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ELPRINCIPITO

El Principito (en francés:Le Petit Prince), publicadoel 6 de abril de 1943, es elrelato corto más conocidodel escritor y aviadorfrancés Antoine de Saint-Exupéry. Lo escribiómientras se hospedaba en unhotel en Nueva York y fuepublicado por primera vezen los Estados Unidos. Hasido traducido a cientoochenta lenguas y dialectos,convirtiéndose en una de lasobras más reconocidas de laliteratura universal.

El principito habita un

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pequeñísimo asteroide, quecomparte con una florcaprichosa y tres volcanes.Pero tiene «problemas» conla flor y empieza aexperimentar la soledad;hasta que decide abandonarel planeta en busca de unamigo. Buscando esaamistad recorre variosplanetas, habitadossucesivamente por un rey, unvanidoso, un borracho, unhombre de negocios, unfarolero, un geógrafo… Elconcepto de «seriedad» quetienen estas «personasmayores» le deja perplejo yconfuso. Prosiguiendo subúsqueda llega al planetaTierra, pero en su enormeextensión siente más quenunca la soledad. Una

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serpiente le da su versiónpesimista sobre los hombresy lo poco que se puedeesperar de ellos. Tampoco elzorro contribuye a mejorarsu opinión, pero en cambiole enseña el modo dehacerse amigos: hay quecrear lazos, hay que dejarse«domesticar». Y al final leregala su secreto: «Sólo seve bien con el corazón. Loesencial es invisible a losojos». De pronto, elprincipito se da cuenta deque su flor le ha«domesticado» y decideregresar a su planetavaliéndose de los mediosexpeditivos que le ofrece laserpiente. Y es entoncescuando entra en contacto conel aviador; también el

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hombre habrá encontrado unamigo...

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Antoine deSaint-Exupéry

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El principito

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A LEON WERTH

Pido perdón a los niños por haberdedicado este libro a una personamayor. Tengo una seria excusa: estapersona mayor es el mejor amigo quetengo en el mundo. Tengo otraexcusa: esta persona mayor es capazde entenderlo todo, hasta los librospara niños. Tengo una tercera excusa:esta persona mayor vive en Francia,donde pasa hambre y frío.Verdaderamente necesita consuelo. Sitodas esas excusas no bastasen, bienpuedo dedicar este libro al niño queuna vez fue esta persona mayor. Todos

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los mayores han sido primero niños(pero pocos lo recuerdan). Corrijo,pues, mi dedicatoria:

A LEON WERTH

CUANDO ERA NIÑO

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Capítulo 1

CUANDO yo tenía seis años, vi enun libro sobre la selva virgen que setitulaba Historias vividas, unamagnífica lámina. Representaba unaserpiente boa que se tragaba a unafiera. Ésta es la copia del dibujo.

En el libro se afirmaba: «Laserpiente boa se traga su presa entera,sin masticarla. Luego ya no puedemoverse y duerme durante los seismeses que dura su digestión».

Reflexioné mucho en ese momentosobre las aventuras de la jungla y a mi

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vez logré trazar con un lápiz decolores mi primer dibujo. Mi dibujonúmero 1 era de esta manera:

Enseñé mi obra de arte a laspersonas mayores y les pregunté si midibujo les daba miedo.

—¿Por qué habría de asustar unsombrero? —me respondieron.

Mi dibujo no representaba unsombrero. Representaba una serpienteboa que digiere un elefante. Dibujéentonces el interior de la serpiente boaa fin de que las personas mayorespudieran comprender. Siempre estaspersonas tienen necesidad deexplicaciones. Mi dibujo número 2 eraasí:

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Las personas mayores meaconsejaron abandonar el dibujo deserpientes boas, ya fueran abiertas ocerradas, y poner más interés en lageografía, la historia, el cálculo y lagramática. De esta manera a la edad deseis años abandoné una magníficacarrera de pintor. Había quedadodesilusionado por el fracaso de misdibujos número 1 y número 2. Laspersonas mayores nunca puedencomprender algo por sí solas y es muyaburrido para los niños tener quedarles una y otra vez explicaciones.

Tuve, pues, que elegir otro oficio yaprendí a pilotar aviones. He voladoun poco por todo el mundo y lageografía, en efecto, me ha servido demucho; al primer vistazo podía

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distinguir perfectamente la China deArizona. Esto es muy útil, sobre todosi se pierde uno durante la noche.

A lo largo de mi vida he tenidomultitud de contactos con multitud degente seria. Viví mucho con personasmayores y las he conocido muy decerca; pero esto no ha mejoradodemasiado mi opinión sobre ellas.

Cuando me he encontrado conalguien que me parecía un poco lúcido,lo he sometido a la experiencia de midibujo número 1 que he conservadosiempre. Quería saber siverdaderamente era un sercomprensivo. E invariablemente mecontestaban siempre: «Es unsombrero». Me abstenía de hablarlesde la serpiente boa, de la selva virgeny de las estrellas. Poniéndome a sualtura, les hablaba del bridge, del golf,de política y de corbatas. Y miinterlocutor se quedaba muy contento

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de conocer a un hombre tan razonable.

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Capítulo 2

AHÍ tienen el mejor retrato que mástarde logré hacer de él.

Viví así, solo, sin nadie con quienpoder hablar verdaderamente, hastacuando hace seis años tuve una avería

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en el desierto del Sáhara. Algo sehabía estropeado en el motor. Como nollevaba conmigo ni mecánico nipasajero alguno, me dispuse a realizar,yo solo, una reparación difícil. Erapara mí una cuestión de vida o muerte,pues apenas tenía agua de beber paraocho días.

La primera noche me dormí sobrela arena, a unas mil millas de distanciadel lugar habitado más próximo.Estaba más aislado que un náufrago enuna balsa en medio del océano.Imagínense, pues, mi sorpresa cuandoal amanecer me despertó una extrañavocecita que decía:

—¡Por favor… píntame uncordero!

—¿Eh?—¡Píntame un cordero!Me puse en pie de un salto como

herido por un rayo. Me froté los ojos.Miré a mi alrededor. Vi a un

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extraordinario muchachito que memiraba gravemente. Ahí tienen elmejor retrato que más tarde logréhacer de él, aunque mi dibujo,ciertamente es menos encantador queel modelo. Pero no es mía la culpa.Las personas mayores me desanimaronde mi carrera de pintor a la edad deseis años y no había aprendido adibujar otra cosa que boas cerradas yboas abiertas.

Miré, pues, aquella aparición conlos ojos redondos de admiración. Nohay que olvidar que me encontraba aunas mil millas de distancia del lugarhabitado más próximo. Y ahora bien,el muchachito no me parecía niperdido, ni muerto de cansancio, dehambre, de sed o de miedo. No teníaen absoluto la apariencia de un niñoperdido en el desierto, a mil millas dedistancia del lugar habitado máspróximo. Cuando logré, por fin,

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articular palabra, le dije:—Pero… ¿qué haces tú por aquí?Y él respondió entonces,

suavemente, como algo muyimportante:

—¡Por favor… píntame uncordero!

Cuando el misterio es demasiadoimpresionante, es imposibledesobedecer. Por absurdo que aquellome pareciera, a mil millas de distanciade todo lugar habitado y en peligro demuerte, saqué de mi bolsillo una hojade papel y una pluma fuente. Recordéque yo había estudiado especialmentegeografía, historia, cálculo y gramáticay le dije al muchachito (ya un pocomalhumorado) que no sabía dibujar.

—¡No importa —me respondió—,píntame un cordero!

Como nunca había dibujado uncordero, rehíce para él uno de los dosúnicos dibujos que yo era capaz de

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realizar: el de la serpiente boacerrada. Y quedé estupefacto cuandooí decir al hombrecito:

—¡No, no! Yo no quiero unelefante en una serpiente. La serpientees muy peligrosa y el elefante ocupamucho sitio. En mi tierra es todo muypequeño. Necesito un cordero. Píntameun cordero.

Dibujé un cordero. Lo miróatentamente y dijo:

—¡No! Éste está ya muy enfermo.Haz otro.

Volví a dibujar.

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Mi amigo sonrió dulcemente, conindulgencia.

—¿Ves? Esto no es un cordero, esun carnero. Tiene cuernos.

Rehíce nuevamente mi dibujo: fuerechazado igual que los anteriores.

—Éste es demasiado viejo. Quieroun cordero que viva mucho tiempo.

Falto ya de paciencia y deseoso decomenzar a desmontar el motor,garrapateé rápidamente este dibujo, selo enseñé, y le agregué:

—Ésta es la caja. El cordero que

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quieres está adentro.

Con gran sorpresa mía, el rostro demi joven juez se iluminó:

—¡Así es como yo lo quería!¿Crees que sea necesaria mucha hierbapara este cordero?

—¿Por qué?—Porque en mi tierra es todo tan

pequeño…Se inclinó hacia el dibujo y

exclamó:—¡Bueno, no tan pequeño! Está

dormido.Y así fue como conocí al

principito.

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Capítulo 3

ME costó mucho tiempo comprenderde dónde venía. El principito, que mehacía muchas preguntas, jamás parecíaoír las mías. Fueron palabraspronunciadas al azar, las que poco apoco me revelaron todo. Así, cuandodistinguió por vez primera mi avión(no dibujaré mi avión, por tratarse deun dibujo demasiado complicado paramí) me preguntó:

—¿Qué cosa es ésa?—Eso no es una cosa. Eso vuela.

Es un avión, mi avión.Me sentía orgulloso al decirle que

volaba. Él entonces gritó:—¡Cómo! ¿Has caído del cielo?—Sí —le dije modestamente.—¡Ah, qué curioso!

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Y el principito lanzó una graciosacarcajada que me irritó mucho. Megusta que mis desgracias se tomen enserio. Y añadió:

—Entonces ¿tú también vienes delcielo? ¿De qué planeta eres tú?

Divisé una luz en el misterio de supresencia y le pregunté bruscamente:

—¿Tú vienes, pues, de otroplaneta?

Pero no me respondió; movíalentamente la cabeza mirandodetenidamente mi avión.

—Es cierto, que, encima de eso, nopuedes venir de muy lejos.

Y se hundió en un ensueño durantelargo tiempo. Luego sacando de subolsillo mi cordero, se abismó en lacontemplación de su tesoro.

Imagínense cómo me intrigó estasemiconfidencia sobre los otrosplanetas. Me esforcé, pues, en saber

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algo más:—¿De dónde vienes, muchachito?

¿Dónde está «tu casa»? ¿Dóndequieres llevarte mi cordero?

Después de meditarsilenciosamente me respondió:

—Lo bueno de la caja que me hasdado es que por la noche le servirá decasa.

—Sin duda. Y si eres bueno te darétambién una cuerda y una estaca paraatarlo durante el día.

Esta proposición pareció chocar alprincipito.

—¿Atarlo? ¡Qué idea más rara!—Si no lo atas, se irá quién sabe

dónde y se perderá.Mi amigo soltó una nueva

carcajada.—¿Y dónde quieres que vaya?—No sé, a cualquier parte.

Derecho, camino adelante.

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Entonces el principito señaló congravedad:

—¡No importa, es muy pequeña mitierra!

Y agregó, quizás, con un poco demelancolía:

—Derecho, camino adelante. Nose puede ir muy lejos.

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Capítulo 4

DE esta manera supe una segundacosa muy importante: su planeta deorigen era apenas más grande que unacasa.

