el desasosiego de fernando pessoa, o la experiencia poética del

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Co-herencia ISSN: 1794-5887 [email protected] Universidad EAFIT Colombia Salas Guerra, María Cecilia El desasosiego de Fernando Pessoa, o la experiencia poética del límite Co-herencia, vol. 1, núm. 1, julio-diciembre, 2004, pp. 52-69 Universidad EAFIT Medellín, Colombia Disponible en: http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=77410103 Cómo citar el artículo Número completo Más información del artículo Página de la revista en redalyc.org Sistema de Información Científica Red de Revistas Científicas de América Latina, el Caribe, España y Portugal Proyecto académico sin fines de lucro, desarrollado bajo la iniciativa de acceso abierto

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Page 1: El desasosiego de Fernando Pessoa, o la experiencia poética del

Co-herencia

ISSN: 1794-5887

[email protected]

Universidad EAFIT

Colombia

Salas Guerra, María Cecilia

El desasosiego de Fernando Pessoa, o la experiencia poética del límite

Co-herencia, vol. 1, núm. 1, julio-diciembre, 2004, pp. 52-69

Universidad EAFIT

Medellín, Colombia

Disponible en: http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=77410103

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El desasosiego de Fernando Pessoa,o la experiencia poética del límite*

* Este texto es la primera partede la tesina o Trabajo tuteladode investigación realizadopara optar a la suficienciainvestigativa en el segundoaño de doctorado en el pro-grama Problemas del pensarfilosófico, en la Facultad deFilosofía y letras de la Univer-sidad Autónoma de Madrid.Trabajo dirigido por el DoctorÁngel Gabilondo Pujol del2002 al 2003.

** Psicóloga (1996, U. de A.).Magíster en Ciencias socialesy humanas, con énfasis enPsicoanálisis y vínculo social(2000, U. de A.). Actual-mente prepara tesis doctoral enel Programa Problemas delpensar filosófico, en laUniversidad Autónoma deMadrid. Coautora de El mito de

la voluptuosidad en la

prostitución femenina (2001).Medellín: Editorial Universidadde Antioquia. Ha colaboradoen revistas locales. Es docentede cátedra en la UniversidadEAFIT y en la Universidad deAntioquia, y de medio tiempoen la Institución Universitariade Envigado.

Maria Cecilia Salas Guerra**

Resumen El siguiente texto quiere mostrar que el Libro del

desasosiego, de Fernando Pessoa por Bernardo Soares,no es una mera y descomunal confesión del tediovital. Lo que se propone a continuación, más bien,

es una lectura del desasosiego pessoano en cuanto que experienciapoética del límite, experiencia arraigada, paradójicamente, en laserenidad y la ironía. Veremos que de este arraigo le viene la tonalidady la cadencia poética al Libro, y la singularidad al poeta. Recono-ceremos allí la imagen del hombre en cuanto que ser-del-desasosiego:agonismo entre la finitud y el ansia de infinitud, entre lo decible y loindecible.

Palabras clave

Desasosiego, ironía, serenidad, tedio, heteronimia, Decir, moral de laacción, poesía, pensamiento, escritura, tristeza, silencio, alegría,experiencia poética.

Abstract The following text wants to show that the Book of

the Uneasiness, by Fernando Pessoa as BernardoSoares, is not a mere and extraordinary confessionof the vital boredom. What one sets out next, rather,

is a reading of Pessoas’s uneasiness as the poetic experience of the limit,experience paradoxicalally rooted in serenity and irony. We will seethat from this root it comes both the tonality and the poetic cadencein the “Book…”, as well as the poets’s singularity . There we willrecognize the image of man under the sign of uneasiness: confrontationbetween the mortal limits and the anxiety of infinity, between theexpressable and the unspeakable thing.

Key words

Uneasiness, irony, serenity, boredom, heteronimia, To say, moral of theaction, poetry, thought, writing, sadness, silence, joy, poetic experience.

El desasosiego de Fernando Pessoa, o la experiencia poética del límite, Maria Cecilia Salas Guerra

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Fernando Pessoa es el poeta múltiple, el de los heterónimos, elque atomiza la categoría de autor, el que fractura la pasión modernapor la identidad, el que convierte su vida en escritura, el que -bajo elsemiheterónimo de Bernardo Soares- le concede la palabra aldesasosiego por el cual ha sido tomado. Sí, Pessoa/Soares consagra supalabra a esa especial inquietud e incompatibilidad radical con elmundo de las apariencias, del trabajo, de la razón, de los otros; él seconsagra hasta descubrir que la palabra es insuficiente ante loinconmensurable y casi sublime del desasosiego, ella es insuficiente yguarda silencio, dando lugar a la contemplación distante y,paradójicamente, serena e irónica1 del espectáculo misterioso y tristedel mundo. No se trata pues de una experiencia del yo de lassensaciones y los sentimientos, sino de un modo de estar en laexistencia; es el modo de Soares, ese espectador de la vida que porinstantes pareciera diluirse él mismo en la desolación, el hastío, lapesadez, el absurdo, el detalle ínfimo, la incertidumbre y eldesfallecimiento, pero que, sin embargo, no abdica de la vida. Es decir,aunque su desasosiego tiene un carácter demoledor de los ideales, delos sistemas racionalistas, de los modos convencionales de larepresentación, no obstante no se reduce a una mera pasión pordestituirlo todo; es por eso que Soares se asume en su desasosegadoespíritu desde la serenidad y la ironía, haciéndose cargo de laresponsabilidad que supone mirar-se a distancia, con ese humor comoindiferencia justo en medio de la tragedia, conduciendo por nosotros,como lo señala Eduardo Lourenço, “la carroza de todo (de lamodernidad) por la carretera de la nada”. Pessoa/Soares será pues undesenfadado observador de su época, un visionario de los trompiconesque dará esa carroza a través del siglo XX, uno de los más caros para lahumanidad, uno de los más costosos para su dignidad básica.

Si en el desasosiego participan la serenidad y la ironía, entoncesla mirada, la escucha y la escritura que nacen de esta experienciadecisiva de Pessoa, necesariamente le imprimen un sello a su relaciónpoética con la cotidianidad, con el otro y con la muerte; de modoque no es una relación fundada en un mero desencanto –comoparecería a primera vista-, sino en el reconocimiento de la situacióntrágica del hombre contemporáneo: huérfano de dioses y de sentido, ylibrado a los avatares de la ciencia y la técnica. Esto hace de Pessoa eldesasosegado habitante de las eternas aguas donde tiempo y espacioson puro exilio.

Por lo anterior, el texto que se presenta ahora no pretende construirun edificio interpretativo o analítico acerca del Libro del desasosiego,ni de la figura Pessoa/Soares en cuanto que autor/actor del mismo. Lo

…Sim esse humor como indiferen a no interior da tragédia,Pessoa nâo seria Pessoa,

aquele que conduziu por nós a carro a de tudo (da modernidade)pela estrada da nada.

Eduardo Louren o

1 El sereno desasosiego irónico–lo que supone la vincula-ción entre Heidegger, con elconcepto de serenidad, Pessoacon el de desasosiego, yKierkegaard con el de ironía-es la cuestión central de lasegunda parte del trabajo deinvestigación, pero no seincluye en esta publicación.

