el chuncho y el león
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Columna de Colo Colo: El chuncho y el león, parte 1Al hincha de la E (de envidia están hechos) no hay que preguntarle en qué equipo jugaba el jugador que le hizo el pase a Salas en Wembley, ni qué dijo Leonel Sánchez cuando jugó por Colo-Colo. Es más simple: hay que preguntarle qué es un ánfora.
Álvaro Campos Q
@_Alvaro_7
Columna del movimiento Colo Colo de Todos
FB de Colo Colo de Todos
@ColoColodeTodos
INTRODUCCIÓNEl ejercicio es simple. Al hincha de la E (de envidia están hechos) no hay que
preguntarle en qué equipo jugaba el jugador que le hizo el pase a Salas en Wembley,
ni qué dijo Leonel Sánchez cuando jugó por Colo-Colo. Es más simple: hay que
preguntarle qué es un ánfora. Sin trampa, sin google ni diccionarios, qué es un ánfora.
Si responde bien, pasa a la segunda ronda: qué es el Bulla. Si logra responder sin irse
por las ramas y sin cortinas de humo, pasa a la final. Entonces hay que preguntarle
qué canción de Los de Abajo, una sola en más de dos décadas de barrabrava,
menciona la palabra chuncho. Y listo.
No conozco a otro equipo en todo el mundo que lleve a un animal en su insignia,
cuyos hinchas prefieran sin embargo abrazar la imaginería de otro animal,
avergonzados y acomplejados como tantas veces han demostrado serlo los azules.
Partamos desde más atrás, el viaje será largo.
Estaba carreteando en los pastos de Gómez Millas cuando un hincha de la E me dijo
que nosotros, los colocolinos, al odiarlos los reconocíamos como nuestros pares, y
que en el fondo éramos dos caras de la misma moneda. Yo le quise explicar que no
era así, que yo no los odio sino que los desprecio, precisamente porque no son la otra
cara de la misma moneda. El tema era largo de explicar, así que le prometí sentarme
a escribirlo, y mandarle un correo para explicarle mis puntos. La flojera hizo que me
dejara estar y, aunque tuve la ocasión de hacerlo al redactar la Carta a un hincha
azul, preferí no arruinar lo que pretendía que fueran hidalgas felicitaciones por un
triunfo bien habido. Sin embargo, necesito sacarme de encima todas estas ideas,
necesito escribirlas y dejar de repetirlas en voz alta por temor a que se me olviden y
mueran en silencio. Razones para no hacerlo tengo varias, desde proteger mi
integridad física hasta dejar a algún lector con la errónea noción de que el mero hecho
de escribir sobre la E sería una supuesta prueba de su importancia y, hasta,
supremacía. Naquever. Comencemos.
LA CHILELos clubes marcan desde su fundación el sino de su existencia. Así, los Rebeldes del
'25 harían de su Colo-Colo el símbolo de lo indómito. Aunque el Club no termina de
fundarse hasta 2 años después con la muerte de su mártir, sellando entonces su
pacto de lealtad con el Pueblo de Chile.1927 es también el año oficial de la fundación
del club de fútbol Universidad de Chile. Vamos a dejar las cosas claras: para evitar
confusiones nos vamos a referir a la universidad como la Casa de Bello. Entonces, a
diferencia de un nacimiento mítico y rupturista, de una catarsis fundacional, los
equipos que vienen después de Colo-Colo en cuanto a popularidad nacieron más bien
como aparece cierta planta entre el cemento, sin llamar la atención, de manera
incógnita y paulatina.
El clásico universitario es más antiguo que los equipos que hoy lo juegan. Nace en las
calles, entre los alumnos, corriendo detrás de la pelota como todo alumno hace,
rivalizando contra los del frente. Son hermanos, nacieron juntos y juntos se han
desarrollado. Su clásico es el más importante de Chile, porque es el que mejor
representa lo que un clásico supuestamente representa: una diferencia entre dos
cosmovisiones, entre dos formas de ser que van sin embargo de la mano.
Las décadas se encargarían de mostrarnos que si por un lado la UC era la elite, la
santonería pechoña y reaccionaria, la Casa de Bello tenía en su oncena a los
representantes de la clase media laica, los hijos y padres de una mesocracia que
tanto desarrollo e iluminación trajo al país.
Esta es La Chile. Un equipo para querer. Tal vez puesto en ese momento de la
historia hasta yo mismo hubiera sido hincha de La Chile. Me da pena ver cómo la
mataron sus propios hinchas. Me gustaría haber estado en el barco a Antofagasta, el
Reina del Pacífico, donde los estudiantes de arquitectura se emborrachaban, jóvenes,
y levantaron un himno que no tiene nada que ver con fútbol ni con el equipo, sino con
cualquier muchachada liceana de gira de estudios al sur, a comerse un par de
camboyanas en caliente camaradería. Una de las versiones cita este viaje como el
nacimiento del ceacheí.
Ese equipo de compañeros lleva en su pecho el Chuncho, representante de los
ideales de la Casa de Bello, con la sabiduría como primer estandarte. Modesto, sin
pretensiones, a nadie sorprendió que su primer encuentro con Colo-Colo, que siempre
fue Colo-Colo, terminara en un apabullante 6-0, ni que el siguiente fuera un 6-1. No se
pensaba que ambos fueran antagonistas, si el mismo David Arellano había jugado
algunos partidos en la selección universitaria de la Casa de Bello.
Por lo mismo, los historiadores del Clásico con Colo-Colo no datan el comienzo de la
rivalidad hasta antes de 1959, año en que los azules derrotan en una final a los albos.
Pero para esos tiempos Colo-Colo tenía en mente a Magallanes, y La Chile a la
Católica, dando vida a clásicos universitarios a estadio lleno. A los futboleros habría
que recordarles que con tantos alumnos y alumnas que participaban en los carros
alegóricos, en las coreografías y en todo el hueveo, no deberían pensar que los
estadios se llenaban precisamente de fanáticos del balón. El ambiente, que tanto
nostálgico añora cada vez que le preguntan, asemejaba más bien al de las
competencias entre la alianza verde y la alianza amarilla en cualquier liceo. Dicho de
otra forma, añorar el Clásico Universitario de esos años es como añorar que vuelva a
las pantallas el Extra Jóvenes o El Último Pasajero.
De todos modos, a estas alturas La Chile ya tenía campeonatos y una numerosa
afición. Esto es un punto a destacar. El Ballet Azul trajo su nombre de Colombia,
copiado del Millonarios de Pedernera y Di Stefano, y trajo su popularidad de los
triunfos de su equipo. Sí. Como cualquier club, su popularidad creció a punta de goles
y campeonatos. Esto será importante después, cuando nos quieran hacer creer que
las derrotas de su equipo les eran indiferentes quienes se hicieron hinchas de un
equipo a partir de sus triunfos.
Aunque tal vez otros factores entren en juego. Edgardo Marín cita una anécdota.
Siendo un niño, el mozo de un restaurante le comentó a su papá que él también era
hincha de La Chile. Luego, Marín padre le diría a su hijo que lo que el mesero le
estaba diciendo era, en otras palabras, que era pobre pero ilustrado, soy pobre pero
sé leer, no como esos flaites, los colocolinos rotocochinos. Colo-Colo, aventura el azul
Marín, representaría entonces al Pueblo que se reconoce como tal y se enorgullece
de su condición. Está bien, los colegios subvencionados se inventaron para esos
millones de chilenos aspiracionales a los que su condición de pobres les molesta,
Doñaflorindas que no quieren que sus Quicos se junten con la chusma.
