el collar de perlas; y el poeta; de somerset maugahmm, w. somerset

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William Somerset MAUGHAM (París, 25 de enero de 1874 - Niza, 16 de diciembre de 1965) fue un escritor británico autor de novelas, ensayos, cuentos y obras de teatro que, durante la década de 1930, llegó a ser el escritor más popular y mejor pagado del mundo. A lo largo de 60 años escribió más de 100 relatos y 21 novelas, además de gran número de piezas teatrales, biografías, libros de viajes y ensayos. El padre de Maugham, abogado en la embajada británica en París, envió al niño a Inglaterra bajo cuidado de su tío, Henry MacDonald Maugham, vicario de Whitstable-Kent, un ser frío, distante e incapaz de amar. En este periodo Maugham desarrolló una tartamudez que le acompañaría toda la vida: estaba tan sometido a control que la expresión de cualquier emoción estaba prohibida. El resultado fue que Maugham tuvo una infancia y adolescencia desgraciada, tanto en la vicaría como en la escuela, donde era maltratado por sus compañeros debido a su tartamudez y baja estatura; para defenderse desarrolló la habilidad de hacer observaciones sarcásticas que herían cruelmente a los que le hacían rabiar, capacidad que se reflejará a veces en los personajes de sus narraciones. Como estudiante de medicina pudo vivir en la efervescente ciudad de Londres y conocer a personas de las clases populares, a las que nunca habría encontrado en otras profesiones, viéndolas en situaciones de extrema necesidad y angustia, lo que, según propia confesión, alcanzará para él un gran valor literario: Liza of Lambeth, una narración sobre un adulterio en la clase obrera y sus consecuencias, bebe en las experiencias del estudiante practicante de obstetricia en el suburbio londinense de Lambeth; la novela se encuadra en el realismo social de los "escritores de los bajos fondos" y cosechó el éxito entre la crítica y el público, agotándose la primera impresión en cuestión de semanas, lo que le convenció para abandonar la medicina y embarcarse en una carrera literaria que duraría sesenta y cinco años. La vida de escritor le permitió viajar y vivir en diferentes lugares, como España y Capri, En torno a 1914, Maugham era ya un hombre famoso, con 10 obras de teatro representadas y 10 novelas publicadas. En este tiempo conoció a Frederick Gerald Haxton, un joven de San Francisco que se convirtió en su compañero y amante hasta que murió en 1944. Maugham, que era bisexual, tuvo amantes ilustres como H. G. Wells, W. H. Auden, Lytton Strachey o Thomas Mann, pero el gran amor de su vida fue Gerald Haxton. De su relación con Syrie Wellcome, hija del fundador de orfanatos Thomas John Barnardo y casada, tuvo una hija. Tras el divorcio, Syrie y Maugham se casaron en 1922 y Maugham le dedicó su colección de cuentos On a Chinese Screen. Se divorciaron a los cinco años después de un matrimonio tempestuoso, agravado por los frecuentes viajes de Maugham y su ininterrumpida relación con Haxton. 1

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Presentación del autor y dos de sus sencillos, amenos y humanos relatos.

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William Somerset MAUGHAM (Pars, 25 de enero de 1874 - Niza, 16 de diciembre de 1965) fue un escritor britnico autor de novelas, ensayos, cuentos y obras de teatro que, durante la dcada de 1930, lleg a ser el escritor ms popular y mejor pagado del mundo. A lo largo de 60 aos escribi ms de 100 relatos y 21 novelas, adems de gran nmero de piezas teatrales, biografas, libros de viajes y ensayos.El padre de Maugham, abogado en la embajada britnica en Pars, envi al nio a Inglaterra bajo cuidado de su to, Henry MacDonald Maugham, vicario de Whitstable-Kent, un ser fro, distante e incapaz de amar. En este periodo Maugham desarroll una tartamudez que le acompaara toda la vida: estaba tan sometido a control que la expresin de cualquier emocin estaba prohibida. El resultado fue que Maugham tuvo una infancia y adolescencia desgraciada, tanto en la vicara como en la escuela, donde era maltratado por sus compaeros debido a su tartamudez y baja estatura; para defenderse desarroll la habilidad de hacer observaciones sarcsticas que heran