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que se propone a continuación, más bien, es una lectura deldesasosiego pessoano en cuanto que experiencia poética del límite dela existencia; es la experiencia de ser siempre inconcluso, lugar decontradicción y multiplicidad, experiencia de ser nada, de ser vacío ydesnudez, de ser informe, amorfo; pero también es la experiencia deser multitud, de ser nube en perpetuo des-con-figurarse. Recono-ceremos en este Libro la imagen del hombre en cuanto que ser-del-desasosiego: lanzado a la disolución y la finitud inexorable, perotambién a la posibilidad siempre abierta; hombre que acontece entrela serenidad y la fragilidad.

Pero, en principio, ¿qué habría para decir y cómo decir algo deun libro como éste? No es una novela, no es una autobiografía ni unensayo, no es una crónica de la cotidianidad, no es un diario… es ellibro “del” desasosiego, simplemente, incompleto y sin centro, y ajenoa las tipologías textuales convencionales. Es el libro-compañero fielde Pessoa desde 1914, cuando concibe la idea, hasta 1935, cuandomuere. Es decir, que en Pessoa discurren simultáneamente, secopertenecen el Libro y los desasosegados días, dedicados en buenamedida a la contemplación extrema, casi demencial, de la cotidianidadbanal y gris, a la cual interroga y se deja interrogar por ella, haciendode la nada cotidiana “una aventura en los límites de lo decible y delo pensable”, tal como lo señala Eduardo Lourenço. Estamos pues anteuna escritura-diáspora que pone en entredicho, ella misma, tanto laconsistencia del lenguaje y las formas convencionales de la narración,como la noción de autor. Este libro es en sí mismo desasosiego hastael vértigo, pero también hasta la serenidad y la ironía.

Por el hecho de ser una expresión poética de la pérdida de sentidode nuestro destino moderno, Pessoa/Soares se convierte en uno de losreferentes claves para pensar la condición del hombre contemporáneo.El suyo es el libro de la decadencia e insalvabilidad y disolución delyo moderno; de los límites del lenguaje, de la escritura, del pensar ydel sujeto racional cartesiano; de los límites donde o se abdica de lavida o se poetiza la condición abismal del hombre en su existencia.Este es el libro donde la mirada serena e irónica contempla condistancia el paso frenético de los inscritos en la moral de la acciónque se conducen hacia el ninguna parte del progreso.

Pessoa afirma que este es un “libro interperso” (disperso en elinterior), “del que voy formándome indolentemente una idea quenunca se completa”. Nace de “un estado de abulia absoluta”, de no-ser, que le “obliga a trabajar sin querer en el Libro del desasosiego.Pero todo fragmentos, fragmentos, fragmentos”. (Pessoa, 1996, p. 9).2

Este libro nace pues de este estado de abulia y de la división del poetaFernando Pessoa en otros poetas autónomos y distintos a él –susheterónimos, o drama em gente, compuesto por Ricardo Reis, Álvarode Campos, Alberto Caeiro, Bernardo Soares, C. Pacheco y VicenteGuedes. El primer texto, de 1913, que se incluirá en el libro es En lafloresta de la enajenación, donde queda expuesto el quiebre del sujetode la racionalidad moderna, quiebre que será el telón de fondo detoda la obra pessoana.

2 Carta de Pessoa a ArmandoCôrtes-Rodrigues, el 19 denoviembre de 1914. Citadopor Ángel Crespo en elprólogo a la edición españoladel Libro del desasosiego.

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Su Libro expresael “fin de la ilusiónhumanista que aúninsistía en sostener lamisma moral y lasmismas ilusiones yvalores aún despuésde la caída del esce-nario en el que éstosse sostuvieron”. Estaescritura es herederadel más despiadadocaos de espíritu al quefue lanzado el hombre moderno; pertenece ala “poética de la depresión absoluta que asolóla cultura de occidente desde mediados delsiglo XIX hasta principios del siglo XX”. Dedonde Pessoa será el “creador de un nuevomirar poético, el inventor de la sonrisa enmedio del desastre, del sentido imaginario enel interior del sin sentido absoluto y delnaufragio” (Lourenço, 1986, p.15).

Detrás de Caiero, quien nos haceimaginariamente felices; de Reis, con quiennos tornamos indiferentes a la felicidad y a lainfelicidad, y de Campos, con quien somosimposiblemente felices; detrás de estos tresreyes magos, “de camino hacia un Belén ine-xistente”, está “la voz anónima que los inventóo se inventó en ellos para soportar su vidareal, la cotidianidad atroz de la cual el Librodel desasosiego es el espejo sin ficción, o contan poca ficción que es peor que ninguna”.Más aún, sus heterónimos son “Ficción deinterludio”, maneras de haber sido, por uninstante, futurista con Campos, romano invul-nerable a la angustia con Reis, y alegre o tristecomo la naturaleza con Caeiro (Lourenço,1986, p. 14). Así, en su Libro y en su célebre“drama em gente” acontece uno de los últimosactos del largo proceso de disolución del yoinaugurado por el Romanticismo.

En Fernando Pessoa el desasosiego no esentonces un tema que le da forma a BernardoSoares, su personalidad literaria; no, eldesasosiego es en él una experiencia radical apartir de la cual son posibles su escritura y suobra. Y es esa experiencia del Pessoa-múltiplela que acontece en una distancia irónica yserena frente al mundo. Es en este sentido

que el Libro es capitalen la obra del poeta,por cuanto es el lugarde lo que EduardoLourenço denominacomo el “drama mayorde una heteronimiaabsoluta, la del Sujetoy su Escritura –salva-dora e impotente almismo tiempo- [...]”.(Lourenço, 1986, p. 95).

Todo pasa en esteLibro como si Pessoa, a través de Soares,desnudara a Caeiro del contentamiento puro,a Reis de la indiferencia ostensiva y a Camposde la exaltación tumultuosa y precaria, paraconservar de ellos el inverso: la vida en sudesnudez. En otras palabras, este Libro es“revulsivo y subversivo de la restantetextualidad pessoana, y por serlo, y de lamanera como lo es, texto-suicida por excelen-cia.” (Lourenço, 1986, p. 89). Es un libro-reverso de la comedia, del drama em gente;libro-memorial de esa comedia que sólo lo espara quien se ficcionó en ella como el hipo-tético mirar de un dios sobre la realidad,comedia que no obstante le devuelve alpoeta la imposibilidad absoluta y triste deese mirar. Este libro es la experiencia deretorno de aquel que -por exceso de ausenciade alma- en tantas se multiplicó, y retornapara mirar-se de otro modo, para mostrarsedesnudo y estoicamente situado desde unfondo vacío en el corazón de lo real trivialí-simo. Esta es la mirada de un dios triste sobresí mismo, la “sonrisa de Daniel en la cuevade los leones”. Su mirar irónico y distanteindica que “la verdad nos está vedada, quenuestro destino es ignorarla sin que podamosabdicar de nosotros y de la vida”. Es la poéticade la indiferencia de quien –como lo dice elmismo Soares- sobrevive “nulo en el fondode toda expresión como un polvo indisolubleen el fondo del vaso donde bebió sólo agua”.(Lourenço, 1986, p. 16).

Es Pessoa, el incansable paseante de lacalle de los Doradores en su eterna Lisboa,quien sueña todas las ficciones-heterónimas.

