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El concepto de España a fines de la Edad Media.- “España fue definida por primera vez como concepto geográfico hace unos dos mil quinientos años. Conviene recordar, acto seguido, que toda geografía, en cuanto supera los mínimos niveles descriptivos, es geografía humana y conceptúa conjuntamente sobre las tierras y sobre los pueblos que las habitan. Por eso, la formación de un concepto geográfico es siempre base para definir realidades humanas y, por lo tanto, puede serlo de realidades históricas más complejas. Ciñéndonos a la época medieval, no parece que pueda haber muchas dudas razonables sobre la presencia de España como realidad histórica, de la que sus propios habitantes, integrados en la Europa medieval, toman conciencia creciente a partir de los siglos XI al XIII, a través de varias ideas que han sido desarrolladas por los sectores sociales dominantes, cosa que suele ser habitual, pero a las que no se puede negar un nivel de validez generalmente reconocido. La primera de ellas es el recuerdo de la antigua estructura política unitaria, primero en el seno de Roma, después por obra de la realiza visigoda, y de su destrucción –la pérdida de España- como consecuencia de la invasión islámica y de su aceptación por la mayoría de los hispanos en el siglo VIII. Pero la civilización islámica no trazó de la península –Al Andalus- un concepto comparable al de la antigua Hispania, ni consiguió organizarla políticamente con unos criterios o perspectivas de unidad, a pesar de los esfuerzos de emires y califas cordobeses. Por el contrario, los pequeños condados y reinos cristianos del norte, en especial el reino de Asturias, crecieron con el recuerdo de la vieja idea romano-gótica y, sobre todo, dentro de una posición común frente al Islam que, desde finales del siglo XI, se plasma en guerra ofensiva de actitud reconquistadora, justificada por el deseo de recuperar algo arrebatado hacía siglos, y en ideología de cruzada. Los historiadores actuales saben bien la distancia que había entre esa actitud ideológica y las realidades históricas de base, pero no se puede olvidar que las ideologías también forman parte de la realidad. Con las suyas propias, la España cristiana y europea de los siglos XI al XIII se definió a través de unos amplios conceptos político-religiosos: si en 1

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El concepto de España a fines de la Edad Media.-

“España fue definida por primera vez como concepto geográfico hace unos dos mil quinientos años. Conviene recordar, acto seguido, que toda geografía, en cuanto supera los mínimos niveles descriptivos, es geografía humana y conceptúa conjuntamente sobre las tierras y sobre los pueblos que las habitan. Por eso, la formación de un concepto geográfico es siempre base para definir realidades humanas y, por lo tanto, puede serlo de realidades históricas más complejas. Ciñéndonos a la época medieval, no parece que pueda haber muchas dudas razonables sobre la presencia de España como realidad histórica, de la que sus propios habitantes, integrados en la Europa medieval, toman conciencia creciente a partir de los siglos XI al XIII, a través de varias ideas que han sido desarrolladas por los sectores sociales dominantes, cosa que suele ser habitual, pero a las que no se puede negar un nivel de validez generalmente reconocido.La primera de ellas es el recuerdo de la antigua estructura política unitaria, primero en el seno de Roma, después por obra de la realiza visigoda, y de su destrucción –la pérdida de España- como consecuencia de la invasión islámica y de su aceptación por la mayoría de los hispanos en el siglo VIII. Pero la civilización islámica no trazó de la península –Al Andalus- un concepto comparable al de la antigua Hispania, ni consiguió organizarla políticamente con unos criterios o perspectivas de unidad, a pesar de los esfuerzos de emires y califas cordobeses. Por el contrario, los pequeños condados y reinos cristianos del norte, en especial el reino de Asturias, crecieron con el recuerdo de la vieja idea romano-gótica y, sobre todo, dentro de una posición común frente al Islam que, desde finales del siglo XI, se plasma en guerra ofensiva de actitud reconquistadora, justificada por el deseo de recuperar algo arrebatado hacía siglos, y en ideología de cruzada. Los historiadores actuales saben bien la distancia que había entre esa actitud ideológica y las realidades históricas de base, pero no se puede olvidar que las ideologías también forman parte de la realidad. Con las suyas propias, la España cristiana y europea de los siglos XI al XIII se definió a través de unos amplios conceptos político-religiosos: si en los otros pueblos europeos hubo un cristianismo cemento y armazón de la sociedad medieval, ¡cuánto más en los españoles! El patronazgo de Santiago lo simboliza a la perfección.Cualquier país toma conciencia de sí mismo a través de su historia, y pretende siempre justificar su presente a través de su pasado, aunque sea creando una visión mítica y fabulosa de cómo fue. Pues bien, la historiografía medieval hispánica identifica a España, ya desde los siglos XII-XIII, de forma mayoritaria y no contradicha, con un ente histórico plenamente real, aunque no uniforme ni contrapuesto a la realidad diversa de sus reinos. Había, y aquellos escritos lo demuestran, una concepción de España como ámbito neohistórico característico en el conjunto de la Europa medieval. El término nación española que encontramos en tantas y tan variadas fuentes y testimonios de la Baja Edad Media europea, no es el resultado de elucubraciones intelectuales minoritarias, sino el reconocimiento de un hecho nacional. Pero, atención, en el sentido genérico, polivalente y no político que el término nación podía tener para las mentes de aquellos siglos, en los que se suele citar la vieja definición que de nación daba San Isidoro, como conjunto de hombres que reconocen un origen común y están ligados por lazos de sangre. La nación, pues, como un inmenso linaje o cepa. En España, como en otras partes, entre la vieja idea medieval y las contemporáneas de nación se ha interpuesto y desarrollado la constitución del Estado, y en su seno ha habido una transformación compleja de los conceptos y sentimientos nacionales. Pero no parece haber motivo para ignorar que existió una España medieval, igual que hubo una Alemania, una Francia, una Italia o una Inglaterra medievales.