El albo Mario Superclase Moreno era de esos jugadores tan orgulloso de su talento
que se negó a aparecer en la portada de la revista Estadio, molesto porque el honor
había ido para unos cuantos pataduras y eso él lo consideraba inaceptable. También
le molestaba que nadie dijera que el Ballet Azul jugaba a tocársela al arquero. Algo
más habría que decir sobre los ollazos que cabeceó el tronco del Tanque Campos.
Columna de Colo Colo: El chuncho y el león, parte 2Para que sepan, mientras Pinocho ponía al abogado del ministerio del Interior como presidente de La Chile, el Cacique fue el club que más dura pelea dio contra el oficialismo.
LA SEQUÍA
Pero qué pasó con ese hincha para el que el manantial de los triunfos, que emanaban a
raudales, se cerró de pronto. Lo primero, se mantuvo fiel, y eso es simplemente loable. Al
hincha que se queda cuando las cosas van mal hay que felicitarlo y admirarlo, y no hay
ningún equipo que no tenga esos hinchas. Lo segundo, cuando el paso de los años
comenzó a desnudar que las vacas flacas no eran pasajeras: buscó excusas para
justificar los fracasos deportivos.
Llegó Pinochet. La dictadura, sangrienta y vergonzosa, quemó todo lo que la república
había construido. Y en su brutal destrucción, tuvo como uno de sus principales víctimas a
la Casa de Bello, cuna de la ilustración y el conocimiento, lo cual los milicos llamaban el
cáncer marxista. Salvo la Universidad de Santiago, no hubo casa de estudios a la que le
hicieran tanto daño. La violación de los uniformados a la vida intelectual está tan clara
como bien documentada, y es un atentado del que Chile todavía no está ni cerca de
recuperarse.
Pero aquí empieza lo interesante. El hincha azul comienza a creerse el cuento de que
desde el Diego Portales los mandaron a perder, y que mandaron a Colo-Colo a ganar. En
épocas de oscuridad y secretismo fue fácil echar a andar las teorías confabulatorias que
hoy, mirando atrás, se caen a pedazos salvo para los que hicieron de la mentira su razón
de ser.
Querían ser Racing por su espartana fidelidad, pero también querían ser Barcelona,
abusados por el Franquismo del poderoso Real Madrid. Qué hubieran dado por un mártir
como el presidente culé Josep Suñol, que murió fusilado, por verse bombardeados como
los azulgranas y sin embargo de pie. Hicieron calzar la realidad a martillazos, pero todavía
no cuadra. La pelota, la verdadera reina de todo este universo futbolero, es caprichosa, y
nadie la manda: perseguidos y todo, la mayoría de las Copa del Generalísimo (hoy Copa
del Rey) durante la dictadura de Franco se fueron para Cataluña.
A fuerza de repetir, han ido forjando el mito de que la Dictadura estuvo contra ellos y a
favor de Colo-Colo, lo cual es imperdonablemente falso. Muchos de los hinchas que los
azules se granjearon durante la Dictadura llegaron bajo la consigna de que los blancos
eran el equipo del Tirano. Muchos siguen diciéndolo. Claro, el equipo del Tirano, por eso
llevaron al doctor del Cacique, Álvaro Reyes, preso después del Golpe. Y por eso en el
Estadio Nacional convertido en centro de detención se encontraba Hugo Lepe, jugador
que incluso llegó a postular a la presidencia de Colo-Colo, y dos dirigentes albos: Ángel
Custodio Arriagada y Guillermo Herrera.
No vale la pena ser majadero en el rol clave que jugó Colo-Colo '73 durante los últimos
días de la Unidad Popular, ni tampoco sobre la figura antipinochetista más importante que
dio el fútbol chileno: Carlos Humberto Caszely. Menos conocido es el rol de otros
colocolinos de la Selección convertidos en un núcleo antigubernamental, que hasta
participaron en campañas en beneficio de los Inti-Illimani en el exilio (Véliz, Herrera,
Rojas, Garrido, Ormeño). ¿Sabrá el desinformado hincha azul actual que los barristas de
su equipo, cuando todavía era La Chile, invitaron a Carlos Caszely a inaugurar una
biblioteca? En contraposición, el Partido Socialista rechazó la designación del azul Salah
como director de Chiledeportes en un comunicado de prensa que se refiere a "su
compromiso con la dictadura durante el período de las violaciones de los derechos
humanos".
Pero no, para ellos la única verdad que vale es que desde las más altas esferas los
hicieron perder, a la fuerza. Hay que limpiarles el parabrisas y hacerlos abrir los ojos,
como un chuncho lo haría en medio de la noche. Ejemplos reales, feroces, de los milicos
poniéndole la bota encima a un equipo por razones políticas las pueden encontrar en
historias como la del Club de Deportes Iquique. Vayan. Averigüen. De pasada, léanse la
historia de Arturo Fernández Vial (autodenominado "el Colo-Colo del sur"), y piénsenlo
dos veces antes de comprarse tan barato el cuento de víctimas del poder.
Colo-Colo fue intervenido políticamente en 1976. El presidente democrático Héctor
Gálvez, que se enfrentaría en elecciones a Manuel Moreno y Antonio Labán, apoyado
públicamente por el colocolino Tucapel Jiménez, vio su mandato abortado, para que su
lugar lo ocuparan un puñado de Chicago Boys que no hicieron más que tomar las deudas
del club y reventarlas hasta hacerlo fundir y salir arrancando como ratas, solo para dar
paso a una nueva intervención. En eso se la llevaban los uniformados, interviniendo
universidades, sindicatos, equipos de fútbol y cuanto asomo de participación social
pudieran agarrar. Con La Chile hicieron lo mismo, poniendo a cargo de sus destinos a dos
personajes históricos y muy conocidos por el mundo azul: Rolando Molina (Robando
Molina) y Ambrosio Rodríguez.
Aquí es donde hay que hacer la pausa. ¿A un equipo lo intervienen y es señal de que
están en contra de él, y al otro equipo lo intervienen y es señal de que están a favor de él?
El día que se den cuenta de sus contradictorias posturas podrán recién llamarse grandes.
Es cierto que a Pinochet lo declararon presidente honorario de Colo-Colo (como a otros
mandatarios antes y después que él), pero lo hicieron precisamente las autoridades que él
puso ahí. Media gracia. Si fuera por eso, también habría que contar que Luis Santibáñez
firmó por la E en el mismísimo palacio de La Moneda. "Para qué lo traen acá para firmar
por la Chile sabiendo que yo soy wanderino" comentaría entonces Pinochet.
Yo diría que era del interés del poder ayudar a Colo-Colo. Sin duda. También a la E. Las
razones son simples: les interesaba echar a andar la máquina del circo distractor, les
interesaba todo lo que el deporte significa en la ideología milica, y les interesaba
administrar exitosamente la industria del fútbol como prueba de las maravillas del libre
mercado. El fútbol fue otro Sábado Gigante. Y, a decir verdad, todos los que siguieron sus
vidas mientras otros chilenos morían son de cierta manera responsables de esa culpa.
