el concilio nuevo comienzo
DESCRIPTION
Libro relacionado con la religiónTRANSCRIPT
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EL CONCILIO, NUEVO COMIENZO
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KARL RAHNER
EL CONCILIO,NUEVO COMIENZO
Con una introduccin delcardenal Karl Lehmann
Bajo la direccin deAndreas R. Batlogg y Albert Raffelt
Traduccin de Alejandro Esteban Lator Rosy Marciano Villanueva Salas
Herder
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Ttulo original: Das Konzil, ein neuer BeginnTraduccin: Alejandro Esteban Lator Ros, de la obra de Karl Rahner,
Das Konzil, ein neuer Beginn.Marciano Villanueva Salas, de la Introduccin y del Eplogo.
Diseo de la cubierta: Gabriel Nunes
2012, Verlag Herder GmbH, Friburgo de Brisgovia 1966, 2012, Herder Editorial S. L., Barcelona
ISBN: 978-84-254-3115-9
La reproduccin total o parcial de esta obra sin el consentimiento expreso de los titulares del Copyright est prohibida al amparo de la legislacin vigente.
Imprenta: XXXXXXXX Depsito legal: B - XXXX - 2012Printed in Spain - Impreso en Espaa
Herderwww.herdereditorial.com
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ndice
Introduccin 9
del cardenal Karl Lehmann
El Concilio, nuevo comienzo 23
Conferencia a propsito de la clausura
del Concilio Vaticano II,
el 12 de diciembre de 1965, en Mnich
Eplogo 63
de Andreas R. Batlogg y Albert Raffelt
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INTRODUCCIN
Cardenal Karl Lehmann
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Cuando se inaugur el Concilio Vaticano II, el 11 de
octubre de 1962, Karl Rahner contaba con 59 aos
de edad. Gozaba de prestigio internacional, debido
sobre todo a los cinco volmenes, hasta entonces pu-
blicados, de sus Schriften zur Theologie (1954-1962),
a sus aportaciones para la organizacin de las cien-
cias o a la coleccin de estudios de teologa pastoral
Sendung und Gnade [Misin y gracia], editada en
una etapa inmediatamente preconciliar y traducida a
varios idiomas (1959, 41966). Se hallaba sin duda en el
momento culminante de su carrera como dogmtico
e historiador de los dogmas. Supo, al mismo tiempo,
ganarse un amplio crculo de lectores a travs de
sus libros de espiritualidad, repetidas veces editados,
entre ellos Worte ins Schweigen [Palabras en el silen-
cio], Von der Not und dem Segen des Gebetes [De
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Introduccin
la necesidad y la bendicin de la oracin] o Maria,
Mutter des Herrn [Mara, madre del Seor].
A comienzos de los aos sesenta Rahner gozaba de
tanta fama que, por una parte, eran muchos los que es-
peraban como algo evidente su colaboracin en el con-
cilio.1 Pero distaba mucho, por otra parte, de ser una
pgina en blanco y ya desde los inicios de la dcada
de los cincuenta haba tenido diversas difi cul tades
con Roma que, por lo dems, se resolvan no pocas
veces al norte de los Alpes. Rahner estaba cata logado
como telogo progresista y haba sido denunciado,
a veces incluso por miembros de su propia Orden. Se
hallaba, por as decirlo, bajo observacin.
Pero a Karl Rahner no se le poda sencillamente
dejar de lado. El 22 de marzo de 1961 fue nombrado
consultor de la Comisin preparatoria para la disci-
plina de los sacramentos. En octubre de 1961, el car-
denal Franz Knig de Viena solicit su asesoramiento
para la seleccin y clasificacin de los materiales
1. Cf. H. Vorgrimler, Karl Rahner verstehen. Eine Einfh-rung in sein Leben und Denken, Friburgo, Herder, 1985, p. 117 [trad. cast.: Entender a Karl Rahner. Introduccin a su vida y su pensamiento, Barcelona, Herder, 1988].
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Introduccin
para la preparacin del concilio. Pero poco antes del
inicio del concilio se tom una medida sorprendente.
Con ocasin de la celebracin del Katholikentag de
Austria, el 1. de junio de 1962, Karl Rahner haba
tenido una intervencin muy comprometida bajo el
ttulo Lscht den Geist nicht aus! [No apaguis el
espritu!]. Pocos das despus (el 7 de junio de 1962)
se le comunicaba que en adelante quedaba sujeto a
una censura romana previa (a cargo de la direc-
cin general de la Orden). Se reduca as, en cierto
modo, su influencia en relacin con el concilio o
incluso se le descalifi caba.2 Fueron muchos los que
se manifestaron a favor de la supresin de esta me-
dida, que era de facto, aunque no formalmente, una
prohibicin de escribir.3 Al fondo se encontraba el
Santo Ofi cio, hoy Congregacin para la Doctrina de
2. Cf. K. Lehmann, Karl Rahner, en Bilanz der Theo-logie im 20. Jahrhundert. Bahnbrechende Theologen, ed. por H. Vorgrimler y R. Vander Gucht, Friburgo, Herder, 1970, pp. 143-181, aqu 148. Ofrece una reelaboracin fundamental de este texto la introduccin a Rechenschaft des Glaubens. Karl Rahner-Lesebuch, bajo la direccin de K. Lehmann y A. Raffelt, Friburgo, Herder, 1979 y otros, nueva edicin 2004, pp. 13*-53*, aqu 17*.
3. Detalles en ibd.
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Introduccin
la Fe, y ms en concreto el cardenal Alfredo Otta-
viani, que ms adelante lleg a un perfecto entendi-
miento con Rahner. Se puso en marcha una accin
solidaria sin precedentes, en parte organizada por
la Paulus-Gesellschaft,4 que cont incluso con el
apoyo del canciller federal Dr. Konrad Adenauer.
Finalmente, Juan XXIII se distanci de una manera
indirecta de la actitud del cardenal Ottaviani, que
evidentemente haba sido mal aconsejado y se haba
apuntado al bando de los que el papa Juan XXIII,
en su discurso de apertura del concilio,5 califi caba
de profetas de calamidades6 (profeti di sventura). En
4. Cf. E. Kellner, Karl Rahner und die Paulus-Gesell-schaft, en P. Imhof y H. Biallowons (dirs.), Karl Rahner. Bilder eines Lebens, Zrich, Friburgo, Benziger, Herder, 1985, pp. 57-59. Cf. K. Rahner, Schriften zur Theologie, vol. 5, Einsiedeln, Benziger, 1962, Widmung und Vorwort (pp. 7s.).
5. Alocucin del papa Juan XXIII en la inauguracin del Concilio Vaticano II (11 de octubre de 1962), en L. Kaufmann y N. Klein, Johannes XXIII. Prophetie im Vermchtnis, Friburgo, Exodus, 21990, pp. 116-150, aqu 126.
6. Merece la pena sealar la circunstancia de que una suerte parecida sufri Henri de Lubac sj, y que a dos de los ms eminentes escrituristas del Pontifi cio Instituto Bblico, Stanislas Lyonnet sj (1902-1968) y Max Zerwick sj (1901-1975), se les priv, de 1962 a 1964, de la licencia para la docencia. Estas medidas fueron aboli-das tras la eleccin de Pablo VI. El P. Zerwick fue, por lo dems,
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Introduccin
todo caso, el 24 de septiembre de 1962 Karl Rahner
fue ofi cialmente designado telogo del concilio. El
6 de diciembre de 1962, el cardenal Knig lo llev
consigo a la Comisin Central, sin que esta decisin
provocara difi cultades.
La dedicacin de Karl Rahner al concilio y por el
concilio ha sido ya detalladamente valorada en varios
lugares.7 Se entreg al trabajo hasta el agotamiento
fsico. Para l se trataba de un servicio incuestiona-
ble, una colaboracin desinteresada y oculta en pro
de la Iglesia.
en 1967, el segundo dictaminador de mi tesis doctoral teolgica Resucitado al tercer da segn la Escritura.
7. Cf., adems de las exposiciones de la historia del con-cilio (G. Alberigo y K. Wittstadt), especialmente G. Wassilowsky, Universales Heilssakrament Kirche. Karl Rahners Beitrag zur Ekklesio logie des II. Vatikanums, Innsbruck, Tyrolia, 2001 (Inns-brucker theologische Studien, 59); H. Vorgrimler, Karl Rahner ver-stehen, Friburgo, Herder, 1985 (libro de bolsillo 1988) [trad. cast.: Entender a Karl Rahner. Introduccin a su vida y su pensamiento, Barcelona, Herder, 1988]; dem, Karl Rahner, Darmstadt, Pri-mus, 2004; K. H. Neufeld, Die Brder Rahner, Friburgo, Herder, 22004; U. Bentz, Jetzt ist noch Kirche. Grundlinien einer Theologie kirchlicher Existenz im Werk Karl Rahners, Innsbruck, Tyrolia, 2008 (Innsbrucker theologische Studien, 80, con bibliografa); Glaube im Prozess. Christsein nach dem II Vatikanum. Fr Karl Rahner, dir. por E. Klinger y K. Wittstadt, Friburgo, Herder, 1984.
