, crece el espanto. Son las ánimas, dicen unos; el cometa exclaman otros. Restablecido un tanto el silencio, todos vuelven a la cama, unos estornudan­do, otros tosiendo, los más, llenos de pavor. Los comenta­rios y murmullos espiran y parece que el sueño ha cubierto con su apacible manto tantas inquietudes. Pasa una hora, quizás dos; nada se o y e . . . . De repente un doble hiende el a i re ; luego un repique, después la campana recorre todas las notas, imita todos los ruidos. Los huéspedes se lanzan de nuevo de sus lechos y se agrupan a distancia de la cam­pana, que s u e n a . . . . y suena hasta ensordecer. Gatos mú­sicos y amantes de la noche prestan su voz a aquel concierto infernal. Se cree oir voces extra- terrestres; acentos extra­ños parecen salir de un cortejo de esqueletos. ¿Qué hacer para contrarrestar las influencias maléficas? Todos los re­cursos humanos son imponentes, todos se miran perplejos.

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De repente llega la policía; cesa todo ruido; se examina con atención; hay un ligero razonamiento en las te jas ; agentes de la benemérita se suben al techo y ven que un hilo a ma­nera de alambre telegráfico une la campana con la casa in­mediata, y que ese hilo acaba de romperse. Ya no es cues­tión de duendes, brujas, ni trasgos. El valor renace; todos se sienten heroicos. Se siguen las huellas y se descubre que todo aquel espanto es producido por un vecino de buen hu­mor que quiso jugar esa treta a los pacíficos vecinos del hotel, amarrando la campana con una cuerda que llevó has­ta su cuarto, desde el cual manejaba a su sabor el bronce sonoro.

Cuántos cuentos, tradiciones y leyendas de muertos y aparecidos, que dejarían tamañitos los de Hoffmann y Poe, no han tenido su origen en un guasón a la manera del ve­cino de Bassetti, o en un calavera a la manera de don Juan Tenorio, que se valía de medios terroríficos para ponerse en contacto con su adorada doña Inés . La luz eléctrica, el teléfono y otros elementos modernos han disminuido hechos análogos al que ahora relatamos, tomándolo de un periódico de aquella época; y decimos disminuido, porque no somos de los que negamos la posibilidad de algunos hechos de ca­rácter psíquico, como los que ahora llaman la atención de ignorantes y de sabios.

3 1 de diciembre de 1871.

A las 12 m., se rompen los fuegos de la llamada bata­lla de Apure, cuyo objetivo estratégico era según Guzmán Blanco, el Jefe que la dirigió: "cargar duramente al enemi­go en Guanapo, por las dos márgenes del Portuguesa, y a

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San Fernando desde el Paso Real hasta más abajo de la isla de Apurito, para después de haberlo atraído suficiente­mente y obligarlo a defender esa extensa línea, flanquearlo pasado el Caño Amarillo, entre Guanapo y la Boca de los Becerros.

Tomaron parte en esta acción, que duró hasta el 6 de enero de 1872, en que el Jefe de las fuerzas federales ocupó a San Fernando, los generales Pulido, Colina, Gil, Borrego, Machado, Ouevedo, Urdaneta, Lutowsky, Alcántara, Rivas, Ibarra, Sarria, Aurrecoechea, Flinter, García Gómez, Mira-bal, Pacheco y algunos otros; pero la gloria de la jornada se reflejó mayormente sobre el General Joaquín Crespo, por la pericia y el valor conque verificó el paso del río Apure por el lugar denominado Caño Amarillo. Sobre tal hecho de armas decía el Jefe de la Revolución de abril al Encar­gado de la Presidencia y a los Ministros del Despacho:

"Cuartel General en el campo de batalla, a la margen derecha del Caño Amarillo, enero 5 de 1872. Esta mañana de las tres a las cinco se venció la gran dificultad de esta batalla. Durante siete días he estado atrayendo la atención y las fuerzas del enemigo hacia Boca de Guanapo, paso de San Fernando, y la isla de Apurito, para poder, con un movimiento de flanco, como el que se ha realizado esta ma­ñana, pasar estas inmensas aguas y falsear todas las posi­ciones enemigas. De aquí a por la mañana espero caerles por la retaguardia. Ent re tanto el combate se sostendrá vi­goroso frente a Guasiapo y San Fe rnando : aquí por las fuerzas de Aragua con Alcántara y mi Guardia, todo a las órdenes del General Pul ido; allí con fuerzas de Occidente con Ramón Rivas, Juárez y Escovar a la cabeza. Yo sigo marcha con Crespo a vanguardia, apoyado por Colina. La batalla ha sido muy laboriosa; pero está vencida la gran di­ficultad; ya no hay por qué temer un fracaso.—Dios y Fe­deración.—Guzmán Blanco".

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Posteriormente se le dio al General Crespo el título de Héroe de Caño Amarillo; y mucho después el de Héroe del Deber Cumplido por la defensa que en enero de 1878 hizo de la personalidad y de los actos del General Guzmán Blanco.

El poeta Potentini satirizó el último de los cognomentos citados en esta conocida quintilla:

Héroe del Deber Cumplido Es un título profundo. Héroe del pagar no ha sido. ¿ Quién no sabe que se ha ido Debiéndole a todo el mundo?

1» de enero de 1892.

Aparece en Caracas el primer número de El Cojo Ilus­trado.

Esta revista, la más sonada de Venezuela, y una de las mejores de la América del Sur, vivió casi un cuarto de siglo bajo la inteligente dirección de su fundador el señor J. M. Her re ra Irigoyen, empresario inteligente, todo voluntad y energía, cuyo nombre se encuentra irrevocablemente ligado a la cultura patria, de la cual fué constante propulsor.

Bajo la férrea disciplina de aquel hombre recio y perse­verante convivieron los graves académicos y los noveles li­teratos, clásicos y modernistas, ortodoxos y libres pensadores. Heráclitos y Demócritos, amarillos y del otro color. Pa ra realizar aquella labor, que parecía superior al medio, y que ningún otro ha podido continuar, ese hombre tuvo que con­vertirse en "t irano". Rafael Sylva ha dicho cómo en el célebre saloncito hogar de las letras patrias, se leían duras

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advertencias en cartelones ostensibles. Esto no se toca, sobre el fajo de periódicos recien llegados del exterior. Esto no se registra, junto al cofre que guardaba los manuscritos que no iban a publicarse. Este cenicero es para la ceniza, a los fu­madores mal educados que empañaban con residuos de ciga­rros la pulcra limpieza del local. Esta agua de Colonia no es para las visitas, en el frasco de perfume que ponía el Di­rector en su escritorio para su uso personal.

Fuera de las que pudiéramos llamar sus funciones pú­blicas, el Director de El Cojo Ilustrado era asequible hasta permitir sobre su persona las más picantes alusiones. El lápiz de los humoristas lo había caracterizado en cómicas ac­titudes : El Tirano rechazando unos versos de Arrcaza Cala-trava.—Nadie pase sin hablar al portero.—Y había un libro destinado esclusivamente para los que quisieran criticar al dictador! E n una de sus páginas escribió Fernández García: "Es te álbum es una nueva demostración de la vanidad de Herrera Irigoyen, quien, cansado, como las viejas coquetas del rumor de las alabanzas, quiere escuchar ahora la volup­tuosa acrimonia de los dicterios".

Y Pedro Emilio Coll: "Sospecho que el señor Her re ­ra oculta bajo su calva comercial un germen de chifladura li teraria; aún más, creo que en el mayor secreto escribe poemas decadentes. Acaso su gran ideal es ser colaborador de El Cojo Ilustrado, desgraciadamente el severo Director no quiere aceptarle sus v e r s o s . . . .porque son muy malos".

En ocasiones el César de El Cojo sonreía con sonrisa un tanto enigmática, de la cual hizo nuestro célebre costum­brista Sales Pérez el siguiente singular análisis:

Si ponéis en infusión una libra de quinina con dinamita, estricnina, un caribe, un escorpión, una garra de león, un colmillo de pantera,

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la suegra más dura y fiera y un cesto de ají chirel, tendréis el retrato fiel de la sonrisa de Herrera .

Y un poeta de fácil es t ro :

¿ Manso usted ? Oiga usted: vayase a China y si al volver de la primera esquina el primer Li-Hum-Chan, uno cualquiera no exclama al verle su gesto (la exclamación en chino, por supuesto) —Este hombre debe ser una pantera, un calabrés ladino, diré, señor Herrera, que es un inbécil Li-Hum-Chan el chino.

Y Maximiliano Guevara:

Me parece que hay mucho de ensañamiento tratándose de un pobre del pensamiento, pues el inofensivo señor Herrera casi inutilizado por su cojera literaria, camina tras los poetas midiendo las estrofas con sus muletas; y hace lo que otros, sin ser tan malo, a todo el que se burla le tira un palo.

El señor J. M. Herrera Irigoyen se ha levantado su propio monumento en los veinte y cuatro volúmenes de El Cojo Ilustrado eme pregonan dentro y fuera de la Patr ia cuánto puede el esfuerzo de una voluntad recia para el bien y encaminada a nobles propósitos de cultura nacional. Adus­to censor encontrará acaso que hay en aquella Revista de­ficiencias y errores ; que figuran en ella nombres de escasa significación, y faltan otros eme merecían sitio de honor en sus columnas. Imperfecciones son estas de toda obra hu­mana ; pero el hecho es eme allí dejaron dos generaciones

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literarias lo mejor de su espíritu; que esas páginas sirvieron para ejercer la doble función de difundir entre nosotros el conocimiento de las artes, las ciencias y las literaturas ex­tranjeros y de divulgar entre pueblos extraños nuestro ade­lanto intelectual; y que al asignarse a cada escritor la debida remuneración por su trabajo, se elaboró de modo efectivo por el progreso y el decoro de las letras.

¡Y habrá siempre una palabra de justa alabanza para el noble sembrador!

2 de enero de 1800.

Sale de la hacienda "Gallegos", plantación de café si­tuada al norte de Chacaito, cerca de las faldas del Avila, la excursión a La Silla, dirigida por Alejandro Humboldt y Amadeo Bonpland.

En la tarde del día antes habían partido de Caracas para pernoctar en la finca ya dicha.

A las cinco de la mañana del día 2 comenzó la ascen­sión, por estrecho pasaje que los pastores de entonces desig­naban con el nombre de Puerta de la Silla. A poco más de un tercio del camino cundieron el cansancio y el desaliento entre los acompañantes de los célebres viajeros cuyos nom­bres son ornato de la ciencia y gala de la humanidad. Sólo éstos, y los hombres que conducían los instrumentos, llegaron a coronar la cima; pues los otros excursionistas, muchos de los cuales, como Andrés Bello y el Padre Quesada, lle­garon a ser célebres en la historia patria, regresaron al pun­to inicial de la partida.

Los pormenores de este pintoresco paseo están consig­nados en el Viaje a las Regiones Equinocciales del Nuevo Continente, del cual extractamos los siguientes fragmentos:

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"La mañana estaba fresca y hermosa y el cielo parecía favorecer nuestra excursión. El guía pensaba que nos fal­tarían como seis horas para llegar a la Silla, cuya subida, más cansada que peligrosa, desanimó a las personas que nos habían acompañado desde la ciudad, y eme no estaban acos­tumbradas a trepar las montañas. Perdimos un tiempo pre­cioso en esperarlas, y no nos resolvimos a continuar solos nuestro camino sino cuando vimos que en vez de subir baja­ban todos de la montaña. El tiempo comenzó a nublarse, y temerosos Bonpland y yo de vernos pronto envueltos en una niebla espesa, de la cual podían aprovecharse los hombres que llevaban los instrumentos, los hicimos pasar delante. La locuacidad familiar de los negros criollos contrastaba con la gravedad de los indios que nos habían acompañado des­de Caripe

"Tres cuartos de hora nos costó llegar a la cima, en la cual sólo algunos minutos gozamos de la completa serenidad del cielo. Desde aquella eminencia nuestra vista se espa­ciaba a la vez sobre el mar, que nos quedaba al norte, y hacia el fértil valle de Caracas, que mirábamos a nuestros pies por la parte del mediodía".

"La montaña no es singular por su altura, pero se distingue de todas las que he recorrido por el enorme pre­cipicio que ofrece hacia la parte del mar. La verdadera in­clinación de la cuesta me ha parecido por un cálculo aproxi­mado, de 53-, 28', mientras la inclinación media del Pico de Tenerife es apenas de 12',30' ".

"Al reunir en un golpe de vista este vasto paisaje, ex­traña no encontrar en las soledades del Nuevo Mundo la imagen de los tiempos pasados. E n los lugares de la Zona tórrida donde la tierra ha conservado su primitivo aspecto, el hombre no es el centro de la creación. La lucha de les elementos entre sí es lo que caracteriza en estas regiones el espectáculo de la naturaleza. U n país sin-población se presenta al habitante de la Europa cultivada, como una ciu-

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idad que abandonaron sus habitantes. Cuando se ha vivido durante algunos años en las selvas de las regiones bajas o en las faldas de las cordilleras; cuando se ha visto que países de una extensión igual a la de Francia no contie­nen sino corto número de cabanas esparcidas, ya no se asus­ta nuestra imaginación en aquella vasta soledad, sino se acos­tumbra a la idea de un mundo que no se alimenta sino de plantas y de animales, y donde ni el hombre salvaje jamás ha hecho resonar el grito de la alegría ni los gemidos del dolor".

Al regresar Humboldt de su excursión, se le dio un espléndido banquete en la pintoresca hacienda de Blondín

cuyo poético recinto había recibido ya la visita de los cé­lebres naturalistas alemanes Bredmcyer y Schult, llegados a Caracas en 1786. Corno era de costumbre, en la fiesta social con que se obsequió al futuro autor de El Cosmos no faltaron los discursos y recitaciones. El Dr. José An­tonio Montenegro, Vicerrector del Seminario Trklentino, le­yó el siguiente soneto, que había compuesto para aquel acto;

Sabio Barón de Humboldt, que la alta frente Del Avila soberbio hoy has pisado, Y en su empinada Silla colocado Dominas nuestro vasto Continente:

No necesitas, no, de esa eminente Situación, para ser por mí admirado, Pues de altura mayor en lo elevado Te celebra Europa justamente.

La celestial esfera tachonada De luminosos astros, instrumento

Astronómico forma tu morada;

Allí asombroso te hace el gran talento Que dejando la tierra ya humillada Te da por mejor silla el firmamento.

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Entre los recuerdos de Humboldt que tienen, o han te­nido, personas de Caracas, hay una de las cartas de él a Bolívar, que perteneció a la colección de Arístides Ro jas ; una al Barón de Minutoli, eme conservaba la señora Mar­garita de S tü rup ; y la prueba litográf ica original del mapa de! río Apure, con el imprímase del célebre viajero, que fué propiedad del autor de este libro, por compra que de ella hizo al señor Luis E. Ceballos; como también un ejemplar de las "Noticias Americanas", por don Jorge Ulloa, ejem­plar que tiene algunas notas de aquel insigne naturalista.

3 de enero de 1827.

Los sucesos de 1826 hacían necesaria la presencia del Libertador en el territorio de Venezuela. El lo comprendió así y desde el Perú voló a su tierra natal. A mediados de diciembre llegó a Maracaibo, de donde dirigió una proclama a los venezolanos: "Ya se ha manchado la gloria de vues­tros bravos con el crimen del fratricidio.

I E ra ésta la corona debida a vuestra obra de virtud y de valor? Nó. Alzad, pues, vuestras armas parricidas; no matéis la patria".

Estaba ésta herida de muerte. La voluntad de un hom­bre se había alzado, con pretexto más o menos espacioso, contra la soberanía de la República y la majestad de las le­yes. El Libertador espantado ante idea de una guerra civil optó por perdonar a los culpables. "Estos extravíos son consecuencias de pérfidos consejos que debemos lamentar : temeridades de Páez, cuyo juicio no reconoce los daños que hace. Está ciego de ambición. Pero yo debo medir mis pasos por los intereses y las conveniencias públicas, y todo

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me persuade que el mayor de los males que puede afligir a Colombia es la guerra civil"

De acuerdo con estas consideraciones Bolívar dictó des­de su Cuartel general de Puerto Cabello su proclama del 3 de enero de 1827. "Colombianos! El orden y la ley han reintegrado su reino celestial en todos los ángulos de la Re­pública. La asquerosa y sangrienta serpiente de la discor­dia huye espantada del Iris de Colombia. Ya no hay más enemigos domésticos: abrazos, ósculos, lágrimas de gozo, los gritos de una alegría delirante llenan el corazón de la patria. Hoy es el triunfo de la paz!

"Granadinos! Vuestros hermanos de Venezuela son los mismos de siempre: conciudadanos, compañeros de armas, hijos de la misma suer te : hermanos en Cúcuta, Niquitao, Tinaquillo, Barbilla, Las Trincheras, San Mateo, La Victo­ria, Carabobo, Chire, Yagual, Mucuritas, Calabozo, Queseras, Boyacá, Cartagena, Maracaibo, Puerto Cabello, Bombona, Pichincha, Junín, Ayacucho; y en los Congresos de Gua-yana, Cúcuta y Bogotá: todos hermanos en los campos de la gloria y en los consejos de la sabiduría.

"Venezolanos, Apúrenos, Maturineses! Cesó el domi­nio del mal. Uno de vosotros os trae un bosque de olivos para que celebremos a su sombra la fiesta de la libertad, de la paz y de la gloria. Ahoguemos en los abismos del tiempo el año de 2 6 : que mil siglos lo alejen de nosotros y que se pierda para siempre en las más remotas tinieblas. Y o no he sabido lo que ha pasado.

"Colombianos! Olvidad lo eme sepáis de los días de dolor, y eme su recuerdo lo borre el silencio".

Días de alegre esparcimiento fueron los que pasó en la ciudad que le dio vida el Libertador de la América. No serían, sin embargo, de regocijo para su espíritu. Hasta aquí le llegaron noticias de Lima y de Bogotá. La subleva­ción de Bustamante y la aprobación de Santander a la con-

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ducta de aquel militar. Acaso estos sucesos lo confirmaron en su doloroso pronóstico: "La América es ingobernable: los que hemos servido a la revolución hemos arado en el mar . . . . "

4 de enero de 1876.

En un cuaderno manuscrito que lleva esa fecha encon­tramos varias composiciones entre las cuales algunas llevan el nombre de Isabel Alderson, y se dice que son tomadas del Ensayo Literario. ¿ Quién era esta dama ? Don Arís­tides Rojas nos lo dirá en su interesante t rabajo: Bello Monte, donde nos hace saber que era la hija mayor de Don Juan Alderson, joven inglés que visitó a Caracas en 1811; que simpatizó con la causa de los patriotas y fué gran amigo de Bolívar; que en 1824 se dedicó a la agricultura en un cam­po cercano a la capital que bautizó con el nombre de Bcl-inount, o monte de Isabel, eme al correr de los tiempos se convirtió en Bello Monte, sitio ameno que todos los caraque­ños conocemos, donde vivió Humboldt, y se festejó en 1869 el primer centenario ele su natalicio.

Isabel Alderson era escritora, como hemos dicho. Re­dactó una Revista en 1872. Entre sus trabajos es interesan­te el que t i tuló: Los Funerales de Bolívar, del cual son los siguientes fragmentos:

"Los restos mortales del gran Bolívar reposan en la Catedral ele Caracas, bajo soberbio monumento del más pu­ro mármol b l a n c o . . . . Nunca contemplo ese monumento sin que se apodere de mí una tierna melancolía, y los días de mi niñez acuden a mi memoria con sobrada viveza.

"¡Bol ívar! qué bien recuerdo la magia de este nombre! •Vti padre era íntimo amigo de él y desde que tuve compren­sión había oído hablar de sus grandes hazañas y grandioso

íi

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carácter, pues entonces era el ídolo de la América del Sur y la admiración del Continente Europeo.

"Luego sobrevinieron los días tenebrosos cuando la vil envidia clavó sus garras emponzoñadas, derramando su tósigo en el corazón del héroe y amargando el resto de su vida. . . .

" E n aquellos días luctuosos nadie se atrevía a hacer de­mostraciones favorables a Bolívar, y aquel nombre tan ido­latrado en no lejana época fué prohibido al pueblo, que tuvo que callar su homenaje; pues el verdadero pueblo nunca le fué infiel, y nunca perdió la esperanza de volverlo a ve r ; a tal extremo que se negaron a creer en su muerte y esta ilusión duró hasta sus funerales en 1842, cuando creyeron que era un ardid de sus amigos para introducir a su jefe, y que del catafalco saldría Bolívar en toda la plenitud de su gloria.

"Recuerdo bien un pobre hombre, un herrero, que vi­vía en el pueblo cercano a la propiedad de mi padre, que todos los domingos y días de fiesta, después de haber oído misa, y ofrecido culto al dios Baco, venía a casa, entraba a la sala donde nos encontrábamos, saludaba sombrero en ma­no y con aire solemne y misterioso, cerraba la puerta que daba al corredor e hincándose de rodillas delante de un re­trato de Bolívar, y rezándole como a un santo, le suplicaba volviera a regocijar el corazón de su pueblo; y le he visto correr las lágrimas por las mejillas cuando andando el tiem­po Bolívar no parecía! Pobre Felipe, hace muchos años que no existe!".

Aporta buen material histórico el relato de esa niña ingenua que se limita a decir lo que vio.

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5 de enero de 1856.

"La vida de Bolívar" por Lamart ine .

Este día anuncia la casa editora de Rojas Hermanos, que acababa de salir la segunda entrega del segundo tomo de "El Civilizador", cuya publicación estuvo interrumpida durante la invasión del cólera en esta ciudad; y, precedido de manecilla terminaba el aviso:

"El célebre Lamartine está escribiendo en la actualidad la vida de Bolívar para "El Civilizador".

En aquel año, Lamartine se hallaba azotado por una angustiosa miseria económica, según él mismo lo había he­cho saber al mundo, circunstancia que la prensa de Caracas hizo conocer con el siguiente aviso:

"Suscripción a la obra del señor Lamartine "Curso fa­miliar de Li tera tura" . Como muchos admiradores del genio y del noble carácter de Lamartine han leído y visto con sor­presa que este grande hombre no tenía ninguna fortuna y que hacía un llamamiento a todos los hombres de elevación de todos los países, como los venezolanos simpatizan siem­pre con las acciones generosas, el que suscribe previene que ha abierto una suscripción en su Librería (esquina de San Francisco) . Según se puede leer en el "Correo de Ultramar", las suscripciones para el extranjero se hacen por dos años, en que saldrán a luz cuatro gruesos volúmenes. El pre­cio de la suscripción es de 48 francos o sean 12 pesos sencillos por los cuatro volúmenes. Se admite suscripción sin ningún aumento de precio, previa la diferencia de cambio de plaza. Se mandará el importe de las suscripciones en una letra de Cambio de la Casa Pardo y Compañía en favor de Lamarti­ne y se remitirán al mismo tiempo a dicho señor los nom­bres de todas las personas que se hubiesen suscrito a su obra .—E. Phil ip. Esquina de San Francisco".

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6 de enero de 1896.

Cae en nuestras manos la segunda edición del libro "Recuerdos Históricos de la Guerra de Independencia", escrito por el general Manuel Antonio López; el cual se edi­tó por primera vez en Caracas en 1843.

En dichos "Recuerdos" narra el general López el co­nocido pero siempre conmovedor episodio de que fué pro­tagonista el Teniente guayaquileño Abdón Calderón. Man­daba éste en Pichincha la 3* Compañía del Batallón Yagua-th i . Al empezar el combate recibió una herida de bala en el brazo derecho, que lo inhabilitaba para tomar la espada con aquella mano. La tomó con la izquierda y continuó comba­tiendo. A poco recibió nueva herida que le fracturó el hue­so y lo obligó a soltar la espada. Un Sargento la recogió del suelo, la colocó en la vaina que llevaba el Teniente sujeta a la cintura y le puso el brazo en cabrestillo. El joven guerre­ro continó con estoico valor a la cabeza de su compañía. Arrecia el combate y al forzar una posición recibe una he­rida en el muslo izquierdo, un poco más arriba de la rodi­lla. Aún así cargó con empeño haciendo un esfuerzo supe­r ior . Coronaba la altura, cuando nueva herida lo postró en tierra, exangüe y sin movimiento.

Sus soldados lo conducen al campamento en una rua­na . Sus heridas eran mortales. Después de una noche de dolorosa agonía murió sin que el solícito cuidado de sus compañeros de armas fuera poderoso para conservar aquella vida ofrendada con heroica abnegación en aras de la Patr ia .

El General Sucre lo ascendió, ya muerto, a Capitán, pa­ra tributarle los honores fúnebres.

Días después llegó el Libertador a Guayaquil. Informa­do del bizarro comportamiento de aquel Oficial dictó un De­creto, cuya parte dispositiva ordenaba:

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l 9 Que a la 3* Compañía del Batallón Yaguachí no se le pusiera otro Capitán;

2* Que siempre pasara revista en ella, como si estu­viera vivo, el Capitán Abdón Calderón, y que en las revistas de Comisario, cuando fuera llamado por svr nombre, toda la Compañía respondiera: Murió gloriosamente en Pichincha, pero vive en nuestros corazones;

3 9 Que a su madre, la señora Garaicoa, de Guayaquil, matrona respetable y muy republicana, se le pagara men-sualmente el sueldo que hubiera disfrutado su hi jo.

Este decreto revela cómo sabía Bolívar excitar con oportunos estímulos el heroísmo de sus soldados, que fue­ron los más audaces y decididos campeones de la indepen­dencia suramericana.

7 de enero de 1835.

Nace en la Guaira Juan José Breca. Fueron sus padres Don Juan José Breca y Doña Micaela Diez. Aprendió lo poco que en aquellos tiempos y en aquellos lugares se. ense­ñaba. Desde la edad de 14 años se aplicó a la contabilidad comercial, al propio tiempo que cultivaba las letras por irre­sistible vocación. El carácter de sus escritos revela al hom­bre un tanto excéptico, que sonríe irónicamente ante las men­tiras convencionales de la vida y de la civilización. Hay sin embargo en todas sus composiciones un fondo de ternura que encanta. No tenemos a la mano el volumen de verso y de prosa que publicó, para hacer de ellos siquiera un so­mero análisis. Don José María de Rojas en su : Biblioteca de escritores venezolanos contemporáneos, inserta varios trabajos de Breca, como también Don Julio Calcaño en e l :

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Parnaso Venezolano. E n el primero encontramos la poesía El amor de los amores, que en parte copiamos:

—Estás triste, niño? S í . — Y lloras? Ay, sin consuelo. — Y qué causa tu desvelo? •—-La soledad, ay de mí .

—Pero no estás solo, niño, Tienes padre que te adora Y que conmovido llora Por tí, con tierno cariño.

—Mas mi corazón rebosa Siempre de amargo tormento, Y jamás está contento Porque le falta una cosa.

—Sí estoy solo en el mundo Porque me falta mi madre A quien siempre echa de menos

Mi huérfano corazón; Que cariño y protección Tiene que buscar ajenos.

Muchos son los artículos humorísticos de Breca que corren insertos en revistas y periódicos. También se dice que escribió un drama en cinco actos intitulado: El amor de un libertino. Para 1891 redactaba un periódico festivo in­t i tulado: "El Punch" .

S de enero de 1814.

Es depuesto del mando el Capitán de Fragata D. Do­mingo Monteverde.

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Conocida es la fortuna de este jefe realista desde que, por comisión de Ceballos, y auxiliado por el famoso Reyes Vargas, entró vencedor en los pueblos de Siquisique y de Carora hasta que, con evidente injusticia hacia otros bene­méritos servidores del gobierno español, fué promovido al alto rango de Capitán General. Al referirse a estos varia­dos sucesos dice Heredia en su citadas Memorias:

" E n enero de 1814 llegó Salomón a Coro, y casi al mis­mo tiempo salió D. Domingo de Montevercle para Curazao, huyendo de las escenas escandalosas que pasaron en Puerto Cabello a fines de diciembre. Se puso aquella importante plaza en estado completo de revolución. Los voluntarios que componían la fuerza efectiva de la guarnición, incitados y dirigidos por tres o cuatro europeos emigrados de Caracas y Valencia, los más revoltosos del partido, y deseosos de gobernarlo todo a su antojo se apoderaron exclusivamente del castillo, y amagando hacer fuego sobre la población, depusieron al comandante propietario, teniente coronel D. Joaquín Puelles, quitaron el mando de los buques de guerra a los oficiales de marina y lo dieron a marineros particulares, y, reemplazando el Ayuntamiento con los facciosos más de­clarados, quedaron por este medio apoderados del gobierno. Todo esto a vista del Capitán General, que permanecía allí curándose de una herida, y estaba casi moribundo, con el cual sólo contaron para llenarlo de insultos, hasta obligarlo a salir para Curazao, sin que hubiera podido conseguir otro arreglo que dejar el mando en manos del sargento mayor de ingenieros D. Manuel Albo, oficial acreditado y eme su­po después cumplir su obligación. En 15 de agosto de 1812 había salido de aquella plaza el capitán general D. Fernando Miyares, despojado del mando por D. Domi-ngo de Monte-verde, y en 8 de enero de 1814 salió éste del mismo lugar huyendo de las befas y ultrajes de sus más favorecidos par­tidarios para ir a esconderse en una isla extranjera. El mis­mo reconocía en esto la justicia divina. Fondeado el buque

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en el puerto de Chichiriviche, expidió desde allí dos órdenes, una para que cesase en el despacho de la intendencia D. An­tonio Eyaxálar, según lo había reclamado desde mucho an­tes el intendente y propietario, y otra previniendo al briga­dier D. José Vásquez y Tellez, gobernador interino de Co­ro, que se encargase de la Capitanía General que despachaba el coronel D. José Salomón. Estos fueron los últimos ac­tos de autoridad que ejerció en Venezuela, pues dentro de pocos días se supo que la Regencia lo había relevado del mando, que nunca debió conferirle".

9 de enero de 1888.

Aparece el primer número del periódico: " L a Unión Filarmónica", dirigido por el doctor Domingo Alas .

Cuarenta y ocho profesores de música, entre los cuales se contaban el doctor Pedro Ramos, Néstor Martínez, Car­los M . Montero, Francisco de Paula Magdaleno, Antonio Prampolini, Rogerio Caraballo, Abdón Barrios, Manuel P é ­rez, Leopoldo Montero, Arturo Ibarra, Ramón I . Gonzá­lez y Abraham Brasicort, violinistas; Ramón Montero, Ré­gulo y Eusebio Berra, ejecutantes de viola; N . Cazzorati y Federico Villena, de violoncelo; Genaro González Rivas y Lino J . Arvelo, de contrabajo; Luis Fleriot, Ar turo F ran -cheri y Pedro F . González, de clarinete; Manuel E . H e r ­nández y Ernesto Porras , flautistas; Cruz Cedillo, de fago­t e ; Marcelo Villalobos, Pedro Arcílagos, Ramón Acosta y Federico Castro, de t rompa; Nicolás Constantino, Eugenio Barcenas y Alfredo Castro, de trombones; Guisoppe Ri -naldi, de bombardín; v José Ángel Montero, de timbales, componían aquella asociación, destinada a mantener en su prístino esplendor el arte musical en Venezuela, madre fe-

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cunda que desde los tiempos remotos en que se confió la en­señanza de la música sagrada a Don Francisco Pérez Cama-cho, hasta que el Padre Sojo fundó su academia y desde éste hasta Teresita Carreño, ha dado distinguidos cultiva­dores del divino arte para el cual han tenido siempre nues­tros compatriotas felices disposiciones.

Un periódico de la época al dar cuenta de la aparición d e : La Unión Filarmónica y de los fines y propósitos de la Sociedad a que servía de órgano, se expresaba as í :

"Improba es la tarea que toca desempeñar a la nueva Jun ta ; y no de rosas sino de espinas está sembrado el cami­no que debe recorrer para llegar a la consecución de sus no­bles propósitos. Mucha constancia, tino e inteligencia nece­sita, pues ; pero nosotros tenemos fe en sus resultados y ésta nos las inspira no sólo el caudal social y el amor al arte de las personas que la componen sino además la creencia de haber llegado la época de que el arte musical se regenere en Venezuela".

En el concierto que hace treinta y seis años dio "La Unión Filarmónica" tomaron parte algunos artistas cuyo re­cuerdo vive entre nosotros. Allí estuvieron Rachelle, Fran­cisco Dragoni, Ignacio Bustamante, Manuel Guadalaiara; como en el que habían dado el 19 de diciembre de 1887, en homenaje a la memoria del General Ramón de la Plaza, fi­guraron músicos y cantores distinguidos. También la lite­ratura tomó parte en aquel justiciero recuerdo a un compa­triota que amó con pasión las bellas artes. Eugenio Méndez Mendoza leyó una producción de Salvador N . Llamozas; uno de los hijos de José Antonio Calcaño, una poesía de es­te inspirado bardo; y Manuel María Fernández unas déci­mas bellamente trabajadas.

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10 de enero de 1827.

El Libertador hace su entrada en Caracas.

Larrazábal en su estilo pomposo y animado nos da cuenta del recibimiento que hizo a Bolívar el pueblo que lo vio nacer y donde transcurrieron los primeros años de su infancia. Venía el Héroe de ricas y apartadas regiones don­de había alcanzado insólitos tr iunfos. La admiración y la gratitud vistieron para recibirlo sus mejores galas. Llegó por la calle de San Juan, entonces calle del Tr iunfo . Al en­trar en la ciudad se apeó del caballo que montaba para subir en una carroza lujosamente ornamentada que con este obje­to había ofrecido el señor Jacobo Idler, ciudadano nortea­mericano. El lucido cortejo atravesó lentamente la ciudad hasta llegar a la iglesia metropolitana donde se cantó solem­ne Te Dcum. De allí siguió el Libertador para su casa de la esquina de las Gradillas, donde se le tenía preparado un alo­jamiento. E n la puerta lo recibió lucida comitiva. Quince jó­venes lujosamente vestidas componían tres coros de cinco cada uno . La que presidía el primero llevaba el pabellón de Colombia, y lo seguían cuatro que simbolizaban la cons­tancia, el valor, el heroísmo y el denuedo. La que dirigía el segundo llevaba el pabellón del Perú, acompañada de la modestia, la probidad, el desinterés y la magnanimidad. La que presidía el tercero sostenía el estandarte de Bolivia y le hacían séquito la justicia, la política, la generosidad y la gloria. Otras dos jóvenes se adelantaron a presentarle sendas coronas de laurel: una por sus triunfos en la g ü e r a de Independencia, otra por el que había alcanzado sobre las naciones. El Libertador las recibió y tomando la palabra en medio del numeroso concurso, di jo: Señores: dos coronas me presenta un ángel. Esta es el premio del triunfo y denota poder. E n Colombia ha triunfado el pueblo que es el único soberano: téngala, pues, el pueblo: y la arrojó entre la muí-

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t i tud. Esta otra es de laureles; corresponde al Ejército Li­bertador. Todos habéis sido soldados del ejército, todos sois libertadores: esta corona es vuestra; y la arrojó también al pueblo que llevaba su entusiasmo hasta la idolatría.

De las simbólicas banderas que recibió el Libertador no dejó para sí sino una : la constancia, virtud modesta, pe­ro que fué la principal de las muchas que él poseyó. Las otras las repartió entre sus compañeros: a Páez el valor; a Toro, el desinterés; a Mendoza, la probidad; la política a Inglaterra; la generosidad a Caracas.

11 de enero de 1813

Se firma en la hacienda Chacachacare la célebre acta de este nombre, que a la letra dice:

"Violada por el jefe español Don Domingo Montever-de la capitulación que celebró con el Ilustre General Mi­randa el 25 de julio de 1812; y considerando que las garan­tías que se ofrecen en aquel solemne tratado se han conver­tido en cadalsos, cárceles, persecuciones y secuestros; que el mismo General Miranda ha sido víctima de la perfidia de su adversario; y, en fin, que la sociedad venezolana se halla herida de muer te ; cuarenta y cinco emigrados nos he­mos reunido en esta hacienda, bajo los auspicios de su due­ña la magnánima señora Doña Concepción Marino, y con­gregados en consejo de familia, impulsados por un senti­miento de profundo patriotismo resolvemos expedicionr so­bre Venezuela, con el objeto de salvar esa patria querida de la dependencia española y restituirle la dignidad de nación que el tirano Monteverde y el terremoto le arrebataron. Mu­tuamente nos empeñamos nuestra palabra de caballeros de

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vencer o morir en tan gloriosa empresa; y de este compro­miso ponemos a Dios y a nuestras espadas por testigos.

Nombramos Jefe Supremo de la expedición al Corone] Santiago Marino, con plenitud de facultades. Chacachacare, a 11 de enero de 1813. El Presidente de la Junta, Santiago Marino.—El Secretario, Francisco Azcue.—El Secretario, José Francisco Bcrmúdez.—El Secretario, Manuel Piar.— El Secretario, Manuel Valdéz".

El sólo nombre de los firmantes evoca la epopeya. To­dos ellos prestaron magnos servicios a la causa de la inde­pendencia, a la que ofrendaron el reposo y la vida. En cuanto al que la dirige y encabeza, su recuerdo se asocia a claros triunfos y celebradas hazañas. Los campos de Ma-turín y Barcelona, de San Mateo y Carabobo ciñen con sus laureles la frente del gallardo caudillo oriental, que, aun atormentado a veces por la vanidad del mando, conserva su derecho a figurar entre los Proceres de nuestra Emanci­pación. Las faltas en que pudo incurrir se borran ante la magnitud de sus esfuerzos para independizar a su país .

El nombre de Santiago Marino está escrito en el libro de oro de la historia nacional.

12 de enero de 1835.

La vida ha tenido siempre para el hombre los mismos peligros, las mismas incertidumbres y los mismos sinsabo­res, por lo cual han sido análogos los medios de que aquél se ha valido para atenuar esas asperezas y procurarse la ma­yor suma de bienestar y tranquilidad posibles.

Los vecinos de la villa de Santa Lucía, adelantándose a su época, como diría un cronista de la pasada centuria, se

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reunieron en dicho lugar, a principio del año de 1835, y firmaron convenio con el nombre d e : "Escri tura de la Paz" , "!n presencia del segundo Alcalde Municipal, ante el cual comparecieron y dijeron: Que siendo la vida coita, y per­teneciendo la mitad de ella a las enfermedades y al sueño, estaba la otra mitad destinada a la satisfacción de las pri­meras necesidades y a procurarse los medios de llevar a ca­bo esta satisfacción como objeto de la vida. Si esta pequeña parte del tiempo que queda, y el hombre debe emplear en la adquisición de lo necesario para conservar la existencia, se ha de repartir también entre los disgustos que acarrean la envidia, el desordenado amor propio y sobre todo el interés con todas las demás pasiones que él excita, es evidente que fal­taría el necesario para el trabajo y que a todos estos males agregaría la miseria, producida por esta falta de tiempo per­dido, que en tal caso se emplea en los pleitos y en los medios de ejercitar la venganza que ellos inspiran; y siendo posible ligarse de tal manera que se evite, si no del todo en mucha parte, esta pérdida de un don tan preciado, han convenido los comparecientes en ponerse a cubierto de la manera posi­ble, cortando entre sí toda especie de disgusto o pleito.

Por tanto, haciendo uso de la plenitud de sus derechos, de su libre y espontánea voluntad, por conveniencia recíproca de­claran : que desde hoy remiten todas sus diferencias y pleitos de cualesquiera naturaleza y cuantía que sean, ya sobre inju­rias, mientras no pertenezcan al procedimiento criminal, o ya por reclamos de intereses, a juicios de arbitros arbitradores, amigables componedores; de tal manera que en ningún tiempo ni lugar, de hoy en adelante, pueda haber demanda entre los que aquí firman, sino es ante los jueces arbitros arbitradores b amigables componedores que serán nombrados , elegidos y constituidos de la manera que va a es tab lecerse . . . .

Suscriben este convenio, que es el esquema del de la So­ciedad de las Naciones, las personas que siguen: Vicente

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González Castro, Ildefonso Aguerrevere, José Antonio Díaz, Eduardo Morales, José Gómez, José María Marque-ti, Juan José Gamargo, Francisco Feo, Pedro Juan Altuna, José Silvestre Alegría, José Antonio Altuna, C. Pérez Ve-lazco, Agustín Aponte, Juan José Rodríguez, Esteban H e ­rrera y Toro y algunos otros agricultores de aquel Cantón.

El doctor Vargas, Presidente de la República en aque­lla época, felicitó en carta autógrafa al autor de la anterior Escritura de la Pas.

13 de enero de 1847.

Es fusilado en la plaza de Villa de Cura el Coronel Dionisio Cisneros.

E ra este un indio valeroso y astuto eme se había distin­guido en las filas realistas y eme, después ele la batalla de Carabobo aún continuaba alzado contra el gobierno de Co­lombia en los Valles del Tuy y de Aragua, donde, con la pandilla que capitaneaba, cometía todo género de atropellos.

Rancheaba siempre en el corazón de las selvas, y en montañas inaccesibles dice, Baralt, y para no dejar t ras sí rastro ni indicio alguno que indicara su camino, hacía mar­char su gente pisando sobre una sola huella y con frecuencia caminando hacia atrás. El temor eme inspiraba, y sus ho­rribles atrocidades, eran parte para eme encontrara espías que le avisasen de cualquier ataque eme contra él se tramara. Con tales ventajas, al par eme evitaba ser sorprendido, co­nocía siempre los movimientos del enemigo. Durante once años tuvo en jaque a las fuerzas del gobierno, al mando de oficiales acreditados por su pericia militar y por el co­nocimiento de los lugares donde merodeaba el pretenso de­fensor de la causa realista. Al fin el general Páez logró con maña, y también con un rasgo de audacia de aquellos

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que le eran ingénitos, reducir a Cisneros, quien, durante al­gún tiempo, sirvió a sus órdenes. Bajo ellas se encontraba cuando el intrépido llanero perseguía las partidas liberales alzadas en Aragua y Carabobo a causa de los sucesos polí­ticos del año 46. Era entonces Cisneros Jefe de la Columna San Sebastián y como su conducta en la campaña lo hiciere sospechoso, se le dio orden de entregar la fuerza que man­daba al capitán Valentín Viera. Resistióse a ello, aunque convino en ir a Villa de Cura a entenderse con el General Páez, quien después de oír los cargos de Viera y las con­testaciones de Cisneros, ordenó la prisión de éste y lo some­tió a un Consejo de Guerra, que lo condenó a muerte. Confirmada la sentencia por la Corte Suprema Marcial, y no habiendo encontrado el Poder Ejecutivo motivos para conmutar la pena, el antiguo guerrillero realista y audaz me­rodeador de caminos fué pasado por las armas.

Supone la tradición que cuando Cisneros ejercía sus depredaciones por los campos del Tuy un su compadre le regaló abultada reliquia, con la advertencia de que no debía abrirla sino cuando se encontrase en el trance más difícil de su vida. Llegó éste el 12 de enero de 1847, cuando el gue­rrillero se encontraba en capilla para ser fusilado. Asido a una postrer esperanza abrió el amuleto, que, además de la consabida piedra de ara, de la oración del Justo Juez, y de otros aditamentos que usa la cabala, contenía en un pequeño papel doblado el siguiente verso:

Aquí cagó mi caballo lo que comió en Maiquetía: tantas hagas en un año que las pagas en un día.

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14 de enero de 1924.

E n 1911, con motivo de las festividades consagradas a rememorar el primer centenario de nuestra Independencia, vino a Caracas, como Representante de Bolivia, el señor Don Alberto Gutiérrez, distinguida personalidad política y literaria de aquella querida y lejana República.

Al regresar a su país el señor Gutiérrez condensó sus recuerdos e impresiones en un bello libro t i tulado: Las Ca­pitales de la Gran Colombia, o sean: Bogotá, Caracas y Quito, cuyas características estudia en bellos e interesantes capítulos. Las grandes capitales históricas, dice, conservan el sello de algún suceso inolvidable y trascendental o el re­cuerdo de algún hombre extraordinario capaz de hacer du­rar su influencia en la sociedad o en los destinos futuros de su pueblo. Cualquiera que haya sido la intensidad de las luchas civiles que han agitado a Venezuela durante su vida independiente, domina, sobre todo en Caracas, la huella imborrable de una imagen histórica. Todo allí vive, palpita y vibra en torno de la memoria de Bolívar.

Como Milán a San Carlos Borromeo, como Padua a San Antonio, como Verona a Romeo y Julieta, como Franc­fort a Goethe, como Ajaccio a Napoleón, Caracas recuerda a Bolívar en todas las edades y circunstancias de la vida, lo tiene retratado en todas las actitudes de sus campañas homéricas, de sus actos políticos, de sus luchas, de su ago­nía y de su muerte, en los frescos murales y en las telas primorosas de Tovar, de Rojas y de Michelena, lo mismo que en el bronce de la plaza de armas y en el mármol in­mortal del Panteón. Todo lo llena, todo lo abarca y lo domina esa imagen portentosa del hombre que asombró al mundo con la audacia de sus planes políticos y con la in­trepidez inverosímil de sus campañas militares.

El viajero se siente seducido por ese culto patriótico y sigue involuntariamente los pasos del Libertador a través

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de esas representaciones gráficas de su carrera inmortal. Una lámina de la Historia de Colombia por Restrepo re­presenta a Bolívar en 1810, joven y distinguido, cuando fué enviado a Inglaterra para prestigiar la iniciativa del General Miranda. De esa misma época es el retrato hecho en Lon­dres, que reproduce la reciente obra de Julio Mancini.

El gran lienzo decorativo de Martín Tovar y Tovar, que adorna la cúpula interior del Salón Elíptico del Palacio Federal de Caracas, representa a Bolívar dirigiendo la bata­lla de Carabobo. Su figura descuella en un grupo en que se le ve rodeado de su Estado Mayor. Marino con su ca­saca roja, el capitán O'Leary, su ayudante de órdenes, el coronel Briceño Méndez, el coronel Conde; y, más lejos, el coronel Bartolomé Salom. Más allá en medio de la inmen­sa sabana en que se desarrolla el combate leyendario, cae muerto el coronel británico Ferriar , y en una carga furiosa de la caballería de Páez desfallece el heroico Negro Pr i ­mero.

15 de enero de 1826.

Aunque el general José Antonio Paéz y Tomás Lander aparecen en los fastos de nuestra vida pública actuando en contrarias filas, ellos estuvieron unidos por estrecha amis­tad, como lo comprueba la siguiente carta hasta ahora inédita que a continuación publicamos, y que pertenece a nuestro archivo. El Carmelo de quien en ella se habla es Carmelo Fernández, deudo del General Páez y pintor de no comunes dotes artísticas. A él se deben los retratos que ilustran la obra de Baralt y que han servido de modelo para los de nuestros Proceres, que posteriormente se han hecho. Fer ­nández fué también el dibujante de la comisión encargada de levantar el mapa de la Nueva Granada, bajo la competente dirección de Codazzi. H é aquí la car ta :

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"Señor José Antonio Páez.—Caracas, octubre 12 de 1825.—Mi estimado general y amigo: Acompaño a U . la última de Carmelo, que he recibido en estos días. Como he dicho a U. antes de ahora, mis circunstancias por tirantes me pusieron en el desagradable caso de retardar el pago de las pensiones correspondientes al preceptor de Carmelo y de mis niños. En el día, en eme muy lentamente voy saliendo de mis embarazos, he tomado todas las medidas que he po­dido y ya a la fecha ha recibido dicho preceptor la mayor parte de lo que se le adeudaba. Entre muy pocos días re­cibirá el resto, y aunque tenga eme hacer algún sacrificio enviaré la suma necesaria para también trasladar los mucha­chos a otro establecimiento, pagar con anticipación algunas mesadas, como exigen los maestros regularmente, y lograr que cursen más el inglés y se perfeccionen. Carmelo, como verá U. por la suya, desea permanecer también algún tiempo más, sin duda porque teme que sus adelantos no nos lison-geen mucho. El deja entrever en otra eme escribió anterior­mente que quiera dejar del todo satisfecho a U. como a su Padre adoptivo y protector, y a mí como su buen amigo. Sin que se crea que me introduzco en los asuntos domés­ticos de U . me tomo la confianza de decir que me parece conveniente que U. acceda a la solicitud ele Carmelo y lo dege permanecer algún tiempo más en un colegio de los E s ­tados Unidos. La mayor parte elel gasto está hecho, y se­ría doloroso que por no permanecer algún tiempo más de­jase de recibir la perfección de eme él es capaz. Sin em­bargo, U. determinará lo que crea más acertado y se servi­r á indicármelo o para tomar las medidas y hacerlo venir en noviembre o diciembre próximo o para determinar que pase a otro establecimiento con los míos, con emienes ha estado siempre acompañado. En esta y en cualquiera otra cosa en que yo pueda complacer y servir a U. emplearé en hacerlo el tiempo y mis pocos recursos con infinito gusto.—Soy de U . atento servidor y amigo Q. B. S. M.—Tomás Lander,

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16 de enero de 1860

Termina el sitio de San Carlos, comenzado el 8 del propio mes por los generales Ezequiel Zamora y Juan Cri-sostomo Falcón, contra el comandante Benito Figueredo, quien capitula.

Entre los hombres que en Venezuela han demostrado ma­yor aptitud guerrera señálase Ezequiel Zamora, quien por la rapidez de sus movimientos, la impetuosidad de sus ata­ques y lo acertado de sus combinaciones logró desconcertar a Jefes tan experimentados como Páez, Piñango, Cordero, Silva y otros notables defensores del Gobierno conservador. Los éxitos del caudillo federal llenaban de cólera a sus adversarios, y sobre todo a Juan Vicente González, quien con motivo de la acción de El Palito, y de una comunicación del general Cordero al Ministro de Guerra, decía en El He­raldo:

"Falta un plan bien concebido de operaciones militares: escándalo y vergüenza eterna será para nosotros la inmensa circunferencia descrita por los cobardes Zamora y Trías, sin encontrar un pronto y completo escarmiento; esa campaña del general Cordero no le grangeará honor y fama en nues­tra militar historia".

Ya en otra ocasión, como el general Laurencio Silva, Jefe de Operaciones del Sur de Occidente, con mando sobre las tropas de Cojedes, Portuguesa y Apure, anduviese tardo en buscar y combatir al enemigo, el autor de Las Catilina-rias, englobando dos reputaciones y el nuevo Part ido político en su solo dicterio, rugió desde su periódico:

"Los nombres de ambos Silvas, el de Occidente y el de Apure, pasarán en nuestra historia como el de aquel eu­nuco del Bajo Imperio que abrió el África a Genserico y a sus Vándalos".

Sin embargo, cuando el desastre de Santa Inés, cuyo resultado se supo inmediatamente en Caracas por modo mis-

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terioso, aunque el Gobierno quiso adjudicarse el triunfo, González se limitó a deplorar en hermosa meseniana la muer­te de los defensores de su causa, sin llamar la atención ha­cia la impericia con eme los Jefes del Gobierno pisaron el peine, según frase gráfica de Zamora, y empurpuraron con sangre heroica el dédalo de trincheras levantados entre La Palma y el campo de batalla que ha hecho más resonante la gloria del Caudillo federal, quien en parte debió su triun­fo a la inconcebible imprevisión de los conductores de las fuerzas centralistas, llevadas al matadero o por mal enten­dida disciplina o por un sentimiento de orgullo personal, que impedía a aquellos hombres retroceder ante el enemigo, cualesquiera que fueran su posición y su número . Zamora mismo, aunque más avisado, tenía un defecto fatal para los Jefes con mando de Ejérci to : le gustaba mucho pelear. Acaso a ese vicio debió su muerte en San Carlos, eme solo sirvió para prolongar la guerra y retardar el triunfo de la Causa que servía.

17 de enero de 1821.

El Libertador aprueba a Brion el establecimiento del Tribunal del Almirantazgo.

Como ya en otra ocasión advertimos que El Día His tó­rico era ante todo para generalizar entre las clases popula­res el conocimiento de la vida nacional, en forma breve y sencilla, propia para los que no pueden disponer sino de tiempo limitado para la lectura, no se extrañará que consa­gremos hoy unas líneas al Almirante de la Gran Colombia, apesar de que su vida ha sido recientemente puntualizada por los señores Henry de Sola y J . M . Seijas García, en sendas publicaciones de carácter biográfico.

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No hablaremos con todo del nacimiento, de la muerte y de los servicios que prestó a la causa de la independencia aquel buen amigo de Venezuela y de Bolívar, cuyo genio presintió.

De la estimación que el Libertador profesaba a Brion da constancia la correspondencia que con él sostuvo. De la carta que le dirigió desde Kingston, el 16 de julio de 1815, extractamos los siguientes pár ra fos :

" N o sé qué debo admirar más en usted, si su generosi­dad, su patriotismo o su bondad.

Es preciso que usted sea un carácter extraordinario para que se sacrifique sin reserva por los intereses de una causa eme sus propias criaturas despedazan.

Es preciso, amigo Brion, que a usted se le tribute el ho­nor ele ser el protector de la América, y el más liberal de los hombres.

He recibido la carta de usted con placer y te rnura : por ella me informo de los servicios últimos que usted acaba de hacer a la América, servicios que sólo bastarían para darle la libertad, pero quizás pueda ser infructuosos si no sabe­mos conducirnos en la presente crisis".

La postrera manifestación de aprecio del Héroe sura-mericano por uno de sus mejores amigos y servidores está contenida en la siguiente anécdota:

El primer día que el Libertador pasó en la Quinta de San Pedro Alejandrino, amaneció contento y esperanzado de recobrar la salud; elogió la vida del campo y lo mucho que le gustaba. A medio día recibió la visita de varias per­sonas que fueron a verlo y con las cuales departió larga­mente . El general Montilla aprovechó la oportunidad para presentarle a un joven holandés de hermosa figura, llamado Sicthz, como pariente de Brion.

— Q u é quiere usted de mí, joven, le preguntó Bolívar con interés y ternura .

1 8 2 J O S É E . M A C H A D O

—Vengo, señor, le contestó Sicthz, con acento conmo­vido, a pedir a V . E . una inscripción para la tumba de mi bienhechor y vuestro amigo: y al decir así se disponía a es­cribir en una cartera que tenía abierta entre las manos.

El Libertador meditó un instante, tomó la cartera, y con mano segura escribió:

Brión, el Magnánimo.

18 de enero de 1889.

Se instala en el Hotel León de Oro (hoy Gran Hotel Caracas) la Sociedad Paolo, con el propósito primordial de proceder a publicar en libro las obras de Paulo Emilio Ro­mero (Paolo) muerto en Madrid el 5 de febrero de 1888.

Componían la Sociedad jóvenes ilustrados, entusiastas por la literatura, y animados del noble pensamiento de reu-

' nir y conservar para la posteridad los escritos de aquel compatriota, que, como decía un periódico de la época, pa­só por el mundo dejando rastros de luz y aroma de virtudes.

Al iniciar sus trabajos la Sociedad nombró los siguien­tes funcionarios: Presidente, doctor Doroteo de A r m a s ; Vi­cepresidente, doctor Domingo Alas ; Secretario, Miguel Eduardo P a r d o ; Tesorero, Enrique García Flores . El Se­cretario, amigo y compañero de Paolo, preparaba una coro­na fúnebre, para honrar la memoria del bardo, cuyos Ma­drigales, Canciones y Pétalos Sueltos habían hecho su nom­bre popular en Venezuela.

Paolo era hijo del propio esfuerzo. De Cagua, su tie­r ra natal, se vino a Caracas, donde fué poeta, músico y pin­tor . Fundó periódicos, estableció agencias, redactó memo­riales. De él, como anota Zumeta, no se decía que hacía versos sino que era poeta; poeta en la vasta acepción de la

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palabra. Y también poetisaba con el pincel. Los asistentes a a Exposición celebrada en Caracas, en 1883, con motivo del

primer Centenario del Libertador Simón Bolívar, recuerdan un cuadrito que atrajo la atención de los visitantes por su gra­cia y movimiento. Una Resolución gubernativa de aquellos días había ordenado—acaso por primera vez en muchos años—refaccionar la fachada de los edificios y casas parti­culares. La orden fué vivamente comentada y renuente­mente cumplida. De este incidente tomó el artista asunto para su cuadro. Una casa pintada con vivos colores, que ensuciaba con carbón un morenillo vivo y picaresco, que, mientras dejaba el negro rasgo sobre el verde subido de la fachada, oteaba la calle por si había en ella algún agente de policía. Después Paolo pintó un retrato del Libertador y uno del barítono Lacarra, con quien partió para España, donde le sorprendió la muerte .

Los versos de Paolo no se han recogido todavía: las bellas de hoy no recitan sus madrigales; los escritores de ahora apenas si conocen su nombre. La vida pasa como las nubes, como las naves, como las sombras, según la Escritura. Sea muestra de las facultades poéticas de aquel compatriota la siguiente composición:

L A F O R T U N A

Tan baja es ¡oh fortuna! la entrada de tu templo que cuantos ambiciosos te quieren escalar para cumplir su anhelo, se inclinan de tal modo que manchan su cabeza con tierra del umbral .

E n vano es que altaneros después de la subida

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eleven a su orgullo dorado pedestal, que allí, sobre la frente, cual indeleble huella de cuanto se doblaron la seña llevarán.

19 de enero de 1786

Muere en Caracas, entre 2 y 3 de la tarde, en su casa de San Jacinto, el Coronel de Milicia de los Valles de Ara -gua, don Juan Vicente Bolívar y Pon te .

E r a don Juan Vicente—dice con belleza y acierto Car­los Borges—"Hombre de placeres y de negocios, galante y discreto, generoso y magnánimo; de joven permanece du­rante cinco años en la brillante corte de Madrid, ilustrando su inteligencia y aquilatando su cultura, sin que aquel am­biente impropicio a sus sentimientos liberales logre ahogar en su pecho el espíritu de la independencia, que constituye la fisonomía de su carácter y que lo llevará un día a habérse­las con el propio Consejo de Indias, en defensa de su con­ducta como Jefe del Batallón de Aragua" .

El fallecimiento de señor tan principal, enlazado con las más linajudas familias de Caracas, repercutió dolorosamen-te en la ciudad de Losada. A la casa mortuoria, cubierta con negras colgaduras, al estilo de la época, fueron llegando parientes y amigos, que velaron en torno del lecho mortuo­rio, la plegaria en los labios y en los ojos las lágrimas. Al día siguiente se dio sepultura al cuerpo en la capilla de la Santísima Trinidad, en la Santa Iglesia Metropolitana y en la bóveda de la familia. El cadáver iba amortajado con las

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insignias militares correspondientes a su g rado ; le hizo los honores el Batallón de Milicias de la capital; acompañaron el entierro el muy Venerable Señor Deán y Cabildo de dicha Iglesia Metropolitana, los religiosos de las tres comunidades existentes; se le dijo misa cantada de cuerpo presente con Diácono y Subdiácono, vigilia y responso. Al día siguiente se le hicieron honras con la mayor pompa y solemnidad, ha­biéndose dicho en las dos funciones las misas rezadas que dispuso.

20 de enero de 1858.

Fué en este día en el pequeño pueblo de Azángaro. en las inmediaciones del Titicaca, cuando se encontraron el via­jero Francés Laurent Saint Cricg, que recorría el gl ;bo te­rrestre bajo el pseudónimo de Paul Marcoy, y Simón R o ­dríguez, aquel nuestro excéntrico compatriota que, como él mismo lo dijo, tuvo otros merecimientos además del muy notable de haber sido maestro y compañero en andanzas de su homónimo Simón de Bolívar, el genial Libertador de la América del Sur .

Los términos de aquella entrevista fueron relatados en las páginas del Viaje Pintoresco a las cuatro partes del Mun­do, reproducidas por Don José Ignacio Lares, y fijadas por Fabio Lozano y Lozano en su interesante l ibro: El Maestro del Libertador.

La noche se aproximaba insensiblemnte—dice el viaje­ro francés—y con ella un frío glacial causado por las nie­ves del Crucero, pero muy pronto entramos en Azángaro .

No conociendo nadie a quién pedir hospitalidad, vaga­mos algún tiempo alrededor de las viviendas, confiando en que, a falta de posada, que no parecía existir en Azángaro,

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algún habitante de la localidad nos abriría su puerta , Al pasar por delante de una tienda de comestibles en cuya entrada veíamos algunas velas que el viento hacía os­cilar, invité al arriero a echar pie a tierra para entablar conversación con el dueño del establecimiento, a quien veía confusamente en el interior a la luz de un candil. No pude oir lo que hablaron, pero el amo de la tienda se adelantó a mí, y hablando un castellano sonoro, en que se reconocía claramente el andaluz, invitóme cortesmente a entrar en su cusa. No fué necesario que repitiera su proposición; des-licéme de la silla y cruzando la tienda detrás del longista pe­netré en la habitación inmediata al mostrador, la cual me pa­recía servir a la vez de cocina, de laboratorio y de alcoba. U n a india acurrucada delante del hogar preparaba una ce­na cualquiera que mi patrón me invitó a compartir con él. Al darle las gracias contestóme con acento afectuoso en mi lengua na ta l :

—Sois francés, según veo, y hasta aseguraría que de la parte meridional.

—Sí , le contesté con una sorpresa que fácilmente se e m p r e n d e r á ; pero, también vos sois francés.

—Lo mismo que inglés, alemán, italiano o por tugués: hablo estas lenguas tan correctamente como la vuestra .

Miré con asombro de pies a cabeza al singular políglo­t a . El hombre adivinó la sorpresa y las interrogaciones ocul­tas en mi mirada; sonrióse, y por toda contestación me di­jo : —Vamos a cenar que todo está preparado; y cuando nuestros estómagos queden satisfechos hablaremos como buenos amigos.

Poco tiempo después, en el pequeño puerto de Amota-pe, el 28 de febrero de 1854 rindió la jornada de la vida don Simón Rodríguez. Al dormirse en la tumba —dice Fabio

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Lozano y Lozano— fué la última suya una palabra de dolor y de fe. Quizás la repetida después por un poeta:

"Cuando nada se espera de la vida Algo debe esperarse de la muerte.

Y agrega: E n vano ha esperado ya más de medio siglo. Sus manuscritos se perdieron inéditos. Su obra —obra de luz— zozobra ante el fantasma del olvido.

21 de enero de 1878.

Muere en Caracas el doctor Calixto Madr id . La desaparición de este probo ciudadano causó ver-

ladero duelo en la Repúblca y sobre todo en Caracas, donde aquel sabio cultivador de las Ciencias Políticas y Sociales ejerció por largos años su noble apostolado.

Perteneció el doctor Madrid a la pléyade de hombres que honraron el foro venezolano con su saber, y sobre, to­do con su virtud, condición indispensable para la práctica de cualquiera profesión, y en especial de la del Derecho, a la cual están adscritos los intereses permanentes de la socie­dad. El objeto del Derecho, decía el doctor Sanojo, "es la justicia, y la justicia es el principal, por no decir el único objeto de la sociedad, pues ninguno tendrían las autorida­des, ni la legislación ni ninguna otra institución social si de todo no hubiese de resultar que los hombres viviesen hones­tamente, no dañasen a los demás, y diesen a cada uno lo que es suyo. De ahí la alta importancia que en todo tiempo se ha dado a la Ciencia de la Jurisprudencia, al estudio de las cuestiones jurídicas. La resolución de esas cuestiones en­vuelve la de todos los problemas de la vida: las relaciones de la familia, la perpetuación de la propiedad por medio de

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la sucesión hereditaria, el arreglo de las transacciones, sin las cuales no se dan progresos, la represión de los delitos y la consiguiente seguridad del honor, la vida y la fortuna; hé aquí el vasto círculo en que ejerce su acción el Derecho, o la ciencia de la justicia. Las especulaciones del filósofo, las previsiones del publicista, los cálculos del economista, todo tiende sin cesar a realizar la justicia sobre la tierra. Todos buscan la armonía entre los hombres, una regla fija que dirija la voluntad de todos a un solo punto, pues sin esa regla no puede haber unidad, y la multitud que no se reduce a unidad, según Pascal, es confusión".

El doctor Madrid fué un austero sacerdote de Themis. Su nombre, dice uno de sus necrólogos, trae a la memoria esos días antiguos de los patriarcas, que tomaban del tra­bajo 'o necesario para la subsistencia, anclaban en tratos con Dios para procurar bendiciones a sus hijos, y contentos con costumbres inocentes y con hacer el bien por el bien, eran la honra de cuantos los trataban y las delicias del ho­gar. La casa del doctor Madrid siempre fué un santuario, y él un modelo; en los estudios que promovió, en el foro de que fué lustre, en la magistratura en que fué oráculo, y en la sociedad de que fué ornamento. Conservó la inocen­cia de los primeros años, y supo de la malicia el nombre, pero no la cosa misma. Fué grave sin ser severo, generoso sin prodigalidad, y dispuesto siempre a buscar conciliación para las cosas, cuando temía un rompimiento. E n aquella alma no se abrigó nunca, ni el odio ni la envidia, ni la mez­quindad. Fué en los deberes, cumplido, en la amistad fran­co, y más que todo, fué un ejemplar de padre de familia. El día en eme los hábitos sociales se depuren de resabios, la virtud tendrá más altares que la gloria, y los hombres que la practiquen serán los héroes del mundo moral.

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22 de enero de 1803.

Muere en Caracas María Teresa Rodríguez de Toro y Alaiza, esposa de Don Simón Bolívar y Palacios.

