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El Conde de Montecristo Por Alexandre Dumas TOMO II

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  • ElCondedeMontecristo

    Por

    AlexandreDumasTOMOII

  • CapítuloIX

    Losfantasmas

    Examinada por fuera y a simple vista la casa de Auteuil, nada tenía deespléndida,nadadeloquesedebíaesperardeunamoradadestinadaalcondedeMontecristo;peroestasencillezdependíadelavoluntaddesudueño,quehabía mandado no variasen el exterior; mas apenas se abría la puerta,presentabaunespectáculodiferente.

    El señor Bertuccio estuvo muy acertado en la elección y gusto de losmueblesyadornosyenlarapidezdelaejecución;asícomoenotrotiempoelduque deAntin había hecho que derribasen en una noche una alameda queincomodabaaLuisXIV,elseñorBertucciohabíahechoconstruirentresdíasun patio completamente descubierto, y hermosos álamos y sicómoros dabansombra a la fachada principal de la casa, delante de la cual, en lugar de unenlosadomedioocultoentrelahierba,seextendíaunaalfombrademusgo,quehabíasidoplantadoaquellamismamañana,ysobreelcualbrillabanaún lasgotasde agua conquehabía sido regado.Porotra parte, las órdeneshabíanpartido del conde, que entregó aBertuccio un plano indicando el número ylugarenquelosárbolesdebíanserplantados,laformayelespaciodemusgoquedebíasucederalenlosado.

    Enfin,lacasaestabadesconocida.Elmayordomohubieradeseadoquesehicieranalgunastransformacioneseneljardín,peroelcondeseopusoaello,yprohibióquesetocasesiquieraunahoja.MasBertucciosedesquitó,llenandodefloresyadornoslasantesalas,lasescalerasychimeneas.

    Todo anunciaba la extraordinaria habilidad del mayordomo, la profundaciencia de su amo, el uno para servir, el otro para hacerse servir: esta casadesierta después de veinte años, tan sombría y tan triste aun dos días antes,impregnada de ese olor desagradable que se puede llamar olor de tiempo,habíase transformado en un solo día. Al entrar en ella el conde, tenía alalcancedesumanosuslibrosysusarmas;asuvista,suscuadrospreferidos;enlasantesalas,losperros,cuyascariciasleeranagradables,lospájarosqueledivertíanconsuscantos;todaestacasa,enfin,despertadadeunlargosueño,vivía,cantaba,parecidaaesascasasquehemosamadopormuchotiempo,yen las que dejamos una parte de nuestra alma si por desgracia lasabandonamos.

    Loscriadosibanyveníanporelpatio,todoscontentosyalegres;losunos

  • encargados de las cocinas y caminando por aquellas escaleras y corredorescomo si hiciese algún tiempo que los habitaban: otros se dirigían a lascaballerizas,donde loscaballos relinchaban respondiendoa lospalafreneros,queleshablabanconmásrespetodelquetienenmuchoscriadosparaconsusamos.

    Labibliotecaestabadispuestaendoscuerpos,enlosdosladosdelapared,y contenía dos mil volúmenes; una sección estaba destinada a las novelasmodernas,ylaquehabíaacabadodepublicarseeldíaanterior,lateníayaensuestanteencuadernadaentafileteencarnadoyoro.

    Enotrolugarestabael invernadero, llenodeplantasrarasyfloresqueseabrigaban en grandes macetas del Japón, y en medio del invernadero,maravillaalavezagradablealavistayalolfato,unbillarqueparecíahabersidoabandonadodoshorasantesporlosjugadores.

    UnasolahabitaciónhabíasidorespetadaporelsignorBertuccio.Delantedeestecuarto,situadoenelánguloizquierdodelpisoprincipal,alcualpodíasubirse por la escalera principal y salir por una escalerilla falsa, los criadospasabanconcuriosidad,yBertuccioconterror.

    Elcondellegóalascincoenpunto,seguidodeAlí,delantedelacasadeAuteuil. Bertuccio esperaba esta llegada con una impaciencia mezclada deinquietud. Ansiaba alguna alabanza y temía un fruncimiento de cejas.Montecristodescendióalpatio,recorriótodalacasaydiolavueltaaljardín,silenciosoysindarlamenorseñaldeaprobaciónodedisgusto.

    Peroalentrarensualcoba,situadaenel ladoopuestoa lapiezacerrada,extendiólamanohaciaelcajóndeunapreciosamesitademaderaderosa.

    —Estonopuedeservirmásqueparaguardarguantes—dijo.

    —Enefecto,excelencia—respondióBertuccioencantado—,abridloyloshallaréis.

    En losotrosmueblesel condehalló loquedeseaba; frascosde todos lostamañosycontodaclasedeaguasdeolor,cigarrosyjoyas…

    —¡Bien,bien…!—dijo.

    Y el señor Bertuccio se retiró contentísimo de que su amo lo hubiesequedadodelosmueblesydelacasa.

    Alasseisenpuntoseoyeronlaspisadasdeuncaballodelantedelapuertaprincipal:eranuestrocapitándespahisconducidoporMedeah.

    Montecristoloesperabaenlaescaleraconlasonrisaenloslabios.

    —Estoysegurodequesoyelprimero—legritóMorrel—;lohehechoapropósito para poder estar unmomento a solas con vos antes de que llegue

  • nadie. JuliayManuelmehandadomil recuerdos. ¡Ah!, ¿sabéisqueestoesestupendo?Decidme,¿mecuidaránbienelcaballovuestroscriados?

    —Tranquilizaos,miqueridoMaximiliano;entiendendeeso.

    —Precisa de mucho cuidado. ¡Si supieseis qué paso ha traído!, ¡ni unhuracán…!

    —¡Diablo!, ya lo creo, ¡un caballo de cinco mil francos! —dijoMontecristoconelmismotonoconqueunpadrepodríahablarasuhijo.

    —¿Losentís?—dijoMorrelconsufrancasonrisa.

    —¡Diosmelibre…!—respondióelconde—.No;sentiríaqueelcaballonofuesebueno.

    —Estanestupendo,miqueridoconde,queelseñordeChâteau-Renaud,elhombremásinteligentedeFrancia,yelseñorDebray,quemontalosmejorescaballos,vienencorriendoenposdemíenestemomento,yhanquedadounpocoatrás,comoveis;vanacompañandoalabaronesa,cuyoscaballosvanauntroteconelquepodríanandarseisleguasenunahora…

    —Entoncesprontodeberánllegar—repusoMontecristo.

    —Mirad,ahílostenéis.

    En efecto, en el mismo instante, un cupé arrastrado por dos soberbioscaballosde tiro, llegódelantede larejade lacasa,queseabrióalpunto.Elcupé describió un círculo, y se paró delante de la escalera, seguido de dosjinetes.

    Debray echó pie a tierra en un segundo, y se plantó al lado de laportezuela. Ofreció su mano a la baronesa, que le hizo al bajar un gestoimperceptibleparatodos,exceptoparaMontecristo.

    Peroelcondenoperdíaningúndetalle,yalmismotiempoqueelgesto,viorelucirunbilletitoblancotanimperceptiblecomoelgesto,yquepasóconundisimulo que indicaba la costumbre de esta maniobra, de las manos de laseñoraDanglarsalasdelsecretariodelministro.

    Detrás de sumujer bajó el banquero, pálido como si hubiese salido delsepulcroenlugardesalirdesucarruaje.

    La señora Danglars lanzó en derredor de sí una mirada rápida einvestigadoraque sóloMontecristopudocomprenderycon laqueabarcóelpatio,elperistilo,lafachadadelacasa;pero,conteniendounaemociónquesepintóligeramenteensusemblante,subiólaescaleradiciendoaMorrel:

    —Caballero, si fueseis del número de mis amigos, os preguntaría sivendéisvuestrocaballo.

  • Morrel sesonrió,mirandoalconde,comosuplicándoleque lesacasedelapuroenquesehallaba,Montecristolecomprendió.

    —¡Ah!,señora—respondió—,¿porquénosedirigeamíesapregunta?

    —Convos,caballero,nosepuededesearnada,porqueestáunaseguradeobtenerlotodo;poresoeraalseñorMorrel…

    —Por desgracia —repuso el conde—, yo soy testigo de que el señorMorrel no puede ceder su caballo, pues está comprometido su honor enconservarlo.

    —¿Puescómo?

    —HaapostadoquedomaríaaMedeahenelespaciodeseismeses.Ahora,baronesa, podréis comprender que si se deshiciese de él antes del términofijado por la apuesta, no solamente la perdería, sino que se diría que tienemiedo;yuncapitándespahis,aunporcomplaceralcaprichodeunahermosamujer,loqueenmiconceptoesunadelascosasmássagradasdeestemundo,nopuededejarquecundasemejanterumor.

    —Yaloveis,señora…—dijoMorreldirigiendoaMontecristounasonrisadeagradecimiento.

    —Creo —dijo Danglars con un tono de zumba mal disimulado por sugroserasonrisa—quetenéisbastantescaballoscomoése.

    LaseñoraDanglarsnosolíadejarpasarsemejantesataquessinresponderaellos,y,sinembargo,congranasombrodelosjóveneshizocomoquenohabíaoído,ynorespondió.

    Montecristo se sonrió al ver este silencio que denunciaba una humildadinusitada, mostrando a la baronesa dos inmensos jarrones de porcelana deChina,sobreloscualesserpenteabanvegetacionesmarinasdeuncuerpoydeun trabajo tales, que sólo la naturaleza puede poseer estas riquezas. Labaronesaestabaasombrada.

    —¡Oh!,quéhermosoes eso—dijo—;¿ycómosehanpodidoconseguirtalesmaravillas?

    —¡Ah,señora!—dijoMontecristo—,nomepreguntéiseso;esuntrabajodeotrostiempos,esunaespeciedeobradelosgeniosdelatierraydelmar.

    —¿Cómo?¿Ydequéépocadataeso?

    —Loignoro:heoídodecirsolamentequeunemperadordelaChinahabíamandado construir expresamente un horno, donde hizo cocer doce jarrossemejantes a éste; dos se rompieron, los otros diez los bajaron al fondo delmar. Elmar, que sabía lo que querían de él, arrojó sobre ellos sus plantas,torciósuscoraleseincrustósusconchas;todoquedóolvidadoporespaciode

  • doscientos años, porque una revolución acabó con el emperador que quisohacerestaprueba,ynodejómásqueelprocesoverbalquehacíaconstar lafabricación de los jarrones y el descenso al fondo del mar. Al cabo dedoscientos años encontraron este proceso verbal y se pensó en sacar losjarrones.Unosbuzos,conmáquinasapropósito,fuerondestinadosalefectoylesindicaronelsitiodondehabíansidoarrojados.Perodediezqueerannosehallaronmásquetres,pueslosdemásfuerondispersadosydestruidosporlasolas. Yo aprecio infinitamente estos jarrones, en el fondo de los cuales mefiguroavecesquemonstruosdeformes,horribles,misteriososysemejantesalosquevenlosbuzos,hanfijadoconasombrosumiradaapagadayfría,yenlosquehandormidolospequeñospecesqueserefugiaronenellosparahuirdelfurordesusenemigos.

    Todo este tiempo Danglars, poco amante de curiosidades, arrancabamaquinalmente, y una tras otra, las flores de unmagnífico naranjo; así quehubo acabado con él se dirigió a un cactus; pero entonces el cactus, de uncaráctermenos dócil que el naranjo, le picó encarnizadamente. Entonces seestremecióysefrotólosojoscomosisaliesedeunsueño.

    —Caballero—ledijoMontecristosonriendo—,avosquesoisamantedecuadros y que tenéis obras tan valiosas, no os recomiendo los míos. Sinembargo, aquí tenéis dosHobbema, un Paul Potter, unMengs, dosGerardoDou, un Rafael, un Van-Dyk, un Zurbarán y dos o tresMurillos dignos deserospresentados.

    —¡Oh!—dijoDebray—,aquíhayunHobbemaqueyoconozco.

    —¡Ah!¿Deveras?

    —Sí,fueronaproponerloalMuseoparaqueloadquiriese.

    —Notieneninguno,segúncreo—dijoMontecristo.

    —No,ysinembargonoquisocompraréste.

    —¿Porqué?—preguntóChâteau-Renaud.

    —¿Por qué había de ser…?Porque el gobierno no es bastante rico paraefectuargastosdeesegénero…

    —¡Ah!, perdonad—dijoChâteau-Renaud—, siempre estoy oyendodecireso…,yjamáshepodidoacostumbrarme…

    —Yaosacostumbraréis—dijoDebray.

    —Nolocreo—repusoChâteau-Renaud.

    —ElmayorBartoloméCavalcanti…ElseñorcondeAndrésCavalcanti—anuncióBautista.

  • Conunacorbatade rasonegroacabadade salirdemanosdel fabricante,unosbigotescanos,unamiradatranquila,untrajedemayoradornadocontresplacas y con cinco cruces, en fin, con el atuendo completo de un antiguosoldado, se presentó Bartolomé Cavalcanti, el tierno padre a quien yaconocemos.

    Asulado,luciendountrajenuevo,sehallaba,conlasonrisaenloslabios,el conde Andrés Cavalcanti, el respetuoso hijo que ya conocen tambiénnuestroslectores.