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Introduccin
Karl Rahner estaba marcado por una increble dis-
posicin a aportar al concilio todos los trabajos que
llev a cabo. Pero lo entenda siempre como un ofre-
cimiento, como una invitacin a insertarse de este
modo en la Iglesia. Es decir, admitiendo que la pro-
puesta de un texto poda sufrir modifi caciones radi-
cales o que una redaccin poda ser rechazada. Esto
era para l algo evidente y nunca se mostr amargado
ni contrariado.8
La mentalidad, actualmente muy difundida, de vi-
gilar celosamente el copyright9 le resultaba total-
mente ajena, tanto a l como a la mayor parte de su
generacin me viene aqu el recuerdo de algunos
jesuitas alemanes en el concilio, como Alois Grill-
meier, Johannes B. Hirschmann, Otto Semmelroth
y otros.
8. K. Lehmann, In der Nhe Karl Rahners, en dem, Es ist Zeit, an Gott zu denken. Ein Gesprch mit Jrgen Hoeren, Friburgo, Herder, 2000, pp. 161-166, aqu 164s.
9. A. R. Batlogg, Karl Rahners Mitarbeit an den Kon-zilstexten, en F. X. Bischof y St. Leimgruber (dirs.), Vierzig Jahre II. Vatikanum. Zur Wirkungsgeschichte der Konzilstexte, Wurzburgo, Echter, 22005, pp. 355-376, aqu 360.
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Introduccin
Yo haba ledo los escritos de Karl Rahner ya an-
tes del concilio, y a partir de 1956 tuve varios encuen-
tros personales con l en el Collegium Borromaeum,
el seminario teolgico de Friburgo, con ocasin de
conferencias y disertaciones. Tuve la oportunidad
de conocerlo muy de cerca en Roma, durante el con-
cilio, en mi condicin de estudiante del Germanicum
donde l resida. Como paisano, me solicitaba peque-
os favores. Ms tarde fui nombrado bibliotecario
mayor. Karl Rahner solicit mi ayuda repetidas veces
cuando se trataba de copiar textos y ms adelante de
redactarlos, de preparar copias, ocuparse del material
de ofi cina y cosas parecidas. Finalmente, a bordo de
un taxi y provisto de una maleta, distribu por toda
Roma textos en las diferentes residencias de cada
una de las conferencias episcopales. Bajo mano,
as qued establecido, me convert en una especie
de ayudante cientfi co para l.10
De estos servicios surgi una estrecha vincu-
lacin, de modo que sin yo saberlo ni apro-
barlo Karl Rahner concert con mi arzobispo,
10. D. Deckers, Der Kardinal. Karl Lehmann. Eine Bio-graphie, Mnich, Pattloch, 2002, p. 101.
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Introduccin
Dr. Hermann Schufele, que una vez terminados mis
estudios romanos, de 1964 a 1968, pasara a ser su
asistente y me trasladara con l a Mnich y ms tarde
a Mnster.11 As fue como pude, antes, durante y des-
pus del Concilio Vaticano II, aunque desde muy
diversas posiciones (desde pequeos servicios de cor-
tesa hasta la asistencia cientfi ca), estar al lado de Karl
Rahner en el curso de sus trabajos por el concilio.
Estuve tambin presente, e incluso pude colabo-
rar un poco, el 12 de diciembre de 1965, en el gran
discurso de Karl Rahner aqu reimpreso, El concilio,
nuevo comienzo, en la ceremonia con ocasin de la
clausura del concilio, en la Herkulessaal de la resi-
dencia de Mnich. Fue un acontecimiento que caus
una profunda impresin en la capital de Baviera. Los
das siguientes estuve enteramente desbordado en la
ofi cina ante las peticiones del manuscrito del discur-
so, que dimos rpidamente a la imprenta. Uno de
los distinguidos solicitantes, Hans-Jochen Vogel,
por aquel entonces Alcalde de Mnich, me confes por
telfono: Si lo que dijo Karl Rahner responde a la
11. Cf. D. Deckers, Der Kardinal..., op. cit., p. 126.
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Introduccin
realidad, se abre un futuro enteramente nuevo para
la Iglesia. El texto fue publicado en enero de 1966
y conoci en muy poco tiempo varias reediciones.
Tras una actitud de reserva inicial,12 el concilio se
convirti en el tema de la vida de Karl Rahner, como
demostr, por ejemplo, la coleccin, ya disponible
en 1966, organizada junto con H. Vorgrimler, de to-
das las constituciones, decretos y declaraciones con-
ciliares, bajo el ttulo Kleines Konzilskompendium
[Pequeo compendio del concilio], que todava se
sigue publicando (352008) y se mantiene como obra
de consulta imprescindible.
12. Cf., a este propsito, una temprana manifestacin de Karl Rahner sobre las perspectivas del concilio, el 17 de febrero de 1959, en H. Vorgrimler, Karl Rahner verstehen, op. cit., pp. 171s.: No me sorprende que la opinin dominante hasta ahora en muchos crculos romanos es que hoy da ya no es posible un concilio. En realidad, yo mismo comparta a medias esta opinin. Ya por simples razones de tcnica parlamentaria. Pero si estas difi -cultades son superables y se superan de hecho, un nuevo concilio podra poner en marcha y signifi car una notable dinmica contra el centralismo unilateral de la Iglesia de los ltimos decenios, siempre en el supuesto de que contemos con sufi cientes obispos con opinin propia. Confi emos, pues, en que del concilio saldr algo (Carta a Vorgrimler). Cf. tambin K. Rahner, Zur Theo-logie des Konzils, en Schriften zur Theologie, vol. 5, Einsiedeln, Benziger, 1962, pp. 278-303.
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Introduccin
Karl Rahner despert un gran entusiasmo tam-
bin por la brillante retrica de su conferencia. Esta
afi rmacin conserva su validez tambin en nuestros
das, sobre todo porque este texto se ha conservado
en la viva voz de Rahner en documento magneto-
fnico.13 Ello no obstante, en medio de aquel clima
exultante Karl Rahner se mantuvo inusualmente so-
brio y contenido, pues no hablaba solo de un nuevo
comienzo sino, una y otra vez, del inicio del inicio.
Saba cun difcil haba de resultar la realizacin prc-
tica del concilio.
La preocupacin por la implantacin del Vati-
cano II mantuvo activo a Karl Rahner hasta los l-
timos aos de su vida, y a veces fue acompaada de
tonos un tanto speros cuando consideraba que
se pasaban por alto o que incluso, en su opinin, se
traicionaban las intenciones conciliares.14 Agradezco
13. Cf. K. Rahner, Das Konzil, ein neuer Beginn: Festrede... gehalten beim Festakt anlsslich der Beendigung des II. Vatikani-schen Konzils im Herkulessaal der Residenz in Mnchen am 12. Dez. 1965, Maguncia, Matthias Grnewald, 1995, discos compac-tos y otras disertaciones: K. Rahner, Berhrt vom unendlichen Geheimnis, Maguncia, Matthias Grnewald, 2004, 3 cd.
14. Sobre este punto, en conjunto, cf. K. Lehmann en
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Introduccin
a mis dos colegas del grupo de editores de las Smtli-
che Werke [Obras completas] de Karl Rahner, el Dr.
Andreas R. Batlogg sj y el profesor Dr. Albert Raffelt,
que hayan hecho de nuevo accesible este importante
texto de Karl Rahner y lo hayan adems analizado y
contextualizado en su instructivo eplogo dentro de
una pequea serie, apreciada por numerosos lectores
y lectoras, para quienes son desconocidas algunas de
las motivaciones ltimas de la vida y la obra de Karl
Rahner.15 Los breves textos de Karl Rahner son una
invitacin a adentrarse en su gran obra, de la que puede
sentirse orgullosa no solo su Orden sino la Iglesia
entera. La contribucin de los telogos al Vaticano II
fue insustituible. An hoy nos alimentamos de ella.
Rechenschaft des Glaubens, pp. 44*s.; dem, Thesen zur Diag-nose des Getto-Verdachts, en K. Lehmann y K. Rahner (dirs.), Marsch ins Getto? Der Weg der Katholiken in der Bundesrepublik, Mnich, Ksel, 1973, pp. 107-116; dem, Was bleibt von Karl Rahner? Theologische Programmatik fr heute und morgen, Mnich, Friburgo, 2009 (Rahner Lecture 2009), pp. 15-30 [www.freidok.uni-freiburg.de/volltexte/6501].
15. La serie, ejemplarmente asesorada por el Dr. Peter Suchla de la Editorial Herder de Alemania, consta hasta el momento de cinco pequeos volmenes; cf. Gotteserfahrung heute (2009, 22010); Der Priester von heute (2009; 22010); Warum lsst uns Gott leiden? (2010, 22010); Kirche der Snder (2011).
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Introduccin
La conferencia de Karl Rahner, aqu nuevamente
impresa, El concilio, nuevo comienzo, del 12 de
diciembre de 1965 en Mnich, es para m un recuerdo
inolvidable.16 Se la lee hoy da como sabor anticipa-
do de lo que a partir de entonces deba producirse
y debe seguir producindose. En nuestra situacin
actual, y a la vista de las prximas celebraciones con
ocasin del 50. aniversario del concilio, adquiere
una nueva signifi cacin: con la mirada puesta en las
tareas futuras, testifi ca una gran modestia (inicio
del inicio), pero el entusiasmo todava ardiente por
este concilio resulta til para una nueva confi anza
de la que, en el momento presente, tenemos urgente
necesidad.
Cardenal Karl Lehmann
Maguncia, diciembre, 2011
16. Para una ulterior profundizacin, cf. K. Rahner, Das neue Bild der Kirche, en Geist und Leben 39 (1966), pp. 4-24 (publicado tambin como edicin especial); con posterioridad, dem, Schriften zur Theologie, vol. 8, Einsiedeln, Benziger, 1967, pp. 329-354 (aparecer en 2012, en el vol. 21 de las Smtliche Werke).
