el comité 1973 número 20. novela negra

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novela EL COMITÉ 1973 REVISTA DE DIFUSIÓN, CRÍTICA Y CREACIÓN LITERARIA NÚM. 20 / AÑO 4

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Revista de difusión, crítica y creación literaria.

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novela

EL COMITÉ 1973REVISTA DE DIFUSIÓN, CRÍTICA Y CREACIÓN LITERARIANÚM. 20 / AÑO 4

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el Comité 1973

Director generalMeneses Monroy

Director EditorialIsrael J. González S.

cuidado de portafolioAlmendra Vergara

imagen y Diseño gráficoIsrael Campos Nava

Consejo editorial

Guadalupe Flores LieraAsmara Gay

Daniel Olivares Viniegra

Comité colaborador de este número

Alejandro BadilloLaura Contreras Martínez

Asmara GayIsrael J. González S.

Meneses MonroyDaniel Olivares Viniegra

Dulce G. Ramírez

Portada Israel CamposContraportadaLaura Contreras

Martínez

Publicación BimestralAño 4. Núm. 20. 2015.

Noviembre - Diciembre

Publicación perteneciente al catálogo de revistas electrónicas de arte y cultura del CONACULTAhttp://sic.conaculta.gob.mx/ficha.php?table=revista_elec&table_id=136

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novelanegra

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La transgresión es uno de los elementos fundacionales de la humanidad.

En mitología está presente en variadas situaciones. En la tradición judeo

cristiana esta aparece en los primeros versículos del Génesis. La frase de

“seréis como dioses” es un indicador de que el rompimiento de los límites

es parte connatural de lo humano; es también la conciencia de la libertad

individual. Muchas veces la transgresión es sinónimo de crimen. El Hombre

está fascinado con él desde que tiene memoria.

Sin embargo, su relación ha venido transformándose a través del tiempo.

Del mito a la literatura. De lo sagrado a lo secular. El Comité 1973 quiere

rendir un pequeño homenaje a esa mirada. También a todas sus víctimas.

Como siempre no podemos dejar de agradecer la afectuosa constan-

cia de nuestros lectores. Tampoco podemos olvidar el agradecimiento a

nuestros colaboradores en su afán, por seguir acompañando este proyec-

to. A todos ustedes: Gracias Totales.

edito�

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Editorial

Dossier

Minificción Expansión La búsqueda final Alejandro Badillo

Relato La casa vacía Asmara Gay Ensayo Dashiell Hammett y la novela negra Israel J. González S. Escribir nos permite evadir la locura Dulce G. Ramírez

Portafolio

Espacio libre

Poesía Las olas Meneses Monroy Sueño enamorado Israel J. González S.

reseñaLácteos surtidores; sensuales borbotones (sobre Leche de mujer bonita, de Sergio Hernández Nieves. México: LEEA, 2015).Daniel Olivares Viniegra

índice4

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Dicen que el tiempo se expande justo antes de nuestra muerte, esto lo comprobó aquel suicida que, deprimido por un rompimiento amoroso, se lanzó de la azotea de su edificio y, mientras llegaba al suelo, se aburrió con la insoportable charla de sus vecinos.

Expansión

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Buscando mi acta de nacimiento en unas cajas de cartón encontré por casualidad un martillo que creía perdido. Recordé que, por no tener esa herramienta, había quedado inconcluso el librero. Puse manos a la obra y busqué el taladro y las brocas. Mientras abría cajones encontré por casualidad un revólver que creía perdido. Entonces recordé lo importante.

La búsqueda final

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IEncuentro

La cortina estaba abierta. Al asomarme, la silueta de una mujer sentada en el parque llamó mi atención. Parecía no darse cuenta de nada. Su figura estaba fija sobre la banca, sus ojos miraban al suelo sobre un punto indeter-minado, su cabello parecía tener miedo y caía sobre sus hombros derrum-bados. Por su aspecto, me pareció que tenía algún tipo de retraso y, no obstante, nadie estaba a su lado para cuidarla. Un bebé abandonado a la puerta de un hospicio no me hubiera causado tanta conmiseración como la que sentí al ver a aquella mujer olvidada en la banca del parque. Me pregunté qué estaría haciendo allí, quién la habría dejado al reflejo de su suerte. Entonces volteó. La palidez de su rostro era una miniatura de la ava-lancha que sus ojos revelaban. Aquella sombra me inundó. Era ella. Roba-da de mi mano diez años atrás al salir de casa una noche. Un hombre solo, obnubilado por el tambor del desierto, asestó un golpe certero sobre mi cabeza y fui despojo de días, inconsciencia de mi ser mientras ella era suya. Al salir del hospital la busqué en cada muro, en cada albergue, en cada sepultura… Luisa… Nadie encontró su cuerpo, ni su cara ni su alma. Luisa… Un despojo ahora. Una huella mínima de mujer que habita un lenguaje que no es el suyo, una tierra calcinada de recuerdos. Tenía que salvarla. Reco-brar lo que aún quedara de ella. Pero él, que está en todas partes, derramó un golpe sobre mi cabeza antes de que pudiera darme vuelta, un golpe líquido que empañó con mi sangre la imagen de mi mujer olvidada de mi pensamiento, del de Dios y de los hombres y comprendí que todo es oscu-ridad y vacío. Empezaba la noche.