    Los tres jóvenes hablaban juntos; susmiradas se dirigieron del padre alhijo, y se detuvieron naturalmente más tiempo sobre este último, a quienexaminarondetenidamente.

    —¡Cavalcanti!—exclamóDebray.

    —Bonitonombre—dijoMorrel.

    —Sí —dijo Château-Renaud—, es verdad; estos italianos tienen unosnombresbellos;perovistentanmal.

    —¡Oh!,soismuysevero,Château-Renaud—repusoDebray—;esostrajesestánhechosporunodelosmejoressastres,yestánperfectamentenuevos.

    —Esoesprecisamenteloquemedesagrada.Estecaballeroparecequesevisteporprimeravez.

    —¿Quiénes son esos señores? —preguntó Danglars al conde deMontecristo.

    —Yalohabéisoído;losCavalcanti.

    —Esonomerevelamásquesunombre.

    —¡Ah!,esverdad,vosnoestáisalcorrientedenuestrasnoblezasdeItalia;quiendiceCavalcanti,dicerazadepríncipes.

    —¿Buenafortuna?—inquirióelbanquero.

    —Fabulosa.

    —¿Quéhacen?

    —Procuran comérsela sin poder acabar con ella. Por otra parte, tienencréditossobrevos,segúnmehandicho,cuandovinieronavermeanteayer.Yomismolosinvitéaquefuesenaveros.Oslospresentaré.

    —Creoquehablanelfrancésconbastantepureza—dijoDanglars.

    —Elhijoha sidoeducadoenuncolegiodelMediodía, enMarsellaoensusalrededores,segúncreo.Leencontraréisentusiasmado…

  • —¿Conqué?—inquiriólabaronesa.

    —Conlasfrancesas,señora.QuiereabsolutamentecasarseenParís.

    —¡Megustalaidea!—dijoDanglarsencogiéndosedehombros.

    LaseñoraDanglarsmiróasumaridoconunaexpresiónque,encualquierotromomento, hubierapresagiadouna tempestad;pero se callópor segundavez.

    —El barón parece hoy muy taciturno —dijo Montecristo a la señoraDanglars—;¿quierenhacerloministrotalvez?

    —No,queyosepa.Creomásbienquehabrájugadoalabolsa,quehabráperdido,ynosabeconquiéndesfogarsumalhumor.

    —¡LosseñoresdeVillefort!—gritóBautista.

    Lasdospersonasanunciadasentraron;elseñordeVillefort,apesardesudominio sobre símismo, estaba visiblemente conmovido.Al tocar sumanoMontecristonotóquetemblaba.

    —Decididamente sólo las mujeres saben disimular —dijo MontecristomirandoalaseñoraDanglarsquedirigíaunasonrisaalprocuradordelrey.

    Tras losprimeros saludos, el condevio aBertuccio,ocupadoenarreglarlos muebles de un saloncito contiguo a aquel en que se encontraban, y sedirigióaél.

    —Suexcelencianomehaindicadoelnúmerodeconvidados.

    —¡Ah!,escierto.

    —¿Cuántoscubiertos?

    —Contadlosvosmismo.

    —¿Hanvenidotodos,excelencia?

    —Sí.

    Bertucciomiróatravésdelapuertaentreabierta.

    Montecristoleobservabaatentamente.

    —¡Ah!¡Diosmío!—exclamóBertuccio.

    —¿Quéocurre?—preguntóelconde.

    —¡Esamujer…!,¡esamujer…!

    —¿Cuál?

    —¡Laquellevaunvestidoblancoytantosdiamantes…!,¡larubia…!

  • —¿LaseñoraDanglars?

    —Ignorocómosellama.¡Peroesella…!¡Señor,esella…!

    —¿Quiénesella…?

    —¡La mujer del jardín…!, ¡la que estaba encinta…!, la que se paseabaesperando…esperando…

    Bertucciosequedóboquiabierto,pálidoyconloscabelloserizados.

    —Esperando,¿aquién?

    Bertuccio,sinresponder,mostróaVillefortconeldedo,casiconelmismoademánconqueMacbethmostróaBanco.

    —¡Oh…!,¡oh…!—murmuróalfin—;¿noveis…?

    —¿Elqué…?¿Aquién…?

    —¡Aél…!

    —¡Aél…!,¿al señorprocuradordel rey,Villefort…?Sindudaalguna leveo.

    —Peronolematé…¡Diosmío!

    —¡Diantre…!,yocreoqueosvaisavolverloco,señorBertuccio—dijoelconde.

    —¡Peronomurió…!

    —Nomurió puesto que se encuentra delante de vos; en lugar de herirleentre la sexta y la séptima costilla izquierda, como suelen hacer vuestroscompatriotas,errasteiselgolpeyheriríaisunpocomásarribaomásabajo;ono será verdad nada de lo queme habéis contado; habrá sido un sueño devuestra imaginación; os habríais quedado dormido y delirabais en aquelmomento. ¡Ea!, recobrad vuestra calma y contad: el señor y la señora deVillefort, dos; el señor y la señora Danglars, cuatro; el señor de Château-Renaud,el señorDebrayyel señorMorrel, siete;el señormayorBartoloméCavalcanti,ocho.

    —¡Ocho…!—repitióBertuccioconvozsorda.

    —¡Esperad…!, ¡esperad…!, ¡qué prisa tenéis por marcharos…!, ¡quédiablo…!, olvidáis a uno de mis convidados. Mirad hacia la izquierda…,allí…,el señorAndrésCavalcanti,aquel jovenvestidodenegroquemira laVirgendeMurillo,quesevuelve.

    Peroestavez,BertuccionopudocontenerseyempezóaarticularungritoquelamiradadeMontecristoapagóensuslabios.

  • —¡Benedetto…!—murmuróconvozsorda—;¡fatalidad!

    —Lasseisymediaestándandoenestemomento,señorBertuccio—dijoseveramenteelconde—;éstaeslahoraenqueosdilaordendesentarosalamesa,ysabéisquenomegustaesperar.

    Yelcondeentróenelsalóndondeleesperabansusconvidados,mientrasqueBertucciosedirigíahaciaelcomedorapoyándoseenlasparedes.

    Cincominutosmástarde, lasdospuertasdelsalónseabrieron.Bertucciosepresentó en ella, yhaciendo comoVatel enChantilly el últimoyheroicoesfuerzo:

    —Elseñorcondeestáservido—dijo.

    MontecristoofrecióelbrazoalaseñoradeVillefort.

    —SeñordeVillefort—dijo—,conducidalaseñoraDanglarsalsalón,osloruego.

    AsílohizoVillefort,ytodospasaronalsalón.

    CapítuloX

    Lacena

    Era evidente que al entrar, un mismo sentimiento animaba a todos losconvidados,quesepreguntabanquéextrañainfluencialoshabíaconducidoaaquella casa; sin embargo, a pesar de lo asombrados que estaban la mayorparte de ellos, hubieran sentido muy de veras no haber asistido a aquelbanquete.

    Y a pesar de que lo reciente de las relaciones, la posición excéntrica yaislada del conde, la fortuna desconocida y casi fabulosa obligaban a loscaballeros a estar circunspectos, y a las damas a no entrar en aquella casadondenohabíaseñoraspararecibirlas:hombresymujereshabíanvencidolosunos la circunspección, las otras las leyesde la etiqueta, y la curiosidad losimpelíaatodoshaciaunmismopunto.

    AsimismoCavalcanti,padreahijo,estabanpreocupados,elunocontodasugravedad,yelotrocontodasudesenvoltura.

    LaseñoraDanglarshabíahechounmovimientoalveracercarseaellaalseñor de Villefort, ofreciéndole el brazo; sintió turbarse sumirada bajo suslentesdeoroalapoyarseenéllabaronesa.

    Ninguno de estosmovimientos pasó inadvertido al conde, y este simple

  • contacto,entrelosinvitados,ofrecíaungraninterésparaelobservadordeestaescena.

    ElseñorVillefortteníaasuderechaalaseñoraDanglars,yaMorrelasuizquierda.

    ElcondesehallabasentadoentrelaseñoradeVillefortyDanglars.

    Los otros espacios estaban ocupados por Debray sentado entre losCavalcanti,yporChâteau-Renaud,entrelaseñoradeVillefortyMorrel.

    La comida fue magnífica; Montecristo había procurado completamentedestruirlasimetríaparisienseysatisfacermáslacuriosidadqueelapetitodesusconvidados.

    TodaslasfrutasquelascuatropartesdelmundopuedenderramarintactasysabrosasenelcuernodelaabundanciadeEuropaestabanamontonadasenpirámidesenjarrosdelaChinayencopasdelJapón.

    Las aves exóticas con la partemásbrillante de suplumaje, los pescadosmonstruosostendidossobrefuentesdeplata;todoslosvinosdelArchipiélagoydelAsiaMenor,encerradosenbotellasdeformasraras,ycuyavistaparecíaaumentar su sabor, desfilaron, como una de aquellas revistas que Apiciopasabaconsusinvitados,pordelantedeaquellosparisiensesquecomprendíanquesepudiesengastarmilluisesenunacomidadediezpersonas,siaejemplode Cleopatra bebían perlas disueltas, o como Lorenzo de Médicis, oroderretido.

    Montecristovioel asombrogeneral,yempezóa reíryaburlarseenvozalta.Dijo:

    —Señores,todosvosotrosconvendréis,sinduda,enquehabiendollegadoaciertogradode fortuna,nadaesmásnecesarioque lo superfluo, así comoconvendránestasdamasenquellegandoaciertogradodeexaltación,yanadahaymáspositivoqueloideal.Ahorabien,prosiguiendoesteraciocinio,¿quées lamaravilla?: loquenocomprendemos.¿Quéesunbienverdaderamentedeseado…?, el que no podemos tener. Pues ver cosas que no puedocomprender,procurarmecosasimposiblesdetener,taleselestudiodetodamivida.Voyllegandoaélpordosmedios:eldineroylavoluntad.Yomeempeñoen mi capricho, por ejemplo, con la misma perseverancia que vos ponéis,señorDanglars, en crear una línea de ferrocarril; vos, señor deVillefort, enhacercondenaraunhombreamuerte;vos,señordeDebray,enapaciguarunreino;vos,señordeChâteau-Renaud,enagradaraunamujer,yvos,Morrel,endomarunpotroquenadiepuedemontar;así,pues,porejemplo,miradestosdospescadosnacidoselunoacincuentaleguasdeSanPetersburgo,yelotroacincoleguasdeNápoles,¿noresultaenextremoagradableelverlosreunidosaquí?

  • —¿Quéclasedepescadosson?—preguntóDanglars.

    —Aquí tenéis a Château-Renaud, que ha vivido en Rusia; él os dirá elnombre de uno—respondió Montecristo—; y el mayor Cavalcanti, que esitaliano,osdiráeldelotro.

    —Este—dijoChâteau-Renaud—creoqueesunesturión.

    —Perfectamente.

    —Yéste—dijoCavalcanti—es,sinomeengaño,unalamprea.

    —Exacto.Ahora, señorDanglars,preguntadaesosdosseñoresdóndesepescanunoyotro.

    —¡Oh!—dijoChâteau-Renaud—,losesturionessepescansolamenteenelVolga.

    —¡Oh!—dijo Cavalcanti—, sólo en el lago Fusaro es donde se pescanlampreasdeesetamaño.

    —¡Imposible!—exclamaronaunmismotiempotodoslosinvitados.

    —¡Puesbien!,esoprecisamenteesloquemedivierte—dijoMontecristo—.YosoycomoNerón,cupitorimpossibilium;yporesomismo,estacarne,quetalveznovalgalamitadqueladelsalmón,ospareceráahoradeliciosa,porque no podíais procurárosla en vuestra imaginación, y sin embargo latenéisaquí.

    —¿PerocómohanpodidotransportaresosdospescadosaParís?

    —¡Oh! ¡Diosmío…!, nadamás sencillo; los han traído cada uno en ungran tonel, rodeadounodematorralesyalgasderío,yelotrodeplantasdelago; se les puso por tapadera una rejilla, y hanvivido así, el esturión docedíasy la lampreaocho,y todosvivíanperfectamentecuandomicocineroseapoderódeellosparaaderezarloscomoloveis.¿Nolocreéis,señorDanglars?

    —Mucholodudoalmenos—respondiósonriéndose.

    —Bautista—dijoMontecristo—, haced que traigan el otro esturión y laotralamprea,yasabéis,losquevinieronenotrostonelesyquevivenaún.

    Danglarssequedóadmirado;todoslosdemásaplaudieronconfrenesí.

    Cuatrocriadospresentarondostonelesrodeadosdeplantasmarinas,enloscualescoleabandospescadosparecidosalosquesehabíanservidoenlamesa.

    —¿Yporquéhabéistraídodosdecadaespecie…?—preguntóDanglars.

    —Porqueunopodíamorirse—respondiósencillamenteMontecristo.

    —Soisunhombremaravilloso—dijoDanglars—.Biendicenlosfilósofos,

  • nohaynadacomotenerunabuenafortuna.

    —Ysobretodotenerideas—dijolaseñoraDanglars.