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Conferencia a propsito de la clausura del Concilio Vaticano II,
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El concilio ha terminado. Cada vez que llega a su trmino alguna cosa buena, se detiene uno con satis-
faccin, al mismo tiempo que, con extraeza, cierta in-
quietud y preocupacin ante el misterio de la historia, se
pregunta: qu ha sucedido en realidad? Qu va a suce-
der ahora? As tambin, al fi nal del concilio nos pregun-
tamos: qu ha sucedido? En qu punto nos hallamos?
Qu hay que esperar?
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I
Qu ha sucedido? Qu ha habido? Un concilio de
la santa Iglesia catlica romana. Ha estado la Iglesia
a la altura de esta hora que le haba sido otorgada por
Dios? Si preguntamos as y respondemos afi rmati-
vamente, esta respuesta no signifi ca sino una obli-
gacin de dar gracias a Dios por su bondad, con la
mente y con el corazn. En efecto, haber estado a
la altura de esta hora, haberla superado, es una vez
ms pura bondad y gracia de Dios. Qu ha habido,
pues? Un concilio. Este mero hecho tiene ya no
poca importancia. Cierto que hoy es todava difcil
decir si tambin en el futuro se podr proyectar y
poner efi cazmente en prctica el principio sinodal
y colegial de la Iglesia precisamente en la forma de
este y de anteriores concilios, o si el recin fundado
consejo episcopal en el caso de que no se limite a
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El Concilio, nuevo comienzo
proceder en forma meramente consultiva desem-
pear su quehacer ahora ya casi imposible de
llevar tcnicamente a trmino en la forma de ante-
riores concilios y, sin embargo, ser un concilio
en cuanto a su esencia teolgica y hasta se reunir
con relativa frecuencia.
Sin embargo, el que este concilio haya sido un
hecho, el que durante largo tiempo haya constituido
el centro del acontecer eclesistico y haya osado
ocuparse de cuestiones cruciales, esto solo tiene ya
enorme importancia teolgica para la idea que la Igle-
sia se forma de s misma en la teora y en la prctica.
En efecto, se ha manifestado que el principio colegial
y sinodal de la Iglesia no obstante tener esta su
cabeza en el sumo pontifi cado no deja de ser una
magnitud de poder real en la Iglesia, que ha vuelto
a salir ms claramente a la luz si eventualmente se
haba oscurecido.
El concilio ha mostrado que la Iglesia, en la
misteriosa unidad de estructura personal y colegial
garantizada en el fondo, nicamente por el Esp-
ritu de Dios, representa una magnitud de derecho
constitucional que no se puede comparar con todas
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El Concilio, nuevo comienzo
las dems formas sociales profanas, posibles y exis-
tentes. Por eso es un misterio de fe que desborda
toda democracia y todos los sistemas autoritarios,
con su respectiva problemtica. Y hasta podramos
preguntarnos si esta forma de actuacin conciliar no
podr incluso tener importancia para el futuro pro-
fano, como problema y como ltima meta, aun en el
sentido de poltica social, cuando la sociedad masiva
del maana se pregunte cmo se pueden conciliar en
ella la libertad y la unidad.
Ha habido un concilio: una asamblea constituida
que ha mostrado su propia iniciativa, mltiple,
espontnea y libre; una iniciativa que se ha puesto en
prctica y que ha sido respetada incluso por el prima-
do de la Iglesia, el cual, si bien ha intervenido como
cabeza, conforme a la concepcin de la fe catlica,
sin embargo, se ha guardado de rebajar a la comu-
nidad de sus hermanos en el episcopado al nivel de
una asamblea que se limitara a asentir con aplauso a
sus proposiciones. Precisamente segn la concepcin
de la fe catlica, la colaboracin entre el papa y el
concilio no se puede institucionalizar adecuadamen-
te en meras formas jurdicas de procedimiento, por
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lo cual ha dado lugar inevitablemente a momentos
y acontecimientos dolorosos y turbios. As se pone
de manifi esto, tanto en el acontecer mismo como en
el resultado, que la Iglesia, no solo en teora, sino
tambin cuando obra en concreto, no se rige a s
misma, sino que, por encima de toda administracin,
es guiada por el Espritu, y que as se mantiene una,
en la imprevisible pluralidad de sus estructuras per-
sonales y colegiales, gracias al milagro del Espritu
y no en virtud de la letra sola.
Ha habido un concilio en libertad y caridad.
Ciertamente, ha obrado con la libertad que en to-
dos los miembros del concilio se sabe ligada a la
inquebrantable confesin de Dios, de Jesucristo, de
su gracia, como tambin al dogma, que, aunque in-
variable, puede la Iglesia profundizarlo, aumentando
as la inteligencia de la fe. Ha sido, s, un concilio con
libertad. Ciertamente, yo mismo he podido husmear
en casi todas las trastiendas del concilio. Conozco lo
humano, las fl aquezas, las limitaciones, las presun-
ciones y cosas por el estilo que se dan all donde los
hombres no dejan de ser hombres y precisamente
como tales hacen la obra de Dios. Pero puedo dar
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fe de que hubo realmente libertad, una libertad con
la que por todas partes se procuraba servir a la causa
de Dios, a la verdad y a la caridad. Quien no puede
ver esto en su adversario demuestra, por el hecho
mismo, su propia estrechez de miras y su partidismo,
cosa que puede darse aun en un vanguardista, ya que
la providencia de Dios reparte con benigna sonrisa
casi por igual en todas las direcciones la virtud y la
miseria humanas.
Pero lo que verdaderamente asombra y maravilla,
en el sentido de la historia del espritu en este con-
cilio celebrado en libertad, es que en medio de esta
libertad se pudo llegar a una asercin comn y a una
decisin comn. No puede decirse que esto ocurra
con frecuencia en nuestros das. En todas partes, y
hasta en el campo de la teologa, se puede observar
hoy con consternacin que la libertad es disolvente
y que una obra poderosa de pensamiento o de accin
solo puede llevarse a cabo a fuerza de brazos. El con-
cilio ha mostrado que, mediante la gracia de Dios,
no ha de suceder necesariamente as. Naturalmente,
en algunos momentos esta unidad y esta libertad no
se han alcanzado sin largos y laboriosos esfuerzos;
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incluso ha sido preciso dejar pendientes algunas
cuestiones o zanjar algn problema a base de lo que a
primera vista podra parecer un compromiso. Pero, al
fi n y al cabo, se ha realizado efectivamente verdadera
unidad con autntica libertad. Por ello me gustara
invitar a los crticos escpticos del concilio, dentro
y fuera de la Iglesia, a que se preguntaran, antes de
permitirse cualquier crtica, en qu otro lugar es posi-
ble todava hoy tal unidad en medio de la libertad en
el ejercicio del pensar y de la conviccin, incluso
en la dimensin de las Iglesias y de sus teologas.
Nos hallamos ante un fenmeno de la historia del
espritu que no se puede explicar nicamente por los
presupuestos ideolgicos y sociolgicos de la
Iglesia, en cuanto son asequibles a la experiencia. Se
ha patentizado el hecho de que en la Iglesia la unidad
y la fi delidad a su propia historia no deben petrifi -
carse, degenerando en un inmovilismo rgido, y que
la libertad del pensar no degenera necesariamente en
confusin y en pura palabrera.
Ha habido un concilio catlico romano. La fe de
esta Iglesia, nuestra fe, fue la ley y el centro de este
concilio. Quien hubiera esperado otra cosa, quien
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hubiera credo que en el concilio haba de ponerse
todo en tela de juicio, que se tena que aspirar a una
unidad sin compromiso, que el dogma del pasado se
haba de sacrifi car a la opinin corriente y fcilmente
variable del hombre de la calle, en lugar de alcanzar
la universalidad que le es propia, partiendo de su
propio espritu dentro de nuestra inteligencia de la
fe; quien con esta actitud, decimos, hubiera enfocado
el concilio, se habra formado desde un principio una
idea errnea de un concilio de nuestra Iglesia. As
pues, si alguien se extraa de que no haya salido
como se dice del concilio lo que l esperaba, a
nosotros no tiene por qu extraarnos. Este con-
cilio ha sido, incluso en esta misma catolicidad y
en una medida inconcebible todava poco antes de
celebrarse, un concilio de responsabilidad ecum-
nica. Y esto no solo porque se hallaban presentes y
desempeaban un papel efectivo los observadores
de las otras Iglesias y comunidades cristianas, por-
que hay un decreto sobre el ecumenismo, porque,
a las antiguas controversias teolgicas que impiden
la realizacin de la unidad de todos los cristianos
(a las que, si no podemos cerrar los ojos, no es por
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obstinacin, sino por el deber que nos impone la fe),
se guard de aadir otras nuevas evitando formu-
lar decisiones de fe definitivamente obligatorias.