Vista del Castillo San Jorge, desde la plaza del Rossio

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Y “mientras se inventaba poetas y nos soñabamás angustiados de lo que somos, másperdidos de lo que él se sentía, más tristes delo que él era, iba escribiendo su Libro del

desasosiego”, en el cual se despoja de supropia ficción y se expone como un“excluido voluntario de los otros y de la vida,soñador de todos los sueños, sobre todo, delos improbables”. En su Libro nos dejaentrever además “el secreto turbio de su geniode impar claridad. Pero no nos lo da comoquien se confiesa, sino como quien agoniza.La única corona que reivindica es la del sueñopuro.” (Lourenço, 1986, pp. 11-12). A juiciode Lourenço, el Libro atomiza todas lasficciones que separan en vano a Pessoa delúnico amor que lo habitó, este libro desnudasu “verdadera e inclemente pasión”: sucondición de amante de la muerte. Y es en estacondición donde se entretejen el humorcomo indiferencia, la distancia irónica, laserenidad poética y el coraje estoico con locual Pessoa/Soares asiste a la vida sin abdicarde ella… El es el amante de la muerte querenuncia a la pasión por la autoafirmación,liberándose así del peso y la presión queejercen la fortuna, los ideales y la moral de laacción. Amar la muerte supone también, paraPessoa/Soares, “depositar la carga” y acogerpoéticamente la vida en ese entre de laserenidad y la fragilidad, en esa especialcondición de sereno desasosiego irónico quese concreta como escritura… “salvadora eimpotente al mismo tiempo”.

I El desasosiego o la experienciapoética del límite

Hacer una experiencia con algo -sea una cosa,

un ser humano, un dios- significa que algo nos

acaece, nos alcanza:que se apodera de nosotros,

que nos tumba y nos transforma. [...] hacer

significa aquí: sufrir, padecer, tomar lo que nos

alcanza receptivamente, aceptar en

la medida en que nos sometemos a ello. Algo se

hace, adviene, tiene lugar.

Martin Heidegger

El desasosiego de Fernando Pessoa, o la experiencia poética del límite, Maria Cecilia Salas Guerra

El desasosiego pessoano es un entre, un“desde donde” que encamina hacia la posi-bilidad de una mirada otra sobre el hombrecontemporáneo. Un entre que es condición,fuente, donación de palabra, donde el autorse esfuma en beneficio de la obra, al estilode Frenhofer, el pintor de La obra maestradesconocida, de Balzac... Allí, el pintor es laobra, como en este caso el autor es el Libro:es la afección profunda, el pathos de lainvención, lo que en ambos casos acontece.El Libro de Soares es la experiencia deldesasosiego que se hace obra, lo cual exigerepensar el desasosiego mismo más allá de lacobardía moral que se pudiera suponer en él;es decir, exige asumir que “La tristeza no esni mero abatimiento, ni melancolía. La verda-dera tristeza está en una relación de conso-nancia con lo que es verdadera alegría, porcuanto que esta alegría se retira, vacila en suretirada y se mantiene en reserva”. (Heidegger,1987, 152).

De igual modo, el desasosiego no esabatimiento, sino que, por el contrario, sehalla en relación directa con el sosiego, conla serenidad que permanece en reserva. Estaexperiencia pessoana pertenece también a lassublimes y permanentes cuestiones que le sonprometidas y a la vez retenidas al decirpoético. Pero “El poeta no podría hacer laexperiencia que hace con la palabra si estaexperiencia no estuviese templada por latristeza, esto es, por la serena disposición deánimo para la proximidad de lo que se haretirado y que así está, a la vez, reservado parael advenimiento inaugural.” (Heidegger,1987, p.152). Hacer una experiencia es“obtener algo en el caminar” a lo largo de uncamino, de una floresta enajenada, segúnPessoa. Y la palabra pertenece a ese pasajemisterioso donde “el decir poético bordea lafuente destinal del habla, a saber, el Decir encuanto que mostración de lo que se reserva.Pero una experiencia con el habla no puedehacerse sino en el ámbito del pensamiento, yéste a su vez ronda por las proximidades dela poesía; es decir, que “poesía y pensamientose necesitan mutuamente en su vecindad”, yque el pensamiento “abre surcos en el campodel ser”.

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La experiencia de ser siempreinconcluso, lugar de contradicción

y multiplicidad, experiencia deser nada, de ser vacío y desnudez,

de ser informe, amorfo; perotambién es la experiencia de ser

multitud, de ser nube en perpetuodes-con-figurarse.

Hacer una experiencia es estar en camino hacia algo que desde símismo nos demanda, nos llama, nos toca y nos requiere; nos transforma.Es pues, en el decir de Heidegger, el camino lo que pertenece alpensamiento, mas no el método, que “es la consecuencia más extremade la degeneración de lo que es un camino.” (Heidegger, 1987, p. 176).Y en el método están hipotecadas la representación y la ciencia. A suvez, pensamiento y camino pertenecen a la región, que es apertura yvecindad con la poesía. En la región, el pensamiento mantiene comogesto, más que el preguntar, el “escuchar el decir confiador”, el dejarse-decir, el escuchar el decir en cuanto que Decir, o sea, en cuantomostración de lo que es propio del habla y con ello lo propio delhombre que permanece velado, oscuro e intraducible a nuestras

desgastadas “nocioneshabituales” del pensa-miento que ha devenidorepresentación. Eldesasosiego de Soareses la experiencia, elpadecimiento de laoscuridad y el límitedel decir corriente,frente a ese ocultarsede lo esencial delhabla, de lo esencialdel hombre. Que eldesasosiego alcance el

estatuto de experiencia, en la que participa igualmente la serenidad yla ironía, es lo que le da tonalidad y cadencia poética al Libro, ysingularidad al poeta.

Para Heidegger, es la palabra la que mantiene, sostiene y proveesustento a la cosa en lo que “es”, afirmación que se apoya en la sentenciapoética de Stefan George, quien concluye su poema Palabra, diciendo:

Así aprendí triste la renuncia:

Ninguna cosa sea donde falta la palabra.

Sentencia-pretexto que muestra la dificultad en la que estamospara hacer la experiencia de la vecindad entre pensamiento y poesía.Vecindad o en-frente-mutuo que permanece invisible para nosotros yque, no obstante, “gobierna en todas partes nuestra estancia sobre estatierra y el caminar en ella”. Esta vecindad nos gobierna aún en unaépoca que ha reducido el pensamiento al calcular, por ello es precisoel paso atrás, el retorno sereno al lugar donde propiamente ya nosencontramos. En este camino que es retorno se muestra que la palabra,el decir, no tiene ser, pero no por ello se la puede arrojar al vacío dela mera nada, puesto que es justamente ella la donante, la que da elser: ella da en su reserva, y “al denegarse nos acerca su esencia retenida.”Por ello, aunque la joya misma que es la palabra “se retira a lo

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misterioso y sorprendente que nos asombra”,no obstante “el poeta no abdica de la palabra”.(Heidegger, 1987, p. 172).

Pensamiento y poesía no están pues enuna vecindad que signifique fusión, sino que,por el contrario, constituyen dos modosdiversos del decir. Son el en-frente-mutuo, lavecindad divergente, las paralelas que sesostienen cada una en su propia oscuridad yque “se entrecruzan en el in-finito”, en “eladvenimiento apropiador (Ereignis)”, desde elcual, poesía y pensamiento se remiten a lopropio de su esencia. Entonces, si la proxi-midad de pensamiento y poesía es la del decir,“el advenimiento apropiador prevalece comoaquel Decir donde el habla nos dice suesencia.” (Heidegger, 1987, p. 175).