Asmara Gay

vaciala casa

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IITambor del desierto

Desperté encadenado. Un sabor a metal me recorría el paladar y la len-gua. Acaso, pensé, era el amargo sabor de un líquido administrado mien-tras estaba inconsciente. Sentí los labios secos y una profunda inquietud porque mi cuerpo no respondía bien a mi deseo de moverme. Por momen-tos, una rigidez absoluta se incrustaba en todos mis miembros para dar pie a una flacidez que me hacía creer que mi organismo pronto se disolvería. Podía pensar, al menos, aunque no estaba seguro de que esos pensamien-tos nacieran de mí.

Todo estaba oscuro. Nada se movía. Sin embargo, notaba que mi respira-ción no era la única habitante de aquel cuarto. Al acecho debía estar él, como un espectro lleno de aire y odio a la espera de cualquier señal mía. Cuando me acostumbré a la oscuridad noté que delante de mí estaba dis-puesta una mesa con varios objetos. Entre ellos, un cuchillo que mi mente distorsionada supuso que él había dejado para que yo intentara liberarme, como un reto, una prueba de mi inteligencia. Incliné la silla hasta donde mis fuerzas dieron de sí. Traté de alcanzarlo con mi boca. El cuello me dolía al igual que la espalda y un malestar en mi abdomen se expandía. Una y otra vez la pesada silla cayó sobre sus patas. Por momentos, mis miembros lánguidos se negaban a seguir. Pero no podía rendirme. Tenía que aprove-char cualquier instante de conciencia de mi organismo. Hacer cualquier cosa para liberarme. Al fin alcancé el cuchillo y al hacerlo me di cuenta de lo estúpido que era. ¡Vaya inteligencia! ¿Qué podía hacer yo amarrado de pies y manos como estaba con un cuchillo en mi boca? Era tarde para especulaciones. El cuchillo estaba humedecido con un líquido que mi len-gua absorbió sin demora. Creí que un veneno me haría morir rápidamente, pero luego pensé que él no dilapidaría su perversidad de esa manera. Era sólo un juego y yo en sus manos un muñeco, un soldado de plomo al que podía arrancarle cualquier miembro o arrojarlo al fuego cuando ya no lo quisiera. Solté el cuchillo. Un temblor recorrió mis extremidades encadena-das y vi a un cuervo acercarse al abrigo de un cielo ennegrecido. Entre una bruma de palabras que no pude articular mi mente se paralizó y dejó que mi verdugo respondiera a sus más profanos instintos.

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No sé cuánto tiempo pasó. Mi recuerdo de aquel episodio se hace borro-so. Miro atrás y no puedo ver con claridad la distancia entre los hechos y lo que creí que me iba a suceder. Recuerdo, sí, que cuando volví a tener conciencia todo era luz en el cuarto. Las paredes estaban iluminadas con el rostro de Luisa. Su piel llagada se manifestaba en un sinfín de fotografías que tapizaban las paredes. Su cara llena de horror atravesaba un bos-que siniestro, impalpable, inefable. Su ser en las manos de este verdugo había pasado del horror al aniquilamiento. En varias imágenes, Luisa era la sombra que vi en aquel parque. Cerré mis puños y me agité en la silla. Quise gritar, pero un gruñido solo salió de mi cavidad bucal. Con estre-mecimiento, me di cuenta de que mi lengua estaba cortada. Delante de mí, junto al cuchillo que antes había tomado para escapar, yacía blanda, transgredida, mi lengua sobre la mesa de mi ejecutor. Nada puedo decir de lo que sentí, de lo que siento al revivir esto. El dolor me inunda otra vez con más fuerza. Pero entonces no podía pensar ni sentir con claridad, y eso era sólo el inicio. Sobre la mesa, además de mi maltrecha lengua y del cuchillo, se encontraban otros objetos: una vela, un pequeño corazón sobre el plato de una balanza, una caja, un martillo de dos cabezas, un espejo, una hoja arrancada de un diario y una llave.

8 de septiembreLa policía no sabe nada. Apenas lo que dejé ver hace años. Pero entonces no creí que fuera importante que se supiera. Ahora sé que para mantener el equilibrio es necesario que se conozca lo que hago. Por qué actúo de esta manera. La existencia del hombre es una lucha por huir del dolor, pero la vida es dolor, dolor y sufrimiento. Y pocos tenemos el valor de actuar como verdugos. Allí es donde radica el verdadero valor de la vida. En encontrar la razón de la existencia. Es inevitable. Para mantener el equilibrio, los dos corderos irán al sacrificio.

Después de leer la hoja me pregunté dónde estaría Luisa. Si los dos, como corderos, iríamos al sacrificio por qué ella no estaba a mi lado, por qué abandonarla en el parque. Tal vez, pensé, después de cargar conmigo fue por ella y estaba acá, en algún lugar de esta habitación que apesta-ba a materia descompuesta. Fue entonces que escuché sus pasos detrás de mí. Caminaba en círculos que se extendían hasta que su silueta apa-reció ante mis ojos. Una descarga eléctrica estremeció mi espíritu. Aquel hombre era igual a mí: la misma altura, el mismo rostro, las mismas manos. Acaso mis padres ya fallecidos me ocultaron el secreto de un hermano y ahora, vestido de negro, quería ejecutar una venganza que su doloroso rencor lo impulsaba a llevar a cabo. Pero su aspecto templado decía otra cosa. Sus movimientos dejaban ver una determinación en la que no podía leerse el rencor que yo creía. Se sentó en una silla delante y tomó la llave de la mesa, abrió la caja. Pausadamente sacó el contenido.

