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EL CONCILIO VATICANO II FRENTE A LO DESCONOCIDO

L a a v e n t u r a d e u n d i s c e r n i m i e n t o c o l e g i a l

DE LOS «SIG N O S DE LOS TIEM PO S»

Cincuenta años después de la apertura del Concilio Vati­cano II, no resulta fácil revivir el clima de incertidumbre que reinaba en aquellos meses del verano y el otoño de 1962, en los que se decidió la llegada de un nuevo inicio para la Iglesia. Aún no hay nada escrito; pero en el «vacío» dejado voluntariamente por Juan XXIII, que había señalado para el futuro Concilio un objetivo relativamente abierto -unidad de los cristianos y reforma del catolicismo- se hunde una masa de textos producidos por unas comisiones preparatorias do­minadas casi exclusivamente por el espíritu de la neoescolás- tica. La tarde misma del 11 de octubre lo apunta Yves Congar en su Diario: «En el fondo, la neoescolástica ha entrado en el gobierno de la Curia romana. Las comisiones preparatorias revelan este estado de cosas... Pero la escolástica no está en el gobierno pastoral de las diócesis, y es este el que tiene ahora la palabra»1.

Recordar hoy esta situación inquietante y tensa del co­mienzo del Concilio es precaverse contra el riesgo de redu­cirlo a un conjunto acabado de documentos. La ausencia de textos oficiales durante todo el primer periodo (excepto los

1. Y. Congar, Mon Journal du Concile I, París 2002, 109s.

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En el mundo de hoy

discursos de Juan XXIII y el Mensaje de los Padres conci­liares a todos los hombres) nos hace atender a una nueva manera de proceder -el «gobierno pastoral de la Iglesia» del que habla Congar- que se va poniendo en práctica solo progresivamente y a través de conflictos muy dolorosos. Esta manera colegial de discernir los signos de los tiempos, bajo la autoridad única de la Palabra de Dios, no se codifica­rá hasta dos o tres años más tarde. Los hábitos adquiridos y lo desconocido del futuro suscitan, en efecto, reacciones de preocupación e intentos de control muy diversos, y se nece­sita tiempo para que estas puedan adaptarse mutuamente y dejarse eventualmente convertir en una escucha auténtica de la Palabra de Dios y de lo que los hombres de esa época, los observadores y los demás, tienen que decir a la Iglesia. Este proceso de aprendizaje y de conversión a la vez individual y colectiva es lo que nos transmite el Concilio, antes incluso de dejarnos sus textos-, un proceso conciliar de gran actua­lidad frente a lo desconocido, y a veces inquietante, que es hoy el nuestro.

Interpretar los signos de los t ie m p o s . . .

Empecemos por esta consigna de Jesús (Mt 16, 1-4), re­petida por el papa Juan XXIII al Concilio, que recorre como un hilo conductor el conjunto de los trabajos conciliares, desde la Bula con la que se convocó el Concilio, del 25 de diciembre de 1961, hasta la Constitución pastoral Gaudium et spes, promulgada el 7 de diciembre de 1965.

La primera mención oficial de la tarea de reconocer los signos de los tiempos se halla, en efecto, en dicha Bula. Y ya en ella va ligada al mandato de Jesús, que aparece en san Mateo, de llevar la luz del Evangelio a todas las na­ciones (Mt 28, 19), mandato inmediatamente retraducido en términos contemporáneos: «Inyectar las energías eternas,

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El Vaticano II frente a lo desconocido

vivificantes y divinas del Evangelio en las venas del mundo moderno»2. Esta misión es sostenida, según Juan XXIII, por la «confortadora presencia» de Cristo (Mt 28, 20), «espe­cialmente en los periodos más graves de la humanidad». En tales circunstancias es donde hay que entender su exhorta­ción a interpretar los signos de los tiempos, cosa que hace el Papa con una actitud de «vigilancia», del todo contraria al «desánimo» de quienes «no ven más que tinieblas envol­viendo completamente nuestro mundo». ¿Acaso cae él en un optimismo ingenuo cuando «distingue en medio de esas espesas tinieblas numerosos indicios que parecen anunciar tiempos mejores para la Iglesia y para el género humano»? Su percepción de la realidad es, por el contrario, fruto de su «confianza» en la presencia de Cristo, que le permite discer­nir que la «humanidad está en el comienzo de una era nue­va», que el anuncio del Evangelio puede apoyarse a partir de ahora en los interrogantes, en las aspiraciones e incluso en la mayor madurez de los hombres, y que la Iglesia ha co­menzado ya a transformarse y a renovarse ante la evolución de las sociedades.