Esta dama era hija de Don Bernardo del Toro y Asca-nio y Doña Benita de Alaiza y Medrarlo. Su matrimonio con Bolívar se verificó en Madrid, en la Iglesia Parroquial de San José, el 26 de mayo de 1802; de modo que los jóvenes desposados apenas si vivieron ocho meses unidos por el vínculo matrimonial, roto bruscamente por la muerte casi súbita de la joven señora. Sin embargo, el Libertador hablaba siempre con emoción de esta época de su vida. Yo contemplaba a mi mujer, decía, como una emanación del Ser que le dio vida; el cielo creyó que le pertenecía y me la arrebató, porque no era para la tierra.

El Libertador aparentaba no creer en su predestinación; no obstante al hablar de su mujer, en las conversaciones que relata el Dicrio de Bucaramanga, hace la siguiente ob­servación :—Si no hubiera enviudado quizás mi vida habría sido o t ra : no sería el General Bolívar ni el Libertador, aunque convengo en que mi genio no era para ser Alcalde de San Mateo. Sin la muerte de mi mujer no hubiera he­cho mi segundo viaje a Europa ; y es de creerse que en Caracas o en San Mateo no me habrían nacido las ideas que adquirí en mis viajes; y en América no habría formado aquella experiencia, ni hecho aquel estudio del mundo, de los hombres y de las cosas, que tanto me ha servido en el curso de mi carrera. La muerte de mi mujer me puso muy temprano en el camino de la política y me hizo seguir después el carro de Marte en lugar del arado de Ceres.

Doña Teresa de Toro y Alaiza vivió lo que las rosas, según la frase del poeta, porque de antemano estaba decre­tado que Simón Bolívar no tendría por hogar sino la Amé­rica entera, que al correr de los tiempos debía llenar con el brillo de su genio y el resplandor de sus victorias; ni

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otros hijos que los que en la vasta extensión del Nuevo Mundo le dan hoy el dictado de Padre de la Patria.

A los ocho meses de haber enviudado, Bolívar volvió a Europa, a llevar a Don Bernardo Toro, padre de Doña Teresa las reliquias que de ella había conservado. La en­trevista fué patética. Jamás he olvidado, decía el Liberta­dor, esa escena de delicioso tormento, porque es deliciosa la pena del amor.

Don Bernardo Rodríguez del Toro otorgó testamento en Madrid el 14 de abril de 1818. Pa ra entonces habían muerto la esposa y todos los hijos. Por una cláusula tes­tamentaria nombra su heredero a Don Pedro Rodríguez del Toro e Ibarra, Caballero de Santiago y su sobrino, con la condición de que sus bienes pasen luego a Doña María Romana Rodríguez del Toro y Alaiza, hija de Don Pedro. También deja una manda de cuatro reales de vellón dia­rios, mientras viva, a la criada Vicenta Martín por los buenos y largos servicios que le tenía prestados. Dicha ren­ta se la señala en la casa de su propiedad sita en la Calle de la Montera, N» 34, manzana 290.

23 de enero de 1782.

Nace en San Felipe de Austria, hoy Cariaco, José Fran­cisco Bermúdez.

El lugar donde vio la luz este renombrado caudillo orien­tal fué ignorado de los historiadores hasta que en 1921, el escritor y periodista Dr. Badaraco Bermúdez encontró y dio al público el siguiente documento:

"Presbs. Dr. Dn. Pedro Level, Cura rector de la Iglesia Parroquial de esta ciudad de Sn. Felipe de Austria. Certi­fico que en un Libro de los de mi cargo en que se lleva el

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asiento de las personas blancas que en ella se bautizan se encuentra una partida del tenor siguiente:

" E n treinta y uno del mes de enero de mil setecientos ochenta y dos años : Yo, el Bachiller Dn. Silverio de Alcalá, Cura rector de la Iglesia Parroquial de San Felipe de Aus­tria certifico: que bautizé solemnemente, puse oleo y crisma, a José Francisco, Párvulo de ocho días, hijo legítimo de Dn. F ranc 9 Antonio Bermúdez y de Da. Josefa Figuera ; fueron sus padrinos Dn. Franco Alcalá y Da. Rosalía Bermúdez, a quienes advertí su obligación y parentesco espiritual; y para que conste lo firmé y de ello doy fee.—Br. Silverio de Alcalá".

Con la anterior partida queda evidenciado que "El Li ­bertador del Libertador" no nació ni en Cumaná ni en San José de Areocoar, como se venía diciendo, y se dice todavía, pues la generalidad de la gente no Ice sino en su librito, por lo cual no se entera de las rectificaciones hechas a puntos históricos que aparecen errados en Montenegro, Baralt, La-rrazábal y otros autores clásicos. Una más cuidadosa inves­tigación en los archivos públicos y privados, y mayor inte­rés por ese linaje de estudios, nos permiten conocer mejor los anales patrios y a los hombres eminentes que en ellos figuran.

Limitamos a estas líneas la nota consagrada a José Fran­cisco Bermúdez, cuyos grandes servicios a la causa de la Independencia nacional son suficientemente conocidos en Ve­nezuela y fuera de ella. Desde 1810, hasta su muerte, acae­cida trágicamente en Cumaná el 15 de diciembre de 1831, su espada estuvo siempre al servicio de la República y de sus instituciones.

No figuró Bermúdez en La Cosiata, y, como dijo uno de sus biógrafos, se condujo entonces con el decoro y honor de un jefe subordinado, amante de la Constitución y las leyes. A ese respecto cuentan crónicas callejeras que como en una visita hecha al Libertador en Caracas, en 1827, oyera

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decir a éste, en presencia de varias personas, que Páez era el primer hombre de Venezuela, separóse violentamente de la reunión y ya en la calle m u r m u r ó :

—Pues si Páez es el primer hombre de Venezuela, us­ted es el primer c a . . . .nalla del mundo.

24 de enero de 1848.

La fecha de hoy trae a la mente el recuerdo de un su­ceso lamentable, que todo hombre honrado condena y de­plora. Nos referimos al choque entre el pueblo y las Cá­maras Legislativas del cual resultaron algunas víctimas, en­tre ellas Don Santos Michelena, ciudadano honorable que ha­bía prestado a la República largos e importantes servicios.

No es el corto espacio de una ligera nota, escrita al correr de la pluma para diario alimento de la prensa, el lugar más adecuado para formular juicio sobre tema tan grave, acerca del cual han escrito los más notables histo­riadores patrios, condenándolo todos; aunque cada cual, de acuerdo con su criterio y sus simpatías partidarias, carga la responsabilidad de aquel hecho ora sobre el gobierno del general José Tadeo Monagas, ya sobre enemigos de aquella situación, que en el seno del Congreso provocaron con sus intemperancias el trágico episodio. Los que quieran ilus­t rar su criterio sobre este punto de los anales patrios deben leer, cuanto sobre el particular se ha publicado, y sobre to­do lo escrito por Don Valentín Espinal y J. J. Breca, quien nes, por pertenecer a la agrupación política atropellada aquel día no pueden tacharse de parciales.

Muchos detalles dignos de recordación constituyen aque­lla violenta efemérides, pero nosotros sólo hemos querido consignar aquí el siguiente sucedido, de rigurosa autentici­dad.

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Era rector del Seminario Tridentino el presbítero doctor José Manuel Alegría, razón sana, probidad sin mancha, pie­dad sencilla, fe incontrastable, como de él dijo Juan Vi­cente González. A las 3 de la tarde, al oírse los primeros disparos, el Rector llama a Vicente G. Guánchez, entonces Bedel del Seminario, y después doctor y Secretario de la Universidad Central y le ordenó:

—Señor Guánchez, cierre Ud. bien la puerta de la calle.

Retiróse el Rector a sus habitaciones de donde bajó dos horas después y encontró abierta la puerta que había man­dado cerrar.

—Señor Guánchez ¿por qué abrió U d . la puerta? —La abrí porque ya habían cesado los disparos. — A h ! Usted cree que los disparos han cesado ? —Sí , señor. —Pues se engaña usted, señor Guánchez: esos disparos

no han cesado ni cesarán en largo t iempo: ellos resonarán lúgubremente en el oído de muchas generaciones.

Cualesquiera que sean las causas que motivaron el 24 de enero nosotros diremos como el Canciller L 'Hopital al referirse a la noche de San Bartolomé: Excidat illa dies cevo.

25 de enero de 1868.

Muere en Barinas el general José Ignacio Pulido, padre, Procer de la Independencia.

La familia Pulido, oriunda de la antigua provincia de Barinas, compuesta de los actuales Estados Zamora, Por­tuguesa y Apure, se distinguió siempre por su adhesión a la Causa emancipadora. Los jóvenes José Ignacio y José Ma­ría Pulido, que para 1810 estudiaban en la Universidad de

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Cara-as. se entusia-.marón con los sucesos del 19 de abril de aquel año y salieron para su tierra natal en compañía del Marqués de Mijares y de! presbítero doctor Ramón Ignacio Méndez, después Obispo de Venezuela, a quienes ia Junta h bía comisionado pe.ra hacer entrar a Harinas en el movi­miento revolucionario.

Desde entonces comienzan los servicios de José Ignacio Pulido, quien, como militar valeroso y organizador fué cs-tinr.do de sus superiores, y especialmente del Libertador, que le confió siempre el mando de cuerpos escogidos y privile­giados. Severo en el cumplimiento de sus deberes y rígido observador de la disciplina, jamás tomó parte en ningún desorden ni tumulto, ni permitió a sus subalternos excesos de ningún género. Su brillante hoja de servicios enseña cómo ganó lentamente sus grados hasta el de Coronel, que no obtuvo sino en 1822, después de Bombona. En esta batalla, que se dio, como se sabe, en condiciones desfavora­bles para el ejército patriota, diezmado por los realistas, mandaba Pulido el batallón "Vencedores de Boyacá" que atacó con denuedo las trincheras y parapetos del centro de los españoles, obediente a la voz del Libertador que en mo­mentos de terrible indecisión durante el combate le d i jo :— Vuestro nombre sólo basta para la victoria. Corred y ase­gurad el triunfo.

El coronel Pulido siguió las huestes libertadoras has­ta Quito y Guayaquil; y no fué al Perú, a pesar del em­peño de Boiívar y de Sucre, porque estaba comprometido a casarse en Trujillo, al terminar la guerra de Colombia, con una hermosa y distinguida señorita. En cumplimiento de este deber social exigió y obtuvo del Libertador que por entonces no lo alejase de la patria.

A ésta prestó en el transcurso de su vida otros im­portantes servicios. E n 1826—dice su hijo el doctor Lucio Pulido, en su obra: Recuerdos históricos,—fué designado por el Departamento Orinoco para que viniese a Caracas a

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felicitar al Libertad T, ejuien para entonces se dirigía a su ciudad natal. Fué en enero de 1827, cuando de nuevo se vieren el Jefe de la República y su antiguo Teniente. Bo­lívar, que vivía en su casa de la esquina de Las Gradillas, lo recibió en su cuarto de dormir, donde hablaron larga y c mfiekncia'm nte s bre los graves acontecimientos políticos cjue acababan de pasar. Como Pulido dijera al Libertador que debía haberse venido por los Llanos, donde sus amigos le preparaban entusiasta recepción, éste, señalándole una hairrea co'ga-'a en un cuarto contiguo cuya puerta de co-municrción estaba abierta, y donde dormía un hombre, le dijo que no había tenido confianza en aquella vía.

E! hombre de la hamaca, agrega el doctor Pulido, era el general José Antonio Páez. (*)

26 de enero ele 1866.

En diciembre ele 65 y enero ele 66 se publicaron en "El Federalista" varios artículos relacionados con la apari­ción de un Mapa ele Venezuela, editado y puesto a la venta por los señores Ponel y Kyle. Dicho mapa, según informe presentado por los señores Agustín Aveledo, Olegario J . Meneses y Francisco de Paula Acosta, comisionados por el Colegio de Ingenieros para estudiarlo, contenía graves ine­xactitudes, sobre todo con respecto a límites; pues en la par­te occidental la dirección de la Sierra de Peri já hasta el Ca-tatumbo no estaba conforme con la carta de Codazzi; ni era semejante a ella la forma de la costa de las islas del Delta del Orinoco, especialmente desde la boca del Esequibo hasta la

(*) N o d a m o s m u c h o créd i to a los R e c u e r d o s H i s t ó r i c o s

en e s ta su parte final.

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desembocadura del Caño de Vagre, en el Golfo de Par ia . Por esas y otras razones juzgaban que el Gobierno no debía proteger dicha obra; y lo excitaban a levantar sobre el terre­no una nueva carta de Venezuela bajo el mismo plan que la de Codazzi.

Defendiéronse los autores del mapa diciendo que el de Codazzi no estaba formado, en lo general, con las observa­ciones y mensuras del autor en todo el terreno de la Repú­blica, pues como él mismo lo confesaba, lo había compila­do con trabajos de diversos autores; que la equivocación que nota la Comisión en la escala al pie del mapa, que dice; Leguas españolas de 26 al grado, es puramente de impren­ta; que las faltas que acusan sobre proporción y distancias m la escala del nuevo mapa, con respecto a la de Codazzi se debe a que éste empleó en su mapa la Proyección de Mer-cator, y ellos la Poligónica, que es la umversalmente adopta­da para diseños topográficos; que el colorido de las islas de Trinidad, Tobago, Granada, Curazao y Bonaire, que las representa como formando parte de la Unión Venezolana, fué una distracción del pintor; que si se omitieron en el nuevo mapa el nombre de algunas parroquias también fal­tan en el de Codazzi; y que, en fin, su trabajo aventaja a jos anteriores, pues contiene todo lo que ellos contienen con •aás, la nueva división territorial de la República y los ade­

lantos modernos del arte que profesan.

Como se ve, los nuevos cartógrafos eran tan de manga ancha como el médico aquel del cuento que, al sondear a un enfermo, le maltrató la ure t ra ; y como el paciente se que­jara , le di jo: no se preocupe que eso no es nada.

Posteriormente apareció en el mismo diario otro artícu­lo sin firma, intitulado: El mapa de Venezuela, donde lue­go de aplaudir el Informe de la Comisión, se estampan es­tos conceptos, siempre de actualidad, pues se refieren a un viejo resabio de nuestras costumbres:

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La Comisión no tiene prevenciones contra los seño:es Pond y Kyle. Se le pidió un Informe y lo presentó en cum­plimiento de su deber. ¿Hasta cuándo se echarán a mala parte, entre nosotros, los juicios ajenos? ¿Por qué no hemos de ver jamás la rectitud de la conciencia, la libertad de la razón, la generosidad de los sentimientos en las opiniones de los que nos combaten? ¿Será verdad que el patriotismo dejó de ser, que el egoísmo nos invade y que nadie supone en los demás rasgo alguno de amor a la tierra donde nació ?

27 de enero de 1820.

Nace en la península de Paraguaná, en Coro, el gene­ral Juan Crisóstomo Falcón.

Interesante es, sin duda, la personalidad de este pro­hombre de la Federación venezolana, que si en el análisis de su carácter histórico resulta incuestionablemente inferior al papel que el tiempo y las circunstancias le asignaron, pre­senta por otra parte un conjunto de nobles cualidades que llegaron a captarle las simpatías de sus mismos adversarios políticos, y que obligó a uno de ellos a mirarlo de frente después de haberlo visto de perfil .

Condición intrínseca de la naturaleza de este valeroso guerrero fué la magnanimidad, que lo autorizó para escribir al general Páez, desde Llano Colorado, el 12 de junio de 1862, después del fusilamiento de Her re ra y de Paredes, aquella notable carta de la cual son los siguientes pár ra fos :

. . . . "Venezuela sabe cuánto he procurado desde el pri­mer día eme los mejores sentimientos y principios de la civi­lización inspirasen nuestra guerra civil, y gobernase sus pro-ceelentes. Nadie ignora que sin ocuparme de las aparentes

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ventajas o desventajas de la revolución, fui siempre fiel al santo principio de la magnanimidad. A todos consta no só­lo que no he hecho perecer a nadie, sino que ni presos con­servé jamás, no obstante los inconvenientes que acarreaba el que el enemigo adquiriese noticias de nuestra interior si­tuación. Por notoriedad se sabe que me presté, en las con­ferencias de Carabobo, a todo lo que no envolvía una tra!"' ción a mi causa. Y es del dominio público que desde diciem­bre propuse a usted un tratado de regularización de la gue­rra, y que luego le exigí que aceptase el canje de prisioneros. Persuadido de que la filosofía aplicada a la política labra el progreso moral de los pueblos, y que de este modo se deri­van luego los adelantamientos sociales, prefiero ios princi­pios radicales a toda doctrina de circunstancia?, de esas que inspira la necesidad y que la conveniencia jus t ihea a los ojos de ciertos hombres eme no creen en la existencia de la mora! política. Siguiendo estos principios niego el derecho que tenga nadie para aterrar la sociedad a pretexto de sal­varla".

Esos mismos sentimientos de clemencia llevaron a Fal-cón a tender aun sobre sus más empecinados enemigos, como manto de perdón y de olvido, el célebre Decreto de Garantías, eme hará siempre honor a su memoria, porque si en los dé­biles la clemencia puede ser contemporización, en los fuer­tes es virtud cuasi divina, como emanación de Aquel que mandó perdonar hasta setenta veces siete a los que nos hu­bieran ofendido.

Otra de las relevantes condiciones de Falcón fué su lealtad a los compromisos que contrajo. Cuando se preoa-raba el movimiento armado que debía derrocar al Gobierno de José Tadeo Monagas, se negó a tomar parte en él, aun cuando llegó a ofrecérsele la Jefatura de la revolución. Otro episodio que lo honra es el siguiente, relatado por su panegirista el general Jacinto R . Pachano:

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El señor Fermín García, uno de los más activos agen­tes de la revolución del 58, se acercó a Falcón a decirle que el general Páez le había confiado una carta para que la pu-pusiera en sus manos. El Jefe libera!, que presumía el con­tenido de la correspondencia, dijo a Garcia.

—Tenga usted la bondad de devolver esa carta al ge­neral Páez, pues los deberes de mi actual situación políti­ca me impiden imponerme de su contenido.

28 de enero de 1817.

Combate de Mucuritas entre el general realista Miguel de La Torre y el Jefe patriota José Antonio Páez, quien gana la acción.

E s una de las hazañas de guerra en donde mejor de­mostró Páez su arrojo imponderab le . . .Pe ro dejemos que ^quiles mismo cuente su proeza.

El 27 de enero —dice en la Autobiografía— pernoctó La Torre en el hato del Frío, como una legua distante del lugar que yo había elegido para el combate, y a la mañana siguiente cuando marchábamos a ocuparlo observamos que ya iba pasando por él. Entonces tuve que hacer una marcha oblicua, redoblando el paso hasta tomar el barlovento, por­que en los llanos, y principalmente en el de Apure, es peli­groso el sotavento, sobre todo para la infantería, por causa del polvo, del humo de la pólvora y el viento, y más que to­do el fuego de la paja, que muchas veces se inflama con los tacos. Conseguido, pues, el barlovento en la sabana, formé mis mil cien hombres en tres líneas, mandada la primera por los esforzados Comandantes Ramón Nonato Pérez y Antonio Rangel ; la segunda por los intrépidos comandantes Rafael

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Rosales y Doroteo H u r t a d o : la tercera quedó de reserva a las órdenes del bravo comandante Cruz-Carrillo.

Confrontados así ambos ejércitos salió La Torre con veinticinco húsares a recorrer mi flanco derecho, y, colocán­dose en un punto donde podía descubrirlo, hizo alto. En el acto destaqué al sargento Ramón Valero con ocho soldados escogidos por su valor personal, y montados en ágiles caba­llos para que fuesen a atacar aquel grupo, conminando a todos ellos con la pena de ser pasados por las armas si no volvían a la formación con las lanzas teñidas en sangre ene­miga. Marcharon, pues, y al verlos acercarse a tiro de pis­tola dispararon los húsares enemigos sus carabinas. Sobre el humo de la descarga mis valientes se lanzaron sobre ellos, lanceándolos con tal furor que sólo quedaron con vida cuatro o cinco, que huyeron despavoridos a reunirse al ejército. La Torre de antemano había juzgado prudente retirarse cuando vio a los nuestros salir de las filas para ir a a t a c a r l o s . . . .

La Torre, sin perder tiempo, avanzó sobre nosotros has­ta ponerse a tiro de fusil. Al romper el fuego nuestra pri­mer línea lo cargó vigorosamente y a la mitad de la distan­cia se dividió, como yo le había prevenido a derecha e iz­quierda, en dos mitades para cargar de flanco a la caballe­ría que formaba las alas de la infantería enemiga. Había yo prevenido a los míos que en caso de ser rechazados se ret i­rasen aparentando derrota, para engañar así al enemigo; y que volviesen para cuando vieran que nuestra segunda línea atacaba a la caballería realista por la espalda. La operación tu­vo el éxito deseado y pronto quedó el enemigo sin otra ca­ballería que unos cincuenta húsares e u r o p e o s . . . .

Fué el arrojo de Mucuritas el que hizo decir a Mori­llo:—"Catorce cargas de caballería sobre mis cansados batallones me hicieron ver que aquellos hombres no eran una gavilla de cobardes poco numerosa, como me habían informado, sino tropas organizadas, que podían competir con las mejores de S. M. el Rey.

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29 de enero de 1816.

El general realista don Juan Bautista Pardo escribe al Capitán General don Salvador Moxó sobre la señora Luisa Cáceres de Arismendi .

Luisa Cáceres era natural de Caracas, hija de don J o ­sé Domingo Cáceres, excelente latinista que no obstante es­tar consagrado por entero a las labores del profesorado, fué a morir, por imposición de adverso destino, bajo la cuchilla de Rósete en la tristemente célebre matanza de Ocumare .

Luisa y su familia fueron de los que recorrieron el vía crucis del 7 de julio de 1814, cuyos tormentos habrían ser­vido a Dante para un cuadro de su Inf ierno. De Caracas a las costas orientales la emigración marcó su paso con un rastro de dolores y de lágrimas. La familia Cáceres, que ya había ofrendado la sangre del padre y de un hijo en aras de la Independencia, abordó, consunta y doliente, a la Isla de Margarita, donde mandaba Arismendi, quien ya había conocido en la capital a la hija de don José Domingo y as­pirado a su mano . Allí celebróse el matrimonio, en medio de aquellos días terribles de muerte y proscripción. La no­via era una niña de apenas quince años. Cuando, poco des­pués, Arismendi huyó para librarse de la prisión y del ca­dalso, su esposa fué detenida en una casa particular y luego pasada al castillo de Santa Rosa. Allí dio a luz una niña que nació muer ta . El Brigadier Pardo decía a Moxó, lo si­guiente: "La mujer de Arismendi ha dado a luz en su pri­sión a un nuevo monstruo. Esta, y otra señora presa, he mandado al Gobernador de Pampatar envíe a L a Guaira, donde debe estar sin comunicación. . . Los enemigos envían continuamente mujeres con niños pequeños a llevar y traer noticias; y como es lastimoso matar a unas y otros,, se les echa otra vez y esto puede costamos ca ro : espero que me diga usted también si todos los niños, las madres, e tc . , h i n de morir, o qué se hace con ellos".

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Largo sería referir la dramática existencia de la noble esposa de Arismendi durante ciiairo años de tribulaciones en su patria y en España, a donde fué remitida. Cuando volvió al hogar nativo y a los brazos de su esposo, aperas contaba 19 años. La Isla de las perlas le recibió alborozada; vítores y aplausos exaltaron su nombre; en su honor se em­pavesaron las naves surtas en la bahía de Juan Griego y tro­nó la voz del cañón.

Entre las mujeres cuyos nombres figuran en la historia de Venezuela, se encuentra Luisa Cáceres de Arismendi, quien alcanzó larga vida y logró ver triunfante la causa por la cual ella y los suyos habían hecho largos y costosos sa­crificios .

El pintor venezolano Emilio J . Maury ha perpe-do la figura de la heroina en un lienzo al óleo, que se en­cuentra en el Salón Elíptico del ¡'alacio Federal, entre los Proceres de la Independencia.

30 de enero.

Ent re las tradiciones peruanas de Don Ricardo Palma hay una intitulada: "El Fraile y la Monja del Callao" que es para nosotros interesante, por referirse a un Procer de la Independencia Americana, que puede considerarse vene­zolano, pues aquí vivió, formó familia y murió después de haber prestado al país largos y eficaces servicios.

Nos referimos al General Antonio Valero, quien, pa­ra la época del sitio del Callao, ejercía las funciones de Te­fe de Estado Mayor de las fuerzas patriotas.

Poseía el General Valero una cualidad hoy mismo ra­ra y curiosa: era ventrílocuo. Son muchas las anécdotas

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que sobre ello se cuentan. Capdia Toledo ha escrito en ,-us Leyendas Históricas una escena de amor en qu . Vale r ; hizo uso de su rara disposición orgánica para evkar que una jo­ven abandonara el h o g a r paterno. También se ciunta qne. en un banquete darlo en Lir-n, Yal-ro se propuso t o n a r el pelo, como ahora se dice, al general Santa Cruz, quien, al trinchar un pescado, oyó qu • es te le fícela:—Por amor de Dios, mi Genera 1 , no me coma que soy padre de familia y tengo mucha gente a quien hacerle falta.

Pero el hecho a que se contrae Palma es el siguiente:

A pesar ele la severidad de Rodil, y de los castigos ejemplares que impuso, oficiales patriotas aprovechando las tinieblas de la noche se aveniurabrn a penetrar en el Callao para concertarse con descontentos y conspiradores. Uno de esos oficiales era Valero ouien, una madrugada, al regresar a su campamento después d'~ haber tenido largas conferen­cias con uno de los capitanes del Castillo de San Rafael sin­tió, al penetrar en una callejuela, los pasos de una patrulla que venía en la dirección que él llevaba. El audaz patriota estaba irrcmisiblenjenc perdid i: no podía avanzar, ni tam­poco retroceder. En tan angustiéis") trance Valero, que era todo un valiente y no perdía la serenidad, se ocultó en el hueco de una puerta y apeló a su rara habilidad. Cada solda­do oyó sobre su cabeza, y como si saliera ele la boca de su fusil, este gr i to :

¡ Viva la Patria ; mueran los godos !

Los de la ronda que eran ocho hombres, arrojaron al suelo esos fusiles en los cuales se había metido el demonio; fusiles insurgentes que habían tenido la audacia de gritar pa­labras subversivas, y echaron a correr poseídos de te r ror .

Media hora después Valero llegaba a su campamento riéndose de la aventura y dándole gracias a Dios por haber­lo hecho ventrílocuo.

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31 de enero de 1815.

E s fusilado el General José Félix Ribas, Vencedor de los Tiranos en La Victoria.

Muchas y variadas son las versiones hechas sobre la muerte de este notable adalid de nuestra emancipación. Nosotros nos atenemos al relato que sobre ella hace Juan Vicente González, que es, más o menos, el mismo que años después publicó en la revista El Tamanaco, que veía la luz en Tucupido, el señor L . A . Zaraza, como tradición de fa­milia; y el cual extractamos en la forma que sigue:

Después de la derrota de Úrica, el 5 de diciembre de 1814, y de la heroica defensa de Maturín, Ribas, seguido de algunos amigos que confiaban en su fortuna, tomó hacia el sur, buscando las costas de Guanipe, pero como encontrase en el tránsito una partida enemiga que venía del Orinoco, to­mó diversa dirección. Iba acompañado de su sobrino, de su criado y de Concepción González, que había sido asistente del Alférez de Caballería José María Zamora, con quienes continuó su camino hacia Valle de la Pascua. Como hubie­se llegado al sitio denominado Jácome, dos leguas distantes de aquella población, González fué comisionado para ir al cercano pueblo y traer algunos recursos a Ribas, quien se encontraba enfermo. El comisionado se dirigió al anochecer al cercano caserío, pero antes entró en la casa de sus antiguas amas, las González del Hoyo, quienes sabedo­ras que él servía con los patriotas, y extrañando su presencia por aquellos sitios, le sacaron con maña los motivos de su aparición clandestina, y tanto le intimidaron que obtuvieron al fin q u e j a s acompañase a presencia de la autoridad. Una escolta le custodió hasta el lugar donde estaba el general Ribas, dormido en medio de sus compañeros. Maniatáronle a todos; en la misma, noche dieron muerte al sobrino y al cr iado; y como hubiese exigido el héroe le presentasen a!

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general realista, llenos de involuntario respeto se prepararon a obedecerlo; pero el Teniente Justicia de Tucupido, Lorenzo Figueroa, alias Barrajóla, le reclamó con imperio y le con­dujo a esta población. Allí formaron un simulacro de jui­cio, escarnecieron al prisionero y lo fusilaron, siendo los ejecutores Serafín Gutiérrez, Manuel Arango y José To­más Morales. Luego de muerto le cortaron la cabeza que fué enviada a Caracas; fijaron los brazos en los caminos pú­blicos ; y el tronco del cuerpo lo arrojaron a un barranco conocido con el nombre de Bajo de Sifuentes, donde, se­gún la tradición, una piadosa señora los recogió y les dio cris­tiana sepultura.

Así, traidoramente según algunos, terminó su vida aquel hombre de épico coraje, cuya espada fulguró victo­riosa en Niquitao y La Victoria. Su viuda, doña Ma­ría Josefa Palacios y Blanco, tía del Libertador, pues era hermana de doña Concepción Palacios y Blanco, vi­vió largos años reducida al estrecho recinto de su habita­ción. Como, después del Armisticio de Santa Ana, Bolívar la recomendara a Morillo, éste al llegar a Caracas, envió un edecán donde dicha señora para que la viera y le excitara a romper su voluntario encierro.

—Yo no saldré de aquí, respondió la arrogante matrona, hasta que no vengan a sacarme los míos diciéndome que ya la Patr ia es libre.

1" de febrero de 1818.

Nace en San Diego de los Altos Cecilio Juan del Car­men Acosta.

Desde que los hombres advirtieron que la justicia pos­tuma es la más cómoda y barata, pues ni provoca rivalida-

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(Jes ni establece competencias, ya se preocuparon poco de las privaciones y penalidades que amargar, la vida de los hombres por cualquier concepto superiores, dtjand'j a la pos­teridad el encargo de consagrarles el elogio pomposo o el magnífico epitafio.

Algo de eso aconteció con Cecilio A eos ta, espíritu fuer­te y naturaleza tímida, alejado de la sociedad y en íntimo contacto con las letras, escaso de bienes de fortuna, en tér­minos que en una de sus cartas dice a su hermano: Estoy tan pobre que no había tenido para el sello del correo, ad­mirado de pocos y desconocido de la mayoría, hasta que de fuera pregonaron los quilates de su ingenio, y en ¡a propia casa, José Martí , gran pensador, peregrino de la libertad, nos enseñó, en páginas inmortales, que aquei hombre de as­pecto humilde que habíamos visto cruzar como azorado nuestras calles, bien pudo conversar con Sócrates y Platón en los jardines de Academo, o pasearse, como quien se pasea con lo propio, con túnica de apóstol.

Y acaso no es el egoísmo humano, sino más altos moti­vos, el que hace que sean ignorados de su época Dante y Colón, Shakespeare y Cervantes. Hay los hombres del día y los hombres del porvenir : para aquéllos el triunfo momen­táneo, para éste el renombre perdurable. Parece además, que la luz que irradia de los elegidos no brilla sino a distancia. El Arcángel enviado a Tobías tuvo que decirle para ser re­conocido : "Yo soy uno de los siete que estamos en presencia del Señor" .

Acosta, pensador egregio, tuvo un panegirista insigne en José Martí , de quien son estos hermosos conceptos:

. . . . " H a muerto un jus to : Cecilio Acosta ha muerto. Llorarlo fuera poco. Estudiar sus virtudes e imitarlas es el único homenaje grato a las grandes naturalezas y digno de ellas. Trabajó en hacer hombres: se le dará gozo con serlo.

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¡ Qué desconsuelo, ver morir en lo más recio de la faena a tan gran trabajador!

Sus manos, hechas para manejar los tiempos, eran capa­ces de crearlos. Para él el Universo fué casa; su patria, apo­sento ; la historia, madre ; los hombres hermanos, y sus do­lores, cosas de familia eme le pielen llanto. El lo dio a ma­res . Tóelo el eme posee en demasía una cualidad extraoreli-naria, lastima con tenerla a los que no la poseen; y se le tenía a mal el eme amase tanto . En cosas de cariño su culpa era el exceso. Una frase suya da idea ele su manera de querer: "Oprimir a agasajos". El, eme pensaba como profeta, ama­ba como mujer . Quien se da a los hombres es devorado por ellos, y él se dio entero. Pero es ley maravillosa de la natu­raleza que sólo está completo el ejue se da; y no se empieza a poseer la vida hasta que no vaciamos sin reparo y sin tasa, en bien de los demás, la nuestra. Negó muchas veces su defensa a los poderosos, no a los t r is tes . A sus ojos el más débil era el más amable. Y el necesitado era su dueño. Cuando tenía que dar lo daba todo; y cuando ya nada tenía daba amor y daba l ibros".

2 de febrero de 1883.

La Basílica de Santa Ana, como en otro tiempo se llamó, o Iglesia de Santa Teresa, como en la actualidad se le deno­mina, es acaso por sus proporciones y belleza arquitectóni­ca el primero entre los edificios de Caracas.

En "La Opinión Nacional" de la fecha antes citada se encuentra la descripción de las pinturas que decoraban la cúpula central de dicho templo: esta descripción no carece de interés histórico, pues conserva el nombre de los art is­tas que allí trabajaron y la obra que cada uno de ellos ejecutó:

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"En la parte superior de la linterna, en el centro de los rayos que ocupan su superficie, está pintado el Espíritu Santo.

E n la cúpula figuran los profetas, cuatro mayores y cuatro menores, de los cuales Abdías, Daniel, Amos y Eze-quiel son obras del señor Manuel Ote ro ; y los otros cuatro, Baruc, Jeremías, Joel e Isaías, del señor Pedro Jáuregui .

En el tambor se hallan los Santos Apóstoles Pedro, Ta-deo, Tomás y Andrés, pintados por Jáuregui ; y Pablo, Santiago, Bartolomé y Felipe, por Otero.

La ornamentación desde la linterna hasta la cornisa es del señor Enrique Daville, la que representa con sus dife­rentes atributos bíblicos, el Antiguo y el Nuevo Testamento; y es de este lugar advertir que quedó concluida sólo la orna­mentación que se encuentra donde están los profetas; y una pequeña parte de la que divide estos cuadros, como también los copetes de los marcos de los apóstoles, que los hizo el se­ñor Juan Salazar, por haber quedado sin concluir.

E n las pechinas están pintados los cuatro Evangelis­tas, de los cuales San Juan y San Lucas son del señor Nés­tor Hernández ; San Marcos, del joven Wenceslao Acedo, y San Mateo del joven Enrique T o r o .

La ornamentación que se encuentra en las mismas, lle­nando su centro, alrededor de los Evangelistas, es del joven Carlos Martel .

Los marcos de estos últimos cuadros, dorados y már­moles de las cornisas y arcos dorales con que termina el edi­ficio, son de Salazar".

Lo que no dijo "La Opinión Nacional", fué que el San Pablo era la vera efigie de Guzmán Blanco; ni tampoco que allí ensayaron sus habilidades pictóricas algunos muchachos discípulos de José Gabriel Maucó, a quienes, en gran parte, aconteció con la pintura lo que con la escultura a Pancho Betancourt Figueredo, quien encontrándose limpio de a fis­co, y con el problema de tener que regalar un caballo de pa-

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lo a su pequeño hijo Francisco, se puso él mismo a fabricar­lo en la imprenta del Estado Aragua, de la cual era Director, Daba los últimos toques a su obra, que le parecía perfecta, cuando entró el primogénito en solicitud del prometido re­galo. Pancho, cual otro Miguel Ángel ante su Moisés, ense­ñó al chico el pretenso caballo, diciéndole jubiloso:

—'¿Qué es ésto, mi hijo? — U n conejo, papá!

3 de febrero de 1795

Nace en Cumaná Antonio José de Sucre, del legítimo matrimonio de don Vicente de Sucre Urbaneja y doña Ma­ría Manuela de Alcalá y Sánchez Vallenilla.

Muchos hombres notables produjo Venezuela cuando, por imposición de los tiempos, resolvió crearse vida autó­noma, emancipada del tutelaje colonial; pero entre sus hi­jos preclaros pocos alcanzaron la talla de aquel varón ínclito cuya mayor gloria, con ser tan alta, no es la de haber sella­do con la batalla de Ayacucho la libertad de todo un Conti­nente, sino la de haber triunfado siempre sobre la vanidad, la soberbia, la ambición y el encono, esos constantes y pode­rosos enemigos del hombre.

Digna de admiración es, sin duda, la pericia de este joven General cuando al frente del Ejército unido realizó, bajo la mirada del Libertador, la admirable campaña cuyo corolario fué la acción de guerra en que, con maniobras fá­ciles y prontas, desbarató en una hora a los vencedores de catorce años, a un enemigo perfectamente constituido y há­bilmente preparado; pero resulta más acreedor a la justa alabanza si en medio de los horrores de una lucha de exter­minio, alza sobre el furor de las pasiones la voz de la con-

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ciencia; sobre el rigor, la bondad; sobre el interés personal, la utilidad pública. Su gloria suprema es haber negociado el Tratado de Armisticio y Regularizarían de la Guerra; haber suscrito la capitulación de Ouinua; haber respondido a los que preguntaban, después de Tarquí, porque no modifica­ba en favor del vencedor las condiciones antes presentadas a L a Mar:-—Porque la justicia de Colombia es la misma antes que después de la victoria.

Se admiran algunos de que tuviera enemigos aquel hom­bre de alteza moral super-humana. Nosotros lo encontramos natura l . El que posee en demasía alguna cualidad extraordi­naria lastima con tenerla a los que no la poseen, había di­cho Mar t í . Todo Redentor necesita para serlo su Cruz y su Calvario. La bala de Berruecos acaso fué misericordiosa para el Gran Mariscal de Ayacucho. Morir joven es favor de los dioses. Los que transitan largo tiempo los caminos de la vida difícilmente conservan la pureza de su veste.

La modestia del egregio cumanés es auténtica. Sabe sus relevantes cualidades pero tiene por simple deber ofren­darlas en el altar de la Pa t r ia . Así pudo estampar con no­ble y legítimo orgullo estos memorables conceptos en el Mensaje en que dimite la presidencia vitalicia de Bolivia y se despide de sus gobernados:

"De resto, señores, es suficiente remuneración de mis servicios regresar a la tierra patria después de seis años de ausencia, sirviendo con gloria a los amigos de Colombia; y aunque por resultado de insinuaciones extrañas llevo roto este brazo que en Ayacucho terminó la guerra de Indepen­dencia americana, que destruyó las cadenas del Perú y dio ser a Bolivia, me conformo cuando en medio de difíciles circunstancias tengo mi conciencia libre de todo cr imen. Ai pasar el Desaguadero encontré una porción de hombres di­vididos entre asesinos y víctimas, entre esclavos y tiranos, devorados por los enconos y sedientos de venganzas. Con-

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cilié los ánimos; he formado un pueblo que tiene leyes pro­pias, que va cambiando su educación y sus hábitos colonia­les, que está reconocido de sus vecinos, que está exento de deudas exteriores, que sólo tiene una interior pequeña y en su provecho; y que dirigido por un Gobierno prudente será feliz".

Por ser Bolívar radiante sol en el sistema planetario de la Independencia de la América bien caben sombras en la masa ignescente de su gloria. E n la de Sucre no se advierte la más ligera mancha. Pasó inmaculado por largos caminos de sacrificios, de gloria y de dolor. Fué, según la bella expre­sión de Carlos Pereyra, el copo de nieve sobre la charca de sangre.

4 de febrero de 1792.

Nace en Cumaná Francisco de Paula Avendaño. La Primogénita del Continente, a cuyo renombre basta

la gloria de haber sido la cuna de Antonio José de Sucre, dio a la Pat r ia otros hijos también distinguidos, entre ellos el Procer a cuya memoria consagramos este breve y apresurado esbozo.

E r a Avendaño hijo legítimo de Francisco de Paula, peninsular empleado en la renta de tabaco, y de doña María Francisca López de Brito, cumanesa de origen. Murió aquél dejando a su hijo de tierna edad y a su viuda sin otro bie­nes de fortuna que el montepío que le adjudicaron por los servicios de su esposo. Con tan pocos recursos la madre se consagró por entero a la educación de su niño, quien luego de aprender lo poco que en los planteles de aquel tiempo se enseñaba, ingresó a una escuela de matemáticas que para principios del siglo X I X existía en aquella ciudad.

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Diez y ocho años tenía el joven Avendaño cuando ocu­rrió el movimiento revolucionario del 19 de abril, y desde entonces sentó plaza en las filas independientes, en las cua­les figuró con el título de Subteniente de Ingenieros. Con este carácter hizo la campaña de 1811, bajo las órdenes de Miranda; y la de 1812 con este mismo General. E n el com­bate de Los Guayos fué gravemente herido; hecho prisio­nero y conducido al hospital de Valencia, permaneció algún tiempo en este lugar, hasta que pudo escapar a las Antil las. Para 1818 regresó a Venezuela donde prestó importantes servicios, ora como militar en campaña, ya como empleado civil. En 1826 fué destinado en comisión cerca del Liberta­dor, para informarlo detalladamente de los graves sucesos de Venezuela, y del estado de las cosas por consecuencia de los acontecimientos del 30 de abril en Valencia.

Separada Venezuela de la Gran Colombia, Avendaño fué designado para representar la Provincia de Cumaná en el Congreso Constituyente reunido en la capital de Carabobo. Desempeñaba las funciones de Consejero de Estado cuan­do el 8 de julio de 1835, estalló el motín militar conocido con el nombre de Las Reformas, Avendaño no tomó parte en dicho acontecimiento, pues, antes bien, logró escaparse de Caracas y unirse a Macero en los Valles del Tuy, donde levantó tropas para sostener el orden constitucional.

Terminada la pacificación del país volvió Avendaño a ocupar su puesto de Consejero hasta 1838 que fué nombrado Gobernador de Cumaná; después lo fué de Guayana; en 1845 bajo la presidencia de Soublette, desempeñó el Minis­terio de Guerra.

Investido con el rango de General en Jefe de los Ejér ­citos de Venezuela, condecorado con el Busto del Liberta­dor y con el título de Ilustre Procer de la Independencia, Francisco de Paula Avendaño rindió la jornada de la vida el 24 de febrero de 1870, después de una vida larga y meri­toria, dignamente empleada en el servicio de la Pa t r ia .

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5 de febrero de 1880.

En una ocasión en que nos encontramos incidental-mente en la puerta de la Academia Nacional de la Historia con varios miembros de esta Corporación, hablamos, natu­ralmente, sobre hechos, tradiciones, libros y papeles. Al­guien, luego de disertar sobre la complicada urdimbre de nuestros anales, emitió el concepto de que si los aficionados a esta clase de estudios entendemos algo de nuestra vida pasada, la generalidad ignora cuanto a ella se refiere. Contri­buye a robustecer esta afirmación el siguiente curioso hecho:

En 1880 el ciudadano Militón Pérez, Presidente de! Concejo Municipal del Distrito Federal, dirigió una carta al doctor Arístides Rojas significándole que el Ilustre Ame­ricano, y también el Concejo, deseaban que el salón donde aquél Cuerpo celebra sus sesiones se exornara de preferen­cia con la efigie de los hombres del 19 de abril de 1810; y que, como entre los retratos existentes en aquel local se en­contraba el de un extranjero Meyer, y no había en el ar­chivo documento que consultar para conocer el motivo que hubo para la colocación, ocurría a él (Rojas) como compe­tente y versado en historia, para que se sirviera indicar las razones en que se apoyaron los que tal cosa resolvieron y ve­rificaron .

El doctor Rojas, al contestar la consulta, incluyó copia de lo que había dicho la prensa de Caracas en 1841 y 1843 acerca del respetable extranjero señor Henrique Meyer, cuyo retrato había sido colocado treintiocho años antes en la sala del Concejo, no sólo en virtud de méritos contraídos por este respetable sujeto, como servidor de la Independen­cia de Venezuela, sino por la circunstancia especial de haber dejado la octava parte de sus bienes a aquella Corporación, en señal de gratitud por los sentimientos de amistad de que fué objeto por parte de los habitantes de Caracas, y por

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haber conseguido en ella, en las labores del comercio, su mo­desta y honrada fortuna.

Para la fecha de la consulta ya se había publicado la obra: Biografía de los Hombres Notables de Hispano-Amé-rica, donde, con poca diligencia, habríase encontrado una re­seña de la vida de aquel honrado extranjero, nacido en Des-sau, Alemania, y muerto en Berlín el 17 de setiembre de 1841; y habrían sabido que el Concejo Municipal había dic­tado un acuerdo por el cual, entre otras disposiciones, se or­denaba colocar sobre el sepulcro de aquel benefactor una lápida con esta inscripción:

A la memoria de Henrique Meyer el Concejo Munici­pal de Caracas, capital de la República de Venezuela.—Año de 1842.

6 de febrero de 1835.

Es electo Presidente Constitucional de Venezuela el doctor José María Vargas .

Ya en otra ocasión tuvimos oportunidad de consagrar un elogio justiciero a la figura de este varón esclarecido, que si no figuró en los faustos de nuestra Emancipación es, por su virtud y saber, de los hijos que más honran a la pa­tr ia .

Al hablar ahora de su elección para ejercer la Primera Magistratura, juzgamos pertinente reproducir los conceptos con que Domingo Briceño y Briceño, Redactor de El Nacio­nal, presentó a la consideración pública la candidatura de aquel eminente ciudadano:

"José Vargas.—De constitución vigorosa y animada, concibe con facilidad, medita con constancia, y profundiza, analiza e investiga con método. Laborioso y activo, se com-

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place en adquirir nuevos conocimientos en las ciencias, y en cooperar al desarrollo y propagación de los que son útiles a los pueblos. Lo que se llama espíritu público es en Vargas genial y característico. Sensible al honor, respetuoso con los hombres, distingue la amistad, obedece al deber, le con­trista la injusticia, aprecia su reputación, acaricia la fama, estima las consideraciones sociales. Amante de las letras, consagrado al estudio, conoce el mundo, conoce a los hom­bres y se conoce a sí mismo. De buena edad y salud robusta, las ilusiones de la filosofía no le arredran, ni la intoleran­cia y fanatismo religioso le conquistan. Colocado por nece­sidad entre escenas revolucionarias, en calidad de hombre público, no vuelve la cara, hace frente y mantiene presencia de ánimo. Idólatra de los principios, ellos forman su con­ciencia política; la posición intrínseca en que le colocó su pro­fesión científica le ha dejado incólume e inmaculado en los vértigos de las revoluciones. Identificado desde el 19 de abril con la causa de la Patria, no fascinado por los parti­dos, y doctrinado por las lecciones prácticas de la época en que ha vivido, se ha forrmado, de un venezolano nacido en La Guaira, educado en la Universidad de Caracas, ilustrado en sus viajes, admirado por su profesión y respetado por su conducta, un Presidente para la República de Venezuela, con las cualidads que exigen sus actuales c i rcuns tancias . . . Estamos en la época crítica de una creación moral y de exi­gir auxilios intelectuales para afirmar la independencia, ase­gurar la libertad civil y adquirir los goces y comodidades que proporcionan las riquezas, que son consecuencia de la civilización y moralidad de los pueblos".

El doctor Vargas, que era una alta mentalidad, no se engañó con respecto a los inconvenientes de todo género que embarazarían su acción gubernativa, y por eso dijo a sus electores:

"Ni por un momento he acogido la idea de poder yo encargarme de los destinos de mi país ; porque estoy conven-

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ciclo de que carezco, además, de la capacidad necesaria pa­ra dirigir con acierto tan difícil encargo, de aquel poder mo­ral que dan el prestigio de las grandes acciones y las rela­ciones adquiridas en la guerra de la Independencia; poder que en mi opinión es un resorte poderoso en las actuales circunstancias de Venezuela para robustecer la enervada fuerza de la ley y conjurar con eficacia las tempestades que puedan amenazarla, o hacer desaparecer, rápida y vigorosa­mente los males que la aquejan".

7 de febrero de 1833.

Nace en Lima Ricardo Palma.

Muy pocos serán los americanos de habla española, aficionados a la lectura, que desconozcan el nombre y la obra del célebre autor de las T R A D I C I O N E S P E R U A N A S .

E n el cultivo de ese género literario puede asegurarse, sin temor de exagerar, que Ricardo Palma es maestro. Sus tradiciones son, como dijo don Javier Prado, cuadros exqui­sitos de perfección insuperable, en los que el más brillante' y rico ingenio criollo ha hecho la evocación maravillosa de la Colonia y del pasado de la República, de los conquista­dores, virreyes, gobernantes, inquisidores, obispos, frai­les, clérigos, oidores españoles, criollos, mestizos; en su vi­da verdadera, revelada ante nuestra vista absorta con tal in­tensidad, colorido y sensación, que bien puede afirmarse con el gran crítico don Juan Valera: no hay historia grave, serena y rica de documentos fehacientes, que venza a las T r a ­diciones de Palma en dar idea clara de lo que fué el Perú hasta hace poco, y en presentar su fiel re t ra to .

Por nuestra parte declaramos que cuando queremos re­cordar algo de lo que aprendimos en nuestra edad moza so-

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bre el viejo imperio Tahuantin Suyu, en lugar de releer los cronistas castellanos, o los modernos historiadores, tomamos de nustra biblioteca uno cualquiera de los seis tomos de las Tradiciones y allí encontramos, exhibidos en la integridad de su ser físico y de su extructura moral, las figuras del Mar­qués de los Atavillos, del muy magnífico señor don Gonzalo P n :arro, de Francisco de Carvajal, de Hernando de Soto, de José de San Martín, de Antonio José de Sucre y de algu­nos ciros personajes de la conquista y de emancipación.

Y en ninguna parte como en aquellas páginas, se desta­can mejor, ni en ambiente más apropiado, los actores del drama que dio a España un mundo; y los que arrancaron un Continente a la corona de Castilla. A veces, sin embargo, el genial escritor se deja llevar por prejuicios que le ofus­can la mirada y la inteligencia. Tal el caso de Bolívar, a quien demuestra pocas simpatías. Yo soy peruano, dice, y no puedo cantar himnos al hombre que menos amó a mi pa­tr ia .

Estos conceptos, vertidos en el es tudio: "Bolívar, Mon-teagudo y Sánchez C a m ó n " , restaron simpatías al escritor. La América protestó contra el cargo de envenenador hecho al Libertador. Pa ra nosotros fué una ligereza de don Ri­cardo. Acaso por repararla, aunque sin confesar su error, rinde en otras partes tributo de justicia a la grandeza del Héroe .

Una de las Tradiciones más intencionadas y graciosas es aquella: B O L Í V A R Y E L C R O N I S T A C A L A N C H A , en la cual cuenta el tradicionista que para 1825, encontrándose en el Cuzco el hombre de Junín, tomaba informes acerca del carácter, conducta y demás circunstancias de los que desempeñaban algún cargo importante; de cada uno de los cuales recibía noticias contradictorias. Sólo sobre un indi­viduo fueron unánimes los pareceres favorables, lo que le hizo sospechoso, por el lógico raciocinio de que, o era un

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intrigante que contemporizaba con todos para estar bien con el diablo y con la corte celestial, o un memo a quien t'jdos manejaban.

Vacilaba, con todo, el Libertador, en tomar una deter­minación cuando se le ocurrió abrir un in folio que encontró en el cuarto que se le había destinado, y que era la C R Ó ­N I C A A G U S T I N A , de Fray Antonio de Calandra, donde encontró estampada la siguiente sentencia:

No es más infeliz el que no tiene amigos, sino el que no tiene enemigos, porque eso prueba que no tiene honra

que le murmuren, valor que le teman, riqueza que le codi­cien, bienes que le esperen ni nada bueno que le envidien.

Y de una plumada quedó el buen sujeto destituido.

8 de febrero de 1833.

Muere en la ciudad de Valencia, y en su casa de habi­tación del barrio de la Candelaria, el doctor Miguel Peña .

E n la vida de este notable hombre público, de excepcio­nales cualidades, hay tal conjunto de grandes hechos y de pequeñas pasiones, que la pluma queda muchas veces en sus­penso, indecisa entre el elogio y la censura. Con todo nadie podrá negar que prestó a la causa de nuestra emancipación muchos y notables servicios, pues tenía, como dijo Baralt, corazón de soldado y cabeza de estadista.

Al hablar de Peña, en la Biografía de Hombres Nota­bles de Hispano-América, dice don Ramón Azpurúa : " T o ­do era portentoso en este personaje: gran talento y gran­des cualidades de jurisconsulto, de orador en el parlamento, en los comicios y en el f o r o . . . Revolucionario audaz hasta la extremidad, hombre de estado con tal habilidad y energía que se hizo temible a algunos de sus compatriotas".

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Entre las obras de Peña la más notable es su defensa ante el Senado de Colombia, cuando este alto cuerpo, consti­tuido en Tribunal de Justicia para juzgarlo por haberse ne­gado a firmar la sentencia de muerte contra el coronel Leo­nardo Infante, dictada por la Alta Corte Marcial de la que aquel era miembro, lo condenó a ser suspendido durante un año de las funciones de su empleo. Yo seré—dijo—el último venezolano que se juzgue en Bogotá; y de allá vino a so­plar al oído de Páez la revolución separatista, de la cual fué uno de los más ardientes propulsores.

9 de febrero de 1844.

El Jurado de imprenta compuesto de los señores Ma­nuel Sojo, Nicolás Castro, Feliciano Palacios, Remigio Ar­mas, Esteban Her re ra y Andrés Rivas Pacheco, se reúne bajo la presidencia del Juez de primera instancia don Isidro Vicente Osío y declara libre de responsabilidad al señor Antonio Leocadio Guzmán, dueño de la imprenta donde se editaba El Relámpago, por la publicación que allí se había hecho de unas seguidillas injuriosas para el señor Juan Pé ­rez.

El historial es el siguiente: los versos que dieron mo­tivo al juicio eran de Rafael Arvelo, nuestro célebre poeta epigramático, pero salieron sin firma. Instaurada la acusa­ción por el apoderado del Sr. Juan Pérez, se compelió de acuerdo con la Ley, al dueño de la imprenta a presentar la firma responsable. E ra ésta la de un pobre hombre nom­brado Ramón Villalobos, que prestaba su nombre a los es­critores de la oposición. No pudiendo ser habido, el primer Jurado declaró responsable al dueño de la imprenta. El fa-

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lio era ilegal y contra él protestó el señor Antonio Leoca­dio Guzmán. Se reunió el segundo Jurado, a quien se refie­re esta reseña, y se obtuvo un fallo absolutorio, pero no dic­tado libremente, sino bajo la presión y amenaza de un tu­multo popular .

Arvelo se mezcló en este asunto porque era uno de los patrocinantes de la señora Margari ta Cabrera de Chaves, en litigio con su albacea el señor Juan Pérez, por liqui­dación de la firma comercial y bancaria de que eran socios. Las pasiones políticas promovieron las irregularidades y. escándalos que conoce nuestra historia, y que, como siem­pre, sirvieron a los fines interesados del uno y del otro par­t ido .

Las seguidillas decían:

Don Juan Galindo Pérez El alma diera Por no aflojar la hacienda De la heredera; Y andan diciendo Que ya la tal hacienda Va pere-ciendo.

Como el ladrón Juan Alba Tiene d i n e r o . . . . Muchos son los delitos De Don J u a n . . . . pe ro ; Es cosa fea Que azotado en la argolla U n Alba-sea.

Mete en tu casa un rico Le d a s . . . . Ya entiendo

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Y has que al instante otorgue Su testamento. Bien, y que sea Yo nombrado heredero. —Tonto ! Albacea.

¿Por qué lleva escondidas Don Juan las manos? —Porque las tiene llenas De albaceazgo. — E n Galilea Vapulan esos males Con panacea.

10 de febrero de 1828.

Nace en Caracas Martin Tovar y Tovar. Las principales obras de este distinguido pintor venezo­

lano, llamado El Patriarca de nuestra pintura, se encuentra en el Salón Elíptico del Palacio Federal. Allí dejó en lien­zos inmortales la efigie de nuestros Proceres y sus más cul­minantes hazañas en la gesta libertadora. E n la cúpula cen­tral, Carabobo; en los plafones de derecha e izquierda, Junín y Ayacucho; en los muros, casi toda la generación heroica que realizó el prodigio.

Martín Tovar y Tovar nació art ista. Su vocación le llevó, niño aún de doce años, a la Academia de Dibujo que fundó en Caracas la Sociedad Amigos del Pa í s . Allí reci­bió lecciones de Celestino Martínez, Antonio José Carranza y Carmelo Fernández. También le dio útiles consejos el mé­dico francés Lebeau. aficionado al arte pictórico, y entonces huésped de esta ciudad. Anhelo del joven, ir a E u r p a . Y

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a Madrid se fué con recomendaciones de don Juan Muñoz y Funes, Ministro de España en Venezuela, para el Duque de Rianzares y el Marqués de la Remisa. Estos lo pusieron en contacto con Fernando Madrazo, profesor de la Acade­mia de San Fernando. Con el gran retratista aprendió To­var y Tovar a reproducir la fisonomía humana con natura­lidad y movimiento.

De Madrid a Pa r í s . E n el taller de León Cognied es­tuvo Tovar tres años . Allí, dice un crítico, tomó de la es­cuela francesa el vigor del dibujo, la robustez del colorido y el sentimiento propio de la expresión. En 1855 regresó a la ciudad natal. Naturalmentte en ella no halló campo pro­picio para sus aptitudes. Por fortuna Virgilio encontró su Augusto. Guzmán Blanco, Presidente de la República, lo encargó de formar la galería de nuestros hombres célebres.

La obra más reputada de Tovar y Tovar es el gran lienzo que nosotros llamamos Firma del Acta de la lude pen­dencia. Al hablar de él dice Ramón de la Plaza: "Qué co­lorido, qué valores para determinar la distancia que media entre los últimos y los primeros términos! Cómo se siente la atmósfera en que se agitan aquellos patricios, inspirados en el amor a la patria.

El pintor de nuestra Epopeya vivió larga vida. Era de setenta y cuatro años cuando se durmió en el Señor en di­ciembre de 1902. "El Cojo Ilustrado", siempre pronto a ejercer la justicia distributiva, le consagró el debido home­naje. Sobre el sepulcro del viejo artista cayeron estos con­ceptos :

"Restos de una generación nacida al día siguiente de haberse constituido la patr ia; heredero de un apellido que ilustra los anales de Venezuela batalladora por la Indepen­dencia; gloria él mismo de esa patria, por virtud de la al­tura eminente a que ascendió en las cimas del Arte, este muerto merece que los más altos y nobles sentimientos lle­ven sus ofrendas a la tumba que ha recibido sus despojos.

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"Sintió intensamente, cariñosamente, el honor, las glo­rias, los afanes, los dolores de esta tierra, cuna de lidiado­res ; y su pincel de gloria y de amor tradujo en colores he­roicos, en actitudes de Ilíada, todo cuanto de eximio, entu­siasta y grandioso sintió su alma vibrante de artista y de patriota.

"Más que en la tradición y en la historia se inspiró en su sentimiento y su genio para trazar aquel hermoso tumulto del Congreso de 1811, nuestro sublime Agora, en eme los primeros padres de la patria estampan sus firmas en el Acta de la Independencia-, gloriosa anfictionía en la que celebran consejo digno de los más solemnes momentos de la humani­dad y de la historia los más preclaros representantes del por­venir de la América libre".

Vayamos todos a contemplar una vez más los lienzos del artista ilustre eme perpetuó con el pincel las cumbres del heroísmo patrio. Esa es también lección objetiva de dig­nidad y de belleza. Y deben ir el sabio y el rústico. Todos los ojos pueden mirar allí. Los cuadros son libros donde aprenden a leer los que no conocen las letras.

11 de febrero de 1814.

El español Rósete ataca a Ocumare del Tuy, lo saquea y deja las calles empapadas en sangre.

Por orden de Boves, Rósete, el ruin figonero, ocupa el Tuy, con el doble objeto de impedir se enviaran a Caracas provisiones de aquel inmenso granero y distraer algunas fuer­zas de las tropas de la República.

Conducía aquel feroz realista hordas de esclavos rebel­des, especie de fantasmas medio desnudos, informes, segui­dos del incendio y del asesinato. Al grito de : Viva Fernando

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V I I se adelantan llevando en las manos el puñal y la tea. La débil resistencia que les opone Ocumare les da pretexto para entrar en el pueblo a fuego y sangre: degüellan en las calles donde inmolan a las madres y a los hijos; degüellan en el templo, cuyas puertas rompen a hachazos, y de donde sacan en las puntas de las lanzas a los que pensaban haber hallado asilo seguro en la inviolabilidad del Santuario. "El clamor de las viudas y de los huérfanos—escribe al señor Provisor el presbítero Juan de Orta, cura de aquel lugar,—• es tan general como irremediable, pues todo el pueblo fué robado y saqueado, sin dejar cosa alguna útil, necesario al descanso, conservación y comodidad de la vida. El corazón menos sensible y cristiano no puede ver sin dolor el cuadro triste y pavoroso que dejó trazado la barbarie y rapacidad de unos hombres inauditos, que serán el oprobio y degrada­ción de la naturaleza nacional. Pero no es esto sólo lo que asombra y horroriza: el Santuario de Dios vivo fué violado con el mayor escándalo e impiedad. La sangre de tres víc­timas inocentes, acogidas a su inmunidad sagrada, riega to­do el pavimento: José Ignacio Machillanda, en el coro; José Antonio Rolo, en medio de la nave principal; y Juan Díaz en el altar mayor. Las puertas cerradas, con cuatro sacer­dotes que unidos a todo el bello sexo dirigían sus votos al Altísimo, fueron desarrajadas con hachas; y entrando en él hicieron otro tanto con las arcas que guardaban las vesti­duras sagradas".

Lleno de vida y colorido es el retrato de Rósete, hecho por la pluma vibrante de Juan Vicente González. ¿ Quién es ese Rósete? pregunta. U n jefe digno de las turbas que guiaba sin mandarlas. Rechoncho, de una blancura sucia, de andar convulsivo, coronábale una calva innoble: dos ojos desiguales y saltones asechaban desde sus sienes; de los abismos de su pestilente boca brotaban amenazas y blasfe­mias. El crimen abyecto había encontrado su figura; el delirante, el bufón, el energúmeno, el ebrio, tenía cóleras

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frenéticas y sanguinarias; los cuervos le seguían por el olor de la sangre.

Conviene siempre refrescar estos hechos, no para avi­var viejos rencores, sino para que las generaciones presentes recuerden los costosos sacrificios que hicieron sus mayores para fundar nuestra nacionalidad.

12 de febrero de 1814.

Combate de La Victoria entre el jefe realista José T o ­más Boves y el General republicano José Félix Ribas, quien triunfa.

A la primera noticia del desastre de La Puerta, el im­petuoso Ribas levanta tropas en Caracas, arsenal de valien­tes, para enfrentársele al enemigo, que avanzaba hacia la capital. Nadie escapó a la terrible necesidad que las cir­cunstancias imponían. Ante el jefe republicano desfilan los reclutas, entre ellos como ochenta niños arrrancados de las aulas para empuñar el fusil. Las madres lloran mien­tras los adolescentes toman marcial apostura y afectan re­solución.

Apenas con unos dos mil hombres ocupa Ribas La Vic­toria y resiste el ataque de siete mil regidos por Morales. La lucha comenzó a las ocho de la mañana en los alrededo­res de la población, hacia donde avanza el enemigo, favo­recido por la superioridad numérica de sus fuerzas. Ribas a caballo en medio de los suyos los alienta y enardece. Tres bestias que monta quedan muertas y son remplazadas; el gorro frigio que cubre su cabeza desaparece en el fragor del combate y reaparece de nuevo para llenar de fe a sus soldados y poner espanto en las huestes enemigas. El jefe republicano tiene que concentrar su diezmada gente en el

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recinto de la plaza, donde resiste heroicamente las cargas del poderoso adversario.

Ocho horas consecutivas dura la furia de aquel com­bate. A las cuatro de la tarde el vigía colocado en la torre de la iglesia divisa una columna de polvo en el camino de San Mateo. El General patriota comprende que le llega oportuno socorro y ordena a Mariano Montilla romper las filas enemigas para favorecer la incorporación de las colum­nas auxiliar. Son Campo Elias y Aldao. El grito de victo­ria resuena en las filas independientes; la República entona el epinicio del triunfo, al cual se mezclan fúnebres notas de canto elegiaco, por la muerte de Rivas Dávila, de Canelón y de muchos otros valientes caídos en la jornada inmortal.

Y sobre la gloria de aquel día la voz del Libertador resonó poderosa:

"Soldados: Vosotros en quienes el amor a la patria es superior a

todo otro sentimiento habéis ganado ayer la palma del triun­fo, elevando al último grado de gloria a esta patria privi­legiada que ha podido inspirar el heroísmo en vuestras al­mas impertérritas. Vuestros nombres no irán nunca a per­derse en el olvido. Contemplad la gloria que acabáis de adquirir, vosotros, cuya espada terrible ha inundado el cam­po de La Victoria con la sangre de esos feroces bandidos: sois el instrumento de la Providencia para vengar la virtud sobre la tierra, dar libertad a vuestros hermanos y anonadar con ignominia esas numerosas tropas acaudilladas por el más perverso de los tiranos

13 de febrero de 1895.