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—Mis padres —dijo al tiempo que me mostraba unas fotografías en las que un hombre y una mujer estaban amarrados de manera semejante a como yo lo estaba. La sangre manaba de sus rostros y sus cuerpos eran gritos cristalizados por el temor—. Los hijos debemos matar a nuestros pa-dres para poder nacer —prosiguió—. Es difícil al principio, pero hay que hacerlo si quieres llegar a ser un hombre.

Sereno, aquel sujeto continuó sacando fotografías y puso ante mis ojos otras en las que una chica de unos veinte años era consumida por las llamas. —El amor —señaló a la chica—. Nada puede atarte a la tierra. Todo es perecedero. El ser humano es una llama más que debe consumir el uni-verso.Encendió un cerillo y con él prendió la vela que lentamente comenzó a diluirse. Me dijo:—Todo ha de consumirse para que el gran misterio de la vida siga su curso. La historia del hombre es una larga cadena de dolor y sufrimiento —mientras decía esto quemaba las fotos—. Sólo el fuego puede limpiar nuestras almas y regresarnos al sol, lugar del que venimos. Luego de un rato sólo quedaron dos fotos en la mesa. —En ésta estoy yo y acá estás tú hace diez años, cuando te descubrí al cruzar el parque que está frente a tu casa. Al principio me sorprendió encontrar otra persona igual a mí, pero en esta vida nada es casualidad. Aquella noche tuve un sueño y me desperté sobresaltado. En mi sueño, un ser poderoso, todo luz, todo fuego, me decía que te encontrabas perdido y que era necesario que yo te ayudara a recuperar el sentido de la vida, pues al hacerlo yo encontraría el mío. Desde entonces mi destino quedó inscrito al tuyo. Te robé a Luisa porque era una parte de ti y la hice mía. Todos estos años con ella logré lo que nunca pude hacer con ningún ser humano, despojarla de su esencia, quitarle todo lo que ella era antes de estar conmigo. Sólo así pudo entender lo que es la vida: un valle de cenizas que canta la música de un tambor del desierto, golpes y soledad, eso es la vida del hombre. Cuando terminé con ella pensé en matarla, pero si lo hubiera hecho ella se habría convertido en olvido. Y entonces nada habría valido la pena. Es mejor así. Ahora es una huella dolorosa en tu conciencia para que puedas entender lo que es ser hombre.

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Mis oídos escuchaban enterrados, sin poder hablar, con los ojos abier-tos y las lágrimas corriendo hacia mi pecho. En ese momento nació en mí el deseo de asesinarlo. Matarlo y nada más. Y después iría por ella, la recuperaría, haría nacer a mi mujer de nuevo. Mi corazón alumbraría el ser de los dos... En su rostro apareció una sonrisa burlona.

—No entiendes, pero ya entenderás. Llamé a la policía. No tarda en llegar. Es necesario que se sepa lo que aquí va a ocurrir para que el ciclo de la vida continúe su marcha. Tú y yo seremos los corderos que necesita el mundo, el ejemplo de tantos otros que tendrán el valor de emerger como verdugos, de dar al hombre el sufrimiento que necesita.

Con calma, tomó el martillo y aplastó el corazón dos veces sobre la mesa. Luego comió un trozo y me hizo tragar otro. Levantó el cuchi-llo. Me miró y se detuvo. ¿Dudaba? ¿Era posible que ante la liminar circunstancia sus pasos retrocedieran? El miedo apareció en sus ojos, acaso porque era un reflejo de los míos, pero la serenidad con que ha-bía estado actuando desapareció, se volvió odio y rabia que volcaba en cada puñalada que asestaba en mí. La sangre dibujó una charca bajo mi cuerpo y creyó que había expirado. Después, como si lo dis-frutara, con el cuchillo se cortó las muñecas, los brazos, las piernas y al final se abrió un enorme y profundo boquete en el estómago. Cayó al suelo y lo vi irse del mundo, como un aliento informe que regresa al lugar de su nacimiento.

IIIEl mundo es tus imágenesEstaba casi muerto cuando llegó la policía. Me hicieron transfusiones, me colocaron sueros y me metieron al quirófano para tratar de ce-rrar las heridas que él había abierto. Pero hay una que ningún médico pudo cerrar: Luisa. Al salir del hospital fui en su búsqueda. Esta vez con más suerte. Un vecino que paseaba en el parque la reconoció y avisó a las autoridades. Llamaron a sus hermanas para decirles que al fin ha-bía aparecido. Sin embargo, ninguna de ellas quiso hacerse cargo de Luisa en el estado en que se encontraba y decidieron recluirla en un centro de salud mental.

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Le escribí al director del centro de salud explicándole mi situación y me programó una visita. Hacia allá me dirigí con la esperanza de sacarla y recuperar algo de ella. En el sanatorio esperé mientras mi corazón latía con fuerza. Luisa vestía un vestido blanco y caminaba con la ayuda de una enfermera. Se sentó a mi lado. Entonces la vi. Aunque vieja y triste, ella todavía tenía las facciones de Luisa, pero era una usurpación. Su piel fría, el aire comprimido que respiraba, el sufrimiento que se le escapaba, sus aterradores ojos serenos me recordaban a él. Él siempre estaría en ella.

Regresé a casa con dolor y mientras manejaba no pude dejar de pensar que la vida es una habitación vacía y que los hombres somos la sombra de un nombre que se evapora bajo el sol cada día.