Estas orientaciones, bíblicas, espirituales y teológicas a la vez, contrastan especialmente con el espíritu neoescolás- tico de la inmensa mayoría de los esquemas preparatorios -alrededor de sesenta-, algunos de los cuales comienzan ya a circular entre los futuros Padres conciliares a partir del verano de 1962, no sin provocar una enorme preocupación. A ello se debe, sin lugar a dudas, el que algunos teólogos, como el padre Chenu y el padre Congar, tomen la iniciativa de redactar en septiembre un «mensaje a todos los hombres» en el que «se proclama el designio de salvación», según el deseo del primero expresado en una carta a Karl Rahner.

2. Juan XXIII, Constitución apostólica por la que se convoca el Con­cilio Vaticano II, en Conferencia Episcopal Española, Concilio Ecuménico Vaticano II. Constituciones. Decretos, Madrid 1993, 1068.

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En el mundo de hoy

«Una declaración -dice é l- en el estilo del Evangelio, den­tro de las perspectivas proféticas del Antiguo y del Nuevo Testamento, y dirigido a una humanidad cuya grandeza y miseria son, por debajo de errores y fracasos, una aspiración a la luz del Evangelio»3. Reelaborado por cuatro obispos franceses -o, como lo calificó el propio Chenu, «bañado en agua bendita»- el texto fue propuesto el 20 de octubre al Concilio y dio pie a un primer debate controvertido antes de ser promulgado.

Sin hablar todavía de colegialidad, el mensaje pone ya de relieve el sujeto colectivo que es el cuerpo apostólico de los obispos, cuya cabeza es el sucesor de Pedro4; recuer­da al mismo tiempo la finalidad del Concilio remitiendo al discurso de apertura del Papa5. La tarea de interpretar «los signos de los tiempos» no se menciona como tal; pero el tex­to indica de manera enérgica que los obispos se encuentran en Roma con aquellos que les han sido confiados: «Lleva­mos con nosotros de todas las partes de la tierra las miserias materiales y espirituales, los sufrimientos y las aspiraciones de los pueblos que nos han sido confiados; estamos atentos a los problemas que los acosan», y lo hacemos con el objetivo

3. M. D. Chenu, Notes quotidiennes au Concite. Journal de Vatican II, 1962-1963, París 1995, 57-58.

4. «Convocados por el llamamiento de Su Santidad el papa Juan XXI- II, ‘unánimes en oración con María, la Madre de Jesús’, nosotros, suce­sores de los apóstoles, estamos aquí reunidos en la unidad del Cuerpo apostólico, cuya cabeza es el sucesor de Pedro» (Acta Synodalia 1/1, 254; también Mensaje de los Padres del Concilio Ecuménico Vaticano II a to­dos los hombres, en Conferencia Episcopal Española, Concilio Ecuménico Vaticano II, 1075).

5. «En esta asamblea, bajo la guía del Espíritu Santo, buscamos cómo renovamos a nosotros mismos (1) para ‘que se nos encuentre cada vez más fieles al Evangelio de Cristo’. Procuraremos presentar a los hombres de este tiempo la verdad de Dios en su integridad y en su pureza, de modo que les sea inteligible y se adhieran a ella de buen grado (2). Como pastores (3), deseamos responder a las necesidades de todos los que buscan a Dios ‘con la esperanza de descubrirlo a tientas; y ciertamente no está lejos de nosotros’» (ibid.).

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El Vaticano 11 frente a lo desconocido

último de responder hoy al «designio de Dios de que, por medio de la caridad, brille en la tierra el Reino de I >ios como un lejano esbozo de su Reino eterno»6.

Esta perspectiva pastoral sitúa, ya de entrada, el liaba» jo futuro de la asamblea en la historia contemporánea, de acuerdo con el deseo de Juan XXIII, que no quiere «discutir algunos capítulos fundamentales de la doctrina de la Iglesia y, por tanto, repetir, ampliado, lo que los Padres y los teólo­gos antiguos y modernos han dicho ya», sino que desea que la sustancia viva del Evangelio se «estudie y exponga con los métodos de investigación y la presentación que utiliza el pensamiento moderno»7.