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Intentaremos ahora precisar algunos rasgos de la realidad española, más allá de su existencia geohistórica, a finales de la Edad Media. Ante todo, hay en ella una diversidad de entidades políticas muy arraigadas, y dotadas de gran complejidad interna a veces: Corona de Castilla, Corona de Aragón, Portugal, Navarra, Granada. Prescindiendo ahora de esta última, a la que se puede considerar postrer baluarte de Al Andalus, hay que señalar cómo, en todas ellas, los conceptos de naturaleza y extranjería, y los de patria o pre-nacionales, en el sentido actual de ambas palabras, se aplican dentro de las propias fronteras porque implican contenidos claramente políticos. No había en la España bajomedieval ni unidad política ni muchos elementos efectivos que permitieron preverla, salvo la antigua concepción imperial –cuya realidad se extinguió en el siglo XII, pero no su recuerdo, el hecho mismo de la mayor magnitud territorial y poblacional de Castilla y el juego azaroso de los enlaces dinásticos. Se ha escrito con acierto que la península ibérica era un “ámbito de poder” (Maravall), puesto que los monarcas de cada reino tenían que contar primero con el hecho de su situación geohistórica, pero, en mi opinión, no se podría suscribir sin grandes matices otra afirmación, según la cual todos ellos lo regían “solidariamente”. En todo caso, la solidaridad les venía impuesta, a ciertos niveles, pero fue un ideal político buscado habitualmente por los monarcas en los siglos XIV y XV, salvo que se consideren como tales las relaciones familiares y la política dinástica, en especial la de los Trastámara castellanos y aragoneses en el siglo XV.Porque, desde luego, su resultado final fue la Unión de las Coronas mediante el matrimonio de Isabel y Fernando –los Reyes Católicos- y su reinado conjunto a partir de 1475 en Castilla y de 1479 en Aragón. Fue aquello un primer paso hacia la formación de España como Estado, a partir de su propia realidad histórica anterior, y parece cierto que si la unión dinástica pudo perdurar, a través de diversos avatares, fue, ante todo, porque se cimentaba en sentimientos suficientes de coherencia entre las partes afectadas que, sobre fundamentos más remotos, se irían incrementando. Allí tuvo comienzo el Estado moderno español, pero no ocurrió la aparición súbita de un Estado nacional unitario, como tantas veces se ha escrito con notorio anacronismo. Ante todo, porque quedaron fuera de él dos reinos de la España histórica medieval: Navarra, por poco tiempo, y Portugal ya siempre, pues concluiría por configurarse a sí mismo como Estado-nación. En segundo lugar, porque continuaron vigentes diversidades legales y político-administrativas, lo que hizo más complejo el nacimiento de una conciencia nacional unitaria tal como se ha concebido en tiempos contemporáneos, y este hecho se acentuaría más aún debido al desajuste y diversidad de los ritmos de evolución política de los reinos encuadrados en la Monarquía de España así unificada dinásticamente.En suma, a finales del siglo XV comenzaba solamente un largo y laborioso proceso para transformar a España en Estado-nación. ¿Tuvieron los Reyes Católicos intuiciones geniales sobre el futuro? Parece más bien que no, aunque nadie pueda negar sensatamente su gran categoría política y su papel como creadores del Estado monárquico, origen del español actual. Pero interesa mucho destacar, una vez más, que hay una existencia histórica de España muy anterior a la del Estado español, que éste sólo paulatinamente acabó cubriéndola, con la excepción portuguesa, y que en el nacimiento de la nación española, según el significado contemporáneo del término, a la vez político e histórico, jugaron un papel muy relevante las realidades diversas que antecedieron a la formación del Estado moderno y continuaron interviniendo largo tiempo en su seno”.