Ni tampoco se manifest este espritu ecumnico
sencillamente porque en todas las declaraciones se
puso constantemente empeo en tener presentes
a los cristianos no catlicos y su propia teologa
en cuanto se pudo lograr esto sin traicionar la pro-
pia conviccin de fe, sino porque el concilio ampli
con gran ahnco su propia inteligencia explcita de la
fe hasta la dimensin del dilogo con otros cristianos,
expresando en nueva forma y con claridad verdades
cuya importancia para una teologa ecumnica del
futuro no se puede apreciar todava. Me refi ero, por
ejemplo, a aserciones sobre el principio sinodal en
la Iglesia, sobre la importancia de lo carismtico
en ella, sobre la comunidad local en cuanto Iglesia,
sobre la posibilidad de salvacin de los no cristia-
nos, sobre la jerarqua, es decir, la diferente im-
portancia de las verdades de fe, incluso las ya defi -
nidas, sobre la Escritura, a la que sirven la Iglesia y
el magisterio, sobre el sacerdocio universal, sobre el
pluralismo de teologas con igualdad de derechos en
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una misma Iglesia, sobre la libertad personal de la
fe, sobre la importancia y el derecho de una teologa
histrica crtica, sobre la falsedad de la teora de una
moral y una santidad de dos pisos, una superior y
otra inferior, en la Iglesia, sobre la importancia del
culto y de la liturgia, etctera.
Este concilio ha sido adems, sin duda alguna, el
que ms ha trabajado entre todos los concilios ha-
bidos hasta ahora. Un concilio que ha abordado tan
grandes quehaceres y una temtica tan importante
como no lo haba hecho concilio alguno. No hay
que objetar que esto es debido a las posibilidades
tcnicas de hoy da, en comparacin con las de otros
concilios. Cierto que ya en el tiempo de la prepara-
cin del concilio se haba trabajado a fondo, mucho
y de muchas maneras, quiz demasiadas. Pero, si se
tienen presentes las ideas que acerca del desarrollo
del concilio se formaban no pocos crculos, incluso
romanos, se comprender el sentido de la frase que
acabamos de formular. En efecto, se crea que el
concilio solo tendra que codifi car algunas ideas en
forma algo ms solemne que antes, y que el trabajo
propiamente dicho estaba ya hecho antes de que
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comenzase el concilio. Pero no fue as. Sera falta de
visin y desagradecimiento rebajar lo que realmente
se efectu, como si careciera de valor. Se volvi a tra-
bajar de nuevo desde la base. Evidentemente, hubo
que practicar una seleccin y limitar temticamente
los quehaceres del concilio, y no se puede negar que,
en medio de la tarea llevada efectivamente a cabo,
hubo de dejarse algo al azar por lo que hace a la
inclusin o exclusin de temas. Pero esta asamblea
de la Iglesia universal, aun teniendo en cuenta esta
restriccin, se aplic, ms que ningn concilio del
pasado, a un conjunto de tareas que en gran manera
coinciden con el quehacer mismo de la Iglesia. Para
hacernos cargo de ello, basta dar una ojeada a los
temas del concilio ordenndolos sistemticamente:
1) La idea fundamental que la Iglesia tiene de s mis-
ma: en la constitucin eclesistica Lumen gentium.
2) La vida interna de la Iglesia:
a) su munus sanctifi candi, o sea, la liturgia: en la
constitucin De sacra liturgia;
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b) su munus regendi: en el decreto sobre los obispos
De pastorali episcoporum munere in ecclesia y en
el decreto sobre las Iglesias catlicas orientales;
c) su munus docendi: en la constitucin dogm-
tica sobre la divina revelacin (con las pginas
dedicadas a la Escritura, tradicin y magisterio)
y en la declaracin sobre la educacin cristiana;
d) sus estados: en los decretos sobre los sacerdo-
tes, su ministerio, su vida, y tambin su forma-
cin; en el decreto sobre la oportuna renovacin
de la vida religiosa y en el decreto sobre el apos-
tolado de los laicos.
3) La misin de la Iglesia al exterior:
a) su relacin con la cristiandad no catlica: en
el decreto sobre el ecumenismo y en el decreto
sobre las Iglesias orientales (catlicas);
b) su relacin con los no cristianos: en la declara-
cin sobre las religiones no cristianas (compren-
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didos los judos) y en el decreto sobre la actividad
misionera de la Iglesia;
c) su relacin con la actual situacin profana del
mundo en general: en la constitucin pastoral
Sobre la Iglesia en el mundo de hoy y en el decre-
to sobre los medios de comunicacin social;
d) fi nalmente, su relacin con el pluralismo ideo-
lgico de la actualidad: en particular, en la decla-
racin Sobre la libertad religiosa.
Dando un vistazo a esta temtica, se puede afi rmar
que la Iglesia se ha planteado lo mejor que ha podido
los problemas con que se enfrenta hoy da; que los
planteamientos que en un principio parecan muy
dispersos se han agrupado formando verdadera uni-
dad. Esta temtica no se puede atribuir a un movi-
miento de introversin de la Iglesia. Cierto que en
todas estas notifi caciones habla de s misma, pero
en sus palabras se refl eja la preocupacin acerca de
la manera como ella misma puede servir a Dios, al
hombre, al mundo y a su historia. Para terminar,
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diremos con toda claridad, una vez ms, que este
concilio ha sido la primera asamblea eclesistica tan
ecumnica que se la puede llamar un concilio de la
liturgia y un concilio de las misiones.
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II
Y ahora, ahora qu? Se puede afi rmar que la
Iglesia ha llevado a cabo el aggiornamento que haba
fi jado como tarea del concilio? Se puede decir que
ahora, con nuevas fuerzas juveniles y con nuevos ni-
mos, puede enfrentarse con el vasto y desconocido
futuro que, lleno de promesas y de amenazas mor-
tales, le sale al paso como el futuro de la humanidad
una, con su nmero inmenso, su automanipulacin
activa, su superior organizacin social, su tcnica ra-
cionalizada y automatizada, sus fi nes extraterrestres?
Pues bien, esto no se puede ni se debe decir. Nada
sera ms peligroso que semejante entusiasmo. El
concilio ha puesto las bases para el aggiornamento,
para la renovacin, y hasta para la penitencia y la
conversin que se imponen constantemente: es el
incio del inicio. Y esto no es poco. De todos modos,
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es solo el inicio del inicio. Todo, casi todo es to-
dava letra, de la que puede brotar espritu y vida,
servicio, fe y esperanza, pero no brotar espont-
neamente. La Iglesia ha reconocido un quehacer que
todava debe cumplirse. Y esta Iglesia somos todos
nosotros.
Inicio del inicio. Para qu? Naturalmente, como
se haba dicho siempre y se haba vivido siempre,
para ir a Jesucristo, ayer, hoy y por toda la eterni-
dad, para su gracia, que es la sola que salva y abre
el acceso al Dios vivo. Pero inicio del inicio en tal
forma que Jesucristo y su Iglesia entran realmente
en contacto con este tiempo de hoy y de maana.
Por consiguiente, inicio del inicio de una Iglesia de
la indebida y gratuita gracia de Dios, de una Iglesia
de nuestro Seor y Salvador, de una Iglesia de la
palabra de Dios, de la fraternidad, de la esperanza,
de la caridad humilde y del servicio, del gozo en
el Espritu Santo; de una caridad que supera toda
pura legalidad, para una Iglesia que ve concretrse-
le su propio ser ms profundo y su propia tarea en
funcin de las ansias secretas y de la miseria de la
poca, que por esto mismo aprende cuando ensea,
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recibe cuando da, domina cuando se limita a servir;
principio, por tanto, de una Iglesia que exista ya,
pero que constantemente empieza por el hecho de
volverse siempre de nuevo a su nico origen, que es
tambin el comienzo y el Seor de la historia univer-
sal, por quien la Iglesia se deja guiar hacia el futuro.
Para que de este comienzo resulte un principio real
y concreto, hay todava mucho que hacer, casi todo
est por hacer.
Las instrucciones de la constitucin sobre la
liturgia deben convertirse todava en formas con-
cretas de culto, y luego en vida concreta de oracin
de la Iglesia, en adoracin de Dios en espritu y en
verdad. Ahora es cuando debe comenzar realmente
el dilogo ecumnico, paciente, humilde, animado,
esperanzado y valiente. Todava no existen los dico-
nos, cuya existencia en la Iglesia el concilio ha hecho
de nuevo posible. Todava ha de mostrar el consejo
episcopal que puede realizar de hecho en forma
nueva y viva el principio personal y sinodal en la
Iglesia. Todava deben codifi carse las prometidas
reformas de la curia romana, y sobre todo deben
convertirse en algo realmente vivo. Todava harn
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falta largos aos de trabajo hasta que se haya creado
el nuevo derecho cannico que responda al espritu y
a la letra de este concilio. Todas las sabias y animosas
normas sobre la educacin de los seminaristas, sobre
la accin sacerdotal y la accin de los obispos, sobre
el colegio episcopal, deben concretarse jurdicamente
y, sobre todo, deben cobrar vitalidad en la prctica de
la Iglesia. La vida religiosa no est renovada porque
exista un decreto en este sentido; el laico, sostenido
por el sacro sacerdocio comn, por su mayora de
edad, su corresponsabilidad y la conciencia cristiana
de su misin, no vive ya por el mero hecho de que
en el documento del concilio se digan sobre esto
cosas edifi cantes, desde luego, en el mejor sen-
tido de la Escritura. La Sagrada Escritura no se ha
convertido ya en el libro de la vida en el corazn del
hombre y en el culto de la parroquia, por el mero
hecho de que en el concilio se entronizaran cada
da los Evangelios y porque, aparte de numerosas
indicaciones de detalle, exista una constitucin que
ensalza la importancia de la Escritura en la vida de la
Iglesia. El impulso misionero de la Iglesia en la sobria
y dura prctica de la vida, en la que, por ejemplo, las
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obispos deben desprenderse de sacerdotes que ellos
mismos necesitan, o se ha de dar desinteresadamente
mucho dinero con la preocupacin de si se emplea
racionalmente..., de modo que la voluntad misionera
no se identifi ca con el decreto sobre las misiones.