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Es probable que la novela negra sea un síntoma del malestar social que caracterice al siglo XX. Que tenga el atrevimiento de hacer esta afirma-ción obedece más a una impresión que a una certeza. Tal parecer se debe a la perspectiva ética con la que se trata el tema del crimen en este género literario. Tomo en cuenta la definición de ética hecha por el filósofo francés André Comte-Sponville, y que sitúa al lector en asunto central de la novela negra. La ética según este filósofo responde a la pregunta, ¿cómo vivir? Como él dice, no obliga ni manda sino que re-comienda. En algunos casos como en literatura, ejemplifica mostrando la manera de conducirse de los personajes. Nuestro autor dice que la ética: Es siempre particular, de un individuo o de un grupo. Más adelante Comte-Sponville añade un matiz muy importante, y que cuadra perfec-tamente con lo que a mi parecer también persigue la novela negra: Es un arte de vivir: tiende la mayoría de las veces a la felicidad y culmina en la sabiduría.

Dashiell Hammett

Israel J. González S.y la novela negra

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Es probable que no sea tan fácil ver en la novela negra su aspecto optimista, sin embargo pocas son las novelas de ese género en don-de sea excluido tal optimismo. Creo que para poder hacer evidente este aspecto es necesario comprender el interés literario por señalar y, en sus términos, explicar el crimen y su relación con el mal pero sobre todo, saber que ese acercamiento no se suscitó con el inicio del siglo pasado. Ya durante el proceso de secularización que fue asentándo-se en las conciencias occidentales a partir de la Ilustración, el afán de entender y, explicar el mal sin renunciar a su aura sobrenatural, fue evidente a partir de la novela gótica. Una novela emblemática de ese género como lo es El Diablo Enamorado de Jacques Cazotte, muestra la ambivalencia de la época (s. XVIII) en cuanto a los anti-guos símbolos del mal. La tentación al pecado a través del deseo y su contraparte, la arrogancia humana a partir de los logros científicos y filosóficos. Este tema ya había sido tratado en la obra de Marlowe que se titula La Vida y Muerte del Dr. Fausto y retomada muchas veces a partir de entonces (Goethe, Mann, Valery, entre otros). Este conflicto literario no es otra cosa que hacer evidente la gran tensión por exce-lencia en la especie humana; la que hay entre cuerpo y espíritu. En la novela de Cazotte, la figura del mal está representada por un súcubo (diablo femenino, que no es sino una reactualización y despontencia-ción del miedo pánico medieval personificado en súcubos e íncubos) que se enamora de un hombre. El motivo detonante del amor es la independencia, inteligencia y valor del personaje principal.

En el periodo ilustrado, algunos aspectos de la moralidad y de la éti-ca, como los que refieren a las libertades sociales se verán profunda-mente confrontados y se tratarán de sustituir con ideas y situaciones más liberales. Este proceso se verá reflejado en la literatura a lo largo

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del siglo XIX. La preocupación por retratar la problemática social a par-tir de las corrientes literarias como el Realismo y el Naturalismo, fue un paso para evidenciar que el mal no sólo se puede concebir a partir de lo sobrenatural, incluso cuando se siguió explorando esa veta por Hoffman, Zola, Maupassant, Nodier, Poe, entre otros. En este periodo y quizás por hacer una exploración más a fondo, Poe realizó un par de cuentos en el que el tema es resolver un misterio criminal, sin abstenerse de la atmósfera de cuento de fantasmas. Tanto la Carta robada, como Crímenes de la calle Morgue y su continuación El misterio de Marie Ro-get, son las historias que según Julio Cortázar en las notas finales a su edición Cuentos en dos volúmenes, inician el género de la novela poli-cial. Muy a pesar de Sir A. Conan Doyle y su Sherlock.

Y quizás desde El escarabajo de oro, historia en la que el protagonista tiene la audacia de resolver un misterio y dar con el tesoro del famoso pirata Capitán Kidd, ya Allan Poe, está interesado en el lúdico afán de desentrañar cualquier tipo de misterio -recordemos que este afán de conocimiento es una de las cualidades por las que el súcubo del Dia-blo enamorado cae rendida a los pies de un hombre. Por otro lado, el hecho de ser hombres en la tradición judeocristiana está ocasionada por la promesa de ser “como dioses”, según se relata en el Génesis bí-blico-, ¿por qué la naturaleza y los motivos de un crimen tendrían que ser pasados por alto? Estas historias nacen como criticas al Estado y a su fuerza coercitiva, un tanto ineficiente. La propia historia de Marie tomada de un asesinato de una chica en la ciudad de Boston, es un ejemplo más que claro. La solución del misterio en el cuento, es decir, dar con el responsable del asesinato de Marie, estuvo muy cercano al posterior esclarecimiento de éste por la policía.

Algunas décadas posteriores la novela negra hace su aparición con la publicación de las obras de Deshiell Hammett. Son historias sobre crí-menes, pero a diferencia de las clásicas novelas detectivescas, las his-torias narradas por Hammett, son de abierta y profunda crítica social.