Esto no podía asombrarme mucho.Sabía muy bien que aparte de losgrandes planetas como la Tierra,Júpiter, Marte, Venus, a los cuales seles ha dado nombre, existen otroscentenares de ellos tan pequeños aveces que es difícil distinguirlos auncon la ayuda del telescopio. Cuando unastrónomo descubre uno de estosplanetas, le da por nombre un número.Le llama, por ejemplo, «el asteroide3251».

Tengo poderosas razones paracreer que el planeta del cual venía el

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principito era el asteroide B 612. Esteasteroide ha sido visto sólo una vezcon el telescopio en 1909 por unastrónomo turco.

Este astrónomo hizo una grandemostración de su descubrimiento enun congreso Internacional deAstronomía. Pero nadie le creyó acausa de su manera de vestir. Laspersonas mayores son así. Felizmentepara la reputación del asteroide B 612,un dictador turco impuso a su pueblo,bajo pena de muerte, el vestido a laeuropea. Entonces el astrónomo volvióa dar cuenta de su descubrimiento en1920 y como lucía un traje muyelegante, todo el mundo aceptó sudemostración.

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Si les he contado de todos estosdetalles sobre el asteroide B 612 yhasta les he confiado su número, es porconsideración a las personas mayores.A los mayores les gustan las cifras.Cuando se les habla de un nuevoamigo, jamás preguntan sobre loesencial del mismo. Nunca se lesocurre preguntar: «¿Qué tono tiene suvoz? ¿Qué juegos prefiere? ¿Le gustacoleccionar mariposas?» Pero encambio preguntan: «¿Qué edad tiene?¿Cuántos hermanos? ¿Cuánto pesa?¿Cuánto gana su padre?» Solamentecon estos detalles creen conocerle. Si

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les decimos a las personas mayores:«He visto una casa preciosa deladrillo rosa, con geranios en lasventanas y palomas en el tejado»,jamás llegarán a imaginarse cómo esesa casa. Es preciso decirles: «Hevisto una casa que vale cien milfrancos». Entonces exclamanentusiasmados: «¡Oh, qué preciosaes!».

De tal manera, si les decimos: «Laprueba de que el principito ha existidoestá en que era un muchachitoencantador, que reía y quería uncordero. Querer un cordero es pruebade que se existe», las personasmayores se encogerán de hombros y

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nos dirán que somos unos niños. Perosi les decimos: «el planeta de dondevenía el principito era el asteroide B612», quedarán convencidas y no sepreocuparán de hacer más preguntas.Son así. No hay por qué guardarlesrencor. Los niños deben ser muyindulgentes con las personas mayores.

Pero nosotros, que sabemoscomprender la vida, nos burlamostranquilamente de los números. A míme habría gustado más comenzar estahistoria a la manera de los cuentos dehadas. Me habría gustado decir:

«Era una vez un principito quehabitaba un planeta apenas más grandeque él y que tenía necesidad de unamigo.» Para aquellos que comprenden

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la vida, esto hubiera parecido másreal.

Porque no me gusta que mi librosea tomado a la ligera. Siento tantapena al contar estos recuerdos. Haceya seis años que mi amigo se fue consu cordero. Y si intento describirloaquí es sólo con el fin de no olvidarlo.Es muy triste olvidar a un amigo. Notodos han tenido un amigo. Y yo puedollegar a ser como las personasmayores, que sólo se interesan por lascifras. Para evitar esto he compradouna caja de lápices de colores. ¡Esmuy duro, a mi edad, ponerse aaprender a dibujar, cuando en toda lavida no se ha hecho otra tentativa quela de una boa abierta y una boa cerradaa la edad de seis años! Ciertamenteque yo trataré de hacer retratos lo másparecido posibles, pero no estoy muyseguro de lograrlo. Uno saldrá bien yotro no tiene parecido alguno. En las

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proporciones me equivoco también unpoco. Aquí el principito es demasiadogrande y allá es demasiado pequeño.Dudo también sobre el color de sutraje. Titubeo sobre esto y lo otro yunas veces sale bien y otras mal. Esposible, en fin, que me equivoquesobre ciertos detalles muy importantes.Pero habrá que perdonármelo, ya quemi amigo no me daba nunca muchasexplicaciones. Me creía semejante a símismo y yo, desgraciadamente, no séver un cordero a través de una caja. Esposible que yo sea un poco como laspersonas mayores. He debidoenvejecer.

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Capítulo 5

Cada día yo aprendía algo nuevo

sobre el planeta, sobre la partida ysobre el viaje. Esto venía suavementeal azar de las reflexiones. De estamanera tuve conocimiento al tercer díadel drama de los baobabs.

Fue también gracias al cordero ycomo preocupado por una profundaduda, cuando el principito mepreguntó:

—¿Es verdad que los corderos se

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comen los arbustos?—Sí, es cierto.—¡Ah, qué contento estoy!No comprendí por qué era tan

importante para él que los corderos secomieran los arbustos. Pero elprincipito añadió:

—Entonces se comen también losbaobabs.

Le hice comprender al principitoque los baobabs no son arbustos, sinoárboles tan grandes como iglesias yque incluso si llevase consigo todo unrebaño de elefantes, el rebaño nolograría acabar con un solo baobab.

Esta idea del rebaño de elefanteshizo reír al principito.

—Habría que poner los elefantesunos sobre otros.

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Y luego añadió juiciosamente:—Los baobabs, antes de crecer,

son muy pequeñitos.—Es cierto. Pero ¿por qué quieres

que tus corderos coman los baobabs?Me contestó: «¡Bueno! ¡Vamos!»

como si hablara de una evidencia. Mefue necesario un gran esfuerzo deinteligencia para comprender por mímismo este problema.

En efecto, en el planeta delprincipito había, como en todos losplanetas, hierbas buenas y hierbasmalas. Por consiguiente, de buenassemillas salían buenas hierbas y de lassemillas malas, hierbas malas. Pero

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las semillas son invisibles; duermen enel secreto de la tierra, hasta que unbuen día una de ellas tiene la fantasíade despertarse. Entonces se alargaextendiendo hacia el sol, primerotímidamente, una encantadora ramitainofensiva. Si se trata de una ramita derábano o de rosal, se la puede dejarque crezca como quiera. Pero si setrata de una mala hierba, es precisoarrancarla inmediatamente en cuantouno ha sabido reconocerla. En elplaneta del principito había semillasterribles. Como las semillas delbaobab. El suelo del planeta estáinfestado de ellas. Si un baobab no searranca a tiempo, no hay manera dedesembarazarse de él más tarde; cubretodo el planeta y lo perfora con susraíces. Y si el planeta es demasiadopequeño y los baobabs son numerosos,lo hacen estallar.

«Es una cuestión de disciplina, me

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decía más tarde el principito. Cuandopor la mañana uno termina dearreglarse, hay que hacercuidadosamente la limpieza delplaneta. Hay que dedicarseregularmente a arrancar los baobabs,cuando se les distingue de los rosales,a los cuales se parecen mucho cuandoson pequeñitos. Es un trabajo muyfastidioso pero muy fácil».

Y un día me aconsejó que mededicara a realizar un hermoso dibujo,que hiciera comprender a los niños dela Tierra estas ideas. «Si alguna vezviajan, me decía, esto podrá servirlesmucho. A veces no hay inconvenienteen dejar para más tarde el trabajo quese ha de hacer; pero tratándose debaobabs, el retraso es siempre unacatástrofe. Yo he conocido un planeta,habitado por un perezoso que descuidótres arbustos».

Siguiendo las indicaciones del

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principito, dibujé dicho planeta.Aunque no me gusta el papel demoralista, el peligro de los baobabs estan desconocido y los peligros quepuede correr quien llegue a perderseen un asteroide son tan grandes, que novacilo en hacer una excepción yexclamar: «¡Niños, atención a losbaobabs!». Y sólo con el fin deadvertir a mis amigos de estos peligrosa que se exponen desde hace ya tiemposin saberlo, es por lo que trabajé ypuse tanto empeño en realizar estedibujo. La lección que con él podíadar valía la pena. Es muy posible quealguien me pregunte por qué no hay eneste libro otros dibujos tan grandiososcomo el dibujo de los baobabs. Larespuesta es muy sencilla: he tratadode hacerlos, pero no lo he logrado.Cuando dibujé los baobabs estabaanimado por un sentimiento deurgencia.

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Capítulo 6

¡AH, principito, cómo he idocomprendiendo lentamente tu vidamelancólica! Durante mucho tiempo tuúnica distracción fue la suavidad delas puestas de sol. Este nuevo detallelo supe al cuarto día, cuando medijiste:

—Me gustan mucho las puestas desol; vamos a ver una puesta de sol.

—Tendremos que esperar.—¿Esperar qué?—Que el sol se ponga.

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Pareciste muy sorprendidoprimero, y después te reíste de timismo. Y me dijiste:

—Siempre me creo que estoy enmi tierra.

En efecto, como todo el mundosabe, cuando es mediodía en EstadosUnidos, en Francia se está poniendo elsol. Sería suficiente poder trasladarsea Francia en un minuto para asistir a lapuesta del sol, pero desgraciadamenteFrancia está demasiado lejos. Encambio, sobre tu pequeño planeta tebastaba arrastrar la silla algunos pasospara presenciar el crepúsculo cada vezque lo deseabas.

—¡Un día vi ponerse el solcuarenta y tres veces!

Y un poco más tarde añadiste:—¿Sabes? Cuando uno está

verdaderamente triste le gusta ver laspuestas de sol.

—El día que la viste cuarenta y

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tres veces estabas muy triste ¿verdad?Pero el principito no respondió.

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Capítulo 7

AL quinto día, y también en relacióncon el cordero, me fue revelado esteotro secreto de la vida del principito.Me preguntó bruscamente y sinpreámbulo, como resultado de unproblema largamente meditado ensilencio:

—Si un cordero se come losarbustos, se comerá también las flores¿no?

—Un cordero se come todo lo queencuentra.

—¿Y también las flores que tienenespinas?

—Sí; también las flores que tienenespinas.

—Entonces, ¿para qué le sirven lasespinas?

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Confieso que no lo sabía. Estabayo muy ocupado tratando dedestornillar un perno demasiadoapretado del motor; la averíacomenzaba a parecerme cosa grave yla circunstancia de que se estuvieraagotando mi provisión de agua mehacía temer lo peor.

—¿Para qué sirven las espinas?El principito no permitía nunca que

se dejara sin respuesta una preguntaformulada por él. Irritado por laresistencia que me oponía el perno, lerespondí lo primero que se me ocurrió:

—Las espinas no sirven para nada;son pura maldad de las flores.

—¡Oh!Y después de un silencio, me dijo

con una especie de rencor:—¡No te creo! Las flores son

débiles. Son ingenuas. Se defiendencomo pueden. Se creen terribles consus espinas.

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No le respondí nada; en aquelmomento me estaba diciendo a mímismo: «Si este perno me resiste unpoco más, lo haré saltar de unmartillazo». El principito meinterrumpió de nuevo mispensamientos:

—¿Tú crees que las flores…?—¡No, no creo nada! Te he

respondido cualquier cosa para que tecalles. Tengo que ocuparme de cosasserias.

Me miró estupefacto.—¡De cosas serias!Me miraba con mi martillo en la

mano, los dedos llenos de grasa einclinado sobre algo que le parecíamuy feo.

—¡Hablas como las personasmayores!

Me avergonzó un poco. Pero él,implacable, añadió:

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—¡Lo confundes todo! ¡Todo lomezclas!

Estaba verdaderamente irritado;sacudía la cabeza, agitando al vientosus cabellos dorados.