El camino -que pertenece a la región yésta al Claro dador de lo libre- es lo que nospermite llegar a aquello que nos demanda, nosconcierne, nos toma bajo custodia, nos guarda;lo que nos concierne en lo más íntimo. Sólola región da caminos, es don de camino, y lapalabra es puesta-en-camino, da e instituyecaminos. El camino, el retorno, conduce a loque nos demanda y en cuyo ámbito nosencontramos sin que aún estemos allí, puesaún no conseguimos hacer la experiencia dela vecindad de pensamiento y poesía, aún nologramos morar en la proximidad, en el Decir(die Sagen) donde se asienta el habla. Aún nomoramos en el Decir que es “mostrar: dejaraparecer; liberación luminosa-ocultadora,entendida como ofrecimiento de lo quellamamos mundo.” (Heidegger, 1987, p. 179).

La experiencia de la proximidad es una-puesta-en-camino, es retorno a lo Mismo,recogimiento sobre lo Mismo. Pero el tiempoy el espacio de esta proximidad no se entien-den aquí en la acepción de “parámetros” demedición, tal como los concibe el pensamientorepresentativo en el mundo técnico moderno.No, el tiempo y el espacio de esta proximidadno pueden tener esa dimensión, sencillamenteporque bajo sus coordenadas no es posible“hacer la experiencia de la proximidad a laque pertenece la vecindad”. Será, en cambio,el en-frente-mutuo lo propio de la vecindad

de pensamiento y poesía en cuanto modos delDecir, y el ámbito de este en-frente-mutuo esnada menos que “la amplitud donde la tierray el cielo, el dios y el hombre se alcanzan”.Hacer la experiencia de este en-frente exigede entrada abandonar el pensar calculador yasumir que lo esencial de la proximidad noes la distancia sino el en-caminar, reconocerque el “carácter parametral desfigura laesencia de tiempo y espacio”.

En la experiencia del en-frente-mutuo eltiempo temporaliza y el espacio espacializa.Temporalizar es madurar, dejar crecer yeclosionar lo con-temporáneo, y lo con-temporáneo es la máxima condensación delhombre en el tiempo, es “el haber sido, lapresencia, y lo que guarda encuentro y quede costumbre se denomina futuro”. Y ese“mismo tiempo, en la totalidad de su esencia,no se mueve, reposa en silencio”. De igualmodo “el espacio mismo, en la totalidad desu esencia, no se mueve, reposa en silencio”.Tiempo y espacio “pertenecen juntos a loMismo, al juego del silencio”. Y lo Mismo es“el Espacio [de] Juego [del] Tiempo”, es loque en-camina el en-frente-mutuo de lascuatro regiones del mundo: tierra y cielo, diosy hombre: el juego del mundo. “¿Deberíaacaso la misma puesta-en-camino llamarse eladvenimiento del silencio?” (Heidegger,1987, pp. 191-2). El paso atrás -al lugar dondeya nos encontramos sin que aún estemos allí-es ruptura de la palabra resonante, retorno alo insonoro para escuchar el son del silenciodador de toda palabra. Ese retorno es el pasoatrás necesario en el camino del pensar.

El borde del país poético, país que esborde él mismo, o la floresta enajenada dondela palabra de los mortales pertenece alsilencio, es “un reino distinto de la palabra.Un reino que se instaura de modo fulminantey súbito ante el poeta, y en el cual la palabrase halla ausente y el poeta renuncia a tenerlabajo su dominio”. Pero “esta renuncia es unaverdadera renuncia y no un mero rechazo deldecir y no un mero enmudecer”. La renunciasigue siendo un decir en cuanto preserva larelación con la palabra, aunque la relación

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sea ahora “transformación del decir que setorna eco casi inaudible –murmullo enforma de canto- de un Decir (Sage)

indecible.” (Heidegger, 1987, pp. 207-8).El poeta es claro, “Así aprendí triste la

renuncia: Ninguna cosa sea donde falta lapalabra”. Desde donde Heidegger avanzaque “tanto mayor es la alegría, tanto máspura es la tristeza que duerme en ella”. Delmismo modo que cuanto más profunda esla tristeza, tanto más invocadora es laalegría que reposa en ella. Y es el dolor loque da temple a la alegría y la tristeza, enla medida en que deja que “lo lejano estécerca, y lo cercano lejos”, por ello, tantola más intensa alegría como la másprofunda tristeza son ambas, a su modo,dolorosas. “Pero el dolor toca de tal modoel ánimo de los mortales que este obtienedel dolor su peso de gravedad. Talgravedad retiene a los mortales en mediode toda vacilación en la calma de suesencia”. De allí que el dolor secorresponda con la melancolía, la cual,“Puede apesadumbrar el ánimo peropuede perder también su pesadez e

insinuar su ‘secreto aliento’ para el alma”. (Heidegger, 1987, p. 211).De este vínculo tristeza-alegría, templado por el dolor que toca el

ánimo de los mortales, le viene al desasosiego pessoano la cadencia,el ritmo, la serenidad y la ironía que lo encaminan hacia el decirpoético. Aquel aprender triste la renuncia es un reconocer que no haypalabra para “la esencia del habla”, es aprender que esa palabra esretenida y que nunca será una posesión lograda y segura para el paísdel poeta: la patria del poeta es la tendencia a la palabra, y así mismola serenidad le es dada al hombre como búsqueda, como trabajointerminable de sí sobre sí mismo.

Que la esencia de la palabra se cubra con un velo será pues lodigno de ser pensado, y es eso lo que el poeta se deja decir, es eso loque él se apresta a escuchar. Y ese dejarse decir, ese escuchar, se llamapensar, modo en que poesía y pensamiento se pertenecen mutuamente.De donde “todo decir esencial es retorno para prestar oído a estamutua pertenencia velada de decir y ser, palabra y cosa. Ambos, poesíay pensamiento, son un decir eminente en la medida en quepermanecen librados al secreto de la palabra como a lo que les es lomás digno de pensar (…)”. (Heidegger, 1987, p. 213).

El Libro del desasosiego es un aprestar la escucha para la palabraque se oculta y un poner en cuestión la relación con el lenguaje y larepresentación, lo que incomoda y hace vacilar las convicciones del

Pessoa en bronce, al lado del Café Brasileira

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lector. Pero no es el caos por el caos lo queallí está en juego, ni la devastación ociosa delos ideales, sino más bien, y en primer lugar,el distanciamiento irónico –fundado en lasoledad y el aislamiento- frente a lamodernidad y sus presupuestos y dispositivosen los que se propone encuadrar al hombre, yen segundo y más importante lugar, lo que enel Libro se entreteje es la justa serenidad desdedonde se muestra cómo el desasosiego esel hombre mismo. De este modo, en laexperiencia de Soares se imponen, paradóji-camente, el “sosiego y la soledad como nece-sidades irrenunciables para vivir el desasosiego.”(Molina, 1990, 173). Y es así como el poetaenfrenta la “terrible y religiosa misión”,igualmente irrenunciable: la misión de laescritura.

Por lo anterior, el Libro del desasosiegono es una autobiografía ni una mera ydescomunal confesión de tedio vital, sino,más bien, una clave de lectura de toda la obrapoética de Pessoa y de su lugar en la literaturacontemporánea. Es una clave de lectura de lacondición contemporánea del hombre:librado tanto a la prolijidad del “sí mismo”en una vasta colonia, en una sinfonía ocultade solitarios anónimos, como a la oquedad delyo. El “autor” Fernando Pessoa se disgrega enlos otros que inventa y en quienes no sereconoce; en ellos se diluye el sujeto queontológica y psicológicamente sería Uno…Sofisticado juego de demolición del yo,puesta en cuestión de las raíces psicológicas,éticas y sociales del individuo.