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En primer lugar la solución del misterio puede ser resuelto por un de-tective, pero ni siquiera eso es necesario. Ese es el caso de Ned Beau-mont en La llave de cristal. Ned es un hombre al servicio de su amigo y jefe Paul Madvig. Un instrumento para las tareas incorrectamente políticas del senador Henry. Novela en donde el ambiente es des-composición y decadencia, época de elecciones y de la tristemente célebre Ley seca de los años treinta en Estados Unidos. Un tiempo en que difícilmente las organizaciones criminales y el poder político la mayor parte de las veces no estaban confabulados. En este ámbito es casi imposible creer que pudiera haber un poco de humanidad y lealtad. Beaumont reúne a pesar de tenerlo todo en contra, estas cualidades. Es en este sentido un personaje con una ética bastante clara, independiente y humana lo que le otorga una complejidad humana profundamente verosímil.

Otro personaje importante creado por Hammett es Sam Spade. De-tective y protagonista de El halcón maltés. Fue tanto el carisma de este personaje, que la historia fue llevada al cine. Fue dirigida por John Huston y el papel de Spade lo encarnó el mítico H. Bogart. Y aunque la descripción física de Spade está muy lejos del rostro de Bogart, al menos, el actor le da un carácter bastante digno en el filme. Hammett lo describe así: Spade tenía el simpático aspecto de un Satanás rubio.

No deja de tener su ironía. Sobre todo pensando en los matices de la personalidad de Spade. Tan es así que al igual que Beaumont, tam-bién guarda una ética que pudiera parecer demasiado honesta para un individuo que desarrolla su profesión en una atmósfera enrarecida por la traición, la mentira y el cinismo. Un ejemplo claro es cuando le explica los motivos por los que no deja libre al culpable de la muerte de su socio, el detective Miles Archer:

--Escucha. Todo es completamente inútil. Nunca me entenderás, pero voy a tratar una vez más de que lo comprendas. Escucha. Cuan-do a un hombre le matan a su socio, se supone que debe actuar de alguna forma. Da lo mismo la opinión que pueda tener de él. Era su socio, y debe hacer algo. Añade a eso que mi profesión es la de detective. Bueno cuando matan a un miembro de una sociedad de detectives, es mal negocio dejar que el asesino escape. Es mal nego-cio desde todos los puntos de vista; y no sólo para una sociedad en particular, sino también para todos los policías y detectives del mun-

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do. Tercero, soy detective, y suponer que voy a correr detrás de quienes quebrantan la ley y que los voy a soltar una vez agarrados, bueno, eso es como esperar que un perro que ha alcanzado un conejo lo suelte. Es algo posible de hacer, lo sé, y que se hace algunas veces, pero no es natural. La única manera de haberte dejado escapar hubiera sido dejar escapar también a Gutman, a Cairo y al chico. Y eso…

/…/ --Déjame acabar, y entonces podrás hablar tú. Cuarto: prescindiendo de lo que quisiera hacer, ahora me sería completamente imposible de-jarte escapar, a menos que quisiera acompañar a los otros al patíbulo. Y además, no puedo descubrir razón para fiarme de ti; y si te dejara escapar y saliera yo con vida, siempre estarías en posesión de un arma contra mí para usarla a tu antojo. Y son cinco razones las que te he dado. La sexta es que, puesto que yo también sé de ti unas cuantas cosas, nunca estaría seguro de que no te ibas a decidir a meterme a mí una bala en el cuerpo. Séptimo, no me atrae lo más mínimo la idea de que remotamente pudiera ocurrir que hubieras jugado conmigo como un imbécil. Y octavo… Pero ya es bastante. Todo ello aconseja lo mismo. Quizás alguna de las razones sean de poca importancia. No lo voy a discutir. Pero, ¡fíjate cuántas son! ¿Y qué razón aconseja hacer lo contrario? Tan sólo una: que quizá me quie-res, y que tal vez yo te quiera a ti.

Con estas palabras, Spade da una muestra de los motivos que lo hacen conducirse en la vida. Sin duda es el ejemplo más fehaciente de que en la novela negra de Hammett hay una actitud de optimismo. Su crítica no sólo deconstruye, da una posibilidad de conducirse. Los personajes de Hammett son un ejemplo de cómo vivir, es decir tienen una ética. Al fin de cuentas no es el mal el que nos condena. Lo que nos puede condenar son nuestras elecciones, la manera con la que nos conducimos. El mal ocurre, pero nosotros lo elegimos como modo de vida. Ese es el gran aporte de la novela negra de Hammett.

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“Quizá escribir nos salve de la locura”, alguna vez escu-ché esta frase en una clase de literatura que tomaba en la universidad. Los escritores ponemos en los personajes características de nosotros mismos, eso es muy cierto, pero de igual forma plasmamos historias con tanta se-guridad y exactitud que pareciera que las estamos vi-viendo al momento de escribirlas, de lo que podríamos llamar el acto real lo pasamos al acto literario.

Desde que se inventó la escritura, escribir nos ha servi-do para plasmar ideas, exorcizar demonios internos, ex-plicar las diferentes realidades que existen, viajar por el mundo, viajar por otros mundos que ni siquiera tenemos la certeza de que existan. Puedo decir ahora que el es-critor es el mejor psicólogo, sociólogo, historiador, inves-tigador y creador de ficciones que existe. Si nos entre-gamos a la tarea de escribir, esas deberían ser nuestras responsabilidades, si queremos escribir novelas, ensayos, cuentos que sean consistentes, sobre todo cuando to-mamos datos de la realidad, esto es algo que ocurre en el género de la novela negra, si hablamos de las dos autoras británicas a las que está dedicado este ensayo: Agatha Christie y Anne Perry.