—Conozco un planeta donde viveun señor muy colorado, que nunca haolido una flor ni ha mirado una estrellay que jamás ha querido a nadie. Entoda su vida no ha hecho más quesumas. Y todo el día se lo pasarepitiendo como tú: «¡Yo soy unhombre serio, yo soy un hombreserio!». Al parecer esto le llena deorgullo. Pero eso no es un hombre, ¡esun hongo!

—¿Un qué?—Un hongo.El principito estaba pálido de

cólera.—Hace millones de años que las

flores tienen espinas y hace tambiénmillones de años que los corderos, a

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pesar de las espinas, se comen lasflores. ¿Es que no es cosa seriaaveriguar por qué las flores pierden eltiempo fabricando unas espinas que noles sirven para nada? ¿Es que no esimportante la guerra de los corderos ylas flores? ¿No es esto más serio eimportante que las sumas de un señorgordo y colorado? Y si yo sé de unaflor única en el mundo y que no existeen ninguna parte más que en miplaneta; si yo sé que un buen día uncorderillo puede aniquilarla sin darsecuenta de ello, ¿es que esto no esimportante?

El principito enrojeció y despuéscontinuó:

—Si alguien ama a una flor de laque sólo existe un ejemplar enmillones y millones de estrellas, bastaque la mire para ser dichoso. Puededecir satisfecho: «Mi flor está allí, enalguna parte». ¡Pero si el cordero se la

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come, para él es como si de prontotodas las estrellas se apagaran! ¡Y estono es importante!

No pudo decir más y estallóbruscamente en sollozos.

La noche había caído. Yo habíasoltado las herramientas y ya noimportaban nada el martillo, el perno,la sed y la muerte. ¡Había en unaestrella, en un planeta, el mío, laTierra, un principito a quien consolar!Lo tomé en mis brazos y lo mecídiciéndole: «la flor que tú quieres no

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corre peligro. Te dibujaré un bozalpara tu cordero y una armadura para laflor… te…». No sabía qué decirle,cómo consolarle y hacer que tuvieranuevamente confianza en mí; me sentíatorpe. ¡Es tan misterioso el país de laslágrimas!

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Capítulo 8

APRENDÍ bien pronto a conocermejor esta flor. Siempre había habidoen el planeta del principito flores muysimples adornadas con una sola fila depétalos que apenas ocupaban sitio y anadie molestaban. Aparecían entre lahierba una mañana y por la tarde seextinguían. Pero aquélla habíagerminado un día de una semillallegada de quién sabe dónde, y elprincipito había vigilado

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cuidadosamente desde el primer díaaquella ramita tan diferente de las queél conocía. Podía ser una nuevaespecie de baobab. Pero el arbustocesó pronto de crecer y comenzó aechar su flor. El principito observó elcrecimiento de un enorme capullo ytenía el convencimiento de que habríade salir de allí una apariciónmilagrosa; pero la flor no acababa depreparar su belleza al abrigo de suenvoltura verde. Elegía con cuidadosus colores, se vestía lentamente y seajustaba uno a uno sus pétalos. Noquería salir ya ajada como lasamapolas; quería aparecer en todo elesplendor de su belleza. ¡Ah, era muycoqueta aquella flor! Su misteriosapreparación duraba días y días. Hastaque una mañana, precisamente al salirel sol se mostró espléndida.

La flor, que había trabajado contanta precisión, dijo bostezando:

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—¡Ah, perdóname! Apenas acabode despertarme. ¡Estoy todadespeinada!

El principito no pudo contener suadmiración:

—¡Qué hermosa eres!—¿Verdad? —respondió

dulcemente la flor—. He nacido almismo tiempo que el sol.

El principito adivinó exactamenteque ella no era muy modestaciertamente, pero ¡era tanconmovedora!

—Me parece que ya es hora dedesayunar —añadió la flor—; situvieras la bondad de pensar un pocoen mí…

Y el principito, muy confuso,habiendo ido a buscar una regadera laroció abundantemente con agua fresca.

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Y así, ella lo había atormentadocon su vanidad un poco sombría. Undía, por ejemplo, hablando de suscuatro espinas, dijo al principito:

—¡Ya pueden venir los tigres consus garras!

—No hay tigres en mi planeta —observó el principito— y, además, lostigres no comen hierba.

—Yo no soy una hierba —respondió dulcemente la flor.

—Perdóname…—No temo a los tigres, pero tengo

miedo a las corrientes de aire. ¿Notendrás un biombo?

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«Miedo a las corrientes de aire noes una suerte para una planta —pensóel principito—. Esta flor es demasiadocomplicada».

—Por la noche me cubrirás con unfanal. Hace mucho frío en tu tierra. Nose está muy a gusto; allá de donde yovengo…

La flor se interrumpió; habíallegado allí en forma de semilla y noera posible que conociera otrosmundos. Humillada por haberse dejadosorprender inventando una mentira taningenua, tosió dos o tres veces paraatraerse la simpatía del principito.

—¿Y el biombo?—Iba a buscarlo, pero como no

dejabas de hablarme…Insistió en su tos para darle al

menos remordimientos.

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De esta manera el principito, apesar de la buena voluntad de su amor,había llegado a dudar de ella. Habíatomado en serio palabras sinimportancia y se sentía desgraciado.

«Yo no debía hacerle caso —meconfesó un día el principito—, nuncahay que hacer caso a las flores; bastacon mirarlas y olerlas. Mi florembalsamaba el planeta, pero yo nosabía gozar con eso. Aquella historiade garras y tigres que tanto me molestóhubiera debido enternecerme».

Y me contó todavía:«¡No supe comprender nada

entonces! Debí juzgarla por sus actos y

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no por sus palabras. ¡La florperfumaba e iluminaba mi vida y jamásdebí huir de allí! ¡No supe adivinar laternura que ocultaban sus pobresastucias! ¡Son tan contradictorias lasflores! Pero yo era demasiado jovenpara saber amarla».

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Capítulo 9

CREO que el principito aprovechó lamigración de una bandada de pájarossilvestres para su evasión. La mañanade la partida puso en orden el planeta.Deshollinó cuidadosamente susvolcanes en actividad, de los cualesposeía dos, que le eran muy útiles paracalentar el desayuno todas lasmañanas. Tenía, además, un volcánextinguido. Deshollinó también elvolcán extinguido, pues, como éldecía, nunca se sabe lo que puedeocurrir. Si los volcanes están biendeshollinados, arden sus erupciones,lenta y regularmente. Las erupcionesvolcánicas son como el fuego denuestras chimeneas. Es evidente que ennuestra Tierra no hay posibilidad de

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deshollinar los volcanes; los hombressomos demasiado pequeños. Por esonos dan tantos disgustos.

El principito arrancó también conun poco de melancolía los últimosbrotes de baobabs. Creía que no iba avolver nunca. Pero todos aquellostrabajos le parecieron aquella mañanaextremadamente dulces. Y cuando regópor última vez la flor y se dispuso aponerla al abrigo del fanal, sintióganas de llorar.

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—Adiós —le dijo a la flor.Ésta no respondió.—Adiós —repitió el principito.La flor tosió, pero no porque

estuviera resfriada.—He sido una tonta —le dijo al fin

la flor—. Perdóname. Procura serfeliz.

Se sorprendió por la ausencia dereproches y quedó desconcertado, conel fanal en el aire, no comprendiendoesta tranquila mansedumbre.

—Sí, yo te quiero —le dijo la flor—; ha sido culpa mía que tú no losepas; pero eso no tiene importancia.Y tú has sido tan tonto como yo. Tratade ser feliz… Y suelta de una vez esefanal; ya no lo quiero.

—Pero el viento…—No estoy tan resfriada como

para… El aire fresco de la noche mehará bien. Soy una flor.

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—Y los animales…—Será necesario que soporte dos

o tres orugas si quiero conocer lasmariposas; creo que son muyhermosas. Si no ¿quién vendrá avisitarme? Tú estarás muy lejos. Encuanto a las fieras, no las temo: yotengo mis garras.

Y le mostraba ingenuamente suscuatro espinas. Luego añadió:

—Y no prolongues más tudespedida. Puesto que has decididopartir, vete de una vez.

La flor no quería que la viesellorar: era tan orgullosa…

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Capítulo 10

SE encontraba en la región de losasteroides 325, 326, 327, 328, 329 y330. Para ocuparse en algo e instruirseal mismo tiempo decidió visitarlos.

El primero estaba habitado por unrey. El rey, vestido de púrpura yarmiño, estaba sentado sobre un tronomuy sencillo y, sin embargo,majestuoso.

—¡Ah —exclamó el rey al divisaral principito—, aquí tenemos unsúbdito!

El principito se preguntó:«¿Cómo es posible que me

reconozca si nunca me ha visto?».Ignoraba que para los reyes el

mundo está muy simplificado. Todoslos hombres son súbditos.

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—Aproxímate para que te veamejor —le dijo el rey, que estabaorgulloso de ser por fin el rey dealguien.

El principito buscó donde sentarse,pero el planeta estaba ocupadototalmente por el magnífico manto dearmiño. Se quedó, pues, de pie, perocomo estaba cansado, bostezó.

—La etiqueta no permite bostezaren presencia del rey —le dijo elmonarca—. Te lo prohíbo.

—No he podido evitarlo —respondió el principito muy confuso—,he hecho un viaje muy largo y apenashe dormido…

—Entonces —le dijo el rey— teordeno que bosteces. Hace años queno veo bostezar a nadie. Los bostezosson para mí algo curioso. ¡Vamos,bosteza otra vez, te lo ordeno!

—Me da vergüenza… ya no tengoganas… —dijo el principito

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enrojeciendo.—¡Hum, hum! —respondió el rey

—. ¡Bueno! Te ordeno tan pronto quebosteces y que no bosteces…

Tartamudeaba un poco y parecíavejado, pues el rey daba granimportancia a que su autoridad fueserespetada. Era un monarca absoluto,pero como era muy bueno, dabasiempre órdenes razonables.

«Si yo ordenara —decíafrecuentemente—, si yo ordenara a ungeneral que se transformara en avemarina y el general no me obedeciese,

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la culpa no sería del general, sinomía».

—¿Puedo sentarme? —preguntótímidamente el principito.

—Te ordeno sentarte —lerespondió el rey recogiendomajestuosamente un faldón de su mantode armiño.

El principito estaba sorprendido.Aquel planeta era tan pequeño que nose explicaba sobre quién podría reinaraquel rey.

—Señor —le dijo—, perdóneme sile pregunto…

—Te ordeno que me preguntes —se apresuró a decir el rey.

—Señor… ¿sobre qué ejerce supoder?

—Sobre todo —contestó el rey congran ingenuidad.

—¿Sobre todo?El rey, con un gesto sencillo,

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señaló su planeta, los otros planetas ylas estrellas.

—¿Sobre todo eso? —volvió apreguntar el principito.

—Sobre todo eso… —respondióel rey.

No era sólo un monarca absoluto,era, además, un monarca universal.

—¿Y las estrellas le obedecen?—¡Naturalmente! —le dijo el rey

—. Y obedecen enseguida, pues yo notolero la indisciplina.

Un poder semejante dejómaravillado al principito. Si éldisfrutara de un poder de talnaturaleza, hubiese podido asistir en elmismo día, no a cuarenta y tres, sino asetenta y dos, a cien, o incluso adoscientas puestas de sol sin tenernecesidad de arrastrar su silla. Y comose sentía un poco triste al recordar supequeño planeta abandonado, seatrevió a solicitar una gracia al rey:

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—Me gustaría ver una puesta desol… Deme ese gusto… Ordénele alsol que se ponga…

—Si yo le diera a un general laorden de volar de flor en flor comouna mariposa, o de escribir unatragedia, o de transformarse en avemarina y el general no ejecutase laorden recibida ¿de quién sería laculpa, mía o de él?