    —¡Oh!, no me hagáis ese honor, señora; los romanos hacían esto conmuchafrecuencia,yPliniocuentaqueenviabandeOstiaaRoma,conesclavosque los llevaban sobre sus cabezas, pescadosde la especie que ellos llamanmulas, y que según la pintura que hacen de él es probablemente la dorada.Tambiénconstituíaun lujo tenerlosvivos,yunespectáculomuydivertidoelverlosmorir, porque en la agonía cambiaban tres o cuatro veces de color, ycomounarco irisque seevapora,pasabanpor todos loscoloresdelprisma,después de lo cual los enviaban a las cocinas. Su agonía tenía también sumérito.Sinolosveíanvivos,lesdespreciabanmuertos.

    —Sí—dijoDebray—;perodeOstia aRomanohaymásde seis a sieteleguas.

    —¡Ah!,¡escierto!—dijoMontecristo—;pero¿enquéconsistiríaelméritosimilochocientosañosdespuésdeLúculonosehubieraadelantadonada…?

    Los dosCavalcanti estaban estupefactos; pero no pronunciaban una solapalabra.

    —Todoesadmirable—dijoChâteau-Renaud—;sinembargo, loquemásmeadmiraeslaprontitudconquesoisservido.¿Esverdad,señorconde,queestacasalahabéiscompradohacecincodías?

    —Afemía,todolomás—respondióMontecristo.

    —¡Pues bien…!, estoy seguro de que en ocho ha experimentado unatransformación completa; porque, si nome engaño, tenía otra entrada, y elpatio estaba empedrado y vacío, al paso que hoy está convertido en unmagníficojardín,conárbolesqueparecentenercienañosalomenos.

    —¿Quéqueréis…?,megustaelfollajeylasombra—dijoMontecristo.

    —Enefecto—dijolaseñoradeVillefort—,antesseentrabaporunapuertaquedaba al camino, y el día enqueme libertasteis tanmilagrosamente,mehicisteisentrarporellaalacasa.

    —Sí,señora—dijoMontecristo—;perodespuéshepreferidounaentradaquemepermitieseverelbosquedeBoloniaatravésdemireja.

    —Encuatrodías—dijoMorrel—,¡quéprodigio…!

    —Enefecto—dijoChâteau-Renaud—,deunacasaviejahacerunanueva,esmilagroso;porquelacasaestabamuyviejayeramuytriste.RecuerdoquemimadremeencargóquelaviesecuandoelseñordeSaint-Meránlapusoenventaharádosotresaños.

  • —ElseñordeSaint-Merán—dijolaseñoradeVillefort—;¿peroestacasapertenecíaalseñordeSaint-Meránantesdehaberlacompradovos?

    —Asíparece—respondióMontecristo.

    —¡Cómoqueasíparece…!¿Nosabéisaquiénhabéiscompradoestacasa?

    —No, a fe mía: mi mayordomo es quien se ocupa de todos estospormenores.

    —Almenoshacediezañosquenosehabitaba—dijoChâteau-Renaud—,yeraunalástimaverlaconsuspersianas,suspuertascerradas,ytodoelpatiolleno de hierba. En verdad que si no hubiese pertenecido al suegro delprocuradordel rey, lahubieranpodido tomarporunadeesasmalditascasasdondehasidocometidoalgúnnefastocrimen.

    Villefort,quehastaentoncesnohabíatocadolostresocuatrovasosllenosdevinosextraordinarios,colocadosdelantedeél,tomóunomaquinalmenteyloapuródeunavez.

    Montecristo dejó pasar un instante; después, en medio del silencio quehabíaseguidoalaspalabrasdeChâteau-Renaud:

    —Es extraño —dijo—, señor barón; pero la misma idea me asaltó encuanto entré en esta casa, y me pareció tan lúgubre, que jamás la hubieracomprado simimayordomo no lo hubiese hecho pormí. Probablemente elpícarohabríarecibidoalgúnregalillo.

    —Esprobable—murmuróVillefortesforzándoseensonreír—;perocreedque yo no pienso del mismo modo que vos. El señor de Saint-Merán haquerido que se vendiese esta casa, que formaba parte del dote de mi hija,porquesiseguíatresocuatroañosmássehubieraarruinado…

    EstavezfueMorrelquienpalideció.

    —Había una alcoba sobre todo —prosiguió Montecristo—, ¡ah, Diosmío…!, muy sencilla en la apariencia, una alcoba como todas las demás,forradadedamascoencarnado,quemehaparecido,noséporqué,dramáticaenextremo.

    —¿Porqué?—preguntóDebray—,¿porquédecísqueeradramática?

    —¿Puede uno acaso darse cuenta de las cosas instintivas? —dijoMontecristo—;¿nohaysitiosdondeparecequeserespiratristeza?¡Porqué!,yonosé:porunacadenaderecuerdos;poruncaprichodelpensamientoqueostransportaaotrostiempos,aotrossitiosqueaquellosenquenoshallamos;en fin, esta alcoba me recordaba la de la marquesa de Gange o la deDesdémona.Puesbien,mirad;puestoquehemosacabadodecomer,esprecisoqueoslaenseñeatodos:despuésbajaremosatomarcaféaljardín;despuésdel

  • café,alteatro.

    Montecristo hizo una señal para interrogar a sus invitados.La señora deVillefortselevantó;Montecristohizootrotanto;todossiguieronsuejemplo.

    VillefortylaseñoraDanglarspermanecieronuninstantecomoclavadosensu asiento; se interrogaban con los ojos y se quedaron fríos, mudos yhelados…

    —¿Habéisoído?—dijoalfinlaseñoraDanglars.

    —Es preciso ir, no hay medio de evadirnos —respondió Villefort,levantándoseyofreciéndoleelbrazo.

    Todos salieron apresuradamente, porque calculaban que la visita no selimitaría a aquella alcoba, y que al mismo tiempo recorrerían el resto deaquellapobrecasa,dequeMontecristohabíahechounpalacio.Cadacualselanzó por diferentes habitaciones hasta que se fueron a encontrar en unsaloncito, donde Montecristo les aguardaba. Cuando todos estuvieronreunidos, el conde cerró lamarcha con una sonrisa que, si hubiesen podidocomprenderla,habríaespantadoalosconvidadosmásquelaalcobaqueibanavisitar.

    Empezaron,enefecto,arecorrerlashabitacionesamuebladasalaorientalcondivanesyalmohadones,camas,pipasyarmas,ylossalonesalfombrados,los cuadros más hermosos, cuadros de los antiguos pintores; las piezasforradasdetelasdelaChina,decaprichososcolores,defantásticosdibujos,demaravillosostejidos;alfinllegaronalafamosaalcoba.

    Nada teníadeparticular,anoserque,aunquedeclinaseeldía,noestabailuminada,yhabíapermanecidointacta,cuandotodaslasdemáshabitacioneshabíansidoadornadasdenuevo.

    Estasdoscausaseransuficientesparadarleunaspectolúgubre.

    —¡Oh!—exclamólaseñoraVillefort—,enefecto,estoesespantoso.

    LaseñoraDanglarsprocuróarticularalgunaspalabrasquenadieoyó.

    Se hicieronmuchas observaciones, cuyo resultado fue que, en efecto, laalcobaforradadedamascoencarnadoteníaunaspectosiniestro.

    —¡Oh!, mirad—dijoMontecristo—, mirad qué bien colocada está estacama,envueltaenuntonosombrío;yesosdosretratosalpastel,cuyoscoloresha apagado la humedad, ¿no parecen decir con sus labios descoloridos quevieronalgohorrible?

    Villefort palideció; la señora Danglars cayó sobre una silla que estabacolocadajuntoalachimenea.

  • —¡Oh! —dijo la señora de Villefort sonriendo—, ¿tenéis valor parasentarossobreesasilladondetalvezhasidocometidoelcrimen?

    LaseñoraDanglarsselevantóvivamente.

    —Puesnoesestotodo—dijoMontecristo.

    —¿Hay más aún?—preguntó Debray, a quien la emoción de la señoraDanglarsnopasóinadvertida.

    —¡Ah!,sí,¿quéhay?—preguntóDanglars—;porquehastaahoranoveonadadeparticular.¿Yvos,quépensáisdeesto,señorCavalcanti?

    —¡Ah!—dijo éste—, nosotros tenemos en Pisa la torre de Ugolino, enFerraralaprisióndeTasso,yenRíminilaalcobadeFrancescaydePaolo.

    —Pero no tenéis esa pequeña escalera—dijoMontecristo abriendo unapuertaperfectamentedisimuladaen lapared—:miradla,ydecidme, ¿quéosparece?

    —¡Siniestra,enverdad!—dijoChâteau-Renaudriendo.

    —Elcasoes—dijoDebray—,queyonosésielvinodeQuiosproducelamelancolía,perotodoloveotristeenestacasa.

    EncuantoaMorrel,desdequesehablódeladotedeValentina,sequedótriste,pensativo,ynopronuncióunapalabramás.

    —¿No os imagináis —dijo Montecristo— a un Otelo o a un abate deGanges cualquiera, descendiendo a pasos lentos, en una noche sombría ytempestuosa,estaescaleraconalgunalúgubrecargaquetratadesustraeralasmiradasdeloshombres,yaquenolopudohaceralasdeDios?

    LaseñoraDanglarscasisedesmayóenlosbrazosdeVillefort,quetambiénsevioobligadoaapoyarseenlapared.

    —¡Ah! ¡Diosmío!, señora—exclamóDebray—, ¿qué os ocurre? ¡Cuánpálidaestáis!

    —Nadamássencillo—respondiólaseñoradeVillefort—;porqueelcondenos cuenta historias espantosas con la única intención de hacernosmorir demiedo.

    —Sí…,sí—dijoVillefort—;enefecto,conde,asustáisaestasseñoras.

    —¿Quéosocurre?—dijoenvozbajaDebrayalaseñoraDanglars.

    —Nada, nada—respondió ésta haciendoun esfuerzo—, tengonecesidaddeaireynadamás.

    —¿Queréis bajar al jardín?—preguntóDebray ofreciendo su brazo a laseñoraDanglarsyadelantándosehacialaescalerafalsa.

  • —No—dijo—,no;prefieroestaraquí.

    —Enverdad,señora—dijoMontecristo—,¿esverdaderoeseterror?

    —No,señor—dijolaseñoraDanglars—;peroesquetenéisunamaneradecontarlascosas,quedaalailusiónunaspectoderealidad.

    —¡Oh! ¡Dios mío!, sí —dijo Montecristo—, y todo eso depende de laimaginación;ysino,¿porquénonoshabíamosderepresentarestahabitacióncomolaalcobadeunahonradamadredefamilia?Estacamaconsusmaticesde púrpura, como una casa visitada por la diosa Lucina, y esta escaleramisteriosa,elcaminopordonde,despacio,yparanoturbarelsueñoreparadordelapaciente,pasaelmédicoolanodriza,oelmismopadre,llevandoensusbrazosalniñoqueduerme…

    Esta vez la señora Danglars, en lugar de tranquilizarse al oír esta dulcedescripción,lanzóungemidoysedesmayócompletamente.

    —LaseñoraDanglarsestáenferma…—murmuróVillefort—,talvezseráprecisotransportarlaasucarruaje.

    —¡Oh!¡Diosmío!—dijoMontecristo—,¡yyoqueheolvidadomipomo!

    —Yotengoaquíelmío—dijolaseñoradeVillefort.

    Y dio a Montecristo un pomo de un licor rojo, parecido a aquel cuyabienhechorainfluenciaejerciósobreEduardo,administradoporelconde.

    —¡Ah! —dijo Montecristo, recibiéndolo de las manos de la señora deVillefort.

    —Sí—murmuróésta—,loheprobadosiguiendovuestrasinstrucciones.

    —Perfectamente.

    TransportaronalaseñoraDanglarsalaalcobacontigua,Montecristodejócaersobresuslabiosunagotadelicorrojo,quelahizovolverensí.

    —¡Oh!—dijo—,¡quésueñotanhorrible!

    Villefort le apretó con fuerza el brazo, para hacerle comprender que nohabía soñado, Buscaron al señor Danglars, que, poco sensible a lasimpresionespoéticas,habíabajadoaljardín,yhablabaconelseñorCavalcantipadre,deunproyectodeferrocarrildeLiornaaFlorencia.

    Montecristo parecía desesperado; dio el brazo a la señoraDanglars y lallevóaljardín,dondeencontraronalseñorDanglarstomandoelcaféentrelosdosCavalcanti.

    —Enverdad,señora—dijo—,¿tantoosheasustado?

    —No,señor;perosabéisquelascosasnoshacenmásomenosimpresión,

  • segúnladisposicióndeánimoenquenosencontramos.

    Villeforthizounesfuerzoparasonreírse.

    —Yentonces,yacomprendéis—dijo—;bastaunasuposición,una…

    —Sí, sí—dijoMontecristo—, creedme, si queréis, estoy persuadido dequesehacometidouncrimenenestacasa.

    —Cuidado —dijo la señora de Villefort—, mirad que tenemos aquí alprocuradordelrey.

    —¡Oh! —dijo Montecristo—, tanto mejor, y me aprovecho de estacircunstanciaparahacermideclaración.