cruelmente a los que le hacan rabiar, capacidad que se reflejar a veces en los personajes de sus narraciones.Como estudiante de medicina pudo vivir en la efervescente ciudad de Londres y conocer a personas de las clases populares, a las que nunca habra encontrado en otras profesiones, vindolas en situaciones de extrema necesidad y angustia, lo que, segn propia confesin, alcanzar para l un gran valor literario: Liza of Lambeth, una narracin sobre un adulterio en la clase obrera y sus consecuencias, bebe en las experiencias del estudiante practicante de obstetricia en el suburbio londinense de Lambeth; la novela se encuadra en el realismo social de los "escritores de los bajos fondos" y cosech el xito entre la crtica y el pblico, agotndose la primera impresin en cuestin de semanas, lo que le convenci para abandonar la medicina y embarcarse en una carrera literaria que durara sesenta y cinco aos. La vida de escritor le permiti viajar y vivir en diferentes lugares, como Espaa y Capri, En torno a 1914, Maugham era ya un hombre famoso, con 10 obras de teatro representadas y 10 novelas publicadas. En este tiempo conoci a Frederick Gerald Haxton, un joven de San Francisco que se convirti en su compaero y amante hasta que muri en 1944. Maugham, que era bisexual, tuvo amantes ilustres como H. G. Wells, W. H. Auden, Lytton Strachey o Thomas Mann, pero el gran amor de su vida fue Gerald Haxton. De su relacin con Syrie Wellcome, hija del fundador de orfanatos Thomas John Barnardo y casada, tuvo una hija. Tras el divorcio, Syrie y Maugham se casaron en 1922 y Maugham le dedic su coleccin de cuentos On a Chinese Screen. Se divorciaron a los cinco aos despus de un matrimonio tempestuoso, agravado por los frecuentes viajes de Maugham y su ininterrumpida relacin con Haxton.En junio de 1917 haba sido reclamado por el Servicio Secreto Britnico para ejecutar una misin especial en Rusia: conseguir implicar al Gobierno Provisional Ruso en la guerra, lo que estuvo a punto de conseguir. En cualquier caso, Maugham aprovech las experiencias como espa en una coleccin de cuentos sobre un espa caballeroso, distante y sofisticado, llamado Ashenden, (1928).En 1928, Maugham adquiri una finca en la Riviera francesa, que sera su casa para el resto de su vida, y uno de los mejores salones sociales y literarios de los aos 1920 y 1930. Su produccin continu siendo prodigiosa, escribiendo para el teatro, novelas, ensayos y libros de viajes.En torno a 1940 ya era uno de los escritores en lengua inglesa ms famosos del mundo, as como uno de los ms ricos. A sus sesenta aos, pas casi toda la Segunda Guerra Mundial en los Estados Unidos de Amrica, en Hollywood (donde trabaj en diversos guiones, y donde fue uno de los primeros escritores en conseguir unas ganancias significativas con las adaptaciones cinematogrficas de sus obras); y tambin en EE.UU.fue requerido por el Gobierno para dar conferencias patriticas en apoyo a la ayuda norteamericana a Gran Bretaa.Gerald Haxton muer en 1944 y Maugham volvi a Inglaterra. El hueco dejado por la muerte del amante lo llen Alan Searle, un joven de suburbio londinense que result una compaa fiel, pero nada estimulante. Los ltimos aos de Maugham estuvieron tristemente empaados por diversos escndalos que es posible que se desencadenasen a causa de su decadencia intelectual por mor del Alzheimer. El xito comercial con elevados volmenes de ventas, las producciones teatrales de xito y una larga serie de adaptaciones cinematogrficas, todo unido a unas astutas inversiones en Bolsa, permitieron a Maugham vivir una vida muy confortable. Sin embargo, a pesar de sus triunfos, jams consigui un elevado respeto por parte de los crticos y los compaeros escritores. l mismo lo atribua a su carencia de "lirismo", su reducido vocabulario y un uso inexperto de la metfora. Y, en efecto, parece que Maugham no iba desencaminado, pues escriba en un estilo directo: no hay nada en un libro de Maugham que necesite explicacin al pblico por parte de los crticos. El pensamiento de Maugham era claro y su estilo, lucido y preciso, pero su prosa contenida y distante le permite explorar las tensiones y pasiones humanas sin caer en el melodrama, y la perspicacia emocional y la sagacidad