—La culpa sería de usted —le dijoel principito con firmeza.

—Exactamente. Sólo hay que pedira cada uno, lo que cada uno puede dar—continuó el rey—. La autoridad seapoya antes que nada en la razón. Siordenas a tu pueblo que se tire al mar,el pueblo hará la revolución. Yo tengoderecho a exigir obediencia, porquemis órdenes son razonables.

—¿Entonces… mi puesta de sol?—recordó el principito, que jamásolvidaba su pregunta una vez que la

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había formulado.—Tendrás tu puesta de sol. La

exigiré. Pero, según me dicta miciencia gobernante, esperaré que lascondiciones sean favorables.

—¿Y cuándo será eso?—¡Ejem, ejem! —le respondió el

rey, consultando previamente unenorme calendario—, ¡ejem, ejem!será hacia… hacia… será hacia lassiete cuarenta. Ya verás cómo se meobedece.

El principito bostezó. Lamentabasu puesta de sol frustrada y además seestaba aburriendo ya un poco.

—Ya no tengo nada que hacer aquí—le dijo al rey—. Me voy.

—No partas —le respondió el reyque se sentía muy orgulloso de tener unsúbdito—; no te vayas y te hagoministro.

—¿Ministro de qué?

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—¡De… de justicia!—¡Pero si aquí no hay nadie a

quien juzgar!—Eso no se sabe —le dijo el rey

—. Nunca he recorrido todo mi reino.Estoy muy viejo y el caminar mecansa. Y como no hay sitio para unacarroza…

—¡Oh! Pero yo ya he visto… —dijo el principito que se inclinó paraechar una ojeada al otro lado delplaneta—. Allá abajo no hay nadietampoco.

—Te juzgarás a ti mismo —lerespondió el rey—. Es lo más difícil.Es mucho más difícil juzgarse a símismo que juzgar a los otros. Siconsigues juzgarte rectamente es queeres un verdadero sabio.

—Yo puedo juzgarme a mí mismoen cualquier parte y no tengonecesidad de vivir aquí.

—¡Ejem, ejem! Creo —dijo el rey

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— que en alguna parte del planeta viveuna rata vieja; yo la oigo por la noche.Tú podrás juzgar a esta rata vieja. Lacondenarás a muerte de vez en cuando.Su vida dependería de tu justicia y laindultarás en cada juicio paraconservarla, ya que no hay más queuna.

—A mí no me gusta condenar amuerte a nadie —dijo el principito—.Creo que me voy a marchar.

—No —dijo el rey.Pero el principito, que habiendo

terminado ya sus preparativos no quisodisgustar al viejo monarca, dijo:

—Si Vuestra Majestad deseara serobedecido puntualmente, podría daruna orden razonable. Podríaordenarme, por ejemplo, partir antesde un minuto. Me parece que lascondiciones son favorables…

Como el rey no respondiera nada,el principito vaciló primero y con un

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suspiro emprendió la marcha.—¡Te nombro mi embajador! —se

apresuró a gritar el rey. Tenía unaspecto de gran autoridad. «Laspersonas mayores son muy extrañas»,se decía el principito para sí mismodurante el viaje.

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Capítulo 11

El segundo planeta estaba habitado

por un vanidoso:—¡Ah! ¡Ah! ¡Un admirador viene a

visitarme! —gritó el vanidoso al

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divisar a lo lejos al principito.Para los vanidosos todos los

demás hombres son admiradores.—¡Buenos días! —dijo el

principito—. ¡Qué sombrero tan rarotiene!

—Es para saludar a los que meaclaman —respondió el vanidoso—.Desgraciadamente nunca pasa nadiepor aquí.

—¿Ah, sí? —preguntó sincomprender el principito.

—Golpea tus manos una contraotra —le aconsejó el vanidoso.

El principito aplaudió y elvanidoso le saludó modestamentelevantando el sombrero.

«Esto parece más divertido que lavisita al rey», se dijo para sí elprincipito, que continuó aplaudiendomientras el vanidoso volvía asaludarle quitándose el sombrero.

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A los cinco minutos el principitose cansó con la monotonía de aqueljuego.

—¿Qué hay que hacer para que elsombrero se caiga? —preguntó elprincipito.

Pero el vanidoso no le oyó. Losvanidosos sólo oyen las alabanzas.

—Tú me admiras mucho, ¿verdad?—preguntó el vanidoso al principito.

—¿Qué significa admirar?—Admirar significa reconocer que

yo soy el hombre más bello, el mejorvestido, el más rico y el másinteligente del planeta.

—¡Si tú estás solo en tu planeta!—¡Hazme ese favor, admírame de

todas maneras!—¡Bueno! Te admiro —dijo el

principito encogiéndose de hombros—, pero ¿para qué te sirve?

Y el principito se marchó.

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«Decididamente, las personasmayores son muy extrañas», se decíapara sí el principito durante su viaje.

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Capítulo 12

EL tercer planeta estaba habitado porun bebedor. Fue una visita muy corta,pues hundió al principito en una granmelancolía.

—¿Qué haces ahí? —preguntó albebedor, que estaba sentado ensilencio ante un sinnúmero de botellasvacías y otras tantas botellas llenas.

—¡Bebo! —respondió el bebedorcon tono lúgubre.

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—¿Por qué bebes? —volvió apreguntar el principito.

—Para olvidar.—¿Para olvidar qué? —inquirió el

principito, ya compadecido.—Para olvidar que siento

vergüenza —confesó el bebedorbajando la cabeza.

—¿Vergüenza de qué? —seinformó el principito deseoso deayudarle.

—¡Vergüenza de beber! —concluyó el bebedor, que se encerrónueva y definitivamente en el silencio.

Y el principito, perplejo, semarchó.

«No hay la menor duda de que laspersonas mayores son muy extrañas»,seguía diciéndose para sí el principitodurante su viaje.

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Capítulo 13

El cuarto planeta estaba ocupado

por un hombre de negocios. Estehombre estaba tan abstraído que nisiquiera levantó la cabeza a la llegadadel principito.

—¡Buenos días! —le dijo éste—.Su cigarro se ha apagado.

—Tres y dos cinco. Cinco y sietedoce. Doce y tres quince. ¡Buenosdías! Quince y siete veintidós.

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Veintidós y seis veintiocho. No tengotiempo de encenderlo. Veintiocho ytres treinta y uno. ¡Uf! Esto sumaquinientos un millones seiscientosveintidós mil setecientos treinta y uno.

—¿Quinientos millones de qué?—¿Eh? ¿Estás ahí todavía?

Quinientos millones de… ya no sé…¡He trabajado tanto! ¡Yo soy un hombreserio y no me entretengo en tonterías!Dos y cinco siete…

—¿Quinientos millones de qué? —volvió a preguntar el principito, quenunca en su vida había renunciado auna pregunta una vez que la habíaformulado.

El hombre de negocios levantó lacabeza:

—Desde hace cincuenta y cuatroaños que habito este planeta, sólo mehan molestado tres veces. La primera,hace veintidós años, fue por unabejorro que había caído aquí de Dios

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sabe dónde. Hacía un ruidoinsoportable y me hizo cometer cuatroerrores en una suma. La segunda vezpor una crisis de reumatismo, haceonce años. Yo no hago ningúnejercicio, pues no tengo tiempo decallejear. Soy un hombre serio. Y latercera vez… ¡la tercera vez es ésta!Decía, pues, quinientos un millones…

—¿Millones de qué?El hombre de negocios comprendió

que no tenía ninguna esperanza de quelo dejaran en paz.

—Millones de esas pequeñascosas que algunas veces se ven en elcielo.

—¿Moscas?—¡No, cositas que brillan!—¿Abejas?—No. Unas cositas doradas que

hacen desvariar a los holgazanes. ¡Yosoy un hombre serio y no tengo tiempo

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de desvariar!—¡Ah! ¿Estrellas?—Eso es. Estrellas.—¿Y qué haces tú con quinientos

millones de estrellas?—Quinientos un millones

seiscientos veintidós mil setecientostreinta y uno. Yo soy un hombre serio yexacto.

—¿Y qué haces con esas estrellas?—¿Que qué hago con ellas?—Sí.—Nada. Las poseo.—¿Que las estrellas son tuyas?—Sí.—Yo he visto un rey que…—Los reyes no poseen nada…

Reinan. Es muy diferente.—¿Y de qué te sirve poseer las

estrellas?—Me sirve para ser rico.—¿Y de qué te sirve ser rico?

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—Me sirve para comprar másestrellas si alguien las descubre.

«Éste, se dijo a sí mismo elprincipito, razona poco más o menoscomo mi borracho».

No obstante le siguió preguntando:—¿Y cómo es posible poseer

estrellas?—¿De quién son las estrellas? —

contestó punzante el hombre denegocios.

—No sé… De nadie.—Entonces son mías, puesto que

he sido el primero a quien se le haocurrido la idea.

—¿Y eso basta?—Naturalmente. Si te encuentras

un diamante que nadie reclama, eldiamante es tuyo. Si encontraras unaisla que a nadie pertenece, la isla estuya. Si eres el primero en tener unaidea y la haces patentar, nadie puede

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aprovecharla: es tuya. Las estrellasson mías, puesto que nadie antes queyo ha pensado en poseerlas.

—Eso es verdad —dijo elprincipito—, ¿y qué haces con ellas?

—Las administro. Las cuento y lasrecuento una y otra vez —contestó elhombre de negocios—. Es algo difícil.¡Pero yo soy un hombre serio!

El principito no quedó del todosatisfecho.

—Si yo tengo una bufanda, puedoponérmela al cuello y llevármela. Sisoy dueño de una flor, puedo cortarla yllevármela también. ¡Pero tú no puedesllevarte las estrellas!

—Pero puedo colocarlas en unbanco.

—¿Qué quiere decir eso?—Quiere decir que escribo en un

papel el número de estrellas que tengoy guardo bajo llave en un cajón ese

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papel.—¿Y eso es todo?—¡Es suficiente!«Es divertido», pensó el

principito. «Es incluso bastantepoético. Pero no es muy serio».

El principito tenía sobre las cosasserias ideas muy diferentes de lasideas de las personas mayores.

—Yo —dijo aún— tengo una flor ala que riego todos los días; poseo tresvolcanes a los que deshollino todas lassemanas, pues también me ocupo delque está extinguido; nunca se sabe loque puede ocurrir. Es útil, pues, paramis volcanes y para mi flor que yo lasposea. Pero tú, tú no eres nada útilpara las estrellas…

El hombre de negocios abrió laboca, pero no encontró respuesta.

El principito abandonó aquelplaneta.

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«Las personas mayores,decididamente, son extraordinarias»,se decía a sí mismo con sencillezdurante el viaje.

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Capítulo 14

EL quinto planeta era muy curioso.Era el más pequeño de todos, puesapenas cabían en él un farol y elfarolero que lo habitaba. El principitono lograba explicarse para quéservirían allí, en el cielo, en un planetasin casas y sin población un farol y unfarolero. Sin embargo, se dijo a símismo:

«Este hombre, quizás, es absurdo.Sin embargo, es menos absurdo que elrey, el vanidoso, el hombre denegocios y el bebedor. Su trabajo, almenos, tiene sentido. Cuando enciendesu farol, es igual que si hiciera naceruna estrella más o una flor y cuando loapaga hace dormir a la flor o a laestrella. Es una ocupación muy bonita

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y por ser bonita es verdaderamenteútil».