Habrá que esperar a las últimas redacciones de la (latí- dium et spes para que esta perspectiva tome la forma de un «método» o de una «manera de proceder», precisamente la que adopta el Concilio en todos sus trabajos y lega a los que se inspiran hoy en ellos8: «Movido por la fe , por la que ve cree conducido por el Espíritu del Señor que llena el uni­verso, el pueblo de Dios se esfuerza por discernir e n Ion

acontecimientos las exigencias y las demandas de mu stio tiempo, de las que él participa con los demás hombres, curt» les son los signos verdaderos de la presencia y del designio de Dios. En efecto, la fe ilumina todas las cosas con una luz nueva y nos hace conocer la voluntad divina solm* la vocación integral del hombre, orientando así la mente hacia soluciones plenamente humanas» (GS 11, 1).

Recordemos de forma breve algunos elementos «le este discernimiento. En primer lugar, que se apoya en un princi­pio básico: «aquello» mismo de lo que se trata en el anuncio

6. Ibid., 1076-1077.7. Juan XXIII, Discurso en el acto de inauguración solemne ilel ( iun i

lio ecuménico Vaticano II, en ibid., 1094-1095.8. Para más precisiones, cf. C. Theobald, La réception tln ruin tic I alt­

ean I I I. Accéder á la source, Paris 2009, 778-703; 819-834.

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En el mundo de hoy

del Evangelio está ya actuando en aquellos y aquellas que van a recibirlo; realidad evangélica, que no actúa solo en los individuos, sino también en la cultura de los receptores. La recepción de esta Buena Noticia no es, pues, un acto de sumisión servil a una palabra puramente externa, sino que atañe a una libertad que se experimenta liberada desde el interior de ella misma por lo que escucha. Eso es lo que sucedía entre Jesús y aquellos y aquellas que, al cruzarse en su camino, oían que él les decía: «Hijo mío, hija mía, tu fe te ha salvado». Es también lo que sucede hoy cuando hay cristianos que se encuentran con otras personas y perciben y disciernen lo que actúa en ellas: el «signo mesiánico» por excelencia que es la «fe», signo precisamente «de la presen­cia y del designio de Dios».

Ahora bien -segunda advertencia-, esta «fe» es en pri­mer lugar una «fe» que interpreta la realidad. No puede ser de otra manera, puesto que lo real se halla por princi­pio velado y solo accedemos a ello mediante un trabajo de desciframiento que compromete a quienes se entregan a esta tarea. Pensemos, por ejemplo, en los acontecimientos colectivos e individuales que jalonan nuestra historia, o en las realidades de la vida y de nuestros cuerpos humanos: se pueden adoptar múltiples puntos de vista para abordar estas realidades, precisamente porque no existe una pers­pectiva absoluta y englobante que pudiera permitir esclare­cer el conjunto de dichos fenómenos. Esta ausencia última de transparencia procede sencillamente del hecho de que lo que nosotros experimentamos como «real», está situado siempre en una tensión fundamental entre «nosotros» y «lo que aparece ante nosotros». Es más, nosotros mismos exis­timos gracias a esta diferencia: ¿seríamos seres de deseos y de búsqueda si, de entrada, estuviéramos absolutamente conformes con nuestro enlomo, con el otro e incluso con nosotros mismos?

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El Vaticano IIfrente a lo desconocido

Por consiguiente, lejos de imponer a los otros su pro­pia interpretación de lo real, los Padres conciliares procu­ran iniciar un proceso colectivo de relectura que obedece a reglas precisas. El planteamiento preliminar de la constitu­ción Gaudium et spes sobre «la condición del hombre en el mundo de hoy» (GS 4-10) es su expresión concreta. Pero al mismo tiempo entran en ese proceso con sus recursos pro­pios: en primer lugar, su tradición y las Escrituras, y espe­cialmente con su sentido de la «fe». La perciben y discier­nen presente en el otro, a la vez que le dejan que encuentre sus propias palabras para expresarla, ofreciéndole entretanto las de su propia historia.