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ESCRIBIR NOSPERMITE EVADIR LALOCURADulce G. Ramírez

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Agatha Christie con sus 66 novelas policiales que escribió hasta el día de su muerte y Anne Perry con sus más de 50 obras escritas hasta la fecha, tienen algunos puntos de encuentro a pesar de los años de diferencia que existen entre ellas. Agatha vivió de 1890 a 1976 y Anne nació en 1938. El otro día platicaba con un amigo acerca de la poca valoración literaria que se brinda a la novela negra, las tramas se pa-recen mucho de una novela a otra, incluso entre diferentes autores, hay tramas que son fácilmente identificables o artimañas que todos los escritores usan y que el lector que es asiduo de este tipo de novela descubre rápidamente, pudiendo ser un género que a la larga abu-rra y canse, sin embargo, por eso son necesarias ciertas estrategias que mantengan atrapada la motivación por seguir leyendo.

No sólo el crimen en sí, ni el perpetrador del crimen, más importante parece ser el móvil en caso de Agatha y Anne, a veces vas descu-briendo los motivos antes que al criminal, a veces hasta que se te dice quién es el criminal vas descubriendo los motivos; al lector le ocultan información, parecieran de aquellos juegos mentales en donde te dan la información pero se te escapa a la primera y algo muy impor-tante, las historias detrás de los personajes principales.

Agatha creó a Hércules Poirot, a Miss Marple y a Tuppence Beres-ford mientras que Anne creó a Wiliam Monk, a Thomas Pitt y a Joseph Reavley junto con su hermana Judith. Mientras leemos estas novelas de crímenes, misterio, conflictos nacionales y familiares, ambientadas en épocas y lugares sumamente atractivos para el lector, nos vamos encariñando con cada uno de los personajes principales, con sus complicadas vidas o problemas existenciales como los del detective William Monk que sufre amnesia y olvidó cosas de su pasado que en cada caso va redescubriendo y lo que descubre no es de su agrado, le genera remordimiento y dolor. Entonces entre el lector y el perso-naje surge el compromiso de -lo tengo que averiguar todo sobre el personaje- ya no tanto sobre el móvil del crimen o el criminal, eso sabemos que al final de la novela se tendrá una respuesta, es de ley, pero queremos conocer más al personaje que admiramos tanto por ser tan perspicaz.

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Lo curioso es que el único perspicaz desde el inicio es el propio escritor de estas novelas, ya nos tiene atrapados desde el ini-cio en que Poirot peina y aceita con sumo cuidado su bigote, y a pesar de ser tan vanidoso llega a actuar como psicólogo de los sospechosos para obtener información que es crucial para cada caso. Nos vamos enamorando, es difícil cuando te gusta el género, dejarlo. Se te vuelve vicio. La misma vida de Agatha la fue llevando a crear estas historias, lectora asidua desde los 4 años, la soledad, visitar Egipto, el interés que tenía por el espiritismo, la vivencia de la Primera y Segunda Guerra Mundial, el trabajo en una farmacia y su indagación sobre el efecto de algunos venenos, su contacto con zonas arqueo-lógicas en Siria, Iraq y Bagdad, la influencia de Wilkie Collins y Arthur Conan Doyle, entre otras.

En el caso de Anne Perry, el asesinato que cometió junto con una compañera cuando tenía 13 años (su nombre en ese en-tonces era Juliet Hulme), el proceso legal que forzosamente vivió, la necesidad de cambiar su pasado y cambiar de vida. Anne Perry basa algunas de sus historias en la Primera Guerra Mundial, Agatha vivió esa época, atendiendo heridos en el Hospital de Torquay, sin embargo, Anne menciona en entrevis-tas que describe con tanta exactitud cada una de las épocas que pareciera que hubiera estado ahí. Las dos tuvieron con-tacto con la locura, pero de diferente manera, Agatha cuan-do su primer esposo se separó de ella, tuvo una desaparición, amnesia y una depresión que la retuvo algún tiempo en un psiquiátrico. Anne antes de cometer el asesinato, tenía tuber-culosis y el medicamento que tomaba al parecer le causaba alucinaciones con lo cual justifica parte de su acto delictivo de la adolescencia. Ambas han sido mujeres fuertes, Agatha a su manera y en su época, sin embargo mencionó que se crió en-tre mujeres fuertes, su madre tuvo que sacar adelante a toda su familia; Anne menciona que es independiente, exitosa y eso le dificulta el tener una relación de pareja que sea estable.

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Agradece la época en que le tocó vivir, cuando dice: Si viviese en una época insatisfactoria, ¡yo me rebelaría!

A Agatha la investigó una agencia de Inteligencia Británica por sospecha de conocer planes de Hitler ya que mencionó a dos agentes de la Segunda Guerra Mundial en una de sus novelas: “El misterio de Sans Souci”, aquí es donde nos damos cuenta de que la ficción llega en ciertas oportunidades a co-dearse con la realidad. Agatha comentó en alguna entrevista que se hartó de su personaje principal Poirot, ya no quería es-cribir más sobre él. Anne no cuenta nada parecido pero firmó un contrato en el cual se comprometió a escribir al menos dos novelas al año, una sobre su personaje Monk y otra sobre Pitt, no falta ser adivina para imaginar que algunas veces puede resultar cansado hasta el punto del hartazgo como le sucedió a Agatha. Es curioso cómo nos podemos llegar a cansar de aquello a lo que le damos vida.