moral subyacen en todas sus obras.Como hemos visto, la estrecha relacin entre ficcin y realidad fue una de las caractersticas de la obra de Maugham. As, Of Human Bondage (Servidumbre humana), 1915, obra maestra de Maugham, calificada por los crticos de la poca como "una de las novelas ms importantes del siglo XX", viene a ser una novela autobiogrfica: su protagonista, Philip Carey, es hurfano y lo cra un to en exceso piadoso, como en el caso de Maugham; la deformacin que tiene en los pies le provoca una gran autoconciencia y vergenza, que evocan los problemas de Maugham con su tartamudez; etc.El filo de la navaja (The Razor's Edge), publicada en 1944, fue un caso atpico dentro de su produccin, pues aunque la mayor parte de la novela se desarrolla en Europa, sus principales personajes son americanos y no britnicos: el protagonista es un decepcionado veterano de la Primera Guerra Mundial que abandona a sus amigos ricos y su estilo de vida y viaja a la India en busca de la iluminacin interior; y los temas del misticismo oriental y el asco provocado por la guerra tenan valor catrtico para los lectores en unos momentos en que estaba acabando la Segunda Guerra Mundial (de hecho, enseguida se hizo una adaptacin cinematogrfica). Pero el elemento autobiogrfico est de nuevo presente, ya que el protagonista se haba enrolado como voluntario en una unidad de aviacin y Maugham hizo en su da lo propio en una unidad de ambulancias de la Cruz Roja. De entre sus narraciones cortas, destacan las que tienen que ver con las vidas de los colonos, muchos de ellos britnicos, del Lejano Oeste americano, en las que se trata a menudo el precio emocional que deben pagar los colonos por su aislamiento; pero hay otras, y situadas en los ms alejados lugares. Algunas de las ms destacables dentro de este gnero son Rain, Footprints in the Jungle, y The Outstation: la primera, que narra la desintegracin moral de un misionero que intenta convertir a una prostituta en una isla del Pacfico, adquiri una gran fama y se ha adaptado al cine en diversas ocasiones, por su genial retrato de la hipocresa moral.Su novela The Magician (El Mago), de 1908, est basada en el ocultista britnico Aleister Crowley.Maugham fue, adems, uno de los escritores de viajes ms destacados de los aos de Entreguerras. Entre sus mejores obras de este gnero cabe destacar The Gentleman in the Parlour, sobre un viaje a travs de Birmania, Siam, Camboya y Vietnam; y On a Chinese Screen, una serie de breves vietas que pueden ser, incluso, borradores de cuentos que jams desarroll.

Dos relatos: El collar de perlas (pp. 3-6) y El poeta (pp. 7-10).

EL COLLAR DE PERLASYo estaba predispuesto a sentir antipata por el seor Kelada aun sin haberlo conocido. La guerra acababa de terminar y el trfico de pasajeros en las lneas ocenicas era intenso. Era difcil encontrar lugar y haba que tomar lo que ofrecieran los agentes. No se poda esperar un camarote para uno solo, y yo agradeca el mo con slo dos camas. Pero cuando escuch el nombre de mi compaero mi corazn se hundi. Sugiri puertas cerradas y la exclusin total del aire nocturno. Ya era bastante malo compartir un camarote por catorce das con cualquiera (yo viajaba de San Francisco a Yokohama), pero habra sido menos mi consternacin si el nombre de mi compaero de cuarto hubiera sido Smith o Brown.Cuando sub a bordo ya se encontraba ah el equipaje del seor Kelada. No me gust su aspecto, haba demasiadas etiquetas en las valijas y el bal de ropa era demasiado grande. Haba desempacado sus objetos para el bao y observ el excelente Monsieur Coty; porque en el lavabo estaba su perfume, su jabn para el pelo y su brillantina.Los cepillos del seor Kelada, bano con su monograma en oro, habran estado mejor para una friega. El seor Kelada no me gustaba en absoluto. Fui al saln fumador. Ped un paquete de cartas y empec a jugar paciencia.Apenas haba empezado cuando un hombre vino y me pregunt si no se equivocaba al pensar que mi nombre era tal y tal.-Yo soy Kelada -aadi con una sonrisa que dejaba ver una fila de dientes brillantes, y se sent.-Oh, s, compartimos un camarote, creo.-Eso es suerte, dira yo. Uno nunca sabe con quin lo van a poner, me alegr cuando supe que usted era ingls. Soy partidario de que nosotros los ingleses nos congreguemos cuando estamos en el extranjero, usted me entiende.Parpade.