Última advertencia: dicho proceso de interpretación lo orienta una triple atención, señalada por las tres palabras clave de la Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mun­do actual: acontecimientos, exigencias y demandas (GS 11). La fe, en efecto, adquiere forma ante los «acontecimien­tos» imprevistos; el evangelio de Lucas lo subraya ya en su dedicatoria al evocar los «acontecimientos que han tenido lugar entre nosotros» (Le 1, 1), y la historia concretiza este aspecto de la fe en cuanto evento, hoy igual que ayer. Pues bien, sean individuales o colectivos, estos acontecimientos hacen aparecer unas «exigencias», a veces de dimensiones gigantescas, como el actual desafío ecológico; exigencias o necesidades que, para ser afrontadas, exigen unas energías considerables de «fe» y al mismo tiempo las liberan. Por último, ¿cómo no ver los «deseos» o las «demandas» que se manifiestan con ocasión de tal o cual acontecimiento y que activan la orientación «mesiánica» de la humanidad, implicada en el «designio de Dios», con frecuencia bajo formas inesperadas, a veces defonnadas? Gaudium et spes se apoya en el deseo de «solucionesplenamente humanas»: esta orientación utópica ha suscitado en la época moderna y en el Concilio -por ejemplo, en el debate con y acerca

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En el mundo de hoy

del marxismo- conflictos terribles y los seguirá suscitando, pero en ellos se expresa el signo de la «fe» (GS 11). Esa fe, en efecto, no puede mantenerse sin percibir y abrir, en nuestras situaciones muchas veces bloqueadas, brechas, por pequeñas que sean, a través de las cuales se anuncia un fu­turo distinto y mejor.

. . . BAJO LA AUTORIDAD DE LA PALABRA DE DlOS...

En el otoño de 1962 todavía no se ha llegado a la codi­ficación de esta «manera de proceder» que, sin embargo, estaba ya actuando en el seno de la asamblea desde la discu­sión sobre el mensaje conciliar. Falta franquear un obstáculo importante que afecta a la cultura, e incluso a cierto órganon cultural del catolicismo que hace peligrar que se escuchen hasta el final no solo «las alegrías y las tristezas, las espe­ranzas y las angustias de los hombres de este tiempo», sino también y simultáneamente la Palabra de Dios. Esta es la cuestión más importante del primer periodo, que perturba las conciencias de los Padres conciliares: en primer lugar, en el debate sobre el aggiornamento de la liturgia, en particular sobre el uso litúrgico de las lenguas vernáculas, y después, en un nivel más profundo, en la agotadora discusión acerca de «las fuentes de la Revelación» y del lugar de la tradición en la escucha del Dios que «conversa» hoy con la Iglesia y con todos los seres humanos.

Se pone en marcha aquí un difícil proceso de aprendiza­je colectivo de la escucha', no solo de una «doble» escucha - escucha de la Palabra de Dios y escucha de «lo que es ver­daderamente humano» en la sociedad (GS 1)-, sino también de escucha de las «voces» tan complejas y discordantes de la «tradición» en el sentido ecuménico del ténnino -la voz de aquellos que nos han precedido y que corren el riesgo de hacerse oír con tanta fuerza que dejemos de escuchar la Pala­

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El Vaticano IIfrente a lo desconocido

bra que Dios dirige a los hombres de nuestros días-. Dos tes­tigos, desde posiciones muy diferentes, nos ayudan a com­prender lo que se jugaba espiritualmente en este importante combate del Concilio. El primero de ellos es el cardenal Ler- caro, que al final del primer periodo introduce el principio lucano de la «evangelización de los pobres» y que en 1964 desarrolla, con mucha libertad, el alcance cultural e histórico de este principio:

Ha llegado el momento -afirma Lercaro- de separar de fado más claramente a la Iglesia y su mensaje fundamental de un cierto «órganon cultural» cuya perennidad y universalidad han defendido muy firmemente muchos eclesiásticos movi­dos por un espíritu de posesión y de suficiencia9.

El segundo testigo es Mons. Fenton, uno de los principa­les defensores de los esquemas preparatorios. Cuenta en su diario que, después de la célebre retirada del esquema sobre las «dos fuentes», los hombres del equipo del cardenal Otta- viani se muestran convencidos de estar viviendo en el «tiem­po de los demonios»10 11.