    —¿Vuestradeclaración…?—dijo.

    —Sí,yenpresenciadetestigos.

    —Todoesoesmuyinteresante—dijoDebray—,ysihaycrimen,vamosahaceradmirablementeladigestión.

    —Haycrimen—dijoMontecristo—.Venidporaquí,señores;venid,señordeVillefort;venidyosharéladeclaración.

    Montecristo se cogió del brazo de Villefort, y al mismo tiempo queestrechabaconelsuyoeldelaseñoraDanglars,condujoalprocuradordelreydebajo del plátano, donde la sombra era más densa, Todos los demásconvidadoslessiguieron.

    —Mirad—dijoMontecristo—,aquí,enestemismositio—ydabaconelpie contra la tierra—, aquí, para rejuvenecer estos árboles muy viejos ya,mandé que levantasen la tierra para que echasen estiércol;mis trabajadores,mientrasestabancavando,desenterraronuncofre,omásbienlospedazosdeuncofre,queconteníaunniñoreciénnacido;yocreoqueestonoesilusión.

    MontecristosintiócrisparsesobreelsuyoelbrazodelaseñoraDanglarsyestremecerseeldeVillefort.

    —Unniñoreciénnacido—repitióDebray—,¡diablos!,esoesmásseriodeloqueyocreía.

    —Yaveis—dijoChâteau-Renaud—quenomeequivocabacuandodecíahacepocoquelascasasteníanunalmayunrostrocomoloshombres,yquellevanensufisonomíaunreflejodesusentrañas.Lacasaestabatristeporqueteníaremordimientosyteníaremordimientosporqueocultabauncrimen.

    —¡Oh! ¿Quién puede asegurar que se trate de un crimen? —repusoVilleforthaciendoelúltimoesfuerzo.

    —¡Cómo! ¿Un niño enterrado vivo en un jardín, no es un crimen? —

  • exclamó Montecristo—. ¿Cómo llamáis a esa acción, señor procurador delrey?

    —Pero¿quiéndicequehayasidoenterradovivo?

    —Siestabamuerto,¿paraquélohabíandeenterraraquí?Estejardínnohasidonuncacementerio.

    —¿Quécastigo tienenenestepaís los infanticidas?—preguntóelmayorCavalcanti.

    —¡Oh!,selescortalacabeza—respondióDanglars.

    —¡Ah!,selescortalacabeza—repitióCavalcanti.

    —Yalocreo…¿noesverdad,señordeVillefort?—dijoMontecristo.

    —Sí, señor conde —respondió éste con un acento que nada tenía dehumano.

    Comprendiendo Montecristo que ya habían sufrido bastante las dospersonas para quienes había preparado esta escena, y no queriendo llevarlamáslejos:

    —¡Señores—dijo—,noshemosolvidadodetomarelcafé!

    Ycondujoasusinvitadosaunamesacolocadaenmediodeunaalameda.

    —Enverdad,señorconde—dijolaseñoraDanglars—,meavergüenzodeconfesarmidebilidad;perotodasestasespantosashistoriasmehantrastornadomucho;dejadmesentarydescansarunmomento,osloruego.

    Ycayósobreunasiento.

    MontecristolasaludóyseaproximóalaseñoradeVillefort.

    —Creoque laseñoraDanglars tienenecesidadotravezdevuestropomo—dijo.

    PeroantesdequelaseñoradeVillefortsehubieseacercadoasuamiga,elprocuradordelreyhabíadichoya,aloídodelaseñoraDanglars.

    —Esnecesarioqueoshable.

    —¿Cuándo?

    —Mañana.

    —¿Dónde?

    —Eneltribunal,siqueréis,queeselsitiomásseguro.

    —Nofaltaré.

    EnaquelinstanteseacercólaseñoradeVillefort.

  • —Gracias,queridaamiga—dijo laseñoraDanglarsprocurandosonreírse—,noesnada,ymesientomuchomejor.

    CapítuloXI

    Elmendigo

    Iba oscureciendo; la señora de Villefort había manifestado deseos devolver aParís, lo cual no se atrevió a hacer la señoraDanglars, a pesar delmalestarquesufría.

    Aloíreldeseodesumujer,elseñordeVillefortseapresuróadarlaordendepartida;ofrecióunlugarensucarretelaalaseñoraDanglars,afindequelacuidase sumujer.Encuantoal señorDanglars, absorto enunaconversaciónindustrialdelasmásinteresantesconelseñorCavalcanti,noprestabaningunaatenciónaloquepasaba.

    Montecristo,alpedirelpomoalaseñoradeVillefort,notóqueelseñordeVillefortsehabíaaproximadoalaseñoraDanglars,yguiadoporlasituación,adivinó lo que había dicho, aunque Villefort habló tan bajo que apenas laseñora Danglars pudo oírlo. Dejó partir a Morrel, a Debray y a Château-Renaudacaballo,ysubiralasdosseñorasalacarreteladeVillefort;porsuparteDanglars,cadavezmásencantadoconCavalcantipadre,leinvitóaquesubieseconélensucupé.

    EncuantoalhijoCavalcantiseacercóasutílburiqueleaguardabadelantede la puerta, y cuyo caballo tenía del bocado un groom levantado sobre laspuntasdesuspiesyqueafectabalasmanerasinglesas.

    Durantelacomida,Andrésnohabíahabladomucho,porqueeraunjoveninteligente, y había experimentado naturalmente el temor de decir algunatonteríaenmediodeaquellosinvitadosricosypoderosos,entreloscualessusojosnoveíancongustoaunprocuradordelrey.

    HabíasimpatizadoconDanglars,quedespuésdehaberlanzadounamiradaescudriñadora al padre y al hijo, pensó que el padre sería algún nabab quehabía venido a París para perfeccionar la educación de su hijo. Habíacontempladoconindeciblecomplacenciaelenormediamantequebrillabaenel dedo pequeño del mayor, porque éste, a fuer de hombre prudente yexperimentado, temiendo que sucediese algún accidente a sus billetes debanco,loshabíaconvertidoenseguidaenunobjetodevalor.

    Después de la comida, bajo pretexto de industria y de viaje, preguntó alpadreyalhijoacercadesumododevivir,yelpadreyelhijo,prevenidosde

  • queeraencasadeDanglarsdondedebíaserlesabierto,alunosucréditodecuarentayochomilfrancos,yalotrosucréditoanualdecincuentamillibras,estuvieronmuyamablesysimpáticosconDanglars.

    Había algo que de un modo especial aumentó la consideración, casidiremoslaveneracióndeDanglars,haciaCavalcanti.Este,fielalprincipiodeHoracio, nihil admirari, se había contentado, como se ha visto, con dar unapruebadesuciencia,diciendoenquélagosepescabanlasfamosaslampreas.Habíacomidoademássupartesindecirunasolapalabra.Danglarsdedujodeestoqueestaespeciedesuntuosidadeseranfamiliaresal ilustredescendientedelosCavalcanti,elcualsealimentaríaenLucadetruchasquemandaríatraerde Suiza y de langostas que le enviarían de Bretaña por medio deprocedimientos semejantes a aquellosdeque sehabía servido el condeparahacertraerlampreasdellagoFusaro,yesturionesdelVolga.

    Así, pues, fueron acogidas con gran satisfacción las palabras deCavalcanti:

    —Mañana,caballero, tendréelhonordehacerosuñavisitayhablaremosdenegocios.

    —Yyo,caballero—respondióDanglars—,osagradecerésumamenteesavisita.

    Despuésdeesto,propusoaCavalcanti,siestonoleprivabadelplacerdeestaralladodesuhijo,volverleaconduciralHoteldesPrinces.

    AlocualCavalcantirespondióquedealgúntiempoaaquellapartesuhijollevabalavidadejovensoltero;que,porconsiguiente,teníasuscaballosysucarruaje,yquenohabiendovenidojuntos,noveíaningunadificultadenquese fuesen separados. El mayor subió, pues, al carruaje de Danglars, y elbanquerosesentóasulado,cadavezmásencantadodelasideasdeordenydeeconomíadeaquelhombre,quedestinabasinembargoasuhijocincuentamil francos al año. Por lo que a Andrés se refiere, empezó a darse tono,riñendoasugroom,porqueenlugardevenirleabuscaralpiedelaescalera,leesperabaalapuertadeentrada,locuallehabíacausadolamolestiadeandartreinta pasos más para buscar su tílbury. El groom recibió el sermón conhumildad, cogió, para contener el caballo que pateaba de impaciencia, elbocado con la mano izquierda, entregó con la mano derecha las riendas aAndrés,quelastomóyapoyóligeramentesubotacharoladasobreelestribo.

    Enaquelmomentosintióqueunamanoseapoyabasobresuhombro.

    El joven se volvió, creyendo que Danglars y Montecristo se habíanolvidadodedecirlealgunacosa,yveníanadecírseloenelmomentodepartir.

    Sinembargo,enlugardelunoodelotro,viounrostroextraño,tostadopor

  • elsol,rodeadodeunabarbaespesa,ojosbrillantes,yunasonrisaburlona,quemovíaunoslabiosgruesosquedejabanverdosfilasdedientesblancos,unidosysalientescomolosdeunloboounchacal.

    Unpañuelodecuadrosencarnadoscubríaaquellacabezadecabelloscanosycrespos,unchaquetóngrasientoydesgarradocubríaaquelcuerpodelgadoyhuesoso;enfin,lamanoqueseapoyósobreelhombrodeAndrés,yquefueloprimeroquevioeljoven,lepareciódeunadimensióngigantesca.

    Sireconocióeljovenestafisonomíaalaluzdelasfarolasdesutílbury,ose admiró solamente del terrible aspecto de este interlocutor, no podemosdecirlo;elcasoesqueseestremecióyretrocedióvivamente.

    —¿Quéqueréis?—dijo.

    —Disculpad, caballero —respondió el hombre llevando la mano a supañueloencarnado—;osincomodotalvez,perotengoquehablaros.

    —No se pide limosna por la noche —dijo el groom haciendo unmovimientoparadesembarazarasuamodeesteimportuno.

    —Yonopido limosna, señorito—dijo el hombredesconocido al lacayo,fijándoleunamiradatanirónicayunasonrisatanespantosaqueésteseapartó—;deseo tansólodecirdospalabrasavuestroamo,quemeencargódeunacomisiónhacequincedías.

    —Veamos—dijoAndrésasuvezlevantandolavozparaqueellacayononotasesuturbación—;¿quéqueréis?Despachadpronto.

    —Quisiera… quisiera… —dijo en voz baja el hombre del pañueloencarnado—,quemeahorraseisel trabajode tenerquevolverapieaParis.Estoycansadoycomonohecomidotanbiencomotú,apenaspuedotenermeenpie.

    Eljovenseestremecióantesemejantefamiliaridad.

    —Pero,enfin—dijo—,veamos,¿quéqueréisdemí?

    —¡Y bien!, quiero que me dejes subir en tu lindo carruaje y que meconduzcasaParís.

    Andréspalideció,peronorespondió.

    —¡Oh!,sí,sí—dijoelhombredelpañueloencarnadometiendosusmanosen los bolsillos y mirando al joven con ojos provocadores—; se me haocurridoestaidea,¿lohasoído,queridoBenedetto?

    Aloírestenombreeljovenreflexionósinduda,porqueseacercóalgroomyledijo:

    —Estehombrehasido,enefecto,encargadopormídeunacomisióncuyo

  • resultado me tiene que contar. Id a pie hasta la barrera; allí tomaréis uncabriolé,deestemodonoiréisapiehastacasa.

    Ellacayosealejósorprendido.

    —Dejadmealmenosacercarmealasombra—dijoAndrés.

    —¡Oh!,encuantoaeso,yovoyaconducirteaunsitiobueno—repusoelhombredelpañueloencarnado.

    Ycogióporelbocadoalcaballo,conduciendoeltílburyaunsitiodonde,enefecto,nadiepodíapresenciarelhonorquelehacíaAndrés.

    —¡Oh!,novayasacreerqueesto lohagopor tener lagloriade irenunlindocarruaje,no,lohagosolamenteporqueestoyagobiadodefatiga,yluego,porquetengoquedecirtedospalabras.

    —Veamos;subid—dijoeljoven.

    Lástimaquenofueradedía,porquehubierasidounespectáculocuriosoelveraestepordioserosentadosobrelosalmohadonesdeltílburyjuntoaljovenyeleganteconductordelcarruaje.

    Andrés llevó sucaballoal trote largohasta laúltimacasadelpueblo sinhablarconsucompañero,quien,porsuparte,sesonreíayguardabasilencio,comoencantadodepasearseenuncarruajetancómodoyelegante.

    Una vez fuera de Auteuil, Andrés miró en derredor para asegurarse sindudadequenopodíanverlosni oírlos, y entonces, deteniendo su caballoycruzandolosbrazosdelantedelhombredelpañueloencarnado:

    —Veamos—ledijo—,¿porquévenísaturbarmeenmitranquilidad?

    —Ytú,muchacho,¿porquédesconfíasdemí?

    —¿Yporquédecísqueyodesconfíodevos?

    —¿Porqué…?,¡diablo!,nosseparamosenelpuertodeVar,medicesquevasaviajarporelPiamonteyporToscana,yenvezdehacerloasí,lovienesaParís.