Cuando llegó al planeta saludórespetuosamente al farolero:

—¡Buenos días! ¿Por qué acabasde apagar tu farol?

—Es la consigna —respondió elfarolero—. ¡Buenos días!

—¿Y qué es la consigna?—Apagar mi farol. ¡Buenas

noches!Y encendió el farol.—¿Y por qué acabas de volver a

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encenderlo?—Es la consigna.—No lo comprendo —dijo el

principito.—No hay nada que comprender —

dijo el farolero—. La consigna es laconsigna. ¡Buenos días!

Y apagó su farol.Luego se enjugó la frente con un

pañuelo de cuadros rojos.—Mi trabajo es algo terrible. En

otros tiempos era razonable; apagabael farol por la mañana y lo encendíapor la tarde. Tenía el resto del día parareposar y el resto de la noche paradormir.

—¿Y luego cambiaron la consigna?—Ése es el drama, que la consigna

no ha cambiado —dijo el farolero—.El planeta gira cada vez más deprisade año en año y la consigna siguesiendo la misma.

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—¿Y entonces? —dijo elprincipito.

—Como el planeta da ahora unavuelta completa cada minuto, yo notengo un segundo de reposo. Enciendoy apago una vez por minuto.

—¡Eso es raro! ¡Los días sóloduran en tu tierra un minuto!

—Esto no tiene nada de divertido—dijo el farolero—. Hace ya un mesque tú y yo estamos hablando.

—¿Un mes?—Sí, treinta minutos. ¡Treinta días!

¡Buenas noches!Y volvió a encender su farol.El principito lo miró y le gustó este

farolero que tan fielmente cumplía laconsigna. Recordó las puestas de solque en otro tiempo iba a buscararrastrando su silla. Quiso ayudar a suamigo.

—¿Sabes? Yo conozco un medio

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para que descanses cuando quieras…—Yo quiero descansar siempre —

dijo el farolero.—Se puede ser a la vez fiel y

perezoso.El principito prosiguió:—Tu planeta es tan pequeño que

puedes darle la vuelta en treszancadas. No tienes que hacer más quecaminar muy lentamente para quedarsiempre al sol. Cuando quierasdescansar, caminarás… y el día durarátanto tiempo como quieras.

—Con eso no adelanto gran cosa—dijo el farolero—, lo que a mí megusta en la vida es dormir.

—No es una suerte —dijo elprincipito.

—No, no es una suerte —replicóel farolero—. ¡Buenos días!

Y apagó su farol.Mientras el principito proseguía su

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viaje, se iba diciendo para sí: «Éstesería despreciado por los otros, por elrey, por el vanidoso, por el bebedor,por el hombre de negocios. Y, sinembargo, es el único que no me pareceridículo, quizás porque se ocupa deotra cosa y no de sí mismo». Lanzó unsuspiro de pena y continuó diciéndose:

«Es el único de quien pudehaberme hecho amigo. Pero su planetaes demasiado pequeño y no hay lugarpara dos…».

Lo que el principito no se atrevía aconfesarse, era que la causa por lacual lamentaba no quedarse en estebendito planeta se debía a las milcuatrocientas cuarenta puestas de solque podría disfrutar cada veinticuatrohoras.

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Capítulo 15

EL sexto planeta era diez veces másgrande. Estaba habitado por un ancianoque escribía grandes libros.

—¡Anda, un explorador! —exclamó cuando divisó al principito.

Éste se sentó sobre la mesa yreposó un poco. ¡Había viajado yatanto!

—¿De dónde vienes tú? —lepreguntó el anciano.

—¿Qué libro es ese tan grande? —

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preguntó a su vez el principito—. ¿Quéhace usted aquí?

—Soy geógrafo —dijo el anciano.—¿Y qué es un geógrafo?—Es un sabio que sabe dónde

están los mares, los ríos, las ciudades,las montañas y los desiertos.

—Eso es muy interesante —dijo elprincipito—. ¡Y es un verdaderooficio!

Dirigió una mirada a su alrededorsobre el planeta del geógrafo; nuncahabía visto un planeta tan majestuoso.

—Es muy hermoso su planeta.¿Hay océanos aquí?

—No puedo saberlo —dijo elgeógrafo.

—¡Ah! —el principito se sintiódecepcionado—. ¿Y montañas?

—No puedo saberlo —repitió elgeógrafo.

—¿Y ciudades, ríos y desiertos?

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—Tampoco puedo saberlo.—¡Pero usted es geógrafo!—Exactamente —dijo el geógrafo

—, pero no soy explorador, ni tengoexploradores que me informen. Elgeógrafo no puede estar de acá paraallá contando las ciudades, los ríos,las montañas, los océanos y losdesiertos; es demasiado importantepara deambular por ahí. Se queda ensu despacho y allí recibe a losexploradores. Les interroga y tomanota de sus informes. Si los informesde alguno de ellos le pareceninteresantes, manda hacer unainvestigación sobre la moralidad delexplorador.

—¿Para qué?—Un explorador que mintiera

sería una catástrofe para los libros degeografía. Y también lo sería unexplorador que bebiera demasiado.

—¿Por qué? —preguntó el

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principito.—Porque los borrachos ven doble

y el geógrafo pondría dos montañasdonde sólo habría una.

—Conozco a alguien —dijo elprincipito—, que sería un malexplorador.

—Es posible. Cuando se estáconvencido de que la moralidad delexplorador es buena, se hace unainvestigación sobre su descubrimiento.

—¿Se va a ver?—No, eso sería demasiado

complicado. Se exige al exploradorque suministre pruebas. Por ejemplo,si se trata del descubrimiento de unagran montaña, se le pide que traigagrandes piedras.

Súbitamente el geógrafo se sintióemocionado:

—Pero… ¡tú vienes de muy lejos!¡Tú eres un explorador! Vas a

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describirme tu planeta.Y el geógrafo abriendo su registro

afiló su lápiz. Los relatos de losexploradores se escriben primero conlápiz. Se espera que el exploradorpresente sus pruebas para pasarlos atinta.

—¿Y bien? —interrogó elgeógrafo.

—¡Oh! Mi tierra —dijo elprincipito— no es interesante, todo esmuy pequeño. Tengo tres volcanes, dosen actividad y uno extinguido; peronunca se sabe…

—No, nunca se sabe —dijo elgeógrafo.

—Tengo también una flor.—De las flores no tomamos nota.—¿Por qué? ¡Son lo más bonito!—Porque las flores son efímeras.—¿Qué significa «efímera»?—Las geografías —dijo el

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geógrafo— son los libros máspreciados e interesantes; nunca pasande moda. Es muy raro que una montañacambie de sitio o que un océano quedesin agua. Los geógrafos escribimossobre cosas eternas.

—Pero los volcanes extinguidospueden despertarse —interrumpió elprincipito—. ¿Qué significa«efímera»?

—Que los volcanes estén o no enactividad es igual para nosotros. Lointeresante es la montaña que nuncacambia.

—Pero ¿qué significa «efímera»?—repitió el principito que en su vidahabía renunciado a una pregunta unavez formulada.

—Significa que está amenazado depróxima desaparición.

—¿Mi flor está amenazada dedesaparecer próximamente?

—Indudablemente.

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«Mi flor es efímera —se dijo elprincipito— y no tiene más que cuatroespinas para defenderse contra elmundo. ¡Y la he dejado allá sola en micasa!». Por primera vez se arrepintióde haber dejado su planeta, pero bienpronto recobró su valor.

—¿Qué me aconseja usted quevisite ahora? —preguntó.

—La Tierra —le contestó elgeógrafo—. Tiene muy buenareputación…

Y el principito partió pensando ensu flor.

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Capítulo 16

EL séptimo planeta fue, porconsiguiente, la Tierra.

¡La Tierra no es un planetacualquiera! Se cuentan en él cientoonce reyes (sin olvidar, naturalmente,los reyes negros), siete mil geógrafos,novecientos mil hombres de negocios,siete millones y medio de borrachos,trescientos once millones devanidosos, es decir, alrededor de dosmil millones de personas mayores.

Para darles una idea de lasdimensiones de la Tierra yo les diríaque antes de la invención de laelectricidad había que mantener sobreel conjunto de los seis continentes unverdadero ejército de cuatrocientossesenta y dos mil quinientos once

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faroleros.Vistos desde lejos, hacían un

espléndido efecto. Los movimientos deeste ejército estaban regulados comolos de un ballet de ópera. Primerovenía el turno de los faroleros deNueva Zelanda y de Australia.Encendían sus faroles y se iban adormir. Después tocaba el turno en ladanza a los faroleros de China ySiberia, que a su vez se perdían entrebastidores. Luego seguían los farolerosde Rusia y la India, después los deÁfrica y Europa y finalmente, los deAmérica del Sur y América del Norte.Nunca se equivocaban en su orden deentrada en escena. Era grandioso.

Solamente el farolero del únicofarol del polo norte y su colega delúnico farol del polo sur, llevaban unavida de ociosidad y descanso. Notrabajaban más que dos veces al año.

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Capítulo 17

CUANDO se quiere ser ingenioso,sucede que se miente un poco. No hesido muy honesto al hablar de losfaroleros y corro el riesgo de dar unafalsa idea de nuestro planeta a los queno lo conocen. Los hombres ocupanmuy poco lugar sobre la Tierra. Si losdos mil millones de habitantes que lapueblan se pusieran de pie y un pocoapretados, como en un mitin, cabríanfácilmente en una plaza de veintemillas de largo por veinte de ancho. Lahumanidad podría amontonarse sobreel más pequeño islote del Pacífico.

Las personas mayores no lescreerán, seguramente, pues siempre seimaginan que ocupan mucho sitio. Secreen importantes como los baobabs.

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Les dirán, pues, que hagan el cálculo;eso les gustará ya que adoran lascifras. Pero no es necesario quepierdan el tiempo inútilmente, puestoque tienen confianza en mí.

El principito, una vez que llegó ala Tierra, quedó sorprendido de no vera nadie. Tenía miedo de haberseequivocado de planeta, cuando unanillo de color de luna se revolvió enla arena.

—¡Buenas noches! —dijo elprincipito.

—¡Buenas noches! —dijo laserpiente.

—¿Sobre qué planeta he caído? —preguntó el principito.

—Sobre la Tierra, en África —respondió la serpiente.

—¡Ah! ¿Y no hay nadie sobre laTierra?

—Esto es el desierto. En los

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desiertos no hay nadie. La Tierra esmuy grande —dijo la serpiente.

El principito se sentó en una piedray elevó los ojos al cielo.

—Yo me pregunto —dijo— si lasestrellas están encendidas para quecada cual pueda un día encontrar lasuya. Mira mi planeta; estáprecisamente encima de nosotros…Pero… ¡qué lejos está!

—Es muy bella —dijo la serpiente—. ¿Y qué vienes tú a hacer aquí?

—Tengo problemas con una flor —dijo el principito.

—¡Ah!Y se callaron.—¿Dónde están los hombres? —

prosiguió por fin el principito—. Seestá un poco solo en el desierto…

—También se está solo donde loshombres —afirmó la serpiente.

El principito la miró largo rato y le

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dijo:

—Eres un bicho raro, delgadocomo un dedo…

—Pero soy más poderoso que eldedo de un rey —le interrumpió laserpiente.

El principito sonrió:—No me pareces muy poderoso…

ni siquiera tienes patas… ni tansiquiera puedes viajar…

—Puedo llevarte más lejos que unnavío —dijo la serpiente.