El directorio para el trabajo ecumnico est todava
por elaborar; todava deben crearse los estatutos de
las diferentes conferencias episcopales; el decreto
sobre la formacin de los futuros sacerdotes debe ser
adaptado por los obispos a las condiciones regiona-
les; deben cumplirse todava otras muchas decisiones
conciliares mediante las conferencias episcopales; el
trabajo sobre el derecho cannico oriental, que haba
sido comenzado ya bajo Po XII, debe entrar en los
nuevos carriles del concilio. Difciles cuestiones par-
ticulares que se haban anunciado ya y que en parte,
por su urgencia, se han sacado a plaza una y otra
vez como criterio del xito del concilio como las
cuestiones relativas a los matrimonios mixtos, a la
moral conyugal, a la penitencia en la Iglesia, a las
indulgencias, etctera estn todava por resolver.
Los nuevos secretariados para los no cristianos, los
incrdulos, y otros que sin duda se crearn todava,
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han de demostrar que no son hipertrofi as burocr-
ticas nacidas segn la ley de Parkinson. Las Iglesias
catlicas orientales deben comenzar por mostrar
que tienen voluntad y energa para una propia ac-
tividad misionera, y la Iglesia latina debe todava
demostrar que no considera y trata a estas Iglesias
como meros objetos venerables de museo, lega-
dos por el pasado. En muchos casos la Iglesia debe
todava comenzar por aprender a conceder la debida
libertad, a manejar su poder social con humildad y
modestia, a ser ms abierta y generosa, ms paciente
y tolerante con todos, de lo que con frecuencia otros
son con ella misma. Ahora debe la Iglesia entablar un
dilogo con el mundo, con sus ansias, posibilidades
y peligros mortales; un dilogo que se ha propuesto
en la constitucin pastoral sobre su relacin con el
mundo y para el que solo ha creado un esquema
general y anticipante. Puede y debe decirse sin am-
bages que en algn punto de su obra conciliar que
por ser obra del Espritu Santo no deja de ser obra
humana, incompleta y mero comienzo ha enfo-
cado determinados problemas segn aspectos que
responden ms a su pasado que a su futuro, como se
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echa de ver, por ejemplo, en los decretos sobre los
medios de comunicacin y sobre las escuelas cat-
licas. Todava habr de mostrarse cmo la doctrina
sobre una comunicatio in sacris, posible ya desde
ahora, concebida fundamentalmente en trminos
de generosidad, puede, no obstante las necesarias
restricciones, aplicarse realmente sacando de ella
prcticamente todo el partido posible.
El dilogo con el atesmo de nuestros das y con
la crisis de fe de nuestro tiempo, declarado necesario
por la constitucin sobre la Iglesia en el mundo de
hoy, debe, pues, practicarse efectivamente. La bella
idea de que una Iglesia episcopal debe ayudar a otra
verdaderamente y de hecho debe todava realizarse
en tal forma que no se reduzca todo a un gesto piadoso
que no perjudique a la propia Iglesia ni aproveche
a la otra. Tales cosas y otras muchas, muchsimas,
estn todava por hacer, son una tarea que no ha
llevado a cabo el concilio, sino que la ha impuesto
a la Iglesia por haberle sido encargada a esta por
Dios. En trminos generales, todava debe elaborarse
una teologa que sea realmente digna del Vaticano II
y del quehacer planteado por l. No porque la
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teologa de hoy no sea buena, sino porque debe ser
mejor, porque debe penetrar ms radicalmente con
sus preguntas en la profundidad de Dios y en nuestro
futuro si quiere servir a la predicacin de la Iglesia
de maana. Cierto que ahora, despus del concilio,
comenzar una asidua y diligente labor teolgica de
refl exin sobre los textos del concilio, para comen-
tarlos e ilustrarlos histricamente. Esto ser bueno
y es necesario. Pero la teologa postconciliar no sera
digna del concilio si se limitara a llevar a cabo esta
tarea considerndola como su quehacer capital. Le
incumben cuestiones muy diferentes, que no han
sido ni podan ser tema inmediato del concilio: las
viejas cuestiones, que siguen siendo las ms nuevas y
deben adoptar una forma propia de la poca. Cmo
se puede hablar de Dios y de su existencia en me-
dio de la existencia del hombre, de modo que tales
palabras hallen eco en el hombre de hoy y de ma-
ana; cmo se puede hablar de Cristo en medio de
una ideologa evolutiva, de modo que la palabra
de Dios-hombre y de la encarnacin del Verbo
eterno en Jess de Nazaret no suene como un mito
que no se puede ya creer seriamente; cmo se rela-
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cionan con la escatologa cristiana los proyectos e
ideologas humanas acerca del futuro; cmo, en el
eskhaton de la redencin ya habida, se puede preser-
var al hombre de caer en la actitud del hombre vete-
rotestamentario, que tema verse en el reino de los
muertos, alejado del Dios de la vida; cmo el amor
de Dios y del prjimo forman siempre una unidad
absoluta, siempre segn el sentido de la poca; es
incomprensible e impracticable un amor sin el otro,
sobre todo desde que Dios, por Cristo, se halla en
el hombre y nosotros, propiamente, solo podemos
hallarlo as; cmo y por qu, habiendo el hombre
casi dominado el mbito de su existencia, subsiste
la cruz, a la que est clavado el hombre; cmo la
muerte y la esperanza constituyen el nico clarear
de la vida eterna en las permanentes tinieblas de la
existencia. Estas y otras cuestiones anlogas, antiguas
y a la vez radicalmente nuevas y nunca resueltas,
son las cuestiones de una teologa del maana que
quiera ser digna de este concilio. Por mi parte, opi-
no que solo si las teologas de todas las confesiones
cristianas vuelven a enfrentarse en comn con estas
cuestiones y no se limitan a seguir discutiendo los
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viejos problemas de controversia teolgica (aunque
estos tampoco deben descuidarse) practicarn ver-
daderamente teologa ecumnica y se acercarn ms
entre s.
Indudablemente, el concilio se ha planteado
tareas y temas que conforme a las posibilidades
concretas de que dispone por el momento la Igle-
sia no podran ser mayores. Pero, en comparacin
con el quehacer que se ha de plantear a la Iglesia en
los prximos decenios, todas estas cuestiones no son
en realidad ms que un comienzo, una preparacin
remota y un primer equipamiento para esta tarea que
se nos echa encima.
En efecto, el futuro no preguntar a la Iglesia por
los detalles exactos de la constitucin de la Iglesia,
por la estructuracin ms exacta y bella de la liturgia,
ni tampoco por las doctrinas teolgicas controverti-
das que distinguen la doctrina catlica de la doctrina
de los cristianos no catlicos; ni por un rgimen ms
o menos ideal de la curia romana. Preguntar si la
Iglesia puede atestiguar la proximidad orientado-
ra del misterio inefable que llamamos Dios, y esto
en forma tan convincente, que el hombre de la era
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de la tcnica y de la unidad del mundo, el hombre
que se hace a s mismo objeto de su propia accin y
construye su entorno conforme a sus propias leyes,
pueda experimentar este misterio inefable incluso
como algo que se impone en su propia vida.
Estos temas no podan ser temas inmediatos del
ltimo concilio, y quiz no pueden siquiera ser tema
de un concilio. Pero son la tarea de la Iglesia del fu-
turo, ya que fueron siempre, o debieron ser, la tarea
esencial del cristianismo. Y por esta razn las res-
puestas y soluciones del pasado concilio no podan
ser sino un comienzo muy remoto del quehacer de
la Iglesia del futuro. As enfocados, los trabajos y
el resultado de este concilio no quedan rebajados,
sino que, precisamente as, adquieren un signifi cado
incalculable.
El aggiornamento que prepara la Iglesia no es un
empeo por dar a la Iglesia una confi guracin ms
simptica y vistosa, sino un primer equipamiento
que arranca desde muy atrs, con el fin de hacer
frente al problema de vida o muerte del maana.
Este concilio no es sino un comienzo, incluso en
esta perspectiva.