Hasta 1965 no consigue el Concilio establecer una «re­gla», que no dispensará a ninguno de los receptores de la experiencia compleja y nunca acabada de la escucha indi­vidual y colectiva de las tres «voces» que hemos evocado". En su presentación del proceso de «tradición», la Constitu­ción Del Verbum hará sitio a la vez a la «recepción» -«lo que los apóstoles recibieron (acceperant) de boca de Cristo viviendo con él y viéndolo vivir»- y al «aprendizaje» -«lo que aprendían (didicerant) gracias a las sugerencias del Es­

9. Acta Synodalia III/6, 251.10. J. C. Fenton, Diario, citado por G. Ruggieri en G. Alberigo (ed.), His­

toria del Concilio Vaticano II, 1959-196511, Salamanca 2002,321, nota 132.11. Para más precisiones, cf. La réception du concite Vadean I I I, 290-

329 y 719-720.

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En el mundo de hoy

píritu Santo» (DV 7)-. Este «aprendizaje» seguirá existien­do a lo largo de la historia (Ecclesia didicit), ya que, como afirma la Constitución pastoral: «Esta manera apropiada de proclamar la palabra revelada debe seguir siendo la ley (lex) de toda evangelización» (GS 44, 2). El decreto sobre la acti­vidad misionera de la Iglesia, promulgado el mismo día, lle­gará incluso a estipular que, en una situación culturalmente nueva, «los hechos y las palabras reveladas por Dios... se­rán sometidos a un nuevo examen» (Ad gentes, 22). Dios, en efecto, «revelándose y comunicándose él mismo» (DV 2 y 6), se ha entregado por completo como misterio en manos de los hombres, cosa que causa verdaderamente vértigo; un vértigo «teologal», que responde al vértigo producido por la modernidad y a la progresiva toma de conciencia de una hu­manidad mundial de haber recibido en herencia un pequeño planeta, espacio perdido en un universo casi infinito.

. . . DE MANERA COLEGIAL

Se comprende que la única manera de hacer frente -por la fe- a este vértigo es la fraternidad y, si se trata de la autori­dad apostólica, la colegialidad. Y eso antes incluso de que el Concilio afronte la difícil cuestión de qué estatuto dar a esta colegialidad episcopal, y de qué papel y qué libertad conce­der al ministerio petrino dentro de este colegio. En efecto, antes de plantear explícitamente esta cuestión, la marcha co­tidiana del Concilio responde ya a ella y difunde una imagen más o menos creíble en la sociedad.

Ciertamente, se podría pensar que una autoridad impo­ne a toda la Iglesia el resultado de su discernimiento de los signos de los tiempos. Eso es lo que esperaba una parte no despreciable de las comisiones preparatorias. Pero la dife­renciación de los puntos de vista sobre «lo real», que es la característica más notable de la modernidad, y la amena­

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El Vaticano 11 frente a lo desconocido

za que sobre las sociedades humanas han hecho y siguen haciendo pesar los totalitarismos del siglo XX, suscita una conciencia más viva en la Iglesia respecto de una concor­dancia profunda entre, por una parte, la pluralidad contem­poránea de los puntos de vista y el necesario entendimien­to en la búsqueda de lo verdadero, y por otra, la pluralidad pentecostal de las Escrituras y de las Iglesias de la época neotestamentaria. Su capacidad para trabajar en favor de una unidad que, en Cristo, las precede ya, y que sigue sien­do el horizonte espiritual de sus vidas, no se deja reducir a una mera sumisión a la autoridad de la Iglesia de Roma y al ministerio -por otra parte, inalienable- de Pedro; y la sino- dalidad desempeña un papel decisivo en la concordia entre todas las Iglesias particulares. Este principio no excluye en absoluto la capacidad de la autoridad para decidir, sino que, por el contrario, la implica.