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Se enroscó alrededor del tobillodel principito como un brazalete deoro.

—Al que yo toco, le hago volver ala tierra de donde salió. Pero tú erespuro y vienes de una estrella…

El principito no respondió.—Me das lástima, tan débil sobre

esta tierra de granito. Si algún díaechas mucho de menos tu planeta,puedo ayudarte. Puedo…

—¡Oh! —dijo el principito—. Tehe comprendido. Pero ¿por qué hablascon enigmas?

—Yo los resuelvo todos —dijo laserpiente.

Y se callaron.

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Capítulo 18

EL principito atravesó el desierto enel que sólo encontró una flor de trespétalos, una flor de nada.

—¡Buenos días! —dijo elprincipito.

—¡Buenos días! —dijo la flor.—¿Dónde están los hombres? —

preguntó cortésmente el principito.

La flor, un día, había visto pasaruna caravana.

—¿Los hombres? No existen másque seis o siete, me parece. Los he

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visto hace ya años y nunca se sabedónde encontrarlos. El viento lospasea. Les faltan las raíces. Esto lesmolesta.

—Adiós —dijo el principito.—Adiós —dijo la flor.

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Capítulo 19

EL principito escaló hasta la cima deuna alta montaña. Las únicas montañasque él había conocido eran los tresvolcanes que le llegaban a la rodilla.El volcán extinguido lo utilizaba comotaburete. «Desde una montaña tan altacomo ésta —se había dicho— podréver todo el planeta y a todos loshombres…». Pero no alcanzó a vermás que algunas puntas de rocas.

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—¡Buenos días! —exclamó elprincipito.

—¡Buenos días! ¡Buenos días!¡Buenos días! —respondió el eco.

—¿Quién eres tú? —preguntó elprincipito.

—¿Quién eres tú?… ¿Quién erestú?… ¿Quién eres tú?… —contestó eleco.

—Sed mis amigos, estoy solo —dijo el principito.

—Estoy solo… estoy solo… estoysolo… —repitió el eco.

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«¡Qué planeta más raro! —pensóentonces el principito—. Es seco,puntiagudo y salado. Y los hombrescarecen de imaginación; no hacen másque repetir lo que se les dice… En mitierra tenía una flor: hablaba siemprela primera…».

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Capítulo 20

PERO sucedió que el principito,habiendo atravesado arenas, rocas ynieves, descubrió finalmente uncamino. Y los caminos llevan siemprea la morada de los hombres.

—¡Buenos días! —dijo.Era un jardín cuajado de rosas.—¡Buenos días! —dijeron las

rosas.El principito las miró. ¡Todas se

parecían tanto a su flor!—¿Quiénes son ustedes? —les

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preguntó estupefacto.—Somos las rosas —respondieron

éstas.—¡Ah! —exclamó el principito.Y se sintió muy desgraciado. Su

flor le había dicho que era la única desu especie en todo el universo. ¡Yahora tenía ante sus ojos más de cincomil todas semejantes, en un solojardín!

«Si ella viese todo esto —se decíael principito—, se sentiría vejada,tosería muchísimo y simularía morirpara escapar al ridículo. Y yo tendríaque fingirle cuidados, pues sería capazde dejarse morir verdaderamente parahumillarme a mí también…».

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Y luego continuó diciéndose: «Mecreía rico con una flor única y resultaque no tengo más que una rosaordinaria. Eso y mis tres volcanes queapenas me llegan a la rodilla y uno delos cuales acaso esté extinguido parasiempre. Realmente no soy un granpríncipe…».

Y echándose sobre la hierba, elprincipito lloró.

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Capítulo 21

ENTONCES apareció el zorro:—¡Buenos días! —dijo el zorro.—¡Buenos días! —respondió

cortésmente el principito, que sevolvió pero no vio nada.

—Estoy aquí, bajo el manzano —dijo la voz.

—¿Quién eres tú? —preguntó elprincipito—. ¡Qué bonito eres!

—Soy un zorro —dijo el zorro.—Ven a jugar conmigo —le

propuso el principito—, ¡estoy tan

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triste!—No puedo jugar contigo —dijo

el zorro—, no estoy domesticado.—¡Ah, perdón! —dijo el

principito.Pero después de una breve

reflexión, añadió:—¿Qué significa «domesticar»?—Tú no eres de aquí —dijo el

zorro—, ¿qué buscas?—Busco a los hombres —le

respondió el principito—. ¿Quésignifica «domesticar»?

—Los hombres —dijo el zorro—tienen escopetas y cazan. ¡Es muymolesto! Pero también crían gallinas.Es lo único que les interesa. ¿Túbuscas gallinas?

—No —dijo el principito—.Busco amigos. ¿Qué significa«domesticar»? —volvió a preguntar elprincipito.

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—Es una cosa ya olvidada —dijoel zorro—; significa «crearvínculos…».

—¿Crear vínculos?—Efectivamente. Verás —dijo el

zorro—: Tú no eres para mí todavíamás que un muchachito igual a otroscien mil muchachitos y no te necesitopara nada. Tampoco tú tienesnecesidad de mí y no soy para ti másque un zorro entre otros cien milzorros semejantes. Pero si tú medomesticas, entonces tendremosnecesidad el uno del otro. Tú seráspara mí único en el mundo, yo serépara ti único en el mundo…

—Comienzo a comprender —dijoel principito—. Hay una flor… creoque ella me ha domesticado…

—Es posible —concedió el zorro—. En la Tierra se ven todo tipo decosas.

—¡Oh, no es en la Tierra! —

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exclamó el principito.El zorro pareció intrigado:—¿En otro planeta?—Sí.—¿Hay cazadores en ese planeta?—No.—¡Qué interesante! ¿Y gallinas?—No.—Nada es perfecto —suspiró el

zorro.Y después, volviendo a su idea:—Mi vida es muy monótona. Cazo

gallinas y los hombres me cazan a mí.Todas las gallinas se parecen y todoslos hombres son iguales; porconsiguiente me aburro un poco. Si túme domesticas, mi vida estará llena desol. Conoceré el rumor de unos pasosdiferentes a todos los demás. Los otrospasos me hacen esconder bajo latierra; los tuyos me llamarán fuera dela madriguera como una música. Y

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además, ¡mira! ¿Ves allá abajo loscampos de trigo? Yo no como pan ypor lo tanto el trigo es para mí algoinútil. Los campos de trigo no merecuerdan nada y eso me pone triste.¡Pero tú tienes los cabellos dorados yserá algo maravilloso cuando medomestiques! El trigo, que es doradotambién, será un recuerdo de ti. Yamaré el ruido del viento en el trigo.

El zorro se calló y miró un buenrato al principito:

—Por favor… domestícame —ledijo.

—Bien quisiera —le respondió elprincipito—, pero no tengo muchotiempo. He de buscar amigos yconocer muchas cosas.

—Sólo se conocen bien las cosasque se domestican —dijo el zorro—.Los hombres ya no tienen tiempo deconocer nada. Lo compran todo hechoen las tiendas. Y como no hay tiendas

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donde vendan amigos, los hombres notienen ya amigos. ¡Si quieres un amigo,domestícame!

—¿Qué debo hacer? —preguntó elprincipito.

—Debes tener mucha paciencia —respondió el zorro—. Te sentarás alprincipio un poco lejos de mí, así, enel suelo; yo te miraré con el rabillo delojo y tú no me dirás nada. El lenguajees fuente de malentendidos. Pero cadadía podrás sentarte un poco máscerca…

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El principito volvió al díasiguiente.

—Hubiera sido mejor —dijo elzorro— que vinieras a la misma hora.Si vienes, por ejemplo, a las cuatro dela tarde; desde las tres yo empezaría aser dichoso. Cuanto más avance lahora, más feliz me sentiré. A las cuatrome sentiré agitado e inquieto,descubriré así lo que vale la felicidad.Pero si tú vienes a cualquier hora,nunca sabré cuándo preparar micorazón… Los ritos son necesarios.

—¿Qué es un rito? —inquirió elprincipito.

—Es también algo demasiadoolvidado —dijo el zorro—. Es lo quehace que un día no se parezca a otrodía y que una hora sea diferente a otra.Entre los cazadores, por ejemplo, hayun rito. Los jueves bailan con lasmuchachas del pueblo. Los juevesentonces son días maravillosos en los

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que puedo ir de paseo hasta la viña. Silos cazadores no bailaran en día fijo,todos los días se parecerían y yo notendría vacaciones.

De esta manera el principitodomesticó al zorro. Y cuando se fueacercando el día de la partida:

—¡Ah! —dijo el zorro—. Lloraré.—Tuya es la culpa —le dijo el

principito—. Yo no quería hacertedaño, pero tú has querido que tedomestique…

—Ciertamente —dijo el zorro.—¡Y vas a llorar! —dijo el

principito.

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—¡Seguro!—No ganas nada.—Gano —dijo el zorro—. He

ganado a causa del color del trigo.Y luego añadió:—Vete a ver las rosas;

comprenderás que la tuya es única enel mundo. Volverás a decirme adiós yyo te regalaré un secreto.

El principito se fue a ver las rosas,a las que dijo:

—No son nada, ni en nada separecen a mi rosa. Nadie las hadomesticado ni ustedes handomesticado a nadie. Son como elzorro era antes, que en nada sediferenciaba de otros cien mil zorros.Pero yo lo hice mi amigo y ahora esúnico en el mundo.

Las rosas se sentían molestasoyendo al principito, que continuódiciéndoles:

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—Son muy bellas, pero estánvacías y nadie daría la vida porustedes. Cualquiera que las vea podrácreer indudablemente que mi rosa esigual que cualquiera de ustedes. Peroella se sabe más importante que todasporque yo la he regado, porque ha sidoa ella a la que abrigué con el fanal,porque yo le maté los gusanos (salvodos o tres que se hicieron mariposas) yes a ella a la que yo he oído quejarse,alabarse y algunas veces hastacallarse. Porque es mi rosa, en fin.

Y volvió con el zorro.—Adiós —le dijo.—Adiós —dijo el zorro—. He

aquí mi secreto, que no puede ser mássimple: sólo con el corazón se puedever bien; lo esencial es invisible paralos ojos.

—Lo esencial es invisible para losojos —repitió el principito paraacordarse.

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—Lo que hace más importante a turosa es el tiempo que tú has perdidocon ella.

—Es el tiempo que yo he perdidocon ella… —repitió el principito pararecordarlo.

—Los hombres han olvidado estaverdad —dijo el zorro—, pero tú nodebes olvidarla. Eres responsable parasiempre de lo que has domesticado. Túeres responsable de tu rosa…

—Yo soy responsable de mirosa… —repitió el principito a fin derecordarlo.

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Capítulo 22

—¡BUENOS días! —dijo elprincipito.

—¡Buenos días! —respondió elguardavía.

—¿Qué haces aquí? —le preguntóel principito.

—Formo con los viajeros paquetesde mil y despacho los trenes que losllevan, ya a la derecha, ya a laizquierda.

Y un tren rápido iluminado,rugiendo como el trueno, hizo temblarla caseta del guardavía.

—Tienen mucha prisa —dijo elprincipito—. ¿Qué buscan?

—Ni siquiera el conductor de lalocomotora lo sabe —dijo elguardavía.

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Un segundo rápido iluminado rugióen sentido inverso.

—¿Ya vuelve? —preguntó elprincipito.

—No son los mismos —contestó elguardavía—. Es un cambio.

—¿No se sentían contentos dondeestaban?

—Nunca se siente uno contentodonde está —respondió el guardavía.