    —¿Yquétenéisqueverconeso?

    —¿Yo?,nada…;alcontrario,confíoenquemeservirádemucho.

    —¡Ah!, ¡ah! —dijo Andrés—, ¿es decir, que especuláis o pensáisespecularconmigo?

    —¡Bueno!¡Asímegusta,algrano,algrano!

    —Puesnolocreáis,señorCaderousse,osloadvierto.

    —¡Oh!,noloenfades,chiquillo,túbiendebessaberloqueesladesgracia;

  • ladesgraciahacealoshombrescelosos.YolocreíarecorriendoelPiamonteylaToscana,obligadoaservirdefacchinoodeciceroneparapodercomer;locompadezco en el fondo de mi corazón, es decir, ¡te compadecía como lohubiera hecho con mi hijo! Bien sabes, Benedetto, que yo lo he llamadosiempremihijoyquelohetratadocomotal,yque…

    —¡Adelante,adelante…!

    —Paciencia,amiguito,quenadienospersigue.

    —Pacienciatengo;veamos…,acabad.

    —Pues, señor, lo veo, cuandomenos lo pensaba, atravesar la barrera deBonshommesconungroom,conun tílbury, ¡conuntrajeprecioso…!Dime,chico,hasdescubiertoalgunaminao…

    —Enfin,comodecíais,confesáisqueestáisceloso…

    —No, estoy satisfecho, tan satisfecho que he querido darte mienhorabuena,chiquillo;pero,comonoestabatanbienvestidocomotú,nohequeridocomprometerte…

    —¡Vayamanera de tomar precauciones!—dijoAndrés—, ¡os acercáis amídelantedemicriado!

    —¿Yquéquieres,hijomío?Meacercoaticuandopuedoechartelamano,tienes un caballo muy vivo, un tílbury muy ligero, tú eres naturalmenteescurridizocomounaanguila;silomellegasaescaparestanoche,talveznolohubieraencontradonunca.

    —Yaveisquenotratodeocultarme…

    —¡Dichoso tú!Yo quisiera decir otro tanto; yo sí,me oculto, sin contarconquetemíaquenomeconocieses;pero,felizmente,mehasreconocido—añadióCaderousseconunasonrisamaligna—,¡eresunbuenmuchacho!

    —Veamos—dijoAndrés—,¿quéesloquenecesitáis?

    —¿Nome tuteas ya? ¡Hacesmal,Benedetto, a un antiguo camarada…!,tencuidado,oharásquemevuelvaexigente.

    Estaamenazaapaciguólacóleradel joven,que,habiéndoselevantadounaireviolento,pusosucaballoaltrote.

    —Hacesmal,Caderousse—dijo—,entratarasíaunantiguocompañero,comodecíashacepoco;túeresmarsellés,yosoy…

    —¿Sabestúloqueeres…?

    —No,perohesidoeducadoenCórcega;túeresviejoyterco,yosoyjovenytestarudo.Entrepersonascomonosotros,laamenazaescosamala,ynose

  • debeabusar;¿tengoyo laculpasi la fortunaquesiguesiéndoteadversa,mefavoreceamíahora?

    —Demodoqueesbuenalofortuna,¿eh?¿Yésenoestílburyprestado,nitusvestidossontampocoprestados?Bueno,¡tantomejor!—dijoCaderoussecuyosojosbrillarondecodicia.

    —¡Oh!,bienlovesybienlosabes,cuandoloacercasteamí—dijoAndrésanimándose cada vezmás—. Si yo llevase un pañuelo como el tuyo enmicabeza, un chaquetón grasiento sobre mis hombros, tampoco tú mereconoceríasamí.

    —Esdecir,quemedesprecias,yhacesmal;ahoraque loheencontrado,nadameimpideirbienvestido,puestoqueconozcolobuencorazón;sitienesdos vestidos me darás uno; yo lo daba antes mi ración de sopa y dealbaricoquescuandoteníasmuchahambre.

    —Escierto—dijoAndrés.

    —¡Quéapetitotenías!¿Siguesteniéndolotanbueno?

    —Sí,siempre—dijoAndrésriendo.

    —¡Québienhabráscomidoencasadeestepríncipededondesales!

    —Noesunpríncipe,essóloconde.

    —¡Unconde!,perorico,¿no?

    —Sí,¡peroesunhombremuyraro!

    —Nadatengoyoquevercontuconde,contigosolamenteesconquienyotengomis proyectos, y después lo dejaré en paz. Pero—añadióCaderoussecon aquella sonrisa maligna que ya había brillado en sus labios—, pero esmenesterquemedesalgoparaeso,yacomprendes.

    —Veamos:¿cuántolohacefalta?

    —Yocreoqueconcienfrancosalmes…

    —¡Ybien!

    —Viviría.

    —¿Concienfrancos?

    —Peromal,yameentiendes,perocon…

    —¿Con…?

    —Cientocincuentafrancos,seríamuyfeliz.

    —Aquítienesdoscientos—dijoAndrés.

  • YentregóaCaderoussediezluisesdeoro.

    —Estábien—dijoCaderousse.

    —Preséntate en casa del portero todos los días primeros de mes y loentregaránotrotanto.

    —Bueno:¡esoeshumillarme!

    —¿Cómo?

    —Yameobligasatenerqueandarmetidoconlogente;nada,nada,yonoquierotratarconnadiemásquecontigo.

    —¡Pues bien!, sea así, pídemelo a mí todos los días primeros del mes;mientrastengayomirenta,tútendráslatuya:

    —¡Vamos! ¡Vamos!, ya veo que nome había equivocado, eres un buenmuchacho,yesunafelicidadquelafortunasemuestrepropiciaconlagentedeloralea,vaya,cuéntametusaventuras.

    —¿Paraquéquieressabereso?—preguntóCavalcanti.

    —¡Bueno!¡Yavuelvesadesconfiar!

    —No;¡heencontradoamipadre…!

    —¡Unverdaderopadre!

    —¡Diantre!,mientraspague…

    —Túcreerásyhonrarás,esjusto.¿Cómollamasatupadre?

    —ElmayorCavalcanti.

    —¿Yestácontentodeti?

    —Hastaahora,asíparece.

    —¿Yquiénhahechoencontraraesepadre?

    —ElcondedeMontecristo.

    —¿Eselcondeencuyacasahasestado?

    —Sí.

    —Vamos, chico, procura colocarme en su casa, diciéndole que soy unparientetuyo.

    —Bien,lehablarédeti;mientrastanto,¿quévasahacer?

    —¡Yo!

    —Sí,tú.

  • —¡Québuenoeres,quelopreocupaspormí!

    —Mepareceque,puestoquetúlointeresaspormí—repusoAndrés—,yodebotambiéntomaralgunosinformes.

    —Esjusto…Voyaalquilaruncuartoenunacasahonrada,cubrirmeconuntrajedecente,afeitarmetodoslosdías,ydespuésiréaleerlosperiódicosalcafé.Porlanocheentraréenalgúnteatroypareceréunpanaderoretirado,ésteesmisueño.

    —Vamos,noestámal.Siquieresponerenprácticaeseproyecto,yobrarconprudencia,todolosaldrábien.

    —Ytúquévasaser…,¿pardeFrancia?

    —¡Oh!—dijoAndrés—,¿quiénsabe?

    —ElmayorCavalcantiloestalvez…pero…

    —Déjatedepolítica,Caderousse…Yahoraquetienesloquequieresyqueestamosapuntodellegar,apéateyesfúmate.

    —¡No,no,amigo!

    —¿Cómoqueno?

    —Peroreflexiona,muchacho:conunpañueloencarnadoenlacabeza,casisin zapatos, sin pasaporte y con doscientos francos en el bolsillo, medetendrían sin duda en la barrera. Entonces me vería obligado, parajustificarme,adecirque túmehabíasdadoestosdieznapoleonesdeoro;deaquí resultarían los informes, las pesquisas; averiguarían que me habíaescapado de Tolón y me llevarían de brigada en brigada a las orillas delMediterráneo.Volveríaaserelnúmero106,y¡adiósmisueñodequererpasarpor un panadero retirado! No, hijo mío, prefiero quedarme y vivirhonradamenteenlacapital.

    Andrés frunció el entrecejo; una idea sombría pasó por su mente. Sedetuvo un instante, arrojó una mirada a su alrededor, y cuando su miradaacababadedescribirelcírculoinvestigador,sumanodescendióinocentementehaciasubolsillo,dondeempezóaacariciarlaculatadeunapistola.

    Peromientras tantoCaderousse, que no perdía de vista a su compañero,llevabasusmanosdetrásdesuespaldaysacabapocoapocouncuchilloquellevabasiempreconsigoporloquepudierasuceder.

    Los dos amigos, como se ha visto, eran dignos de comprenderse, y secomprendieron;lamanodeAndréssalióinofensivadesubolsilloysedirigióasubigote,queacaricióduranteciertorato.

    —¡ElbuenodeCaderousse!—dijo—;¿demodoqueahoravasaserfeliz?

  • —Haré todo lo posible —respondió el posadero del puente de Gard,introduciendoelcuchilloensumanga.

    —Vamos,vamos,entremosenParís.¿Perocómovasaarreglártelasparapasarlabarrerasindespertarsospechas?Yocreoquemásloexponesyendoencarruajequeapie.

    —Espera—dijoCaderousse—,ahoraverás.

    Cogióelcapotequeelgroomhabíadejadoensuasiento,loechósobresushombros, se apoderó después del sombrero de Cavalcanti y se lo puso.Entoncesafectólaposturadeunlacayocuyoamovaconduciendoelcarruaje.

    —Yyo—dijoAndrés—mevoyaquedarconlacabezadescubierta.

    —¡Psch! —dijo Caderousse—; hace tanto aire, que muy bien puedehabertellevadoelsombrero.

    —Vamos—dijoAndrés—,yacabemosdeunavez.

    —¿Quéesloquelodetiene?Nosoyyo,segúncreo.

    —¡Silencio!—dijoCavalcanti.

    Atravesaronlabarrerasinincidentealguno.

    Enlaprimeratravesía,Andrésdetuvosucaballo,yCaderoussesebajódeltílbury.

    —¡Ybien!—dijoAndrés—,¿yelcapotedemilacayo,ymisombrero?

    —¡Ah!—respondió Caderousse—, tú no querrás que vaya a resfriarme,¿verdad?

    —¿Peroyyo?

    —Tú eres joven, al paso que yo empiezo ya a envejecer; hasta la vista,Benedetto.

    Dichoesto,sedirigióaunacallejuela,pordondedesapareció.

    —¡Ay! —dijo Andrés arrojando un suspiro—, ¡no puede uno sercompletamentefelizenestemundo!

    CapítuloXII

    Unaescenaconyugal

    EnlaplazadeLuisXV,lostresjóvenessehabíanseparado,esdecir,queMorrel tomó por los bulevares; Château-Renaud, por el puente de la

  • Revolución,yDebraysiguióalolargodelmuelle.

    MorrelyChâteau-Renaud,segúntodaprobabilidad,sedirigieroncadacualasucasa:peroDebraynoimitósuejemplo.

    Así que hubo llegado a la plaza del Louvre, echó hacia la izquierda,atravesó el Carrousel al trote largo, se metió por la calle de San Roque,desembocó en la de Michodiere, y llegó a la puerta de la casa del señorDanglars, justamente en elmomento en que la carretela del señorVillefort,despuésdehaberlosdejadoaélyasumujerenelbarriodeSaint-Honoré,sedeteníaparadejaralabaronesaensucasa.

    Debray,conocidoyadelacasa,entróprimeramenteenelpatio,entrególabridaauncriado,yvolvióalaportezuelapararecibiralaseñoraDanglars,ala cual ofreció el brazo para volver a sus habitaciones. Una vez cerrada lapuerta,ylabaronesayDebrayenelpatio:

    —¿Qué tenéis, Herminia —dijo Debray—, y por qué os indispusisteistantoaloíraquellahistoriaomásbienaquellafábulaquecontóelconde?

    —Porque esta tarde ya me encontraba muy mal, amigo mío —dijo labaronesa.

    —No, no, Herminia—dijo Debray—, no me haréis creer eso. Estabaisperfectamente cuando fuisteis a la casa del conde. El señorDanglars era elúnico que estaba un poco cabizbajo, es verdad, pero yo sé el caso que voshacéisdesumalhumor;¿oshanhechoalgo?Contádmelo;biensabéisquenosufrirénuncaqueoscausenalgúnpesar.

    —Osengañáis,Luciano,os lo aseguro—repuso la señoraDanglars—,ynohahabidomásqueloqueoshedicho;estabademalhumor,sinsaberyosiquieralacausa.

    EraevidentequelaseñoraDanglarssehallababajolainfluenciadeunadeesasirritacionesnerviosasdelasqueapenaspuedendarsecuentaasímismaslasmujeres,oque,comohabíaadivinadoDebray,habíaexperimentadoalgunaconmoción oculta que no quería confesar a nadie; a fuer de hombreacostumbradoaconocereltalantedelasmujeres,noinsistiómás,esperandoelmomentooportuno,yaseaparaunanuevainterrogaciónoparaunaconfesiónmotupropio.