El de Pessoa es entonces un viaje sinitinerario, un nomadismo en el cual se tornaconstantemente diferente de sí mismo. Él esuna colonia de “otros” sueltos y dispersos, unadiáspora de singularidades descentradas yrefractarias a cualquier jerarquía; es drama em

gente que se traduce en desgarramiento de laidentidad, del yo, del autor, del estilo, de lospresupuestos y proyectos de sujeto de laracionalidad moderna… Visto a través delLibro, el de Pessoa es un lugar vacío e informede donde emana la escritura, es un lugar prestoa revelarse bajo diversos “nombres comunes,

anónimos, ceros multiplicando en vano elvacío de que están hechos [...]. ¿Máscaras?Pero ¿de qué y de quién? Si tomamos en serioel fenómeno de la heteronimia, ni máscarasle podemos llamar, pues su esencia en nadamás se cifra que en la imposibilidad originalde tener un rostro”. (Lourenço, 1986, p. 102).Es decir, que la multiplicidad heteronímicaresulta ser una constelación cuyo centro esausencia, vacío, silencio, pero justamente esevacío es la posibilidad latente de la poesía.Cada nombre de poeta escrito por Pessoaes “el eco, indefinidamente reiterado, deuna única intuición: el yo es ausencia yllamado patético e imposible de satisfacer. Elyo no es nadie y por eso puede, como elPolifemo de la Odisea, convocar en vano suidentidad abolida. La verdad no se encuentraen ninguno de los heterónimos ni en suconjunto.” (Lourenço, 1986, p. 107).

El Libro del desasosiego es el de unespectador de todo y de sí mismo, tallado aimagen y semejanza del aislamiento; ese esPessoa/Soares, para quien la presencia del otroes mero contraestímulo que le retrasa, más quefacilitarle, el pensamiento y la expresión.Sólo a sus amigos espectrales e imaginados, ya las conversaciones resultantes del sueño, leconcede el poeta verdadera realidad y justorelieve. Entre sus “hábitos de soledad” destacala indiferencia de sí mismo como el mayordominio de sí, el “comportarse ante sí comoante un extraño, con serena línea exterior”,el asumir que “cada uno de nosotros es todoun barrio” de sensaciones a las que habrá dehallárseles, respectivamente, “el modo serenode realizarse”.

Pessoa/Soares, diluido en su colonia esfinalmente una “sombra errante por lasmárgenes de los ríos soturnos; su nombre essombra también [...]. Fue por naturalezaaquello en que había de tornarlo la Muerte.No cayó siervo de una fe ardiente, no lemataron combatiendo por la bajeza de ungran ideal. Libre de la injuria de la fe y delinsulto del humanitarismo, no cayó endefensa de una idea política, o del futuro dela humanidad, o de una religión por haber

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3 Las referencias al Libro del

desasosiego no aparecen a piede página sino enseguida de lacita, indicando el número delFragmento (Fgr.) y el de lapágina. La citas tomadas delApéndice del libro se referen-cian con Ap., más el númerodel fragmento del mismo y lapágina. Para la elaboración delpresente trabajo se utiliza latraducción realizada porÁngel Crespo (1984), quiense apoya en la ediciónportuguesa del Libro organi-zada en “manchas temáticas”,por Jacinto do Prado Coelho(1982).

[...]. Ni estatua ni lápida narre quien fue el que fue todos nosotros.”(Ap., Frg. 34, pp. 398-9).3

II El desasosiego es el hombre

¿Quién me salvará de existir? No es la muerte lo que quiero, ni la vida:

es aquella otra cosa que brilla en el fondo del ansia como un diamante

posible en una caverna a la que no se puede descender.

Bernardo Soares

El Libro del desasosiego es la experiencia de Pessoa de sabersenada, nadie, nube pasajera y siempre abierta a múltiples configu-raciones, viajero sin itinerario, poeta irónico, hombre de corazónexaltado y triste, espectador autoexiliado de la monotonía cotidiana,poeta de la buhardilla, narciso ciego, cantor del absurdo proliferantee insoluble, hombre de los serenos sobresaltos que no sabe lo que siente,lo que piensa, lo que quiere… Condenado perenne, abandonado deDios, cansado de vivir. Pero también es el hombre que se sabe multitudy que está librado a los innúmeros que en él habitan: sinfonía deplurales voces, soñador que sueña con crear un estado dentro de sí,con religión, política, revoluciones y ser el dios de ese estado y de esepanteísmo. Quien así discurre, con sabia distancia ante un mundodecadente, desolado y orientado siempre según la moral de la acciónque demanda sin cesar actores decididos a inmolarse en nombre de lautilidad y el trabajo productivo, quien como Soares mira ese mundocon indiferencia, pero también con profunda afección, no puede sinohacer la experiencia de un desasosiego al cual consagra su vida, esdecir, su escritura.

Y es que la escritura pessoana está consagrada a lo que el poetadenomina como la conciencia de la “terrible importancia de la vida”,algo que no logra ver en ninguno de los que literariamente le rodea.Y tanto esta conciencia como su “crisis de incompatibilidad” consigomismo y con los demás, le exigen dedicarse al arte como la misiónmás terrible: la cosa más importante, el deber más arduo y monásticoque se ha de cumplir “sin desviar los ojos del fin-creador-de-civilización inherente a toda obra de arte”. Así, lo que sustenta eldesasosegado Libro y la poesía de Reis, Caeiro y Campos es –en cadacaso de modo particular- “una noción de la gravedad y el misterio dela vida”. Su crisis es la del viajero que se adelanta a sus compañeros,quienes hacen el viaje por divertimento, mientras él “lo encuentra tangrave, tan lleno de tener que pensar en su fin, de reflexionar sobre loque diremos a lo Desconocido hacia cuya casa nuestra inconscienciaguía nuestros pasos… Viaje ese, mi querido amigo, que es entre almasy estrellas, por la floresta de los pavores… y Dios, fin del caminoinfinito, a la espera en el silencio de su grandeza.” (Pessoa, 1985, p.27). Viajero adelantado y sin itinerario, sólo así puede dirigirse hacialo Desconocido.

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En 1915, en una carta a Armando Côrtes Rodríguez, Pessoa insisteen su necesidad de “encarar seriamente el arte y la vida. Otra actitudno puede tener ante la propia noción del deber quien mirareligiosamente el espectáculo triste y misterioso del mundo.” (Pessoa,1985, p. 26). Y será justamente el sereno desasosiego la constante deeste enfrentar seriamente la vida y el arte, de ese recrear una y otra vezdicho espectáculo, no para salvar el mundo, promoviendo la filan-tropía y los humanismos, sino para ampliar lo que el poeta denomina“la conciencia de la humanidad”. De este modo, Pessoa se revelacomo uno de aquellos que se mantienen al margen de lo que losincluye, de modo que ni abandona a dios, ni cree ni acepta a lahumanidad, instalándose a distancia de todo, actitud a la quecomúnmente se llama decadencia. Pero esta distancia no se confundeen Soares con el pesi-mismo, lo que le resultauna posición exageradae incómoda. Él simple-mente se sitúa en lavida como en unaposada en la cualhabrá de permanecer“hasta que llegue ladiligencia del abismo”.