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En todo caso, podemos afi rmar que, en general,
sera un tremendo error y una terrible ceguera de
los corazones y no deja de ser un peligro real, del
que ni siquiera la Iglesia imperecedera debe creerse
preservada de antemano pensar que despus del
concilio se puede, en el fondo, seguir obrando como
antes, ya que lo que en l se ha dicho, decidido y
enseado, o bien se haba practicado ya siempre,
o solo afecta a cosas marginales sin trascendencia; o
que, fi nalmente, solo encierra ideales piadosos, que
uno se repite en forma edificante para su propia
justificacin, pero que, por lo dems, se quedan
en el papel, que todo lo soporta con paciencia. Es
evidente que la Iglesia debe permanecer fiel a su
propia esencia y entendindolo bien tambin a
su pasado. No todo va a cambiar y a mejorar desde
maana. La santa Iglesia ser tambin en el futu-
ro la Iglesia de los pobres pecadores, como somos
todos: la ecclesia semper reformanda in capite et in
membris. Cierto que todava pasar mucho tiem-
po hasta que la Iglesia, que ha sido agraciada por
Dios con un Concilio Vaticano II, sea la Iglesia
del Concilio Vaticano II. Anlogamente, pasaron
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algunas generaciones despus del Concilio de Tren-
to hasta que la Iglesia fue una Iglesia de la reforma
tridentina. Pero esto no quita nada de la enorme y
tremenda responsabilidad que con este concilio nos
hemos impuesto todos los que constituimos la Igle-
sia: la responsabilidad de hacer lo que hemos dicho,
de llegar a ser lo que hemos reconocido e incluso
confesado ante el mundo entero que somos;
de hacer de las palabras hechos, de las leyes esp-
ritu, de las formas litrgicas verdadera oracin, de
las ideas realidad. Para ello el concilio solo ha po-
dido poner el inicio del inicio. Es incalculable el
signifi cado de esto. Pero pesara una rigurosa sen-
tencia sobre pastores y grey, sobre todos nosotros,
si confundiramos palabras y hechos, comienzo y
fi n. En el concilio hemos caminado como en otro
tiempo Elas por un vasto desierto y nos hemos
ido acercando al santo monte de Dios. Si despus de
ello nos sentimos fatigados, soolientos y hastiados,
y queremos reposar tambin como Elas a la
sombra de la retama de un triunfalismo conciliar,
entonces es posible, deseable y hasta inevitable que
el ngel de Dios se sirva de los tremendos peligros
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y tormentos de nuestra poca, de persecuciones,
de apostasas y dolores del corazn y del espritu,
para despertarnos de nuestro sueo: Levntate [...],
porque te queda mucho camino (1 Re 19,7).
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III
S muy bien que a los prudentes y sesudos con ribe-
tes de escepticismo, al or tales palabras, les asaltar
un sentimiento de amargura y desazn: pensarn que
todo lo que acabamos de decir no pasa de ser buenas
palabras con que queremos paliar nuestra desespe-
racin y olvidar la irremediable miseria crnica de
la existencia e incluso de la Iglesia. Cierto que sera
necedad y candidez pensar que, en este mundo y a
travs de los tiempos, la Iglesia deje de ser alguna vez
una peregrina fatigada, deje de ser la Iglesia de los
pecadores, de los dbiles y de los afl igidos, para con-
vertirse en la soberana y esposa sin mancilla, visible
en su esplendor incluso a los ojos de los que miran
con incredulidad. Toda renovacin, todo progreso
de la Iglesia quedar una y otra vez como devorado
por la experiencia de las tribulaciones de la historia,
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por la decepcin acerca de nosotros mismos, que
al fi n y al cabo somos la Iglesia, a la que, por tanto,
experimentaremos como nos experimentamos nece-
sariamente a nosotros mismos, si somos verdadera-
mente sinceros en nuestro interior. Constantemente
tocamos la sinfona inacabada de la gloria de Dios y
nunca pasamos del ensayo general. Pero no por ello
es vano, no por ello carece de sentido todo esfuerzo,
toda reforma, siempre inconclusa e inconcluible. Es
sencillamente la tarea de los criados, que siembran
con lgrimas a fi n de que Dios coseche, la tarea que
solo la esperanza cristiana puede desempear contra
toda esperanza, porque solo ella sabe por la fe que a
la derrota aceptada de nosotros mismos contina el
triunfo de Dios en el leo de la cruz. Finalmente y
esto es quiz lo ltimo y lo ms importante, todo
lo eclesistico, es decir, todo lo institucional, todo lo
jurdico, todo lo sacramental, toda palabra, toda acti-
vidad en la Iglesia y, por consiguiente, tambin toda
reforma de lo eclesistico es, en ltimo trmino y en
ltima intencin supuesto que se entienda como
es debido y no se convierta en un dolo, puro ser-
vicio, mera disponibilidad y ayuda para algo muy
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distinto, algo muy sencillo y, precisamente por ello,
increblemente difcil y consolador a la vez: para la
fe, la esperanza y la caridad en los corazones de todos
los hombres.
Sucede aqu para utilizar un ejemplo suma-
mente profano como en la obtencin del radio.
Hay que hurgar en una tonelada de pechblenda para
obtener 0,14 gramos de radio, y aun as vale la pena.
Todo quehacer eclesistico, en cuanto tal, todo go-
bernar, hablar, teologizar, reformar; toda enseanza y
toda afi rmacin de s mismo en medio de la sociedad
actual pese al gigantesco aparato, esfuerzo, lujo de
medios, movimiento y trajn, siempre inevitables
no es sino algo as como la explotacin de inmen-
sas cantidades de pechblenda para que en nuestros
corazones y, a fi n de cuentas, solo en ellos se
obtenga un poquito del radio de la fe, la esperanza
y la caridad.
En efecto, el concilio y todo el inmenso y nece-
sario trabajo postconciliar de reforma no son sino
servicio y preparacin. Este servicio no apunta en
defi nitiva a la afi rmacin de la Iglesia en el futuro,
sino que, en el concilio y despus del concilio, tie-
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ne por meta la verdadera infinitud del hombre y,
ante todo, el advenimiento del reino de Dios; lo que
persigue sencillamente es: fe, esperanza y caridad.
Frente a esta cosa tan sencilla e infi nita a la vez, que
desde el comienzo de la historia vive en el corazn
del hombre y es a su vez el sentido mismo de toda
historia y el verdadero contenido de sus logros y
de la eternidad, frente a esto, decimos, es absoluta-
mente secundario todo lo que ha tenido lugar en el
concilio y todo lo que de l resulte. Toda teologa,
aun la ms sutil, todo dogma, todo derecho can-
nico, toda adaptacin y toda repulsa por parte de la
Iglesia, toda institucin, todo ministerio, con todos
sus poderes, toda sagrada liturgia y toda animosa
misin no tienen sino este nico fi n: la fe, la espe-
ranza y la caridad, el amor de Dios y de los hom-
bres. Todos los dems planes y acciones de la Iglesia
seran absurdos y perversos si trataran de sustraerse
a este quehacer y buscarse nicamente a s mismos.
Tambin un concilio busca el corazn que, con fe,
esperanza y caridad, se desprende de s mismo y se
entrega al misterio de Dios. De lo contrario, sera una
horrible comedia y un endiosamiento del hombre o
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de la Iglesia. Tambin a un concilio se le aplican las
palabras de san Pablo: ahora permanecen la fe, la
esperanza y la caridad, estas tres; pero la mayor de
todas es la caridad.
Ahora la benignidad de Dios nos ha puesto en la
mano este verdadero y nico resultado del concilio y
de toda reforma postconciliar; nos lo ha impuesto
como una tarea a realizar. Si el ministerio del obispo
es servicio, servicio humilde y ms humilde que hasta
ahora; si el sacerdote ofrece ms pura y ms desinte-
resadamente, con xito o sin l, la palabra de Dios y
la gracia de los sacramentos; si el seglar censura me-
nos y colabora con mayor diligencia; si todos llevan
con ms paciencia la cruz de su existencia, viendo
en las tinieblas con ojos ms claros la luz de la fe,
reconocindose cada uno con ms sinceridad peca-
dor, aunque consolndose con la gracia de Dios; si
cada uno comienza a amar ms a Dios; si cada uno se
esfuerza diariamente ms por vencer el egosmo de
su duro corazn y lograr un amor del prjimo algo
ms activo; si hay cristianos que no apoyan el gri-
tero brutal y feroz o el cuchicheo de un egosmo
nacionalista o de clases; si unos cuantos hombres y
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mujeres cristianos preguntan ms claramente en la
vida pblica y dicen ms abiertamente lo que es justo,
y no lo que les aprovecha a ellos, entonces el concilio
habr realizado su verdadero sentido, su nico senti-
do, a fi n de cuentas. Cierto que este xito desaparece
en el silencioso misterio de Dios, nico que puede
calibrar los corazones y las obras. Pero la Iglesia
debe tener el valor de aceptar la contradiccin de
no poder acreditar hasta lo ltimo su misin. De lo
contrario, no sera lo que es y lo que debe ser de
nuevo cada da.
Era necesario a este objeto un concilio? S, era ne-
cesario un concilio. En efecto, este increble prodi-
gio de la existencia humana, que silenciosamente se
hunde en las tinieblas de la eterna luz, ha de verifi -
carse necesariamente en la comunidad fraternal de la
Iglesia. En ella deben decirse unos a otros, y todos
deben decir en ella: escucha la palabra de Dios, mira
la cruz, recibe el cuerpo del Seor, que se entreg
por ti y por todos; ve, s cristiano, s uno que cree,
que espera, que ama. Si en los prximos decenios se
viera la Iglesia mejor regida, si se celebrara la liturgia
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en forma ms bella, si surgiera una teologa ms sa-
gaz y penetrante, si se creara un derecho ms claro,
si se lograra mayor infl ujo social, pero no hubiera
ms fe, ms esperanza y ms caridad, todo ello sera
en vano. Se amontonaran pechblendas y escorias,
pero no se obtendra radio. Ahora bien, de nosotros
depende, de cada uno de nosotros, de cada uno en la
vida cotidiana y en la ltima decisin solitaria de
la conciencia, realizar este sentido del concilio solo
por la gracia de Dios y en la libertad de los hijos de
Dios. Quiera darnos Dios para ello su gracia.
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EPLOGO
Andreas R. Batlogg Albert Raffelt
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PARA QUE ESTE INICIO DEL INICIO SE CONVIERTA
EN UN AUTNTICO COMIENZO
El balance del concilio
en la conferencia de Karl Rahner
y su permanente actualidad
El aggiornamento que prepara la Iglesia no es un
empeo por dar a la Iglesia una confi guracin ms
simptica y vistosa, sino un primer equipamiento que
arranca desde muy atrs, con el fi n de hacer frente al
problema de vida o muerte del maana. Este concilio
no es sino un comienzo, incluso en esta perspectiva.