    LabaronesaencontróenlapuertadesucuartoaCornelia.

    Corneliaeralacamareradeconfianzadelabaronesa.

    —¿Quéhacemihija?—preguntólaseñoraDanglars.

    —Haestadoestudiando toda la tarde—respondióCornelia—,y luegosehaacostado.

  • —Creoqueoigosupiano.

    —Es la señorita Luisa de Armilly que está tocando, mientras que laseñoritaestáenlacama.

    —Bien—dijolaseñoraDanglars—;venidadesnudarme.

    Entraron en la alcoba. Debray se recostó sobre un sofá, y la señoraDanglarspasóasugabinetedetocadorconCornelia.

    —Querido Luciano—dijo la señora Danglars a través de la puerta delgabinete—,¿osseguísquejandoaúndequeEugenianoosdispensaelhonordedirigiroslapalabra?

    —Señora—dijoLucianojugandoconelperritoamericanodelabaronesa,elcual,reconociéndoleporamigodelacasa,lehacíamilcaricias—;nosoyyoelúnicoqueosdaesasquejas,ycreohaberoídoaMorcefquejarseavoselotrodíadequenopodíasacarunapalabrasiquieraasufuturaesposa.

    —Es cierto—dijo la señoraDanglars—, pero yo creo que una de estasmañanascambiarátodoeso,yveréisentrarenvuestrogabineteaEugenia.

    —¿Enmigabinete?

    —Esdecir,eneldelministro.

    —¿Paraqué?

    —Parapedirosquelacontratéisenlaópera;¡oh!,nuncahevistotalpasiónporlamúsica,¡esridículaesaaficiónenunapersonademundo!

    Debraysesonrió.

    —Puesbien—dijo—;quevayaconelconsentimientodelbarónyconelvuestro,y lacontrataré,aunquesomosmuypobresparapagarun talento tannotablecomoelsuyo.

    —Podéismarcharos,Cornelia,yanoosnecesito—dijolaseñoraDanglars.

    CorneliadesaparecióyuninstantedespuéslaseñoraDanglarssaliódesugabineteconunnegligéencantadoryfueasentarsealladodeLuciano.

    Sequedóunmomentopensativa,acariciandoasuperrito.

    Lucianolamiróuninstanteensilencio.

    —Veamos,Herminia—dijoalcabodeunrato—,respondedfrancamente,tenéisunpesar,¿noesasí?

    —No,ninguno—respondiólabaronesa.

    Y sin embargo parecía sofocada; se levantó, procuró respirar y fue amirarseaunespejo.

  • —Estanocheestoyterrible—dijo.

    Debray se levantó sonriendo, para desengañar a la baronesa, cuando derepenteseabriólapuerta.DanglarsentróenlahabitaciónyDebraysevolvióasentar.Alruidoquelapuertaprodujoalabrirse,sevolviólaseñoraDanglars,ymiróasumaridoconunasombroquenotratódedisimular.

    —Buenas noches, señora —dijo el banquero—; buenas noches, señorDebray.

    Sin duda creyó la baronesa que esta visita imprevista significaba unaespeciededeseoderepararlaspalabrasamargasqueseleescaparonalbarónduranteaquellatarde.

    Adoptóunairededignidad,yvolviéndosehaciaLuciano,sinresponderasumarido:

    —Leedmealgo,señorDebray—ledijo.

    Debray,aquienestavisitainquietaraalgúntantodemomento,recobrósucalmaalobservarladelabaronesa,yextendiólamanohadaunlibroabierto.

    —Perdonad —le dijo el banquero—, pero os vais a fatigar, baronesa,velandohastatantarde;sonlasonce,yelseñorDebrayvivebastantelejos.

    Debraysequedóestupefacto,noporqueeltonoconqueelbanquerodijeraestaspalabrasdejasedesersumamentecortésytranquilo,sinoporqueatravésde esta cortesía y de esta tranquilidad, percibía un vivo deseo de parte delbanqueroporcontrariaraquellanochelavoluntaddesumujer…

    La baronesa se quedó tan asombrada, y manifestó su asombro por unamirada tal, que sin duda hubiera dado que pensar a su marido si éste nohubieratenidolosojosfijosenunperiódico.

    Así, pues, esta mirada tan terrible fue lanzada al vacío, y quedócompletamentesinefecto.

    —Señor Luciano—dijo la baronesa—, debo deciros que me siento singanas de dormir esta noche, tengomil cosas que contaros, y vais a pasarlaescuchándome,aunqueparaellotuvieseisquedormirenpie.

    —Estoyavuestrasórdenes,señora—respondióLucianoconflema.

    —QueridoseñorDebray—dijoelbanqueroasuvez—,noosincomodéisenescucharahoralaslocurasdelaseñoraDanglars,porquetendréistiempodeescucharlasmañana;peroestanochelaconsagraréyo,siasímelopermitís,ahablarconmimujerdegravesasuntos.

    El golpe iba tan bien dirigido esta vez, y caía tan a plomo, que dejóaturdidos a Debray y a la señora Danglars; ambos se interrogaron con la

  • mirada como para buscar un recurso contra aquella agresión; pero elirresistiblepoderdeldueñodelacasatriunfó,yelmaridoganólapartida.

    —No vayáis a creer que os despido, querido señor Debray—prosiguióDanglars—;no,no;unacircunstanciaimprevistameobligaadeseartenerestanoche una conversación con la baronesa; estome sucedemuy pocas veces,paraquesemeguarderencor.

    Debraybalbuceóalgunaspalabras,saludóysalió.

    —¡Es increíble —dijo así que hubo cerrado tras sí la puerta—, cuánfácilmentesabendominarnosestosmaridosaquienestanridículoscreemos…!

    No bien hubo partidoLuciano, cuandoDanglars se acomodó en el sofá,cerróellibroabierto,ytomandounaposturaaltamentearistocráticaasumododever,siguiójugandoconelperrito.PerocomoéstenosimpatizabalomismoconélqueconDebray,intentómorderle;entonceslecogióporelpescuezoyloarrojósobreunsillónalotroladodelcuarto.

    El animal lanzó un grito al atravesar el espacio; pero apenas llegó altérmino de su camino aéreo se ocultó detrás de un cojín, y estupefacto deaquel trato a que no estaba acostumbrado, se mantuvo silencioso y sinmoverse.

    —¿Sabéis, caballero —dijo la baronesa, sin pestañear—, que hacéisprogresos? Generalmente, no sois más que grosero, pero esta noche estáisbrutal.

    —Esporqueestoydepeorhumorqueotrosdías—respondióDanglars.

    Herminiamiróalbanquerocondesdén.EstasojeadasexasperabanantesalorgullosoDanglars;peroahoranopareciódarsecuentadeellas.

    —¿Y qué tengo yo que ver con vuestro malhumor? —respondió labaronesa, irritada por la impasibilidad de su marido—; ¿me importa algo?Buen provecho os hagan vuestros malos humores, y puesto que tenéisescribientesyempleadosavuestradisposición,desahogaosconellos.

    —No —respondió Danglars—; desvariáis en vuestros consejos, señora;así, pues,no los seguiré.Mis escribientes sonmiPactolo, comodice, segúncreo, el señorDemoustier, y yo no quiero alterar su curso ni su calma.Misempleadossonpersonashonradas,quemelabranmifortuna,yaquienespagomenosdeloquesemerecen;no,no,meguardarébiendeencolerizarmeconellos; con los queme encolerizaré es contra las personas que se comenmidinero,queusandemiscaballos,abusandoya,yqueestánarruinandomicaja.

    —¿Yquienes son las personas que arruinan vuestra caja?Explicaos conmásclaridad,caballero.

  • —¡Oh!,tranquilizaos,sihabloporenigmas,notardaréendaroslasolución—repusoDanglars—.Laspersonasquearruinanmicajasonlaspersonasquesacandeellalasumadesetecientosmilfrancos.

    —Nooscomprendo,caballero—dijolabaronesatratandodedisimularalavezlaemocióndesuvozyelcarmínqueibacubriendosusmejillas.

    —Al contrario, comprendéis perfectamente —dijo Danglars—; pero sivuestramalavoluntadcontinúaasí,osdiréqueacabodeperdersetecientosmilfrancos.

    —¡Ah!, ¡ah! —dijo la baronesa—, ¿acaso tengo yo la culpa de esapérdida?

    —¿Porquéno?

    —¿Conqueesculpamíaquevoshayáisperdidosetecientosmilfrancos?

    —Puesmíatampocoes.

    —Acabemosdeunavez,caballero—repusoagriamentelabaronesa—,oshedichoquenomehabléisdecaja;esunalenguaquenoheaprendidoniencasademispadres,niencasademiprimermarido.

    —Yolocreo,sí,¡diablo!—dijoDanglars—,porquenilosunosnilosotrosteníanuncentavo.

    —Razóndemásparaquenohayaaprendidoesajerigonzadelbanco,quemedesgarralosoídosdesdelamañanahastalanoche;esedineroquecuentanyvuelvenacontarmeesodioso,yel sonidodevuestravozmeesaúnmásdesagradable.

    —¡Quéraroesloquedecís!—dijoDanglars—,¡quéextrañoeseso!¡Yyoquehabíacreídoqueostomabaiselmásvivointerésenmisoperaciones!

    —¡Yo!¿Yquiénoshapodidodecirsemejantetontería?

    —¡Vosmisma!

    —¡Yo!

    —Sinduda.

    —Quisierasabercuándooshedichotalcosa.

    —¡Oh!,esmuyfácil.Enelmesdefebreroúltimovosfuisteis laprimeraquemehablasteisdelosfondosdeHaití;soñasteisqueunbuqueentrabaenelpuertodeHavfe,ytraíalanoticiadequeibaaefectuarseunpagoquesecreíaremitidoalascalendasgriegas;hicecomprarinmediatamentetodoslosvalesquepudeencontrardeladeudadeHaití,yganécuatrocientosmilfrancos,delos cuales os fueron religiosamente entregados cien mil. Habéis hecho con

  • ellosloqueosdiolagana,esonomeinteresa.

    »Enelmesdemarzo, se tratabadeunaconcesióndecaminosdehierro.Tressociedadessepresentabanofreciendogarantíasiguales.Medijisteisquevuestro instinto, y aunque os presumíais enteramente extraña a lasespeculaciones,yolocreoporelcontrariomuydesarrolladoenestamateria;medijisteis quevuestro instintoos anunciabaque sedaría el privilegio a laSociedad llamadadelMediodía.Enseguidaadquirí lasdos terceraspartesdelas acciones de esta Sociedad. Se le concedió, efectivamente, el privilegio,comohabíaisprevisto:lasaccionestriplicarondevalor,yganéunmillón,delcual os fueron entregados doscientos cincuentamil francos. ¿En qué habéisempleadoestasuma?Estonomeinteresa.

    —¿Peroadóndequeréisiraparar?—exclamólabaronesaestremeciéndosededespechoydeimpaciencia.

    —Paciencia,señora,tenedpaciencia.

    —Acabaddeunavez.

    —En el mes de abril fuisteis a comer a casa del ministro: hablaron deEspaña,yoísteisunaconversaciónsecreta:setratabadelaexpulsióndedonCarlos;compréfondosespañoles, laexpulsióntuvolugar,yganéseiscientosmilfrancoseldíaenqueCarlosVpasóelBidasoa.Deestosseiscientosmilfrancososfueronentregadoscincuentamilescudos,habéisdispuestodeellosavuestrocapricho,yyonoospidocuentasdeello,peronoporesoesmenosciertoquehabéisrecibidoquinientasmillibrasesteaño.

    —¿Yqué?

    —¿Yqué?¡Puesbien!,heteaquíquedeprontoperdéisvuestrotinoytodoselollevaeldemonio.

    —Enverdad…,tenéisunmododeexplicaros…

    —El modo que necesito para que me entiendan, nada más. Luego haráunostresdíashablasteisdepolíticaconelseñorDebray,ycreísteisoírensuspalabrasquedonCarloshabíaentradoenEspaña;entoncesvendomirenta,seesparcelanoticia,haysospechas,novendo,doy;aldíasiguientesesabequela noticia era falsa y esta falsa noticia me ha hecho perder setecientos milfrancos.

    —¿Ybien?

    —¡Ybien!,puestoqueyoosdoylacuartapartecuandogano,vos tenéisque dármela cuando pierdo. La cuarta parte de setecientos mil francos soncientosetentaycincomil.

    —Peroestoquemedecís esunaextravagancia, e ignoroen realidadpor

  • quémezcláiselnombredeDebrayentodoesto.

    —Porque si no tenéis por casualidad esos cientos setenta y cinco milfrancosquereclamo,loshabréisprestadoavuestrosamigos,yelseñorDebrayesunodeellos.

    —¡Cómo!—exclamólabaronesa.

    —¡Oh!,nadadeaspavientosnidegritos,nideescenasdramáticas,señora,si nome obligaréis a deciros que el señor Debray se estará regocijando dehaber recibido cerca de quinientas mil libras este año, y dirá que al fin haencontradoloquenohanpodidodescubrirnuncalosmáshábilesjugadores,esdecir,unmododejugarenelquenoseexponeningúndineroyenelquenosepierdecuandosepierde.