Se reconoce ins-crito en la modernageneración herederade la incredulidad enla fe cristiana, genera-ción que navega sinrumbo ni puerto al queacogerse. Se sabe en unmundo desgarrado ydesprovisto de diosesy de apoyos morales ypolíticos: “nacimos en plena angustia posmetafísica”. Este escenariomarca profundamente la vivencia cotidiana de Soares, para quien cadapaso que da en la vida es un contacto con el horror de lo Nuevo, ycada persona conocida se le impone como un fragmento vivo de lodesconocido… esto le hace abstenerse de todo, no avanzar, reducir almínimo la acción, sustraerse de los demás: “refinar la abstinencia ybizantinizar la abdicación [...]. Soy la gran derrota del último ejércitoque defendía al último imperio. Me sé al final de una civilizaciónantigua y dominadora. Estoy solo y abandonado [...], como un imperioen ruinas angustiadas…” (Frg. 323, pp. 261-3).

Pero, aunque esta conciencia radical de la época alimenta sin cesarsu exacerbada sensibilidad, su desasosiego, no obstante se abre más alládel mero nihilismo, pues se arraiga y participa de un estoicismo desdedonde encara serenamente esa cotidianidad gris y apabullante, siempre

El desasosiego de Fernando Pessoa, o la experiencia poética del límite, Maria Cecilia Salas Guerra

El desasosiego de Soares esla experiencia, el padecimientode la oscuridad y el límite deldecir corriente frente a eseocultarse de lo esencial delhabla, de lo esencial del hombre.Que el desasosiego alcanceel estatuto de experiencia,en la que participa igualmentela serenidad y la ironía, es lo quele da tonalidad y cadencia poéticaal Libro, y singularidad al poeta.

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limitada a la calle de los Doradores dondevive, a la oficina donde es ayudante de conta-bilidad, a la “atmósfera de gente…”. En estamonotonía diaria, Soares vive un desasosiegosereno en el cual la oficina y el patrón Vasquesson la trivialidad de la vida, mientras quela buhardilla en la que habita es el arte: “elArte que alivia de la Vida sin aliviar de vivir”.En su calle de los Doradores encuentra elsentido de las cosas y la solución de todos losenigmas, “salvo el de que existan enigmas”, yes esto último lo que retiene su ánimo.

Así pues, heredero de un mundo sindioses, pero claro reconocedor de que existenenigmas, Soares se asume como “los alrede-dores de unaciudad que noexiste, el comen-tario prolijo aun libro que nose ha escrito.No sé sentir, nosé pensar, no séquerer”. (Frg.25, p.48). Encontravía de laracionalidad mo-derna, Soarespertenece sinreservas a la contrariedad, y de allí nace suescritura, en la que puede ser tanto unamultitud de seres, una sinfonía, como unanada, la encarnación de la imposibilidad deser, el soñador de lo imposible como sermujer y hombre a la vez… Soñar consentirlo todo, de todas las maneras, saberpensar con las emociones y sentir con elpensamiento. Crear de sí un estado conpolítica, religión, partidos, revoluciones, y ser“dios en el panteísmo real de ese pueblo mío”:sueño irrealizable, y de ser realizable, mortí-fero, pues ¿quién podría sobrevivir a “tamañosacrilegio cometido contra dios, tamañausurpación del poder divino de serlo todo”?

Pessoa no apuesta entonces por la verdady el exceso de sentido, ni por instalarseplácidamente en el mundo de las significa-ciones, ni por las fortalezas del sujetomoderno, racional y autónomo. No, él se las

juega, por el contrario, cotidianamente, en elabismo de la no significación, en la palabradesierta como lo único en su haber, en elamor por los paisajes imposibles y los grandesdesiertos donde nunca podrá estar. Por ellosiente pena por quienes sueñan lo posible ylo próximo, pues ya tienen asegurada la des-ilusión. Reconoce que quien sueña lo impo-sible, lo extraño y lo lejano, vive al margende las contingencias que condicionan al quesueña lo posible. Ama la simple vida de lahumanidad que vive en sueño sin saber lo quehace, lo que piensa, lo que quiere; sin saberlo que sabe: “Dormimos la vida, eternos niñosdel destino”. Soares ama, con su ternura in-

forme e intensa,a toda la huma-nidad infantil.

Por eso, enlugar de grandesverdades Soareslleva en su almalas saudades dela infancia, a laque consideraLa realidad, aun-que haya muerto;por ello clamaal destino que le

restituya la infancia y se lleve a dios. Anhelala sabiduría del que monotoniza la existencia,para quien cada pequeño incidente tiene unprivilegio de maravilla, para quien todos losdías se rinden a la monotonía y a la igualdadsin brillo. Así pues, con el futuro en el pasado,suspendido en el tiempo, ajeno a la realidady amante del sueño, Soares encuentradesdeñable la vida de la mayoría de loshombres; desdeñable en todas sus alegrías yen casi todos sus dolores, excepto los que sonde la muerte, porque en ellos colabora elMisterio. Y en esa mayoría de hombres a losque conoce bien, escucha un corazónexaltado y triste como el suyo: “gloriosossin saberlo en el éxtasis de la palabra egotista”.Son poetas que, como él, arrastran “la igualmiseria de nuestra común incongruencia”.

De este modo, mientras el destino anda yel tiempo sigue, Soares está quieto, ni anda

Foto de la autora. Vista del Tajo desde la Alfama.

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ni sigue. Se contenta con escribir su nombreen el polvo de los cristales de su celda: “firmacotidiana de mi escritura con la muerte”. Perotampoco es firma con la muerte, pues quienvive como él, no muere: termina, se marchita,se desvegetaliza, simplemente deja sin él lacalle que transitaba, el lugar que ocupaba yel cuarto que habitaba. La muerte “es todo, yle llamamos la nada”. Pero nosotros, “vege-tales de la verdad y de la vida”, no podemosrepresentar esa “tragedia de la negación” a laque llamamos muerte, pues no sabemos enqué consiste y de nosotros sólo sabemos quesomos “nietos del destino e hijastros de Dios,que se casó con la Noche Eterna cuandoenviudó del Caos del que verdaderamentesomos hijos.” (Frg. 139, p. 130).

Producto de semejante filiación, alhombre no le queda más que un lugar y unacondición incierta, como las nubes, lo suyoes un pasar leve en el que se desconfigura yreconfigura una y otra vez en un juego sintérmino. Un pasar “entre el cielo y la tierra…lejos del ruido de la tierra y sin tener elsilencio del cielo”. Intervalo “entre lo que soyy lo que no soy”. Y en ese no lugar, en eseentre se está igualmente al margen de lo útil ylo justificable. Soares vive en su inexistencia,y su abatimiento del alma es más rotundo quela angustia y el dolor de existir. Su abati-miento lo desconoce quien se resguarda deldolor y la angustia y se repliega en la“diplomacia consigo mismo para esquivarseal tedio propio”. Soares por su parte se hallaentre su abatimiento y la insubsistencia de lapalabra para decir siquiera, “como en la frasesencilla y total del libro de Job: ‘!Mi alma estácansada de la vida!’” (Frg. 151, p. 140). Lasuya es la vivencia dolorosa de un “condenadoperenne” que viene a ser juzgado en cada hoy.