As se expresaba Karl Rahner sj (1904-1984), el 12 de
diciembre de 1965 (tercer domingo de Adviento), en
una conferencia que haba despertado una notable
expectacin, en la capital de Baviera exactamente
cuatro das despus de la solemne clausura del Con-
cilio Vaticano II (1962-1965), el 8 de diciembre de
1965, en Roma.
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Eplogo
El final del concilio a vista de pjaro
desde Mnich
La conferencia de Karl Rahner marc el punto cul-
minante de una ceremonia en la atestada Herkules-
saal de la residencia de Mnich, en la que estuvie-
ron presentes numerosas fi guras de primera fi la de
las diversas Iglesias y comunidades religiosas y del
mundo de la poltica y de la sociedad, entre ellas
el primer ministro de Baviera, Alfons Goppel, con
algunos de sus ministros y secretarios de Estado, el
alcalde de Mnich, Hans-Jochen Vogel, el jefe de la
casa Wittelsbach, duque Albrecht de Baviera, nume-
rosos profesores universitarios, rectores y dirigentes
de instituciones docentes catlicas. El Sddeutsche
Zeitung hablaba al da siguiente, en una detallada
informacin, del prolongado aplauso tributado
al orador, y citaba las palabras fi nales del cardenal
Julius Dpfner: Tengo la impresin de que en este
momento cualquier otra palabra es superfl ua.1
1. Citado segn M. Rehm y G. Sittner, Aufgaben, die das Konzil der Kirche stellt: Professor Karl Rahner spricht ber die Arbeit des Zweiten Vatikanums. Ein Anfang fr die
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Eplogo
En paralelo con el acto de clausura en Roma,
el 8 de diciembre de 1965 por la tarde, el vicario
general Matthias Defregger celebraba un servicio
litrgico en la Liebfrauendom de Mnich. El 9 de
diciembre regresaba de la Ciudad Eterna el cardenal
Julius Dpfner, arzobispo de Mnich y Freising. El
peridico de la Iglesia informaba: Esta metdica
mquina de la empresa Lufthansa ha trado este da
hasta Mnich un pequeo resplandor del concilio:
se hallaban tambin a bordo el cardenal Frings y el
obispo Hengsbach, varios obispos sudamericanos,
el obispo Rudolf Koppmann omi de Windhoek y
un obispo maronita que concitaba la curiosidad con
sus velos negros. Telogos conciliares y periodistas
completaban la sociedad concilia de esta mquina.
El capitn de la nave haba preparado una singular
Erneuerung [Tareas que el concilio plantea a la Iglesia. El profe-sor Karl Rahner habla del trabajo del Vaticano II. Un comienzo para la renovacin], en Sddeutsche Zeitung, 13-12-1965, p. 15. Aparecen citados por sus nombres una lista de invitados de honor, entre ellos el exarca ucraniano obispo Platon Kornyliak, un obispo misionero de Filipinas, representantes de la Iglesia evanglica luterana del Land y el rabino de la comunidad cultual israelita de Mnich.
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Eplogo
sorpresa a los pasajeros de este vuelo: bajo un cie-
lo radiante y sin nubes cincunvol a baja altura la
Zugspitze.2
Tras una conferencia de prensa, la tarde del 9
de diciembre Dpfner tuvo un recibimiento ofi cial
por parte del cabildo catedralicio. En el presbi-
terio, se dice en la citada informacin, tomaron
asiento aquellos hombres de nuestra archidicesis
que, en palabras de nuestro cardenal, tuvieron una
participacin esencial en el xito de este concilio:
los telogos conciliares, los periti de nuestra di-
cesis. El prelado profesor Dr. Schmaus, el profesor
Pascher, el profesor Mrsdorf, el profesor Rahner,
el Dr. Tilmann y el P. Wulf sj, as como el secretario
conciliar del cardenal, el Dr. Gruber. Si los obispos
alemanes pudieron aportar una contribucin funda-
mental a este concilio, declar el cardenal Dpfner,
debe agradecerse en primera lnea al sobresaliente
trabajo de los telogos conciliares.3 El ambiente era
2. R. Pinzl, Das Konzil ist beendet das Konzil beginnt. Notizen von den Feiern in Mnchen, en Mnchner katholische Kirchenzeitung, n. 51 (19-12-1965), pp. 12s., 17. Aqu 12.
3. Ibd., p. 13.
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Eplogo
evidentemente eufrico (como ms tarde en la ce-
remonia de la Herkulessaal). En esta enumeracin
Rahner fi gura con razn entre los telogos conci-
liares procedentes del arzobispado por aquellas
fechas ocupaba la ctedra de Romano Guardini para
la concepcin cristiana del mundo, si bien en el
concilio era ofi cialmente el asesor teolgico personal
del arzobispo de Viena, el cardenal Franz Knig y, en
la prctica, tambin del cardenal Dpfner, al menos
para las cuestiones teolgicas centrales.
El texto de la conferencia de Rahner,4 algunos de
cuyos resmenes y extractos aparecieron editados
tambin en otros lugares con ligeras modifi caciones,5
4. El manuscrito de K. Rahner est depositado en el Archivo Karl Rahner [kra] de Mnich (Sehr geehrte Festversammlung). Tiene una extensin de 15 pginas, una articulacin, tambin manuscrita (una pgina y media), varios escritos a mquina con correcciones a mano del propio Rahner, las pruebas de im-prenta con correcciones manuscritas de su por aquel entonces asistente Karl Lehmann, adems de la redaccin impresa, dos manuscritos hectografi ados de la sede episcopal de la archidicesis de Mnich y Freising, la conferencia misma con la observacin fecha de cierre, domingo, 12-12-1965, cuatro de la tarde y un resumen de dicha conferencia para la prensa, cf. kra i, A, 290.
5. El 22 de mayo de 1966 Rahner present el discurso en el Konzilstag de su ciudad natal, Friburgo; cf. K. Rahner, Das
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vio la luz, como publicacin independiente, en 1966,
en la Editorial Herder. La primera impresin6 fue
la llevada a cabo por Die Sendung, revista para el
apostolado laico de los acadmicos catlicos (n. 1,
enero-febrero de 1966). Aquel mismo ao se publi-
caron extractos o reimpresiones en Klerusblatt, en el
Mnchener katholischen Kirchenzeitung y en la re-
visa Academia. Los aos siguientes siguieron nuevas
impresiones de extractos. La Matthias Grnewald-
Verlag edit la conferencia en el ao 2004, junto
con otros dos discursos, como documento magne-
tofnico, en audio-cd, Berhrt vom unendlichen
Geheimnis [Tocados por el misterio infi nito]. En las
Smtliche Werke [Obras completas] el texto, recogi-
do en el tomo 21 con elaboracin a cargo de Gnther
Wassilowsky, ser publicado el ao 2012.
Cincuenta aos despus del inicio de aquel mag-
no acontecimiento eclesial tiene sentido una refl exin
Konzil ein neuer Beginn, en Oberrheinisches Pastoralblatt 67 (1966), pp. 228-237.
6. Cf. K. Rahner, Das Konzil Ein neuer Beginn, en Die Sendung 19 (1966), pp. 2-11, aqu 2: Sendung agradece una vez ms, expresamente, al profesor Rahner, el permiso concedido para esta primera impresin.
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Eplogo
sobre el concilio, sobre lo conseguido en l, lo pro-
movido, lo por muchos esperado. Los apuntes in-
mediatamente postconciliares de Karl Rahner siguen
aportando estmu los tambin para el anlisis actual.
El concilio, nuevo comienzo no fue su primera
toma de posicin ni tampoco la ltima respecto del
Vaticano II. Por eso resulta aconsejable situar bre-
vemente el texto en su circunstancia histrica.
Las expectativas de Karl Rahner
sobre el concilio
El entusiasmo de Karl Rahner por un nuevo conci-
lio fue en un primer momento bastante contenido
y contemplaba con talante ms bien escptico sus
posibilidades. Gnther Wassilowsky7 ha aludido a
escritos tomados al dictado de las declaraciones de
primera hora de Karl Rahner en una de sus horas
7. Cf. G. Wassilowsky, Universales Heilssakrament Kirche. Karl Rahners Beitrag zur Ekklesiologie des II. Vatikanums, Inns-bruck, Tyrolia, 2001 (Innsbrucker theologische Studien, 59), pp. 38ss. sobre el tema Expectativas conciliares.
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Eplogo
de interpelacin de los viernes (Quaestiones quod-
libetales) en la Facultad de Teologa de Innsbruck,
que en los postescritos se encuentran bajo el ttulo
Sobre el amenazante o inminente concilio. Wassi-
lowsky descubre aqu un gran escepticismo respecto
de la capacidad de ejecucin tcnica8 y una actitud
reservada en lo concerniente a las cuestiones de con-
tenido. No sabemos an nada sobre el orden del da
y por eso no tiene sentido hablar de este tema.9
En los aos entre el anuncio y el comienzo del
concilio aparecieron encuestas, tomas de posicin,
peticiones y solicitudes al futuro concilio y libros
completos de telogos representativos. Tambin Karl
Rahner pronunci en varias ocasiones una confe-
rencia sobre la teologa del concilio, publicada
por vez primera en febrero de 1962, en Stimmen
der Zeit.10 Tambin aqu puede percibirse la actitud
8. G. Wassilowsky, Universales Heilssakrament Kirche..., op. cit., p. 41.
9. Ibd., p. 46. 10. K. Rahner, Zur Theologie des Konzils, en Stimmen
der Zeit 169 (1961-1962), pp. 321-339; el mismo ao en dem, Schriften zur Theologie, vol. 5, Einsiedeln, Benziger, 1962, pp. 278-302, citado en lo que sigue segn este texto.