Se inaugura en la plaza principal de La Victoria el gru­po escultórico que representa al General José Félix Ribas

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adiestrando en el manejo del fusil, y en medio mismo del fuego, a los jóvenes estudiantes que contribuyeron a la he­roica defensa de aquella ciudad en los días 12, 13 y 14 de febrero de 1814.

Bajo la presidencia del Dr. Andueza Palacio se decretó este monumento, que no se erigió sino bajo el gobierno del General Joaquín Crespo, y como uno de los números consa­grados a la celebración del primer centenario del nacimiento del Gran Mariscal de Ayacucho.

Confióse la ejecución de la obra al escultor venezolano Eloy Palacios, a quien también se deben: la estatua en már­mol del Dr. Vargas, en el hospital que lleva su nombre; la estatua ecuestre del General José Antonio Páez, en la Plaza de la República; y el Monumento de Carabobo, en la Ave­nida del Paraíso.

Según periódicos de la época, fué suntuoso el acto de la inauguración del bronce consagrado al héroe de Niquitao y Los Horcones, al impetuoso Caudillo contra quien la ad­versidad no puede nada, como dijo el Libertador. U n cro­nista de "El Tiempo" reseñaba así las fiestas:

"A las 10 y media llegamos a La Victoria, en cuya es­tación, según el programa, nos esperaban varias comisiones. Pintoresca era la escena eme presentaba aquella numerosa concurrencia, sobre la cual irradiaban sus colores de iris las banderas que flotaban en el trayecto que conduce a la ciu­dad. La procesión organizada para entrar en la población era animada, no obstante el sol y el polvo del camino. Rom­pían la marcha los alumnos de las escuelas; iban después los gremios agrícola y pecuario; los representantes del comer­cio ; la Junta Directiva del Centenario; los invitados de Ca­racas, el Ejecutivo del Estado y la gran masa del pueblo.

En la casa Municipal se encontraban servidas dos me­sas de a cien cubiertos, que apenas bastaron para los prin­cipales comensales, de modo que fué preciso reponerlas para las personas que esperaban segundos manteles. La Junta

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Directiva de las fiestas de La Victoria mostrábase solícita y cortés, y el Presidente del Estado atendía a todos, como si se tratase de una fiesta en su hogar. A la hora del cham­pagne dicha Autoridad ofreció el banquete en términos opor­tunos y sencillos. El doctor Honorato Vázquez, sintiéndose emocionado ante las grandes escenas del pueblo, expresó con calor y verdad sus sentimientos americanistas. El señor Vasconselos habló con elogio del General Sucre. La con­currencia entusiasmada quiso que el señor Jacinto' Gutiérrez Coll hiciera uso de la palabra. Sorprendióse éste de la exigencia, que no pudo evadir, y nos sorprendió a todos con una bella improvisación que arrancó al auditorio nutridos aplausos.

La inauguración del monumento, a las 3 de la tarde, fué solemne. Levantada la tela que lo cubría a los acordes del Himno Nacional, se depositaron numerosas ofrendas en el pedestal, que quedó literalmente cubierto de coronas. El orador de orden desempeñó brillantemente su cometido, y hablaron otras varias personas.

E n la Plaza Ribas, en La Victoria se ostenta la arrogante efigie de su ínclito defensor".

14 de febrero de 1801.

Nace en Dublin Daniel Florencio O'Leary.

Este distinguido irlandés llegó a Venezuela en junio de 1818, con el grado de Alférez en la Legión Británica, que condujo a nuestras costas el coronel Wilson. Incorpo­rado al ejército de Apure, a las órdenes de Páez, combatió en Paya, Gámeza, Bonza y Pantano de Vargas, donde fué herido. E n Boyacá estuvo con Anzoátegui; en la segunda Carabobo con Bolívar. Al terminar el año 1821 fué desti-

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nado por el Libertador para conducir, desde Panamá, un cuerpo de ejército en auxilio del General Sucre. En Pichin­cha fué ascendido a Teniente Coronel y en Tarqui a General de Brigada. Desempeñó con inteligencia y discreción de­licadas comisiones.

Se encontraba con su familia en un campo cercano a Bogotá cuando estalló la revolución de Antioquia, acaudi­llada por el general J. M. Córdova. El Consejo de Gobier­no, presidido por Urdaneta, lo designó para el mando de la División encargada de pacificar aquella provincia. Luego se pensó en él para mandar una expedición que en 1830 de­bía venir a Venezuela, a sostener la integridad de la Gran Colombia. La muerte del Libertador frustró aquellos pre­parativos ; y a poco O'Leary se retiró a la vida doméstica.

El Gobierno de la Gran Bretaña lo nombró por los años de 1842 su Ministro en Venezuela, y luego lo envió con el mismo carácter a la Nueva Granada. En la capital de esta República falleció el 24 de febrero de 1854. Murió con cristiana resignación y estoica tranquilidad. En la maña­na de aquel mismo día—dice un periódico de la época—se reunió el Cuerpo Diplomático, presidido por el Honorable James Gren, y resolvió participar al Gobierno la muerte del General, y que sus exequias fúnebres se celebrarían como ca­tólico, en la Santa Iglesia Catedral, en la tarde del 25. El Gobierno contestó que se había impuesto con verdadero y profundo pesar del fallecimiento del General O'Leary, que tantos servicios había prestado a la causa de la Indepen­dencia americana; y que se hacía un deber de honrar la me­moria del finado, concurriendo a las exequias funerales, e invitando con el mismo fin a los habitantes de la capital.

En efecto, para honrar al extinto, en su doble carácter de Diplomático y de General colombiano, se dispusieron ho­nores especiales. El suntuoso ataúd, cubierto con la bandera británica, fué conducido en hombros a la iglesia, donde, con solemne pompa, se verificó la ceremonia religiosa. Las

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notas graves del órgano, el acento severo de los cantos litúr­gicos, el humo del incienso, disponía el ánimo a la meditación y al recogimiento. Terminados los Oficios, el cuerpo quedó en el templo hasta las cuatro de la tarde en que fué condu­cido al cementerio.

Los restos del General Daniel F . O'Leary reposan hoy en el Panteón Nacional, cerca del Libertador, de quien fué amigo fiel y constante servidor.

La República agradece a O'Leary, además de su actua­ción en nuestra Guerra Magna, el gran bien de haber reco­gido y conservado el copioso archivo que bajo el nombre de : "Memorias de O'Leary", sirve de consulta a cuantos se dedican al estudio de la historia nacional.

15 de febrero de 1819.

Se instala en Angostura, hoy Ciudad Bolívar, el Segun­do Congreso Constituyente de Venezuela.

Ante aquel augusto cuerpo pronunció el Libertador Si­món Bolívar su famoso discurso, que es a la vez : honrada exposición de sus principios políticos; profundo estudio de las condiciones étnicas de estos pueblos; y saludable adver­tencia para evitar en lo posible los múltiples escollos eme naturalmente podían entorpecer la marcha de la naciente Re­pública. Con profundo sentido práctico, propio del verdade­ro hombre de Estado, demuestra cuan inconveniente es adop­tar instituciones que, excelentes, sin duda, para otros países, serían de dudosa eficacia entre nosotros, por el evidente de­sacuerdo entre el precepto escrito y el medio social donde debían tener inmediata aplicación. Al extenderse en consi­deraciones sobre tan grave materia dice:

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"El primer Congreso en su Constitución Federal más consultó el espíritu de las provincias que la idea sólida de formar una República individual y central. Aquí cedieron nuestros legisladores al empeño inconsiderado de aquellas provincias, seducidos por el deslumbrante brillo de la felici­dad del pueblo americano, pensando que las bendiciones de que goza son debidas exclusivamente a la forma de gobierno y no al carácter y costumbres de los ciudadanos. . . . "

"Cuando más admiro la excelencia de la Constitución Federal de Venezuela, tanto más me persuado de la imposi­bilidad de su ap l i cac ión . . . . ¿ N o sería muy difícil aplicar a España, el código de libertad política, civil y religiosa de Inglaterra? Pues aún es más difícil adaptar a Venezuela las leyes del Norte de América. ¿ No dice el Espíritu de las Leyes que éstas deben ser propias para el pueblo que se ha­cen? ¿Que es una gran casualidad que las de una nación puedan convenir a otra? ¿Que las leyes deben ser relativas a lo físico del país, al clima, a la calidad del terreno, a su situación, a su extensión, a género de vida de los pueblos?"

Al hablar de su actuación como Primer Magistrado, asienta:

. . . . "Yo no he podido hacer ni bien ni mal. Fuer­zas irresistibles han dirigido la marcha de nuestros sucesos. Atribuírmelos no sería justo, y sería darme una importancia que no merezco. ¿Queréis conocer los autores de los acon­tecimientos pasados y del orden actual ? Consultad los anales de España, de América, de Venezuela: Examinad las leyes de Indias, el régimen de los antiguos mandatarios, la in­fluencia de la religión y del dominio extranjero: observad los primeros actos del Gobierno Republicano, la ferocidad de nuestros enemigos y el carácter nacional. No me preguntéis sobre los efectos de estos trastornos, para siempre lamenta­bles, apenas se me puede suponer simple instrumento de los grandes móviles que han obrado sobre Venezuela. Sin em­bargo, mi vida, mi conducta, todas mis acciones públicas y

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privadas están sujetas a la censura del pueblo. ¡ Represen­tantes ! Vosotros debéis juzgarlas. Yo someto la historia de mi mando a vuestra imparcial decisión, nada añadiré para excusarlas: ya he dicho cuanto puede hacer mi apología. Si merezco vuestra aprobación habré alcanzado el sublime tí­tulo de buen ciudadano, preferible para mí al de Liberta­dor que me dio Venezuela, al de Pacificador que me dio Cundinamarca, y a los que el mundo entero pueda darme".

Pocos documentos emanados del Libertador revisten la importancia y grandeza de este discurso, que todavía, a los cien años de haber sido pronunciado, nos deleita por su brillo literario y nos subyuga por la fuerza del raciocinio. No sólo el genio oratorio encontró su acento—• como dice Larrazábal—sino la República halló su mentor. Los ac­cidentes de nuestra vida pública en el siglo transcurrido han dado razón a las previsiones del Grande Hombre, a quien dio Madiedo el dictado de Héroe-Profeta del Nuevo Mundo.

16 de febrero de 1823.

Nace en la antigua Angostura, hoy Ciudad Bolívar, Juan Bautista Dalla Costa, hijo.

El Gobierno y pueblo bolivarenses, a la vez que han cumplido un acto de justicia, se han honrado a sí mismos, al disponer la celebración del Pr imer Centenario del naci­miento de aquel distinguido guayanés que, como individuo particular y como funcionario público, ostentó grandes vir­tudes y eximias cualidades.

Hombre de vasta cultura y de corazón templado al fue­go del amor patrio, cuando los accidentes de nuestra vida política lo llevaron al ejercicio de la Pr imera Magistratura en la tierra que lo vio nacer, aportó a tan alto puesto la

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entereza de su carácter, la integridad de sus convicciones y la honradez de sus procederes; que entonces le valieron el respeto de propios y de extraños, y ahora rodea su nombre de una aureola de admiración y simpatía, que se cristaliza en las fiestas consagradas a su memoria, y con las cuales le rinde homenaje un pueblo agradecido.

Perteneció Dalla Costa a la estirpe moral de aquellos patricios de los cuales dijo Juan Vicente González "que ejecutan el bien con la misma naturalidad con que lo conci­ben y en quienes la virtud no es esfuerzo sino instinto, e instinto tan seguro que en medio de las revueltas, desmanes y trastornos de las revoluciones, permanecen inalterables, y tan distantes de la exageración como de la debilidad. Así se le vio siempre seguir el camino que el deber le señalaba como gobernante consciente de sus altos, ineludibles deberes".

Muchos bienes de todo linaje debe Guayana a Juan Bautista Dalla Costa; pero entre ellos es digno de especial mención el noble empeño con que fomentó la educación y la instrucción públicas, que consideraba, con recto criterio, co­mo el medio más adecuado para levantar el nivel moral e intelectual del pueblo que le había confiado la dirección de sus destinos.

Consecuente con este orden de ideas expidió su Circu­lar del 20 de julio de 1867, y su Decreto del 27 del mismo mes y año, en los cuales preconiza la importancia y la con­veniencia de establecer en todos los Distritos escuelas prima­rias remuneradas por el Estado. En aquel primer docu­mento están estampadas estas palabras, dignas de eterna me­moria : "Si el mando tiene algunos estímulos a la gloria, juzgo que ésta no excita la emulación sino cuando se ha gobernado un pueblo libre, que para serlo ha menester edu­cación moral, porque la verdadera gloria del mando consis­te, no en los aplausos pasajeros, casi siempre interesados, sino en la noble y grata satisfacción que experimenta el

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hombre honrado por haber empleado la autoridad derra­mando beneficios entre sus compatriotas".

No carecen enteramente de virtudes los pueblos que honran la memoria de aquellos hombres que merecieron bien de la patria y de la humanidad. A este respecto recorda­mos siempre el apólogo del viejo ateniense que buscaba pues­to en los juegos olímpicos. Algunos jóvenes compatriotas suyos le hicieron señal de acercarse, y cuando, no sin trabajo, llegó adonde ellos estaban, en vez de honrosa acogida halló indignas risotadas. Expulsado de una parte a otra, el an­ciano llegó al sitio que ocupaban los espartanos, quienes, fie­les a las sagradas costumbres de su patria, se levantaron con modestia y lo colocaron a su laclo. Aquellos mismos ate­nienses que lo habían escarnecido fueron los primeros en reconocer la generosidad de sus émulos, y los más vivos aplausos partieron de todos lados. El anciano enternecido exclamó:—Los ateniense conocen lo que es bueno; los es­partanos lo practican.

17 de febrero de 1827.

El Gobierno resuelve que se favorezca la edición de la obra que se publica en Caracas con el título de : Colección de Documentos relativos a la Vida Pública del Libertador de Colombia y del Perú, con la suscrición de 300 ejem­plares de cada uno de los tomos que se publiquen.

Al principio el Libertador fué de opinión de que el Es ­tado no tenía por qué proteger una obra que, en cuanto a su edición, era de carácter particular; pero luego, en consi­deración sin duda al servicio que con ello se prestaba a la República, se avino a que se le auxiliara en la forma que antecede.

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Fueron compiladores y editores de esta Colección los distinguidos patriotas Francisco Javier Yánez y Cristóbal Mendoza, a quienes animaba el deseo de que no se perdieran los interesantes materiales que debían servir en lo futuro a la redacción de una historia verdadera de ios variados suce­sos referentes a la Emancipación americana, y en especial de Venezuela, "sobre la cual se venían publicando relaciones di­minutas o exageradas, en las cuales se desfiguraban los he­chos, o se olvidaban al relatarlos las circunstancias de tiem­po y de lugar".

En el proemio, que lleva la fecha del 24 de julio de 1826, los editores hacen una sucinta reseña de los acaeci­mientos ocurridos desde el 19 ele abril de 1810; y consagran al Libertador justicieros conceptos que terminan así :

"Concluimos con una reflexión que nos parece propia de este lugar. El General Bolívar cumple hoy cuarenta y tres años, y en la fuerza de su edad goza robusta salud, sin que su temperamento incomparable hava sufrido visiblemen­te con las fatigas de una vida tan agitada: no es posible adivinar lo que será en adelante; pero como su moral nunca ha var iado; y él manifestó siempre una ambición superior a las ambiciones vulgares, cual es la de sacrificarse por la salud pública, sin reservar para sí más que la gloria de haber merecido el renombre de Libertador y buen ciudadano, es­peramos que una larga vida en el seno de la paz, disfru­tando del amor de sus hermanos y del respeto y admiración del Universo, recompense dignamente sus tareas, y vindi­que a la humanidad y a la naturaleza del cargo injusto que se le hace, de haberse agotado la Omnipotencia en la pro­ducción de un solo Washington".

La interesante Colección de Documentos a que hacemos referencia consta de 22 volúmenes impresos en Caracas por Devisme hermanos durante los años de 1826 a 1S33. Ella sirvió para la que posteriormente publicaron el presbítero-coronel José Félix Blanco y don Ramón Azpurúa, que es,

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sin duda, una de las obras fundamentales para el conoci­miento de nuestro país desde su descubrimiento hasta eme, en 1830, se constituyó Estado soberano.

18 de febrero de 1827.

Celébrase en la capilla de la Universidad Central solem­ne fiesta en honor del Libertador.

E r a el año en que Bolívar visitaba por última vez a Caracas, donde sólo había vivido por cortos intervalos duran­te su larga recorrida emancipadora por los pueblos de Amé­rica.

Grandes fueron los festejos en homenaje al Héroe. A ellos quiso asociarse la Universidad, y al efecto promovió un acto académico en que se sostuvieron brillantes tesis por los más esclarecidos ingenios patrios de la época. A él asis­tieron el cuerpo universitario, el clero, los funcionarios pú­blicos y gran parte de la sociedad de Caracas. Al reseñar la fiesta, dice Laureano Villanueva: "Presidía Vargas, lleno de majestad, la apolínea y sin igual apoteosis, como sumo sacerdote de las ciencias, revestido con las redimidas insig­nias de Doctor en medicina; regocijándose de ver honrados por las letras los servicios innumerables y grandiosos de Bo­lívar; y de eme los esfuerzos de todos hubieran correspon­dido lujosamente a la noble inspiración de la Universidad. Coronó el acto el Doctor Sanavria, con una oración que, después de medio siglo, se lee con placer. E n el exordio se revela el temple del orador y la doctrina de que está nutrido. "Los elogios, dice, no son ni pueden ser una cosa indiferente cuando son dirigidos a armellas personas que justamente los merecen. E n todas las edades, en todas las naciones, se han dado siempre demostraciones sublimes

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de la gratitud de los hombres sensibles a los héroes ilustres que se han distinguido por sus proezas y por sus virtudes. No puede elevarse el corazón humano a más alto punto, que cuando guiado por la recta razón pronuncia el elogio de aque­llos seres benéficos a quienes la Providencia escoge para os­tentar su poder, y manifestar su gloria. La historia fiel de los pueblos y de los tiempos nos ha trasmitido estos ejem­plos, y nosotros estimulados, no del prestigio de una imita­ción servil, sino del entusiasmo más puro, nos reunimos en este sagrado asilo de las ciencias para tributar con toda la efusión de nuestro pecho el homenaje debido al grande hom­bre que ha llamado la atención del mundo civilizado, y que ocupa muchas páginas en el augusto libro de la inmortali­dad".

La proposición sostenida por el doctor Sanavria era aquel aserto de Platón, al referirse a Numa Pompilio: Las naciones y los hombres no se verán libres de sus males hasta que, por un favor del ciclo, reunidos el Supremo Poder y la Filosofía en un mismo hombre, logren que la virtud triunfe del vicio. Como ya hemos visto, el orador estuvo feliz, en la confirmación de esta tesis, en que presentó al Li­bertador como el Magistrado modelo, hábil en la guerra para reprimir las facciones; diplomáta, para conservar las rela­ciones con las naciones cultas; administrador, para emplear discretamente las contribuciones de los asociados y acrecer las fuentes de la riqueza pública; político, en suma, para consolidar a la sombra de instituciones benéficas la paz y la libertad, de que hablaba Cicerón, como la perfección su­prema en el arte de gobernar.

Al celebrar este acto la Universidad cumplió con el Li­bertador un doble deber de justicia y de gratitud.

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19 de febrero de 1847.

A la edad de 67 años muere en Guayaquil, donde había nacido el 20 de mayo de 1780, el distinguido hombre público y célebre poeta don José Joaquín de Olmedo.

La reputación literaria de este hijo de Guayas quedó consagrada con su poema: LA VICTORIA DE JUNÍN.—CANTO

A BOLÍVAR, que ha pasado a la posteridad como una de las más altas producciones de la inspiración patriótica y épica en la América hispana.

Cuando Olmedo envió un ejemplar de su obra a Bolí­var, éste le escribió desde el Cuzco dos cartas, fechadas, respectivamente, el 27 de junio y el 12 de julio de 1825; y en ellas, burla, burlando, hace sobre el poema atinadas apreciaciones, que revelan el buen gusto literario y el sereno criterio de aquel sutil talento suyo, que lo hacían apto para las más variadas y difíciles empresas.

E n la primera de las cartas citadas, el Héroe dice a su Cantor :

"Hace muy pocos días eme recibí en el camino dos car­tas de usted y un poema: las cartas son de un político y de un poeta; pero el poema es de un Apolo.

Todos los calores ele la zona tórrida, todos los fuegos de Junín y de Ayacucho, todos los rayos del Padre de Man-co-Capac, no han producido jamás una inflamación más in­tensa en la mente de un mortal. Usted dispara. . . . donde no se ha disparado un t i ro ; usted abrasa la tierra con las ascuas del eje y de las ruedas de un carro ele Acmiles, que no rodó jamás en Jun ín ; usted se hace dueño de todos los personajes: de mí forma un Júpi ter ; de Sucre un Mar t e ; de La Mar, un Agamenón y un Menelao; de Córdova, un Aquiles; de Necochea, un Patroclo y un A y a x ; de Miller, un Diomenes; y de Lara, un Ulises. Todos tenemos nues­t ra sombra divina o heroica, que nos cubre con sus alas de protección, como ángeles guardianes. Usted nos hace a

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su modo poético y fantástico; y, para continuar en el país de la poesía la ficción de la fábula, usted nos eleva con su deidad mentirosa, como el águila de Júpiter levantó a los cielos la tortuga, para dejarla caer sobre una roca que le rompiese sus miembros rastreros' ' .

Y en la del 12 de jul io:

" . . . . He oído que un tal Horacio escribió a los Pisones una carta muy severa en la que castigaba con dureza las composiciones métr icas; y su imitador Mr. Boileau me ha enseñado unos cuantos preceptos para que un hombre sin medida pueda decir y tronchar a cualquiera que hable muy mesuradamente y en tono melodioso y rítmico.

Empezaré usando de una falta oratoria, pues no me gusta entrar alabando para salir mordiendo: dejaré mis pancgiricos para el fin de la obra, que en mi opinión los merece bien; y prepárese usted a oír verdades prosaicas, pues usted sabe muy bien que un poeta mide la verdad de un modo diferente de nosotros los hombres de p r o s a . . . .

Usted debía haber borrado muchos versos que yo en­cuentro prosaicos y vulgares. . . . Páseme usted el atrevi­miento ; pero usted me ha dado este poema y yo puedo hacer con él cera y pábilo.

Después de esto usted debía haber dejado ese canto re­posar como el vino su fermentación, para encontrarlo frío, gustarlo y apreciarlo: la precipitación es un gran delito en un poeta. Racine gastaba dos años en hacer menos versos que usted y por eso es el más puro versificador de los tiempos modernos".

Queda para otra oportunidad la respuesta del Cantor, que sintió el acicate, aunque la crítica no dejó de convenirle para modificar, como lo hizo, muchos versos de su obra maestra.

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20 de febrero de 1882.

Muere en Caracas el Illmo. señor doctor Silvestre Gue­vara y Lira, antiguo Arzobispo de Caracas.

Estaba la ciudad en pleno carnaval cuando ocurrió el fallecimiento del Prelado que con sus modestas virtudes lo­gró no sólo conquistar el alto cargo que alcanzó en la igle­sia venezolana sino el afecto de cuantos lo trataron. De origen tan humilde que las consejas populares designaban como lugar de su nacimiento la sombra de un árbol, a la vera de un camino por donde huían sus padres de los horro­res de la guerra de Independencia, vio la primera luz el 31 de diciembre de 1814. Fueron sus genitores Felipe Gue­vara y Nicolasa Lira. Aprendió en su pueblo de Chama-riapa lo poco que entonces se enseñaba, y él mismo desem­peñó las modestas funciones de maestro de escuela. Ejer­ciéndolas le encontró Mariano Talavera y Garcés, Obispo de Trícala y a la sazón Vicario Apostólico de Guayana, quien, prendado de sus virtudes, lo llevó consigo y lo instruyó en las ciencias eclesiásticas. Electo Obispo de aquella Diócesis el señor Fernández Fortique, Talavera le recomendó al joven seminarista, quien recibió del nuevo Obispo las órdenes sa­cerdotales.

Después de servir varios cargos eclesiásticos, y vacante la Arquidiócesis por muerte del Illmo. señor doctor Ignacio Fernández Peña, el Presidente de la República, general José Gregorio Monagas, lo recomendó al Congreso de la Repú­blica. De Roma vinieron las Bulas de elección. El nuevo Arzobispo, en su Primera Carta Pastoral al Clero y Fieles de la Arquidiócesis, da cuenta de cómo, en la Dominica Quincuagésima del año del Señor de 1853, recibió en la Igle­sia de San Jacinto, en la ciudad de Caracas, el don de la Consagración, de manos del Illmo. señor Obispo de Gua­yana, asistido por los Illmos. señores Obispos de Trícala y de Mérida. En aquel documento dice: "Vuestra sorpresa,

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venerables hermanos y amados hijos, por grande que haya sido no podrá con todo, igualarse a la mía. como que nadie puede conocer mejor que yo mismo mi propia indignidad, ni medir la distancia inmensa a que me hallo de un minis­terio que haría temblar a un ángel venido del cielo, y yo era el último de los sacerdotes. Sin sabiduría, sin las virtudes eminentes que el Episcopado exige, sin los precedentes mé­ritos de una brillante carrera, y sin que adornen siquiera mi cabeza las venerables canas de la ancianidad, que, como dice la Escritura, son una diadema de honor y de gloria cuando las acompaña la justicia ¿qué podré yo ofrecer a la ilustre Iglesia que ha sido confiada a mi pastoral solici­tud? Nada más, amados hijos, que un corazón fiel que ar­de en deseos de consagrarse a su servicio con la más abso­luta abnegación, de engrandecerla si fuere posible, de de­fender su libertad, su independencia y todos sus derechos, sin reserva de sacrificio alguno. Un corazón eme no e3 ya mío sino de toda mi grey, del rico y del pobre, del grande y del pequeño, del sabio y del ignorante, del justo y del pecador, del piadoso y del impío, de todos, en fin, sin ex­cepción a lguna . . . . "

El episcopado de Monseñor Guevara y Lira fué fecun­do en bienes de todo linaje. De él dijo Cecilio Acosta que había nacido para hacer grandes cosas en medio de su grey. E n efecto, fundó escuelas, reorganizó el Seminario y ree­dificó la vieja catedral. Vinieron luego días aciagos. E l Prelado, sin ciarse cuenta de ello, sirvió de instrumento a pasiones banderizas. Una tempestad política lo arrojó lejos de la patr ia ; otra lo trajo a ella, donde murió. Su nombre perdura porque donde había un bien por hacer, una acción magnánima, que ejecutar, allí estaba su mano, su coopera­ción o su celo.

E n la Iglesia Metropolitana y a los pies de la Inmacu­lada Concepción, reposan los restos de Silvestre Guevara y Lira, el Óptimo Prelado, como lo llamó Pío IX .

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21 de febrero de 1847.

Muere en Cabruta el general de Brigada Pedro Her ­nández, Ilustre Procer de la Independencia.

Pa ra amenizar la efemérides de hoy, en la cual no ocu­rrió, fuera de la muerte del General Hernández, ya anota­da, ningún otro acaecimiento digno de perpetua recordación, glosamos para esta página la tradición intitulada: El padre Pata, del célebre costumbrista don Ricardo Palma.

Es el caso que cuando el General San Mart ín desem­barcó en Pisco con el ejército de su mando no faltaron sa­cerdotes que, como había sucedido antes con el Libertador, predicasen atrocidades contra la causa libertadora y sus cau­dillos. Uno de esos sacerdotes fué Fray Matías Zapata, cura interino de Chancay, quien, en una plática dominical dirigióse a sus feligreses en los siguientes términos:

Sabed, carísimos hermanos, que el nombre sólo de ese picaro insurgente San Mart ín es una blasfemia; y que está en pecado mortal todo el que lo pronuncie, no siendo para execrarlo. ¿Qué tiene de santo ese hombre malvado? Lla­marse San Martín ese sinvergüenza, con agravio del carita­tivo santo de Tours , que dividió su capa entre los pobres. Confórmese con llamarse sencillamente Martín, y le estará bien, por lo que tiene de semejante con su colombroño el pérfido hereje Martín Lutero, y porque, como éste, tiene que arder en los profundos infiernos. Sabed, pues, herma­nos y oyentes míos, que declaro excomulgado a todo el que gritare ¡Viva San Mar t ín!

No pasó mucho tiempo sin que el General argentino trasladase su ejército al Norte, y sin que fuerzas patriotas ocuparan a Huancho y Chancay. Algunos patriotas de este pueblo contaron al Jefe lo hecho por el padre Zapata, quien fué conducido ante el caudillo excomulgado.

—¿ Conque es verdad, señor godo, que usted me ha comparado con Lutero, y le ha quitado una sílaba a mi ape­llido?

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El presbítero se excusó con que había sido por orden superior y añadió que estaba dispuesto a devolver a su se­ñoría la sílaba quitada.

— N o me devuelva usted nada, dijo San Mar t ín ; pero sepa que en castigo también le quito a usted la primera sí­laba de su apellido, y que lo fusilo el día en que usted se vuelva a firmar Zapata. Desde hoy no es usted más que el padre Pata, téngalo muy presente.

Y cuentan que hasta 1823 no hubo en Chancay partida de matrimonio, nacimiento, defunción u otro documento pa­rroquial que no llevase por f i rma: Fray Matías Pata, hasta que, al poco tiempo, Bolívar le devolvió el uso de la sílaba eliminada.

22 de febrero de 1885.

Recibe el don de la consagración episcopal, en la igle­sia de Altagracia, Monseñor Críspulo Uzcátegui, electo Ar­zobispo de la Diócesis de Caracas.

E ra Monseñor Uzcátegui prelado de virtudes evangéli­cas y de no escasa cultura intelectual, condiciones que lo ha­cían apto para la dignidad con que se le investía; sin em­bargo, se atribuyó su exaltación a motivos de otro linaje, que inventó la pasión política, siempre propicia a formar leyendas y consejas, fácilmente arraigables en la candida c r e ­dulidad del pueblo, si apto para sentir, naturalmente poco capaz para apreciar debidamente los hechos, sus móviles y consecuencias.

E n las solemnes ceremonias ofició como consagrante Monseñor Milia, Delegado Apostólico de Su Santidad, asis­tido por el Ilustrísimo señor doctor Salustiano Crespo, Obis­po de Calabozo, y por el señor Chantre del Capítulo Me­tropolitano. Terminada la consagración el nuevo Arzobis-

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po, acompañado del Delegado y del Presidente de la Repú­blica, fué conducido bajo palio a la Santa Iglesia Metropo­litana.

La procesión fué lucida y solemne. El clero, las auto­ridades civiles y militares y numeroso concurso de personas distinguidas rompían la marcha. Un batallón de la guardia con banderas desplegadas y alegres bandas cerraba la proce­sión. E n la puerta mayor de Catedral el nuevo Jefe de la Iglesia venezolana fué recibido por el Arcediano, doctor Ma­nuel Antonio Briceño, y siguió al Altar Mayor cantándose el Te-Deum que terminó con las preces y oraciones del ritual. El Arzobispo dio en seguida la bendición solemne y tomó posesión de su silla, en la cual le colocó Monseñor de Milia, como Obispo consagrante. En el coro ocupó tam­bién la silla arzobispal y luego en la Sala Capitular la que le correspondía como Prelado. Allí prestó la profesión de fe, y extendida el acta fué suscrita por los ti-es obispos, to­dos canónigos y el Presidente de la República, padrino del consagrado.

Terminados todos estos actos, Monseñor Uzcátegui fué conducido al Palacio Arzobispal, donde sirvióse suntuoso banquete. En él discurrieron: el anfitrión, los doctores Juan Pablo Rojas Paúl y Vicente Amengual, el general Víctor Barret de Nazarís, y otras varias personas.

Por algunos años gobernó discretamente su Diócesis Monseñor Crispido Uzcátegui, a quien sucedió en la Silla Episcopal Monseñor Juan Bautista Castro, varón de gran sabiduría y de ejemplares virtudes cuyo nombre perdura en la memoria y en el corazón de sus diocesanos.

La historia del episcopado venezolano ostenta en sus páginas figuras de alto relieve intelectual y moral, que sir­vieron con celo y eficacia los intereses de la patria y de la iglesia. Ent re ellas se destaca la de Juan Baustista Castro, que en medio de las violentas tempestades que lo combatie­ron supo conducir a puerto de salud la nave sagrada cuyos destinos le fueron encomendados.

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23 de febrero de 1877.

Fueron puestos al servicio público los primeros baños de Macuto, construidos por el ingeniero Luciano Urdaneta junto al puente y cerca de la boca del río, en la entrada a dicho pueblo por la parte de Caracas.

Desde que, por iniciativa del general Antonio Guzmán Blanco se pensó dotar a Macuto con baños de mar, fué el primer problema escoger el sitio en que aquéllos debían s i ­tuarse. Se pensó primero en construirlos cerca del lugar denominado El Ceibo, y luego en el punto que anteriormen­te hemos dicho, que se juzgó apropiado porque prestaba fa­cilidades para aprovechar el agua dulce de la cercana co­rriente. Construido el edificio, se pusieron los baños en ac­tividad ; aunque duraron poco tiempo por no dar los resul­tados apetecibles.

Algún tiempo después se encomendó la obra al inge­niero Antonio Retali, quien tuvo la feliz idea de formar en tierra una almadía de concreto, que fué botada al agua y en el lugar donde ahora se encuentran los baños, que fueron inaugurados el domingo 25 de enero de 1885. Pe­riódicos de la época hablan de este acto en los términos si­guientes :

"Trasladado el Presidente a Macuto, verificó la inau­guración de los baños a las cuatro y media de la ta rde ; y en ese acto, saludado por las armonías de la música, los fuegos de artificio y los aplausos de los espectadores el Supremo Magistrado condecoró al ingeniero señor A. Retali con el Busto del Libertador y dos medallas más. Hubo discursos de oportunidad, muy buenos; pero fué notable la improvi­sación del general Barret de Nazarís

Qué golpe de vista aquel. Los que han visitado a Ve-necia exclamaban: ¿ Soñamos, o realmente nos hemos t r a s ­ladado a la poética ciudad de los lagos, los Dux y las gón­dolas? Luz en el cielo, luz en la tierra, luz en el mar y luz en todos los espíritus.

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Bajo tan gratas impresiones Paulo Emilio Romero ob­sequió al Presidente de la República con un pequeño cuadro que en la tarde vimos colocado a la entrada de los baños. Es un verdadero capricho artístico. Una bandera de seda, venezolana, llena el fondo: en los ángulos del cuadro hay cuatro tarjetas imperiales con el retrato de Guzmán Blanco, de Crespo, de Retali y de Singlair: en el centro tres cuadri-tos de papel, los cuales representan, respectivamente, la vis­ta del armazón para los baños al ser botados al agua, los baños ya concluidos y vistos desde el boulevard, y una copia del edificio, tomada del interior". También son de Paolo las citadas décimas:

"Con el marino elemento E n batalla singular Se han empeñado a la par La voluntad y el talento: El Océano turbulento Sus olas agita en vano, Pues el genio soberano Abre en las aguas camino Y alza un kiosko peregrino Del fondo del Océano.

Guzmán la empresa concibe, Crespo a su cargo la toma, Retali con Sinclair doma La furia del mar Caribe. Ufano el Progreso, escribe otra página en su historia, Y la deidad de la Gloria E n los aires aparece Y a los campeones ofrece Los lauros de la victoria!"

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24 de febrero de 1883.

Muere en Bogotá José María Espinosa, abanderado de Nariño, y distinguido retratista, que tuvo la satisfacción de reproducir por medio del pincel y del lápiz la efigie de Simón Bolívar, el Libertador de la América.

Espinosa, nacido en Bogotá en la última década del siglo X V I I I , prestó a la causa de la independencia de la Nueva Granada importantes servicios, eme dejó puntualiza­dos en el libro que publicó en 1872 con el título de : MEMO­

RIAS DE UN ABANDERADO. Siempre, como él mismo dice, prefirió el modesto título de abanderado de Nariño a los grados y empleos que habría obtenido en las guerras civiles que por largos años ensangrentaron, empobrecieron y desa­creditaron su tierra.

E ra ya nonagenario cuando se entregó al reposo defi­nitivo de la tumba, después de una existencia agitada y glo­riosa, como lo fueron los tiempos en que le tocó vivir. De­sinteresado en extremo, sólo en el ocaso de la vida solicitó de la Representación Nacional de su Patria un óbolo que la gratitud y la justicia le debían. "Una juventud consagrada a la tierra que lo vio nacer, una edad madura dividida entre el cumplimiento de sus deberes domésticos y el cultivo de un arte que ennoblece y eleva al hombre, y una vejez tran­quila, arrullada por los gratos recuerdos de mejores días y por el testimonio de una conciencia no atormentada por el remordimiento, forman el hermoso cuadro de una carrera casi secular, digna de envidia para muchos".

El arte que cultivó con éxito fué la pintura. E n su libro ya citado hace la relación de setenta personajes retra­tados por él, desde Nariño hasta don Pedro Lastra. El principal de estos personajes fué Bolívar, "no el Bolívar ga­lante que lucía su gentileza en los salones de París o de Ro­ma, ni el Bolívar impetuoso, sol de la gloria y rayo de la guerra, ni el Bolívar que crea Naciones y que excita la admi-

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ración, sino el Bolívar de mirada triste, de frente medita­bunda, de rictus desdeñoso, que ya ha saboreado los amar­gos sinsabores del año 26, y que acaso presiente la pavorosa escena del 25 de setiembre".

Fué en vísperas de este luctuoso hecho cuando Bolívar posó ante Espinosa, en el Palacio de San Carlos, en Bogotá, para que éste hiciera su retrato. Como la mobilidad era una de las características del Grande Hombre, éste no podía es­tarse quieto, y a los quince minutos preguntaba al ar t i s ta :

— Y a está el retrato? —No, señor; apenas comienzo. —Procure concluir pronto. —Esto no puede hacerse en un día. Cansado al fin el Libertador de su forzada quietud se

acerca al caballete del pintor, examina el apenas bosqueja­do diseño y dice:

—Este no soy yo. — Y quién es, arguye el retratista. — D o n Pablo Crespo, aquel feísimo viejo de Honda. El Bolívar de Espinosa es uno de los mejores retratos

del Libertador, al decir de varios personajes que lo cono­cieron y trataron.

25 de febrero de 1857.

Muere en Barquisimeto el general Juan Jacinto Lara , nacido en Carora hacia el año de 1778.

El 19 de abril de 1810 se encontraba en Caracas Jacinto Lara, ocupado en sus negocios de comercio cuando el Ayun­tamiento de dicha ciudad derrocó al Gobernador Vicente E m -paran que constituyó un nuevo Gobierno que, no obstante llamarse Junta Conservadora de los Derechos de Fernando V I I contenía en germen el movimiento inicial de la Inde­pendencia de Venezuela.

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Ante aquella Junta se presentó Lara con ofrecimiento de sus servicios, que fueron aceptados, extendiéndole el nom­bramiento de Jefe de las milicias de Araure y Ospino. Así principia esa carrera de merecimientos, esa vida de continuo batallar que llevó por campos de sangre y de triunfo a t ra­vés de la América; del Morro de Valencia a San José de Cúcuta, a Niquitao y Los Horcones, a Bárbula, Las Triche-ras, Vigirima y Carabobo, al Yagual y Mucuri tas ; luego a la Nueva Granada por la Peña de Topaga, Gámeza, Panta­no de Vargas y Boyacá; y después, rumbo al sur, hacia los campos inmortales de Junín y de Ayacucho.

Terminada con esta batalla la Emancipación de la Amé­rica, Bolívar regresó a Colombia en setiembre de 1826, pero deja en Lima al General Lara con los batallones Vencedor, Rifles, Caracas, Araure y el cuarto escuadrón de Húsa­res de Ayacucho, que formaban la 3* División del Ejército de Colombia, auxiliar del Perú. La sublevación de Bus-tamante, el 26 de enero de 1827, hizo salir de la tierra de los Incas al Ulises de Colombia, quien, cumplido en Bogotá el deber de dar cuenta de su conducta, regresó a la patria y a la ciudad donde había nacido. En Barquisimeto recibe el nombramiento de Intendente y Comandante del Departa­mento Orinoco, cargo que desempeñó hasta fines de 1829 en que volvió a Carora, donde contrajo matrimonio con la señorita Nemesia Urrieta, y dedicó sus esfuerzos al trabajo con la misma perseverancia que había empleado en el ser­vicio de la República. Hacia 1843 fué nombrado Goberna­dor de la provincia de Barquisimeto, donde dejó constancia de sus condiciones de mandatario probo y diligente.

Ricardo Palma en su tradición: Pan, queso y raspadu­ras, que fué el santo y seña de los patriotas en el campo de Ayacucho, dice:

"Sospecho que también la historia tiene sus pudores de niña melindrosa. Ella no ha querido conservar la proclama del general Lara a la División del centro; proclama emi­nentemente cambrónica, pero la tradición no la ha olvidado,

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y yo, tradicionista de oficio, quiero consignarla. Si peco en ello pecaré con Víctor Hugo, es decir, en buena compañía.

La malicia del lector adivinará los vocablos que debe sustituir a los que yo estampo en bastardilla. Téngase en cuenta que la División Lara se componía de llaneros y gente cruda, a quienes era imposible entusiasmar con palabritas de salón:

Zambos del espantajo. Al frente están los godos pu-chucleros. El que manda la batalla es Antonio José de Su­cre, que, como saben ustedes, no es ningún cangrejo. Con que así, apretarse los calzones y . . . . a ellos".

26 de febrero de 1814.

Combate en el pueblo de San Mateo, Estado Aragua, entre el Libertador y el caudillo realista José Tomás Boves, quien pierde la acción.

Iniciase en este día la serie de combates heroicos que se conocen con el nombre Sitio de San Mateo, en los cuales brilló con fulgores de gloria el patriotismo de Bolívar y de los que lo acompañaron en la jornada inmortal. La histo­ria da cuenta de este hecho en el párrafo siguiente:

"El 25 de febrero aparecieron sobre Cagua, pueblo cer­cano a San Mateo, las huestes de Boves: siete mil hombres, en su mayor parte de caballería. Intentaron desde luego va­dear el río, desalojando las avanzadas, pero resistió con va­lor el Mayor general Mariano Montilla; y como se acercase la noche, se retiraron. Boves permitió el descanso de sus tropas dos días, y al amanecer del 28 se lanzó contra los republicanos con impetuoso alarde y vocería. La oposición que se le hizo en la trinchera, y el horrible fuego dirigido por el Libertador mismo y el sereno Lino Clemente, causó

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a los realistas mucho estrago; sin embargo, no se desalentó Boves, antes bien, confiando en el número de sus tropas exasperó la acción con tal tenacidad, que parecía pelearse para decidir de la suerte del mundo. El sol había llegado ya a la mitad del cielo y el combate estaba aún lejos de deci­dirse. Villapol había muer to : Campo Elias se hallaba he­rido : 30 oficiales fuera de combate: un fuego horrible y certero de parte de los realistas hacía cada vez más san­grienta y terrible la lucha; pero Bolívar trató el valor de Boves con desprecio, y asombrado éste, vio ponerse el sol sin alcanzar el triunfo que consideraba tan llano y asequible. La noche pacificó la ira, y al cerrarse, herido Boves, mandó to­car retirada y fué a acampar en las alturas.

Después de diez horas y media de encarnizado choque, el Libertador quedó victorioso sobre el campo de batalla.

Las calles del pueblo y los caminos estaban empapados en sangre y cubiertos de cadáveres".

Y el autor de "Venezuela Heroica" sintetiza así la in­signe jornada:

"San Mateo no es simplemente una batalla. Ent re los episodios más trascendentales de nuestra guerra de indepen­dencia, figura en primer terminó; simboliza el heroísmo de la revolución.

Militarmente, fué un sitio puesto por un crecido ejér­cito a un escaso número de bravos, sin muros ni fuertes pa­rapetos de resguardo; una lucha incesante entre dos carni­cerías ; una sucesión no interrumpida de asaltos y combates vehementes, entre dos sangrientas y terribles batallas.

La primera de aquéllas la riñe el ardimiento de los re­publicanos, convertido en ariete; triunfa, en la segunda, el espíritu de la revolución encarnado en un héroe.

Por sobre aquel gran episodio se cierne el genio de Bo­lívar, y la primera, acaso, de las dotes características de su alma vir i l : la tenacidad.

San Mateo es Bolívar: la energía de todo un pueblo sin­tetizada en un hombre; el N O supremo de una voluntad

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incontrastable, opuesto como escudo de hierro a la propia flaqueza y a la contraria fuerza; la resistencia irresistible de un propósito inmutable; la gran vibración de la fibra laten­te en el "Decreto de Truj i l lo" ; uno de los más arduos, si nó el más rudo, de los innúmeros trabajos del Hércules ame­ricano".

27 de febrero de 1873.

Muere en A<alencia, a la edad de 80 años, el general José Laurencio Silva, ilustre Procer de la Independencia Sur-americana.

Ningún homenaje más apropiado a la memoria del Pro­cer a quien se consagra la efemérides de hoy que la repro­ducción, siquiera en síntesis, del sencillo relato de sus servi­cios, dictado por él mismo con la moderación y sobriedad de quien, por ser valor auténtico, no tuvo necesidad de engala­nar con flores de retórica los merecimientos de su vida, en sí misma brillante y gloriosa. Dice así el viejo luchador, en escrito que lleva la fecha de 22 de noviembre de 1851:

" E n el año de 1810 tomé las armas con el grado de Sub­teniente de milicias en el Batallón N 9 9, de El Tinaco. Poco después pasé a un batallón veterano en clase de Sargento l 9

con el fin de seguir la carrera militar bajo las órdenes del Marqués del Toro, con quien marché en 1811 a Coro, donde fui ascendido a Subteniente de la Primera Compañía de Ca­zadores de Aragua. Después de haber estado en Occidente con el Comandante José Rodríguez, me encontré bajo las órdenes del General Miranda en la campaña de 1812. Des­de esta época me retiré a los montes hasta 1813, a la vuelta del Libertador, con quien me encontré en Taguanes y en Bárbula. E n 1814 concurrí a las acciones de Camatagua con­t ra Rósete; las de Mosquiteros y La Puer ta comandadas

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por Campo Elias. Así mismo me encontré en La Victoria con el General Ribas y en San Mateo con el Liber tador; en la de Arao con Marino, en la primera de Carabobo con el Libertador y en la de Macapo con el Capitán Rosales. Es ­tas fueron las últimas batallas que dimos con las tropas re­gulares del Ejército Libertador, luego fui hecho prisionero de guerra y estuve tres meses en manos de Don Lino López Quintana, Comandante militar de la Villa de El Pao. Ha­biendo logrado fugarme, me retiré a las terribles montañas de Turen, con el objeto de formar tropa para seguir nues­tro ataque a los españoles: allí me reuní con el Capitán Vi-llasana y el Comandante Rosales, y habiendo logrado algunas gentes nos dirigimos en guerrillas y estuvimos sofocando constantemente al enemigo durante el año 15. Derrotados en la acción de Morrones, me dirigí al Sur con el fin de reunirme al General Páez, a quien encontré en Mantecal, a tiempo que se prevenía una acción que dimos por allí: es­tuve en El Yagual, en el Sitio de San Fernando, y en Mu-curitas, donde fui ascendido a Capitán. E n el ataque da­do por el Libertador a Morillo, en Calabozo, fui ascendido a Teniente Coronel. El año 19 me encontré en la acción de Las Queseras del Medio, (*) en la de La Cruz y en Gamarra. El año de 1820 me encontré en la acción del Hato del Socorro, y en 1821 en la gran batalla de Carabobo, don­de recibí el grado de Coronel, después de la rendición de Pereira en La Guaira. Marchamos luego a la Nueva Granada y con el Libertador dimos la acción de Bombona. En el año de 22 tomamos por segunda vez a Pastos que lo ocupaba Agua-longo y me hallé en la acción de la Villa de Ibarra, manda­da por el Libertador. Marchamos luego al Perú y dimos la acción de Jun ín ; en seguida la de Matará, y luego la de Ayacucho en la que se me confirmó el grado de General de

(*) N o f igura s u n o m b r e entre los ISO h é r o e s de aque l c o m b a t e .

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Brigada. E n 1829 me encontré en San Borondón, acción mandada por el Libertador contra el General La M a r : aquí fui ascendido a General de División".

28 de febrero de 1829.

Nace en Caracas, en la casa situada en el ángulo no­roeste de la esquina de La Pedrera, Antonio Guzmán Blanco.

Cuando vinimos a la vida descollaba en la política ve­nezolana la firme personalidadd de este distinguido hombre público.

Y al crecer oímos sobre él las más diversas aprecia­ciones ; pues mientras sus amigos y parciales lo decoraban con los pomposos títulos de Ilustre Americano, Regenerador y Pacificador de Venezuela, sus enemigos y adversarios lo abrumaban con denigrantes epítetos.

La experiencia y el estudio nos han enseñado que aquel Caudillo no fué ni el dios que nos pintan sus adoradores ni el demonio de que nos hablan sus contrarios, aunque sí un hombre notable por más de un concepto, con singulares do­tes de inteligencia y de carácter.

Naturalmente, para juzgarlo hay que apreciar el medio y la época en que hizo su aparición en la escena pública. Desde luego debe descartarse el fácil y candoroso expedien-de convertirlo en Cabrón Emisario y cargarlo con las faltas de todos, pues tal procedimiento, excelente como arma de combate en el ardor de la lucha, es de imposible aceptación ante la filosofía de la historia.

Ningún hombre tiene poder suficiente para impedir ni precipitar la evolución humana. Los más aptos le impri­men determinado impulso que se paraliza o cambia de di­rección cuando no corresponde a las condiciones del conglo­merado social sobre el cual actúa.

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U n viejo apotegma nos enseña que la conducta de los que están en el poder es correlativa con la de aquellos sobre quienes se ejerce el poder. Un gobierno sin equidad, dice alguien, no puede sostenerse sino con el apoyo de un pueblo eme carece proporcionalmente de equidad en sus sentimientos y en sus actos.

No quiere decir esto que Guzmán Blanco no sea respon­sable de sus acciones como Jefe de una revolución triunfante y como Dictador y Presidente de Venezuela. El recabó esa responsabilidad para ante los contemporáneos y los pósteros cuando enfáticamente di jo: "Yo gobierno con mi cabeza mía" ; y cuando, en momentos en eme algunos pretendían de­fenderlo de la parte que le corresponde en el fusilamiento de Matías Salazar, lanzó al público esta rotunda afirmación: "Ese muerto me pertenece".

Tan viril entereza, que nunca pudieron perdonarle ni los enemigos vencidos ni los amigos descontentos, es la que permitirá al historiador presentarlo de relieve, con sus cua­lidades y defectos, sus aciertos y errores.

Si la pintura es fiel no saldrá de allí un Fabricio ni un Washington, que nuestra tierra no está abonada para se­mejantes productos, aunque sí una personalidad inconfun­dible, un gobernante civilizador y consciente.

Guzmán Blanco cargó desde joven con los rencores que sobre su nombre acumularon las doctrinas y las luchas de su padre. Conviene no olvidar el dato para ulteriores juicios, como asimismo tener presente que la mayoría de los que le combatieron fueron enemigos solamente de su apellido y de su filiación política, como lo evidencia el hecho de que cuan­do llegaron al ejercicio de funciones directivas no fueron más probos ni menos autoritarios que él.

Por vieja táctica de constante aplicación se le negaron con empeño las cualidades que le eran intrínsecas. Se le lla­mó cobarde y mal militar, y sus campañas y actos de arrojo revelan que era un valor a toda prueba y uno de los hom­bres que entre nosotros han demostrado mayor capacidad

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para el arte de la guerra ; se le dijo administrador ignorante, e hizo prodigios con la escasa renta de que el país disponía; que no era liberal, en el sentido de demócrata, y se esforzó en el mejoramiento de las clases populares por la instruc­ción y el trabajo.

Combatiente y combatido, su batallar no tuvo treguas. Estuvo de facción desde el principio hasta el fin de su vida. Se le acometió con la espada y con la pluma; con el epigra­ma hiriente y el verso burlesco. Sus mejores designios se interpretaron torcidamente, todo se atribuía a negociaciones y patrañas, desde el decreto de instrucción primaria gratuita y obligatoria hasta el centenario de Bolívar.

Bien sabemos que con el civilizador coexistió el déspota, merecedor por más de un concepto de las censuras de la his­toria. Por nuestra parte no venimos a hacer su apología, ni menos a presentarlo como modelo de magistrados. Dire­mos, sí, que él marca uno de los ciclos de la existencia na­cional y que representó con éxito el panel que las circunstan­cias le asignaron. Tuvo los defectos de la masa, con sobre­salientes condiciones individuales. Vargas Vila al incluir a Guzmán Blanco entre "Los Césares de la Decadencia" asien­ta que el progreso le debe mucho y la libertad nada. La observación es precisa, y refiriéndonos a ella ya dijimos en otra ocasión que la libertad y el honor no son bienes tras­laticios, ni se poseen a título gratuito, sino como natural re­compensa a individuos y colectividades que ofrecen perma­nente holocausto en aras de aquellas divinidades de la pa­tria y del hogar.

Sobre Guzmán Blanco no se ha escrito nada con carác­ter deffnitivo, acaso porque aún vibran las pasiones que en torno a su figura se agitaron. Su personalidad histórica se destaca con firmes lincamientos entre la luz y las sombras que lo circundan; y, autócrata o civilizador, es un hombre definido que bien puede responder de sus actos ante sus acusadores y sus jueces.

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1' de marzo de 1926.

El Heraldo, de Caracas, publica con el t í tulo: Sal de Pim. Reproche a "Ivanhoe", unos versos del célebre costum­brista JOB P I M , que tienen el siguiente origen:

El doctor Eduardo Labougle, Ministro Plenipotenciario de la República Argentina, en Venezuela, promovió un cer­tamen sobre "El Gaucho y El Llanero". En dicha justa li­teraria fueron favorecidos con el primer premio y el accésit, respectivamente, el Sr. Luis M. Urbaneja Alchelpohl y José E. Machado; pero, como éste había firmado Ivanhoe en el pliego respectivo, el Jurado se abstuvo de asignarle la canti­dad ofrecida por falta de identidad de persona. Machado no estuvo de acuerdo con esa decisión y dirigió sobre el par­ticular una carta al Dr. Labougle, por la cual se vino a saber a quien pertenecía el seudónimo. He aquí los versos de Pim.

¡ Ah, caramba, Ivanhoe! Yo que estaba encantado con la media galleta que se habla formado en el malediciente mundo literatero, con tu anónimo accésit de "El Gaucho y El Llanero"

¿Quién será ese Ivanhoe todo quisque decía, y el sabroso misterio persistió todo un día, y alguien hubo de fijo que "se hiciera el musiú" cuando le preguntaban: ¿ Ivanhoe eres tú ? Pa ra qué te has quitado la careta, Ivanhoe?

A la gloria no aspiras ni la envidia te roe, y si fuiste al certamen de "El Gaucho y El Llanero" •—puesto que te ocultaste—no fué por el dinero. Si siguieras de incógnito, con el mayor contento oirías elogios hechos a tu talento, sin tener la sospecha, que acibara el almíbar, de que el elogio fuera señuelo de un bolívar.

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Por otra parte afirmas que el Jurado se pela en poner restricciones a quien su nombre vela, y que caso sería diferente su fallo de haber sido la firma la de Aniceto Gallo.

Mas, no estás en lo cierto, Gallo es un apellido, como son Toro y Lobo, bastante conocido, y de firmar con él, sin que quede un Jerónimo sin duda no lo hubieran tomado por seudónimo; pero, Ivanhoc, el nombre que formó ese foxtrot lo ha popularizado tanto Walter Scoot, que muchos hay que creen, y acaso con razón, que es el que lleva a cuestas el pez de la Emulsión. ¿ P a r a qué te has quitado el antifaz, querido? .¡ Cuánto desde el anónimo te hubieras divertido!

2 de marzo de 1811.

Se instala en Caracas el Pr imer Congreso Constituyen­te de Venezuela.

Reunióse esta Asamblea, a quien tocó la honra de pro­clamar la Independencia de nuestro país, en la casa de la esquina de El Conde, donde se encuentran el Ministerio de Fomento y la Imprenta Nacional; casa que fué de don An­tonio Pacheco y Tovar, Conde de San Javier, cuyo escudo ornamenta la puerta principal del edificio.

Las primeras sesiones de este Congreso fueron serenas y fáciles, sin agitaciones ni tumultos. "Nada allí de centro, izquierda ni derecha; sentábanse todos confundidos y ami­gos, con la alegre esperanza sobre los ojos,. Ustáriz, Tovar, Roscio, Yanes, Ponte, Peñalver; con la frente cargada de cuidados, Maya, Quintana, Ramírez, Méndez, Castro. Nada precipitó los pasos de aquellos varones ilustres, prudentes y

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circunspectos en medio de sus interiores recelos o de la im­paciencia de sus esperanzas, ni la facilidad de ostentar sin peligro un liberalismo violento, ni la ambición inmoderada de aplausos y popularidad, ni los estímulos de la imprenta, ni el favor que acompaña a las opiniones exageradas. Cuan­do, caída toda autoridad, podían sin obstáculos ni sinsabo­res, lanzarse por el fácil camino de la demagogia, destruyen­do y creando a su capricho, prefirieron el enojoso cuidado de moderar los excesos de la libertad, a riesgo de pasar por enemigos del pueblo y por retrógrados".

"¿ Qué detenía a esos hombres y los embarazaba en su marcha? Venía el porvenir cargado de sangrientas nubes y retrocedían; habrían querido regenerar, conservando; re­pugnaba a su conciencia quitar el freno a las pasiones para triunfar. En su seno no hubo propiamente vida parlamen­taria. Si se encendía, era al viento de la plaza pública; arrastrábale la impetuosa vigilancia, las advertencias en for­ma de agitaciones de la capital. Todos anhelaban por la t ierra prometida, sin pasar por el Mar Rojo".

Además del Congreso existía la Sociedad Patriótica, des­tinada a ensayar al pueblo en el ejercicio del sistema repu­blicano ; a ser estímulo de los Poderes Públicos y palanca de la Revolución. Miranda la había formado, y en su seno se congregaban Bolívar y Ribas, Muñoz Tébar y Coto Paúl, Tejera y Yanes, Carabaño y Espejo, con otros muchos pa­triotas exaltados, llenos de ardor y entusiasmo. Juan Vicen­te González al relatar aquellas tumultuosas sesiones nos dice, aunque en ninguna parte se encuentra comprobado: " F u é en una de ellas cuando Coto Paúl, orador fácil sin freno ni moderación dejó escapar estas ardientes palabras: "¡ La anarquía! Esa es la libertad, cuando para huir de la tira­nía, desata el cinto y desnuda la cabellera ondosa. ¡ La anar­quía ! Cuando los dioses de los débiles, la desconfianza y el pavor, la maldicen, yo caigo de rodillas a su presencia. Señores! Que la anarquía, con la antorcha de las furias

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en la mano, nos guíe al Congreso, para que su humo em­briague a los facciosos del orden, y la sigan por calles y plazas, gritando Libertad! Para reanimar el mar muerto del Congreso, estamos aquí en la alta montaña de la santa demagogia. Cuando ésta haya destruido lo presente, y es­pectros sangrientos hayan venido por nosotros, sobre el campo que haya labrado la guerra, se alzará la libertad. . . . "

3 de marzo.

El año de 1885 el señor Pedro S. Lamas envió al ge­neral Antonio Guzmán Blanco, entonces Ministro Plenipo­tenciario de Venezuela en Londres, un ejemplar de la novela Silvia., que acababa de publicar, con el propósito, según se decía en el prólogo, de reivindicar para los egregios patricios que pasearon triunfantes por la América los colores de Bel-grano su parte colosal en la emancipación del continente.

Como el novelista argentino solicitase acerca de su obra el dictamen de Guzmán Blanco, éste le contestó en los tér­minos siguientes:

" H e tenido el honor de recibir el ejemplar de la novela Silvia, que tan atentamentte me remitió usted pidiéndome mi juicio sobre la tendencia de su patriótico como inteligente trabajo.

Tratándose del americanismo de mi patria, de la Histo­ria de la América del Sur y de la gloria del Libertador, tengo formadas, como usted debe suponer, mis opiniones, de manera tan concienzuda, que no me es dable coincidir con esa otra historia, con esos nuevos sucesos, ni con esa dua­lidad gloriosa que su novela comparte entre Bolívar el Gran­de y San Martín.

Al héroe argentino corresponde su gloria, sin duda, en la órbita que recorrió. Bolívar tiene la suya en la mucho

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mayor, comprendida entre el Avila y el Potosí, donde dejó, como astros rutilantes, cinco Repúblicas independientes y so­beranas ; cuya independencia y soberanía consolidaron las nacionalidades de Chile y la Argentina.

Esa es la historia verdadera. Para que la gloria de San Martín brille con todas sus

claridades es menester no sacarla del s u r . . . . El sol del Ecuador es tan refulgante que bajo su imperio, dentro de los trópicos, todo otro brillo queda deslumhrado.

Bolívar tiene verbosidad, dice usted. ¿ Cómo ? ¡ Bolí­var . . . . El más grande orador de la América! No es po­sible que usted haya querido decir lo que yo he entendido. Si usted lo permite voy a mandar venir de Venezuela la co­lección de las proclamas, discursos, partes y órdenes genera­les de Bolívar, para que, después que las haya leído con atención, me dé su opinión de hombre de letras muy versa­da" . . . .

Para comprobar este postulado Guzmán compiló en un folleto de 70 páginas, editado en London. Ranken and Co. Drury house, Drury Court Strand W . C. 1885 bajo el t í tulo: "El Libertador de la América del Sur" parte de la corres­pondencia de Bolívar con los hombres más importantes de la Argentina, Chile y P e r ú ; y fragmentos de discursos, car­tas, etc., del Héroe-Libertador.

4 de marzo.

Anduvo acertado Don Cecilio Acosta cuando, al hablar de Bolívar, dijo que era la cabeza de los milagros y la len­gua de las maravillas, pues este ínclito varón poseyó en gra­do máximo, como César y Napoleón, el don de la elocuencia, indispensable a los conductores de hombres y creadores de pueblos, quienes subyugan, ante todo, por el imperio de la

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palabra, que en sus labios posee la virtud fascinadora de la flauta de Pan y de la lira de Orfeo.

Ent re los fragmentos reproducidos por el general Guz­mán Blanco en su folleto: "El Libertador de la América del Sur", de que ayer hicimos mención, hay algunos que dan viva idea de las condiciones morales e intelectuales de Bolí­var, mientras otros sirven para demostrar la influencia de su personalidad y de su obra sobre todos los países de la América, inclusive aquellos que no le deben directamente su Independencia. San Martín le decía en carta de agosto de 1823: "Deseo concluya usted felizmente la campaña del Perú , y que estos pueblos conozcan el beneficio que usted les hace". Y O'Higgings, el héroe chileno: "Yo reitero mi propósito de acompañarle y servirle bajo el carácter de un voluntario que aspira a una vida con honor o a una muerte gloriosa; y que mira el triunfo del General Bolívar como la única aurora de la independencia de la América del Sur" . El célebre publicista Bernardo Monteagudo le escribía en octubre de 1823: "Lo cierto es, mi general, que usted tiene ahora que lidiar con las dificultades y obstáculos que antes no ha conocido. Habrá circunstancias en que usted tenga que ser superior a sí mismo para conciliar tantos intereses diversos, combatir otros no menos fuertes y resolver compli­cados problemas de una doble guerra civil y extraña, y de una política cuyas bases varían a cada paso. Sin embargo mientras usted esté al frente de los negocios yo seré un acé­rrimo optimista y creeré poder siempre decir: tout cst pour le mieux".

Léanse ahora algunos de los más notables pensamientos del Liber tador:

A los soldados del ejército, en Pas to : El Perú y la América toda aguardan de vosotros la paz, hija de la victo­r ia ; y aun la Europa liberal os contempla con encanto, por­que la libertad del Nuevo Mundo es la esperanza del Uni ­verso.

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A los legisladores de Bolívar: H e conservado intacta la ley de las leyes: la igualdad. Sin ella perecen todas las libertades, todos los derechos. A ella debemos todos los sa­crificios.

A los mismos legisladores: La religión es la ley de la conciencia. Toda ley sobre ella la anula; porque imponiendo la necesidad al deber, quita el mérito a la fe.

A los venezolanos, desde Maracaibo, en 1826: Tan sólo el pueblo conoce su bien y es digno de su suerte; pero no un poderoso, ni un partido ni una fracción.

Al general Carabaño: Los hombres de luces y de hon­radez son los que deben fijar la opinión pública. El talento sin probidad es un a z o t e . . . . Los intrigantes corrompen los pueblos desprastigiando la autoridad.

Al general O 'Leary : Yo no concibo que sea posible si­quiera establecer un reino en un país que es constitucional-mente democrático porque las clases inferiores y las más numerosas reclaman esta prerrogativa con derechos incontes­tables.

5 de marzo de 1858.

Estalla la revolución preparada contra el Gobierno del General José Tadeo Monagas .