Todos los hinchas del fútbol, de todos los colores, tenemos que hacernos cargo de ese
peso: que siga siendo tan fácil movernos, vendernos cosas, distraernos.
A Colo-Colo le repatriaron a Caszely y tiramos para arriba, principalmente porque ser
ídolo era su profesión, y eso es algo que ningún hincha de La Chile discutiría. Pero La
Chile no tiró para arriba, todo lo contrario. Más allá de alguna Copa Chile o algún tercer o
segundo lugar en el campeonato, su camino fue cuesta abajo. Qué le vamos a hacer. La
sociedad anónima Blanco y Negro es la prueba actual de que no por ponerle plata y
ambición las cosas van a andar bien, sobre todo cuando hay inoperancia, estupidez y
corrupción. Y cuando la redonda es tan, pero tan caprichosa.
A la Chile le trajeron a Quintano (el otro día una colega, vociferante hincha azul,
indignantemente terca, no sabía quién era Alberto Quintano), le trajeron a Liminha, le
trajeron al Bambino Vieira. Si la Asociación Central de Fútbol, ACF, le pasaba a los
blancos 70 mil dólares para cubrir parte del pase de Figueroa, a los azules les pasaba la
misma cantidad para repatriar a Miguel Ángel Gamboa. ¿Fue para perjudicarlos que
nombraron de director de la Digeder al general Iván Dobud, ferviente hincha de La Chile?
¿Le contaron a los hinchas del siglo XXI que en 1981 a La Chile le pasaban por debajo
una letra de garantía de la ACF cada semana?
La contabilidad a los préstamos de la ACF hablan de 248 millones para La Chile, 106 para
Colo-Colo. Los que han investigado el tema sostienen que la única razón de la ventaja a
los azules era el fanatismo de Molina, y que la principal razón para comenzar a prestar al
resto de los clubes fue el temor a que denunciaran la forma descarada en que ayudaba a
su club. He ahí la deuda histórica del fútbol chileno, de la que más del 50 por ciento fue
por préstamos al equipo de los supuestamente perseguidos por el régimen. La querella
contra Ambrosio Rodríguez llegó a estar documentada, con desvío de fondos de la
organización del Mundial Juvenil hacia la Corfuch para el viaje a Buenos Aires a contratar
a Claudio Crocco o a Arica a fundar una filial de la barra, pero constantes aprietes de la
cara más violenta de la Dictadura hizo a los nuevos dirigentes de la ACF desistir de irse
contra el protegido de los militares.
Para que sepan, mientras Pinocho ponía al abogado del ministerio del Interior como
presidente de La Chile, el Cacique fue el club que más dura pelea dio contra el oficialismo
en lo que era defender sus intereses, en un histórico tira y afloja contra el brigadier
general Carlos Ojeda de la Digeder.
Con esto tampoco estoy diciendo que La Chile fueran los regalones del gobierno militar y
Colo-Colo la bandera de la resistencia. No. El único punto que quiero manifestar es que
es falaz inventar la caricatura de víctimas sólo porque la pelota se rehusó a entrar al arco,
especialmente en una época de nuestro país donde las verdaderas víctimas se
lamentaban de algo más que unos cuantos años sin que su equipo salga campeón o sea
incapaz de hacer un estadio. Respetemos el dolor de los que sufrieron de verdad.
ESTADIOS
Hablemos de estadios, de una vez por todas. El Monumental no lo hizo Pinochet y eso es
una verdad que cada chuncho que conozco ha probado saber, siempre reconociéndolo en
privado. Es una verdad claramente establecida en el mundo del fútbol o, mejor dicho, una
mentira claramente desmentida. No viene al caso contar ahora la historia, que data desde
1956, de la casa que tanto nos demoramos en armar, porque el hincha futbolero la
conoce, más allá de que juegue a desconocerla cuando le conviene alimentar mitos. Pero
el estadio de la E, esa es otra larga historia donde muchos quieren ver manos negras y
pulgares abajo. Christopher Antúnez realizó una gran investigación, mucho mejor que su
hiperventilada y mal redactada respuesta a la Carta a un hincha azul, que se llama Una
Verdad Necesaria y habla sobre el estadio que levantarían en el Parque Araucano. Bien
claro queda que hubo negocios y negociados que privaron al equipo de un lugar donde
jugar, pero, al mismo tiempo, deja a todas luces desnuda la realidad de que esa pérdida
no pasa en ningún momento por un macabro plan siniestro de una dictadura que, por
motivaciones políticas, quisiera despojar a los azules del estadio con que soñaban. No fue
así. Nunca fue así. El estadio mecano, por otra parte, es una historia mucho más fácil de
explicar y, para los hinchas de otros clubes, también mucho más graciosa. Incluso más
chistosa que la Gananga.
Mientras tanto, la ACF, con Molina a cargo, sirvió como aval para la ridiculez del estadio
mecano que no terminó sino con $200 millones de deudas de la Inmobiliaria Andrés Bello.
Hay más. Piensen en el entrenamiento azul en el estadio de la Contraloría y díganme si
no se ve como un equipo oficialista.
Columna de Colo Colo: El chuncho y el león, parte 3¿Qué es el Bulla? ¿Es el equipo, como algunos cantos sugieren?.
DESCENSO
El descenso, era que no, da cuerda a que los azules inflen el pecho de orgullo y hablen de
aguantar en las malas. Una vez leí a uno que decía con orgullo que llevaron más gente
incluso cuando estaban en Segunda. Tremenda hazaña: todos los equipos suben a
estadio lleno, porque es la campaña dulce, la de gloria y triunfos con la ilusión de volver al
fútbol grande. En otras palabras, el hincha del '89 no estaba poniendo pasión en las
malas, porque el '89 ya no son las malas, son las buenas. El '88 son las malas, y el
promedio de público de La Chile ese año fue de 11.403 personas de local y 7.612 de
visita. Para la eterna humillación de sus hinchas queda la jornada del empate a 2 con
Cobresal, pero no porque se hayan ido a los potreros, sino porque no llenaron el estadio
los que luego le darán duro a la muletilla de no abandonar. Ah, pero claro, el '88 no cuenta
porque Los de Abajo recortaron la historia, en una mentalidad que sólo responde por lo
que pasó del '89 en adelante. Muy conveniente. Así no tienen que dar explicaciones, por
ejemplo, por un partido como el de La Chile-Rangers del '77 al que asistieron 827
personas. Ochocientas veintisiete personas. Ocho. Dos. Siete.
LA NUEVA U
Hablemos, entonces del '89, esa campaña de esfuerzo y aguante donde los azules se
elevan como el Fénix. La Nueva U, claro. Porque La Chile nunca más volvió. Desde
entonces al fútbol chileno le hace falta un club hermoso. A mí, personalmente, me da
nostalgia y pena que La Chile no exista.
El fenómeno se podría datar del '91 cuando asume el doctor René Orozco, ideólogo
de La Nueva U, o se podría datar del nacimiento de Los de Abajo, pero yo creo que
comienza precisamente en la campaña del '89. De ella, me quedan las palabras de
Patricio Reyes en una muy poco difundida entrevista que dio al Clinic hace 10 años.