-Es usted ingls? -pregunt, quiz con falta de tacto.-Bastante. Usted no creer que soy estadounidense, o s? Britnico hasta la mdula, eso es lo que soy.Para probarlo, el seor Kelada sac su pasaporte del bolsillo y lo despleg bajo mi nariz.El rey Jorge tiene muchos sbditos extraos. El seor Kelada era bajo y de complexin robusta, bien afeitado y de piel oscura, con una nariz carnosa y ganchuda y ojos grandes y brillantes. Su cabello era negro y levemente rizado. Hablaba con una fluidez en la que no haba nada ingls y sus gestos eran exuberantes. Estuve seguro de que una inspeccin ms detenida a su pasaporte habra traicionado el hecho de que el seor Kelada hubiera nacido bajo el cielo azul que suele verse en Inglaterra.-Qu toma usted? -me pregunt.Lo mire con vacilacin. La prohibicin estaba en vigor y todo indicaba que el barco estaba seco. Cuando no estoy sediento no s qu me desagrada ms, si el ginger ale o el refresco de limn. Pero el seor Kelada me dirigi una brillante sonrisa oriental.-Whisky con soda o un martini seco, usted solo tiene que decirlo.Sac un frasco de cada uno de sus bolsillos y los puso en la mesa ante m. Escog el martini, y llamando al camarero orden una jarra de hielo y un par de vasos.-Muy buen coctel -dije yo.-Bueno, hay muchos ms en el lugar de donde vino ste, y si tiene amigos a bordo, dgales que tiene un camarada que posee todo el licor del mundo.El seor Kelada era platicador. Habl de Nueva York y de San Francisco. Discuti obras de teatro, pelculas y poltica. Era patritico. La bandera inglesa es un buen pao, pero cuando es ondeada por un el seor de Alejandra o Beirut, no puedo evitar sentir que de algn modo pierde algo de su dignidad. El seor Kelada era familiar. No deseo darme aires, pero no puedo evitar sentir que lo apropiado para un extrao total es poner seor antes de mi nombre cuando se dirige a m. El seor Kelada, sin duda para que yo me sintiera cmodo, no empleaba tal formalidad. No me gustaba el seor Kelada. Yo haba hecho a un lado las cartas cuando se sent, pero ahora, pensando que para esta primera ocasin nuestra pltica ya haba durado bastante, segu con mi juego.-El tres sobre el cuatro -dijo el seor Kelada.No hay nada ms exasperante cuando usted est jugando paciencia que le digan dnde poner la carta que ha volteado antes de que la haya visto usted mismo.-Est saliendo, est saliendo -grit l-. El diez sobre la jota.Furioso, di por terminado el solitario.Entonces l tom el paquete.-Le gustan los juegos de cartas?-No, odio los juegos de cartas -contest.-Slo le mostrar este.Me mostr tres. Entonces dije que bajara al saln comedor y apartara lugar a la mesa.-Oh, eso est bien -dijo l-. Ya apart un lugar para usted. Pens que como estbamos en el mismo cuarto podramos sentarnos en la misma mesa.Repito que no me era simptico el seor Kelada.No slo comparta un camarote con l y coma con l tres comidas al da, sino que no poda caminar por el puente sin su compaa. Era imposible desairarlo. A l nunca se le ocurrira que no fuera deseado. Estaba seguro de que usted sera tan feliz de verlo como l a usted. En su propia casa usted lo habra sacado a patadas y cerrado la puerta en su cara sin que l tuviera la sospecha de que no era un visitante bienvenido. Era bueno para relacionarse y en tres das conoca a todos a bordo. Manejaba todo. Manejaba las loteras, conduca las subastas, recoga el dinero para los premios a los deportes, entregaba fichas y diriga los juegos de golf, organizaba el concierto y el baile de trajes tpicos. Estaba en todas partes siempre. Con certeza, era el hombre ms odiado en el mundo. Lo llambamos el seor sabelotodo, incluso en su cara. Lo tomaba como un halago. Pero era en las comidas cuando resultaba ms intolerable. La mayor parte de una hora nos tena a su merced. Era entusiasta, jovial, locuaz y argumentativo. Saba todo mejor que cualquiera, y era una afrenta a su sobresaliente vanidad que usted estuviera en desacuerdo con l. No soltara un tema, sin importar qu poco importante fuera, hasta que lo hubiera llevado a su propia forma de pensar. Nunca se le ocurri la posibilidad de estar equivocado. Era el tipo que