N o venimos a la hora presente a escribir la apología de aquella administración tan comentada y combatida; pero sí apuntaremos que ante el juicio imparcial de la historia, aquella revuelta fué de las más inmorales entre las muchas que han conmovido nuestro país ; tanto porque tuvo por base la traición, siempre repugnante a las conciencias honra­das, cuanto porque, la mayoría de los que contribuyeron en 1858 a derrocar la situación política dirigida por José Tadeo Monagas, fueron los mismos que le proclamaron diez años más tarde Jefe y Director de un movimiento armado que

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debía devolver a la República su decoro y a la Ley su pres­tigio. Esta conducta plantea desde luego un problema que previamente conviene resolver, para distribuir con equidad las responsabilidades entre los actores de aquel drama, en que prevaleció el encono sobre la equidad y la pasión sobre la justicia.

Desde luego asentamos que, cualesquiera que fueran las deficiencias y los errores de aquella Administración, ante las rectas voluntades siempre aparecerá digna de respeto la con­ducta de aquel magistrado que, hijo de la guerra, avezado al combate, habituado al ardor de las batallas, contesta a los que le aconsejan la resistencia:—Yo puedo aceptar el reto y combatir ; estoy seguro de levantar un gran ejército en Oriente y en los Llanos; tengo recursos y elementos en el centro, y es probable que venza; pero para esto sería nece­sario derramar mucha sangre hermana y hacer sufrir al país las consecuencias de una guerra larga y desastrosa. Lo más prudente y patriótico es, ya que tantos no me quieren, pre­sentar al Congreso mi renuncia.

Sin duda los legítimos merecimientos de aquella vida, y su abnegada conducta en difíciles momentos de la existen­cia nacional, movieron el pensamiento y los labios del doctor Nicanor Rivero, uno de nuestros primeros oradores sagra­dos, para decir en la oración fúnebre consagrada al General José Tadeo Monagas, estas palabras de justicia y reparación:

" E n la historia del pueblo de Dios se leen estas frases relativas a la muerte del intrépido Judas Macabeo: "El pue­blo hizo por él un gran duelo, le lloró muchos días, y exclamó: ¿ Cómo ha caído el varón invencible que salvaba a Israel ? Esos vigorosos conceptos empleados por el historiador sa­grado para describir el duelo de un gran pueblo, consternado por la muerte del más ilustre de sus hijos, expresan con luc­tuosa exactitud la situación de nuestra patria, herida hon­damente en la más cara y legítima de sus esperanzas por el infausto suceso que con tanta intensidad absorbe hoy la aten-

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ción pública. O h ! s í : en presencia del cadáver del egregio patricio, muy bien puede asegurarse que todos le lloran con indecible pesar : Et fleverunt cuín omnis populus planeta magno; y que abrumada Venezuela por la irreparable pér­dida que acaba de hacer ha de preguntarse con desconsolado acento: ¿ Cómo ha caído bajo la mano implacable de la muerte el varón poderoso eme salvaba al pueblo ? . . . .

6 de marzo de 1863.

"El Independiente" publica el texto de la Resolución por la cual se concede al Capitán Manuel Godoy, Portero del Palacio de Gobierno, la jubilación que solicita.

Dice así el anterior documento:—"Secretaría General.— Departamento del Interior y Justicia.'—Sección 2*.—Caracas, enero 21 de 1863. Resuelto:—Atendiendo a los antecedentes que recomiendan al Capitán Manuel Godoy (Raimundo Fre i -tes) desde la época gloriosa de la guerra de la Independen­cia, en la cual fué hecho prisionero por el Coronel Aldama, como defensor de la casa fuerte de Barcelona, el 7 de abril de 1817; de cuyo cautiverio salió a prestar de nuevo sus servi­cios a la República. Y teniendo en consideración la buena conducta, la lealtad e inteligencia con que ha desempeñado y desempeña el destino de portero en el Palacio de Gobierno, desde el 8 de junio de 1847. Siendo como es justo recom­pensar tan constante consagración a la patria, sobre todo cuando el servidor llega a la tarde de su vida sin haber ad­quirido medios para atender a las necesidades de la vejez, S. E. ha venido en acordar -desde esta fecha la jubilación del Capitán Manuel Godoy (Raimundo Freites) con el suel­do anua! de seiscientos pesos, que es el mismo de que goza corno portero de la Secretaría General. El agraciado no

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puede percibir la pensión a que le da derecho la jubilación mientras ejerza el destino que está desempeñando, o cuales­quiera otro empleo de carácter público, cuyo sueldo exceda de la mitad de dicha pensión".

Este Godoy, cuyas ocurrencias son generalmente cono­cidas y celebradas, era manumiso de la familia Freites de Barcelona, que dio defensores y mártires a la causa de nues­t ra emancipación. A esa familia pertenecieron: José Antonio Freites, que murió en uno de los ataques a Matur in ; Manuel Freites de la Cova, asesinado en Cachipo en 1815; Pedro María Freites, defensor de la Casa-Fuerte, fusilado en Ca­racas. Tomó el apellido Godoy, acaso por haber pasado al servicio de los Godoy de Barcelona, parientes del Pr ín­cipe de la Paz, pero que también prestaron buenos servicios a la República desde 1811.

Manuel Godoy, el Portero de la Casa de Gobierno, era cortés y cortesano. De su natural viveza dan fe varias anécdotas. Una de ellas cuenta que como pasara con el Sus­tituto Pedro José Rojas por la cuadra de las Monjas al Principal, salieron de un grupo voces destempladas que gri taban: N e g r o , . . . . Ladrón.

El Sustituto haciéndose el sueco preguntó : Qué gritan ? — N e g r o , . . . . L a d r ó n . . . . — Y eso, ¿con quién es? — L o de negro es conmigo, pero lo de ladrón debe ser

con S. E.

7 de marzo.

Ya, en Día Histórico anterior, mencionamos las vale­rosas hazañas de Guaicaipuro; y ahora queremos hablar de un suceso acaecido después de la muerte de este valeroso Cacique, porque conviene recordar que el heroísmo, la leal­tad, el amor a la patria, y otras virtudes que nos hemos

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acostumbrado a juzgar patrimonio de los pueblos del Viejo Mundo, fueron comunes entre nuestros antepasados indí­genas, quienes, en la época de la conquista, renovaron en nuestro suelo las más celebradas proezas de griegos y ro­manos.

Es el caso que habiendo pretendido los Mariches, a la sombra de una sumisión afectada y de una paz fingida, asaltar la ciudad de Santiago de León de Caracas, fueron descubiertos, sometidos a un simulacro de juicio y condena­dos a morir empalados, cuyo bárbaro suplicio, según asienta Oviedo, sufrieron sin mostrar flaqueza de ánimo, clamando al cielo volviese por la inocencia de su causa, pues no había dado motivo la sinceridad de su proceder para pasar por el tormento de martirio tan horroroso.

Y agrega el historiador de la Conquista y Población de la Provincia de Venezuela:

"Sucedió en esta ocasión un caso digno por cierto de que, grabándose en mármoles, se eternizase su memoria en los archivos del tiempo, para norma de la lealtad y ejem­plo de lo que puede el amor en el pecho de un vasallo: era uno de los veinte y tres destinados a la muerte, un Cacique llamado Chicuramay, y sabiendo Cuaricurian, un indio vasa­llo suyo, que lo llevaban ya al patíbulo, con intrepidez bi­zarra y resolución más que magnánima, quiso hacer demos­tración de los límites hasta donde puede llegar la fuerza de la fineza, pues saliéndoles al encuentro a los verdugos, les dijo:—Deteneos, y no por yerro vuestro quitéis vida a un inocente; a vosotros os han mandado a matar a Chicuramay, y como no tenéis conocimiento de las personas, engañados habéis aprisionado a quien no tiene culpa alguna, ni se lla­ma de esta suer te : yo soy Chicuramay, quien cometió el de­lito que decís, y pues a vosotros lo confieso dadme a mí la muerte que merezco, y poned en libertad a quien no ha dado motivo para que en él se ejecute; y de esta suerte, sacrificando la vida por su príncipe, se ofreció gustoso al suplicio, poniéndose en manos de los que le habían de eje-

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cutar, que ignorantes del engaño, pensando que era verdad lo que decía, lo empalaron como a los otros, dejando libre a Chicuramay, para que con los demás indios de su nación que habían venido a la ciudad, huyendo de su desdicha, se retirase a las montañas, donde las consideraciones de su pena fuesen más tolerables, teniendo por consuelo vivir en parte en que no oyesen ni aun mentar el nombre de españoles, con­tra cuya opresión, ni armados hallaban defensa ni rendidos encontraban alivio".

Léase nuestra historia antigua y se verá que, según na­rración de los conquistadores mismos, no faltaron en ella los Postumios y Scévolas.

8 de marzo de 1869.

Muere en Pernambuco el General José Ignacio de Abreu y Lima.

Pocos datos se tienen sobre la vida de este distinguido militar, de nacionalidad brasileña, y venido en 1818 a Ve­nezuela, donde inició sus servicios en favor de la Indepen­dencia suramericana. Según sus propias expresiones, en carta dirigida al General José Antonio Páez, el 18 de setiembre de 1868, e inserta en la página 427, tomo l 9 de las Biografías de Hombres Notables de Hispano-América, por Ramón Az-p u r ú a : "Había visto nacer a Colombia en las Queseras del Medio ; fué de los pocos de Vargas, de Topaga y de los Molinos de Bonza; estuvo en Achaguas; y fué llamado guapo por Páez". Otras referencias nos enseñan que salió herido en Boyacá y que era teniente coronel y ayudante de Estado Mayor de la primera División cuando se dio la se­gunda batalla de Carabobo, el 24 de junio de 1821.

Nuestro compatriota el Dr . Diego Carbonell al publicar en Río de Janeiro, 1922, el Resumen Histórico de la Ultima

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Dictadura del Libertador Simón Bolívar, escrita por Abreu y Lima, a exigencias del Héroe, con el propósito de asesorar al abate de Prad t en la defensa que éste hacía de Colombia y de su gobernante, contra las imputaciones de Benjamín Constant, nos da curiosas noticias sobre el militar y literato pernambucano, cuyo genitor, conocido con el nombre de "Pa ­dre Roma", pues había sido clérigo, fué ejecutado en Bahía el 29 de marzo de 1817. Y agrega Carbonell: "Cuando pisó el cadalso irguió la cabeza, y con una integridad de carácter sólo observada en los grandes apóstoles, dijo a los ejecuto­res :—Cantaradas: os perdono mi muerte; recordad en la puntería que el corazón es la fuente de la vida: disparad.

El Resumen Histórico de Abreu y Lima contiene inte­resantes documentos sobre los acaecimientos comprendidos entre 1826 y 1830, años de triste recordación para estos pue­blos, que si supieron conquistar la independencia a costa de enormes sacrificios no lograron que arraigase en ellos una sana y bien entendida libertad, acaso por las graves razones que adujo el Libertador cuando manifestó sus temores so­bre el porvenir de estos pueblos.

9 de marzo de 1814.

En la historia de nuestra Independencia el mes de mar­zo de 1814 está lleno con los sucesivos combates que se conocen con el nombre de sitio de San Mateo, donde realizó prodigios la intrepidez de Bolívar y de sus heroicos subal­ternos. Las peripecias de aquel resonante hecho de armas están detallados en los Boletines publicados por el Cuartel General del Ejército Libertador. El número 42, que corres­ponde al 9 de marzo, dice:

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"El 6 no hubo novedad alguna: los enemigos temerosos permanecían en sus posiciones.

El día siete, con el objeto de atraer al enemigo a un combate general, dispuso S. E. una escaramuza; más nada pudo conseguirse: en este día tuvimos cinco heridos, entre ellos el Teniente del batallón de La Guaira, José María Chi-rinos.

El 8 al medio día ordenó el Libertador eme las tropas ligeras atacasen las alturas enemigas de derecha a izquierda, y eme ocupadas se retirasen a sus posiciones lentamente, para que el enemigo se empeñase en su persecución y fuese des­truido : en efecto nuestras tropas trepando por los cerros los desalojaron e hicieron huir vergonzosamente; y aunque los nuestros se retiraron, no se atrevieron a perseguirlos. Nues­t ra artillería, eme desde la llanura hacía un fuego acertado, les causó gran pérdida. Por nuestra parte sólo hubo doce heridos, entre ellos el teniente N . Rodríguez, y el subtenien­te Leonardo Chaquea del batallón de Valencia.

Por las noticias de los pasados, y otras positivas, sabe­mos que Boves fué herido gravemente en un muslo el día 28, haciéndose conducir en la misma hora a la Villa de Cura, donde se halla incurable. La deserción del enemigo, es nu­merosísima y su fuerza se ha disminuido considerablemente.

El General en Jefe de los Ejércitos de Oriente se aproxima de día en día, y los bandidos que Boves acaudilla no podrán escaparse.

El sitio de Puerto Cabello sigue estrechándose: una nueva batería se ha establecido en los Cocos, desde donde se daña notablemente a las embarcaciones que están en el Pue r to ; y el estado de la Plaza es miserable, no teniendo carne ni pan desde el día 4, según lo afirman los que últi­mamente han pasado a nuestro campo.

Cuartel General Libertador, de San Mateo, marzo 9 de 1814, 4 y 2. Por el Mayor General, Tomás Montilla, Secretario de Guerra".

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10 de marzo de 1786.

Nace en La Guaira José María Vargas. Generalmente es conocida la vida de este sabio: su labor

como médico, su desvelo por la enseñanza pública, su filan­tropía nunca desmentida, pero se sabe poco de sus primeros años y de sus antecedentes de familia, sobre los cuales ha­remos una breve reseña, valiéndonos de la biografía que de tan eminente ciudadano hizo el doctor Laureano Villanueva.

Fueron los padres de Vargas don José Antonio de Var ­gas Machuca, natural de las Islas Canarias y doña Ana Teresa de Jesús Ponce. de Caracas. Llamáronse sus herma­nos : Joaquín María, Miguel Antonio y Bernardino. A los doce años entró Vargas de colegial porcionista en el Real Seminario Tridentino de Caracas, en donde continuó como seminarista de beca hasta 1806. Unidos por ese tiempo el Seminario y la Universidad, se graduó en ésta de Bachi­ller en Filosofía el 11 de junio de 1803, bajo el rectorado del doctor don Nicolás de Osío. Este curso duraba tres años, y la asignatura se explicaba en una sola clase. Fué su catedrático el doctor Alejandro Echezuría. A los tres años, es decir, en 1806, obtuvo el grado de Maestro en Artes, en cuyo examen discurrió sobre una cuestión de astronomía. Invistióle la borla, previo el examen y demás ceremonias del antiguo ritual, el doctor Juan Vicente de Echeverría, Canóni­go Magistral de la Catedral y uno de los primeros oradores de su época. Ganábase este grado asistiendo por tres años a las conferencias de la clase de Filosofía, y a las lecciones diarias de otras dos, llamadas de artes, en las que fueron sus maestros los religiosos Fray José Fermín Fernández, F ray Ramón Betancourt y Fray Francisco Amaranta, dominicos, que por amor a la enseñanza daban gratis dichas clases desde 1742, con permiso y autorización del Gobierno de Madrid, siendo por extremo honrosa para Vargas las certificaciones de moralidad y aprovechamiento que estos catedráticos le expidieron para que pudiese solicitar examen de Licenciado.

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Apenas graduado Vargas se fué a Cumaná donde vivió hasta principios del año de 1812, en que se trasladó a La Guaira, donde se encontraba el 26 de marzo de aquel año, cuando ocurrió el espantoso terremoto que arruinó las prin­cipales poblaciones de Venezuela. Su activa y filantrópica conducta en aquel aciago día mereció que el Ayuntamiento de dicho puerto le nombrase Médico de Sanidad y lo reco­mendase al Poder Ejecutivo para Médico del Hospital Ge­neral. Aceptó estos destinos sólo interinamente, y con re­nuncia del sueldo que se le asignó. La historia debe con­servar—dice el doctor Villanueva—los preciosos documen­tos que acreditan la índole caritativa de Vargas, desde los tiempos de su juventud, y que, contorneando su persona­lidad pública como filántropo y patriota, contribuyen a es­clarecer aquella unidad de carácter que tan dignamente corresponde al honor y a la gloria de su nombre.

11 de marzo de 1822.

Falleció en Caracas el coronel Miguel Antonio Vásquez. Este ilustre Procer de la Independencia Nacional na­

ció en Guanare en 1786 del legítimo matrimonio de Don José Antonio Vásquez y de Doña Ana Delgado, personas notables de aquella ciudad.

Desde 1810 comenzó Vásquez a prestar sus servicios a la República, encontrándose en las siguientes acciones de gue r ra : el 29 de marzo de 1815 en Arauca, a las órdenes del coronel Miguel Guerrero ; el 30 y 31 de octubre del mis­mo año en Chire, a las del General Páez ; el 13 de enero de 1816, en Arauca, a las de Guerrero ; el 2 y el 16 de febre­ro de 1816 en Palmarito y Mata de la Miel a las de Páez, con quien estuvo también en El Yagual, Los Cocos, sitio y ataque de San Fernando, Palital y Mucuritas.

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E n 1817 fué nombrado Jefe de las tropas de Casanare y a fines del mismo año se incorporó al General Páez cuando éste se unió al Libertador para emprender la campaña hacia el centro de Venezuela. E n 1818 recibió el nombramiento de Gobernador Político de la Provincia de Casanare, donde permaneció hasta 1819, después de Boyacá; luego pasó a la provincia de Apure a organizar el ejército que montaba aquel Jefe, con quien concurrió a la batalla de Carabobo, el 24 de junio de 1821.

Ocupada Caracas, fué nombrado Vásquez Gobernador Militar de dicha ciudad y luego de la provincia de Coro, cargo que no llegó a ejercer por su enfermedad. Su muer­te ocurrió en la fecha ya dicha; y su partida de entierro, publicada por el acucioso historiador Manuel Landaeta R o ­sales, de grata memoria, es como sigue: " E n la parroquia de N. S. San Pablo, de Caracas, a doce de marzo del año mil ochocientos ventidós, yo, el Cura Teniente de la P a r r o ­quia dicha, di sepultura eclesiástica, con entierro cantado por mayor, en el convento de N. P . San Francisco, al cadáver del ciudadano Coronel de los Ejércitos de la República de Colombia, Miguel Vásquez, casado con Rosalía Henríquez, blancos naturales de la ciudad de Guanare. Otorgó su tes­tamento por ante el escribano publico de número, Felipe Hernández Guerra, y recibió todos los sacramentos, de que certifico. P . José Domingo Areste y Reina".

E n carta dirigida desde Caracas, por José Tomás Bor-ges a la viuda de Vásquez, se leen estos conceptos:

"Caracas renueva cada día sus lágrimas y tr ibutará incesantemente toda ella a su memoria los suspiros más tier­nos y lisonjeros: con nada puede compararse el sentimiento que este país ha mostrado; aun los que no lo conocían, aque­llos que nunca le trataron, todos, han gemido con la ines­perada, la dolorosa pérdida de este amigo, de este hermano, de este Padre" .

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El 14 de mayo de 1921 fueron depositados en el Pan ­teón Nacional los restos del coronel Miguel Antonio Vásquez.

12 de marzo de 1884.

Decreto de honores al doctor Juan de Dios Monzón, quien falleció en Caracas hallándose en el desempeño de la Pr imera Magistratura, en su carácter de Presidente del Con­sejo Federal.

Dice así la parte dispositiva del citado Decreto: Artículo l 9 —Trasládese el cadáver del ciudadano doc­

to r Juan de Dios Monzón a la Capilla Ardiente, erigida en el salón principal de la Comandancia de Armas.

Artículo 2 9 —Se procederá inmediatamente al embalsa­mamiento del cadáver, con arreglo a las prescripciones de la ciencia.

Artículo 3 9 —Los restos del ciudadano doctor Juan de Dios Monzón se depositarán en el Panteón Nacional, adonde serán conducidos con funeraria pompa.

Artículo 4°—El Presidente de la República presidirá el duelo en los funerales, para los cuales los Ministros del Des­pacho invitarán a todos los empleados nacionales y del Dis­tr i to, y a la población de Caracas.

Artículo 5 9 —En debido homenaje al elevado carácter y reconocidos méritos del finado, se guardarán diez días de duelo nacional, a contar desde la fecha de este Decreto.

Artículo 6 9 —Por el Ministerio de Guerra y Marina se dictarán las disposiciones convenientes, a fin de que se t r i ­buten al finado los honores militares que le corresponden.

Artículo 7 9 —Todos los gastos que ocasione el cumpli­miento de las disposiciones anteriores, serán por cuenta del Tesoro Nacional.

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E n la documentación oficial no es raro hallar ciudada­nos cjue sólo incidentalmente, y en veces por breves horas, desempeñaron las altas funciones de Magistrados de la na­cionalidad venezolana; y sobre algunos de los cuales corren regocijadas anécdotas. Refiere una de ellas que un día del año de 1882 bajaba el doctor Nicanor Borges, a la sazón encargado del Poder Ejecutivo, por la cuadra comprendida entre las esquinas de Los Traposos y El Chorro, cuando, frente al almacén de los señores Boulton, encontró que in­terceptaban el paso varios jumentos, que cargaban con mer­caderías provenientes de la ya citada casa comercial.

Con su habitual cultura don Nicanor exigió al arriero que trabajaba con la recua que apartara un asno que impedía el paso por la acera; pero éste prosiguió su faena sin aten­der a lo que se le pedía, lo que dio motivo para que aquél le dijera ya con tono severo:

¿ No sabe usted que habla con el Presidente de la Re­pública ?

A lo cual contestó el rúst ico: Con humo no se asa jojoto. ¡ Gua! Miren el viejito;

y que el Presidente de la República; como si yo no conociera al General Guzmán. . . .

13 de marzo.

Algunos de los Boletines del Ejército Libertador de Venezuela correspondientes a marzo del año 14 están fir­mados por Tomás Montilla, en su carácter de Secretario de Guerra ; y hemos querido hacer propicia esa circunstancia para publicar algunos rasgos sobre ese Ilustre Procer de la Independencia, que se hizo notable así por sus servicios a la causa de nuestra Emancipación como por su peregrino in­genio, condensado en originales ocurrencias, alguna de las cuales han llegado hasta nosotros celebradas y aplaudidas.

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Según la tradición el hermano del expugnador de Car­tagena de Indias era aficionado al vino, al amor y al juego, pecados capitales que sin duda lo desviaban del cielo, cuyos beatíficos goces no lo atraían del todo, por la presunción de que allí no encontraría ciertas amigas suyas, que en las pos­trimerías del siglo X V I I I y albores del X I X , llenaron con su fama las crónicas galantes de la ciudad de Losada.

De la inclinación de Montilla al placer de la copa, cuén­tase que en breve reposo que le concedió el diario combatir de aquellos días en que la guerra se enseñoreaba de los cam­pos de la patria, acampó en un poblado que ofrecía ciertos recursos. Apenas instalado, llamó a su asistente y le dio un duro para que comprase comestibles y bebidas. El muchacho invirtió el dinero del modo que le pareció más apropiado; y cuando, ya al regreso de su comisión, le preguntó su J e f e :

— ¿ Q u é trajo?—le contestó satisfecho:

—Medio y cuartillo de pan y el resto de aguardiente; a lo cual replicó Montilla con acento contrariado:

— ¿ P a r a qué compró tanto pan?

Refiérese también que un día, por dar que hacer a la baraja, convidó a un oficial de la Legión Británica a jugar golfo.

—Mi no saber ese juego, respondió el hijo de Albión.

—Yo se lo enseñaré, dijo Montilla; y en un momento lo puso al corriente de los pases, valor de las figuras, etc.

Enterado el inglés se sentó a la mesa, sacó dinero, tomó cartas y jugó, con tan buena suerte que no perdió una mano.

Tibio Montilla, levantóse con el propósito de i rse; pero sentándose de nuevo, di jo:

—Si quiere, jugaremos rebtí. —Mi no conocer un poquito.

Montilla le hizo nueva explicación del extraño juego que se le había ocurrido en el momento para ver si conseguía desquitarse.

E L D Í A H I S T Ó R I C O 2 7 7

Enterado el flemático inglés empezó a jugar. A poco tendió las cartas y di jo: rebú.

—Montilla descubrió también las suyas y cantó: reque-terrebú.

—Mi no continuar ese juego, exclamó el jurungo. —-Ni yo tampoco, dijo el contrincante; y se guardó el

d i n e r o . . . .

14 de marzo de 1885.

Celébrase en el Teatro Caracas una Velada Literaria en honor del Excelentísimo Señor don Francisco Antonio Delpino y Lamas, apellidado El Chirulí del Guaire.

Este acto, organizado por la mayor parte de la juventud caraqueña, ocultó, bajo el aparente propósito de celebrar las estrafalarias producciones de un sujeto honrado y trabaja­dor, pero a quien la literatura había sorbido el seso, como los libros de caballería al bueno de Alonso Quijano, más altos fines, pues se propuso satirizar ciertos procedimien­tos político-literarios entonces en boga. E n el folleto que en aquella época se publicó con el nombre de "La Del-piniada" están expuestos los móviles y tendencias de aquel acto, del cual aún se guarda placentera memoria. "La ova­ción hecha al poeta del porvenir don Francisco Delpino y Lamas—dice el epiloguista—tiene una trascendencia moral y patriótica que las circunstancias van señalando día por día, si bien algunos no han querido comprenderla. E r a ya tiem­po de poner coto, con un correctivo eficaz, a las quijotescas hipérboles que continuamente nos cubren de ridículo, no ya en nuestra propia casa—lo que es mucho—sino fuera de ella, lo que es demasiado para el patriotismo. Nos sugieren estas reflexiones ciertos ecos dolientes que han resonado en las columnas de "La Revista", con motivo de insertar la produc­ción de un ingenio precoz. Allí se habla de decepciones tr is-

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tísimas por una parte, y por la otra se clama en pro de la dignidad humana, que no ha de ser instrumento para repre­sentaciones aviesas. Pero señor, si somos reos de delito contra la dignidad de un hombre ¿en qué banco situaremos a los que son reos de delito contra la dignidad nacional, puesta en berlina a cada paso por los que se han propuesto escalar de un salto todas las cumbres, ciñiéndose ellos mis­mos, o dejándose ceñir por círculos menguados laureles de gloria, vistiendo arreos de triunfo y blasonando de títulos al­tisonantes y pomposos? ¿ E n qué banco de justicia situare­mos a esos personajes altkumbrantes, según la felicísima ex­presión del laureado Delpino? ¿Qué haremos con tanto in­genio precoz o maduro como produce esta tierra, donde el genio se nace y se medra como la yerba en el prado, a la primera caricia de las lluvias primaverales? Hemos de de­jar impune a tanto galán espectaculoso, a tanto coplero ruin, a tanto escritor indigesto, a tantos Bayardos, Rafaeles, Mo-ratines y Mozarts?

Muchos creen aquí de buena fe que es pan cuanto se toca con las manos, y que los montes están

. . . . sentados sobre bases de oro la tierra con su peso equilibrado,

porque no hay ficción poética ni exageración patriotera que nos engañe si halaga nuestro desmedido amor propio. Y no valen a r g u m e n t o s . . . . Dígale usted a alguno: pues si todo es pan, extienda usted su mano y tome uno ; o bien: vayase al pie del Avila y procúrese una piedrecita de oro, aunque sea de veinte libras".

15 de marzo de 1810.

Aparece en Londres el número primero de El Colom­biano, redactado por el General Francisco de Miranda.

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Ent re los papeles que constituyen los 63 tomos del Ar ­chivo de Miranda, y en el volumen X I X , que corresponde a la sección: Colombia: Negotiations. April 1810 to august 1810, se encuentran cinco números de aquel órgano de pu­blicidad creado por el Precursor como auxiliar poderoso para la propaganda que venía realizando en favor de la indepen­dencia de la América del Sur.

Del todo desconocido era dicho impreso, pues aun cuan­do muchos escritores lo citan, pocos habían logrado verlo, co­mo se desprende del siguiente párrafo de la obra : Francisco de Miranda y la Revolución de la América Española, por William Spence Robertson, traducción del Dr. Diego Men­doza: . . . . " E n la primavera de 1810 se fundó en Londres, bajo los auspicios de Miranda, un diario español con el nom­bre de El Colombiano. El segundo número de este perió­dico (del que se ha encontrado un solo ejemplar y eso in­completo) trata de la extensión de la dominación francesa en el Continente europeo, y comienza con una breve discu­sión de las recientes victorias francesas en Andalucía". Y de lo dicho por el historiador Becerra, quien, al insertar carta de Miranda del 2 de agosto de 1810, en que habla a un su corresponsal argentino, residente en Buenos Aires, del Córrelo Brazilience y de El Colombiano, pone esta nota: "Cabe lamentar que ninguna de las publicaciones a que Mi­randa hace referencia en esta carta haya llegado hasta no­sotros. En el mismo Museo Británico, archivo y biblioteca a la vez de los más ricos entre los que se conocen en Europa no existe un solo ejemplar de estas publicaciones".

E n nuestro carácter de Director de la Biblioteca Na­cional, y del Boletín eme le sirve de órgano, tuvimos la sa­tisfacción de dar al público el facsímile del número l 9 de El Colombiano; y una referencia de los cinco números que se hallan en el archivo ya citado. El I es del 15 de marzo de 1810; el I I , del 1 ' de abri l ; el I I I , del 15 de abri l ; el I V , del l 9 de mayo; y, el V, del 15 de mayo de aquel año.

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Todos del mismo formato: 4 hojas en 8 ' a 2 columnas, cada una de ellas numeradas. Por epígrafe: Nec magis vitupe-randus est proditor patriae, quam comunis utilitatis aut sa-lutis desertor, propter suam utilitatem aut salutem. (Cicer. L . 3. De Finibus 19) .

Se editaba El Colombiano en la Imprenta de R. Juigné, 17 Margaret .—Street , Cavendish Square.

16 de marzo de 1846.

Muere en Caracas el presbítero doctor José Alberto E s ­pinosa, célebre orador sagrado a quien tocó pronunciar la Oración Fúnebre en la Santa Iglesia Catedral de Caracas, el 17 de diciembre de 1842, en las exequias consagradas a los restos del Libertador.

L a prensa de aquella época lamentó la desaparición de aquel virtuoso, inteligente y sabio levita; y El Republicano, en su número 102, dijo lo que sigue:

"Gran pérdida. ¡Fatal golpe para Venezuela! A las ocho de la mañana del día de ayer exhaló su importante existencia el Canónigo doctor José Alberto Espinosa; y en tan desgraciado acontecimiento ha perdido la patria uno de sus mejores hijos, la virtud y la moral uno de sus más per­fectos cuadros, las ciencias una brillante antorcha, la Iglesia venezolana uno de sus más respetables sacerdotes, la Cá­mara de Representantes su primer orador, la Universidad uno de sus más distinguidos miembros, el Colegio Seminario su principal apoyo, la amistad uno de sus mejores cultiva­dores, los principios democráticos uno de sus más fieles y desinteresados defensores, la caridad cristiana uno de sus báculos y la ciudad de Caracas uno de sus más idolatrados hijos.

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" E n medio del dolor que tal pérdida nos causa, no po­demos sino sentir, y participar a nuestros compatriotas, el golpe fatal que sobre nosotros ha descargado la Providen­cia".

Nosotros no tuvimos ocasión de oir a nuestros grandes oradores sagrados; porque cuando vinimos a la vida ya ha­bían salido de ella los Avilas y Alegrías, los Talaveras y Fortiques, los Escalonas y Riera Aguinagaldes, crisóstomos del santuario que llenaron la cátedra sagrada con la harmonía de su elocuencia. Apenas si nos fué dado escuchar los pos­treros acentos del doctor Nicanor Rivero, quien, en unas pláticas predicadas en la Catedral, nos dio idea de lo que es y debe ser un orador.

Aunque parezca raro, nosotros incluimos entre los ora­dores sagrados de Venezuela al doctor Juan Bautista Castro, quien, sin tener las condiciones requeridas por Cicerón para el ejercicio de tan alto ministerio, conseguía fijar la atención del oyente instruido, y mantener pendiente de sus labios la atención del auditorio. Tal fenómeno, de orden psicológico, consistía, a nuestro entender, en que, como dijo Monseñor Nicolás E . Navarro, el Padre Castro influía en la conciencia de los venezolanos porque a más de ser ilustrado e inteli­gente daba a su palabra y a su pluma la autoridad de sus virtudes.

Aún resuenan bajo las bóvedas del templo de San F r a n ­cisco las conferencias dadas por el Padre Castro en las M i ­siones para hombres, que por tantos años dirigió; y todavía guardan nuestros oídos el profundo comentario que en una de aquellas noches hizo a las palabras del texto sagrado: Buscad primero el reino de Dios y su'justicia, y lo demás se os dará de añadidura.

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17 de marzo.

Plácenos contar hoy un episodio que seguramente tiene más de leyenda que de historia, circunstancia que le hará perdurar, porque aquélla tiene sobre ésta la doble ventaja de que es más amena y de que no varía nunca.

El tema que ahora mueve nuestra pluma sirvió de asun­to a Antonio Leocadio Guzmán para un discurso que pro­nunció el 28 de octubre de 1872, y que es, junto con su pa­tético cuadro: El 17 de Diciembre, uno de sus mejores tra­bajos literarios, no muy abundantes, pues su estilo es en lo general desmañado y sin brillo.

Todavía flotaba la bandera de Castilla sobre las almenas del Callao, donde Rodil se defendía con denuedo de los cons­tantes ataques de las fuerzas patriotas que lo sitiaban.

En t re los oficiales de la fortaleza distinguíase el zambo Atanasio, generalmente conocido con el sobrenombre de El Brujo, porque para él habían resultado inofensivos el filo de las armas blancas y el proyectil de los fusiles, de los cuales le salvaba el abultado talismán compuesto de piedra de ara, de colmillo de caimán y de la oración del Justo Juez, que pendíale del pecho.

Por fortuna, según el público rumor, Atanasio había muerto de peste, lo que parecía cierto, pues hacía más de un mes que no se le veía, ni se tenía noticia de sus frecuentes escaramuzas por las cercanías del Castillo.

Una tarde, en el momento en que el Libertador, su Se­cretario y algunos de sus Edecanes iban a sentarse a la mesa, entra repentinamente en el comedor José Bolívar, espaldero del Jefe Supremo, a quien dice con alterado acento:

—Señor ; los lanceros de Venezuela han huido. Sin oír más, el Libertador sale apresuradamente, echa

la pierna a su caballo y se dirige al campamento de Buena Vista, donde, al llegar, encuentra formados los cuerpos de infantería y de caballería. Al verlo venir, Salom se adelan­ta y le dice:

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—Excelentísimo señor; un piquete de los Lanceros de Venezuela acaba de cubrir de ignominia al Ejército.

—¿ De quién han huido esos miserables ? —De un escuadrón enemigo comandado por Atanasio. Bolívar avanza al golpe hacia el lugar donde están for­

mados los Lanceros de Venezuela; ordena a un oficial que se apodere de la bandera de aquel Cuerpo y les gr i ta : Co­bardes : acabáis de humillar el noble orgullo del Ejército. Sois indignos de llevar esa insignia que desde el Orinoco ondea a los vientos de la victoria.

El momento fué de honda emoción, que se hizo más intensa cuando el Capitán de la primera Compañía de dicho escuadrón sale de las filas, avanza hacia el Libertador, y, a corta distancia de éste, se desciñe el sable, lo arroja lejos de sí, rompe con ambas manos la botonadura de su dormán y con voz clamorosa dice:

—¡ La muerte, señor! Mándeme V. E. a fusilar para evitarme la vergüenza de matarme.

Era el valiente José María Camacaro, que pedía la muerte antes que ver despojado su Escuadrón del Estandarte con que había triunfado en Carabobo; y con el cual había marchado por sendas de gloria hasta Junín y Ayacucho.

—Capitán Camacaro, ese valor ha debido probarse de­rrotando a ese puñado de enemigos.

—Señor : veinte de mis lanceros y V. E. los verá arro­llados y destruidos.

—Marche usted y tráigame la cabeza de Atanasio. Y cuenta la tradicción que después de singular com­

bate homérico, Camacaro depositó a los pies de Bolívar, co­mo sangriento trofeo, la cabeza de El Brujo, hasta entonces invulnerable al proyectil de los fusiles y al filo de las es­padas.

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18 de marzo de 1770.

Se despacha la Real Cédula sobre promoción del Illmo. señor doctor Mariano Martí , Obispo de Puerto Rico, a la Diócesis de Caracas.

E r a el señor Martí oriundo del Principado de Catalu­ña, donde hizo sus estudios y ejerció importantes empleos eclesiásticos, entre ellos el de Provisor y Vicario General del Arzobispado de Tarragona. Desempeñaba el Obispado de Puerto Rico cuando fué promovido al de Caracas, en 1769; aunque no se le despachó la Real Cédula sino en la fecha arriba anotada. Recibida ésta, salió a ocupar su puesto. E l 4 de junio de 1770 llegó a L a Guaira, y a Caracas el 11 del propio mes y año ; pero no tomó posesión de su Obispado sino el 15 de agosto, en eme recibió las bulas. El 8 de diciembre de 1771 comenzó el nuevo Prelado su Visita Pastoral, de la cual da testimonio un im­portante libro que manuscrito se encuentra en la Biblioteca Nacional, bajo el título siguiente: "Relación y testimonio íntegro de la visita general de este Obispado de Caracas y Venezuela, hecha por el Illmo. Sr. Dn. Mariano Martí, en el espacio de doce años, tres meses y veinte y dos días, transcurridos desde el ocho de diciembre de mil setecientos setenta y uno, que la comenzó en esta Santa Iglesia Cate­dral, hasta treinta de marzo de mil setecientos ochenta y cuatro, que la concluyó en el pueblo de Guarenas; se ha formado dicha relación de orden de Su Señoría Illma. por su Secretario de Cámara Dn. Joseph Joachin de Soto, que autorizó las actas y le acompañó en la visita como Notario de ella". ( * ) .

El asunto a que se contraen las anteriores líneas nos da margen para intercalar la siguiente jocosa anécdota:

(* ) Y a ha sido impreso tan importante manuscrito por la ''Edi­torial Sur-América", bajo la competente dirección del D r . Caracciolo Parra L e ó n .

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Después del extrañamiento de Monseñor Guevara y Lira, el Presidente Guzmán se encontraba en situación vio­lenta, de la cual hacía esfuerzos por salir. E n efecto, al fin obtuvo, por medio del Delegado Apostólico, Monseñor Roque Cocchia la renuncia del Óptimo Prelado, que se apre­suró a notificar al Congreso, en Mensaje de 1876, en el cual recomendaba un candidato, que era el Pbro. doctor José An­tonio Ponte, para la provisión del Arzobispado. Corregía­se este Mensaje con mucho sigilo en una sala reservada de " L a Opinión Nacional", cuando Bolet Peraza, eme era quien leía los originales, observó que un sujeto muy dado a echarla de iniciado en los secretos gubernativos, para lo cual andaba siempre husmeando lo que se hacía y decía en las casas de los Ministros, en las oficinas públicas y en las redacciones de periódicos, a los cuales le daba acceso su posición social, escuchaba tras una cortina lo que en el citado documento iba a decirse. En el acto se le ocurrió a Bolet una de sus más ingeniosas travesuras, cual fué la de cambiar el nombre del candidato, y leer así el párrafo a dicha materia consa­grado : "Y, usando de la facultad que me concede el artículo 13 de la misma Ley de Patronato, os recomiendo para la dignidad vacante al señor doctor Ezequiel María González".

El que oía tras la cortina, que era amigo del supuesto candidato, voló a la casa de éste, y demudado, trémulo, casi sin poder hablar, le d i jo:

—Vengo a darte una noticia asombrosa, fenomenal.

—¿ Cuál ? — Q u e el general Guzmán Blanco en su próximo Men­

saje te recomienda al Congreso para el Arzobispado de Ve ­nezuela !!

— N o es posible. — L o he oído en "La Opinión", donde en secreto co­

rrigen el Mensaje. —Pero si soy seglar. — N o importa: ya te veo mitrado !

286 J O S É E . M A C H A D O

19 de marzo de 1818.

Rememórase en este día el sacrificio del valeroso pa­triota barquisimetano José María Blanco, quien, joven es­tudiante en la ciudad de Mérida. se incorporó al Ejército Li­bertador cuando, en 1813, vino trinfador desde Cúcuta hasta Caracas.

Durante los años de 14 al 17, Blanco, postrado por las fiebres contraídas en Barinas, permaneció en Villa de Cura, lugar de su residencia, donde había contraído matrimonio con doña Francisca Montesinos. En 1818 incorporóse de nuevo en La Victoria, donde Bolívar había situado su Cuar­tel General, a las fuerzas patriotas.

Colocado Bolívar entre Morillo que ocupaba a Valencia y La Torre , que se encontraba en Caracas, emprendió su retirada por la Cuesta de las Muías en dirección a los llanos; y comisionó a Justo Briceño, a Blanco y a otros oficiales, para reunir los dispersos retrasados del Ejército, y enviarlos al Cuartel General. Hacia éste se retiraba Blanco, ya cum­plida su consigna, cuando tuvo noticias de que habían lle­gado a La Villa algunas partidas extraviadas. Revolvióse con el objeto de incorporarlas, como lo efectuó; pero, cuan­do pretendió salir de la población, fué preso por retenes españoles que guardaban las alcabalas. Puesto en capilla, la escolta que debía fusilarlo se formó a seis pasos de él, y llegado el instante en eme el oficial d i o la voz de fuego se oyó un sólo golpe del martillo sobre la cazoleta, pero no salió ningún tiro. Los soldados habían botado las cebas, creyendo de este modo alcanzar el perdón del reo, eme pidieron a una voz las tropas y el pueblo. Morales, fingiéndose conmovido, ordenó a uno de sus edecanes ofreciera a acjuél la vida, si renunciaba a servir la causa americana y juraba fidelidad al Rey. Todos esperaban eme Blanco, eme acababa de pa­sar por las agonías de la muerte, accedería a dicha propo­sición; todos le piden eme transi ja; pero el valeroso patriota responde al oficial:

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—Cien veces la muerte antes que renunciar a mi puesto entre los defensores de la patria y traicionar la confianza del Libertador. Si los fusiles no dan fuego queda el filo de las espadas.

Morales, encolerizado con esta respuesta manda arres­tar al oficial y soldados de la escolta, que resultan ser americanos. Ocho balas destrozan el pecho de aquel valien­te, que a haber vivido más de seguro habría conquistado justo renombre en la historia nacional.

20 de marzo de 1826.

Informado el Libertador de que la familia de W a s ­hington le había enviado por medio de Lafayette un valioso presente, escribió a éste la siguiente carta, digna del Grande hombre y del objeto a que estaba consagrada:

"Señor General: he tenido la honra de ver por la pr i­mera vez los nobles caracteres de esa mano bienhechora del Nuevo Mundo.

Este honor lo debo al señor coronel Mercier, que me ha entregado vuestra estimable carta del 15 de octubre del año pasado. Por los papeles públicos he sabido con un gozo inexplicable eme habéis tenido la bondad de honrarme con un tesoro procedente de Mount Vernon. El retrato de Washington, algunas de sus reliquias venerables y uno de los monumentos de su gloria deben presentárseme por vues­tras manos en nombre de los hermanos del gran ciudadano, del hijo primogénito del Nuevo Mundo. No hay palabras con que explicar todo el valor que tiene en mi corazón este presente, y sus consideraciones tan gloriosas para mí. L a familia de Washington me honra más allá de mis esperanzas, aun las más imaginarias, porque Washington, presentado por Lafayette, es la corona de todas las recompensas humanas.

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El fué el noble protector de las reformas sociales y vos el héroe ciudadano, el atleta de la libertad, que con una mano sirvió a la América y con la otra al antiguo continente. A h ! ¿qué mortal sería digno de los honores de eme se sirven col­marme vos y Mount Vernon? Mi confusión es igual a la inmensidad del reconocimiento que os ofrezco, junto con el respeto y la veneración que todo hombre debe al Néstor de la Libertad.

Con la más grande consideración soy vuestro respetuoso admirador, B O L Í V A R " .

El Medallón de Washington, a que se contrae la carta anterior, se encuentra en el Museo Boliviano, donde puede admirarse con otras varias joyas que pertenecieron al Li ­bertador. Es de forma elíptica y mide 80 milímetros en su eje mayor, por 68 el menor. E n el anverso tiene el retrato de Washington, ejecutado en miniatura por Steward, según el célebre cuadro de Field. El reverso es de esmalte azul muy oscuro, en cuyo centro aparece, cubierto por un óvalo peemeño de cristal, el cabello del moderno Cincinato. E n rededor del esmalte, y sobre una lámina de oro, está grabada la siguiente inscripción: "Auctoris Libertatis Ame­ricana in Septentrione hanc inmaginem dat filius ejus ( P a ­trie Patria;) adoptatus illi qui gloriam similen in austro adeptus est".

Este Medallón, con la espada y el Sol del Perú, es de los de mayor valor intrínseco e histórico, entre los muchos que guarda aquel Museo, donde la gratitud nacional ha reu­nido recuerdos valiosos de los Proceres de la Independencia.

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21 de marzo de 1806.

Nace en San Pablo de Guelatao, Estado de Oaxaca, en México, Benito Juárez, hijo legítimo de Marcelino Juárez y de Brígida García, indios de aquel pueblo, según reza la partida de bautismo del que fué luego gran patriota mexica­no y Presidente de aquella República.

Juárez, dice uno de sus biógrafos, es de estatura menos que mediana, de facciones fuertemente pronunciadas, manos y pies pequeños, color cobrizo, ojos negros, mirada franca, carácter abierto y comunicativo en los negocios que no piden reserva; y eminentemente discreto en los asuntos de Estado. Linfático-nervioso, por temperamento, tiene toda la energía y fuerza de los biliosos, y toda la calma y frialdad en me­dio de los peligros que distinguen a los de su raza.

En Venezuela, como en la América y en el mundo, la muerte de Maximiliano de Austria, Emperador de México, provocó vivas controversias, que se hicieron más violentas en los periódicos "El Porvenir" y "E l Federalista", redac­tados respectivamente, por Fausto Teodoro de Aldrey y el doctor Ricardo Becerra, los cuales hicieron de este trágico suceso motivo para mutuas reconvenciones. "El Federalista" esperaba que ¡a revolución triunfante señalaríase por un acto de clemencia, digno corolario del heroísmo desplegado por los patriotas mexicanos en los cinco años de continuada lucha. "El Porvenir", al contrario, juzgaba que el fusila­miento de Maximiliano era una oblación en aras de la li­bertad, y en este concepto decía lo que sigue: "Ent re tanto séanos lícito manifestar que la gran justicia suramericana, ejecutada en un desgraciado príncipe austríaco en la plaza de Ouerétaro, puede sublevar las iras de los corazones sen­sibles; exaltar los sentimientos generosos y magnánimos de los que están lejos del pavoroso teatro de la sangrienta lu­cha ; pero nadie, estamos seguros de ello, hallará en el fondo de su conciencia, si reflexiona con la calma y la frialdad del filósofo, y la mesura y serenidad del estadista, una sola ra-

19

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zón, un solo cargo justificado para condenar y execrar a la República mexicana por haber hecho sufrir al imperio de la traición las consecuencias que una justicia inexorable ha acarreado a sus propios crímenes".

Con motivo de la muerte de Maximiliano, el poeta Juan de Dios Peza escribió una bella página intitulada: Los va­lientes mueren en su puesto, de la cual copiamos los si­guientes pá r ra fos :

. . . ."Maximiliano cerró su carta postrera, se compuso la barba, se levantó de la tosca silla en que estaba sentado y llamó a Miramón y a Mejías, sus dos compañeros de in­fortunio.

Pronto aparecieron los leales entre los leales; y Maxi ­miliano dijo a Miramón, a aquel Miramón que a los veinte y ocho años había sido Presidente de la República, y a quie­nes sus soldados amaban, por valiente, con ciego fanatismo:

—Miguel, nuestra muerte va a ser un trasunto del cal­vario.

—¿ Por qué, señor ? —Porque seremos tres justiciados sobre un cerro. — E s cierto; pero S. M. ocupará el lugar de Cristo.

Infeliz del que vaya a vuestra izquierda: el sitio del mal ladrón no es apetecible.

— N o lo ocuparéis vos. —¿ Seré yo ? preguntó humildemente Mejías. Los valientes mueren en su puesto, dijo sentenciosa­

mente el Archiduque.

A la siguiente mañana todo el ejército republicano, y todo el pueblo de Querétaro, presenciaron la ejecución de los reos. Al subir al lugar destinado, Maximiliano habló algo con sus compañeros, y al formarse en fila, Miramón ocupó el centro, Mejías la derecha y Maximiliano la iz­quierda.

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Y hay quien diga que en la mirada de los generales mexicanos, dirigida como último adiós a Maximiliano, irra­dió una profunda expresión de ternura, dulce, sincera, in­mensa, como la gratitud de los que se sienten estimados y comprendidos.

Y las palabras del Príncipe de Haspburgo las repite aún todo el que estudia los detalles de aquel cadalso".

Los valientes mueren en su puesto.

22 de marzo de 1814.

Acción de Los Pilones entre el General patriota José Félix Ribas y el Coronel realista Francisco Rósete, quien es derrotado.

Por asociación de ideas el combate de Los Pilones evoca en nosotros el recuerdo de un indio rechoncho, de rostro plácido, hablar gangoso, vestido de calzón y cotona de lienzo, que ambulaba por nuestras calles con una cesta al brazo, llena de turrones, que se vaciaba rápidamente gracias al pres­tigio que mercader y mercancía alcanzaba entre la gente me­nuda de la capital, marchante segura de la sabrosa golosina.

El citado indio, cuyo nombre escapa a nuestra memoria, no había sido siempre complaciente y humilde vendedor de grangerías. E n sus mocedades, y en nuestras luchas civiles, alcanzó fama de valiente, como soldado de caballería en las huestes del General Juan Antonio Sotillo, Procer de nuestra Independencia y caudillo renombrado de la revolución fede­ral. Por no sabemos cual temeraria hazaña ganó el cogno­mento de "El Tigre de Los Pilones", con que en la Guerra Larga se le conocía.

Con el cambio de los tiempos el viejo león se convirtió en manso cordero, bajo el cayado de Manuel Felipe Rodr í -

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guez, el inteligente y amado Obispo de Guayana que lo mismo en la parroquia de Cedros, en la isla de Trinidad, que en San Casimiro y en la Candelaria, y en la Canongía Magistral de la Metropolitana, que en la Sede guayanesa, fué querido por cuantos le conocieron, y admirado por cuantos tuvieron el placer de oírle cuando, como dijo don Eduardo Calcaño, llenaba la bóveda de nuestros templos con la música de su palabra.

La muerte, siempre avara de vidas excelsas, arrebató la del joven Obispo cuando, en 1887, se dirigía a la Ciudad Eterna. Muerto Su Señoría, el viejo guerrero tuvo que acu­dir, para ganarse la subsistencia, al infantil oficio de vender turrones. La ironía popular le cambió el sobrenombre épico por otro un tanto burlesco. "El Tigre de Los Pilones" se convirtió e n . . . . "El Tigre de Los Turrones" .

Entonces fué cuando lo conocimos. Nos complacíamos en oírle contar su vida accidentada y pintoresca.

U n domingo por la mañana, allá por los años de 1888, lo encontramos por la esquina de Ñaraulí, camino al norte, hacia el cual también íbamos, en pos de la entonces clara linfa del Anauco, donde acostumbrábamos bañarnos. Algu­nos muchachos lo seguían, burlándose de él. Su cólera ape­nas se manifestaba en el rápido fulgurar de sus cansados ojos. Nuestra palabra fué un sedante. Le hablamos de sus cam­pañas, de sus compañeros, de su Jefe, el viejo Sotillo, de quien se decía hijo. Eso era cuando yo pcliaba. nos dijo. Ahora no soy sino un viejo pobre y enfermo que va camino al hospital. Ya no soy sino, como me gritan los muchachos, "El Tigre de Los T u r r o n e s . . . . "

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23 de marzo de 1619.

Autoriza el Rey de España lá fundación del Convento de las Concepciones, de Caracas.

El cronista don José de Oviedo y Baños al hablar de Caracas y de los lugares y edificios que la hermosean, dice en su estilo conceptuoso, que recuerda el de Solís:

"Pero la joya más preciosa que adorna esta ciudad y de que puede vanagloriarse con razón, teniéndola por prenda de su mayor felicidad, es el convento de monjas de la Concep­ción, verjel de perfecciones, y cigarral de vir tudes: no hay cosa en él que no sea santidad, y todo exhala fragancia de cielo: dotáronlo, aplicando toda su hacienda para su fábrica y congrua, doña Juana de Villela, natural de Palos en el condado de Niebla, viuda del capitán Loixnzo Martínez, na­tural de Villacastin, vecino encomendero que fué de esta ciudad, y doña Mariana de Villela, su hija, viuda del Re­gidor Bartolomé Masabel, el año de seiscientos diez y siete, aunque, por los accidentes que referiremos en llegando el año de su fundación, se dilató ésta hasta el de seiscientos y trein­ta y siete, en que siendo su primera abadesa doña Isabel de Tiedra, (que de religiosa del convento de Sta. Clara de la ciudad de Sto. Domingo vino por maestra y hor­telana de este nuevo plantel) víspera de la Concepción les puso la clausura el Sr. Obispo don Juan López Aburto de la Mata, dando el hábito a las primeras azucenas que se consagraron a Dios en su recogimiento: éstas fueron, doña Mariana de Villela, su fundadora, y como tal, por nombramiento suyo doña Francisca Villela, doña Ana Vi­llela, doña María Villela, doña María de Ponte, sobri­nas suyas, María de Urquijo, doña Inés de Villavicencio y doña Elvira de Villavicencio: mantienen al presente se­senta y dos ángeles en otras tantas religiosas de velo negro, que en continuas vigilias y mortificaciones viven tan en Dios, y agenas de lo que es mundo, que a cualquiera hora de la

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noche que se pase por las puertas de su iglesia se oyen los ecos de sus ásperas penitencias y los tiernos suspiros con que claman a los cielos desde el coro".

Cuando en virtud de la ley del 5 de mayo de 1874 que declaró extinguidos los conventos, se demolió el de las Con­cepciones para levantar en su área el Palacio Federal y el Capitolio, se habló de tesoros encontrados en el emplazamien­to del viejo edificio. Seguramente la fantasía popular for­jó estos relatos; que por otra parte podían ser reales, porque en el Convento de las Reverendas Madres Concepciones guardaron joyas y dinero muchas de las nobles familias que en 1814 tuvieron que abandonar la ciudad a la aproxima­ción de aquel nuevo Atila a quien llamó Bolívar el Azote del Cielo.

24 de marzo de 1854.

Decreto Legislativo por el cual queda abolida para siempre la esclavitud en Venezuela.

Desde los días iniciales de nuestra Emancipación fué constante el propósito de extinguir entre nosotros aquella mancha de la civilización: ya el Libertador, en su Mensaje ante el Congreso de Angostura, había dicho: "Yo abandono a vuestra soberana decisión la reforma o revocación de todos mis estatutos o decretos; pero imploro la confirmación de la libertad absoluta de los esclavos, como imploraría mi vida y la vida de la República"; ya la Constituyente de Valencia había dictado su ley de manumisión; pero debía corresponder a José Gregorio Monagas la satisfacción y la gloria de que durante su Gobierno se llevase a cabo aquel filantrópico pro­yecto.

H é aquí los términos en que el Jefe del Ejecutivo pide a la Representación Nacional la libertad de los esclavos:

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"Señores de la Honorable Cámara de Representantes.— No creería el Poder Ejecutivo cumplir bien con los altos deberes de su delicado encargo si en las circunstancias ac­tuales no dejase oír su voz en el recinto sagrado de los Le­gisladores de la patria.

Discutís, señores, una cuestión vital; digo mal, no debe calificarse de cuestión, pues la libertad del hombre no pue­de ponerse en duda ni en contradicción, mucho menos en Venezuela, donde tantos años se ha dado el grito de libertad, y donde tanta sangre se ha derramado por alcanzar para todos ese bien inestimable. Os ocupáis de abolir la esclavitud, y estáis llenando vuestros deberes en la más alta acepción de esta palabra. La esclavitud es, señores, como dijo el gran Bolívar, la infracción de todas las leyes, la vio­lación de todos los derechos: Venezuela, pues, que se gloría de haber sido la primera en Sur-América que reconociese el gran principio de la soberanía popular, origen y fuente de toda autoridad; Venezuela no debe aparecer más a los ojos del mundo entero con la horrible mancha de la esclavitud. ¿ Q u é derecho justo se alegará, señores, para conservar por más tiempo ese título de ignominia, que nos legaron las ge­neraciones pasadas? Ninguno. Acordaos, Honorables Re­presentantes, de que sin la igualdad perecen todas las liber­tades, todos los derechos, y que con la esclavitud no hay igualdad.

Yo os esfuerzo, pues, a que no abandonéis el tratamien­to de esta importante materia. Buscad el modo de abolir la esclavitud sin vulnerar los derechos de los poseedores de esclavos; y acabad de sancionar una ley justa, santa, digna de una política ilustrada, y consiguiente con los principios li­berales que nos han guiado hasta aquí.

Yo os lo pido, señores, con todo el entusiasmo de mi corazón republicano; yo os lo demando en nombre de la pa­tria, en nombre de la Constitución que hemos jurado defen­der, y que ha sancionado la libertad y la igualdad de todos los venezolanos. Caracas, marzo 10 de 1854.—25" de la

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Ley y 44 9 de la Independencia. JOSÉ GREGORIO M O N A G A S . —

El Secretario de Estado de los Despachos del Interior, Jus ­ticia y Relaciones Exteriores, Simón Planas".

25 de marzo de 1814.

Rememórase en este día el sacrificio de Ricaurte.

Supone cierto género de crítica que la explosión de la casa del Ingenio de San Mateo, donde estaba el parque de los republicanos, bajo la inmediata guarda del Capitán gra­nadino Antonio Ricaurte, no fué una acción deliberadamente heroica, realizada por éste para impedir eme el enemigo se apoderara de los valiosos elementos de guerra allí reunidos, sino accidente producido por un taco ardiendo que penetró por una de las ventanas del edificio y fué a caer en una sala donde se elaboraba pertrecho. Otra versión, que trae por boca del Libertador, Perú de La Croix, en el Diario de Bu-caramanga, asegura, que la inmolación de Ricaurte fué fá­bula inventada por aquel para entusiasmar a sus soldados, atemorizar a los enemigos y dar la más alta idea de los mi­litares granadinos.

Cornelio Hispano piensa que el relato que Perú de La Croix pone en boca de Bolívar es sólo una venganza de di­cho General francés contra los granadinos, de quienes tenia hondos resentimientos, que vengar. Por nuestra parte ha­cemos nuestra en este punto la opinión del escritor colom­biano, pues, si como en el Diario aludido se dice, Ricaurte, muerto por heridas de bala y de lanza cuando se retiraba con los suyos, fué encontrado por el Libertador en la ba­jada de la casa, del Ingenio, boca abajo y con las espaldas quemadas por el sol, allí han debido verlo otros muchos militares de los que pelearon en aquel largo sitio; y sin em-

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bargo, ninguno de ellos, ni antes ni después hizo alusión a esta circunstancia, que habría producido grande efecto en la época en que por asuntos políticos andaban desacordados venezolanos y granadinos.

La acción de Ricaurte ni sobrepasa el límite de los sa­crificios consumados por el hombre en holocausto de una idea, ni siquiera es único en los anales de nuestra Indepen­dencia. Negarlo sin fundamento, es simplemente declarar que las generaciones posteriores a la que realizó la emanci­pación de la América hispana no sólo son incapaces de cum­plir tan altos prodigios sino impropias para comprender que haya quien ofrende por la libertad la vida, sin duda el más alto de todos los bienes, pero siempre inferior a la honra y al deber.

26 de marzo de 1812.

Espantoso terremoto que arruinó a Caracas y a otras muchas ciudades de Venezuela.

Sobre este movimiento sísmico existen varias e intere­santes relaciones, pero, al rememorarlo hoy, escogemos la que para Don Arístides Rojas escribió en 1870 el señor L. M. Buroz, testigo presencial del suceso. Como dicha rela­ción, que corre inserta en el número 15 del Boletín de la Academia Nacional de la Historia, es demasiado extensa, la extractamos, tomando de ella los episodios de mayor in­terés :

"Sabido es por la tradición de nuestra reciente historia, desde la población de este país hasta el presente, que cada período de cuarenta años se experimenta un terremoto más o menos fuerte, y que a más de los que han causado pocos estragos en esta ciudad, dos la han destruido completamen­te, y qe. en todo tiempo se han experimentado pequeños sa­cudimientos, y siempre, con más frecuencia, después qe. se

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ña dejado sentir uno grande. Es sabido también qe. los qe. han destruido a Caracas, o se han hecho sentir con más fuerza, han sido poco sensibles en las provincias de Oriente, y viceversa qe. los qe. han destruido a Cumaná han sido poco sensibles hacia Occidente.

Vamos pues a recordar el gran terremoto qe. destruyó a Caracas el 26 de marzo de 1812, sin especificación de sus estragos, puesto que bien sabidos por la historia y por la reciente tradición. E n el año de once se sintió un ligero temblor en la noche de uno de los primeros días de no­viembre (8 de la noche) . Hacía poco tiempo habían llegado a esta ciudad algunos franceses y prusianos qe. con el de­seo de adelantar sus conocimientos científicos venían a Amé­rica. Po r aquel tiempo regentaba la clase de filosofía en este Seminario el ilustrado doctor Alejandro Echezuría, qe. con el ánimo de adelantar en sus estudios a sus discípulos se asoció a alguno de los extranjeros recién llegados pa. practicar en su clase algunos ensayos químicos y físicos, a cuyo fin en enero de 1812 emprendieron sus trabajos, exci­tando con ellos el estímulo de los alumnos. Hacia el pleni­lunio de este mes habían tratado de. poner en acción la má­quina eléctrica, y en vano trabajaron todo el día sin lograr su deseo. El Dr. Echezuría, hombre de grandes conoci­mientos, creyó encontrar la causa de la resistencia de la má­quina en la poca o ninguna electricidad en la atmósfera, y con tal idea emitió la opinión de que estando el aire des­provisto de electricidad era indudable que la tierra estaba recargada de ella, y qe. no sería extraño qe. antes de mucho se sintiera un gran temblor.

No se hizo esperar mucho tiempo, pues el 26 de mar­zo a poco más de las cuatro de la tarde se sintió el temblor más violento qe. hasta entonces se hubiera exper imentado. . El Dr . Mayer, un prusiano de los que hacían sus ensayos con el Dr. Echezuría, estaba en la esquina de la Torre y tuvo la serenidad de medir por su reloj la duración del fe­nómeno, que fué de cuarenta y ocho segundos: los primeros

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movimientos se sintieron de occidente a oriente, siguieron violentísimos sacudimientos de trepidación, cuya violencia bastó para destruir en pocos instantes la población, y ¿cuá­les serían las consecuencias qe. aquel mismo Dr. Mayer qe. tuvo la sangre fría de medir su duración y qe. pasó luego la tarde y la noche en unión de varios jóvenes ayudando a remover escombros para sacar muertos y heridos, a los po­cos día estaba completamente loco?"

27 de marzo de 1874.

El general Antonio Guzmán Blanco, Presidente de la República, dicta un Decreto por el cual se designa la iglesia de la Santísima Trinidad para Panteón Nacional.

Ya en otra parte hemos contado cómo el alarife Juan Domingo del Sacramento Infante emprendió la construcción de un templo hacia la parte norte de la ciudad, más allá del silencioso Catuche. Casi cuarenta años duró la fábrica de la santa casa, comenzada el 15 de agosto de 1744 y ter­minada el 14 de junio de 1783. El humilde artesano em­pleó en ella sus escasos ahorros y las limosnas y faenas de los fieles, que se aumentaron con la munificencia del primer Marqués del Toro y del Ayuntamiento de Caracas. Pe ro una fábrica es costosa y Juan Domingo se encontraba ano­nadado ante la magnitud de su empresa. Al milagro de la constancia se unió el milagro de la fe. E n cierta ocasión, tercer mes del año, tercera semana del mes y tercer día de la semana, a la hora de las tres de la tarde, un hombre mis­terioso se le acercó y le dio tres reales de limosna. El pro­blema estaba resuelto: la intervención divina era evidente. Hacia el norte de Caracas la nueva iglesia completó el nú­mero tres, con las de Candelaria y La Pastora, casi con­temporáneas. Realizado su más ardiente deseo, el maestro

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de obras pudo f irmarse: "Juan Domingo del Sacramento y de la Santísima Trinidad Infante, fundador de la iglesia de la Santísima Trinidad, coronación de María Santísima y los nueve coros de ángeles"; y dormir su sueño sin vigilia a los pies del altar mayor en la iglesia que hizo luminoso la obscuridad de su nombre.

Cien años más tarde los restos mortales de Simón José Antonio de la Trinidad, que había independizado un mundo, entraron con pompa triunfal por las puertas de la iglesia que Domingo del Sacramento había levantado al augusto mis­terio, y ahora convertida en Panteón Nacional. El año 27, con ocasión de una fiesta religiosa celebrada en la metropo­litana de Caracas, en presencia del Pr imer Magistrado de la Gran Colombia, el orador sagrado había dicho: "Es ta fiesta solemne, a la cual asiste concurrencia tan selecta, ha sido costeada por el Libertador. Este culto al misterio de la Santísima Trinidad es prenda de inestimable valor, rico legado que tan preclaro varón heredó de sus antepasados. Así en el curso de los siglos se trasmiten las magnas vir­tudes del hogar, y pasan de padres a hijos para continuar en el espacio y en el tiempo. ¿Y, qué extrañar, señores, que de Bolívar hable cuando hablo del Santísimo Misterio de la Tr inidad? El grande hombre está representado en ésta, pues "Bolívar es el Padre de la Patria, el Hijo de la Gloria y el Espíritu de la Libertad".