Le preguntan por qué no jugó en la campaña de Segunda División y dice que ese año
fue turbio, hubo cosas que no le gustaron. Aunque no quería sonar resentido, cuando
lo apuran y le ponen la palabra dopaje, su respuesta, que deja muy poco a la
imaginación, dice que le es difícil hablarlo porque tiene amigos en ese plantel, pero
que sabe que en la gente de la U quedó la impresión de que abandonó el buque, pero
que él tenía sus reglas y no las iba a transar. Hubo un ambiente turbio, reitera, de
jugársela con todo, porque había mucho dinero en juego. No le agradó, aclara, porque
lo suyo fue jugar lo más transparente posible. Rematando a Luis Ibarra señala un solo
aspecto: fue el técnico del equipo campeón y no volvió a trabajar. Hasta leer esa
entrevista nunca me lo había preguntado, pero tiene todo el sentido del mundo, un
entrenador que rescató a un equipo tan popular de los potreros debería, en primer
lugar, haber seguido entrenándolo en Primera; en segundo lugar, haber trabajado
como loco en los noventa, aunque fuera subiendo equipos o salvándolos del
descenso; y en tercer lugar, ocupar un lugar privilegiado en el imaginario azul,
cerquita del gran Fernando Riera, la calva flúor de Sampaoli y el Zorro Alamos (el que
dijo que cuando Colo-Colo ganaba al otro día el tecito era más dulce y la marraqueta
era más crujiente).
Droga en esos años corría por todos lados, la trajeron los argentinos en los setenta,
solo cabe destacar que, de nuevo, si la idea fuera perjudicarlos desde el oficialismo,
hubiera sido demasiado fácil. Lo clave de este momento es que aquí se marca un
cambio irreversible. Deciden que con la caballerosa resignación no van a llegar a
ningún lado y cruzan el umbral para no volver. Ganaron algo, sin duda, pero perdieron
algo para siempre. Ahora se pintarían la cara y serían feroces, serían despiadados,
saldrían a ganar como sea. La RAE señala lo que significa achunchar: avergonzar,
turbar. Por otro lado, aleonar es incitar a la acción, especialmente al desorden o a la
lucha. Los azules cambiaron sus armas y cruzaron su Rubicón espiritual.
Aquí ya no solo hablamos de las drogas (Orozco ha sido explícito en señalar que
varios de sus jugadores de los noventa consumían cocaína, implicando incluso al
Huevo Valencia y a José Marcelo Salas), sino de una forma de ser, que de eso se
tratan los clubes. La Nueva U trae un montón de elementos bien despreciables y
trataré de nombrar algunos aunque se me escaparán otros que solo recordaré
después de que estas palabras se hayan escapado de mi control y edición.
No tengo muy claro qué es el Bulla. Sí sé la etimología del término porque me la han
explicado amigos, pero el concepto, tan usado (éste sí) en los cánticos de la
barrabrava es muy simbólico de la nueva ética azul: es nebuloso, tira la pelota lejos,
esconde todo argumento tras una nube de humo. ¿Qué es el Bulla? ¿Es el equipo,
como algunos cantos sugieren? Porque el equipo no va caminando para Pedrero, va
en bus, escuchando música. Según el momento y la conveniencia, el término
denominará a uno u otro, porque quién necesita ser preciso y claro cuando los valores
universitarios se quedaron en el barro de los potreros.
Los de Abajo es el Golem del doctor Orozco. Todas las barras tienen sus mitos de
que se fundaron a sí mismas a puro corazón y rebeldía, pero a estas alturas del
partido nosotros, los hinchas de a pie, los que pagamos por alentar, no podemos
permitirnos el lujo de la ingenuidad. Eso, entre otras muchas cosas, es la complicidad
pasiva de la que se ha hablado tanto este año. No miremos para el lado mientras
están matando gente. Lo digo con responsabilidad y como colocolino que soy, las
barras bravas, es cierto, son hermosas, pero no nos veamos la suerte entre gitanos:
son una mafia, son tráfico de influencias, son grupos de choque de las campañas
políticas lo mismo de izquierda que de derecha, son venta, reventa y falsificación de
entradas, son extorsión, son miedo, son rayados en la micro y vidrios rotos en el
metro, son agresiones cobardes a gente honesta que no hace nada más que vestir
otro color, son robo, son asesinato, son aportes nada de voluntarios de los jugadores,
algunos de los cuales pagan por aliento aunque nunca se haya destapado esa olla en
Chile.
No solo se trata de la amistad de Pancho Malo con los líderes históricos de Los de
Abajo a través de la Fundación Pinochet, y no solo se trata de que Alberto Espina les
regale los bombos y a punta de telefonazos saque a sus matones de las cárceles, y
no solo se trata de una escuelita que sirve de almacén para las drogas y armas que
traficaban, se trata, en el meollo del asunto, del uso de lo más hermoso, la pasión, con
calculada conveniencia. Por políticos, por dirigentes y por los que reciben plata por
alentar.
Y por confundir, que esto es clave de la E noventera. Cómo difuminaron todos los
conceptos, qué maraña armaron. Pocas postales hay tan bonitas dentro de un estadio
de fútbol como las banderas en ristre, la serpentina, el papel picado, las cuncunas, la
fiesta. Y más bonita es su música: canciones preciosas que hablan de amor y pasión,
de fidelidad, de un sentimiento frágil que reconocemos en nuestros pares. Nos
encantan las barras y así nos conquistan.
Pero luego, sin darnos cuenta, tenemos a gente respetable y honrada cantando sobre
balazos y puñaladas, sobre romper hueás y justificando crímenes menores y cada vez
mayores de una forma que no harían en ningún otro contexto. Por qué el racional no
puede decidir que esto no es lo que quiere, que esto no es lo suyo: porque le
vendieron la mula de que esto era la pasión, el sentimiento en su estado más puro y
verdadero. Lo cual es falso. Entonces, el ingeniero que tiene tres hijas y va a alentar
al equipo de toda su vida, al que ama de verdad, no se cuestiona estar celebrando
romper baños y el alambrado.
En ningún equipo esta nebulosa está más revuelta como en la E. Los de Abajo son
una gran hinchada, en los términos marciales en que ellas se juzgan, y no hay otro
equipo en que la barrabrava represente tanto a la institución. Los colocolinos somos
muchos, millones y millones, y nosotros no entendemos ser colocolinos como
sinónimo de ser garreros, porque hay mucha más diversidad que eso, como tampoco
uno ve en un hincha de la UC a un barrabrava, pero en el caso de la E ser de abajo y
compartir la mentalidad barra es casi un prerrequisito. Obvio, a comienzos de los
noventa de qué más se iban a enorgullecer, ¿de la copa del Ascenso?
A estas alturas La Nueva U le pelea la popularidad a Colo-Colo, todavía de lejos
(siguen sin acercarse demasiado, muchachos), pero ya de una manera que establece
que dejaron atrás su rivalidad con la UC para sentarse en el sitial reservado para el
no-Colo-Colo. Como le fue Magallanes, en su tiempo hasta el Audax, por ahí la Unión,
unos años Cobreloa y tal vez hasta la Católica. La Nueva U tiene como archirrival,
como némesis a Colo-Colo, se pegaron el salto y se sientan de frente al Cacique, uno
que no ha abandonado su lugar, su primer lugar, desde que nació.