saba. Nos sentamos ante la mesa del doctor. El seor Kelada impondra su estilo, porque el doctor era perezoso y yo era un indiferente total, excepto por un hombre llamado Ramsay que tambin se sent ah. Era tan dogmtico como el seor Kelada y resenta amargamente la arrogancia levantina. Las discusiones que tuvieron fueron encendidas e interminables. Ramsay estaba en el servicio consular estadounidense y radicado en Kobe. Era un gran tipo corpulento del medio oeste, con grasa suelta debajo de una piel apretada, y se desbordaba en su ropa de almacn. Regresaba a su puesto, luego de recoger a su mujer en Nueva York que haba pasado un ao ah. La seora Ramsay tena su gracia, con formas agradables y sentido del humor. El servicio consular es mal pagado, y ella se vesta muy sencillo, pero saba cmo portar su ropa. Lograba un efecto de serena distincin. No le habra prestado ninguna atencin especial, pero ella posea una cualidad que puede ser bastante comn entre las mujeres, pero actualmente no es comn en su apariencia. En ella brillaba como una flor en un frac.Una noche en la cena la conversacin deriv por suerte sobre el tema de las perlas. En los peridicos haban aparecido muchas notas sobre las perlas cultivadas que estaban fabricando los astutos japoneses, y el doctor seal que stas disminuiran el valor de las verdaderas inevitablemente. Ya eran muy buenas y pronto seran perfectas. El seor Kelada, como era su costumbre, se arroj sobre el nuevo tema. Nos dijo todo lo que haba que saber sobre las perlas. Yo no pens que Ramsay supiera nada sobre ellas en absoluto, pero no pudo resistirse a tener un choque con el levantino, y en cinco minutos estbamos en medio de una discusin acalorada. Antes haba visto a Kelada vehemente y voluble, pero nunca tan vehemente y voluble como ahora. Al fin, algo que dijo Ramsay lo prendi, porque dio un puetazo en la mesa y grit.-Bueno, yo debo saber de lo que hablo, voy a Japn para ver este asunto de las perlas japonesas. Estoy en el negocio y no existe un hombre que les diga que lo que yo digo sobre las perlas es falso. Conozco las mejores perlas del mundo, y lo que yo no sepa de perlas no vale la pena saberlo.Esto era una noticia para nosotros, porque el seor Kelada, con toda su locuacidad, no haba dicho a nadie cul era su negocio. Sabamos vagamente que iba a Japn para alguna diligencia comercial. Mir alrededor de la mesa en forma triunfal.-Nunca sern capaces de hacer una perla cultivada que un experto como yo no pueda detectar con medio ojo -seal el collar que llevaba la seora Ramsay-. Puede creerme, seora Ramsay, ese collar que usted lleva nunca valdr un centavo menos que ahora.La seora Ramsay se ruboriz con modestia y desliz el collar dentro de su vestido. Ramsay se aproxim. Nos mir mientras asomaba una sonrisa en sus ojos.-Es un bonito collar el de la seora Ramsay. No es as?-Lo percib de inmediato -contest el seor Kelada- y, me dije: "No cabe duda: son perlas legtimas".-No las compr yo mismo, claro est. Me interesara saber cunto piensa usted que cuestan.-Oh, en el comercio por ah unos quince mil dlares. Pero si se compr en la Quinta Avenida no me sorprendera que se hubieran pagado hasta treinta mil dlares.Ramsay sonri secamente.-Sin duda le sorprendera saber que la seora Ramsay compr ese collar, la vspera de nuestra salida de Nueva York, por dieciocho dlares en uno de los grandes almacenes de la ciudad.El seor Kelada enrojeci.-Nada de eso. No slo es legtimo, sino es un collar tan bueno por su tamao como nunca he visto.-Apostara por eso? Le apuesto cien dlares a que es imitacin.-De acuerdo.-Oh, Ulmeh, no puedes apostar sobre un hecho cierto -dijo la seora Ramsay.Ella tena una sonrisa gentil en los labios y un tono suavemente desaprobatorio.-No puedo? Si tengo la oportunidad de obtener dinero as de fcil sera un gran tonto si no lo tomara.-Pero cmo puede probarse? -aadi ella-. Slo es mi palabra contra la del seor Kelada.-Djeme mirar el collar, y si es una imitacin se lo dir de inmediato. Puedo permitirme perder cien dlares -dijo el seor Kelada.-Qutatelo, querida. Deja que el caballero lo mire tanto como quiera.La seora Ramsay dud un momento. Llev sus manos al broche.