En t re los libros de nuestra biblioteca hay uno que tiene la inscripción posesoria: Soy de Juan Domingo del Sacra­mento Infante. Nuestro pensamiento y nuestra mirada se detienen respetuosos ante estos caracteres trazados por la mano de un hombre humilde, piadoso y sencillo, que tuvo el noble anhelo de perpetuar su nombre y su memoria en obras imperecederas de piedad, de amor y de progreso.

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28 de marzo de 1750.

Nace en Caracas Sebastián Francisco Miranda, del le­gítimo matrimonio de Don Sebastián de Miranda y de Doña Francisca Antonia Rodríguez Espinoza.

Por largo tiempo se creyó que Miranda, el Precursor de la Independencia de la América del Sur, había nacido el 9 de junio de 1756; pero esa fecha corresponde al naci­miento de uno de los hermanos, Francisco Antonio Gabriel, con quien lo habían confundido los historiadores. Fué el Dr . Rafael Domínguez quien, al publicar un trabajo sobre los estudios universitarios de aquel Campeón de Libertad en ambos Hemisferios, llamó la atención pública sobre el par­ticular; como también lo hizo poco después el Dr. C. Pa r r a Pérez, autor de Miranda ct la Rcvolution Francaise, a quien en gran parte se debe el feliz hallazgo de los 63 tomos que constituyen el Archivo del General Miranda, hoy en poder del Gobierno de Venezuela por compra que de ellos hizo a los sucesores y herederos del Conde Bathurst, en cuyo po­der permanecieron por más de un siglo.

La partida de bautizo del General Miranda dice as í : "Certifico yo el infrascrito T n t e Cura del Sagrario de esta S w Y g a Cathd 1 qe en el 13 uno de los libros Parrochiales de mi cargo donde se asientan las part id s de bautismo de los Españoles al folio 136, se alia una al tenor siguiente.

En la Cathd 1 de la Ciudad de Caracas en cinco de Abril de mil Setec s y sinquenta as yo el infrascrito T h t e

Cura baptizé solennem t e puse Oleo y Chrisma y di bendi­ciones a Sebastián F r a n c o Parbulo q e nació a Veinte y Ocho de Marzo hijo legitimo de D n Sebastian de Miranda y de D a F r a u c a Antonia Rodrig 3 , fué su padrino el B r D n Thomas Baptista de Meló a quien adberti el parentesco espiritual y obligación y para q e conste lo firmo fha ut supra.—Mtro D. Juan de Rada.

Es copia fiel de su orijinal a que me remito y a pedi­mento de la parte doi esta en dha Cathedral a quinse de Oc-

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tubre de mil Setec s sesenta y ocho años.—Br. Juan Jph de Orellana."

E n los papeles del Archivo se encuentra esta partida, como también la de confirmación, pero en ambas aparecen intercaladas después del cincuenta las palabras, y cuatro, en lo cual se advierte el propósito de rebajar en cuatro años la edad del interesado.

Se complace el autor de este libro en ver que siempre rindió tributo de admiración al noble vexiliario de nuestra Independencia. E n 1896, con motivo de la Apoteosis de Miranda, celebrada el 5 de julio de dicho año, publicó en número extraordinario del "Diario de Caracas", correspon­diente al propio día, mes y año, unos Apuntes Biográficos que terminaban as í :

"Después de reveses incontables un genio superior en­cadenará la victoria a los destinos de la América. El cañón de Boyacá anunciará el génesis de la Independencia y las dianas de Ayacucho dirán que es libre el Mundo de Colón. E n la embriaguez del triunfo nadie se acordará del Már t i r de la Carraca; pero en la hora de la justicia se tendrá pre­sente que el nombre de Miranda no puede borrarse de nues­t ra historia mientras exista el pabellón tricolor y se ponga el arco iris en el cielo americano".

29 de marzo de 1923.

Celebra la Iglesia Católica pomposas ceremonias en re­cuerdo del Márt i r del Calvario.

E n la basílica de Santa Ana se exhibe la efigie vene­rada del Nazareno de San Pablo, que, si desde el punto de vista artístico acaso no sea de las mejores que posee Cara­cas, sí es de las que reciben mayor culto, por su augusta

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ancianidad y por los hechos milagrosos que la fe de sus de­votos le atribuye.

Ent re el resplandor de las luces, el humo del incienso, el aroma de las flores y las notas dolientes de la música re ­ligiosa, se destaca la efigie del hijo de Nazareth, agobiado bajo el peso de la cruz, que le ayuda a sostener Simón el de Cirine. Va camino del Calvario, término obligado de todos los redentores, porque los hombres se encontrarán siempre más cerca de la ignomina de Barrabás que de la santidad de Jesús.

Cualesquiera que sean las doctrinas religiosos o filosó­ficas que se profesen, ningún espíritu noble dejará de ren­dir homenaje de supremo respeto al Maestro Divino que pu ­do decir: "Yo soy aquel eme antes de dejarme ver de los reyes me dejé ver de los pastores; que antes de llamar a mí a los abastecidos llamé a los necesitados. Yo soy aquel que, andando por el mundo, di salud a los dolientes, lumbre a los ciegos, limpieza a los leprosos, movimiento a los paralíticos, vida a los muertos. Yo soy aquel que para dar de beber al sediento hice brotar agua de las rocas, y para dar de comer al hambriento multipliqué los panes. Yo soy aquel que, pues­to entre los pobres y los ricos, entre los ignorantes y los sa­bios entre los humildes y los soberbios, pasé sin decir nada junto a los ricos, los sabios y los soberbios, y llamé con tierna y amorosa voz a unos ignorantes y humildes pescadores".

"Nada amé tanto como vuestra pobreza y vuestro amor, después de la gloria de mi Padre. Siendo soberano Señor de todas las cosas, me despojé de ellas para ser uno de vo­s o t r o s . . . . Una Mujer fué mi madre ; un establo mi apo­sento ; un pesebre mi cuna. Pasé mi infancia en desnudez y obediencia; viví atribulado; comí el pan de la caridad; no tuve un día de reposo; llenáronme de vituperios y de afren­tas ; mis profetas me llamaron Varón de dolores; escogí por trono una cruz; descansé en sepulcro ajeno; al entregar mi •espíritu a mi Padre os llamé a todos a mí. Y desde enton-

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ees no ceso de l lamaros: ved como tengo en la cruz, para recibiros, entrambos brazos abiertos".

E n estos días, en que se conmemoran tu pasión y tu muerte, recibe, dulce Jesús, el homenaje de amor que te rinde uno de tus más humildes adoradores, necesitado siempre de poner sobre el tormento de la vida la consolación de tu doc­trina, sobre el desencanto de lo presente la esperanza de tus promesas, y sobre el rigor de los hombres la tolerancia de tu amor, agua lustral que purificó a Magdalena e hizo posible para Dimas la beatitud del paraíso. T ú me conoces y sabes lo que he menester. Como el publicano de la parábola evan­gélica, mi voz se alzará hasta tí. para decirte simplemente: ¡ Señor, ten piedad de mí, que soy un miserable pecador!

30 de marzo de 1573.

Si en otro El Día Histórico hablamos del holocausto de Caricuarian en aras de su Jefe Chicuramay, consagramos hoy un recuerdo al indio Sorocaima, llamado por algunos el Ré ­gulo americano, en razón de una heroica acción suya, que relatamos, tomándola de los cronistas, en los términos que siguen :

Hacia el año de 1573, sometidos los Mariches, organi­zaron los castellanos una expedición contra los Teques, que, aunque habían perdido su principal Cacique, conservaban su independencia y oponían obstáculos a la explotación de las ricas minas de oro existentes en aquella región. Setenta cas­tellanos, de los más lucidos de Caracas, y entre los cuales se contaban el valeroso Garci-González de Silva y el Alférez Mayor Don Gabriel de Avila, a quien debe su nombre la hermosa serranía que limita por el norte nuestra ciudad, sa­lieron en demanda de los dichos indios, quienes, al verse otra

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vez invadidos, se apercibieron para la defensa, dirigidos por el cacique Conopoima, cuyo campamento atacó de noche Garci-González, sin haber logrado otra ventaja, después de ruda brega, que haber apresado cuatro indios, uno de los cuales era Sorocaima. Al amanecer halláronse los castellanos cercados por numerosa hueste, que hacía llover sobre ellos innumerables flechas. E n tal aprieto, Garci-González ordenó a Sorocaima dijese a los suyos que no siguieran atacando, porque si moría uno solo de sus soldados lo haría empalar en unión de sus tres compañeros. El valiente indio, en vez de cumplir las órdenes del capitán español, elevó la voz, gritando a sus compatriotas que apretasen duro, pues los enemigos eran tan pocos que el tr iunfo era seguro si prose­guían peleando con valor. Garci-González se encolerizó de tal modo con esta acción, que ordenó cortasen una mano al indio para que con ella menos fuera a aconsejar más de cerca a sus compatriotas. Al escuchar tan bárbara orden, Soro­caima, sin siquiera inmutarse, extendió tranquilamente el brazo derecho, para que se cumpliera la orden. Tan ga­llarda acción conmovió a Garci-González, quien hizo suspen­der el castigo. Pero siguió la brega, y cuando el español atendía en otra parte, oficiales suyos se lanzaron sobre el indio y le cortaron la mano, de la manera más atroz, sin que la víctima lanzara un gemido; pues antes bien, acabada la cruel mutilación, tomó con la mano que le dejaron la que en el suelo estaba, y con calma estoica fué a reunirse con los suyos, creyendo que con semejante espectáculo los empeñaría en la venganza; no fué así, pues el Cacique Conopoima se horrorizó de tal suerte que reuniendo al momento sus par­ciales se retiró a sus montañas. Sorocaima quedó sin ven­ganza, aunque sí inmortalizado por su heroica acción, que ha llegado hasta nosotros justamente celebrada por la fama.

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31 de marzo de 1827.

En virtud de sentencia judicial confirmada es fusilado j u a n Valdez en la Plaza Mayor de Caracas.

Hi jo del coronel Juan José Valdez, y sobrino de Ma­nuel, Miguel y Santiago Valdez, servidores de la República, la insana pasión de los celos le llevó a cometer el delito que le condujo al patíbulo. Enamorado apasionadamente de una hermosa española, Dolores Martínez Macullá, que vivía en la calle de Carabobo, entre el puente y la iglesia de la Trinidad, y advertido de que su amigo, Francisco Javier Marc, comer­ciante francés domiciliado en Caracas, mostraba inclinación hacia aquella dama, Valdez concibió el siniestro propósito de matarlo. Marc habitaba una casa situada en la Calle del Co­mercio, entre las esquinas de La Bolsa y Mercaderes, empla­zada en el espacio que hoy ocupa la biblioteca de la Acade­mia Nacional de Historia. A ella tocó Valdez al atardecer del 9 de marzo de 1827, con el pretexto de que se le dejara pernoctar allí, pues no podía abrir la puerta del local eme ocupaba. Accedió el francés, y le d i o hospedaje. Cuando el silencio y la respiración de éste le indicaron que dormía, el huésped se levantó puñal en mano y con paso cauteloso acercóse a la cama de su presunto rival. Brilló el acero so­bre el pecho del dormido; despertó éste al dolor de la herida; brincó del lecho; requirió una espada con la cual no consi­guió defenderse, pues su agresor le estrechaba sin dejarle espacio para hacer uso de ella. El agredido pide ¡ socorro! y, acosado siempre busca la puerta de la calle, que consigue abrir cuando llegan en su auxilio soldados del Batallón Ju ­nín, acuartelados en el vecino convento de San Francisco, a donde habían llegado los gritos de la víctima. Los militares hacen preso a Valdez, aún dentro de la casa, y lo conducen al cuartel junto con Marc, ensangrentado y desfalleciente con seis graves heridas.

Instaurado el proceso, el delincuente, confeso y convicto, es condenado a la última pena, que confirma la Corte Supe-

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rior, compuesta de los Jueces, Licenciados José España, Die­go Bautista Urbaneja, Juan Martínez, José Prudencio Lanz y José Rafael Blanco.

La señora Ana Josefa Negrete. madre de Valdez, pre­senta a la Corte una solicitud que se mandó pasar al Liber­tador, quien por medio de su secretario el doctor Revenga, contesta lo siguiente:

" H e tenido la honra de recibir y poner en noticia del Libertador la comunicación de Ud. de ayer, a que era ad­junto el testimonio de la sentencia de esa Corte Superior, confirmatoria del fallo del Tribunal de Pr imera Instancia en la causa criminal seguida contra Juan José Valdez, y el de un Decreto de la misma Corte recomendando la conmu­tación de la pena".

"Tan delicada materia ha ocupado muy detenidamente la atención del Libertador. Se le ha presentado la ocasión de ejercer en favor de un menor la más noble atribución con que la Constitución del Estado adornó la Presidencia. Afean en extremo el crimen las circunstancias eme le caracterizan; pero deponen en favor del criminal su edad, a los ojos de la ley todavía innatura, los servicios de la familia a que per­tenece, las lágrimas de sus respetables amigos y la interce­sión del Tribunal que le c o n d e n ó " . . . .

"Mas, S. E . eme todo lo debe a la seguridad y bienestar del país ; que ve ahora las cárceles pobladas de homicidas, y entre ellos algunos a quienes la indulgencia ha convertido luego en asesinos o en reos que la naturaleza y los legisla­dores tenían por imposibles; S. E. que ve caracterizado el acto de Valdez como premeditado y alevoso y como un frío y atroz asesinato y estima la ley que lo condena como de todos tiempos y naciones, y como grabada en el corazón de los justos, antes de contribuir S. E. al mayor menosprecio de las leyes, antes de usar de un privilegio a que sólo auto­riza el bien común, debe ceder a lo que el estado de la so­ciedad tan imperiosamente reclama".

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"El Libertador, pues, no cree conveniente alterar de ningún modo la sentencia eme condena al último suplicio al reo Juan José Valdez, y que con tanta meditación y peso con­firmó ese Tribunal en 28 del corriente".

Negada la conmutación, Valdez fué puesto en capilla a las 3 de la tarde del 30 de marzo. Al día siguiente a la mis­ma hora lo pasaron por las armas en la hoy Plaza Bolívar, y en el espacio que media entre el lugar donde se coloca la Banda Marcial en las noches de retreta y la esquina de El Principal.

Cuentan las crónicas que corporaciones y particulares se interesaron en obtener el perdón del reo ; que las monjas Con­cepciones ofrecieron pesarlo en oro, en rescate ele su vida; que la víspera de la ejecución, en una sala de la hacienda de Bello Monte, a donde se había retirado el Libertador, se representó entre éste y una dama enlutada, patética escena, que se refería sigilosamente en la callada penumbra del hogar.

La partida de entierro de Valdez dice: " E n la ciudad de Caracas, a treinta y uno de marzo ele mil ochocientos vein­tisiete años, el Venerable señor Cura Rector del Sagrario de esta Santa Iglesia Metropolitana, Lelo. Antonio González, hizo los oficios de Sepultura Eclesiástica con entierro can­tado por mayor al cadáver del señor Juan Valdez, el que fué pasado por las armas en la plaza ele esta dicha ciudad; soltero, hijo legítimo del señor Juan Valdez y ele la señora Ana Josefa Negrete. Recibió los sacramentos ele penitencia y eucaristía, de eme certifico.—-Francisco Bello".

I" de abril de 1866.

Muere en Bogotá José Manuel Restrepo, notable hom­bre público ele la Nueva Granada, y celebrado autor de la "Historia de la Revolución de la República de Colombia".

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El 31 de diciembre de 1781 nació en Envigado, pobla­ción de Antioquia, el niño José Manuel, que al correr de los tiempos debía ser inteligente y probo servidor de la Inde­pendencia de las colonias hispano-americanas. Desde 1810 comenzó a figurar entre los que aspiraban a dar a estos paí­ses gobierno propio, con exclusión de todo otro poder ex­traño, inclusive el de la España. Así se le vio, en 1811, con­tribuir como Secretario del célebre Corral a que los antio-queños se declararan en favor de la causa popular. E n 1814 fué elegido diputado al Congreso de las Provincias Unidas de la Nueva Granada; en 1816, al comenzar la invasión de las fuerzas realistas en Antioquia, emigró hacia Popayán; en 1817 logró salir furtivamente de su tierra para evitar la suerte eme cupo a Caldas, Camacho y Camilo Torres , que rindieron la vida en el cadalso. E n 1821 concurrió como Diputado al Congreso General de Colombia, reunido en el Rosario de Cúcuta, de donde salió a desempeñar la Secretaría del In ­terior, que le confió Bolívar, elegido Presidente de la Gran República.

No seguiremos al señor Restrepo en su larga y meri­toria carrera; aunque sí queremos repetir con su biógrafo el ilustre José Manuel Marroquín, que su patriotismo no se manifestó sólo en los elevados puestos a que su mérito le hizo subir, sino que dio señaladas muestras de aquella ele­vada virtud tomando parte en empresas de verdadero pro­greso y ele evidente utilidad para su país. Así se le vio dar impulso a la instrucción primaria, contribuir al fomento de la agricultura con la importación de nuevos cultivos, entre ellos las de las papas llamadas tuquerreñas; estimular la cría con nuevos animales, entre ellos las ovejas merinas, que llevó del extranjero y que se propagó en campos adecuados.

La "Historia de la Revolución de Colombia", por Res-trepo, es de las más autorizadas entre las muchas que se han escrito. Bolívar al hablar de ella dice: "Restrepo es rico en pormenores históricos; posee una abundante colec­ción de detalles, y no hace gracia de ninguno de ellos; los

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sucesos principales los refiere con exactitud cronológica, pero hay algunos errores de concepto, y aun de hecho en varios de sus relatos, particularmente cuando habla de operaciones militares o hace descripción de batallas y campañas. Su es­tilo, sin ser propiamente el que conviene a la historia, es ani­mado y sostenido a veces, otras cae en lo difuso y fasti­dioso; pero su obra en conjunto constituye los anales his­tóricos y cronológicos de Colombia".

2 de abril de 1866.

Aerifícase en Valencia el entierro del Ilustre Procer de la Independencia General Juan Uslar, fallecido súbitamente en la propia ciudad en la mañana del domingo de Resurrec­ción, que en aquel año como en el presente, cayó el 1* de abril.

El distinguido historiador doctor F . González Guiñan, en las páginas 457 a 461, tomo 8 o de su Historia Contem­poránea de Venezuela, dice a este respecto lo que s igue:

"Abramos aquí un paréntesis y detengamos el curso de nuestra narración, para registrar en estas páginas la sensible defunción del Ilustre Procer de la Independencia, General Juan Uslar, acaecida en la ciudad de Valencia, en la maña­na del l 9 de abril. La sociedad valenciana hizo suyo este duelo, como que se trataba de uno de sus más respetables miembros, que era, además, fundador de la República. Los funerales revistieron formas extrordinarias y un gran con­curso de personas acompañó los inanimados restos hasta el lugar del eterno descanso. Allí, a nombre de la Logia Alian­za, su elocuente orador titular Ledo. Lisandro Ruedas, p ro­nunció la apología y dijo el último adiós al distinguido her­mano.

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Había nacido el General Uslar en el Distrito de Lockum, del reino de Hannover, el año de 1779. Pertenecía a una distinguida familia, y desde temprana edad se dedicó a la carrera militar, sentando plaza como Subteniente en el Regi­miento de Dragones de la Guardia Real. Conmovida la E u ­ropa por las guerras napoleónicas, Uslar, ya como Teniente de caballería de un regimiento, tomó parte en las luchas de España y se encontró en la batalla de Arapiles, en el asalto de San Vicente y en otros hechos de armas. Más luego, en 1815, estuvo a las órdenes del Duque de Wellington y asis­tió al desastre final de Napoleón, con el grado de Capitán de Caballería.

Conocidos son los servicios que prestó Uslar a la causa de nuestra Independencia desde que, en 1818, llegó a nues­tras costas hasta 1823 en que acompañó a Páez al asedio del Castillo de Puerto Cabello. Durante las luchas civiles que conmovieron a la naciente república, el honrado hannove-riano se consagró a las faenas agrícolas, en las cuales ganó una modesta fortuna para sí y para sus descendientes.

Cuando, en 1842, fueron traídos a Caracas los restos del Libertador, el viejo soldado fué hasta La Guaira a recibir los despojos mortales del que había sido su Jefe y amigo. Don Fermín Toro, en la Descripción de los Honores Fúne ­bres consagrados a los restos del Libertador Simón Bolívar, t rae este conmovedor episodio:

" U n hecho individual, pero de noble linaje, vino en aquel momento a dar al sentimiento general un grado más de exaltación y ternura. El Coronel Uslar que vino desde Valencia a rendir homenaje a los restos de su antiguo Jefe, se presentó en el Muelle con el mismo uniforme con que combatió al lado de Bolívar en la célebre jornada de Cara-bobo ; y al ver en tierra la urna cineraria, al acercarse a los restos del hombre que admiró, el llanto más ardiente y ex­presivo bañó su severa faz. ¡Tributo bello que honra al que lo recibe y honra al que lo ofrece!"

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3 de abril de 1819.

Proclama del Libertador sobre la célebre acción de Las Queseras del Medio, entre un escuadrón de 150 hombres re­gidos por el intrépido Páez y el ejército realista al mando del general don Pablo Morillo.

Sobre este combate dice el protagonista en su Autobio­grafía :

" . . . . A c c e d i ó Bolívar a mis deseos, e inmediatamente con ciento cincuenta hombres crucé el río, y a galope nos dirigimos al campamento de Morillo. Movióse éste para po­ner en práctica su plan, y nosotros le fuimos entreteniendo con frecuentes cargas y retiradas hasta llevarlo frente al pun­to que habíamos señalado para la emboscada. Al llegar a él rompió fuego contra los realistas una compañía de caza­dores que estaba allí apostada, pero no toda la fuerza que yo suponía emboscada, según había convenido con Bolívar an­tes de separarnos. Muy apurada era entonces nuestra si­tuación, pues el enemigo nos venía acorralando por ambos costados con su caballería, y nos acosaba con el fuego de sus fusiles y cañones, cuando afortunadamente el valeroso co­mandante realista don Narciso López me brindó la oportu­nidad de pasar con alguna ventaja a la ofensiva. Fué el caso que López se adelantó a la infantería con el escuadrón de carabineros que mandaba: en el acto dispuse que el co­mandante Rondón, uno de aquellos jefes en quienes el valor era costumbre, con veinte hombres lo cargase a viva lanza y se retirasen sin pérdida de tiempo antes que lo cercasen los dos trozos de la caballería enemiga, que yo deseaba for­masen una sola masa para entonces revolver nosotros y ata­carlos de firme. Cargó Rondón con la rapidez del rayo, y López imprudentemente echó pie a tierra con sus carabi­neros : Rondón le mató alguna gente y pudo efectuar su retirada sin que lograsen cercarlo. Al ver que las dds seccio­nes de caballería no formaban más que una sola masa, para

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cuyo objeto había ordenado el movimiento a Rondón, mandé a mi gente volver riendas y acometer con el brío y coraje con que sabían hacerlo en los momentos más desesperados. E n ­tonces, la lanza, arma de los héroes de la antigüedad, en ma­no de mis ciento cincuenta hombres, hizo no menos estragos de los que produjera en aquellos tiempos que cantó Homero. E s tradición que trescientos espartanos, a la boca de un des­filadero, sostuvieron hasta morir, con las armas en la mano, el choque de las numerosas huestes del rey de Persia, cuyos dardos nublaban el sol: cuéntase que un romano solo dis­putó el paso de un puente a todo un ejército enemigo. ¿ N o será con eso comparable el hecho de los ciento cincuenta patriotas del Apure? Los héroes de Homero y los compa­ñeros de Leónidas sólo tenían que habérselas con el valor personal de sus contrarios, mientras que los apúrenos, ar­mados únicamente con armas blancas, tenían también que luchar con ese elemento enemigo que Cervantes llama "dia­bólica invención, con la cual un infame y cobarde brazo, que tal vez tembló al disparar la máquina, corta y acaba en un momento los pensamientos y vida de quien la merecía gozar luengos años".

4 de abril de 1843.

El periódico "El Promotor", editado en Caracas, al ha­blar de la Litografía, y de su establecimiento entre nosotros, manifiesta que en 1839 muchas personas de las que saben apreciar las cosas por lo que ellas valen, y se interesan por la suerte de Venezuela, se disputaron con ahinco las primeras láminas litografiadas en Caracas en abril de 1838, y que representabn: una cocina, o rancho, de la hacienda del señor José Antonio Mosquera, y una vista de Trento. Dichas lá­minas fueron dibujadas y tiradas por el señor Barón Gro?. Encargado de Negocios por S. M. el Rey de los Franceses,

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valiéndose del tren litográfico de los señores A. Damirón. Y agrega el periódico aludido que desde entonces hasta fines del 43 no se hizo ningún otro trabajo de esa índole.

Meses después apareció un artículo f i rmado: "Unos amigos del progreso", y concebido en los términos siguientes:

"Litografía".—Con este título se ha publicado un ar­tículo en el número 16 de "El Promotor" , que tiene por ob­jeto fijar la época en que esta admirable producción del in­genio humano fué ensayada por primera vez en Caracas, atribuyendo la gloria de haberlo ejecutado a un caballero ex­tranjero. Los editores de "El Promotor", que han publi­cado mil veces su decisión por todo lo que es justo y fa­vorable a los venezolanos, sin duda ignoran que hijos del país son los merecedores de aquella gloria, y así deben apre­surarse a publicar estas líneas".

"El primero que introdujo en este país una máquina li-tográfica fué el señor coronel Francisco Avendaño, siendo comandante del puerto de La Guaira, en los años de 1823 a 1825. Allí ejecutó él mismo los primeros ensayos, siendo su retrato uno de los objetos de la operación. En 1828 con­vidó al célebre pintor Juan Lovera, en Caracas, para t ra­bajar en la máquina y perfeccionarse en el manejo del arte. Reuniéronse varias veces en la casa de éste, donde se dejó aquélla. Entonces el señor coronel Avendaño volvió a ser retratado por el señor Lovera, y éste lo fué también por aquél. El señor Lovera dibujó el retrato del Ilustrísimo se­ñor Arzobispo, doctor Ramón Ignacio Méndez, y el señor José María Rosales tiró algunas flores, y principios de di­bujos de varias partes del cuerpo humano. E n 1829 o 30, el señor coronel Avendaño, vendió la máquina al señor An­tonio Damirón, quien también ejecutó algunos ensayos. Pos­teriormente en 1839 fué que el Barón Gross dibujó las dos vistas a que se refiere el artículo, hasta que, en 1S43, el se­ñor Carmelo Fernández ha presentado sus obras con más perfección, manejando el arte con la propiedad de un genio sobresaliente y como resultado de los conocimientos prác-

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ticos adquiridos en Europa. Por el respeto a la verdad y celoso del honor que participa Venezuela de que hijos suyos sean los primeros que ensayaron en el país el uso de la li­tografía, nos hemos animado a publicar estos hechos, apro­vechando la oportunidad de confesar que en nuestra humilde opinión, los trabajos del señor Fernández son más perfec­tos que los anteriores, y que aunque no hemos visto, ni se nos ha informado el modo con que él prepara las piedras, la tinta y lápiz, deducimos por los resultados, eme lo verifica con el tino y conocimiento que no tuvieron los señores ci­tados".

5 de abril de 1881.

El doctor Diego Bautista Urbaneja, Ministro de Re­laciones Interiores del Gobierno de Venezuela, manifiesta a la Cámara del Senado que el doctor Eusebio Baptista, Sena­dor por el Estado Trujillo, ha faltado al respeto al Presi­dente de la República, en cuyo nombre denuncia el hecho para la debida reparación.

Ent re el General Guzmán Blanco y el Dr. Baptista me­diaban antiguas desaveniencias por motivos políticos; y por­que éste, en Congresos anteriores, había improbado varios contratos que cursaban en las Cámaras. Estos antecedentes explican lo ocurrido el día a que se refiere esta página y que relataron las crónicas de la época en los términos que siguen:

Se hallaba el General Guzmán en la esquina de San Francisco, en un grupo de servidores y amigos, cuando pasó el Dr . Baptista. Entre ellos mediaron algunas palabras; y como al regresar éste de la Imprenta Bolívar, en la esquina de Sociedad, aún se encontraba en el mismo punto el Pr imer Magistrado, se renovó el incidente, pues Guzmán al obser­var que aquél bajaba de la acera, levantó la voz y d i jo :

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—Ese necio quiere alucinar al Congreso con s o f i s m a s . . . s í . . . quiero que me oiga; ojalá me oiga.

Al oír estas palabras el Senador por Trujillo se detuvo y se quedó mirando con fijeza al Presidente, quien se fué hacia él y con semblante iracundo le preguntó:

—Qué hace Ud. allí? —Estoy en la calle, señor. ¿ No es permitido estar en

ella? — S í ; pero esa es una provocación. — N o , señor; estaba oyéndolo a Ud. —Usted ha debido seguir su camino, me ha faltado al

respeto y debe ir preso. Algunas personas intervinieron cuando Guzmán d i o or­

den a uno de sus oficiales para que condujera a la cárcel al Dr . Baptista; y éste quedó por el momento en libertad; pero el incidente d i o motivo a la denuncia del Ministro y al grave acto de que la Cámara allanase a uno de sus miembros y lo expulsara de su seno para eme pudiera ser procesado y so­metido a juicio.

Nueve años después la Cámara levantó la sanción a su acuerdo del 5 de abril de 1881, por el cual había despojado al Senador por Trujillo de su inmunidad parlamentaria, y de los fueros y derechos que por tal cargo le correspondían, y declaraba ahora que el Dr. Baptista por su entereza repu­blicano- merecía bien de la patria.

El incidente narrado d i o lugar a la nota cómica eme sigue:

El señor Gustavo A. Kulhmann, alemán de origen, pero con larga residencia en Caracas al ver pasar preso a Bap­tista, y enterarse de los motivos de su prisión, exclamó con ímpetu:

— ¿ Q u é Senado de m i e r . . . . es ese que deja que vejen a sus miembros?

Se hizo preso a Kulhmann. El Ministro de Alemania participó el hecho a Guzmán, quien mandó llamar al Gober­nador Barret de Nazarís.

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— ¿ P o r qué tienen preso a Kulhmann? —Porque dijo que ese era un Congreso de m i e r . . . . Y el Ilustre, con el desdén que en ocasiones le era

peculiar, añadió: Y de qué otra cosa es!

6 de abril de 1861.

El señor Manuel Felipe Tovar, Encargado del Poder Ejecutivo, nombra nuevo Ministerio, con los ciudadanos que siguen: Interior y Justicia, Licenciado José Santiago Rodrí­guez ; Hacienda, Carlos Elizondo; Relaciones Exteriores, Hilarión Nadal ; Guerra, general León de Febres Cordero.

"El Hera ldo" al dar cuenta de estos nombramientos, di­ce : "El Poder Ejecutivo ha puesto fin a la espectativa ge­neral, llena de inquietud y zozobra, trayendo a su lado con­sejeros hábiles y patriotas que poseen la confianza de la n a c i ó n . . . . El señor Licenciado Rodríguez es un ciudadano significativo. Como Juez y como Diputado, como Ministro y como Diplomático, él ha prestado exquisitos servicios en Colombia y Venezuela. Estableció la moralidad en el Guá­rico, acompañó a Vargas en su gloriosa Administración, arregló la deuda pública en Londres, y el negocio de Levraud en Francia, y nos cubrió con su consideración personal, que hizo olvidar nuestro antiguo d e s c r é d i t o . . . . Su fina perspi­cacia asegura la República contra toda intriga; su previsión profunda desconcierta los planes mejor urdidos; enemigo de peripecias y escándalos, él buscará soluciones fáciles y na­turales, sin choques ni violencias. Porque él no ama el mé­rito que se ostenta, ni se entusiasma por lo que no es mo­derado y austero, hombre modesto, sin ese patriotismo tea­tral que busca ruidos y sonoros a p l a u s o s . . . . El señor Eli­zondo, por su ideal sonrisa, su trato amable, su benevolencia y cordialidad, es un ciudadano que engañaría fácilmente a

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los hombres superficiales. Se cree al verlo tan bondadoso que será débil; al verlo tan complaciente que será engañado. Ese joven, eme contribuyó tanto a la revolución de marzo, es un patriota austero, de invariables principios, de razón cla­ra, sin ambición, enemigo de intrigas, que, como se ve, sabe hacer el sacrificio de su fortuna y de sus repugnancias . . .¿ Y habrá quien diga que la elección del general Cordero es el tr iunfo de "El Independiente" ? Sería lo mismo que asegurar que nosotros triunfaremos con las victorias del señor Rojas. Pronto aquel patriota excelente, blanco de invectivas atroces, será presentado a la República como obstáculo a la paz y cau­sa de desconfianza y recelo. .El señor Hilarión Nadal ha sali­do de las filas de la oposición. Pero son nuestros amigos los que lo han elevado al alto puesto, prendados, sin duda, de los recuerdos de su juventud estudiosa, de su fácil elocuencia en las Cámaras de 47, de sus peligros en 48, de su soledad y sufrimientos en el destierro. Lo que habíamos oído de él, con la necesidad que tiene el país de hombres inteligentes, y la memoria viva en nuestra alma de su talento, nos hizo escribirle muchas veces, a nosotros que no escribimos nunca, llamándole de Nueva York, de París, de S a n t o m a s . . . .

7 de abril de 1817.

Toma de la Casa Fuer te de Barcelona por las tropas realistas al mando del coronel Aldama.

Como se sabe, la llamada Casa Fuer te no era sino el Convento de San Francisco, situado en uno de los extremos de la Nueva Barcelona, donde se atrincheraron los patriotas al mando de los denodados Jefes, General Pedro María Fre i -tes y coronel Francisco Esteban Rivas.

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Mucho se ha escrito sobre este hecho de armas, grabado con indelebles caracteres de heroísmo y de sangre en los fastos de la Independencia venezolana. El general O'Leary, en las páginas 379 y 380, tomo primero de la narración, d ice :

"Hechos sus preparativos en la mañana del 7, Aldama atacó los débiles parapetos tras de los cuales le esperaban los patriotas, y a pesar de la vigorosa resistencia que le opu­sieron, después de abierta una brecha, se adueñó de la Casa Fuerte . Freites, el Gobernador Rivas y algunos otros pu­dieron abrirse paso por entre las filas enemigas, para caer prisioneros, el primero gravemente herido. Después del asal­to siguió una escena de horror y de sangre rara vez igua­lada, nunca excedida, ni durante esta terrible guerra. N o satisfecho Aldama con el exterminio de la guarnición, que no pidió cuartel, animaba a sus feroces soldados españoles a despreciar las súplicas de los indefensos ciudadanos, y no respetaron los fueros de la edad y de la inocencia. La be­lleza misma no logró preservar la vida, pero sí excitar la brutal pasión del vencedor. Ni un hombre, ni una mujer, ni un niño de cuantos se encontraban en la Casa Fuerte se escapó de aquella salvaje y promiscua matanza para mal­decir al infame Aldama. Entre las víctimas murieron tres sacerdotes, Godoy, Sifontes y Castro, y un fraile español Tejada. Pero no se sació con ésto la sed de sangre del bár­baro jefe español: mandó también degollar los enfermos que se hallaban en el hospital, orden sin ejemplo, que no se atrevió a cumplir el oficial encargado de ejecutarla. Freites y el Gobernador Rivas fueron enviados a Caracas, en donde el Capitán General Moxó los hizo fusilar".

Muchos niños y mujeres perecieron en el ataque de la Casa Fuerte, entre las últimas doña María Ignacia Vásquez, doña Graciosa Barrios de Carvajal, doña Juana de Jesús R o ­jas, doña Carmen Requena, doña Juana de Chirinos, doña Antonia Portillo, doña Eulalia Ramos, mujer de Chamber-

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lain y varias otras cuyos nombres pueden verse en los estudios que sobre aquel acontecimiento publicaron Miguel José Ro­mero, Silverio González, Manuel Landaeta Rosales y vanos otros historiadores nacionales.

A producir esta catástrofe contribuyeron en mucho las rivalidades y desavenencias existentes entre los jefes repu­blicanos, y de las cuales habla detalladamente el general Ra­fael Urdaneta. La tradición cuenta que muchos años des­pués aún se veían en la Casa Fuerte huellas sangrientas de manos que se habían apoyado en las paredes del edificio, en momentos supremos de dolor y desesperación.

8 de abril.

E n "El Espectador", periódico que en 1885-86 redac­taba y publicaba en Caracas el popular Paolo, (Paulo Emilio Romero) , hay un suelto que nos sirve de Iciv motif para el día histórico de hoy, aunque nos exponga a que alguno de nuestros muchos Aristarcos nos salga con aquello de que no se dice a la posteridad sino lo que es digno de ella.

Se refiere dicho suelto al Tranvía Caracas, antecesor de los actuales tranvías eléctricos, y termina as í : "La ad­ministración avisa al público que cuando los carros tengan el número de pasajeros que les corresponde, no insistan en to­mar puesto en ellos; como también que desde el 1 ' de abril la corneta será reemplazada por una campanilla que llevarán los caballos".

Ya parecen remotos los tiempos en que estos vehículos eran tirados por un par de pobres jamelgos, que pasaban la mar negra para subir la recia pendiente de El Cují, y la no menos penosa de la línea de La Pas tora ; no obstante que en ambas se agregaba al tiro una tercera bestia que, no sa-

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bemos por cuál extravagancia lingüística, recibe el nombre de : cuarta.

El tranvía tiene también entre nosotros su leyenda y su anccdotario, no escasos de interés para el Folklore vene­zolano, que há tiempo venimos recopilando, y de los cuales damos aquí una muestra:

Allá por los años de 1887 iba de pasajero en el Tranvía Caracas, y en la línea del Puente de Hierro, que pasaba por las esquinas de Pinto y El Gobernador, un discípulo de Baco, medio amodorrado con el zumo de la vid. Para pa­gar su billete había dado un bolívar al colector, quien, si­guiendo una tradicional costumbre de los del gremio, le ha­bía dicho:—Después le daré el vuelto. Se encontraba ya el carro en la mitad de una de las cuadras del trayecto, cuando una voz imperativa ordenó:—Pare en Pinto. El ado­rador del líquido de las once letras se incorpora en su asiento, entreabre los cargados ojos, y replica con presteza:—Mi real y medio no va.

Funcionaban los eléctricos y era un domingo en la tarde en que, como se sabe, van siempre llenos los carros. U n a dama de alcurnia pretendió tomar el del Paraíso, pero nin­guno de los que lo ocupaban le d i o campo. ¿ Como que no hay caballeros en el tranvía?, preguntó orgullosa.

A lo cual replicó uno del interior:—Caballeros sí h a y ; lo que no hay es asientos.

9 de abril de 1842.

Es asesinado en Angostura, hoy Ciudad Bolívar, el ge­neral Tomás de Heres.

Aunque nacido en Venezuela, Heres combatió la causa de la Independencia hasta diciembre de 1820 en que se in­corporó a las banderas de la República con el famoso ba­tallón Numancia, del cual era Comandante. Por su valor e

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inteligencia mereció el aprecio y la protección del Libertador, quien le confió altos cargos de honor y de confianza, entre ellos el de Jefe del Estado Mayor General del Ejército Li ­bertador, Secretario del Jefe Supremo, Ministro de Guerra y Marina, Encargado de Negocios en Chile, etc., etc.

E n 1836 fué designado para desempeñar la Gobernación de la provincia de Guayana. Su carácter demasiado severo, su educación recia, su intransigencia en asuntos eme piden cierta tolerancia, le restaron voluntades y le crearon ene­migos. Luego las pasiones políticas se pusieron en juego. Los Filántropos y Antropófagos, con que se designaron en Angostura los bandos llamados en otra parte liberales y godos, entraron en lucha; de ese estado de efervescencia na­ció la catástrofe, como sale el rayo de la nube cargada de electricidad.

El conocido historiador B. Tavera Acosta, en las pá­ginas 203 y 204, tomo I I , de su obra : "Anales de Guayana" nos relata en estos términos el asesinato de H e r e s :

"Serían las nueve de la noche del 9 de abril. El ge­neral estaba un poco quebrantado de salud y algunos amigos habían ido a visitarle, entre ellos Machado, el Obispo de T r í ­cala, Armas, Lezama y Manuel Pildaín. Como el calor era fuerte por hallarse corridas las celosías de las ventanas, el último de los nombrados, acercándose a una de éstas, abrió u n postigo para renovar el ambiente. Retiráronse al cabo de un rato todos, menos el Illmo. Talavera y Garcés. Has ­t a la señora de Heres habíase recogido a su aposento. Me­dia hora más tarde el General permanecía aún sentado junto a una mesa, sobre la eme apoyaba el brazo izemierdo, de­partiendo con el Prelado. De pronto, en medio de una pau­sa, resonó una detonación, cuya explosión apagó inmedia­tamente la luz del salón. E n la oscuridad salió el señor Obispo al corredor y regresó con el asistente del General, que trajo luz para alumbrar la escena. Al disparo incorporóse la señora de Heres y voló al lado de su marido. El General Heres , bañado en su sangre, yacía por tierra con el brazo

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izquierdo destrozado. Llamóse acto continuo a los doctores Siegert y Gáspari, únicos facultativos que por los momentos había en la ciudad. Llegados éstos, examinaron la herida y declararon que era mortal. "Desde la articulación del hom­bro hasta cerca del codo, todos los huesos, músculos y ten­dones, estaban despedazados. Con todo, se procedió a ope­rar, consistiendo el trabajo en una mera recepción porque no se encontró tronco sano en que apoyar el instrumento para operar".

Heres falleció a la una p. m. del 10 de abril de 1842 a los cuarentisiete años de edad.

10 de abril de 1825.

Bolívar desde el Cuartel General Libertador, en Lima, se despide de los peruanos en los términos siguientes:

"Limeños! Yo me ausento con el mayor dolor de vues­t ra hermosa capital, para ir a los departamentos del Sur, a llenar en dulce deber de mejorar la suerte de vuestros her­manos recientemente incorporados a la República. El go­bierno de aquellos pueblos ha sido hasta el día puramente despótico; y el de sus leyes propias aún no está completa­mente organizado: ellos, pues, han menester de la inmediata autoridad suprema para el alivio de sus pasados infortunios".

"Limeños ! Yo voy altamente satisfecho de vosotros, por vuestra absoluta consagración a la causa de vuestra patria. En recompensa os dejo un gobierno compuesto de hombres dignos de mandaros, y un ejército tan disciplinado, como he­roico. Nada, pues, debéis ya temer. El reino del crimen ha cesado: leyes justas habéis recibido de vuestros lejisla-dores, y a hombres próvidos he encargado su ejecución. Vuestro deber queda limitado a gozar tranquilamente del i r u -

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to de la sabiduría del Congreso, y de vuestros magistrados. Bien necesitáis de un largo reposo para curar vuestras pro­fundas heridas. Yo os deseo este reposo, pero en el suave movimiento de la libertad".

Camino hacia las poblaciones del Sur el Libertador re­cibía los agasajos con que le demostraban su gratitud los habitantes de los lugares que visitaba. En Arequipa fué aclamado por inmenso concurso de personas notables, autori­dades civiles y militares, el Cabildo Eclesiástico y extranje­ros distinguidos. Dos jovencitas—refiere Larrazábal—se adelantan hacia el Libertador, hacen que sus criadas pon­gan a sus plantas las palanganas de plata que llevaban, entre las cuales se veían algunas prendas de oro y de plata, y una cantidad de moneda acuñada de uno y otro metal. Am­bas jovencitas, que pertenecían a familias distinguidas, ma­nifestaron que aquellas prendas y dineros eran fruto de su trabajo personal y del de sus condiscípulr.s: que no pertene­cían al colegio ni a persona alguna, y que pudiendo disponer libremente de aquellos intereses los ofrecían como prueba de su gratitud y en recompensa de sus fatigas, a sus libertadores, a quienes conceptuaban dignos de disfrutar de cuanto ellas tenían, exigiéndoles tan sólo que se les permitiese reservarse el dote de la naturaleza: la libertad. El Libertador enter­necido les contestó: "En quince años de combate por la li­bertad, vuestra suerte ha estado constantemente alimentando el valor de nuestros soldados. ¡ Las hijas de la América, sin patria! ¡ Qué ! ¿ No habían hombres que la conquista­ran. Esclavos vuestros padres . . . .por esposos humildes es­c l a v o s . . . . esclavos también vuestros hijos! ¿Hubiéramos podido sufrir tanto baldón? No, antes era preciso morir. Millares y millares de nuestros compañeros han hallado una muerte gloriosa combatiendo por la causa justa y santa de vuestros derechos. . . . ; y esos soldados que hoy reciben de vuestras manos un premio celestial, vienen desde la costa del Atlántico buscando a vuestros opresores para vencerlos o mo-

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rir. ¡Hijas del sol! ya sois tan libres como hermosas! Te­néis una patria iluminada por las armas del jército liberta­dor : libres son vuestros padres y vuestros hermanos: libres serán vuestros esposos, y libres daréis a! mundo los frutos de vuestro amor. . . . "

11 ele abril ele 1817.

Batalla de San Félix, entre el General patriota Manuel Piar y el jefe realista clon Miguel ele La Torre , quien es derrotado.

Este combate, ele los más celebrados en la lucha de nues­tra Independencia, fué breve, pero sangriento. Las fuerzas de La Torre ascendían a 1.800 hombres; las ele Piar a 2.200, entre ellos 500 indios armados de flechas. El jefe español dispuso su gente en tres columnas cerradas, guarneciendo sus costados con tropas ligeras y caballería: Piar adoptó una formación contraria, pues extendió cuanto pudo su línea de fusileros y flecheros, y puso en segundo término a los indios lancero?.

Esta formación fué modificada favorablemente a vista del enemigo, quien aprovechó este cambio para marchar so­bre su contrario a paso de atacme y con arma a discreción.

Baralt describe este hecho de armas en términos conci­sos y elocuentes, como salidos de su pluma:

"Los republicanos marchaban en tanto por el flanco iz­quierdo a colocarse en el puesto designado, lo cual lograron cuando La Torre estaba ya a tiro de pistola. E n aejuel crí­tico momento, no habiendo tiempo para aguardar las órdenes del Jefe, el coronel José María Chipia, comandante del ba­tallón Barlovento, mandó hacer alto a su tropa, dar frente al enemigo y alinearse; el teniente-coronel José María Lan-daeta repitió las mismas voces y añadió las ele fuego, car­guen a la bayoneta. La línea toda, por una súbita inspira-

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ción, siguió los movimientos indicados por aquellos dos se­renos oficiales: los fusileros y flecheros dispararon sus ar­mas haciendo un estrago horroroso sobre las espesas colum­nas enemigas; las alas se inclinaron formando casi un semi­círculo, donde quedaron encerrados los realistas; y cuando los peones de todas armas se lanzaron sobre ellos, la caballería desembocó por la falda del cerrillo y cayó como un rayo so­bre su flanco izquierdo.

Los realistas sin perder su formación intentan retirarse ; pero en vano: a los pocos instantes, estrechados ya por todas partes, no pudieron hacer uso de sus fuegos. Casi ningún tiro se oyó después: el ruido era de bayonetas y lanzas, y la brega silenciosa, solemne. De vez en cuando se oía la voz de algún oficial español que animaba a los suyos, y fre­cuentemente la de firme, Cachiri, con que Ceruti, Gobernador de Angostura y Jefe de Estado Mayor, quería infundir áni­mo a uno de los batallones. Pocos momentos se pasaron y ya no había combate, sino terrible degüello de realistas. Mu­chos de ellos se arrojaron desatentados a la barranca, y los que no murieron en la caída fueron hechos prisioneros: gran número pereció en su puesto: no pasaron de 17 individuos los que a favor de la noche y por estar bien montados se escaparon con La Torre al puerto de Las Tablas. El nú­mero de sus muertos excedió de 500, el de sus heridos de 200; y entre los prisioneros se encontraban 75 Jefes y Ofi­ciales : Ceruti, tan denodado y bizarro, era de este número : pereció con todos sus compañeros, pues a nadie, sino a los americanos, se d i o cuartel aquel día. La pérdida de Piar no fué de consecuencia sensible sino por la muerte de Chipia y de Landaeta".

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12 de abril de 1878.

E n esa fecha y a las ocho y media de la noche acaeció un violento temblor eme arruinó a Cúa y a otros pueblos del Tuy, en el hoy Estado Miranda.

E ra viernes del Concilio cuando ocurrió la catástrofe. Algunas otras poblaciones, entre ellas Ocumare del Tuy y Charallave, experimentaron aúneme con menor intensidad los efectos del movimiento sísmico.

El terremoto de Cúa se sintió también en Caracas don­de ocurrieron otros varios temblores en los días 13 y 14, causando viva alarma entre sus habitantes, quienes abando­naron sus casas para pernoctar en lugares abiertos donde le­vantaron numerosas tiendas de campaña. La población en­tera velaba atenta a los más nimios detalles que pudieran in­terpretarse como mensajeros de nueva catástrofe: la direc­ción del viento, el tamaño de la luna, el color de las nubes eran motivo de siniestros augurios. U n a hoja volante sus­crita por el señor A. Briceño B., contribuyó a aumentar la confusión. Para apaciguar los ánimos los doctores Agus­tín Aveledo, Rafael Villavicencio, Jesús Muñoz Tébar, Ma­nuel V. Díaz, Adolfo Ernst y Ángel María Álamo publica­ron otra hoja con el t í tulo: "Temblores", de la cual copia­mos los siguientes párrafos :

"El alarma que naturalmente ha producido en nuestro pueblo la hoja volante del señor A. Briceño B., en que teme una sacudida terrestre "espantosa", en el momento del pleni­lunio que se verificará mañana a la 1 y 29 minutos de !a ma­drugada, nos obliga a demostrar la falta ele fundamento de tan siniestra previsión.

El señor Briceño asienta que "en las cuadraturas y si-zigias de la luna son más potentes las oscilaciones de la cor­teza terrestre", y se funda en las observaciones del señor José María Martel.

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Sin duda el señor Briceño toma por sizigias y cuadra­turas el instante preciso del novilunio, del plenilunio y de los cuartos crecientes y menguantes, pues dando a aquellos tér­minos el sentido que tienen entre los astrónomos, es decir, todo el tiempo comprendido entre las respectivas faces, ten­dremos que estamos expuestos a fuertes convulsiones terres­tres durante todo el mes lunar. ¡ Pobres de nosotros que corremos un peligro permanente en todos los instantes de nuestra vida, como que los meses lunares se suceden los unos a los otros por toda la eternidad!

Más, aún aceptando la interpretación que da el señor Briceño a dichas palabras, tampoco es verdad que los tem­blores de tierra sean más frecuentes en aquellos momentos. El terremoto de Cumaná acaeció el 15 de julio de 1853 y el plenilunio fué el 19. El terremoto que destruyó la ciudad de Cúcuta se verificó el 18 de mayo de 1875 y el plenilunio fué el 20. El terremoto que acaba de arrasar a la infeliz Cúa fué el 12 de abril y el cuarto creciente había sido el 10; la luna llena será mañana y la nueva el 2" .

13 de abril de 1850.

Son trasladados los restos de Don Francisco de I turbe del Cementerio de los Canónigos, donde fué enterrado, a la capilla del Pópulo en la S . I . M .

Como se sabe, I turbe fué constante y desinteresado ami­go de Simón Bolívar, desde los días de su mocedad. En 1812, después de la capitulación de Miranda, el futuro Li­bertador quiere salirse del país, ya dominado por los españo­les. I turbe lo presenta a Monteverde con estas palabras;

—Aquí está el comandante de Puerto Cabello, Don Si­món Bolívar, por quien he ofrecido mi garant ía: si a él le toca alguna pena, yo la sufro; mi vida está por la suya.

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Y es Bolívar mismo, ya vencedor en Carabobo, quien nos cuenta el anterior episodio, cuando en su carta del 2 de agosto de 1821 al Presidente del Congreso, después de na­rrarle lo ocurrido en aquella época, le agrega:

"¿A un hombre tan magnánimo puedo yo olvidar? ¿Y sin ingratitud podrá Colombia castigarlo? Don Francisco I turbe ha emigrado por punto de honor, no por enemigo de la República, y aun cuando lo fuera, él ha contribuido a li­bertarla de sus opresores sirviendo a la humanidad, y cum­pliendo con sus propios sentimientos, no de otro modo. Co­lombia en prohijar hombres como Iturbe llena su seno de hoirbres singulares.

Si los bienes de don Francisco I turbe se han de confis­car, yo ofrezco los míos, como él ofreció su vida por la mía ; y si el Congreso Soberano quiere hacerle gracia, sou mis bienes los que la reciben, soy yo el agradecido".

La capilla del Pópulo de que se ha hecho mención la fundó y dotó el Il lmo. señor Obispo don Diego de Baños y Sotomayor, cuya estatua orante se ve aún en ella, sobre el lugar que guarda sus cenizas. Según un trabajo que en 1916 publicó nuestro diligente compilador el general M . Landaeta Rosales, en dicha capilla se encuentran además de los restos enunciados, los del general José María Zamora, procer de nuestra Independencia; los del I l lmo. señor Ma­riano Fernández Fortique, Obispo de Guayana: y existe la presunsión de que también están allí los de don José de Oviedo y Baños, el celebrado autor de la "Historia de la Conquista y Población de la Provincia de Venezuela", quien murió hacia 1738.

14 de abril de 1815.

Asalto y toma de Aragua de Barcelona por partidas pa­triotas de las que obraban por aquellas llanuras-

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Después de la batalla de Úrica, y del desastre de Matu-rín, aún quedaron algunos patriotas valerosos y constantes que no desfallecieron ante los continuados reveses de aqr?l año 14, tan funesto para la República. En t re esos patriotas se distinguían los Monagas, de quienes dijo Cecilio Acosta que eran Jefes épicos, apercibidos siempre al combate d día del deber y del sacrificio. La historia nos cuenta cómo ellos, Pedro Vicente Parejo, los Sotillo, Cedeño y Zaraza, cada uno por separado, y a veces reunidos, mantuvieron en ja­que las tropas españolas con una serie de acciones de guerra que se iniciaron en febrero de 1815 con la de Santa Ana, y a las cuales siguieron, con suerte varia, Cachipo, Chamaria-pa, Santa Rosa, Guei, Peñas Negras y el Palmar, hasta que, reunidas varias partidas, resolvieron por marchas ocultas asaltar a Aragua de Barcelona, como lo realizaron con éxito feliz el 14 de abril de 1815.

E n dicha población encontraron los patriotas considera­ble número de mujeres de familias distinguidas, mantenidas allí presas por los españoles, y a las cuales dieron libertad; así mismo hallaron en la puerta del templo una hoja suscrita por Morales, donde, al dar cuenta de la llegada de Morillo, de propósito deliberado se hacía ascender a 20.000 el núme­ro de hombres venidos en aquella expedición. No se amila­naron con la noticia los patriotas, que antes bien, con ánimo sereno, resolvieron invadir la provincia de Guayana, a cuyo efecto se concertaron Monagas, Parejo, Sotillo y Vicente Infante, para obrar en aquella dirección por distintas vías, a fin de desorientar al enemigo. Así lo hicieron; y reunidos de nuevo en el hato de los Rodríguez, frente al pueblo de La Piedra, emprendieron el paso, empresa demasiado atrevi­da—dice Pare jo— "porque no teníamos sino dos curiaras y la fuerza constaba ya de cerca de 1.200 hombres. Se dio principio al paso por la parte abajo del pueblo de La Piedra, con la mira de que tan luego como se pasara alguna gente se le asaltase sin estrépito de fuego alguno y se tomasen las em­barcaciones que allí había. Esta operación correspondió a

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nuestras esperanzas, y muy pronto cayeron en nuestro po­der las embarcaciones, entre las cuales había un champán car­gado de víveres que había salido de Apure. A la mañana siguiente se presentaron dos flecheras armadas a cortarnos el paso del río, pero, ya todo había terminado".

El general Figuera Montes de Oca en un libro que re­cientemente ha publicado inserta la relación que de esta atre­vida empresa le hizo un testigo y actor de ella.

15 de abril de 1856.

Sale en Caracas el primer número del periódico "El Foro" , redactado por el Licenciado Luis Sanojo.

Es te órgano del pensamiento, dedicado casi exclusiva­mente a la publicación de asuntos de carácter jurídico, salía los primeros y los quince de cada mes, con ocho páginas de a dos columnas de copiosa lectura; se editaba en la impren­ta de G. Córser, y el valor de la suscrición era de doce reales (hoy seis bolívares) por t r imestre .

Al iniciar sus labores el redactor expone así las tenden­cias y propósitos del quincenario que dirige:

"La justicia es el principal, si no el único objeto de la sociedad, pues ninguno tendrían las autoridades, ni la legis­lación, ni ninguna otra institución social si de todo no hu­biese de resultar que los hombres viviesen honestamente, no dañasen a los demás, diesen a cada uno su derecho. De ahí la alta importancia que en todos tiempos se ha dado a la ciencia de la jurisprudencia, al estudio de las cuestiones ju­rídicas. La resolución de esos problemas envuelve la de to­dos los problemas de la vida de las sociedades. Las relacio­nes de la familia, la perpetuación de la propiedad por me­dio de la sucesión hereditaria, el arreglo de las transaccio-

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nes, sin las cuales no se dan progresos, la represión de los delitos y la consiguiente seguridad del honor, la vida y la fortuna: he aquí el vasto círculo en que ejerce su acción e' derecho, o la ciencia de la justicia. Las especulaciones del filósofo, las previsiones del publicista, los cálculos del eco­nomista, tocio tiende sin cesar a realizar la justicia sobre la t ierra. Todos buscan armonía entre los hombres, una regla fija que dirija la voluntad de todos a un solo punto, pues sin esa regla fija no puede haber unidad, y, según dice Pas­cal, la multitud que no se reduce a unidad es confusión".

Sigue el articulista su disertación acerca del derecho, su importancia, como condición indispensable para el progreso y la vida de los pueblos, la conveniencia de que los ciudada­nos adquieran nociones de esta ciencia; y de que la juventud que la estudia halle en una publicación especial dilucidadas cuestiones jurídicas de verdadero interés.

Cuando se habla de jueces, litigios, e tc . , viene a nuestra mente el caso de aquel sujeto eme tenía pendiente en los tri­bunales de París un asunto en que por cierto no estaban de su parte la verdad ni la razón : pero que su abogado había con­seguido hacer triunfar a fuerza de habilidad y de dinero. E n el entusiasmo eme el inesperado éxito le produjo, el de­fensor apresuróse a comunicar a su cliente que estaba fuera, la fausta nueva; y en efecto, valiéndose de una circunlocu­ción, le dijo por la vía telegráfica:—La justicia lia triunfado. Al recibir el marconigrama, el cliente, a quien la voz interior ele que habla San Agustín le decía que si la justicia había triunfado él debía haber perdido, le contestó inmediatamen­te :—Apele.

16 de abril de 1891.

Dicta el Congreso Nacional de Venezuela una nueva Constitución, con la cual se deroga la sancionada el 4 de abril

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de 1881, llamada La Sitisa, por estar calcada en la Confe­deración Helvética.

E n eso de constituciones, como en muchas otras cosas, nosotros marchamos a la cabeza del universo mundo; pues mientras la austera Inglaterra se enorgullece de conservar en su legislación política el espíritu y aun la letra de la Carta Magna, concedida por Juan sin Tierra en 1215; y los E s ­tados Unidos de Norte América se jactan de mantener casi sin alteraciones la Ley Fundamental con que nacieron a la vida pública como Nación independiente, nosotros nos hemos dado el gusto de sancionar, de 1811 para acá, muchos libri-tos de esos que por idiosincracias del carácter nacional leen, comentan, aman y respetan todos los venezolanos cuando no se encuentran en el ejercicio de ningún cargo público, y tratan con el mayor desdén cuando la suerte los lleva a de­sempeñar cualquier empleo, así sea el más ínfimo en la vasta jerarquía de las funciones oficiales.

No entra en el plan de estas apuntaciones disertar sobre tan complicado y peligroso tema, en el cual han ejercitado su inteligencia y su pluma muchos distinguidos compatriotas. Tampoco nos proponemos repetir aquello de que el mérito y la fuerza de una nación dependen menos de la forma de sus instituciones que de las condiciones personales de los indivi­duos que la componen. Nuestra labor de modestos folk­loristas se limita a recojer para el público algunas anécdotas V chascarrillos en que la sabiduría anónima que llamamos pueblo ha condensado las prácticas, costumbres, tendencias y fines de la vida nacional.

Es el caso que en tiempos remotos convinieron los gru­pos eleccionarios de una de nuestras entidades federativas en votar por un solo candidato, quien a su vez se comprometía a distribuir entre todos los electores los Cargos del Estado, y por ende el tesoro regional. Concertados todos en tan racional y cómodo procedimiento convinieron también en ex­plorar previamente la voluntad de cada uno de los que com-

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ponían la plana mayor del Consejo eleccionario para saber el cargo a eme aspiraba o le convenía aceptar. Reunidos al efecto, se fué anotando lo que cada uno quería o se podía darle. A., Secretario General; B., Tesorero ; C , Presidente de la Corte; D., Juez de Primera Instancia; etc., etc.

Llegó su turno a un sujeto entrado en años, hosco y apergaminado, a quien el anotador de los futuros beneficios preguntó:

— Y usted ¿ a qué aspira ?

—Yo no aspiro a nada sino a que me den garantías. A lo cual replicó con viveza uno de los concurrentes,

cuyo nombre debería figurar entre los grandes maestros de sociología venezolana:

— G u á ! Miren al viejito: parecía un p e n . . . . sador, y está pidiendo lo único que no podemos dar le ! ! !

17 de abril de 1790.

E n el Palacio Episcopal de Caracas recibe el párvulo Si­món Bolívar, de seis años y nueve meses de edad, el sacra­mento de la confirmación, de manos del Ilustrísimo señor doctor Mariano Martí, Obispo de la Diócesis de Caracas.

En t r e el grupo de los que recibieron la confirmación en aquel mes y en aquel año, se encuentra Feliciano Montenegro, hijo legítimo del doctor Cayetano Montenegro y de doña Juliana Colón, quien, al correr de los tiempos, figuró en las filas realistas hasta ser Jefe del Estado Mayor General del Mariscal de Campo, don Miguel de La Torre, en la célebre batalla de Carabobo.

Pasada la guerra de la Independencia prestó Montene­gro útiles servicios a su patria nativa, con la fundación del célebre Colegio de la Independencia, que se inauguró el 19

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de abril do 1836, con la cooperación de los hombres más dis­tinguidos de Venezuela, quienes se prestaron a servir algu­nas de las asignaturas del programa.

El general José Antonio Páez hace sobre Montenegro y su obra patrióticas y atinadas observaciones en el tomo se­gundo de su Autobiografía, de la cual copiamos los siguientes pár ra fos :

"Ganoso de desagraviar a la patria, contra la cual había desplegado toda la actividad de sus talentos, Montenegro se dedicó a trabajos científicos, con objeto de regalar a Vene­zuela alguna obra que fuera crédito de las riquezas de su sue­lo y testimonio de las glorias militares que él mismo había presenciado sirviendo en el contrario bando.

Presentó a Venezuela el nunca bien ponderado trabajo que modestamente llamó "Compendio de Geografía", aña­diéndole una completa relación de la contienda revoluciona­ria ; libro que es la mejor autoridad de los sucesos de aquella época.

Para la actvidad de un hombre como Montenegro era esto bien poco; y se propuso dedicarse a la educación de la juventud venezolana con la constancia que le era caracterís­tica.

A pesar de las muchas prevenciones que contra él ha­bía acogí con calor su idea de establecer un colegio, y le en­tregué mis hijos para que le ayudaran a costear los gastos en una pequeña casa situada en la esquina de Colón. Bien pron­to halló nuevos patronos que le brindaran protección, v pu­do conseguir mejor edificio; y más adelante el Tesoro le prestó doce mil pesos, y algunos padres le adelantaron dinero por las pensiones de sus hijos. Entonces acometió la obra de convertir los escombros de un convento en un colegio de primer orden. La relación de lo que hubo de sufrir para dar cabo a su patriótica idea es la historia de los desengaños y contrariedades que han sufrido siempre los innovadores, o cuantos se proponen hacer bien a la humanidad".

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18 de abril de 1872.

Muere en Caracas el presbítero y general José Félix Blanco, Ilustre Procer de la Independencia Venezolana.

En el tomo I de las Biografías de Hombres notables de Hispano-América, coleccionadas por Ramón Azpurúa, co­rre inserta la biografía que nuestro gran poeta José Amo­nio Calcaño escribió sobre la vida de aquel viejo y meritorio servidor de la república.

Reseñar la vida del Padre Blanco sería historiar 1 a Re­volución de la Independencia Suramericana, a la cual nrestó sus servicios dicho notable compatriota, desde el 19 de abril de 1810 hasta 1862 en que, ya octogenario, se retiró de la vida pública quedando incorporado de nuevo, por Breve de Su Santidad Pío IX, a la Iglesia como Clérigo del Arzobis­pado de Venezuela.

Su testamento, otorgado en Caracas el 9 de enero de 1872 está concebido en forma de carta dirigida a don Ra­món Azpurúa, y dice as í :

"Mi querido amigo : Por la gran confianza que tenro en usted, y con la que siempre me ha tratado, ahora que me encuentro en vida tan avanzadísima, quiero que usted me conceda un otro servicio que Dios le pagará. Es el de cum­plir los encargos que voy a expresar .