M. Á. Ladero Quesada, La España de los Reyes Católicos.

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El concepto de España en los siglos XVI y XVII.-

“Es evidente la dificultad de fijar el concepto de nación (…), no hay duda de la pluralidad de variables que se conjugan en su contenido: territorio, lengua, carácter… y conciencia común…En el Antiguo Régimen este sentimiento es algo difuso e impreciso. Con una geografía embrionaria que dejó el concepto de frontera siempre borroso (…), con unas limitaciones infraestructurales de los transportes que condenaban a un auténtico inmovilismo físico y hacían las distancias abismales…, en el Antiguo Régimen puede decirse que fue prioritario el concepto de jurisdicción. Lo que realmente afectaba al individuo de la época era su vinculación a una familia en un régimen de capitulaciones matrimoniales y testamentarias determinado y su condición de sujeto paciente de la jurisdicción eclesiástica o señorial y de la administración real, una Corona lejana y sólo visible a través de funcionarios de tercer grado, encargados del cobro de impuestos, de la represión del orden público y de la administración de la justicia. Lo otro, el sentimiento nacional, es bastante posterior (…).Una de las obsesiones historiográficas españolas ha sido la de buscar insaciablemente las raíces de ese concepto tan ambiguo de España. Ningún otro país se ha preocupado tanto por penetrar en las señas de identidad nacional rastreando en su propia historia. El mítico problema de España parece haber perseguido a tirios y troyanos, por lo menos desde el siglo XVII. La generación de Cervantes, la de los ilustrados del siglo XVIII, la de los románticos nacionalistas… y sobre todo la del 98, han debatido hasta la saciedad las entrañas del concepto de España, fluctuando siempre entre el optimismo triunfalista y el victimismo masoquista.Los dos historiadores de nuestro siglo [el siglo XX], ya clásicos, que descendieron, a finales de los cuarenta y principios de los cincuenta, a las profundidades de las esencias hispánicas fueron Américo Castro y Claudio Sánchez Albornoz.Hasta hace unos años, efectivamente, los historiadores españoles se encontraban ya en los inicios de su oficio, en la obligatoriedad de definirse entre las alternativas Castro o Sánchez Albornoz. Éste, pese a su condición de self-emigred, representaba maravillosamente el punto de vista de la historia oficial dominante en la España del franquismo. Su obra constituía el esfuerzo épico de descalificación de musulmanes y judíos de su protagonismo español, reduciéndolos a barnizadores de la cultura cristiana y trascendentalizando la supervivencia de la pureza cristiana frente a toda mixtificación. Se rendía culto, así, a toda una serie de artefactos conceptuales como el mozarabismo, el neogoticismo, el legitimismo astur y el concepto mítico de Reconquista que no era sino variantes de una misma hipótesis cuya función era la de entender la islamización de la Península como interrupción histórica, un largo paréntesis en el que la identidad nacional quedó en suspenso (…).Frente a esta postura, Américo Castro representaba la voz de las minorías. Defendía un concepto de España elaborado históricamente en función del cruce mestizo de tres culturas: hispano-romana, judía y musulmana –la triple morada vital-, sin ninguna hipoteca previa ni la presunta predestinación imperial que don Claudio asignaba a las viejas esencias hispánicas (…).Uno y otro adolecen de la misma limitación: una obsesiva preocupación por la génesis del concepto de España (…), que se asume, en todo momento, por ambos historiadores como una identidad incuestionablemente nacional –limpia la sangre o mestiza, tanto da- con unas señas de identidad inherentes a lo español (…). Castro y Sánchez Albornoz son los hijos pequeños de la generación del 98, abrumada siempre como sus coetáneos por el tan traído y llevado problema de España, problema que ha alimentado

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sadomasoquistas reflexiones sobre los supuestos valores de la identidad hispánica o las presuntas misiones o destinos en lo universal a cumplir, problema, esencialmente metafísico, que la guerra civil de 1936 se encargó de convertir en físico.La impaciencia por encontrar pruebas para demostrar la precocidad del fenómeno histórico España de don Claudio o el empeño de Castro por diseccionar los componentes del presunto modelo nacional español son ilusos. El primero pasó su vida buscando la semilla original de lo español, el segundo haciendo bioquímica histórica. Esfuerzos inútiles (…). El drama de la convivencia hispánica no sólo tuvo a cristianos, moros y judíos como protagonistas. En el mismo escenario y paralelamente se estaba presentando la tensa confrontación entre el Estado centralista y los pueblos hispánicos, que generaría sufrimientos y amarguras múltiples. Este drama paralelo al de la vertebración de los pueblos hispánicos, ni Américo Castro, por supuesto, ni Sánchez Albornoz llegaron nunca a intuirlo (…).El problema de España ha tenido, en definitiva, dos dimensiones distintas: la interior y la exterior. En el primer caso, el problema ha residido en la inquietud generada por la invertebración del Estado, cuya articulación con respecto a la sociedad española ha sido siempre una asignatura pendiente altamente preocupante. En el segundo caso, el problema se ha dejado sentir en la obsesión por la opinión que de España se ha tenido en el extranjero (…)”.

R. García Cárcel, Introducción al Manual de Historia de España. 3. Siglos XVI y XVII.

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