En todo caso, Juan XXIII se había impuesto a sí mismo una regla en perfecta concordancia con el principio de pas- toralidad. «El primer deber del Papa es escuchar y callarse para dejar libre juego al Espíritu Santo», le decía al cardenal Suenens12 13. Y en la anotación de su Diario del 19 de noviem­bre de 1962 leemos: «Hoy también escucha interesante de todas las intervenciones. En buena parte son críticas con los esquemas propuestos (cardenal Ottaviani) que, preparados juntos por muchos, revelan, sin embargo, la fijación un poco preponderante de uno solo y la permanencia de una menta­lidad incapaz de desprenderse del tono de la lección esco­lástica. La semi-ceguera de un ojo ensombrece la visión de conjunto. Naturalmente la reacción es fuerte, a veces muy fuerte. Pero yo pienso que el buen entendimiento terminará por prevalecer»^.

12. Cf. ibid., 229, nota 4.13. Angelo Giuseppe Roncalli - Giovanni XXIII, Pater amabilis. Agen-

de del Pontefice. 1958-1963, Bologna 2007, 457.

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En el mundo de hoy

Ahora bien, ¿qué hacer cuando algunos -una minoría no despreciable- se niegan a entrar en esta manera de proce­der, cuestionan las reglas mismas del juego en nombre de un entendimiento «dogmático» anterior, y ponen en marcha una serie de estrategias y contra-estrategias? Este extremo se alcanza varias veces, en part icular el 25 de febrero de 1963, cuando el cardenal Ottaviani se opone al voto de la Comisión mixta sobre el De revelatione y pone en duda la fidelidad del cardenal Bea a la fe católica, y también cuando en no­viembre de 1964 la minoría presenta como irregular el voto orientativo del 30 de octubre sobre la sacramentalidad del episcopado y sobre la colegialidad, y reprocha a la mayo­ría el querer convertir en dogma la opinión de una escuela teológica, argumento que la mayoría había utilizado ya para oponerse a la dogmatizad ón de la teoría de las «dos fuentes» por parte de la minoría.

Lo que se ha desencadenado es, de hecho, un «conflicto paradigmático», que afecta a la interpretación del conjunto de la fe católica. La asamblea conciliar y los dos papas, Juan XXIII y Pablo VI, descubren entonces poco a poco que la adopción de una manera evangélica o colegial de proceder, conforme a la verdad que se busca conjun tamente, no puede en absoluto imponerse como una regla del juego, sino que se deriva de una conversión no programable de todos los par­ticipantes; y que, sin embargo, los únicos «límites» que se imponen a la libertad teologal de esta conversión es la nece­saria eficacia de una asamblea de proporciones desmesura­das y el tiempo de que ella dispone. El «compromiso» será, pues, obligado en cierto número de casos, sin que por eso el carácter profético del Concilio sufra las consecuencias. Pues la manera pentecostal de ser «oídos» dentro de los límites de nuestra historia es la que hablará a los receptores.

Aquí también habrá que esperar al otoño de 1964 para ver codificada esta manera colegial de proceder. Lo será en

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El Vaticano IIfrente a lo desconocido

el número 11 del decreto sobre el ecumenismo, que acom­paña a la Constitución sobre la Iglesia y le da una especie de «clave de lectura» que exige la concordancia entre la verdad y la manera de buscarla juntos: «Así se abrirá el camino que incitará a todos, en una emulación fraterna, a un conoci­miento más profundo y a una presentación más clara de las insondables riquezas de Cristo» (El'3, 8).

¿Y HOY?

Cuando el cardenal Lercaro relee, el 6 de diciembre de 1962, el primer periodo del Concilio, señala que «dos meses de trabajo y de búsqueda verdaderamente humilde, libre y fraternal nos han llevado a un punto en que comprendemos mejor y todos juntos aquello que el Concilio Vaticano II debe proponer a los hombres de este tiempo»14. Cincuenta años más tarde, el reto de «entenderse» acerca de la finali­dad del Concilio sigue siendo el mismo, pero en un mundo que ha cambiado profundamente. El pluralismo radical de los puntos de vista (que suscita el temor a un relativismo ge­neralizado) se ha implantado, en efecto, de forma duradera en las sociedades civiles, y ha abierto paso a la vez a una ra­cionalidad estratégica y administrativa cada vez más difícil de controlar por los Estados democráticos y por la política. Paralelamente, se ha acentuado el repliegamiento de la Igle­sia en Europa, dentro de una cultura postmoderna que se ha alejado enormemente de la tradición eclesial.