No tengo bienes ni intereses de qué disponer, sino mis libros que están aquí en mi estante, que suplico a usted en­tregar después de mi muerte, al joven José Félix Blanco, así como toda mi ropa de uso al joven Vicente Blanco Capetülo, y mis muebles y menaje de casa, hasta la última escudilla de mi uso, que están en mi morada, a María Brígida Machado que me sirve y que espero que me servirá tan bien como ahora hasta mi último día.

Si lograra usted imprimir los trabajos de la Reforma de los documentos de la "Vida Pública del Libertador", y si por ello sacara usted algún beneficio, le suplico que de lo

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líquido trate de pagar lo posble de lo que yo debiere a la se­ñora Carmen Moreno de Abreu, por una cuenta pendiente desde hace muchos años con su señora madre Obdulia Frei-tes, según usted verá en los cuatro legajos de documentos que le incluyo, que se servirá usted conservar en su poder.

Sírvase recoger y encargarse de mis papeles y. cuando pueda examinarlos, para que si hubiere en ellos algo digno de la historia lo utilice, o para ayudarse usted en la Reforma arriba citada.

Soy desde muchos años hermano de la Cofradía de Nuestra Señora del Socorro en Santa Rosalía a cuyos fon dos nada adeudo. Ella cumplirá para conmigo y mis restos mortales, lo que dispongan los estatutos y permitan sus fa­cultades ; pero pido a usted el favor de intervenir en este asunto, para obtener en lo posible, que lo que se funcione en tal caso sea sin boato ni ostentación alguna; y suplico a us­ted también que disponga que mi cadáver sea sepultado en el Cementerio de los "Hermanos de San Ped ro" en esta capi­ta l .

Ruego al Gran Poder de Dios que derrame sobre usted y su familia los dones de su Alta bondad, para que sean fe­lices y que les pague los bienes que usted, su señora esposa y demás familia han dispensado a éste su sincero amigo y capellán.—José Félix Blanco".

19 de abril de 1749.

Juan Francisco de León, Capitán Poblador del valle de Panaquire, llega a la capital seguido de numeroso concurso y pide la expulsión de los factores y empleados de la Compa­ñía Guipuzcoana. 19 de abril de 1810. El Ayuntamiento de Caracas depone las autoridades españolas y se constituye en Junta Central, Sostenedora de los Derechos de Fernando V I L

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Era en la primera de las fechas citadas Gobernador el Mariscal de Campo don Luis Francisco de Castellanos. L a historia nos cuenta que cuando León llegó a las cercanías de Caracas no eran únicos compañeros suyos los pocos y desar­mados pobladores de Panaqui re : gran número de gente de los pueblos del tránsito y de toda la provincia, se habían asociado espontáneamente a la empresa; la gente rica de las ciudades la fomentaba con promesas y dinero; y, en suma, las clases pobres y trabajadoras, las hacendadas, los indios mismos, habían convertido una insignificante y humilde solicitud en u n grande y solemne empeño nacional.

Conmuévese la capital, y una comisión del Ayuntamien­to sale para Tocóme donde se encuentra León, quien expene el motivo de su venida a Caracas con los hombres allí reuni­dos. Prometen los del Ayuntamiento que se hará la debida justicia, y suplican al Capitán que espere donde se encuen­t ra el resultado de las gestiones que cerca del Gobernador se hicieran. La impaciencia de los sublevados no lo permite, y salen para Caracas tras los primeros parlamentarios.

E n la plaza mayor se avistan Castellanos y León. E x ­plica éste que ésa no es una asonada ni un acto de desacato a la autoridad real ; conviene aquél en lo justo de las recla­maciones y de acuerdo con lo que en el acto estipulan hacen conocer de los habitantes todo lo actuado, por medio de ban­do público, en que después de leídas las piezas del proceso preguntan por dos veces al pregonero:

— ¿ P o r quién ha pedido el Capitán Juan Feo . de León en esta causa ? A lo que le contestó la muchedumbre:

— P o r todos los de esta provincia.

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20 de abril . Como en la variedad consiste el gusto, de cuando en vez

adobaremos el Día Histórico con algunas notas sem i-pri­vadas, que si no son dignas de la posteridad sirven al presente para refrescar recuerdos que ya van siendo viejos, y que no carecen de interés, aun cuando no lo tengan tanto como aquellos de don José de Zorrilla, que hicieron tan so­licitados los Lunes de "El Imparcial".

Nos mueve también a introducir esta novedad la obser­vación que hemos hecho de que a muchos de los lectores les interesa más saber quién estableció la primera panadería y pastelería en Venezuela que quien redactó nuestra primera Carta Magna, acaso porque a la constitución física de cada individuo resulta más importante y beneficiosa la primera que la segunda circunstancia.

E n 1896 desempeñábamos modesto empleo en el Mi­nisterio de Relaciones Interiores, bajo la inmediata direc­ción del doctor Víctor Antonio Zerpa, y en amable cama­radería con Juan José Mendoza, Pedro Elias Rojas, Este­ban Fortoul Amengual y Miguel Ángel Ramírez, cuando dieron un cargo en la misma Oficina a cierto sujeto que, según él, se había corrido del Nuevo Reino huyendo del zi­pizape que formaban por allá liberales y godos.

La verdad es que, acaso por consolarse en su ostracis­mo, Anatolio, (que así se llamaba el nuevo presupuestívoro) amarraba cada mona que temblaba el gallo de la Pas ión ; y en el delirio que el licor le producía dedicábase a cortejar doncellas de servicio, una de las cuales, en correspondencia a ciertos extremos amorosos, le propinó tan soberbias ca­chetadas que lo tuvo por varios días postrado en el lecho: hasta éste hicimos llegar Pedro Elias y yo unas endiabladas décimas que principiaban así :

Mientras luchan en Pamplona tus hermanos liberales tú gastas aquí los reales en amarrar una mona.

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Este proceder no abona la bondad de tu doctrina, y el pulpero de la esquina dice con mucha razón que hay federales que son más malos que la quinina.

En otra ocasión habíamos hecho en parcería una tirada de versos sobre varios asuntos propios de gente moza, de buen humor, y que llevaba en la sangre la alegría del vivir. Pa ra mejor apreciar las excelencias de nuestra obra, de la cual estábamos más enamorados que Pigmaleón de la suya, convinimos en ir temprano a la oficina, después de! al­muerzo, a oír la lectura que de ella haría Miguel Ángel. Fuimos, en efecto, y porque allí era mejor la luz, nos agru­pamos cerca de una puerta cubierta de tela metálica por la cual se entraba de la calle al departamento oficialmente de­nominado Dirección Administrativa. Toda nuestra atención estaba concentrada en el lector, que declamaba en carácter nuestras escandalosas espinelas, cuando se oyó un ligero rasguño en el alambre de la puerta, y la voz del Director que preguntaba en tono melifluo:

—¿Qué consonancias son esas, señor Miguel Ángel?

21 de abril de 1901.

La Sociedad Honor a Pérez Bonaldc, celebra en la ciu­dad de La Victoria, capital entonces del Estado Aragua, una Velada en homenaje al autor de "La Vuelta a la Patr ia".

En ese acto, de fervor lírico y de estricta justicia, llevó la palabra de orden A. Carnevali Monreal. Antes de hacer apreciaciones sobre la personalidad y la obra de Pérez Bo-nalde, llamó la atención del auditorio hacia el hecho universal

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de que hombres llamados a brillar por sus méritos intrín­secos resultan, como en los casos de Camoens, Milton y Cervantes, condenados al menosprecio de sus dones y virtu­des. Luego, concretándose a nuestra nacionalidad y al des­dén conque hemos tratado a sus hijos más ilustres en las letras, las artes y las ciencias, d i jo :

"Sí, señores; confesemos llanamente, con llaneza de hombres justos, con acuerdo de gente reflexiva, que, ya sea por remotas afinidades de un fatal e inexcrutado designio psicológico, ya sea por causa de los propios vicios domés­ticos que han deprimido nuestro carácter y retardado el pro­ceso de nuestra civilización, tenemos pendientes, como tristes herencias por liquidar, saldos de afecto y de honra para con más de un venezolano conspicuo y benemérito, para con in­signes ciudadanos que, mientras eran escarnio del bizanti-nismo imperante, ellos sustentaban dentro y fuera de los lindes de la Patria el glorioso blasón de ésta, con alientos de extrema virtud civil e intelectual, con el motor excelso que les pusiera Dios en el alma, como para que pudieran de­cir a propias y extrañas gentes, que la tierra de tales hom­bres, que la madre de tales hijos podrá extraviar las vías y equivocar los medios de franquear el porvenir sin sacrificios ni dolores, pero tendrá siempre quien le encienda una an­torcha en el camino y quien le muestre en el confin del ho­rizonte, como el gran legislador a la turba israelista, los su­gestivos lincamientos del paraje ideal, de la montaña simbó­lica en cuya cima no habrá de tener ocaso ni eclipses el sol de paz. de amor y de justicia que prepara en los senos del tiempo la concordia fraternal de los hombres, la estrecha fu­sión de las razas y la suprema cultura de los pueblos".

A veces, como dijo el mismo orador, amanece tarde el día de la justicia; pero amanece, y derrama en las penum­bras luz amable y bienhechora. A Pérez Bonalde no se le ha hecho aún toda la justicia que su ingenio y su saber de-

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mandan: mas, su nombre y su memoria perduran en el co­razón de los que han leido los versos de aquel poeta egregio e infortunado. .

22 de abril de 1829.

Los periódicos dan cuenta de que el día anterior el Ge­neral José Antonio Páez, Jefe Superior de Venezuela, ob­sequió con una comida, en su histórica morada denominada La Viñeta, al Honorable Señor Carlos Elphinstone Fleeming, Vice-Almirante de la Armada de S. M. B. y Comandante en Jefe de la Estación Naval de las Indias Occidentales, a su señora esposa y a la distinguida comitiva que los acom­pañaba.

E n un salón dispuesto de antemano y adornado con gus­to y magnificencia se sirvió la sopa. Sentáronse a la mesa treinta y seis personas. La profusión y esplendidez del ser­vicio y de las viandas no dejaron que desear. Desde cercana galería escogida orquesta ejecutaba varias piezas musicales. A las siete y media de la noche terminó este primer servicio y la comitiva bajó a ocupar una segunda mesa, la de los postres, colocada debajo del gran emparrado en cuyo centro se ostentaba artística fuente. Todo el recinto estaba profu­samente iluminado; la mesa literalmente cubierta de frutas y flores. La concurrencia ocupó sus asientos a los sones de una marcha militar tocada por las bandas de los batallones Anzoátegui y Cívicos.

Mientras servían los postres S. E. el Jefe Superior pro­nunció los siguientes br indis: Por la salud y prosperidad de S. M. el Rey de la Gran Bretaña; y luego: Por la gloria militar del Almirante Fleming. Este ilustre sacerdote de la libertad, consagrado desde sus tiernos años al servicio de la patria, jamás ha venerado otro culto: donde quiera que ha

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visto brillar un rayo de esta luz divina ha volado a rendirle el augusto homenaje de sus principios. A esos brindis res­pondió el Vice-Almirante en estos términos:

' 'Siento intenso placer al recibir el distinguido obsequio con que se me honra; él procede del ilustre Jefe eme por su genio y virtudes se ha elevado al alto rango en eme el mundo lo admira, y me es tanto más grato cuanto amo la libertad, y lo recibo en un país l ibre: sé, por consiguiente, que parte del corazón y que no ha de confundirse con falsas alabanzas. No debo ocultar el placer que he tenido en visi­tar este país y el deseo que me anima de contribuir a sus mayores progresos: mucho ha sufrido y por todas partes se ven vestigios del precio a que ha comprado su libertad. Casi todas las naciones han tenido que pasar por igual prueba. No ha mucho la mía se hallaba en igual estado, pero la t ran­quilidad y el amor al trabajo la han hecho prosperar. N o olviden los hijos de Colombia los sacrificios hechos por la patria. Recordemos siempre al creador ele esta obra gran­diosa. Brindemos por el Libertador Presidente Simón Bo­lívar".

En el Centón Lírico publicado por el autor de este libro en 1920, se encuentra la canción compuesta en honor de Fleming. Un descendiente de él, Don Roberto Cunninghame Granan la ha incluido en su l ibro: José Antonio Páez, que acaba de publicar.

23 de abril.

Escogemos la fecha de hoy para consagrar ligera nota a un libro que corresponde a la extensa bibliografía vene-zolanista, aunque es poco nombrado y conocido entre noso­tros, quizás por la circunstancia de haberse publicado en in­glés y luego vertido al francés, sin que hasta ahora se haya hecho ninguna traducción al castellano. Se titula dicha obra :

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Wild Scenes in South America; or Life in the Llanos of Venezuela; fué su autor el señor Ramón Páez, hijo del Ge­neral José Antonio Páez ; y se publicó por primera vez en New York, Charles Scribner, 1862. La versión francesa se hizo por Emile de la Bedolliére, en 1870 con el nombre : Voyages et Aventures dans L'Amerique Céntrale ct Mcri-dionalc.

Como lo indica su título, el objeto principal de esta obra es dar a conocer la vida y las costumbres de los Llaneros, a cuyo efecto se rememora un viaje emprendido en diciem­bre de 1846 por el General Páez, su hijo Ramón y varias otras personas, entre las cuales iban extranjeros de signi­ficación, desde Maracay hasta el Arauca, donde tenía aquel General algunas posesiones pecuarias.

Ent re las vividas páginas de ese libro, escritas por quien, si no nativo de la Pampa tenía con ella poderosas vinculaciones, como hijo de uno de los guerreros que más han contribuido a formar y mantener la gloria militar de aquellas regiones traducimos, para ofrecerlo a nuestros lec­tores, una, referente a fiestas populares en las riberas del Apure. H e aquí la traducción:

"La orquesta se componía de una guitarra apenas más grande que la mano que la punteaba, una grande, y un par de bulliciosas maracas, especie de castañuelas fabricadas con calabazas y llenas de granos de maranta o plomo indiano. No hay orquesta completa sin las maracas, que, como he podido apreciarlo, reemplazan las castañuelas o los menos romancescos fragmentos de huesos que emplean los trova­dores africanos.

Un coro de cantores escogidos entre los de nuestra co­mitiva completaba nuestra banda musical. Los Llaneros son apasionados por la música y muestran gran talento en com­poner muy bellas canciones nacionales, que llaman Tonos o Trovas llaneras. Hay pocos entre ellos que no estén do­tados de aquel don, y se citan buen número de célebres im­provisadores. Cada vez que se encuentran dos de ellos se

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establece un concurso a ver quien se lleva la corona de lau­rel. Este agradable entretenimiento ocupa en ocasiones ho­ras enteras y sucesivas y no termina sino cuando uno de los bandos es reducido al silencio por la superioridad de su rival. El vencedor es declarado el lion de la fiesta, y en consecuencia recibe no solamente las felicitaciones de sus admiradores sino las miradas y las sonrisas de las bellas con­currentes. Sorprende ver hombres que no conocen las letras del alfabeto componer versos de una factura tosca pero lle­nas de sentimiento. Casi todas las canciones y baladas se refieren a actos de valor ejecutados por los héroes de la Independencia, a picarescas aventuras amorosas y a las lu­chas que a continuo tiene que sostener el Llanero contra la naturaleza salvaje e indomable que le rodea" ( * ) .

24 de abril de 1815.

Se incendia en aguas de la isla de Margarita, y en el canal que se forma entre Coche y Cubagua, el navio San Pedro Alcántara, nave capitana de la expedición de Morillo.

Aunque Baralt, Mariano de Briceño, Arístides Rojas, y otros notables escritores venezolanos dicen que fué el 24 de abril del año citado el incendio de aquella nave, no huelga advertir que el capitán Rafael Sevilla, testigo presencial del suceso, lo fija en el día 21 según se lee en el interesante l ibro: "Memorias de un Militar", que, en 1877, publicó en Puerto Rico don José Pérez Moris.

( * ) A l corregir las pruebas de esta efemérides debemos con­signar que e) D r . Francisco Izquierdo ha traducido y publicado en un volumen, el l ibro de R a m ó n P á e z .

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H e aquí la curiosa relación del capitán Sevilla: " . . . . E l general Morillo y demás oficiales salieron el

20 para Cumaná, en la Efigenia, dejando en la Margarita dos compañías de Barbastro y unos cuantos dragones de guar­nición. La mayor parte de los buques se dirigieron a la isla de Coche. Mi fragata por no necesitar agua se rezagó llegando el 21 por la mañana, y anclando a unas cuatro mi­llas de tierra. El navio San Pedro venía detrás para ir recogiendo a todos los buques, y fondeó muy cerca de noso­tros, delante de dicha isla de Coche, teniendo a la proa dos o tres lanchas cañoreras".

"A las cuatro de la tarde notamos mucha confusión a bordo del San Pedro, y que nos hablaba con bocinas. E n el tope de proa oímos señales de motín y que muchos in­dividuos se tiraban al agua y se trasladaban a nado a las cañoneras: algunos se descolgaban para eme lo? auxiliasen por el cable de proa, lográndolo unos y pereciendo otros. Inmediatamente echamos una lancha al mar, en la que nos metimos dos oficiales y un piquete de soldados armados de fusiles, para ir al navio a sofocar la rebelión. Cuando ya nos alejábamos, asomóse Pereira y nos dijo que nos volvié­ramos pues lo que había a bordo del San Pedro no era mo­tín sino fuego. Efectivamente al subir a nuestro buque ya se divisaba el humo que salía del navio y distinguíamos a sus infelices tripulantes que nos pedían socorro. Desde arriba se tiraban muchos a los botes, que estaban llenos de soldados, quienes, con ese egoísmo que produce el temor a la muerte, recibían con la punta de las bayonetas y de las lanzas a los que saltaban. Entonces echamos al agua todos nuestros bo­tes que dieron dos viajes salvando unos setenta jefes y ofi­ciales y de tres a cuatrocientos individuos de tropa y mari­nería. . . .E l resto de la escuadra, aunque distante, notó tam­bién el desgraciado accidente y mandó sus botes; pero los más no llegaron a tiempo y otros se detuvieron ante los cañones que se disparaban solos, lanzando sus balas y mor­tífera metralla, por lo que a unos y otros nos fué imposible

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terminar el salvamento. A bordo mismo estábamos en in­minente peligro con cuyo motivo tomó el mando de la fra­gata su propietario y experto marino el bizarro Arteaga. Colocado junto a la caña del timón gritó con voz de man­do :—Silencio! Dos marineros con hachas al pie de los ca­bles. Desplegar velas.

Una comisión de personas visibles fué a suplicarle que mandase cortar los cables para que se alejase la fragata:

—Mi deber es permanecer aquí y ninguna consideración es capaz de separarme del camino del deber.

Media hora permanecimos sufriendo el fuego que nos hacía el navio. Ya las llamas habían subido al palo de me-sana y devoraba las jarcias cuando la tonante voz de Ar ­teaga gr i tó :

—Piquen cuerdas! Derriben a popa! La fragata empezó a navegar a toda vela. No había

pasado más que diez y ocho minutos, cuándo ya a cierta dis­tancia del buque incendiado vimos sobre el navio como un relámpago inmenso, indescriptible; después una colosal masa negra y roja que se elevó como el cráter de un volcán a las nubes; luego un ruido espantoso, prolongado, inaudito. La mar tembló, las aguas se arremolinaron en forma de olas concén t r i ca s " . . . .

Si el pacificador Don Pablo Morillo hubiera sido su­persticioso habría podido decir como el baturro del cuento: —Mal principio de semana para el que lo ahorcan en lunes.

25 de abril de 1810.

La Suprema Junta de Caracas, emanada del 19 de Abril, al organizar el nuevo gobierno crea las Secretarías de Estado y designa para desempeñarlas a los siguientes ciu-

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dadanos: Relaciones Exteriores. Juan Germán Roscio; Gra­cia y Jnsticia, Nicolás Anzola; Hacienda, Fernando Key y Muñoz; Guerra y Marina, Lino de Clemente.

También resolvióse que la Junta tendría el tratamiento de Alteza, y se compondría de 23 vocales con voz y voto; que el Tribunal de apelaciones, alzadas y recursos de agra­vios, tendría el tratamiento de "Señor ía" ; que el juzgado de policía, encargado al mismo tiempo de la conservación del fluido vacuno, se compondría de un juez de este ramo y do­ce diputados del abasto y un síndico, para que cada mes en­trase uno o más que celase del peso y medida, precio y provi­sión; que la administración de justicia en todas las causas ci­viles y criminales estaría a cargo de los corregidores D. Luis de Rivas y Tovar y D . Juan Bernardo Larrain, quienes ejercerían estos empleos por el espacio de un año, contados desde el 19 de abril, y cumplido se harían nuevas elecciones; que el gobierno militar estaría a cargo del coronel D . Fer­nando Toro con las funciones de la inspección; y calidad de asesorarse con letrados de la ciudad, teniendo por su secre­tario al subteniente D. Ramón García de Sena; que la junta de guerra y defensa de estas provincias se compondría del coronel D . Fernando Toro, de los comandantes generales D. Nicolás de Castro y D. Juan Pablo Avala, de los coroneles de artillería e ingenieros D. José Salcedo y D. Juan Pires, y de los comandantes del escuadrón de caballería y del ba­tallón veterano D. Antonio Solórzano y D. Antonio José Urbina, teniendo de secretario al capitán D. José Sata.

Al referirnos al 19 de Abril de 1810, conviene recordar la peregrina circunstancia de que por mucho tiempo se dis­cutió si aquella fecha era la inicial de nuestra Independen­cia, y por tanto, una fiesta nacional, o al contrario, un acto de sumisión a la Corona de Castilla, cuyos derechos protestó defender la Suprema Junta instalada aquel día. Tal discu­sión, aunque en ella tomaron parte distinguidos compatrio­tas, no tenía razón de ser, pues los hechos con su inflexible

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lógica, y los actores de aquel movimiento con su honrada pa­labra contestemente declaran que él dio nacimiento a la emancipación nacional.

26 de abril de 1872.

Muere en Bogotá, donde había nacido el 19 de octubre de 1800, el General Pedro de Alcántara Her rán , Procer d. j

la Independencia. La vida de este meritorio hombre público y amigo con­

secuente del Libertador Simón Bolívar, ha sido puntualiza­da por los notables historiógrafos colombianos Eduardo Po­sada y Pedro M . Ibáñez, y se encuentra publicada en el vo­lumen 111 de la Biblioteca de Historia Nacional. De él to­mamos fragmentos del discurso que en el cementerio de Bo­gotá, y ante el cadáver del ilustre finado, pronunció al doc­tor Gil Colunge, Secretario de lo Interior y de Relaciones Exteriores de aquella República hermana:

"Bien explica esta fúnebre ceremonia que la patria es­tá de duelo, porque ha perdido uno de sus proceres. Ape­nas si hay necesidad de decir que el hombre cuyos despojos venimos a entregar a la tierra pertenecía a esa pléyade de admirables varones a cuyo fuerte brazo debe su existencia nacional medio Continente americano. Viole el ejército li­bertador a la cabeza de los sublimes jinetes que dieron la úl­tima prueba de su poder al ejército peninsular; y el título de Húsa r de Ayacucho que ganó en aquella inmortal jornada bastaría él solo para justificar el testimonio espléndido de veneración y gratitud que nosotros le rendimos.

Pero el General Herrán, señores—vosotros lo sabéis muy bien— no fué únicamente un héroe; no sirvió a su país solamente como soldado. E n su vida de merecimientos, al lado de sus hechos militares, campean los del hombre civil, y por ello le cuenta la República entre sus servidores beae-

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méritos. Fué Legislador, Magistrado y Diplomático; y en la serie da puestos eminentes que ocupó con honor durante su dilatada carrera de hombre de Estado, dejó siempre algu­na huella que anotar en la página que harto temprano le reservó la historia.

Colmada está hoy la página. Vivió el General Her rán lo bastante para cerrarla dignamente, y la ha cerrado así . L a historia es un libro severo donde se pesan y balancean las acciones humanas, cuyo recuerdo se encarga ella de per­petuar ; y en el balance que arroja la cuenta de este colombia­no ilustre hay de sobra para satisfacer la más noble ambi­ción de gloria y el más legítimo orgullo.

El General Her rán no fué impecable ¿ Y quién preten­dería serlo debajo del sol ? Los nombres que la humanidad más venera—los Cincinatos mismos y los Washington— no estuvieron del todo exentos de sombras. El error, las faltas, son patrimonio de la especie h u m a n a " . . . .

La correspondencia entre el Libertador y el General He ­r rán da constancia del respetuoso afecto del subalterno hacia el J e f e ; y de la estimación del Jefe hacia al subalterno. E n carta del 22 de noviembre de 1829 le dice a éste el Liberta­dor :

"E l buen estado de la opinión de Bogotá, y la tranquili­dad que goza ese pueblo, se debe en gran parte al comporta­miento de usted en su destino; U d . se ha conducido muy bien, y la reputación que goza es justamente adquirida Si U d . ejerce un destino a toda satisfacción del Gobierno y del pueblo, no es prudente que U d . lo abandone en estas cir­cunstancias; mucho nos resta que hacer aún, como Ud. mis­mo me dice en su citada car ta; es pues necesario concluir la o b r a " . . .

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27 de abril de 1870.

Ocupación de Caracas por el Ejército revolucionario al mando del general Antonio Guzmán Blanco.

Sobre este acontecimiento y sus consecuencias trae el doctor Gonzalo Picón Febres, en su l ibro: "La Literatura Venezolana en el Siglo Diez y Nueve", el siguiente co­mentario :

"El 27 de abril de 1870 entró en Caracas, vencedora, después de tres días de heroica resistencia por parte del Go­bierno, la revolución que desembarcó en Curamichate, acau­dillada por el que había sido Secretario del Mariscal Fal-cón, factor del tratado de Coche, Vicepresidente de la Re­pública, y brutalmente apedreado en su casa de habitación, no sólo por las turbas populares sino también por ciudadanos de elevada significación política y social, la noche del 14 de agosto de 1869; y desde el 27 de abril de 1870 el genral Guzmán Blanco, hombre de cuarenta años entonces, en todo el vigor y plenitud de su existencia, empleado en batallas contra las emulaciones que lo circundaban, en alcanzar la victoria a todo trance y en imponerse en Venezuela con la potencia de su autoridad, empezó a combatir con éxito con­tra los enemigos del partido liberal y contra sus pro­pios enemigos. Ciudadanos eminentes, peritos en la ad­ministración de los intereses públicos, y conocedores de las altas dotes intelectuales, políticas y administrativas que adornaban al ostentoso caudillo de la revolución de abril, le acompañaron sin vacilaciones. Pr imero venció a los conser­vadores; luego a los liberales rebeldes acaudillados por el general Matías Salazar, en amalgama o fusión con los mis* mos conservadores; luego al general León Colina, cuya re­volución sin duda alguna tenía en mucha parte los mismos caracteres fusionistas que la de Salazar, aun cuando más velada por convenir así a los intereses de la revolución y al éxito que se perseguía. Con su poderosa inteligencia, con su

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gran talento práctico, con su carácter de bronce, con la fir­meza de su voluntad, con su persuasiva elocuencia de tribu­no, con su admirable competencia en administración, con su profundo conocimiento del país, con la constante actividad de su cerebro trabajador e infatigable, con la arrogancia de su personalidad sobresaliente y con su imperioso yo, absoluta­mente necesario en aquellas circunstancias anormales de di­versas corrientes contrapuestas, y de descabelladas ambiciones, combatió a sus enemigos, para alcanzar sobre ellos la victo­ria, en el gabinete, en los periódicos y en los campos de ba­tal la". . .

Se relaciona con el 27 de abril la siguiente anécdota: El 12 de mayo de aquel año, poco después de ocúpala

la capital, el jefe de la revolución triunfante salió de nuevo en campaña sobre Aragua y Carabobo. El 16 llegó a Valen­cia y durante los días que pasó en dicha ciudad fué a ver a don Rafael Arvelo, quien se encontraba enfermo. Una luja del poeta recibió a Guzmán, con quien se mostró un tanto displicente y hasta descortés, en términos de preguntarle si era cierto que sus tropas habían cometido muchos desmanes cuando la toma de Caracas. Minutos más tarde pasó el visi­tante al cuarto del enfermo a quien preguntó después de al­gunos minutos de amistosa conversación:

•—¿Cómo es que siendo usted liberal tiene una hija tan goda ?

A lo que contestó el célebre humoris ta: —Ese es mi secreto: en casa los hombres somos libe­

rales y las mujeres conservadoras.

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28 de abril de 1828.

Muere el General Juan Guillermo Iribarren, nacido en Barquisimeto el 25 de marzo de 1797.

Hijo legítimo de don Juan Bautista de Iribarren, navarro, y de doña Margarita Choquea, barquisimetana, el joven Juan Guillermo vino con su hermano José María a Caracas, adon­de los enviaba su padre con el propósito de que se educaran en el Seminario Tridentino. E n esta ciudad se encontraban cuando los sucesos políticos de 1810 y de 1811, con los cuales simpatizaron no obstante la filiación netamente rea­lista de sus padres, quienes, como dice Morales Marcano, pensaban hacer de ellos robustas columnas del trono y del altar.

El año 14, que tan luctuoso debía ser para las armas republicanas, apenas contaba 17 años Juan Guillermo I r i ­barren, quien apasionado ardientemente por las ideas eman­cipadoras concibió el propósito de incorporarse a las fuer­zas patriotas. Al efecto, cierta noche se evadió del Semina­rio, descolgándose por uno de los enrejados balcones del edificio. Después de indecibles penalidades fué a dar al Alto Apure, donde obraban los llaneros de Páez. Con ellos se distinguió en Arichuna, Yagual, Los Cocos, Mucuritas y otros combates gloriosos. Tal confianza inspiraba ya su dis­ciplina, actividad y bravura, que Páez lo escogió para reali­zar la importante y atrevida empresa de desalojar de Banco Largo, en la margen derecha del Apure, las fuerzas que allí tenían los realistas. Sobre este hecho dice el General Páez en su Autobiografía: "A fines de marzo recogía en el Cuar­tel General las partidas sueltas y las que obraban en la pro­vincia de Barinas. El enemigo pasó el Apure, y como tenía interés en ocupar las dos orillas de este río se atrincheró con una compañía de infantería en el pueblo de Banco Lar ­go. Sabedor de ésto, envié al capitán Guillermo Iribarren para que con su compañía atacara las trincheras del enemigo.

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Ocultando su marcha por los matorrales se presentó Iribarren inesperadamente delante del enemigo y lo asaltó sin haberse disparado más que un solo tiro, eme hirió mortalmente al valiente sargento Roso González. En premio de su conduc­ta en aquella ocasión di a Iribarren un escudo de oro con el lema: "Arrojo sombroso". Sus prisioneros me sirvieron para organizar el primer batallón de infantería, al eme bau­ticé, a petición de sus jefes, con el nombre de "Bravo Páez", base del famoso cuerpo que, siempre distinguido en muchas ocasiones de guerra, mereció más tarde eme se le cambiara su nombre en el de "Vencedor de Boyacá", por su heroica conducta en la batalla de este nombre.

29 de abril de 1923.

Hoy se exhibe una sonada película americana en nues­tro Teatro Nacional.

Cada vez que miramos al frente de nuestras salas ci­nematográficas cartelones con títulos llamativos, y que re­presentan trágicas escenas pintadas con resplandecientes co­lores, admiramos el talento de los empresarios yankees, si no grandes artistas para la urdimbre de sus pelícu­las, bastante entendidos en psicología para comprender el gusto público, y la honda huella eme esos graneles anuncios imprimen sobre la imaginación popular, en todas partes ig­norante e infantil.

Y la experiencia nos viene de adentro; pues las prime­ras impresiones llegaron a nuestro espíritu por medio de las estampas del delicioso Libro Pr imar io : Juan el del barbo­quejo ; Jorge y el hermoso cerezo; el viejo y los gatitos que le traen María y Ana ; el trineo eme hace asomar a la gente a las puertas de sus casas, cuando pasa raudo al alegre re­tintinear de sus sonoros cascabeles; el nadador que ve venir

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una grande ola que amenaza sumergirle. Luego las primeras caminatas por la ciudad y el largo detenerse ante los objetos que atraían nuestras miradas, ávidas de examinar cuanto ca­yera dentro de su campo de inspección. Muchas veces nos paramos horas enteras ante la vieja casona de Madrices a Ibarras, en cuyo alero estaban pintadas curiosas f iguras: Adán y Eva, un sol, un león, un oso, un cuadrante y otras muchas que ya no guardamos en el cofre de nuestra memoria. ¿ Representaban aquéllos los días de la creación o los signos del zodíaco? Hoy no sabríamos decirlo.

Fija está también en nuestra retina la pintura que exornaba la pared exterior de una pulpería situada en la es­quina de La Hoyada: una preposición, un sol al revés, dos niños semejantes de fisonomía, vestidos y tamaño, un toca­dor de guitarra, unas navajas de afeitar abiertas, forman­do un ángulo obtuso; y la satisfacción eme experimentamos al descifrar el sencillo geroglífico: "Con los gemelos son pandas las navajas".

Hacia el centro de la ciudad había otras figuras, una de ellas en la librería de Emeterio Hernández, de Los Tra ­posos a San Jacinto: un asno con anteojos, gravemente de­tenido ante los abiertos volúmenes de su copiosa biblioteca.

¿ No habrán contribuido grandemente al éxito de ciertos preparados las etiquetas con cjue se adornan? Por nuestra parte no concebimos el Tónico Oriental sin la hermosa da­ma eme se peina ante un espejo la opulenta cabellera; ni el Pectoral ele Anacahuita sin el corpulento árbol que le sirve de marca, ni el Jarabe de Reuter sin la anciana que lo distri­buye ; ni la Emulsión ele Scott sin el hombre eme lleva a cues­tas el enorme bacalao. ¡ Cuántos servicios presta la ense­ñanza objetiva ele la pintura! Los cuadros son libros donde aprenden a leer los eme no conocen las letras. Por supuesto que no sean como los de Mauricio Robles, ni como el cuadro de ánimas que pintó Ramón Rivas para la Iglesia ele Can­delaria.

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30 de abril.

Como se sabe, desde los días mismos en que la Amé­rica hispánica luchaba por conquistar su emancipación po­lítica, grandes escritores del antiguo y del nuevo Continente dedicáronse a estudiar aquel magno acontecimiento y a sus principales actores, entre los cuales Bolívar ocupó desde cierto tiempo puesto de preferencia.

Y la gran figura del Libertador de Suramérica no pudo pasar inadvertida al autor de "Los Héroes ' ' , quien le consa­gra las líneas que adelante se leerán y en las cuales, si se nota algo incoherente o vago se debe tanto a las dificultades de la versión, cuanto a que el estilo de Carlyle por ser in­dividual se rebela muchas veces contra los convencionalismos gramaticales:

" . . . . Y Bolívar, el Washington de Colombia", el "L i ­bertador Bolívar" ha desaparecido también sin dejar fama. Melancólicas litografías nos lo representan como un hombre de cara larga y anchurosa frente, de aspecto adusto, reflexivo, conscientemente reflexivo, de nariz ligeramente aguileña, con mandíbulas de una angulosidad terrible y ojos oscuros y profundos, un tanto juntos (circunstancia esta última de la cual deseamos ardientemente que sólo la litografía sea cul­pable:) tal es el "Libertador Bolívar", hombre de duro ba­tallar, de duro cabalgar, de múltiples dotes, aficiones, heroís­mos e historionismo en este mundo; hombre muy sufrido y de muchos arbitr ios; muerto hoy y olvidado, y de quien, con excepción de la litografía melancólica, el público europeo co­noce poco menos que nada. Y, sin embargo, ¿ no anduvo de un lado a otro, muchas veces como un desenfrenado, con su indómita caballería envuelta en mantas, y su guerra de emancipación "a muerte"? Cubierto con su manta (poncho, llaman los sudamericanos a unas mantas cuadradas con una corta abertura en el centro para pasar por ella la cabeza y y dejarlas colgando), cubierto con su manta y sin llevar ab-

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solutamente otro vestido, más de un jinete libertador ha ca­balgado por aquellos ardientes climas y ha combatido vale­rosamente, también, envolviéndose el poncho en los brazos para lanzarse a la carga.

E ra de tiempo atrás muy conocido en París , en los círcu­los galantes, filosófico-político y o t ros . E n más de una ale­gre soirée parisiense ha brillado este Simón Bolívar, y en sus últimos años, en el otoño de 1825, recorrió triunfante el P o ­tosí y las fabulosas ciudades de los Incas, circundado por nu_ bes de indios que danzaban y prorrumpían en gritos de gue­rra, y ' 'cuando se avistó en el Cerro, montaña metalífera, echáronse a vuelo todas las campanas y tronó la artillería", dice el general Miller. Si no es éste un Ulises, Politlas y Polimeto, ¿quién habría de serlo? Es , en verdad, un Ulises cuya historia valdría la tinta que en ella se emplease, sólo con que apareciera el Homero capaz de e sc r ib i r l a . . . "

1 ? de mayo de 1799.

María Josefa Herrera eleva una representación al Ca­pitán General de Venezula, en la cual pide la parte que le corresponda por haber contribuido a la captura de Don J . M . España .

"Doña María Josefa Herrera, vecina de este puerto an­te V . S . con la mayor beneración digo: Que hallándome en compañía de mi hermana Da . Ana, la noche del 29 de abril próximo pasado, a eso de las ocho y media, sentada toman­do fresco con la puerta abierta en la casa de mi morada, con­tigua a la que habitaba da . Joaquina Sánchez, mujer del reo de Estado José María España, oímos un ruido en el te­jado de la de mi habitción y sospechando que algún mal intencionado pretendiera robarnos como nos ha sucedido en noches pasadas, r e s o l v i m o s . . . . (roído por la polilla) y ha-

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hiendo entrado algunos soldados en la mía la reconocieron toda y no se encontró indicio, de que resultó quedar satis­fecho, volviéndose a su guardia" .

"Al cavo de media hora llegó el Sor . Comandte. de la plaza con alga. Tropa, con la cual hizo registrar mi dha. ca­sa a su satisfacción y no encontrando el objeto a que se diri­gía se retiró, (según oí decir al almacén de la pólvora;) a pocos momentos sentimos un ruido hacia la cocina, corrimos a ella y descubrimos un hombre que se descolgaba por la chiminea, y descendido que fué conocimos ser el Reo de Es ­tado José María España : quedamos sorprendidos, pero re­cobrándome algún tanto precaví el servo, tan particular q. en aquel instante se me presentaba hacer en obsequio de! So­berano y la Pa t r ia . Sin detenerme corro para la calle a lla­mar la Tropa y al llegar a la puerta me encuentro parado en medio de la calle a don Antonio Morales, vecino que habita la casa del frente, a quien le manifesté la entrada de! reo por la cocina para que llamase a los sóidos, y lo aprehen­dieran, a lo que me contestó: quédese U. a la puerta y salió corriendo a pedir auxilio: y llamó a Dn. Agustín García que a la sazón se hallaba con tropa en la otra casa del reo y con bastante sigilo le descubrió lo que ocurr ía: volvieron los dos con la tropa y ésta se quedó a la puer ta : en este momento el Reo seguido por mi hermano se presentó en la sala donde estábamos el referido García, Morales, y les dijo estas pa­labras : aquí me tienen ustedes: yo soy el r eo" .

"Has ta aquí p u e d o . . . (ilegible) sobre la verdad del hecho, moviendo mi ánimo oponerme a las disposiciones sin­ceramente, el caso ocurrido y manifestarle que el haber dela­tado a dicho reo fué movida del amor al Rey y a la Patria y no de otro interés, como lo puede notar V . S . por las mis­mas circunstancias del suceso. Pero Sor . , no puedo tampoco ver con indiferencia que se estén decretando premios en el descubrimiento y captura del Reo ; y que un lance que pudo ocasionar mi ruina, la casualidad o tal vez la Providencia la trocó en suerte con cual pudiera remediar mi indigencia,

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la de mi hermana y madre, la qual hace años q. no se le­vanta de la cama y sin recursos de q. subsistir. Por otro la­do veo q. sería motivo de obscurecer la Justicia de V . S . el ocultarle este conocimto. Por todo lo qual a V . S . su­plica q. si en algo nos considera acreedoras p* recibir algún premio se digne por efecto de su rectitud y alma generosa tomar las provids. que fueren de su agrado antes que se ve­rifique la distribución del premio ofrecido p r . la aprehen-ción del reo p" lo qua 1 dirixo esta instancia con un propio".

"Dios guarde a V. S. ms. as. Guaira l 9 de Mayo de 1799.—María Josefa Herrera".

2 de mayo de 1889.

E n la revista quincenal "La América Ilustrada y Pinto­resca" que redactaba en Caracas Pedro Martel Larruscain, aparece un artículo de nuestro inolvidable Arístides Rojas, donde, bajo el título "Los Platos parlantes de la Revolución Venezolana", nos da a conocer las piezas de cerámica euro­pea que se relacionan con la Independencia de nuestra pa­tria y con los triunfos de Bolívar y de sus conmilitones en Venezuela y en la Nueva Granada, en el Ecuador y el Pe rú .

La mayor parte de los objetos de cerámica exornados con retratos, monogramas, escudos y leyendas, salieron de las fábricas inglesas de Spode y Davenport, célebres en el siglo X V I I I . Los platos y otros artefactos de la primera tie­nen dibujos azules, el sello de armas que sustituyó al pri­mero de Miranda, y la leyenda "Ser libres o Morir". Los de Davenport ostentan dibujos encarnados, el sello de la Gran Colombia y el lema: "Viva Bolívar, muerte a los tira­nos". Hay también unos platos de loza un tanto ordinaria de fondo blanco y dibujos azules, entre los cuales descuella el

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sello de la Confederación, con el siguiente le trero: "Viva la Repiíblica de Colombia''.

Existe también una colección de pocilios y jarros, cuya fabricación fué patrocinada sin duda por los oficiales de la Legión Británica, consagrada a rememorar una figura o un hecho determinados. E n obsequio de Brion, muerto en 1821, se fabricó un pocilio que lleva esta leyenda con caprichosa ortografía y extravagantes sintaxis: "Valerosos colombianos. Vosotros debéis tener impresa en vuestra memoria. Para siempre la! lamentable pérDida de vuestro Almirante Luis Brion". en obsequio de Padil la: "Memoria del acción dada en el Arsenal de Cartagena' de India Por el valeroso General Padilla Donde fué decidido el 24 june 1821". E n obsequio de Carreño: "Memoria del acción dada en la Sieniga de S''n-ta Martha por el General Carrcno". En obsequio de Córdo-va y Maza : "Memoria del acción dada en el Campo de los valientes Córdoba y Masa". E n obsequio de Bolívar y Páez ; "Memoria del acción dada en el Ca'mpo de Carabobo por el Libertador Presidente General Simón Bolívar y el valeroso País donde fué deedido el 24 junio de 1821".

Había muchas otras piezas consagradas a rememorar la batalla de Boyacá y las proezas de los Generales Montilla, Anzoátegui, etc .

Como es natural, el retrato de Bolívar figura en primer término en platos, jarros y pocilios. Nos parece que en el Museo Boliviano se conserva un ejemplar de un pocilio de tres patas, de la fábrica francesa de Flamen Fleury, que ostenta en una de sus caras una miniatura de Bolívar de fino colorido y en otra, la bandera de Colombia.

Ya son raros estos objetos donde el arte europeo grabó efigies, escudos y leyendas relacionados con nuestra gesta heroica y sus más notables campeones. Es de reciente data nuestra afición a reunir y conservar estos recuerdos, muchos de los cuales han sido llevados al extranjero por gente no

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más amante de nuestras glorias, aunque sí más en capacidad de apreciar el valor histórico de esos platos parlantes de la Revolución Venezolana.

3 de mayo.

En este mes, eme el sentimiento cristiano dedica al culto de María y del Sagrado Leño donde murió el Redentor, conviene recordar las cruces que en otro tiempo estuvieron fijas en varios lugares de Caracas y algunas de las cuales han desaparecido hace tiempo. Estas cruces eran nueve: la de madera, que aún se conserva en el ángulo noroeste de la esquina de Candelaria; la de hierro, con base de mani­postería, que estuvo colocada en el terreno eme media entre el campanario de dicha iglesia y la estatua del general José Gregorio Monagas; la de la Trinidad, tallada en piedra, con base de lo mismo, y resguardada por una cubierta de mani­postería, que estuvo situada junto al puente de la Trinidad, hacia la derecha; la de Punceres, de madera, que se encuen­tra en el sitio mismo donde fué plantada, dentro de un ni­cho con puerta de vidrio; la de la Cruz Verde, que todavía se ve en la esquina que lleva este nombre; la de La Vega, en la calle de San J u a n ; la de la Crucecita, que estuvo si­tuada en el barrio llamado Estado Zamora; la del Guarataro, en la esquina de este nombre; y la de Vallenilla, en el barrio así llamado, en la Parroquia de La Pastora, al occidente del sitio que ahora denominan El Tajamar.

La mayor parte de esas cruces fueron plantadas a me­diados del siglo X V I I I ; presenciaron las dolientes escenas de la Guerra a Muer te ; vieron pasar a los peregrinos de la libertad, en penoso éxodo hacia las playas del Caribe y las regiones orientales; y recibieron por más de una cen­turia el homenaje de los fieles, quienes, durante el mes de

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mayo, las decoraban profusamente con flores y banderas. Ya no se solemniza la fiesta de la Coronación con grandes luminarias, música y fuegos de artificio; ya no se animan los hogares con los velorios de cruz, rumbosamente feste­jados por los antiguos habitantes de la vieja Santiago de León de Caracas; ya la multitud no acude a esos lugares en piadosa romería.

Los tiempos y hábitos han cambiado. Las cruces de Caracas ya no tienen devotos. Tocado de esta indiferencia hacia las sencillas tradiciones del pasado, nuestro dulce poeta Domingo Ramón Hernández arrancó a su lira aquellos ver­sos melancólicos y sentidos, que no podemos leer sin volver el pensamiento hacia épocas y costumbres de las cuales no quedan sino breves reminiscencias. Decía el bardo:

A U N A C R U Z

Los que un tiempo te adoraron, Y de flores te vistieron, Y con cirios te alumbraron, ¿Dónde están? ¿ A dónde fueron, Que hacia tí jamás tornaron?

Solitaria, Cruz divina, No te ofrenda alma ninguna, Y en tu desamparo y ruina De la ya menguante luna Sólo el fanal te ilumina.

Y aun a los fulgores muertos Que de esos mundos desiertos Coloran la soledad A la ingrata humanidad Tiendes tus brazos abiertos.

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4 de mayo de 1493.

Su Santidad Alejandro V I expide en San Pedro, en Roma, una Bula por la cual se concede a los Reyes Católicos libre, lleno y absoluto poder, sobre las tierras descubiertas por Colón, y sobre las que en lo adelante se descubrieren.

Esta Bula, de la cual arranca el derecho invocado por la República para ejercer el Patronato de la Iglesia, como heredera y causahabieute de los Soberanos españoles, acor­daba a éstos y a sus sucesores todas las tierras e islas des­cubiertas o por descubrir al occidente y al mediodía de una lí­nea ficticia trazada del Polo xArtico al Polo Antartico, y a cien leguas al oeste del grupo de las Azores y de las islas de Cabo Verde. La misma Bula establecía que el dominio sobre estas tierras y sus islas se otorgaba a los Reyes de España salvo que ellas hubieran sido ocupadas por otro Príncipe cristiano antes de la Navidad del año 1492. Ot ra Bula expedida por el mismo Papa dispuso que los Reyes de Castilla y de Aragón gozarían en los países descubiertos y por descubrir los mismos derechos y privilegios que antes habían obtenido de la Silla Apostólica los reyes de Portugal, para sus conquistas en el Sur de África y en las Indias.

Hacia fines de ese mismo año de 1493 el Soberano Pon­tífice confirmó por una tercera Bula las dos precedentes; y para mejor garantizar a los vasallos de los Reyes de Cas­tilla y Aragón el derecho exclusivo de los descubrimientos, anuló las otras concesiones de que las nuevas tierras pu­dieran ser objeto. Juan I I de Portugal reclamó, preten­diendo que esas Bulas estaban en oposición con las conce­siones anteriormente otorgadas en su favor. Como la Corte Pontificia retardaba el arreglo del asunto, el Gobierno por­tugués entabló con el de Castilla negociaciones directas, a cuyo efecto los representantes de los dos Monarcas se reunie­ron en Tordecillas el 3 de julio de 1494, y el 7 firmaron un Tratado por el cual se convino en dar mayor extensión a la

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línea trazada por el Papa Alejandro V I , fijándola en tres­cientas setenta leguas al Oeste de Cabo Verde, al mismo tiempo que para asegurar la ejecución de esta cláusula se estipuló que todos los descubrimientos que se hicieran por el uno o el otro de los dos países dentro de la línea divisoria pertenecerían al que los hubiere hecho. Se decidió en fin, que se procedería a la determinación exacta del meridiano de demarcación dentro de los diez primeros meses, a part ir del 7 de junio de 1494. Este Tra tado puso mo­mentáneamente fin a la primera discusión internacional con motivo del descubrimiento de la América, aunque suscitó más tarde interminables cuestiones de límites entre las posesiones trasatlánticas de España y de Portugal.

Esta Bula de Alejandro V I dio motivo para un diálogo entre Pasquino y Marforio, célebres estatuas que hizo par­lantes la jocundia latina.

Pasquino: —Alejandro da las Indias a España y a Portugal y a su modo las reparte.

Marforio:

— P e r o a él ¿Quién se las dá? Pasquino:

—Pues toma, su misma Bula. Marforio:

—¿Títulos de propiedad llamas eso? Pasquino:

— E n el día los derechos así van : no se toma solamente lo que se puede agarrar, cuanto pertenece a otro, o se halla en dominio actual s i n o . . . .

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Marforio: —Pero ¿Qué otra cosa el hombre puede ocupar?

Pasquino: —Cáspita! los bienes todos de implacable calidad, las tierras desconocidas, el nunca surcado mar, y en fin, cuanto no se ha visto, ni puede verse jamás.

5 de mayo de 1826.

Ent re papeles inéditos de nuestro archivo conservamos una colección de cartas dirigidas al General Páez, y que se relacionan con el movimiento separatista, que el instinto popular bautizó con el nombre de La Cosiata. De esa co­rrespondencia clamos a los lectores de "El Día Histórico" la siguiente misiva que tiene aquella fecha:

"Reservada.

Exmo. señor Jph. Antonio Páez.

Gracias a Dios, mi jeneral que ya hoi se ha dado el golpe por esta municipalidad y pueblo que se congregó, y todos los elementos para la consolidación de nro. bien y seguridad y gloria de U. están consignados en el acta que yo mismo redacté por habérseme encargado, y llevan los comisionados nombrados a satisfacción de cuantos se inte­resan en la felicidad jeneral. Ellos van bien en cuenta de cuanto debe hacerse.

Mucho, muchísimo se ha trabajado y como quiera que nros. trabajos han tenido un suceso feliz ya no me acuerdo

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de nada ni de nadie, ni debemos acordarnos. No debemos nombrar a quienes se portaron mal, pues hicieron ya lo que ha debido hacerse, con su cambio de conducta borraron sus errores. Por consiguiente solo debo nombrar a los que se han vuelto locos trabajando hasta con peligro en favor de U., para que U. los quiera, y son los s. s. Rivas, Núñez y Lander.

Pero la política demanda que Yanes no exista en Ve­nezuela y se vaya p' ! Bogotá a echar incienso a su ídolo. Si no se hiciere así no creo tengamos seguridad.

Quedamos trabajando en uniformar la opinión pública, y Dios conserve con salud a mi bienhechor. Adiós mi je-nera l : estoi contento y de todos modos spre. su aferrado amigo que le desea todo bien y b. s. m.

Ands Levcl de Goda".

Ya aparecerán otros documentos de la misma época y de idéntica índole. Con ellos a la vista bien pueden las nuevas generaciones, libres de prejuicios, darle su verdadero carác­ter a hechos históricos hasta ahora desnaturalizados por la pasión o el interés.

6 de mayo de 1821.

Se instala en el salón de la sacristía de la iglesia del Rosario de Cuenta, en la antigua Nueva Granada, el P r i ­mer Congreso Constituyente de la Gran Colombia.

Cincuenta y siete diputados, de los noventicinco que correspondían a las diecinueve provincias que pudieron prac­ticar elecciones, asistieron a este solemne acto. Pa ra ejercer la Presidencia y la Vicepresidencia del Cuerpo fueron ele­gidos, respectivamente, los señores Félix Restrepo y Fer ­nando Peñalver.

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Dos tendencias contradictorias—dice nuestro gran his­toriador J. Gil Fortoul—dividieron en seguida a los dipu­tados, respecto del lazo constitucional que debía unir a las provincias de Venezuela con las de Nueva Granada. ( D e las del Ecuador, que no estaban todas libertadas, se suponía que aceptarían necesariamente cualquier pacto) . Muchos di­putados granadinos abogaron por que ambos Estados con­servasen su autonomía e independencia bajo un sistema de gobierno federativo; pero triunfaron al fin los eme, inspi­rándose en las ideas políticas de Bolívar y de Nariño (a la sazón Vicepresidente interino) preferían la forma cen­tralista. E n 12 de julio el Congreso ratificó la Ley funda­mental de la unión de los pueblos de Colombia, dictada en Angostura el 17 de diciembre de 1819, y se les declaró reuni­dos desde luego "en un solo cuerpo de nación, bajo el pac­to expreso de que su gobierno es y será siempre popular representativo". "De acuerdo con este quedó sancionada la constitución definitiva el 30 del próximo agosto".

Al hacer el recuento de las trascendentales reformas y beneficiosas medidas dictadas por aquella Constituyente, el mismo historiador citado hace las siguientes serenas apre­ciaciones :

"El 14 de octubre terminó sus sesiones el Congreso de Cúcuta. Quiso constituir una grande y poderosa República; y si la suerte de los Estados dependiese sólo de las sa­bidurías de sus leyes, aquel Congreso habría asegurado por años o siglos el porvenir de Colombia. Sin embargo, no hubo nunca obra legislativa menos adecuada a la condición social y política ele los pueblos eme con ella quedaron apa­rentemente unidos. Realización fortuita de un ideal gran­dioso ele Bolívar, Colombia no podía vivir sino al amparo del genio que la creó: ausente él, en lejanas guerras, i rá perdiendo ella, con sus estériles conmociones, toda esperanza de vida perdurable. Pacto ocasional entre países que ten­dían naturalmente a gobernarse a sí propios, la historia de

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la constitución de Cúcuta será la historia de sus violaciones". Conviene siempre observar que el Libertador no se en­

gañó nunca con respecto a los inconvenientes y a la perdu­rabilidad del pacto colombiano. E n ocasión memorable él emite conceptos y emplea términos análogos al historiador venezolano: Colombia no puede subsistir sino a favor de las circunstancias en que fué creada: conmigo desaparece. Pero desapareció después de haber llenado el grande y primordial objeto a que estaba destinada: ¡ La Independencia de la América!

7 de mayo de 1847.

E n este año, que se señaló en el país con aconteci­mientos políticos de importancia, clausuró sus sesiones el Congreso Nacional el día 19 de mayo a las dos de la tarde, después de una prolongada labor de la cual uno de los actos más importantes fué el decreto de fecha 7 erigiendo los Obispados de Barquisimeto y Calabozo.

La primera de las nueve Diócecis comprendía las P r o ­vincias de Barquisimeto, Coro y los Cantones de Ospino, Guanare y Araure, en la Provincia de Barinas.

La segunda la formaban los Cantones Calabozo, Cha­guaramas, Orituco, San Sebastián y parte del Cantón de Cura, de la Provincia de Caracas; los Cantones Achaguas, Mantecal y San Fernando, de la Provincia de Apure ; los Cantones Guanarito y Nutrias, de la Provincia de Barinas, y el Cantón Pao, de la Provincia de Carabobo.

El mismo 7 de mayo de 1847 en que el Congreso dic­taba el referido Decreto, presentó al general José Tadeo Monagas, Presidente de la República, la renuncia de su cargo de Ministro del Interior y de Justicia, el Dr. Ángel Quintero. El Presidente no aceptó la renuncia del vehemente doctor

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Quintero hasta el 29 del mismo mes, nombrando en propie­dad para el cargo al señor Rafael Acevedo, Oficial Mayor del Despacho, quien lo venía desempeñando interinamente, y cuyo voto como Ministro fué decisivo en la consulta de Gabinete promovida por el general Monagas con respecto a la sentencia pronunciada contra Antonio Leocadio Guzmán: Acevedo opinó por la conmutación de la pena.

8 de mayo de 1799.

Es ajusticiado en la Plaza Mayor de Caracas el reo de Estado José María España.

Se ha asentado que fueron iniciadores de la Revolución de 1797 los detenidos políticos Juan Bautista Picornell, Ma­nuel Cortez Campomanes, José Lanz y Sebastián Andrés, traídos a las bóvedas de La Guaira por cómplices de la conspiración descubierta en Madrid el día de San Blas de 1796, y cuyo objeto era establecer en España una República a semejanza de la francesa. Esta aseveración carece de fundamento, pues no es lógico suponer que individuos en­cerrados en estrecho calabozo, y sin relaciones en el país, pudieran ejercer ninguna influencia ni hacer propaganda en favor de sus ideas, cualesquiera que ellas fuesen; lo natural es suponer que preparada la clase superior para la indepen­dencia, y afecta a la forma republicana, viera con interés y compasión a los que juzgaban mártires de una causa que era la de sus afectos. Sólo así se explica que dichos reos obtuvieran consideraciones y simpatías tanto de los habitan­tes de La Guaira cuanto de algunas autoridades que se es­forzaron en hacer menos penosa la existencia de los cautivos.

Siempre serán leídas con placer aquellas palabras que Juan Vicente González pone en boca del Dr . Vicente Eche-

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verría, amigo de José María España, y uno de los que lo acompañaron en sus últimos instantes:

—"Dejad, cristianos, que para desahogar mi corazón me despida un momento del amigo de mis tiernos años, del compañero de mi juventud, del que recogió las efusiones primeras de mi amistad. Dejadme llorar, como David, al nuevo Absalón que ha perecido colgado de este árbol fu­nes to : Absalón, fili mii.... ! Satisfecha la vindicta de la majestad terrena yo no debo acordarme sino del amigo: está ya en las manos clementes de la justicia divina, que le ha recibido en sus brazos al salir de los míos. ¿Qué importa la manera con que murió al que está en el cielo? Quizás, aun a los ojos del mundo, en estos nialos días en que la sangre de los reyes mancha las manos del verdugo, el patí­bulo venga a ser un título de g l o r i a . . . . ¿ Qué te diré yo, amigo mío, que dé paz sobre los caminos públicos a tus huesos áridos y lleve un consuelo a tu inconsolable esposa? Que la mano del hombre no es la mano de Dios; que su balanza no es la de los poderosos de la tierra, y que mientras éstos hieren aquél c o r o n a . . . . Yo debo detenerme aquí en medio de la turbación que domina mi espíritu. Mi fe es de mi rey ; dejadme mis lágrimas para mis amigos".

9 de mayo de 1831.

Muere en Caracas, donde desempeñaba la cura de almas de la parroquia de Santa Rosalía, el Presbítero Dr. Salva­dor Delgado.

E ra este sacerdote oriundo de la ciudad de Calabozo, de donde vino a seguir estudios en la Real y Pontificia Un i ­versidad de Santiago de León. Recibió el grado de doctor en Teología el 8 de noviembre de 1801. Dicho acto es de

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perpetua memoria entre los amantes y cultivadores de la literatura nacional, porque se asocia al recuerdo del vejamen que al doctor Delgado dio el doctor José Antonio Monte­negro (según asientan Ángel M. Álamo, Arístides Rojas, J . Gil Fortoul, José E. Machado y algunos otros que sobre él particular han escrito) o el Dr . Juan Nepomuceno Quin­tana, como, con razones de peso, afirma el erudito escritor larense Pedro Montesinos, en su interesante trabajo publi­cado en el número 2.274 de "Panorama" de Maracaibo, en el cual, para robustecer su opinión, inserta una décima hasta entonces no citada por ningún otro historiador, y que dice:

Y le ayuda el vocerrón, el coramvobis pedante y el tono representante con que predica un sermón. ¿ Con que el señor taparon a ser judío se inclina? ¿ Con que sigue una doctrina que a la nuestra no se hermana? Pues sepa usted que Quintana no devuelve la propina.

Y no sólo por esta circunstancia merece conservarse el nombre del Dr. Delgado en la memoria de sus compatrio­tas. El fué también de los signatarios del Acta de la In­dependencia, como Diputado por Nirgua. Su palabra dis­creta se dejó oír en el recinto del Congreso el 5 de Julio de 1811.

"Nada tengo que añadir—dijo—sino hacer algunas re­flexiones. No me dejo seducir ni alucinar precipitada­mente de los bienes que se creen tan inmediatos e insepara­bles de la Independencia; pero tampoco me dejo intimar de los males que se suponen o temen. Bajo el nombre de Fer ­nando somos denigrados y hostilizados. La conducta de In­glaterra induce a una ambigüedad que sólo es favorable a

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sus intereses, aunque indirectamente traiga a los nuestros las ventajas de la no interrupción que no puede convenir de ningún modo al gabinete británico. Es imposible calcular positivamente sus miras y preveer cuál será su conducta con nosotros, sin Fernando: entre tanto puede llegar una paz general, en que seamos envueltos en un tratado, o sumer­gidos en una invasión combinada : nuestra independencia hará ver cuál es el centro de nuestras líneas y cerrará la puerta a todos los pretextos que puedan dar contra nosotros la ambigüedad en que vivimos".

La memoria de este benemérito sacerdote es de las que han permanecido en la penumbra de la historia. No sea olvi­dada por humilde. Por nuestra parte le consagramos esta breve referencia que para sus servicios pide la justicia dis­tributiva.

10 de mayo de 1841.

Dicta el Congreso Nacional un Decreto por el cual se aprueba el contrato celebrado por el Ejecutivo, sobre compra de un edificio apropiado para el Despacho del Gobierno.

E n el emplazamiento del hoy Ministerio de Relaciones Exteriores existía para mediados del siglo X V I I I la Casa Municipal, a la cual se encontraba anexa la Cárcel, en parte del área que hoy ocupa la Casa Amarilla. El espacioso edificio tenía fuertes rejas de hierro hacia la parte norte, adonde en ocasiones se asomaban los detenidos a implorar la caridad pública. De esa cárcel salieron muchos de nues­tros compatriotas para el patíbulo, durante la guerra de independencia, como también muchos peninsulares condena­dos a muerte por delitos políticos.

En el trascurso de los años, y también con motivo del espantoso terremoto del 26 de marzo de 1812, fué deterio-

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rándose el edificio hasta que, en 1840, el Poder Ejecutivo y la Diputación Provincial celebraron un contrato por el cual ésta enagenaba a aquél la finca ya dicha. Este contrato fué aprobado por el Senado y la Cámara de Representantes, reu­nidos en Congreso, el 7 de mayo de 1841. Se autorizó también al Ejecutivo para invertir hasta S 10.000 en la re­paración del inmueble, cantidad esta que se consideraría como incluida en el presupuesto de aquel año.

Sobre la Casa Amarilla y su vario destino corren mu­chas graciosas o picantes anécdotas, algunas de las cuales hemos recogido para nuestra : "Historia Anecdótica de Ve­nezuela" : he aquí una de cuya autenticidad salimos garantes.

En 1892, ya iniciado el movimiento político que todos conocemos, pasaban frente a la Casa Amarilla, entonces mo­rada presidencial, dos damas caraqueñas distinguidas y her­mosas, una de las cuales se había hecho notar no sólo por su espléndida belleza sino por ciertos episodios de su vida apa­sionada y galante. Precisamente cuando ellas bajaban de El Principal hacía Las Monjas subía en dirección contraria uno de los políticos de mayor relieve en aquella época, y hombre además distinguido por su cultura y gentileza. En­contráronse precisamente frente a la Casa Amarilla las da­mas y el caballero, quienes, como amigos que eran, entraron desde luego en amistosa conversación. Ya al despedirse, vieron que el doctor Andueza Palacio, Presidente de la República, se encontraba asomado al balcón central de la ya citada casa. El político y una de las damas lo saludaron afectuosamente; la otra, aunque también lo conocía, volvió el rostro hacia la Plaza Bolívar, y al ser requerida por sus compañeros sobre los motivos para aquella descortesía con­testó con voz un tanto airada:

—Cómo quieres que salude a ese sinvergüenza. No sa­bes lo que se le ha ocurrido?

—Qué , niña? —Dar a mi marido mi casa por cárcel!

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11 de mayo de 1923.

Para descansar de la fastidiosa uniformidad de las cosas demasiado sabidas traemos al Día Histórico una nota evo­cadora de sucesos y personajes consustancializados con la vida y las costumbres de esta nuestra querida ciudad de Santiago de León en épocas pretéritas cuando eran niños muchos en la actualidad graves señores, acaso fatigados lia-jo el peso abrumador de la existencia.