    Labaronesanopodíacontenersuindignación.

    —¡Miserable!—dijo—, ¿os atreveríais a decir que no sabíais lo que osatrevéisaecharmeencarahoy?

    —Yono os digo si lo sabía, o si no lo sabía; sólo os digo: observadmiconductadespuésdecuatroañosquehacequenosoismimujeryqueyonosoy vuestro marido, veréis si ha sido consecuente consigo misma. Algúntiempo después de nuestra ruptura deseasteis estudiar la música con esefamoso barítono que se estrenó con tan feliz éxito en el teatro italiano; yoquise estudiar el baile con aquella bailarina que había adquirido tan buenareputación enLondres. Esto nos ha costado lomismo, cienmil francos.Yonadadije,porqueen losmatrimoniosdebe reinarunacompleta tranquilidad;cienmilfrancosporqueelhombreylamujerconozcanbienafondolamúsicayelbailenoesmuycaro.Prontoosdisgustasteisdelcanto,yosdalamaníaporestudiarladiplomaciaconunsecretariodelministro;osdejoestudiar.Yacomprenderéis;¿quémeimportabamientrasquevospagaseislasleccionesdevuestrobolsillo?Perohoymehedadocuentadequelosacáisdelmío,yquevuestroaprendizajepuedecostarmesetecientosmil francosalmes.Altoahí,señora;estonopuedeseguirasí,oeldiplomáticodarásuslecciones…gratis,yentonceslotoleraré,onovolveráaponerlospiesenmicasa;¿habéisoídobien,señora?

    —¡Oh!,esoesyaelcolmo,caballero—exclamóHerminiasofocada—,¡yesunmodomuyinnobledeportarseconunaseñora!

    —Pero—dijoDanglars—veoconplacerquenohabéisseguidoadelante,yquehabéisobedecidoaaquelaxiomadelCódigo:Lamujerdebeseguiralmarido.

    —¡Injurias…!

    —Tenéis razón: no pasemosmás allá, y razonemos fríamente.Yo nunca

  • memezclo en vuestros asuntos sino por vuestro bien; haced vos lomismo.¿Micajanoosinteresa,decís?Bien;operadconlavuestra,peronillenéisnivaciéislamía.Porotraparte,¿quiénsabesitodoesonoseráunardidpolítico?¿Si elministro, furioso de verme en la oposición y celoso de las simpatíaspopulares que despierto, no está de acuerdo con el señor Debray paraarruinarme?

    —¡Comoesmuyprobable!

    —Sinduda:¡quiénhavistonunca…unanoticiatelegráfica,esdecir,unacosaimposible,oloqueeslomismo,señalesenteramentediferentesdadasporlosúltimostelégrafos!,esdecir,expresamenteenperjuiciomío.

    —Caballero —dijo con acento de mayor humildad la baronesa— y noignoráis,meparece,queeseempleadohasidodestituidodesuempleo,queseha hablado de formarle proceso, que se dio orden de prenderle, y que estaorden hubiera sido ejecutada si no se hubiera sustraído a las primeraspesquisaspormediodeunahuidaquedemuestrasulocuraosuculpabilidad…Esunerror.

    —Sí,quehacereíralosnecios,quehacepasarunamalanochealministro,quehaceemborronarunoscuantospliegosdepapela losseñoressecretariosdeEstado,peroqueamímecuestasetecientosmilfrancos.

    —Pero, caballero —dijo de pronto Herminia—, puesto que todo esoprovienedelseñorDebray,¿porquéenlugardeiradecírselodirectamenteaélvenísadarmeamílasquejas?¿Porquéacusáisalhombreyreprendéisalamujer?

    —¿ConozcoyoporventuraalseñorDebray?—dijoDanglars—;¿quieroacasoconocerle?¿Quierosabersidaonoconsejos?¿Quieroseguirlos?¿Soyyoelquejuego?No;¡vossoislaquelohacéistodo,ynoyo!

    —Meparecequepuestoqueosaprovecháis…

    Danglarsseencogiódehombros.

    —¡Son,enverdad,criaturaslocaslasmujeresquesecreengenios,porquehan conducido una o dos intrigas!, pero suponed que hubieseis ocultadovuestros desórdenes a vuestromismomarido, lo cual es elABC del oficio,porquelamayorpartedeltiempolosmaridosnoquierenver;¡noseríaissinounadébil copiade loquehacen lamitaddevuestras amigas lasmujeresdemundo!Peronosucedelomismoconmigo;todolohevisto:endieciséisañosmehabréisocultadotalvezunpensamiento,peronounpaso,unaacción,unafalta. Mientras vos os felicitabais por vuestro ingenio y habilidad y creíaisfirmemente engañarme, ¿qué ha resultado? Que gracias a mi pretendidaignorancia,desdeelseñordeVilleforthastaelseñorDebray,nohahabidouno

  • solodevuestrosamigosquenohayatembladodelantedemí.Niunoquenomehayatratadocomoamodelacasa,miúnicodeseorespectoavos;niunoquesehayaatrevidoadecirosdemíloqueyomismoosdigohoy;ospermitoque me tengáis por odioso, pero os impediré tenerme por ridículo, y sobretodo,osprohíboquemearruinéis.

    Hasta elmomento en que pronunció el nombre deVillefort, la baronesahabíamanifestado algún valor contra todas aquellas quejas; pero al oír estenombre, se levantó comomovida por un resorte, extendió los brazos comopara conjurar una aparición, y dio tres pasos hacia su marido como paraarrancarleelsecretoqueéstenoconocía,oquetalvezalgúncálculoodioso,comoloerantodoslosdeDanglars,noqueríadejarescaparenteramente.

    —¡ElseñordeVillefort!¿Quésignificaeso?¿Quéqueréisdecir?

    —Quiere decir, señora, que el señor deNargone, vuestroprimermarido,comonoerafilósofonibanquero,osiendotalvezlounoylootro,yviendoquenopodíasacarningúnpartidodelprocuradordelrey,muriódepesarodecólera al encontraros embarazadade seismeses después de una ausencia denueve.Soybrutal,nosolamentelosé,sinoquemejactodeello;mehevalidoparaellodeunodemismediosenmisoperacionescomerciales.¿Porquéenlugardematarsehizomatarélmismo?¡Porquenoteníacajaquesalvar,peroyo,yotengoquesalvarmicaja!ElseñorDebray,miasociado,mehaceperdersetecientos mil francos; que sufra su parte de la pérdida, y proseguiremosadelante connuestros asuntos; si no, quemehagabancarrotade esas cientocincuentamil libras, y queunido a los quequiebran, quedesaparezca. ¡Oh!¡Diosmío!,esunbuenmuchacho,losé,cuandosusnoticiassonexactas;perocuandonoloson,haycincuentaenelmundoquevalenmásqueél.

    LaseñoraDanglarsestabaaterrada;sinembargo,hizounesfuerzosobresímismapararesponderaaquelataque.Sedejócaersobreunsillón,pensandoen Villefort, en la escena de la comida, en aquella serie de desgracias queabrumaban una tras otra su casa, y cambiaban en escandalosas disputas latranquilidaddeaquelmatrimonio.

    Danglars no la miró, aunque ella hizo todo lo posible por desmayarse.Abriódeunapatada lapuertade laalcoba, lavolvióacerrar sinañadirunasolapalabra,yentróensucuarto.

    Desuertequealvolverensí,laseñoraDanglarscreyóquehabíasidopresadeunapesadillaatroz.

    CapítuloXIII

    Proyectosmatrimoniales

  • Aldíasiguiente,alahoraqueDebraysolíaelegirparahacerunavisitaalaseñoraDanglars,sucupénosepresentóenelpatio.

    Aestahora,esdecir,hacialasdoceymedia, laseñoraDanglarspidiósucarruajeysalió.

    Danglars,detrásdeunacortina,vioestasalidaqueesperaba.Diolaordendeque leavisasenencuantovolviese laseñora,peroa lasdosaúnnohabíavuelto.

    AlasdospidióasuvezsucarruajeysedirigióalaCámara.

    Desdelasdoce,hastalasdos,Danglarshabíapermanecidoensugabinete,abriendosucorrespondencia,trabajandoenlasoperaciones,yrecibiendoentreotrasvisitasladelmayorCavalcanti,que,siempretanrisueñoytanpuntual,sepresentóalahoraanunciadaparaterminarsunegocioconelbanquero.

    Al salir de la Cámara, Danglars, que dio algunas muestras de agitacióndurante la sesión, y había hablado más que ningún otro en contra delministerio, volvió a montar en su carruaje, y dio al cochero la orden deconducirlealnúmero30delacalledelosCamposElíseos.

    LedijeronqueelseñordeMontecristoestabaencasa,peroqueteníaunavisita,ysuplicabaalseñorDanglarsqueesperaseuninstanteenelsalón.

    Mientraselbanqueroesperaba,lapuertaseabrió,yvioentraraunhombrevestidodeabateque,enlugardeesperarcomoél,másfamiliarensucasa,lesaludó,entróenlashabitacionesinterioresydesapareció.

    Uninstantedespués,lapuertapordondehabíaentradoelabatesevolvióaabriryMontecristoaparecióenelsalón.

    —Perdonad, querido barón—dijo el conde—, pero uno demismejoresamigos,elabateBusoni,aquienhabréisvistopasar,acabade llegaraParís;hacía mucho tiempo que estábamos separados, y no he tenido valor paradejarletanpronto;esperoquemedispensaréishaberoshechoesperar.

    —¡Cómo!—dijo Danglars—; yo soy el indiscreto por haber elegido unmomentotanmalo,yvoyaretirarme.

    —Alcontrario,sentaos;¡peroDiosmío!,¿quétenéis?,parecéisdisgustado,me asustáis; un capitalista apesadumbrado es lo mismo que los cometas,presagiasiempreunadesgraciamásenelmundo.

    —Noparecesinoquelaruedadelafortunahacesadoestosdíasderodarparamí—dijoDanglars—;puesherecibidounasiniestranoticia.

    —¡Ah!¡Diosmío!—dijoMontecristo—,¿habéisperdidoalabolsa?

  • —No,yamerepondré;sólosetratadeunabancarrotaenTrieste.

    —¿Deveras?¿SeríatalvezlavíctimaJacoboManfredi?

    —¡Exacto! Figuraos, un hombre que ganaba paramí desde hacemuchotiempounosochoonovecientosmilfrancosalaño.Nisiquieradejabanuncade pagarlo, ni siquiera un retraso;me aventuré a darle unmillón…, ¡y heteaquíquealseñorManfrediseleocurresuspendersuspagos!

    —¿Deveras?

    —Es una fatalidad. Le mando seiscientas mil libras que no me sonpagadas; además, soy portador de cuatrocientos mil francos en letras decambio firmadas por él, y pagaderas al fin del corriente en casa de sucorresponsal de París. Estamos a treinta, ¡envío a cobrar!, ¡ya!, ¡ya!, elcorresponsalhabíadesaparecido.ConunnegociodeEspañamehefastidiadoestemestotalmente.

    —¿PerohabéisperdidoenvuestronegociodeEspaña?

    —Ciertamente; ¿no lo sabíais? Setecientos mil francos de mi caja, ¡unverdaderodesastre!

    —¿Ycómodiablososhabéisdejadoengañar,vosquesoisyaperroviejo?

    —¡Noesculpamía!Mimujeres laculpable,soñóquedonCarloshabíaentrado en España; ella cree mucho en los sueños. Cuando ha soñado unacosa, según dice ella, sucede infaliblemente. Convencido yo también, lapermitojugar,ellatienesubolsilloysuagentedecambio,juegaypierde.Esverdad que no es mi dinero, sino el suyo el que ella juega. Con todo, noimporta, ya comprenderéis que cuando salen del bolsillo de la mujersetecientosmil francos, elmarido se resiente un poco de ello. ¡Cómo! ¿Nosabéisnada?¡Puessíhacausadomuchoruidotalnegocio…!

    —Sí,habíaoídohablardeello;peroignorabalosdetalles.Además,soyunignoranterespectoatodoslosnegociosdebolsa.

    —¿Nojugáis?

    —¡Yo! ¿Y cómo queréis que juegue? Yo, que tanto trabajo me cuestaarreglarmisrentas.Meveríaenlaprecisióndetomarunagente,yuncajeroademásdemimayordomo;nada,nada,nopiensoeneso.Pero,apropósitodeEspaña,meparecequelabaronesanohabíasoñadoenteramentelaentradadedonCarlos.Losperiódicoshanhabladodeellotambién.

    —¿Voscreéisenlosperiódicos?

    —Yono,señor;perocreíaqueelMessagerestabaexceptuadodelaregla,yquesiemprelasnoticiastelegráficaseranciertas.

  • —¡Ybien!,loqueesinexplicable—repusoDanglars—esqueesaentradadedonCarloseraenefectounanoticiatelegráfica.

    —¿Desuerte—dijoMontecristo—queestemeshabéisperdidocercadeunmillónsetecientosmilfrancos?

    —¡Nocerca,ésaesexactamentemipérdida!

    —¡Diablo!, para un caudal de tercer orden —dijo Montecristo concompasión—,esungolpebastanterudo.

    —¡De tercer orden! —dijo Danglars algo amostazado—, ¿qué diabloentendéisporeso?