Sospecho personalmente que esta metarmofósis acomplejada, este paso de chuncho
a león tiene que ver precisamente con la relación física de ambos animales con un
indio. Es decir, hay que ir a la imagen de un indio luchando contra un chuncho, y
luego pasar a la imagen de un hombre contra un león. Son el anticolocolo. El fingido
desinterés en el resultado deportivo tiene correlación con el avasallador éxito de la era
Jozic y hasta una de sus canciones más emblemáticas, deja de lado la rima entre las
líneas "campeón hay por montones/hinchada hay una sola" porque se da como
respuesta al original "campeón hay uno solo/se llama Colo-Colo", que sí rima. La
Nueva U se entiende a sí misma en torno al Cacique que quiere derribar de su sitial.
Da lo mismo cuál era el camino. En este caso, se trataba del que había anunciado
ampulosamente Ambrosio Rodríguez al decir que disputarían la popularidad de Colo-
Colo "población por población, calle por calle, casa por casa". Lo que los viejos
valores no pudieron conquistar, allá donde el brazo de la Razón y el Saber de la Casa
de Bello no se logró extender, comenzó a aparecer en la segunda mitad de los 80
pintado en postes de rojo y azul en calles estrechas a lo largo de todo Chile.
Lo que pasa es que la industria futbolística necesita un clásico central. Todo el
negocio está construido de esa forma. Aunque los equipos denominados grandes, que
reciben beneficios económicos para perpetuarse por sobre el resto, sean tres, cinco o
más, siempre termina decantando su supremacía una rivalidad bilateral, Boca-River,
Barca-Madrid, Peñarol-Nacional. De esta forma se obtiene un clásico que garantiza
dos estadios llenos al año aunque ningún equipo esté peleando arriba, como un
evento independiente (en México el derby tiene un nombre comercial patentado por
una empresa), equivalente futbolístico al Supertazón.
Y la E llega a tomar ese lugar, a llenarle la otra mitad del estadio a Colo-Colo, porque
resultó ser el equipo que más quería ser Colo-Colo con sus virtudes y defectos, con
su naturaleza, y para eso necesitaba sus copas, pero también necesitaba su lumpen.
Para llenarle la otra mitad del estadio en el escenario del Clásico, había que traer
lumpen, extras que estuvieran dispuestos a pelear cada lienzo, a pintar cada muro, a
rayar cada superficie plana. ¿Que era gente que no sabía el significado del himno?
Qué importa, tráiganlos y traigan más. Da igual que sean violentos, total, el Tata Riera
no está mirando. Da igual que no sepan quién es Riera ni Mariano Puyol ni el Chico
Hoffens. Da igual que se pueda decir de ellos que solo eligieron a la U porque era el
único equipo que podían escribir sin faltas de ortografía. Traigan más, todavía quedan
unos claros que rellenar con los colores del chuncho. Digo, del león.
Martín Caparros dice que fueron los ochenta la época en que las hinchadas
argentinas tomaron los insultos que los demás les decían (bosteros, gallinas) y se los
reapropiaron, orgullosos de sus vergüenzas, reinventándolas. Lo mismo hace la
comunidad negra en Estados Unidos con la palabra "nigger", purgándole el odio a
través de la reutilización.
A nosotros nos decían indios y, a mucha honra, somos los indios más locos, tú lo
puedes ver. Los azules hicieron todo lo contrario, dejaron la palabra "chuncho" botada
para que, dicha por sus rivales, suene despreciativa, miradora en menos, agresiva,
insultante. Ellos se iban a buscar otra palabra, una identidad elegida ante el fracaso
de la anterior. Hoy la hinchada que mantiene viva en sus cantos la palabra chuncho
es precisamente la Garra Blanca. Hay muchos cánticos y la mayoría la utiliza como
una ofensa en sí misma. Ejemplos sobran, pero ninguno tan decidor como la del
minuto de silencio.
Por el chuncho. Que está muerto.
Bueno, tampoco eran los ochentas argentinos. Estos eran los noventas chilenos: los
economistas nos invitaban a creernos jaguares, los arribistas usaban celulares de
palo aparentando hablar por teléfono en sus autos, y se paseaban por los
supermercados saludando vecinos con carros llenos que luego dejaban botados. En
tiempos de triunfalismo aspiracional tonto y vacío, cuando los socialistas aparentaban
ser neoliberales y la derecha aparentaba ser democrática, a quién le iba a llamar la
atención que un equipo dejara atrás su tradición histórica para pasar gato por liebre. O
chuncho por león.
Columna de Colo Colo: El chuncho y el león, parte 4Nadie representa mejor al equipo de Yuraszeck como Johnny Herrera, un líder negativo al que no le gusta perder, pero que tampoco sabe ganar.
LAS CHISPAS FLUOR
Conchesumadre. José Yuraszeck es, con todas sus letras, un conchesumadre. Eso tiene
que quedar claro desde el principio.
Estamos en el presente, ahora. Uno que dejó atrás a la vieja Nueva U porque ésta
quebró. Lo que viene, la tercera etapa de esta identidad a tropezones, es Azul Azul,
una sociedad anónima que hoy reemplaza al club del equipo de la principal casa de
estudios del país, que era estatal y de la que todos los chilenos nos sentimos
orgullosos y la sentimos parte de nuestro patrimonio como nación, aunque no
hayamos estudiado ahí.
Por un lado, tenemos el fin del sueño. Mientras el club que fundó Arellano todavía
existe, aunque amenazado y herido, los azules no pueden hacerse socios de nada
porque no existe más que la posibilidad de ser clientes de una empresa privada que
hoy es dueña del patrimonio histórico del equipo porque pagó plata para hacerse de
él. Por otro lado, tenemos un nivel de éxito institucional y deportivo nunca antes visto.
No solo es la Copa Sudamericana y el primer tricampeonato (en torneos cortos, una
racha de año y medio). Cadetes que entrenan desde chicos en el CDA, un complejo
de lujo, y probablemente debutarán en el primer equipo ya jugando de locales en su
estadio. Todo esto, obvio, no será de la E, será de Azul Azul, y si es que por esas
cosas de la vida se fueran, se lo podrían llevar todo arrastrando el mantel, vendiendo
los bienes raíces más caro de lo que valen hoy.
Si es que pasara. Si es que se fueran. Hoy, nada hace poner las fichas en ese destino
como algo muy probable en el corto ni mediano plazo. Un vistazo al paisaje nos regala
hinchas felices de la vida con estos niveles de triunfo (no les importaba ganar ni
perder cuando perdían, pero ahora que ganan, por Dios que les importa) y, a lo más,
incómodos con un personaje como Yuraszeck. Se nos achancharon los azules, se los
compraron tan baratos que hasta a mí me sorprendió que fuera un proceso tan fácil.
En esta ni siquiera apelo a la nostalgia del tranquilo y caballeroso hincha de La Chile
que iba al estadio y aplaudía al equipo rival una jugada buena, sino que echo de
menos a los estudiantes de ingeniería que cantaban "y va a caer" en los ochenta.
¿Dónde están ellos ahora? ¿Quién toma su lugar? Si la Dictadura les hizo tanto daño
como cacarean, ¿no van a hacer nada teniendo a cargo de su institución (que es de
él, en realidad) a uno de los principales beneficiados del Pinochetismo? ¿Les da lo
mismo? ¿Y entonces? Lo que Pinochet no le hizo a la E, sí lo logró hacer el
Pinochetismo, representando a través de Yurazeck lo peor de la ideología y los
antivalores que nos impusieron.
