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Mónica Rodríguez El círculo de robles

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Al caer la noche, acurrucados junto al fuego, el abuelo Baldomero le cuenta a su nieta Antoniña histo-rias de otro tiempo. Historias de ha-das, meigas y lobos. Como la histo-ria de Amanda, la niña que decían loba por haber nacido en Viernes Santo y ser la novena hija. Historias que no son mentira aunque no todo es verdad.

Con este cuento entre el realismo y la fantasía, MóniCA RodRíguEz nos invita a reflexionar sobre los pre-juicios y las supersticiones, y cómo tienen su origen en el miedo.

A P A R T I R D E 1 0 A Ñ O S

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Mónica Rodríguez

El círculo de robles

GRUPO SM - 150216-01-01-01-02 - 294721 - PaG 1 - MiéRcOleS 30 de jUliO de 2014 10:02:17

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El círculo de robles

Mónica Rodríguez

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Dirección editorial: Elsa AguiarCoordinación editorial: Berta Márquez

© del texto: Mónica Rodríguez Suárez, 2014© de la ilustración de cubierta: Ester García, 2014© Ediciones SM, 2014

Impresores, 2 Urbanización Prado del Espino 28660 Boadilla del Monte (Madrid) www.grupo-sm.com

AtEnCIón Al ClIEntEtel.: 902 121 323Fax: 902 241 222e-mail: [email protected]

ISBn: 978-84-675-7409-8Depósito legal: M-22808-2014Impreso en la UE / Printed in EU

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

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1 Froitas

llovía, siempre llovía esa fina lluvia que se pren-día de las cosas y encendía nieblas en los caminos. Era una lluvia invisible y húmeda que se enmarañaba en las matas y el techado de los bosques.

Antoniña, desde la ventana, veía el inicio de aquel bosque y la lluvia, y todo se hundía en sus ojos negros y soñadores.

Unos ojos llenos de senderos y misterios. Sí, porque los ojos de Antoniña eran así. Baldomero siempre le decía:

–Qué andarás pensando tú por adentro de esos ojos.Y ella reía y sus párpados se entrecerraban y apenas

se veía una rayita de aquellos misterios.Baldomero y su nieta vivían al inicio del bosque,

por la senda que llaman de los Milanos, a unos cientos de metros de la aldea de Froitas. Baldomero había sido guarda de esos montes y ahora, de viejo, se sentaba a la lumbre y tallaba figuritas en las ramas desmochadas, con una pequeña navaja, mientras le narraba cuentos a Antoniña.

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A veces hacía una pausa y miraba aquellos tizones negros de su nieta que eran sus ojos y que parecían en-cenderse con sus palabras.

Solían acurrucarse junto al fuego, después de la cena, mucho después de los paseos por Froitas, con sus calles empedradas y húmedas, sus viejos de boina y bas-tón, y las mujeres recogidas, mirando entre visillos la caída de esa lluvia casi horizontal que levantaba olores y hacía barro en los caminos. Cuando ya las vacas y los animales yacían en sus cuadras y en los hogares humea-ban los fogones, Baldomero y su nieta volvían a la casa por el camino de los Milanos, en silencio, saludando a los pocos aldeanos que se cruzaban, Casiano, por ejemplo, antiguo guarda del bosque con Baldomero, o Marilola, la de los panes, la niña de la tahona, que era algo retrasada y gorda, y que corría bajo la lluvia riendo.

–Mira que es boba la de los panes –decía la nieta.–no digas eso, Antoniña. Que no es boba –le repren-

dió el abuelo–, que es espíritu libre y eso a lo mejor lo entiendes algún día. Boba es la sopa que nos comemos nosotros. Sopa de pobre.

Y después de la sopa boba, como decía el abuelo, llegaba la hora de los cuentos y se sentaba Baldomero en su silla y pasaba doce veces la hoja de la navaja so-bre la piedra de afilar. tomaba entonces con parsimo-nia el palito tronchado y se ponía a pelar mientras los ojos de Antoniña esperaban impacientes los cuentos. Muy oscuro afuera. Con la lluvia rabiando en los cris-tales y el crepitar del fuego, naranja y movedizo, en

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los ojos de la niña. todo ahí dentro, en sus ojos, la llu-via y el fuego. Revuelto y confuso, como la verdad y la mentira.

–¿Por qué llueve tanto en Froitas, abuelo?Baldomero miró de soslayo hacia la ventana. Se oía

el ruido del agua y del viento sacudiendo los postigos.–Para que vivan los bosques y las criaturas que hay

en ellos.El abuelo iba a decir algo más, pero se calló y se oyó

a lo lejos, como llamado por las palabras de Baldo-mero, el aullido largo y quejumbroso de un lobo.

Antoniña sintió un escalofrío.–ni miedo. Esa es la lupa, que bien la conozco –dijo

el abuelo–. En este bosque ya no hay lobos, sino es la lupa, que los aldeanos de Froitas, brutos y supersti-ciosos, acabaron con ellos hace tiempo. los mataron a todos.

Y añadió con tristeza:–Y la lupa de vieja se morirá cualquier día.la niña se acercó a la lumbre con los ojos agran-

dados.–¿Cómo es eso, abuelo? ¿Qué dices? ¿Y por qué la

lupa vive si es loba, y no la mataron como a los otros lobos?

–Porque la lupa es solo medio loba y la protege un hada desde que yo era chico.

–Cuéntame, abuelo. –Fue la novena de las nueve hijas del tojo. nació en

Viernes Santo y luna llena. Por eso nació loba, que ya todos lo decían.

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–Pero eso no puede ser.El abuelo giró la navaja sobre el palo y sopló para

quitar el polvo de madera. Dejó caer los brazos con la figura a medio tallar y miró largamente al fuego, como si en lugar de las llamas estuviese viendo a la lupa o al tojo y hubiera vuelto a Froitas medio siglo atrás, cuando en la aldea vivían unas cincuenta personas y él era un crío, más pequeño que su nieta.

–Claro que no puede ser –dijo al fin–, pero los cuen-tos de la gente se mezclan con la vida. Por eso, Anto-niña, has de prestar mucha atención a lo que dicen.

–¿Y por qué la creyeron loba?–Ocho hijas tenía el tojo cuando su mujer, Ramona,

volvió a quedarse preñada. te voy a decir sus nombres, que no he olvidado ninguno: Rufina, Paca, Asunta, Mariana, Rosiña, Oliva, Sabela y Mariña. todos desea-ban un niño, un varón, el primero el tojo, harto de tanta cría. Un varón que le ayudara en la herrería, que era herrero el tojo. Y luego estaba lo de la leyenda de las meigas: si una criatura nace en Viernes Santo y luna llena y tiene ocho hermanas, todas hembras, será loba y no niña. Medio loba, al menos. Y mira, Antoniña, que la gente hizo verdadero el cuento.

Baldomero calló y siguió tallando. no supo su nieta si era sonrisa o pena lo que había en sus ojos. El frotado de la navaja se unió al crepitar de la lumbre. A la lluvia que rebotaba en el bosque negro, allá afuera, donde vivía la lupa, vieja ya y medio loba, si es que era cierto lo que contaba el abuelo.

–Cuéntame más de eso.

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Baldomero cerró un instante los ojos. Carraspeó porque a veces se le iba la voz.

–Está bien, Antoniña, pero has de escuchar con aten-ción, que la mitad es real y lo otro pudiera serlo.

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