    —Sin duda —prosiguió Montecristo— yo divido los caudales en trescategorías:fortunadeprimerordenalosquesecomponendetesorosquesepalpan con lamano, las tierras, las viñas, las rentas sobre el Estado, comoFrancia, Austria e Inglaterra, con tal que estos tesoros, estas minas y estasrentas formen un total de unos cienmillones; considero capital de segundoorden a las explotaciones demanufacturas, las empresas por asociación, losvirreinatosyprincipadosquenopasandeunmillónquinientosmilfrancosderenta,formandotodounasumadecuarentamillones;llamo,enfin,capitaldetercer orden a los que están expuestos al azar, destruidos por una noticiatelegráfica, las bandas, las especulaciones eventuales, las operacionessometidas, en fin, a esa fatalidad que podría llamarse fuerza menor,comparándola con la fuerzamayor, que es la fuerza natural, formando todoreunido un caudal ficticio o real de unos quince millones. ¿No es ésta,aproximadamente,vuestraposición?

    —Sí,sí—respondióDanglars.

    —Deaquí resultaque con seismeses comoéste—continuóMontecristoconelmismotono imperturbable—,uncapitalde tercerordenseencontraráensuhorapostrera,esdecir,agonizando.

    —¡Oh!—dijoDanglarsconsonrisaforzada—,¡bienseguro!

    —¡Puesbien!,supongamossietemeses—repusoMontecristoenelmismotono—. Decidme, ¿pensasteis alguna vez que siete veces un millón ysetecientosmilfrancoshacencercadedocemillones…?¿No…?,tenéisrazón;con tales reflexiones nadie comprometería sus capitales; nosotros tenemosnuestroshábitosmásomenossuntuosos,ésteesnuestrocrédito;perocuandoelhombremuere,no lequedamásquesupiel,porque lasfortunasde tercerorden no representanmás que la tercera o cuarta parte de su apariencia, asícomolalocomotoradeuntrennoes,enmediodelhumoquelaenvuelve,sinounamáquinamásomenos fuerte. ¡Puesbien!,deesoscincooseismillonesqueformansucapitalreal,acabáisdeperderdos;nodisminuyen,porlotanto,

  • vuestra fortuna ficticia ovuestro crédito; es decir,miqueridoDanglars, quevuestra piel acabade ser abierta por una sangría, que reiterada cuatrovecesarrastraría tras sí la muerte. Vamos, señor Danglars; ¿necesitáis dinero…?¿Cuántoqueréisqueospreste…?

    —Quémalcalculadorsois—exclamóDanglarsllamandoensuayudatodala filosofíay todoeldisimulode laapariencia—;aestashoras,eldinerohaentradoenmicajaporotrasespeculacionesquehansalidobien.Lasangrequesaliópor lasangríahavueltoaentrarpormediode lanutrición.HeperdidounabatallaenEspaña,hesidobatidoenTrieste;peromiarmadanavaldelaIndia habrá conquistado algunos países, mis peones de México habrándescubiertoalgunamina.

    —¡Muybien!, ¡muy bien! Pero queda la cicatriz, y a la primera pérdidavolveráaabrirse.

    —No,porquecaminosobreseguro—prosiguióelbanqueroconeltonoylos ademanes de un charlatán que, sabiéndose vencido, quiere probar locontrario—;paraeso,seríamenesterquesucumbiesentresgobiernos.

    —¡Diantre!,yasehavistoeso.

    —Obien,quelatierranodiesesusfrutos.

    —Acordaosdelassietevacasgordasylassieteflacas.

    —O que se separen las aguas del mar como en tiempo de Faraón; aúnquedanmuchosmares,ymisbuquestendríanpordondenavegar.

    —Tantomejor, tanto mejor, señor Danglars—dijoMontecristo conozcoquemehabíaengañadoyquepodéisentrarenloscapitalesdesegundoorden.

    —Creo poder aspirar a ese honor—dijo Danglars con una de aquellassonrisasgruesas,pordecirloasí,queleeranpeculiares—;peroyaquehemosempezado a hablar de negocios —añadió, satisfecho de haber hallado unmotivoparavariardeconversación—,decidme,¿quéesloquepuedoyohacerporelseñorCavalcanti?

    —Entregarle dinero, si tiene un crédito sobre vos, y si este crédito osparecebueno.

    —¡Magnífico!, esta mañana se presentó con un vale de cuarenta milfrancos, pagadero a la vista contra vos, firmado por el abate Busoni, yendosado a mí por vos; ya comprenderéis que al momento le entregué suscuarentabilletes.

    Montecristohizounmovimientodecabezaqueindicabasuaprobación.

    —Sin embargo, no es esto todo—continuóDanglars—; ha abierto a suhijouncréditoenmicasa.

  • —Sinindiscreción,¿cuántotieneseñaladoaljoven?

    —Unoscincomilfrancosalmes.

    —Sesentamilalaño.YamefigurabayoqueesosCavalcantinohabíandesermuydesprendidos.¿Quéqueréisquehagaunjovenconcincomilfrancosalmes?

    —Yacomprenderéisquesiprecisadealgunosmilesdefrancos…

    —No hagáis nada de eso, el padre os lo dejará por vuestra cuenta; noconocéis a todos los millonarios ultramontanos; ¿y quién le ha abierto esecrédito?

    —¡Oh!,lacasaFrench,unadelasmejoresdeFlorencia.

    —No quiero decir que vayáis a perder; pero, sin embargo, no ejecutéispuntoporpuntomásqueloqueosdigalaletra.

    —¿NotenéisconfianzaeneseCavalcanti?

    —Por su firma sola le daría yo diez millones. Esto corresponde a lasfortunasdesegundoorden,dequeoshablabahacepoco,señorDanglars.

    —Yyolehubieratomadoporunsimplemayor.

    —Y lehubieraishechomuchohonor,porque razón tenéis,no satisfaceaprimera vista su aspecto. Al verle por primera vez, me pareció algún viejoteniente; pero todos los italianos son por ese estilo, parecen viejos judíoscuandonodeslumbrancomomagosdeOriente.

    —Eljovenesmejor—dijoDanglars.

    —Sí,unpocotímido,quizá;pero,enfin,mehaparecidobien.Yoestabainquieto.

    —¿Porqué?

    —Porquelevisteisporprimeravezenmicasa,sepuededeciracabadodeentrar en elmundo, segúnme han dicho.Ha viajado con un preceptormuysevero,ynohabíavenidonuncaaParís.

    —Todosesos italianosacostumbranacasarseentresí,¿noesverdad?—preguntóDanglars—;lesgustaasociarsusfortunas.

    —Estoesloquesuelenhacer;peroCavalcantiesmuyoriginal,ynoquiereimitaranadie.Nadiemequitaráde lacabezaqueha traídoasuhijoaParísparabuscarleunamujer.

    —¿Voslocreéisasí?

    —Estoysegurodeello.

  • —¿Yhabéisoídohablardesusbienes?

    —Nosetratadeotracosa;perounospretendenquetienemillones,yotrosquenotieneuncuarto.

    —Yvamosaver…,¿cuálesvuestroparecer…?

    —¡Oh!,noosfundéisenloqueyodiga…,porque…

    —Peroenfin…

    —Mi opinión es que todos esos antiguos podestás, todos esos antiguoscondottieri, porque esos Cavalcanti han mandado armadas, han gobernadoprovincias; mi opinión, repito, es que han escondido los millones en esosrincones que conocen sus antepasados, y que van revelando a sus hijos degeneraciónengeneración,ylapruebaesquesonamarillosysecoscomosusflorinesde laépocarepublicana,de losqueconservanunreflejoafuerzademirarlos.

    —Perfectamente—dijoDanglars—,yesoestantomáscierto,cuantoqueningunoposeenisiquieraunpedazodetierra.

    —Nada;yosédeseguroqueenLucanotienenmásqueunpalacio.

    —¡Ah!,tienenunpalacio—dijoDanglarsriendo—,yaesalgo.

    —Sí, y se lo alquilan alministro deHacienda, y él vive enuna casuchacualquiera.¡Oh!,yaoslohedicho,locreomuytacaño.

    —Vaya,vaya,nolelisonjeáis,porlovisto.

    —Escuchad,apenasleconozco;creohaberlevistotresvecesenmivida;loque sé, me lo ha dicho el abate Busoni; esta mañana me hablaba de susproyectosacercadesuhijo,ymehacíaverque,cansadodeverdormirfondosconsiderablesenItalia,queesunpaísmuerto,quisieraencontrarunmedio,yaseaenFranciaoenInglaterra,deemplearlos,perohabéisdenotarque,aunqueyotengomuchaconfianzaenelabateBusoni,norespondodenada.

    —Noimporta,noimporta,yosacomispropiasdeduccionescontodosesosinformes;decidme, sinqueestapregunta tenganingún interés, ¿cuandoesaspersonascasanasushijos,suelendarlesdote?

    —¡Psch!,esosegún.Yoheconocidoaunpríncipeitaliano,ricocomounCreso,unodelospersonajesprincipalesdeToscana,quecuandosushijossecasaban a gusto suyo, les dabamillones, y cuando lo hacían a su pesar, secontentabacondarles,porejemplo,unarentadetreintaescudosalmes.Sieraconlahijadeunbanquero,porejemplo,probablementetomabaalgúninterésenlacasadelsuegrodesuhijo;despuésdamediavueltaasuscofres,yheteaquídueñoalseñorAndrésdeunospocosmillones.

  • —Luego ese muchacho encontrará una mayorazga, querrá una coronacerrada,unElDoradoatravesadoporelPotosí.

    —No, todos esos grandes señores se casan generalmente con simplesmortales; son como Júpiter, cruzan las razas. Pero cuandome hacéis tantaspreguntas, tal vez llevaréis alguna mira… ¿Queréis casar por ventura aAndrés,señorDanglars?

    —Meparece—dijoDanglars—,noseríaésamalaespeculación,yyosoyespeculador.

    —¿No será con la señoritaDanglars, supongo? ¿Porque no querréis queluegoseahorqueAlbertodedesesperación?

    —Alberto—dijo el banquero encogiéndose de hombros—, ah, sí, no leimportarámucho.

    —¡Peroestáprometidoavuestrahija,segúncreo!

    —Esdecir,elseñordeMorcefyyohemoshabladodosotresvecesdeesecasamiento,perolaseñoradeMorcefyAlberto…

    —Novayáisadecirmequenoesbuenpartido…

    —Bueno,creoquelaseñoritaDanglarsmerecealseñordeMorcef.

    —Eldotede la señoritaDanglars serámuybonito, enefecto,yyono lodudo,sobretodosieltelégrafonovuelveacometermáslocuras.

    —¡Oh!,noessóloeldote,porquedespuésdetodo…Perodecidme…

    —¿Qué?

    —¿PorquénoconvidasteisaMorcefyasufamiliaavuestracomida?

    —Yalohabíahecho,perotuvoquehacerunviajeaDieppeconlaseñoradeMorcef,aquienrecomendaronlosairesdelmar.

    —Sí,sí—dijoDanglarsriendo—,debenderesultarlesaludables.

    —¿Porqué?

    —Porquesonlosqueharespiradoensujuventud.

    Montecristo dejó pasar el chiste sin dar a entender que hubiera fijado laatenciónenél.

    —Pero,enfin—dijoelconde—,siAlbertonoestanricocomolaseñoritaDanglars,nopodéisnegarquellevaunhermosoapellido.

    —Meríoyodesuapellido,queestanbuenocomoelmío—dijoDanglars.

    —Ciertamente,vuestronombreespopular,yhaadornadoel títuloconloque le ha parecido; pero sois un hombre harto inteligente para no haber

  • comprendido que, según ciertas preocupacionesmuy arraigadas para que sepuedan extinguir, una nobleza de cinco siglos valemás que una nobleza deveinteaños.

    —Heaquíporqué—dijoDanglarsconuna sonrisaqueprocurabahacersardónica—, he aquí por qué preferiría yo al señor Andrés Cavalcanti aAlbertodeMorcef.

    —No obstante—dijoMontecristo—, yo supongo que losMorcef no lecedenennadaalosCavalcanti.

    —¡LosMorcef…!Mirad,queridoconde,¿creeréisloquevoyadeciros…?

    —Seguramente.

    —¿Soisentendidoenblasones?

    —Unpoco.

    —¡Puesbien!,miradelcolordelmío;mássólidoesqueeldelcondedeMorcef.

    —¿Porqué?

    —Porqueyo,sinosoybaróndenacimiento,mellamoalmenosDanglars.

    —¿Yquémás?

    —QueélnosellamaMorcef.

    —¡Cómo!¿QuenosellamaMorcef?

    —No,señor,nosellamaasí.

    —Nopuedocreerlo.

    —Amímehanhechobarón;así,pues,losoy;élsehaapropiadodeltítulodeconde;así,pues,noloes.

    —Imposible.

    —Escuchad, mi querido conde —prosiguió Danglars—, el señor deMorcefesmiamigo,omásbienmiconocido,despuésdetreintaaños:yosoyfranco, y no hago caso del qué dirán; no he olvidado cuál es mi primitivoorigen.

    —Hacéisbien,yyoapruebovuestramanerade