La Casa de Bello tampoco hizo mucho. En la época en que se fraguó Azul Azul,
amagó un intento de queja con respecto a sus valores institucionales, pero dejó la
impresión de estar más bien preocupándose de ir bien en la pará. René Orozco, que
en el poder fue corrupto y dictatorial, a la luz de su profecía cumplida parece,
retrospectiva y comparativamente, un ejemplo de decencia, idealismo y todas las
cosas buenas que un ser humano puede ser. Los de Abajo, que protagonizaron
caricaturescas escenas en su relación con el síndico Edwards, probaron a la larga que
lo suyo es algo gremial. Todas las barras son iguales, a través de "la fiesta" o "el
carnaval", a través de su defensa del bombo y las cuncunas, no se esconde más que
reivindicaciones laborales y salariales. Con sus buses, sus viajes, sus entradas y sus
banderas gigantes, ya están: da lo mismo si el patrón que paga por su ajuar es uno u
otro. Lamentablemente, esa es la razón por la que sus quejas contra el plan Estadio
Seguro, que vale callampa, no son válidas.
No me pasa desapercibido que a Yuraszeck, el maricón sonriente como lo definió la
esposa de Pepe Rojas, la prensa le menciona ocasionalmente el caso Chispas, pero
nunca alcanzan a explicar didácticamente qué sucedió, como para que el lector tenga
claro que no se trató de una mera polémica, sino de un episodio escandaloso que lo
retrata como una cucaracha de la peor calaña.
Que el UDI trabajó en la dictadura y es uno de los fundadores del gremialismo sí se
sabe, aunque para muchos esos datos son hasta un honor. No tan profusamente se
dice que estos depredadores saquearon las empresas del Estado al privatizarlas
durante los años oscuros. Con la mentira del "capitalismo popular" (la misma que
usaron para vendernos las S.A. en el fútbol: que los hinchas podrían comprar
acciones y así, entre todos, ser dueños de sus clubes, qué timo) empresas pasaron
de ser estatales a estar controladas por corruptos que tenían todo el poder. Porque
los accionistas minoritarios no podían vender sus acciones ni tomar decisiones de
ningún tipo. Según la Contraloría, la privatización de la Enersis de Yuraszeck le costó
al Estado 1.000.000.000 de dólares en pérdidas. El calvo, que monopolizaba la luz de
Santiago, vendió la energía nacional a una empresa española. Fue un negociado que
llegó a ser investigado en el Congreso, por lo cochino, pero nada impidió que el
hombre recortara (al menos) 500 millones de dólares. Cuando la SVS lo multó por 55
millones de dólares por aumentar el precio de las acciones, seguramente pagó con el
vuelto que llevaba en los pantalones. Más plata fueron los 85.000.0000 que perdió el
Estado en el caso Corfo-Inverlink, en 2003, donde el chanchullo implicó información
reservada desde el Banco Central y fraudes varios.
El tipo gana o gana. Hasta cuando pierde gana, y eso a muchos hinchas de la E o les
gusta o al menos los alivia. Lo ven como un 5 que, aunque pegue mucho, mejor
tenerlo de tu bando que haciendo el trabajo sucio en tu contra. No creo que haya
llegado al mundo del fútbol por ambiciones económicas, sino a lo mismo que llegaron
todos estos hijos de puta: a lavar su imagen y quedar grabados en la Historia grande.
A ser amados y aclamados por las multitudes. A que haya guaguas y calles a las que
bauticen con sus nombres.
Sabido es que es uno de los que estuvieron detrás de la chanchada que le hicieron a
Mayne-Nicholls. En las reuniones donde se fraguó la conjura, otro de los
protagonistas había sido abogado querellante en el caso Chispas, por lo que había
dudas de que todo funcionara. Pero Yuraszeck le llegó con una botella de su viña
Undurraga (yo no compro nunca más ese vino) en señal de buena voluntad, y ahí
todos supieron que la cosa iba en serio. Claro, las rivalidades eran pasado, lo
importante era ganar. Una vez derrocado Harold y renunciado Bielsa, ninguno de las
personas a cargo de los clubes grandes se sentó en la cabecera de la ANFP, así que
pusieron a Jadue a dar la cara. Tampoco mandaba Federico Valdés en Azul Azul (él
era el presidente de la época en que les iba mal) ni Arturo Salah en Blanco y Negro. A
Jadue lo iban a ayudar sus socios, porque eso eran, socios. Hasta que el azul le entra
en plancha a los directores de Blanco y Negro después de levantarle jugadores, y se
mete en una disputa con el presidente de Cruzados S.A. Claro, las alianzas eran
pasado, lo importante era ganar. Por eso le pelea a la misma Selección, a la que
supuestamente debería ayudar para acallar el recuerdo de su complot. Ganar
siempre, en cada pasada. Si Yuraszeck está en un juicio por malversación de fondos
y en la sala de espera alguien lo desafía a un partido de ajedrez para matar el tiempo,
va a querer ganar. Y probablemente, va a hacer trampa descaradamente para
conseguirlo porque esa es su naturaleza.
ES EL EQUIPO DE YURASZECK
Digo todo esto mientras el hincha de la E está haciendo afiches sobre el Superclásico.
Está usando palabras bien feas y misóginas. Y está poniendo fotos de las goleadas
históricas que nos han calado. 4 goles, 5 goles, 4 goles, toma, ahí tenís, chúpatesa. Mano
abierta en el camarín.
Qué rico se debe sentir estar dopado por el éxito, en vez de estar sumido en el drama
de que lo que más quieres te lo hayan robado para siempre. Si el hincha de La Nueva
U era pesado y exitista, el de Azul Azul, el hincha flúor, el nuevo rico del fútbol chileno,
este es un bestia insoportable. Un energúmeno triunfalista, gritón y poco reflexivo
(nada reflexivo).
A propósito, ¿alguien cree que un tipo como Mariano Puyol sería querido por el hincha
actual? ¿Al menos un Luis Musrri? No poh, en la era Sampaoli ambos serían
mandados de puntapié por malos. Porque, dicho sea de paso, qué pedazo de equipo
era. Una máquina que le pasó por encima a todo el continente. Cómo corrían, cómo
goleaban, cómo metían. Eran impresionantes.
El punto, insisto, está en cómo este éxito tiene completamente desensibilizado al
hincha con respecto al robo de su club, que ya no existe. Campeonatos y
declaraciones tribuneras, harta demagogia, harta camiseta arrojada a la galería, harto
beso en la herradura y estaríamos listos. ¿Tradiciones? El único atentado contra la
tradición que pareció indignarlos en serio fue la camiseta flúor. Qué camiseta más fea,
además. Un amigo azul me dijo que esas camisetas las sacaron para venderlas como
pan caliente a los flaites. El lumpen que le entraron a disputar a Colo-Colo. La clase
de gente que le roba el reloj a un exjugador mientras da declaraciones a la entrada del
estadio. Fue muy chistoso. Lo documentaron las cámaras. Era el Matador.
Este hincha, decía, está metido hasta las patas en el dulce placer del triunfo frenético.