-No puedo quitrmelo -dijo-. El seor Kelada tendr que dar por buena mi palabra.Tuve una sbita sospecha de que iba a ocurrir algo desafortunado, pero no se me ocurri nada qu decir Ramsay brinc.-Yo lo desatar.Le entreg el collar al seor Kelada. El levantino sac una lupa de su bolsillo y lo examin detenidamente. Una sonrisa de triunfo se extendi en su suave cara morena. Regres el collar. Estaba a punto de hablar. De repente observ el rostro de la seora Ramsay. Estaba tan blanca que pareca a punto de desmayarse. Lo miraba con ojos muy abiertos y una expresin de terror. Pareca una splica desesperada; era tan claro que me pregunt por qu su marido no lo vea.El seor Kelada se detuvo con la boca abierta. Se ruboriz profundamente. Usted casi poda ver el esfuerzo que haca para vencer su conviccin.-Me equivoqu -dijo-. Es una muy buena imitacin, pero claro, tan pronto como lo vi bajo mi lupa me di cuenta que no era real. Creo que dieciocho dlares es lo ms que podra darse por esa bagatela.Sac del bolsillo un billete de cien dlares. Se lo entreg a Ramsay sin decir palabra.-Tal vez eso le ensee a no ser tan obcecado la prxima vez, mi joven amigo -dijo Ramsay al tomar el billete.Percib un temblor en las manos del seor Kelada.La historia se esparci por el barco como hacen las historias, y tuvo que soportar muchas bromas esa noche. Se consideraba todo un triunfo haberlo vencido en algo. Pero la seora Ramsay se retir a su cuarto con un fuerte dolor de cabeza.Por la maana me levant y empec a rasurarme. El seor Kelada yaca en su cama fumando un cigarro. De repente escuch el pequeo sonido de un roce y vi una carta que empujaban por debajo de la puerta. Abr la puerta y mir. No haba nadie. Levant la carta y vi que estaba dirigida a Max Kelada. Estaba escrita en letras negras. Se la entregu.-De quin ser? -pregunt al abrirlo-.Oh! -exclam, sacando del sobre no una carta sino un billete de cien dlares. Me mir y se ruboriz. Rompi el sobre y me dijo mientras me los entregaba:-Podra arrojarlos por la ventanilla?As lo hice, y entonces observ una velada sonrisa.-A nadie le gusta que lo vean como un perfecto idiota -dijo.-Entonces, las perlas eran legtimas? - le pregunt.-Si yo tuviera una esposa joven y bonita, como esa, no la dejara pasar un ao en Nueva York mientras yo estuviera en Kobe -dijo l.En ese momento no me fue tan antiptico del todo el seor Kelada. Sac su cartera y puso en ella el billete de cien dlares.

EL POETA (en Cosmopolitas, 1936)

No siento gran inters por la gente clebre, y no puedo soportar a esas personas que tienen la pasin de codearse con las grandes figuras. Cuando alguien me propone presentarme a una persona que se distingue de sus semejantes, ya sea por su categora social o por sus proezas, trato por todos los medios de buscar una excusa aceptable que me permita evitar el honor del encuentro. Por lo tanto, cuando mi amigo Diego Torre dijo que iba a presentarme al seor de Santa Ana rehus inmediatamente. Este seor de Santa Ana no era slo un renombrado poeta, sino tambin una figura romntica y, a pesar de todo, me hubiese gustado saber cmo sera en la pobreza un hombre cuyas aventuras, por lo menos en Espaa, eran legendarias. Pero supe al mismo tiempo que era ya un anciano y que estaba enfermo, y no pude menos de pensar que hubiese sido para m una molestia tener que encontrarme con un desconocido y extranjero a la vez. Calixto de Santa Ana, que as se llamaba, era el ltimo descendiente de una familia de grandes personajes, y en un mundo repudiado por Byron haba llevado una vida completamente byroniana, narrando las aventuras de su azarosa existencia en una serie de poemas que le haban hecho famoso, pero que sus contemporneos ignoraban por completo. No me considero capaz de juzgar el valor que puedan haber tenido, pues los le por primera vez cuando contaba veintitrs aos. Entonces me sedujeron; denotaban pasin, altiva arrogancia y estaban llenos de vida. Me entusiasmaron, y aun hoy no puedo leerlos sin sentirme emocionado, ya que sus estrofas traen a mi memoria los ms queridos momentos de mi juventud. Me inclino a creer que Calixto de Santa Ana merece en sumo grado la reputacin que goza entre la gente de habla hispnica. En aquel tiempo, toda la juventud tena sus versos en los labios, y mis amigos no cesaban de hablarme de sus