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precavida de Rahner frente a expectativas demasiado
ambiciosas.
Las refl exiones fundamentales giran en torno al
hecho de que el concilio es un acontecimiento de la
Iglesia ministerial como sociedad autoritativamente
fundamentada desde arriba por el mismo Cristo a
travs de las disposiciones del colegio de los aps-
toles bajo Pedro como su cabeza, que se presenta a
los hombres con la exigencia, procedente del mismo
Dios, de obediencia, fe y orden; los rasgos funda-
mentales de su constitucin, derecho y divisin de
poderes se basan en concreto, y en todos sus cam-
bios y modifi caciones, en la voluntad fundadora de
Cristo.11 El inters de Rahner se centraba sobre
todo en la fi gura colegiada del ministerio: El co-
legio episcopal no puede ser considerado como la
suma complementaria y la agrupacin secundaria de
cada uno de los obispos como sucesores individua-
les de los apstoles concretos.12 Deben aplicarse
nuevas refl exiones a la interconexin del supremo
11. K. Rahner, Zur Theologie des Konzils, en Schriften zur Theologie, vol. 5, op. cit., p. 280.
12. Ibd.
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Eplogo
poder en la Iglesia el colegio total con el papa y
a la pregunta de la representacin del pueblo de la
Iglesia en el episcopado en su conjunto tambin
el episcopado es parte de este pueblo de la Iglesia y
adquiere su legitimidad desde la fe.
Si los telogos no consiguieron proclamar el
evangelio de Dios de tal modo que en nada se viera
oscurecida su resplandeciente claridad,13 tampoco lo
conseguirn los decretos doctrinales. Y en otro lugar:
tambin los concilios pueden no estar a la altura de su
tarea, por ejemplo los concilios prerreformistas, que no
pusieron en marcha las necesarias reformas que hu-
bieran hecho superfl ua la Reforma.
A pesar de esta precavida advertencia frente a las
grandes expectativas, hay toda una serie de campos
temticos que Rahner enumera como tareas concilia-
res: la relacin entre las comunidades religiosas y los
obispos, la descentralizacin de la Iglesia, la apertura
ecumnica, modifi caciones en el mbito del derecho,
una nueva confi guracin de la liturgia, la renovacin
del diaconado, el problema de la implantacin real
13. K. Rahner, Zur Theologie des Konzils, en Schriften zur Theologie, vol. 5, op. cit., p. 297.
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Eplogo
de la colegialidad y la relacin entre el primado y el
episcopado,14 entre otros.
A un gnero distinto pertenece el discurso No
apaguis el espritu pronunciado por Karl Rahner
el 1. de junio de 1962, en el duodcimo Katholiken-
tag de Austria, en Salzburgo. Tambin este texto se
sita en la perspectiva preconciliar, pero no habla
del ministerio, sino que de acuerdo con el tema
propuesto por el cardenal Knig se centra en la
peticin paulina mencionada en el ttulo, que se
sita en el contexto de la alegra, de la oracin ince-
sante, de la atencin al don de la profeca y el man-
tenimiento de todo lo que es bueno. Brevemente:
aqu se alude al carisma. El discurso forma parte
de los textos ms elocuentes y dotados de mayor
efi cacia retrica formulados por Rahner. Hace suya
14. A esta cuestin dedic en 1961, en colaboracin con Joseph Ratzinger, un libro especfi co, cf. K. Rahner y J. Ratzinger, Episkopat und Primat, Friburgo, Herder, 1961 (Quaestiones dispu-tatae 11) [trad. cast.: Episcopado y primado, Barcelona, Herder, 22005]. Las aportaciones de Rahner se encuentran ahora en K. Rahner, Smtliche Werke, vol. 16: Kirchliche Erneuerung. Studien zur Pastoraltheologie und Struktur der Kirche, elaboracin a car-go de A. Raffelt, Friburgo, Herder, 2005, pp. 292-356.
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en cuanto al contenido, no en la literalidad de las
palabras la reclamacin de aggiornamento de
Juan XXIII al plantearse la pregunta de la situa-
cin y de las tareas de la Iglesia en una fase de glo-
balizacin y entender la sentencia del apstol no
solo como un principio de validez permanente [...],
sino como imperativo de nuestra hora que nos per-
turba, nos acusa y nos sobresalta.15 Rahner pide
que nos preocupemos de si no se estn anunciando
carismas para los que debemos comenzar por adqui-
rir una visin y una percepcin.16
Tambin hoy se presenta esta tarea. Existe el peli-
gro de pasar por alto, ante la queja por la decadencia
de los valores y el auge del secularismo, las iniciativas
positivas de la Iglesia y a veces tambin de fuera
de la Iglesia. Por eso Rahner solicitaba urgente-
mente el valor para el riesgo. El nico tuciorismo
permitido hoy da en la vida prctica de la Iglesia
es el tuciorismo del riesgo.17 Y lo concretaba, por
15. K. Rahner, Lscht den Geist nicht aus, en Schriften zur Theologie, vol. 7, Einsiedeln, Benziger, 1966, pp. 77-90, aqu 84.
16. Ibd, p. 85. 17. Ibd.
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ejemplo, en el problema ecumnico. No se trata de
Qu debemos conceder a los hermanos separa-
dos?, sino de cmo aprovechar todos juntos las po-
sibilidades [...] razonables de un comn encuentro
[...] para acercarnos algo ms al menos a la unidad
de los cristianos.18 Rahner sabe que tambin esto
entraa confl ictos, pero se atiene con fi rmeza: Hay
hechos que Dios quiere, pedidos por la conciencia
del individuo, incluso antes de que el ministerio d
la seal de partida.19
Rahner sita, con Pablo, esta actitud en la ora-
cin, en el temblor ante la propia escasez carismtica,
en el respeto, pero tambin en la recta obediencia
con el valor de la autorresponsabilidad. Los grandes
imperativos preconciliares de Rahner son aplicables
en primer lugar a cada cristiano concreto, entre ellos
tambin, obviamente, al ministerio, que no est ex-
cluido del carisma.
18. K. Rahner, Lscht den Geist nicht aus, en Schriften zur Theologie, vol. 7, op. cit., p. 85.
19. Ibd., p. 89.
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El trabajo de Rahner para el Vaticano II
Las circunstancias personales de Rahner en su activi-
dad docente antes del concilio eran muy prestigiosas,
como demuestra su discurso en el Katholikentag, pero
no exclusivamente positivas. Para algunas autoridades
romanas no era un compaero especialmente estimado.
Haba tenido problemas con la censura, a veces mal
resueltos. Y ahora penda sobre l la amenaza de una
censura previa de su actividad para la publicacin de
escritos.20 La slida presencia de Rahner en la opinin
pblica intelectual de la Iglesia a travs, por ejem-
plo, de su colaboracin en la Paulus-Gesellschaft, que
reuna a cientfi cos y telogos de renombre en foros
de discusin, desencaden una accin solidaria en
la que particip incluso el canciller federal Konrad
Adenauer. Y as, aunque la censura previa nunca fue
retirada, tampoco fue de hecho nunca aplicada.
20. Cf. U. M. Bentz, Jetzt ist noch Kirche. Grundlinien einer Theologie kirchlicher Existenz im Werk Karl Rahners, Innsbruck, Tyrolia, 2008 (Innsbrucker theologische Studien, 80), especial-mente pp. 388ss. a propsito de la singular censura para Rahner en vsperas del concilio.
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A pesar del recelo de algunos ministerios roma-
nos, Rahner disfrutaba de la confi anza del arzobispo
de Viena, que lo conoca desde la poca de la guerra.
Cuando el cardenal Knig solicit su consejo res-
pecto de los textos que deberan prepararse para el
prximo concilio, Rahner se comprometi inmediata-
mente en favor del futuro acontecimiento. El propio
Knig ha presentado sus Recuerdos de Karl Rahner
como telogo del concilio.21 Las declaraciones de
Rahner aqu citadas muestran que su trabajo personal
no avanzaba en la direccin de las expectativas reduci-
das, sino que subrayaba las posibilidades positivas del
acontecimiento conciliar. En los textos preparatorios
escriba, por ejemplo: No; estos esquemas [...] no
hacen todo lo que puede hacerse; son reelaboraciones
de lo cmodamente seguro, que confunden su propia
seguridad con la fi rmeza de la fe.22
21. En A. Raffelt (dir.), Karl Rahner in Erinnerung, Ds-seldorf, Patmos, 1994, pp. 149-164.
22. Ibd., p. 152. Algunos de los informes han sido pu-blicados en K. Rahner, Sehnsucht nach dem geheimnisvollen Gott. Texte Bilder Texte, ed. por H. Vorgrimler, Friburgo, Herder, 1990, pp. 95-165 (De los informes conciliares para el cardenal Knig).
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El concilio mismo signifi c para Rahner un in-
tenso periodo creativo en el que no solo se implic en
los duros y poco vistosos trabajos del acontecimiento
del concilio, sino que organiz y desarroll una am-
plia actividad publicitaria antes, durante y despus.
Se haca necesario el trabajo e