Antes de que se le caigan los dientes con el porrazo que se va a pegar cuando la
rueda de la fortuna lo lleve de nuevo al pan duro, está dándose el gran gusto. Sabe
que tiene equipo. Confía en que el domingo van a ganar en el Monumental porque
sabe que su plantel es objetivamente superior. Por eso, no por otra razón, ellos
confiaban en darlo vuelta en la final con Católica después de un 2-0. Por eso, no por
otra razón, actuaron de manera muy distinta cuando la ida de una semifinal contra
Colo-Colo arrojó el mismo 2-0. En el clausura del 2007 la hinchada abandonó a su
equipo cuando después del gol del Grillito perdió toda ilusión de darlo vuelta.
Terminaron el partido, tal como lo hicieron en el último clásico universitario. Ese
encuentro ya tenía ganado su lugar entre estas líneas desde antes de jugarse, cuando
Igor Lichnovsky dijo, a sus tiernos 19 años, que con Católica no era clásico. Así de
profunda ha sido la desinformación y la amnesia. La nube de humo de la pasión y el
aguante no dejó nada tras su paso. Si La Nueva U mató al chuncho, esta versión Azul
Azul flúor enterró el cadáver muy lejos.
HERRERAEsta nueva fase es asquerosa. Y si Leonel Sánchez es símbolo del Ballet, o Mariano
Puyol de la larga sequía de pan y cebolla, nadie representa mejor al equipo de Yuraszeck
como Johnny Herrera, un líder negativo al que no le gusta perder, pero que tampoco sabe
ganar. Probando lo desarrollado anteriormente, se declara más anticolocolino que de la E.
Da lo mismo que sea homosexual, y ojalá salga del closet para enseñarle una lección de
tolerancia a tanto machista retrógrado que hay en el fútbol. Tampoco me molesta que
tome. Pero su actitud, sus declaraciones, sus mediáticas peleas, su forma de conducirse
en la vida, son insoportables. Qué fácil era haber manejado todos sus líos judiciales con
un poquito de los valores extraviados con el chuncho: humildad, decencia, caballerosidad.
En lugar de eso, tenemos a un idiota que da vergüenza ajena, simplemente una mala
persona. Mientras habla frente a los micrófonos sobre cumpleaños de cabrochico,
mientras las imágenes lo reiteran golpeando el techo de la camilla, yo pienso en la familia
Casassús Matamala. Se me aprieta el corazón al imaginarlos viendo el noticiero y
presenciando el grotesco espectáculo del arquero. En vez de seguir su vida cultivando el
bajo perfil, Johnny se pasea burlesco, pecho al frente, socarrón, desafiante, peleador,
olvidándose por completo de que es presenciado día a día por quienes deben comparar la
vida que lleva con la que llevaría Macarena Constanza si aún la tuviera.
Y aquí, como corolario, viene lo peor. Porque, mal que mal, la cagada de Herrera es
en esencia irreversible. Pero la reacción de los hinchas que lo idolatran y le perdonan
todo es otra cosa. Las barbaridades que me ha tocado leer. Cómo justifican lo
injustificable una y otra vez. Desde los más higiénicos que tiran precisiones legales
para deshumanizar el caso lo más posible, lo más lejos del sentido común (a ver si lo
harían si el atropello lo hubiera cometido un jugador de, digamos, Huachipato), hasta
los más violentos y descorazonados, insultando a la víctima y a su familia,
difamándola a ella por haber venido carreteando, y a ellos por haber aceptado
compensaciones económicas. Claro, unos verdaderos cazafortunas. He leído cosas
que prefiero no reproducir, para dejarlas morir como un grito más en medio del
ensordecedor ruido.
Que sigan adelante, pasando por encima de normas deportivas, éticas, judiciales,
haciendo y deshaciendo, una aplanadora sin Dios ni ley. Y sus hinchas, mientras les
sigan entregando los triunfos que pasaron tanto tiempo envidiando y añorando, bien
gracias. Sacando agua de las piedras con cualquier argumento que los defienda o
relativice sus culpas. Tal vez el futuro del fútbol sea así, y seguro el futuro del mundo
será de tipos como Yuraszeck y Herrera. Qué ganas de estar equivocado.
Columna de Colo Colo: El chuncho y el león, parte 5A las 12 del domingo, probablemente algo más tarde, el pitazo inicial dará comienzo a un nuevo clásico que, sin embargo, no tendrá final
OTRA VEZ, OTRA VEZ
A las 12 del domingo, probablemente algo más tarde, el pitazo inicial dará comienzo a un
nuevo clásico que, sin embargo, no tendrá final. Los partidos duran para siempre. Todavía
después de 5 años Rafael Olarra está tratando de alcanzar a Luquitas, en un partido que
ganamos mientras celebrábamos la final del 2006 sin dejar de reclamar por las 4
expulsiones (Pizarro, Garrido, Barticciotto y Margas) de la dolorosa derrota del '92.
Es una trenza infinita, y los partidos se suceden uno tras otro de forma circular. Por
eso publiqué esta serie la semana antes del partido. Sé que me arriesgo a que los
azules ganen (resultado por lo demás probable) y luego la turba se quede con la
sensación de que taparon bocas. La publiqué antes exponiéndome a propósito porque
me interesa dejar en claro que no tienen que taparme la boca, tienen que analizar los
argumentos y datos. Ojalá sin la cantinela de la pasión ni con supuestos sentimientos
complejos que otros simplemente no son capaces de entender si no los sienten. Estas
palabras nunca apelaron al sentimiento personal, porque eso no está en discusión.
Las mentiras, las muchas mentiras, sí lo están.
Siempre supe que escribiría esto. Originalmente iba a ser un correo electrónico
dirigido personalmente a aquel estudiante universitario, con copia a mis amigos
azules. El tipo era muy simpático, sabía escuchar y las únicas dos veces que estuve
con él disfruté mucho de su interesante conversación. Me acuerdo cuando me dijo
que si llegaba la sociedad anónima que se anunciaba por esos días, él dejaría
oficialmente de ir al estadio para siempre. Salvo, anunció, para la despedida de
Marcelo Salas. El Matador todavía no volvía a Chile pero este hincha ya tenía toda la
película clara. Ojalá no haya cumplido su palabra, tipos como él se merecen estar en
las buenas y celebrar títulos desde el tablón, que es donde saben mejor.
Como ya dije, me fui dejando estar y nunca me di a la tarea de redactar, pero sí
comencé el trabajo de ir juntando los argumentos, ir parando la oreja de los mitos
malintencionados para ir desarmándolos uno a uno. Años después, ocupo la tribuna
que El Gráfico le está dando a Colo-Colo de Todos para escribir columnas semanales,
y pese a que no había querido hacerlo porque sentía que era darles una tribuna que
preferiría que no tuvieran, algo tenía que hacer con esa bolsa llena de ideas sin hogar.
Escribir, entonces, se trata más de limpiar el disco duro, de quitarme las ideas de
encima para que pasen a ser entes externos, independientes y libres de morir o ser
rescatados por la propia memoria de los lectores.
Estos lectores son, en primera instancia, colocolinos. Quise dejarles algo a lo que
recurrir porque no quiero que les mientan más. Y sé que, sobre todo a los más
jóvenes, cuando les digan que en la Dictadura esto, que el Monumental aquello, no
van a alcanzar a ir a leer los trabajos de quienes se han sumergido en la basura de
estos temas para volver a tiempo de responder "¿y tú?".
No era más que eso. Quiero dejar una especie de testamento de tanta discusión
circular en la que corremos como hámsteres, ayudando por supuesto a los que
quieran quedarse en ella. Yo ahora tengo un link al que redirigirlos, para salirme del
círculo vicioso con la mente despejada.