La cotidianidad de Soares es un devaneosin grandeza ni calma, un demorar sin espe-ranza ni fin, siempre en el claustro delaislamiento. Pensionista-espectador deluniverso que no logra estar alegre aún en lasocasiones en que podría estarlo, pues algo lepesa, un ansia desconocida, un deseo sindefinición que le retrasa incluso la sensación

de estar vivo. Hasta el silencio que sale delruido de la lluvia le perturba en su monotoníacenicienta. No hay sosiego para él, ni lohabrá; no hay siquiera deseo de tenerlo. Conrespecto a los modos y cánones modernos queindican cómo y qué soñar, leer, escribir,contemplar, especular… Soares no puede másque declarar el desasosiego, la división y lafractura interior, y la incompatibilidad radicalcon ellos. Encuentra que esta época reducela creación a la construcción de máquinas yque en la especulación metafísica cadasistema puede ser defendible e intelectual-mente posible, a lo cual se resiste, pues “paradisfrutar el arte intelectual de construirsistemas me falta el poder olvidar que el finde la especulación metafísica es la búsquedade la verdad. ” (Frg. 183, p. 165).

Del edificio del sujeto moderno, Soaresno deja piedra sobre piedra. ¿Cómo puede élcontribuir a que éste se sostenga si de entradareconoce que no hay puertos seguros para elhombre? Por ello, confiesa con ironía cómose ha enterado -en medio de lo que éldenomina un “pasmo metafísico”- que todossus gestos más seguros, sus ideas más claras ysus propósitos más lógicos, no eran finalmentemás que “borrachera nata, locura natural, grandesconocimiento”. Se declara solitario súbitoy extranjero de sí mismo, cuya sensación desí “es como la de quien es liberado por unterremoto de la poca luz de la cárcel ala que se había acostumbrado”. O también,ruina humana puesta al descubierto por unterremoto. Pero ese instante de ver y de sentir-se como algo humano es de lo indecible; nohay palabras con qué definirlo, no basta condecir: “He visto la verdad un momento”… Nobasta con eso porque “una luz súbita lo abrasatodo, lo consume todo. Nos deja desnudoshasta de nosotros (Frg. 188, p. 169). Cegueray desnudez… esa es la condición del hombreuna vez colapsa el sistema racionalista en elque creyó estar cautivo, o mejor, en el quecreyó estar a salvo. Ceguera y desnudez o elnecesario exilio del lenguaje definicional, ola necesaria insuficiencia de éste… o laexperiencia de lo más radicalmente humano,

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de la más primordial forma de percepción y sensación del hombre enel mundo. Narciso ciego y desnudo, Soares sabe que “la vida perjudicala expresión de la vida”. ¿Quiénes somos más allá de esta irrealidadcorpórea? Nadie lo sabe.

Queriendo ser una “obra de arte del alma”, Soares se esculpe contranquilidad y enajenación. Y su desasosiego no ambiciona un remedioseguro, como el suicidio, para su terrible cansancio de la vida, sinoalgo más radical e imposible, más negativo que la nada: “el dejar desiquiera haber existido”… Y pretende ser el “primero en entregar a laspalabras el absurdo de esta sensación sin remedio”. Pretende curarlaescribiéndola…

Este extranjero de sí mismo se autoexcluye también de los fines ymovimientos del mundo, pero ese aislamiento exacerba aún más susensibilidad y provoca incluso que los hechos mínimos le hieran comocatástrofe, de modo que al aislarse se conduce justamente hacia aquellode lo que pretende huir, a saber, del mundo que aún no consigueobservar con reposo y sin angustia. En esa imposibilidad de mirar

desapasionadamente, Soares es unabandonado de Dios, un Cristo enel Calvario lanzando su último gritoal ver frente a frente su verdad:“Señor, Señor, ¿por qué me hasabandonado?” Así, su desasosiegono pertenece al desespero, sino másbien a una serenidad frágil que nologra ser un don conquistado, y auna soledad igualmente vulnerableque tampoco puede ser reposo sinangustia. Soares se sabe un intruso,para los otros, un extraño extran-jero, alguien a quien solamente ledeben simpatía sin afecto… Y enesta condición sólo el juego, elsueño, el palabrear, el inventarse“otros”, lo protege un poco –perono lo salva- de ser el “huérfanoabandonado en las calles de lassensaciones, tiritando de frío en laesquinas de la Realidad, teniendoque dormir en los escalones de la

Tristeza y que comer el pan regalado de la Fantasía.” (Frg. 255, p. 213).Pero este amor al sueño es en último término un asumir la vacuidad

del sentirse vivir. Y Soares encuentra que ese amor está tanto en loshombres de acción, como en los de inacción; a los primeros –santosmuchos de ellos- esa vacuidad los conduce al infinito, mientras que alos segundos los remite a lo infinitesimal, y entre ellos se cuenta élmismo, espectador de sí que asume el soñar como único deber propio;soñar a fin de tener el mejor espectáculo posible. Espectador-soñador

Foto de la autora. Rincón de la calle Saudade

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que aún en la distancia del mundo, éste le afecta profundamente, hastael punto de decir: “He sufrido en mí, conmigo, las aspiraciones de todaslas eras, y conmigo se han paseado, a la orilla oída del mar, losdesasosiegos de todos los tiempos”. Espectador indiferente peroafectado, o mejor, indiferente a los proyectos y la acción del sujetomoderno, pero conmovido por la incompletud y fragilidad del hombre,por su devenir. Esto le hace escapar a las reglas, decir cosas inútiles yabominar del verbo, de ese “microbio de la significación”. Lo que estanto como repudiar la moderna pasión por la acción frenética y sindirección, y como desestimar la búsqueda imparable del sentido y dela significación, puesencuentra que ambaspasiones son ajenas a lavida que discurre almargen de proyectos,sistemas y normasdiseñadas para intro-ducir un orden. “Todocuanto es acción, sea laguerra o el raciocinio, es falso; y todo cuanto es abdicación es falsotambién”.

Del tedio, entre el vértigo de sí mismo y la serenidad:

Día tras día la vida es la misma.

Lo que transcurre, Lidia,

En lo que somos como en lo que no somos

Igualmente transcurre.

Cogido, el fruto fenece; y cae

Aunque nunca lo cojas.

Igual es el hado, ya lo busquemos

Ya lo esperemos. Suerte

Hoy, destino siempre, y en ésta o en ésa

Forma ajeno e invencible.

Ricardo Reis

La experiencia del tedio, del desasosiego, es para Pessoa/Soaresuna forma de “no hacer y de no abdicar de hacer”, mostrando así lasentrañas vacuas de la acción. Lo que está en juego no es un abdicarde la vida, sino un sustraerle peso, un mirarla silenciosamente en sudesnudez. Pero mirar la desnudez exige una relación otra con ellenguaje, con el otro y con la muerte; una relación que en Pessoa seconstruye desde la distancia irónica y desde la serenidad que esabandono confiado, es dejar ser, es librarse al devenir misterioso de lavida, es reposo para el alma en medio de la condición frágil y finitadel hombre.

Ese desasosiego participa de la conciencia desgarrada de lavacuidad de todo, de la muerte inexorable de los dioses, del cansancioprofundo de vivir, de la tendencia constante a ser siempre otra cosade lo que se es, de la sensación intensa de las cosas mínimas, inútiles y

Hacer una experiencia es estaren camino hacia algo que desdesí mismo nos demanda,nos llama, nos toca y nosrequiere; nos transforma.

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y de donde no puede huir; una celda infinitaque en último término puede ser dios mismo,y quisiera entonces el poeta hallar una fugade ese dios y dejar así de formar parte del sery del no ser.