modales, de sus apasionados discursos -adems de poeta era tambin poltico-, de su agudo ingenio y de sus amoros. Era un rebelde, y a veces tambin un bravo bandolero, pero, por encima de todo, era un fogoso amante. Todos conocamos la pasin que demostraba por tal o cual artista o cantante de renombre, pues habamos ledo hasta saberlos de memoria los encendidos sonetos en que describa su vehemente amor, sus angustias o sus odios. Sabamos tambin que una aristcrata, descendiente de una orgullosa familia, habiendo cedido a sus ruegos, tom despechada los hbitos cuando l dej de amarla. Aplaudimos el romntico rasgo de la dama, ya que realzndola a ella halagbamos a nuestro poeta. Pero todo esto sucedi hace muchos aos, y durante un cuarto de siglo don Calixto se retir desdeosamente del mundo, que ya nada poda brindarle, viviendo solitariamente en cija, su pueblo natal. Haca dos semanas que me encontraba en Sevilla, y cuando di a conocer mi intencin de trasladarme all, no por inters de conocerle, sino porque se trata de un pueblecito andaluz muy simptico y al que me unen gratos recuerdos, don Diego Torre se ofreci a darme una carta de presentacin. Pareca ser que don Calixto se dignaba algunas veces recibir la visita de los hombres de letras de la joven generacin, con quienes conversaba imprimiendo tal fuego a sus palabras que electrizaba a sus oyentes, lo mismo que haba hecho con sus poemas en la primavera de su vida. -Y cmo est ahora? -pregunt. -Esplndidamente. -Tiene usted algn retrato suyo? -Me gustara tenerlo, pero se ha negado a dejarse retratar desde hace ms de treinta y cinco aos, alegando que no quiere que la posteridad lo conozca sino de joven. Debo confesar que esta extraa forma de vanidad me conmovi. Se saba que en su juventud haba sido un hombre muy esbelto, y en una estrofa, escrita cuando comprendi que se desvanecera su aspecto juvenil, revelaba con qu amarga e irnica angustia contemplaba cmo esa gallarda que haba sido la admiracin de todos iba desapareciendo. Sin embargo, rechac la carta de presentacin que me ofreca mi amigo, contentndome con releer el poema que me era tan conocido. Por otra parte, prefera vagar por las silenciosas y soleadas calles de cija en completa libertad. Por esta razn, me sent asombrado cuando la tarde de mi llegada al pueblo recib una nota del mismo poeta. Don Diego le haba escrito informndole de mi visita a cija. Me haca saber que le sera muy grato recibirme a la maana siguiente, a eso de las once, s tal hora me convena. En estas circunstancias no me quedaba otro remedio que ir a su casa en el da y a la hora sugeridos. Mi hotel daba a la plaza del pueblo, que en aquella maana primaveral se hallaba muy animada. Pero tan pronto como me alej de ella me pareci transitar por una ciudad casi desierta. No se vea ni un alma por las tortuosas y angostas calles, excepto alguna dama que regresaba de la iglesia. cija es, por excelencia, el pueblo de las iglesias, y no hay que alejarse mucho para ver alguna fachada derruida o la torre de algn templo donde anidan las palomas. En cierta ocasin me detuve para contemplar una fila de burros cubiertos con mantas descoloridas y cargados con unas cestas cuyo contenido no pude llegar a ver. Pero cija haba sido en un tiempo lugar importante, y muchas de sus blancas casas lucen an sobre las puertas de entrada imponentes escudos, pues a este lugar afluan las riquezas del Nuevo Mundo, y los aventureros que haban hecho fortuna en las Amricas pasaban all sus ltimos aos. En una de esas casas viva don Calixto. Mientras esperaba ante la enrejada puerta de entrada, despus de haber tocado la campanilla, pens con satisfaccin que viva en una casa en consonancia con su modo de ser. Haba cierta grandeza en aquella entrada, que concordaba con la idea que me haba formado del poeta. Aunque sent claramente el sonido de la campanilla cuando llam, nadie acudi, por lo que me vi obligado a llamar varias veces ms. Por fin, una vieja se present. -Qu desea, seor? -me pregunt. Tena unos hermosos ojos negros, pero su mirada era hosca. Suponiendo que era el ama de llaves, le entregu mi tarjeta. -Tengo una cita con el seor de la casa -le dije. En el patio se notaba una agradable frescura. Era proporcionado, de lo cual se