No tener Facebook me ayuda contra la tentación de responderle a cada pelotudo que
leyó sin entender, o haciendo que no entendió. Hubo trozos enteros a los que nadie
se ha referido ni ha contradicho. Dicen que las discusiones en internet son como las
Olimpiadas Especiales: aunque ganes, sigues siendo retardado. Por otro lado,
también me veo privado de entrar en amables intercambios de ideas con tipos de los
que uno siempre tiene harto que aprender.
Ni modo, me tengo que quedar con mis propios azules, no más. Gente que desde
niño me ha demostrado que tenemos la misma pasión, el mismo dolor, la misma
llama. Conozco a varios y los quiero mucho.
UN ROMÁNTICO VIAJERO
El jueves en la mañana brillaba el sol, pero igual llegamos con parka porque fue un
invierno frío. Yo todavía tenía la carne alborotada por el triunfo de anoche, todavía no
bajaba de la nube, y quería llegar a celebrarlo con mis amigos colocolinos, pero al primer
tipo del curso que vi fue a Fernando. Nos vimos de lejos a través del patio y él me puso
una sonrisa de par en par. Corrimos a abrazarnos. Fue un abrazo de gol. Era 6 de junio y
estábamos en tercero básico.
Obvio que con la marejada de La Nueva U la escena para él terminó siendo hasta
vergonzosa, después nos cantábamos canciones de la Garra Blanca y Los de Abajo
en la sala de clases. Pero en el fondo tiene el corazón bien puesto: su papá es hincha
de La Chile, de los que iban con sus amigos al estadio en los sesenta, otro que se
alegró de nuestro título y lo llegó a sentir como propio. Bueno, sabido es que el plantel
azul llegó al Monumental a saludar a los monarcas.
Contra viento y marea, llueva o truene, seguimos ambos al pie del cañón tanto con
nuestros colores como con nuestra amistad. Hoy vive en Estados Unidos y cuando
nos juntamos, no importa que haya tanto tema con el cual ponernos al día, un imán
nos lleva a hablar de fútbol con urgencia insistente. Y él no le tiene miedo a decir lo
que tanto azul tiene pánico a reconocer, partiendo por asumir que Los de Abajo son
una lacra.
Es un romántico viajero en todos los sentidos de la palabra. Me consta: una vez lo
acompañé mientras cruzó toda la ciudad para ir a declarársele a una amiga que
perdió. Ahora es una anécdota que intercambiamos entre tantas otras, sentados en
una mesa, comiendo gnocchi. Mi polola no lo conocía y mientras salimos caminando
del restaurante, él le explica lo imposible que fue cambiar el pasaje aquella noche,
que el proceso era tan caro que se hizo irrealizable. Al equipo de Sampaoli le perdono
que nos hayan hecho 5, y le perdono que nos hayan hecho 4, y le perdono que nos
hayan agarrado a bofetadas, pero esa sí que no se la perdono: no le perdono haber
ganado la copa más importante de su historia mientras Fernando viajaba en un avión
a ver a su familia en Chile. A él, desde la distancia del espacio y el tiempo, un abrazo
de gol que celebre la pepa de Vargas en el patio del colegio.
CONTEMPLAR LA REALIDAD
Estamos cerrando el boliche. Me impresiona que haya durado tanto. Siempre supe que
sería una columna larga, por eso pensé en dividirla en dos entregas, para no aburrir el
lector. Una vez escribiendo, caché que dos no serían suficientes y la lista de cosas que
había que decir no se acababa nunca. No quería dejar nada de lado y sé que me van a
acosar las cosas que se me haya quedado en el tintero acotar, pero terminaron siendo 5
partes, cada una bastante más larga que una normal. Está bien, era algo para hacer una
vez en la vida, ahora que me saqué la mochila de la espalda puedo seguir contando,
jueves a jueves, lo que significa vivir respirando Colo-Colo día y noche.
No sé si alguna vez había escrito tanto, y qué bueno que todavía no me han echado
de mi pega por el tiempo que pierdo. A la hora del adiós, si tuviera que resumir toda
esta larga perorata privada y personal, pediría que el hincha de la E abra los ojos. Lo
digo con humildad y respeto: abran los ojos. Despierten. En esta noche oscura en la
que el fútbol chileno y sus hinchas se encuentran, mientras el león duerme plácido y
con la guatita llena, el chuncho regala su mirada, tranquila y atenta.
Alguien va a ganar el domingo, el que pierda le va a echar la culpa al árbitro, y viene
de nuevo el espiral de recuerdos de saqueos: que el banderín que se cayó, que
Osses, que Chandía, que a Imperatore los hinchas de la E le cantaron agradecidos
cuando se lo toparon en el aeropuerto antes de volver a Santiago. Habrá quienes se
enreden en la pelea chica y cotidiana, que antes de que se den cuenta volverá a
empezar con goles del recuerdo, y la tapada de Bravo que nos dio un campeonato, y
Rivarola festejando un gol de empate a uno colgado del alambrado, y el banderín de
Espina cuando los eliminamos en una semifinal, y el banderín de Castañeda en un
empate a uno. Partidos que duran para siempre.
Tienen derecho a amar a su equipo sin miramientos, sin complejos, sin pedir permiso
y sin necesidad de esconderse tras mentiras. No es necesario. Cuando las inventen,
habrá que reventarles el globo y señalarles que la hinchada tan fiel llenó el Nacional
para una final continental, solo para tener el estadio semivacío (como todos) en los
partidos regulares. Solo en Chile un equipo se puede enorgullecer de "su gente"
llevando al estadio tan poca gente. Y enorgullecerse de no cantar "que se vayan
todos" (una especie de "Maldigo del alto cielo" futbolístico) cuando también pifia
jugadores y técnicos, llegando incluso a amedrentarlos o ya de plano agredirlos. El
auto de Espínola. El celular de Héctor Pinto.
Todos los equipos tienen sus vergüenzas, yo conozco bien las mías como colocolino
y, aunque nuestros rivales equivoquen la puntería haciendo eco de falsedades, hay
mucho que a un Cacique le cuesta aceptar sobre su Club al ir descubriendo su larga y
rica historia.
En eso estamos, en eso nos la llevamos los que estamos acá, esos a lo que esto nos
importa de verdad, lo suficiente como para leer toda la semana sobre fútbol. El hincha
real, en ese incómodo espacio entre la prepotencia gubernamental de un corrupto
plan Estadio Seguro, y el crimen organizado de barras bravas que se sientan a
negociar beneficios para sí mismos, respaldados por todos quienes cantan que son de
abajo o garreros. Somos nosotros los que, unidos más allá de los colores de nuestras
almas, tenemos que sacar a los ladrones de cuello y corbata que llegaron a
apoderarse a la mala de lo que es nuestro.
Me despido. Me voy. Me callo, al fin. Al hincha de La Chile, a los Simonetti (al primero
que le leí la reflexión sobre un Puyol actual) y los Mouat que hay en cada oficina, en
cada sala de clases, un gran abrazo, fraterno y cómplice, de un indio, un colocolino
rotocochino que los quiere y admira.
A los despreciables y despreciados hinchas del León, del Bulla, de Azul Azul, qué les
voy a decir. Nada que tuviera esperanza de que supieran escuchar. Puros giles.