En esta experiencia del límite de la exis-tencia, Soares nos conduce hacia unvaciamiento de todo, hacia la desnudez de laidea de lo que somos de más doloroso, a saber,la idea que nos hacemos de nosotros mismos,en la cual suceden nuestras mayores tragedias.Este desnudamiento es la puesta en cuestióny la destitución del edificio ficcional e idealen el que creemos soportarnos sólidamente.Esto conduce sin remedio al vacío de todo, ala oquedad del mundo, del alma, de la vida;a la imposibilidad hasta en sueños de ser: “seramante, ser héroe, ser feliz. Todo está vacío,hasta de la idea de que existe. Todo estádicho en otro lenguaje, para nosotrosincomprensible, meros sonidos de sílabas sinforma en el entendimiento [...]. Todos losdioses mueren de una muerte mayor que lamuerte. Todo está más vacío que el vacío”.(Frg. 277, pp. 232-3). “Se pierde así el mundoy en el fondo del alma sólo queda una congojaintensa e invisible, “como el ruido de quienllora en un cuarto oscuro”.

A la desnudez y al vacío del hombre, aesa marginalidad del lenguaje desde donde ellenguaje mismo es, le corresponde en Soaresuna congoja intensa, un tedio total que esmás que tedio -pero no tiene otra palabra quemedio decirlo-: “un sentimiento dedesolación sin lugar, de naufragio de toda elalma”, de pérdida de un Dios complaciente yde muerte de toda la sustancia. Soberanohorror de estar vivo para el que no hay enSoares lenitivo ni antídoto, magno tedio enmedio de las “noches plácidas, tibias deangustia”. Tedio que es la “paz siniestra de labelleza celeste”.

¿Pero qué es finalmente el tedio paraSoares? En diversos puntos del Libro se ocupaexpresamente de él, y parece que lo piensacomo sinónimo del desasosiego. Bordea lacuestión una y otra vez descartando laspretendidas similitudes con el aburrimiento,el cansancio y el malestar, para darle a este

pequeñas… Impaciencia del alma consigomisma, desasosiego siempre creciente: “todome interesa y nada me retiene. Atiendo a todosoñando”. Así pues, esta experiencia estambién un abrirse a la posibilidad de amarlo fútil, de alimentar el escrúpulo en eldetalle y el reconocimiento de lo mínimocomo algo que está a salvo de las asociacionesburdas con la realidad, pues lo mínimo carecede importancia social y práctica.

En el desasosiego, lo inútil es bello porser menos real que lo útil, que se continúa yprolonga en la realidad: “lo maravilloso fútil,lo glorioso infinitesimal, se queda donde está,no pasa de ser lo que es, vive libre e indepen-diente”. Este amor por lo mínimo se vinculaa lo que Soares denomina el desasosiego delmisterio, una de las sensaciones más extensasy complejas, y tan dolorosa que hasta puedeser agradable. Y ese misterio nunca se trans-parenta tanto como en la contemplación delas pequeñitas cosas, inmóviles, que sedetienen para dejar traslucir el misterio.“¡Benditos sean los instantes, y los milímetros,y las sombras de las cosas pequeñas, todavíamás humildes que ellas!”. De este amor y estasensación dolorosamente agradable provieneen gran medida el carácter subversivo delLibro de Pessoa/Soares frente a una moderni-dad que apuesta por lo práctico, lo grandiosoy lo útil, y por un sujeto consolidado allícomo una seguridad.

En este desasosiego se atomiza ese sujetoy el poeta se dirige entonces no al sujetoracional sino al hombre, a quien el misteriode la vida duele y empavorece de muchasmaneras, y le sobreviene bien como unfantasma sin forma -“y el alma tiembla con elpeor de los miedos: el de la encarnacióndisforme del no ser”-, o bien como unapresencia que está detrás nuestro, “visible sólocuando nos volvemos para ver, y es la verdadtoda en su horror profundísimo de que ladesconozcamos.” (Frg. 302, pp. 247-8). Peroen Soares la vivencia de tal misterio puededesbordarlo hasta el deseo de no querer tenerpensamientos, hasta el deseo de nunca habersido nada, hasta el sentimiento súbito de estarprisionero en una celda infinita que lo es todo

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desasosiego el carácter de condición funda-mental del hombre mismo.

En primer lugar, el tedio no es “enferme-dad de inertes” como habitualmente se cree,sino por el contrario tiene mayor presencia enquienes no tienen disculpa para la inercia, demodo que el tedio de los grandes esforzadoses el peor de todos, pues aún entregados altrabajo, éste no les concierne en lo másíntimo; están en fría distancia con respecto aél. “No es el tedio la enfermedad del aburri-miento de no tener nada que hacer, sino laenfermedad mayor de sentirse que no vale lapena hacer nada”. (Frg. 167, pp. 153-4). Así,cuando más hay que hacer, más tedio hay quesentir, es decir que se presenta como unarespuesta al tener que

hacer, al tener que

ser. El tedio es unapagamiento enor-me de todos losgestos hechos, unrepudio de la coti-dianidad y la sordidezmonótona de losotros, un asumir que-más allá de la agita-ción de los hombresen el mundo- lanada es todo.

En segundo lugar,el tedio pertenecetambién a los abandonados de dios, puesquien tiene dioses nunca tiene tedio. “Paraquien no tiene creencias, hasta la duda lees imposible, hasta el escepticismo carecede fuerza para que dude. Sí, el tedio es eso: lapérdida, en el alma, de su capacidad deengañarse, la falta, en el pensamiento, de laescalera inexistente por donde sube segura laverdad.” (Frg. 287, p. 239). El tedio hablaentonces de la soledad infinita que acompañaal hombre en su transitoriedad.

En tercer lugar, el tedio no es un entor-pecimiento como el de la somnolencia delvagabundo, no, puesto que el tedio semanifiesta súbitamente como un sufrir sin

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Foto de la autora. Plaza del Comercio, Lisboa.

sufrimiento, un querer sin deseo, un pensar sinraciocinio, un aislamiento de nosotros ennosotros mismos. Es un cansancio de sí mismo,no de la obra realizada; cansancio de vivir,como el que ya sintiera el Santo Job. Perotampoco es reductible el tedio al malestar, alaburrimiento o al cansancio, pues aunquepuede incluir estos estados no se parece aninguno de ellos. “No es solamente la vacui-dad de las cosas y de los seres lo que duele enel alma cuando siente tedio: es también lavacuidad de otra cosa cualquiera, que no lascosas y los seres, la vacuidad de la propia almaque siente el vacío.” (Frg. 314, pp.254-5). Elque siente tedio está preso en la celda infinitay sin muros en la que cosiste él mismo, el

hombre es el tedioque hay en lascosas, “en el cielo,en la tierra y en elmundo”, él es lamedida de la impo-sibilidad de ser loque se es.

El hombre esdesasosiego, es dolorpor la vacuidad dela propia alma quesiente el vacío detodo; es agonismoentre la finitud y elanhelo de infini-

tud. Es por esto que el Libro “del” desasosiego,es un decir una y otra vez lo mismo, perosiempre de modo diferente; bien porque eldesasosiego escamotea el lenguaje defini-cional, o bien porque bordea lo que deindefinicional e irrepresentable hay en elhombre: “aquella otra cosa que brilla en elfondo del ansia como un diamante posible enuna caverna a la que no se puede descender”.Decir una y otra vez ese tedio, ese desasosiegoque es el hombre, es una experiencia que seinscribe en la serenidad, por ello, en ese límitede la existencia que es el desasosiego, secultiva y crece igualmente la posibilidad dellegar a Decir desde la serenidad

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