Y es a Ña Telésfora, a la inolvidable Ña Telésfora, maestra insigne en la confección de la olleta y el mondongo, célebres platos criollos de frecuente uso hasta en las más aristocráticas mesas de Caracas, a quienes queremos dedi­car esta cariñosa remembranza, que si para algunos no tiene interés, quizás consiga despertar juveniles y festivos pen­samientos en la imaginación de más de un conterráneo que, en aquellos tiempos ya remotos, saboreó las conservas y los gofios de Agust ina; las frutas de Serafín y de Julio Car-mona ; el carato y el manjarete de Casilda; las tostadas de El Gato Negro y El Brinco; el guarapo de José Jesús, y algunos otros preparados de la cocina nacional.

Ña Telésfora era, para la época en que la conocimos, una mulata sesentona, obesa, pulcramente vestida con ca­misa, fustán y paño ; cómodamente calzada con zapatos de tela. Su puesto, en el actual mercado de San Jacinto, se­mejaba salón de trono en día de besamanos; el superior asiento, ancho butaque de madera forrado en cuero de res, sin adobar; al lado dos enormes ollas dentro espaciosa batea: en la una el guiso, en la otra el cuajo.

E n torno de aquella soberana, a veces malhumorada y voluntariosa, apretábanse los compradores, en espera de su turno para obtener parte de la renombrada preparación cu­linaria, tan apetecida y solicitada por los vecinos de la Sul­tana del Avila; y era de ver cómo las manos se tendían ávidas y suplicantes hacia la despótica vendedora.

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—Véndame dos reales de mondongo, misia Telésfora-—Yo no soy gata para que me diga misia. —Déme un real de olleta, doña Telésfora. — N o me llame doña, que no soy mantuana. —Écheme un real en esta ollita, Telésfora. — N o sea atrevida, que yo no soy de su edad. —Mire que está muy poquito. —Vaya a comprarlo a otra parte.

En cierta ocasión uno de los pesadores de carne llegó a comprar su cuotidiano real de mondongo para el desayuno: la reina le recortó la ración; el marchante reclamó sin éxito. Al siguiente día volvió, pero en lugar de la acostumbrada escudilla llevó un envase de los que, según Delille, sirven para los usos menos poéticos de la vida.

—Póngame aquí dos reales de mondongo. —¿ En esa porquería ? —Sí , señora. Telésfora sirvió el sustancioso aumento; el comprador

advir t ió : —Está muy poquito. — N o le doy más. —Entonces se lo echo en la olla. ¡ Y no hubo otro remedio que llenarle la vasija!

12 de mayo de 1878.

E n la mañana de ese día ocurrió en Caracas, Calle del Comercio, esquina de Mercaderes, un acontecimiento que por circunstancias especiales alcanzó larga resonancia.

Relatan periódicos de aquella época que el sábado 11 de aquel mes y año, a la hora de almuerzo, tuvieron acalorada discusión en la posada El León de Oro, los Generales José

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Miguel Barceló y Eduardo Scanlan, sobre un tema político entonces palpitante: la reforma de la Carta Fundamental de la República. La discusión degeneró en disputa y pasó a las vías de hecho. Según se dice, Barceló d i o un bastonazo a Scanlan, quien, como era natural, trató de contestar el ataque, lo que impidieron las personas presentes; y por en­tonces quedaron apaciguados los ánimos.

En la mañana del domingo se encontraba Scanlan en la ya dicha esquina de Mercaderes, cerca del establecimiento de Boggio Yanes y C Í J, conversando con el General Lauren­cio Silva y el señor J. A. Izquierdo, cuando salió del hotel, y se dirigió a ellos, el General Barceló, acompañado de Juan de Mata Guzmán. Según testigos, casi simultáneamente con el grito de és te : Apártate, Laurencio, sonó un tiro hecho por su acompañante, luego otro. He aquí la relación que hace Scanlan del final de la t ragedia:

"Saqué mi revólver y disparé el primer tiro, en tanto que el contrario descargaba ya tercera vez sobre mí. Al segundo tiro que hice noté que lo había herido, y me detuve esperando que él hiciera lo mismo: entonces él hizo varios otros disparos, a los que contesté descargando los cinco de mi revólver.

Debo hacer notar la especialísima circunstancia de que en el curso de la refriega, y no habiendo dado fuego en uno de los tiros el revólver del General Barceló, el señor General Juan de Mata Guzmán le proporcionó el suyo.

Del tercero al quinto tiro que hice herí de nuevo al contrario".

Barceló, que era un valiente, pretendió, herido de gra­vedad, llegar por sus propios pies hasta el hotel. Sus ami­gos lo condujeron en brazos a su habitación, donde expiró en la tarde del mismo día.

E n su carácter de Presidente de la Cámara de Diputa­dos, a la cual pertenecía como Representante por el Estado Maturín, fué enterrado con gran solemnidad. El Ejecutivo

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Nacional declaró motivo de duelo público aquella muerte. Sin embargo se dijo entonces que ella había sido provocada para remover un obstáculo que se oponía a ciertos planes políticos ya bastante adelantados.

13 de mayo de 1815.

Llega Bolívar a Kingston, en la isla de Jamaica.

Fué desde esta isla de donde el Libertador dirigió "A un Caballero que tomaba gran interés en la causa repu­blicana de la América del Sur" aquella hermosa carta cien veces reproducida y siempre leída con interés, porque con­tiene hondas apreciaciones sobre el estado social y político de estos pueblos, en cuya psiquis penetró tanto aquel ex­traño vidente, cuyas predicciones vienen cumpliéndose con rigurosa exactitud.

. . . .La Nueva Granada se unirá con Venezuela si lle­gan a convenir en formar una república central cuya capital sea Maracaibo, o una ciudad nueva que con el nombre de Las Casas, en honor de este héroe de la filantropía, se funde entre los confines de ambos países, en el soberbio puerto de Bahía-Honda. Esta situación, aunque desconocida, es más ventajosa por todos respectos. Su acceso es fácil y su si­tuación tan fuerte que puede hacerse inexpugnable. Posee un clima puro y saludable, un territorio tan propio para la agricultura como para la cría de ganado, y una gran abun­dancia de maderas de construcción. Los salvajes serían ci­vilizados y nuestras posesiones se aumentarían con la ad­quisición de la Guajira. Esta nación se llamaría Colombia, como un tributo de justicia y gratitud al creador de nuestro hemisferio. Su gobierno podría imitar al inglés; con la di­ferencia de que en lugar de un rey habría un poder ejecutivo

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electivo, cuando más vitalicio, y jamás hereditario, si se quiere república; una cámara o senado legislativo hereditario, que en las tempestades políticas se interponga entre las olas po­pulares y los rayos del gobierno; y un cuerpo legislativo de libre elección, sin otras restricciones que las de la cámara baja de Inglaterra. Esta constitución participaría de todas formas y yo deseo que no participe de todos los vicios: como esta es mi patria, tengo un derecho incontestable para desearle lo que en mi opinión es mejor. Es muy posible que la Nueva Granada no convenga en el reconocimiento de un go­bierno central, porque es en extremo adicta a la federación; y entonces formaría por .sí sola un estado que si subsiste podrá ser muy dichoso por sus grandes recursos de todo género".

"El reino de Chile está llamado por la naturaleza de su situación, por las costumbres inocentes y virtuosas de sus moradores y por el ejemplo de sus vecinos, los fieros repu­blicanos del Arauco, a gozar de las bendiciones que derra­man las justas y dulces leyes de una república. Si alguna permanece largo tiempo en América, me inclino a pensar que será la chilena. Jamás se ha extinguido allí el espíritu de libertad: los vicios de la Europa y del Asia llegarán tarde o nunca a corromper las costumbres de aquel extremo del universo. Su territorio es l imitado: estará siempre fuera del contacto inficionado del resto de los hombres; no al­terará sus leyes, usos y prácticas; preservará su uniformi­dad en opiniones políticas y religiosas; en una palabra, Chile puede ser libre".

14 de mayo de 1826.

E n esa fecha el Marqués del Toro dirige al General José Antonio Páez la siguiente carta, que también se en­cuentra inédita entre los papeles de nuestro archivo:

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"Ayer resibí su apreciable del 11 en q e me repite el encargo p a Diego; pero ya lo supongo con V., pues se puso en marcha luego q e vio su oficio.

He leido y releído; pero como no tengo antecedentes, la he interpretado de mil modos, y al fin me he quedado sin comprender su verdadero sentido. V. me dice que no los crea tan locos, y q e mientras nos veamos suspenda el juicio sobre las cosas y las pinturas q e de V. me hagan algunos; mas yo no alcanzo quienes sean estos, p r q e en tales sircunstancias he sellado mis labios, y a nadie he abierto mi interior, seguro de q e quando se calcula sobre supuestos fal­sos no puede uno menos q e herrar.

E n medio de una noche obscura, p r un camino intran­sitado, lleno de presipicios, y sin guía, marchando a la ven­tura, y sin saber adonde, difícilmente puedo atinar con el punto en q e V. se encuentra, sino lo marca un poco mas claro.

Yo convengo con V. en q e los acontecimientos del día no tienen mas origen q e la tortura y mesquina política de ese Gobierno, en cuyas manos habíamos colocado nra. suerte. Es muy probable q e él y algunos otros no sean capaces de contener el torrente de desagrados en q e han inundado este pais ; pero si es muy posible q e ponga en práctica los medios maquiavélicos q e acostumbra; p a lo cual conviene q e estemos unidos y en guardia, p r q e en política no debe obrarse nunca sino p r lo positivo. La exigencia del hecho es muy superior a las consideraciones q e reclama el derecho, a él solo toca ce­der ; pero como las paciones obran siempre con independencia, es necesario no descuidarnos un instante, p a no tener q e re­cordar nunca con dolor algún rasgo de la historia.

El estado de insertidumbre es el mas violento y yo ansio p r el día en q e V. llegue, y saque de él a su afmo. amigo.

R. de Toro".

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15 de mayo de 1S42.

Se publica solemnemente, por Bando, el Decreto del 30 de abril del mismo año sobre honores a los restos del Li­bertador.

Aunque las pasiones políticas venían oponiéndose al cumplimiento de aquel deber sagrado, contraído por V e -nezuela hacia el más grande de sus hijos, al fin, como siem­pre sucede, la justicia recobró su imperio y la verdad sus fueros. El pueblo—dice un periódico de aquella época—• celebró con demostraciones de júbilo tan fausto aconteci­miento, y la publicación se hizo con todo el aparato que reclamaba el objeto. La víspera por la noche se iluminó casi toda la ciudad, y una banda de música recorrió las principales calles, seguida de numeroso pueblo y victoreando al Libertador de Sur América, a la Legislatura de 1S42 y al actual Presidente de la República. Siguieron así hasta las diez o las once de la noche.

Al día siguiente, al romper el alba, anunció el cañón desde el Calvario que era el señalado para la publicación del Decreto, y a las once de la mañana se reunieron con este fin en el convento de San Francisco la milicia nacional y un escuadrón de caballería cívica. Partieron a la casa del gobernador de la provincia en el mejor orden, y allí se le dio lectura por primera vez, y rompieron los aplausos y los prolongados vivas. Siguieron acompañándolo en todo el día, por las principales calles de la ciudad, más de quinientas personas de todas categorías, dando muestras del mayor entusiasmo, armadas de vistosas palmas, y victoreando cuan­tos recuerdos gloriosos nos dejó la guerra de la indepen­dencia: cada uno de los cívicos de caballería tremolaba una banderola en que estaba inscrito el nombre de una batalla memorable. Así recorrieron casi toda la ciudad, en su ma­yor parte encortinada y llena de banderas, hasta las tres de la tarde, en que llegaron a la esquina de la Sociedad. Allí

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salió un brillante carro sobre el cual estaba colocado el re­trato del Libertador; a su pié se mantenían sentados dos lindos indios, vestidos con muy buen gusto. El carro, ti­rado por jóvenes de algunos colegios y de la Universidad, se dirigió a la plaza principal entre los vivas de la milicia y del pueblo: colocado en el centro de ella la milicia co­menzó sus descargas y continuaron hasta las cuatro de la tarde, en que la lluvia y el cansancio de todo un día de fa­tiga obligaron a retirarse. Esta es una ligera descripción de la festividad del 15: lo más digno de observarse es que cuanto se hizo fué por movimiento espontáneo de los par­ticulares, con previo conocimiento de la autoridad pública.

Muchos versos, algunos muy malos, pero todos inspi­rados en un sentimiento de amor y de reconocimiento al Li­bertador, se publicaron en aquellos días. Sirvan de muestra los siguientes:

Lució al fin, caraqueños, el día Que por años habéis suspirado; De Caracas el hijo, extranjero No más tiempo será el suelo pat r io : Ya no más Santa Marta dichosa Dará asilo a los restos más caros; Venezuela en su seno les alza Monumento de honroso descanso.

16 de mayo de 1856.

Juan Vicente González, fundador del colegio El Salva­dor del Mundo, presenta un informe sobre dicho plantel, abierto el l 9 de marzo de 1849.

Aunque eminentemente instruido en letras humanas y divinas, no debió ser buen pedagogo, en el sentido moderno

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del vocablo, aquel espíritu ardiente e inquieto, insumiso a toda discilina, así fuera la de la gramática, cuyos cánones vulneró de continuo, no obstante ser autor de obras didác­ticas sobre el arte de hablar y escribir, traductor del com­pendio de Gramática Latina por Bournoüf, y célebre comen­tador de Horacio y de Virgilio.

Por de contado el Director del nuevo Plantel, sin aban­donar la tradición clásica, aprovechaba en la enseñanza los sistemas y métodos modernos implantados en Europa por los grandes maestros. También utilizó, suponemos que de los primeros entre nosotros, la litografía, para reproduc­ción de varios textos, según se desprende de los siguientes párrafos de la circular pasada en diciembre de 1855 a los padres de familia y demás encargados de la juventud.

"Apenas tiene el colegio siete años, y ha formado 134 alumnos, número superior al que han producido juntos todos los establecimientos coexistentes de enseñanza. En medio de los reiterados avisos de otros directores, yo he callado obstinadamente. Ya que es forzoso hablar, diré que he he­cho algunos servicios a la enseñanza:

1' Plantee una clase de griego con el doctor Spleith, y retirado éste a Europa, traje a mi costa al doctor Schic-chedantz de Alemania, con cien pesos mensuales de sueldo. N o habiendo texto, hice litografiar una gramática griega, que me importó 1.200 pesos. Hice venir además clásicos griegos, eme con la gramática, distribuí gratis entre los alumnos. Aún hice más, por si alguno quería dedicarse a la carrera eclesiástica, principié la litografía de una gramá­tica hebrea, obra harto costosa.

2Q Trabajé un Curso de ejercicios latinos, por donde componen mis alumnos, y sin el cual no se aprendería a Bournoüf. He impreso además traducciones interlineadas de las obras más difíciles de Virgilio y Horacio.

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3 9 Acabo de publicar una traducción del Compendio latino de Bournouf, que simplifica la enseñanza, de cinco años por lo menos por el Método.

4" Enseñé en el primer curso, sin gratificación alguna, 14 alumnos; hoy tiene el establecimiento 39 alumnos pobres, internos y externos. Esto es fuera de que todo padre que pone tres niños, tiene derecho a eme se le reciba uno sin dotación. El Colegio de "El Salvador" no es un colegio de especuladores".

Cuentan crónicas ele aquellos tiempos que la señora Jorja Rodil, esposa de Juan Vicente González, había re­galado a éste con un niño, fruto de su matrimonio; y que el feliz padre bajo la plácida emoción que el fausto suceso le producía, inició su clase de gramática con el análisis lexico­lógico y sintáctico de la siguiente proposición:

Jorja ha dado a luz un niño. —Jorja ¿eme parte de la oración es? A lo cual el alumno a quien tocaba la respuesta, sin

duda agraviado por anterior reprimenda del maestro, con­testó, sin vacilar:

— U n a interjección de horror.

17 de mayo de 1872.

A las 12 m. de ese día fué fusilado en Taguanes, cerca de Tinaquillo, el General Matías Salazar.

Había nacido éste el año de 1828 en el Pao de San Juan Bautista. Sus padres eran pobres y la educación que le dieron rudimentaria. En su juventud se dedicó a la tau­romaquia, en la cual alcanzó éxito por su valor y destreza: fué maestro de escuela, escribiente de abogado, comerciante

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y agricultor. Ninguna de estas ocupaciones eran cónsonas con su carácter. La revolución fusionista de 1858 le de­marcó su camino. Afilióse a las fuerzas revolucionarias y entró de lleno en la vida militar.

En 1859 se incorporó al General Falcón; el 62 se hizo notar como jefe de una de las tantas guerrillas que obraban en la provincia de Carabobo; en setiembre de 69 triunfa en el Naipe sobre el Comandante Ramón Herrera y le quita el parque que conducía a Cojedcs; combate en Pegones, en las Palmeras y en la sabana de Carabobo. Se une al Ejér­cito del Centro y a las órdenes del General Antonio Guzmán Blanco contribuye a la toma de Caracas el 27 de abril de 1870.

Después de ese triunfo el Congreso de Plenipotenciarios eligió Presidente a Guzmán Blanco y 1 ! y 2" designados a los generales Pulido y Salazar.

Tan alto cargo ofusca la mente del vencedor en Gua­ma, que deserta de sus filas. Guzmán le perdona la infi­delidad en atención a los servicios que había prestado a la Causa Liberal y le da dinero para que vaya al extranjero con su consejero el Dr. Felipe Larrazábal. "Creí de este modo, dice Guzmán Blanco en sus Datos para la Historia, llenar los más delicados deberes de la Causa Liberal que presido, y los míos, excediendo los límites de la magnani­midad en aquella ocasión, para que si más tarde reincidía el General Salazar en la traición, y comprometia la suerte de la Revolución de Abril, tuviéramos, ella y yo, perfecto derecho' de castigarla de modo irreparable".

Y así sucedió. Salazar invadió a Venezuela aliado con algunos jefes del partido conservador. No lo favoreció la fortuna y hecho prisionero fué juzgado por un Gran Tr i ­bunal, compuesto de 23 Generales en Jefe, que lo condenó a sufrir la última pena.

Esta era ilegal porque la pena de muerte estaba abolida en Venezuela. Con razón dice el historiador González Gui­ñan: "La ejecución de Salazar fué una violación del pro-

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grama del Part ido Liberal y una trasgresión de la Consti­tución de la República". Además era falso el concepto de Guzmán acerca del derecho que tuvieran él y la Causa de Abril para castigar a Salazar. Nuestras leyes enseñan que nadie puede ser juzgado sino por sus jueces naturales y en virtud de leyes preexistentes. Refiriéndose a la muerte de Salazar dice Modesto en su célebre: Álbum el Septenio.

En el campo de Taguanes Hay una cruz Que arroja fúnebre luz. ¿ Sin duda acusa los manes De Matías? Nó, que en ella escribió un sable: ¡ Aquí yace el memorable Decreto de garantías!

18 de mayo de 1877.

Se embarca para Europa, en el vapor "Alemania", el General Antonio Guzmán Blanco, su señora e hijos.

Aun cuando ya se habían presentado síntomas de reac­ción contra la personalidad y la obra del Ilustre Americano, todavía le rendían pleitesía muchos de los que. después de haber sido sus áulicos, iban a convertirse en sus más acé­rrimos enemigos como desagraviadores de la dignidad na­cional. A La Guaira fueron a despedirlo el Presidente de la República, General Francisco Linares Alcántara, algunos Ministros del nuevo Gobierno y muchos Senadores y Di­putados. En el banquete preparado hubo los discursos del caso. El Pr imer Magistrado de la Nación d i jo :

"I lustre Americano:

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Para vos y vuestra distinguida y estimabilísima familia, en vuestro viaje, en vuestra navegación, os deseo que la Providencia derrame a torrentes sus bienes sobre vos, y de­seo más, deseo lo que ha de desear todo hombre a quien Dios le haya dado corazón para agradecer y sentir.

Deseo que volváis rodeado de las mayores felicidades, cuanto antes, a este país, a gozar de lo que es lógico, de la Regeneración y de la felicidad a que lo habéis llevado.

Como jefe de la Unión venezolana, y como vuestro amigo de toda la vida, no es que lo ofrezco, es que lo j u r o : cuidaré y haré cuidar de vuestras glorias, porque vuestras glorias son el patrimonio de Venezuela, sea cual fuere la impaciencia, sea cual fuere la ingratitud de algunos.

Así interpreto yo, Ilustre Americano, General, compa­dre y amigo, el verdadero querer y el sentimiento de este país y en esto obedezco también a la lealtad de mi carácter y a lo que me dicen mis convicciones".

Hablaron luego el Dr . R. Andueza Palacio, Don Ja ­cinto Gutiérrez, doctores Eusebio Baptista, Leónidas Anzola, Santiago Terrero Atienza, y otros, con elogios para el hom­bre del Septenio.

A las cuatro de la tarde se despidieron en el muelle con estrecho abrazo, Guzmán y Alcántara, y cuentan las cró­nicas que como en tal acto asomaron algunas lágrimas a los ojos del Regenerador, que encarecía al nuevo Primer Ma­gistrado de la República el mantenimiento de la amistad que de antiguo los unía, éste, fingiéndose también conmovido, le di jo:

— N o tenga cuidado, compadre, que mi amistad para U d . es tan sincera como su llanto.

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19 de mayo de 1869.

E n periódicos de esos días se encuentran violentos ar­tículos sobre asuntos políticos; y en algunos se asocia a ellos el nombre del doctor Arístides Rojas, quien, sin mezclarse en las luchas de los partidos, ilustraba ya los anales patrios con las producciones de su pluma. Indebidamente agredido, el futuro autor de los Orígenes Venezolanos y de las Le­yendas Históricas, publicó en el número 95 de La Opinión Nacional la siguiente car ta : "Señores Redactores:

Hace siete meses que colaboro en La Opinión Nacio­nal, ya con artículos literarios bajo un seudónimo conocido, El Provincial o Camilo de la Tour, ya con artículos cientí­ficos que han llevado siempre mi firma. E n una y otra ocasión he sido extraño a la política del país, sobre la cual jamás he escrito, jamás escribiré.

A pesar de esto, y por dos ocasiones, El Federalista ha asociado mi nombre en sus ataques al diario de ustedes y con frecuencia a las opiniones políticas que éste ha emitido.

El deseo de no pertenecer ni directa ni indirectamente a las víctimas o victimarios de la política siempre mezquina o personal de este país, por una parte, y por la otra, el te­ner que consagrarme a la firma mercantil a que pertenezco, me privan del placer de continuar colaborando en su intere­sante diario.

Si más tarde volviese a escribir lo haré solamente sobre materias científicas; y desde ahora manifiesto a todos los partidos políticos de la República, que soy completamente extraño a sus discusiones, a sus personalidades, a sus in­sultos y a sus ambiciones particulares.

En el campo de la ciencia acepto la discusión franca, decente y razonada, a la cual corresponderé: a la diatriba

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anónima, en remitidos, como se acostumbra hoy, no contes­taré, aceptando desde luego los odios y las enemistades que ella trae consigo.

Soy de ustedes etc., Arístides Rojas".

20 de mayo de 1825.

El Libertador escribe desde Arequipa al General San­tander sobre el libro del viajero francés G. Mollien.

Titulábase: Voyagc dans la Rcpubliquc de Colombia, en 1823 y se publicó en París , 1824, por Arturo Ber t rán : dos volúmenes en 8" con mapa de Colombia y varias láminas debidas al lápiz de Roulin, autor del conocido perfil de Bo­lívar que sirvió a Tenerani para el magnífico monumento que se levanta sobre la tumba del Héroe en el Panteón Nacional de Caracas.

Mollien no conoció a Bolívar ni tuvo tiempo para estu­diar aquella naturaleza singular y complexa. Así, sus jui­cios se resienten de la época y de las condiciones en que las emitió. Como militar lo compara con Sertonio; no le concede grandes dotes administrativas; y de sus proclamas y discursos dice que tienen calor, aunque a veces son difusas.

La obra llegó a manos del Libertador cuando se encon­traba en el Perú. En su carta al Vicepresidente le dice:

"También he visto con infinito gusto lo que dice de Ud. Mr. Mollien. A la verdad, la alabanza de un godo servil, embustero, con respecto a un patriota que manda una República no deja de ser muy lisongera. El dice que Ud. tiene talentos rarísimos de encontrarse. Esto es de un eu­ropeo que presume de sabio: que le pagan para que desa­credite a los nuevos estados. Mucho me he alegrado del sufragio que usted ha merecido de ese caballero. Lo que

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de mí dice es vago, falso e injusto. Vago, porque no asigna mi capacidad; falso, porque me atribuye un desprendimiento que no tengo; e injusto, porque no es cierto que mi educa­ción fuese descuidada, puesto que mi madre y mis tutores hicieron cuanto fué posible porque yo aprendiese: me bus­caron maestros de primer orden en su país. Robinson, eme usted conoce, fué mi maestro de primeras letras y gramática; de bellas letras y geografía nuestro famoso Bello: se puso una academia de matemáticas sólo para mí, por el padre An-dújar, que estimó mucho el Barón de Humboldt, Des­pués me mandaron a Europa a continuar mis matemáticas en la Academia de San Fernando; y aprendí los idiomas ex­tranjeros con maestros selectos de Madr id : todo bajo la di­rección del Marqués de Ustáriz, en cuya casa viví. Toda­vía muy niño, quizá sin poder aprender, se me dieron lec­ciones de esgrima, baile y equitación. . . . Todo esto lo digo muy confidencialmente para que no crea que su pobre Pre­sidente ha recibido tan mala educación como dice Mr. Mollien"

A primera vista parece que domina en esta carta un sentimiento de despecho por los elogios eme se le escatiman cuando a otro se prodigan; sin embargo, si se considera con detenimiento lo escrito se advierte que la irritación es contra la falsedad de los conceptos, emitidos sin reflexión y sin justicia.

21 de mayo de 1823.

El Libertador escribe desde Guayaquil al General Sa-lom, y le da noticias de Lima y ele la llegada de las fuerzas colombianas.

Como asienta Larrazábal, fué en el Perú donde, por múltiples circunstancias, tuvo el Libertador cjue poner en juego todos los recursos de su genio poderoso y de su in-

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cansable actividad. Desde Trujillo, que había escogido co­mo centro de operaciones, atiende a todo cuanto es nece­sario para organizar y mantener el ejército eme definitiva­mente debía libertar la tierra de los Incas. Todo lo veía y todo lo ordenaba. Ni las cosas más pequeñas pasaban inad­vertidas a la sagacidad de su entendimiento. Su corres­pondencia de aquellos días—dice el historiador citado—da constancia de la prolijidad infinita con eme atiende al sol­dado ; de su solicitud constante para que coman los caballos, para que los hierren con herraduras forjadas con hierro de Vizcaya; para eme las sillas no maltraten el lomo de las bestias; para que se busquen muías de reemplazo para los bagajes; para la conservación del ganado lanar y vacuno; para que los soldados tuvieran gorros y cobijas. A Heres le decía en carta del 23 de abril de 1824:

. . . . "Las tropas que vengan de Guayaquil en este mes de mayo que desembarquen en Pacasmayo o Huanchaco donde lleguen. Si llegan a Pacasmayo eme sigan por allá mismo con dirección a este cuartel general, haciendo prepa­rar víveres y bagajes para su ruta, eme debe ser extrema­damente lenta y extremadamente cómoda, por el mejor ca­mino que sea dable, aunque se rodee algo. Dé Ud. órde­nes y mande ejecutar esto a n t i c i p a d a m e n t e . . . . "

A Sucre había dicho :

"Estoy resuelto a todo. Estoy animado del demonio de la guerra y en tren de acabar esta lucha. Parece que el genio de la guerra y el de mi destino se me han metido en la cabeza. Los enemigos vendrán con ocho mil hombres; y como nosotros llevaremos al campo de batalla otros tantos, la victoria es nuestra sin remedio...."

Y esa fué la actitud constante de ese carácter ínclito, mientras cumplía su misión de redentor de pueblos y fun­dador de Repúblicas. Pero cuando su espíritu, dispuesto para todo lo grande y heroico, se encontraba con la ma­raña de ruines pasiones y de mezquinos intereses, que lo

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rodeaba como un follaje angustioso, entonces desfallecía y llegaba hasta dudar de la excelsitud de su obra. Entonces escribía a Fernando de Peñalver, en noviembre de 1824:

. . . . " E n esta infausta revolución tan infaustas son las derrotas como las victorias: siempre hemos de derramar lá­grimas sobre nuestra suerte. Los españoles se acabarán bien p ron to ; pero nosotros ¿ cuándo ? Semejantes a la corza he­rida, llevamos en nuestro seno la flecha, y ella nos dará la muerte sin remedio, porque nuestra propia sangre es nues­t ra ponzoña".

"Dichosos los que mueran antes de ver el final desen­lace de este sangriento drama! Al menos les quedará el consuelo de que un rayo de esperanza les dé la ilusión de que no sucederá. Lo único que deseo es esto, después de terminada la guerra".

; Debe ser triste don el de esos hombres dotados de la facultad de leer lo porvenir!

22 de mayo de 1844.

Ve la luz en Barcelona, de Venezuela, El Republicano, redactado por el señor Blas Bruzual.

Perteneció este ciudadano al partido que luego se de­nominó liberal, en oposición al del gobierno, tildado de con­servador; se distinguió como periodista por las varias po­lémicas que sostuvo con sus adversarios, entre ellos Antonio José de Irisarri, redactor de El Revisor. Este guatemalteco, de quien dijo con justicia Marcelino Menéndez y Pelayo que era uno de los hombres de más entendimiento, de más vasta cultura, de más energía política y de más fuego en la polé­mica, que América ha producido, atacaba desde Curazao al gobierno del General José Tadeo Monagas, que Bruzual de-

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fendía. La discusión entre ambos diaristas es en ocasiones divertida, sobre todo por parte del autor de la Historia Crí­tica del Asesinato cometido en la persona del Gran Mariscal de Ayacucho, experto en el manejo de la sátira. En uno de los artículos de El Revisor dice a su contrincante:

"El tonto de Blasillo ha querido sostener que la his­toria se hizo para los ignorantes, y voy ahora a probarle, con lo que pasa con él mismo, que está engañado en esto, como en todo lo demás. La historia sin la crítica no es historia; es una aglomeración de hechos ciertos y falsos, y puede asegurarse eme no hay libro histórico profano que no tenga de lo uno y de lo otro. Sólo el crítico es el que está en disposición de conocer en qué parte del libro el es­critor refiere verdades, y en qué parte cuenta cuentos, pero los críticos son pocos en el mundo y los contadores de cuen­tos y los crédulos son infinitos. La razón que hay para esto es muy obvia. No para contar cuentos ni para creerlos se necesita estudiar mucho, y para adquirir los conocimien­tos que la crítica exige son indispensables muchos estu­dios" . . . .

Como hemos dicho, El Republicano vio la luz en Bar­celona; pero del número 98 al 104, comprendidos entre el 2 y el 29 de marzo de 1846 se editó en Caracas. Trasladado de nuevo a Barcelona salió en esa ciudad hasta el número 133. El 134 aparece editado en Cumaná el martes 29 de junio de 1847; y de allí en adelante continuó saliendo en la capital de la República.

23 de mayo de 1813.

En t ra Bolívar en Mérida donde restablece el gobier­no patriota que había sido derrocado por el triunfo de Mon-teverde en 1812.

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Al referirse O'Leary, en la página 124, tomo V? de la Narración, a los sucesos entonces verificados, relata:

" A turbar los regocijos con que se festejaba en Mé-rida la llegada de Bolívar, y de su ejército, vino la triste nueva del trágico fin del coronel Antonio Nicolás Briceño, fusilado en Barinas por el comandante español de aquella provincia, teniente-coronel don Antonio Tízcar . Como este suceso fué una de las causas inmediatas de la declaración de la guerra a muerte, que tanto influyó en la consecusión de la independencia de Colombia, y como esta medida ha s;clo juzgada de diferente manera por españoles y america­nos, referiré los principales incidentes que la precedieron.

Pertenecía Antonio Nicolás BriceñfO—conocido con el apodo de "El Diablo"—a una de las más antiguas familias de Venezuela. Entusiasta por la independencia, al estallar la revolución se apresuró a abrazar su causa, y fiel a ella en la adversidad, emigró del país cuando Monteverde ocupó la capital, llevando en el corazón odio profundo a los es­pañoles europeos. Acompañó a Bolívar a Cartagena y lue­go a Cúcuta. Incapaz de contener los ímpetus de su carác­ter, ni de aplacar su sed de venganza, resolvió penetrar con algunos adictos suyos hasta la provincia de Barinas, con el objeto de sublevarla. En vano trataron sus amigos de di­suadirle, representándole lo ineficaz e impolítico del pro­yecto; sordo a sus ruegos y desobedeciendo las órdenes de sus jefes se marchó a San Cristóbal a siete leguas al norte del Táchira, y allí publicó un bando en que manifestaba su propósito de no dar cuartel a los españoles, e invitaba a los esclavos a alzarse contra sus dueños, ofreciéndoles la liber­tad en recompensa. Sus amenazas no se limitaron a la acri tud de las palabras, sino que pasando a los hechos hizo de­capitar a dos españoles. Atravesando la montaña de San Camilo se dirigió a los llanos del alto Apure, pero antes de llegar a Guasdualito fué sorprendido, derrotado y hecho prisionero por el comandante español Yáñez, que le condujo

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a la ciudad de Barinas, donde después de un simulacro de juicio se le pasó por las armas como rebelde".

E n la historia contemporánea también es histórico el 23 de mayo, pues en tal día, el año de 1899, un grupo de hom­bres bajo el mando del Gral . Cipriano Castro invadió en son de guerra a Venezuela, por la frontera del Táchira .

N o nos corresponde hacer apreciaciones sobre sucesos recientes y cuyos principales actores están vivos; aunque sí amenizaremos esta efemérides con la siguiente leyenda de carácter popular .

Triunfante la Revolución Restauradora, y ya en Cara­cas su caudillo, los amarillos y los nacionalistas designaron sendos personajes para que asistieran a la Casa de Gobierno en día determinado, en que el nuevo Jefe iba a exponer, en acto público, sus ideas y propósitos. Efectivamente habló éste, pero en lugar de empezar su discurso con las habitua­les palabras: Conciudadanos, compatriotas, u otra por el estilo, d i jo : Hermanos míos!, oído lo cual por uno de los comisionados corrió a donde sus correligionarios políticos y les dijo a larmado:

— N o s . . . . embromamos; el hombre no es liberal. —¿Y, cómo lo sabes? —Porque nos ha llamado hermanos míos!

24 de mayo de 1822.

El Ejército Libertador, al mando del General Antonio José de Sucre, obtiene resonante triunfo sobre las tropas es­pañolas, en las faldas del Pichincha.

Por hábiles maniobras el futuro Gran Mariscal de Ayacucho había conseguido, evitando las inexpugnables po­siciones que la tierra ecuatoriana ofrecía a las fuerzas rea­listas, situarse a retaguardia de sus contrarios, entre los pue-

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blos de la Magdalena y Chillogallo, apoyado en las alturas dominantes que forman la cresta del volcán. El 23 de mayo levantó su campo y apareció el 24 sobre la montaña, bur­lando diestramente y con feliz audacia la vigilancia de los enemigos. "Este movimiento (como todos los de aquel in­signe capitán) dice Baralt, tenia un objeto útil, y era el de colocarse entre Quito y Pasto, impidiendo eme se reunie­se al presidente Aymericb un cuerpo que iba en su auxilio desde esta provincia. Confiados los realistas en la superio­ridad ele su infantería y queriendo privar a Sucre de la cooperación de su caballería, muy temible para ellos desde la acción de Riobamba, intentaron desalojar a los colombia­nos de su posición. La lucha sangrienta que entonces se trabó, defendiendo unos lo adquirido, queriendo otros re­cuperar lo que perdieran, es la que llama la historia batalla de Pichincha, eterno honor de Sucre. Los realistas entera­mente derrotados, sin refugio seguro, sin esperanza de ra­cional defensa, rindieron por capitulación la ciudad de Quito, entregándose prisionero Aymericb. y el resto de sus tropas el 25 de mayo, día precisamente en que doscientos ochenta años antes flameó por primera vez en su recinto el pabellón temido de Castilla".

Con razón dijo un célebre ecuatoriano: La gloria del vencedor de la batalla de Pichincha es tan rara y elevada como rara y sin igual es la altura del campo de esa me­morable jornada que selló la independencia de Colombia y preparó la libertad del resto de la América del Sur.

25 de mayo de 1826.

Simón Bolívar, Libertador Presidente de Colombia, Li ­bertador del Perú, etc., etc., participa al Gran Mariscal de

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Ayacucho, Antonio José de Sucre, encargado del mando su­premo de la República de Bolivia, que se ha reconocido la Independencia de esta nueva Entidad política. Dice así el oficio en referencia:

"Grande y Buen Amigo: Es inexplicable mi gozo al participaros el reconocimien­

to de la Independencia y soberanía de la República de Bo­livia por la del Perú. Señora de sí misma puede escoger entre todas las instituciones sociales las que crea más aná­logas a su situación, y más propias para su felicidad. Un pueblo que acaba de nacer y que ha sacudido, con las cadenas que lo arrojaban, las leyes del gobierno Español, puede re­cibir todas las mejoras que le dicte su sabiduría. Bolivia tiene la ventura en sus manos. Yo saludo cordialmente a esa nueva nación, y os felicito. Grande y Buen Amigo, por­que veis recompensados en parte vuestros eminentes servi­cios y vuestros esfuerzos por elevarla al puesto que hoy ocupa.

Cuando tuve la dicha de visitar esa tierra afortunada, los representantes del Pueblo me honraron pidiéndome un proyecto de Constitución. Bien sabía que esta empresa era muy ardua y muy superior a mis fuerzas, pero, ¿qué rehu­saré yo a ese Estado ? Píe bosquejado el que me tomo la libertad de enviaros, con una alocución a los Legisladores. Os niego, Grande y Buen Amigo, presentéis al Congreso este débil trabajo que ofrezco a los Ciudadanos de Bolivia como un homenaje de mi gratitud y una prueba de mi res­peto a sus preceptos.

Dado, firmado y refrendado por mi Secretario Gral. en el cuartel general de Lima, a 25 de mayo de mil ochocientos veinte y seis".

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26 de mayo de 1802.

Se verifica en la Coronada Villa del Oso y del Madroño el matrimonio de Don Simón de Bolívar con Doña María Teresa del Toro y Alaiza.

Como ya en otra oportunidad hablamos de ese acto, nos limitamos hoy a copiar el acta respectiva, que a la letra dice:

"Yo el Doctor Don Félix del Campo y Quintana, Coad­jutor primero de la Parroquia de San José, de Madrid, Certifico: Que en el libro sexto de Matrimonios de la mis­ma, al folio cincuenta y cinco vuelto, se halla la siguiente Par t ida :

E n la villa de Madrid a veinte y seis días del mes de mayo de mil ochocientos y dos. en la Iglesia Parroquial de Sn. Josef, Yo Dn. Ysidro Bonifacio Romano, Teniente ma­yor de Cura de la misma, habiendo precedido despacho del Señor Dr. Juan Bautista de Ezpeleta, Pro. Vicario Ecco. de esta referida villa y su partido, dado en veinte del propio mes y año, refrendado de Diego Alonso Martin, su notario, por el que consta haberse dispensado las tres amonestaciones qe. previene el Sto. Concilio de Trento, por las justas causas que concurrieron para ello: recibidos los mutuos con­sentimientos ; hechas las demás preguntas y requisitos nece­sarios, y no habiendo resultado impedimento alguno desposé in Facie Eclesiae, por palabras de presente que hacen verdadero y lexmo. matrimonio a Don Simón Bolívar, na­tural de la ciudad y Obispado de Caracas, en América, hijo de Dn. Juan Vicente y de Doña María de la Concepción Palacios (ya difuntos) con Da. María Teresa Rodríguez de Toro, natural de esta referida villa, hija de Dn. Bernardo Rodríguez de Toro y Ascanio y de Da. Benita Alaiza Me-drano (ya difunta) precedidos los requisitos necesarios, se hallaron presentes por testigos Dn. Pedro Rodríguez de To­ro, el Sor. Marqués de Inicio, y otros, juntamente los velé

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y di las bendiciones nupciales según el Ritual romano, y lo firmé.—Dn. Ysidro Bonifacio Romano.

Concuerda con su original a eme me remito. San José de Madrid a seis de junio de mil novecientos diexisiete.— Dr. Félix del Campo".

27 de mayo de 1877.

Numeroso grupo de ciudadanos se reúne en el Teatro Caracas, y, precedidos de alegre música, se dirigen a la Casa Amarilla a felicitar a El Gran Demócrata por su decreto del 24, en eme se permitía regresar libremente al territorio de la República a los venezolanos que se encontrasen fuera de él por asuntos políticos.

Ya historiadores patrios han advertido que para esa época no existía ningún expulsado por dicha causa, de modo que el acto gubernativo no tenía en realidad otro propósito que establecer el contraste entre procedimientos del ante­rior mandatario y los del nuevo magistrado.

No son estas ligeras apuntaciones para profundizar mu­cho en graves cuestiones de carácter público, pero en el caso presente aprovechamos la anterior efemérides para consagrar algunas líneas a El Gran Demócrata, cuya memoria es ge­neralmente grata para el pueblo venezolano con el cual vivió en diario, íntimo contacto.

Hombre de natural perspicacia, y de gran sentido prác­tico, muchas veces acudió para explicar o resolver una di­ficultad gubernativa al apólogo, al cuento, al chiste, que empleaba con gracia y oportunidad, de modo que la historia de su vida tendría que escribirse en forma anecdótica a la manera de las Memorias de Saint Simón, para que resul­tara conforme con las condiciones de aquel alto personaje.

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Iniciado el proceso de su candidatura, de la que fué Heder el Dr. Laureano Villanueva, apareció en ha Opinión Nacional un artículo firmado por Alpha, que era el seudó­nimo de Antonio Guzmán Blanco, entonces Presidente de la República. Villanueva, haciéndose el sueco, contestó en violento editorial de su periódico El Demócrata el escrito del Ilustre, y, verbalmente, se expresó contra él en términos fuertes, lo que d i o motivo a eme lo condujeran arrestado al cuartel de policía.

Cuando algunos amigos fueron a participar a Alcán­tara la detención de Villanueva, el avisado aragüeño dijo con sorna :—Muy bien hecho : qué hombre tan imprudente; me ve todavía agachao y ya se cjuiere pandiá.

Se empeñaban amigos de la nueva administración en que se tumbaran las estatuas del Regenerador, a lo cual pre­sentaba resistencia el Presidente, por juzgarlo extemporáneo.

Con el objeto de decidirlo, Villanueva se puso de acuerdo con varios señores de los no políticos, que. se prestan a ma­ravilla para las tretas políticas, a fin de cjue ellos fueran donde aquél a decirle que el pueblo estaba impaciente porque se derribaran los monumentos ele la autocracia. Alcántara contestaba con monosílabos, y los visitantes se quedaron en silencio largo rato. Por romperlo, uno ele ellos preguntó :

—Cuántos hijos tiene Ud., General?

—Ocho.

— M e habían dicho que seis.

—No, ocho.

Villanueva, que se encontraba presente, extrañó la afir­mación ele Alcántara, quien en realidad no tenía sino seis hijos, y rectificó:

•—Usted no tiene sino seis hi jos: Belén, Trina, Teresa, Luisa, Vicentica y Pancho.

—Y los dos muñecos de mi compadre!

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28 de mayo de 1811.

Se firma en Santa Fe de Bogotá un Tratado de Alianza y Federación entre Don Jorge Tadeo Lozano, Presidente del Estado de Cundinamarca y el Comisionado de Venezuela D . José Cortés Madariaga.

Ese Tratado, cuyo objeto principal, como el mismo tex­to lo dice, e ra : "asegurarse mutuamente los dos estados con­tratantes la libertad e independencia que acaban de conquis­tar, y que en casos de verse atacados por cualquiera poten­cia extraña, sea la que fuere, con el objeto de privarles de esa libertad e independencia, en todo o en alguna parte, harán causa común y sostendrán la guerra a toda costa sin deponer las armas hasta que estén asegurados de que no se les despojará de aquellos bienes", traía otras importantes cláusulas, entre ellas, la de que : " N o podrán comprometer­se ni entrar en tratados de paz, alianza y amistad, con nin­guna potencia extraña, en que directa ni indirectamente quede vulnerada en todo o en parte la libertad e independen­cia de alguno de ellos, y que bajo este concepto los tratados que hayan de hacerse serán de común consentimiento de los Estados contratantes".

De la misión de El Canónigo de Chile quedan: Diario y Observaciones del Presbítero José Cortés Madariaga en su regreso de Santa Fe a Caracas, por vía de los ríos Ne­gro, Meta y Orinoco, después de haber concluido la conci­sión que estuvo de su Gobierno,. para acordar los Tratados de Alianza entre ambos Estados, y las noticias eme, sobre la llegada del Plenipotenciario a la capital del Virreinato, trae José María Caballero, y que se encuentra en La Patria Bo­ba, volumen I de la Biblioteca de Historia Nacional: dice así Caballero: .

1811.—"A 13 por la noche entró el Canónigo enviado de Caracas.

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A 16 fué el recibimiento de dicho señor: asistieron to­dos los Oficiales y Tribunales a Palacio; hubo salvas de ar­tillería, y después de vuelto a su casa fueron todos los se­ñores y el S r . Vicepresidente con toda la Oficialidad. E s ­te día se d i o un refresco que costó $400, y al otro día una comida que costó $1.000, con mucha suntuosidad y aparato; a la noche se le d i o una gran música y baile". <

Ese tratado fué el primero de carácter internacional que celebró Venezuela.

29 de Mayo de 1812.

El Generalísimo Francisco de Miranda, General en J e ­fe de la Confederación Venezolana, dirige desde Maracay, a los habitantes de la provincia de Caracas, una proclama, de la cual copiamos los párrafos siguientes:

"Es llegado el caso de ofrecer a la patria el sacrificio de vuestro reposo, y de cumplirle el voto sagrado que tantas veces le habéis hecho. El enemigo se ha internado hasta el corazón de la provincia; ha saqueado los pueblos, devastado los campos, y cometido horribles excesos. La seducción, el •fanatismo, y la imbecilidad de algunos de vuestros compa­triotas le han procurado puestos ventajosos, y muchos des­cansan tranquilos en el borde del precipicio. Pero otros se baten gloriosamente en este campo del honor que es el teatro actual de la guer ra : levantan a la patria en sus brazos y la muestran a sus enemigos majestuosa y terrible.

Ciudadanos: los muertos os llaman de la tumba para que venguéis su sangre derramada, los enfermos para señalaros las heridas que han sacado de acciones gloriosas. Los vie­jos, las mujeres y los niños, para que los escapéis del cuchi­llo asesino; y nosotros para tremolar en Valencia, Coro y Maracaibo el pabellón de Venezuela".

A proporción que pasa el tiempo, la adquisición de nue­vos documentos y el más acertado empleo de la crítica his-

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tórica contribuyen a esclarecer hechos a primera vista in­comprensibles. Entre ellos está la campaña de 1812 y la capitulación de La Victoria, sobre los cuales no se ha dicho aún la palabra final.

Miranda era extranjero en su patria. Se le suponía furioso jacobino; se propagó que traía el propósito de po­ner estos países bajo la protección de Inglaterra; esos ru­mores, y los antecedentes con su padre, le hicieron impopu­lar . La musa de aquellos tiempos le dedicó varios versos que figuran en nuestro Folk-Lore . Con referencia al arete que usaba se d i jo :

En la oreja lleva el aro que llevará en el infierno.

Y aquellos que tenían como estribillo: Alón, alón, Los franceses al cañón.

30 de mayo de 1826.

Traemos a "El Día Histórico" otra carta de las que iné­ditas guardamos en nuestro archivo, y que se relacionan con los sucesos políticos del año 26. La que ahora reproducimos es de una de las hermanas del Libertador, y en ella se ad­vierte la habilidad con que se maneja su autora. Dice así la misiva en ref erencia :

Caracas, Mayo 30 de 1826.

Al Exmo. Sr. Comandante Gral. del Departamento J. A. P.

Mi apreciado amigo:

No hallo como significarle lo que sentí al leer la carta y oficio de V. para Simón. Todo vino a mi imaginación para que llegase al extremo mi sentimiento, no pude menos que

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enternecerme con unas reflexiones tan justas como las que V. espone: Pues viva V. satisfecho eme sus enemigos son muy débiles y sus amigos invencibles, sentí infinito no haber visto los papeles antes de su vicita para haberle dho. a V. mis sentimientos vervalmente: no dude V. un momento que Si­món sentirá en estremo este acontecimiento. El no se hará sordo a los clamores de V. y de estos pueblos, el volverá a satisfacer los agravios hechos a su compañero de armas y mejor amigo.

En este momento acaba de recibir Benigna cartas de Bri­ceño, de Panamá, fha. 20 de Marzo y le dice q e Simón había llegado a Lima a fines de En° ; que se instaló el Congreso el 10 de Febrero, y debía marchar muy luego para Colombia, y q e se viene con el, según esto Diego Ibarra hallará a Simón en Panamá y se cumplirán nuestros deseos. En virtud de la confianza que V. me brinda le manifiesto lo siguiente.

El Alcalde 1° municipal de este Cantón Sr. Jph. Ign° Serrano tiene una criada ele mi propiedad y la ha puesto en depósito, y hacen cuatro meses que estoy privada de sus ser­vicios : ni quiere enviármela ni deja venderla. Este es uno de los muchos enemigos que se encuentra uno sin saver por q. Con este motivo molesto la atención de V. a fin de que me haga el favor de pasar una orden al referido Alcalde pa­ra q. no me moleste mas de lo eme me ha molestado y me entregue mi criada. Espero de la bondad de V. se sirva en­tregarla al portador de esta, asegurándole cf he tomado por mi parte todas las medidas que han estado a mi alcance para librarme de contiendas y han sido inútiles porcme así lo ha querido dho. Alcalde.

Dispense V. las incomodidades q. le dá su inbariable amiga Q. S. M. B.

Juana Bolívar B.

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31 de mayo de 1869.

Periódicos de aquella época hacen referencia a cierta ca­ñería descubierta que arrojaba sus mal olientes miasmas en una de las calles principales de la capital.

Para fines del año aún continuaba en pie el asunto, de modo que el 3 de noviembre apareció en La Opinión Nacio­nal un comunicado en francés en que se llamaba la atención del Concejo Municipal de Caracas sobre el mismo objeto.

No carecía de gracia el presunto hijo de las Galias, quien comienza por pedir excusas a la Muy Ilustre Corpo­ración por no darle todos los títulos que le son debidos. Las razones de la omisión las expresa en los términos que siguen:

"Je vous demande perdón d'abord de supprimer tous les qualificatifs qui sont d'usage dans les autres pays, car on m'a dit que dans la terre classique des grands hommes, grands marechaux, grands généraux, ambassadeurs, ministres, etc., etc., tout le monde est illustre distingué, patriotique &."

E n otro párrafo, eme traducimos al castellano para co­modidad de los lectores, manifiesta el remitente:

"Es verdad que algunos mal intencionados han hecho correr la especie de que la cloaca de eme se habla, ese vene­rable monumento, iba a ser destruido por vosotros, hombres de principios conservadores, para colocar un pavimento co­mún, accesible a los pasantes, sin peligro para los más viles carruajes, inofensivo para los largos trajes ele nuestras ele­gantes ; y que se iba a sustituir por un aire respirable, pero de hecho vulgar, las emanaciones peculiares que ella despide y que tanto se diferencian de los gaces que despiden el Agua de Colonia, el Agua Lavande, y otras muchas que por un abuso inveterado se importan del extranjero".

"Despreciemos esas murmuraciones inventadas por la calumnia para hacer dudar al pueblo de Caracas de la since­ridad del principio inscrito en el glorioso pabellón Azul :— Conservación de todo a todo costo y a todo precio. Sería bue-

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no, con todo, hacer ver a alguno de estos innovadores sin es­crúpulo que el tiempo de las utopías ha pasado, y a otros, que a esas intrigas de baja estofa sabéis responder con los hechos. Es necesario, pues, decretar con urgencia la existencia legal de la gran cloaca, y su conservación perpetua por cuenta de la buena ciudad de Caracas".

El remitido sigue lacteador, como ahora decimos. En su redacción hay verdadero esprit; y desde luego se advierte que el que lo escribió tenía la íntima convicción de que a su público, es decir, al público de aquella dichosa edad y tiempos dichosos le gustaban esos retozos democráticos hoy tan fuera de moda.

Verdad es también que hay mucho trecho entre las ca­lles a que se refiere el remitido, y estas de ahora aseadas por la higiene y cubiertas de macadan.

1° de junio de 1815.

Proclama del General Pablo Morillo a los habitantes de Caracas.

"Los deberes de mi obligación, decía el Pacificador, me separan momentáneamente de vosotros. No he cesado de trabajar para dejaros en tranquilidad, y cerrar las llagas que siempre abren los disturbios, y la ambición de unos pocos que miran con desprecio la felicidad de su país. Vuestros hijos, hermanos y parientes, se os van reuniendo. Después de' una larga separación y de sufrir tantas miserias y desgracias, ha­béis aprendido a conocer lo grato que es la tranquilidad".

"Yo me ausento con la dulce satisfacción de no haber tenido que emplear la vara de la justicia contra ninguno de vosotros; y por el contraído he visto con placer la prontitud

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con que habéis corrido a remediar las necesidades del ejér­cito con el empréstito que acabáis de facilitar".

"Habitantes de Caracas: decid a vuestros hermanos de Venezuela que el Rey no quiere que os gobiernen en ningún ramo hombres tachados. Estos causan la desgracia de los pueblos; y yo, siendo siempre inflexible con ellos, correré a remediar los males de cualquier habitante que lo necesite".

" H e removido por el pronto todos los obstáculos que podíais encontrar en la rápida marcha a vuestro bienestar. Espero que a mi vuelta completaré esta obra en beneficio de la agricultura y el comercio".

Los treinta y tantos días que pasó el General Morillo en Caracas, durante aquella primera etapa de su misión, fueron miel sobre hojuela.

Los respetables Munícipes, atentos a la conveniencia de comportarse bien con el superior mandatario que venía de España acompañado de 10.000 hombres ; y convencidos, ade­más de que una buena comida rociada con vinos generosos, predispone el carácter más recio a la benevolencia y a la ge­nerosidad, resolvieron festejar al Pacificador con un banque­te, para el cual circuló previamente la siguiente invitación a principios de mayo.

"Los individuos del Muy Ilustre Ayuntamiento de esta ciudad esperan se sirva usted concurrir el día 12 a la casa nombrada de la Sociedad, a tomar la sopa, a las tres de la tarde, en obsequio del Capitán General de estas Provincias, el Mariscal de Campo Don Pablo Morillo, por lo que que­darán reconocidos".

Al regresar de nuevo a Venezuela, en enero de 1817, no encontró, como él mismo dice en su manifiesto a la Nación Española, aquella dulce paz que se imaginaba. " U n cuerpo de 3.000 caballos mandados por Páez, uno de los generales de los disidentes, atacó al general la Torre , dos días antes de mi incorporación, en las Mucuritas, al paso del Apure, y

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su impetuoso ataque fué una de las primeras noticias. Ca­torce cargas consecutivas sobre mis cansados batallones me hicieron ver que no eran una gavilla de cobardes, poco nu­merosa, como me habían i n f o r m a d o " . . . .

Estos insurgentes que no tenían miedo a todos los moros reunidos menos podían temer a un Morillo.

2 de junio de 1847.

El Presidente de Venezuela, General José Tadeo Mo­nagas, conmuta la pena de muerte impuesta al señor Anto­nio Leocadio Guzmán por la de expulsión perpetua del te­rritorio de la República.

Los Tribunales de justicia al condenar al último suplicio al redactor de El Venezolano lo consideraron como conspi­rador de primera clase y en consecuencia le aplicaron las pe­nas correspondientes a dicho delito; pero teniendo también en cuenta: que se detuvo en la carrera de sus extravíos, sin precipitarse en los excesos horrorosos que, cometidos por otros lamenta hoy la sociedad; y teniendo además presente las reflexiones que se desprenden de las consideraciones de otros hechos y circunstancias conexionados con los que han dado origen a la presente causa, y que han podido influir en el trastorno y turbación que se han sentido en el orden moral y político del país, se excita a su Excelencia el Presidente de la República para que, si lo tuviere a bien, use de su atri­bución constitucional.

Y Monagas, que había dicho a la señora de Guzmán, cuando postrada a sus pies y anegada en lágrimas intercedía por su marido:—Señora, levántese y vayase persuadida de que yo no he venido a este puesto a servir de instrumento a las pasiones de nadie, libró del cadalso a aquel hombre que,

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cualquiera que fuera sus condiciones personales, si predicó doctrinas eme entonces se tuvieron como subversivas, en cambio, como dijo José María de Rojas en su Bosquejo His­tórico de Vcnezuela, publicado algunos lustros después:

" N o aconsejó ni persuadió a nadie en el sentido de la rebelión, porque tenía demasiada inteligencia, a la vez que demasiado miedo, para no comprender que la conspiración, impidiendo su nombramiento de Presidente de la República, por las vías legales, le había de acarrear la prisión y la muerte" .

El viejo Guzmán, desapasionadamente juzgado, no fué, como hombre público, mejor ni peor que muchos otros repu­tados como buenos en nuestro calendario político. Como abono a su conducta conviene recordar que apesar de haber recibido crueles ultrajes no hay constancia de que ejerciera, venganzas contra sus implacables enemigos.

Consejas populares cuentan que al morir un liberal (que fué a tener al infierno) se encontró allí con don Antonio Leocadio, a quien, entre otras cosas, d i jo :

—Pero aquí no hace el calor que en Caracas decían.

A lo que contestó el antiguo jefe del par t ido:

—Esas son cosas de los godos.

3 de junio de 1830.

Para llenar El Día Histórico de hoy nos limitamos a copiar la carta que en esa fecha dirigió Don Fermín Toro a Manuel Plácido Maneiro, prohombre margariteño que figura honrosamente en los fastos de la Independencia nacional.

E n dicha misiva, que inédita se conserva en nuestro ar­chivo, expresa su íntimo sentir aquel venezolano ilustre, que

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al decir de Juan Vicente González ciñó a sus sienes todas las coronas que penden del árbol de la vida. Véase como se expresa el célebre diplomático y orador :

Caracas, junio 3 de 1830. Sr. Manuel Maneiro.

Mi estimado amigo:

Después de feliz viage me tiene ya V. en el seno de mi fam a .

A mi llegada a La Guaira me acerqué al Sr. Salboch para q e me entregase la suma q e indicaba la carta q. V. me entregó, v me contestó q e ninguna había recibido todavía p r

cta. de la Sra. de Gómez. Vamos a lo que se pueda decir sobre política. El G r Paez continua con el poder ejecutivo y ha nom­

brado Ministro del interior a Carmona, su antiguo secret" privado. Ha perdido la opinión y carga con la execración pública, se anuncia q e caerá. La 1" y 2* noticia de la revolu­ción de Bogotá han sido falsas. Caracas está sepultada en la mas espantosa de las situaciones—pobreza o mas bien in-dig a —y sin esperanzas de mejorar y todos los males del mun­do la amenazan.

Acaba de sublevarse la guarn™ de la sabana de Ocumare y ha tomado el camino de Orituco. Mil partidas se levantan: en todas, los fuertes vencen y los pequeños perecen. Este es el caos. Somos perdidos si no hay un milagro. Acompa­ño el famoso papel la Revista q. ha tenido un séquito admi­rable.

Póngame a los pies de mi Sra. Mar iq t a y señoritas y V. mande a su verdadero amigo,

Fermín Toro.

P. Arismendi puso anoche 25 hombres en la puerta de su casa, y un cañón—tal es el miedo!!

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4 de junio de 1823.

El Libertador escribe desde Guayaquil al Abate de Pradt , Arzobispo de Malinas, una carta, en la cual le dice:

"Hace algunos días me atreví a ofrecer a U. S. I. un retrato mío, llevado a Europa por el caballero Tabara, que salió de este puerto. Espero que U. S. I. tendrá la bondad de mirar con indulgencia esta expresión de mi distinguido afecto hacia U. S. I ."

El precioso obsequio llegó a su destino, pues en 23 de mayo de 1824 dice el Abate a su amigo y favorecedor:

" H e recibido con la más viva alegría y el más profundo reconocimiento la carta y el retrato de V . E . El de un grande hombre es el más noble adorno de una galería, y con este título la imagen de V. E . dará un valor inapreciable a la mía. Yo tendré siempre los ojos fijos sobre el Héroe que se ha elevado al más alto destino que el cielo puede reservar a un mortal, el de regenerar a un segundo universo. Siga V. E . su ilustre carrera : que su genio y su brazo completen la libertad de la América".

La anterior correspondencia, y la noticia dada por un periódico de Bogotá cuando la muerte del Cardenal Mercier, de que este ilustre Prelado conservaba en su palacio episcopal un retrato del Libertador, dieron motivo a nuestro ilustre amigo don Eduardo Posada para la referencia que sobre el particular hace en las páginas 352 y 353 de su interesante li­b r o : Apostillas, en la cual dice que el retrato que conserva­ba el patriarca de Bélgica debe ser el mismo que Bolívar ofreció al Arzobispo de Malinas.

Y ahora que hablamos de la iconografía boliviana, plá­cenos reproducir el original retrato de bolívar por alberto hidalgo, que tiene gran talento, apesar de la inocentada de no emplear las mayúsculas.

cual sujeto con clavos sobre el potro alazán.

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—da lo mismo que negro o colorado, o verde, señor historiador—• le contemplo a través de una vidriera de casi un siglo.

era quizá distinto de cual yo le veo, pero era así.

parecían sus ojos dos inmensos tornillos que se incrustaban en el aire, cierta vez agujereó con su mirada el cielo y miró lo infinito cara a cara.

la fina oreja sabía escuchar, en medio mismo de la algarabía, las silenciosas voces del silencio, ¡hasta las palabras que no llegaron a ser dichas nunca las oyó aquel oído.

¿la estatura? no se podía precisar. variaba según las emociones de su espíritu. unas veces dos metros, otras quinientos, o t ras . . . . ¡ toda medida hubiera sido corta! para medir el tamaño de este hombre cuando pensaba en libertar américa.

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5 de junio de 1812.

Como bien se sabe, el nombramiento de Miranda para ejercer la dictadura fué obra de las circunstancias y encontró numerosos opositores, no tanto por exceso de republicanismo cuanto por las prevenciones que contra aquél se abrigaban. De aquí las muchas contrariedades eme experimentó en su corta y desgraciada campaña, tan censurada por la mayor parte de los historiadores. A esa época, y a esos sucesos, se refiere la siguiente carta del Generalísimo, para el Licencia­do Miguel José Sanz. que corre publicada en la página 267 del l ibro: El General Miranda, por el Marqués de Rojas, París 1884. Dice así el documento en referencia:

"Cuartel general de Maracay, 5 de junio de 1812.

(Reservada) .

Mi querido amigo: He recibido con aprecio las noti­cias eme Ud. me comunica en su carta de l 9 de junio sobre el acta de los gobernantes de Caracas, que en mi concepto no es mas que un libelo difamatorio o un papel incendiario para agitar más los pueblos y aumentar nuestros males. Hemos dado a todo ello la contestación que adjunta incluyo a Ud. para su gobierno, y que espero merecerá su aprobación.

Roscio y el canónigo de Chile han partido esta mañana para esa ciudad con el resultado de estos asuntos, tanto por mi parte como por la del ejecutivo federal. El segundo va encargado de nuestros negocios a los Estados Unidos de América. Salazar lleva el mismo encargo para Cundinamar-ca y Cartagena: y Molini para Inglaterra. Ellos dirán a Ud. a la vista lo demás que quiera saber sobre estos particulares. Está dispuesto se mantengan los nombramientos y que los nombrados obren con arreglo a ellos.

Mande Ud. siempre como guste a su afectísimo amigo y seguro servidor.

Q. B . S. M. F. de Miranda".

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6 de junio de 1876.

Con motivo de recordar la muerte de Sucre, un periódi­co de Caracas publica la siguiente: "Carta de la viuda del Gran Mariscal de Ayacucho a José M* Obando".

Estos fúnebres vestidos, este pecho rasgado, el pálido rostro y desgreñado cabello están indicando tristemente los sentimientos dolorosos que abruman mi alma. Ayer esposa envidiable de un héroe, hoy objeto lastimero de conmisera­ción, nunca existió un mortal mas desdichado que yo. No lo dudes hombre execrable; la que te habla es la viuda desa­fortunada del Gran Mariscal de Ayacucho.

Heredero de infamias y de delitos, aunque te complazca el crimen, aunque él sea tu hechizo, dime, desacordado, para saciar esa sed de sangre, ¿era menester inmolar una víctima tan ilustre, una victima tan inocente? ¿Ninguna otra podía aplacar tu saña infernal? yo te lo juro e invoco por testigo al alto cielo, un corazón más recto que el de Sucre nunca pal­pitó en pecho humano. Unida a él por lazos que sólo tú, bárbaro, fuiste capaz de desatar: unida a su memoria por vínculos que tu poder maléfico no alcanza a romper, no co­nocí en mi esposo sino un carácter elevado y bondadoso, una alma llena de benevolencia y generosidad.