Y rugió el trueno de un tercerrápido iluminado.

—¿Van persiguiendo a losprimeros viajeros? —preguntó elprincipito.

—No persiguen absolutamentenada —le dijo el guardavía—;duermen o bostezan allí dentro.Únicamente los niños aplastan su narizcontra los vidrios.

—Únicamente los niños saben loque buscan —dijo el principito—.

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Pierden el tiempo con una muñeca detrapo que viene a ser lo másimportante para ellos y si se la quitan,lloran…

—¡Qué suerte tienen! —dijo elguardavía.

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Capítulo 23

—¡BUENOS días! —dijo elprincipito.

—¡Buenos días! —respondió elcomerciante.

Era un comerciante de píldorasperfeccionadas que quitan la sed. Setoma una por semana y ya no se sientenganas de beber.

—¿Por qué vendes eso? —preguntó el principito.

—Porque con esto se economizamucho tiempo. Según el cálculo hechopor los expertos, se ahorran cincuentay tres minutos por semana.

—¿Y qué se hace con esoscincuenta y tres minutos?

—Lo que cada uno quiere…«Si yo dispusiera de cincuenta y

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tres minutos —pensó el principito—,caminaría suavemente hacia unafuente…».

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Capítulo 24

ERA el octavo día de mi avería en eldesierto y había escuchado la historiadel comerciante bebiendo la últimagota de mi provisión de agua.

—¡Ah —le dije al principito—,son muy bonitos tus cuentos, pero yono he reparado mi avión, no tengo nadapara beber y sería muy feliz si pudierairme muy tranquilo en busca de unafuente!

—Mi amigo el zorro… me dijo…—No se trata ahora del zorro,

muchachito…—¿Por qué?—Porque nos vamos a morir de

sed…No comprendió mi razonamiento y

replicó:

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—Es bueno haber tenido un amigo,aun si vamos a morir. Yo estoy muycontento de haber tenido un amigozorro.

«Es incapaz de medir el peligro —me dije—. Nunca tiene hambre ni sedy un poco de sol le basta…».

El principito me miró y respondióa mi pensamiento:

—Tengo sed también… vamos abuscar un pozo…

Tuve un gesto de cansancio; esabsurdo buscar un pozo, al azar, en lainmensidad del desierto. Sin embargo,nos pusimos en marcha.

Después de dos horas de caminaren silencio, cayó la noche y lasestrellas comenzaron a brillar. Yo lasveía como en sueño, pues a causa de lased tenía un poco de fiebre. Laspalabras del principito danzaban en mimente.

—¿Tienes sed, tú también? —le

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pregunté.Pero no respondió a mi pregunta,

diciéndome simplemente:—El agua puede ser buena también

para el corazón…No comprendí sus palabras, pero

me callé; sabía muy bien que no habíaque interrogarlo.

El principito estaba cansado y sesentó; yo me senté a su lado y despuésde un silencio me dijo:

—Las estrellas son hermosas, poruna flor que no se ve…

Respondí «seguramente» y miré sinhablar los pliegues que la arenaformaba bajo la luna.

—El desierto es bello —añadió elprincipito.

Era verdad; siempre me ha gustadoel desierto. Puede uno sentarse en unaduna, nada se ve, nada se oye y sinembargo, algo resplandece en el

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silencio…—Lo que más embellece al

desierto —dijo el principito— es elpozo que oculta en algún sitio…

Me quedé sorprendido alcomprender súbitamente esemisterioso resplandor de la arena.Cuando yo era niño vivía en una casaantigua en la que, según la leyenda,había un tesoro escondido. Sin dudaque nadie supo jamás descubrirlo yquizás nadie lo buscó, pero parecíatoda encantada por ese tesoro. Mi casaocultaba un secreto en el fondo de sucorazón…

—Sí —le dije al principito—, yase trate de la casa, de las estrellas odel desierto, lo que les embellece esinvisible.

—Me gusta —dijo el principito—que estés de acuerdo con mi zorro.

Como el principito se dormía, lotomé en mis brazos y me puse

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nuevamente en camino. Me sentíaemocionado llevando aquel frágiltesoro, y me parecía que nada másfrágil había sobre la Tierra. Miraba ala luz de la luna aquella frente pálida,aquellos ojos cerrados, los cabellosagitados por el viento y me decía: «loque veo es sólo la corteza; lo másimportante es invisible…».

Como sus labios entreabiertosesbozaron una sonrisa, me dije: «Loque más me emociona de esteprincipito dormido es su fidelidad auna flor, es la imagen de la rosa queresplandece en él como la llama deuna lámpara, incluso cuandoduerme…» Y lo sentí más frágil aún.Pensaba que a las lámparas hay queprotegerlas: una racha de viento puedeapagarlas…

Continué caminando y al rayar elalba descubrí el pozo.

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Capítulo 25

—LOS hombres —dijo elprincipito— se meten en los rápidospero no saben dónde van ni lo quequieren… Entonces se agitan y danvueltas…

Y añadió:—¡No vale la pena!…El pozo que habíamos encontrado

no se parecía en nada a los pozossaharianos. Estos pozos son simplesagujeros que se abren en la arena. Elque teníamos ante nosotros parecía elpozo de un pueblo; pero por allí nohabía ningún pueblo y me parecía estarsoñando.

—¡Es extraño! —le dije alprincipito—. Todo está a punto: laroldana, el balde y la cuerda…

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Se rio y tocó la cuerda; hizo moverla roldana. Y la roldana gimió comouna vieja veleta cuando el viento hadormido mucho.

—¿Oyes? —dijo el principito—.Hemos despertado al pozo y canta.

No quería que el principito hicierael menor esfuerzo y le dije:

—Déjame a mí, es demasiadopesado para ti.

Lentamente subí el cubo hasta elbrocal, donde lo dejé bien seguro. Enmis oídos sonaba aún el canto de laroldana y veía temblar al sol en el

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agua agitada.—Tengo sed de esta agua —dijo el

principito—, dame de beber…¡Comprendí entonces lo que él

había buscado!Levanté el balde hasta sus labios y

el principito bebió con los ojoscerrados. Todo era bello como unafiesta. Aquella agua era algo más queun alimento. Había nacido del caminarbajo las estrellas, del canto de laroldana, del esfuerzo de mis brazos.Era como un regalo para el corazón.Cuando yo era niño, las luces del árbolde Navidad, la música de la misa demedianoche, la dulzura de las sonrisas,daban su resplandor a mi regalo deNavidad.

—Los hombres de tu tierra —dijoel principito— cultivan cinco milrosas en un jardín y no encuentran loque buscan.

—No lo encuentran nunca —le

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respondí.—Y sin embargo, lo que buscan

podrían encontrarlo en una sola rosa oen un poco de agua…

—Sin duda —respondí.Y el principito añadió:—Pero los ojos son ciegos. Hay

que buscar con el corazón.Yo había bebido y me encontraba

bien. La arena, al alba, era color demiel, del que gozaba hasta sentirmedichoso. ¿Por qué había de sentirmetriste?

—Es necesario que cumplas tupromesa —dijo dulcemente elprincipito, que nuevamente se habíasentado junto a mí.

—¿Qué promesa?—Ya sabes… el bozal para mi

cordero… soy responsable de mi flor.Saqué del bolsillo mis esbozos de

dibujo. El principito los miró y dijo

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riendo:—Tus baobabs parecen repollos…¡Oh! ¡Y yo que estaba tan orgulloso

de mis baobabs!—Tu zorro tiene orejas que

parecen cuernos; son demasiadolargas.

Y volvió a reír.—Eres injusto, muchachito; yo no

sabía dibujar más que boas cerradas yboas abiertas.

—¡Oh, todo se arreglará! —dijo elprincipito—. Los niños entienden.

Bosquejé, pues, un bozal y se loalargué con el corazón oprimido:

—Tú tienes proyectos que yoignoro…

Pero no me respondió.—¿Sabes? —me dijo—. Mañana

hace un año de mi caída en la Tierra…Y después de un silencio, añadió:—Caí muy cerca de aquí…

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El principito se sonrojó ynuevamente, sin comprender por qué,experimenté una extraña tristeza.

Sin embargo, se me ocurriópreguntar:

—Entonces no te encontré por azarhace ocho días, cuando paseabas porestos lugares, a mil millas de distanciadel lugar habitado más próximo. ¿Esque volvías al punto de tu caída?

El principito enrojeciónuevamente.

Y añadí vacilante.—¿Quizás por el aniversario?El principito se ruborizó una vez

más. Aunque nunca respondía a laspreguntas, su rubor significaba unarespuesta afirmativa.

—¡Ah! —le dije—. Tengo miedo.Pero él me respondió:—Tú debes trabajar ahora; vuelve,

pues, junto a tu máquina, que yo te

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espero aquí. Vuelve mañana por latarde.

Pero yo no estaba tranquilo y meacordaba del zorro. Si se deja unodomesticar, se expone a llorar unpoco…

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Capítulo 26

AL lado del pozo había una ruina deun viejo muro de piedras. Cuandovolví de mi trabajo al día siguiente porla tarde, vi desde lejos al principitosentado en lo alto con las piernascolgando. Lo oí que hablaba.

—¿No te acuerdas? ¡No es aquícon exactitud!

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Alguien le respondió sin duda,porque él replicó:

—¡Sí, sí; es el día, pero no es ésteel lugar!

Proseguí mi marcha hacia el muro,pero no veía ni oía a nadie. Y sinembargo, el principito replicó denuevo.

—¡Claro! Ya verás dóndecomienza mi huella en la arena. Notienes más que esperarme, que allíestaré yo esta noche.

Yo estaba a veinte metros ycontinuaba sin distinguir nada.

El principito, después de unsilencio, dijo aún:

—¿Tienes un buen veneno? ¿Estásseguro de no hacerme sufrir mucho?

Me detuve con el corazónoprimido, siempre sin comprender.

—¡Ahora vete —dijo el principito—, quiero volver a bajarme!

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Dirigí la mirada hacia el pie delmuro e instintivamente di un brinco.Una serpiente de esas amarillas quematan a una persona en menos detreinta segundos, se erguía endirección al principito. Echando manoal bolsillo para sacar mi revólver,apreté el paso, pero, al ruido que hice,la serpiente se dejó deslizarsuavemente por la arena como unsurtidor que muere y, sin apresurarsedemasiado, se escurrió entre laspiedras con un ligero ruido metálico.

Llegué junto al muro a tiempo derecibir en mis brazos a mi principito,que estaba blanco como la nieve.

—¿Pero qué historia es ésta? ¿Decharla también con las serpientes?

Le quité su eterna bufanda de oro,le humedecí las sienes y le di de beber,sin atreverme a hacerle preguntaalguna. Me miró gravementerodeándome el cuello con sus brazos.

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Sentí latir su corazón, como el de unpajarillo que muere a tiros decarabina.

—Me alegra —dijo el principito—que hayas encontrado lo que faltaba atu máquina. Así podrás volver a tutierra…

—¿Cómo lo sabes?Precisamente venía a comunicarle

que, a pesar de que no lo esperaba,había logrado terminar mi trabajo.

No respondió a mi pregunta, sinoque añadió:

—También yo vuelvo hoy a miplaneta…

Luego, con melancolía:—Es mucho más lejos… y más

difícil…Me daba cuenta de que algo

extraordinario pasaba en aquellosmomentos. Estreché al principito entremis brazos como si fuera un niño

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pequeño y, no obstante, me pareció quedescendía en picada hacia un abismosin que fuera posible hacer nada pararetenerlo.