Cierro este ensayo con la recomendación de que lean algu-nas de las novelas de Agatha o de Anne, si no son muy segui-dores de este tipo de género, al menos viajarán a otros lugares, conocerán personajes complejos y problemáticas que les eran tan comunes en la realidad histórica en la que estaban vivien-do, lo cual siempre, amplia nuestra visión y comprensión del mundo en que vivimos.

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portafolio

L a u r a C o n t r e r a s M a r t í n e z

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Laura Contreras Martínez (1985, Toluca, Edo. México). Egresada de la Licenciatura en Artes Plásticas de la Universidad Autónoma del Estado de México.

Su obra se destaca por el realismo de la técnica, las imágenes en to-nos sepias, ocres y rojizos de sueños, de ambientes un tanto sombríos, entre las cuales maneja diversos materiales como acuarela, estampa, litografía, óleo.

Entre sus exposiciones más importantes está la reciente “Transiciones”, exposición individual en octubre de 2015, en el Museo Leopoldo Flo-res en la Ciudad Universitaria de Toluca. Ha ganado el Primer Lugar El humanismo y el Arte, del Centro Cultural Universitario “Casa de las Diligencias” en Toluca, 2014.

Ha realizado ilustraciones para el libro 200 años del Palacio de Minería: su historia a partir de fuentes documentales, México, UNAM, Facultad de Ingeniería, 2014 y su obra se publicó en el presente año en el libro “Objeto Dibujo Objeto” del Fondo Editorial Estado de México.

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Antes de OctubreLaura Contreras MartínezÓleo sobre tabla20 x 40 cm 2015

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2Autorretrato8Laura Contreras MartínezÓleo sobre tabla 70x 60 cm 2013

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Caballito de JugueteLaura Contreras MartínezÓleo sobre tela140 x 120 cm 2010

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ContemplaciónLaura Contreras MartínezÓleo sobre tela68 x 46 cm 2015

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Lose your mindLaura Contreras Martínez

Litografía intervenida con óleo sobre papel algodón

53.7 x 39.5 cm

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El sueñoLaura Contreras MartínezÓleo sobre tela40 x 60 cm 2013

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esperandoLaura Contreras MartínezMixta sobre cartón entelado15 x 20 cm 2010

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La eterna esperaLaura Contreras MartínezÓleo sobre tela80 x 90 cm 2010

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ResidenteLaura Contreras MartínezÓeo sobre tela 80 x 90 cm 2015

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Similar al amor y otras cosas Laura Contreras MartínezÓleo sobre tela53.7 x 39.5 cm 2015

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Tractato pictórico Laura Contreras MartínezLitografía intervenida con óleo sobre papel algodón60 x 70 cm

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Meneses Monroy

Las olas

La arena por el sol es calentadamas no le es dado sentir. Las olas languidecen en la arena.

El mar, a sí mismo se meceignorante de sí, de quien lo observa. Las olas languidecen en la arena.

¿Qué semidiós nos creócapaces de sentir que algo nos quema,capaces de pensarnos infelices cuando algo nos quema? Las olas languidecen en la arena.

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Israel J. González S.

Sueño enamorado

Si no hubiera frenesí ni almapodría respirarse en este ahogo de inviernosi las palabras no fueran de huesoen esta vigilia de astros aplastada cuando el sueño ofrece enamorado abrazos a la angustia entonces pasarían desapercibidasestas cenizas jirones de viejas luces

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Sobre Leche de mujer bonita, de Sergio Hernández Nieves. México: LEEA, 2015.

Reseña elaborada por: Daniel Olivares Viniegra De lobos con piel de ovejas; pero también del óbice que obliga a la postura o interposición contraria pareciera tratarse el sicalíptico convite al que este autor de otras simbádicas aventuras nos convoca. Pero es más celebratorio que orgiástico el convite (por lo que se deja ver ya de cerca), y más carna-valesco que sacrificial el tono de su talante. El juego, la predisposición de un tono primero lúdico, y ya después (si se quiere o si se requiere lúbrico) han de reinar en la oquedad tramontana, a la que si se quiere se puede uno asomar desde aquí, y desde ya, mediante la magia de la palabra; desde el breve y fugaz, pero también alegre aleph del ahora. Así que queden todos y (sobre todo) todas advertidas. Celebramos además el deleite fársico que la apari-ción de este libro posibilita, toda vez que los tiempos políticos son aciagos y muchos sinsabores día con día padecemos. Mas, como alguien ciertamente sabio alguna vez intuyera: “las penas con pan son buenas”, y si con disfruta-ble carne, mucho mejor; o porque como también, pareciera aconsejarnos el autor: no hay lugar para el amor sin la correspondiente dosis de humor… Y viene a cuento eso de no perder nunca el buen humor, porque ese es el otro tema central de estos ágiles textos (los más), que son flamas, que son luces, que son artificio también sonoro, y deslumbrantes artilugios creativos

Lácteos surtidores; sensuales borbotones

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propios de la mente y de las manos de un demiurgo, de un muy hábil presti-digitador, y artista de la palabra. Uno que a partir de (hoy) (ya) no oculta sus muy anunciadas y postergadas ambiciones, y que osado se atreve inclusive desde las solapas y forros a presentar dosis, fórmula y prescripciones para estos sus menjurjes de dudosa procedencia, a los que, sin embargo, augura procli-vidad afrodisiaca y panacéica; y junto con los cuales, además, para entrar en materia, insisto, no teme otorgar llaves de alcobas o desnudar los secretos del reino… Desnudarlos casi tanto o más que a la mayor parte de todos sus mu-chos personajes; como desnuda a una viva y desbordada imaginación (que es asimismo la colectiva), y hasta a un alma, a un tiempo siempre joven y vigo-rosa, pero también ahora experta, sibarita y trasnochada.