Mas yo no pretendo hacer aquí la apología del General Sucre. Ella está escrita en los fastos gloriosos de la patria. No reclamo su vida, esa pudiste arrebatársela pero no resti­tuirla. Tampoco busco la represalia. Mal pudiera dirigir el acero vengador la trémula mano de una mujer. Además el Ser Supremo cuya sabiduría quiso por sus fines inescrutables consentir en tu delito, sabrá exijirte un día cuenta más se­vera. Mucho menos imploro tu compasión: ella me serviría de un cruel suplicio. Sólo pido que me des las cenizas de tu víctima. Sí, deja que ellas se alejen de esas hórridas mon­tañas, lúgubre guarida del crimen y de la muerte, y del pes­tífero influjo de tu presencia más terrífica todavía eme la

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muerte y el crimen. Tus atrocidades, inhumano, no necesitan nuevos testimonios. E n tu frente feroz está impresa con ca­racteres indelebles la reprobación del Eterno. Tu mirada siniestra es el tósigo de la virtud, tu nombre horrendo el epí­grafe de la iniquidad, y la sangre que enrojece tus manos pa­rricidas el trofeo de tus delitos. ¿ Aspiras a más ? Cédeme, pues, los despojos mortales, las tristes reliquias del héroe, del padre y del esposo, y toma en retorno las tremendas im­precaciones de su patria, de la huérfana y de su viuda.

M. C. de Sucre.

¿ Fué realmente escrita esa carta por la viuda del Abel de Colombia? No podríamos afirmarlo.

7 de junio de 1828.

Luis Perú Lacroix nos ha dejado en el célebre y discu­tido "Diario de Bucaramanga" el rápido bosquejo que ese día hizo el Libertador sobre sus campañas de los años 13 y 14. La primera, dijo, fué casi una marcha triunfal desde San Cristóbal hasta Caracas. Hubo batallas y combates y mis tropas salieron siempre victoriosas, aunque el pequeño número de ellas no me permitió perseguir las partidas enemi­gas derrotadas, que se retiraban en varias direcciones. Mi objetivo era apoderarme de la capital de Venezuela antes de eme mis enemigos conocieran la debilidad de mis medios de defensa. Contaba conque, al posesionarme de Caracas, me sería dado aumentar mi ejército y oponer fuertes divisiones a los enemigos que durante mi marcha se hubieran rehecho en los varios puntos laterales adonde se habían retirado. Mis esperanzas resultaron fallidas en parte, pues no hallé en Ve­nezuela el patriotismo y el entusiasmo conque yo contaba. El espíritu nacional no se había formado aún, ni se había ge-

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neralizado el amor a la independencia y a la libertad; el mie­do al poder español y los esfuerzos del fanatismo arrastraban todavía a los pueblos y los tenían más inclinados a seguir bajo el yugo peninsular que a romperlo.

Con respecto al año 14 afirmó el Libertador que ninguna de sus campañas había sido tan penosa, tan peligrosa y tan sangrienta como aquélla: que ganada una acción tenía que ir en seguida al encuentro de otras columnas enemigas que se presentaban en otros puntos; eme, en fin, los ejércitos es­pañoles eran entonces en Venezuela como la hidra de la fá­bula, siempre renacientes.

—Les aseguro, agregó, que es la más activa y penosa que haya hecho. Sería lástima que todos sus detalles se per­dieran para la historia; no sé si tendré tiempo y ánimo para escribirla. Lo eme Restrepo dice sobre ella es inexacto: hay falta de pormenores, hechos truncados, y, por otra parte, el que no es militar no sabe ni puede describir sucesos de ar­mas. Los generales Pedro Briceño Méndez y Diego Ibarra podrían hacerlo con interés y con verdad, pues es cierto que las buenas historias son las que escriben los que han tomado parte en los acontecimientos que relatan y aquellos generales figuran en todos ellos, y aunque jóvenes entonces, han debido quedar bien impresionados de e l l o s . . . . Sin orgullo y con ver­dad puedo decir que en ninguna ele mis campañas he recogido más laureles eme en la del año 14: laureles inútiles, a la ver­dad, porque se segaron sin buenos resultados, aunque esto no disminuye la gloria ele mis soldados. ¡ Increíble y lamen­table campaña en que apesar de tantas y repetidas catástrofes no sufrió la gloria del vencido! ¡ Todo se perdió menos el honor!

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8 de junio de 1826.

Entre los papeles de nuestro archivo conservamos, como en otra parte hemos dicho, oficios y cartas relacionados con los sucesos políticos del año 26. A ellos corresponde la pre­sente, hasta ahora inédita.

"Achaguas, Junio 8 de 1826.

Mi querido Jenera l : en este momento acabo de tomar la adjunta correspond" q. dirigía el Comand t e Jeneral del Ori­noco al de este Departamento : por ella considerará V. E. cual habrá sido mi sorpresa, de manera q. me he visto obligado a remitírsela con el Alférez Hipólito de la Cueva, mi Ayudante, y que me hace notable falta, sin querer ocupar otro oficial p r

que en este tengo confianza y además, como está bien al cabo de todas mis providencias, impondrá a V. E. a la voz de lo que por escrito es imposible. Ya ve q. es indispensable apo­derarnos de Barinas cuanto antes y p a ello solo espero una mediana indicación de V. E . Aquí estamos todos dispuestos ya a pelear, pues consideramos que de otro modo es imposi­ble realizar nuestro asunto.

Vuelvo pues a decir a V. E. q. no aguardo mas q. es el regreso de Cuevas p a emprender mi operac", contésteme pues y despáchemelo volando, q. a mas de hacerme falta quisiera ya haber corrido de Barinas a cuantos godos hav en él.

E n el caso en q. nos hallamos es preciso q. V. E. me mande un Jefe de Estado Mayor o encargue de este empleo a uno de los oficiales de aquí, como al Sor. J". J e Mendes, a J n Anto. Mirabal &, pues ya va a hacer falta.

También necesito a todos los Jefes y Ofl. q. haya en el D e p t 0 correspond t e s a este Egto. para q. tomen sus puestos al necesitarse.

No sé que otra cosa tengo q. decirle; pero creo q. mas nada de interés, solo sí le repito su pronta contesta y q. dis­ponga de su afmo. amigo y compadre O. B. L. M.,

/. Com" Mimos".

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Los conocedores de nuestra historia saben que este com­padre Muñoz, ahora en manejos separatistas, fué el mismo que años después, el 10 de marzo de 1848 derrotó a su viejo jefe y amigo en el sitio de Los Araguatos.

9 de junio de 1828.

Según anota Perú de Lacroix en el "Diario de Bucara-manga" el Libertador que ese día se encontraba en un lugar denominado Pieclecuesta, después de hablar sobre varios, in­teresantes asuntos, terminó por decir:

—Si yo creyera en los presentimientos, no regresaría a Bogotá, porque algo me está diciendo que allí me pasarán co­sas malas y fatales; pero al mismo tiempo me pregunto qué es lo que llamamos presentimientos, y mi razón contesta: " U n capricho o un extravío de nuestra imaginación, ideas, las más de las veces, sin fundamento, y no advertencias se­guras de lo que ha de suceder; porque no doy a nuestra in­teligencia, o si se quiere al alma, la facultad de entrever los acontecimientos y de leer en lo futuro. Confieso, sin em­bargo, que en ciertos casos nuestra inteligencia puede juzgar que si damos tal o cual paso, nos resultará un bien o un mal ; pero es esto caso aparte, y por lo mismo, repito que no creo que ningún movimiento, ningún sentimiento interior puede pronosticarnos con certeza los acontecimientos verdaderos, por ejemplo, que si voy a Bogotá hallaré allí la muerte, una enfermedad o cualquier otro accidente funesto. No hago ca­so, pues, de tales presentimientos; mi razón los rechaza, cuando sobre ellos no puede mi reflexión calcular las proba­bilidades o que éstas están más bien en su contra. Sé que Sócrates, otros sabios, y varios grandes hombres, no han des­preciado sus presentimientos, que los han observado y han

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reflexionado sobre ellos; pero tal sabiduría yo la llamo más bien debilidad, cobardía o, si se quiere, exceso de prudencia, y digo que tal resolución no puede salir de un espíritu en­teramente despreocupado. Dicen que Napoleón ha creído en la fatalidad porque tenía fe en su fortuna, eme llamaba su buena estrella; él se ha disculpado ele aquella ridicula acusa­ción probando eme no era fatalista, y que el haber mentado su estrella no era creer ciegamente en una cadena de destinos prósperos que le estaban reservados".

Acaso en el estado en eme hoy se encuentran los estudios psíquicos no pueda afirmarse, tan rotundamente como lo hace el Héroe suramericano, que los presentimientos son simple­mente un extravío de la imaginación o una debilidad del ca­rácter. Muchos casos pudieran citarse en que esos movimien­tos subconscientes, que el pueblo ha bautizado con el nombre gráfico de corazonadas, han advertido a los eme lo han ex­perimentado la presencia de un peligro real que a veces han logrado evadir. La mujer de Pilaros manda un mensaje a su marido con la súplica de que no se mezcle en el proceso del Justo. Porcia relata a César el terrible sueño que ha te­nido, para disuadirlo de ir al Senado el día de los idus de marzo; y Bruto ve llegar a su tienda un fantasma que le anuncia el desastre de Filipo.

El hecho es innegable. La diaria observación lo enseña y la historia lo confirma. El caso mismo de Bolívar ¿no es un nuevo dato sobre el particular ? ¿ No se vislumbra ahí la noche setembrina?

La ciencia quiere explicar lo inexplicable; lo mismo pretende la ignorancia. El hombre prudente observa y me­dita, sin afirmar ni negar sobre fenómenos eme no están to­davía al alcance de sus facultades.

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10 de junio de 1899.

En El Tiempo, de Caracas, y bajo la firma de Celso Cenia, seudónimo de un cronista para aquellos días popula­res, apareció un artículo: "Gente Conocida" en el cual se habla de R. T. C. Middleíon. honorable caballero inglés cuyo recuerdo perdura grato entre la gente caraqueña.

Fué en 1869 cuando llegó a Venezuela Mr. Middleton, investido con alto cargo diplomático v consular. La ciudad de Losada le atrajo por la bondad de su clima y el trato de sus habitantes, y en ella fijó su residencia: aquí vivió respe­tado y querido; aquí transcurrieron tranquilos los días de su noble senectud; y aquí entregó a la madre tierra el polvo de sus huesos.

El viejo Representante de Su Majestad Británica era hombre de caridad. Poseedor de bienes de fortuna, y de no escasa pensión que de su gobierno recibía, apartaba de su renta lo necesario para sostener vida decorosa aunque mo­desta, y el resto lo distribuía entre familias pobres, a quienes había asignado una suma mensual, que les llegaba sin que su­pieran su procedencia, pues el benefactor practicaba el pre­cepto evangélico: que ignore la siniestra lo que ejecuta la derecha.

Vivía Mr. Middleton en el Hotel Saint Amand, del cual era el cliente preferido, por la rara circunstancia de que a medida que escaseaban los huéspedes él aumentaba propor-cionalmcnte la pensión, a fin de que nunca se viera el ne­gocio en trance de quebrar.

Todas las mañanas salía de dicho hotel, envuelto en su sobretodo gris, a dar un paseo por la colina del Calvario. Generalmente subía por la esquina de Jesús, pasaba por El Restaurant, seguía por donde llaman Potrcrito, sentábase en un banco de piedra que allí existe, a la sombra de una ceiba, y leía a Kempis, su inseparable compañero. De su propia na­turaleza, fortificada, sin duda, con las enseñanzas de aquel

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libro, sacó la rectitud de su existencia y aquella humildad tan corforme con L A I M I T A C I Ó N D E C R I S T O : No te juz­gues mejor que los demás, no sea que valgas menos a los ojos de Dios.

Muchas anécdotas corren acerca de Mr. Middleton, a quien hemos querido consagrar en estas páginas una breve referencia.

11 de junio de 1641.

E n esa fecha, a las ocho horas y cuarenta y cinco minutos de la mañana, experimentó Caracas un movimiento sísmico que causó en la ciudad estragos de consideración.

La circunstancia de haber hablado en otra de estas efe­mérides del terremoto de 1766, conocido con el nombre de terremoto de Santa Úrsula, por haberse verificado en el día de esta santa; y del de 26 de marzo de 1812, que arruinó la población, nos obliga a limitar el tamaño de esta nota.

Para aquella fecha era Obispo de la Diócesis de Ve­nezuela Fray Mauro de Tovar, sucesor del señor Agurto de la Mata. El Prelado al sentir el movimiento acudió a la Ca­tedral y sacó de entre sus ruinas a Jesús Sacramentado. También tuvo que acudir con socorros a los muchos vecinos que se hallaron súbitamente sin pan y sin hogar.

Eran esos tiempos de competencias y discusiones entre la autoridad civil y la eclesiástica. A ellas se refere, sin duda, el Doctor Blas Joseph Ferrero cuando en su l ibro: Theatro de Venesuela y Caracas estampa estos conceptos:

"Se había valido Dios de varias calamidades para hacer entrar en juicio a esta mentecata república, enseñándole con ellas, como dice un profeta, a temer y precaverse de los efectos terribles de su indignación: Dedisti mctucntibus te significationem ut fugiant a facie arcus; pero nada había

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sido b a s t a n t e . . . . Subvertida con el terremoto la catedral le fué preciso al ilustrísimo y venerable deán y cabildo cons­truirle en medio de la plaza a la Divina Majestad Sacramen­tada una capillita de paja, tan reducida que a duras penas cabían sus sagrados ministros para celebrar sus augustas funciones. Sin embargo, aquí pues, en este estrechísimo re­cinto, que ofrecía la urgente necesidad, es donde aspira el Gobernador y Ayuntamiento que se le tributen todos aquellos inciensos a que los precipita el ídolo de su orgullosa vani­dad" . . . .

Por fortuna no hubo en 1641 quienes, como en 1812, atribuyeran a motivos políticos la cólera del cielo. Si siem­pre es peligroso hacer intervenir a Dios en esa clase de asun­tos, lo es mucho más en momentos de pánico, pues, como dice Gibbon: Un terremoto en manos de un predicador popular es un arma formidable.

12 de junio de 1917.

Muere en Nueva York, en la casa número 740, Avenida West End, nuestra célebre compatriota Teresa Carreño.

El literato español don José Ortega Munilla le consa­gró fervoroso recuerdo en un artículo intitulado: La pianista sublime, del cual extractamos este fragmento:

"Esa mujer singular, había nacido en Caracas. Su pa­dre fué Ministro en uno de los Gobiernos de Venezuela. Hombre culto, amador de las artes, adivinó en su hija un ta­lento musical respetable, y cuidó de que maestros excelentes la adiestrasen. E n Nueva York recibió la niña sus primeras enseñanzas. En noviembre de 1861, cuando sólo tenía siete años de edad, dio en la capital de Norte América un concierto que fué un asombro. Apenas podía la pequeña mano pulsar la octava. Aun siendo el piano de tamaño adecuado a la dimi-

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ñuta artista, no lograba ésta dominar el instrumento; pero su espíritu poderoso realizaba el milagro y bajo los deditos en­debles surgía la tempestad armónica".

Ya, en 1869, "La Opinión Nacional", al dar cuenta de uno de los triunfos de nuestra eximia compatriota, estampa­ba estos conceptos debidos a la pluma de Rafael Hernández Gutiérrez:

" A la edad de quince años no es posible subir a más en­cumbrada altura de gloria que Teresa Carreño, y si buscáse­mos con quién compararla sólo hallaríamos a Mozart, como una excepción en la historia del arte. Niña, tan niña, que alternaba todavía con los juegos pueriles las graves atencio­nes del estudio y de la música, pobre de hacienda, oriunda de un país oscuro en los dominios de las artes, sin más alas para volar que las de su poderoso ingenio, sin más estímulo que la voz y las instancias de sus padres, sin más guía que su buena estrella. Teresita ha cruzado mares y zonas distintas no en pos de una gloria que halagó sus primeros ensueños de niña y que alcanzó a divisar en las cloradas visiones de la cuna. Peregrina largos años a través de las tempestades que azotaron la nave que la conducía, en lucha aquí contra el es­píritu mezquino del siglo, allá contra la escasez, venciendo los escollos y los peligros de un prolongado viaje por pue­blos y sociedades distintas, ha logrado por fin, en premio de su heroica constancia, ocupar en el templo de las artes el lu­gar destinado al genio que lucha, se abre paso, vence, y alza la frente coronada de luz y majestad".

Ent re las muchas anécdotas referentes a la mágica ar­tista, se cuenta que cierta vez tocaba en un local al aire libre en la ciudad de Nueva Orleans. Sobrevino la lluvia. Los oyentes se alejaron y quedó ella sola en su piano. Y allí aca­bó la obra que estaba ejecutando. Entonces le advirtieron que el concierto había concluido.—¿ Cómo, repuso Teresa, si apenas he comenzado ?—¿ No veis que llueve a torrentes ? Ella levantó de las teclas las manos mojadas y exclamó :•—-

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E s verdad, no lo había notado. No sin justicia predijo de ella Gottschalk: Teresa es un genio. Toca el piano como el pájaro canta, como la flor abre su corola. No dudo que lle­gue a ser una de las mejores artistas de nuestra época.

13 de junio de 1790.

Nace a las márgenes del río Curpa. cerca del pueblo de Acarigua, cantón Araure, antigua provincia de Barinas. José Antonio Páez.

Su solo nombre es una epopeya. Habitante de los Lla­nos, es el prototipo de esos centauros que en los extremos del Continente suramericano llenaron de hazañas los fastos gue­rreros, y de interesantes tipos las crónicas regionales.

A raíz de la lucha emancipadora las fatalidades históri­cas lo trajeron a desempeñar en nuestra política el principal papel, que no siempre representó con éxito. Por lo menos así lo demuestra su conducta el año 26, y los actos dictatoriales del 61-63, de los cuales no pueden absorverlo sus más en­tusiastas panegiristas, cuando él mismo tuvo la grandeza de considerarse culpable.

Las peripecias de La Cosiata son bien conocidas; no lo es el acto por el cual se privó al Dr. Pedro Gual de la auto­ridad que legítimamente ejercía. Venezolanos, dijo el magis­trado destituido: " U n alzamiento de las tropas que guarne­cían esta ciudad, y los pueblos circunvecinos, poniendo guar­dias en mi casa de habitación esta mañana, me ha privado criminalmente de mi libertad, impidiéndome el ejercicio de mis funciones constitucionales. Mas, no he renunciado ni renunciaré el cargo que me conferisteis de Vicepresidente de la República encargado hoy constitucionalmente del Poder Ejecutivo. Ninguna fuerza ni coacción será bastante a arran­carme ese depósito confiado a mi honor y lealtad. Protesto,

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pues, ante la República de este grave atentado cometido por la traición y la violencia contra sus derechos audazmente con­culcados en la primera autoridad constitucional".

El caudillo de Apure es un exponente social, un produc­to del suelo, como el café y el cacao. Procedió como podía y como las circunstancias se lo impusieron. Hacerle cargos por su actuación en aquellos acaecimientos resultaría tan tri­vial como procesar al león por su dominio sobre la selva.

También lo sería presentar al indómito Llanero como fundador del poder civil y humilde instrumento de la volun­tad popular. Se comprende eme en sus días, y con determi­nados fines políticos, se forjara la leyenda; y que escritores parciales, o de limitado alcance, pretendieran justificar con especiosos argumentos los golpes asestados contra la majes­tad de la nación y la soberanía de sus instituciones el 30 de abril y el 29 de agosto, pero sería inconcebible que a los cien años de ocurridos aquellos acontecimientos se pretendiera mantener una ficción que sólo serviría para falsear la historia y bastardear un carácter.

La retórica oculta la verdad, pero no la mata; el hecho desmiente el comentario: con sus grandes errores el hombre de Carabobo es una figura histórica de alto relieve y tiene indiscutibles derechos al reconocimiento del país que contri­buyó a independizar y a constituir con la pujanza de su brazo.

14 de junio de 1908.

Muere en Caracas Gabriel E . Muñoz.

Fué periodista político, orador, y sobre todo poeta: poe­ta en el amplio concepto del vocablo. Sus estrofas, plenas de inspiración, se distinguen por la pureza de la forma, la la propiedad de los vocablos y el esplendor de las imágenes.

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Se le llamó helenista, y, en efecto, como anota una de nues­tras principales revistas, al dar cuenta de la muerte del bar­do, "poseía muchas de aquellas cualidades de equilibrio, cla­ridad y objetiva pureza eme es carácter principal de los poetas griegos. Algunos ele sus fragmentos parecen arrancados de la Antología y evocan con su harmoniosa estructura la impe­cable elegancia de aquellas dulces estatuas de Policletes, poe­mas de mármol en que el artista compendió lo más bello y hondo del alma mediterránea. En las estancias de Muñoz muévense los dioses como dentro del propio Olimpo; discu­rren las bacantes y ninfas entonando cánticos melodiosos. ¡ Pan fatiga su pífano con incansable aliento y resbala una ola de lumbre maravillosa, como aquella conque amaneció el día en que surgió del mar Egeo, bajo el amplio cielo gozoso y azul la delicia de los inmortales versos: "Venus Afrodita".

Los versos de Muñoz no están aún reunidos en volumen; aunque sí se encuentran en antologías y en ediciones del Parnaso Venezolano hechas en España. También se conser­van en la memoria de sus coterráneos y contemporáneos. Gil Fortoul leyó algunos en el Teatro Nacional, el 10 ele junio de 1914. Allí dijo, entre otras cosas, lo siguiente:

"Es ta fiesta del arte es por sí sola elocuente y sugestiva. Y vuestra numerosa presencia aquí es el más espontáneo ho­menaje a la memoria del poeta.

Dicen que la gloria es el sol de los muertos. S í ; cuando la vida fué una aurora.

Supo Muñoz embellecer su vida. Tuvo alma fuerte pa­ra luchar por un ideal: y del combate le sobraron fuerzas pa­ra concentrar su ideal en un lucero y echarlo a volar, limpio y sonoro, sobre las alas del verso.

¿ Por qué sus versos están cantando en mi memoria ? Por bellos, pr imero; y porque empecé a oírlos en la adoles­cencia, cuando todo muchacho se cree grande y ve el mundo pequeño; cuando uno piensa que va a borrar la historia y de­terminar el pensamiento conversando con otros muchachos en

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una tarde de primavera, bajo las acacias de la Plaza Bolívar; cuando uno sueña que va escalando el Olimpo al subir la Si­lla de Caracas, deslumhrado por el sol de estío, o envuelto en las volubles y falaces neblinas del Avila". . . .

Después de dar al público los versos: Homenaje. A to­dos, Pudor, y el Himno de las Bacantes el autor de la His­toria Constitucional de Venezuela, agregó:

Voy a ponerle broche a esta breve lectura con el soneto En el Cementerio, de todos vosotros conocido y admirado. Pero antes debo advertiros que Muñoz vivía con dos amores: la poesía y su hija.

Era una muchachita fresca y lozana: sonrisa de pascua florida, botón de rosa, alba de sol y despertar de estrella.

Pero un día observó el poeta que la muchachita empe­zaba a palidecer, y en el alma del poeta se entró la angustia para no salir más.

Y otro día ya la palidez de rosa fué palidez de cera: y una tarde no hubo más sonrisas ni alboradas: ella le echó los brazos al cuello, y por última vez lo llamó en un beso: papá, papá. Al poeta le d i o un salto el corazón y se le arrasaron de lágrimas los ojos y el alma. Breve tiempo después murió. En el Cementerio fué un presentimiento, oídlo:

Miré sobre una tumba en que el olvido descargó su impiedad y sus rigores entre el ramaje de fragantes flores un pequeño nidal casi escondido.

¡ Quién tuviera epitafio tan sentido me dije, y recordando mis dolores: —¡ También sobre una tumba mis amores entre rosas de amor tienen el nido!

Los dones de la gloria apetecida no anhelo para mí cuando sucumba: se borra la inscripción adolorida;

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muere la flor, la estatua se derrumba. . . . ¡ Amigos! Como imagen de mi vida un nido colocad sobre mi tumba.

15 de junio de 1895.

En esa fecha, y en el saloncito de El Cojo Ilustrado, conocí al Dr. J. M. Núñez de Cáceres, que por sus múltiples aptitudes y la originalidad de su fisonomía intelectual alcanzó entre nosotros merecida popularidad.

Juan Ignacio de Armas nos dejó buen retrato de Núñez de Cáceres en las siguientes líneas:

"Tiene por cuerpo un haz de nervios, por ojos dos sae­tas atravesadas en los vidrios de sus espejuelos, y por c rá ­neo el calderón del diablo, como una fragua incesante de donde salieran a un tiempo máquinas, juguetes, telas, cañones y cristales. Cualquier edad puede atribuírsele, desde los veinte y cinco hasta los sesenta años ; cualquier ocupación le es propia, desde el retozo infantil hasta la abstracción com­pleta de todo objeto externo; cualquier tono le cuadra, desde el más austero, que usa en sus pasatiempos literarios, hasta el más gracioso, que revela en los mismos temas y ejecuciones de sus gramáticas; cualquier faz que se busque se encuentra en su abrumadora erudición, desde el carácter helénico que es su base, hasta el alemán que es su cúspide, sin que nunca deje de ser esencialmente criollo; cualquier doctrina puede beberse en sus escritos, desde la filosofía cristiana hasta la estoica".

Pedagogo e historiógrafo, pintor y poeta, era formidable cuando se dedicaba a labores del pincel o de la pluma. Se puso a fabricar sonetos, y escribió mil a Pe t rona; a compo­ner poemas, y dejó tres, el más corto de los cuales consta

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•—según unos de sus biógrafos— de 5.500 octavas reales; a estudios históricos, y varios volúmenes dieron constancia de su fecunda actividad; a redactar textos de lenguas vivas y muertas, y publicó unos tantos, amén de otros que permane­cen inéditos.

E n materia de lenguas sí era maestro, no por lo que su­piera de las extrañas sino por la facilidad y viveza conque movía la suya. Era de oir su manera chispeante de satirizar los vicios: buena muestra de ello hay en los Pensamientos sueltos. Allí dice, entre otras cosas: " N o es tener cien v i r ­tudes, ciento treinta honradeces, doscientas santidades y otros tantos méritos del mismo jaez ; sino tener cien mil. o ciento treinta mil, doscientos o cuatrocientos mil pesos lo que vale o hace valer en el mercado humano". Y en otra pa r t e : "Hay hombres honrados que no sirven para otra cosa".

Se verificaban unos exámenes en un colegio del cual era catedrático. Al entrar en el local, varios mozalvetes, que acaso lo veían por primera vez, exclamaron admirados:

—Mira el viejito como se pinta! A lo cual él respondió volviéndose a i rado: —Sí me pinto, pedazos de ca. . . . níbales. porque vivo en

un país donde no se respetan las canas!

16 de junio de 1864.

Muere en Caracas el señor Simón Planas, Ministro del Interior y Justicia.

Había nacido en Barquisimeto hacia 1818, del legítimo matrimonio de Don Bernabé Planas y Doña Mercedes G u a ­darrama. E n aquella ciudad aprendió lo poco que en las escuelas de entonces se enseñaba; luego pasó a la capital de

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la república, donde se dedicó al comercio. No le fué bien en ese campo de actividad y regresó al lugar de su naci ­miento. Allí ejerció de Procurador judicial. Los aconteci­mientos de 1848 lo encontraron afiliado a la oposición, que había encontrado su voz y su eco en El Venezolano, de Antonio Leocadio Guzmán. En el gobierno de José Tadeo Monagas fué electo Senador por su Provincia, y en la admi­nistración de José Gregorio desempeñó el ministerio del Interior y Justicia. Con ese alto puesto le tocó refrendar el Decreto sobre abolición de la esclavitud en Venezuela.

Al terminarse el período presidencial del segundo de los Monagas, Planas se retiró durante algún tiempo a la vida privada, y viajó por Europa. Triunfante la revolución fe­deral. Falcón, al organizar su gobierno en 1864, le confió la cartera que ya antes había desempeñado y con la cual lo sorprendió la muerte.

El presidente se encontraba de temperamento en Anauco y desempeñaba el Poder Ejecutivo el General José Desiderio Trías, Ministro de Guerra. A él se dirigió el Gran Mariscal en los términos que siguen:

"Acabo de saber el fallecimiento del ciudadano Simón Planas, Ministro de lo Interior y Justicia. Este funesto e inesperado acontecimiento priva a la Patria de uno de sus mejores servidores, y a mí de un amigo leal y de un consejero ilustrado. El ciudadano Simón Planas ha muerto pobre y sirviendo a su país ; y entre sus antecedentes existe el hecho memorable de haberse abolido la esclavitud en Venezuela siendo él por primera vez Ministro de Interior y Justicia. Este acto de humanidad y de alta política bastaría por sí solo para hacer su memoria acreedora a la consideración pública. Estoy convencido de que Ud. abunda en esos mismos senti­mientos, pero creo de mi deber indicarle que me parece justo y conveniente: 1', que los funerales del ciudadano Simón Planas se hagan por cuenta del Es tado; 2 9 , que en señal de duelo público se cierren las oficinas el día en que deban tener

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lugar y concurran a ellos todos los empleados; 3", que el Ejecutivo Nacional se dirija al Consejo de administración pidiéndole autorización para acordar una suma destinada a dotar una hija joven que el ciudadano Simón Planas deja en la orfandad y en la miseria. Estas indicaciones, ciuda­dano General, son inspiradas por un vivo sentimiento de amistad y de justicia. Ya que no podemos reparar la pér­dida del amigo y buen ciudadano, honremos su memoria y no olvidemos sus servicios. Con los mejores sentimientos de amistad soy de Ud. su muy afectísimo amigo y compañero.

Juan C. Falcan".

17 de junio de 1877.

Es asesinado en su casa de habitación el señor Ramón Suárez, notorio en Caracas por su riqueza y sus excentrici­dades.

Según periódicos de la época, el hecho ocurrió así : Como a las cinco y media de la mañana el señor Suárez

se levantó, abrió la puerta de la calle para que entrara como de costumbre un sirviente italiano que tenía, de nombre Car­los Montanelli, y volvió a acostarse: en la casa habitaban con Don Ramón, Rosa, su ama de llaves y Andrés, niño de po­cos años, hijo de ésta.

A la hora de siempre Montanelli llegó y se dirigió al cuarto donde dormían la mujer y el niño. Tras él penetra­ron en el aposento cinco hombres que llevaban cubierta la faz con máscaras de tela negra. Ya en el aposento ataron a la mujer y al niño, maltratándolos duramente para que ca­l laran; y luego, guiados por el sirviente, se dirigieron a la pieza que ocupaba el dueño de la casa a quien dieron muerte. Vigorosa lucha debió preceder al asesinato, porque el cadá­ver apareció con las manos y los pies fuertemente ligados,

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lijera herida en una pierna, fuerte golpe sobre el ojo izquier­do, que le despedazó el cráneo, y señales de extrangulación.

Mientras parte de los asesinos ejecutaban este hecho atroz, otros encerraban a Andrés en un cuarto, no sin haberlo aporreado, y obligaban a la madre a que les llevase al sitio donde debía estar el dinero, amenazándola con un puñal. La infeliz mujer guió a Montanelli hacia una pieza inmediata y abrió el escaparate de donde los ladrones sacaron todas las prendas que había y gran cantidad de dinero en oro.

Estando en esta operación tocaron a la puerta. El sir­viente salió a ver quién era, y como fuese el individuo que acostumbraba llevar la leche, la toma, la paga, cierra la puer­ta y continúa su tarea. Tocan de nuevo y el sirviente vuelve a abr i r : e ra la mujer del servicio que dormía fuera, la cual fué atada y arrojada a un jergón donde se encontraba el niño.

Los asesinas piden a Rosa que les señale el sitio donde hay dim ro enterrado. El la , buscando como salvarse, los guía ai corral y les señala el pie de un árbol. Cuando co­menzaba;! a cavar tocan de nuevo, los bandidos se ocultan: !a mujer aprovecha ese instante, salta por una tapia de poca altura, cae a una casa vecina y corre a ciar aviso a la policía.

El Gobernador del Distrito y los empleados del cuerpo de seguridad acudieron al lugar de! suceso. Los asesinos ha­bían huido, pero las autoridades y un número considerable de ciudadanos salieron en su persecución.

A la u:ia de la tarde va habían sido aprehendidos el sirviente italiano jefe ele la cuadrilla y un hermano suyo com­plicado en el homicidio.

El Juez del Crimen tomó declaración a los reos puestos frente al cadáver de su víctima; los careó con el niño, la ma­dre y la sirvienta y luego los hizo trasladar a la cárcel pú­blica.

Las prendas robadas y parte del dinero fueron encon­trados en una casa de Camino Nuevo, donde también se ha­llaron una máscara de lienzo negro, una guardacamisa ensan-

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grentada en los puños, y algunas herramientas de las que usan los ladrones para ejercer su oficio.

La casa donde asesinaron a Don Ramón Suárez está si­tuada en el ángulo noroeste, esquina de la Pedrera.

18 de junio de 1911.

En el vapor español Legaspi llega a La Guaira la E m ­bajada encargada de representar a Colombia en la fiestas centenarias de nuestra emancipación política.

Componían el personal de la Embajada el señor Gene­ral Ramón González Valencia, el Dr. Adolfo León Gómez, el Sr. Francisco Valencia, y el Coronel Guillermo Uzcátegui. Acompañaban al General González Valencia su esposa Doña Antonia, sus hijas Alicia, Susana y Carmen; y sus cuatro hi­jos menores; al primer secretario su hijo mayor.

Recibidos con el ceremonial de estilo, fueron conducidos a Macuto, donde se les tenía preparado cómodo alojamiento. Desde ese balneario el embajador envió a "El Universal" el pedido autógrafo, contentivo del siguiente pensamiento de solidaridad bolivariana:

Solamente por la fraternidad sincera e inquebrantable llegaremos al brillante porvenir a que tenemos derecho.— Ramón González Valencia.

Gran parte de las naciones de Europa y de América en­viaron a nuestro país lujosa representación con motivo de aquellos patrióticos festejos. Con el carácter de Embajado­res vinie'- " i : ríe España, Don Aníbal Morillo y Pérez, Mar­qués de La Puerta y Conde de Cartagena; por Bolivia, Don Alberto Gutiérrez; por el Ecuador, Dr. José Peral ta ; por el Perú , Don Melitón Porras .

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Como Enviados Extraordinarios, en Misión Especial: Alemania, A. von Prol l ius; Argentina, Dr . Rómulo Naón ; Brasil, Luis R. de Lorena Fer re i ra ; Bélgica, Mr. León Vin-car t ; Cuba, Don Guillermo Pet terson; Chile, Don Francisco J. Herboso; Estados Unidos de América, Thomas C. Daw-son; Haití , Dr. Félix Magloire, Ducas Pierre Louis y J. B. Dar t igny; Italia, Carlos Filippo Ser ra ; México, señor Jorge Théry.

La juventud mandó también lujosa representación. Es­tudiantes y Cadetes venidos de los países que un día consti­tuyeron la Gran Colombia se unieron en las horas del grato recuerdo, como lo hicieron sus padres cien años antes en los días angustiosos del perenne dolor y del diario combatir.

Y seguramente todos llevaron el mejor recuerdo de la ciudad heroica:

Cuna de Bolívar y del 19 de abril.

19 de junio de 1818.

Con esa fecha escribe el Libertador, desde Angostura, la siguiente carta al Coronel Hippisley.

"Sr . Coronel:

Recuerdo muy bien que en presencia del Teniente-Co­ronel Rook y del Capitán Chomprey me pidió Ud. permiso para renunciar su grado y volver a Inglaterra; y también me acuerdo muy bien que le concedí a Ud. ese permiso y el de pedir su pasaporte.

Si el Teniente Rook queda encargado del p r ! 1er regi­miento de Húsares de Venezuela es porque Ud. lo propuso para Comandante del primer escuadrón y yo accedí a su sú­plica por hacer a Ud. favor; por consiguiente el Teniente-

as

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Coronel no se ha hecho cargo del primer escuadrón ni de la primera compañía sino de algunos oficiales y soldados sueltos.

Juzga Ud. muy bien cuando supone que yo no faltaría a mi palabra, pero la sorpresa que Ud. manifiesta acerca de mi carta de ayer es harto extraña, y más extraño todavía que U d . hubiese supuesto que yo hubiera aceptado su renuncia completa y absolutamente sin más formalidad que una sim­ple conversación. Ud. debe conocer muy bien el servicio in­glés en el que ignoro si una simple renuncia verbal es sufi­ciente para dejar el servicio. Ud. debería saber que entre nosotros no es así, y si Ud. no lo sabe, debe saberlo. El Mayor Hippisley del ejército de S. M. Británica nada tiene que hacer con el Coronel Hippisley de Venezuela, único a quien reconozco y con quien tengo que tratar.

Ud. no ha entendido mi carta de fecha de ayer si Ud . supone que yo pretenda exonerar el señor López Méndez de las obligaciones estipuladas en los contratos celebrados con Ud. También hace Ud. bien en pensar que el gobierno de Venezuela no pretende arruinar a un caballero inglés cuya única falta ha sido tener fe en los poderes concedidos por el Gobierno de Venezuela al Sr. López Méndez. Ud. sabe, porque lo he repetido mil veces que los contratos hechos en­tre Ud. y el Sr. López Méndez serán cumplidos religiosa­mente ; y otra vez le repito a Ud. que los presente Ud. al Gobierno y serán cumplidos.

Gustavo Hippisley vino a Venezuela en 1818 y fué des­tinado al servicio en San Fernando de Apure, a las órdenes de Páez. A poco regresó a Inglaterra, disgustado con el Li­bertador, y allá escribió un libro con no muy benévolas apre­ciaciones sobre Bolívar y algunos de sus compañeros de ar­mas.

Años después, en 1826. escribió al Libertador una carta en que le tributa grandes elogios, con lo cual quedan desvir­tuados los cargos injustos que en otro tiempo le hizo.

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Con respecto a Hippisley, cúmplenos consignar aquí que nuestro amigo el Dr. L. Romero Zuloaga, ha poco arrebatado a la vida, nos enseñó, días antes de su muerte súbita, una verdadera joya bibliográfica de que era poseedor: un libro perfectamente formado con recortes de periódicos, conten­tivos de artículos publicados por aquel caballero, y reunidos mucho después por su hijo, con el evidente propósito de im­primirlos en volumen, lo que no se realizó.

El Dr. Romero Zuloaga, que colaboró en el Boletín de la Biblioteca Nacional, de que somos directores, nos había ofrecido traducir para dicho órgano de publicidad uno de los trabajos de Hippisley, el intitulado: Mi primer amor y mi último duelo; y darnos sobre el particular una referencia bio-bibliográfica.

20 de junio de 1860.

Comienza a distinguirse como guerrillero valiente y au­daz el Comandante Nicolás Patino.

Su carrera militar la había iniciado en 1859, bajo las órdenes del General Ezequiel Zamora. Al lanzarse a la gue­rra recibió rudo guipe, pues, como las fuerzas del gobierno no lograban capturarlo, cogieron a su anciano padre y lo ase­sinaron en el lugar denominado "Dividive Mocho". Patino, dicen sus biógrafos, herido en lo más íntimo de su amor fi­lial, juró no abandonar el fusil hasta el completo triunfo de la causa liberal.

Desde abril del 60 era jefe de las guerrillas que obraban al sur de Barquisimeío; luego fué ascendido a general y nombrado Tefe de Operaciones. Durante La Guerra Larga desplegó dotes de actividad y estrategia que le valieron jus­tas distinciones, y le designaron para desempeñar la presi-

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dencia del Estado Barquisimeto cuando, triunfante la Fede­ración, se dio a la República una nueva forma política.

Al ser llamado a tan altos destinos, el humilde hijo del pueblo fué objeto de adulación de los áulicos, eme lo llama­ron : Espada de la Cansa, Terror de la Oligarquía. Ent re los aspirantes se encontraba un joven, entonces en el comienzo de su vida pública, en la cual llegó a obtener todos los cargos, acaso por su conformidad con las opiniones del que mandara. No pronunció discurso ni dirigió ninguna loa; pero, en un claro que le dejaron los cortesanos, se acercó a Patino y des­lizó en su oído esta frase que halagaba su proverbial amor filial:

—Yo conozco mucho a su mama. —¡ Aja! — M u y buena señora; y tan parecía a la Virgen del

Carmen! ! ! Pocos días después, ya en la casa de gobierno de Cabu-

dare, y en ejercicio de sus funciones presidenciales, Patino mandó:

—Llámeme al joven que dijo que mi mama se parecía a la Virgen del Carmen.

Y cuando lo tuvo en su presencia le dijo, con estupe­facción de los otros chasqueados aspirantes:

—Joven, usted va a ser mi Secretario.

21 de junio de 1849.

Grupo de hombres a caballo intenta, a las 8 de la noche, un ataque contra la casa del Presidente de la República, Ge­neral José Tadeo Monagas.

Vivía éste en la casa que todavía hoy se llama del Rin­cón de San Pablo, por estar situada en el ángulo noroeste

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del cuadrilátero que forma la plazuela de aquel nombre. La guardia del Presidente era escasa y acaso no habría resis­tido el ataque. Por fortuna no se encontraba desapercibida, pues alguien había avisado al Alférez Manuel Tadeo Hur ta ­do que un grupo sospechoso de gente a caballo se acercaba por los lados ele Caroata. Ese aviso la puso en actitud de defensa, de modo que los conjurados fueron recibidos a ti­ros, con la favorable circunstancia ele que una bala hirió el caballo que montaba el Jefe Lorenzo Belisario, quien quedó pisado por la bestia, lo que hizo creer a sus compañeros que había sido muerto. Tal presunción determinó la fuga de los asaltantes, que huyeron, unos por la quebrada y otros por la calle de Mercaderes, sin eme ninguno pudiera ser aprehen­dido.

Los facciosos tomaron rumbo hacia el Tuy, donde se unieron a otras partidas revolucionarias eme por allí mero­deaban. Lorenzo Belisario siguió hacia Apure donde, en el sitio llamado Paso de Manapire, se encontró con el General Juan Antonio Sotillo, Jefe de Operaciones de dicha provin­cia. Trabóse el combate que duró poco, pues a los primeros tiros quedaron muertos los Belisario y Aniceto Guevara; y herido Cipriano Celis, que capitaneaban aquella gente.

El general Sotillo hizo cortar la cabeza a los Belisario para enviarlas como presente a su compae José Tadeo. Tan inútil crueldad, propia de un primitivo, ya que aquel guerre­ro no era un malvado, movió la pluma ele Juan Vicente Gon­zález para presentarnos en su folleto: Venezuela y los Mo-nagas, una escena dantesca. Supone el violento escritor que el Jefe victorioso atraviesa la selva de Turen con los san­grientos despojos en el anca de su caballo. Un tigre espera en asecho la presa. Llega el viejo luchador; el felino lejos de atacarlo lo contempla un instante, y al pasar le dice: —Adiós, hermano!

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22 de junio.

Decia Doña Dorotea Sojo, hablando de Bolívar, su próximo pariente, que nunca le había rezado ni un padre nuestro porque era de fe que a los muertos que se con;leñan no aprovechan las oraciones de los vivos y que Simón (así lo llamaba ella) no podía menos de estar en los infiernos por haber hecho esta patria.

Esta misma señora, tan adicta a la causa del Rey, fué acusada ante Quero. Gobernador de Caracas, como insurgen­te, por equivocación con su hermana Carmen, que era furi­bunda patriota. Se le ordenó que dentro de veinticuatro ho­ras debía salir del país, y en vano fueron las súplicas a Quero y las observaciones de que se cometía gran error, porque Do­rotea Sojo era realista exaltada. Ratificó la orden y fué puesta en un buque que la condujo a Santomas. Las fami­lias patriotas residentes allí, advertidas por uno de la servi­dumbre de Doña Teresa Toro, de la llegada de la Sojo, cre­yeron tomada la ciudad por los patriotas, cuando supieron que una señora tan realista aparecía allí expulsada, y se fue­ron a los muelles con banderas colombianas para recibir a la recienvenida con las burlas propias de la exaltación polí­tica. Al verla prorrumpieron todos en vivas a Colombia y ella en imprecaciones de todo género y mucho trabajo costó para que pudieran entenderse, maravillados los emigrados de la peregrina ocurrencia.

Doña Dorotea ocurrió a la Corte de España quejándose del agravio y recibió a poco una real cédula que conservaba como un tesoro, en que le daban mil satisfacciones y se le mandaba regresar a Venezuela a costa del Tesoro Público.

Parece que esa misma señora, que murió pensando en Fernando V I I , fué la que dijo en cierta ocasión que Miranda había mandado a Simón a Caracas para que presentara su primera plana de palotes al gobierno de Venezuela.

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Las anteriores referencias las hemos encontrado en va­rios papeles sueltos, sin que hayamos podido verificar la exactitud de los hechos.

23 de junio de 1839.

Muere en la aldea Djoun, en el Líbano, Lady Ester Lu­cía Stanhope, nacida en Londres el 12 de marzo de 1776.

El nombre de esa célebre y extravagante mujer se halla en cierto modo unido al de nuestro Don Francisco de Mi­randa, pero no por los vínculos del amor, como se ha dicho, llegando algunos hasta suponerla madre de los hijos del P re ­cursor, sino por los de la amistad, como se comprueba con la correspondencia de aquella dama, que se encuentra en el ar­chivo del Generalísimo.

Algunas de esas cartas fueron publicadas por el Dr. C. Pa r ra Pérez en su curioso trabajo : Miranda y Lady Stanhope, que vio la luz en El Universal, de Caracas, correspondiente al 1° de abril de 1928. Una de ellas es la siguiente:

"Grean Street, Lunes en la mañana.

Usted se sorprenderá, mi querido General, de descubrir que todavía estoy aquí, pero es el caso que en el momento preciso de tomar mi coche el jueves, recibí una carta del Al­mirantazgo diciéndome que se había ordenado a los generales Stewart y Picton embarcarse con sus estados mayores y sir­vientes en mi fragata. Todos los elementos militares que es­tán en Portsmouth, y aun el propio Stewart, están indigna­dos con tal proceder, que me ha ocasionado mucha desazón y gran gasto. Debí haber escrito antes a usted, pero he estado muy indispuesta e incapaz de resolver lo que debía hacer. A la postre me he decidido a tomar una habitación en o cerca de Portsmouth y a esperar allí mi destino, pues será mejor que Jacobo y mis sirvientes se queden y no regresen aquí.

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Me voy el jueves en la mañana y si usted pudiera venir a comer conmigo mañana me contentaría ver le: tengo que de­cirle algo cuyo conocimiento puede ser útil a usted. Mi doc­tor comerá aquí, pero se marchará temprano.

Muy sinceramente suya. H. L. S."

N o son muy conocidas entre nosotros las aventuras de aquella célebre inglesa, sobrina de Pitt, que ha suministrado a la historia uno de ios tipos de mujer de más incuestionable originalidad. Las peripecias de su vida en el oriente miste­rioso superan en mucho a las eme pudiera inventar la ima­ginación del más fecundo autor de novelas policiacas.

24 de junio ele 1911.

Se inagura en el Teatro Nacional el Primer Congreso Médico Venezolano, de acuerdo con el programa elaborado para los actos y ceremonias con eme celebraría Venezuela el primer Centenario de la proclamación de su independencia.

Ante numeroso y selecto público se abrió el acto por el señor Ministro de Instrucción, como representante del Poder Ejecutivo; luego el Secretario del Congreso, doctor Luis Razetti, leyó un Informe acerca de este cuerpo y ele la historia de su fundación; y el presidente de él, doctor Al­fredo Machado, hizo en breves palabras el elogio ele las per­sonas que más se interesaron por acmel homenaje de las ciencias médicas a la gloria de los Libertadores.

La palabra de orden estaba a cargo de Elias Toro, joven galeno que había heredado de su abuelo Don Fermín Toro, el don de la elocuencia. De su discurso son estos conceptos: "Después de una trayectoria de cien años en la vida nacional,

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llena de vicisitudes y quebrantos, de avances y de retrocesos en una civilización todavía por conquistar, en que todos los fermentos de una democracia en formación nos han tenido en constantes luchas gladiatorias y estériles, hasta el extremo de que el más puro destello del alma de Bolívar, la altísima noción de la Patria, ha padecido tenebrosos eclipses y en que, como el verlo aterrador de Isaías, casi han llegado a cum­plirse los amargos vaticinios del Padre de Colombia, veni­mos aquí, como representantes de una noble porción del alma nacional, a conmemorar, con un hecho insólito en los anales científicos de Venezuela, estas efemérides gloriosas. ¡ Glo­riosas, sí. por el inmenso acervo que atesoran! pero cuyo sólo recuerdo debía ser motivo de humildad y contrición para quienes, como nosotros, mezquina generación contemporánea, sólo llevamos en la vacía alforja de nuestros merecimientos una deuda de gratitud no cancelada, y una gravísima respon­sabilidad ante la historia.

Hay algo, señores, que en estos momentos flota impal­pable sobre todos los espíritus, rebosa de todos los corazones, y que yo aquí, en familia, casi en secreto, para que no nos oiga extraña gente, voy a atreverme a deciros: en el balance de un siglo de ^ida independiente, Venezuela se presenta exánime, con las manos vacías y el corazón lacerado; y ape­nas en las treguas de una lucha, también centenaria, de ig­norancia y de pasiones, todavia cubiertos con el polvo de to­das las humillaciones y tristezas, osamos entonar ante las ce­nizas frías de nuestros libertadores un canto de alabanza, que en nuestros labios resulta una blasfemia, y que sólo sirve para poner en más alto relieve nuestras propias miserias ante tanta grandeza y majestad".

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25 de junio de 1788.

Nace en Carora Pedro León Torres, después héroe pre­claro de la independencia suramericana.

Los datos para esa biografía se encuentran en el Diccio­nario Histórico, Geográfico, Estadístico y Biográfico del Estado Lara, por Telasco A. Mac Pherson; pero en la obra: Proceruto Carorcño, recientemente publicada por Don José M* Zubillaga Pereda, se hallan curiosas referencias sobre la familia Torres, que al decir del biógrafo y conierrár .ui era de las más distinguidas en aquella parte ele la región occi­dental de Venezuela.

Y no fué solamente Pedro León quien prestó servicios a la causa de la Emancipación. Sus hermanos Asiselo Bru­no, Francisco José, Miguel M ' , Bernardino y Juan Bautista, también regaron con su sangre el árbol de la libertad. Eran siete hermanos, de los cuales seis murieron en acciones de guerra. También las hermanas se mostraron valerosas y re­sueltas en aquella época de terror y de muerte. Cuando la invasión de Bolívar, en 1813, cinco de los varones, quieren incorporarse cuanto antes a las huestes libertadoras. Una de las hermanas opone débil resistencia; la menor, Reyes, dice valientemente:—Cuando la patria peligra, vacilar es traicio­nar. No merece ser hombre, ni levantar la vista a lo alto el que se resigna a ser esclavo sumiso pudiendo morir con gloria en el campo del honor.

La hoja de servicios de Pedro León Torres es suficien­temente conocida. Imberbe aún, tomó las armas. En 1810 hizo la campaña de Occidente a las órdenes del Marqués del T o r o ; la de 1811 y 12 con Miranda; la de 1813 y 14 con Bo­lívar. Para 1815 se encontraba en las antillas, y en 1816 se agregó a la expedición de Los Cayos. Se halló en la retirada de Ocumare y en la batalla del Juncal. Anduvo por tierras de Guayana; distinguióse en la brega silenciosa de San

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Fé l ix ; y bajo la mirada del Libertador siguió por sendas de triunfo su camino hacia el sur.

En regiones del Ecuador las fuerzas realistas amparadas por cumbres escarpadas y torrentosos ríos oponían fuerte obstáculo al avance de los colombianos. El hombre de las dificultades ordena al general Valdés que trepe el volcán de Pasto y ataque la izquierda del enemigo. La derecha y el centro debían ser acometidas por Pedro León Torres. Sin que almuerce la tropa tome usted aquella al tura; yo vuelvo volando con la reserva. La orden fué mal entendida: el bra­vo caroreño dispuso que su gente almorzara. Cuando el Li ­bertador regresó le di jo:

—Entregue el mando al coronel Barreto, quien segura­mente cumplirá mejor mis instrucciones.

El pundonoroso Jefe se desmonta del caballo, arroja la espada, empuña un fusil y con sublime decisión exclama:

—Libertador: si no puedo servir a mi patria como ge­neral, la serviré como soldado,

Bolívar le restituyó el mando de su División. Con ella hizo prodigios Pedro León Torres, que allí quedó gravemen­te herido, para morir en Yacuanquer el 22 de agosto de 1822.

Cuando el Libertador supo la muerte del héroe de Bom­bona, di jo:—Hemos perdido un compañero digno de nuestro amor ; el ejército un soldado de gran méri to; la república una de sus esperanzas para el día de la paz.

26 de junio de 1830.

E n la ciudad de Quito, y en la casa de la Excma. Sra. Mariana Carcelen y Larrea, se abre el testamento de su fi­nado esposo el Excmo. Señor General Antonio José de Su­cre, Gran Mariscal de Ayacucho.

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Cláusulas de dicho testamento fueron motivo para que algunos historiadores supusieran que el ilustre finado sospe­chaba de la fidelidad de su mujer, y se proponía desheredar­la. La especie se generalizó, y hasta tuvo auge, tanto por motivos políticos cuanto porque place a la condición humana arrojar sombras sobre las reputaciones mejor cimentadas.

El señor Alfredo Flores y Caamaño en su t rabajo: "El Verdadero Testamento del Gran Mariscal de Ayacucho y una de las últimas cartas que dirigió a su esposa", hace el análisis crítico de aquel documento, y apoyado en él, de­muestra que ni por simple presunción puede llegar a creerse que Sucre mirase a su esposa sin el respeto y cariño que las ejecutorias de tan distinguida matrona merecían, o con la desconfianza propia del que tuviere motivos para la más mí­nima sospecha.

Razones de orden moral, además de las pruebas feha­cientes presentadas por el señor Flores y Caamaño, robuste­cen su aserto. No es posible que un hombre de la alteza espiritual de Sucre, tan delicado en puntos de honor, como lo demuestra su vida, juzgara mal de su mujer al redactar su testamento, el 10 de noviembre de 1829, y le escribiera el 5 de abril de 1830 aquella carta que comienza as í :

"Mi querida Mariana: Te escribí el día P pr el correo, y repito aora pr un extraordinario pa saludarte. p°- decirte que te pienso cada vez con más ternura; p" asegurarte q. desespe­ro pr ir junto a ti; y para pedirte que por recompensa de mis delirios, de mi adoración por ti. me quieras mucho, me pien­ses mucho"; y que termina con esta frase: "Adiós Mariana mia: quiéreme como te quiere tu Antonio".

El estudio del señor Flores y Caamaño destruye las le­yendas de que Doña Mariana Carcelen casó en segundas nup­cias con el General Isidoro Barriga, seis meses después de muerto su esposo; y de que Teresa Sucre, hija del Gran Ma­riscal, murió trágicamente el 16 de noviembre de 1831, "día en que el nuevo esposo de la Marquesa tenía alzada a la niña

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paseándola en el balcón de su casa en Quito, cuando de pron­to la criatura se desprendió de los brazos del General Barriga y cayó sobre las piedras de la calle".

Motivos sentimentales fueron parte a que miráramos con cierta prevención a la viuda de Sucre, eme no ha debido cam­biar por ningún otro el nombre glorioso eme llevaba; pero complácenos que el autor del trabajo a que se refiere esta nota haya disipado las sombras cjue obscurecían la figura de aquella dama, que logró cautivar por el afecto a uno de los más ilustres hijos de la tierra venezolana.

27 de junio de 1818.

Aparece en Angostura, hoy Ciudad Bolívar, el Correo del Orinoco.

Desde 1817 existía en dicha ciudad una imprenta lleva­da por José Miguel Istúriz, a quien el Libertador había co­misionado para que comprara en Jamaica elementos de gue­rra y un taller tipográfico en el cual, luego eme llegó, se im­primieron varios documentos de carácter público, entre ellos la Ley de 10 de octubre sobre bienes embargados a los espa­ñoles y la proclama de Bolívar con motivo del fusilamiento de Piar.

Dispuesta la creación de La Gaceta, periódico oficial donde debían insertarse los actos del Gobierno, vio la luz el Correo del Orinoco, dirigido y redactado por Zea. En el Prospecto dice:

"Es ta Gazeta saldrá el Sábado de cada semana. E n ella se publicarán lv los Decretos y Actas del Gobierno, los Bo­letines del Exército, y quantas noticias interesantes comuni­quen los Gefes Militares y los Gobernadores de las Provin­cias, o podamos adquirir por la correspondencia part icular:

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2 9 —Las que conciernen al Comercio interior y exterior, y los avisos de remates, subastas, precios corrientes &.—3" E x ­tractos de los periódicos extrangeros así políticos como lite­rarios :—4 9 Variedades, baxo cuyo título daremos algunos discursos políticos y económicos, rasgos históricos, anécdotas y diversos hechos que aunque no sean recientes merezcan co­nocerse, unos por la admiración y otros por el horror y la indignación que inspiran. No importa a cuál de los dos par­tidos pertenezca la gloria o el oprobio de ellos. Somos libres, escribimos en un país libre y no nos proponemos engañar al público. No por eso nos hacemos responsables de las Noti­cias Oficiales; pero anunciándolas como tales queda a juicio del Lector discernir la mayor o menor fé que merescan. El público ilustrado aprende muy pronto a leer cualquier Gazeta, como ha aprendido a leer la de Caracas, que a fuerza de em­peñarse en engañar a todos ha logrado no engañar a nadie".

Según lo ofrecido, el periódico salió, con entera pun­tualidad, los sábados de cada semana, con 4 páginas en 4'-' a dos columnas hasta el número 11, que corresponde al 5 de se­tiembre de aquel año en que, por motivos de salud, separóse Zea de la redacción, quedando el doctor Juan Germán Roscio encargado de ella. El número 12, aumentado de formato, y a tres columnas, retardó su salida hasta el sábado 10 de octu­bre, por los motivos expuestos en el siguiente aviso:

"Interrumpido el curso de nuestra Gazeta por enfer­medad del impresor, hemos tenido el dolor de acumular iné­ditos varios documentos importantes, y de privar a los Lec­tores y Suscriptores de su noticia.—Estando ya removido en gran parte este impedimiento, continuaremos la publicación de nuestro Periódico en papel mayor que el anterior, y pro­curaremos acertar en la preferencia y orden de los materia­les reunidos".

El número 14 salió en la fecha que le correspondía, que era el sábado 24 de octubre de 1818; pero el 15 es del sábado 21 de noviembre; el 16, del sábado 30 de enero de 1819; el

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21 , del sábado 6 de marzo; el 29, del l 9 de mayo; el 33, del 7 de junio ; el 34, del 24 de julio, de modo que no hay pe­riodicidad en las fechas. El número 92, del 20 de enero de 1821, trae la noticia del Armisticio.

El último número del Correo del Orinoco es el 128, que corresponde al sábado 23 de marzo de 1822.

28 de junio de 1880.

Periódicos de ese día comentan favorablemente el si­guiente decreto del Gobierno de Venezuela:

Art . 1" Se concede a la señora Felipa Antonia Josefina Zea, Yiscondesa de Rigny, la pensión de trescientos bolívares mensuales (Bs. 300) a que tiene derecho como hija legítima del Ilustre Procer de la Independencia, Dr. Francisco An­tonio Zea. conforme al artículo 5" del Decreto de 20 de fe­brero de 1873 y a la Resolución dictada por el Soberano Con­greso Constituyente de Angostura, de 19 de enero de 1820.

Art. 2" El Gobierno de Venezuela reconoce a favor de la señora Felipa Antonia Josefina Zea, hija legítima del Dr . Francisco Antonio Zea, la suma de cincuenta y siete mil bo­lívares (Bs. 57.000) que es la parte que le corresponde de los doscientos mil bolívares acordados como recompensa ex­traordinaria al Vice-Presidente de Colombia Dr. Francisco Antonio Zea, por el Congreso Constituyente de Angostura en 19 de enero de 1820; y conforme a la distribución de la deuda de Colombia hecha en 29 de abril de 1835.

Art . 3" El Ministro de Relaciones Interiores pedirá al Congreso Nacional que incluya en la ley de presupuesto del año entrante la erogación de los cincuenta y siete mil bolí­vares a eme se refiere el artículo anterior.

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Art. 4 ' El Ministro de Relaciones Exteriores trasmitirá oportunamente el presente decreto a los Gobiernos de Colom­bia y Ecuador, en participación de que Venezuela ha cumpli­do, en la parte que le toca, son el acuerdo del Congreso Cons­tituyente de Angostura que otorgó una recompensa extraor­dinaria al Vicepresidente de Colombia, Ilustre Procer Dr. Francisco Antonio Zea.

Art . 5 9 El Ministro de Relaciones Interiores queda en­cargado de la ejecución de este Decreto.

Dado, firmado de mi mano y refrendado por el Ministro de Relaciones Interiores, en el Palacio Federal, en Caracas, a 26 de junio de 1880.—Guzmán Blanco.

Refrendado.—El Ministro de Relaciones Interiores.— Lino Duarte Lcvcl.

29 de junio de 1919.

Trágico accidente de automóvil priva de la existencia al doctor José Gregorio Hernández.

Era éste un médico venezolano, eminente por su ciencia, respetable por la austeridad de su vida y amado por el noble desprendimiento con que ejercía su profesión.

Caracas se conmovió al anuncio de la fatal noticia. De la ciudad entera se levantó clamorosa la voz del dolor. Los altos poderes oficiales, las academias, las asociaciones de to­do linaje, honraron con actos especiales la memoria del ilustre finado. Por la casa mortuoria, y por los claustros universi­tarios donde se erigió la capilla ardiente, desfiló la multitud con silencioso recogimiento. Cada cual—como dijo Rómulo Gallegos—había concurrido con lo mejor de sí mismo: con su dolor los eme lo amaron, con su gratitud los que recibieron de él dones o enseñanzas, con su justicia los que lo admira­ron, con su desfallecimiento tantos para quienes su virtud acaso fué norma de perfeccionamiento e s p i r i t u a l . . . .

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Las exequias fúnebres, solemnes. El pueblo llevó en hombros el féretro hasta el Cementerio General del S u r : la tumba quedó literalmente cubierta de flores.

Pocos días después la "Junta Central de Obreros y Ar ­tesanos Organizadora del homenaje con que los Gremios de Caracas honrarán la memoria del doctor José Gregorio Her­nández", promovió un concurso para obtener un pensamiento original, lacónico y expresivo, que perpetuara en el sepulcro del Dr. Hernández el amor y la gratitud del pueblo de la ca­pital. Para llenar los fines del Certamen se nombró un Ju­rado compuesto de los doctores Agustín Aveledo, Eloy G. González y presbítero Rafael Peñalver, quienes, en 15 de setiembre de aquel año dictaron el siguiente veredicto:

. . . . "Ent re los ciento treinta pensamientos recibidos hasta la fecha, muchos de los cuales se recomiendan por un distinguido mérito literario, el Jurado eligió como más ade­cuado al propósito de la Junta, el señalado con el número 39, y de que es el autor el señor don José E. Machado".

El pensamiento dice as í :

Al Doctor José Gregorio Hernández, médico eminente y cristiano ejemplar. Por su ciencia fué sabio y por su virtud justo. Su muerte asumió las proporciones de una desgracia nacional. Caracas, que le ofrendó el tributo de sus lágrimas, consagra a su memoria este sencillo epitafio, que la gratitud dicta y la justicia impone.

30 de junio de 1812.

Por ocultos manejos cae en poder de los realistas el Cas­tillo de San Felipe, que comandaba el Coronel Simón Bolívar.

Bien conocido es ese hecho histórico que relata en todos sus pormenores el futuro Libertador, en el parte que el 14 de

29

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julio de aquel año dirigió desde Caracas al Generalísimo Mi­randa,

"Hallándome en mi posada a las doce y media de la tarde el día 30 del próximo pasado, llegó apresuradamente el te­niente coronel Miguel Carabaño, a darme la noticia de que en el Castillo de San Felipe se oía un ruido extraordinario y se había levantado el puente, según se le acababa de infor­mar por una mujer. Que el Coronel Mires había ido in­mediatamente a saber la novedad que ocasionaba aquellos movimientos. Aún no había llegado al Castillo dicho Oficial, cuando se le intimó desde lo alto de la fortaleza que se rin­diese o se le haría fuego: a lo cual respondió con la negativa, y revolviéndose hacia el bote que le había conducido allí se embarcó y volvió a la plaza.

Inmediatamente después de este acontecimiento empezó el fuego del Castillo sobre la ciudad, enarbolando una ban­dera encarnada".

Heroicos fueron los esfuerzos de Bolívar por recupe­rar aquella fortaleza que contenía gran cantidad de elementos de guerra. Por seis días se batió como un desesperado, hasta que convencido de lo infructuoso del sacrificio se embarcó en el bergantín Zeloso, con ocho oficiales "que después de haber presentado su pecho a la muerte, y sufrido paciente­mente las privaciones más crueles, han vuelto al seno de su patria, a contribuir a la salvación del Estado, y a cubrirse de la gloria de vuestras armas".

Y agrega el informante: "En cuanto a mí, yo he cum­plido con mi deber: y aunque he perdido la plaza de Puerto Cabello yo soy inculpable y he salvado mi honor. ¡ Ojalá no hubiese salvado mi vida, y la hubiera dejado bajo de los es­combros de una ciudad que debió ser el último asilo de la libertad y la gloria de Venezuela!"

S e a c a b ó de impr imir e s t e l ibro,

e n la «T ipogra f ía A m e r i c a n a » ,

d e P . V a l e r y R í s q u e z , e l 26 d e

N o v i e m b r e de 1929

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i BIBLIOTECA NACIONAL^ ¡- ' .,;v: 7 ^ 1