deduca que seguramente haba sido construido por algn discpulo de los conquistadores. Los mosaicos estaban rotos, y en algunos lugares el revoque se haba desprendido, dejando unas grandes manchas. Todo denotaba pobreza, pero tambin limpieza y dignidad. Yo saba ya que don Calixto era pobre. Haba ganado dinero con facilidad, pero no habindole dado importancia lo haba gastado sin miramientos. Era evidente que viva en una penuria que desdeaba tomar en consideracin. En el centro del patio haba una mesa y dos sillones, y sobre aqulla varios peridicos de quince das atrs. Me pregunt qu sueos cruzaran por su mente cuando se sentaba all a fumar un cigarrillo en las calurosas noches de verano. De las paredes pendan varios cuadros tpicamente espaoles, algunos de ellos ennegrecidos y francamente feos, y aqu y all unos bargueos sobre los cuales se vean algunas remendadas estatuas de barro. De una puerta colgaban dos pistolas, y pens que tal vez hubieran sido utilizadas en el duelo celebrado a causa de la bailarina Pepa Montaez -la cual supongo que es ahora una bruja desdentada y vieja-, en el que haba matado al duque de Dos Hermanas. Este escenario, con las vagas reminiscencias que traa a la memoria, cuadraba tan perfectamente con el ambiente y la manera de ser del poeta que qued completamente subyugado por el lugar. Su noble indigencia le rodeaba de una aureola de gloria tan grande como la misma grandeza de su juventud. Se notaba que l tambin tena el alma de los viejos conquistadores, y era decoroso que terminara sus das en aquella arruinada y magnfica casa. Pens que sta era la forma en que deba vivir y morir un poeta de su talla. Me senta bastante sereno, aunque a la vez un poco enfadado ante la perspectiva de enfrentarme con l. Comenc a ponerme nervioso, y encend un cigarrillo. Haba llegado puntualmente, y me preguntaba cul poda ser el motivo del retraso del viejo poeta. El silencio que reinaba por doquier era ciertamente molesto. Fantasmas del pasado parecan cruzar el patio, mientras una poca lejana surga ante mis ojos. Los hombres de entonces posean un espritu aventurero y audaz que casi ha desaparecido hoy. No somos capaces de emular sus hazaas temerarias ni sus teatrales proezas. Sent un leve ruido, y mi corazn comenz a latir con fuerza. Cuando al fin lo vi bajar lentamente la escalera, contuve la respiracin. Llevaba en la mano mi tarjeta. Era un hombre viejo, alto y excesivamente delgado; su apergaminado rostro tena el color del marfil antiguo; su cabello era blanco y abundante. pero sus frondosas cejas conservaban an su color negro, lo que contribua a que fuese ms lgubre el resplandor de sus grandes ojos. Era extrao ver que a su edad sus enormes ojos negros conservaban an todo su brillo. Su nariz era aguilea y ms bien pequea su boca. No apartaba sus ojos de m mientras se acercaba, y se notaba en su mirada que se formaba un juicio sobre mi persona. Vesta un traje negro, y en la mano llevaba su sombrero de ala ancha. Su porte denotaba dignidad y firmeza. Era tal como me lo haba imaginado, y mientras lo observaba comprend perfectamente por qu haba influido en el nimo de sus semejantes y se haca adueado de sus corazones. Era un poeta. en todo el sentido de la palabra. Lleg al patio y se dirigi lentamente hacia m. Tena, en verdad, unos ojos de guila. Sent una emocin incontenible. viendo ante m al heredero de los grandes poetas de Espaa: el inmortal Herrera, el tan recordado y pattico Fray Luis, el mstico san Juan de la Cruz y el avinagrado y oscuro Gngora, de gran renombre... Era el nico superviviente de ese linaje de grandes hombres y un digno representante de ellos. En mi corazn resonaban las bellas y tiernas canciones que haban hecho tan famoso el lirismo de don Calixto. Cuando estuvo ante m me turb y pronunci la frase que haba preparado y con la cual pensaba saludarle -Concepto como un alto honor, maestro, que un extranjero como yo haya podido trabar conocimiento con un poeta de su fama. Pude ver en sus penetrantes ojos cunto le diverta la ocurrencia. Una leve sonrisa se dibuj un instante en sus austeros labios. -Disculpe, seor. No soy poeta; soy un simple comerciante. Se ha confundido usted. Don Calixto vive al lado. Me haba equivocado de casa!

FIN10