El Año de la fe, iniciado para los católicos el 11 de octu­bre de 2012 y clausurado el 24 de noviembre de 2013, ayudó a reflexionar en profundidad sobre la «manera de proceder» de la Iglesia; esa manera que permitió al Concilio triunfar porque había obtenido ya «derecho de ciudadanía» en bue­

14. Acta Synodalia 1/4, 327 (los subrayados son nuestros).

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En el mundo de hoy

na parte de las comunidades, en los diferentes movimientos apostólicos, entre quienes se interesaban por la renovación litúrgica y bíblica y en los medios ecuménicos. En cualquier caso, esta «manera» es la que el Concilio ha legado a los que tengan a bien recibirla. Se la ha entregado como criterio decisivo de su recepción a la vez fiel y creativa: una manera colegial o sinodal de discernir los signos de los tiempos bajo la única autoridad de la Palabra de Dios.

La lectura de la Escritura, preconizada por el Concilio (capítulo sexto de la Dei Verbum) y por la exhortación post­sinodal Verbum Domini (2010), es sin duda la primera de las tres facetas de esta práctica. Pero, a riesgo de volver­se anti-histórica, no puede separarse del discernimiento de los signos de los tiempos practicado por Gaudium ei spes y Dignitatis humarme. Ambos documentos están inseparable­mente ligados, como lo están Cristo Jesús y los «tiempos mesiánicos» inaugurados por él. Ahora bien, es imposible ir hasta el final de estas dos maneras de actuar, basadas en la capacidad de escucha y de aprendizaje y que apuntan a una conversión permanente, sin una iniciación espiritual que dé acceso a la interioridad y, en último término, al «coloquio» entre Dios y el hombre, en la soledad y en la liturgia. Desde el debilitamiento de los movimientos de la Acción Católica, la Iglesia se ha orientado ampliamente hacia una pastoral de los «acontecimientos» que hay que producir, descuidan­do con demasiada frecuencia la tarea pedagógica en pro­fundidad. Esta tarea es evidentemente pluríforme, como lo son también los múltiples puntos de vista sobre lo real que compartimos y confrontamos. Pero obedece a una estructura elemental bien unificada, perfectamente legible en el trabajo del Concilio y en la obra que produjo.

Ante el futuro incierto de Europa y de la tradición cris­tiana, esta «manera» permite quizás superar gran número de oposiciones ideológicas y considerar la presencia de la

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El Vaticano IIfrente a lo desconocido

Iglesia en la sociedad a partir de unos «entendimientos» co­legiales y sinodales basados, como en el Concilio, en una capacidad de escucha cada vez mayor y en un aprendizaje continuo en beneficio de una «manera adecuada de anunciar el Evangelio de siempre». No corresponde al «gobierno pas­toral» de la Iglesia imponer un punto de vista, sino actuar en favor de una conversión individual y colectiva que no se puede exigir, ya que depende de la gracia, de la «extraordi­naria gracia» de Dios.

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Esta recopilación de textos fue realizada por Edizioni Qiqajon y se publicó en 2015 en italiano con el título Lo stile delta vita cristiana

Cubierta diseñada por Christian Hugo Martín

Traducción de Luis Rubio Moránsobre el original francés Paroles humaines, Parole de Dieu

© Éditions Salvator, París 2015 Yves Briend Éditeur S.A.

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CONTENIDO

Introducción. Palabras humanas, Palabra de Dios ............ 9

Primera parte LAS ESCRITURAS HOY

La Palabra como Cristo....................................................... 17Cuando el acto de leer las Escrituras conduce a la oración 29El tiempo del fin es ahora. Una lectura del Apocalipsis .... 49

Segunda parte LA IGLESIA HOY

Una Iglesia siempre naciente .............................................. 61¿Elabéis dicho «vocación»?................................................. 67Una espiritualidad de la hospitalidad .................................. 73

Tercera parteEN EL MUNDO DE HOY

El Concilio Vaticano II frente a lo desconocido. La aven­tura de un discernimiento colegial de los «signos de lostiempos» ......................................................................... 87

Sobre el gusto y la satisfacción de vivir como ciudadano.Punto de vista de un teólogo.......................................... 103

El principio de gratuidad. Una respuesta cristiana al desa­fío ecológico ................................................................... 121

La conversación espiritual hoy. Una experiencia pastoral .. 131

Origen de los textos ............................................................. 153

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