Son, pues, cuentos labrados con gran oficio; escritos con un grado de per-fección indudable: narraciones míticas, antimíticas y antiépicas; minicuentos, cuentos y recuentos, luego, en toda la extensión de la palabra, que tácita o explícitamente rinden tributo a los grandes maestros del género; si bien inten-cionalmente domina en casi todos ellos ese mexicanísimo acento e intención, de lo más en doble, triple o cuádruple sentido; “buena onda” y hasta de lo más onderos en cuanto al tratamiento del lenguaje. La constante en cuanto a estructura es que en ellos casi todo tiempo el escritor o el fabulador se hace ostensiblemente presente. O bien que pirandellianamente los personajes se saben como tales concebidos o ejercen desde sí mismos –a su vez– los oficios de la creación, del desdoblamiento, de la invención. Los más son también cuentos intencionalmente paródicos, que se instalan sin desmerecer como herederos de las varias vertientes de las más antiguas y de las más gozosas lite-raturas de todos los tiempos. Tenemos así, sin desdoro (dirían Don Juan Manuel y su Conde Lucanor), por un lado al Sergio “Petronio”; al Hernández euripidia-no; lo mismo que al Nieves esopéico… Pasando, desde luego, por el Sergio sherezádico, canterbúrico y pantagruélico; mismo que más tarde se dará la mano con el Hernández monterrosiano o bien cronópico, y hasta con el Nie-ves inevitablemente garciamarquesiano (saludan, a su merced, monsieur Pie-rre Rostand y el Divino Marqués). Todo lo anterior, sin desmerecer en el intento.

Cual pulsador de feria, equilibrista o asestador puntual y milimétrico de pu-ñales, el autor ofrece relatos ágiles, dóciles, juguetones, interactivos, y por su-puesto con finales abiertos, en los cuales si otra constante hay que admirar es la construcción intencional y graciosamente artificiosa para mantenernos atentos de principio a fin, para, indefectiblemente, en el momento justo, “des-contarnos” burda o de lo más jocosamente con un atípico e inesperado final. En cuanto a la temática que desde la (sí) sensual portada, tanto prepondera;

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el mérito mayor es la diversidad y la gradación más allá de lo cuantitativa y cualitativamente (ya señalado). Son relatos que van de la parodia casi inge-nua de los tradicionales cuentos de hadas, hasta en efecto la muy vaporosa exhibición de las más insospechadas pulsiones que los seres humanos, vivos o no, de músculo y hueso (o no), esos que aman–desean–desaman–odian–anhelan–temen–sueñan… suelen (solemos) poseer, y por supuesto gozar–y–padecer.

Mérito final, no por ello menos destacado, es el poco menos que magistral manejo del lenguaje: soltura y dosificación; atinadas, sugerentes o insospe-chadas metáforas; cambios de ritmo, de registro y tonalidad; así como las perspectivas constructivas de voces en primera, segunda o tercera persona; masculinas, femeninas, transgénero o hasta epicenas. La ambientación, por otra parte, y pese a la esforzada intertextualidad y transtextualidad, es casi siempre contemporánea, con sus dejos de nostalgia de un apenas ayer; a la vez que muy urbana, citadina–chilanga y por tanto universal. La psicología de los personajes, por su parte (y por su arte), va desde la abiertamente pro-caz, hasta la muy mamonsona-mente o válidamente cosmopolita, cuando no, durante los cortejos se torna seductora (en ocasiones hasta el exceso mauriciogarcesiano; digámoslo por aparte), y sin renunciar a toques que, por momentos, lindan con lo poético.

En cuanto al muy variado ritmo descriptivo hay también un manejo acerta-dísimo que en oportunos momentos se abre a una delectación morosa (que digamos de paso sería una de las características del género erótico si es que lo hubiera…), pues, en concordancia con la intencionalidad de la trama y de la acción sobre todo de la acción–sensación, canaliza una necesaria e imprescindible propensión voyeurística, misma que solo superarían ciertos paneos y closeups cinematográficos, pero que a la vez son rebasados por la profundidad sinestésica (profundo y unísono solaz en todos los sentidos) que solamente logra la literatura. Sin embargo, por sobre todo ello se impondrá la mirada inteligente, el aporte culterano, el gag, el piquete en el ombligo, el cual además –lo intuimos de cierto– alguna noble intención traerá (no exactamente detrás) de instruirnos; mas no sobre moralinas por demás ca-ducas, sino sobre las bondades a las que el espíritu, y el cuerpo pleno han de aspirar, y que son esas que solamente se alcanzan mediante los subterfugios del amar (que eso y no otra cosa es, en una de esas, el nombre del juego). Luego de agotar casi sin sentirlo el trayecto de la lectura se sabe de una ta-rea sobradamente cumplida. Cierro el periplo sin nada más que brindar muy complacidamente con Hernández Nieves por este su cabal tributo a la (su) literatura toda; desde luego preferentemente con Liebfraumilch: divinal elíxir: leche de la mujer bonita; “leche de la mujer amada”.***

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