Su mirada, seria, estaba perdida enla lejanía.

—Tengo tu cordero y la caja parael cordero. Y tengo también el bozal.

Y sonreía melancólicamente.Esperé un buen rato. Sentía que

volvía a entrar en calor poco a poco:—Has tenido miedo, muchachito…Lo había tenido, sin duda, pero

sonrió con dulzura:

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—Esta noche voy a tener másmiedo…

Me quedé de nuevo helado por unsentimiento de algo irreparable.Comprendí que no podía soportar laidea de no volver a oír nunca más surisa. Era para mí como una fuente en eldesierto.

—Muchachito, quiero oír otra veztu risa…

Pero él me dijo:—Esta noche hará un año. Mi

estrella se encontrará precisamenteencima del lugar donde caí el añopasado…

—¿No es cierto —le interrumpí—que toda esta historia de serpientes, decitas y de estrellas es tan sólo unapesadilla?

Pero el principito no respondió ami pregunta y dijo:

—Lo más importante nunca se

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ve…—Indudablemente…—Es lo mismo que la flor. Si te

gusta una flor que habita en unaestrella, es muy dulce mirar al cielopor la noche. Todas las estrellas hanflorecido.

—Es indudable…—Es como el agua. La que me

diste a beber, gracias a la roldana y lacuerda, era como una música ¿teacuerdas? ¡Qué buena era!

—Sí, cierto…—Por la noche mirarás las

estrellas; mi casa es demasiadopequeña para que yo pueda señalartedónde se encuentra. Así es mejor; miestrella será para ti una cualquiera deellas. Te gustará entonces mirar todaslas estrellas. Todas ellas serán tusamigas. Y además, te haré un regalo…

Y rio una vez más.

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—¡Ah, muchachito, muchachito,cómo me gusta oír tu risa!

—Mi regalo será éseprecisamente, será como el agua…

—¿Qué quieres decir?—La gente tiene estrellas que no

son las mismas. Para los que viajan,las estrellas son guías; para otros sóloson pequeñas lucecitas. Para lossabios las estrellas son problemas.Para mi hombre de negocios, eran oro.Pero todas esas estrellas se callan. Tútendrás estrellas como nadie hatenido…

—¿Qué quieres decir?—Cuando por las noches mires al

cielo, al pensar que en una de aquellasestrellas estoy yo riendo, será para ticomo si todas las estrellas riesen. ¡Túsólo tendrás estrellas que saben reír!

Y rio nuevamente.—Cuando te hayas consolado

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(siempre se consuela uno) estaráscontento de haberme conocido. Serásmi amigo y tendrás ganas de reírconmigo. Algunas veces abrirás tuventana sólo por placer y tus amigosquedarán asombrados de verte reírmirando al cielo. Tú les explicarás:«Las estrellas me hacen reír siempre».Ellos te creerán loco. Y yo te habréjugado una mala pasada…

Y se rio otra vez.—Será como si en vez de estrellas,

te hubiese dado multitud decascabelitos que saben reír…

Una vez más dejó oír su risa yluego se puso serio.

—Esta noche ¿sabes? no vengas…—No te dejaré.—Pareceré enfermo… Parecerá un

poco que me muero… es así. ¡No valela pena que vengas a ver eso…!

—No te dejaré.

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Pero estaba preocupado.—Te digo esto por la serpiente; no

debe morderte. Las serpientes sonmalas. A veces muerden por gusto…

—He dicho que no te dejaré.Pero algo lo tranquilizó.—Bien es verdad que no tienen

veneno para la segunda mordedura…

Aquella noche no lo vi ponerse encamino. Cuando le alcancé marchabacon paso rápido y decidido y me dijosolamente:

—¡Ah, estás ahí!

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Me cogió de la mano y todavía seatormentó:

—Has hecho mal. Tendrás pena.Parecerá que estoy muerto, pero no esverdad.

Yo me callaba.—¿Comprendes? Es demasiado

lejos y no puedo llevar este cuerpo quepesa demasiado.

Seguí callado.—Será como una corteza vieja que

se abandona. No son nada tristes lasviejas cortezas…

Yo me callaba. El principitoperdió un poco de ánimo. Pero hizo unesfuerzo y dijo:

—Será agradable ¿sabes? Yomiraré también las estrellas. Todasserán pozos con roldana herrumbrosa.Todas las estrellas me darán de beber.

Yo me callaba.—¡Será tan divertido! Tú tendrás

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quinientos millones de cascabeles y yoquinientos millones de fuentes…

El principito se calló también;estaba llorando.

—Es allí; déjame ir solo.Se sentó porque tenía miedo. Dijo

aún:—¿Sabes?… mi flor… soy

responsable… ¡y ella es tan débil y taninocente! Sólo tiene cuatro espinaspara defenderse contra todo elmundo…

Me senté, ya no podía mantenermeen pie.

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—Ahí está… eso es todo…Vaciló todavía un instante, luego se

levantó y dio un paso. Yo no pudemoverme.

Un relámpago amarillo centelleóen su tobillo. Quedó un instanteinmóvil, sin exhalar un grito. Luegocayó lentamente como cae un árbol, sinhacer el menor ruido a causa de laarena.

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Capítulo 27

AHORA hace ya seis años de esto.Jamás he contado esta historia y loscompañeros que me vuelven a ver sealegran de encontrarme vivo. Estabatriste, pero yo les decía: «Es elcansancio».

Al correr del tiempo me heconsolado un poco, pero nocompletamente. Sé que ha vuelto a suplaneta, pues al amanecer no encontrésu cuerpo, que no era en realidad tanpesado… Y me gusta por la nocheescuchar a las estrellas, que suenancomo quinientos millones decascabeles…

Pero sucede algo extraordinario.Al bozal que dibujé para el principitose me olvidó añadirle la correa de

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cuero; no habrá podido atárselo alcordero. Entonces me pregunto:

«¿Qué habrá sucedido en suplaneta? Quizás el cordero se hacomido la flor…».

A veces me digo: «¡Seguro que no!El principito cubre la flor con su fanaltodas las noches y vigila a sucordero». Entonces me siento dichosoy todas las estrellas ríen dulcemente.

Pero otras veces pienso: «Algunaque otra vez se distrae uno y eso basta.Si una noche ha olvidado poner elfanal o el cordero ha salido sin hacerruido, durante la noche…». Y entonceslos cascabeles se convierten enlágrimas…

Y ahí está el gran misterio. Paraustedes que quieren al principito, lomismo que para mí, nada en eluniverso habrá cambiado si encualquier parte, quién sabe dónde, uncordero desconocido se ha comido o

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no se ha comido una rosa…Pero miren al cielo y pregúntense:

el cordero ¿se ha comido la flor? Yveréis cómo todo cambia…

¡Ninguna persona mayorcomprenderá jamás que esto seaverdaderamente importante!

Éste es para mí el paisaje máshermoso y el más triste del mundo. Esel mismo paisaje de la página anteriorque he dibujado una vez más para quelo vean bien. Fue aquí donde elprincipito apareció sobre la Tierra,

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desapareciendo luego.Examínenlo atentamente para que

sepan reconocerlo, si algún día,viajando por África cruzan el desierto.Si por casualidad pasan por allí, no seapresuren, se lo ruego, y deténganse unpoco, precisamente bajo la estrella. Siun niño llega hasta ustedes, si este niñoríe y tiene cabellos de oro y nuncaresponde a sus preguntas, adivinaránenseguida quién es. ¡Sean amables conél! Y comuníquenme rápidamente queha regresado. ¡No me dejen tan triste!

FIN

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ACERCA DELAUTOR

(Lyon, 1900 - en el mar Tirreno,

1944) Novelista y aviador francés; susexperiencias como piloto fueron amenudo su fuente de inspiración.Tercero de los cinco hijos de unafamilia de la aristocracia su padretenía el título de vizconde, vivió unainfancia feliz en las propiedadesfamiliares, aunque perdió a suprogenitor a la edad de cuatro años.Estuvo muy ligado a su madre, cuya

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sensibilidad y cultura lo marcaronprofundamente, y con la que mantuvouna voluminosa correspondenciadurante toda su vida.

Su interés por la mecánica y laaviación se remonta a la infancia:recibió el bautismo del aire en 1912 yesta pasión no lo abandonó nunca.Después de seguir estudios clásicos enestablecimientos católicos, preparó enParís el concurso de entrada en laEscuela naval, pero no logró suobjetivo y se inscribió en Bellas Artes.Pudo aprender el oficio de pilotodurante su servicio militar en laaviación, pero la familia de su noviase opuso a que se incorporara alejército del aire, por lo que se resignóa ejercer diversos oficios, al tiempoque frecuentaba los medios literarios.

El año 1926 marcó un girodecisivo en su vida, con la publicaciónde la novela breve El aviador, en Le

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Navire dargent de J. Prévost, y con uncontrato como piloto de línea para unasociedad de aviación. A partir deentonces, a cada escala del pilotocorrespondió una etapa de suproducción literaria, alimentada con laexperiencia. Mientras se desempeñabacomo jefe de estación aérea en elSahara español, escribió su primeranovela, Correo del Sur (1928).

La escala siguiente fue BuenosAires, al ser nombrado director de laAeroposta Argentina, filial de laAéropostale, donde tuvo la misión deorganizar la red de América Latina.Tal es el marco de su segunda novela,Vuelo nocturno. En 1931, labancarrota de la Aéropostale pusotérmino a la era de los pioneros, peroSaint-Exupéry no dejó de volar comopiloto de prueba y efectuó variosintentos de récords, muchos de loscuales se saldaron con graves

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accidentes: en el desierto egipcio en1935, y en Guatemala en 1938.

En los años treinta multiplicó susactividades: cuadernos de invención,adaptaciones cinematográficas deCorreo del Sur en 1937 y de Vuelonocturno en 1939, numerosos viajes (aMoscú, a la España en guerra),reportajes y artículos para diversasrevistas. Durante su convalecencia enNueva York, después del accidente deGuatemala, reunió por consejo de A.Gide los textos en su mayor parteartículos ya publicados que seconvirtieron en Tierra de hombres(1939).

Durante la Segunda GuerraMundial luchó con la aviaciónfrancesa en misiones peligrosas, enespecial sobre Arras, en mayo de1940. Con la caída de Francia marchóa Nueva York, donde contó estaexperiencia en Piloto de guerra

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(1942). En Estados Unidos se mantuvoal margen de los compromisospartidistas, lo que le atrajo lahostilidad de los gaullistas. Sumeditación se elevaba por encima dela historia inmediata: sin desconocerlas amenazas que la época hacía pesarsobre el "respeto del hombre", comolo relata en Carta a un rehén (1943),optó por la parábola con El principito(1943), una fábula infantil decontenido lirismo e ilustrada por élmismo, que le dio fama mundial.

A partir de 1943, pidióincorporarse a las fuerzas francesas enÁfrica del Norte y retomó las misionesdesde Cerdeña y Córcega. En eltranscurso de una de ellas, el 31 dejulio de 1944, su avión desapareció enel Mediterráneo. Los cientos depáginas de La ciudadela, sumaalegórica que permaneció inacabada,fueron publicadas póstumamente en

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1948. La prosa de Saint-Éxuperyimpresiona por un rigor en el que ladesnudez retórica asegura la eficaciadel relato de acción. Cercano a A.Malraux por su conciencia de laaventura humana, a J. Giono por sulirismo cósmico, a G. Bernanos por subúsqueda del absoluto, Saint-Exupérymostró siempre que el hombre no esmás que lo que hace.

Fuente biográfica:www.biografiasyvidas.com